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SINOPSIS............................................................................................................................................. 3
POEMA ―El Cuervo‖ ........................................................................................................................... 4
PREFACIO ............................................................................................................................................. 10
CAPÍTULO 1. Un Nuevo Día ............................................................................................................... 12
CAPÍTULO 2. Miedo ............................................................................................................................ 23
CAPÍTULO 3. Edgar.............................................................................................................................. 35
CAPÍTULO 4. Un Regalo ...................................................................................................................... 41
CAPÍTULO 5. La Pradera ..................................................................................................................... 51
CAPÍTULO 6. Espía .............................................................................................................................. 56
CAPÍTULO 7. Visitantes ....................................................................................................................... 70
CAPÍTULO 8. Verdad ........................................................................................................................... 87
CAPÍTULO 9. Alma Gemela ................................................................................................................ 99
CAPÍTULO 10. Estallar ....................................................................................................................... 111
CAPÍTULO 11. Hogar ......................................................................................................................... 120
CAPÍTULO 12. Sam ............................................................................................................................ 133
CAPÍTULO 13. Yo .............................................................................................................................. 142
CAPÍTULO 14. Memorias .................................................................................................................. 149
CAPÍTULO 15. Día de Nieve ............................................................................................................. 159
CAPÍTULO 16. Mathew ...................................................................................................................... 166
CAPÍTULO 17. El Comienzo ............................................................................................................. 175
CAPÍTULO 18. Esperando ................................................................................................................. 180
CAPÍTULO 19. Libertad ..................................................................................................................... 191
CAPÍTULO 20. Aquí gatito, gatito ...................................................................................................... 207
CAPÍTULO 21. Pluma......................................................................................................................... 216
CAPÍTULO 22. Media Vida ................................................................................................................ 225
CRÉDITOS ...................................................................................................................................... 229
AVANCE .......................................................................................................................................... 230
BIOGRAFÍA .................................................................................................................................... 231
El presente documento tiene como finalidad impulsar la lectura hacia aquellas regiones de habla hispana en las
cuales son escasas o nulas las publicaciones, cabe destacar que dicho documento fue elaborado sin fines de
lucro, así que se le agradece a todas las colaboradoras que aportaron su esfuerzo, dedicación y admiración para
con el libro original para sacar adelante este proyecto.
H
ace mucho tiempo, los dioses crearon un ser mucho mayor que
cualquier otro en existencia. Este ser, la forma más elevada del ser
humano, estaba más cerca de los dioses que incluso los ángeles, y su
belleza iba mucho más allá que la de cualquier otra creación terrenal.
Los dioses, una vez que vieron tan hermosa creación, se pusieron celosos. El ser no
necesitaba amor, no deseaba poder, ni necesitaba alimento para su mente o alma. Su
impecable creación, era angelicalmente perfecta, y por lo tanto estaba mal, ya qué no
podía ser más perfecta que los dioses mismos.
Como el ser floreció, preocupado por nada, los dioses se volvieron oscuros y
vengativos. En su odio reflexionaron, y tramaron un plan horrible, inhumano y oscuro.
Decidieron dividir la perfecta alma para toda la eternidad, creyendo que se
encontraban en peligro. Con un rápido movimiento, arrancaron parte del ser, creando
dos corazones, ambos compartiendo un alma.
Una mitad fue la creadora, la vida y la energía de la Tierra, la madre del hombre. La
otra mitad fue el poder y la protección, un Guerrero de los mundos. Crearon al
Hombre y a la Mujer.
A medida que los dioses conspiraban en su eterna codicia, decidieron hacer de sus
creaciones un juego, nada más que simples peones para su entretenimiento. Como
castigo, dispersaron a los seres entre los humanos de la Tierra, sus mitades separados
dolorosamente de ellos y encerrados eternamente en el hambre y la nostalgia.
La mitad femenina era el soporte de sus vidas y su alma compartida. Ella, protegía este
delicado poder, nunca abusaba de la energía y siempre se la daba a la Tierra y a la
Naturaleza. Pero a pesar de sus posesiones, se sentía sola y perdida en el amor, débil,
triste, y sola.
La mitad masculina, la mitad poderosa, se quedó sin vida y drenado de la energía que
sólo su alma podía darle. En la vida del hombre en la Tierra, buscó su fuerza, la mujer,
y el soporte de su alma. La lujuria letal que tenían por esa alma era tan grande, que los
llevó a la locura, la ira y la desesperación.
Al encontrarse con su alma gemela, la mitad masculina se encontró con hambre, y
vicioso, asesinó a su otra mitad en su codicia, y en última instancia conduciéndola a su
desaparición. Pero a pesar de su amor vicioso, muchos sobrevivieron el tiempo
suficiente para comprender su poder, y en la búsqueda de unos a otros, ellos
descubrieron el secreto de sus vidas.
Juntas, las dos mitades crearon un todo, una fuerza de vida mayor y más poderosa que
cualquier otra cosa en la Tierra. Aunque eternamente atormentado por los celos y el
hambre, estaban mejor juntos que separados, esa era la última prueba de amor eterno.
–E
stella, toma esto ―Heidi empujó un grueso sobre hacia mí,
mientras lágrimas de tristeza llenaban sus ojos. Su mano se veía
temblorosa y débil, como si flotara en el aire entre nosotras.
Miré el envoltorio con precaución. ―¡Oh no! ―Sacudí la cabeza, mi cara se
contorsionó en una mueca triste―. Heidi, no, yo no podría. ―Apreté mis ojos
cerrados, incapaz y poco dispuesta a aceptar el regalo.
1
El papel manila es tradicionalmente utilizado para la fabricación de sobres o bien para forrar libros y cuadernos.
Ella estaba llorando, y sentí como sus lágrimas se filtraban en el hombro de mi blusa.
―Heidi, tú eres lo más cercano a una madre que conocí, no pienses que eres menos.
―Puse mi brazo alrededor de sus frágiles hombros mientras ella temblaba contra mi
pecho, la culpa en mí iba aumentando, mientras forzaba a regresar a mi deseo de
quedarme, para salvarla de su solitaria vida.
Se alejó, una mirada determinada llenaba ahora su rostro cubierto de lágrimas. Ella era
fuerte, yo lo sabía, pero también sabía que odiaba decirme adiós.
―Vete, y hazme sentir orgullosa ―dijo con valentía―. Y encuentra tu felicidad.
―Heidi palmeó mis hombros con una fuerza sorprendente, sus uñas clavándose en mi
piel―. Prometo volver tan pronto como pueda. ―Traté de sonreír cuando me agaché
para recoger mi último bolso, pero por mucho que lo intentaba, no lo conseguía.
Heidi me siguió hasta el auto en bata y pantuflas mientras yo tiraba la última maleta en
el asiento trasero del viejo y oxidado Datsun2 color verde. Por fin pude comprar el
coche después de mi verano trabajando en el mercado del centro de la ciudad. Hice
todo lo que pude para ahorrar lo suficiente, para hacer realidad mi escape de la
ciudad.
Los ojos de Heidi se habían secado y la miré con nostalgia mientras me montaba en el
auto. Los viejos asientos de vinilo bostezaron contra mi piel sudorosa y di un respingo
al sentir su calor abrasador. La puerta chirrió cuando la cerré, golpeándola con toda la
fuerza que pude reunir antes de poner mis manos sobre el volante de plástico
imitación madera. Ella se agitó suavemente mientras yo persuadía al coche de volver a
la vida y lo obligaba a ponerse en marcha.
―¡Te visitaré pronto! ―Grité desde la ventana mientras me alejaba―. La Universidad
no está tan lejos. ―Heidi dio un paso triste y cansado hacia adelante mientras hacía un
último intento de decirme adiós. La extrañaría como mi madre adoptiva, pero este era
mi momento para hacer algo de mi triste vida. La educación que me había dado era
todo lo que pude haber deseado, pero algo dentro de mí me estaba alejando,
empujándome a otro lugar. Mientras conducía por las calles atestadas, las sombras
proyectadas por los imponentes edificios de la ciudad de Seattle me dejaron, como
siempre, un tanto decepcionada. La pequeña casa donde había sido instalada cuando
tenía diez años me miró con tristeza, desapareciendo entre los complejos de
apartamentos del lado oeste en mi retrovisor. Tomé una profunda respiración,
exhalando pesadamente con un corazón entrecortado. Había decido que la ciudad no
era para mí.
2
Auto compacto fabricado por la Nissan muy económico en consumo de combustible y accesorios.
celestial. Al abrir los ojos, me sentí desanimada al ver que ni siquiera en un momento
como este podía reunir una sonrisa.
Incluso cuando era un bebé nunca me había reído, nunca dejé escapar ni siquiera el
mínimo sonido de un maravilloso arrullo. El sonreír era algo que hacía porque tenía
que encajar. Aprendí lo que era gracioso de mis compañeros, y practiqué durante
horas frente al espejo, mis músculos faciales estirándose dolorosamente de una manera
que venía tan naturalmente a todos los demás.
Las lágrimas tampoco llegaban, aunque sabía que lo que tenía era tristeza, nunca
realmente la sentí. Era como si alguien hubiera arrancado mi alma, dejándome
desamparada y vacía.
Pensé en mis padres adoptivos y el número de veces que cada uno trató de crear una
vida feliz para mí, cómo cada uno sin descanso, inevitablemente fallaban, mientras,
excusándose, me llevaban de vuelta a los trabajadores sociales. Después de un tiempo,
me di por vencida y me mudé con Heidi y sus otros hijos adoptados con los que
planeaba estar para siempre. Yo era como una baya venenosa, bella por fuera, dañada
y enferma en el interior.
Exhalé profundamente mientras finalmente llegaba a la ciudad de Sedro-Woolly,
donde giré en la autopista veinte, dirigiéndome directamente al este, hacia las Cascadas
del Norte. La pequeña ciudad de Sedro-Woolly estaba al norte, cerca de Canadá y las
islas de San Juan y lo suficientemente lejos de Seattle para dejarlo todo atrás. La ciudad
era la puerta de entrada a mi futuro, y a una nueva vida.
Mientras me dirigía hacia el desierto, los árboles que bordeaban la carretera parecían
dar la bienvenida a mi presencia, mientras las ramas se balanceaban en el viento. El
aire parecía mágico, y vi el brillo de los insectos volando entre los espesos rayos de luz,
como hadas en los árboles. Con mis ventanas abiertas, el clamor suave de agua
casualmente me susurró al oído mientras pasaba primavera tras primavera, cayendo
sobre las rocas de granito y en los embalses de la carretera.
Las montañas poco a poco se cerraron en torno a mí, lanzando sombras en el camino,
pero no eran las sombras deprimentes con las que yo había crecido en la ciudad. Estas
sombras revelaron otro mundo más allá de las calles sucias y la tristeza, un mundo de
la vida sentimental. Por primera vez, sentí un suave destello de calidez en mi alma
carbonizada y de repente abrí la boca, la sensación rasgando el aliento de mis
pulmones.
Rodeando la esquina con cautela, los árboles se abrieron dramáticamente y el sol entró
en el coche. El río que había seguido el camino se abrió a un gran lago que se contenía
por una pequeña represa. El agua brillaba más limpia de lo que la había visto en Puget
Sound y el brillo hizo estremecer mis ojos. El aire era repentinamente fresco y
húmedo por las aguas glaciales y respiré profundo, lo que permitió sanar mis
pulmones contaminados.
Miré con incredulidad, preguntándome cómo iba a permitir que este mundo me
ocultara durante tanto tiempo. Mientras seguía el lago, no dejé de mirarlo, sintiendo
que iba a desaparecer tan repentinamente como había llegado.
Parpadeé duramente un par de veces, mi mente se preguntaba si esto era sólo un
sueño retorcido, un burlador recuerdo creado para causarme aún más dolor.
Poco a poco, el camino se estacó a la derecha y crucé el lago por un suave puente.
Sentí una oleada de algo frío entrar en mi cuerpo como si el agua circulara a través de
mí, convirtiéndose en una parte de mi sangre y llenando cada vena. Dejé que la
sensación controlara mis pensamientos, y me imaginé una ola lavando a través de mi
mente marcada, refrigerando cada herida.
De repente, cuando pensaba que no podría haber visto nada más hermoso que el
expandido lago, una represa aún más larga se alzó ante mí, magnífica en su poder
increíble. Tomé la construcción compleja y me sorprendió creer que como raza
humana, podríamos crear algo tan poderoso. Podía ver la universidad ahora, enclavada
en la ladera del otro lado de la represa, estaba casi allí, casi libre.
Al girar de la carretera principal hacia el complejo, desaceleré mientras mi coche
rodaba sobre los bloques de adoquines. La suave vibración se fue calmando mientras
los adoquines se estremecían bajo mi peso. La universidad había utilizado esta represa
como el cruce a la escuela y una parte de mí sentía como si fuera un puente para mi
castillo de cuento de hadas.
A mi izquierda estaba la pendiente del lago por el que había conducido a lo largo de
mi camino y mientras lo miré por encima de la cornisa, mi cabeza sintió el vértigo
mientras mis ojos se centraron en las rocas de abajo. A mi derecha, el agua rebosó
contra la pared, girando en su intento de fuga, el agua agitada, ansiosa y espumosa. El
lago en sí era un cristal azul lechoso y con altos picos rocosos que rodeaban al llegar al
cielo aún azul. La coloración única era innegable y la reconocí como Diablo Lake,
donde el College se sentaba a lo largo del borde de las aguas.
Al acercarme al otro lado del puente, me di cuenta de que una atiborrada cascada caía
con gracia desde un pico hasta el lago en su digno final. Su fuerza bruta me humilló
mientras lo miraba en silencio en la niebla del aire que lo rodeaba, el arco iris
parpadeaba suavemente a su paso. A medida que el viento salvaje me envolvía a través
del agua me di cuenta de una especie de belleza salvaje que se sentía tan normal para
mí.
Cerré los ojos y contuve la respiración cuando vi la ráfaga de viento cosquillar a las
pequeñas olas del lago en su enfoque hacia mí. Cuando finalmente cayó por la ventana
de mi coche, estaba mojada y fría, mientras se envolvía a través de mi pelo largo,
suavemente haciendo señas para danzar. Mi cuerpo se estremeció por el toque helado
y mis brazos al instante estallaron en piel de gallina.
Cuando llegué al otro lado del puente solté el aliento, mi cuerpo de repente
sintiéndose conectado a la tierra mientras mi coche rodó sobre el camino de grava, el
agua ya no estaba fluyendo por debajo de mí, como una fuerza de energía mayor que
yo pudiera controlar. Rodeé el Diablo Lake a pocos cientos de metros más al este, el
camino se hizo aún más duro y mis neumáticos se esforzaban desesperadamente por
encontrar el dominio. Mientras conducía con precaución por la colina hacia la parte
delantera del pequeño grupo de edificios, mi mente curiosa comenzó a retumbar.
Un donante anónimo había creado el Cascades College hacía unos años. Su objetivo
era proporcionar un Máster en Estudios del Medio Ambiente a través de las manos en
la experiencia y la práctica. También había clases de primaria, pero sobre todo era un
lugar para ensuciarse las manos y la experiencia del mundo real, en su sentido más
verdadero.
Cuando me había enterado del College me había acordado de que era la primera vez
que sentía que mi corazón verdaderamente latía. Algo sobre su diseño, ubicación y
descripción se sentía más como casa que cualquier lugar en el que hubiera estado.
Necesitaba estar cerca de la tierra, cerca del lugar donde comenzó la vida. Nunca fui el
tipo de amante de la naturaleza, pero mi decisión de venir aquí había sido puramente
egoísta. Desde que podía recordar, poseía un talento extraño para el cultivo de plantas,
un pulgar verde si fuera posible. Pero mi talento no se limitaba a incluir el uso justo de
los fertilizantes, y asegurar el agua. Mis talentos parecían implicar algo mucho más
mágico, y algo indescriptible, estaba aquí para averiguarlo.
Me volví a mi coche con un profundo suspiro mientras me sentaba frente al principal
centro de aprendizaje, el gran cartel de ―Bienvenido‖ cerniéndose sobre mí. Sentí el
parpadeante latir de nuevo en mi corazón y de nuevo arrancó el aliento de mis
pulmones. Sumergiéndome en los modernos edificios pequeños, comencé a
preguntarme si esto era sólo un sueño, más como un producto dejado por mi mente
fuertemente sedada.
Un alto hombre delgado y pelirrojo, de pronto se dio cuenta de mi llegada y corrió
hacia mi auto estacionado con una sonrisa pegada en su cara. Él no podría haber sido
mucho mayor que yo, pero al instante parecía actuar años más joven. Estaba saltando
por la colina, con las piernas peligrosamente enredadas mientras se tropezaba
ligeramente, recuperando la compostura torpemente antes de continuar hacia mí.
Llevaba una verde camisa a cuadros de manga corta, un par de pantalones cortos de
excursión comunes y corrientes, y botas de Columbia.
Respiró fuertemente mientras colocaba sus dos manos en la ventana y se arrodillaba al
nivel de mis ojos, cerrando su mirada en la mía. ―¿Recién llegada? ―preguntó
alegremente.
Lo miré con nerviosismo y el miedo de pronto se apoderó de mi estómago. ―Sí ―me
las arreglé para rechinar.
Sus ojos eran de un azul claro como los míos, pero llenos de vida y felicidad. ―Genial
―hizo una pausa, extendiendo la mano bruscamente hacia mí a través de mi
ventana―, Soy Scott.
Me quedé mirando fijamente su mano por un momento, por lo cual mi sorpresa
disminuyó hasta alcanzar a comprender. Estrechándola con suavidad, di una suave
sacudida.
Scott la apartó tan rápido como la había extendido hacia adelante, imperturbable ante
mi personalidad reticente.
―Bueno, de veras que es genial conocerte. ¿Te gustaría que te ayudara un poco con
tus cosas?
Abrió la puerta de mi coche y yo me estremecí, ya que la abrió con mucha fuerza.
―Em… ―procesé la información tan rápido como pude―. Desde luego. Eso sería
genial ―dije saliendo del vehículo―. Gracias ―añadí mientras sonreía tan
tímidamente como era capaz.
Él estaba allí de pie, con las manos a las caderas, mirando como un perro listo para
que le lanzaran un hueso.
―¿Y cómo te llamas?
Tan pronto como me aparté saltó hacia adelante, estirándose hacia el asiento de atrás y
cargando sus brazos flacos con mis tres mochilas algo pequeñas, los materiales de los
que estaba hecha toda mi vida.
―Yo, esto… ―tartamudeé un poco―. Me llamo Estella ―logré decir finalmente
mientras el tiempo quedaba parado a mi alrededor. Mis medicamentos siempre me
hacían pensar despacio, como luchando contra la niebla de la información que
siempre nublaba mis reflexiones.
―Muy bien, Estella ―sacó una hoja de su bolsillo como buenamente pudo con los
brazos llenos, luchando por llevársela a los ojos―. Parece ser que tienes tu propia
cabaña ―abrió los ojos con entusiasmo como si la cabaña fuera suya.
Asentí. Había hecho unos cuantos turnos extra en la pescadería del Mercado para que
así fuera. No estaba dispuesta a dormir en la litera de un dormitorio colectivo de
nuevo, como había sucedido la mayor parte de mi vida.
―Bien ―me sonrió con dulzura―. Acompáñame.
―Gracias. ―Cogí mi mochila del asiento delantero y me apresuré a seguir la marcha.
―Oye, Estella…
―Oh, puedes llamarme Elle ―le corregí con rapidez.
Volvió la vista hacia atrás mientras yo le seguía.
―De acuerdo. Entonces… Elle, ¿qué te ha traído hasta aquí?
Le miré con extrañeza. ¿Por qué otra cosa podría estar allí?
―Por el máster ―dije en voz baja.
―Oh, ¿de veras? ―me miró de nuevo, esta vez analizando mi rostro más de cerca―.
¿No eres un poco joven para un máster?
Me encogí de hombros, mirándome nerviosamente los pies, que luchaban por
mantener el ritmo.
―Me saqué el título cuando era joven.
―¿De veras? ―sonaba sorprendido.
―Bueno ―estaba avergonzada y mis mejillas empezaron a sonrojarse―, es sólo eso,
fue fácil ―hice una pausa, respirando con dificultad a medida que pasábamos bajo un
enorme pino que tenía una gruesa capa de hojas en el suelo―. No lo encontré muy
difícil. Y tenía mucho tiempo libre.
Sus ojos me sonrieron.
―Estoy impresionado. Yo también estoy en ese curso, pero no soy tan joven como tú,
tengo veintiuno. Las cosas me fueron bien en secundaria ―me observaba con
curiosidad―. Supongo que vamos a tener las mismas clases. No hay mucha gente aquí.
Asentí, pensando en el hecho de que era así como yo quería que fuera: algo tranquilo y
apartado. Al doblar el camino vi al fin una pequeña cabaña encaramada en la colina.
―Bien, ésta será la tuya.
Nos aproximamos con rapidez, subiendo al porche mientras nuestras botas hacían eco
con fuerza.
Dejó caer una mochila al suelo para abrir la puerta y me di cuenta de que no había
cerradura.
―Dejaré tus cosas aquí en la esquina. ¿Te parece bien?
Asentí de nuevo.
―Sí. Gracias, Scott.
Extendió su mano hacia mí otra vez y con la misma chispa de energía en su cara:
―Bueno, encantado de conocerte, Elle ―seguía sin mostrarse sorprendido por mi
comportamiento distante―. Supongo que te veré mañana en clase.
Le estreché la mano con suavidad y traté de devolverle la sonrisa; sin embargo, nunca
era capaz de conseguirlo.
―Sí, desde luego. Gracias otra vez.
Cerré la puerta tras él mientras bajaba la colina con cierta torpeza. Al echar un vistazo
alrededor de la pequeña cabaña cuadrada me complació ver que había mucho más de
lo que había imaginado al principio. Tenía mi propio cuarto de baño, una ducha
pequeña y una cocina con una nevera pequeña. Mi cama era grande, la más grande
que había tenido nunca, y empecé a sentirme algo mimada.
Cogí mi mochila y saqué el grueso sobre que Heidi me había dado y lo deslicé en el
interior de la grieta donde la nevera pegaba con la despensa, pensando que lo dejaría
allí en caso de emergencia. Di una vuelta al perímetro interior de la cabaña poco a
poco, inspeccionando cada centímetro cuadrado de mi inversión y subiendo las
persianas mientras caminaba para así dejar entrar la luz.
Por último, me senté en la cama y cogí una de mis mochilas. Saqué de su interior una
pequeña pila de diarios de piel de topo y los coloqué en el estante de encima de mi
cama. Había empezado a documentar mi vida el mismo día en que empecé a escribir.
Me aliviaba el ser capaz de sacarlo todo fuera, manteniendo mi alma abierta a la
felicidad, aunque ésta nunca aparecía.
Estella,
Eres preciosa y me duele tener que abandonarte, pero algún día encontrarás la belleza
que buscas en lo más oscuro de tu alma. Ahora estás segura.
E
l sol se filtraba por las persianas mientras me despertaba en el silencio.
Mi sueño agitado me dejó aturdida y confundida mientras buscaba mi
medicación en la mesita de noche. Al poner una mano en mi cabeza,
ésta empezó a dolerme profundamente y sentí náuseas de repente. Me sorprendió lo
silenciosa que fue la noche, acostumbrada como estaba al ruido de la ciudad. Sabía
que al final me iba a gustar mucho, pero el período de transición estaba siendo un
poco difícil.
Agarré el picaporte y abrí la puerta con fuerza, y el súbito rayo de luz me cegó. Luché
por aclimatar mi vista a la luz, protegiendo los ojos con mi mano, hasta que mi mirada
finalmente aterrizó en mi visitante. No me sorprendió ver a un Scott desgarbado
delante de mí, sonriendo de la misma manera que lo hizo ayer.
―¡Hey! ¿Qué hay, Elle? ―hizo una pausa mientras echaba un vistazo a mi ropa
arrugada―. Espero no haberte despertado…
Todavía estaba un poco aturdida por la repentina explosión de luz, así que me limité a
mover la cabeza.
Mis labios estaban fruncidos, y debía parecer molesta.
La sonrisa de Scott titubeó. ―Ahora iba a ir a por algo de comer antes de clase
―señaló el edificio al pie de la colina―. Pensé que al ser nueva aquí te gustaría tener
un guía. ―Se encogió de hombros con torpeza.
Tragué saliva. Aún estaba demasiado cansada como para poder sonreír.
―Desde luego ―dije en voz baja, maldiciéndome por mi falta de confianza―, me
muero de hambre. ―Mi cara estaba en permanente estado de shock, así que la gente
por lo general solía evitarme, pero Scott no.
Saqué del todo mi pelo largo que aún estaba dentro de la camiseta mientras cogía mi
mochila. Tras echar un último vistazo a la cabaña cerré discretamente la puerta a mi
espalda. Cogí las botas del porche, me senté en el borde para ponérmelas mientras
Scott me esperaba en el camino, silbando suavemente y observando las ramas de un
árbol de hoja perenne de gran tamaño. No conseguía entenderle del todo. Era tan
imperturbable, tan distraído ante mi extraña manera de ser.
Finalmente me levanté, alisé la camiseta azul marino térmica sobre mis vaqueros y me
detuve un momento para pensar. Al inspirar profundamente reuní todo el valor que
tenía y salí del porche hacia Scott.
―Muy bien ―me detuve a unos metros de él y fijó su atención en mí―, ya estoy lista.
Scott sonrió de nuevo. ― Genial ―se unió a mí―. La comida de aquí te va a
encantar, te lo prometo. ―Intentó guiñar un ojo, pero aquello pareció más bien un tic.
Caminamos hacia el pie de la colina mientras me iba familiarizando con mi nuevo
entorno. Había cinco edificios a la vista y observé con atención cada uno de ellos,
deseosa de encontrar mi lugar allí. Las estructuras parecían limpias y modernas,
integradas en su entorno de tal manera que apenas un poco de suciedad lo alteraba.
Los armazones de viga gruesa parecían mucho más fuertes de lo necesario, como
también las ventanas. Sabía que los inviernos aquí eran largos y rigurosos y que la capa
de nieve era tan grande que la mayoría de los árboles, incluso ahora, a finales del
verano, seguían tristemente inclinados.
Scott, al darse cuenta de la mirada de curiosidad en mi rostro, empezó a decir:
―Aquello de allí es el laboratorio de aves y vida silvestre ―señaló a la izquierda a lo
lejos, hacia el pie de la colina―. Esa será hoy nuestra segunda clase.
―¿Aves? ―pregunté extrañada.
―Sí ―carraspeó―, son una parte muy importante de este ecosistema. ―Me miró
con ojos muy abiertos y convincentes―. Y si miras allá abajo ―señaló hacia la
derecha―, eso es el invernadero.
Abrí los ojos con interés. ―Eso es lo más parecido a lo que me gusta.
Scott me miró con una amplia mirada llena de sentido en el rostro. ―Y más allá de
aquel grupo está el laboratorio astrológico, el laboratorio de agua, y la incubadora.
Asentí. A pesar de que me sentía nerviosa estando con gente, estuve agradecida de
tener a Scott, aunque me sintiera un poco incómoda durante la conversación. Nunca
se me había dado bien tener amigos, o tan siquiera empezar una amistad. Mi espíritu
estaba demasiado deprimido como para relacionarme y la mayoría de la gente
confundía mi silencio con arrogancia. Siempre había pensado que al menos era
razonablemente atractiva, de ojos de azul cristal y piel de suave porcelana, pero la
apariencia no lo es todo y aun así la gente me miraba como si fuera un monstruo.
La grava crujía bajo nuestros pies al llegar a la cafetería. La entrada principal tenía dos
grandes vigas a ambos lados y las paredes eran en su mayoría de cristal, permitiendo
que la luz bañara el interior. Mi piel brillaba en un tono blanco lechoso, en contraste
con los otros estudiantes y visitantes que llenaban la sala.
Lógicamente habían pasado la mayor parte de sus vidas al aire libre mientras que yo
estuve siempre protegida a la sombra de la ciudad, como prisionera de mi propia
mente.
Caminamos hacia el mostrador y cogí una bandeja. Había montones de moras frescas
y pan de grano y boles y más boles de lo que deduje que sería muesli. Sentí arcadas al
verlo. Odiaba el muesli más que nada. Me conformé con un panecillo integral. Lo cogí
de la cesta y lo coloqué en mi bandeja. Abrí los ojos como platos cuando vi que Scott
llenaba su bandeja de frutas del bosque, tofu y huevos revueltos.
―Nunca tengo suficiente ―Scott puso otra cucharada de huevos en la ya
peligrosamente tambaleante pila y después cogió los cubiertos.
Lo seguí hasta una mesa en una esquina apartada y me senté donde el sol calentaba mi
espalda.
―¿Y qué te trajo a este lugar? ―pregunté, mirándole con curiosidad mientras hacía lo
posible por resultar sociable.
Scott me miró por encima de sus gafas con la boca llena de arándanos y los dientes
manchados de manera grotesca. ―Mi madre es investigadora medioambiental ―hizo
una pausa mientras se limpiaba el jugo de la barbilla que chorreaba de su boca
abierta―. Ahora mismo se encuentra en los bosques de Alaska, pero estará de regreso
en unos seis meses. Siempre ha sido mi fuente de inspiración.
Asentí mientras mordisqueaba mi panecillo. Mi apetito había disminuido un poco.
―Eso es muy bonito. ―Sentí cómo mi interior se hundía en el pensamiento profundo
de lo que debía ser tener una madre.
Scott tragó unos cuantos huevos. ―¿Y en tu caso? Pareces estar muy pensativa.
Me miraba con curiosidad.
Estuve pensando por un momento, tratando de encontrar las palabras adecuadas que
no le hicieran salir corriendo.
―Bueno… ―empujé con el dedo un granito de azúcar fuera de la mesa―, yo soy
huérfana ―le miré a la cara pero no conseguí ver ninguna reacción especial―, y
siempre he tenido esa cosa con las plantas, con la naturaleza ―solté rápidamente.
Me miró suavemente, con apenas una pequeña punzada de confusión en su rostro.
―¿Qué cosa? ¿Algo como un affair? ―me sonrió burlonamente.
Fingí una sonrisa y bajé los ojos, encontrando su versión del sarcasmo un poco sádica.
―No, no es eso ―me quité nerviosamente la servilleta―, sino algo maternal. Las
plantas… ―Hice una pausa tratando de ver cómo podría explicarlo sin sonar como
una loca de remate―, me quieren. Reaccionan incluso cuando no me hago cargo de
ellas. No importa lo que haga, siempre florecen bajo mi cuidado. ―Contuve la
respiración después de decirlo. Siempre había sido un extraño talento mío, desde
luego que no era algo que una chica normal pudiera hacer.
Me miró y pude ver que lo había entendido.
―La Madre Naturaleza, ¿no es eso? ―dejó escapar una risita.
Entorné los ojos y dejé escapar el oxígeno de mis pulmones de alivio.
―Así que eres una amante de los árboles ―me miraba examinándome―. Tenemos
dos tipos de aquí: los activistas de los animales y los amantes de los árboles
―masticaba mientras me señalaba con el tenedor―. Y tú eres una amante de los
árboles.
Bajé la mirada, sintiéndome algo herida y bastante molesta. Yo no era una hippy,
desde luego que no. Yo nunca había reciclado obsesivamente o había comido muesli y
yogur. Yo sabía que lo que sentía era una pasión diferente, una verdadera pasión, no
un medio para integrarme.
Scott se dio cuenta de mi expresión de dolor
―¡Oh, lo siento! ―parecía afectado―. No quería ofenderte ―se rió nerviosamente.
Lo miré. ―Oh, no Scott, no te preocupes que no lo has hecho ―me sentí mal por él,
pues realmente estaba intentando conocerme―. En realidad no tengo sentimientos.
Bueno al menos ningún otro sentimiento más que el dolor, así que no te sientas mal.
Una vez más, me lanzó la misma mirada densa y confundida y pude ver que él y yo
íbamos a ser grandes amigos. No parecía entenderme, y eso era bueno.
―Bueno, bien… ―Tenía de nuevo una sonrisa burbujeante pegada a su cara pecosa y
sus gafas manchadas con el jugo de arándano que sujetaba por la montura para
reajustarlas a su delgada nariz.
Terminaba su plato por completo mientras yo metía el bollo en mi mochila para más
tarde, pues sentía una pérdida aguda de apetito después de la deprimente conversación
y también por el hecho de que tenía que verlo comer. Scott cogió también mi bandeja
mientras se ponía de pie, y las tiró fríamente en una papelera cercana mientras
abandonábamos el edificio.
―Bueno, parece que vamos a la pecera ―me miró y sus ojos se llenaron de
excitación―. Es mi clase favorita.
Era un día soleado, el clima de verano estaba a punto de convertirse en otoño, pero
aún hacía algo de calor. Lo seguí por la colina hasta el lago azul cristalino mientras él
saltaba delante de mí. El edificio era viejo y el agua estaba sucia como una casa de
botes antigua y ocupaba todo el muelle, de unos veinticinco metros de largo. Una vez
dentro, me di cuenta de cómo su forma reflejaba su función. Enfrente había un largo
tanque dividido en segmentos que se extendía hasta la mitad de la sala, cada uno de los
segmentos tenía una docena de peces, divididos en función de su edad y tamaño
relativo.
Scott corrió como un niño al borde del tanque y miró hacia el profundo interior:
―Hey, Elle, acércate a ver.
Me acerqué con cautela al tanque: los peces nunca fueron de mis favoritos. Cada vez
que me iba a cualquier lago u océano ellos me mordisqueaban los pies como si yo
fuera un pedazo gigante de maravilloso pan flotante.
Miré hacia la profundidad del agua turquesa de múltiples brillos y vi cómo los peces de
verde perlado cambiaban de dirección en sus sombríos límites.
―¡Hey, mira! ―Scott señaló el pez que ahora estaba haciendo círculos ansiosamente
delante de mí―. Le gustas.
Suspiré mientras veía al pez luchar intentando todo lo posible para estar más cerca de
mí de cualquier manera posible. Sentí lástima por el pobre, un renacuajo, atrapado en
una caja de cristal para el resto de su vida. Levanté nerviosa mi mano temblorosa,
viendo cómo se mecía lentamente sobre el agua en mi reflejo ondulado. Vi cómo la
trucha nadaba en la sombra, buscando el refugio que estaba creando para ella mientras
mi mano se giraba sobre el agua.
Scott miraba admirado y observé su expresión de asombro por el rabillo del ojo.
Rápidamente, metí mi mano en el bolsillo con la sensación de que mi pálida piel se
ruborizaba de forma espectacular.
―¿Cómo hiciste eso? ―Scott vino a mi lado, viendo que el pez que antes estaba
ansioso ahora nadaba con tranquilidad, y se puso lo más cerca posible de mí―. Él
estaba como siguiéndote…
Me encogí de hombros. ―Eso es lo que estaba diciendo. Ellos me aman. ―Me sentía
como un bicho raro y esperaba que me mandara a paseo, me llamara bicho raro y
nunca más volviera a hablar conmigo.
―Bueno ―me sonrió tontamente―. Pues me parece que lo hacen ―se encogió de
hombros.
Lo miré con incredulidad. ¿Cómo era posible que después de tanto tiempo en mi vida
Scott me sorprendiera? Su denso comportamiento y su personalidad inconsciente
nunca sobrevivirían en la ciudad: se lo comerían vivo. Finalmente, la sala se llenó de
estudiantes. Cada uno de ellos me miraba con curiosidad y desaprobación y yo me
deslicé silenciosamente hacia la parte de atrás.
Unos minutos más tarde, una profesora desaliñada y de pelo rizado entró en la sala y
comenzó a hablar repentinamente, con voz horriblemente ceceante.
―Los peces son nuestros amigos ―decía apasionada con voz zumbona, y me di
cuenta de que esto iba durar una hora.
Observé a Scott mientras miraba sin cesar hacia el frente, alerta en su amor por la vida
marina. Muy pronto, mis ojos se posaron en los demás estudiantes. Ocupaban la sala
personas de todas las edades, cada uno más simple que el anterior. Me sentía como si
tuviera una flecha gigante apuntando directamente hacia mí, lo único que no encajaba
pero, por otra parte, ¿cuándo había pertenecido yo alguna vez a algo? Mi cabello rubio
contrastaba con el color oscuro de la gente que me rodeaba, y en un momento me di
cuenta de que la profesora me miraba, con el rostro casi en estado de trance.
Al final de la clase, Scott se volvió hacia mí con entusiasmo. ―Ha sido increíble
―exclamó, echando su mochila al hombro. La felicidad brotaba en él como una
herida abierta y profunda, y deseé saber lo que se sentía.
Lo miré con tristeza, no queriendo arruinarle el momento. ―Sí, desde luego. ― Mi
voz era muy sarcástica y esperé que no se diera cuenta de mi actitud tan poco
convincente. Por suerte no lo hizo.
―Bueno, Elle, es la hora de las aves ―me dio un codazo con sarcasmo―. Pronto
llegaremos a las plantas, así que no te preocupes. ―Me guiñó un ojo y me agarró del
brazo mientras me llevaba hacia la puerta de vuelta al sendero de grava.
Caminamos en silencio hacia el laboratorio de aves y vida silvestre mientras empezaba
a dudar de mi presencia allí, pues seguramente que nadie me iba a tomar en serio.
Scott no se daba cuenta del hecho de que mis extrañas habilidades no eran solo con las
plantas. Era con toda la naturaleza. Tendía más hacia las plantas debido a que la fuerza
extraordinaria que tenía para ellas era segura. Con los animales nunca se sabía lo que
iba a ocurrir. Los bulldogs eran los peores. No porque quisieran hacerme daño, sino
porque su baba era asquerosa.
Scott tiró de la pesada puerta del laboratorio abierto y entramos en la clase de color
blanco hueso. Los estudiantes se relacionaban de manera informal mientras vagaban
de mesa en mesa. Seguí a Scott hasta una mesa en la parte de atrás y nos sentamos en
los altos taburetes. Observé su rostro con cuidado mientras estaba allí sentado,
contento y preparado, y me pregunté por qué no tendría más amigos.
Echando un vistazo alrededor de la sala me di cuenta de que todas las ventanas tenían
rejillas y supuse que era para evitar que las aves salieran volando. En el extremo
izquierdo había un gran recinto semejante a un acuario que se extendía desde el suelo
hasta el techo, y en el interior vi una ardilla que se movía lentamente entre las ramas de
su limitado hábitat. Había seis filas de mesas, todas lo suficientemente grandes como
para contener de dos a cuatro estudiantes.
―Clase ―dijo el profesor con voz atronadora. Él aún no me había visto y rezaba
porque no lo hiciera―, el halcón pardo es un depredador feroz.
Observé que la ardilla en el tanque saltó de su rama y se escabulló dentro de una casita
en la esquina mientras las gotas de sudor se acumulaban en mi frente.
El profesor de repente se quedó inmóvil, examinando la clase con sus ojos oscuros que
repentinamente tomaron una luz nueva, casi siniestra. Su boca se frunció en un gesto
de ira y resoplaba por la nariz. El halcón suavemente se sentó en su brazo,
imperturbable ante la repentina interrupción mental de su portador. Cuando sus ojos
se posaban en cada estudiante, los vi retorcerse incómodamente en sus taburetes.
De repente, sus ojos se encontraron con los míos e inesperadamente todo mi cuerpo
se debilitó. Sentí un hormigueo por todos mis miembros como si alguien estuviera
filtrando arena por mis venas. Al colocar las manos sobre la mesa para evitar
desmayarme, el mundo que me rodeaba pareció disiparse poco a poco mientras sentía
que él tiraba de mí.
Sus ojos ardían aún más oscuros ahora, hipnotizándome de puro terror. Por mucho
que lo intentara, no podía apartar la mirada de su rostro perfecto. Su mirada era cada
vez más difícil de soportar mientras empezaba a sudar más profundamente. Era como
si pasara una eternidad mientras nos mirábamos el uno al otro, y mi mente se iba
volviendo borrascosamente oscura.
Sus cejas se enredaban aún más, las líneas de su rostro realizaban cortes severos en su
piel blanca angelical. Cuando apartó la mirada, respiraba suavemente y con dificultad,
y el mundo que me rodeaba volvía con una oleada de calor. Me froté el cuello como si
me hubieran estado estrangulando, pues lo encontraba extrañamente irritado.
―Elle. ―Scott me susurraba desesperado―, ¿estás bien? ―Su garganta sonaba seca y
la voz quebradiza.
― Sí… ―Respiraba pesadamente, recuperando toda compostura de que era capaz y
reuniendo una valentía que nunca antes había conocido.
El profesor se tambaleó hacia su escritorio, mirando al otro lado de la clase para
ocultar su expresión vacilante.
Su lenguaje corporal parecía como sí… como en mi caso, como si estuviera teniendo
problemas para recuperar la compostura. Observé con atención mientras apoyaba un
fuerte brazo contra el escritorio de caoba; el halcón continuaba sentado con seguridad,
sin cambios en su actitud hacia la clase. Lentamente, el profesor se volvió hacia atrás y
el ardor de mi pecho se calmó, y me fijé que estaba repentinamente sereno.
bíceps. Cerré los ojos lamentándolo, y sentí el hueso moldeándose bajo mi tacto y
rápidamente quedó curado. Mi estómago se agitaba dolorosamente, mis nervios
aplastaban mi confianza como una roca. Este incidente absurdo seguramente me
garantizaba mi billete de regreso a casa.
Miré al profesor tímidamente, rogándole que no lo dijera. Él asintió con la cabeza, su
mirada hambrienta estaba quieta sobre mi mano mientras yo seguía masajeando el ala
del halcón con suavidad. De repente, el halcón chasqueó la lengua y las plumas del
cuello se curvaron mientras saltaba lejos de mí, reposicionando sus alas contra su
cuerpo marrón y suave, como si no hubieran sufrido ningún daño.
Miré al profesor mientras que él me miraba con una máscara solemne. Se quedó allí
por un breve momento mientras el halcón regresaba a su posición privilegiada en el
brazo y sus plumas se inflaban de felicidad, y los ojos destellaban alegres.
Con la misma fiereza con la que había llegado, el profesor giró sobre sus talones y se
marchó de vuelta por el pasillo.
―Eso es todo por hoy ―exclamó con un tono de voz amenazante cuando salió a toda
prisa por la misma puerta que había entrado, sin decir palabra o dar alguna
explicación.
Mi respiración se recompuso mientras sentía que mis pulmones volvían a inflarse y la
niebla de mi mente se despejaba. Todo fue borroso: la forma en que me había mirado,
la forma en que el halcón había sabido algo de mí. Scott puso una mano en mi espalda
para apoyarme cuando de repente me sentí débil, y puse los ojos en blanco mientras la
habitación quedaba a oscuras.
C
uando me desperté me di cuenta que estaba en un edificio nuevo. El
techo estaba hecho de madera y el aire estaba fresco y oscuro.
―Oh, eso es señorita ―un acento británico me despertó―. Va estar
bien. Sólo fue un ataque de ansiedad, me temo. ―La dueña de la voz apretó una fría y
húmeda toalla en mi cabeza.
Scott se apresuró a mi lado, agarrando uno de mis brazos y apoyándome contra él.
Pude ver en sus ojos cómo mi peso se inclinó de su lado y me estremeció que pensara
equivocadamente y estuviera engañándolo. Sabía que había una razón por la que él me
soportaba, pensaba que yo era linda.
Nos dirigimos lentamente fuera al sol donde Scott se dirigió hacia mi cabaña.
―Oh, espera ―sacudí la cabeza en desafío, mi peso muerto deteniéndome en el
camino―, Scott, debemos volver a clase. ―Lo miré, alarmada por haber perdido mi
primer día de clase.
Scott me miró patéticamente.
―Has estado fuera por un tiempo. La clase ya casi se termina ―me miró extrañado,
como preguntándose si de veras estaba del todo bien¯. Voy a llevarte a tu habitación,
¿tal vez quieras un poco de comida?
