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La genialidad irrestricta de Virginia Woolf

Por Elidio La Torre Lagares

En la novela Al faro, de Virginia Woolf, la familia Ramsay disfruta de un día de verano en su casa
costera en las Hébrides, al oeste de Escocia, cuando James, el benjamín de la familia, se antoja
de cruzar el mar para llegar hasta el faro que se levanta al otro lado de la bahía. Su madre, la
señora Ramsay, acoge la idea y sugiere navegar hasta el faro al día siguiente. Será una gran
aventura, supone el niño, hasta que su padre, el señor Ramsay, objeta el viaje por la posibilidad
del mal tiempo.

James Ramsay no logrará viajar a faro hasta diez años después, cuando su familia, luego de la
muerte de su madre y dos de sus hermanos, se reúne para por fin completar el viaje. El clásico
de Woolf, entonces, es un tránsito venturoso por el tiempo, desde la primera parte, «La
ventana», cruzando «El paso del tiempo» hasta la parte de cierre, «El faro».

El resto, es pura literatura.

La novela magnífica los eventos de la domesticidad en la vida de la señora Ramsay y su amiga,


Lily Briscoe, artista del pincel que batalla con la búsqueda de una visión, plasmar una imagen
que recoja aquello que ella no puede articular— como deseo mayor a su hambre.

Ciertamente, la construcción de la voz femenina que, como las de Pizarnik o Lispector décadas
después, vive atribulada en el encierro, solo puede ser expresada por una voz narradora que se
adentra en los pensamientos de los personajes pero que nunca ve o sabe más que ellos
mismos. Como el viento que recorre la casa de verano, la formulación de la voz narradora en
Woolf se mueve, flota, sube las escaleras, mira por la ventana y se devuelve a la sala de estar
como un hilo subrepticio. Solo el viento que se siente pero no se ve puede entrar en la jaula o la
cueva desde donde piensan la señora Ramsay y Lily.

Si bien parecería que, en primer plano, Woolf insinúa que la vida anímica de la mujer es un
evento tras bastidores, que se dice por lo bajo o a solas, también no es menos intencional el
hecho de que es una novela donde la domesticidad se amplifica en proporciones épicas. No
quede duda de esto: Al faro es una novela que usurpa y parodia la forma clásica de la epopeya y
la transfiere a las insípidas y silenciosas vidas de la señora Ramsay y Lily Briscoe.

Al faro, publicada en 1927 por la editorial Hogarth, que dirigía la propia Woolf junto a su esposo
Leonard, comienza en el medio de una conversación. «Si el tiempo es bueno, por supuesto que
iremos», dice la señora Ramsay; «pero tendrán que levantarse temprano con la aurora», añade.
De buen modo, Woolf inicia su novela desde el nervio central de la narración, a la usanza de las
epopeyas clásicas: «In Media Res», o en medio de la acción.

Por supuesto, una golondrina no hace verano. Mas la interacción entre los géneros de la épica y
la novela —estudiada rigurosamente por Lukács y Bajtín—, no se debe simplemente al sentido
de continuidad unitario sino, por el contrario, a la manera en que Woolf revierte un género
asociado con grandes hombres de significantes proezas y no por mujeres domesticadas con una
vida predispuesta por el hombre.

La épica o epopeya es un género que habla de la vida de un pueblo o una nación cuyo destino
queda en las manos del héroe, ha explicado el estudioso Nick Mount. Aquiles o Ulises, por
ejemplo. En todo caso, un hombre, y las cosas que hace y le importan a un hombre.

Nunca. A. La. Mujer.

Pero en Woolf, lo heroico abandona el carácter natural de su existencia para convertirse en un


acto performativo, un papel asignado o una construcción narrativa. Mrs. Ramsay no tiene más
sentido de vida que mantener complacidos a su esposo y a sus ocho hijos mientras ella teje.
Ese, precisamente, su acto de heroísmo. Insignificante. Cotidiano. Íntimo.

De pronto, si la épica pertenece a la amplia y vasta historia del mundo, Al faro se reduce al
hogar de los Ramsay, donde el sentido de aventura es descifrar como se sentarán los invitados
de la cena y, por supuesto, que queden satisfechos con el guiso que la señora Ramsay prepara.
Diría Mount que Al faro, por tanto, no es una mímesis de la forma clásica perpetuada por
Homero; en todo caso, lo que ensaya Woolf en su obra maestra es una crítica de la epopeya y
su logo/falocentrismo.

El viaje al faro tomará diez años en concretarse. Como diez años le toma a Odiseo regresar a su
hogar luego de la guerra de Troya, mientras su esposa, Penelope, espera por él tejiendo un
sudario. Mrs. Ramsay, en la primera parte de la novela, teje una media.

Pero, ¿qué espera la señora Ramsay?

Lily Briscoe advierte algo especial en la señora Ramsay. Sea estoicismo o tristeza vieja, Lily
quiere retratarla en su lienzo. «Las mujeres no saben ni pintar ni escribir», le susurra Charles
Tansley, uno de los invitados a la casa de los Ramsey. Las palabras taladran el ánimo de Lily,
pero no su determinación.

Diez años después, la señora Ramsay ya ha muerto, pero Lily aún busca esa visión que habita
«la luz del ala de una mariposa sobre los arcos de una catedral».

Diez años después, su cuadro todavía pulsa por completarse. Sí. Y con «todos los verdes y
azules, con las líneas que subían y que lo cruzaban, intentando lograr algo».

Lograr. Algo.

Diez años después, Lily admiraba a la señora Ramsay de la misma manera que la señora
Ramsay, secretamente, reciprocaba los sentimientos de Lily. Ambas son artistas del silencio.
Entonces, trazando una última pincelada, Lily abandona su instrumento y proclama: «[H]e
tenido mi visión”.

Paralelamente, James ha logrado capitanear el bote hasta la isla del faro y su padre lo encomia.
«Bien hecho, James», dice, y el chico obtiene por primera vez el reconocimiento de su padre.

Ciertamente, Al faro es una epopeya doméstica donde la escritura busca su cuerpo. Donde no
hay vida insignificante. El faro nos guía hacia esa verdad que nos espera.

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