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T ítu lo original: San Paolo.

T raducción: E lena de G rau.


Portada: G arcés/Bosch.
D irector de la colección: E m ilio Teixidor.

1.a edición: D iciem bre, 1982.

© Copyright 1977, G iulio E inaudi editore s.p.a., T orino.


© U ltram ar E ditores, S.A. 1982.
H erm osilla, 63, M adrid-1.
ISBN: 84-7386-316-X .
D epósito legal: B-39.092-1982.
Fotocom posición: C ucurella, I.G. - M anresa.
Im presión: Im prenta H ispano A m ericana, S.A.,
M allorca, 51, Barcelona, 1982.
Printed in Spain.
SAN PABLO

Proyecto de una película


sobre San Pablo
La idea poética -q u e debería convertirse en el hilo
conductor de la película y al m ismo tiem po en su nove­
d a d - consiste en trasladar todos los hechos de San Pa­
blo a nuestros días.
Esto no significa que yo desee de algún modo tergi­
versar o alterar el texto de su predicación: antes bien,
com o ya hice para el Evangelio, ninguna de las palabras
pronunciadas por Pablo en el diálogo de la película será in­
ventada o reconstruida por analogía. Puesto que será ne­
cesario hacer una selección de los discursos apostóli­
cos del santo, haré tal selección de m anera que sea un
resum en de toda su trayectoria de apostolado (para ello
me ayudarán unos especialistas, garantizando así la ab­
soluta fidelidad al conjunto del pensam iento de Pablo).
¿Cuál es la razón por la que desería trasladar sus
vicisitudes terrenas a nuestros días? Es m uy sencillo:
para dar cinem atográficamente, del m odo más directo y
violento, la im presión y la convicción de su actualidad.
Para decir al espectador explícitamente y sin obligarlo
siquiera a pensar, que “San Pablo está aquí, hoy, entre
nosotros", y que está casi física y m aterialmente. Que es
a nuestra sociedad a quien se dirige; que es nuestra
sociedad la que él llora y ama, am enaza y perdona,
agrede y abraza tiernamente.
Tal violencia temporal realizada a la vida de San Pablo,

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resurgida así en el corazón de los años sesenta, necesita
naturalm ente toda u n a serie de trasposiciones.
La primera, y capital, de estas trasposiciones, consiste
en sustituir el conform ism o de los tiempos de Pablo (o
mejor, los dos conform ism os: el de los Judíos y el de
los Gentiles), por un conform ism o contem poráneo: que
será el típico de la civilización burguesa actual, tanto en
su aspecto hipócrita y convencionalm ente religioso
(análogo al de los Judíos), com o en su aspecto laico,
liberal y m aterialista (análogo al de los Gentiles).
U na trasposición tan grande, basada en la analogía,
implica fatalmente otras muchas. En este juego de tras­
posiciones que se im plican recíprocam ente y necesitan
por tanto de una cierta coherencia, yo desearía m ante­
nerm e libre. Es decir, dado que mi prim er objetivo es el
de representar fielmente el apostolado ecum énico de
San Pablo, desearía poderm e desligar tam bién de una
cierta coherencia exterior y literal. Me explico.
El m undo en el que - e n nuestra película- vive y
opera San Pabl.o es el m undo de 1966 ó 1967: por
consiguiente, está claro que toda la toponim ia debe ser
desplazada. El centro del m undo m oderno - l a capital
del colonialism o y del im perialism o m oderno, la sede
del poder m oderno sobre el resto de la tie rra - ya no es
Roma. Y si no es R om a ¿cuál es? Parece claro: N ueva
York, con W ashington. En segundo lugar: el centro
cultural, ideológico, civil, religioso a su modo -e s decir,
el sagrario del conform ism o ilustrado e inteligente- ya
no es Jerusalén, sino París. La ciudad equivalente a la
Atenas de entonces es la R om a de hoy (desde el punto
de vista de una ciudad de gran tradición histórica, pero
no religiosa). A ntioquía podría ser sustituida, por analo­
gía, por Londres (en cuanto a capital de un im perio
anterior a la suprem acía am ericana, com o el im perio
m acedonio-alejandrino había precedido al romano).
El teatro de los viajes de San Pablo ya no es, por
tanto, la cuenca M editerránea, sino la Atlántica.
Pasando de la geografía a la realidad histórico-social:
está claro que San Pablo derribó revolucionariam ente,
con la sim ple fuerza de su mensaje religioso, un tipo de

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sociedad basada en la lucha de clases, el im perialism o y
sobre todo el esclavismo; por consiguiente, está claro
que la aristocracia rom ana y las distintas clases dirigen­
tes colaboracionistas son sustituidas, por analogía, por
la clase burguesa actual que tiene en sus m anos el
capital, m ientras que los hum ildes y som etidos son sus­
tituidos, por analogía, por los burgueses avanzados, los
obreros y subproletarios de hoy.
N aturalm ente, todo esto no se expondrá tan explícita
y didácticam ente en la película. Las cosas, los persona­
jes, los am bientes, hablarán por sí mismos. Y de ahí
nacerá el hecho más nuevo y quizá más poético de la
película: las “preguntas” que los evangelizados dirigirán
a San Pablo serán preguntas de hom bres modernos,
específicas, detalladas, problemáticas, políticas, form u­
ladas con un lenguaje típico de nuestros días; las “res­
puestas” de San Pablo, en cambio, serán las que son: es
decir, exclusivam ente religiosas y además form uladas
con el lenguaje típico de San Pablo, universal y eterno,
pero extem poráneo (en sentido estricto).
De este modo, la película revelará a través de este
proceso su profunda temática: la contraposición de “ac­
tualidad” y “santidad” -e l m undo de la historia que, en
su exceso de presencia y urgencia, tiende a h uir hacia el
misterio, hacia lo abstracto, hacia la pura interroga­
c ió n - y el m undo de lo divino que, en su religiosa
inm aterialidad, por el contrario, desciende entre los
hom bres, se hace concreto y operante.
E n cuanto a la composición de la película, haría una
“tragedia episódica” (según la vieja definición de Aris­
tóteles): ya que sería evidentemente absurdo contar toda
la vida de San Pablo. Se tratará de un conjunto de
episodios significativos y determinantes, narrados de
m anera que se incluya el m ayor núm ero posible de los
otros.
La cabecera de cada uno de estos episodios, que se
desarrollan en nuestros días, llevará escrita la fecha real
(63 ó 64 después de Cristo, etc.); y com o aclaración,
antes de la aparición de los títulos de cabecera de la
película, el m apa de los itinerarios "trasladados” de San

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Pablo, será sustituido por el de los itinerarios verdade­
ros.
Selecciono esquem ática e irregularm ente algunos de
los episodios que constituirán con toda probabilidad la
estructura de la película.

1) Martirio de San Esteban

Nos hallam os en París durante la ocupación nazi.


E ntre los franceses, algunos son colaboracionistas, otros
protestan pasivam ente y otros todavía resisten con las
arm as (los Zelotes). San Pablo, fariseo, es un burgués
profundam ente insertado en su sociedad, por am plia
tradición familiar: se opone al dom inio extranjero úni­
camente en nom bre de u n a religión dogm ática y faná­
tica. Vive en u n estado de inconsciente insinceridad
que, en su alm a hecha para ser sincera hasta el es­
pasm o, adquiere profundas tensiones. Los sucesos del
proceso y de la m uerte de San Esteban se desarrollan
exactam ente com o en los Hechos de los Apóstoles, con
la integración de otros testimonios históricos. No se
añadirá ni se inventará ningún hecho ni ninguna pala­
bra. Sólo que, com o es natural, en lugar de una lapida­
ción antigua se tratará de un atroz lincham iento m o­
derno. Pero el Esteban m oribundo, pronunciará las
mismas palabras de perdón. Y Pablo las escuchará, pre­
sente en la ejecución com o representante de la oficiali­
dad que cree, de esta m anera, se liberará de la verdad
que viene a destruirla.

2) L a Fulguración

Como en los Hechos de los Apóstoles, Pablo solicita ir


a Damasco para continuar la persecución cristiana. Ésta
es una ciudad fuera del dom inio nazi -p o d ría ser de
España: por ejemplo, B arcelona- en la que se han refu­
giado Pedro y otros fieles a Cristo. La travesía del de­
sierto es la travesía de un desierto simbólico: nos encon­

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tram os en las carreteras de una gran nación europea, el
cam po del sur de Francia y más tarde los Pirineos,
Cataluña, perdidos en el fondo sin esperanza de la gue­
rra - e n u n silencio que puede ser tangible y real de­
jando com pletam ente m uda la banda sonora de la pelí­
cula: p ara dar fantásticam ente y de m anera aún más
angustiosa que en la realidad, la idea de desierto. En
cualquiera de estas grandes carreteras llenas de tráfico y
de las actividades norm ales de la vida cotidiana, pero
perdidas en el más absoluto silencio -P ab lo es sorpren­
dido por la luz. Cae y siente la llam ada de la vocación.
Llega ciego a Barcelona; encuentra a Ananías y a los
otros refugiados cristianos; se une a ellos, convertido;
decide retirarse a m editar en el desierto.

3) La idea de predicar a los Gentiles

Es lo que en “escenificación” se llam a “alteración” .


Pablo vuelve con sus nuevos amigos, ya santo, arras­
trado por u n ím petu de am or y de inspirada voluntad,
cuando u n a de sus mismas ideas invierte la situación
creando nuevas y terribles dificultades y perspectivas
totalm ente distintas: es una revolución en la revolución.
Quisiera reconstruir el m om ento concreto (aunque sea
inventado, si no existe un testimonio directo) en el que
desciende a San Pablo la nueva luz inspiradora.
Así em pieza - y somos testigos del prim er ac to - ese
apostolado que es “escándalo de los Judíos y estulticia
de los Gentiles” .

4-5-6) Aventuras de la predicación

U n a serie de tres o cuatro episodios “típicos" de la


prim era parte de la predicación: “típicos” , y por tanto
representativos, de toda u n a serie de episodios que no
se pueden narrar. Para la serie de episodios de evangeli-
zación de personas pertenecientes a las clases acom oda­
das y cultas, se podría elegir la predicación en Atenas

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(que ya hem os dicho íbam os a sustituir, por analogía,
por la R om a m oderna, escéptica, irónica y liberal);
m ientras que para la serie de episodios de evangeliza-
ción de la gente sencilla, se podrían elegir dos historias,
u n a referente a obreros y artesanos y la otra al subpro-
letariado, más sórdido y abandonado; o sea la historia
de los fabricantes de “souvenirs” de plata del tem plo de
V enus (creo), que ven dism inuir sus ganancias, después
del descrédito de ese tem plo m eta de peregrinajes; y la
historia de aquel grupo de pobres diablos que, para
ganarse la olla, fingen saber cóm o echar el dem onio de
los endem oniados, com o Pablo y en nom bre de Pablo,
pero no pueden y acaban mal, etc.

7) E l sueño del Macedonio

Los episodios que he descrito en el párrafo prece­


dente podrían suceder en Italia; ahora Pablo sigue hacia
el norte. El sueño del M acedonio puede sustituirse por
analogía por un “sueño del A lem án” .
Pablo duerm e uno de aquellos sueños dolorosos
suyos de enferm o que lo obligan a lam entarse como en
Un delirio. Y he aquí que, en la profunda paz del sueño,
se le aparece u n a bellísima imagen; es un joven alem án
rubio, fuerte, joven. Invoca a Pablo para que vaya a
Alemania: su llam ada, que enum era los problem as rea­
les de A lem ania y por los que A lem ania necesita
ayuda, suena irreal “dentro” del sueño. Habla del neo-
capitalismo que satisface el puro bienestar material, que
aridece, del reviva! nazi, de la sustitución de los intere­
ses ciegam ente técnicos por los intereses ideales de la
A lem ania clásica, etc. Pero, m ientras habla de esta m a­
nera, aquel joven rubio y fuerte, poco a poco -c o m o si
algo externo a él representase físicamente interioridad y
v erd ad - va palideciendo, roto, devorado por un m iste­
rioso mal; lentam ente queda m edio desnudo, horrible­
m ente delgado, cae al suelo, se ovilla: se ha convertido
en u n a de aquellas atroces carroñas vivientes de los
cam pos de exterm inio.
Com o si el sueño continuase, vem os a San Pablo

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que, obedeciendo a esa desesperada llamada, está en
Alemania: cam ina con el paso veloz y seguro del santo,
a lo largo de una inm ensa autopista que lleva hasta el
corazón de Alemania.
(Me he extendido en este punto porque es aquí
donde, de u n a m anera visual fantástica, se fundam ente
el tem a de la película; que se desarrollará, sobre todo,
en la parte finail del m artirio en R om a-N ueva York: o
sea el contraste entre la pregunta “actual” dirigida a
Pablo y su “respuesta” santa).

8) L a pasión religiosa y política de Jerusalén


a Cesa rea

Pablo está nuevam ente en Jerusalén (París). Empieza


aquí aquella concatenación de violentos y dramáticos
episodios que son dem asiado conocidos para que, au n ­
que sum ariam ente, deba resumirlos: son las secuencias
más dram áticas de la película que acaban en Cesarea
(Vichy) con la petición de Pablo a ser juzgado en
Roma.

9) San Pablo en Roma

Éste es el episodio m ás largo y rico de la película. En


N ueva York estam os en el ombligo del m undo m o­
derno; allí la “actualidad” de los problem as es de una
violencia y evidencia absolutas. La corrupción del anti­
guo m undo pagano, mezclada con la inquietud debida
al sentim iento confuso del fin de ese m undo es susti­
tuida por una nueva y desesperada corrupción, la de­
sesperación atóm ica (neurosis, droga, contestación radi­
cal a la sociedad). El estado de injusticia dom inante en
una sociedad esclavista aquí puede ser cubierto por el
racismo y la condición de los negros. Es el m undo del
poder, de la inm ensa riqueza de los m onopolios de un
lado y del otro, de la angustia, de la voluntad de m orir,
de la desesperada lucha de los negros, que San Pablo se

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encuentra evangelizando. Y cuanto m ás “santa” es su
respuesta tanto más perturba, contradice y m odifica la
realidad actual. San Pablo acaba en u n a cárcel am eri­
cana y es condenado a m uerte. Su ejecución no se
describirá de una m anera naturalista (como se ha ve­
nido realizando, por analogía, sustituyendo la decapita­
ción por la silla eléctrica), sino que tendrá los caracteres
míticos y simbólicos de u n a reevocación, com o la caída
en el desierto. San Pablo sufrirá el m artirio en medio
del tráfico de la periferia de una gran ciudad, m oderna
hasta el espasmo, con sus puentes colgantes, sus rasca­
cielos, la inm ensa y opresiva m uchedum bre, que pasa
sin detenerse ante el espectáculo de la m uerte y conti­
núa girando vertiginosam ente alrededor, por las enor­
mes calles, indiferente, enemiga, sin sentido. Pero en
ese m undo de acero y de cem ento ha resonado (o ha
vuelto a resonar) la palabra “Dios”.
Esbozo de escenificación para
una película sobre San Pablo
(bajo la forma de apuntes para
un director de producción)
1. P arís. (Diferentes exteriores. Dia y noche).

Com o resultado del proyecto de la pelicula, pro­


puesta en estos apuntes, se sustituye la antigua Jerusa­
lén por París, durante los años de 1938 a 1944, es decir,
bajo la ocupación nazi. Los antiguos dom inadores
rom anos son sustituidos, por tanto, por el ejéricto hitle­
riano y los fariseos, por la clase conservadora y reaccio­
naria francesa; entre ellos, naturalm ente, los colabora­
cionistas de Pétain.
La película em pieza con una descripción de París en
aquel período.

S e utilizará m aterial de archivo

Las prim eras imágenes no deberían ser excesiva­


m ente dramáticas; será necesario llevar a cabo u n a cui­
dadosa investigación en los archivos para hallar docu­
m entos cinem atográficos que describan lo m ejor posi­
ble la “vida cotidiana” del París de aquellos días; las
calles semidesiertas, el ham bre, el m iedo, las libres sali­
das de los soldados alemanes, pequeñas “tranches de
vie” m arcadas por la angustia, por la muerte).

2. París. (Crepúsculo. Interior).

N os hallam os en un pequeño interior parisiense


(puede reconstruirse en los estudios).

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Se trata de un apartam ento pequeño burgués, con su
dignidad, su gusto, su pobreza, etc. Las cosas de m oda
en aquellos años, etc.
Las. ventanas están semicerradas, pero se advierte
que dan a las estrechas calles de un viejo barrio en el
centro de la ciudad.
Se han reunido los doce apóstoles (como en u n a
reunión clandestina de la Resistencia). A lgunos visten
com o intelectuales pequeño burgueses, otros com o
obreros: con los trajes de aquellos años.
Junto a los doce apóstoles, agrupados a su alrededor
-e n los ojos la luz del miedo vencido, de la prudencia
necesaria, del dolor, de la voluntad de luchar, que los
co n su m e- hay otros hom bres y mujeres: en realidad es
u n a asam blea de partisanos.
Del profundo silencio se eleva la voz de Pedro:
“N o cum ple que nosotros, dejando la palabra, sirva­
m os a las mesas.
Buscad, pues, siete de vosotros de buena reputación,
hom bres de espíritu y prudencia: y les propondrem os
cuidar de este am oroso servicio a los pobres.
N osotros preservarem os en el servicio divino y en el
anuncio de la Palabra” (Hechos 6,1-8.3).

3. P arís. Gran bodega. (Noche).

(Este am biente tam bién puede reconstruirse en los


estudios).
La asam blea -fo rm a d a por gran parte de las m ismas
personas presentes en la reunión precedente- está eli­
giendo a los “hom bres de espíritu y prudencia”, dedica­
dos a la ayuda a los pobres (una organización partisana
en sus funciones m enores, precisam ente organizativas).
R esultan elegidos los siete diáconos (o jóvenes parti­
sanos): Esteban, Felipe, Prócoro, N icanor, Tim ón, Par-
m enas y Nicolás (un inglés, huido quizá de D unkerque,
que no h a conseguido em barcar hacia Londres; que
puede sustituir a Antioquía).

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(Para esta escena se necesitan unos sesenta com par­
sas, entre ellos, cuidadosam ente seleccionados, los diá­
conos).

4. París. (Todo el día).

N os hallam os en el m ismo apartam ento de la p ri­


m era reunión.
Los siete diáconos son presentados a los jefes de la
“organización partisana” , Pedro y los otros.
Rezan todos juntos.
H abrá u n largo prim er plano sobre el rostro (“lleno
de fe y de fortaleza”) del partisano Esteban, que es
jovencísim o, u n m uchacho aún no en edad militar).

5. P arís. Calle. (Día).

Será u n a de aquellas terribles calles de París -vistas


y a en las prim eras imágenes docum entales m u d as-
donde se desarrolla la vida cotidiana coronada por la
muerte.
Esteban (“lleno de gracia y de verdad”) está reali­
zando u n a acción partisana (a establecer, según docu­
mentación: sum inistro de arm as o de víveres, etc.).
Algunas personas (que se supone son espías) lo ob­
servan (pero esto será ambiguo).
Con la atroz rapidez de las desgracias, llegan las SS (o
un grupo de militares franceses colaboracionistas).
La lucha es trágica y breve. El destino se cum ple
puntualm ente. Esteban es arrestado, raptado y trasla­
dado. (Hechos (5.1-8.3).

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6. París. Tribunal. (Día).