Suspiré, enojada porque me dejara tan vulnerable. Ya era bastante malo que fuera la
más joven en mi programa, ahora parecía la más débil también. A mitad de la colina,
estratégicamente me encogí de hombros para que Scott me soltara, haciéndole saber
que no tenía que aferrarse a mí con tanta fuerza.
―Entonces ―lo miré mientras mis pasos vacilaron al no tener que utilizarlo como
muleta―. ¿Qué tiene de malo el profesor Edgar?
Scott se rió mientras me miraba.
―Es un desgraciado, eso es seguro. ―Sus cejas se alzaron y su voz se llenó de
desprecio.
Pensé en cómo la mirada del profesor parecía quemar directamente en mi pecho, lo
rápido que mi corazón había corrido, como si yo estuviera en grave peligro. Era
extraño que aunque mi cuerpo había reaccionado como si estuviera en peligro, mi
mente no había estado tan asustada como hubiera pensado. Fue como si me hubiera
embriagado la sensación de algo seguro, como un depredador hace con su presa.
―Él lleva aquí un tiempo, supongo ―continuó―. Pero es difícil saber cuánto tiempo,
no creo que la gente nunca lo haya notado, es una especie de…
―¿Joven? ―interrumpí, mi voz sonando un poco sarcástica.
―Pues sí, él es muy joven. ―Scott se encogió de hombros, teniendo en cuenta las
matemáticas y cada vez más perplejo.
―Pero como dije, una persona muy extraña.
―No puede ser mayor de veinte años. ―Todavía no podía olvidar su bonito rostro
juvenil―. Quiero decir, tengo sólo dieciocho años, ¿tal vez se convirtió en profesor a
los dieciocho años también? ―aventuré.
―Bueno, esa es la cosa. Él ha estado aquí más tiempo que eso y de cualquier
manera... ―se detuvo al llegar al árbol de hojas perennes y grandes fuera de la
cabaña―. Yo trataría de no indagar demasiado acerca de él. Viste lo que sucede. ―me
miró con complicidad.
Asentí gravemente, los ojos del profesor flotando en mi memoria.
―Entonces, ¿Cómo fue? ―bajó la mirada hacia el camino―, quiero decir, ¿qué
paso? Fue tan raro.
Me miró con los ojos muy abiertos, su cuerpo temblando en suspenso,
―Todo el mundo está un poco curioso…
Arrugué la nariz mientras pensaba.
―Bueno ―traté de nadar a través de mi memoria, pero cuanto más trataba de
recordar, más me parecía que olvidaba―, supongo que no estoy segura. ―Quería
mantener todo en secreto, por lo menos hasta que pudiera entenderme a mí misma―.
Supongo que fue un ataque de ansiedad ―hice una pausa para crear una excusa más
creíble―. Quiero decir, no es que yo sea la más valiente y sociable del grupo, no me
sorprende haberme desmayado.
Scott me miró desconcertado, al parecer había creído en mi teoría. Se encogió de
hombros
―Bueno ―me dio unas palmaditas con torpeza en el hombro―, ve a acostarte un
rato, voy a ir a buscar algo de comida.
Asentí mientras echaba a andar por la colina y me dirigí poco a poco hacia el porche,
quitándome las botas y dejándolas afuera. Entré a mi cabaña y me di cuenta de que
nada había cambiado, el hecho de que no hubiera cerraduras en las puertas me
molestó. Me fui a mi cama y me acurruqué instintivamente bajo las sábanas, tirando de
ellas hasta la barbilla y ocultándome lejos del mundo.
Mis ojos estaban pesados y los latidos en mi cabeza eran insoportables. Cerré los ojos
al dolor y antes de darme cuenta, mi mente estaba oscura, y estaba soñando.
La negrura de pronto dio paso a la luz, como si alguien hubiera cambiado las
habitaciones de mi mente. El mismo salón nebuloso se presentó ante mí mientras el
humo se arremolinaba afuera. Miré a mí alrededor con cautela, pero no había
estudiantes y estaba sola, sudando profusamente mientras estaba allí sin vida.
Los mostradores de un blanco brillante se extendían ante mí y me di cuenta que una
sensación de calma envolvió mi corazón vacío. De repente, algo negro llamó mi
atención, ya que saltó entre los mostradores. Salté, poco a poco bajé la mirada a ras de
suelo mientras mi frecuencia cardíaca se mantenía normal.
Mi mente curiosa me hizo una señal para que saliera del taburete, agachándome en el
suelo, arrollando a la defensiva. Mientras me abría paso entre las filas, con cuidado en
cada pasillo, mi ritmo cardíaco se aceleró, finalmente, diciéndome que estaba
acercándome más a lo que estaba allí. En cuanto doblé la esquina hacia el frente, un
estridente ―graznido‖ me agarró con la guardia baja y miré bajó la mesa en el extremo
derecho de la sala, mi cuerpo cayó duramente en el suelo y mis ojos se llenaron con
horror.
Allí, de pie encima de mí en el mostrador había un cuervo negro de gran tamaño, sus
ojos brillando como un ópalo azul medianoche y con destellos de luces. Se me quedó
mirando durante mucho tiempo, su cuerpo liso como la piedra. Mi pecho me dolía
horrores mientras me agarraba con agonía. De pronto, el cuervo negro grande
desplegó sus alas amenazadoramente y dejó escapar otro chillón ―graznido‖, se lanzó
de la mesa y en línea recta hacia mi cara. Rápidamente protegí mis ojos, tratando de
gritar mientras el dolor en mi pecho ahogaba la voz de mi garganta.
Me desperté gritando mientras Scott corría desde la puerta, dejando caer un plato de
comida al suelo y yendo a mi lado.
―¿Elle? ―Estaba respirando frenéticamente, agitando suavemente con sus manos mis
hombros y llamándome para calmarme―. Elle, ¿estás bien? ―sus ojos me miraban
muy abiertos mientras yo le miraba a él. Respiraba pesadamente, tenía una capa de
sudor en la frente y mi garganta estaba dolorosamente seca.
―Elle, está bien, estás bien, creo que estabas soñando. ―Me miró por un momento
mientras mi respiración se calmaba, mis mantas brutalmente enredadas a mi alrededor.
―Lo siento ―me estremecí nerviosamente―, era sólo una pesadilla. ―Los ojos del
cuervo quemaban todavía en mi memoria, brillaban intensamente con poder.
―Creo que te golpeaste la cabeza muy duro cuando te caíste contra esa silla.
―Se arrodilló a toda prisa en el suelo, para recoger con cautela el plato y salvar lo que
pudo para llevármelo―. Aquí ―lo puso en mi regazo―, siento esto.
Me senté recargándome en la cabecera y sonreí en agradecimiento, mirando hacía su
sonrisa patética mientras él me miraba con diligente cuidado.
―¿Quieres que me quede contigo? ―preguntó. Su voz estaba llena de esperanza y vi
el entusiasmo de sus ojos.
La culpa de pronto se apoderó de mí, yo no lo quería así, ni siquiera un poco. En todo
caso, le compadecía por querer ser mi amigo y lo deprimente que debía ser para él.
―No ―mordí un pedazo de pollo con gratitud―. Voy a estar bien. No tienes que
cuidar de mí.
―¿Está segura? ―pude ver que estaba decepcionado―. No me importaría.
Pensé en su madre y lo mucho que extrañaría el poder cuidar de ella.
Forcé otra sonrisa vacía,
―Sí, estoy segura, y voy a estar bien. ―No estaba asustada por mi sueño, más bien
perpleja e intrigada.
―De acuerdo, así que supongo que me tengo que ir, esta noche es noche de rock en
el club. Te invitaría, pero teniendo en cuenta tu condición creo que es mejor que
descanses. Te invitaré más adelante. ―Parecía satisfecho con el trabajo y yo asentí de
acuerdo. Se puso de pie y regresó a la puerta abierta, cerrándola detrás de él con
tristeza.
Mientras recogía la cena en ruinas, pensé en el cuervo. No tenía sentido que él me
atacara. Los animales nunca me atacaban, incluso los más peligrosos. Algo de esto no
era sólo espantoso, sino también familiar.
El rostro del profesor seguía en mis recuerdos, así como la tez blanca y los ojos
hermosos que me habían encantado tan profundamente. Era tan oscuro y tan
completamente misterioso, y era evidente su desconcertante juventud. No tenía sentido
que fuese tan joven. Además de su aspecto sobrenatural, había algo que me atraía hacia
él, haciéndole señas a mi corazón por más que yo sentía que no lo conocía. Dejé el
plato en la mesa de noche poniéndome de pie y caminé hacia la ventana mientras el
atardecer se iba y las estrellas pronto llegarían. Miré hacia el laboratorio de aves con
curiosidad, pero para mi desilusión todo estaba oscuro.
Poco a poco, agarré la manija de la puerta, girando con cuidado cuando se abrió al
mundo. Di un paso en el porche, mis nervios estaban alterados mientras miraba a mi
P
or la mañana, me levanté con el sonido ensordecedor de los gorriones y
los petirrojos en los árboles fuera de la cabaña. Miré mi reloj,
determinando que hoy tenía más tiempo que ayer, más tiempo para
prepararme antes de que Scott inevitablemente viniera a llamarme. Levanté la cabeza
de la almohada con molestia, mis sueños se habían quedado lamentablemente en
blanco toda la noche y, a mi pesar, el cuervo no había regresado.
Me arrastré fuera de la cama y agarré los mismos pantalones vaqueros que había
llevado el día anterior, ahora un poco sucios y con olor a húmedo de mezclilla y el
pescado. Indagando más a fondo en la bolsa también tomé una camiseta térmica de un
azul profundo, que afortunadamente estaba fresca y limpia. Con el tiempo me temía
que iba a necesitar hacer algo de lavandería.
Caminando hacia el baño, me deslicé por la puerta y cerré detrás de mí y escuché el
suave chasquido de costumbre. Cogí un poco de jabón de la cuenca de la ducha y me
lavé la cara con fuerza, aunque mi piel parecía ya clara y limpia. Cepillé mi pelo, pensé
en el sorprendente poder físico del profesor. Era como un dios griego, pero sin el peso
de las habitaciones y triatlones. Era muy distinto a todos los chicos que había visto en
la secundaria y no pude dejar de reconocer el hecho de que era muy atractivo.
Mirándome en el espejo, me perdí en mis ojos azul claro. Olvidé al profesor y
comencé en cambio a preguntarme por qué nada yacía allí, detrás de algo tan hermoso
y claro. Yo había visto la vida en los ojos de Scott, la lúcida profundidad de la felicidad
y el sentimiento. La mía estaba despojada por completo de esa chispa, sustituida por la
dopada emoción de forjamiento y vacío. Finalmente alejé mi mirada mientras mis cejas
se juntaban con disgusto.
Me fui de nuevo a la sala y me acerqué a la ventana, la luz del sol entraba a chorros en
la habitación cual cuchillas afiladas. La flor púrpura en el alféizar había comenzado a
multiplicarse, dos ramitas habían surgido de la tierra húmeda, y habían empezado a
abrir sus pétalos suaves hacia la luz de la mañana. Toqué una hoja, y se abrió al
instante hacia mí. Suspiré mirando su amorosa belleza, agradecida de que al menos
ella parecía contenta con su sencilla vida.
Mientras echaba un vistazo por encima de la planta y hacia la ventana, vi a Scott
avanzando por la colina hacia mi cabaña. Volteando mis ojos, abrí la puerta y le ondeé
la mano para que viera que lo había reconocido, pensando que me encontraría con él
a mitad de camino. Me arrodillé para atarme las botas, de repente salté de nuevo en
estado de shock. Posada casualmente cerca de la planta, moviéndose por la suave
brisa, había una solitaria pluma negra. Con cautela, me moví hacia adelante, agarrando
la pluma con una mano y llevándola a mi cara. Mi respiración la ondeó a medida que
examinaba su extraña apariencia.
―¿Qué es eso? ―resopló Scott mientras se acercaba a mí.
Miré de cerca los folículos separados de la pluma perfecta, imperturbable por la
interrupción.
―Es una pluma ―dije sin expresión, mi mente nadando en reconocimiento. La torcí
con mi mano, dándome cuenta del evidente resplandor opalescente que poseía.
Scott se agarró de mi mano bruscamente mientras abría la boca del asombro. ―Una
pluma de arrendajo ―respondió con voz ronca.
Lentamente me arrodillé y cogí mis botas, mis ojos aún abiertos mientras la miraba con
impresión.
―De hecho, yo creo que es una pluma de cuervo ―le corregí astutamente.
Scott me miró confundido
―Cuervo, arrendajo. ¿Cuál es la diferencia?
Volteé mis ojos sombríamente, espabilándome de mi trance mientras se me hacía
imposible corregir su lerda afirmación por segunda vez.
―Claro, tal vez tengas razón ―le contesté.
Scott empujó la pluma de nuevo hacia mí y me encontré en el interior colocándola al
pie de la cama. Su belleza era impresionante, y la forma en que se posó encima la
hacía parecer como si fuera ingrávida. Oí a Scott silbar con impaciencia en el exterior y
rápidamente agarré la nota enmarcada de mi madre toque las palabras suavemente con
mis dedos. ――Te quiero mamá‖ ―le susurré suavemente antes de volver a instalarla
en la mesa al lado de la pluma.
Rápidamente agarré la bolsa y corrí hacia la puerta mientras Scott golpeteaba con el pie
y con las manos en los bolsillos.
―Lo siento ―susurré cuando llegué a su lado―. Sé que llegamos tarde.
Su sonrisa inocente me sugirió que no se había preocupado, pero sabía que estaba
siendo pasivo-agresivo.
Caminamos lentamente por la colina en silencio mientras yo consideraba la aparición
de la pluma y la forma en que podría estar relacionada con la pesadilla de ayer. Todo
parecía surrealista a la luz de un nuevo día y cuando nos acercamos a la cafetería estaba
ansiosa de llegar al laboratorio de las aves. Había tantas cosas que necesitaba aprender.
Hoy, Scott apiló su plato con bastante de lo que parecía ser patatas fritas con cebolla y
salsa de tofu.
En cuanto a su porción masiva hizo que mi estómago gimiera con disgusto y me
defendí del repentino impulso de vomitar. Volví a decantarme por un muffin de
salvado, pensando que sería más fácil para el estómago. A medida que nos sentamos a
la misma mesa, vi que Scott engullía cucharada tras cucharada de esa sustancia vomitiva
en su boca y me obligué a comer, a pesar de la sensación de náusea que me estaba
dando.
―Por lo tanto ―Scott miró hacia mí cuando finalmente comenzó a llenarse―.
¿Crees que podrás con todas tus clases de hoy?
Me encogí de hombros. ―Eso espero. ―Me tomé un momento para tragar mi último
bocado del muffin―. Depende de lo que el profesor Edgar me haga hacer hoy,
supongo.
Scott dejó escapar una risita amenazante. ―Tienes que entender que lo peor ya pasó,
él nunca se mete con la misma persona dos veces.
Lo miré con curiosidad.
―¿Es normal que las personas reaccionen de la manera en que lo hice? ¿Por
reaccionar en la forma en que él lo hizo? ―yo estaba buscando saber si me había visto
o si había sido simplemente idea mía que allí había alguna conexión.
Scott gruñó un poco, levantando las cejas. ―No lo sé. Seguro fue raro, pero ya que él
es raro acerca de todo, realmente no me preocuparía por él. ―Ondeó juguetonamente
la mano para restarle importancia, pero no pude.
Estaba ansiosa por pasar a la clase de piscifactoría, ansiosa de ver esos ojos de nuevo.
Llevamos nuestros platos a las tinas de limpieza y dejamos la cafetería un poco antes,
nuestros pasos en marcha directa en vez de la carrera de llegar antes. Llegamos a la sala
de piscifactoría y otra vez la habitación estaba vacía. Scott arrastró los pies a los tanques
y miró en sus profundidades. Me quedé atrás, temiendo que hubiera una repetición de
lo de ayer, finalmente Scott tendría que notar algo sobre mí que era realmente extraño.
―¡Hey, mira! ―Señaló Scott a mi tanque―. Este tanque tiene un pez que es mucho
más grande que el resto. ―su voz era chillona y molesta.
Volteé los ojos, sabiendo que era el pez que había ayudado el día de ayer. Había
crecido durante la noche como yo había sospechado que haría.
―Debe de haber saltado de uno de los tanques adyacentes ―dijo con franqueza. La
teoría de Scott era profundamente deficiente teniendo en cuenta que los tanques
adyacentes estaban llenos de peces más pequeños.
Asentí, ―Hmm... Debe ser.
Me miró con orgullo.
Podría haber al menos esperado que se diera cuenta de que todavía habían doce peces
en cada tanque. Así que, a menos que uno de ellos saltara a ese tanque específico,
mientras que otro pez de otro de los tanques en cuestión saltara al primero
milagrosamente, nada sobre su declaración sonaba auténtico. Aparté la mirada de él,
esperanzada de que no volviera a mirarme fijamente. Al fin, el resto de la clase llegó y
yo corrí lejos al fondo de la sala, incluso más lejos de los tanques, si eso era posible. El
profesor mostró los frascos que contenían diferentes clases de huevos fertilizados de
peces. Desde lejos se veían como poco menos que puntos pequeños. No me gustaba
necesariamente la idea de huevos de peces, algo tan viscoso, tan repugnante.
Eché un vistazo por las altas y estrechas ventanas de la piscifactoría hacia el pico glaciar
a través del lago. Viviendo toda mi vida en Seattle, yo todavía no había visto nieve de
verdad, al menos, no en la forma que habría deseado. El lío fangoso en la ciudad era
más una húmeda molestia en lugar de una hermosa ocurrencia. Me preguntaba a
menudo, por encima de los sonidos del tráfico, si la nieve haría un sonido. Mis ojos
recorrieron las inquietantemente brumosas nubes, mientras éstas poco a poco
rodeaban la punta de la montaña. Durante un tiempo, dejé que la tranquilidad de la
escena me envolviera.
Cerré los ojos, imaginando estar arriba en la cima, imaginando la forma en que se
sentiría ser la nube, enrollando mis brazos alrededor de la montaña con el verdadero
sentimiento del amor. Cuando abrí los ojos unos pocos minutos más tarde, volví a mi
triste realidad. Mi corazón no se había sentido de la misma manera que mi mente y
derrotada, miré miserablemente a la clase.
Los estudiantes estaban pasando los frascos por toda la clase y yo me acerqué mientras
los enviaban hacia mí. Cerré las manos en los bolsillos de mis pantalones vaqueros
mientras Scott empujó uno de esos asquerosos frascos a mi cara Apreté los labios en
mi mejor imitación de repugnancia y negué con la cabeza en rechazo. Scott se encogió
de hombros y lo pasó de nuevo hacia adelante, yo no iba a coger el huevo. Muerto o
vivo, el resultado sería terriblemente difícil de ocultar o mentir sobre él.
Después de que los frascos fueran devueltos a la parte delantera, el profesor descargó
cada uno en un tanque separado y lo puso en su escritorio. Mi conjetura, ―dado que
no había estado escuchando―, era para que viéramos el proceso de incubación
durante la semana. Tomé una respiración profunda antes de exhalar lentamente,
dándome cuenta de que había escapado por poco de esta.
La clase finalizó y la sala estalló en zumbidos de tranquilas conversaciones. Uno de los
grupos de estudiantes se reunió en la esquina donde estaban, obviamente, hablando de
mí en voz baja mientras sus ojos iban una y otra vez de mí a Scott. De inmediato
comencé a sentirme incómoda y rápidamente me moví para salir.
Scott no hizo caso de ellos mientras nos dirigíamos a la puerta, aunque mis ojos se
fijaron con cautela en sus expresiones frías.
Un resoplido salió de repente de la garganta de Scott y yo forzosamente dejé de
mirarlos fijamente.
―Bueno, iré a ver al profesor Doom ahora. ―me miró con sorna y le di un puñetazo
en el brazo molesta.
Mientras caminábamos al laboratorio por el sendero de grava, dejé que el crujiente
sonido calmara los latidos de mi corazón. No podría decir si fue finalmente sólo miedo
o ansiedad. Mientras Scott abría la puerta grande del laboratorio, mis ojos se posaron
en la escena familiar de mi sueño, pero más realista y mucho menos velada.
Tomamos nuestros mismos puestos en la última fila y me senté allí con nerviosismo,
mirando hacia abajo hacia la formica color blanco lechoso y dejé caer mi cabello en
cortinas alrededor de mi cara. Sentí los ojos de Scott posados en mí y yo sabía que
estaba preocupado. Le di unas palmaditas en la espalda con torpeza y apreté los ojos
cerrados, deseando simplemente que me dejara en paz.
Cada estudiante susurró duramente al pasar por mi lado. Miré a cada uno a los ojos,
sabiendo que mi cara podía ser tan amenazante como la del profesor. Mis pálidos
rasgos afilados eran tan fáciles de manipular, que tendría que hacerlo si yo esperaba
sonreír de vez en cuando. La puerta del frente de nuevo chilló al ser abierta y la sala
quedó tan silenciosa como una fría piedra. El profesor entró en la habitación, un
pequeño búho posado sobre su hombro en silencio, pero esta vez, mi pecho no
picaba. Lo miré con cautela mientras se paseaba con confianza hacia el frente.
Los ojos grises detrás de sus lentes de color no tenían la misma intensidad que habían
tenido y había allí algo que se sentía diferente en él, más reservado. Su rostro de
porcelana y su pelo oscuro estaban perfectamente cuidados y me pregunté cómo
alguien podía verse tan bien cuando se exponía tan poco en el aislamiento resistente de
las montañas.
―Muy bien, clase ―bramó, escaneando a cada estudiante, pero omitiendo mi mirada
esta vez―. Este es un búho manchado del norte ―continuó, levantando la pequeña
ave en el aire para que todos la vieran.
No había ni rastro de la misma oscura intensidad de ayer pero podía sentir todavía la
gravedad tirando hacia él. Se sentía como si una pequeña cadena estuviera atada a mi
pecho y me estuviera enrollando poco a poco. Me senté en el borde de mi taburete,
con los ojos curiosamente fijos en los suyos, instándole a mirarme.
―Es de la familia de los Strigidae y está clasificada como vulnerable en nuestro estado
de conservación. ―El búho volvió la cabeza con gracia, como si se desapegara de su
cuerpo, sus reflectantes ojos amarillos destellando intermitentemente con calma cual
gato en la noche―. Debido a que vive principalmente en viejos y desarrollados
bosques, debemos aprender a cuidar de él, respectivamente. ―Anduvo de un lado
para otro en la parte delantera del salón. Estaba frustrada por su repentino cambio de
actitud hacia mí, me estaba ignorando y odiaba eso. Me retorcí en mi asiento
odiosamente, tratando de hacer todo lo que pudiera para ganarme su interés.
Scott susurró desde la comisura de su boca, ―¿Estás bien Elle?
Asentí con total descaro mientras él continuaba en su posición escultural mirándome
embarazosamente.
Pasó el tiempo mientras él hablaba monótonamente de la lechuza y yo me di por
vencida. Mi entusiasmo inicial sobre el profesor, y también la condición del búho,
desafortunadamente remitió. Si él sabía algo no se lo iba a revelar a la clase, pero aún
así, sus ojos me hipnotizaron. Mientras los minutos pasaban, podía sentir como una
cadena que iba a mi pecho cada vez que enseñaba, a un nivel que casi no podía resistir.
―Y eso es todo ―bramó finalmente.
Retiré la mirada aturdida con que lo observaba mientras él se inclinaba hacia la clase,
rompiendo su dominio sobre mí. Fue como si alguien hubiera tomado un par de
tijeras y cortado la línea, un alivio repentino, como la liberación de una catapulta del
pecho.
Yo agité mi cabeza
―¿Cómo hice qué? ―pregunté con pesar, pensando como siempre lo fácil que era
convencer a la gente de que acababan de imaginarlo. Era la naturaleza humana la que
no quería admitir que estaba loca.
―No importa ―miró hacia abajo, moviendo la cabeza con incredulidad, luchando
internamente con lo que había visto o mejor dicho, no visto. Mientras el resto de la
clase llenó la sala, los lirios palidecieron en comparación con el espacio lleno de gente
y sentí una sensación de alivio. Entre todos los estudiantes, sería fácil mantener mi
secreto. Me quedé inmóvil, respirando lo más ligero posible.
El resto del día, Scott me miró con confusión. Finalmente tuve la oportunidad de
engañar su mente tan profundamente que no sabría ni donde estaba el cielo. Después
de nuestra última clase, me acerqué a mi cabaña, pero el recién encontrado silencio
fue delicioso y preocupante.
―Entonces ―su frente estaba fruncida―. ¿Quieres ir a buscar la cena o algo así?
―tenía una mirada en su cara que sugería que no estaba seguro de si estaba realmente
hambriento.
Le lancé una mirada agria. Yo quería desesperadamente volver corriendo a mi
habitación para examinar la pluma de cuervo más de cerca, así que rápidamente pensé
en una excusa.
―No... ―Abrí las manos en los bolsillos de manera arbitraria―. Todavía estoy
cansada de todo esto, sólo debería ir a acostarme.
La mirada de Scott estaba pegada al suelo.
―Oh... ―Me di cuenta de que su mente estaba todavía perpleja―. Sí, eso está
totalmente bien. ―Paramos en el sendero y me miró―. Bueno, supongo ¿vengo a
recogerte mañana?
Él sonrió con tristeza.
―Sí. ―Falseé otra sonrisa, sintiendo que lo había arruinado suficientemente por
hoy―. Sólo ven por mí en la mañana.
Esta cosa de la amistad era más fácil la segunda vez. No sabía que era tan fácil
manipular a alguien.
Poco a poco se volvió hacia la cafetería como un aturdido cachorro.
―Adiós ―lo despedí, pero pensé que no le estaba haciendo ningún bien, así que
suspiré y me volví hacia la cabaña cogiendo mi ritmo con un entusiasmo repentino.
C
orrí a la puerta, golpeándola duro detrás de mí mientras el viento había
causado que la pluma revoloteara ligeramente en el stand de la cama.
La miré con avidez mientras corría a través de la habitación, tirando mi
bolsa al suelo como ropa sucia. Sentada en el borde del colchón, llegué a encender la
lámpara mientras que el fogonazo de luz hacía que la pluma brillara tenuemente. Poco
a poco, miré la pluma permitiendo que su brillo fuera capturado por mis ojos.
Mientras hacía girar la pluma bajo la lámpara, su negra dimensión me asombró. Nunca
antes había visto algo tan radiante, tan misterioso.
―Ay. ―Grité, mirando mi dedo con alarma mientras el filo de la pluma cortaba a
través de mi piel. Examiné el final del corte, viendo que era tan afilada como una
navaja de afeitar. Con cuidado, la sostuve como a un lapicero y raspé a lo largo de la
tabla de madera mientras una astilla de madera de arce se rizaba hacia arriba. No era
sólo fuerte, sino también extremadamente resistente y jadeé con incredulidad. No se
trataba de una pluma ordinaria, era una armadura.
Parpadeé mientras me quedaba mirando un poco más, rozando suavemente las hojas a
través de mis dedos, con cuidado para evitar la punta. Mientras, trataba de aplastar las
púas negras en el centro, como un mechón delgado, al instante volvieron de vuelta a su
perfecto abanico. Lo miré de cerca, examinando el tejido y encontrándolo
completamente inalterado, como si nunca hubiera sido tocado siquiera. No importaba
la cantidad de presión que aplicara, no pude destruirla o desentrañar sus secretos.
Me recosté en la cama, preguntándome si la pluma realmente podría haber llegado
desde el cuervo en mi sueño, el pájaro amenazadoramente grande y poderoso que
había imaginado. Una ola de ansiedad subió sobre mí y suavemente coloqué la pluma
de nuevo a descansar mientras me apresuraba a cerrar los ojos en negación. Me sentía
inquieta, mientras mi mente corría más rápido de lo que nunca hacía.
Salté de la cama y agarré con impaciencia un suéter de mi bolsa que seguía tirada en el
suelo sin desempacar. Presionando mis brazos con entusiasmo a través de las mangas,
caminé hacia afuera. Caía la tarde y yo anhelaba una especie de liberación y ejercicio.
menos que cinco mariquitas se arrastraban sobre mí, sus alas rojas profundizando en
color a medida que se alimentaban de mi vida y energía.
A lo lejos, oí el canto de un pájaro mientras las voces en mi cabeza finalmente se
desvanecieron. Una extraña calma cayó sobre mí y todo lo que podía sentir era mi
respiración poco profunda y el viento soplando a través de los pastos. Me concentré en
los sonidos sutiles, encontrándolos extrañamente familiares a pesar de que en mi
memoria esta paz nunca había existido para mí. Mis manos estaban extendidas a
ambos lados de mi cuerpo y mis dedos se extendieron mientras la hierba los
entrelazaba como anillos. Mientras descansaba allí, los sonidos de la selva
inesperadamente cesaron a la nada y la quietud se convirtió en dolorosamente
soporífera. Por un momento yo estaba inmóvil mientras mi respiración empezó a
acelerarse y la opresión en mi pecho retornó. Torcí mis ojos frenéticamente, sintiendo
como si estuviera bajo el agua y de repente, algo me hizo sentar con la espalda tan recta
como una flecha.
El sonido de mi respiración se arrastró como el eco en mi cabeza y miré a mí
alrededor a la defensiva. Mis ojos inmediatamente saltaron a un objeto negro sentado
justo enfrente de mí. Allí, en el borde de las flores estaba sentado un cuervo negro de
gran tamaño. El terror de repente golpeó mi corazón con una venganza pesada
mientras me quedé inmóvil, contemplando mi próximo movimiento. Agarrando mi
pecho con dolor, me trabé en su mirada como si fuera un imán.
Mentalmente, parecía estar haciéndome preguntas, extrayendo dolorosamente de mi
cabeza mientras hurgaba en mis pensamientos en busca de respuestas. Los ojos del
cuervo y las plumas no eran como el de mi sueño, eran opacas y planas. Algo sobre el
pájaro parecía mucho más siniestro, ya que se quedó muy quieto, su cabeza girada
hacia un lado con la boca abierta, respirando con dificultad a través de su pico.
La ansiedad llenó mis miembros mientras trataba de empujar a través de la niebla en
mi cabeza. De pronto, hizo un salto abrupto más cerca de mi blindaje de flores y soltó
un estridente graznido como si estuviera enfadado por haber tratado de interrumpir su
invasión en mi cabeza. Salté, sintiendo la adrenalina pulsando dolorosamente a través
de mi pecho apretado. Desde detrás de mí venía otro penetrante graznido, y giré mi
cuello bruscamente mientras el cuervo de antes me soltó de su mirada para mirar hacia
el cielo. Estaba aterrorizada, de repente un cuervo bajó en picado hacia mí, sus garras
desnudas y sus ojos ardientes de un profundo color azul-gris, al igual que mi pesadilla.
Rápidamente, urgí a mis piernas a moverse, tuve una sensación de vértigo al ponerme
de pie cuando empecé a correr. El cuervo grande voló sobre mi cabeza y se agachó,
sintiendo el viento de sus alas que revoloteaban por mi pelo antes de bajar en picado
violentamente hacia la otra ave. Me caí a un lado en estado de shock dolorosamente
sobre mi brazo mientras mis jeans se ensuciaban con el pasto.
Mientras luchaba para levantarme, mis ojos se dirigieron hacia donde los dos cuervos
estaban luchando, gritos mortales proviniendo de ambos. El cuervo que al parecer me
había salvado brillaba como una perla negra en el sol y me quedé boquiabierta cuando
vi la furia en sus ojos brillantes. Mientras él rasguñaba ferozmente a su oponente, mi
pecho de repente se paralizó dolorosamente y aparté la mirada mientras la agonía me
doblaba en el suelo, donde luchaba por recuperar el aliento, atragantada en mi intento
de escapar. De repente, todo a mi alrededor comenzó a morir mientras todo el campo
volvió a la niebla y la oscuridad. Me arrastraba por el suelo, apretando mi pecho
mientras mis miembros se ponían rígidos y yo ya no podía ver a través de la espesa
niebla de mi mente. En la lejanía, los fuertes gritos de los cuervos cesaron
repentinamente y por un momento el silencio del campo retornó.
Oí pasos acercándose lentamente mientras estaba paralizada en el suelo. De pronto,
unos brazos fuertes me levantaron de la tierra, posicionándome con cuidado contra su
pecho. Algo en mi pecho trató de salir a la superficie bajo el dolor que apretaba, pero
no pude distinguir el sentimiento. Luché para ver quién me había agarrado, pero todo
lo que podía distinguir eran nubes oscuras cruzando detrás de mis ojos. Yo gemía
dolorosamente, sintiendo que ahora estábamos corriendo con rapidez, el sonido de
rotura de ramas y helechos al pasarlos rozando.
Entonces oí el crujido familiar del camino de grava, más pronto de lo que esperaba, y
reconocí que estábamos de regreso en la universidad. Los pasos eran más lentos ahora,
más tranquilos de lo que habían sido. Las nubes de mi mente comenzaron a disiparse
lentamente, mientras oí abrirse una puerta y sentí que mi cuerpo era colocado en una
cama blanda. En cuanto fui liberada del agarre, oí un curioso arañar mientras un
viento suave soplaba sobre mi cara y me esforcé más duro que nunca para ver lo que
había oído. Forzando a mis ojos a trabajar, pude ver nada más que destello de una
silueta oscura de algo que no podía reconocer mientras una voz familiar gritaba desde
otra habitación
― ¡Oh, señorita! ―Vi la imagen borrosa de la enfermera corriendo hacia mí―. ¿Qué
pasó?
Gemía dolorosamente, sintiendo el ardor en mi brazo con un aumento de líquido
espeso caliente que goteaba de ella como la miel. Mis movimientos comenzaron a
regresar a mí mientras mi mente era capaz de trabajar nuevamente a través de la
extraña oscura niebla
―Señorita, ¿Quién la ha traído aquí? ―podía sentir su agarre cariñoso en el brazo.
Traté de levantarme, pero su tacto firme me obligó a estar de nuevo en la cama. Mi
memoria gritó a través de mi cabeza mientras yo trabajaba para poner los hechos en
conjunto antes de que mi mente las alejara de mí. Los cuervos, pensé, y esos ojos. No
tenía una respuesta que darle, ningún indicio de quién me había salvado.
―Sólo descanse, pues. ―Dijo ella, dándose cuenta de que yo no estaba en
condiciones para responderle. Puso una toalla fría en mi cabeza mientras comenzaba a
tararear.
Me sentía agotada, y mientras mi vista regresaba me di cuenta que afuera estaba
oscuro. Me esforcé para poner los eventos en conjunto, el cuervo mate y el cuervo
brillante. ¿Por qué el otro cuervo había tratado de leer mis pensamientos? Había
tratado de tomar algo de mí, algo que ni siquiera yo sabía que tenía. Sentí que me
miraba el pecho en busca de respuestas, en busca de los cuartos oscuros en los que
había encerrado muy profundo mis secretos en mi alma.
Hice una mueca mientras la enfermera empujó con una aguja la anestesia y el dolor
disminuyó a un alivio soporífero. Escuché mientras ella seguía tatareando la canción
arrullándome y ayudando a mi cuerpo a relajarse. Oí el sonido y gentil tirón de mi piel
mientras ella cosía un profundo corte en mi codo.
―Ya está. ―Oí cortar el hilo.
Volví la cabeza, abrí los ojos para mirarla. Tenía una sonrisa en su cara regordeta
mientras me avisaba. La única luz en la sala amplió la mancha en mi brazo mientras
ella presionaba un trapo caliente a la herida. Cogió una gasa y la envolvió con fuerza
alrededor de mi brazo, la presión aliviando algo del profundo dolor.
Me dio una palmadita en el hombro con suavidad mientras colocaba una manta sobre
mí.
―Duerma. ―Susurró suavemente en mi oído.
Cerré los ojos mientras ella apagaba la lámpara y la oí caminar ligeramente fuera de la
habitación, cerrando la puerta levemente a su paso.
Mientras yacía allí para conciliar el sueño, pensé en mi madre. Ella me había mentido
al decirme que estaba a salvo, mintió en que yo podría a encontrar a mi alma. Había
algo que ella había conocido, algo que yo deseaba recordar sobre ella. Apreté los ojos
con fuerza mientras el adormecimiento mismo, deprimente adormecimiento llenó mi
corazón y me esforcé más que nunca por llorar.
M
e desperté por culpa de una sensación aguda de dolor cuando abrí
los ojos, al ver a la enfermera envolviendo mi brazo. Ella estaba
tarareando otra vez, pero esta vez el escozor fue demasiado grande
para que me calmara.
―Ahora bien ―vi que ella estaba alerta―, ¿eres capaz de recordar cómo pasó esto?
Miré mis puntos expuestos, el brazo magullado de un color morado oscuro que
contrastaba duramente contra el resto de mi piel lechosa. La herida era cerca de
quince centímetros y medio de larga, y desde la mirada de ella, muy profunda.
Hice un esfuerzo para formar las palabras.
―Mi... ―Hice una pausa, limpié mi garganta―. Me caí.
Ella parpadeó ante mí con curiosidad.
―Me caí en el bosque mientras estaba de excursión. ―Hice mi mejor esfuerzo para
mentir, mi voz llena de persuasión.
Ella me sonrió. ―Todos lo hacemos, al parecer. ―Dejó escapar un leve suspiro
mientras me miraba con lástima, sus ojos pequeños y brillantes sin pretensiones.
Su acento y su sobrepeso no la habían hecho parecer como una persona del tipo de
caminatas al bosque. Apretó un nuevo vendaje alrededor de mi brazo mientras una
sombra se proyectaba sobre la habitación. Miré a la puerta mientras Scott entraba, una
sonrisa torpe estampada en su rostro. Mi corazón se hundió mientras una extraña parte
de mí esperaba ver al profesor.
―Creo que realmente tengo que mantener mis ojos en ti ―bromeó, con las manos
nerviosamente entrelazadas.
La enfermera miró su reacción nerviosa y cariñosa hacia mí y sonrió encantada a sí
misma.
Lo miré sin comprender, enojada porque ella asumiera que él era mi novio
―Sí, supongo que sí.
―¿Vas a la clase? ―preguntó con ansiedad.
Me incorporé bruscamente, mientras el aumento de una extraña emoción llenaba mis
miembros ante la idea de ver al profesor otra vez.
―Sí ―miré a la enfermera para pedirle permiso―, me siento bien.
Ella me dio una mirada profunda.
―¿Está segura, señorita? ―Luego miró a Scott mientras otra sonrisa cruzaba su
rostro.
Rodé mis ojos, asintiendo mientras mi brazo herido aguijoneaba dolorosamente bajo
mi peso. Ella me ayudó a levantarme mientras yo trabajaba arduamente para sofocar
una mueca de dolor. Scott me entregó mi mochila y la agarré con mi brazo bueno,
colocando la tira en mi hombro.
―Hay un panecillo allí para ti también, ya que te perdiste el desayuno.― La tímida
expresión de su rostro me dio ganas de vomitar. Eso, y que estaba muy cansada de los
panecillos. Lo miré con torpeza.
―Oh ―caminé hacia la puerta con piernas débiles―. Gracias. ―Tomé un profundo
respiro mientras salimos, mi cuerpo dispuesto a trabajar normalmente. Caminamos
lentamente a la piscifactoría cuando me di cuenta de que era muy tarde. A medida que
entraba, todo el mundo miraba el brazo con horrorosas miradas de curiosidad. Lo
último que necesitaba era más atención, más razones para que empezaran los rumores.
La profesora se quedó en silencio mientras caminábamos a la parte posterior de la
clase deteniéndonos.
―Me alegro de que pudieras hacerlo ―ella me sonrió con cariño y me di cuenta que
debía haber oído que había sido herida.
Continuó predicando mientras Scott se volvió hacia mí. ―¿Qué hiciste esta vez? ―Su
voz estaba llena de humor.
Mantuve los ojos al frente, ocultando las mentiras. ―Me caí mientras estaba dando
una caminata corta.
Dejó escapar un resoplido con calma. ―Así que ¿quién te trajo adentro? ―Su mirada
se volvió dudosa.
Aspiré en voz alta. ―Sí, claro ―le di una mirada de profunda amenaza, imaginando
mis ojos azules ardiendo hacia ιl con enfado―. No es más que... ― Hice una pausa,
tratando de pensar en la palabra correcta―, interesante.
Scott me miró mientras yo lo arrastraba del brazo por el camino. ―Claro. Lo que sea.
―Vi un rayo herido en sus ojos pero se vio obligado a esconderlo. Me sentí un poco
culpable, pero entonces al mismo tiempo, yo tenía mucho de qué preocuparme antes.
―No sé Elle ―hizo una pausa, la preocupación en su voz me irritó―. Él parece
peligroso de alguna manera, sólo extraño.
Nos abrieron en el laboratorio y le arrojé en su taburete. ―Sólo míralo, dime lo que
piensas que él tiene en su mente ―le espeté.
Él parpadeó ante mí, asintiendo obedientemente. Llegamos temprano, esto lo sabía,
pero estaba ansiosa. El resto de la clase se colaba mientras mis nervios crecían, mi
brazo latiendo con dolor por las prisas de la sangre a través de mis venas. Mantuve los
ojos fijos en la puerta por donde entraría, pensando que en cualquier momento él
aparecería por ahí.
Todo el mundo había llegado, cada uno siguiéndome, mirándome con interés y
disgusto. Yo nunca había tenido tanta gente que me mirara tan odiosamente. En la
ciudad, siempre había alguien que se parecía más a un bicho raro. Aquí, sin embargo,
era difícil estar lejos de las cosas que los hacía sentir curiosos, estaba empezando a
preocuparme de que haber venido fuera una mala idea después de todo.
Mientras miraba fijamente la puerta, por fin la vi abrirse y el profesor entró en la
habitación. Mi corazón se detuvo con la vista evidente de la adición de unos feroces
rasguños en el cuello y las manos. Llevaba un abrigo con cuello alto de laboratorio en
su intento de ocultar las heridas, pero como yo había sospechado, sabía exactamente
de dónde venían y de repente todo tenía sentido. Él era la persona que me sacó del
campo y estuvo involucrado de alguna manera con la lucha entre los cuervos. Echó un
vistazo a la clase, su mirada gris acerada detrás de las gafas tenía una calma familiar.
Mis ojos estaban muy abiertos cuando de repente su mirada se posó en mí. En la
fracción de segundo que le permitió quedarse, dos nociones dispararon en mi cabeza.
El destello inicial que me dio fue de preocupación, pero entonces algo en él me instó a
mantener la calma. Tomé una respiración profunda, liberándola lentamente mientras
atrapé a Scott mirándome con el rabillo del ojo. Poco a poco me llevé las manos a la
cara y me metí el pelo detrás de las orejas mientras el profesor miraba mi brazo al
arrodillarse rápidamente para traer una gran caja de madera a la mesa frente a él.
―Hoy, vamos a discutir el impacto ambiental de los seres humanos en el país y cómo
esto está causando que especies no nativas se reúnan en la zona y cómo cambia
nuestro ecosistema. ―Sus cejas estaban plegadas al abrir la caja ante él. Su asimiento
fue delicado mientras tocaba la madera.
Algo sobre lo que había en la caja hizo que mi corazón se acelerara y luché para
reprimirlo, diciéndome que tenía que ser valiente.
Edgar se puso un par de guantes grandes, su joven cara de piedra fría concentrándose
en la caja.
Poco a poco, alzó con manos torpes el contenido. Di un grito ahogado en voz alta
mientras él ponía la masa inerte y me lanzaba una mirada rápida por encima de sus
gafas, sus ojos tranquilos y brillantes.
Puse la mano en mi boca, silenciando mi interrupción mientras algunos estudiantes me
daban hostiles miradas. En sus manos estaba el cuerpo inmóvil y destrozado del
cuervo de color mate. Los ojos de la criatura estaban muertos y en blanco, no habría
más siniestros en su correría sin fondo. Algunos de la clase se retorcieron mientras él
lo ponía sobre la mesa blanco puro, manchas de sangre en gruesas pinceladas de color
carmesí a través de la formica.
―Este es un cuervo ―disparó él, su mirada en mí extrañamente protectora. Scott me
dio un codazo y me miró con ojos penetrantes.
―O un arrendajo ―aventuró con una sonrisa en su rostro bromeando.
Le di una mala mirada mientras me daba la vuelta.
El profesor parecía haber oído exactamente lo que Scott había dicho porque su severa
mirada cayó sobre él. ―No debe confundirse con un arrendajo, a pesar de que son del
mismo género, el grupo Corvus ―añadió con elegancia.
De nuevo de Scott se puso rígido con la observación, el miedo golpeó su mente tímida.
Una muchacha aburrida que miraba hacia el frente levantó la mano tímidamente y le
miró con desdén. El profesor Edgar miró hacia ella, asintiendo con la cabeza en la
observancia y le permitió hablar.
―Pero eso no es no–nativo ―ella hizo una pausa, un movimiento evidente en su
voz―. Los cuervos del Norte son comunes en Washington y Canadá.
Edgar le dirigió una mirada especulativa. ―Esto es cierto, pero a menos que estés tan
bien instruida como yo, te darás cuenta de que en realidad se trata de un gran cuervo
inglés.
La clase se quejσ con objeciσn y ιl le disparσ a cada uno de ellos una mirada
amenazante, sus ojos cambiando desde un sereno azul–gris a un negro profundo
aterrador.
―Usted está excusada para comenzar su trabajo ―disparó desafiante, con los ojos
cayendo sobre mí―. Estella ―dijo mi nombre bruscamente y mi corazón se detuvo y
lo miré con terror―. ¿Un momento por favor? ―Todo el mundo volteó sus ojos
hacia mí, la mayoría con despecho, pero algunos con dura compasión. Scott me miró,
con un aspecto lamentable en la cara.
―Buena suerte Elle ―chilló nerviosamente―. Búscame más tarde, podemos trabajar
en esto juntos.
Asentí, dándome cuenta de que probablemente tenía la mejor teoría de todos, pero
por supuesto, quién me creería, por no hablar de resistir el impulso de empaquetarme
a la sala de psiquiatría, de nuevo. Cuando yo había tratado de explicar mi capacidad a
alguien por primera vez, eso era exactamente lo que habían hecho. Una sala de
psiquiatría no era un lugar para un niño de doce años, no era lugar para nadie.
Estaba nerviosa y caminaba hacia él mientras la última persona salía de la habitación.
Estaba jugando con mis manos, con ansiedad nerviosa por lo que tenía que decir. Sus
ojos se habían desvanecido de nuevo a la misma calma gris mientras me acercaba. Se
sentó apoyado en su escritorio un poco, con una mano sosteniendo su cuerpo para
arriba como una estatua. De repente fui instintivamente consciente de lo hermoso que
era y me pasé la mano por el pelo mientras llegaba a él, preocupada de que yo
palideciese en comparación.
Llevaba una camisa sencilla blanca bajo su bata negra que parecía encajar
perfectamente con su cuerpo. Sus pantalones eran ocasionales y bien cortados,
obviamente mucho más caros que la venta de vaqueros que los grandes almacenes
tenían. Era como un modelo salido de un anuncio Abercrombie3, imposible en
proporciones y tonificado.
Me miró por un momento y pude ver los pensamientos que se formaban en su cabeza.
Me paré torpemente a unos pasos de distancia, obligándome a mirar obstinadamente a
sus ojos eléctricos al mismo tiempo que me paraba a una distancia segura. Poco a
poco, miró hacia abajo en su regazo, quitándose las gafas tintadas y plegándolas en sus
manos.
―Estella ―su voz susurró suavemente, los ojos todavía mirando hacia abajo. Su
cambio de postura del primer día hasta ahora era astronómico.
3
Compañía de moda americana, se enfoca en ropa casual para consumidores entre las edades de 18 y 22 años.
De repente me interrumpió. Tú estás… ―hizo una pausa, recorrió mi cara con una
expresión de anhelo―. Te estás imaginando cosas Estella. Tan sólo te encontré al
mismo tiempo que iba de excursión, impotente en el campo.
Lo miré confundida y dejé todo pensamiento.
Se acercó a mí, levantándose de su escritorio con facilidad, su rostro hermoso ahora
cerca del mío. ―Y además, no fue nada del otro mundo. Eres ligera y fácil de llevar
―susurró, la sonrisa satisfecha creciendo cada vez más en su cara.
Lo miré alarmada, sacudiendo la cabeza. ―No yo… ―hice una pausa, luchando de
nuevo para calmar las voces en mi mente. Todavía no me parecía bien. Me faltaba
algo, algo grande.
―Entonces, ¿qué crees que pasó? ―reflexionó, su rostro retorciéndose curiosamente
con interés―. Tú, evidentemente sabes algo. Puedo ver que estás perpleja. ―Echó un
vistazo a mis ojos, viendo cada uno de mis movimientos como un águila mirando a su
presa.
Negué con la cabeza, negando la acusación mientras fruncía mi frente por el profundo
malentendido. No estaba a punto de divulgarle mis pensamientos a él, yo no confiaba
en él.
Resopló con brusquedad, con su rostro joven tomando una apariencia jovial mientras
una sonrisa torcida se rizaba en su cara. ―Yo sé que posees ciertos... ―su voz se
apagó cuando entornó sus ojos pensando―, talentos. ― me miraba mientras pensaba
en sus palabras―, ¿crees que no me di cuenta de lo que le hiciste a mi halcón? Lo
sanaste.
Abrí la boca para protestar, pero no salió ningún sonido. Traté de pensar en una
mentira, pero nada creíble vino a mi mente.
Cerró los ojos brillantes y se apartó de mí, tomando una respiración profunda, como
saboreando el aire a mi alrededor. Cuando los abrió una sensación extraordinaria se
derramó sobre mí. Era como si yo fuera el perfume de la vida, que lo era, pero ¿cómo
podía él saberlo?
―No tengas miedo, sin embargo, lo que hiciste no es ninguna sorpresa para mí. Era
más una afirmación positiva de lo que eres. ― me miró con picardía.
Sentí el tirón familiar hacia él mientras exhalaba profundamente.
―¿Qué quieres decir? ―Le pregunté. Me sentí aturdida de pronto mientras su aliento
me puso la piel de gallina. Esto era todo tan increíble, tan brusco―. Esto no tiene
sentido. Ni siquiera te conozco, pero actúas como si tú me conocieses.
La forma en que se inclinaba hacia mí me hizo sentir un poco incómoda. Claramente
me había impactado, pero me encontraba tan confundida acerca de lo que sentía hacia
él. Quiero decir, yo pensaba que era muy atractivo, pero al mismo tiempo aterrador.
Sonrió y no podía apartar la mirada de su rostro increíble. ―¿Te gustaría conocerme?
Lo miré por un momento antes de asentir con curiosidad, sin saber si realmente quería
o no.
Se rió con malicia. ―Pues bien ―susurró―. Lo harás.
La irritación se impulsó a través de mis venas, pero la sinceridad de su voz era
impresionante y sentí las rodillas debilitarse debajo de mí. Nunca me había sentido así
con nadie, había una atracción que no podía explicarme, un interés que nunca había
sentido.
―Pero el cuervo ―miré hacia el cadáver―, el otro. El que vive, ¿Qué pasó con él?
―sentí que mi cuerpo estaba caliente y débil. Mi hipótesis, en base a los arañazos en la
garganta, era que había sido atacado también, y había visto lo que pasó.
Él sonrió, con los ojos ardientes. Pero mientras esperaba no me dio ninguna respuesta.
De pronto se echó a reír, notando la yuxtaposición de mis sentimientos hacia él. ―No
debes tener miedo de mí, no voy a hacerte daño ―hizo una pausa―. Yo sé qué desde
que me has conocido he sido un poco extraño. Es sólo que no esperaba nunca verte
otra vez y es un poco espantoso.
Mi cara estaba torcida. ―¿Verme otra vez? Profesor, creo que me ha confundido con
otra persona. ―Todo esto era tan extraño―. Lo siento, es sólo que... ―Le di una
sonrisa falsa, sin saber exactamente qué decir. No había otra explicación, debía de
confundirme.
Entrecerró los ojos detrás de los lentes. ―Me encantaría hablar más, pero… ―exhaló
profundamente―, creo que hemos dicho lo suficiente. ― se inclinó hacia mí, con los
ojos de repente muy oscuros.
Me aparté lejos de él bruscamente mientras mis manos se apretaban en puños furiosos.
―Hueles absolutamente increíble si no importa que te lo diga. ―Sonrió.
Apreté las cejas con ira.
Se puso de pie y se alejó de mí hacia la puerta. ―Te veré más tarde Estella ―se hizo
eco de su voz por encima del hombro―, y trata de no dejar que la gente se dé cuenta
de lo que le estás haciendo a las plantas.
Fingí otra sonrisa por costumbre mientras sus palabras causaban una conmoción a
través de mí, ¿cómo sabía él lo de la las plantas?
Edgar se echó a reír mientras miraba hacia mí una vez más. Me había olvidado de que
la sonrisa no funcionaba con él y mis ojos parpadeaban mientras su risa provocó algo
en mi mente, una imagen que había recordado mientras él salía graciosamente de la
habitación.
Por último, cerró la puerta detrás de él mientras mi mirada caía sobre el cuervo negro
en la blanca mesa. Rápidamente me dirigí hacia la puerta, manteniendo mis ojos en
ella con cautela, como si de pronto pudiera volver a la vida. Mis miembros
hormiguearon con urgencia y tenía el aliento caliente y rápido.
Mientras me escurrí a través de las puertas del laboratorio, el sol me cegó
inesperadamente cuando descuidadamente miré al cielo. Me apresuré a volver a
montar la mezcla de información que acababa de recibir mientras Scott llegaba
corriendo desde el edificio a través del camino, jadeando desesperadamente.
―¿Estás bien? ―Miró preocupado sobremanera.
―Sí ―me detuve cuando me agarraba del brazo―. Sí, estoy bien, sólo... ―pensé en
otra mentira ―quería hablarme del halcón, él se está curando muy bien ahora. ―Yo
estaba aturdida.
Asintió con entusiasmo. ―¡Oh qué bien! Porque un minuto más y habría irrumpido
allí para asegurarme de que no estuvieras muerta en el suelo. ― se echó a reír
alegremente de sí mismo.
Caminamos a los invernaderos en silencio. Yo estaba demasiado perdida en mis
pensamientos para fingir estar interesada en la vida trivial de Scott. Puse la mano en mi
pecho mientras entrábamos en el campo, Scott seguía mirando los pastos con cautela.
Edgar sabía lo que estaba en mí, pero ¿cómo?, y ¿cómo me había conocido? Había
tantas preguntas que necesitaban respuestas también, yo quería saber por qué.
En la clase mi mente estaba inútil. Aunque la semilla de girasol que había plantado un
poco más tarde que todo el mundo era ya un brote de tres pulgadas, no me había
preocupado. Cuando el maestro me preguntó, simplemente me encogí de hombros,
aunque me sorprendí realmente por el extraño suceso.
Estaba frustrada de que Edgar ahora se preocupara de repente por mí. Él había sido
quien me salvó en el prado, pero entonces, ¿cómo? ¿Cómo era también el cuervo, y
por qué había matado al cuervo que me estaba amenazando? Estos hechos eran
difíciles de creer, y su rostro, su atracción absoluta eran increíbles.
Después de que las clases hubieron terminado no fui con Scott a la cafetería y volví al
laboratorio de Edgar pero ya estaba cerrado. Mis esperanzas de encontrar mis
respuestas hoy se desvanecieron rápidamente. A pesar de mi miedo mental para estar
a su alrededor, no me pude resistir. Nunca me había sentido atraída por los chicos,
nunca traté de tener cualquier tipo de relación calculando el tiempo que se demorarían
en ver mi extraña actitud. Pero Edgar era diferente, algo en él se sentía tan atractivo,
tan profundamente atractivo, y además, él ya sabía que yo era extraña.
Caminé decepcionada de nuevo a mi cabaña, donde me acosté. Saqué mi nueva
información y rápidamente descorrí el campo en mi brumosa memoria. Añadí al
pájaro muerto mientras trataba de recordar los eventos. Había tres cosas que figuraban
en la escena:
La primera era que el cuervo espía no había entrado en el campo de la vida que había
crecido alrededor de mí. Era como si las flores me protegieran.
En segundo lugar, como yo había caído y me había paralizado dolorosamente, la
hierba alrededor de mí había muerto en realidad. Eso había parecido muy extraño,
sobre todo porque nunca había sucedido.
Y en tercer lugar, el hecho de que había sido Edgar quién me salvó, Edgar que, de
alguna manera, se convirtió en el cuervo.
Meditaba las pruebas y no encontré nada para justificar su aparición. La frustración
pasó sobre mí mientras tiraba el periódico por la habitación, golpeando la pared de
madera con un golpe profundo. Lancé mi cabeza en la almohada enojada, deprimida
de que todavía no sintiera nada.
La oscuridad de la noche me rodeó desapercibidamente mientras me quedaba
dormida.
Mi mente estaba de nuevo en el campo oscuro, pero para mi horror, todo estaba sin
vida. Todas las hierbas y flores silvestres se habían marchitado y los árboles no eran
más que palos quemados medio salidos del suelo. Estaba horrorizada, todo el mundo
parecía estar muriendo y yo me sentía desesperada por salvarlo.
Al mirar hacia el borde del claro, vi de pie a Edgar allí. Sus ojos eran oscuros como el
ébano y no había sonrisa en su rostro. Lo llamé desesperadamente, pero no se movió.
Se quedó allí inmóvil y oscuro en su enojada belleza, parecía estar en trance.
Cuando me miré a mí misma de repente me quedé boquiabierta. Mi cuerpo no era
más que una niebla transparente. Yo era un fantasma, invisible y sin alma, y cuando el
viento se levantó, de repente yo estaba volando por los aires.
M
e desperté bruscamente en la oscuridad de mi habitación,
encontrándola extremadamente oscura y silenciosa. Escuché con
atención alguna señal de lo que me había despertado, cualquier tipo
de rumor, pero allí no había nada. Mis ojos se dispararon sobre la habitación, tratando
de respirar tan silenciosamente como fuera posible mientras permanecía inmóvil.
Ya se estaba formando el sudor en mi frente. Mis pesadillas eran feroces como si una
puerta a mi temor y a mi miedo se hubiera abierto. Sentí por mi cuerpo el alivio de
que yo todavía estaba aquí.
De repente, se oyó un ruido extraño como de pies arrastrándose y mis ojos
rápidamente saltaron a la esquina donde escuché un aleteo. Mi corazón se aceleró
como en una carrera mientras miraba a través de la oscuridad hacia el lugar del sonido,
esperando que algo se moviera.
―¿Edgar? ―susurré frenéticamente, mi corazón latiendo con fuerza contra mi caja
torácica.
Mis ojos se quedaron fijos en la esquina mientras las oscuras sombras comenzaban a
moverse. Reaccioné rápidamente mientras intentaba encender la lámpara, mis manos
temblaban con el interruptor, sin poderlo persuadir de que funcionara.
―Estella, soy yo.
Al instante me congelé cuando reconocí la voz de Edgar.
Se echó a reír misteriosamente.
―Está bien. ―susurró en un tono tranquilizador―. No quise despertarte, pero al
parecer no soy tan sutil como esperaba.
Su sombra se acercó a mí y me senté con cautela mientras él se encaramaba al borde
de mi cama. Tuvo cuidado de mantener su distancia y me di cuenta que sus ojos
capturaban la poca luz que había en el cuarto, brillando hermosamente como los de un
gato. Se me cayó el cable de la lámpara y me volví hacia él, mis movimientos lentos y
medidos. Podía oler su invitadora esencia como una ola sobre la cama y la respiré
profundamente antes de reaccionar.
―Me has asustado ―susurré con ira mientras finalmente exhalaba.
―Lo siento. ―Se disculpó de nuevo, había un tono de burla en su voz―. Sólo
necesitaba venir a verte.
Impresionada por el comentario, fruncí el ceño, sintiéndome violada.
―¿Me estabas mirando? ―pregunté con furia.
Se rió ―no, acabo de llegar. ―Se movió un poco y mi ritmo cardíaco se aceleró―.
Aunque no es una mala idea. ―Vi el destello de sus dientes al sonreír.
Todavía estaba tratando de entender por qué estaba allí.
―De acuerdo. ―Hice una pausa―. ¿Entonces por qué necesitabas verme?
―pregunté a la defensiva.
Suspiró. ―Tengo que irme por unos días, sólo hasta el domingo.
Escuché con atención, preguntándome qué tenía que ver conmigo.
―Sólo necesitaba comprobar cómo estabas antes de irme, asegurarme de que
estuvieras bien. ―Su voz estaba llena de sinceridad.
―Estoy bien ―Escupí bruscamente. No necesitaba que me protegiera. A pesar de mi
atracción hacia él, algo en mí todavía no confiaba en él, sobre todo ahora que había
irrumpido en mi habitación.
Rió de nuevo, el sarcasmo llenando su voz.
―Sí, se ve como que sí.
Crucé mis brazos a la defensiva, mis ojos por fin se ajustaron lo suficiente como para
distinguir su silueta perlada en la oscuridad. Una parte de mí estaba extrañamente
decepcionada de que se fuera, pero no iba a admitírselo.
―Sólo… ―suspiró de nuevo seriamente―. Solamente no vayas al bosque de nuevo,
no hasta que yo vuelva. ―Sus ojos brillaron lejos de mí y pude ver que miraba las
ventanas―. Hay cosas en las que no se puede confiar. ― se movió un poco―. Si no
tuviera que salir, no lo haría, pero es importante.
Asentí.
―Para ellos ―sus ojos color ópalo brillaban―, soy bastante viejo, sin embargo, mi
aspecto parece joven. ― vio el shock en mi cara―. Pero para ti, Estella, somos de la
misma edad.
Le di una mirada confusa mientras se ponía de pie con la espalda recta, alcanzando el
bolsillo de su abrigo y sacando de él una pluma brillante. Me maldije aún más mientras
él me la entregaba. Ahora habría sido el momento perfecto para preguntar. Lo miré
con reproche mientras que con cautela arranqué la pluma de su mano enguantada,
examinándola de cerca y evitando al mismo tiempo tocar su afilado borde.
De repente, se volvió y caminó rápidamente hacia la puerta.
―Sólo quédate sana y salva, Estella y trata de volver a dormir.
Abrió la puerta y volvió la cabeza para mirar hacia fuera, yéndose en una carrera.
Mientras observaba, totalmente asombrada, se produjo un repentino estallido de
conmoción y los pasos se convirtieron en un aleteo cuando la puerta se cerró de un
golpe duro detrás de él.
Di un respingo al oír el ruido, alentando mi respiración para reducir el tiempo de las
ondas superficiales en el pecho mientras me quedaba mirando la puerta por un
momento. Traté de procesar su invasión repentina mientras miraba hacia donde la
nota de mi madre estaba enmarcada, sentada en la oscuridad.
Encendí a luz, era lo mismo que siempre había sido. Los bordes arrugados todavía
desiguales como si se tratara de un centenar de años. La dosis de adrenalina de repente
se desvaneció y mis nervios se aquietaron mientras me senté en silencio, leyendo las
palabras fatídicas una y otra vez. Atentamente había tratado de encontrar el significado
de las palabras de la forma que él lo hacía, algo que estaba oculto en su interior.
En sólo unos pocos días mi vida había cambiado drásticamente, convirtiéndome en
algo mucho más de lo que había esperado.
Pensé que aquí sería suficiente desafío y cambio para mí, dejando de lado el encontrar
un nuevo mundo lleno de misterio y una extraña especie de novio que era mitad
humano y mitad algo no del todo claro. Puse el marco sobre la mesa, tirando de las
mantas hasta mis ojos y le di al interruptor para encender la luz para que mi visión se
adaptase.
La calma fue creciendo en mí, hasta el punto de que no era demasiada calma. Había
sonidos distantes, unos pocos grillos y me consoló. Había aprendido que mientras ellos
cantaban, nada malo iba a suceder.
El clima era más caliente que en otoño, ahora más como las temperaturas a mediados
de verano. A medida que mis ojos miraron alrededor del sueño brumoso, todo lo
sentía a salvo y mi cabeza estaba en calma.
En cuanto me asomé bajo mi cuerpo, me sorprendí de repente por la sensación de
calor en el pecho. A medida que mi mirada filtraba todo, Edgar entró en el campo. Me
di cuenta al instante, no sólo a la vista, pero en mi corazón. Sonreí verdaderamente
mientras una sensación que nunca había conocido de repente estalló en mi alma, la
intrusión me hizo tomar aire mientras luchaba para reconocer la sensación. Mientras
se acercaba, trajo una mano a mi cara, sintiendo una lágrima sobre mi piel suave
cuando me di cuenta que era feliz. Estaba casi encima de mí y la sensación de calor en
el pecho era más fuerte que cualquier cosa que yo hubiera sentido nunca.
una patada en la dura pared, enfurecida con mi vida. Respirando con dificultad,
obligué a mi innecesario enojo a disminuir y puse mi cabeza en el agua otra vez,
aceptando mi destino.
Mientras la furia ardiente me dejaba, la melancolía tomó su lugar dándome cuenta de
que Edgar se había ido. El familiar cosquilleo que había sentido hacia él era débil,
donde quiera que estuviera era demasiado lejos para que yo lo sintiera. Corté el agua,
incapaz de manejar la temperatura mucho más tiempo. Cogí una toalla y salí de
puntillas de nuevo en la sala, tratando de no tirar agua en el suelo. No había nada peor
que ponerse calcetines limpios y, a continuación poner el pie en un charco de la
ducha. Busqué en mi maleta unos vaqueros limpios y una camisa, por fin encontrando
mis últimos pares.
Me vestí rápidamente y me dirigí a la cocina. Agarrando la única taza de mi vacío
armario, salté ante el sonido repentino de un insistente llamado a mi puerta. Puse una
mano en mi corazón y cerré los ojos, deseando que no fuera Scott, pero sabiendo que
no tenía tanta suerte. Me arrastré hasta la puerta, molesta, contemplando al abrirla con
una mirada de desprecio en la cara.
―¡Hola!, Cantó.
Volteé mis ojos con molestia, lo único que quería era un poco de paz.
―Oh, hola Scott. ―Era evidente mi voz llena de decepción.
―¿Quieres trabajar hoy un poco en la tarea del Profesor Edgar? ―Mis esperanzas de
que se fuera a distanciar, por lo menos hasta el mediodía, se desvanecieron cuando
entró en mi cabaña, invadiendo mi espacio.
―Uh... ―Vi como él comenzó a buscar por toda la habitación como un perro
excitado―. Claro.
―Vaya este lugar es totalmente fresco, un poco de suerte.
Su energía era lo que me ponía nerviosa. Lo observé mientras caminaba hacia mi
mesita de noche, llegando a mi carta enmarcada.
―¡Hey! ―Grité, lanzándome hacia él y cogiendo sus hombros, girando alrededor de
su cuerpo y tirándolo a la cama―. Siéntate, ¿de acuerdo?
Me miró feliz mientras caminaba de regreso a la cocina y agarraba mi café para tomar
el primer sorbo que había estado esperando.
―Entonces, ¿qué piensas sobre el cuervo? ―preguntó, saltando un poco en mi cama
mientras estaba sentado allí―. ¿Cuál es tu teoría?
―Al diablo ―dije en voz alta, cogiendo mi chaqueta y abriendo la puerta, de manera
concluyente justo con mi agarre de la manija. Hoy en día, el aire era menos molesto.
En el desayuno me había dado cuenta de un cambio en el clima, pero estaba feliz por
ello. Estaba acostumbrada a la lluvia constante de Seattle y en ocasiones hasta me
gustaba, así que hoy, el tiempo era algo más fresco y agradable. Di un paso hacia abajo
en la escalera para ponerme mis botas, notando también que había una brisa fuerte y
constante, ya que cayó duro en mi cara. Me quedé con la determinación, exhalando
duro mientras entraba en la ruta y hacia el bosque.
Pasé la cabaña, esta vez girando a la derecha mientras decidía que el prado parecía
demasiado familiar, por no mencionar un poco misterioso. Miré detrás de mí con
cautela. Al igual que antes, todavía se sentía como si alguien estuviera allí, pero como el
viento frío llegó rápido a mi espalda, me di cuenta de que era sólo su presencia dentro
del bosque. Había montones grandes de salvia que salpicaban el suelo y su olor era
celestial, como atada a través de mi cara y por mi pelo. Los helechos crujían en el
viento furioso, sus curvadas puntas inclinándose al suelo suavemente.
Caminé por el sendero por lo que pareció unos pocos kilómetros. Hasta el momento,
nada había saltado sobre mí y caí en un ritmo cómodo. El camino recorrido parecía en
buen estado y cuidado para caminar, que era mucho mejor que el camino un tanto
rústico a la pradera. El hecho de que éste era el camino más visitado me dio una
sensación de seguridad. Las cosas malas eran menos propensas a pasar aquí.
Metí mis manos fuertemente en mis bolsillos, el viento enfriándolas a pesar de estar
cubiertas. Tarareé algo que Heidi tarareaba para mí todas las noches desde el día en
que me había recogido.
Las plantas absorbían mi voz, ya que felizmente se inclinaban hacia mí, la hierba se
encrespaba al cabo como si fueran besadas por el cielo sin sol. Mis huesos se
sacudieron cuando el viento azotó los árboles de hoja perenne, tarareando de nuevo
para mí en voz alta.
De repente, algo muy grande y gris, casi del tamaño de un pequeño avión, voló en
silencio a través de los árboles en mi punto ciego. Me detuve, mis pies resbalando
sobre la grava y un grito ahogado en mi garganta. Miré a mí alrededor con curiosidad,
pero no había nada. Las ráfagas giraban a través de los pinos dejándome sorda y
sintiéndome ciega mientras trataba de escuchar. Me quedé allí unos minutos, pero no
pasó nada. Con cuidado, seguí caminando, torciendo la cabeza a mi alrededor con
cuidado mientras el pelo de mis brazos se paraba, mi sentido de la vista y el olfato
alerta de repente.
Empecé a tararear otra vez, aunque ahora, hubo un notable escalofrío en mi voz. El
camino empezó a girar bruscamente y de pronto vi un pico de rocas sobresaliendo
considerablemente hacia el cielo a unos metros por delante. Mirando todo, tuve la
oportunidad de espiar a través de una abertura en los árboles, capturando el brillo del
lago a continuación. Traté de posicionarme de acuerdo con la presa en la cabecera del
lago, pero me resultaba más difícil de lo que pensaba mientras miraba alrededor,
perdida.
Dándome por vencida, empecé a moverme de nuevo hacia delante, el suave murmullo
del agua pronto poco audible en la distancia.
Pasé alrededor de un árbol grande, atravesando un charco de lodo profundo que se
escondía en un bosque de helechos. Me maldije a mí misma mientras me sacudía la
tierra, mirando mis botas con ira. Una gran sombra de repente pasó por encima,
oscureciendo totalmente el suelo a mi alrededor y alcé de repente mi cabeza, viendo
un grupo de ramas sacudiéndose por el paso sobre el lugar donde yo estaba.
Mi respiración se aceleró, arrastrándose duro en mi garganta.
―¿Hola? ―pregunté, pero como se esperaba, nada respondió.
Estaba enojada conmigo misma por ser tan nerviosa, y rápidamente decidí que no era
más que el viento en los árboles. En buena medida, sin embargo, aún corrí por el
camino, mirando hacia el cielo con cautela mientras las ramas se agitaban furiosamente
por encima de mí. Sabía que probablemente era sólo paranoia, y también sabía que
dar la vueltas no era necesariamente una mala idea, pero mi curiosidad en cuanto a de
dónde venía el sonido del agua que corría era mucho más dominante.
Mi ritmo se desaceleró a una caminata ya que me faltaba la respiración, el sonido
corriendo aún más fuerte ahora, como una turbina en un avión que volaba por encima.
De repente, mi mente tuvo una breve idea sobre Edgar. Si se enteraba dónde estaba,
se enfurecería con seguridad. La forma en que me había advertido a permanecer fuera
de peligro era sin lugar a dudas severa, pero ¿qué tenía que perder? Mientras la idea
daba vueltas alrededor de mi cabeza, apenas me di cuenta que el camino terminaba y
me encontré al borde de un precipicio muy grande, una panorámica de ambos, el lago
y el glaciar, enfrente mío.
Di un grito ahogado. La belleza era más sorprendente de lo que era desde abajo. Miré
a mi izquierda con asombro.
Allí, alrededor de veinte metros de distancia, un río se lanzaba ferozmente por el
acantilado por encima de mí y caía violentamente en el lago de abajo. Mientras estaba
allí, ensordecida por la ira de la naturaleza en la ladera, me sentí al instante
desconcertada por su tamaño y el vértigo comenzó a cosquillear en mi mente. Podía
sentir los rápidos del río en auge a través de mi pecho, el agua, aparentemente
ingrávida caía libre como un montaña rusa.
Hubo otra ráfaga de viento y una nube de niebla sopló sobre mi cara. Hice una mueca
ante el frío glacial contra mi piel blanca, alejándome un poco y cubriendo mi cara.
Mientras abría los ojos por encima de mi hombro, de repente había algo allí, pero el
agua golpeó mi cara dándome una visión borrosa. Era grande y gris, ligeramente
brillante, como si estuviera iluminado por el sol. Tenía la altura de un ser humano,
excepto por los hombros de gran tamaño que se distorsionaron un poco de manera
torpe. Rápidamente, traté de borrar la niebla a la distancia, pero cuando por fin pude
ver, lo que hubiera sido se había ido. Una fuerte ráfaga cayó sobre mi cara mientras di
un paso atrás, hasta que casi caí por el acantilado. Rápidamente me estabilicé y
parpadeé con fuerza.
Mi ritmo cardíaco aumentó repentinamente, golpeando firmemente mi pecho. Llevé la
mano a mi boca con furia pensado en qué hacer. Era difícil negar que algo realmente
me estuviera siguiendo y mi terquedad finalmente falló. Al instante me lamentaba de
haber venido aquí. Debería haber escuchado a Edgar.
La adrenalina de repente se hizo cargo, pulsando a través de mi cuerpo y de mis
miembros mientras me giraba para correr hacia el colegio.
Mis piernas estaban golpeando el suelo del bosque mientras el barro salpicaba por
todas partes mis jeans, mi mente de repente fugaz mientras oí crujir algo a través de las
ramas por detrás y por encima de mí. Miré hacia arriba y vi una sombra acechando a
mi alrededor, pero cuando mis ojos por fin se centraron en localizar cualquiera de esas
cosas o quienquiera que fuese, se habían disparado aún más hacia el cielo y sólo un
alboroto grande de color gris era visible entre los parches de cielo abierto. Puse la
mano en mi pecho por el miedo, pero no había sensación de ahogo o debilidad en mi
mente. Cerré mis ojos y mis pies corrieron más rápido, me ardía la garganta y mis
muslos quemaban.
Oí voces delante mío mientras obligaba a mis ojos a abrirse de nuevo, aliviada al ver a
dos personas en el camino delante mío. A medida que corría hacia ellos, se volvieron
de repente. Sin aliento, me sorprendí al ver a Scott y Sarah que me miraban
horrorizados. Insté a mi cuerpo a frenar de repente ya que casi los había pasado de
largo, sus miradas estaban atónitas.
―Estella. ―Sarah abrió la boca―. ¿Qué pasa?
Luché para recuperar el aliento mientras Scott puso su mano en mi espalda. Mi
costado dolía estrechamente y me quedé mirando otra vez el bosque, pero aún no
había nada.
―No… ―Luchaba por decir―. No sé... algo... persiguiendo... ―Dejé que mi voz se
apagara. Scott y Sarah me miraban horrorizados, sus labios sellados con incredulidad
total.
La cara de Scott era la más horrorizada mientras me miraba profundamente a los ojos.
―¿Es un oso? ―Esto era absurdo, ¿cómo puede un oso volar a través de los árboles?
Pensé cuidadosamente sobre lo que había visto por encima de mi cabeza antes de
responder.
―Uh… ―todavía estaba tratando de recuperar el aliento, mirando el bosque detrás de
mí sospechosamente―. Uh, sí. ―Exhalé. Era mentira, pero el nivel de peligro era
probablemente el mismo. Necesitaba sacarlos de allí, y rápido.
Los ojos de ambos se abrieron y los brazos de cada uno cogieron mis codos.
―Tal vez deberíamos irnos. ―La voz de Sarah sonaba temblorosa.
Me ayudaron a avanzar, y pronto estábamos caminando rápidamente. Hice una mueca
por el dolor en mi costado, tratando de recordar lo que había visto pero no podía
conectar las piezas. No se parecía a nada que hubiera visto antes, grande, silencioso y
rápido. Finalmente salimos del sendero y vi como la cara de Sarah se relajaba en una
expresión de alivio.
―Gracias a Dios. ―Jadeó ella, mientras su cara se curvaba en una sonrisa agradecida.
No pude evitarlo, pero también me sentí enormemente aliviada. Scott me miró riendo.
―Recuérdame no ser tu amigo más, ¿de acuerdo? ―él estaba bromeando, pero una
parte de su declaración me hizo sentirlo―. Eres un imán para los problemas
―Elle. No te ofendas, pero nunca sentí tanto miedo por mi vida hasta que te conocí.
―No tienes ni idea ―susurré en voz baja. Nunca había sentido tanto miedo como éste
tampoco. Miré el rostro de Sarah, con la horrible sensación de que el primer día de
conocerme, había logrado volverme loca y ponerlos en peligro. Me pregunté qué
pensaban exactamente de mí. Sarah y Scott se estaban riendo ahora y volteé mis ojos.
Me pregunté cómo se sentiría ser ellos, pensando que acababan de escapar por poco
de un oso cuando en realidad, era otra cosa, tal vez incluso algo mucho peor.
Scott me miró con una sonrisa.
―Bueno, ¿qué debemos hacer ahora?
―Uh… ―Hice una pausa, mi cuerpo seguνa temblando―, creo que debería
acostarme.
Scott se echó a reír bruscamente.
―Sí, eso es una buena idea, además, empiezas a parecer débil otra vez.
Sarah se rió un poco y asintió
―Sí, creo que tienes razón, aunque gracias.
―¿Quizás la próxima vez? ―Scott y Sara se miraron el uno al otro con un destello de
alivio. Yo sabía que no querían que me quedara a su lado de todos modos.
―Sí, suena muy bien ―le contesté con voz temblorosa.
Dieron la vuelta y comenzaron a caminar por la colina. Dejé escapar un último suspiro
aterrorizado antes de partir hacia mi cabaña.
Cerré la puerta detrás de mí duramente, maldiciendo por no tener una cerradura. En
buena medida me precipité a la silla que estaba sentada junto a la ventana, tirando de
ella hacia la puerta y deteniéndola en el mango.
Por un momento me sentí ligeramente fuerte, sin embargo, cuando se trataba de
fantasmas o fenómenos extraños, como yo había visto en la televisión, técnicamente
aún podrían atravesar las paredes. Finalmente me senté en mi cama, pensando que no
había manera para mí de controlar esto. Fuera lo que fuera que estaba allí parecía
inofensivo, y por otro lado, no me había atacado a pesar de que había tenido
posibilidades de sobra para hacerlo. Me estremecí, toda mi vida había pensado que yo
era el único monstruo, pero ahora, parecía que yo era uno de los muchos. Suspirando,
4
Monopoly es uno de los juegos de mesa comerciales más vendidos del mundo, producido por la empresa
estadounidense de accionistas Hasbro de Rhode Island.
mi ritmo cardíaco finalmente comenzó a disminuir a medida que reuní el valor para
superarlo. Cogí un libro del suelo, con la esperanza de ahogar mi mente en el trance
de la lectura...
M
e sentí maravillosamente descansada la mañana siguiente. Había
dormido asombrosamente bien en vista de los acontecimientos de
ayer.
Después de que dejara a Sarah y a Scott, las cosas fueron mucho más fáciles. Leí mi
libro y lo encontré sorprendentemente relajante. Era extraño poder centrarse en la
lectura. Estaba tan acostumbrada al griterío de hermanos y hermanas y al estruendo de
los coches, siempre llamando mi atención durante la escena culminante.
Cuando podía finalmente dormir, mis sueños estaban en blanco, nada como la noche
anterior. No había misteriosas y extrañas visitas de Edgar, o cualquier otra cosa, lo cual
fue un bienvenido alivio. El incidente por la cascada comenzó a sentirse como una
alucinación, la forma de mi mente de hacer frente a todo el cambio.
Me incorporé con una explosión de entusiasmo, recordando que hoy Edgar debía
volver a la universidad y yo estaba ansiosa por encontrarlo y continuar con el
interrogatorio.
Había decidido, al quedarme dormida la noche anterior, que mantendría el incidente
del bosque en secreto. Era estúpido comprometer nuestra algo más que interesante y
fructífera relación demostrando a Edgar que no podía confiar en mí. Era seguro que a
su tiempo, las respuestas que deseara también encontrarían su forma de resurgir.
Naturalmente, no había sido capaz de desenterrar cualquier suciedad en él ayer como
había planeado. La figura gris en el bosque había robado mi atención lejos de Edgar,
trayéndome toda una nueva serie de cosas para reflexionar sobre el infinito. Hoy sin
embargo, tenía un plan. Se me había ocurrido que la enfermera era inglesa, no es que
ser inglés le diera mayor visión sobre los cuervos, pero el cuervo que había estado en la
pradera había sido sin lugar a dudas de la misma región étnica. Ella también parecía
una veterana aquí, y su comentario acerca de tener otros estudiantes de visita en su
enfermería después de los malos encuentros con Edgar, sentía curiosidad.
Era una coincidencia perfecta que a la vez me quitaran los puntos del brazo. Había
mirado a escondidas debajo de los vendajes el día después del incidente, sólo para
encontrar que ya estaba casi curado, otra cosa extraña sobre mi existencia. Desde que
tengo memoria, siempre me he curado muy rápido. Me rompí el brazo en primer
grado cuando un chico llamado Andrew estaba bromeando y me empujó a la caja de
arena donde estaba jugando, que se convirtió repentinamente en una parcela de flores.
Una semana más tarde, mi brazo ya estaba curado. Pero naturalmente, los doctores me
hicieron continuar con la escayola por otras tres semanas a pesar de mi recuperación.
Simplemente estaban atónitos y lamentablemente lo escribieron en una estúpida revista
de misterios médicos.
Salté de la cama y fui al cuarto de baño a lavarme rápidamente la cara. Pues mirando
hacia fuera de la ventana pequeña, noté que era un día algo aburrido. Las ventanas
estaban empañadas y pude sentir un notable escalofrío filtrándose a través de ellas con
pequeñas gotas de lluvia que como lágrimas corrían por el cristal. El viento de ayer
parecía haber traído el mal tiempo con él.
Conseguí vestirme rápidamente anticipándome a la llegada de Scott, pero como pude
comprobar nunca llegó. Suspiré con un poco de alivio, pero también tristeza por el
hecho de que él y Sarah probablemente habían hecho buenas migas jugando al
Monopoly y yo probablemente lo había perdido como amigo y compañero. En
cualquier caso ahora tenía mucho tiempo libre para descubrir mi repentinamente
compleja vida.
Después de perder mitad de la mañana con ese pensamiento, finalmente salí de la
cabaña, impulsada por el hambre y una impaciencia para recabar mi información.
Anduve por el camino con fuerte decisión hacia la cafetería. La mayor parte de los
estudiantes habían venido y se habían ido ya, así que caminé derecha al mostrador y
cogí dos manzanas, calculando que guardaría una para después. Mientras mordía a
través de la fresca piel quebradiza caminé al exterior, masticando mi manzana en
sintonía con los crujidos de mis pasos. Era un poco inquietante el estar familiarizada
con la ubicación de la enfermería, sobre todo ya que nunca había llegado allí
completamente consciente. Mientras caminaba a través de la puerta, la enfermera Miss
Dee miraba hacia arriba alegremente.
―Bien, hola señorita.
―Hola Miss Dee. ―Intentaba ser tan agradable como fuera posible.
―¿Ya todo está curado? ―ella me echó una mirada perpleja y dudosa.
Traté de adoptar la misma actitud alegre de Scott.
―Sí, creo que lo estoy. ―Intenté sonar alegre. Todo lo que ella tenía que hacer era
buscarme en internet. La extensa documentación médica sobre mi lo explicaría todo.
―Mi Dios… ―Hizo una pausa mientras rodaba su silla hacia mí, cogiendo mi brazo
suavemente y tomando un pico debajo del vendaje blanco―. ¡Eres tú! ―Sonaba
asombrada y yo no estaba exactamente sorprendida al escucharlo. Me reí, empujando
mis capacidades interpretativas a sus límites. Comenzó lentamente a desenrollar los
vendajes mientras que tarareaba ligeramente.
Trabajé para ganarme su confianza, pensando en lo que podría utilizar para romper el
hielo.
―Miss Dee. ―Comencé. ―Recuerda cuando vine aquí por primera vez ¿No? ―ella
se echó a reír alegremente.
―Oh querida, yo no creo que pudiera olvidarlo. ―Pensé en la severidad de su
respuesta.
―¿Fui la primera en presentarme en tan mal estado? ―se echó a reír otra vez
―Dios mío, no fuiste la primera, pero sin duda la más desfavorecida. ―Tomé mi
primer hecho al corazón. Había algo diferente sobre cómo había reaccionado ese día.
La falta de aire y la sensación de ahogo en mi pecho no era un ataque de ansiedad, yo
lo sabía, pero entonces, si yo era la primera en estar así de mal era probable que el
resto de los estudiantes sólo hubiera hiperventilado con miedo, cobardes.
Asentí curiosamente, ahondando más en el tema ―¿Cuánto tiempo lleva aquí el
profesor?
Mantuvo su mirada fija atentamente en mi brazo mientras ella ahora trabajaba para
retirar la cinta opaca que estaba cubriendo los puntos negros: ―¡Oh desde que la
universidad abrió, hace unos cuatro años!
Yo estaba un poco sorprendida. ―Wow, ¿Así que entonces no era más que un
estudiante? Sería bastante joven.
Ella inclinó la cabeza pensando. ―No. ―Poco a poco retiró la cinta pero la cicatriz ya
no dolía―. Él era un profesor entonces también. ― se rió un poco―. Siempre le digo
que nunca aparentaría cuarenta años, a él le encanta cuando le digo eso, siempre le da
la risa. ―Sonrió con adoración.
―Hm. ―Yo consideraba el hecho, era como si ella me dijera que él nunca había
envejecido, pero eso era imposible―. ΏAsν que, usted entonces le conoce muy bien?
―Intenté sonsacar más.
―Oh sí, todo el equipo conoce a todo el mundo muy bien. Somos todos bastante
independientes, aunque por lo general a él le gusta estar solo en el laboratorio y vive en
el apartamento contiguo que ha construido. ―Empezó a cortar cada punto con
cuidado―. Wow, extraño, realmente te curas rápido. ―Apenas pude obtener más de
ella.
Ignoré su comentario respetuosamente. ―Él es siempre tan… ―Me detuve
brevemente―. ¿Misterioso? ―me miró fijamente a los ojos, una mirada de
conocimiento atravesaba su cara.
―Oh. ―Estaba tratando de comprender―. Es diferente, sí. Pero creo que cada uno
tiene sus cosas privadas, trato de evitar hacer preguntas y de todos modos jamás parece
tener voluntad para responderlas. Así que, aunque yo le preguntara, dudo que
realmente me diera una respuesta.
Su respuesta fue vaga, pero no sugería que estuviera escondiendo nada, además estaba
alterada por no saberlo. Hizo que me pareciera del tipo chismosa, siempre ansiosa por
saber todo. Me dirigí a Edgar, ahora más curiosa por saber por qué estaba aquí en el
bosque.
―Así que. ―Mi voz estaba preguntando que yo quería saber más sobre la zona, las
cosas no necesariamente estaban escritas en una revista científica o un mapa del
guardabosques―. Las cosas son tan hermosas aquí ¿No?