(Hay que establecer si se tratará de un Tribunal m ili­


tar o u n Tribunal com ún. De todas form as sustituirá al
Sanhedrín).
En lo que hace referencia a la organización: el grupo
de los jueces; u n a veintena de militares colaboracionis­
tas franceses, m ás algún militar de las SS. U na m ultitud
de testigos y fascistas -adem ás de los desgraciados que
se han vendido por terror o por miserable cálculo
-q u e en años com o aquéllos convertían al hom bre en
peor que sí mismo.
En sum a, unas ochenta personas en total.
Los testigos se siguen:
“Lo hem os oído blasfem ar contra Dios” .
“Este hom bre no cesa de atacar el lugar santo y la
ley” .
“Le hem os oído decir... que serán cambiadas las cos­
tum bres que nuestros padres nos han transm itido”.

Fundido encadenado entre frase y frase.

(“Y fijando en él su m irada, los que estaban sentados


en el Sanhedrín, vieron el rostro de él com o el de un
Ángel”).
Finalm ente es el turno del Sumo Sacerdote (el Presi­
dente del Tribunal):
“¿Es verdad lo que se dice contra tí? ¿Qué tienes que
decir en tu defensa?”
Esteban responde (cfr. el citado capítulo de los H e ­
chos de los Apóstoles) concluyendo con las siguientes
palabras:
“Pero vosotros, hom bres duros de cerviz e incircun­
cisos de corazón y de oídos, venís siem pre a dar contra
el Espíritu Santo. Com o vuestros padres, igual vosotros.
¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros pa­
dres? M ataron hasta a los que anunciaron la venida del
Justo, del que vosotros sois traidores y asesinos.
Habéis recibido la ley de la m ano de los ángeles,
pero no la habéis observado” .

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Sigue la explosión del “escándalo fascista” en la sala,
con su retórica, su horrenda indignación, etc., su p ro ­
funda y m acabra estupefacción etc. (El M inisterio Pú­
blico palm ea sobre su escaño com o un trujam án b o rra­
cho, etc.)
Pero la voz de Esteban, aunque apenas perceptible,
supera ese victorioso clamor:
“He aqui que veo los cielos abiertos y al Hijo del
hom bre que está a la derecha de Dios”.
(“Y ellos, cerraron sus oídos gritando; después se
precipitaron contra él, arrojándolo fuera...”).

7. P arís. (Exterior día).

Es uno de aquellos lugares, tan familiares a nuestra


aterrorizada m em oria y a nuestros sueños, en los que
entre los años 1938 y 1945 se llevaban a cabo los
fusilamientos. U na plaza, u n pequeño patio interior de
cualquier prisión, la placita delante de la escuela. (Debe
decidirse; lo decidirán las inspecciones oculares. Sin
em bargo lo cierto es que el lugar debe encontrarse en
París).
Todo se observa a través de Pablo. La escena em ­
pieza con un largo prim er plano suyo. Es joven, única­
mente un poco m ayor que Esteban, es decir, de veinti­
cinco a treinta años. Sea cual fuere su rostro, es el
rostro de quien se ha endurecido con el fanatism o, o sea
con esa voluntad de ser inferiores a sí m ism os que
tienen los hom bres en ciertos m om entos de la historia.
En el rostro de Pablo se lee algo peor que la maldad;
se lee vileza, ferocidad, la decisión de ser abyecto, la
hipocresía que hace que todo esto suceda en nom bre de
la Ley, o de la Tradición o de Dios. Por ello su rostro
no puede dejar de aparecer tam bién desesperado.
Bajo sus ojos -c o n la infame rapidez que quita el
valor a la v id a - se produce el fusilamiento;
El pelotón de ejecución pasa ante Pablo, con el con­
denado en cabeza, al que em pujan contra la pared; le

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vendan los ojos; apenas se oyen sus palabras (“Señor
Jesús acoge mi alm a”); después el disparo; que no m ata
al m ártir adolescente que ha llegado al m artirio casi
m uchachito; cae herido en su propia sangre; uno se le
acerca, para rem atarlo, disparándole en la nuca; todavía
se perciben apenas sus palabras (“No les tom es en
cuenta su pecado”); después el tiro, y la m uerte - la
carne descuartizada.
Pablo -e n tre algunos "fariseos” com o él, poderosos
burgueses, autoridades- m ira con su desesperada, as­
querosa, culpable acritud ese cadáver de niño.

8. P arís. (Distintos exteriores. Día y noche).

(“Fue com o la señal de la persecución...” Hechos 6.1-


8.3).

Nuevo m aterial docum ental de repertorio.

Esta vez se buscará entre los docum entos m ás terri­


bles y casi insoportables a la vista; arrestos, redadas,
fusilamientos, ahorcam ientos, deportaciones en masa,
ejecuciones en m asa, disparos por calles y plazas, cadá­
veres abandonados en las aceras, bajo los m onum entos,
colgando de las lám paras, ahorcados, ensartados.
Partida de judíos hacia los cam pos de exterm inio;
vagones m ercancía llenos de cadáveres.
Rodadas en el m ism o estilo de estos docum entales,
seguirán algunas escenas en las que se m uestra la inter­
vención de Pablo en ocupaciones com o las arriba des­
critas; en ellas aparecerá de perfil, casi de m anera casual
(como si fuese u n personaje anónim o y olvidado del
“m aterial de repertorio”).
P areará p or la ciudad -e n tre arrestos, ahorcam ientos,
disparos, e tc .- entre soldados franceses colaboracionis­
tas y patrullas de las SS, en los autom óviles y jeeps de
aquellos docum entales; en resumen, “Pablo m ientras
tanto expandía el miedo, alim entando la caza al infiel:

24
registraba casas, irrum pía en ias sinagogas, arrastraba
hom bres y m ujeres encadenados, encarcelándolos...”
{Hechos 6.1-8.3).
(Estas escenas “de estilo docum ental” se ruedan, na­
turalm ente, en las calles y plazas de París. Se necesitará,
por lo m enos, una cincuentena de comparsas).

9. P arís. (Todo el día).

El m ismo apartam ento en el que tenían lugar las


reuniones clandestinas de los apóstoles. Todo está va­
cío, desierto, en desorden: el abandono de las habitacio­
nes se ha hecho evidentem ente de im proviso y precipi­
tadamente.
Los viejos m uebles hechos para la quietud de una
honesta vida familiar, las pequeñas cosas de cada día,
las colchas, las cazuelas, los cuadritos de las paredes-, en
el silencio y en la luz que invade el vacío, están las
m udas señales de la tragedia.
36 después de Cristo
10. París. Despacho de un mando militar. (Día).

“Si algunos creen poder confiar en la carne, yo más


que ninguno. C ircuncidado al octavo día, de la estirpe
de Israel, de la tribu de Benjamín, Judío entre los Ju ­
díos, Fariseo en cuanto a la Ley, en cuanto al celo,
perseguidor de la Iglesia, irreprensible en cuanto a la
justicia, que se fundam enta en la ley...” (Hechos, 9.1-
30).
Estas palabras las pronuncia Pablo -c o n su rostro
fanático de fascista- ante un jefe digno de él: un alto
oficial del ejército o u n poderoso burócrata, que le son­
ríe, com o de cómplice a cómplice, com o un padre estú­
pido y feroz al hijo estúpido y feroz y le dice-.
“T om a las credenciales para Damasco: son los acuer­
dos con las Sinagogas de allí para que te autoricen
llevar a cabo arrestos y traer prisioneros aquí, a Jefusa-
lén, a cuantos hom bres y mujeres encuentres seguido­
res de este m ovim iento...”
Pablo recoge las cartas credenciales y con u n a odiosa
sonrisa (ingenua y desesperada) saluda y sale, atrave­
sando el lujoso despacho en el que se han establecido
los dom inadores.

29
11. Provincia francesa. (Exterior día).

Se trata de algunos “pasajes” a través de la Francia


ocupada, en dirección a España.
E n un gran autom óvil negro -e l coche de las autori­
dades, seguido por una pequeña escolta- el joven Pablo
se dirige hacia Barcelona (Damasco).
El campo, con pequeños pueblos desiertos, las pe­
queñas ciudades de provincias que viven su tragedia en
silencio: gente arm ada por todas partes; m ujeres, viejos,
niños -desesperados y m u d o s- por todas partes.
Y después las largas carreteras desiertas hacia la
frontera, con los Pirineos vagamente am enazadores
com o u n a opaca m uralla contra el horizonte.
De repente Pablo se siente mal, se lleva la m ano a la
frente y pierde el sentido.
El autom óvil se detiene; la escolta lo rodea alarmada;
el conductor abre la ventanilla para que pase el aire, etc.
Pero Pablo no se recupera, está perdido en su des­
m ayo, aunque tenga los ojos semiabiertos y parezca
tener conciencia.
Resuena u n a voz (que sólo oye él);
“ Pablo, Pablo, ¿por qué m e persigues?"
Y Pablo responde, com o delirando:
“¿Quién eres tú, Señor?"
El conductor y la pequeña escolta arm ada no entien­
den lo que sucede.
Dios:
“Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y
entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer” .
Pablo perm anece com o escuchando una voz que ha­
bla, que sólo él oye, durante un rato (entre el asom bro
de sus hombres). Después se recupera, pero está ciego.
Ciego y alelado, reem prende el viaje hacia la fron­
tera.
A nte sus ojos ciegos discurren los Pirineos, con sus
pasajes, sus pastos desiertos; después la frontera y los
primer.os pueblos en tierras de España. Ante sus ojos
ciegos, aparece el cam po catalán, el mar, la periferia de
Barcelona...

30
(Estas escenas tom adas sobre el terreno deben ro ­
darse en los lugares arriba mencionados. Ú nicam ente
Pablo y su escolta son personajes de “ficción”. En
cuanto a los parajes, ciudades y personas se elegirán de
m anera que -a u n q u e no sea en sentido absoluto- re­
cuerden los últim os años 30 ó principios de los 40).

12. B arcelona. Callejón Recto. (Extérior día).

El gran autom óvil negro, se detiene ante u n lujoso y


gran hotel de Barcelona, que da a un viejo callejón.
A yudan a descender a Pablo, siem pre ciego, llevándolo
de la m ano al interior del hotel.
(cfr. nota escena precedente).

13. Habitación del hotel de Barcelona. (Interior


día).

Conducido siem pre de la m ano, com o un niño, Pa­


blo, ciego, entra en su habitación y le ayudan a sentarse
junto a la ventana.

Fundido encadenado

Pablo está ahora sentado ante una mesa. C ontinúa


ciego. Le sirven la cena. Pero él no se deja convencer y
no toca los alimentos. Perm anece inm óvil, m irando
ante sí con sus ojos ciegos.
(Esta habitación de hotel puede reconstruirse en los
estudios).

14. Casa de Ananías en Barcelona. (Interior día).

A nanías (un partisano francés exiliado...) está d u r­


m iendo en su cam astro (la habitación en la que vive es

31
probablem ente u n a habitación subarrendada en u n pe­
queño apartam ento del centro de la ciudad: se escucha
desde el callejón el alboroto de los obreros, de los m ari­
neros, de las prostitutas).
Sobre el cuerpo durm iente de A nanías se escucha
una voz. Es Dios.
“ ¡Ananías!”
“ ¡Heme aquí. Señor!”
“Levántate, encam ínate a la calle llam ada Recta y
busca en casa de Judas al que se llam a Pablo, natural de
Tarso, que está en oración y ya te vio en visión m ien­
tras entrabas y le im ponías las m anos para que reco­
b rara la vista” .
“Señor, oí de boca de m uchos acerca de lo que él ha
hecho a los santos de Jerusalén; aquí ha venido tam bién
con la intención y el poder de encadenar a cuantos
encuentre invocando tu nom bre” .
“Ve, com o ya te he dicho, porque este es el instru­
m ento que yo he elegido para llevar mi nom bre a los
Gentiles, a los reyes y a los hijos de Israel. Yo le m os­
traré cuántas cosas debe sufrir por mi nom bre” .
(La habitacioncita de Ananías se puede reconstruir
en los estudios. El exterior del callejón pobre de Barce­
lona, se puede film ar en el lugar, pasando a intervalos
del exterior al interior).

Voz del diablo que sim ula ser Dios.


Escena entre diablos.

15. B arcelona. Calle Recta. (Exterior día).

Ananías cam ina incierto por la calle Recta, llega ante


el hotel donde se aloja Pablo, entra, tem eroso (como
quien es perseguido) en el gran “hall” , donde se alojan
los am os y sus siervos-perro que los protegen.
(Exterior e interior van unidos: la escena se rueda en
Barcelona, en un lugar verdadero).

32
16. Habitación del hotel de Barcelona. (Interior
día).

A nanías entra en la habitación donde Pablo espera


de pie, con la barbilla levantada, com o los ciegos.
“Pablo, herm ano, el Señor me ha enviado, aquel
Jesús que el otro día se te apareció en el cam ino por
donde ibas. Desea que recuperes la vista y recibas el
espíritu santo” .
De pronto, Pablo ve. Se toca los ojos -to d av ía com o
desorientado por el terrible tra u m a - y m ira alrededor,
rígidamente.
Ananías lo bautiza.

17. C uartucho de Barcelona. (Interior noche).

Es u n a reunión de antifascistas exiliados.


Llega Pablo, acom pañado por Ananías, a la m esa
donde hablan los jefes del m ovim iento clandestino.
Los presentes quedan anonadados y se preguntan:
“¿Pero no es éste el que en Jerusalén exterm inó a los
adoradores de este nom bre?”
“ ¿Y el que ha venido aquí para dar caza a los fieles y
llevarlos encadenados ante los archisacerdotes?”

En este momento se escuchan las notas de la prim era


interpretación musical de la película (es un canto revo­
lucionario (quizás el mismo que se interpreta en los
primeros momentos de la predicación de Cristo en el
Evangelio según Mateo).

Los presentes en la reunión continúan sus com enta­


rios, que ah ora son de carácter m oderno, histórico, ac­
tual:
“¿No es u n fascista?”
“¿U n colaboracionista de las SS?”
“¿No es un fanático, siervo, voluntario y exaltado,
del poder?”

33
“¿N o ha sido y no se ha declarado más celoso que el
más celoso de los seguidores de la tradición?”
“¿Y las tradiciones, son son para él autoridad y odio,
racism o y discrim inación?”
Poco a poco, el m urm ullo de la asam blea se va cal­
m ando y en el cuartucho donde están reunidos los des­
terrados, se hace el silencio.
Pablo m ira alrededor y empieza a hablar (tiene una
m isteriosa sonrisa, increíble en aquel rostro torcido de
fanático), y dice en voz baja, pero com o se dicen las
prim eras palabras de un him no, m irando hum ilde­
m ente alrededor:
“Cristo nos ha liberado para la libertad” .

18. H abitación de hotel de Barcelona. (Interior no­


che).

E n la habitación donde se alojaba Pablo hay tam bién


u n a reunión: de fascistas. Participa en ella el alto oficial
o el alto burócrata que en París dio a Pablo las cartas
credenciales. Tam bién hay unos falangistas, de un i­
forme. Y horribles rostros de siervos, arm ados com o
unos pistoleros, sicarios subproletarios de la Burguesía
triunfadora.

19. Casa de Ananías en Barcelona. (Interior no­


che).

Pablo y Ananías com parten el m ismo cuartucho m í­


sero y el m ism o lecho: duerm en el uno en la cabecera y
el otro en los pies.
He aquí que se escucha u n a llam ada precipitada en la
puerta.
Ananías despierta, v a a abrir.
Pablo lo oye confabular afanosam ente con un joven
en el pasillo.

34
Ananías, cuando acaban esta agitada conversación,
se vuelve hacia él: la angustia y la resignación, el terror
y la sensación de lo inevitable, se m ezclan en sus ojos
buenos.
Pablo ha entendido; se levanta, se viste rápidam ente,
recoge con prisa su poca ropa. Luego, seguido de Ana-
nías, huye de la habitación.

20. Callejón de la casa de Ananías. (Exterior no­


che).

Los dos com pañeros huyen, en m edio de la bara-


húnda del callejón, entre los pequeños bares de la ciudad
m arinera, con las luces encendidas en el corazón de la
noche, las cancioncillas, etc., el vaivén de los m arineros
y borrachos, la risa de las putas, etc.
Ananías:
“¿Qué piensas hacer?”
Pablo: “N o consultaré ni a la carne ni a la sangre y
no volveré a Jerusalén con aquellos que eran apóstoles
antes que yo, sino que iré al desierto...”

21. Contracielo. (Exterior día).

(U n hom bre viejo, noble, misterioso, con el rostro


m arcado por el cansancio físico y los ojos claros y
extrem adam ente indulgentes, habla directam ente al es­
pectador de la película:
“N ingún desierto estará nunca más desierto que una
casa, u na plaza, u n a calle de mil novecientos setenta
años después de Cristo. Aquí está la soledad. Codo a
codo con el vecino, vestido en tus m ism os almacenes,
cliente de tus mismas tiendas, lector de tus m ismos
periódicos, espectador de tu m ism a televisión, está el
silencio.
N o existe otra m etáfora del desierto que la vida coti­
diana.

35
Es irrepresentable porque es la som bra de la vida y
sus silencios son interiores. Es un bien de la paz. Pero
no siem pre la paz es m ejor que la guerra. En u n a paz
dom inada p or el poder, se puede protestar no deseando
existir.

Yo soy el autor de los Hechos de los Apóstoles).


Conversación diablos.
(Pasaje de tres años en el desierto).

22. C alles de P arís. (Exterior día).

Pablo es “conducido de la m ano de Bernabé” por las


calles de París: todavía desierta, perdida en el olor a
m uerte de la guerra, etc.
Pasan ante la Sorbona.
M iran la escuela en la que han estudiado juntos.
Pasan por otras calles del viejo París. Llegan ante
una casa anónim a, con pequeñas tiendas en la parte
inferior, entran.

Reaparición de Pablo "enferm o”.

23. Casa de reunión clandestina en París. (Inte­


rior día).

D entro de la casa (parecida a aquella en la que los


hem os visto reunidos clandestinamente la prim era vez)
están los apóstoles y sus seguidores (reunión siem pre
análoga a la del F.L.N.).
Bernabé presenta a Pablo a Pedro y a los demás: “N o
lo m iréis con sospecha: en el cam ino de Dam asco se le
ha aparecido el Señor y le ha hablado; aquí en la ciudad
él ha predicado osadam ente en el nom bre de Jesús...”
Pedro (com o u n jefe partisano frente a un nuevo

36
com pañero desconocido) se ve en la obligación de pre­
guntar: “¿Por qué lo haces?”
U n largo prim er plano de Pablo (profundam ente
m arcado por la m editación en el desierto que ha durado
tres años - y quizá ya atorm entado y deform ado por su
m isteriosa enferm edad del cuerpo), que habla, ilum i­
nado, y dice:
“Si evangelizo, no es por vanagloria... lo hago p o r­
que m e es absolutam ente necesario. ¡Ay de mí si no
evangelizase!”

Fundido en la sonrisa fraternal de Pedro.

24. París. Notre-Dame u otra gran iglesia. (Inte­


rior día).

(En prim er lugar habrá u n a “tom a com pleta” del


exterior de Notre-Dame).
Pablo está arrodillado en un banco, sum ergido en la
oración.
Junto a él, Bernabé.
El profundo silencio de la catedral se rom pe por un
débil estruendo intermitente: cañonazos, quizás; o un
bom bardeo lejano. Es apenas perceptible y, sin em ­
bargo, terrible.
De pronto Pablo interrum pe el recogim iento de la
oración com o si, de repente, viese o escuchase algo. Y
resuena u n a voz (que sólo él oye):
“Date prisa en abandonar la ciudad, ya que aquí tu
testim onio en mi favor no será escuchado” .
Pablo responde a la voz de Cristo:
“Señor, esta gente sabe que yo iba de sinagoga en
sinagoga para prender y encadenar a aquellos que
creían en ti; y cuando se esparció la sangre de tu testi­
m onio Esteban, yo tam bién estaba presente, entre los
asesinos...”
Y la voz de Dios: "Yo te enviaré lejos, a las naciones
de los gentiles...”