― Mmmm. ―Susurró ella cariñosamente―. ¿No es magnífico?
―Sí. ―Estaba haciendo esto demasiado fácil―. Prácticamente mágico. Me pregunto
por qué no hay leyendas escritas sobre estas montañas. ―Hice una pausa, esperando
ansiosamente para que ella pillara mi anzuelo. Mi aliento pasó suavemente por mis
labios.
Me miró, con un aspecto sorprendido y emocionado en su cara: ―¡Oh señorita!
―Exclamó.―. ¡Pero hay toneladas! ―Sonrió y miró de nuevo a mi brazo.
―¿En serio?―le pregunté con sarcasmo, actuando con demasiado interés―. ¿Cómo
cuál? Me encantaría escuchar una.
Ella sonrió alegremente. ―Bueno. ―Me cortó otro punto expertamente―. Mi
favorita es la historia de los lagos.
La miraba curiosamente, actuando como el oyente perfecto.
―Pues cuenta la leyenda que estos los lagos fueron creados por la magia. ―Me echó
un vistazo dramático―. Es por eso que el lago se llama Diablo Lake o Devil Lake.
Sarah nos echó una mirada extraña. ―¿Estella, sientes algo por el profesor Edgar?
―Arrugó la nariz―. Quiero decir, ¿Qué edad tiene él?
Mis cejas subieron, sabía la respuesta a eso. ―Oh, aparentemente dieciocho o
diecinueve años, yo le pregunté. ―Scott se rió entre dientes con incredulidad.
―¿En realidad le preguntaste eso? ―Su cara estaba roja de la risa―. Elle, tú
realmente tienes deseos de morir. Me sorprende que no te decapitara allí mismo.
Esta vez fui yo quien empujó a Scott.
―Ay, detente. ―Él rió―. No hay ninguna necesidad de recurrir a la violencia.
Los dos estaban riendo ahora y les di una mirada juguetona de indiferencia. Sarah se
quedó sin aliento. ―¿Cómo lo hace?, lleva aquí unos cinco años. ―De repente
comenzó a contar con los dedos.
Me encogí de hombros. ―Buenos genes, supongo. Debe ser el descubridor de la
fuente de la juventud. ―Me enorgullecía el haber hecho en realidad una broma por
primera vez en la historia.
Ambos rieron por lo que dije y profundamente en mi alma sentía un parpadeo que
intentaba encender mi felicidad.
M
ás me encontré en mi silenciosa habitación. La incertidumbre era
irritante y por un momento había deseado desesperadamente no
haber dejado a Scott y Sarah tan pronto. Airadamente hojeé algunos
libros, pero encontré que no ayudaba. Al atardecer, finalmente renuncié a mantener la
calma y salí al exterior, caminado mientras que las estrellas comenzaban otra vez a
salir.
Le eché una mirada de reproche. ―Tal vez deberías moverte lentamente, como la
gente normal. Quizás haciendo cierto ruido, los pasos son un buen comienzo, o un
silbido.
Avanzó y se sentó abajo al lado mío en el porche, lo suficientemente cerca para
conversar, aunque aún fuera del alcance de sus brazos. ―Pero entonces yo sería como
la gente normal ―dijo suavemente―. Y la gente normal es aburrida.
Su lenguaje corporal sereno era extraño. Se movía con una fluidez y un poder, que me
hacían sentir frágil en su presencia. Me crucé de brazos y miré hacia el cielo
oscurecido, millares de estrellas ahora brillaban intensamente sobre nosotros a través
del fresco aire.
Edgar suspiró. ―¿No es hermoso? ―aspiró profundamente, cerrando pensativamente
sus hermosos ojos y bebiendo en el olor de la noche.
Asentí con la cabeza, mirándolo de cerca.
Su mirada cayó fija en mí. ―Puesto que todavía nos estamos familiarizando el uno con
el otro―, una sonrisa torcida cruzó su rostro, estaba disfrutando del pequeño juego
que él había comenzado―. ¿Qué piensas de mí? ―me fulminó con una amenazante
mirada.
―A decir verdad creo que eres peligroso. ―Mi comentario fue contundente y
punzante.
Él se rió. ―Tal vez ―se detuvo brevemente―. Pero no para ti. Como ya te he dicho,
yo nunca te haría daño.
La forma en que lo dijo envió escalofríos por mi espina dorsal. No importaba lo duro
que tratara de creer que él nunca me lastimaría, yo simplemente no podía. ―¿Qué?
―Hice una pausa para reunir mis pensamientos dispersos―. ¿La primera vez que te
vi? ¿Por qué me sentí tan...? ―Luché para encontrar las palabras adecuadas.
―¿Débil? ―preguntó Edgar con curiosidad.
―Sí ―comencé a juguetear con el dobladillo de mi camisa―. Me sentí tan
completamente agotada y dolorida ―me puse la mano en el pecho―. Sentía que me
ahogaba.
Él asintió gravemente, ni una chispa de humor a su cara. ―Es algo entre nosotros, algo
poderoso que debía estar preparado para controlar pero que no pude.
Lo miré profundamente, impulsándolo a mirarme a los ojos. ―¿Y sabes lo que es, esa
cosa tan poderosa entre nosotros?
Disparó sus ojos hacia mí, su esplendor pulsó en mis huesos. ―Sí, lo sé. ―Buscaba
mi cara con impaciencia―. Pero no estoy seguro de que estés dispuesta a escuchar
por el momento.
La frustración ardió en mis ojos. ―Sigues diciendo eso, pero ¿por qué no? ―le dije
secamente―. Necesito saber qué soy. No puedo seguir así. ―Era en momentos como
éste que me gustaría poder llorar.
Edgar me miró sorprendido por mi repentina depresión y lentamente se deslizó más
cerca, mientras yo escuchaba el roce de sus pantalones vaqueros contra la madera de la
cubierta. Lo vi mirándome por el rabillo del ojo, y noté una profunda tristeza cruzando
su rostro. Lentamente, alcanzó mi brazo y mi ritmo cardíaco se disparó. Deslizó un
dedo cuidadosamente a lo largo de mi mano e inesperadamente una lágrima cayó de
mis ojos.
Di un grito ahogado, apresuradamente llevando una mano temblorosa a mi cara con
asombro. ―¿Qué? ―Mi garganta se estrangulaba cuando él retrocedió. Disparé mis
ojos para enfrentarlo―. ¿Cómo hiciste eso? ―Estaba desesperada, casi al punto de
histeria.
Él sonrió levemente. ― Esto es lo que quiero decirte, pero no sé cómo hacerlo.
Busqué su cara. ―Lo sabes ¿no?, Tú sabes cómo me haces sentir.
Sacudió la cabeza. ―No, yo no. Pero esperaba que quizá tú lo hicieras. Pero al
parecer no.
Fruncí la frente. ―Yo no entiendo. ―Alcé una mano temblorosa hacia él con avidez,
y retrocedió.
―Elle, no sabes qué clase de poder posees sobre mí, puedes morir si no tienes
cuidado ―me miró con adoración.
Mirándolo atentamente, dejé caer mi mano. ―Pero, tú me has tocado ―le dije
infantilmente.
―Sí. ―Él miraba a las estrellas otra vez―. Pero fue difícil. He necesitado una gran
cantidad de autocontrol para poder hacer eso.
Asentí en conformidad, solemne.
―Tú y yo somos opuestos. Algo así como una pila. Hay un lado positivo y uno
negativo, pero no significa que vayan juntos de la mano sin problemas. ―Me prendí de
sus palabras ávidamente cuando él se encendió―. Nuestra historia va mucho más allá
de todo lo que sabes ―miró mi cara buscando una reacción―. Cuando dije que
éramos de la misma edad, yo quería decir...
Se detuvo, cuidadoso con sus palabras como si intentara no sorprenderme pero no me
importaba nada, la vida no valía nada sin mi sentido de la felicidad.
―Por favor Edgar, puedes contarme lo que quieras, cualquier cosa. ―Su mirada se
posó sobre mí y pude ver qué estaba luchando por resistir mi desesperación.
―Es sólo que nosotros hemos estado aquí mucho tiempo, si no en cuerpo, entonces
en alma. Deseo profundamente que puedas recordarlo todo. ―Vi el vacío en sus
ojos―. Pero ésta es una de las consecuencias que esperábamos y era un riesgo que
tuvimos que tomar. ―No sabía exactamente lo que significaba su explicación o lo que
significaba ―nosotros‖ pero tenía la certeza de que por primera vez no me sentía fuera
de lugar, algo acerca de este momento me hacía sentir como en casa.
―Entonces nosotros ¿qué somos? ―le pregunté sin rodeos.
Una sonrisa volvió a su cara. ―Bien ―vi su imaginación comenzar a crecer mientras
que sus ojos se abrieron brillantes con ese pensamiento―. Algunos nos llamaban
brujos ―se detuvo brevemente, mirando la reacción de mi rostro―. Pero el término
parece cursi, así que intento no utilizarlo. Y hay otros que nos llaman diablos, y otros,
refiriéndose a ti, ángeles. Me inclino hacia la palabra única. Suena bastante humano y
no parece tan loco.
Mis pensamientos fueron rápidamente a la leyenda. ―Diablo Lake ―susurré y él me
miró con una chispa de interés.
―¿Te acuerdas de eso? ―preguntó con entusiasmo.
Vi dentro de sus ojos cómo la adrenalina se vertía en sus venas. ―¿Qué quieres decir
con recordar eso? ―La historia tiene cientos de años de antigüedad, por supuesto que
no recuerdo eso.
El entusiasmo se descoloró de su cara.
―Acabo de oír la leyenda, sobre cómo se hizo ―agregué en voz baja.
Suspiró. ―Bien, sí ―la decepción se apoderó de él―. Tal vez es una buena cosa que
no recuerdes ese día, esa fue la última vez que te vi.
delicadamente, encendió algunas velas y las seis esferas que oscilaban con intenso
parpadeo, se convirtieron en tres pares de ojos de pájaro.
El primero era el halcón de la clase, puesto juguetonamente en un estante en la parte
superior de la alta oficina. El siguiente era el búho, que se encontraba en una percha
junto a la ventana alejada, y el tercero era un halcón blanco como la nieve, de una
cierta especie, un animal que nunca había visto en su clase antes de ahora.
El halcón blanco parecía nervioso en mi presencia, su peso cambiaba de una pata a la
otra, en la parte superior de una gran jaula en la esquina. Edgar vio como el halcón
blanco se quedó embobado mirándome, con una sonrisa que le cruzaba la cara se
acercó y le dio un pequeño empujoncito en su cabeza, agitando sus plumas levemente.
Mirando la pequeña habitación me esforcé en encontrar exactamente donde dormía.
No parecía en absoluto que él viviera aquí y comencé a preguntarme cuál sería ese
lugar. Había un gran escritorio de madera centrado en el espacio, su diseño claramente
europeo y también aparentemente pesado. El perímetro exterior estaba revestido con
varias perchas y estantes, relleno de suelo a techo con libros polvorientos.
Después se trasladó hacia el halcón marrón grande que había visto previamente.
―Éste es Henry ―dijo mientras me miraba atento―. Tú lo has visto antes, y sí, él está
agradecido de que estés aquí y agradecido de que hayas protegido sus alas. ―Edgar
hizo un gesto hacia el búho―. Y por supuesto éste es Alexander, que lo has visto antes
también. ―El búho inclinó su cabeza hacia mí, curiosamente, sus ojos brillantes
volteando como una moneda de plata.
No hice ningún intento de moverme, tenía miedo de asustarlos.
Edgar caminó hacia el tercer pájaro, el halcón blanco. ―Y ésta es Isabelle. ―Él la
miraba con una sonrisa suave en su rostro, su mirada fija en mí nunca se rompía―.
Ella es nativa de climas más cálidos que éste, pero entonces otra vez, su dueño era el
ser más caliente, así que estuvieron muy bien juntos.
Él me miraba con una sonrisa socarrona. ―¿Te gusta que haya regresado? ―La
mirada en su cara era de diversión hacia la expresión completamente sorprendida que
había aparecido en la mía.
Miré fijamente a Isabelle con asombro, ¿Te gusta su regreso? ―¿Ella es mía?
―tartamudeé, nerviosa de estar tan cerca.
―Sí, Elle. ¯Su voz era fuerte, animándome a tomar sus palabras en serio.
Su pequeño pico iba del gris profundo desvaneciendo a un punto blanco como la
nieve. Ella parpadeó hacia mí en varias ocasiones, seguía meciéndose hacia adelante y
hacia atrás con entusiasmo en su percha.
Edgar puso su mano en sus plumas lechosas. ―¿No ves lo feliz que está de verte? Te
ha estado esperando durante siglos.
Sentía que se me aceleraba el corazón. ―¿Siglos? ―jadeé.
Le dio a Isabelle un empujoncito que extendió repentinamente sus alas, empujándola
fuera de la jaula y deslizándose abajo hacia mí. Algo dentro de mí me hizo
instintivamente extender el brazo y ella aterrizó en él suavemente.
―Yo también ―susurró, y no podría decir si él lo dijo para que lo oyera o no. — Mira
—la cara de Edgar estaba encantadoramente animada y sus ojos veteados centellearon
maravillosamente—. Ella te ama, no sería correcto impedirlo, por lo que ahora es tuya
de nuevo.
Mi cara se cayó de la incredulidad. Nunca había tenido una mascota, ya que siempre
habían cambiado demasiado drásticamente bajo mi cuidado. Era duro explicar por qué
mi nuevo gatito se había convertido y crecido como un gato adulto durante la noche.
―¿En serio? ―lo miré con los ojos abiertos de par en par pero de repente me di
cuenta de que la cara de Edgar era algo triste―. ¿Qué pasa? ―le dije frunciendo mi
frente con preocupación.
Caminó hacia mí lentamente. ―Sólo falta tu sonrisa―. Desvió su mirada hacia el
halcón, cerrando los ojos y concentrándose interiormente.
Lo miré atenta, perpleja por la mirada de dolor en su rostro. Cuando abrió los ojos
otra vez eran de un gris profundo. Caminó hacia mí lentamente mientras que Isabelle
se trasladaba a mi hombro. A pesar de su enorme envergadura, ella tenía el tamaño y
peso perfecto.
Vi como Edgar levantaba una mano hacia mí, dejándola flotar a escasos centímetros de
mi mejilla. Mi respiración se aceleró cuando me miró, centrando su mirada en la mía,
mientras se mantenía en calma. Mi corazón corría por el miedo, asustado de lo que yo
no sabía, con miedo de hacerle daño a él o a mí misma.
Poco a poco, con lentos movimientos, llevó su mano más cerca de mi cara y yo cerré
los ojos por miedo. Finalmente, su mano tocó mi mejilla y un cosquilleo frío atravesó
mi piel. La sensación era tan increíble que la sentía extenderse desde las venas de mi
mejilla, a través de mi cara, hasta que llegó a mi espina dorsal. A partir de ahí el calor
Asentí obedientemente.
―Estamos unidos por el destino, de por vida. Cuando uno de nosotros muere ―sus
ojos se agitaban hacia mí―, es doloroso.
Me toqué el pecho mientras que Isabelle permanecía sentada tranquila y quieta sobre
mi hombro.
―No estoy seguro de si quieres escuchar la historia, Elle, pero creo que ya es hora de
que la sepas ―puso la foto en el estante, volviéndose hacia mí, dando tres pasos
adelante.
Asentí con impaciencia. ―Sí, yo quiero saber. ―Di un paso adelante, ninguna
extraña sensación sobre la intensidad que existía claramente entre nosotros. Yo creía
en él, podía sentirlo.
Suspiró, uniendo sus pensamientos. ―Cuando tú naciste en este mundo, yo también
nací. ―Llevó su mano a su corazón―, al comienzo nosotros éramos un solo ser.
Éramos perfectos, felices, fuertes, rápidos, e inteligentes. Pero pronto los dioses se
enfurecieron y envidiaron nuestra absoluta perfección. Un día, su cólera se hizo de tal
magnitud que nos desgarraron separándonos a todos, y los de nuestra especie fueron
maldecidos eternamente a vivir una vida de separación y confusión.
Él se paseaba lentamente ahora.
―Una mitad se hizo fuerte, rápida, e intensa, los portadores de la muerte y la guerra.
La otra mitad se hizo inteligente, aguda y dotada de vida, y finalmente se convirtió en
madre o vigilante de nuestras almas.
―Pero mi mitad, la mitad de muerte, también fue bendecida con poder, y para alguno
ese poder se convirtió en una obsesión y tomamos nuestro regalo por sentado. Fueron
esas mitades oscuras las que se volvieron celosas de sus parejas y del propietario de su
posesión más estimada, del alma, de la luz azul del amor y de la vida. Es por eso que
me siento atraído por ti. Elle. No puedo resistirme a ello, pero puedo evitar tomarlo.
Pero en realidad somos también almas gemelas. ―sonrió ante esa palabra―.
Literalmente.
Respiré lentamente, mi cuerpo vibraba liberando en una descarga repentina, todo mi
odio, toda mi cólera del pasado, todo estaba justificado. ―Así que, básicamente ―mi
voz era baja e intensa―, ¿compartimos la misma alma, el amor? ―Estaba tratando de
aclarar su historia de alguna manera.
Me miró con un brillo en sus ojos. ―En esencia, sí. Pero también la felicidad.
―Caminaba a su escritorio donde se sentó en la gran silla de terciopelo azul, yo podía
ahora sentir su agotamiento―. Hace siglos que nosotros imaginamos que habíamos
aprendido a vivir unos con los otros, a ser felices, ya que muchos de nuestra especie lo
habían hecho también. Aprendí a resistir mi impulso celoso, a matar y robar el alma
por mí mismo. Ya ves… ―se recostó en su silla―. Necesito energía para vivir, energía
natural. En este momento lo mejor que puedo hacer es absorberlo de las estrellas y la
naturaleza. ―Su rostro estaba de repente consagrado como si recordara un día
mejor―. Pero, antes de… ―hizo una pausa―, todo lo que tenía que hacer era estar
cerca de ti.
Lo miré fijamente, mi cuerpo empezó a sudar, la adrenalina impulsada fluía sin diluir a
través de mi sangre, esto era lo que siempre había soñado saber y de repente, todo
tenía sentido.
Su cuerpo estaba tenso. ―No tienes ni idea de quién eres o qué puedes ser ―hubo un
fuego en sus ojos mientras hablaba―. Con tu alma intacta, tú serás feliz otra vez ―se
sentó en su silla―. Lo que veo ante mi daña mi corazón. No eres más que una cáscara
separada de ti misma. Tu piel, tu pelo, solía ser tan brillante y tan vivo.
Me acerqué hacia él lentamente. ―Entonces, ¿Cómo puedes ser feliz? ¿Cómo puedes
estar bien? ―Había una pasión en mi voz que nunca supe que existía. Si él ni si quiera
podía tener acceso a mi alma ¿Por qué estaba tan lleno de vida?
Se sentó hacia delante de nuevo, reflexionando sobre mi pregunta. ―Puedo ser feliz,
pero soy débil. Cuando pierdes tu felicidad yo pierdo mi fortaleza, ―suspiró―. Estoy
cansado Elle, cada día es una lucha. Necesito tu amor, tu vida aportándome energía,
no solo tu alma. ―Suspiró otra vez―. Aunque yo quizás pueda parecer feliz ahora, no
lo estaba cuando desapareciste.
―Entonces, tu debilidad, es por lo que no pudiste ayudarte a ti mismo la primera vez
que me viste ―algo dentro de mí se ceñía más cercano a él, tirando de mí.
―Sí, ―él jugueteaba nerviosamente con un compás en su escritorio―. Ese primer día
en mi clase, con Henry, yo estaba abrumado por la desesperación. Era débil más allá
de la aprensión y el hambre era lo que me conducía a intentar matarte, pero
entonces... ―Hizo una pausa, sus ojos tristes―. El amor que siento en lo más
profundo, te salvó, y me salvó a mí. Si tú mueres yo nunca sería capaz de vivir conmigo
mismo, yo no podría hacerlo de nuevo.
Me quedé allí un momento, abrumada con los pensamientos.
Se incorporó repentinamente, sonriendo con tristeza. ―Creo que es hora de que te
lleve a ti y a Isabelle de nuevo a tu cabaña, se está haciendo tarde. Nos sonrió mientras
que permanecíamos allí, en la vacilante luz que oscilaba de las velas―. Mis niñas
―susurró suavemente en voz baja.
A
l día siguiente me desperté con el ronroneo sutil de Isabelle. Durante
la noche se había traslado desde el bastidor de la cama donde la había
encaramado, a acurrucarse dentro de mi brazo. Fue una sorpresa ver a
un pájaro abrazándose mimosa como ella estaba, pero supongo que no parecía
inconcebible que pudiera hacer eso, solo poco probable que una criatura como ella
pudiera amar tanto a una persona. Me quedé allí completamente inmóvil, no
queriendo arruinar el momento. Pensé sobre la última noche, cómo Edgar me había
revelado otro mundo completamente diferente, hechos que nunca había podido
imaginar que existieran. Siempre había creído que era la única de mi especie, me
sentía absolutamente rara.
Aún era muy temprano y una parte de mí se preguntaba sí Scott aparecería pronto o si
se había oficialmente olvidado de mí, en su deslumbrado enamoramiento por Sarah.
Poco a poco, atraje mi brazo alrededor de Isabelle, moviéndolo gradualmente,
ligeramente, como pude. Me deslicé con cuidado fuera de las sábanas y fui de puntillas
al cuarto de baño donde cerré la puerta sin hacer ruido detrás de mí y abrí la ducha.
Rápidamente me lavé el pelo bajo el agua relajante. Tenía una sensación extra de
anticipación en mi sangre hoy, la espesa adrenalina de la noche anterior aún persistía.
Estaba impaciente por asistir a clase para ver a Edgar de nuevo. Ahora que entendía
nuestra química especial, sentía dolor al estar separados. La cuerda que tiraba de mí
hacia él, estaba ahora tironeando en mi pecho más que nunca. Estar con él se sentía
como algo de siglos de vida, siglos de algún tipo de confort y conclusión.
Sentí el espacio vacío en mi pecho, sentí cómo desesperadamente quería acercarme a
él y ser entera otra vez. Dejé escapar un gemido ansioso, necesitaba esa sensación de
nuevo. Cerré el agua, salí de la ducha y me envolví en una toalla mientras lentamente
abría la puerta. De repente salté hacia atrás, un pequeño grito escapó de mis labios.
Parpadeando duro un par de veces, reconocí que la cosa blanca era Isabelle,
permanecía en silencio en el suelo delante de mí mirándome con curiosidad.
Pensé sobre eso por un momento, dándome cuenta de que estaba siendo una
hipócrita. En realidad no me gustaba nada de eso tampoco, sólo la clase con Edgar. De
repente mis ojos se fijaron en una fresca cara que estaba mirándome por encima del
hombro.
De pronto me sentí un poco ofendida. Ese chico ni siquiera me conocía y ya estaba
resplandeciente. Le fulminé con la mirada achinando los ojos. De repente pareció
sorprendido cuando azotó su cabeza de atrás adelante. Intrigada, seguí observándolo.
Su ropa no era del tipo normal de abrazar-árboles-salvar-animales. Eché un vistazo a
los zapatos, ahora de repente encontraba esa clase más interesante. Llevaba un par de
zapatillas de gimnasia, difícilmente los zapatos que te pondrías en un parque de barro,
y mucho menos en una tierra salvaje. Sus jeans eran caros y de diseño y su abrigo era
de cuero negro, probablemente la única piel de animal masacrada en cincuenta millas.
Me miró por encima del hombro otra vez, sus ojos de un bronce intenso.
Rápidamente miré hacia otro lado, fijándome en una estantería detrás de él, con la
esperanza de que no se diera cuenta. Su cara era fría y perversa, muy similar a todos
los demás, excepto que él estaba sorprendentemente pálido. Al instante borré el hecho
de que no era otro tipo de Edgar en base a aspecto un tanto desaliñado, motorista rico,
pero aún así él no era como todos los demás tampoco. Tenía el pelo castaño, que solo
hacía que sus rasgos fueran más agudos. Me fijé rápidamente en cómo de suave y joven
era su rostro, el talcoso cutis muy lejos del radiante resplandor que Edgar parecía
poseer.
Por fin el profesor se despidió y el misterioso recién llegado cayó de mi mente
mientras Sarah y Scott me agarraban del brazo y me llevaban fuera.
Scott me miró con una molesta mueca en su cara. ―Vaya, Estella, realmente estás
pillada con el profesor ¿eh?
Le fulminé con una mirada de reproche, mirando a Sarah buscando algún tipo de
apoyo. Mientras andábamos hacia la puerta miré por encima del hombro
discretamente, al notar que el tipo había vuelto a mirar. Una voz de pronto apareció en
mi cabeza y me alarmó. ―¿Qué? ―Como si el chico misterioso lo hubiera dicho en
voz alta.
Entrecerré los ojos hacia él, frunciendo mis cejas aún más pero él apartó la vista. Eso
fue raro, pensé.
―Hey Elle, ¿me has oído? ―Scott estaba sacudiendo mi brazo. Yo asentía, los brazos
aún cogidos con los de Sarah y Scott―. ¿Qué?
Scott rodó sus ojos. ―He dicho que tú realmente tienes un flechazo con el profesor
Edgar ¿no? ―Suspiró―. Pero era más divertido hace un minuto, lo has arruinado
cuando te has quedado contemplando al chico nuevo.
Sarah me echó una mueca dulce antes de dar a Scott una mirada atrevida. ―Scott,
déjala en paz. Además, Edgar es bastante lindo. ―Una mirada agria atravesó el rostro
de Scott, así que Sarah rápidamente lo arregló―. Pero no tan lindo como tú.
La cara de Scott se volvió al instante de un vibrante color rojo. La cursilada me dio
ganas de vomitar y mis ojos rodaron en disgusto. Estaban susurrándose y riendo el uno
al otro ahora, y me aparté de ellos, sabiendo que si tuviera que soportar otra frase tan
cursi probablemente vomitaría el desayuno aquí, en la acera.
Empujamos a través de las puertas de la clase y fuimos directamente a nuestro sitio.
Scott corrió en busca de un tercer taburete para Sarah mientras me senté con ansiedad
al otro extremo de la mesa, contemplando fijamente la puerta sintiendo cómo se
incrementaba la atracción hacia ella con cada minuto que pasaba. Apenas me di cuenta
del aula llena y las voces que zumbaban en voz alta a mi alrededor.
De pronto volví a ver al chico nuevo entrar en la sala, miró a su alrededor antes de
dirigirse hacia el frente a grandes zancadas, tomando asiento en algún punto
intermedio entre la fila dos y tres. Yo estaba mirando fijamente un hueco detrás de él,
algo en él era raro, pero esta vez, no miró atrás.
Por fin se hizo el silencio y Edgar salió desde su sala y mis ojos se desviaron al instante
desde el chico nuevo a Edgar, su rostro más hermoso que la última vez que lo había
visto.
―Hola clase ―su voz era atronadora y me sentí satisfecha sabiendo que en realidad
no eran tan temible como la mayoría creía.
Su mirada estaba fija en la mía y pude ver la felicidad que vivía allí, detrás de su
amenazador físico.
Llevaba una camiseta térmica de manga larga color negra con pantalones vaqueros y
unas impresionantemente bonitas botas negras. Cruzó los brazos sobre el pecho
mientras se apoyaba contra el escritorio. Su cabello negro alborotado, pero organizado
contra su piel nacarada y prominentes cejas negras. El pálido gris azul de sus ojos me
dijo que estaba tranquilo, pero la nubosidad rugiendo me dijo que estaba ansioso
también.
―¿Cómo vamos con la investigación sobre la intrusión exterior? ―preguntó
amenazante.
mirada un segundo antes de salir por la puerta. Fruncí el ceño, aún sintiendo
curiosidad de quién era. Scott me echó una mirada de disculpa mientras Sarah lo
arrastraba fuera de los invernaderos. Me saludó con dulzura cuando la puerta se cerró
detrás de ella, y finalmente, Edgar y yo estábamos solos.
Dejé escapar el aliento que había estado conteniendo cuando Edgar avanzó hacia mí,
quitándose las gafas y sonriendo con entusiasmo. ―Para alguien que no puede sentir
la emoción ―dijo socarronamente―. Fuiste una muy convincente víctima.
Le miré cuando se puso peligrosamente cerca de mí, mi mente completamente en
blanco olvidada de todo, derretida, nada. Edgar lentamente rozó el dedo a lo largo de
mi mano, una explosión de calor ardía en mi pecho y le sonreí.
―No tienes ni idea de lo bien que se siente ―suspiré.
Sonrió suavemente, sus ojos empezaban a oscurecerse. ―Creo que tengo una muy
buena idea. ―Sus ojos eran de repente profundos, como una noche azul, mientras me
miraba en ellos. Al darse la vuelta comenzaron a recuperarse lentamente―. Creo que
estoy mejorando con eso ―dijo―. Con tocarte ―susurró con arrogancia―. Eso
espero. ―Estaba desesperada por sentir de esa manera, ya, para siempre―. Así que,
ahora que me tienes para ti sola el resto del día ¿qué te gustaría hacer? ―Su magnífico
cuerpo estaba firmemente delante de mí y yo anhelaba enlazarme en él y sentir sus
brazos a mi alrededor.
Me encogí de hombros.
Miró por la ventana pensando. ―Creo que lo sé. ―Entornó los ojos y una sonrisa
cruzó su cara. Haciéndome señas hacia la puerta principal, le seguí obediente. Una vez
fuera, giró bruscamente y se fue hacia la colina, me apresuré a seguirlo. Cuando
pasamos por mi cabaña me di cuenta de hacia dónde nos dirigíamos y por un
momento me sentí insegura. Entramos en el bosque y mis ojos tenían dificultad en
adaptarse a la lúgubre oscuridad del día.
Edgar se volvió hacia mí, con los ojos brillantes como monedas en ese entorno
sombrío. ―Toma mi mano ―suspiró.
Me extendió la mano con cuidado, cogiendo la lana gruesa, más suave de lo que había
imaginado, bajo mi tacto. Caminamos enérgicamente más allá del refugio donde había
descansado en mi primer viaje al campo. Los árboles se dividían, una gran extensión se
abrió ante nosotros como una flor.
Edgar caminaba con un propósito, obviamente con una misión en un cierto punto de
la pradera. De repente, oí los gritos de los halcones sobre nuestras cabezas y enfoqué
mis ojos al cielo, viendo a Isabelle y Henry luchando juguetonamente en el cielo.
Edgar a un paso detrás de mí, sus ojos girando lejos de mi cara, me di cuenta de que
luchaba, con las pupilas dilatadas y los ojos completamente negros. Me quedé allí un
momento, permitiéndole recuperarse, mientras miraba alrededor de la sala.
Finalmente, fue capaz de volver a mirarme otra vez con el rostro calmado―. ¿Cómo
lo hicimos? ―jadeé, aún incapaz de comprender la existencia del nuevo espacio en el
que ahora estábamos.
La boca de Edgar se curvó en una sonrisa temblorosa, su cuerpo temblaba ligeramente
como si hubiera bebido un bote entero de café.
Me encontré de pie enfrente del vestíbulo de una casa y cuando miré por la ventana de
la puerta principal, el prado en el que habíamos estado permanecía maravilloso en el
exterior.
Todo lo que mi vista alcanzaba a mirar era antiguo, cada pedacito de antigüedad. Allí
había sillas de oro y seda y espejos grabados.
Un millón de velas colgadas en vilo de las paredes. El suelo era de mármol oscuro y su
brillo era tenue por años y años de uso. El tic-tac que había oído sonaba de un gran
reloj de pared que había en el extremo izquierdo de la habitación, dando un ambiente
siniestro al espacio.
―¿Cómo es esto? ―tartamudeando, me obligué a encontrar las palabras, no podía
entender lo que estaba sucediendo―. ¿Cómo está esto aquí?
Edgar finalmente habló. ―Nadie puede ver esto, sólo tú y yo sabemos que está aquí.
―Inspiraba fuertemente, aún me miraba con ojos nerviosos.
―Pero yo no sabía que esto estaba aquí ―repliqué claramente al mirar hacia arriba, a
la araña de cristal gigante que colgaba sobre mi cabeza y la escalera en espiral que tenía
a cada lado.
―Hice algo dentro de ti ―dijo con franqueza―. Ven, vamos a sentarnos un rato, nos
pondremos al corriente y te daré una vuelta por tu casa. ―Su familiar personalidad
volvió y su sonrisa otra vez volvió a ser brillante y sarcástica. Juntos nos giramos,
viajando a la profundidad de la casa.
–A
uí tienes ―Edgar empujó un vaso de agua fresca hacia mí.
―¿Incluso hay fontanería? ―pregunté burlonamente.
Inclinó la cabeza hacia mí, dándome una mirada de desdén.
―Muy gracioso Elle. ―tragó su agua en tres tragos―. ¿Así que nada de esto suena
familiar? ―se aventuró, curiosamente, dejando su vaso en una mesa cercana―. ¿Lo
hace?
Negué con la cabeza, la culpa llenaba mi cuerpo. Pude ver cuánto extrañaba a quien
fuera que yo solía ser.
―Oh ―su mirada cayó. Se sentó a mi lado en un sillón antiguo en lo que parecía ser
la sala de estar. Inclinó su cuerpo relajadamente en su espalda, flexionando sus
músculos a través de su camisa bien ajustada.
Las paredes estaban cubiertas con elegantes fondos de escritorio de color rojo oscuro y
había objetos de todo tipo, desordenados a través de estas. La gran colección de relojes
por toda la casa era alucinante, de todas las épocas de la vida. Había pinturas y
cuadros, y filas y filas de estanterías polvorientas llenas de siglos de literatura.
Estaba de pie mientras él apoyó la cabeza contra su mano, observando cada
movimiento mío. Me acerqué a un estante de la habitación. Había una pequeña
ventana en la pared y me di cuenta de que miraba a través de lo que parecía una
biblioteca. Volví la mirada hacia la plataforma frente a mí, dejándola de lado mientras
corría mi mano a lo largo de la madera aterciopelada.
Había objetos de todo el mundo, desde muy antiguos abanicos Chinos, a pequeñas
máscaras tribales. Había un poco de papel de periódico antiguo enmarcado y cuando
lo miré, fui apenas capaz de distinguir ―brujas de Salem‖ escrito en tinta desvanecida
en la parte superior. Miré a Edgar y sonrió.
―Sí, pensé que era divertido, los seres humanos, tan paranoicos. ―Parecía divertido,
como si lo hubiera mirado todos los días durante años, cada vez encontrándolo más
divertido que antes. Finalmente di la vuelta a la sala en su totalidad, sintiéndome más
como si estuviera visitando un museo que la sala de una casa en la que había vivido en
mi vida pasada. Finalmente me senté en el salón, asegurándome de mantener
distancia.
Todo el sutil tic-tac de los relojes me provocaba ansiedad.
―¿Edgar? ―dije su nombre a la ligera y se volvió hacia mí, su angelical rostro detrás
de sus rasgos afilados―. Si no envejeces, y yo sí, ¿qué pasará?
Se echó a reír de repente.
―Tú no envejeces, tampoco ―dijo directamente―, por lo menos, cuando recuperes
tu alma ya no lo harás. ―Parecía relajado y contento―. Vas a cambiar Elle, si piensas
que eres bella ahora ―hizo una pausa, mirándome en mi totalidad―, porque sucede
que eres hermosa, sólo tienes que esperar a verte más adelante, serás simplemente
impresionante.
Miré a mi cuerpo, la sudadera roja que Isabelle había elegido para mí no era el
conjunto más atractivo o revelador para usar. Miré el estilo natural de Edgar y la forma
en que lo hacía lucir sólo más atractivo. Tenía una pierna enganchada a mitad de
camino en la silla y un brazo echado sobre la espalda del sillón, la otra mano apoyada
en su pierna con sus dedos extendidos fuertemente. Mire la extraña herida en su dedo
de la mano izquierda, pero rápidamente desvié la mirada, asustada al darme cuenta de
lo que era.
Me di la vuelta con la idea de la belleza eterna en mi cabeza, sin vergüenza, deseando
poder tener el mismo recurso atractivo sin esfuerzo. No lo necesitaba mucho, en mi
apariencia no había esfuerzo, pero, ¿cómo luciría entonces, impecable e
impresionante, como Edgar siempre lucía?
Asentí, una mirada atónita en mi cara, si estaba destinada a nunca envejecer, entonces,
¿cómo morí en primer lugar? Miré a Edgar, perpleja.
―Pero entonces, ¿cómo fue que incluso nací una segunda vez? ¿Quiero decir, que
probablemente significa que morí?
Mi corazón de pronto se aceleró mientras él levantaba la mano que había extendido a
través de la parte posterior del sillón, alcanzándome lentamente y tocando un mechón
de mi pelo que se había escapado de mi nudo y girándolo en sus dedos. Su aroma
flotaba en mi nariz encantadoramente y respiré profundo.
―Entonces, cuando él te vio… ―Edgar de repente alzó la vista con una mirada
inquietante en su rostro, su ardor en los ojos oscuros, con lo que parecían nubes de
tormenta en movimiento―, sólo se rió de mí amenazante, me dijo que ahora no era
mejor que él. Me sentí abrumado de repente con un odio que nunca había conocido y
yo sentía que mi cuerpo aumentaba de dolor, mientras tu energía comenzaba a dejarte.
―Sacudió la cabeza con pesar―. Lo ataqué con tanta fuerza que esto extrajo la vida
de mí rápidamente. La lucha fue brutal, mucho más allá de cualquier cosa que puedas
imaginar. Finalmente, salió corriendo como un cobarde, mal herido y sangrando
profundamente. Yo también estaba muy mal herido y casi moribundo, pero con el
pensamiento de que me salvaste.
Sus ojos se calmaron y me eché hacia atrás, sin romper mi triste mirada de él.
―Volé de regreso a ti, tan rápido como mis alas lo podían manejar, pero tu cuerpo se
había ido. ―La mirada en su rostro levantaba un bulto doloroso en mi garganta―.
Todo lo que quedaba de tu cuerpo era una pluma.
Se puso de pie y se dirigió a una campana de cristal que estaba en la plataforma, el
polvo era grueso, por lo que era difícil ver el contenido. Levantó la tapa, arrancó algo
de ella con cuidado. Se acercó de nuevo a mí mientras mi boca se abría al simple
objeto que asía.
―Esta pluma. ―me la entregó.
Tomé la pluma blanca delicadamente entre mis dedos mientras todo discurso fue
arrancado de mis pulmones. Sostuve la pluma como si fuera la cosa más preciosa del
mundo y su color cambió de repente, convirtiéndose en un vivo blanco. El brillo
abrupto se parecía mucho a las perladas plumas negras que Edgar había tenido, con el
mismo borde afilado. Fue entonces cuando entendí al instante, mi mirada de nuevo se
desvío hacia él.
Su mirada nunca vaciló.
―Tú eras el último cuervo blanco ―exhaló profundamente él―. Y eras hermosa.
―La expresión de su rostro estaba profundamente desesperada―. Fue difícil saber
exactamente lo que te pasó. No tenía idea de si alguna vez volverías, pero a medida
que los meses se convertían en años, después en décadas, y peor aún, en siglos,
comencé a perder la esperanza. No había historia real registrada acerca de nuestra
especie, no había manera de saber si alguna vez volverías, pero aquí estás, aún con
vida.
Di vueltas a la pluma una y otra vez en mi mano, sorprendida de que este objeto bello
hubiera sido mío. ―Pero entonces ¿por qué no soy capaz de ser un cuervo ahora? ¿Es
a causa de mi alma?
Me miró con esperanza, levantando las cejas, pensando. ―Sí, supongo que es por eso.
Hubo un silencio por un momento mientras el conjunto de relojes de pared marcaba
en voz baja. Le entregué la pluma de nuevo a Edgar, pero él sólo negó con la cabeza
en desafío.
―No, es tuya. ―era terco en su posición contra mí―. Quédatela, tal vez te ayudará.
Caminó hacia mí y se arrodilló en el suelo, su mirada se encontró con la mía. Sus ojos
eran de un azul suave, como el lago en un día lluvioso.
―Te necesito de vuelta Elle. ―Llegó hacia mí, deslizando sus brazos alrededor de mi
cintura, sosteniéndolos suavemente lejos de mi cuerpo como en un abrazo.
Incliné la cabeza hacia abajo, su pelo suavemente rozando mis labios.
―¿Qué pasó con el otro mago, después de que escapó? ―exhalé en su pelo y esta vez
fue él quien se estremeció.
Edgar sacó sus manos de mí, moviéndose fluidamente mientras descansaba de nuevo a
mi lado, mirándome con una aprehensión oscura.
―Matthew sigue vivo, todavía vive en Londres.
Su nombre envió terror a través de mi corazón como si lo hubiera escuchado antes.
―¿Volverá? ―le pregunté aterrorizada.
Edgar suspiró.
―Potencialmente podría, si se enterara de ti. Es por eso que me fui el fin de semana
pasado.
Lo miré con alarma.
―Ese cuervo, en la pradera. ―Di un grito ahogado―. El cuervo Inglés.
Edgar alcanzó mi mano, trazándola suavemente mientras yo cerraba los ojos, sintiendo
el calor llegando a mis huesos.
―El cuervo era su espía ―su voz estaba llena de preocupación―. Matthew sabe algo
acerca de ti. Él puede sentirlo, estoy seguro, pero desde Londres, estoy seguro de que
no lo tiene muy claro.
Vi como deslizó su mano hacia la mía. Poco a poco la enlazó, suavemente, en mis
dedos y me esforcé para no descomponerme, la belleza ardiente en mis venas era
gruesa y mi sangre, dio la bienvenida a la droga, gracias a Dios.
―No he visto cuervos ya, pero él debe haber notado que su espía fue asesinado.
Cuando fui a explorar la situación el fin de semana pasado, Matthew no estaba
actuando extraño en absoluto, sólo muy enfermo, agotado de la vida. ―Su voz era
suave y estaba concentrado en el tacto de nuestras manos―. Los años no habían sido
amables con él, estaba envejecido, su piel como cuero y sus ojos como canicas negras.
Mi respiración era pesada mientras abrí los ojos y Edgar sonrió.
―Si, debe ser ―suspiró, mirándome a la cara con extraño reconocimiento.
Sentí una oleada de un rápido destello de un recuerdo, a través de mi mente, pero
nada era comprensible. Sus ojos eran azul profundo y estaba ese calor abrasador que
yo no había notado antes. Edgar estaba luchando por aguantar, luchando para
defenderse de su deseo de tomar mi alma lejos de mí para siempre. Yo deseaba
desesperadamente estar más cerca, sin embargo, necesitaba este sentimiento.
Sus ojos se oscurecieron y su frente se arrugó, liberando suavemente su alcance con
una mano temblorosa.
―Te amo ―susurró, como si no me lo estuviera diciendo a mí, pero el fuego ardía en
su interior y el destello de una persona que se había iluminado a través de mis ojos.
Mi alma poco a poco vaciló de nuevo al negro mientras mi pecho dolía con el dolor de
la pérdida.
―¿Va él a volver? ―recobré mi compostura, mirándolo intensamente.
―Espero que no, pero si lo hace, te protegeré. Siento que soy más fuerte que él, aún,
pero si está lo suficientemente desesperado, eso puede ser peor. ―Su voz sonaba
grave.
―Entonces tienes que enseñarme a ser yo otra vez. ―Mi voz era frenética―. Tengo
que ser capaz de protegerme, también.
Una sonrisa se enroscó en su rostro hermoso.
―O simplemente tratar de recordar cómo llegar a tu alma de vuelta, que es
probablemente más fácil ―se rió―. Eres demasiado terca, no me gustaría tener que
enseñarte de nuevo.
Traté de sonreír, pero no llegó nada. El sacudió la mano contra mi mejilla, viendo mi
frustración y dándome la oportunidad de darle la respuesta que quería. Cerré los ojos y
me apoyé en su tacto, mi corazón finalmente se llenó de color y mi alma brilló con una
luz chispeante a través de mi corazón.