37
Pablo calla todavia, trastornado; apenas h a cesado de
resonar la voz de Dios, que del fondo de la puerta de la
inm ensa catedral avanza un grupo de gente, dos o tres
personas, presurosas, agitadas, com o quien tiene una
prisa terrible y es em pujado por el miedo.
Estas personas se acercan a Pablo wy Bernabé que
están rezando, llevando con aire asustado sus noticias;
“Están tras tus huellas, Pablo, y te buscan...”
“H an registrado la casa en la que vives...”
“Debes escapar, esconderte...”
Etc.
Bernabé, m ás experim entado que Pablo en estas
cosas - s e le persigue desde hace m ucho tiem p o - tom a
la decisión que le parece más justa;
“Te conviene volver a Tarso, la ciudad donde has
nacido, entre los tuyos... Allí te esconderás... no te
encontrarán... etc.” .
Todos juntos se dirigen casi corriendo hacia el portal
de la iglesia, por el que entra un rayo de sol deslum ­
brante, en la dolorosa penum bra; continúan resonando,
débiles, rem otos, los truenos de los bombardeos.

25. C iudad europea (Interior-exterior día)

Vista desde el exterior, la casa en la que Pablo ha


vivido de niño aparece com o una casa de personas m uy
ricas, m uy de bien y tam bién m uy discretas. N ingún
lujo exterior, ningún despilfarro; podría ser u n palacete
liberty, de buen gusto, etc.; en la parte delantera hay un
jardín, rodeado por discretos m uros o verjas de hierro
forjado, etc.
U na m agnolia, en u n rincón un poco húm edo, llega
a rozar u n a gran ventana del segundo piso; es la ven­
tana del estudio de Pablo.
El interior es com o el exterior; construido y deco­
rado en u n a época de mal gusto burgués y sin embargo,
a causa de un cierto sentido de la vida que debía dom i­
nar a los dueños de la casa -e s decir los padres de
P ab lo - todo tiene u n a cierta gracia severa.

38
Pablo está sentado en su viejo escritorio (alto,
grande, de nogal trabajado): pálido, alterado, cansado,
con la barba larga, débil, extenuado.
M ordido por su enferm edad física que lo hace sufrir
atrozmente.
Con el rostro alterado observa dos fotografías (con la
dedicatoria de sus padres): u n a representa a dos ricos
burgueses sonrientes y llenos de una antigua dignidad,
su padre y su madre. La otra le representa a él de niño:
estudiante de prim ero o segundo de bachillerato, con
u n a m edalla colgando de u n a cinta en el pecho.
Luego, com o si buscase alivio, se levanta de la silla
y, tam baleándose casi, se dirige a la gran ventana, mi­
rando hacia fuera.
Evidentem ente la casa está situada sobre la cim a de
una colina, porque a través de la ventana aparece una
gran parte de la ciudad, descendiendo hacia el puerto.
El m ar resplandece, azul y ausente -lejano.
Lo surcan barcas y navios.
C ontem plando a sus pies su ciudad natal, Pablo tiene
u n a débil y desanim ada sonrisa; m u rm u ra de form a
apenas perceptible:
“Yo soy Judío, de Tarso, ciudadano de u n a ciudad
conocida de la Cilicia...”
E n la m ism a calle en la que se levanta la casa de los
padres de Pablo, hay una escuela, el Gimnasio. Es m e­
diodía (suenan cam panas y sirenas); los m uchachos em ­
piezan a salir de la escuela que es, evidentem ente (o
m isteriosamente), la m ism a que Pablo frecuentó de ado­
lescente. Es una escuela de niños ricos: se ve. E sperán­
doles, m ientras se agrupan tranquilas y elegantes, fuera
del portal del Gim nasio, están las madres, que tienen el
aspecto de ricas señoras burguesas; o bien los chóferes,
que esperan a los hijos de sus amos, junto a su autom ó­
vil.
Se entrevé uno de estos señoritos: un m uchacho
guapo y pálido, encerrado en sí mismo, vestido casi
exactam ente com o el Pablo niño de la fotografía que,
sin u n a sonrisa, sigue al chófer, que le abre la puerta
del autom óvil oscuro y le da entrada, respetuosam ente.

39
Él se sienta, siem pre serio, en el gran asiento, apoyando
rígidam ente los libros sobre sus rodillas.
Pablo ha observado esta fugaz escena, idéntica a
aquellas en las que tantas veces había sido él el protago­
nista y se reconoce en ese m uchacho grave y casi os­
curo. N uevam ente u n a desconsolada sonrisa ilum ina
tristem ente su rostro de enferm o y m u rm u ra am arga­
mente, pero de form a apenas perceptible para sí:
“Circuncidado al octavo día... de la estirpe de Is­
rael... de la tribu de Benjamín... Judío entre los Judíos...
Fariseo en cuanto a la Ley...”
Se aparta de la ventana y aún cuando sufre, atraviesa
toda la casa (que de esta m anera al seguirlo, descubrire­
mos y describiremos), sale por u n a puerta de servicio,
atraviesa el jardín y entra en una especie de dependen­
cia, junto a un invernadero. Esta dependencia es un
taller artesanal, aparejado para la fabricación de m anu­
facturas textiles. Pablo se instala ante un telar y absorto
y triste em pieza a trabajar.
De repente, com o fulm inado, Pablo cae al suelo y
perm anece allí inm óvil, sin señales de vida.

26. Ciudad europea y cielo. (Interior-exterior día).

En esta escena se describe, a través de una técnica


que debe establecerse -q u iz á un truco fotográfico, e t c -
el “rapto al tercer cielo” de Pablo.

Probablemente la visión de un sueño.- reaparición de


un lugar infantil, con plantas, pájaros, insectos, agua:
un hum ilde y realista "paraíso terrenal”.

27. Ciudad europea. Estudio de Pablo. (Interior


día).

Pablo está leyendo en su estudio. C ontinúa su­


friendo, devorado por el mal y hum illado por Dios.

40
E n tra un cam arero y le anuncia una visita.
Pablo levanta los ojos interrogativam ente y en el
estudio lujoso y en penum bra, entra Bernabé.
Los dos amigos, conmovidos, se abrazan durante un
largo silencio.
Después Bernabé:
“Debes venir conm igo a Antioquía. De los fieles
exiliados por la persecución desencadenada después del
m artirio de Esteban, unos acabaron en Fenicia, otros en
Chipre y los otros en Antioquía. A provechaban paira
anunciar la buena nueva, limitándose a los judíos. Pero
algunos de ellos, que eran chipriotas o cirineos, cuando
llegaron a Antioquía ¡la anunciaron a los griegos!
El poder de Dios estaba con ellos y consiguieron
convertir a un buen núm ero...
La noticia ha llegado a Jerusalén y los discípulos me
han enviado a Antioquía.
He visto la obra de la gracia y me he com placido,
exhortando a todos -judíos y gentiles- a perm anecer
unidos en la Fidelidad al Señor, con el corazón paciente.
A hora he venido para llevarte conm igo a A ntioquía
y continuar juntos...”
Ante las palabras de Bernabé, el rostro de Pablo se
ha ilum inado; y con la luz, ha vuelto tam bién a él la
fuerza del hom bre de acción, la energía del m isionero,
del apóstol de la nueva Ley. Es verdad que la luz que le
ilum ina procede del recuerdo de la voz de Dios que
resonó en el tem plo (“Yo te enviaré lejos, a las naciones
de los gentiles"), sin embargo, el celo que renace en él
es ahora el celo del sacerdote, no del santo.

Conceptos expresados en una nueva intervención de


Satanás y su enviado.
El diablo ‘E n via d o ” imita la voz de Dios repitiendo
la fra se de la pág. 47.

28. Ginebra. Estación. (Exterior día).


Pablo y Bernabé descienden de un tren que se de­
tiene en la estación de G inebra (Antioquía): vestidos

41
m odesta pero dignam ente, com o burgueses que tienen
u na idea tradicional de la dignidad.
Descendiendo del vagón, con el aire inspirado de
quien llega para hacer grandes cosas, atraviesan la m u­
chedum bre, llevando tras de sí ligeros equipajes.
Salen de la estación y se pierden en la gran plaza,
con paso gallardo y veloz.

Fundido
45 después de Cristo
29. Ginebra. (Exterior día).

A orillas del lago, Pablo, Bernabé, Simeón, el lla­


m ado Negro, Lucio el Cireneo y M anaén, herm ano de
leche de H erodes el Tretarca (Hechos 13.1-14.28), están
rezando. A su alrededor, una gran m uchedum bre de
fieles (doscientas o trescientas personas), siguen sus o ra­
ciones, com o cofrades de una procesión o com o des­
pués de u n a reunión sagrada.
D e‘repente se escucha la voz de Dios.
“Dejad disponibles a Bernabé y Pablo para la misión
a la que les he destinado” .
El fuego de la vocación arde con m ayor fuerza en los
ojos de Bernabé y Pablo.

30. M arsella. Puerto. (Exterior día).

Pablo, Bernabé y un tercer misionero, Juan llamado


M arcos, están en el puerto de M arsella (Seleucia, H e ­
chos 13.4-13), esperando embarcarse.
Sus ojos arden llenos de fuerza y esperanza.
A su alrededor gira la m uchedum bre de pasajeros,
m arineros, m ozos de cuerda: pero nada parece tener
sentido ni sonido. Se escucha una m úsica que pro­
rrum pe im petuosam ente:

45
Interpretación m usical del canto revolucionario que
y a se ha escuchado en la escena 1 7.
Fundido encadenado.

Siem pre con el m ism o tem a musical de fondo, Pablo


y los dem ás se em barcan en una gran nave, perdién­
dose en la cubierta entre los pasajeros.

Fundido encadenado.

E ntre los zum bidos de las sirenas, el barco se va


alejando del m uelle y lentam ente empieza a hacerse
a la mar.

Fundido encadenado.

El barco ya está lejos, navegando hacia alta m ar...

Fundido encadenado.

El barco ya no es m ás que un punto im perceptible en


el azul horizonte.

Fundido.

(Esta escena se rueda de verdad, se “roba” com o se


dice en la jerga cinematográfica: por tanto no se necesi­
tan com parsas, únicam ente los tres actores).

A ñadir escena infernal en la que Satanás encarga a


su enviado encarnarse en Lucas que, habiendo acabado
de escribir el Evangelio, se dispone a escribir los “H e ­
chos" (y Satanás le encarga escribirlos con un estilo
falso, eufemístico y oficial).
La siguiente escena (31) empieza con la llegada de
Lucas: con él entramos en la sala de reuniones; por las
voces que lo saludan sabemos que es Lucas; finalm ente,
por una fero z sonrisa escondida que se dirige a través
de un espejo, se nos confirma que en él se ha encarnado
el enviado de Satanás.

46
31. Sala de reuniones clandestinas en París. (Inte­
rior día).

U n grupo de “revolucionarios” cristianos se han reu ­


nido en la sala. E ntre ellos, los Apóstoles más im por­
tantes, los jefes, Pedro y los demás.
Sin em bargo, el centro de la atención es Juan, lla­
m ado M arcos. Tam bién está presente, atento (pero al
m ism o tiem po desplazado y com o ausente) el autor de
los Hechos, Lucas.
Todos form an u n círculo, ansiosos, alrededor de
M arcos; le preguntan: “¿por qué has vuelto? ¿Por qué
has dejado a Pablo?, etc.”
Marcos:
“ ¡Sí, ciertam ente, ha hecho grandes cosas! Recuerdo
que apenas recién llegado a Pagos, donde estaba el
procónsul Sergio Paulo, u n hom bre inteligente... que
tenía a su servicio a un m ago, un falso profeta judío, un
tal Bariesús... Pues bien, Pablo, m irándole a los ojos,
confundió a este hom bre lleno de malicia, fabricante de
fraudes y de intrigas... y lo cegó... y el procónsul, adm i­
rado p or el prodigio, creyó en Cristo...
Nos em barcam os en Pafos y llegamos a Perge, en
Panfilia... Allí m e separé de él y lo dejé...”
“Pero ¿por qué, por qué lo has hecho?”
“Sé que desde Perge h a ido después a A ntioquía y
que h a difundido la palabra de Cristo de tal m anera que
al salir de la sinagoga, la gente le pedía que tom ase la
palabra todos, lj&s sábados... Y m uchos judíos y buenos
prosélitos estaban junto a Pablo y Bernabé, quienes los
exhortaban a perseverar en la gracia de Dios... Tam bién
sé que al observar tanto éxito, a los judíos les roían los
celos y vertían injurias sobre Pablo y sus palabras... Y
Pablo les gritaba: “A vosotros, antes que a los demás, se
debía anunciar la palabra de Dios. Pero ya que la recha­
záis y no os creéis dignos de la vida eterna, nos dirigire­
mos a los gentiles... ”
“¿Habéis entendido?”
Y añadía: “Así nos lo h a m andado el Señor: ¡yo te he

47
puesto para la luz de las naciones, para que lleves la
salvación hasta los confines de la tierra!”
N aturalm ente, al oír esto, los gentiles se alegraron,
m agnificando la palabra de Dios: y, satisfechos, creye­
ron en él.
Después, expulsados de allí por los judíos, Pablo y
Bernabé fueron a Iconio: y tam bién en Iconio m uchos
griegos, paganos y no elegidos, abrazaron la fe.
Y tam bién en Listra, Derbe y los alrededores... Des­
pués, perseguidos y expulsados u n a vez más, nueva­
m ente a Iconio, Antioquía... N om braron un presbítero
para cada u n a de las iglesias fundadas, entre ellos tam ­
bién griegos, paganos y no elegidos...
Siem pre perseguidos y amenazados de m uerte, lapi­
dados -¡u n día se creyó que Pablo había m uerto!- atra­
vesaron Pisidia, llegaron a Panfilia predicando, fun­
dando otras iglesias...
Finalm ente volvieron a A ntioquía de Siria... A su
llegada reu nieron a las iglesias y contaron las grandes
cosas que el Señor había hecho con ellos, abriendo ¡a
los gentiles, a los paganos, a los no elegidos, las puertas
de la fe!” (cfr. Hechos, 14.21-15.2).
“¿Por lo tanto tú has abandonado a Pablo porque
predicaba a los gentiles, a los no elegidos, la palabra de
Cristo?”
“ ¡Sí, p or esto! Lo que hace Pablo es escándalo” .
Pedro h a escuchado este discurso furibundo, tenso,
“escandalizado” . Tem blando casi de dolor y de rabia,
dice:
“Hay que escuchar lo que dice Pablo de todas estas
cosas” .

L ucas observa con un secreto guiño.

32. Estudio de Lucas. París. (Interior día).

De espaldas, en escorzo, casi irreconocible, Lucas


está escribiendo inclinado sobre su pequeño escritorio,

48
en uno de aquellos interiores parisienses que dan sobre
las fachadas de viejos edificios en las estrechas calles de
los barrios viejos.
Escribe, con su guiño irónico impreso en los rasgos:
la escritura es elegante, ordenada, precisa y sin correc­
ciones.
“A su llegada a A ntioquía reunieron a la iglesia y
contaron, prim ero el uno y después el otro, las grandes
cosas que el Señor había hecho con ellos, abriendo a los
gentiles las puertas de la fe...
A lgunos cristianos llegados de Judea insinuaron a los
herm anos no judíos: “Si no os hacéis circuncidar según
la costum bre de Moisés, no podéis salvaros” . Surgieron
discordias y discusiones con Pablo y Bernabé. Entonces
se decidió que Pablo y Bernabé fueran a Jerusalén a
consultar con los ancianos sobre esta cuestión...” (H e ­
chos 15.1-35).
Lucas, u n a vez finalizadas estas líneas, com o reco­
brado y vuelto a la realidad, eructa y sale de la habita­
ción.

33. Calles de París. (Exterior día).

Siempre visto de espaldas, casi irreconocible, segui­


mos a Lucas que cam ina con prisa por las calles de
París (sumergidas siem pre en la angustiosa atm ósfera
de la guerra). Hasta que llega frente a la casa de las
“reuniones clandestinas” y, prudentem ente, m irando
miedoso a su alrededor, entra en el portal.

34. Sala de reuniones clandestinas en París. (Inte­


rior día).

U n a gran confusión acoge al “endem oniado” Lucas.


U n vocerío confuso, unos gritos de rabia que se alzan
de im proviso, peroratas, desprecios, exclam aciones de

49
escándalo. U na cincuentena de personas (ancianos y
apóstoles) están absortos en sus “serias discusiones”
(Hechos 15.1-35) y en la sala el vocerío es ensordecedor.
Com o en un fragm ento de “cinem a-verité”, tras las
espaldas, las nucas, los rostros encendidos y chillones
en prim er plano, Lucas ve al fondo, lejanos, a Pablo,
Pedro y los demás, sum ergidos tam bién en u n a violenta
discusión. Pedro y Pablo están uno frente a otro, ceñu­
dos e indignados, com o dos adversarios.

Fundido.

(Escena que se rodará en los estudios, cfr. arriba).

35. Estudio de Lucas. París. (Interior día).

Lucas, jorobado, de espaldas, m isterioso, irónica­


m ente sum ergido en su puntillosa inspiración hagiográ-
fica y lealista, continúa narrando los Hechos con su
bella caligrafía:
“ ...En Jerusalén fueron recibidos por los ancianos y
los apóstoles, ante los que expusieron las grandes cosas
que Dios había obrado con ellos por todas partes. A lgu­
nos convertidos del partido de los Fariseos -estrictos
creyentes- expresaron la opinión que los paganos, al
recibir la fe, debían ser circuncidados, prescribiéndoles
después la observancia a la ley mosaica.
Los apóstoles y los ancianos se reunieron aparte para
estudiar m ejor la cuestión, produciéndose serias contro­
versias...” (Hechos, 15.1-35).

36. Sala de reuniones clandestinas en París. (Inte­


rior día).

A hora en la sala hay m ucha calma, dem asiada quizá.


Todos están sentados en círculo alrededor de los jefes,

50
los rostros descontentos, turbados, impacientes, o sim ­
plem ente resignados.
Se levanta Pedro y con fatiga, com o si hiciese un
esfuerzo sobre sí m ism o (por razones diplomáticas y
cediendo por el bien de todos), tom a la palabra:
“H erm anos, vosotros sabéis que desde antiguos días
Dios me eligió para llevar a los gentiles - a los no elegi­
d o s- el evangelio que introduce a la fe.
Y Dios que conoce los corazones, les h a ayudado
otorgándoles el espíritu santo com o a nosotros los Ju ­
díos: y no ha hecho ninguna distinción entre nosotros y
ellos, u n a vez que sus corazones se han purificado a
través de la fe...” (Hechos 15.1-35).
La asam blea escucha en silencio esta introducción.
El rostro “fariseo” de Pablo está radiante y triu n ­
fante.
Se levanta Jacobo (como Pedro, pero m ás concilia­
dor):
“H erm anos, escuchadm e. Es verdad que desde los
días antiguos Dios eligió un pueblo entre los paganos
consagrándolo en su nom bre. Pero en las palabras de
los profetas tam bién está escrito: “Después de esto, ree­
dificaré la casa de David que había caído: reconstruiré
sus ruinas y la erigiré, para que el resto de los hombres
busque al Señor...”
“Por ello creo que no deben crearse dem asiadas obli­
gaciones aquellos que proceden del paganism o y vienen
a Dios; sino que les notificaremos por escrito las cosas
de las que deben abstenerse...”
Pablo continúa radiante y triunfante; Lucas sonríe y
esconde la ironía que lo desfigura sonándose la nariz.

37. E studio de Lucas. P arís. (Interior día).

Lucas continúa escribiendo, con la eufem ista dulzura


recom endada por Satanás, com o si todo estuviera ilum i­
nado por la prudencia y la inspiración divinas:
“Entonces los apóstoles y los ancianos, de acuerdo

51
con los dem ás herm anos, eligieron personas representa­
tivas - a Judas el llam ado Barsabá y a S ila- para enviar­
las a Antioquía, con Pablo y Bernabé, llevando una
carta conciliar...”

38. Sala de reuniones clandestinas. (Interior día).

Pablo, Bernabé, Judas y Sila, y a están dispuestos a


partir hacia Antioquía. Es la hora de las despedidas.
Jacobo les entrega la carta conciliar sellada.
Pedro los v a abrazando uno a uno y por últim o a
Pablo, durante largo tiem po (¿con verdadera y com ­
pleta sinceridad?).
Los cuatro delegados, lentam ente, pero con el paso
de quien tiene u n a gran m eta que cum plir, salen de la
sala de reuniones.

39. Contracielo. (Exterior día).

(Aparece m isteriosam ente, desenfocado, contra el


cielo de u n azul profundo, el rostro m arcado, dulce e
inalcanzable del A utor de los Hechos, que deja caer
sobre el espectador -c o m o en abstracto y desde lejos-
estas palabras:
“Con cada institución nacen las diplomacias y los
eufemismos.
Con cada institución nace un pacto con la propia
conciencia.
C on cada institución nace el miedo del com pañero.
La institución de la Iglesia sólo fue u n a necesidad".)
Diablos.

52
49 después de Cristo
40. Ginebra. (Exterior día).

U n a lenta panorám ica desde la estación de G inebra


sobre la plaza (por donde pasaron Pablo y Bernabé la
prim era vez que llegaron juntos a esta ciudad) nos hace
com prender que nos hallam os en Antioquía.
Pablo y Bernabé están recogidos en oración a orillas
del lago, casi en el m ism o lugar donde la voz de Dios,
seis años antes, los había designado para la prim era
misión.
A su alrededor, otros muchos: Juan el llam ado M ar­
cos, Sila, etc. Tam bién Lucas, que desde u n determ i­
nado m om ento en adelante, bajará los ojos y y a no
m irará lo que sucede.
De repente Pablo deja de rezar y com o inspirado,
m ira a Bernabé.
Pablo:
“Pongám onos en cam ino y vayam os a ver cóm o
están los herm anos de las ciudades en que anunciam os
el evangelio durante nuestro prim er viaje...”
Bernabé siente en seguida la m ism a inspiración.
“Sí, y llevem os con nosotros a Juan, el llam ado M ar­
cos...”
“¿Juan el llam ado M arcos? ¿No te acuerdas que en
Panfília nos abandonó y nos dejó sin ayuda?”
“¿Qué im porta? Es un buen herm ano” .
A su alrededor los otros escuchan incómodos, m ie­
dosos (Lucas reza con los ojos bajos).
Entonces u n a furia im prevista y poderosa desfigura

55
casi el rostro inspirado de Pablo, que prorrum pe en voz
alta:
“ ¡Pues bien, separém onos entonces!”
Bernabé lo m ira sorprendido y al propio tiem po fu­
rioso.
Bernabé:
“A h, ¿así lo quieres?”
“ ¡Sí, separém onos! Tú ve con Juan el llam ado M ar­
cos donde quieras. Yo llevaré conm igo a Sila e iré a
Siria y a Cilicia”.
Se levanta bruscam ente y dando la espalda a Ber­
nabé, se aleja.
Prim ero Sila y después Lucas (con los ojos bajos)
siguen tras él.

41. Ciudad piamontesa. (Exterior día)

“Y llegó a D erbe y después a Listra...” (Hechos 15.-


36-18.22).
U n autobús recorre las afueras de u n a ciudad de
provincias polvorienta, vieja, pero con sus fábricas y
sus nuevas construcciones neocapitalistas.
E n u n a placita del centro, el autobús se detiene y
Pablo y Sila -c o n el inspirado paso de los m isioneros-
descienden y se pierden entre la pequeña m uchedum bre
de prim eras horas de la tarde.

42. Ciudad piamontesa. (Exterior día).

E n u n a tranquila calle de la ciudad se levanta un


gran edificio público, que podría ser u n viejo palacio
acondicionado para funciones culturales o la sede de la
Federación de un Partido.
E n la calle hay una anim ación insólita.
U nos guardias adorm ilados, pero atentos; y en la
esquina de u n a calle, u n a cam ioneta de la policía.

56
introducir una escena que se desarrolla en el “sec­
tor" cristiano de la ciudad. Pablo controla el funciona­
miento de la organización (hojas ciclostiladas, diarios
murales, propaganda) y sobre todo el libro de cuentas
(los donativos de los ciudadanos ricos, industriales, etc.).

E n el interior del edificio, en u n a sala llena de gente,


Pablo está hablando:
“ ...Vosotros ya sabéis las enseñanzas que hem os im ­
partido de parte del Señor Jesús. Ya que ésta es la
voluntad de Dios, en el que consiste vuestra santifica­
ción: que os abstengáis de la fornicación; que cada uno
de vosotros sepa usar del instrum ento de su propio
cuerpo con santificación y honor y no con pasión vo­
luptuosa, com o acostum bran a hacer los paganos que
ignoran a Dios; que nadie peque y engañe a su her­
m ano en estas cosas, ya que Dios es justo castigador de
todas estas cosas, com o ya os hem os dicho y tantas
veces declarado...”
M ientras Pablo dice estas palabras, se irá “descri­
biendo” al público oyente, en particular, a un hom bre
joven, de unos veinte años, pero serio, recogido, casi
oscuro, tallado con u n a juvenil delgadez llena de n o ­
bleza: la gravedad de su expresión podría ser tam bién la
de u n hom bre adulto, pero la ingenua tensión de sus
ojos, revela su juventud.
Junto a él, de pie y cogida de su mano, u n a m ucha­
cha que se le parece un poco, tanto en la delgadez com o
en la ingenua atención que presta: puede que sea su
novia o quizás una com pañera de colegio.
Los ojos de Pablo, m ientras habla, se detienen en
aquel joven y lo observan.
“ ...Dios no nos ha llam ado para la im pureza sino
para la santificación... Así pues quien rechaza estos
preceptos no rechaza a un hom bre, sino a D ios...”
El m uchacho se ha dado cuenta de que Pablo lo
observa y a su vez m ira intimidado, trastornado, con
m ayor atención todavía.
“A cerca del am or fraternal no tenéis necesidad de
que os hable de ello: porque vosotros m ismos sois ins­

57
truidos por Dios para que os améis m utuam ente. Y en
efecto así lo hacéis con todos los herm anos de la ciu­
dad...” (I Tesalonicenses 4.4-84.9-12).
M ientras habla, Pablo sigue observando al m ucha­
cho, que intercam bia la m irada cada vez m ás confuso y
rígido.

Fundido encadenado.

Pablo continúa su discurso:


“E n cuanto a la venida del Señor y a vuestra reunión
con él os suplicam os, herm anos, que no dejéis contur­
bar vuestra convicción ni os asustéis, ni por causa del
Espíritu ni de la palabra... com o si el día del Señor
fuese inm inente...
Que nadie os engañe en m odo alguno, porque si no
viene prim ero la apostasía y se m uestra el Hijo del
Pecado, el hijo de lá perdición, aquel que se enfren­
ta y se levanta contra todo lo que se llam a Dios y es
objeto de culto, hasta asentarse en el tem plo de Dios y
declarar que él m ism o es Dios... no llegará el día del
Señor.
Y ah ora ya sabéis lo que retiene ese día, de m anera
que podéis reconocerlo en su m om ento.
Pero el m isterio del mal ya opera en las cosas.
Sólo -que está ahí el que lo retiene hasta que se quite
de en medio. Y entonces se revelará el inicuo, al cual el
Señor Jesús destruirá con el aliento de su boca y anu­
lará con el esplendor de su venida. El inicuo -c u y a
venida será de acuerdo con la energía de Satanás, con
toda fuerza, señales y prodigios engañosos y con todo
fraude p ara los perdidos, porque no aceptaron el am or
a la verdad que los habría salvado. Y por esto les envía
Dios la energía del error, de suerte que crean en la
m entira, a fin de que sean condenados todos aquellos
que no creyeron en la verdad, sino que se com placieron
en el m al” .
C uando pronuncia estas palabras Pablo está terrible,
casi lívido por causa de quien sabe qué m isteriosa obs­
trucción, de su alma.

58
Fundido encadenado.

El discurso de Pablo ha acabado. E n la sala perduran


los com entarios: aquí y allá, grupos de personas char­
lando, etc.
Seguido de Sila y otros que le son m ás cercanos,
Pablo se acerca al joven que había observado m ientras
hablaba, y que todavía perm anece allí asiendo la m ano,
m écanicam ente, de su m uchacha.
Pablo:
“ ¿Deseas seguirm e?”
El m uchacho responde precipitadam ente, sin pensar
siquiera:
“Sí” .
“¿Cómo te llam as?”
“T im oteo” .
“¿Quiénes son tus padres?”
“Mi padre es griego, m i m adre judía, conversa...”
“Prim ero te circuncidaré -a u n q u e sea lo contrario de
cuanto m an ten g o - a causa de los judíos de esta ciudad,
que saben que tu padre es griego” .
El m uchacho lo m ira, obediente. En Pablo hay la
prepotencia del jefe.

Fundido.

43. Ciudad lombarda. (Exterior-interior noche).

Pablo duerm e en el cuartucho de un piso del centro


de la ciudad (que precedentem ente se habrá m ostrado a
vista de pájaro o en panorám ica, desde arriba: corres­
ponde a la ciudad de Troade).
Pablo se encuentra mal; durante el sueño se agita y
gime. Su enferm edad lo atorm enta, etc. Lo vela Tim o­
teo, su nuevo seguidor que va tras él desde hace poco
tiempo y es su predilecto.
Los gem idos de Pablo se prolongan y de vez en
cuando se despierta y pide de beber, etc.

59
Finalm ente parece que se am odorra ligeram ente ali­
viado.
Tim oteo lucha con el sueño hasta que éste lo vence.
Am anece. La prim era luz blanca entra en la triste
habitación.
Pablo tiene los ojos abiertos, fijos en u n a visión.
A nte él aparece u n joven: rubio, alto, fuerte, bellí­
simo, de ojos claros, sensual y puro.
M ira a Pablo a los ojos, lleno de esperanza y a la vez
de m u ch a tristeza.
Pablo tam bién lo mira, en silencio.
Por fin el joven em pieza a hablar: “ ¡Ven a M acedo-
nia a ayudarnos!” (H echos, 16.9).
Pablo lo m ira sorprendido, pero ante sus ojos, lenta­
m ente, se transform a. Aquel joven rubio y fuerte, poco
a poco -c o m o si algo externo a él representase física­
m ente interioridad y v erd ad - va palideciendo, roto, de­
vorado por u n m isterioso mal; lentam ente queda m edio
desnudo, horriblem ente delgado, cae al suelo, se ovilla:
se h a convertido en u n a de aquellas atroces carroñas
vivientes de los cam pos de exterm inio, con la cabeza
rapada, la piel azulada, los ojos asquerosam ente son­
rientes, saltones en el rostro reducido a unos pocos
huesecillos, com o el de un niño, con la m enguada carne
horriblem ente desfigurada por repugnantes llagas y p u ­
rulencias.

44. Campos de Alemania. (Exterior día).

E n u n tren cargado de em igrantes y gente pobre,


Pablo y sus seguidores (Timoteo, Sila y el autor de los
Hechos de los Apóstoles, es decir Lucas, siem pre poseído
por el dem onio) recorren las grandes llanuras alem anas
-p u eb lo s con los tejados en pan de azúcar, etc - las
infinitas extensiones de la periferia industrial de las
grandes ciudades, etc. (Hechos, 16.9).
(El departam ento del tren puede rodarse en Italia,
con unos cincuenta comparsas: por separado se rodarán

60
las “vistas” desde la ventanilla, de la A lem ania agrícola
e industrial).

45. Estación de Munich o Colonia. (Exterior día).

Pablo y sus seguidores, perdidos entre la m uchedum ­


bre de la estación de la gran ciudad alem ana y luego en
el tráfico de la gran plaza de la estación.
Destacan soldados americanos.
Tam bién destacan policías alemanes; m uy parecidos
todavía, y siem pre, a las SS, con su culto a la autoridad
y al orden (im pregnados de una especie de misticismo y
castidad que transform a esos rostros odiosos en casi be­
llos).
Los nuestros se pierden entre la inm ensa m uche­
dum bre, en el tráfico, en medio de hom bres volcados a
todo m enos a la religión. Algunos policías se les acer­
can y les piden la docum entación.

Por segunda■vez las imágenes van acompañadas de


un fondo musical: sin em bargo,' esta vez se trata de
música saca.

46. Prisión de Munich o Colonia. (Exterior día).

El cerco se ha estrechado, la voluntad del orden se ha


cumplido.
El ojo de la policía, dirigido prestamente hacia aque­
llos anómalos, ha hecho seguir prontam ente la acción a
la contem plación.
Pablo y los suyos descienden de u n coche celular que
se detiene ante la puerta de u n a cárcel y atraviesan la
triste puerta, tras los guardias, seguidos de u n a indife­
rente escolta de místicos y puros sabuesos de la autori­
dad.
(Se rodará en A lem ania - u n a veintena de com par­
sas).

61
47. Despacho de la prisión de M unich o Colonia.
(Interior día).

Los prisioneros son introducidos en el despacho de


u n com isario (o alguna autoridad de este tipo, de as­
pecto odioso, gubernativo, servil, con los rasgos patoló­
gicos y repelentes de la pequeña burguesía ignorante,
etc.).
Los interroga bruscam ente, disociándose de ellos (co­
m o los jefes de los cam pos de exterm inio se disociaban
de aquellos cuya vida “no era digna de ser vivida”).
“¿Quiénes sois? ¿Qué habéis venido a hacer aquí?
etc.”
Pablo y sus seguidores no responden, orgullosos y
resignados a lo peor etc.
U n guardia se acerca suavem ente y u n puño violen­
tísimo parte im previsible, deslum brante, com o el ataque
de u n a vívora: Pablo, herido, cae al suelo, retorciéndose
con la boca sangrante.
Em pieza el largo apaleo de la policía -q u e es inútil
describir.
(Escena que puede rodarse en los estudios).

48. Cárcel de Munich o Colonia. (Interior día y


noche).

Evidente y absurdam ente (cfr. palabras autor de los


Hechos, escena 24) las celdas de la cárcel de M unich o
Colonia (que se pueden reconstruir en el teatro) son
com o las celdas de la cárcel de Filipos: los prisioneros
están atados con cadenas fijas en los m uros.
Es de noche. Pablo sufre m uchísim o de su mal que
lo cubre de llagas e hinchazones (de tal m anera que
parece el “m onstruo” del cam po de exterm inio
que durante su sueño se transform ó aquel joven ale­
m án que lo llam ó a Alemania).
A pesar del torm ento, se levanta con fuerza y em ­

62
pieza a cantar: para darle ánimos, Sila canta tam bién
con él el canto sacro.
Los prisioneros escuchan. De pronto, u n violento
terrem oto sacude los cim ientos de la prisión: las puertas
se abren solas y las cadenas, fijas en las paredes, se
desprenden. El carcelero despierta y ve las puertas de
par en par; pensando que los prisioneros se han eva­
dido, saca la pistola de la funda y v a a intentar suici­
darse por tem or al castigo, cuando Pablo le grita: “¡No te
hagas daño, no hemos escapado” (Hechos, 16,19-32).
Entonces el carcelero, trém ulo, entra en la celda con
el farol y cae a los pies de Pablo y Sila:
“Decidme qué he de hacer para salvarm e” .
Pablo lo observa con una m irada escrutadora que
llega hasta el fondo, que hurga en su conciencia, leyén­
dolo todo aún aquello que él m ismo desconoce. Final­
mente, com o adivinando la propia realidad y pudiendo
así interrogarla y revelarla, el carcelero, com o si estu­
viese m ás allá de sí mismo, empieza, inspirado, el si­
guiente discurso:
“¿Qué puedo hacer para salvarme?
T ú m e has inspirado; contigo sé aquello que nunca
he sabido, porque tu m irada no está dentro de mí ni
dentro del m undo. Yo me he confundido y he confun­
dido el m undo. He creído que mi deber estaba aquí.
Pero el poder al que he servido no tiene sólo u n a m a­
nera de excluir, segregar, m artirizar y asesinar a aque­
llos cuya vida considera que no es digna de ser vivida.
Ni tam poco tiene un carcelero, que ha hecho de mí su
siervo. Así mi vida ha sido digna de ser vivida ante el
poder: pero ya no lo es ante mi conciencia. De cuántos
delitos he sido cómplice, con un odio que por servi­
lismo hacia los am os he probado realmente, sin darm e
cuenta que los am os m e hacían objeto del mismo tipo de
odio, ante aquellos que son mis herm anos” .
Pablo, llagado y desfigurado por el mal que lo
afecta, tiene la fuerza de pronunciar con convicción y
dulzura:
“Cree en el Señor Jesús y estarás a salvo, tú y tu ca­
sa” .

63
Una vez dichas estas palabras Pablo pierde el sentido
y cae. En su desvanecimiento, empieza a delirar: debe
sufrir atrozm ente a causa de alguna pesadilla. M u r­
m ura palabras confusas como “P adre”, “M a d re”, agi­
tado por un terrible fren esí que hace temblar todos sus
miembros.

49. Sueño de Pablo. Tarso. Ambientes varios.


Pablo sueña fragm entos de su infancia.
S u nacimiento.
S u lactancia.
S u padre cuando un día, en el jardín, lo levantó
hacia el cielo.
Una escapada de la escuela (que ya hemos visto d u ­
rante su estancia en Tarso). Con algunos compañeros
vaga por los alrededores de la ciudad y llega a un lugar
cam pestre encantado (que ya se le ha aparecido durante
el rapto al Tercer Cielo).
Finalm ente llega con sus compañeros al estadio. Unos
muchachos mayores hacen carreras. Luego, en los ves­
tuarios, se desnudan ante la mirada de los'muchachitos
de Pablo.
De vuelta a casa Pablo se encuentra mal. Tiene con­
vulsiones. Las mism as que lo perseguirán durante toda
su vida.

50. Prisión de Munich o Colonia. (Interior día).

E n la celda se h a hecho de día.


Llega el carcelero convertido, con talante alegre y
anuncia:
“ ¡Los m agistrados os dejan el libertad, podéis m ar­
char!”
Pablo se ha liberado del ataque de su mal.
Su rostro es norm al. Su expresión, dura, segura, casi
autoritaria. (Se diría que el antiguo Fariseo, nacido en la
norm a, en la legalidad y en el privilegio, habla ahora en

64
él, irreconocible respecto al Pablo que durante la noche
había cantado la canción sacra).
Habla decidido, con dureza:
“N os h an golpeado públicam ente y sin u n proceso
en regla; han encarcelado a dos ciudadanos libres ¿y
ahora quieren liberarnos a escondidas? Que nos vengan
a liberar ellos personalm ente” .

Fundido en su rostro, seguro y furioso.

51. Bonn. (Exterior-interior día).


A través de u n a vista general de la ciudad (Filipos) se
pasa al interior de un am plio despacho: es el “sector
cristiano” de Bonn. Hojas ciclostiladas, diarios, m ani­
fiestos. H asta hay u n a pequeña tipografía. Pablo lo va
visitando con el aspecto y la actitud de u n m inistro, de
un jefe.
Luego, seguido de sus colaboradores más im portan­
tes sale y sube a un gran Mercedes.
El recorrido del M ercedes nos m uestra un barrio rico
de la capital. H asta que el coche se detiene ante una
casa particularm ente lujosa, en una zona residencial de
la gran burguesía: es la casa de Jasón.