―Me alegro de que estés de vuelta Elle. Nunca debí haberte dejado ir. Sólo deseo que
hubieras esperado, podríamos haberlo matado juntos. ―Parecía exhausto―. Pero
siempre estabas engañándome de esa manera, siempre pensando en mí antes que en tí
misma. Tu sacrificio desinteresado y por amor. ―Su rostro estaba repentinamente
atormentado y perdido.
―Pero no pienses en eso ―suspiré―. Solo piensa en ahora. El pasado ya pasó, se
fue. ―Pensé en mi pasado, el pasado que ni siquiera había existido realmente.
Sonrió un poco.
―Sí, fácil decirlo para ti.
Miré al reloj y luego al campo oscurecido por las ventanas. Yo no estaba realmente
dispuesta a encontrar mi camino de regreso al bosque oscuro en medianoche. Me puse
de pie.
―Se está haciendo tarde ―le contesté oscuramente―. Probablemente debería volver.
Edgar levantó la mirada hacia la mía y pude ver que se sentía horrible.
―Te llevaré a tu casa ―suspiró él, de pie lentamente.
Caminé torpemente a la sala mientras él tomaba una respiración profunda.
―Salir es mucho más fácil que entrar. ―Alcanzó una mano hacia mí y me cogió
tímidamente mientras caminaba hacia la puerta.
Cerré los ojos mientras él los abría y me llevó hasta la escalinata. Mis pies sintieron la
suave cama familiar de la hierba y los abrí de nuevo. Mirando a mi alrededor, la casa
había desaparecido por completo como si hubiera sido sólo un sueño.
Le oí reír a mi lado en la oscuridad mientras me soltaba la mano.
Mirando hacia el cielo, la luna llena se medio ocultaba detrás de una gruesa nube, su
luz resplandeciente alrededor de sus bordes, como un pañuelo de papel rasgado.
Mientras mis ojos se acostumbraron fui capaz de distinguir la cara de Edgar,
ligeramente brillante por el color gris azulado de la luz de la luna. Edgar se quedó
mirando la luna, mientras yo lo miraba sólo a él, encontrando sus rasgos exquisitos
mucho más sorprendentes.
Sus labios se abrieron y una nube de aliento se lanzó en ondas desde su boca, con
fuerza tejiéndose en el aire. Sus dientes eran luminosos y sus ojos brillantes.
Finalmente volví la mirada hacia el cielo, de repente sentí sus ojos caer en mí. Lo vi
mirándome por el rabillo del ojo, con los ojos ardiendo como fuego.
―¿Edgar? ―giré mi cabeza, encontrándome con su rostro radiante―. No quiero
estar sola esta noche.
Una media sonrisa creció en sus labios.
―Ahora tú eres la presuntuosa.
Aspiré juguetonamente.
―No es así ―grité, haciendo eco de mi voz a través de la hierba.
Edgar me puso una sarcástica cara de cachorro. ―Bueno, eso es demasiado malo ―él
guiñó un ojo―. Porque si esta noche estás suicida, yo estaría más que dispuesto a
obligarte, la muerte probablemente sería el resultado.
Lo miré, sacudiendo la cabeza.
―Sí, paso de eso.
Caminó hacia mí, la mitad de su cara aún iluminada dramáticamente con la belleza
solar. Sacudió el pelo de mi frente, pasando su mano con gracia por mi cara y por mis
pómulos, la sensación me hizo reír al instante. La emoción de la risa fue increíble.
Nunca había sentido algo así antes, era como un cosquilleo por mi cuerpo y yo era
adicta al instante.
―Simplemente no podía quitarte eso. Parecía el momento adecuado para una risa, y
sí, siempre estoy feliz con dormir en el suelo. Además, no creo que Isabelle esté
demasiado contenta si le robo su lugar tan pronto.
―Su sonrisa cortó a través de su rostro, su boca brillante como un collar de perlas.
Una suave brisa soplaba a través de la pradera y me estremecí, de repente asustada por
el hecho de que estábamos en el bosque, en la oscuridad.
Miró hacia los árboles.
―¿Y bien? ¿Vamos?
―Oh, por favor ―me detuve, mirando en la oscuridad del bosque―, después de ti.
Se rió, de repente dando un paso firme hacia adelante.
―Aquí. Suelo. ―Le señalé la mitad de la habitación. Había al menos una manta de
lana, así que no me sentí completamente mal por hacerle dormir allí, aunque yo estaba
segura de que no estaba precisamente limpio.
Se acomodó en el suelo y hurgué en la maleta ya desbordada con pilas de ropa limpia
y sucia para encontrar algo de ropa para dormir. Disparé mi cabeza cuando se produjo
un repentino y sutil golpeteo en la puerta y Edgar se sentó.
―Voy yo ―gruñó mientras luchaba por pararse.
Abrió la puerta, mientras el sonido de las patas de Isabelle se acercaba, seguida por
Henry.
Los miré a los dos con una cara extraña.
―Esto es como un zoológico ahora. ―Henry me miró con sus ojos de reproche,
pequeños y brillantes.
Edgar se rió.
―Creo que si yo fuera tú, no diría eso. No creo que a él le guste ser conocido como
un animal de zoológico.
Miré a Henry.
―Lo siento. ―Mi voz era sincera y él dio unos golpecitos con sus patas a Edgar
mientras él mismo se recostaba en el suelo.
Me encerré en mi cuarto de baño y me cambié de forma rápida y me lavé los dientes.
Echándome un vistazo en el espejo, me di cuenta de que mi cara parecía notablemente
más brillante y el pelo sano. Parecía que lo que fuera el poder de Edgar, ya me estaba
cambiando de una manera pequeña.
Corrí a la habitación principal y me deslicé bajo mi ropa de cama. Edgar se levantó del
suelo y ayudó con la lámpara una vez más, y luego la habitación estaba a oscuras.
Escuché atentamente la suave respiración de cuatro inhalaciones alternas, sintiendo
por primera vez que ya no estaba sola.
Isabelle se arrastró por las sábanas hacia mí desde su posición en el marco de la cama.
Busqué en la oscuridad su cabeza, mientras mis ojos se acostumbraban. Dándome
vuelta de lado miré el contorno perlado de Edgar mientras se ponía en su espalda, una
pierna apoyada y un brazo detrás de la cabeza en la almohada. Tenía los ojos abiertos y
mirando hacia el techo.
―¿En qué estás pensando? ―mi voz cortó a través del silencio con dureza.
S
alté como una flecha cuando Isabelle chasqueó hacia mí furiosa. El
desagradable golpe en la puerta había sido inesperado, sacándome de
repente de un sueño pesado.
―¡Joder! ―susurré con dureza en voz baja.
―Hasta luego. ―Cantó él―. Sabes, es mucho más fácil ser un profesor que un
estudiante, deberías intentarlo realmente. De esa forma hay que hacer mucho menos
esfuerzo para parecer normal.
Rodé mis ojos.
―Difícilmente te clasifico a ti de normal. ―Y con eso, salí disparada por la puerta. Al
instante el frío aire me hizo sentir bien, mientras mis calientes emociones hacían que
empezara a sudar. Miré a Sarah y a Scott―. Lo siento chicos.
Los dos me miraban sumamente molestos e impacientes. Scott me lanzó un donut con
reproche.
―¿Hablas en serio? ¿Tenéis donuts? ―Mi cara estaba excesivamente encantada.
Scott lucía un aire satisfecho.
―No, los robamos de la oficina de la enfermera esta mañana. ―Asentí, dándole una
inteligente mirada.
―Bien hecho. ―Caminamos cuesta abajo hacia el lago y temblé cuando un fuerte
viento azotó a través de mi cuerpo―. ¡Vaya! realmente está empezando a hacer frío.
―Jadeé.
Scott asintió.
―Sí, pronto vendrá la nieve. Aquí el tiempo cambia demasiado rápido. Este es
realmente un lugar de dos estaciones, primavera y otoño. Asentí.
Sarah miraba asombrada a Scott.
―¿Qué sucede cuando la capa de nieve es demasiado alta, sigue habiendo clases?
Scott se encogió de hombros
―Esta es un tipo de universidad un tanto extraña. Piensa en ella como en una clase de
renacimiento, la gente va y viene según se sienten o lo necesitan. Es sólo un lugar para
formular información o generar ideas. ―La atención de Sarah estaba centrada en él―.
Pero durante las fuertes nevadas, la mayor parte de nosotros vamos a los terrenos más
bajos y regresamos en primavera. Así que, más o menos, la escuela se cierra.
Asentí. No sabía eso, pero el pensamiento de regresar a Seattle hizo que mi estómago
repentinamente me diera una sacudida. Mi amor hacia mi madre adoptiva era
agridulce. Aunque sabía que la iba a echar de menos, realmente nunca había planeado
regresar. Llegamos al invernadero justo a tiempo para empezar la clase. La mayor
parte de los estudiantes estaban ya allí así que rápidamente nos fuimos a nuestro sitio
en la parte de atrás antes de que llegara el profesor. Realmente no había estado
voz fuerte. Dejé escapar un resoplido desafiante y me miró con un repentino deseo de
saber―. ¿Estella, verdad? ―tenía sus manos a la espalda con indiferencia.
Le gruñí.
―¿Cómo sabes mi nombre? ―le susurré. Él miró al profesor para asegurarse de que
no se daba cuenta de que estábamos alborotando.
―Simplemente lo escuché por ahí, eso es todo. Es un nombre interesante, aunque
pasado de moda. ―Me guiñó un ojo. Retrocedí levemente, mi cara arisca.
―Pues bien, Sam. Entonces no tienes que decirlo, y en realidad lo habría preferido si
no lo hubieras hecho.
Se rió entre dientes, satisfecho de sí mismo.
―Samuel es mi nombre completo. Si quieres ser justa, es antiguo también. ―Aún
tenía su boca torcida con malicia. Actuaba como un idiota, demasiado confiado. De
repente se echó a reír como si, de alguna manera, hubiera oído lo que había pensado
de él. Miré de nuevo al frente de la clase y miré a profesor con falso interés. Podía
sentir a Scott y a Sarah que me miraban pero no me sentía con ganas de escuchar lo
que opinaban sobre la incómoda situación. Durante el resto de la clase estuve
plenamente consciente de su presencia. Rechacé mirarlo, y a partir de ese momento él
no dijo otra palabra más. A pesar de mi obstinación, aún sentía que me miraba, sus
penetrantes ojos quemando a través de mi cara mientras que enrojecía horriblemente.
Era extraño cómo me miraba, se sentía casi protector y dominante. Cuando el profesor
terminó, agarré rápidamente a Sarah y a Scott y los utilicé como escudo contra su
avance. Scott me miraba con el ceño fruncido.
―¿Qué fue eso? ―susurró, mirando detrás de él con pesar―. ¿Le conoces de algo?
Porque él seguro que parece que sí que te conoce.
Me encogí de hombros.
―No puedo imaginarlo. Él no parece el tipo, ya sabes, para estar aquí. ―Caminaba
unos pasos detrás de nosotros como un acosador o tal vez un guardaespaldas.
Llegamos al laboratorio de las aves, pasó rozándome y se dirigió al frente como una
nube oscura silenciosa. Me senté y me volví a Sarah, tratando de ignorarlo.
―Entonces Sarah… ―Comencé―. ¿Dónde irás a pasar el invierno? ―ella parecía
algo distraída.
―Uh…―Su cara estaba de repente aterrorizada mientras que miraba por encima de
mi hombro.
Me giré, sólo para ver a Sam de repente de pie detrás de mí con una silla en la mano.
―¿Te importa? ―Su voz era grave y profunda, el rostro mostraba una estúpida
mueca.
―Sí, me importa. ―Le escupí. Él se inclinó hacia mí.
―Me doy cuenta de que me odias, pero ése no es realmente mi problema. ―Gruñí
fuertemente, cruzando mis brazos y obstinadamente negándome a hacer sitio en la
mesa para él.
Él suspiró.
―De acuerdo, pero sólo porque tú me has obligado. ―Puso dos manos firmes a
ambos lados de mi asiento mientras que sus muñecas con su gruesa chaqueta rozaron
inapropiadamente mis caderas. Me empujó más cerca de Sarah, arrastrando la silla que
chirrió por el suelo, haciendo sitio para su silla, soltó una molesta respiración y se dejó
caer en su silla a mi lado.
Edgar entonces entró en la sala, su paso rápido, hasta que su mirada cayó en mi cara
malhumorada y se detuvo brevemente. Lo miré enfadada mientras que sus ojos
saltaron a los de Sam, pero para mi sorpresa, una sonrisa torcida cruzó su rostro.
Exhalé agudamente con incredulidad. ¿Qué era eso? Miré a Sam con desdén, pero
seguía estando allí sentado con una estúpida apariencia de poder. Giré la cabeza para
mirar a Sarah y Scott, buscando algún tipo de consuelo.
―Lo siento chicos. ―Les susurré―. No tengo ni idea de cuál es el problema de este
chico. ―Ambos me echaron miradas de total sorpresa y se encogieron de hombros,
incapaces de ayudarme a discernir exactamente lo que estaba pasando.
―De acuerdo, clase. ―La voz de Edgar cortó a través del aire como un cuchillo―.
Vuestros trabajos fueron buenos y bien pensados, al menos la mayoría. ―Sus ojos
oscuros cayeron en un desaliñado estudiante que inmediatamente comenzó a
temblar―. Aunque un puñado de vosotros insiste en cuentos de hadas, todos sabemos
que la ciencia es la única explicación. No toleraré respuestas como esa otra vez. Esto
no es una clase de escritura creativa. ―El cuerpo del Sam se comenzó a sacudir con
risa y Edgar lo miró por encima de sus gafas. Después de un momento sin embargo, él
también comenzó a sonreír, como si algún tipo de invisible intercambio hubiera
ocurrido entre ellos. A lo largo del resto de la clase, ellos continuaron de forma
fastidiosa intercambiando información, lo que hizo que mi irritación creciera aún más.
Era como si estuvieran secretamente hablando sobre mí, y eso me hizo encolerizar.
Traté de mirarlos a los dos pero me ignoraron y me quedé mirando fijamente sus dos
rostros misteriosamente perfectos en una completa confusión. Finalmente, la clase
terminó y Sam se volvió hacia mí con una mirada feliz en su rostro mientras que la mía
aún tenía una mueca por el desconcierto.
―Bueno Estella, fue un placer conocerte. Hasta luego. ―Pero antes de que pudiera
pronunciar una palabra se había ido. Sarah y Scott me miraban desconcertados. Vi
como Scott se levantaba, pero por el contrario, yo permanecí sentada, profundamente
malhumorada.
―¿Te vas a quedar un poco más de tiempo? ―preguntó mientras que una mueca
sarcástica cruzó su rostro. Sarah le miró por su comentario de sabelotodo.
―Scott por favor, ¿qué te dije? ―le susurró, su voz ronca y refunfuñó. Él sonrió otra
vez.
―Sí, lo sé. ―Hizo una pausa para recobrar la compostura―. Creo que nos veremos
más tarde, Elle. ―Y con eso se fueron, sus brazos envueltos alrededor el uno del otro
firmemente.
Edgar se acercó lentamente, balanceándose alegremente con una mirada de suficiencia
en su rostro.
―¿Ya te vas a dar de baja en la universidad? ―suspiró, sentándose en la silla donde
había estado Sam.
―¿Qué fue eso? ―finalmente escupí.
Dejó escapar una risa profunda.
―Eso fue Sam, ¿no te lo dijo? ―Sus ojos eran brillantes y todavía profundamente
divertidos. Aspiré, cruzando los brazos en una mueca.
―Sí, pero creo que es un idiota y también creo que él se me estaba insinuando.
―Edgar se rió de mí incluso más fuerte―. No, lo dudo. ―Ahora ya estaba
extremadamente furiosa, mi cara parecía un globo rojo.
―¿Cómo lo sabes? ―grité.
Su risa se desvaneció levemente.
―Él ha sido uno de mis estudiantes durante algún tiempo.
―Bueno, pues Scott nunca lo había visto antes. ―Repliqué, mientras la cara de Edgar
lucía la misma sonrisa maliciosa que había tenido Sam.
―No, cuando digo algún tiempo, me refiero ―por un tiempo‖.
Tenía la cabeza inclinada hacia abajo, fijando su mirada en la mía, mientras esperaba
que entendiera lo que me estaba diciendo.
―Oh ―De repente mi cara dejó de estar enojada cuando me di cuenta del significado
de ―por un tiempo‖, que él era también como nosotros de alguna manera, inmortal.
―Bueno. ―Me detuve, estirando mis brazos y poniendo mis manos sobre la mesa―.
¿Quién es él y por qué está aquí?
Edgar inclinó la cara hacia mí, con sus rodillas alrededor mío, mientras que deslizaba
mi silla más cerca. Cogió mi pelo de alrededor y detrás de mi cabeza y lo puso sobre
mi hombro derecho mientras que se inclinaba a mi cuello.
―Él me está haciendo un favor, pero no es uno de nosotros. Sam es algo más.
―Susurró, su cálido aliento tan cerca de mi piel que mi cuerpo comenzó a anticipar la
explosión de la vida. En ese momento sentí su nariz rozando un punto justo bajo mi
mentón. Se deslizó por mi cuello muy despacio, y finalmente presionó sus labios
contra el borde de mi clavícula.
Mi mente estaba en blanco y la cara amenazadora de Sam se desvaneció lejos. Todo lo
que podía sentir era la forma en que sus labios se curvaban sobre mi piel, su
respiración constante y tranquila. Inclinó sus manos abajo sobre mis piernas mientras
que acercaba su cuerpo. Permaneció allí por un momento antes de que él finalmente
se echara hacia atrás, yo disfrutaba del hermoso color de sus ojos.
―Gracias por eso. ―Respiró, su pecho se levantaba con control y facilidad. Sonreí
por un breve instante antes de que el fuego se apagara. Edgar me devolvió la sonrisa―.
Entonces, si te estás saltando las clases ahora, ¿quieres volver a casa conmigo?
Me entusiasmé.
―Sí. ―Había muchas cosas que explorar y aprender. Era justo lo que estaba
esperando que me pidiera. De repente, me levantó de la silla y me colocó fácilmente
sobre mis pies. La existencia de Sam todavía me incomodaba. No podía creerme la
actitud amenazadora que había tenido hacia mí, y además, ¿qué clase de favor le estaba
haciendo a Edgar? Reflexioné sobre este hecho durante el camino hacia el bosque,
pero no llegué a ninguna conclusión exacta, excepto a que si Edgar intentaba pasar
desapercibido, no creía que invitar a su alto, fuerte, guapo, y claramente fuera de lugar
amigo de la universidad, fuera a ayudar a su propósito. Cuando llegamos a la pradera,
finalmente se volvió hacia mí y sentí mi cuerpo temblar por la anticipación de su tacto.
Tomó mis manos con una sonrisa y mantuve mis ojos abiertos de par en par,
esperando al viento y los remolinos de modo que pude observar con exactitud cómo
funcionaba. Una ráfaga hacía cosquillas en mi pelo, seguida rápidamente por un soplo
más caluroso, y entonces, era como estar en el ojo de un tornado y todo se estrellaba
repentinamente a nuestro alrededor. Incliné mi cabeza hacia atrás y miré arriba a
través del ojo con gran curiosidad.
Repentinamente, el ruido cesó y escuché el familiar tic-tac del reloj del vestíbulo.
Sonreí y corrí con excitación al pecho de Edgar, él se giró cogiendo mis manos con
fuerza y tirando de ellas alrededor de su cintura poniéndolas a mis lados. Me dio una
oscura mirada de advertencia, y noté que su mandíbula estaba tensa y sus brazos
flexionados.
Sonreí alegremente dando un paso atrás, dándole el espacio para recomponerse.
Caminó hacia la biblioteca y le seguí muy obediente cuando se dejó caer en el sofá con
un suspiro.
―¿Estás cansado? ―le pregunté.
Me miró con reproche, con la mano en su frente.
―¿Cómo estarías si hubieras dormido en el suelo?
De pronto me sentí sumamente culpable.
―Oh. ―Se rió de mi triste respuesta―. Esta noche dormiré mejor en mi propia
cama. ―Acentuó el ―propia‖ como algo divertido, de una manera que no podía
describir.
Fruncí el ceño.
―¿Así que me vas a dejar sola en la cabaña?
Edgar de repente se echó a reír amenazadoramente.
―¿Crees que te voy a dejar fuera de mi vista? ―dijo ensimismado―. Te estoy
secuestrando. Además, esta casa es mucho mejor que esa desvencijada cabaña y
tendremos más comodidades, por si no lo has notado.
Le eché una mirada de reproche, sintiendo su energía sobre mí. Miré alrededor, él
ciertamente tenía razón. Cada sofá era mullido como un gigante saco de habas
confortable.
―¿Además Elle, lo has olvidado? Éste es tu hogar. ―Levantó la vista hacia mí, por su
rostro cruzaba una mirada que no pude entender―. Anoche sentí como si estuviera en
una habitación de hotel y nunca hago eso salvo que no tenga otra opción. Pero, por ti
merecía la pena. ―Sonriσ con seguridad.
S
eguí a Edgar fuera de la sala de estar y volvimos a la entrada, ya era de
noche y me sentía aliviada de no tener que volver a recorrer sola el
oscuro bosque, sobre todo, con montones de cosas por ahí fuera,
cazándome.
Las velas aún parpadeaban en la pared y la cera se había quemado, aunque no más de
lo que estaba cuando habíamos llegado. La araña de luces sobre nuestras cabezas
brillaba en todo su antiguo esplendor y reflejaba cada destello de luz y lo devolvía hacia
nosotros. Había mucha historia aquí, las cosas tan extrañas que Edgar, y yo también,
supongo, habíamos recogido a través de los siglos.
El suelo de granito de la entrada había dado paso a las escaleras de mármol que
estaban tan gastadas por el tiempo. El mismo brillante terciopelo rojo que había en la
sala de estar también estaba al subir la escalera, cubierta de una sustancial capa de
polvo. Puse un pie sobre la piedra desgastada, imaginándome a mí misma haciéndolo
un millón de veces antes. Subimos por la escalera de la izquierda que se curvaba hasta
un rellano superior, donde se unía con la otra escalera curvada a la derecha.
Había un estante en la parte superior de la escalera y lo miré brevemente mientras lo
seguía por el ala izquierda. Un libro muy viejo me llamó la atención y me hizo detener
de repente. Me acerqué a la estantería lentamente, mis ojos luchando para ajustarse
mientras me preguntaba qué clase de libro podría ser, tan delicadamente codiciado en
su propia repisa. Lo cogí con cautela mientras Edgar se volvió para ver dónde había
ido. Se desplazó de nuevo hacia mí con una sonrisa torcida en su rostro y sus manos
casualmente metidas en los bolsillos de sus pantalones.
Pasé la mano suavemente sobre la negra cubierta. ―¿Es en serio? ―le pregunté,
mirándole con alarma cuando comencé a hojear las páginas, sorprendida frente a los
poemas escritos a mano que formaban masas enmarañadas delante de mí.
―Bueno. ―Me miró sagaz―. Fuimos amigos. ―Dijo con franqueza, encogiéndose
de hombros como si no fuera gran cosa.
Para Edgar, que puedas siempre estar tan agradecido de robar mi nombre...
Edgar me miró profundamente: ―Él escribió ―El Cuervo‖ para mí. ―Sus ojos
brillaban con orgullo y su nacarada y pálida piel brillaba de alegría. Con cuidado sacó
las manos de los bolsillos, agarró el cuaderno suavemente de mis manos y hojeó el
poema.
Observé asombrada cómo su cara se volvió dura y solemne.
―Fue una época oscura, en 1845 y su amistad me mantuvo vivo. Sufrimos juntos,
hemos sufrido mucho en la vida. ―Me miró con pena―. Tú ya te habías ido y yo
estaba considerando… ―Hizo una pausa, las palabras atascadas en su boca―. Yo
estaba considerando el suicidio.
La tristeza se apoderó de mí cuando caí en ese pensamiento. Vi a Edgar solo y
desamparado, su energía desvaneciéndose y su vida finalizada.
Su rostro se mantuvo frío y serio. ―Yo era el triste estudiante del poema, el amante
afligido descendiendo lentamente en la locura, y Lenore eras tϊ, mi amor perdido.
―Se rió entre dientes ligeramente―. Él se inspiró en nuestra historia, en nuestra vida.
Viendo las palabras, la escritura perturbada y solitaria, me entristecí. Me sentía
enfadada por lo que había hecho. Era egoísta por mi parte dejarlo tan solo, tan muerto
por dentro. Edgar asomó sobre mi hombro y dejó el libro en el estante ante mí.
―Estaba prohibido para nosotros a confiar en un ser humano así, contarle nuestra
historia, porque los llevaba a extremos tales como la paranoia de la caza de brujas de
Salem. Tenemos una cierta responsabilidad Elle, para protegerlos, incluso de ellos
mismos. Somos los únicos seres en la tierra que estamos lo suficientemente cerca
como para tocar a los dioses. Ellos son nuestros hijos. Provienen del mismo plano que
nosotros, pero sin la intensidad de la energía, la vida eterna, y la magia. Por eso, en su
mundo, tú aún ves los mismos defectos que tenemos nosotros. Los maridos celosos
matan a sus esposas y las guerras entre los hombres son similares a la nuestra. Son tan
ajenos a su creación y su importancia en esta tierra. Como puedes ver, con el tiempo,
ellos destruirán este lugar, y a todos nosotros.
Sentí su cuerpo detrás, ensombreciéndome mientras su calor radiaba sobre mí. Me
quedé mirando el cuaderno por un momento, persistente. Él inclinó la cabeza hacia mi
cuello, su aliento cayendo a través de la curva de mi hombro, como una ola de agua.
Noté cuando suavemente presionó sus labios contra mi lechosa piel y temblé mientras
el vello de mi nuca reaccionaba ante su toque embriagador, la felicidad rápidamente
corriendo a través de mis venas.
―Edgar Allan fue un tipo de humano diferente. Él estaba en sintonía con su creación
y por eso, escribió estos hermosos poemas, poemas que tocaban la humanidad de una
manera que nadie podría describir porque era una vida que había olvidado hacía
tiempo. Me gustaría que él pudiera vernos ahora. ―Susurró al oído suavemente―. Él
por fin creería en el amor.
Lentamente me giré hacia él, mis ojos explorándole. Su sonrisa era profundamente
cariñosa y abrumadora y su aliento envió escalofríos por mi columna vertebral.
Él entrelazó los dedos por mi pelo. ―Vamos a llevarte a tu cama. ―Su voz era
incitante y tranquila.
Asentí cuando el sueño empezó a tirar en mi mente.
Lo seguí hacia la izquierda en silencio, sin saber exactamente lo que iba a encontrar.
Miró las manecillas de las puertas que teníamos ante nosotros con un destello de
tristeza en sus ojos. Era como si estuviera recordando una época dolorosa. Levanté mi
vista hacia la gran puerta. Era victoriana, pintada de un azul intenso con molduras de
oro en el marco y las bisagras. Volví mi vista hacia la otra ala. Las puertas chirriaron
levemente al abrirlas, lo que sugería que esa habitación era la más frecuentemente
visitada. A medida que se abrían las puertas dobles, una nube de polvo cayó sobre
nosotros.
―Me temo que no lo han cambiado desde que te fuiste. ―Suspiró―. Yo sólo no me
atrevía a venir aquí. Era demasiado doloroso.
Las velas cobraron vida cuando entramos en la habitación y una luz suave llenó el
espacio. Al mirar alrededor, de repente me sentí extraña, era como si ya hubiera
estado aquí antes en algún sueño inalcanzable. Todo sobre lo que mis ojos curiosos se
fijaban, me hacían sentir, cada cuadro en la pared y cada color era un retrato del alma
que había sentido a través del tacto de Edgar.
Las paredes estaban bien estructuradas, no desordenadas como en el resto de la casa.
La disposición de la sala parecía práctica y el uso del espacio era agradable. Los techos
eran altos, probablemente cinco metros y medio, y por un momento, pensé que más o
menos se parecía al Palacio de Versalles.
El suelo era lacado color cereza oscuro y las paredes estaban empapeladas
combinando anchas rayas de color azul profundo y azul claro con rayas de oro
pintadas expertamente entre ellas. El techo era negro como el cielo de la noche,
haciendo que la habitación pareciera más abierta y sin techo.
Me acerqué a un retrato que se alzaba ante mí, cuando su magnificencia robó el aliento
de mis pulmones. Los llamativos azules y refinados toques llamaron mi atención. Al
mirar la firma, mis ojos luchaban por creer lo que veía.
Giré bruscamente hacia Edgar. ―¡Este es un Vermeer! ―me quedé boquiabierta,
mirando detrás del retrato y fijándome en la fecha, 1588. Dentro de las capas de
pintura esmaltada, una chica estaba sentada en un gran piano. Ella estaba sola excepto
por alguien a quien se suponía que ella miraba. Al mirar más de cerca, me di cuenta de
que se me parecía, hasta en el pelo increíblemente brillante, formas delgadas, ojos
azules y piel pálida. A pesar de la semejanza física, había algo diferente. Al fijarme un
poco más, noté la diferencia, todas mis características estaban maravillosamente
mejoradas. Era una hermosa visión, más de lo que yo jamás había visto y me
sorprendí.
La dulce voz de Edgar sonó detrás de mí. ―Tú lo adorabas, su estilo. ―Suspiró. Me
volví hacia él y pude ver el parpadeo de alegría que se reflejó en sus ojos.
Todo era tan impresionante, tan irreal. ―No puedo creerlo, debo estar soñando.
―Mientras caminaba a lo largo de las paredes, a cada pintura, todas adornadas con
otro nombre famoso, Rembrandt, Rubens y Van Eyck.
―Tu amor por el arte era insaciable, Elle. Estabas obsesionada con su fascinación, su
mística. ―Se puso de pie cerca de la puerta, con cuidado de no invadir mi espacio
aunque difícilmente pareciera mío.
Lo miré por un momento mientras me esforzaba por interpretar su actitud y su
expresión. Su cuerpo estaba casi temblando, y sus mejillas encendidas. Noté lo
dolorosamente difícil que era todo esto para él.
―Tú sólo te merecías lo mejor, Elle. ―Él era muy consciente de la manera en que yo
le había detectado cuando trataba de desviar la mirada hacia otro lado.
Giré la vista de nuevo a la pared cuando el shock me abrumó. Siempre me había
gustado el arte, de todo tipo, pero ¿ésto?
Esto era algo que nunca en mi vida habría tenido la esperanza de ver, y mucho menos
en propiedad, y siendo convertida en el tema central de la pintura. Yo deseaba
urgentemente poder recordar lo que era. Quería saber cómo se sentía al ver
físicamente las caras de la leyenda. Cada uno más claro que una fotografía y,
evidentemente, mucho más real que los distorsionados e idealizados autorretratos que
veías ahora. Me aparté de la pared, finalmente satisfecha por haber dado a cada
pintura una respetuosa mirada. En medio de la sala había rollos de preciada tela que
cubrían una gran cama con dosel que estaba cubierta de lujosa seda y terciopelo. Los
edredones de plumón estaban en completo mal estado y me di cuenta de que Edgar
había tenido la intención de no volver nunca más aquí. Era como una escena que
hubiera quedado sin resolver, una vida de repente interrumpida. Él había, literalmente,
cerrado la puerta a mi pasado, tratando desesperadamente de olvidar algo tan familiar
para él como su propio rostro. Mis ojos se posaron en la perturbada cubierta de la
cama y en la forma donde estuve acostada la última vez, todavía arrugadas las sábanas
junto a otra forma más grande a mí alrededor.
Mi corazón latía con tristeza cuando el sentimiento de pérdida me abrumó. Me sentí
como si hubiera caminado en una escena de una vida arruinada de otra persona. Miré
a Edgar, pero él miró hacia otro lado, el dolor profundamente punzaba en sus ojos.
Caminé hacia él y finalmente se derrumbó. Inclinó su fuerte cuerpo contra la pared, su
brazo temblando. Mis pasos eran cuidadosos y lentos cuando me acerqué a él y alargué
mi tembloroso brazo hacia él, con cautela ahuecando su rostro en mis manos.
―Edgar. ―Susurré, el dolor me sobrecogía mientras mi alma estalló a la vida y
ardientes lágrimas comenzaron a fluir por mi cara. Me apoyé cerca para que pudiera
sentir mi calor. ―Ahora estás a salvo. Estoy en casa.
Trazó un suspiro tembloroso, su cara ojerosa y demacrada. Sus manos cayeron desde
la pared y de repente me envolvió mientras cuidadosamente coloqué mi cabeza en la
curva de su cuello. Su respiración se normalizaba mientras él ponía sus manos en mi
nuca y suavemente la acunó, mientras se apartaba.
Me di cuenta de que estaba esforzándose, luchando contra sus demonios.
―Bueno. ―Hizo una pausa, luchando con sus palabras―. Buenas noches, Estella.
―Sostuvo una sonrisa nerviosa, aunque yo sabía que su tristeza estaba lejos de
desaparecer.
Le miré con impaciencia mientras que él caminaba hacia la puerta. ―¿Pero dónde
estarás? ―le pregunté con un punto de miedo en mi voz y pensé en la sala abierta de
la entrada.
―Tengo mi propia habitación. No quiero invadir. ―Sonaba tan solo y tan triste. De
repente se recobró y su alegría volvió―. Además. ―Una sonrisa sarcástica atravesó su
cara―. Somos prácticamente desconocidos, al menos en tu mundo.
Lo observé con atención mientras jugueteaba con sus manos nerviosamente y pude ver
que eso le hacía sentir incómodo. ―Pero, ¿te quedarás hasta que me duerma?
El amor estalló en sus ojos y sonrió. Lo vi dirigirse a una silla que inclinó hacia la cama
y se dejó caer en ella. Cruzó las manos sobre el pecho cortésmente mientras me
sonreía y me sentí feliz con su posición.
Me quité la chaqueta, mientras caminaba hacia la cama, colgándola en el enorme poste
y descalzándome de mis botas. En ese momento me sentí sorprendentemente menos
torpe de lo que me esperaba. Podía sentir la habitación cosquilleando profundamente
en mi memoria, pero no podía conseguir que saliera a la superficie. Miré mi ropa.
Dormir en jeans nunca fue mi pasatiempo favorito, pero teniendo en cuenta lo que él
había sufrido en el suelo, pensé que podría hacerlo.
Edgar pareció darse cuenta de que estaba sopesando mis opciones. ―Creo que allí
tienes algo con lo que puedes dormir. ―Señaló hacia un gran armario de cuatro
puertas que había en la esquina, que estaba ligeramente protegido por un biombo.
Miré el biombo fascinada. Había una escena dorada de suaves colinas bordadas en él y
me acerqué poco a poco, corriendo la mano a través de los hilos. Las fibras gruesas
eran ricas y suaves y cada tejido estaba mejor pensado y expertamente colocado. Seguí
mis dedos sobre el hilo mientras redondeaba en la parte posterior.
Con cuidado, mis manos se movieron al magnífico armario que estaba delicadamente
cubierto con pan de oro con una escena pintada a juego en la parte delantera.
Abriéndolo con cuidado, mis ojos se encontraron con una glamorosa colección de
ropa. Gentilmente pasé a través de cada percha, mientras me fijaba en que los estilos
abarcaban varias décadas del tiempo, desde el Renacimiento hasta la Victoriana e
incluso el Islandés. Por último, mis ojos se posaron sobre un simple camisón y tiré de
él suavemente desde el armario, sosteniéndolo ante mí.
Eché un vistazo a Edgar, que me miraba con sus manos en la boca, mordisqueando sus
dedos con nerviosismo. Observaba con curiosidad mi reencuentro con mi pasado.
Tímidamente, me metí detrás del biombo para cambiarme. Una parte de mí seguía
viendo a Edgar como un completo desconocido y me sentía incómoda. Me despojé de
mis jeans y me saqué la camisa por encima de mi cabeza. La tela de sarga suave del
camisón me hizo desmayar de placer mientras lo deslizaba suavemente por mi cuerpo.
Pateé al lado mis jeans instintivamente, mirando hacia abajo y dándome cuenta de que
había otras prendas que también habían sido pateadas, aunque parecían viejas y
polvorientas. Me estremecí, pensando que era probablemente la última vez que me
había cambiado, mi último día en que viví.
Sintiéndome expuesta, saqué mi cabeza alrededor del biombo donde Edgar seguía
mirando muy atentamente, capturando la realidad de que yo estaba de vuelta y con
vida. Cuando salí, una mirada de felicidad y desesperación cruzó su rostro. Yo lo
miraba cuando una torturada lágrima rodó por su rostro y él no hizo nada para evitarla.
Sólo podía imaginarme cómo eso le hacía sentirse. El choque irracional de toda la
experiencia y los trescientos años que pasó en soledad, sólo con la mitad de sí mismo.
De repente me sentía pequeña y avergonzada por mis infinitesimales dieciocho años
de angustia y depresión. Se podría pensar que su hermoso rostro estaba marcado por
su edad física, dolorosamente desgarrado por las crueldades de este mundo.
De camino a la cama, miré de nuevo las sábanas con las arrugas impresas. Una parte
de mí tenía miedo de perturbar algo tan hermoso. Miedo a destruir algo que yo no
pensaba que fuera mío. Oí a Edgar levantarse de la silla detrás de mí, su presencia
acercándose a mi espalda. Su aliento sopló a través de mi nuca y con cuidado,
protegiéndome, envolvió sus brazos alrededor de mis hombros y de pronto sentí la
felicidad de este lugar y una cierta belleza en el recuerdo del amor.
Me apartó el pelo de la mejilla e inclinó la cabeza hacia mi mandíbula. ―Elle, no estés
triste. ―Rozó sus labios a través de mi cara hasta mi oído, mientras susurraba―: Así es
como debes sentirte. Feliz.
El sentimiento de amor pulsaba fuertemente en mis venas y él poco a poco me soltó,
forzándose a retroceder lejos donde se dejó caer en la gran silla de seda azul. Me di la
vuelta y lo miré por encima del hombro, buscando la afirmación de que todo esto era
realmente mío. Elevé la mano por encima de las sábanas, me di cuenta de que
temblaba violentamente. Con cautela, la coloqué en las sábanas y la sensación fue
divina, más suave que nada que hubiera sentido antes.
Lentamente, deslicé mi otra mano a través de la tela, rastreando los hermosos
bordados, delicadamente. Llegué a las cubiertas y las subí hasta mi cara. A medida que
las sentía a mi alrededor, podía oler el aroma persistente de Edgar flotando, lo que me
reafirmaba su presencia una vez aquí. Me enrollé en la almohada y el olor también era
inquietantemente familiar e intensamente confortable.
Edgar me miraba con los ojos azules como el cielo y poco a poco, mientras trataba de
luchar contra el sueño, mis párpados cayeron fuertemente en contra de mi voluntad y
me quedé dormida.
C
uando me desperté por la mañana mantuve los ojos herméticamente
cerrados. El miedo apoderándose de mí mientras me preguntaba si
había sido un sueño, una vida prefabricada que mi desesperada,
empañada y deprimida mente había creado. Todo estaba muy silencioso, excepto la
respiración rápida de algo a mi lado. Moví mi mano, mientras caía sobre un bulto de
plumas caliente que estaba acurrucado en la curva de mi cadera.
11 de marzo,
Hoy Edgar y yo nos encontramos con otra pareja, era la primera que hemos visto en
unos pocos años y empezamos a temer que nuestra población está disminuyendo,
debe haber algo detrás de ellos, o es eso o están perdiendo el autocontrol. Edgar
parecía sólo ligeramente preocupado, pero para mí, el miedo estaba nadando dentro
de mí como un río de plomo...
09 de julio,
El calor de hoy era insoportable, aunque le rogué a Edgar dejar París, se negó. Dijo
que tenía una sorpresa para mí. ¡Casi me muero cuando me llevó a la tienda de
pájaros! Ella es hermosa, justo el blanco perfecto que siempre había soñado...
La felicidad en mi escritura era casi irreal y pasé mis dedos por los profundos arañazos,
sintiendo que la emoción de mi escritura se convirtió en fuerte y pesada. Mi cuerpo se
llenó de repente con una intensa sensación que se apoderó de mis pensamientos
mientras un millón de voces comenzaron a pasear por mi mente. Voces que había
escuchado antes y gente que conocí.
Cerré el diario, mi cabeza dividida en dolor mientras el polvo volaba fuera de las
páginas y se colocaba a mi alrededor. Apreté los ojos cerrados con tanta fuerza que
toda la luz se había ido. Cada voz que corría hacia mí era como una oleada de la
electricidad a mi cerebro, sorprendiendo a todos los receptores. Todo era tan fuerte
que apenas me di cuenta de que las puertas de mi habitación se abrían mientras Edgar
entraba y se movía en silencio detrás de mí.
Los ojos de Edgar brillaban. ―No te sientas de esa manera, sin embargo, sólo cree en
ello ―puso su mano sobre mi pecho y yo respiraba con el sentimiento―. Cree en ti
misma, esta es tu vida, todo a tu alrededor. ―Puso su cabeza en el rincón de mi
mentón, trazando sus labios hacia arriba hasta que se encontraron con los míos.
Me estremecí, el sentimiento infinitamente era mejor de lo que podría describir con
palabras. Se soltó de mí mientras daba un paso atrás y mis ojos se abrieron de nuevo,
las lágrimas manchando mi cara, mientras se secaban en mi piel.
Edgar tomó el diario tirado debajo de la cama y le dio la vuelta. Echó un vistazo a la
página y sonrió, mirando a Isabelle antes de caminar hacia el estante y suavemente
dejarlo caer de nuevo en su lugar.
Lo tomé en la multitud de la torre de diarios delante de mí, de repente dándome
cuenta de lo inmenso que todo esto fue. ―¿Qué edad tenemos? ―pregunté,
retrocediendo con asombro.
La risa de Edgar resonó por la habitación, causando que Isabelle extendiera sus
plumas miedosa. ―Eres tan divertida Elle, especialmente ahora.
Lo miré fijamente, al no encontrar el humor en mi pregunta.
Me hizo señas para acercarme al estante mientras él llegaba a la torre más alta y cogió
el primer libro, abriéndolo en la primera página,
Edgar pasó los dedos a través de la página. ―Siempre estabas registrando nuestra
historia, eso era lo tuyo, tu forma de mantener tu alma abierta al mundo.
Lo miré con incredulidad. ―¿Nacimos en 1006? ―jadeé.
Él se rió. ―No, técnicamente en el 986. Tú naciste en Roma y yo nací en lo que ahora
es Verona, pero sólo comenzaste a escribir el primer día que nos conocimos. Era
como que tuvieras miedo de olvidar, como si una fuerza exterior fuera a convencerte
de que lo hicieras. ―Resopló. ―Supongo que ahora, todo tiene sentido.
―Así que ¿no nacimos en el mismo lugar? ―Yo estaba confundida. Nada de esto
estaba encajando si fuéramos en realidad la mitad de cada uno. Deberíamos haber
nacido juntos.
Sonrió. ―Como he dicho, no hemos nacido de verdad. Solo aparecimos un día,
eternamente a la edad ideal de dieciocho años y muy perdidos. Los dioses nos
dispersaron, mientras ellos descartaban las dos mitades de los cielos en su ataque de
celos. ―Una sonrisa cruzó su rostro. ―Siempre pensé que este era un juego para ellos
y nosotros éramos los peones, sólo luchando por encontrarnos los unos a otros.
Asentí tristemente. ―¿Qué pasó cuando nos dimos cuenta de que estábamos en la
tierra?
Edgar se encogió de hombros. ―Simplemente comenzamos vivir. No había memoria
de lo sucedido, a todos nos pareció que el paso del tiempo era casi como tener
amnesia. Sólo puedo imaginar que fue como cuando las parejas se encontraban al
principio. Ellos no tenían conocimiento de su letal atracción. La primera en sobrevivir,
en realidad, a su primer encuentro fue una pareja que se llamaban Gloria y Alek.