52. Casa de Jasón de Bonn. (Interior día).

El interior de la casa de Jasón corresponde al exte­


rior. U n a refinada casa de grandes burgueses, inm ensa,
am ueblada con refinam iento, etc.; centro de reuniones
m undanas y quizá tam bién literarias (entre los invitados
hay varios intelectuales).
Punto culm inante de un cocktail: señoras elegantes,
servidum bre, cristalerías, sillones, ángulos del salón,
etc. Sonrisas m undanas de “espirituales” señoras (“y
tam bién distinguidas señoras, de copete y respetables
griegos” , Hechos, 17.4-15).
Todos los invitados se disponen a escuchar a Pablo

65
(como en u n salón m oderno se escucha, pongam os, a
Krisnam urti, huésped de alguna señora “de copete”):
dejan sus vasos, etc., se reúnen en un salón m ás grande
donde, con m ucho respeto y un estrem ecim iento de
escándalo y espectativa, se introduce al “santón” Pablo.
C ontinúa duro, seguro, “fariseo”, com o en la últim a
escena de la cárcel.
El público calla y Pablo empieza a hablar:
“He aquí que el vivir es Cristo y el m orir u n a ganan­
cia.
Si el vivir en la carne es para mí fruto de trabajo,
¿qué escoger? N o lo sé.
P or ello estoy en m edio de estas dos cosas: por un
lado el deseo de soltarm e de mi cuerpo y estar con
Cristo, que es lo mejor; por el otro, perm anecer en la
carne es m ás necesario por causa de vosotros.
Y con seguridad sé que quedaré y perm aneceré a
vuestro lado, para vuestro progreso y gozo en la fe, a
fin de que aquello que es vuestra ufanía abunde en
Cristo a causa de mi presencia entre vosotros...”
La gente, en el salón, lo.escucha con reverencia, pero
es u n a reverencia prem editada, de la m ism a m anera
que su com prensión es a priori. E n el fondo, no les
interesa la “realidad” de lo que dice Pablo, les basta, en
cierto sentido, el sonido de su voz en lo que a él res­
pecta y en cuanto a ellos mismos, su atención, que
im plica u n a especie de fidelidad a m edias por la que se
debe ser religioso y hasta confesional.

Fundido encadenado.

Pablo continúa su discurso:


“De m odo, am ados míos, obedientes com o habéis
sido siempre, labrad vuestra salvación con tem or y tem ­
blor. Dios es, en efecto, el que opera en vosotros tanto
el querer com o el obrar para su beneplácito.
Haced todas estas cosas sin m urm uraciones ni dispu­
tas, a fin de que resultéis irreprensibles y puros, “hijos
sin tacha de D ios”, en medio de la “generación torcida
y pervertida), entre la que debéis resplandecer com o

66
lum inares en el m undo, llevando alta la doctrina de
vida: que será para mí m otivo de ufanía en el día
de Cristo de que no corrí en vano ni en vano m e afané.
Pues aunque fuere inm olado en oblación y servicios de
vuestra fe, me alegro y congratulo con todos vosotros
de la m ism a m anera que vosotros os alegráis y congra­
tuláis conm igo...”
Com o ya hem os dicho, en el fondo de la sala hay
unos intelectuales, viejos y jóvenes, curiosos. N o son
antipáticos. Antes bien, representan la luz de la inteli­
gencia en aquel m undo rico, elegante, pero en el fondo,
culturalm ente, de mal gusto.
E scuchan con un distanciam iento “laico” , lo que
dice Pablo, ya que por formación, educación y natura­
leza están alejados de él. Su crítica puede ser aceptable.
“Tiene u n a verdadera sed de m uerte” . “U na tanatofi-
lia, bien comprobable clínicamente...” «“A la que se po­
dría añadir otra manía: la de verlo todo en térm inos de
relación entre m adre e hijo, entre padre e hijo. Por
casualidad lo oí en Listra, Cilicia: “Estoy m uy bien
entre vosotros, com o u n a m adre que nutre y calienta en
su seno a sus hijos..."» “En resumidas cuentas, ¡paterna­
lista y... m aternalista al m ismo tiempo! Bien, la autori­
dad llega al corazón del hijo tanto a través del padre
com o de la m adre (este segundo caso es más insidioso).
No concibe otra cosa fuera de este intercam bio de pape­
les entre padres e hijos, en generosa donación de los
beneficios de la autoridad” . “Es una continua identifica­
ción con su padre y su m adre (dos ricos burgueses de
Tarso, parece, con todos los papeles en regla). Así que
sólo nos puede tratar com o sus hijitos, enterneciéndose
com o u n a m adre y reprendiendo en calidad de padre” .
“De ahí procede el hecho de que se considere indispen­
sable” . “Su m adre lo habrá acostum brado a esto, dado
que era un niño m odelo siem pre recom pensado”. “Es
un clarísim o caso de narcisism o” . “Desde el punto de
vista de Jung, dada su apocalíptica voluntad de m orir,
que me parece más colectiva que personal” . “Quien
sabe p o r qué quiere castigarse este sacerdote, con su sed
de m uerte” .

67
(M ientras en prim er plano resuenan estos com enta­
rios, la voz de Pablo continúa hablando al fondo, reci­
tando la exhortación de la Epístola a los Filipenses, de
la que se h a tom ado este discurso).

Fundido encadenado.

Pablo continúa hablando:


“H erm anos, haceos imitadores míos y observad a los
que cam inan com o al modelo que tenéis en nosotros.
Hay m uchos que cam inan com o enem igos de la Cruz
de Cristo... y con llanto os lo digo: su fin es la perdi­
ción, su Dios el vientre, su gloria consiste en la ver­
güenza y son los que sienten las cosas terrenas...”
E n un rincón, los intelectuales continúan, irónicos
pero no odiosos, vertiéndose al oído sus observaciones.
“¿Que el soldado alem án que se le apareció en sue­
ños y le hizo venir aquí, le describiera un cuadro exacto
de la A lem ania neocapitalista?” “Podría ser: de hecho
sus alusiones son claras” . “Pero ¿qué opone él al bie­
nestar? ¿U n viejo esplritualismo hum anista? ¿U na Igle­
sia reificada?” “Ya, pero, ¿podría hacer otra cosa? ¿Es
que podría dar otras respuestas a nuestras pregunas
prácticas, com o no fueran las respuestas santas?”
Y Pablo:
“Alegráos siem pre en el Señor; de nuevo lo diré:
¡alegráos! Que vuestra benevolencia sea conocida por
todos los hom bres: el Señor está cerca. No tengáis preo­
cupación ninguna, antes bien, en toda oración y súplica
con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras
peticiones ante D ios...”

53. Casa de Jasón en Bonn. (Exterior).

A nte la casa de Jasón, en el inm aculado barrio resi­


dencial, se h a reunido u n a vociferante m uchedum bre:
es lo que se llam a una “algazara fascista” . Están los
jóvenes rostros de los granujas y los viejos rostros de

68
los incorregibles nazis, huidos de la depuración u otra
vez a flote después de su m erecida tem porada al fresco.
Silban, entonan viejas y sucias canciones. Tam bién
hay observadores indiferentes, con soldados am eri­
canos.
Em piezan a lanzar alguna piedra y los silbidos y los
gritos se hace más violentos. Se escuchan las sirenas de
la policía.
(Escena que se rodará en Bonn: unos doscientos
comparsas).

54. Casa de Jasón en Bonn. (Interior-exterior día).

Pablo sigue hablando. (Epístola a los Filipenses, 4.8-


10), m ientras que fuera el griterío se hace más fuerte.
Los presentes están asustados y casi no lo escuchan.
U n a vidriera se rom pe en pedazos por una pedrada,
con un ruido lacerante.
Los presentes son presas del pánico.
El dueño de la casa corre hacia Pablo y sus seguido­
res y em pujándolos, los hace salir por u n a puerta que
da a las dependencias del servicio.
A través de la zona de servicio llegan a u n a pequeña
puerta que se abre a la parte posterior del jardín y de
ahí, a una puerta que da a u n a pequeña calle de la parte
trasera de la casa. Están dispuestos dos o tres autom óvi­
les. Pablo: “Será m ejor que nos separem os...” Pablo y
los suyos suben precipitadam ente a diferentes coches
que en seguida se ponen en m archa, m ientras se siguen
escuchando, lejanos, los gritos de los fascistas y las
sirenas de la policía.
(Ésta es la única escena “abstracta” de la narración).

55. Casa de Jasón en Bonn. (Interior día).

M ientras todavía perdura el tum ulto, un cronista de


la radio, con sus ayudantes y su grabadora, con el aire

69
satisfecho de quien está “dando el golpe”, trata de acer­
carse a alguno de los intelectuales que estaban presentes
en la conferencia de Pablo.
(Entrevista radiofónica sobre Pablo: sobresaldrá de
entre las demás, u n a respuesta que sitúa a Pablo en el
m arco histórico-cultural de su tiem po, contestada con la
precisión y la exactitud de inform ación de un filólogo
alemán. Las aportaciones del helenism o, de la Stóa, de
los especialistas en Sagradas Escrituras, de las religiones
secretas, etc. y las consiguientes contam inaciones lin­
güísticas y teológicas de las teorías de Pablo con las de
su tiempo; en esta entrevista, se subrayará sobre todo el
sincretism o cristiano; y por tanto el cristianism o com o
producto histórico en todo el m undo judaico-greco-ro-
m ano que sólo casualm ente encontrará en Pablo su
teórico, etc.,).

Sustituir este dicurso teórico con un cuadro de la


organización creada por Pablo: secciones, inscripciones,
fondos, capital, bancos.

56. Periferia de una gran ciudad: Roma. (Exterior


día).

U n sol que hace que todo aparezca igualm ente anó­


nim o, trágico y cotidiano, arde por encim a de la cabeza
de Pablo y sus pocos y pobres oyentes.
U n racim o de gente ennegrecida por el gran sol lí­
vido y dulce de la periferia; los oyentes habrán salido,
probablem ente, de aquellos edificios incoloros, descor­
tezados e inm ensos, que recortan el horizonte.
A quí hay un borde de hierba tísica; un puente; verte­
deros; una desolada escombrera.
Pablo habla com o sin ilación y a nadie, suficiente y
Bañado por el sudor, distante, blanco a causa del
dolor físico que lo consum e, es com o un delirio. Im pro­
visa, de la m ism a m anera com o puede im provisar un
poeta!

70
(Esta es la única escena “abstracta” de la narración
de la vida de Pablo: cronológicam ente se podría insertar
en cualquier punto de la narración, aunque se basa en
un pasaje de los Hechos 14.14-20 y las palabras se han
tom ado de la Primera Epístola a los Corintios).
Pablo habla com o sin hilación y a nadie, suficiente y
casi delirante:
«Alguno me preguntará: ¿Cóm o resucitan los m uer­
tos? ¿con qué cuerpo han de venir? ¡qué estúpida pre­
gunta!
Lo que se siem bra no es vivificado si no m uere.
Y lo que se siem bra no es el cuerpo que habrá que
formarse, sino, por ejemplo, u n simple grano de trigo o
alguna otra cosa. Dios le dará un cuerpo según su
voluntad: y a cada sim iente u n cuerpo propio.
N o toda carne es la m ism a carne, sino que u n a es la
carne de los hom bres, y otra la de los anim ales, una
carne es la de los pájaros y otra la de los peces.
Y hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres: pero uno
es el esplendor de los cuerpos celestes y otro el de los
terrenos...
U no es el esplendor del sol, otro el esplendor de la
luna y otro el esplendor de las estrellas: una estrella, de
hecho, difiere de la otra en su esplendor.
Así tam bién es la resurrección de los cuerpos.
Se siem bra en corrupción: y lo que se h a sem brado
en corrupción se levanta en incorrupción. Se siem bra
en la vergüenza y resurge en la gloria. Lo que se siem ­
bra en debilidad se levanta con poder. Se siem bra un
cuerpo anim al, se levanta un cuerpo espiritual.
Si hay cuerpo anim al, lo hay tam bién espiritual.

Y os digo, herm anos, que la carne y la sangre no


pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción here­
dará la incorruptibilidad.
He aquí que os anuncio un misterio: no todos nos
adorm ecerem os, m uriendo, pero todos serem os trans­
form ados en un instante, con el último son de la trom ­
peta.

71
Es necesario que esto nuestro, que es corruptible, se
revista de la incorruptibilidad, y nuestro ser m ortal, se
revista de la inm ortalidad. Y cuando todo esto se cum ­
pla, entonces se realizarán las palabras escritas...
“¿Dónde está, m uerte, tu vistoria? ¿dónde está, m uerte,
tu aguijón?”
El aguijón de la m uerte es tu pecado; y la fuerza del
pecado es la Ley«.
M ientras hablaba, com o delirando, una cam ioneta de
la policía se había acercado, deteniéndose en la esquina
de u n a calle quem ada por el sol, m ás allá.
Luego, entre los pocos miserables que habían ido a
escuchar a Pablo, con alguna esperanza en el corazón,
se habían mezclado unos jóvenes de rostro oscuro y
feroz.
De repente, llega u n a banda en un camión: son “gra­
nujas” y entre ellos, más oculto, el conocido rostro del
hom bre de orden fanático, que los dirige.
La acción es rápida, com o en sueños. Todo sucede
fulm inantem ente ante los distraídos ojos de la policía; el
asalto de los granujas entre gritos de escarnio y de
rabia; la huida de la pobre gente; el apaleo a Pablo y a
sus dos o tres anónim os seguidores que están junto a él.
U n apaleo frío y m acabro, disociado de cualquier
sentim iento hum ano.
Luego los agresores, con la m ism a rapidez que han
llegado vuelven a subir a su camión: no sin que uno de
ellos, antes de irse, escupa sobre el cuerpo inanim ado
de Pablo.
Bajo el sol cegador, Pablo parece m uerto: su cuerpo
está inerte.
Visto en prim er plano es u n a m áscara sanguinolenta:
grum os de sangre y polvo, insoportable a la vista e
irreconocible.

57. Roma. (Exterior día).

A lgunos “epicúreos y estoicos” están sentados en las


mesas de Rosati, en Via Veneto. (Roma, por analogía,

72
es Atenas). Discuten irónicam ente y con anim ación en­
tre sí, bebiendo café.
“¿Sabes algo de ese nuevo tipo que se pasea por A te­
nas?”
“Es uno de Tarso. Fariseo”.
“Pero civis rom anus” .
“Sí, opera plenam ente dentro del espíritu del Pacto
Atlántico” .
“Y, ¿qué dice? ¿qué dice?”
“ ¡Bah, habla de un tal Jesús y de su resurrección!”
“¡Jesús mío!”
Otros intelectuales se han sentado en el café Rosti de
la Piazza del Popolo. Tam bién allí la cuestión se debate
con m ucha calma, distanciam iento y con todo el debido
escepticismo.
“¿Qué quiere decir todo este palabreo?”
“Parece que anuncia a divinidades extranjeras...”
“Sin em bargo, sería interesante escucharlo... Organi-
cémosle un debate, u n a rueda de prensa, u n a de estas
cosas...” (el que habla, quien sabe por qué, está casi
enfadado, quizá contra sí mismo, quizá con la crónica
falta de organización de los... atenienses. Por otra parte,
habla con acento meridional).
“¿E n el A reopago?”
“ ¡En el A reopago!”

58. Sala de prensa o librería de Rom a. (Interior


día).

U n a gran m uchedum bre de intelectuales se h a re u ­


nido en un salón, m oderno, neocapitalista (pongam os
en el Eur), a m enos que no sea uno de aquellos anti­
guos salones con frescos del Setecientos, en la sede del
Sindicato Periodístico, etc.
H ay fotógrafos, etc. Pablo está solo en la m esa de los
conferenciantes (Timoteo y Sila se han quedado en Be-
rea, Hechos, 17.16 - 22).
Junto a Pablo se h a sentado un “m oderador” (rostro

73
de intelectual rom ano, siem pre de origen meridional).
Habla, dem ocrático e inseguro:
“Bien, quien desee intervenir...”
El público titubea un poco, embarazado. Luego uno
(otro intelectual rom ano, con tabardo) levanta la m ano
y, con acento m eridional, dice con poca confianza en la
“grandeza” del asunto:
“¿Podem os saber con m ayor precisión las novedades
que usted va anunciando? Las palabras que utiliza son
curiosas, quisiéram os saber qué es lo que significan...”
(“Pues los atenienses y los extranjeros domiciliados
en la ciudad, no tenían tiempo sino para decir u oír algo
nuevo” . Hechos, 17.16 - 22).
Entonces Pablo -c o n su rostro seguro y duro, de
hom bre de bien y de alta extracción social- tam bién
con tabardo, em pieza el discurso que h a preparado cui­
dadosam ente según las reglas de la retórica y, contraria­
m ente a su costum bre, lo lee:
“Atenienses, veo que sois, bajo todos los aspectos,
los hom bres m ás religiosos del m undo. Paseando por
vuestra ciudad y observando- vuestros m onum entos,
santuarios y altares, uno en particular m e h a llam ado la
atención, por su inscripción: Al Dios desconocido. Yo
estoy aquí para anunciaros lo que veneráis sin conocer.
El Dios que creó el m undo y todo lo que hay en él.
Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos,
construidos p o r el hom bre, ni puede ser servido por las
m anos de los hom bres, com o si necesitase algo, él que
da a todos la vida, el aliento y todo bien.
De u n solo hom bre él hizo descender toda la hum a­
nidad para poblar la tierra, fijando los térm inos de su
vida en el tiem po y en el espacio, invitándolos a bus­
carlo, p or si le alcanzaban y le hallaban, no estando
ciertam ente lejos de ninguno de nosotros. Porque en él
vivimos, nos movemos y estamos com o han dicho algu­
nos de vuestros poetas: Nosotros somos de su estirpe...
Siendo, pues, de la estirpe de Dios, no debemos pensar
que Dios es sem ejante a estatuas de oro, de plata y de
piedra, obra del arte y del pensam iento hum anos.
A hora Dios, pasando por alto los tiem pos de la ignoran­

74
cia, hace saber a los hombres la buena nueva del arre­
pentim iento. Pues fijó un día en que ju zg a rá al mundo
con justicia, por el elegido que determ inó y acreditado a
los ojos de todos, resucitándolo de la m uerte...”
Al oírle hablar nada m enos que de resurrección y de
m uerte, el público de intelectuales rom anos em pieza a
aburrirse y los rostros adquieren la bien conocida ex­
presión irónica.
Uno consulta el reloj, se levanta aburrido y apresu­
rado y se va a través de la hilera de sillas, no sin antes
haber vertido al oído de su amigo:
“Esto y a lo escucharem os otra vez...”

59. Calles de Roma. (Exterior día).

Pablo vaga solitario por las calles de Rom a, bajo una


luz suave y cruel, donde la vida cotidiana, aún en su
norm alidad y anim ación, parece u n a pesadilla.
Solo com o un perro, Pablo llega a unos jardincillos,
demasiado verdes, demasiado soleados -to d o es anó­
nimo. Pasan soldados, lejanos, etc.
Pablo se siente afectado por su m al que le produce
atroces dolores.
Se dirige a un arbolillo, se inclina y vomita.
Su rostro está lleno de lágrimas. V a a u n a fuentecilla
y se lava el rostro. Luego, balanceándose, se dirige a un
banco y allí se echa, com o un mendigo, con el rostro
terroso y mojado; se am odorra, com o desvanecido.

60. Estudios de televisión. (Interior día).

M uchos de los intelectuales que estaban en el salón


donde se desarrolló la infeliz conferencia de prensa de
Pablo, horm iguean por los tristes pasillos de la televi­
sión.
Charlando, chistosos, de buen hum or, fingiéndose
un poco aburridos por el trabajo que les espera.

75
U no de ellos está en la triste y desnuda salita de
m aquillaje y sonríe a los cuatro o cinco colegas que
llegan, etc.
Después se dirige al salón -tam b ién vacío y triste-
donde la “troupe” está dispuesta a “rodar” la entrevista.

Fundido encadenado.