―Hizo una mueca como si los hubiera conocido―, se hicieron bastantes egoístas
sobre eso también, pero ¿cómo se les puede culpar a ellos?, para nosotros eran como
celebridades. A ellos les debemos nuestra vida. Gracias a ellos, todos comenzamos a
entenderlo y estoy seguro de que enfureció a los dioses cuando empezamos a
cohabitar.
―Entonces ¿sabías acerca de la atracción letal la primera vez que me viste? ―pensé
en la entrada de mi diario, cómo había huido de Edgar durante todo el día mientras él
me perseguía en su forma de cuervo.
Le dio la vuelta al diario en sus manos. ―Yo literalmente sólo había oído sobre eso y
era escéptico de que algo así existiera. Pero cuando te encontré, sentí la envidia asesina
brotar de mi corazón, justo corriendo junto con la sensación innegable del amor. Era
tan extrañamente agridulce. ―Su rostro me sugería que estaba pensando en ese día y
sus ojos brillaban con el recuerdo.
Lo observé mientras colocaba el diario en el estante. ―Entonces ―dijo con un tono
nuevo de voz―. No es por cambiar de tema, pero realmente vine aquí a preguntarte si
has mirado hacia fuera.
Le di una mirada extraña. ―¿Por qué? ―mi voz sonaba agria, y un poco irritada.
Edgar me indicó a la ventana cubierta con cortinas de seda. Mientras me acercaba, la
luz casi quemó mis ojos. La niebla en la ventana estaba densa de humedad y perlada
en las frías bandas por el cristal. Levanté la mano hacia el panel y froté suavemente la
humedad. Mis ojos de repente cayeron sobre una pradera blanca, completamente
intacta y pura.
―¿Nieve? ―Di un grito ahogado con mi boca abierta, mientras miraba por la ventana.
Edgar estaba a mi lado, desempañando su propia ventana para poder disfrutar de la
vista conmigo. ―Sí, ¿no es hermosa? ―su voz era suave, como si cayera en el cristal.
Solté un ligero bufido. ―Mucho para otoño. ―Mis ojos estaban abiertos, bebiendo en
la pureza de la nieve, cada uno a la deriva como crema batida.
Él sonrió. ―El otoño de todos modos es triste, especialmente en este clima. Así que
en realidad, ¿qué es lo que extrañas?
Yo lo miraba asombrada. La nieve era tan absolutamente hermosa. Nunca la había
visto así. Era tan limpia y perfecta.
―¿Vamos a salir afuera, entonces? ―preguntó, con una sonrisa torcida en su
rostro―. No creo que haya ninguna prisa por volver a clase. Es probable que nadie
vaya.
Asentí impacientemente y sus ojos se llenaron de júbilo.
―Pues entonces vístete ―apuntó hacia mi armario, mientras caminaba rápidamente
hacia la puerta―, voy a estar abajo. Tengo que conseguir un par de cosas.
Salió entonces, con paso firme y rápido atravesó la puerta.
Isabelle hizo chasquear su lengua a mi broma y me alejé de la ventana y se rascó
ligeramente la cabeza mientras se abanicaba con sus plumas. Yo había tenido a Isabelle
durante cientos de años y de repente, se sentía mucho más significativa para mí que
una mascota. Ella era familia.
Rápidamente me colé detrás del biombo otra vez y abrí el armario. Me quedé
sorprendida aún por la vasta colección antes mía. Suspiré, arrastrándome a través de lo
que parecían rollos de seda y algodón. La difícil tarea era abrumadora y realmente
empecé a sudar. Finalmente, fui capaz de encontrar unos pantalones más modernos,
que se parecían a algo así como pantalones de montar que se usan para montar a
caballo, pero habría que ver. Además, yo no estaba dispuesta a usar un vestido, así que
hice una nota mental para regresar a la cabaña más tarde y recoger mis jeans.
Empujando hacia atrás una hilera de vestidos de fiesta, me di cuenta que había
escondido los zapatos. Hojeé las desordenadas pilas de vestidos confeccionados a
medida y los tacones, antes de poner mis ojos en un par de botas de piel de oveja en la
parte trasera. Parecían hechas a mano y no pude evitar preguntarme dónde había
adquirido algo tan artísticamente bello y funcional.
Me detuve por un momento para reorganizar todo de nuevo antes de seguir
rebuscando. Había una gran colección de camisetas, cada una inquietantemente
perfecta para mí. Elegí una blusa cubierta de lana de color crema y un chaleco
cruzado grueso, naturalmente, pegado a la forma de mi cuerpo como un guante.
Caminé hacia el espejo, admirando mi colección de ropa, mucho más rica que
cualquier cosa que yo nunca habría usado.
Mirando la cómoda, tomé un cepillo de la parte superior y le di unas palmaditas en
contra de mi pierna para quitar el polvo. Lo pasé por mi pelo un par de veces antes de
colocarlo en el lugar exacto de donde lo había tomado ahora con mis cabellos en
nudos ásperos detrás de mí.
Tomé una respiración profunda y me alejé del espejo, caminando a paso rápido hacia
la puerta mientras mis botas pisaban suavemente por el suelo. Isabelle voló detrás de
mí y aterrizó suavemente en mi hombro justo antes de cerrar las puertas. Mientras
corría por las escaleras no podía dejar de sentirme increíble, casi como quemando
residuos en mi alma que salían en un ardiente entusiasmo que me permitía sentir un
toque de emoción y alegría.
Edgar estaba de pie en la base de la escalera, apoyado en la barandilla, con el cuerpo
flexionado y radiante.
Sus ojos brillaban hermosamente contra su oscuro abrigo de lana, como diamantes.
Me miró con incredulidad total mientras finalmente pisé el granito de la entrada con
Isabelle suspendida sobre mi hombro. Sus ojos estaban ardiendo seductores y su
cuerpo temblaba como si hubiera visto un fantasma.
―Simplemente no lo puedo creer. Es tan surrealista verte así. ―Miró mi apariencia
con aprobación―. Hermosa ―susurró mientras se movía acercándose, levantando las
manos rozando a Isabelle en la cabeza suavemente antes de volver su mirada hacia mí.
Inclinó ligeramente la cabeza hacia mi oído y se apoyó en mi cuello. Me estremecí
cuando rozó su mejilla a lo largo de la mía, sus labios rozando mi barbilla antes de
descansarlos suavemente en mi nariz. Me reí, el suave toque quisquilloso a mis
sentidos y encendiendo mi alma.
Sus labios se curvaron en una sonrisa contra mi piel, su aliento cálido y acogedor.
―¿Estás bien? ―susurró mientras se alejaba, con una serpenteante sonrisa maliciosa a
través de su rostro.
―¿Cómo exactamente debería estar? ―miré de reojo con curiosidad hacia él.
Hubo una creciente risa en la parte profunda de su garganta, como por arte de magia
se materializó un abrigo blanco detrás de su espalda. Le di una mirada escéptica
mientras él suavemente me arropaba con la gruesa lana a mi alrededor.
El pelaje blanco puro del gorro rozó mi mejilla y fue más suave de lo que podía
imaginar.
Respetuosamente colocó la capucha sobre mi cabeza desnuda, asegurándose de que
estaba puesta correctamente.
―Sabes, una piel como esta puede hacer que algunos de aquellos estudiantes se
enfaden. ―Pasé mi mano de un lado de la capucha al otro. El lujoso toque era como
enlazar las manos a través de las nubes.
Él rió. ―Bueno este abrigo se hizo cuando se trataba de sobrevevir, no de comodidad,
así que pueden dar. ―Me dio un beso en la frente antes de llevarme a través de una
puerta de la izquierda, justo al lado del reloj de péndulo.
―¿A dónde vamos? ―le pregunté con curiosidad.
Giró un poco la cabeza, el destello de sus ojos apenas visible. ―Al garaje.
Arrugué la frente. ―¿Hay un garaje? ―le pregunté con incredulidad.
Se rió. ―Por supuesto que hay un garaje, ¿qué esperabas, un granero lleno de
caballos? ―Su sarcasmo era intimidante.
Miré agriamente hacia atrás, mi ego ligeramente dañado. ―Bueno, todo lo demás que
tenemos es tan pasado de moda, ¿cómo supones que iba yo a saber?
Miró sobre su hombro. ―Estoy de acuerdo, hay algunas cosas que nunca deberían
haber sido modernizadas, pero hay otras cosas, cosas brillantes, que no puedes
imaginar que jamás hayas tenido que vivir sin ellas. Todo es cuestión de encontrar un
feliz equilibrio Elle. ―Guiñó con un ojo y luego se giró hacia adelante a medida que
continuaba por un largo pasillo.
Tenía un buen punto. Luz de las velas era ciertamente más atractiva que las de
halógeno.
―Construí el garaje en el año 1885 cuando el Sr. Benz y yo finalmente descubrimos la
manera de aplicar un sistema de combustión en un trozo de metal laminado. ―Estaba
hablando mientras miraba al frente y su voz resonaba por el espacio oscuro delante de
nosotros.
―¿El Sr. Benz? ―jadeé, estallando mi puerta con un ligero apresurar con el fin de
alcanzarlo―, ¿Igual que Mercedes-Benz?
Habíamos llegado por fin a otra puerta y él se apresuró a abrirla. ―Sí, pero los
Mercedes se crearon mucho después, en 1901 cuando él fusionó las ideas con
Wilhelm Maybach5.
De repente, las velas estallaron nuevamente en las paredes mientras mi mirada se
posaba en un largo y estrecho callejón. Mi boca abierta de incredulidad. Delante de mí
estaba un coche muy viejo, algo que ni siquiera podía reconocer.
―¿Qué...? ―me atraganté con la incredulidad en la garganta―. Tú, o quiero decir,
¿tenemos coches? ¡Pero vivimos en el bosque!
Él se rió amenazadoramente. ―No importa. En general los sacaremos de todos
modos por la noche.
―Pero ¡no hay caminos! ―jadeé, caminando lentamente hacia el primer coche en
línea de entre unos cincuenta que se extendían hasta donde alcanzaba a ver.
Se rió de mí otra vez. ―¿De verdad olvidas que no es así? Sólo tienes que visualizar
las carreteras Elle. ¿Dónde está tu creatividad? Somos mágicos. Podemos hacer un
montón de cosas que no creías posible. ―Tenía una sonrisa burlona pintada en su
rostro de mármol.
5
Ingeniero Alemán que se unió a Benz para crear Mercedes-Benz.
entre un auto El Camino 6 de la década de los ochentas y una primera generación de los
Hummer, estaba mi Datsun verde. Se destacaba profundamente entre la original
belleza de todos sus coches de color negro, yo me estremecí, de pronto me sentí
avergonzada. Mis ojos giraron hacia él con mi boca sellada en duda.
Él levantó las cejas con escepticismo. ―Debo decir, tú adición a nuestra colección es
infalible ―luchó para encontrar las palabras adecuadas, algo que no hiriera a mi ego.
Yo había trabajado tan duro para ganarlo, y pensar, que toda la tortura había sido por
nada―. Es, definitivamente, colorido ―reflexionó.
Me quedé mirando mi coche por un momento antes de atravesar la distancia, mirando
a Edgar cuando se acercaba a la última cosa en el garaje, exponencialmente más
pequeño que los otros vehículos y cubierto por una lona gruesa. Mis ojos mintiéndome
mientras mi mente luchaba por aceptar la forma de algo familiar que había visto en las
vitrinas de la tienda REI 7 de regreso a la casa. Edgar me miró alegremente, agarrando
mi mano antes de retirar la capa. Mis ojos de repente se iluminaron y una sonrisa vivaz
se deslizó por mi rostro, mi boca ejercitando músculos que nunca había usado.
Gritó emocionada mientras mi alma estallaba de alegría y bombeaba a mis venas llenas
de la dulce adrenalina embriagante. ―¡Es una moto nieve!
6
Modelo de vehículo de la casa Chevrolet.
7
REI (Recreational Equipment Inc.) es una corporación privada americana que distribuye y vende equipos de ocio al aire
libre, material deportivo y ropa, a través de tiendas, catálogos e internet.
E
dgar me soltó la mano lentamente y mi alegría se desvaneció en un
susurro suave de entusiasmo. Dobló la lona y la arrojó a un lado. La
moto de nieve negra parecía nueva y yo supuse que lo era porque se
había modernizado a un modelo hecho para dos pasajeros en lugar de uno.
―He estado muriéndome por montarla. ¯La expresión de su rostro era puramente
masculina, una ansia relacionada con la velocidad y la fuerza.
―¿No hay caballos, entonces? ―bromeé.
Se echó a reír
―Oh, podemos hacer eso también, pero desafortunadamente, tendrías que salir y
encontrar uno primero, y en estos días los caballos salvajes son difíciles de conseguir.
Podría decir que lo estaba diciendo sólo para apaciguar mi deseo femenino por un
pony. Lanzó su pierna sobre el sillín de la moto de nieve y se acercó a mí con una
mano enguantada.
―No te preocupes, es seguro. Te lo prometo. ―Sus ojos eran de un tormentoso azul
y me guiñó el ojo mientras su hermosa sonrisa me debilitaba. Mis dedos tocaron
suavemente su mano musculosa enguantada y me sorprendió que sólo un leve
incendio surgiera en mi alma. Eché una mirada abajo hacía nuestro apretón,
confundida.
Se rió de nuevo
―Son los guantes, Elle. La piel sobre la piel es la conexión más potente para nosotros,
pero de esta manera, voy a ser capaz de manejar tu terrorífico agarre de hierro
alrededor de mí mientras volamos por el bosque, al igual que cuando te llevaba en la
pradera. ―Hubo un leve destello peligrosamente travieso en sus ojos y le di una
mirada de advertencia.
―Mejor que no me mates Edgar Poe. ―Mi voz le atacó severamente pero él se limitó
a sonreír más, haciendo que mi sangre hirviera con furia.
Levanté mi pierna sobre el asiento detrás de él y cerré los brazos alrededor de su
pecho, apretándome tan fuerte como pude. Su cuerpo fuerte se sentía increíble a mi
tacto y yo podía sentir cada músculo, ya que se apretaban contra mis manos. Este era el
mayor contacto que habíamos tenido. Me estremecí, mi alma me arrimó hacia él en la
necesidad de estar aún más cerca.
Había suficiente fuego en mi corazón para esbozar una sonrisa. Cerré los ojos y de
repente, la puerta ante nosotros se abrió urgentemente. Mis ojos se abrieron entonces,
la luz del día y una avalancha de aire fresco llegó sobre nosotros.
―¿Nadie puede ver esto? ―pregunté, gritando por el ruidoso estruendo del motor y
los chirridos de la puerta del garaje.
El giró la cabeza hacia atrás.
―No hasta que la moto golpee la nieve. En este momento somos todavía invisibles
para ellos, incluso el ruido. ―Su voz retumbó sobre el motor, haciendo eco a través de
mis huesos.
De repente, sentí a Edgar presionar con fuerza el acelerador y se tiró hacia adelante a
medida que estallaba en el prado cubierto de blanco. La victoria de repente fue
amortiguada por la espesa nieve ondulante que ahora se agitaba violentamente a través
de los cinturones.
Algunos copos cayeron del cielo en silencio, golpeando mi cara con una picadura de
frío mientras se derretían en mi piel. Edgar condujo suavemente por el prado intacto y
en el bosque.Expertamente, esquivó árboles y troncos caídos y sentí mis manos
relajarse un poco mientras me permití sentarme y ver mi entorno.
Mi alma estaba volando y tomé unas cuantas respiraciones profundas para absorber la
sensación, tratando de recordar cada rayo de luz débil y pulsaciones. A mi derecha,
mis ojos alcanzaron a ver dos alces jugando junto a nosotros a través de la niebla
helada, a sólo unos metros de distancia. Expertamente, se lanzaron a través de los
árboles, el suelo del bosque enmarañado por la nieve y creando un pasillo sin fin.
Condujimos por suaves pendientes, pasando por pintorescos ríos congelados y
acantilados helados cubiertos por una capa del hielo de la cascada. Donde quiera que
fuéramos, Edgar parecía saber el camino.
Finalmente, ralentizó, se detuvo y apagó el motor. Gentilmente miró mi agarre de
hierro envuelto a su alrededor mientras me miraba por encima de su hombro. Mi
respiración era rápida y silenciosa, recayendo sobre la nieve en una onda amortiguada,
como si mis oídos hubieran sido tapados con algodón. Sus ojos brillaban contra el
fondo blanco, mientras trabajaba para recuperar el aliento emocionado.
Se levantó de la moto de nieve, agarrando mi mano y levantándome con facilidad
mientras me sostenía en sus brazos. Su aliento fluía a través de mi cara y sus ojos se
clavaron en los míos con quietud. Me miró fijamente por un momento, las nubes
retumbaron a través de sus ojos, un fascinante color aguamarina profundo. Podía sentir
su pecho contra el mío mientras él se acercaba e inclinaba la cabeza hacia abajo y
apretó sus labios contra mi helada piel caliente, haciéndome temblar.
Sonrió cuando soltó su fuerte agarre,
―Increíble, ¿no? ―él observaba mientras mi mirada caía de él hacia los árboles.
Nos habíamos detenido en un bosque de arces que había sido despojado de sus hojas
de verano y estaban, aparentemente, tiritando bajo su fría capa de nieve.
―Nunca he visto nada igual en mi vida ―exhalé fuertemente.
Me di cuenta de la sonrisa de Edgar mientras tomaba mi mano y nos acercábamos a
uno de los árboles.
―Claro que sí. ―Sus ojos me incitaron a mirar más de cerca el tronco.
Luché para centrarme en las formas que habían sido talladas en su corteza. Mi mano
alcanzó la cicatriz y trazó el contorno, muy chamuscado, de dos cuervos, ambos
mirando hacia el cielo y hacia la derecha.
Entonces él me tiró suavemente a otro tronco a unos pasos de distancia. Otros dos
cuervos estaban grabados allí, mirando hacia el cielo y hacia la izquierda.
Por último, me tiró de nuevo al centro de los dos árboles, sin soltar mi mano con
fuerza. Miré hacia arriba y vi a los árboles reflejados entre sí casi a la perfección, como
si fueran mitades perfectas. Edgar suavemente me soltó, tirando de su guante y
guardándolo en su bolsillo. Su cálida mano enlazada a través de mis dedos helados
mientras mi alma de repente estaba sofocante, más que nunca.
―¿Qué puedes ver aquí? ―preguntó con calma, una sonrisa aún arrollando sus
labios.
Lo miré confundida mientras el calor dentro de mí comenzó a impulsarse a través de
mis venas.
Miré por encima de mí, admirando las ramas que continuaban hilándose a sí mismas
juntas, vivas con vida. Vi el poder de nuestro ser, nuestra existencia, y lo importante
que era para nosotros estar juntos. Tuvimos un amor predeterminado, mucho más
grande que cualquier otra cosa en la existencia humana.
Nos balanceamos por un rato en silencio, y mi mente comenzó a aclararse. De
repente, pensé en Scott y Sara, y me volví hacia Edgar mientras la aprehensión
comenzaba a nadar en mis ojos, —¿Qué pasa con las clases?—, le
pregunté frenéticamente.
Él se rió
―Como he dicho, con la nieve, dudo que alguien esté ahí, además, no creo que
realmente tengas que aprender mucho más en este momento, no más que esto.
―Hizo un gesto con su mano a los árboles.
―Sí. ―Me detuve, aceptando lo que decía como una declaración veraz. Perdí a Scott
y a Sarah sin embargo. Era increíble tener amigos por fin―. Pero entonces ¿qué pasa
con tu clase?
Él resopló
―Esa no es mi prioridad. ― Me miró, el amor hirviendo en su mirada―. Eres todo
lo que importa ahora. Tú eres mi vida. ―Su rostro lucía dolorido y urgente―.
Además, he creado un muy convincente plan para sustituir la lección. ―Una sonrisa
volvió a sus labios suaves―. Y en unas dos semanas más, me iré a casa para el
invierno, de todos modos.
Lo miré confundida.
―¿Pero ellos no se preguntarán a dónde fuiste, a dónde fui yo? Aunque sólo sea por
una semana.
Sus labios se curvaron con diversión.
―Oh, se supone que todavía te estoy enseñando, yo simplemente hice una especie de
alucinación de mí mismo, una versión holográfica. ―La arrogancia se apoderó de su
rostro―. Y sobre ti, les dije a todos tus profesores que te iba a enseñar personalmente,
ya que necesitabas disciplina, y tenías mucho potencial.
Le sonreí de vuelta, sintiendo el pequeño fuego dentro de mí manteniendo mis
sentimientos alegres, con vida a través de nuestro oscurecido tacto. El silencio de los
bosques era impresionante y la nieve era más de lo que jamás hubiera imaginado del
tiempo atrás en Seattle.
―¿Edgar? ―Mi voz sonaba angelical al salir de mis labios―. ¿Alguna vez moriremos?
―La críptica pregunta se sintió como un presagio.
Me miró con tristeza
―No. ―Su rostro tenía esperanza―. Vamos a vivir para siempre, juntos. ―Vi que su
cara estaba preocupada de algún modo.
A pesar de su expresión facial, su respuesta era extrañamente tranquilizadora para mí,
pero algo se sentía oscuro y temeroso. Nos sacudimos en silencio mientras los dos
considerábamos el asunto en secreto. El agarre de Edgar era apretado en mi mano,
casi aplastando mis dedos, pero se sentía seguro. Me sentía tan natural con él, por lo
que en su casa, yo también iba a intentar con todas mis fuerzas poder protegerlo así.
Pasó una hora de silencio antes de que Edgar se levantara finalmente,
―¿Deberíamos volver? ―Su voz sonó distante.
Asentí, tragando saliva mientras me empujaba fuera del columpio, las ramas de
inmediato comenzaron a desenredarse lentamente a medida que se relajaban de nuevo
en su posición. Las hojas se marchitaron y cayeron al suelo, dejando un manto de
hojas oxidadas en su base, poco a poco siendo enterradas en la nieve que caía con
fuerza.
Montamos de nuevo en la moto de nieve y envolví mis brazos alrededor de él,
enlazando una mano en su chaqueta y presionándola suavemente contra sus costillas.
Sentí su corazón acelerado a medida que avanzábamos y apoyé la cabeza tiernamente
contra su espalda.
Cuando por fin los árboles se abrieron en la pradera me senté con curiosidad. Él
estaba corriendo a toda velocidad hacia el centro de la abertura y de repente una pared
lluviosa apareció ante nosotros. Nos estrellamos a través de la pantalla a medida que
esta se agitaba furiosamente y Edgar bruscamente torció el manillar. Giró la moto de
nieve a un lado, mientras esta comenzaba a patinar, estrechamente chocando contra la
pared del fondo del garaje.
Abrí la boca, mis dedos excavando en su chaqueta. Apagó el motor mientras hacía una
mueca de dolor hacia mi agarre doloroso, como el de un gato asustado.
―Dios, Elle. ―Su rostro se contorsionaba con dolor―. Con ese agarre, me imagino
que descubrirás pronto cómo llegar a ser un cuervo de nuevo.
Me reí.
―Sí, claro, eso deseo. ―Puse los ojos en blanco mientras él apartaba mis manos.
–¿E
ntonces qué te gustaría? ―Edgar se puso al otro lado del
mostrador de cobre brillante, las mangas de su camisa se
empujaron hasta sus codos, revelando sus fuertes
antebrazos. Yo tenía una bata de seda y una toalla envuelta alrededor y en el cabello
que todavía estaba mojado por la envolvente lluvia a la que había sometido mi cuerpo
frío. Mis mejillas se sentían al rojo vivo y estaba segura de que debía verme
espantosamente roja, compensando la falta de calor de mi cuerpo por estar afuera.
Edgar agarró dos platos de cristal del gabinete, poniendo una pieza de pan tostado en
cada uno, después pinchó los huevos y puso uno en cada una de las tostadas. Colocó
un plato en el mostrador delante de mí. El huevo del petirrojo era pequeño y delicado.
Yo lo observé mientras él caminaba hacia el gabinete donde agarró desde las
profundidades una botella con un líquido color ámbar. Lo sacudió con cuidado antes
de destaparlo y arrugue el ceño con frustración, resoplando con rapidez mientras él
servía el jarabe espeso sobre mi huevo y pan tostado.
―¿Qué estás haciendo? ―protesté.
El rió profundamente. ―Confía en mí, te encantará. Solo inténtalo.
Hice una mueca cuando empujó el plato que nadaba en jarabe de arce hacia mí, me
entregó un tenedor con una sonrisa en su rostro mientras se inclinaba y ponía las
manos sobre el mostrador, sosteniendo su cabeza entre sus manos para ver.
Miré el plato que había protegido entre sus brazos ansiosamente, sus huevos y tostadas
sin el jarabe, tímidamente levanté el tenedor al centro de la yema del huevo,
presionando hacia abajo para que se abriera, derramando el pegote amarillo en el
jarabe y sobre la tostada. Me atoré levemente y Edgar contuvo una risa ahogada.
Temerosamente, traje un pequeño trozo hacia mi boca, el olor era sorprendentemente
dulce y casi humeante, cuando tocó mi lengua, fruncí mi frente concentrada.
Masticando lentamente, me encontré completamente sorprendida. Los sabores
estaban más allá de lo increíble y el dulce jarabe mezclado con la yema de huevo
espesa y el pan de grano a través de mi boca, golpeando cada papila gustativa.
Mis cejas se levantaron. ―¡Wow!.
Edgar se rió con ganas y puso una mano sobre su estómago para calmar su respiración.
―Te lo dije ―resopló―, supongo que te conozco mejor que tú misma ―él me guiñó
juguetonamente.
Le di una mirada escéptica. ―Bueno, cuando no te conoces a ti misma, eso no es muy
difícil.
Asintió con sumisión. ―Eso es verdad.
Después esa tarde, me senté calladamente con una docena de diarios abiertos a mí
alrededor. No había ningún sonido en el aire mientras escaneaba mis palabras,
tratando muy duro de recordar mi vida. Cada entrada estaba cargada con emoción y
felicidad. El descubrimiento de mi don, la forma en que creció con el tiempo, y luego
el día en que creé este bosque con mis poderes de la naturaleza.
Y luego estaba el fin donde mi escritura se volvía siniestra y asustada. Pasé las páginas
rápidamente mientras mi corazón latía a toda prisa, como si recordara el sentimiento
de incertidumbre.
Todo era suspenso cuando las últimas entradas se volvían cortas y desesperadas.
Esa fue la última cosa que escribí. No me di pistas, ninguna manera de saber cómo
recuperar mi alma, miré hacia la pintura de la pared. Cómo pude rendirme de esta
vida tan fácilmente, cómo podía entregar mi corazón antes de dar pelea.
Cerré los ojos, lentamente traje cada imagen recordada dentro de mi interior, teniendo
en cuenta las estructuras faciales y los gestos de cada uno. Un rostro seguía
parpadeando ante mi vista, alguien profundamente perturbado, con ojos tan vacíos,
que puede también ser nada más que un cuerpo. La memoria causando temor en mi
pecho. Y comenzaron a apretarse mis pulmones mientras intentaba recordar su
nombre.
Finalmente, recordé lo que Edgar me había dicho, el nombre del hechicero que había
venido a por nosotros y había asesinado a muchos otros. En lo profundo de mi mente
pronuncié la palabra mientras su rostro aún seguía allí, Matthew. Mi corazón se
sacudió dolorosamente como un incendio que quema a través de él y luchaba por
ocultar el dolor. Cerré los ojos y me forcé a concentrarme en el rostro, haciéndome
recordar ese horrible día que suprimí dolorosamente.
Hubo un golpe suave en mi puerta y me sacó de mi mente, instintivamente envolví mi
bata a mi alrededor, incluso más ajustada. Edgar se asomó y luego entró en la
habitación con cuidado, con miedo de asustarme de nuevo. Estaba recién afeitado,
vestido con un traje hecho a la medida. Mis ojos se posaron sobre él con hambre.
Nunca lo había visto tan guapo, tan hermoso.
―¿Te estoy molestando? ―parecía avergonzado y solitario. Era injusto de mi parte
encerrarme aquí arriba, lejos de él después de tanto tiempo. Podía ver en su cara que
estaba desesperado por verme, desesperado por pasar tiempo conmigo, por tenerme
de vuelta.
Negué con la cabeza.
Se acercó a mi cama tranquilamente, sentándose en el borde. ―Estaba aburrido ―con
una sonrisa deslizándose por su rostro, su poderosa espalda estaba encorvada
ligeramente.
Las velas de la habitación de repente cobraron vida cuando retrocedía la luz del día.
Miré la nueva luz que ahora era arrojada a las paredes y su rostro adquirió de repente
un matiz romántico.
―Tengo una idea ―él me miró con fuego en sus ojos. Se levantó entusiasmado y se
dirigió al tocador abriéndolo con prolongada reserva cómo si yo siguiera ida. Cómo si
todavía tuviera miedo de perturbar mi vida pasada. Le escuché susurrar a través de los
montones de tela antes de finalmente detenerse sacando una pila masiva de azul zafiro
desde el interior.
Lo miré extrañada. ―¿Qué es exactamente lo que vas a proponer?
Él sonrió. ―No estoy proponiendo nada, difícilmente nos conocemos el uno al otro,
algo como eso probablemente sería irresponsable.
Exhalé nerviosamente ante su referencia al matrimonio, y una idea cruzó por mi mente
que antes no había estado allí. Finalmente me pregunté sí no nos habríamos casado en
mi vida pasada. Tenía sentido, pero él nunca lo había mencionado. No había
encontrado nada en los diarios, pero también había hojas perdidas.
Cuando sostuvo el vestido en sus manos, vi que su rostro estaba ocultando algo, algo
que él sabía que me negaría a hacer. ―Me preguntaba si te gustaría bailar ―dijo
suavemente, con una mirada cruzando su cara que no podía rechazar.
Resoplé. ―Sí claro, nunca he bailado en mi vida.
Me dio una mirada escéptica. Sabía que yo adoraba bailar, mis diarios no hablaban de
nada más, pero aún intentaba negarlo. No había manera de que yo pudiera recordar
los movimientos de baile. Fingí una sonrisa cuando el inclinó la cabeza y me dio una
mirada incrédula.
―Oh, vamos ―sus ojos brillaron seductoramente―. Será divertido.
Suspire y me rendí, imaginando que sería mejor hacer alguna actividad física, y
recorrer mi memoria que sólo encerrarme en mi habitación, desesperadamente
buscando libros tratando de que entraran a la fuerza en mi mente bloqueada.
mis pies se movieron como si fueran controlados por un titiritero dentro de mí, su
agarre firme me guió, haciendo girar mi cuerpo con el vestido a mi alrededor.
De repente la música empezó a sonar y lo miré con una cara graciosa. ―¿De dónde
viene eso? ―pregunté de alguna forma sorprendida.
Él se rió, levantando una ceja. ―Del reproductor de CD.
Solté una risita cuando me tiro hacia él y apoyó cuidadosamente una mano en la parte
baja de mi espalda, la otra seguía sosteniendo mi mano. ―¿Así que no crees en
bombillas, pero si en coches, no tienes un televisor, pero si un reproductor de música?
Asintió con una mirada sincera en su rostro. ―Los CD no ocupan tanto espacio como
un piano ―su sonrisa no tenía precio.
Reí disimuladamente, sus ojos azul profundo y las nubes tras ellos moviéndose
lentamente. ―Quiero quedarme aquí para siempre ―lo miré, y esta vez fui yo la que
se inclinó hacia él, parándome en las puntas de mis pies para besarlo.
Respiró pesadamente mientras me separaba. ―También quiero que te quedes ―sus
ojos eran tristes―. No dejaré que nos separemos de nuevo, la vida sin ti es muy
dolorosa, no vale la pena vivir ―apretó sus labios contra mi frente mientras me hacía
girar lentamente―. Ahora me doy cuenta de que no sé cómo lo hice por tanto tiempo.
Me hizo girar, atrayéndome de nuevo y acunando mi cabeza con su mano mientras me
hundía tirando de mí hacia atrás.
Bailamos en silencio, y recordé cada paso como si fuera algo que hubiese hecho toda
mi vida, él me abrazó y su esencia me rodeó, intoxicándome con su exquisito olor.
Cerrando los ojos, sentí nuestros cuerpos fusionarse en uno y fue ahí donde encontré
la comodidad que anhelé toda la vida. No era sólo la felicidad lo que extrañaba, sino
también ésto.
Finalmente la música cesó, se inclinó hacia a mí de una manera elocuente. Yo sonreí
ligeramente, mi cabeza giraba y mis piernas cansadas.
―¿Estás lista para irte a la cama? ―sus ojos estaban reflexivos, pero aún fuertes.
Asentí, mientras me llevaba a las escaleras, Edgar delicadamente me ayudó a
desatarme el vestido, dándome privacidad mientras yo luchaba por quitármelo, lo
colgué en mi armario donde el peso ya no se imponía en mis hombros. Sintiendo la
fría brisa de la casa, rápidamente agarré mi camisón de la pila de ropa en el suelo y me
lo puse rápidamente mientras mis dientes castañeaban.
Cuando Salí, Edgar estaba una vez más encorvado en la silla junto a mi cama. Había
apilado los diarios en un lado de la mesita y retirado y bajado las sábanas de terciopelo
para mí, temblando, corrí hacia el acogedor calor.
Me arrastré y me volví a mirarlo mientras él me sonreía. Aparté la mirada rápidamente
para encarar la otra dirección mientras pensaba en el día más estimulante. De repente
me congelé cuando escuché a Edgar levantarse lentamente, el susurro de la lana
cuando se quitaba su abrigo. Escuché cuidadosamente cuando lo colocó suavemente
sobre la silla y se quitó sus zapatos. Lentamente levantó la sábana y lo sentí deslizarse
dentro. Recogí mis pies para darle espacio y su respiración se sentía tras de mí.
Él llevó sus labios a mi oído, suavemente arrastrándolos, aun manteniendo su cuerpo a
una distancia segura. ―Te amo ―susurró en mi oído.
Yo inhalé delicadamente. ―También te amo ―las palabras eran pesadas en mi lengua
y se ahogaban con emoción en mi garganta.
Enterró su nariz en mi cabello y mi alma se calentó con un continuo ardor que
quemaba. Aunque no me estaba tocando, tenerlo cerca era cómodo e íntimo. Mientras
me dormía, pensé en Scott y Sarah, su amor era tan simple y fácil, pero al mismo
momento pensé sobre las perspectivas de Edgar de la vida. Le molestaba la
normalidad, y en su lugar disfrutaba de la simple elegancia del desafío y el amor
prohibido. Sabía que lo que teníamos, lo que sentíamos, era mucho más que su amor,
era duradero y embriagador saber que uno no podía vivir verdaderamente sin el otro.
E
n la mañana me desperté sola, sintiendo que algo estaba peligrosamente
mal. Mi cabeza estaba nublada y sentía la boca entumecida. Me senté
de golpe, el terror rasgándome a través de mi corazón mientras miraba
alrededor de la habitación de Edgar, pero las sábanas donde se había acostado ya
estaban vacías y frías.
Saliendo de la cama, tomé mi traje mientras notaba a Isabelle en la ventana, con sus
esponjadas plumas y sus enojados ojos lanzándose a través del campo. El corazón latía
con fuerza en mi pecho, me volví bruscamente y salí corriendo por las puertas dobles,
mis pies deslizándose peligrosamente en las escaleras a toda prisa mientras volaba.
Aterricé en el suelo del vestíbulo, miré por la ventana delantera y me detuve de
repente.
Aterrorizada, levanté la mano a mi boca, ahogando un grito.
Mis ojos estaban fijos en la pradera, donde un solo cuervo negro estaba parado como
una estatua, el viento arrebatando sus plumas con ira. Hubo un movimiento repentino
en el vestíbulo hacia mi izquierda y salté, mis ojos lanzando dardos hacia el
movimiento. Mi mirada se encontró con la de Edgar y mi corazón dio un salto con
miedo mientras ardían en un profundo negro. Él caminó hacia mí lentamente, con la
mandíbula enojada fija y los puños tensos a los lados.
―Edgar… ¿qué es? ―Mi cuerpo estaba temblando con ansiedad.
Su rostro era de piedra.
―Es otro espía. Matthew sabe que has vuelto.
Mi respiración era rápida.
―¿Pero cómo? ¿Cómo sabe que estamos aquí?
Edgar llegó cerca a mi lado, pero a una distancia segura, en un estado de
vulnerabilidad, su rostro frío y sin cambios.
salpicaduras eran su sangre o de los cuervos. Entonces, mientras mis ojos recorrían su
cuerpo impacientemente, noté los profundos arañazos en su cuello. De las frescas
heridas manaba sangre roja espesa en su camisa, coloreándose horriblemente, el
profundo carmesí contrastando con su nacarada piel. Luché para pararme mientras
corría hacia él. Me horroricé cuando alzó una mano ensangrentada, deteniendo mi
camino. Mi mirada se posó a los bultos sin vida colgando de la otra mano mientras la
sangre goteaba sobre el granito negro, brillando bajo la luz de las velas.
―No caerá su sangre en ti. ―Su voz gruñó―. Sería más fácil para ellos encontrarte,
que él te encuentre. ―Su rostro era frío y duro. Sus ojos eran como los frascos de tinta
negros.
Di un paso atrás aterrorizada y vi su cara de repente cambiar.
―Creo que los tengo a todos. ―Sus ojos se comenzaron a calmar―. Pero es sólo
cuestión de tiempo.
Lo seguí mientras caminaba hacia el fuego que ardía en la cocina, con sádica
fascinación y shock todavía temblando en mis huesos. Arrojó los cuatro cadáveres en la
chimenea sin siquiera un atisbo de remordimiento y las llamas explotaron en un color
morado oscuro. Vi cómo sus plumas rizadas se fundían y el olor a madera podrida y
leche cuajada se filtró en la habitación.
Lavándose las manos en el fregadero, lo vi temblar cuando llegó a una toalla. Luchó
por mojarse mientras se limpiaba la sangre del rostro y del cuello. Cerrando el grifo de
agua y apoyándose en el lavabo, el agua goteando de sus labios abiertos. Después de
un momento, caminó hacia mí y me envolvió con sus brazos alrededor de mis
hombros, poniendo su barbilla en mi cabeza.
Empecé a llorar sin control.
―Edgar. ―Luché para formar palabras a través del pozo de lágrimas―. No quiero
que esto suceda, es culpa mía, lo siento mucho.
Me alejó de él bruscamente y me miró a los ojos, su ardiente furia profundizando en
mi alma.
―Estella, esto no es culpa tuya, ni pensarlo. ―Sus cejas estaban juntas y arrugas
profundas cortando su suave la piel―. No empieces a culparte a ti misma, tú has
tenido ya suficiente dolor.
Lo miré con enojo.
―¡Y por lo tanto ahora lo tienes tú, y es todo por mi culpa!
Me agarró la cara, sus manos como el acero contra los huesos de la mejilla.
―Deja de hacer eso. ―Replicó y me sacudió con desesperación.
Me llevó con él y me apoyó en su pecho de piedra, limpiando las lágrimas de mis
mejillas.
Esto era mi culpa y me rehusaba a que se dijera de otra manera. Yo nunca debería
haber venido aquí. Debería haberme matado como lo había pensado hacer una y mil
veces. Él había aprendido a vivir sin mí, y ahora, yo le traía problemas de nuevo,
arrastrándolo en mi tristeza… en mi egoísta deseo de sentir algo.
Lo rechacé, encrespando mi frente en negación y encontrándome a mí misma incapaz
de mirarlo a los ojos. Miré a las llamas donde sólo había huesos en el fuego y ahora la
grotesca realidad de repente me hizo mal. La irracionalidad me invadió y me giré
bruscamente y salí corriendo a mi habitación.
―Elle. ―Edgar gritó frenéticamente detrás de mí.
Mientras llegaba a la escalera, las lágrimas se habían secado mientras mi alma de
inmediato se volvió oscura y fría. Sentí en mi pecho la tristeza, sujetándola duro y
permitiendo que se filtrara el dolor dentro de mí. Corrí a mi habitación y cerré la
puerta detrás en una furia atronadora, mi pecho resoplando duro.
Quería gritar y gritar. Yo no quería tener nada más que extraerme miembro por
miembro del cuerpo. ¿Por qué sucedió esto? Nunca debí haber venido aquí, debería
haber dejado que mi vida siguiera su curso, dejarme sufrir por la cantidad de dolor que
había causado. Me acerqué al estante que contenía mis diarios y agarré los anteriores
mientras los tiraba al suelo con ira. Las páginas se deslizaron a través de las tablas de
madera, tendidos abiertos como almas sin vida.
Mi lenta respiración era como una sensación de calma que se apoderó de mí. Toda
esta vida, algo que no podía recordar. Era un desperdicio. Caí de rodillas cuando el
dolor era agudo, mientras me golpeaba en el suelo. El deseo de castigarme era de
pronto más grande que mi deseo de vivir. Yo sabía lo que tenía que hacer. No iba a
permitir que viviéramos con miedo. Esta vez, iba a luchar.
Llamaron a la puerta y estiré mi cabeza avergonzada. No dije nada en respuesta, mi
corazón roto y mi alma negra, demasiado profundamente carbonizada. Edgar volvió a
llamar, pero todavía yo no decía nada, sólo miraba al suelo en una pérdida total.
Finalmente, abrió la puerta a pesar de mi negativa a permitirle la entrada.
Sus ojos estaban profundamente tristes y su lenguaje corporal era desgarrador.
Se acercó sin hacer ruido, de rodillas en el suelo y suavemente envolviendo sus brazos
alrededor de mí mientras me levantaba hacia su regazo. Su mano rozó mi mejilla
mientras empujaba mi cara hacia él. Sus ojos recorrieron los míos antes de besarme
rápidamente. Su dominio sobre mí era como el acero y no pude evitar sentirme
tranquila y segura. Me levantó del suelo y me puso suavemente en el sillón donde se
arrodilló delante de mí hasta que sus ojos se encontraron con los míos.
―Elle. ―Su voz sonaba débil, pero tranquila―. Por favor, no hagas esto.
De pronto sentí la rabia en mi corazón agolpándose en mi garganta.
―¿Por qué? Tú habrías estado mejor sin mí. Has aprendido a vivir.
Vi como mis rencorosas palabras perforaban su corazón e inclinó la cabeza en mi
regazo. Su rostro estaba manchado al azar con sangre y su pelo estaba desordenado.
Yo no sentía remordimiento por mis palabras, todo era cierto, y nuestro destino ya
estaba sellado.
―Elle, tú no entiendes lo oscuro que es, sin ti yo estaba desesperado y perdido.
―Levantó los ojos para mirarme y me sorprendí al ver que lucían vacíos y fríos.
Respiré duro mientras mis brazos quedaban inmóviles a mi lado.
Él trató de consolarme pero rehuí… a la defensiva. De repente, me agarró en contra de
mi voluntad y me abrazó fuerte en un duro apretón. Yo luchaba por zafarme lejos al
sentir la emoción lanzarse a través de mi cabeza y mi furia lentamente cambió a la
tristeza y al corazón roto. Apretó la mandíbula dura mientras se movía como una
piedra contra mi mejilla, sus fuertes brazos reacios a dejar que me fuera.
―Sólo cálmate. ―Susurró a mi oído, su elocuente voz me arrulló dándome
tranquilidad―. Podemos vencer ésto, lo haremos.
Yo estaba muy agitada, como un animal acorralado.
―Estella. ―Su voz era firme―. Vamos a estar bien, sólo ten calma. Tenemos tiempo
hasta que él gane la fuerza suficiente, hasta que formule un plan. Sé fuerte por mí, esto
es sólo el comienzo.
Lo miré mientras me sostenía, de pronto sintiéndome abrumada por la emoción
mientras envolvía mis brazos alrededor de él, lo agarré como si fuera mi vida en ello, y
fue entonces cuando me di cuenta, él era mi vida.