(Entrevista sobre Pablo: con intervención de histori-


cistas, laicos, m arxistas, clericales, etc.; prevalece u n a
interpretación psicológica, que ve la “redención” com o
un “retomo” al estado infantil, en el que el neófito, por un
lado, es infeliz, porque es la cría de los Padres y por
el otro, se siente “en culpa” por el solo hecho de estar:
no tiene “razón”; vive únicam ente de “voluntad” y por
tanto de ser “práctico” ; pero su voluntad no cuenta
nada sin la intervención de los Padres cuya vida está
“separada” de la suya com o la luz de las tinieblas; así
que su “gracia” coincide con su “trascendencia” , o sea
con su preexistencia en u n a luz absoluta y prenatal).

61. Génova. Estación. (Exterior día).

Pablo está esperando la llegada del tren que trae a


G énova (Corinto) a sus jóvenes amigos y discípulos
Tim oteo y Sila.
Los dos jóvenes, con sus pobres equipajes, llegan en
el tren del norte. Conm ovidos, abrazan a Pablo que
tam bién lo está. Su m al lo atorm enta visiblemente.
Luego se alejan por el portal y de espaldas, de lejos,
se escucha la voz de uno de los dos jóvenes dando
noticias prácticas, urgentes:
“N os han inform ado que en C orinto eres huésped de
u n judío llam ado A quila y de Priscila, su m u jer...” “Sí,
él es director de u n a fábrica textil... yo trabajo com o
obrero en su fábrica...” “sabemos que conoces el oficio
porque tus previsores padres tam bién te prepararon
para esto...”

76
Desaparecen al fondo, por el soportal lleno de pobre
gente.
(Escena que se rodará en el lugar).

62. Casa de Aquila y Priscila en Génova. (Interior


día).

La casa de A quila y Priscila es un lujoso ático en la


zona alta de la ciudad: desde allí se ve toda la extensión
del golfo.
Com o en la casa de Bonn -cam biadas las tradiciones
de gusto, costum bres raciales, etc - Pablo está predi­
cando a “gentiles” ilustrados, intelectuales, señoras de
copete, ricos y espirituales burgueses, etc., que lo escu­
chan con reverencia. Los intelectuales -c o m o en B o n n -
que aquí son de form ación crociana y por tanto encar­
nizadam ente laicos e historicistas - o bien m arxistas-
escuchan con sim patía sus discursos, pero absoluta­
m ente im perm eables en terreno religioso.
T ienen rostros simpáticos e inteligentes: se tiende a
darles la razón cuando, después, com entan y critican
a Pablo.
Éste habla con inspiración, pero sano, duro, fuerte,
seguro de sí m ismo, paternal y aunque con ternura
m aternal, autoritario.
Está pronunciando uno de los discursos m ás subli­
mes de su predicación.
“Ya que con la sabiduría de Dios el m undo no llegó
por su sabiduría a conocer a Dios, Dios tuvo a bien
salvar a los creyentes por m edio de la insensatez de la
predicación. Y m ientras los judíos piden señales y los
paganos buscan la sabiduría, yo predico a Cristo crucifi­
cado: escándalo para los judíos y estulticia para los
Gentiles” . ( / Corintios, 1.21-23).

Fundido encadenado.
“Dios h a elegido lo insensato del m undo para con­
fundir a los sabios, y a lo débil del m undo lo eligió Dios

77
para confundir a lo fuerte; y a las cosas de origen
hum ilde y a las despreciables, Dios las eligió, y a lo que
no es, para invalidar a lo que es, a fin de que ninguna
razón h u m ana se ufane ante Dios...”

Fundido encadenado.
Todos los oyentes perm anecen com o encantados
ante estas palabras. Los intelectuales, al fondo de la
sala, están subyugados -casi fuera de sí mismos, de su
“razón h u m an a”- . Pablo continúa:
“Y yo, al venir a vosotros, herm anos, ¡no he venido
con prestancia de palabra ni de sabiduría anunciando el
testim onio de Dios!
E n efecto, no he juzgado conocer otra cosa, entre
vosotros, sino a Jesucristo y su crucifixión. Además, he
venido a vosotros lleno de flaqueza, miedo y tem blor: y
mi discurso y mi predicación no se hicieron con palabras
persuasivas de sabiduría, sino con m anifestación de Es­
píritu y de poder, para que vuestra fe no se basase en la
sabiduría hu m ana sino en el poder de D ios...”
Al oír estas últim as palabras -lo s intelectuales o las
personas cu ltas- que se han m antenido casi apartados,
al fondo de la sala, junto a u n gran ventanal que se abre
sobre la terraza -q u e a su vez se asom a al m a r- em pie­
zan a distraerse ligeramente, com o liberándose del en­
canto de las prim eras palabras de Pablo. U no de ellos
m ira hacia fuera a través del ventanal: la ciudad perdida
en su tráfico y el m ar, en su silencio.
Pablo continúa:
“E ntre aquellos que pueden entender, es verdad que
tam bién he hablado de sabiduría, pero no se trata de
u n a sabiduría de este m undo - n i de los privilegiados de
este m undo, que son perecederos- antes bien, he ha­
blado de la sabiduría de Dios, envuelta en misterio,
escondida, la que Dios predestinó antes de los siglos
p ara nuestra alegría y que no ha conocido ninguno de
los privilegiados de la historia...
A nosotros nos la reveló Dios por m edio del Espí­
ritu, porque el Espíritu lo escudriña todo, hasta las
profundidades de Dios.

78
¿Qué hom bre conoce los secretos del hom bre, sino
es el espíritu del hom bre que hay en él? Así tam bién los
secretos de Dios nadie los conoce, sino el espíritu de
Dios” .
La atención, aunque objetiva, a causa de estos enun­
ciados “irracionalistas” pero profundam ente fascinan­
tes, se v a reactivando.
“A nosotros no nos interesa poseer el Espíritu de la
historia, sino el Espíritu de Dios, para que lleguem os a
conocer las cosas concedidas solam ente por la gracia de
Dios” .
De estas cosas hablam os no con palabras enseñadas
por la razón, sino aprendidas del Espíritu: de tal m anera
que existe u n a perfecta correspondencia entre el hom ­
bre espiritual y las cosas espirituales. El hom bre racio­
nal no acoge las cosas del Espíritu Santo, porque para él
son insensateces y no puede conocerlas, porque se
opera u n a discrim inación entre ellas y el espíritu: ¡sin
entender, en cambio, que lo espiritual lo discrim ina
todo, sin ser discrim inado por nadie!”

Fundido encadenado.
“¿N o sabéis que sois tem plo de Dios y que el Espí­
ritu de Dios habita en vosotros?
Si alguno profana el tem plo de Dios, Dios lo des­
truirá, porque el tem plo de Dios es sagrado y el tem plo
de Dios sois vosotros.
Que nadie se extravíe: si alguno de vosotros cree ser
sabio, ¡hágase necio para resultar sabio!
Porque la sabiduría de este m undo es necedad ante
Dios” .

Fundido encadenado.
(A hora el discurso cam bia de orientación, vertiendo
otros temas).
“Todo está perm itido” : pero no todo es ventajoso;
“T odo m e está perm itido”. Pero yo no me haré esclavo
de nada. “La com ida es para el vientre y, el vientre,
para la com ida” : pero Dios destruirá el uno y la otra.

79
El cuerpo no es p ara la fornicación, sino para el
Señor: y el Señor es para el cuerpo...
¿N o sabéis que vuestros cuerpos son m iem bros de
Cristo? ¿Cogeré, pues, los m iem bros de Cristo y los
haré m iem bros de una meretriz? ¡Intolerable! ¿O no
sabéis que el que se ju n ta a u n a m eretriz es u n solo
cuerpo con ella -c o m o dicen los textos sagrados: “serán
los dos u n a sola carne?” E n cambio, el que se adhiere al
Señor es un solo espíritu con él.
¡Huid de la fornicación! Todo otro pecado que pueda
com eter el hom bre está fuera de su cuerpo: pero el
fornicador peca contra su propio cuerpo. Y vuestro
cuerpo es el tem plo del Espíritu Santo -q u e viene de
D io s- de tal m anera que vosotros ya no sois dueños de
vosotros mismos. Dios os ha com prado, sois suyos:
¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!
El auditorio continúa atento: únicam ente en los ros­
tros de los intelectuales aparecen visiblemente señales
de aburrim iento y cierta ironía. Por otro lado, el ros­
tro de Pablo ya no tiene la m ism a inspiración que en la
prim era parte del discurso: en él hay algo oscuro, vio­
lento y quizá turbio.
“ ¡No erréis! ¡Ni los fornicadores, ni los idólatras, ni
los adúlteros, ni los afem inados, ni los pervertidos,
ni los ladrones, ni los borrachos, ni los delatores, ni los
avaros, heredarán el reino de Dios!”
Pablo continúa hablando en este tono (I Corintios 6.7
- II; 7.2 - 5), m ientras que en prim er plano, escucham os
los com entarios de los intelectuales (así definidos gené­
ricamente):
“Ya estam os con moralismos. Es verdad que la prác­
tica, llevada hasta el límite, hasta ser puro pragm a, es
religiosa; pero tam bién es verdad que la religión, aun la
más metafísica e irracional, acaba siem pre convirtién­
dose en práctica: “ ¡una norm a de com portam iento!”.
“ ¿Y te sorprende? Quien habla es uno que no con­
cibe nada fuera de la norm a, ¡de la Ley! Apenas abjura
de u n a Ley que en seguida instituye otra fastidiando a
la gente lo m ejor posible” .
“A la fuerza, es u n ex fariseo, procedente de una

80
familia de fariseos, tradicionalista, por no decir reaccio­
naria. E n tiem pos de guerra hasta fue colaboracionista.
¡Más que antipático, es odioso!”
“N o hace más que hablar de profecías, de gente
dotada de espíritu profético - ¡ y además, todo este m ora-
lismo! Si lo hiciera con inocencia. Pero no, es chanta­
jeante, am enazante, apocalíptico...”
“En su interior hay algo que no funciona: algo ho rri­
ble. C uando era nazi, am enazaba a los prisioneros.
Cosas así no se borran de una vida, son uno de sus
com ponentes. E ra fanático y lo continúa siendo. Su
m oralism o es atroz...”
“ ¡Es un fariseo... y a te lo he dicho!”
“N o hace m ás que hablar de problem as eclesiásticos
y litúrgicos, de anim ales ahogados, de bautism os... y de
circuncisiones, esas malditas circuncisiones... Es verdad
que son el aspecto práctico de un problem a m ucho
mayor: las relaciones entre Judíos y Gentiles, entre Ele­
gidos y no Elegidos, y depende totalm ente de ello la
afirmación de su doctrina. Pero qué hace un hom bre
com o él ocupándose de esos cuentos...”
“Sobre todo es u n gran organizador...”
“¿En qué basa su organización? E n un espíritu lega­
lista y conform ista maníaco, insuflado com o una
m iasm a de quien sabe qué sucias profundidades de su
inconsciente. Y, ah, este legalismo y conform ism o per­
sonal coincide además con el nacional ju dío...”
Y Pablo, impertérrito:
“A cerca de vuestras preguntas, es m ejor para el
hom bre no tocar mujer. Sin embargo, a causa de la
fornicación, que cada uno tenga su propia m ujer, y
cada u n a su propio m arido. Que el m arido rinda el
débito a la m ujer y tam bién la m ujer al marido.
La m ujer no tendrá potestad sobre su propio cuerpo,
sino el marido: y viceversa. N o os privéis el uno del
otro sino es de acuerdo y por poco tiempo, para atender
librem ente a la oración: y unios de nuevo, para que
Satanás no os tiente por vuestra incontinencia.
Y esto no os lo digo por com prom iso, sino com o
mandato: quisiera que todos los hombres fu era n como

81
yo mismo -p e ro cada cual tiene su propio don de Dios;
uno de este m odo y el otro, del otro.
A los solteros y a las viudas les digo: es bueno para
ellos perm anecer como y o ...”
D urante este fragm ento del discurso, después de in­
tercam biarse u n a m irada de inteligencia y u n a señal, los
“intelectuales” -c o m o en u n a bien educada y discreta
protesta, con paciente ironía en los ojos-, salen despa­
cio de la sala por la puerta vidriada, y se dirigen a la
terraza. La voz de Pablo continúa implacable (I Corin­
tios 7.5 - II sig.).

63. Terraza de la casa de Aquila y Priscila en G é­


nova. (Exterior día).

Los intelectuales desem bocan en la terraza patéticos,


racionales, cotidianos... y respiran frente al gran m ar
azul...
“A h, u n poco de aire...”
“N u n ca se h a visto un irracionalism o m ás radical: es
terrorífico” .
“A través de los m ás dispares contenidos ideológicos
y lingüísticos -A n tig u o Testam ento, helenism o (llegan­
do hasta a Platón), religiones secretas y, sobre todo, los
gnósticos, o sea creándose un lenguaje y una argum en­
tación eclécticos y férreos al mismo tiem p o - h a resta­
blecido el estado infantil puro. N ingún poeta h a conse­
guido jam ás tal operación. Las m em orias infantiles
siem pre dan risa”.
“Sí, y sin em bargo, sobre este irracionalismo, puro y
espantoso, crea u n a ley e instituye u n a Iglesia. Sobre
todo es u n gran organizador. M edio m undo está conste­
lado de sus centros de organización. N o pierde una
ocasión. Es u n hom bre extrem adam ente práctico, un
burócrata, u n general” .
“Sssss...”
La voz de Pablo retum ba m ás allá de las paredes y
las vidrieras. E ncuadrando esta árida porción de pared
y vidriera, oím os la voz “clerical” de Pablo:

82
“Quiero que sepáis que Cristo es cabeza de todo
hom bre y el hom bre cabeza de la m ujer, y cabeza de
Cristo es Dios.
Todo hom bre que reza o profetiza con la cabeza
cubierta, afrenta su cabeza.
P or el contrario, toda m ujer que reza o profetiza con
la cabeza descubierta afrenta su cabeza, porque es lo
m ismo que si estuviera rapada. Si la m ujer no se cubre
¡córtese el cabello!”
Los intelectuales están consternados:
“ ¡Es trem endo!”
“¡Ssssst, ssssst!"
Al otro lado de la pared de la terraza, resuena m onó­
tona y testaruda, la voz de Pablo:
“Com o en todas las Iglesias de los elegidos, callen las
m ujeres en las iglesias ya que no es conveniente que la
m ujer hable en las reuniones...”
“El irracionalism o es terror y el terror dicta estas
reglas estúpidas y atroces” .
“La teologia y la práctica se confunden en u n a abso-
lutez tal que hum anam ente es insostenible, quedando
en la vida cotidiana un gran vacío que se rellena con
ritos y norm as. ¡Buen resultado!”
“Y por todas partes, la culpa: sim plem ente culpa de
haber nacido, de existir” .
M ientras los intelectuales hablan de este m odo (o de
m anera análoga) la voz de Pablo se eleva. U n nuevo
giro. U n registro nuevo.
“Lo digo nuevamente: ¡que nadie m e considere loco!
O si no, tom adm e por loco ¡para que yo m e ufane un
poco! Lo que digo, no lo digo según el Señor, sino
com o en desvarío -d a d o que son m uchos los que se
ufanan en el ám bito de la vida física y de su razón, así
yo tam bién deseo ufanarm e un poco...
¡Vosotros, que sois sabios, soportad con agrado las
palabras de los locos!”
Los intelectuales, fascinados y fuera de sí, escuchan.
Y Pablo:
“Si es necesario estar orgulloso de algo, yo m e ufa­
naré de mi debilidad...

83
¡Hay que estar orgulloso de algo! Pero no es conve­
niente... A pesar de ello, pasaré a las visiones y revela­
ciones del Señor. Sé de u n hom bre de Cristo que hace
catorce años...”
U n o de los intelectuales se acerca a la vidriera a
través de la cual llegan aquellas palabras y entre las
nucas y espaldas de los silenciosos asistentes, observa a
Pablo, pálido, bañado por el sudor, casi a punto del
desvanecim iento; él continúa hablando, sufriente e ins­
pirado:
“ ...si con el cuerpo o sin el cuerpo, no lo sé, Dios lo
sabe -fu e arrebatado al Tercer Cielo. Y sé que este
hom bre, si con el cuerpo o sin el cuerpo, no lo sé, Dios
lo sab e - fue arrebatado al paraíso y oyó palabras indeci­
bles, que no le es lícito a nadie proferir. Por este tal me
enorgulleceré. P or m í mismo, en cambio, no m e enor­
gulleceré sino de mis debilidades. Porque si quisiera
enorgullecerm e, en este caso, no sería insensato, pues
diré la verdad. Sin em bargo, prefiero no hacerlo...
Y p ara que no m e ensalzase, m e fue dado u n dolor
en la carne, m e fue m andado un enviado del M al para
que m e degradase ¡y no m e enorgulleciese! ¡Cuántas
veces he rezado al Señor para que m e ahorrase este
dolor y esta degradación! Pero él m e respondió: “Te
basta mi gracia, porque la fuerza se perfecciona en la
debilidad”.
Así m e ufanaré de mis debilidades, para que en mí
sólo habite la fuerza de Cristo. Por esto m e complazco
en las debilidades, en las injurias, en las necesidades, en
las persecuciones y en la miseria. Porque cuando m e
debilito, entonces es cuando soy poderoso” .

Fundido encadenado.

Pablo está ahora solo en la terraza y m ira ante sí: la


ciudad que se degrada hacia el mar, el puerto y el mar.
La m irada se fija en este últim o que aparece com o u n a
inm ensa m uralla azul, contra el horizonte. M udo, enig­
mático, im penetrable.
C on los ojos saturados de aquella visión, Pablo

84
vuelve a entrar en la casa y a través de u n a vidriera más
pequeña se dirige a la habitación que los dueños de la
casa le han destinado. M uchos colaboradores de Pablo
están trabajando ante las m áquinas de escribir. U n
grupo discute sobre la redacción de un manifiesto.
Pablo se sienta ante un escritorio e inspirado y tenso,
em pieza a escribir:
“Pablo, siervo de Jesucristo, a cuantos en R om a sois
predilectos de Dios, Padre nuestro y Señor Jesucristo...”
A través de la vidriera se entrevé la inm ensa m asa
azul del m ar que se pierde en el horizonte azul.
El objetivo encuadra este horizonte últim o -m á s allá
del cual se halla Roma.
C uando vuelve a encuadrar a Pablo, lo encuentra ya
en las palabras:
“D eudor soy de los Griegos y los bárbaros, de los
sabios y los ignorantes: así por lo que a mí respecta,
estoy en disposición para anunciar el Evangelio tam ­
bién a vosotros, los de R om a...”
E n este m om ento, al otro lado del m ar, difum inada,
com o im aginada por el corazón que se siente atraído
con todas sus fuerzas hacia ella, aparece la im agen de
Roma: es decir, el ilim itado panoram a de N ew York,
con sus rascacielos que recortan el cielo gris y borras­
coso.

85
54 - 57 después de Cristo
64. Ñápeles. (Exterior día).

Hélos aquí, los bribones. E n m edio de u n a m asa de


desharrapados, campesinos miserables y subproletarios
que parecen salidos de enorm es m adrigueras de los
bajos fondos de la ciudad, tres rostros inauditos, carco­
midos por la miseria, la corrupción, la inocencia bestial,
y, naturalm ente, el ham bre. U no, de unos veinticinco
años, el otro, de unos dieciocho-diecinueve y el otro, de
unos trece-catorce.
Sus rostros, aunque graciosos, son los más canalles­
cos y poco recom endables que im aginarse pueda; sin
em bargo, no les falta un cierto popular y supersticioso
respeto, en la curiosidad con que escuchan a Pablo, en
u n pequeño com icio a la miserable m asa de la periferia
meridional.
Pablo habla, trastornado por su m al y tam bién él
m iserable, carcom ido, débil, com o sus oyentes:
•“Por eso recordad que vosotros, los paganos y no
elegidos en la carne, llam ados “prepucio” por aquellos
que se llam an “circuncisión” , hecha por la m ano del
hom bre en el m iem bro, recordad que en aquel tiem po
estábais sin Cristo, excluidos de la ciudadanía de los
hom bres elegidos y extraños a los pactos de la gran
prom esa, sin esperanza y sin Dios en este m undo...”
C ontinúa -saltan d o una parte de la Epístola a los
“Efesios” , de la que se ha extraído este discurso- m ien­
tras sucede la acción de la escena:
“ ...N o dejéis lugar al Diablo. Que el ladrón y a no ro ­
be...”