E
n las siguientes semanas, Edgar tomó mi mano sin descanso mientras
mi cabeza giraba alrededor con cada leve movimiento. Hice una mueca
cuando se ajustaron las brasas en el fuego y pensé en las cuatro vidas
que había tomado y los cuatro cadáveres que ahora se habían ido.
―Voy a tener que prohibirte salir de casa. ―Habló por fin, una tarde. Él estaba
impaciente por el triste silencio al que le había sometido. En mi ira y el odio a mí
misma, me había retirado al silencio. Nos sentamos calladamente en los taburetes en la
cocina, la luz de invierno entraba por la ventana y en su rostro.
Suspiré, algo dentro de mí sabía que esto iba a suceder. ―Así es como todo sucedió la
última vez ¿No? ―Mi voz se resquebrajaba.
Tomó mi mano con más fuerza, sus ojos me miraban, abiertos en un profundo y
brillante azul zafiro y resplandeciendo más que nunca.
Mi cabello había tomado también un nuevo brillo. Su constante agarre era
desconcertante y eso había empezado a cambiar de nuevo en mi ser angélico anterior.
Yo no podía dejar de pensar que él estaba tocándome constantemente a propósito.
Estaba intentando que recordara mi pasado y, al hacerlo, estaba dejando de envejecer,
mi piel se volvía una perla radiante pálida y los ojos comenzaban a reflejar la luz.
Me tocó la cara, rozó sus dedos calientes a través de mi barbilla. ―Sí, esta es la forma
en que ocurrió la última vez. ―Exhaló―. Pero él era más poderoso y más peligroso
entonces.
Asentí. ―Pero ahora está más hambriento, y no se puede subestimar.
De repente se veía frustrado y me di cuenta de que yo le estaba diciendo hechos
desalentadores que ya sabía que eran verdad, pero también exasperantes. Desde esta
mañana cuando los espías llegaron, Edgar parecía distraído.
Su mente estaba constantemente ocupada pensando y sus ojos azules lucían furiosos.
escondía, por su amor por mí, y cuando se comparte un alma ciertamente es algo que
puedes sentir, otros dolores más profundos.
Pude ver cómo se había mejorado, y pude ver mi propósito en su vida. Su energía era
tan baja antes de que yo llegara, pero incluso desde que yo estaba aquí, notaba un
cambio en él y recuperaba las fuerzas. Por la noche, él todavía se ponía lejos de mí,
con toda seguridad se distanciaba por su eterno miedo de matarme por haber llevado
su sed demasiado lejos. A menudo me quedaba despierta durante horas, simplemente
escuchándole murmurar en sus sueños. A veces decía mi nombre, otras veces hablaba
en italiano o en francés y no podía entenderlo.
Pasé mis manos por el fondo de terciopelo estampado en la sala, mientras caminaba
lentamente por todo lo largo. Me detuve en la biblioteca y apoyé la mano en el marco
de la puerta, hincando mis uñas sin pensar en la madera.
La habitación abuhardillada era intimidante y llena de estanterías con libros que subían
en espiral hasta el segundo nivel y el dorado techo abovedado. Una de las paredes
cedió el paso a las grandes ventanas de arco que amenazadoramente alcanzó a dos
historietas, derramando la luz filtrada en los libros ya descoloridos. Al frente, había una
escalera que te llevaba a la planta superior, y mi traicionero corazón estuvo de repente
desesperado por subir.
Arrastré los pies hasta allí y puse mis pálidas y frías manos en la madera de caoba de
los peldaños. Elevándome hacia arriba, puse suavemente los pies en cada peldaño,
cuidando de no llamar la atención de Edgar desde la otra habitación. La vez anterior
que había tratado de subir aquí, me había advertido que la escalera era vieja e algo
inestable y al final me había olvidado de que quería subir. Recordé que pensé que tal
vez lo sería bajo su peso, pero yo era más ligera, sabía que eso estaba bien. Peldaño a
peldaño, en silencio subí al espacio de arriba, mi desobediencia pulsando la sangre
caliente por mis venas.
Una vez en el segundo nivel, coloqué suavemente las manos sobre la barandilla de
hierro y miré hacia abajo al sofá de cuero y divisé la lámpara de Thomas Edison que
Edgar había recibido en 1879. Era el único foco de luz en toda la casa, y con razón.
Edgar había explicado sus razones para usar la luz de las velas, más allá de su simple
belleza. Había argumentado que si todas las bombillas estuvieran hechas igual que el
original, entonces las usaría, porque como Edison y Humphrey Davy, ellos nunca se
quemaban.
El segundo nivel de la plataforma era estrecha y fuertemente inclinada desde donde yo
estaba hacia la derecha alrededor de la cuadrada habitación. Toqué con los dedos los
polvorientos volúmenes de mi izquierda, había viejos diccionarios y enciclopedias,
seguramente todos ya demasiado anticuados por la tecnología actual. Iba de puntillas
tela y la vívida piel era impresionante, igual que la costosa elección de colores que eran
tan gratificantes.
Mi enfoque se redujo a los otros asistentes a la fiesta y de repente cada cara vino a mi
turbia memoria, todas las que había estado tratando de reconocer durante semanas.
Entorné los ojos al limpiar el lienzo con más fuerza. La piel nacarada y los adornos de
cada pareja eran inquietantemente familiares y deduje que ellos estaban también, como
nosotros, eternamente atrapados en el anhelo y animados por lo que esperaban fuera
la eternidad.
Todos los hombres estaban vestidos de negro y sus chaquetas y chalecos eran oscuros
como la noche a juego con lazos de seda negros. Sus blancas camisas eran la única
diferencia, pero el conjunto monocromático acentuaba el reflejo nacarado de sus ojos.
Una pareja iba ataviada con terciopelo verde, los ojos del caballero resplandecían
como un bosque de árboles de hoja perenne, esmeralda profundo y excesivamente
labrado. El pelo de la dama era de un profundo y radiante color burdeos, el color
complementaba los luminosos verdes de su vestido y sus ojos, haciendo que su pálida
piel y sus ruborizadas mejillas, resplandecieran radiantes como el sol. Ella tenía un
pequeño gato negro posado sobre su regazo, su mano descansaba delicadamente sobre
su cabeza mientras sus ojos también ardían en un verde impactante.
Otra señora llevaba un bronce brillante, y los ojos de su pareja brillaban como
monedas de oro. Su cabello caía en cascadas como cadenas de oro por la espalda y las
mejillas también parecían estar ligeramente enrojecidas. Ambos de pie, el caballero a
su sombra, ella llevaba dos grandes galgos ingleses, a sus lados, sus pelajes hirsutos y
ásperos.
La última pareja se inclinaba casualmente contra la pared, la mujer envuelta
delicadamente contra la solapa de la chaqueta de su compañero y la mano apoyada en
su pecho, donde me di cuenta que sus dedos estaban llenos de diamantes.
Llevaba collares de perlas colgando de su cuello y ella era la única que sonreía, aparte
de mí, la única que estaba disfrutando de la tarde.
Su túnica blanca estaba radiante, brillando como una perfecta perla de plata a la luz del
sol y su cabello era rubio platino, ondulado, como si ella fuera mi hermana gemela
perfecta. Mi atención se desvió al rostro de su pareja, profundamente perturbado y
santificado, su mandíbula apretada, mientras sus ojos de color blanco plateados
destacaban claramente contra su negro pelo. Había una lechuza blanca posada en el
hombro de la mujer, igual que el búho que Edgar tenía en su despacho, y por un
momento, me pregunté si esa era exactamente la misma ave.
Septiembre 1667
Muchos de nosotros nos hemos reunido hoy para un retrato. Los he convencido de
que Johannes Vermeer posee talentos para la textura y ellos estuvieron de acuerdo en
que era una idea encantadora. Hazel estaba más que entusiasmada. Incluso se ha
comprado un hermoso vestido de seda de un magnífico color bronce...
Hice una pausa, señalando el nombre de la señora con el pelo dorado, Hazel. Eso
hizo sonar un timbre extraño dentro de mi alma y sentí una efímera sensación de éxito.
Mis ojos rápidamente se lanzaron de nuevo a la página,
...Gloria era aún más estirada respecto a todo eso. Ella quería lucir mejor, así que tuvo
que acudir a un profesional para que le aplicara polvo y rubor en el rostro, haciendo
destacar su pelo color burdeos, y su piel más radiante. Yo no podía dejar de sentirme
cohibida cerca de ella, a pesar de mis naturalmente brillantes características...
Hubo otro familiar clic dentro de mí, Gloria. Dije su nombre una y otra vez,
bloqueándolo en mi mente y mi corazón se agitó,
―¿Elle, estás bien? ―se precipitó hacia mí y puso su cálida mano gentilmente en mi
espalda mientras yo respiraba pesadamente, tratando de recobrar mi aliento.
Las lágrimas de repente se derramaron de mis ojos y mi cuerpo comenzó a
estremecerse incontrolablemente. Mis ojos se apretaron con fuerza mientras las
lágrimas manchaban las páginas de mi diario, derramando la tinta por el espeso
pergamino.
Edgar agarró gentilmente el libro de mi mano, mirándolo con curiosidad desde mi
desesperado agarre. Sus ojos se deslizaron por las páginas rápidamente, su respiración
rápida y pesada. Suspiró. ―¿Tú lo encontraste, no?
Y de pronto, el mundo se volvió oscuro mientras yo caía al suelo.
Mientras me caía, sentí a Edgar entrelazando sus manos bajo mi cuerpo tembloroso y
elevándome en sus brazos acogedores en los que me trasladó hasta mi cama. Me
recostó sobre las suaves sábanas mientras apartaba el cabello de mi cara, los
enmarañados mechones contra mis mejillas con gruesas lágrimas. Él estaba tarareando
suavemente, tratando de calmar mi estado de histeria.
―Shhh, Elle. ―Susurró suavemente, su voz suave y clara―. Lo siento mucho, siento
mucho que tuvieras que sentir esto de nuevo. ―Gentilmente frotó mi espalda mientras
yo miraba hacia la ventana, la nieve cayendo desde el cielo en gruesos copos―. Nunca
quise que vieras eso.
Mis ojos comenzaron a secarse mientras mi cuerpo cedía, los temblores entumeciendo
mis músculos. Los mismos sentimientos culpables y desesperados se precipitaron
sobre mí y comencé a culparme a mí misma, parecía la única noción lógica. Había
sabido lo que estaba sucediendo, sentido el fin acercarse. De pronto me di cuenta de
por qué encontré la pintura tan imprescindible para la misión. Simplemente cuando
había registrado la historia de Edgar y mía en los diarios, también había deseado
registrar todo de nosotros.
Edgar suspiró, su mano gentilmente siguiendo la mía. ―Después de que esa imagen
fuera pintada, comenzaron a morir, poco después. ―Su voz se quebrσ e hizo una
pausa por un momento―. Me ordenaste que quemara la pintura inmediatamente,
pero no pude, tú amabas a Vermeer, los amabas. Ahora veo que fue un error
conservarla.
Una lágrima fresca se formaba en mis ojos y mis ideas se afirmaron de repente. Había
una razón para mi necesidad de ese día en la pintura, ese registro de la vida. Estaba
agradecida de que no la hubiese quemado; necesitaba ver ese momento.
Él suspiró y yo pude sentir que iba a odiar este momento tanto como yo.
―Margriete, Gloria, y Hazel eran tus mejores amigas, tus hermanas. Eran cada una tan
distinta como la otra, cada una única y hermosa. Cuando estabais juntas, parecíais tener
cada tipo de personalidad, las amistades perfectas. ― exhaló suavemente―. Gloria era
obviamente muy vana y presuntuosa. ¿Recuerdas la historia que te conté sobre la
primera pareja en tener éxito, en vivir después de conocerse por primera vez?
Asentí, de repente juntando las piezas.
―Gloria y Alek se volvieron nuestros amigos y su vanidad se volvió un cierto
entendimiento. En su mente ella era realeza y no podía soportar que nadie fuera mejor
que ella. Pero para ti, ella era tu… ―Hizo una pausa para pensar en el término
correcto―. Tu muñeca Barbie o algo así.
Me reí suavemente a través de mi boca llena de lágrimas y algo dentro de mí le creí,
sabía cuán furiosa estaba por no recibir la alabanza que ella creía merecer justamente.
Edgar se dirigió cerca de mi oído, pasando sus labios contra mi mejilla mientras se
curvaban en una risa. ―Y Hazel era envidiosa, siempre celosa de todos. Siempre
pensó que su pelo bronce y sus ojos eran insípidos y aburridos. No importaba cuán
duro intentara, nunca podía volar como el resto de vosotras. Tenía una corta capacidad
de atención y por eso, era muy torpe e ignorante. ―Rió en mi oído suavemente―. La
tratabais como vuestra hermana pequeña y siempre estabais protegiéndola, cuidándola
cuando ella no lo hacía o no podía.
Mi corazón estaba rebosante de calor, pero también de frustración. Podía sentir que su
muerte había sido lo más difícil para mí y mi cuerpo se estremeció de dolor.
―Y por supuesto estaba Margriete. ―Pude oír la profunda desesperación en su
voz―. Ella era tu mejor amiga y la única que era justo como tú. Era despreocupada y
nunca se preocupaba por su belleza o sus pertenencias, y por eso, vosotras dos erais
mucho más hermosas que el resto.
Edgar me apretó más estrechamente. ―Ella fue la última en desaparecer. Tú
instantáneamente sospechaste de Matthew pero yo no te creí, me doy cuenta de mi
culpa en eso. ―Hizo una pausa, su voz quebrándose―. Fuiste la primera en notarlo
cuando Gloria y Hazel fueron asesinadas y sus compañeros también fueron asesinados
brutalmente junto a ellas. Pero Matthew no había muerto con Margriete, y tú no creías
sus historias, sus mentiras acerca de cómo ella había huido lejos asustada. Tus ojos
estaban mucho más enfocados que los míos. Yo estaba furioso contigo, horrorizado de
que tú pudieras culpar a alguien que era como un hermano para mí.
Mis cejas se plegaron mientras la ansiedad de ese hecho hacía que mi cuerpo se
sintiera rígido y enojado con Edgar.
―Sabías que él la había tomado y simplemente estaba escondiendo la evidencia de su
cuerpo. Debía haberlo visto en sus ojos, pero la profunda plata lo escondía todo.
―Frotó su nariz por mi rostro―. Es mi culpa, Elle, lo ves. No tuya.
Una ola de culpa me bañó, y tomé un profundo aliento mientras cerraba mis ojos y me
permitía aclarar mi mente.
―No. ―Mi voz era sorpresivamente testaruda―. Fue la culpa de Matthew, sólo de él.
―Me retorcí en el duro agarre de Edgar―. Ahora lo entiendo, no fui yo la que causó
todo el dolor y el sufrimiento, ni siquiera nosotros. Fuimos tú y yo los que salvamos a
nuestra especie y aún podemos. ―Me giré para enfrentarlo, sus ojos atormentados―.
Edgar, esta vez cuando él venga, tendré las agallas y la furia para ayudar a asesinarlo.
No puedo seguir huyendo, y no quiero que esto suceda de nuevo.
Tocó mi ceño fruncido suavemente, y pude ver mis ojos brillantes reflejados en los
suyos. Una sonrisa satisfecha cruzó su rostro. ―Ahí está el fuego que sabía que tenías.
―Su aliento cayó sobre mis labios y lo encontré cálido y embriagador.
Le devolví la sonrisa mientras limpiaba la última lágrima de mi cara. Estaba harta de
estar asustada, harta de huir de la vida mientras trataba de derribar mi puerta. Edgar
miró profundo dentro de mi alma mientras se inclinaba hacia delante y presionaba sus
labios contra los míos, deslizando su mano por mi espalda firmemente. Cedí, cayendo
en cuenta que estaba siendo imprudente, pero mientras más me apretaba, sus labios se
curvaban en los míos y sus dientes rozaban los míos con suavidad. El beso se sentía
desesperado, como si nuestras vidas fueran a fugarse de repente. Pensé en el día en el
que había muerto, preguntándome si habíamos siquiera tenido la oportunidad para
decirnos adiós. El recuerdo era aún doloroso para explicárselo a Edgar.
Nos amoldamos juntos por un breve momento antes de que él abruptamente se alejara
y se liberara de mi agarre, sus ojos negros, y su respiración acelerada. Los
pensamientos en su mente se habían vuelto más vengativos, sus chacales enseñando sus
malvados dientes.
―Realmente creo que deberías reconsiderar tus motivos. ―Bromeó, una maliciosa
sonrisa se asomó por su hermoso rostro, los nubarrones rompiendo con hambre a
través de sus ojos.
Me reí, disfrutando la fina línea con la que estaba jugando y la descarga de adrenalina
que bombeaba espesamente en mi corazón.
De pronto se detuvo, agarrándome de la mano y tirando de mi bruscamente de debajo
de las mantas. Chillé de risa mientras me daba vueltas por la habitación y luego
suavemente me acurrucó nuevamente con una gran reverencia, sus fuertes brazos
acunándome con poco esfuerzo.
Hundió su cabeza contra mi pecho, sus labios a un aliento de mi piel. ―Pero, yo sí
amo tu sentido de aventura. ―Susurró, su esencia revoloteando a mi alrededor.
Delicadamente me tiró a sus brazos y me miró con multifacética adoración y un
profundo eterno amor.
Mientras me sentaba, le sonreí con astucia. El miedo que me había paralizado toda la
semana desapareció y me di cuenta de que estaba más segura que antes, teníamos la
ventaja. Además, yo era una exquisita pieza de contienda, desalmadamente engañando
a mi depredador. Un plan comenzaba a formarse en mi cabeza, un plan que jamás
podría contarle a Edgar. No había forma de que él lo permitiera. Era demasiado
protector conmigo y demasiado cauteloso para alguna darme la oportunidad de llegar
tan cerca de Matthew, de realmente tocar su piel. De repente me sentí más
poderosamente dotada que nunca e iba a vengar a mis amigos, a mi familia.
H
abía pasado un mes ya desde que aparecieron los cuervos y la
Navidad fue hacía sólo una semana. Me senté mirando por la
ventana de la biblioteca mientras Edgar me sostenía la mano,
moviendo de un tirón el libro de Alaska que tenía sobre su ordenador. Su reproductor
de CD hacía resonar ópera por toda la casa y los relojes en la pared hacían tic-tac
irritantemente al compás de la música mientras miraba sin ganas la nieve que cubría el
campo, copos de nieve caían a la ya saturada tierra. Apoyé mi cabeza en la parte de
atrás del sofá con las piernas curvadas debajo de mí, mordiéndome las uñas de mi
mano libre nerviosamente.
Había gastado incontables horas pensando en mi plan para matar a Matthew, desde
que vi la pintura, la idea se iba formulando lentamente en mi mente. Había dejado de
intentar averiguar cómo recuperar mi alma, estaba en Edgar por una razón: para
mantenerla a salvo. Ya lo había averiguado, trescientos años atrás, que tenía que ser así.
Nuestras almas estaban donde estaban para liberarme, para darme la habilidad de
tomar los riesgos necesarios para acabar con ésto de una vez por todas.
El prado estaba vacío, frío y el viento azotaba la nieve en ondas, recolectándolas en
invisibles dunas en los aleros del tejado de la casa. Todo se empezaba a sentir siniestro
mientras esperábamos. Sólo era cuestión de tiempo que las cosas se llevaran a cabo y
mientras estábamos ahí sentados indefensos, la quietud me invadía la mente.
Me estaba poniendo nerviosa, como un indefenso pato nadando en un lago rodeado
de tiburones. ¿Vendría Matthew aquí? O ¿Era mejor salir a buscarlo? Si me ofrecía
como cebo, tendría que estar preparada para su llegada, y todo el dolor qué vendría
con ello.
Suspiré pesadamente, pero Edgar pareció no notarlo, o a lo mejor, no estaba dispuesto
a seguir escuchando mis constantes reacciones exageradas. De repente, mis ojos
captaron algo moviéndose en la nieve. Me senté recta como un palo mientras
entrecerraba los ojos y fulminaba con la mirada a lo que fuera que se moviera a través
de la ventana, mis labios en una línea fina y mi respiración se tornó acelerada como la
de un perro cazador.
Mi primer pensamiento, mientras paseaba los ojos por el prado, era que sólo era el
remolino de la nieve jugando con mi mente. Capté por un instante el reflejo de mis
ojos en el hielo, el reflejo del cristal azul penetrante me llegó como si fuera el sol.
Sacudí la cabeza bruscamente, figurándome que sólo era el brillo de la luz de la nieve y
apoyé mi barbilla en el sofá.
Edgar no se había movido, aún envuelto en su sepulcral silencio a mis espaldas.
Escaneé las copas de los árboles y de nuevo vi algo moverse en mi punto ciego. Fruncí
el ceño mientras intentaba reconocer qué acababa de ver. Mi corazón latía
salvajemente, notando su pulso en mi mano mientras Edgar lo comprendía. Me senté
de nuevo, esta vez mirando ansiosamente, mi mente se rehusaba a apartar la mirada.
Pensé en aquel día en el bosque, algo me siguió desde la cascada, pero fuera lo que
fuese era muy pequeño.
Otro minuto pasó y noté los ojos de Edgar sobre mí, obviamente sintiendo mi
malestar.
Él apretó el puño de mi mano, mis manos empezaron a sudar. Finalmente, algo se
movió de nuevo, y fue cuando por fin lo vi. Un gato blanco se lanzó a través del prado
entre dos montículos de blanca nieve. Salté de repente y Edgar me miró enfadado.
―Estella, ¿Cuál es tu problema? ―explotó él.
Me lo quedé mirando con los ojos abiertos como platos. ―¿No has visto eso? ―le
grité.
Se dio la vuelta y miró a través de la ventana. ―¿Ver qué, Elle? No tengo ojos en la
nuca y lo sabes. ―Me sonrió astutamente.
Resoplé. ―No estoy bromeando Edgar, había algo ahí fuera.
Escaneó todo el campo con la mirada. ―Yo no veo nada, Elle. ¿Era negro?
Lo miré irritantemente. ―No. ―Le dije con aspereza.
Me tocó la nariz con un dedo y yo lo golpeé para que lo apartara. ―En serio, era un
gato blanco o algo.
Se rió mofándose. ―¿De verdad piensas que un gato podría vivir aquí, en este desierto
helado?
No me gustó el tono condescendiente de su voz y lo miré con una mirada que echaba
humo.
Levantó las cejas y me miró con sorpresa. ―Vaya, de acuerdo entonces. ―Cogió aire
y continuó―, supongo que si te digo que ves visiones ¿me arrancarías la cabeza
verdad?
Lo fulminé con la mirada. ―Eres un matón ―siseé.
Mirando de nuevo afuera vi el movimiento de una pequeña cola mientras el gato se
metía en el bosque. Mi mandíbula se cayó por la incredulidad. No estaba loca, de eso
estaba segura. Lo que veía estaba realmente allí, pero como dijo Edgar, era absurdo.
Me mantuve de pié intentando mirar más lejos del bosque, de pié apoyándome en el
sofá buscando soporte.
―Elle enserio, siéntate. ―Me trataba como a una cría y eso no me gustaba nada―,
estamos en el bosque ¿sabes?, hay animales salvajes.
Resoplé. ―No me había dado cuenta de que los gatos eran animales salvajes, ―dije
contra mi respiración. Edgar me miró con una ceja levantada, con su cara amenazante,
pero sus ojos eran de un claro azul grisáceo.
Salté de nuevo al sofá con los brazos cruzados contra el pecho mostrando mi enfado.
Me giré hacia donde estaba la pequeña y apartada habitación, y de repente estaba
ansiosa de ver la pintura otra vez, ver a mis amigos, y mirar fijamente a los ojos a mi
enemigo.
Me levanté del sofá con un fluido movimiento, dejando caer la mano de Edgar con un
golpe contundente y lanzándome a la escalera.
―Elle, te dije que no es seguro, no sólo te lo decía para que no subieras.
Su voz era insistente y eso sólo me impulsó más.
Con cautela caminé hasta la chirriante escalera. ―Entonces, a lo mejor deberías
conseguirme una nueva ―le solté con un tono irritante.
Resopló silenciosamente y su cara mostró otra seductora sonrisa mientras bajaba de
nuevo la cabeza hacia el libro.
Aparecí de golpe en el borde, mi alma desvaneciéndose lentamente. Miré de nuevo al
campo, teniendo una vista mejor desde allí, pero no había nada. Cada vez que tocaba a
Edgar, el sentimiento de felicidad parecía permanecer durante más tiempo que antes.
Yo era como una batería recargable, sólo que no le gustaría dejarme sin batería mucho
tiempo porque entonces me convertiría en destructiva e irritante.
Rodeé con los dedos la barandilla, caminando como un soldado de juguete en una
misión aburrida para hacer reír a Edgar. Rodé mis ojos y me di por vencida, sintiendo
la depresión meterse en mi pecho.
Redondeé la esquina del estrecho pasillo, me adentré en la pequeña sala de estar y me
dejé caer en sofá de pronto agotada y cansada.
Isabelle voló hasta la baranda superior, donde giró la cabeza y me miró con curiosidad
desde exterior. Me dio unas palmaditas en el muslo con suavidad y flotó hacia abajo
hasta el sofá, anidó en mi regazo. Le rasqué la cabeza ligeramente y enrolló sus
plumas, sus ojos se cerraron lentamente por la felicidad.
―Viste al gato, ¿Verdad? ―le pregunté vigorosamente mientras tenía los ojos
cerrados, pero ella no pareció oírlo.
La vela iluminó cuidadosamente la foto y miré a Magriette, su mano eternamente
posada en el pecho de su amante de dos caras. El pequeño búho blanco que estaba en
su hombro aún me sorprendía, sus afilados ojos amarillos mirando hacia fuera de la
lona como una estatua.
En la pintura reconocí a Isabelle estaba a mis pies mientras yo estaba sentaba en la silla
azul de mi dormitorio. Miré con enfado mi cara en la pintura, aún enfadada y con
rencor por ser tan despistada. El brazo de Edgar en mi hombro se veía orgulloso, su
amor por mí aún más fuerte que su sed por nuestra alma.
Respiré profundamente y dejé ir el aire tristemente. Extrañaba tener amigos incluso si
no podía recordarlos. Pensé en cómo tan fácilmente Scott y yo parecíamos llevarnos
bien y mi corazón retumbó ligeramente, empecé a sentirme triste por dejarlo y también
a Sarah. Pero la primavera vendría de nuevo, y ellos también, y con suerte yo también.
A pesar de mi torpeza social al principio, caí confortablemente en sus amistades. Me
senté, Isabelle mirándome enfadada mientras con cuidado la cogía y la colocaba en la
silla. Fui arrastrando los pies hasta la barandilla a las afueras de la bóveda, desde donde
miré hacia abajo a Edgar.
―¿Tenemos un móvil? ―dije francamente, recordando que Sarah y Scott me habían
dado su teléfono, no es que funcionaran muy bien aquí, pero valía la pena intentarlo,
sólo para comprobarlo. Lanzó el libro en su mano y me miró con los labios en forma
de línea―. Uh ―estaba luchando, lo que sólo podía significar una cosa, él sí que tenía
un teléfono móvil. ―¿No? ―su voz se rompió.
―Eres muy malo mintiendo ―giré mis ojos hacia él.
Él pretendía ir de víctima pero yo no era tan ingenua.
―Venga, por favor. Echo de menos a mis amigos. No les contaré dónde estoy, te lo
prometo. ―Subí mi labio inferior en un puchero.
Se rió, negando con la cabeza. ―Bueno, se supone que estás de vuelta en Seattle.
Lo miré curiosa. ―Qué?
Levantó la cabeza de nuevo y sus ojos se veían tímidamente grises. ―Desde que te he
prohibido salir de la casa, les he contado a todos que te rehusabas a aguantar mi sucia
personalidad y que dejaste el colegio para siempre. Por eso tuve que coger tu colorido
coche.
Mi mandíbula cayó. ―¡No tenías ningún derecho! ―le solté―, no puedes retenerme
y esperar. ―Una risa se le ahogó en la garganta―. Bueno, ¿qué tendría que haber
dicho?, ¿que te he secuestrado? Tenía que hacerles creer que los odiabas tanto que no
contactarías con ellos de nuevo.
Yo estaba frunciéndole el ceño, su actitud era aún toda diversión y juegos. ―Aún así,
¿cómo lo has hecho? Haciendo una alucinación, o una holografía… ―me estrujé la
cabeza para encontrar la palabra―, o como sea que lo llames.
Caminé por el segundo piso, y me acerqué a la barandilla. Edgar perezosamente se
levantó del sofá y caminó hacia mí mientras yo descendía. Me agarró de la cintura
cuidadosamente y me bajó antes de que hubiera bajado ni la mitad de la escalera.
―Y cómo puede ser que te hayas hecho tan fuerte. ―Le dije, con mi ego obviamente
dañado. Él me rodeó con los brazos de tal manera que yo no podía resistirme.
Su sonrisa era enorme, hacía que sus ojos se inclinaran, su joven piel se arrugó
alrededor de su nariz.
―Porque Elle, somos opuestos. Donde yo soy fuerte tú eres astuta.
―Sí, bueno, donde yo soy inteligente, tú eres aburrido. ―Escupí, le di una mirada
penetrantemente juguetona.
Bajó su cabeza, besando mi frente, antes de tirarme al sofá. ―Bueno, tú eres
imposible. ―Giró la cabeza y se fue de la habitación.
―¡Ni creas que te salvarás de esta tan fácilmente, señor! ―grité encima de mi
hombro―. ¡Encontraré ese teléfono!
Oí su risita proveniente de la cocina por los golpes de cacerolas.
―¡Y no creas que me vas a callar con tu habilidad para cocinar tampoco! ―le chillé
otra vez. La sangre bombeaba en mis venas y yo disfrutaba este momento demasiado.
La verdad, es que adoraba la comida de Edgar. Sus miles de años de edad le habían
enseñado muy bien. Mientras me iba hundiendo en la piel maleable, finalmente me
empecé a calmar mientras pensaba sobre el gato blanco. A lo mejor, realmente fue mi
imaginación. Al fin y al cabo, mi mente estaba aburrida hasta las lágrimas atrapada en
esta casa, y aún así era agradable estar cerca de Edgar. Si iba a sufrir una inminente
muerte, al menos sabría qué era llorar, amar y reír.
Pensé en lo que Edgar quiso decir con los opuestos, era como si, a parte de compartir
alma, compartiéramos un cuerpo. Él era fuerte, yo astuta, él era capaz de crear
ilusiones, y yo podía manipular la Tierra. Ahí fue cuando me di cuenta, que no era el
estar encerrada lo que me volvía loca, era el hecho de que estaba muy lejos de la
Naturaleza, era como un pez dentro de una pecera, nadando en círculos echando de
menos el mar.
Me senté mientras los impresionantes olores de la cocina invadían mi sentido olfativo.
Me adentré en la cocina frunciendo el ceño, mis calcetines de lana me colgaban de los
tobillos.
―Edgar necesito salir fuera. ―Suspiré.
Me miró con cautela. ―Elle por favor no empieces a hacerte la difícil otra vez. Tengo
miedo de que si sales ahí fuera ellos te vean. O aún peor, él te verá. Todo lo que sé es
que ellos ya están ahí afuera, esperando para que tú seas lo suficientemente tonta como
para salir y exponerte a ti misma.
Fruncí el ceño con rabia, me senté en el taburete y miré mi reflejo en el contador. Mis
ojos eran como pequeñas perlas. Edgar secó sus manos en una toalla mientras ponía
algo de pasta en un bol gigante en el fuego. Caminó alrededor de la cocina y se puso
detrás de mí, acariciando mis brazos con sus fuertes manos y apoyando su mejilla en
mi hombro.
―¿Qué pasaría si yo dejara de comer? Si vivimos para siempre, ¿Por qué lo hacemos?
―le pregunté curiosa.
Se rió. ―Esa es una buena pregunta. ¿Te acuerdas cuando te conté que Matthew se
veía fatigado y aparentemente viejo? Eso es lo que pasa. A lo mejor vivimos para
siempre, pero necesitamos alimentarnos.
―Oh, eso es malo. Yo esperaba que si dejaba de comer me darías algo de libertad.
―Suspiré.
―Vamos Elle, dentro de nada podrás hacer lo que quieras, sólo necesitamos esperar.
―Su aliento era embriagador y rápidamente invadió mi mente. Me enfurruñé, él sólo
intentaba ponérmelo más difícil mientras me envolvía con sus brazos, poniendo mi
oído en sus labios.
―Edgar… ―Me paré, mi mente se estaba convirtiendo en lluviosa, distraída y mi rabia
se iba mientras desesperadamente me intentaba aferrar a ella, con rencor.
―Estella, te quiero. ―Su voz era como una droga que se metía en mi mente,
encendiendo cada receptor.
Me derretí en sus brazos. ―¿De verdad? Siempre te acercas, pero entonces
inmediatamente retrocedes ―mis palabras eran atrevidas pero a la vez suaves.
Sentí su boca curvarse en una sonrisa, con sus labios aun tocando mi oreja. ―Yo
pienso en otras cosas Elle, soy un hombre después de todo. Pero también tengo el
deseo de no matarte y creo que eso es lo más importante. ―Me ruboricé, dándome
cuenta de dónde estaba yendo esta conversación. Edgar había tenido éxito en dejarme
en shock, haciéndome olvidar qué era lo que quería decir en un principio. Su calor me
envolvía en algodón, dejaba para el arrastre mis pensamientos y confundía mi ira.
―Sí pero me refiero a que incluso cuando dormimos, aunque estás ahí mismo, estas
muy lejos.
Exhaló con una risa. ―Exactamente, estoy intentando no matarte.
Lo entendía, pero no era suficiente. ―Pero tú solías hacerlo ―le presioné. Recordé la
forma de las sábanas ese primer día en mi habitación.
Suspiró, obviamente entendiendo mi punto de vista. ―Elle, suenas como una adicta, y
eso es lo que me preocupa. ―Su agarre en mi estómago desapareció para poder
darme la vuelta y mirarme con esos profundos ojos azules―. Entiendo lo que quieres
decir, pero tenemos que ser cuidadosos, si somos los últimos de nuestra especie, eso
es realmente lo importante. ¯Dijo a regañadientes, pero había algo más debajo, que él
necesitaba contarme. Seguí mirando curiosa, esperando en silencio.
Caminó hacia el fuego, apartando los ojos de mí. ―Necesito bajar al colegio esta tarde
por un momento, parece que los profesores que se quedan aquí están empezando a
sospechar. ―Estaba frunciendo el ceño―, supongo que uno de ellos era lo
suficientemente tonto como para intentar tocarme, y pasó a través de mí, el holograma
¿recuerdas?
Noté la explosión de un pensamiento rebelde en mi cabeza y vi que él se daba cuenta.
Sus ojos me miraron fijamente, con un azul grisáceo más oscuro. ―Y no empieces a
pensar que eso significa que vas a encontrar el teléfono ―dijo él francamente.
Le di una mirada sarcástica. ―¿Qué te hace pensar que lo encontraré? ―mi voz era
tenebrosa y falsa.
Suspiró. ―Lo digo en serio Elle, esto es por tu propio bien, no hagas nada estúpido.
Respiré profundamente por la nariz y me encorvé en el taburete. ―De acuerdo.
Me miró entonces, sus ojos aún serios y oscuros. ―¿Me lo prometes?
Exhalé, rehusándome a aceptar. ―De acuerdo, de acuerdo, bien, estaré a salvo.
―Estaba apartándolo con mi mano, pero mi mente aún pensaba vengativamente.
Me sirvió un bol de pasta de enebro e hice una mueca de dolor por el olor. ―¡Esto
huele a pino! ―protesté.
Me miró de soslayo. ―En serio, hoy estás poniendo a prueba mi paciencia Elle, sólo
come. ―Apuntó a mi bol con la espátula y me miró con un rostro severo.
Mordí y mis papilas gustativas explotaron con el sabor. Rodando mis ojos con júbilo,
Edgar me miró con aprobación, besándome gentilmente en la mejilla mientras iba a
prepararse el suyo. Miré alrededor cuando él desapareció por un armario escondido,
intentando con todas mis fuerzas pensar dónde habría puesto ese móvil.
Cuando entró de nuevo en la habitación llevaba puestas sus botas negras y su abrigo y
yo me lo miré poco a poco. Su hermosa y sobrenatural belleza dejaba sin aliento. Cada
día era como si estuviera viviendo con un ángel, pero mientras lo miraba en el espejo,
me daba cuenta de que yo también era increíble y en lo que me había convertido
gracias a esa letal piel perlada.
Mis ojos se fueron hacia su mano mientras él arqueaba las cejas y su cara se curvó en
una sonrisa malvada. Dejé ir un suspiro enojado. En su mano sostenía un viejo
teléfono, con el cable aún conectado. ―Por si acaso ―él sonrió, colgándolo delante
de mí en broma.
Le fruncí el ceño agriamente. ―Lo que sea ―le escupí, pero él sólo se rió de mí.
Obviamente estaba disfrutando con la tortura a la que me estaba sometiendo.
Caminó hacia mí y me dio un beso rápido en la sien y se fue de la habitación. Oí el
sonido de la puerta mientras se iba de la casa por el garaje y lancé mi cubierto en el bol
con enfado y corrí hacia la ventana donde lo vi salir por la puerta lateral, su negra
figura danzando por la nieve con la elegancia de un león de montaña.
buscaba una puerta abierta donde esconderme. Me encontré sin esperanza mientras
mi cuerpo empezaba a temblar. De repente, vi algo sorteando por las copas de los
árboles, hasta que, fuera lo que fuese, se adentró en el bosque. Al principio, estaba un
poco en shock porque lo que había visto no era exactamente lo que esperaba ver. Aún
respirando fuerte, entrecerré los ojos para reconocer la figura. Hice un lento paso
hacia atrás mientras avanzaba rápidamente. De repente habló. ―Qué te crees que
estás haciendo aquí fuera. ―La figura retumbó, su voz estaba llena de sarcasmo.
Me encogí, reconociendo la irritante cara de mi pasado. ―¿Sam? ―miré su expresión
angelical.
Él se rió. ―El único.
Lo miré de soslayo. ―¿Qué estás haciendo aquí? ―Había algo en él que me resultaba
extraño, pero mi mente aún estaba asustada por el miedo asi que era difícil discernir.
―Sólo estoy haciendo lo que vine aquí a hacer. ―Replicó.
Crucé las manos en mi pecho, mi respiración saliendo irregular, ardiendo con ira
repentina.
―¡Oh, vamos! ―sonrió―, no seas así.
Resoplé. ―¿Así como? ―miré fijamente sus fuertes características. Su pelo era
exactamente el mismo desaliñado marrón, y su cara sin afeitar. Su piel era como
Edgar, suave y joven, pero mucho más pálida y en sus ojos había un toque de azul.
Miré a su vestimenta y me quedé boquiabierta, llevaba zapatillas deportivas, aún en la
nieve.
De repente, Sam se rió entre dientes amenazadoramente ―Me doy cuenta de tu falta
de sentido práctico. ―Estaba mirando hacia sus pies.
Junté mis cejas y me miró, pero rápidamente miré hacia otro lado, su mirada era
eléctrica y a la vez invasora. ¿Cómo había leído la expresión de mi cara tan fácilmente?
―Entonces ―empezó―, como iba diciendo, ¿Qué crees que estás haciendo aquí
afuera? Estoy muy seguro de que te dijo que te mantuvieras lejos del peligro y te
quedaras dentro.
Mis ojos lo miraron con rabia. ―¿Y tú qué sabes sobre mis reglas?
Me guiñó un ojo. ―Lo sé porque es mi trabajo saberlo. Me han designado vigilarte.
Bajé los brazos hacia los lados, cambié mi peso a un pié con insolencia. ―¿Qué?
―chillé, los ecos se oyeron en los árboles vecinos―. ¿Él te contrató para observarme?
―Sam sonrió hacia mi desdén.
―¿Y cómo exactamente vas a protegerme? ―resoplé.
Su sonrisa satisfecha no cambió. ―Bueno, es más o menos para lo que me han hecho.
¯Se acercó a mí, su cuerpo estaba a un paso del mío, y entonces me di cuenta de qué
había algo tan extraño en él. Mis ojos se ampliaron mientras miraba por encima de sus
hombros a sus dos largas jorobas saliendo de sus omóplatos. Para mi sorpresa, me fijé
más en su espalda y vi un completo juego de enturbiadas alas grises. Jadeé, dando
saltos detrás y alrededor de él dando círculos a su cuerpo curiosamente. ―¿Qu…?
―empecé, pero Sam me cortó.
―Sí Estella, son alas, soy consciente de ello. ―Suspiró, moviéndolas con diversión.
Mi mente se había estado haciendo más nítida las pasadas semanas, pero lo que había
visto antes aún era considerablemente confuso.
Caminé de nuevo delante de él y miré fijamente a sus dorados ojos marrones en
shock.
―Bueno, entonces ¿eres como, un ángel?
Asintió. ―Un ángel de la guarda más bien.
Levanté una ceja. ―¿Vas en serio? ―dejé ir el aire rápidamente―, en serio, tienes
que estas bromeando.
De repente desplegó sus largas alas y yo miré con asombro mientras las alas se
desplegaban hasta dos metros y medio de largo a cada lado de él. ―No creo que esto
pueda mentir, ¿no crees?
Me quedé mirando las capas de plumas, delicadamente colocados en capas gruesas.
Eran perladas, más como un plateado metálico, pero no tan brillantes como las de
Edgar. El color gris de las alas no era la forma estereotipada que tenía sobre las de un
ángel y el largo era irreal.
―De acuerdo, te creo ―dije finalmente.
Sam me dio una dudosa media sonrisa.
―Entonces, ¿exactamente cuánto tiempo llevas vigilándome? ―de repente sentí como
que mi privacidad había sido violada, Edgar ni siquiera me había pedido permiso y
estaba de repente enfadada con él. Pensé en aquel día en clase, Sam estaba sentado a
mi lado a la fuerza, Edgar pareció muy divertido por mi completa incomodidad.
Originalmente, me figuré que Edgar estaría furioso porque un extraño muy guapo
estuviera flirteando conmigo, pero al final resultaba que eran amigos, o al menos
compañeros de trabajo.
Sam parecía que estaba esperando hasta que acabara de darle vueltas en la cabeza para
responder mi pregunta y lo miré excusándome mientras pensaba que lo sentía por
hacerle esperar con mi deliberación mental.
Se cruzó de brazos. ―Oh, no ―se rió entre dientes―. Te he estado vigilando durante
mucho más tiempo que esto, y para que conste, no te he estado golpeando. Tú has
sido completamente imposible eso es todo. Edgar me había avisado, pero tenía que
verlo por mí mismo.
Me quejé de él.
―De acuerdo Estella. Sólo para que lo sepas, siendo así, puedo leer tu mente, así que
ten cuidado con lo que piensas alrededor de mí. No necesito todos los detalles de tu
vida — estaba sonriéndole a mi estupefacta cara.
¿Puedes leer mis pensamientos? Estaba probando su teoría.
Asintió. ―Es parte del plan de protección, oír tus pensamientos me lo hace mucho
más fácil para protegerte, sin secretos. ―Sonrió y yo me quejé más de él.
Hablé sin pensar. ―En el bosque el otro día, cuando caminé hacia la cascada, ¿estabas
allí verdad? ―Estaba furiosa porque aparte de invadir mi privacidad también invadía
mi mente.
Asintió. ―Te dio un poco para empezar ¿eh? ―se rió, dándome una palmada en el
brazo.
Cogí su mano y la aparté de mí, fue peor cuando su piel tocó la mía chillé. ―¡Tú, estas
congelado!
Se rió de nuevo, sus alas aún medio fuera. ―Estoy muerto Estella. Yo no esperaría
que mi cuerpo estuviera muy cálido. ―Miró hacia atrás a su espalda, a sus alas
mientras estas se encogían y se volvían a colocar en su espalda.
Miré por encima de su hombro, pero no vi lo que tenía.
―Supongo que estás en problemas ahora. ―Bromeó―, Edgar está viniendo ―miré a
su cara angelical y a su polvoriento pelo marrón―, No me importa, déjale enfadarse.