89
(En este m om ento el objetivo encuadrará fugazm ente
los rostros de los arriba descritos rateros).
“ ...se afane, m ás bien, trabajando con sus propias
m anos, haciendo el bien para tener una parte que dar al
necesitado.
Que ninguna palabra obscena salga de vuestra bo­
ca...”
(El m ism o encuadre que el de arriba).
“ ...sino palabras buenas que puedan servir de edifica­
ción, confiriendo gracia a los oyentes...

Fundido encadenado.
Los tres bribones siguen escuchando atentam ente a
Pablo, entre la m asa de miserables:
“Toda acritud y anim osidad, cólera, griterío y ultraje
sea suprim ida de vosotros juntam ente con toda malicia.
P or el contrario, sed benévolos los unos con los otros,
m isericordiosos, dispensándoos gracia m utuam ente
com o Dios os la dispensó a través de Cristo.
Hacéos, pues, im itadores de Dios, com o hijos am a­
dos, y cam inad en el am or, com o Cristo os am ó y se
entregó por nosotros “com o ofrenda y sacrificio a Dios
en olor de suavidad” (Efesios 4.31 - 5.4).
(Es evidente que allí “el olor” debe ser terrible: la
gente suda y las cloacas están abiertas).

Fundido encadenado.
El discurso de Pablo a los más pobres de los Efesios
está llegando a su fin.
“Vosotros, los siervos, obedeced a vuestros señores
según la carne, con tem or y tem blor, en la sencillez de
vuestro corazón, com o a Cristo.
Pero no con u n a servidum bre para ser vista, com o
quienes quieren com placer a los hom bres, sino co­
m o siervos de Cristo, haciendo de corazón la voluntad
de Dios, sirviendo con buena voluntad com o se sirve al
Señor y no a los hom bres.
Ya sabéis que el bien que cada cual hiciere ló recibirá
del Señor, ya sea siervo y a libre.

90
Y vosotros, los señores, haced lo m ism o con ellos,
dejando a un lado la amenaza, sabiendo que el Señor,
suyo y vuestro, está en los cielos y que ante él no hay
preferencias...”
M ientras habla, uno de la masa, al lado de los tres
gandules, se lo m ira con infinita ternura y con la aten­
ción de u n perro que observa al am o m ientras come.
C uando Pablo acaba de hablar, él, a hurtadillas,
com o si llevara a cabo algo vergonzoso -q u e trata de
hacerse perdonar con u n a sonrisa untuosa y radiante-,
se acerca al santo, se inclina a sus pies y con u n gesto
rápido, zas, le desabrocha un cordón del zapato. La
aprieta en el pecho y huye.
Los tres rateros, olfateando novedades, siguen tras él
por las m iserables callejuelas de la pobre y maloliente
ciudad m eridional.
(Esta escena necesitaría u n gran núm ero de com par­
sas. Pero tam bién se podría utilizar la m asa de curiosos,
tom ándola en actitudes reales, m ientras observa el “ro ­
daje” , etc.).

65. Nápoles. C asucha. (Exterior día).

Llegan ante u n a casucha del extrem o de la periferia,


entre tugurios, huertos y vertederos.
El ladrón del cordón del zapato entra en u n a casu­
cha, ante la cual le está esperando toda la familia: m ujer
y u n a decena de niños, m edio desnudos, con el vientre
hacia afuera, fangosos, piojosos, lindos y graciosos
com o ángeles.
A través de la ventanita abierta en la pared de ladri­
llo, los tres bribones observan lo que sucede en el inte­
rior de la casucha. E n un rincón, en u n a cuna rota y
sucia, está tendido u n niñito -probablem ente el últim o
de la familia, de dos o tres años.
Llora, casi sin hálito, sin voz, consum ido por u n a
enferm edad m ortal.
El padre -seguido de la esperanzada m ujer y de toda

91
la p ro le - se acerca a la cuna y aprieta el cordón de los
zapatos de Pablo contra un dedito de la criatura.
¡Milagro!
A penas h a atado el cordón que la criatura sana de
golpe -p a lm e a alegrem ente- y manifiesta u n súbito de­
seo de bajar de la cuna e ir a jugar al patio.
La familia se alboroza.
Los tres m alandrines de la ventana se m iran interro­
gantes.
El padre recoge religiosamente de otro rincón de la
casucha un cesto lleno de m anjares (quien sabe cuantos
sacrificios le habrá costado reunirlos) y sale.
Los tres com padres siguen tras él u n a vez más.
(El exterior de la escena se rueda en la periferia de
Nápoles. El interior se puede reconstruir; sin em bargo,
sería preferible - y a que se trata de u n a escena de una
sola angulación-, elegir u n a casucha real).

66. Nápoles. Plaza. (Exterior día).

Pablo continúa su discurso a los Efesios:


“N o os hagáis com pañeros de los hijos de la rebe­
lión. Hace tiem po éras som bra, ahora sois luz en el
Señor: cam inad com o hijos de la luz -p o rq u e el fruto
de la luz se da en toda bondad, justicia, caridad... N o
participéis en las obras estériles de la som bra, antes
bien, reprendedlas, pues lo que se hace ocultam ente, es
vergonzoso hasta de decir. Y todas las cosas contra las
que se lucha quedan al descubierto por la luz; ya que
todo lo que se m anifiesta es luz. Por eso se canta:

Despierta, tú que duermes,


levántate entre los m uertos,
y Cristo te ilum inará...”

El pobre hom bre de la canasta se acerca avergonzado


a los pies de Pablo que habla y deposita allí su ofrenda:
hay otras ofrendas. Los seguidores de Pablo lo agrade­
cen dulcem ente con los ojos.

92
Los tres bribones se m iran torvam ente entre sí, pren­
didos a la vez de la misma, solemne y extasiada inspira­
ción.

67. T ugurios de Nápoles. (Exterior-interior día).

E ntre frases napolitanas sueltas e incom prensibles,


risotadas dignas de M alebolge', inocentes blasfemias,
etc., la Sociedad de los Tres está trabajando. Con colas,
ungüentos, pez, fango, crines de caballo, correas, lazos,
cuerdas y trozos de carne, intentan convertir en lisiados
y paralíticos a cuatro o cinco viejos y viejas, que partici­
pan im púdicam ente en el juego, fétidos desechos del
subproletariado más desgraciado, etc., etc.
U n a vieja tiene escamas en los ojos, ciega (se le
confía u n niño con un gran vientre que parece un
centenario, etcétera, con bastón): otros, falsos paralíti­
cos, son extendidos sobre esas carretillas de m adera
vieja y sucia que se construyen los niños, etcétera, etcé­
tera.
Todo está dispuesto.

68. U n. lugar de la periferia de Nápoles. (Exterior


día).

Los Tres están predicando.


A nte ellos u n a pequeña m asa de oyentes.
Sus rostros son lo más deshonesto e inocentem ente
canallesco que im aginarse pueda. H an aprendido de
m em oria ciertos fragm entos del discurso d e Pablo (a los
Corintios, de la escena 56) y lo recitan de m em oria.
Y es extraño; contrariam ente a toda posible pre-

1 Paraje del infierno im aginado por D ante (chiostra di Malebol­


ge) situado en el canto n.° 29, lugar de los falfisicadores. lleno de
plagas y enferm edades m alolientes. (N.T.)

93
visión, aquellas palabras, en aquellas bocas blasfemas,
no pierden su elevadísimo y santo significado. Antes
bien, de alguna m anera son m ás sublim em ente miste­
riosas.

Estos discursos van acompañados de frases musicales


de alta música sacra.

U n a vez han acabado de hablar, los Tres extienden


las m anos sobre las cabezas de los enferm os m ás cerca­
nos que,, felices, sanan y vigorosos, agradecen y bailan
de contento. Sus (falsos) parientes dan las (fingidas)
ofrendas: en seguida son imitados por otros asistentes,
contentos de haber estado presentes en aquel prodigio.

69. Otro lugar de la periferia de Nápoles. (Exte­


rior día).

De nuevo los Tres están trabajando, com o saltim ban­


quis y m úsicos metódicos.
Predican las santas palabras de Pablo (otros fragm en­
tos -lo s m ás bellos y m isteriosos de la citada Epístola a
los Corintios: sobre la resurrección y la redención-) y
luego, en santo recogim iento, llevan a cabo sus mila­
gros.
Llueven las ofrendas.
E n el m om ento culm inante, con sus seguidores (el
ardiente y dulce Tim oteo y los demás) y u n a m uche­
dum bre de los “más dignos” fieles, llega Pablo. Que no
tom a a brom a la cosa; por el contrario, truena autorita­
rio contra los rateros provocando el desprecio de su
m asa de adm iradores los cuales, desilusionados, están
dispuestos a pasar a la acción. De tal m anera que nues­
tros tres pobres diablos, vista la m ala situación en que
se encuentran, apelan a la rapidez de sus pies, desapare­
ciendo al final de la polvorienta calle, com o en las
películas cómicas.

94
58 después de Cristo
70. Calles de París. (Exterior día).

Pablo, seguido de sus más fieles adictos, cam ina de


nuevo por las calles de París. Tras él u n a m ujer (nunca
vista antes, m isteriosam ente dulce y simpática) y un
m uchacho que la lleva del brazo. Después sabrem os
que son la herm ana y el sobrino de Pablo.
A lo largo de las caóticas e inquietas calles de una
ciudad en guerra, se encuentra, casi oníricam ente, el
tiem po de la angustia y de ía m uerte, de la opresión y
del genocidio.
Pablo, conm ovido y apresurado, cam ina por estas
calles, hasta que llega a u n a casa y entra por su pe­
queño y digno portal.
(Escena que se rodará de la realidad con u n a decena
de comparsas).

71. P arís. C asa de Santiago. (Interior día).

En la casa de Santiago se han reunido todos los


ancianos (o jefes de la Revolución) en la acostum brada
reunión clandestina (absurda, dado el tiem po que ha
transcurrido: ello hace que la siguiente secuencia sea la
más onírica y dudosa de la película).
Pablo va abrazando silenciosamente a cada uno de
los apóstoles presentes. Todos están conm ovidos, con
lágrimas en los ojos.

97
Finalm ente, uno de los apóstoles rom pe el silencio,
afrontando la situación con realismo. Dice a Pablo:
“M ira, herm ano, todos los Judíos que se han conver­
tido a nuestra fe perm anecen, sin em bargo, celosam ente
apegados a la antigua tradición judaica. P or ello, ahora,
aquí, se habla de ti. Se dice que tú induces a los Judíos
de la diáspora a separarse del fundador de su tradición,
Moisés, que los disuades de circuncidar a sus hijos y de
vivir según las costum bres mosaicas. ¿Qué pasará
cuando se sepa que te encuentras entre nosotros?” .

Fundido encadenado.
C on u n a luz nueva, la luz de la historia, de la actuali­
dad y de un nuevo idioma, el apóstol continúa ha­
blando:
“El nuestro es u n m ovim iento organizado... Partido,
Iglesia... llám alo com o quieras. Entre nosotros tam bién
se h an establecido instituciones, aunque hayam os lu­
chado y luchem os contra las instituciones. Pero en este
lim bo se prefiguran y a las norm as que harán de nuestra
oposición u n a fuerza que tom e el poder; y com o tal será
un bien para todos. Debemos defender este futuro bien
de todos aceptando, tam bién, ser diplomáticos, hábiles,
oficiales. A dm itiendo callar cosas que deberían decirse,
no haciendo cosas que deberían hacerse o haciendo
cosas que no deberían hacerse. No decir, sino indicar,
aludir. Ser listos. Ser hipócritas. Fingir no ver las viejas
costum bres que resurgen en nosotros y en nuestros
seguidores -e l viejo ineliminable hom bre, m ezquino,
m ediocre, resignado a lo m enos malo, necesitado, de
afirm aciones y de convecciones confortantes. Porque
nosotros no som os u n a redención, sino u n a prom esa de
redención. Estam os fundando una Iglesia”.

72. París. Parlamento. (Exterior día).


Pablo pasa con algunos de sus seguidores ante el
P arlam ento de París -q u iz á se dirige a predicar en uno
de sus com icios al pueblo.

98
U n a gran m uchedum bre se agrupa a su alrededor
- u n a m uchedum bre de fascistas, de viejos rostros reac­
cionarios, etc. El tum ulto va creciendo cada vez m ás-
ante los ojos por ahora indiferentes de la policía.
La m asa grita rabiosa contra Pablo y sus seguidores.
“ ¡Alerta, Israelitas! he aquí al hom bre que en todas
partes y a todos anuncia doctrinas contra Israel, despre­
cia su ley y viola su Templo. H a profanado el lugar
santo introduciendo en él a griegos incircuncisos...”
Se v a a llevar a cabo un lincham iento cuando se
escuchan las sirenas de la policía que interviene y em ­
pieza a sofocar brutalm ente el tum ulto de la masa. El
com andante de la policía pregunta qué es lo que sucede,
pero en la barahúnda no se entiende nada. Entonces
ordena que se introduzca a Pablo en el coche celular. Y
la orden se ejecuta.
El coche celular, sejguido de u n a escolta de la policía,
parte hacia la prisión.
(Ésta es u na de las escenas de organización más com ­
pleja: se necesitan trescientos o cuatrocientos com parsas
en el centro de París; más los -medios de la policía).

73. Prisión de París. (Exterior día).

La m uchedum bre sigue en tum ulto ante la prisión: es


u n a verdadera dem ostración fascista:
“ ¡Matadlo! ¡Este hom bre no es digno de vivir entre
nosotros!”
(Cfr. N ota a la escena precedente).

74. Despacho de la prisión de París. (Interior día).

“ ¡Matadlo! ¡Este hom bre no es digno de vivir entre


nosotros!”
Los gritos de la tum ultuosa masa entran en el despa­
cho donde el com isario (o alguien de este tipo), inte­
rroga a Pablo:

99
“Bueno, ¿Quieres decirnos el verdadero m otivo de
este tum ulto que has causado con tu presencia?”
Tiene el aspecto ignom ioso de quien se prepara para
algo ilegal e inm undo.
Exasperado, vuelve a preguntar y puesto que conti­
n ú a sin obtener u n a respuesta de aquel fariseo con
tabardo que lo m ira soberbio y hum ilde al m ism o
tiem po, hace u n a señal a uno de sus carniceros. Éste se
acerca a Pablo disponiéndose a apalearlo.
Pablo:
“¿Tenéis derecho a pegar a u n ciudadano rom ano
antes de u n interrogatorio en regla?”
Allí está presente, en la som bra, otra em inencia gris:
ante estas palabras, se turba; com o autoridad de más
alto grado se dirige a su inm undo inferior:
“Cuidado con lo que haces, este hom bre es ciuda­
dano ro m an o...”
“¿Es verdad?"
Pablo responde altivam ente, com o antiguo legalista:
“Sí” .
El com isario baja las alas y dice, cada vez m ás igno­
m inioso, confidencialm ente.
“Para serlo yo tuve que pagar un m ontón de dine­
ro ...”
Pablo (c.s.):
“Y yo lo soy por derecho de nacim iento” .
Los policías lo m iran con respeto com o perros hu­
mildes.
(Escena que se rodará en los estudios).

75. Celda de la prisión de París. (Interior día).

D urm iendo en su yacija de la celda -e n tre otros


p risioneros- Pablo no parece el m ismo hom bre que
pocas horas antes había hablado con tanto orgullo de
sus derechos, de igual a igual con las autoridades (poder
de la oposición contra poder del aparato estatal): está
com pletam ente transfigurado a causa de su m al, es una
pobre y miserable criatura, que duerm e gimiendo.

100
Pero he aquí que en sueños se le aparece Dios.
Su boca pronuncia estas palabras:
“A nim o Pablo. Has dado testimonio de mí en Jerusa-
lén, lo darás tam bién en R om a”.
(Cfr. N ota escena precedente).

Escena demonios.

16. Colegio parisiense. (Exterior día).

U n simpático m uchacho, sano y simple - a ú n siendo


un estudiante- es decir el hijo de la herm ana de P ab lo -
sale del colegio, con unos com pañeros, de unos dieci-
séis-diecisiete años, com o él.
E n la calle se siente el aire agitado de los días de
huelga y desórdenes políticos (camionetas de la policía
-m anifestantes que distribuyen o lanzan manifiestos,
etc.: es inm inente la liberación).
El sobrino de Pablo, pasando junto a un grupo de
jóvenes (de aspecto “para’’, estudiantes y obreros m ez­
clados) oye algunas de sus frases:
“Hay que liquidarlo, m añana lo harem os, etc., etc.
Entonces, esta tarde v a a los jueces, etc.”
El m uchacho, evidentem ente traum atizado por los
recientes acontecim ientos, etc., adivina de lo que se
trata - p o r otra parte no es difícil, etc.
Entonces em pieza a seguir a escondidas -c o m o ha
visto hacer en las películas policíacas- a un grupo de
estos jóvenes granujas...

77. Palacio del G ran Sacerdote y de los ancianos.


(Exterior noche). \

U n grupo de unas cuarenta personas -ro stro s hones­


tos de burgueses envenenados por el odio y jóvenes
g ran u jas- avanzan por ,1a calle y entran por un lujoso

101
portal en el lujoso palacio del “G ran Sacerdote y de los
ancianos”.
El sobrino adolescente de Pablo observa com o en­
tran. Y espera, siem pre con sus libros de estudiantino
bajo el brazo.

78. Palacio del Gran Sacerdote y de los ancianos.


Algún tiempo después. (Exterior noche).

El m uchacho ha esperado incansable.


Y he aquí que todos salen del palacio. Están eufóri­
cos. Les espera u n futuro de color de rosa. G racias a
ellos se cum plirá el orden y la norm a. Su pacto, sano y
viril, obtendrá el fin que se h a propuesto, en nom bre de
la ley.
El grupo de los m ás jóvenes y violentos, acaba en un
“bistrot”: ya están u n poco borrachos y van a beber
más.

79. Bistrot. (Interior noche).

El grupo de asesinos canta a coro -to d o s bo rrach o s-


una canción fascista. C uando la acaban, entonan una
obscena.
El m uchacho que los h a seguido, canta con ellos.
Junto a él, que canta a voz en cuello, hay u n joven
casi de su m ism a edad, borracho com o una cuba, que
ya no sabe si está en el cielo o en la tierra; en su
inconsciencia, y a no es u n fascista, es u n a pobre cria­
tu ra de carne, hum ildem ente animal.
Sin darse cuenta, quizá sin reconocerlo, abraza al
jovencito que está sentado a su lado, cantando viril­
m ente con él u n a m elodiucha sucia.
Conseguida de esta m anera la confianza y evidente­
m ente perturbado por las palpitaciones, pero sin dem os­
trarlo, el sobrino de Pablo dice:

102
“Entonces lo liquidamos, ¿eh?”
El otro m uchacho, con la voz rota y pastosa a causa
del vino, m ientras los otros cantan a voz en grito, con­
firma:
“Sí, m añana m ientras esos bordes de rom anos lo
lleven desde la cárcel al tribunal...”
(Escena que se rodará en los estudios -a u n q u e sería
preferible en u n am biente real, con u n a quincena de
comparsas, que fueran verdaderos parisienses).