Creo que soy yo la que merece estar más enfadada.
Edgar se giró, pero el gato ya se había ido. ―Estella ―la manera que dijo mi nombre
envió escalofríos por mi columna vertebral―, en serio, ¡te llevaré adentro y se acabó!
―siseó.
Yo aún estaba mirando hacia el tronco esperando a que el gato volviera, pero Edgar
me agarró y me sacó de allí. Después de convencerme de que no volvería miré a Edgar
enfadada.
Suspiró. ―Lo siento ―sus ojos de repente estaban calmados―, es sólo, que no puedo
perderte ¿vale?, ésto es por tu propio bien. Ya te has divertido afuera, ahora debes
tener cuidado ¿de acuerdo?
Asentí con conformidad y aparte de mi testarudez sabía que tenía razón. Estaba siendo
estúpida, pero aún y así. Yo vi lo que vi y sé que fuera lo que fuese no era peligroso.
Tenía ese mismo presentimiento ese día en el bosque cuando noté que algo me
perseguía, y resultó que era solo Sam, espiándome. Gruñí al pensar en ello y me sentí
como una completa idiota. Ese gato, pensé, había algo en él. Pensaba que intentaba
llamar mi atención, intentando decirme algo.
Miré a Edgar, tenía cara de estar concentrado. ―¿Qué haces? ―pregunté al fin.
Sus ojos miraron a los míos. ―Sólo escuchando para asegurarme de que no haya nada
ahí fuera. Sam hubiera dicho algo, habría oído sus pensamientos.
Le miré con cara extraña. ―Ves, me crees.
Sus labios al fin se relajaron en una sonrisa. ―Elle confío en ti, pero no creo que haya
algo ahí fuera, realmente, no puedo oír nada. No quiero decirlo pero creo que estas
imaginando cosas.
De repente, sin un aviso de Edgar, todo comenzó a girar y la nieve fue sustituida por el
negro granito del vestíbulo de enfrente. Yo estaba furiosa y me fui a la sala de estar
donde cogí un libro y pretendí leer, rehusándome a discutir más.
Más tarde, esa noche noté a Edgar mirándome de forma extraña. Sus ojos me miraban
fijamente, pero cuando me giraba él hacía como que no me había mirado, girándose
rápidamente hacia el otro lado. Mordiéndome las uñas, mientras estábamos sentados
en el sofá, escuchando a Pavarotti, no pensaba en nada más que no fuera ese gato. Su
piel era extraña, sus ojos eran muy listos y fríos.
Edgar dejó ir el libro encima del ordenador con un golpe brusco. Bostezó. ―Creo que
ya es hora de irse a la cama.
Mi mente aún estaba en las nubes, y mi frente estaba atada en un paquete con
frustración e ira contenida. Edgar se inclinó hacia mi cuello pasando su nariz a lo largo
de mi mandíbula, mientras todo instantáneamente se revolvía.
―Podrías usar el resto ―sin previo aviso Edgar me recogió del sofá como a una
muñeca de trapo.
No estaba mal ser tratada de esta manera y era bastante cómodo ser tan vaga. Mientras
empezó a caminar hacia la escalera pensé en Sam.
―¿Cómo es Sam un ángel? ―mis ojos escanearon la suave mandíbula y cara de
Edgar.
Edgar me miró con una suave sonrisa. ―Él fue un humano una vez, por los sesenta.
―Se paró―, yo estaba allí cuando murió. ―Suspiró.
―Pero entonces ¿Cómo se convirtió en un ángel de la guarda? ―Mi mente estaba
pensando. Típicamente, los humanos morían y eso era todo, el final, o al menos eso es
lo que yo pensaba.
Él aún me miraba mientras subíamos las escaleras. ―Le dispararon en Nueva York.
―Se paró de nuevo, cuando subimos el último escalón y giramos hacia mi
habitación―. Saltó frente a una bala para salvar a una chica que apenas conocía. Y
mientras moría lentamente mató al asesino. ―Mis ojos se agrandaron con profundo
interés―. Entonces así es como consiguió el trabajo ¿no?
Edgar sonrió. ―Si, auto-sacrificio. Lo mejor para la entrevista, o ¿no?
Asentí fuertemente. ―¿Así que ésto es lo que va a hacer para el resto de la eternidad?
―pregunté.
Edgar asintió. ―Por eso es un buen amigo. Va a estar aquí tanto tiempo como pueda.
Saber eso es reconfortante. ―Apartó las sabanas y me metió dentro antes de sacarse
los zapatos y meterse a mi lado.
Asentí mientras Edgar continuaba.
―Pero es el mejor y yo necesito al mejor para mantenerte a salvo. ―Sentí su mano
debajo de las sabanas hacia mí y me congelé―. Tú eres mi mundo entero Elle, y haré
lo que sea para proteger eso. ―Susurró.
Giré la cabeza y puso su mano en mi mejilla, su otra mano girando mi cuerpo entero
para tenerlo de frente. Apartó mi pelo de la cara antes de poner sus labios en los míos,
respirando costosamente, puse mi mano en su pecho y sentí la carrera que estaba
haciendo su corazón. Sus labios se curvaron en una sonrisa aún contra los míos, pero
no los apartó como siempre. Enredó sus dedos en mi pelo, agarrándolo con fuerza,
mientras sus músculos se flexionaban. Su mano rozó mi barriga y me reí, abriendo los
ojos para mirarlo.
Eenroscó su boca en mi labio superior. ―Merece la pena mantenerte con vida
―susurró, su aliento como miel y leche.
Puse mi mano en su mejilla gentilmente, su piel aterciopelada se flexionó bajo mi
toque.
Sus ojos escanearon los míos, su azul era profundo y calmado. Miré más de cerca su
brillante apariencia, buscando muy profundo en mi alma, pero antes de encontrarla,
cerró los ojos y me besó de nuevo. Su respiración era irregular mientras se apartaba,
entonces fui yo la que avanzó hacia él, pero me apartó. Exhalé frustrada, pero él sólo
me sonrió afectado.
A regañadientes me aparté de él, pero esta vez no se distanció. Sentí que me rodeó con
los brazos por los hombros. Esperé que se apartara como siempre, pero su respiración
se fue haciendo más regular y me di cuenta de que se había dormido. Sonreí,
encontrándome a mí misma al fin satisfecha.
–B
ueno Elle, abre los ojos —había olvidado que Edgar me vendó
los ojos. El toque de sus cálidas manos en mi cara nublaba mi
mente.
Poco a poco, abrí los ojos en un invernadero.
—¡Oh, Edgar! —jadeé.
—Así lo espero, porque los tréboles morados los dejé atrás en la cabaña ya que eran
imposibles de plantar.
Regresé a la sala donde vi las flores retorcidas en la mesa de la izquierda. Su voz se
arrastró detrás de mí, su boca junto a mi oído.
—Imaginé que después del incidente de la semana pasada, si iba a retenerte aquí, era
injusto separarte de tu segundo amor.
Giré la cabeza para mirarlo de frente, vi en sus ojos una mirada lúdica.
—¿Quién dice que es mi segundo amor?
La boca de Edgar formó un espiral con una sonrisa magníficamente astuta.
Sonreí cuando me besó en la frente, mis manos lo aguantaban ahí antes de que
finalmente se ganara mi rechazo, retrocedió, lo suficiente como para ver incluso los
celos en sus ojos azul cielo.
—Así que ahora tienes un invernadero y yo tengo mi biblioteca, Feliz Navidad Elle. —
Su voz era petulante cuando me miró por encima de su nariz. Había cruzado los
brazos sobre el pecho con derrota.
Edgar me guiñó un ojo antes de girar suavemente y salir de la habitación. Miré hacia
mis incipientes plantas cuando la emoción llenó mi alma. El sol de invierno entraba de
lleno a raudales a través del cristal, tocando cada rincón perfectamente.
Miré a través del cristal azul-verdoso con cautela a la pradera. Aún no había signos de
Matthew y mi cuerpo se llenaba con más ansiedad a cada minuto que pasaba. En la
última semana el gato blanco siguió apareciendo cerca de mí, pero, cada vez que
miraba su movimiento, no había nada. Fuera lo que fuese, era rápido. A Isabelle y
Henry los dejé que se quedaran en una pequeña caja con bordes de cristal en la sala.
Isabelle inclinó su cabeza hacia el campo y me sonrío. Estar en esta casa le dio una
ventaja de invisibilidad para la caza. Siendo un halcón no necesitaba usar las puertas,
así que simplemente volaba a su gusto, hubiera muros o no. Henry se quebró en su
forma de ser ya que ambos se peleaban por algunas cosas en el campo.
Ella chasqueó la lengua suavemente, abanicando ligeramente sus alas y agachando la
cabeza para atacar. Con sus ojos me miró de forma rápida y le di una mirada de
reproche. Ella ignoró mi mirada mientras miraba de nuevo al campo, de pronto se
liberó de mi dominio desde la mesa y salió a través del cristal incluso antes de que
Henry tuviera la oportunidad de reaccionar.
Miraba con curiosidad mientras se abanicaba conmovedora sobre la nieve, arrebatando
frenéticamente del campo un ratón que estaba tratando inútilmente de correr a través
de él. Me hizo una mueca cuando mi corazón saltó al ver la frágil vida que colgaba de
su garra de hierro. Esquivó a Henry juguetonamente en su intento de robarle la
comida, pero se disparó hacia el cielo fuera de mi vista. Sacudiendo la cabeza, observé
de nuevo a mis plantas, tratando de no pensar en el almuerzo de Isabelle.
Mientras caminaba por los pasillos, los brotes delicados se inclinaban hacia mí. Extendí
la mano y los toqué, y poco a poco empezaron a florecer a su tamaño completo. El
girasol hermoso que ahora se alzaba ante mí, hizo que mi alma aleteara y sentí la
adrenalina en mi sangre bombeando duro. Edgar me había dejado sorprendida, ya que
era difícil para mí decir exactamente lo que había plantado y así que con cada brote
encontré un nuevo secreto.
No había macetas de tierra solamente, en su mayoría tenían pequeños brotes y junto al
enrejado había una en la esquina. Me acerqué a ella con curiosidad ya que había
observado detenidamente el techo, estaba pensativa, imaginando lo que yo esperaba
que fuera. Me arrodillé con cuidado y puse mi cara junto a la maceta. Cerré los ojos
con fuerza y soplé suavemente como si fuera el aliento de la vida la que soplaba a
través de las pequeñas hojas. De repente, hubo una serie de pequeños ruidos debido al
ligero ajuste que había hecho y me levanté, mis ojos todavía estaban cerrados, mientras
escuchaba los sonidos que crujían hacia arriba y llenaba la habitación con un ruido
como cuando se hacen palomitas de maíz.
Hubo una explosión repentina de fragancia y finalmente abrí mis los ojos, sentía un
cosquilleo delicioso en la nariz. Observé hacia el techo cómo la clemátide púrpura dio
un estallido al abrir, con el efecto del invernadero, creando el perfecto pabellón para
mis plantas que buscaban la sombra parcial de un sol que estaba sobre ellas.
Deseando, miré hacia el cielo y vi la luz, de repente oí reír seductoramente a Edgar.
Sorprendida, le lancé la mirada hacia la puerta donde encontré su cuerpo perfecto
apoyado contra el marco, con los brazos cruzados contra su pecho y su rostro angelical
cubierto con una sonrisa socarrona.
De pronto frunció el ceño, dándome cuenta de que llevaba su largo abrigo de lana.
Resopló ante mi cara malhumorada.
—Sólo por poco tiempo, ¿de acuerdo?
Pataleé con mi pie como un niño de dos años y se rió, inclinándose fuera de la puerta
y bajó al invernadero. Se acercó a mí y me envolvió en sus brazos. Estaba envuelta en
él y en un instante apoyé la cabeza contra su pecho robusto, que era como piedra
contra mi mejilla.
—Pero yo no te he dado tu regalo de Navidad —mi voz sonó ahogada por su abrazo.
Me apartó un poco.
—No se suponía que fuera a darme nada ¿recuerdas? Espero que no sea en el exterior.
—me miró con cuidado.
Riendo, sacudí la cabeza.
—Sí, es cierto, pero ésto me dio casi un momento para conseguir una victoria, y un
poco, furtivamente ver hacia afuera a través de la ventana.
Me dio una sonrisa de aprobación.
—Eso es verdad. Entonces, ¿qué hiciste para encontrarlo?
La sonrisa socarrona en su cara era fuerte: —Bueno, yo estaba paseando por todas las
cosas en mi habitación y encontré algo. Se veía como algo que siempre había tenido la
intención de darte, por supuesto, quién sabe por qué, pero quizás lo necesites. Sé que
no es para mí por lo menos, y además, ya estaba grabado.
Saqué una caja marrón del bolsillo de mi sudadera.
Había una sonrisa de sorpresa en su cara y me sentí aliviada, al darme cuenta que
nunca lo había visto antes.
—Y yo creía que lo conocía todo en esta casa —suspiró.
Me quedé sobre la punta de mis dedos de los pies con orgullo y con las manos juntas a
la espalda.
—Creo que no.
Edgar abrió la caja con cuidado, con sus dedos buscando a través de tiras de papel,
hasta que sintió algo en su mano. Una sonrisa enroscada en su rostro mientras sacaba
el reloj de plata, la cadena siguiéndolo en obediente sucesión.
—Me imaginé que era para ti. Odio los relojes, pero tú pareces adorarlos. —Mis ojos
recorrieron los suyos mientras las lágrimas rompían.
—Nunca lo supe —respiraba, con la voz quebrada. Abrió de golpe la plata fría y se puso
a leer la inscripción que estaba en el interior:
Una lágrima rodó por fin sobre su piel nacarada que brillaba en el sol.
—Me dijiste que tenías algo para mí, pero ese día... —Se detuvo, con los ojos antes de
un oscurecimiento que de repente volvió a la vida—. Me encanta Elle. Si. —Se inclinó
hacia mí y me besó en la frente antes de retroceder y dejar caer el reloj en su bolsillo.
Con mucho cuidado, le ayudé a fijar la cadena en la cintura de su pantalón, mis manos
rozando su vientre, mientras él me rehuía con una sonrisa encrespada en la cara.
Suspirando, envolvió sus brazos alrededor mío y apoyó la barbilla en mi cabeza.
—¿Puedo confiar en que esta vez vayas a permanecer en el interior cuando me vaya?
Sólo recuerda, Sam está mirando. —Cayó su respiración a través de mi pelo, y me
estremecí.
Sonreí, mirando hacia él: —Sí, lo prometo.
Sus manos entrelazadas a través de mi pelo y besó la parte superior de mi cabeza antes
de alejarse. Me guiñó un ojo tan rápido como salió de la habitación y me encontré
presionando las manos contra el vidrio, y pude sentir la sensación de la frescura bien
recibida en mis manos calientes. Esperé ver cómo recorría el campo, hasta su puerta,
mi corazón latía bella y rápidamente debido a su amor.
Suspiraba mientras desaparecía en el bosque, regresé la vista a mi casa. Una vez en la
biblioteca, observé la pequeña habitación de madera modelada con curiosidad. Mi
obsesión por la pintura era insaciable, los rostros curiosamente sabiendo y su
yuxtapuesta mística volviéndome loca.
Subí la escalera nueva que Edgar había puesto para mí después de que uno de los
peldaños finalmente se quebrara. Por suerte, él había estado allí para atraparme antes
de que me fracturara la cabeza contra el sofá. Naturalmente, yo no habría muerto, pero
sí habría sido muy doloroso y un poco desordenado.
Recorría con las manos a lo largo de todos los libros, como siempre lo hacía. El cuero
cada vez estaba más limpio del polvo que tenían debido a mis visitas frecuentes. Los
miraba mientras mis dedos se clavaban contra sus lomos, , mis ojos fijándose con un
gran interés infantil.
De pronto, me detuve y retrocedí unos pasos para arrodillarme. Mis ojos se
encontraban al nivel de los libros, y uno llamó mi atención en particular. Sentí que mis
ojos se estremecían mientras el cuero resplandecía, de repente muy notable y brillante.
Durante todo este tiempo, su belleza se había ocultado bajo y me pregunte el por qué
nunca me había percatado de su presencia antes.
Inclinando mi cabeza, mis dedos rozaron las palabras estampadas de oro de su lomo,
pero encontré que estaban escritas en italiano. Puse mi mano junto a él y lo saqué de
su lugar, y la luz brillaba tanto a través de él, que hizo que aparatara la vista
brevemente. Tomé una respiración profunda antes de darme la vuelta y darles la
espalda a los demás para golpear suavemente la tapa y terminar de retirar el resto de la
película opaca que lo cubría.
Algo sobre él me habló, era algo extraño. Abrí la primera página, estaban todas en
italiano. Había una delicada impresión grabada de un cuervo negro en un árbol
enmarcando la primera página,
Leí las primeras parejas de palabras, buscando en mi mente, pero no encontré qué
significaban. Mis ojos recorrieron el grabado, analizándolo más de cerca antes de
voltear a la mitad del libro. Miré las páginas en estado de shock cuando las encontré en
blanco. Confundida agarré el libro por el lomo y volví a retroceder, hasta que las
palabras otra vez brillaron ante mis ojos.
Fui de una página a otra, viendo las imágenes extrañas y modestas. Sobre todo, donde
sólo había cuervos. Algunos eran blancos y negros, en grupos grandes y pequeños,
pero nada de eso tenía sentido para mí. Las imágenes eran sólo fragmentos de lo que
las palabras sin duda podrían explicar. De repente, cuando avancé a la siguiente página
me sorprendió.
La gran impresión era inconfundible, sus ojos felinos terriblemente familiares. Mi
ritmo cardíaco se aceleró cuando reconocí al gato blanco que estaba de pie en el
campo abierto. El gato hacia atrás arqueado astutamente y su cola serpenteándole entre
sus pies. Su piel se le veía perfecta, sus ojos con una tranquilidad acogedora, pero
también llenos de información y conocimientos. Miré las palabras con frustración, con
ira al no poder traducirlas.
Dejé escapar un gruñido irritado mientras miraba la siguiente página en busca de
alguna pista. Buscando información, estaba desalentada por encontrar una imagen que
fuera tan discreta, el gato se había movido desde la distancia, entrando con cautela a
una cueva.
8
Escrito en italiano: ―En un principio, el cuervo era solo una mitad …‖
Volteé a la siguiente página con toda prisa, y no encontré nada. Las páginas de ahí en
adelante estaban vacías, como si de la nada una cueva se hubiera tragado el resto.
Exhalé fuertemente cerrando el libro de un golpe debido a mi frustración, caminé con
él bajo mi brazo cuando entré de nuevo a la pequeña sala de estar. Me senté con
brusquedad en la silla poniendo el libro cerrado en mi pecho, mirando el grupo de
amigos y enemigos delante de mí.
Isabelle se alzaba amenazadoramente sobre el borde de una mesa con sus alas
extendidas a la defensiva. El gato blanco estaba acurrucado en el suelo delante de ella
con sus orejas hacia atrás con ira y sus ojos brillando a la luz del sol, con sus pupilas
blancas. El gato escupió violentamente a Isabelle mientras ella le golpeaba con fuerza
con sus garras. Su piel estaba erizada y me di cuenta que de esta forma parecía brillar
más, era incluso más blanco que la nieve.
—¡Isabelle no! —grité, y el gato rompió su mirada de hierro de Isabelle a mí. Isabellle
fue implacable al mirar al gato, con su pico abierto amenazadoramente—. Isabelle —le
grité—. ¡Detente!
De pronto se lanzó levemente hacia el gato, clavando sus garras en la madera de la
mesa. El gato siseó profundamente, encogiéndose todavía más antes de volver a correr.
En un salto sin esfuerzo cruzó a través del cristal, sus patas chapoteando pesadamente
en las dunas con facilidad. Antes de que supiera lo que estaba haciendo, salí corriendo
detrás del gato, mirando a Isabelle amenazadoramente mientras corría detrás de él,
diciéndole que se quedara con ojos enojados.
Entré por la puerta del invernadero, haciendo caso omiso de la advertencia que Edgar
había colocado en la puerta. De repente, la casa desapareció detrás de mí y mi aliento
repentinamente se empañaba a causa del aire gélido. Comencé a explorar rápidamente
el campo, finalmente de reojo observé una cola que flotaba en saltos entre los árboles.
Corrí detrás de él, con mi nueva capacidad para la velocidad que ahora me permitía
continuar con la rápida carrera.
Salté sobre su pista, protegí mi cara de las ramas cuando entré en el bosque. En mi
desesperación, los áboles trataban de ayudarme lanzando sus ramos al gato, que las
evitaba como si hubiera anticipado las posibilidades. La voz de Edgar pronto sonó en
mi memoria, con la cara contorsionada por el enfado como cuando me había
advertido que me quedara en el interior de la casa. Alejé la idea y me apresuré a
concentrarme en la cola del gato.
Una sombra voló sobre mi cabeza fruncí las cejas irritada cuando vi a Sam que se
acercaba sobre mí, sus alas gigantes cortaban el aire en movimientos largos y delicados.
Observé cuando cortó y se zambulló en picado bruscamente hacia la izquierda, y
desvié la mirada, todavía intentando desesperadamente seguir al gato.
Inesperadamente, vi como el gato se detenía delante de mí. Se giró hacia mí, sus ojos
estaban frenéticos pero inofensivos. Rápidamente me detuve, deslizándome
ligeramente en la nive, luchando para mantener el equilibrio mientras mis manos se
agitaban. El gato comenzó a trotar hacia mí, su cara trataba de decirme algo
premonitorio.
M
i cuerpo estaba ardiendo fuertemente cuando recobré el
conocimiento. Gruñí agarrándome el pecho con dolor, todo mi
cuerpo palpitaba. Hacía mucho frío y temblaba incontrolablemente
mientras me acostaba sobre algo duro y húmedo. Mi respiración se atascaba en mis
pulmones y mi garganta estaba llena de sangre.
―¿Sam? ―murmuré las palabras quedaban atrapadas y ahogadas por las grandes
burbujas.
―Ahhh. ―Una voz sonó en mi cabeza―. Estás despierta, pequeña escapista. ―La
dura voz aterciopelada siseó su aliento soplando en mi oído, embriagadoramente
horrible y frío.
Traté de gritar pero mi cuerpo se dobló en dos, entonces me abracé, acercando mis
rodillas al pecho. ¿Qué había hecho? ¿Dónde estaba Sam?
―Estella. ―Mi nombre salió de la boca de mi captor, como veneno en sus
pulmones―. ¡Siempre fuiste tan ingenua! ―grito él
Mis brazos picaban y podía sentir la sangre que se filtraba de ellos lentamente. Me
retorcía en la superficie dura y fría, el dolor era más grande de lo que podía soportar y
mi cabeza estaba nublada y débil. Los cortes profundos cubrían mi piel lechosa, pero
me fue finalmente posible enfocarme.
―¿Dónde lo has puesto, Estella? ―Su voz era suave y amenazante, respiraciones
mesuradas salían de su boca. Luché por abrir más los ojos, para ver a mi captor, pero
el terror que tenía me sugirió que ya lo sabía.
Apreté los ojos fuertemente, cerrándolos para alejar al dolor, retrocedí, mis dientes
descubiertos en agonía. Él estaba buscando mi alma, el alma que por suerte ya no
tenía.
―¡No lo sabes, estúpida niña! ―Su boca era negra alquitrán y sus dientes estaban
podridos―. Qué tu amado Edgar no te salvara. No lo hizo la última vez, y no lo hará
ahora. Tengo muchas cosas guardadas para él, la muerte más dolorosa imaginable.
―Sus ojos ardían a través de los míos e intenté apartar la vista―. Después de que te
mate, él estará destrozado y yo prevaleceré. ¡Yo seré el más poderoso!
Su voz resonó con fuerza a través de la cueva.
No tenía ninguna forma de saber dónde estaba o cómo llegue aquí. Miré hacia el techo
mientras él seguía estrangulándome, pero era interminable como un pozo. Había
cuervos enormes en todos los lados, todos observándome con sus ojos sin alma y
hambrientos.
―Erais tan débiles, con vuestros estúpidos deseos mundanos. ―Liberó su agarre
invisible de mi garganta sólo segundos antes de que me desmayara―. ¡Erais una
basura! ―gritó, haciendo un gesto en el aire por su angustia ―. Tenemos mucho
poder que aprender, tanta fuerza para ganar. ―Volvió a pasearse por la habitación
mientras yo me sentaba, mi pierna dolía profundamente y podía decir que estaba rota.
―Contigo fuera de mi camino, con Edgar desaparecido… ―él se detuvo, respirando
profundamente―, nadie me detendrá, los mataré a todos, tomaré toda la energía que
el mundo posee y nadie será más fuerte que yo. ―Sus ojos destilaban odio―. ¡Nadie!
Hice una mueca, su voz era profunda y penetrante. Mi corazón latía demasiado rápido
y la adrenalina era como lava en mis venas, quemando su camino a través de mis
profundas y abiertas heridas. Traté de escuchar sus palabras, pero mi miedo era muy
intenso y muy vago. Mis pensamientos se concentraron en Edgar, no podía hacerle
esto a él, ¿por qué lo había decepcionado?
Matthew se rió de nuevo, oscuro y siniestro.
―Esto es lo que todos hubiésemos hecho juntos, pero ninguno de vosotros me creyó.
― escupió―. Y Margriete. ―En su voz había un profundo odio―. Debiste haber
escuchado su petición, el modo en que me rogó para que detuviera esto. ―Vi una
sonrisa malvada aparecer es sus labios―. Niña estúpida.
Un velo de oscuridad me envolvió y ahogué un grito de mi cuerpo para darse por
vencido. De repente los cuervos encima de mi cabeza comenzaron a chillar, la aguda
voz llenaba la caverna mientras retrocedía, zumbando en mis oídos.
―Ah. ―respiró él, mirando el cielo, extendió los brazos mientras todos los cuervos
volaban hacia arriba, hacia la noche¯. Parece que él vino a por ti después de todo.
―Su risa hizo eco en la siniestra caverna ya vacía.
Mi cuerpo se retorció.
―Edgar. ―Susurré en voz baja―. No.
De repente todo mi cuerpo se estrelló contra la pared y mis extremidades se
retorcieron dolorosamente. La mente de Matthew estaba manipulándome, rompiendo
cualquier rastro de vida que hubiese dentro de mí. Cuando me levanto del suelo, cerré
los ojos. Mi mente pidiendo que se detuviera, duramente me disparó hacia el cielo a
una velocidad rápida y dolorosa para mis oídos.
Rompimos el techo de la caverna y de repente estábamos fuera de ésta. Estaba oscuro
pero podía sentir las heridas abiertas contra mi piel, el viento rozando mi sangre
húmeda. Me tiró hacia el suelo como un trapo usado y grité de dolor.
―¡Matthew! ―La voz de Edgar hizo eco en la tierra y mi corazón de repente latió más
rápido ante el sonido.
Mientras yacía muriendo, sentí la textura de la tierra fresca debajo de mí y me di
cuenta que ya no estábamos en el bosque cubierto de nieve sino en la espesura de la
niebla de Londres. La lluvia que me caía era gruesa y fresca, me lavaba la sangre hacia
la tierra bebiéndola agradecidamente.
Descansé mi rostro en el lodo, mis mejillas hinchadas y sensibles le dieron la
bienvenida a la tierra fría. Raíces comenzaron a crecer a mi alrededor en un intento
desesperado por protegerme, y escuché la voz de Edgar otra vez.
―Déjala en paz, ella no tiene lo que deseas. ―Su voz fuerte y de repente muy cerca.
Susurré su nombre pero el sonido de la lluvia ahogó mi grito silencioso.
―Así que… ―Matthew se burló―… supongo que tú la tienes. ―sonaba confiado y
enojado. Escuché los pesados pies de Edgar avanzado hacia a mí, pero hubo una
explosión de energía repentina y gruñó de dolor, el murmullo de los cuerpos
aterrizando a tres metros de distancia, deslizándose brutalmente a lo largo del suelo
mojado.
La tierra me envolvió con su fuerza curadora y la hierba debajo de mí empezó a
trabajar para curar mis heridas. El ardor comenzó a disminuir y sentí que mis cortes
profundos se cerraban y curaban. Mi pierna dejó de doler y sentí que volvía a su lugar.
Me estremecí mientras los pasos de Matthew se apresuraban hacia mí con rabia.
Rápidamente, mi adrenalina se hizo cargo y mi cuerpo se sintió entero otra vez.
Bruscamente rodé sobre mi espalda, apreté la mandíbula cuando miraba los ojos de
Matthew, mis extremidades se movieron rápidamente cuando lo vi cernirse sobre mí.
Las raíces que me sanaron tan rápido tomaron sus tobillos y bloqueándole en esa
posición. Con toda mi fuerza le di una patada en la cara y mis botas calaron en su vieja
piel.
Se dobló hacia atrás con una facilidad sorprendente, su cuerpo estaba encorvado sobre
sí, cuando las raíces se rompieron y la oscura lluvia corría a través de su ahora mutilado
perfil. Levantó su rostro hacia a mí, mientras sacaba lo que parecía ser una daga dorada
de su capa y se abalanzó hacia a mí, sus ojos ardiendo con furia.
Fue entonces cuando Sam salió volando de la nada, sus alas silenciosas acariciaban el
aire húmedo. Su fuerte cuerpo golpeó contra el de Matthew y juntos se deslizaron
cinco metros perdiéndose dentro de la tierra fangosa, dejando una zanja grande donde
inmediatamente el agua fluyó. Vi en estado de shock cómo las alas de Sam engullían a
Matthew, y ya no pude ver qué más sucedió.
Rápidamente me puse sobre mis pies, mis cicatrices se desvanecían velozmente y mi
fuerza regresaba. Edgar estaba de pie al otro lado del campo, con sus puños apretados
llenos de rabia.
Eché a correr hacia Sam y Matthew mientras seguían luchando en el suelo., Patinando
para parar, escuché a Edgar gritar mi nombre sobre la lluvia.
―Elle, no… aléjate de él. ―Su voz era aguda y frenética.
Miré con horror cómo Matthew agarraba a Sam de la garganta, llevando su brazo hacia
atrás y lanzándolo con una fuerza sorprendente a través del campo.
―¡Sam! ―grité. Matthew me miró, sus ojos brillaban en negro
―Tú, pequeña mentirosa. ―Susurró acercándose con el puñal en su mano.
Vi la acelerada respiración en Edgar y de repente él se abalanzo sobre su espalda. Mi
boca se abrió en horror y mis ojos se ampliaron. Matthew vio mi súbita sorpresa y giró
bruscamente cuando Edgar corría hacia él, golpeando con el puño el rostro de
Matthew y girándolo hacia un lado.
Rápidamente corrí hacia Matthew mientras él se tambaleaba de un lado y lo empujé
duro, envolviendo mis piernas sobre su cintura mientras le cortaba el rostro con mis
uñas, las raíces de nuevo luchando en un intento desesperado por salvarme. Cuando
intenté derribarlo, agarró mi cuello como el de un gatito y me volcó sobre su cabeza
hacia la tierra. El aire salió de mis pulmones y mi cuerpo formó un profundo cráter.
El agua caliente comenzó a burbujear a mi alrededor, llenando el cráter poco a poco
mientras me ponía de pie. Respirando difícilmente, enfadada, apreté mis dientes con
furia y odio, el rostro sonriente de Margriete apareció en mi mente.
Mis ojos recorrieron el campo tratando de encontrar a Edgar, pero en su lugar mis ojos
encontraron a Sam, su cuerpo encorvado hacia el suelo, listo para saltar hermosamente
con sus alas.
Mi mirada encontró la de Matthew cuando corría hacia a mí, su piel colgaba
horriblemente de su rostro y sus ojos eran tan oscuros como la noche. Mis ropas
estaban mojadas y pesadas mientras luchaba por salir del agujero ya completamente
lleno de agua.
Cuando salí, Matthew estaba al otro lado del paisaje rocoso y Edgar lo golpeaba
ferozmente mientras Sam surgía, saltando sobre él con una gran fuerza. Miré alrededor
ansiosa. Los cuervos me rodearon observándome en silencio y mi respiración era
punzante en mis pulmones, mi garganta seca y caliente. Corrí hacia ellos cuando Edgar
sostenía a Matthew con los brazos extendidos, su otra mano lista para atacar. Sam
esperaba a la derecha de Edgar con la intención de atacar a la primera oportunidad.
Edgar dejó ir su brazo y miré con horror como el cuello de Matthew se torcía
espantosamente y su cuerpo voló a través de las rocas, cortando profundamente la
tierra, por lo que los fragmentos volaron en el aire y se clavaron de nuevo en el suelo
con un estruendo.
―¡Edgar! ―grité, corriendo hacia él. Sus ojos encontraron los míos, su rostro aliviado
y aterrado. Corrí hacia sus brazos, mi alma estallando como una antorcha―. Edgar, lo
siento.
―No hay tiempo para disculpas. ―Su voz era frenética, su respiración fuerte y rápida.
De repente empujó mi cuerpo hacia un lado cuando Matthew se abalanzó hacia
nosotros, mostrando sus dientes con ira y su cuello claramente roto. Sam saltó y me
agarró alejándome del puñal que salió volando de las manos de Matthew a mi cara.
Como Sam me salvó de ser el objetivo de Matthew, en su lugar Matthew la estrelló
contra el pecho de Edgar, su rostro de repente con un dolor punzante, Edgar cayó
duro y pesadamente. Su aliento escapó de sus labios cuando sus ojos se encontraron
con los míos.
―¡No! ―Mi voz era chillona cuando ambos tocaron el suelo, la tierra retumbó
profundamente como un terremoto.
Sam trató de mantenerme quieta con su agarre de hierro mientras Matthew se cernía
sobre Edgar, tambaleándose con la sangre que goteaba de la daga en su mano.
Jadeando, miré hacia la sangre con un gesto de horror, mientras una mueca
serpenteaba el rostro de Matthew.
De repente, grité con rabia y mis ojos llenos de odio estallaron como sirenas mientras
mis brazos se estremecían con angustia. Mi alma estaba de repente caliente con vida, la
razón picaba como un cuchillo en mi memoria.
Edgar se estaba muriendo.
Forcé mi cuerpo a soltarse del agarre pesado de las manos de Sam, mi aliento era
pesado y caliente en mi boca. Caminé hacia Matthew con mis puños cerrados, mi paso
rápido y arrogante. De repente dio un paso hacia atrás con una mirada de horror en su
rostro mientras mi ojos reflejaban furia. Las raíces de antes, más poderosas que nunca,
envolvieron sus piernas en gruesos nudos.
―¡Maldito demonio! ―grité. Mi voz era tan fuerte que hizo que los árboles se
sacudieran de miedo.
Matthew dejó caer la daga al suelo, su cuerpo se tambaleaba mientas yo avanzaba hacia
él, pero sus pies estaban anudados.
―Si crees que te vas a escapar con esto, estás enfermo. ―Mi voz siseaba. Miré hacia
Edgar, su pecho aún subía y bajaba, pero la vida ahora estaba vacía en sus hermosos
ojos y viva en los míos.
Me volví hacia Matthew, su rostro contorsionado y sangrando.
―¡Tú mataste a mi familia, a mis amigos! ―mi voz se quebró por el dolor y mi
corazón latía dolorosamente―. Tú subestimas el poder del amor y la felicidad.
―Agarré su garganta y mi poder sobre él me sorprendió. Las raíces envolvieron la
mitad de su cuerpo, como si lo empujaran hacia el infierno―. Tú lo entendiste todo
mal Matthew, entonces teníamos el poder… ―Mi pensamiento destelló a la pintura,
nuestra felicidad o amor, y su descontento con todo―. Nosotros éramos los que
teníamos el poder y tú… ―pausé apretando su cuello más fuerte, sus ojos oscuros sin
emoción salían de su rostro monstruosamente distorsionado―. ¡Tú no eres nada más
que una serpiente patética!
Llevando mi brazo hacia atrás, lo golpee en el pecho y él se dobló, las raíces lo
presionaban al suelo en agonía impotente. Arrodillándome, agarré la daga
ensangrentado de la hierba mientras se levantaba hacia mí.
―¡Tú no me lo quitarás! ―le grité, mis ojos se iluminaron.
Sam me observaba, su mirada iba de Mathew a mí.
Levanté mis manos sobre mi cabeza, agarré el mango de la daga, temblando de miedo
y ansiedad.
―¡Tú te mereces esto! Sólo espero que los dioses no se apiaden de tu alma manchada
de sangre.
Y con eso, empujé la daga abajo hacia su pecho, clavándosela en el corazón y cavando
profundamente en la tierra, cuando de repente todos los cuervos en el campo gritaban,
saltando hacia el cielo en un manto negro.
Su cuerpo dejó de retorcerse de inmediato y sus ojos vacíos de todo color, volviendo lo
plateado cuando su cuerpo comenzó a cambiar. Su plumaje negro perforaba a través
de su piel hasta que no hubo nada más que un cuervo sin vida ante mí. Escuché la
pesada respiración detrás de mí, sus frías manos de repente descansado sobre mi
hombro.
Me quede allí mientras la espesa lluvia caía sobre mi cuerpo, mi respiración rápida y
furiosa. Me volví de repente mirando hacia atrás a Edgar que yacía aun en la tierra
rocosa.
―Edgar. ―Mi voz desesperada y suave mientras corría a su lado―. Edgar. ―Puse
mis manos en su rostro, sacudiéndolo, haciendo hasta lo imposible para que
despertara―. Edgar, no, no, no. ―Yo jadeaba ansiosamente pero su piel estaba fría
ante mi toque. Sam llegó a su otro lado, sus ojos escaneaban la herida de Edgar.
Cuando miraba a mi amor, sus ojos se abrieron un poco pero su respiración era
peligrosamente superficial mientras Sam hacia lo necesario para arreglarlo.
―Edgar vas a estar bien. ―Jadeé
Trató de levantar su brazo y llevarlo hacia mi rostro, pero no pudo. La sangre brotaba
de su pecho mientras el líquido caliente se drenaba de sus venas.
Una lágrima rodó por mi mejilla cuando sus ojos comenzaron a cambiar, el azul se
filtró hacia los bordes hasta que no quedó nada más que un gris tenue. El brillo se
había ido y su mirada era ahora vacía y plana.
Sam continúo trabajando en él, pero yo sabía que sus esfuerzos eran inútiles.
Puse mi cabeza en el pecho de Edgar pero su corazón no latía.
―Edgar no. ―Susurré―. Por favor, Te amo. ―Estaba sollozando
incontrolablemente, mi alma comenzaba a quemar más que nunca. Sam de repente
tomó mi rostro, su frío tacto como un cuchillo contra mi barbilla, sus ojos dorados
buscando los míos, su rostro disculpándose cuando enrolló sus alas alrededor de
nosotros.
De repente la tierra alrededor de Edgar vino a la vida, y las raíces se abrieron camino
alrededor de su cuello y su pecho. Me quedé horrorizada cuando las alas de Sam me
acunaron.
Aunque lo intenté no pude evitar que las raíces lo envolvieran, crecieran en sus heridas
y tiraran con fuerza hacia la tierra. Di media vuelta con miedo mientras Sam me
levantaba del suelo, alejándome de Edgar mientras se hundía en la superficie de la
tierra. Empujé mi rostro hacia el frío y duro pecho de Sam, mis lágrimas calientes
corrían por su camisa.
―¡Edgar! ―grité. Mis manos agarrando la piel de Sam. Éste me acunaba en sus brazos
mientras miraba la tierra donde había desaparecido Edgar, la cual comenzaba a crecer.
Grandes ramas de repente llegaban al cielo y una secuoya gigante se elevaba sobre
nosotros.
Mi cuerpo temblaba mientras mi cabeza se convertía inquietantemente clara. Apreté
los ojos fuertemente, cerrándolos mientras mis recuerdos quemaban a través de mí
como una compuerta abierta en mi mente. Sam me alejó de la escena, sus alas se
envolvían más alrededor de nuestros cuerpos en su intento de protegerme de la lluvia y
la tristeza. Hice una mueca de dolor mientras acercaba mis rodillas hasta mi barbilla,
mi pecho abriéndose como un sol caliente.
Podía sentir el frío aliento de Sam en mi rostro cuando él desesperadamente trataba de
consolarme. Por último la tortura cesó y todo quedó en silencio. Respiré fuertemente
cuando abrí los ojos, mis agudos ojos mirando a los de Sam.
Poco a poco me soltó y mi cuerpo se fundió en el suelo. Mi mirada divisó una pluma
negra a medida que caía hacia mí a través de las ramas. Cerré los ojos fuertemente con
incredulidad, las lágrimas fluían a través de mis pestañas corriendo por mis mejillas y
mi cuello.
Abriendo los ojos de nuevo, lentamente levanté una mano hacia la pluma negra que
caía en espiral, atrapándola gentilmente en mi nacarada mano. Dejé escapar un
tembloroso suspiro… mientras mi interior se paralizaba con tristeza, mi alma
burbujeaba con vida.
S
am me dejó suavemente mientras sus alas cortaban el aire del bosque.
Me quedé en las sombras bajo los árboles de hoja perenne, mi
respiración constante y profunda, y mi corazón pesado. El familiar prado
ha cambiado drásticamente desde el invierno y las fragantes flores de primavera
florecieron hacia nosotros en la bruma del viento del bosque.
―Bueno Estella. ―Su voz era angelical―. Estás en casa ahora. ―Su mirada
consoladora era difícil de mirar.
Todavía me negaba a creer que Edgar estuviera muerto.
Suspiré, poniendo mi mano tibia sobre su congelado rostro. ―Gracias Sam.
El largo invierno había sido doloroso, y mi regreso tardó mucho en llegar. Después de
que mi alma encontró su lugar de nuevo en el espacio vacío de mi pecho, era difícil
encontrarme a mí misma, difícil darme cuenta de que Edgar se había ido y qué me
había sucedido. Era como si mi vida al instante hubiera ganado, pero luego la mitad se
perdió de repente.
Después de esa noche, pasé varias semanas allí sentada, mis lágrimas florecieron un
bosque a nuestro alrededor y los cráteres que la lucha había creado se atiborraron en
aguas termales de vida. Las secoyas donde Edgar había muerto florecieron, radiantes
con sobrenatural poder y fuerza.
Era como si hubiera almacenado trescientos años de amor por él dentro de mi alma, y
de repente todo se derramara. Él había alimentado ese sentimiento para mí, llevándolo
con él mientras que yo le había dejado solo. Pero ahora me tocaba a mí y yo iba a
pelear.
Sam se había quedado conmigo, sus deberes como mi ángel guardián le vinculaban a
mí de por vida. Siempre y cuando yo lo necesitara él siempre estaría allí, y en su
amistad, esperaba encontrar felicidad y fuerza.
Yo había estado enfadada con todo el mundo a mi alrededor en esos días. Todo estaba
en pleno apogeo cuando la mitad de mí se había ido. Me indignaba porque a pesar de
mi continuo dolor, el ciclo de vida aún lo desenterraba.
Temblando, recordé cómo se sintió quemar el cadáver de Matthew, mi alma forjada
con dolor y odio.
Matthew estaba muerto, esperaba que para siempre, pero el futuro era incierto.
Antes de dejar las laderas de Londres, grabé dos cuervos en la secoya que había
florecido sobre el cuerpo de Edgar, esperando que un día, él pudiera verlo, y
recordara. A pesar de que se había ido, me negaba a creer que fuera para siempre. Él
ahora era lo único que me importaba, y dedicaría mi vida para encontrar una
respuesta, sino un final.
Mientras ahora estaba en el bosque de las Cascades, mirando a Henry e Isabelle
celebrando mi regreso, no pude evitar sentir a Edgar aquí, su esencia, e incluso su olor.
tomar aire mientras luchaba por reconocer la cálida sensación. Mientras se acercaba,
llevé una mano a mi cara, sintiendo una lágrima rodando sobre mi suave piel mientras
comprendía que él estaba en casa, y el sentimiento era amor.
Grupo de Traducción:
Grupo de Corrección:
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Recopilación:
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Diseño:
Hellcat XP