80. C árcel de P arís. (Exterior día).

El sobrino de Pablo corre con todas sus fuerzas por


la calle que lleva a la cárcel; cuando llega ante ella, pide
al cuerpo de guardia que le deje hablar con el tribuno.
El centurión decide dejarlo pasar.

81. D espacho del tribuno. (Interior noche).

El tribuno (o sea la em inencia gris que habíam os


visto presenciar el interrogatorio de Pablo e interrum pir
el apaleo), observa al m uchacho que entra en su despa­
cho acom pañado por el centurión.
Centurión:
“Es el sobrino de Pablo. Dice que tiene algo que co­
m unicarte” .
El tribuno despide al centurión y queda cara a cara
con el m uchacho:
“¿Qué es lo que tienes que decirm e?”
“Señor, los judíos desean pedirte el favor de hacer
com parecer a Pablo ante el tribunal con el pretexto de
inform arte m ás a fondo de sus actos. N o les creas; es
u n a tram pa que u n a m inoría de fanáticos le tiende para
m atarlo durante el trayecto. Ya están dispuestos; en su
rabiosa esperanza, sólo esperan tu perm iso” .
“Vete tranquilo. ¡Y silencio, no digas nada a nadie!”

103
82. Cárcel de París. (Exterior noche).

U n a gran escolta de la policía está preparada. En


silencio.
E n silencio se hace salir a Pablo de la cárcel, se le
sube a un autom óvil que se pone en m archa rápida­
mente, seguido de la escolta y pasa zum bando por las
calles de la ciudad adormecida.

83. P eriferia de Vichy. (Exterior día).

Es el alba. La colum na de la policía con el coche en


el que se encuentra Pablo al centro, atraviesa el cam po
y la prim era periferia todavía adormecida, llega a las
puertas de V ichy (anunciada en u n gran cartel) y se
adentra en la pequeña ciudad.
Llega ante un tétrico edificio. Se hace descender a
Pablo y entrar en la nueva cárcel -q u e oficialmente no
es u n a prisión, sino, por así decirlo, un dom icilio for­
zoso.
Aquí le espera el procurador Félix, con su m ujer - y
le dice, con u n a cierta am bigua benevolencia, que sabe
(su discurso resum e las páginas de los Hechos 23.21-31)
todo lo que se refiere a Pablo. Y concluye: “¿Qué es lo
que predicas? ¿Cuáles son tus argum entos?”
Y Pablo, simplemente: “La justicia, la castidad, el
juicio futuro” .
El procurador Félix se enturbia incóm odo (evidente­
m ente sintiendo su “conciencia poco tranquila”) y bar­
bota: “H ablarem os de ello en otra ocasión” . Se dirige a
los guardias: “Vigiladlo, pero dejadle cierta libertad...
no impidáis que sus herm anos de fe le hagan algún ser­
vicio” .
Se va, con u n a sonrisa cortés.
U n a vez h a desaparecido, el jefe de la guardia m ira a
Pablo y señalando a su superior recién salido, hace un
guiño, frotando significativamente el índice contra el
pulgar.

104
60 después de Cristo
84. Periferia de Vichy. (Interior día).

Panorám ica del “tétrico edificio de V ichy” ; nos en­


contram os, por tanto, después de dos años, en el m ism o
lugar.
U n gran autom óvil (de autoridades) se detiene de­
lante, descendiendo un grueso señor seguido de su
guardia.
(N.B. Éste es el m om ento del salto, figuradam ente
onírico, entre la ocupación nazi y la am ericana. F or­
m alm ente es lo mismo. El poder tiene el m ism o rostro,
etc. Por tanto, la escolta de la nueva autoridad y a no
está form ada por las SS, sino por policías americanos).
El grueso señor que entra en el edificio de Vichy, es
el nuevo procurador.

85. Interior del edificio de Vichy. (Interior día).

Pablo está en la habitación de su domicilio forzoso y


escribe en su viejo pero lujoso escritorio.
E ntra el nuevo procurador, que se presenta:
“Soy Festo, el nuevo procurador. Vengo de Jerusa­
lén, donde he estudiado tu caso. Allá levantan graves
acusaciones contra ti. Pero no puedo probar ninguna de
ellas. ¿Deseas ir a Jerusalén y ser juzgado ante m í?”
Y Pablo, seguro de sí, hom bre de acción, legalista, de
igual a igual:

107
“Ya estoy ante el tribunal del César; y aquí debe
juzgársem e. A los Judíos no agravié en nada, com o tú
sabes m uy bien, Festo. Si soy culpable de algún crim en
digno de m uerte, no recuso el m orir; pero si nada es
verdad de lo que se me acusa, nadie puede entregarm e
a los Judíos. Apelo al C ésar”.
"H as apelado al César, irás al César, a R o m a ”.

86. P u erto de New York. (Exterior día).

A parición de N ew York, por mar.


El transatlántico donde se h a em barcado Pablo
-aco m p añ ad o por los guardias- atraca en el m uelle del
puerto y Pablo desciende.
En el m uelle le espera u n a delegación de los Judíos
domiciliados en Roma; los apretones de m ano entre
Pablo y éstos no sólo son corteses, sino tam bién con­
m ovidos y fraternales.
Luego el grupo se pierde entre la inm ensa m asa de
gente del puerto de N ew York.
(Escena que, naturalm ente, se rodará de la realidad).

87. Exterior de hotelito de New York. (Exterior


día).

La film adora describirá, aunque sea sintéticamente,


el lugar donde se encuentra el hotelito en el que se aloja
Pablo: en M anhattan, en los límites del Village, en el
W est Side, u n lugar apocalíptico y pobrísimo. Pero con
particular am or la film adora encuadrará el hotelito, que
tiene u n a curiosa y conm ovedora semejanza con el ho­
telito en que fue asesinado Luther King.
U n policía am ericano (negro) pasea tranquilo y
suave arriba y abajo por el corredor del segundo o
tercer piso, en el que se abre la puerta del apartam entito
de Pablo.

108
88. Interior del hotelito de New Y ork. (Interior
día).

E n su habitación, Pablo está hablando con los dele­


gados Judíos que lo han acogido fraternalm ente. (H e ­
chos 28.16-22).
Pablo: “Yo, herm anos, sin haber hecho nada contra
el pueblo ni contra las norm as de nuestros padres, fui
encarcelado en Jerusalén en poder de los rom anos; los
cuales, después de juzgarm e, querían liberarm e por no
haber hallado nada que mereciese mi m uerte o encarce­
lam iento. M is com patriotas se opusieron y me vi obli­
gado a apelar al César: ¡no para prom over acusaciones
contra m i pueblo!” (Los oyentes, ante la palabra “apela­
ción”, se han irritado un poco). “A hora os he convo­
cado para veros y deciros que llevo estas cadenas única­
m ente porque anuncio al Mesías, esperanza de Israel” .
Los delegados responden: “N osotros no hem os reci­
bido ninguna carta de Judea, ni mensajeros, que nos
diesen malas noticias referentes a ti. E n cam bio cree­
mos necesario oír de ti m ismo lo que piensas, porque
aquí, se sabe que tu secta encuentra oposiciones en
todas partes” .

89. Salón de representación de la embajada ita­


liana. (Interior día).

Los Judíos domiciliados en Roma tienen una lujosa


sede (precisam ente del m ismo tipo que la em bajada
italiana en N ew York). Están todos reunidos (unos dos­
cientos) para escuchar directam ente la palabra de Pablo.
Com o en todas estas últimas escenas, Pablo aparece
con su actitud de organizador, ex fariseo, duro, exal­
tado, diplomático, es decir, no com o un santo, sino
com o u n sacerdote. Está sentado ante la lujosa, grande
y solem ne m esa de la presidencia (siempre bajo la vigi­
lancia de policías americanos); con u n tono casi oficial,

109
pronuncia su discurso (aunque siempre con su ímpetu
poderoso e inspirado).
Este discurso lo constituirá el texto de la "Epístola a
los Hebreos": naturalm ente no todo, sino sintetizado,
m ediante la selección de dos o tres puntos culm inantes,
que divide u n a serie de fundidos encadenados.
E l público hebreo perm anece en su mayor parte indi­
ferente, frío u hostil. Alguno hasta desaprueba m anifies­
tamente.
Las palabras finales del discurso son de los Hechos
(28.23-31): “Tenía razón el espíritu santo cuando decía
a vuestros padres: oiréis con el oído y no com prende­
réis, m iraréis con vuestros ojos y no veréis, porque
vuestro corazón se h a hecho insensible, vuestros oídos
se han endurecido y vuestros ojos se han cerrado para
no ver, para no oír, para no com prender, p ara no ser
convertidos y curados por mí... conocido sea, pues, que
esta salvación de Dios -q u e vosotros rechazais- se­
rá com unicada a los paganos que la escucharán dócil­
mente.
Dichas estas palabras Pablo, oscurecido y angustiado
se levanta y dubitativo, se va: los demás tam bién despe­
jan el salón “discutiendo m ucho entre sí” .
(Este am biente se puede reconstruir en los estudios:
sin em bargo, sería preferible encontrar uno real en
N ew York).

90. Interior del hotelito de New York. (Interior


día).

E n su cama, en aquella desesperada habitación sin


ninguna belleza, perdida en el corazón de N ew York,
Pablo siente de nuevo su mal; está terroso, acabado, feo
y casi repugnante por los vómitos y las lágrimas: un
m iserable rostro de niño viejo, de desecho de la hum a­
nidad. El dolor es insoportable y se lamenta.
Se ve pasear arriba y abajo por el corredor - a través
de la puerta de cristales, del m ism o estilo que en las

110
películas de gángsters- al policía negro, oscilante y
suave. C anturrea o silba, im provisando. Después, la
piedad, que intenta vencer inútilm ente, prevalece:
aplasta el rostro, aplastado ya com o el de un dulce
anim al, contra el cristal.
Pablo lo advierte y le dirige u n a débil sonrisa.

Fundido encadenado.

La habitación de Pablo está ahora llena de gente; son


todos pobres -q u iz á los siervos del hotel o sus parientes
y amigos. La m ayor parte son negros. (El policía negro
está graciosam ente apoyado en el quicio de la puerta).
Pablo está desfigurado por su mal, pero consigue
hablar: im provisa, inspirado, en fragm entos (quizá de la
m ism a m anera que sus oyentes acostum bran a im provi­
sar sus cantos) y no im porta si el discurso es elíptico o
ilógico (éste se configura com o el “nacim iento” de los
conceptos que después se expresarán en la Epístola a los
Romanos de la que se han extraído confusam ente y sin
un orden, como antes de ser escritos):
“Al que no es mi pueblo, le llam aré m i pueblo;
y am ada, a la no amada;
y será en el lugar donde fue dicho a ellos.-
vosoros no sois m i pueblo,
¡allí serán llam ados hijos del Dios vivo!

Los paganos, los no elegidos, los que no buscaban la


justicia, han obtenido la justicia, la verdadera, la que
viene de la fe. Los creyentes, los elegidos, en cambio,
que seguían u n a Ley de justicia, no han llegado a la
Ley- ¿Y p or qué? Porque han tratado de llegar a ella
partiendo no de la fe, sino de las obras...

Ellos son odiosos ante Dios, para ventaja vuestra,


pero conform e a la elección le son carísim os por causa
de sus padres: porque son irrevocables los dones y el
llam am iento de Dios.
P orque así gom o vosotros un tiem po desobedecisteis
a Dios y ahora, precisam ente a través de su increduli­

111
dad, hallásteis m isericordia, así tam bién ellos ahora no
han creído, para que, por la m isericordia tenida con
vosotros, obtengan a su vez misericordia.
Porque a todos encerró Dios en la desobediencia
paira tener m isericordia con todos...”
63 después de Cristo
91. Tribunal de New York. (Interior día).

Pablo está sentado en el banquillo de los acusados. A


su alrededor, policías americanos.
F uera de los recintos, num eroso público espera la
sentencia. Negros y blancos pobres, “catequizados” en
su hotelito de N ew York en W est Side, algún intelec­
tual am ericano, m uchos jóvenes del Village, variopin­
tos, desesperados -ángeles de la corrupción com o pro­
testa; y finalm ente un nutrido grupo de Judíos, en ta­
bardo, adversarios pero no enemigos de Pablo, antes
bien fraternalm ente cercanos a él en la espera de la
sentencia.
Pablo, sentado en el banquillo, sufre visiblemente los
espasmos de su mal: pero consigue dom inarse. Sin em ­
bargo, su rostro está hum illado y desesperado, com o el
de los inocentes negros, de los jóvenes drogados y per­
versos.
El Tribunal sale y el Presidente lee, según la fórm ula
am ericana, u n a sentencia absolutoria.
Los pobres, los negros, los jóvenes del Village se
alborozan; tam bién hay alegría en los ojos de los dignos
judíos.

92. Hotelito de New York. (Exterior día).

E n el patio del hotelito del W est Side hay u n am ­


biente de espera.
Hay m ás gente de la habitual.

115
Pero esta gente es m uy curiosa y no se diría que es
gente de bien.
N egros de aspecto peligroso y granuja con curiosos
som breros e indum entarias casi salvajes; jóvenes “beat”
y “hippies” sucios y provocativos que llam arían la aten­
ción del m ás liberal de los burgueses; un grupo rodea a
u n a m uchacha que, tocando su guitarra, canta u n a can­
ción co ntra todo tipo de poder. Hasta aquí tiene un
pase. Pero otros, en u n rincón, están fum ando; algunos
han caído y a bajos los efectos de la droga. Otro grupo
charla con vivacidad: se trata de jocosas discusiones
entre un grupo de hom osexuales, m uy afem inados y
m aquillados con jóvenes prostitutos, vestidos casi con
traje, tal' es el exceso de su ímpetu, de su virilidad;
alrededor hay adem ás despojos de distintas especies:
viejos borrachos procedentes de los m ás profundos
bajos fondos; viejas putas reducidas a la mendicidad;
m uchachas corrom pidas fugadas de sus casas, algunas
m uy bellas, pero m arcadas por un destino desesperado;
tam bién hay intelectuales, reconocibles no por sus ves­
tidos, sino por sus rostros apagados y sus ojos atentos.
Pablo desciende en m edio de toda esta m uchedum ­
bre -siem p re atrozm ente atorm entado por su mal. La
m asa de gente se aprieta a su alrededor, respetuosa y
deseosa de conocer y com prender- según las costum ­
bres casi m ísticam ente dem ocráticas del Village.
Pablo abre la boca y em pieza a hablar:
“N inguno de nosotros vive por sí m ism o y m uere
por sí mismo: porque si vivimos, vivimos por el Señor
y si m orim os, m orim os por el Señor. Por tanto, se viva
o se m uera, estamos en el Señor. Para ello precisam ente
Cristo m urió y resucitó, para ser Señor tanto de los
m uertos com o de los vivos.
¿Y tú, p or qué juzgas a tu herm ano? ¿Y tú, por qué
desprecias a tu herm ano? Todos aparecerán ante el tri­
bunal de Dios...
Así cada uno de nosotros rendirá cuentas de sí
m ism o ante Dios. Por lo tanto, no nos juzguem os entre
nosotros, sino pensad en no crear dificultades ni escan­
dalizar a vuestro herm ano...

116
Yo sé y estoy persuadido en el Señor, que nada es
im puro en sí m ismo, pero si u n a cosa se considera
im pura, para quien lo cree así, es im pura...
¡Feliz aquel que no condena en sí m ism o lo que
aprueba!
Pero aquel que duda.., se condena, porque no actúa
con convicción: todo aquello que no deriva de una
firme convicción es pecado...”

93. Gran sala de reuniones en el Village. (Interior


día).

Esta sala de reuniones podría ser u n teatro, un cine o


un inm enso almacén: o m ejor aún, un salón de baile.
U n a grandísim a m uchedum bre la llena; es la m ism a
m asa de gente que se ha descrito en el hotelito del W est
Side y que se ha multiplicado.
Esta vez Pablo habla con todo su poder y autoridad
de gran organizador, de apóstol, de fundador de Igle­
sias. Su mal se h a aplacado: su rostro respira con
fuerza, seguridad, salud y una form a de violencia.
La m uchedum bre le saluda amigable, fraternal y él
em pieza a hablar, sobre el podio donde norm alm ente
toca la orquesta, ante el m icrófono (como hace, ponga­
mos, Ginsberg).
“Todos estén sujetos a las autoridades superiores ya
que no existe autoridad si no procede de Dios y las que
existen, están dispuestas por Dios.
De m odo que el que se opone a la autoridad, se
resiste al orden establecido por Dios: y los que se resis­
ten recibirán la condena sobre sí mismos.
Porque los que m andan no deben asustarnos por las
buenas obras, sino por las malas. ¿Quieres, pues, no
tem er a la autoridad? O bra bien y recibirás su aproba­
ción. Es m inistra de Dios, para bien tuyo. Pero si obras
mal, témela: porque no sin motivo lleva siem pre la
espada puesto que, al ser m inistra de Dios, debe castigar
a quien obra mal. Por ello es necesario subordinarse, no

117
p o r tem or al castigo, sino de la conciencia. Por la
m ism a razón, debéis pagar los impuestos; porque son
funcionarios públicos de Dios aquellos que se dedican a
este oficio. Pagad las deudas a todos: al que debéis
tributo, el tributo; al que portazgo, portazgo; al que
reverencia, reverencia; al que honor, el h onor” .
A m edida que Pablo habla, la platea, que había ve­
nido a escuchar por am or, prim ero queda sorprendida,
después confusa y finalmente, estalla con rabia, sil­
bando, cantando, gritando.
E n la barahúnda de indignación y, en aquel lugar,
justificada, las palabras de Pablo se pierden; apenas se
oye la últim a frase que consigue pronunciar:
“ ...La noche avanza, se acerca el día. Despojém onos
de las obras de las tinieblas y revistám onos de las armas
de luz...”
E n la confusión (no hay nada m ás im presionante que
u n a protesta de jóvenes que están de parte de la razón;
es infinitam ente m ás espantosa y angustiosa que cual­
quier algazara o hasta que cualquier lincham iento fas­
cista) se escuchan las exaltadas, irónicas o amargas,
intervenciones de algunos intelectuales y algunos jóve­
nes:
“Que lo reexpidan a la España de Franco: ahí seguro
que no le silbarán". “Quizá lo hace por razones diplo­
máticas... para que no lo liquiden com o a Luther King,
para estar en buenas relaciones con las autoridades, no
m olestarlas...” “Peor todavía: religión y diplomacia son
dos térm inos contradictorios: este desprecio por la vida
pública, que perm ite la adulación al poder para encon­
trar un m odus vivendi con él, resquebraja la m ism a
totalidad m etafísica que lo hace posible... De hecho, el
extrem ism o metafísico y lo práctico, coinciden: pero
u n a cosa es lo práctico existencial y otra, lo práctico
político. Lo práctico existencial es la otra cara de la
religiosidad metafísica. Pero u n error político, deterio­
rando la vida práctica, deteriora tam bién el pensa­
m iento religioso; y peor todavía, cuando este error polí­
tico consiste en u n a aquiescencia, en u n vil com pro­
miso con la reacción, en u n a complicidad con el po­

118
der”. “¿Qué puedes pretender de este hombre? Es lega­
lista hasta la m édula en su predicación. El arquetipo de
la idea de poder coincide con la idea arquetípica que él
da de Dios” . “Su predicación es totalm ente autoritaria:
las declaraciones de debilidad o son narcisistas o son
pasajes de arte retórico” . “Y él, tal com o suelen hacer
nuestros jóvenes demócratas, ¡debería renunciar a ser
u n líder!” “ ¡Pero tiene en la cabeza u n m undo jerár­
quico en el sentido más estricto y rígido de la palabra!
Im agínate si aceptaría el anonim ato: es decir, cam biar
de nom bre cada vez que h a fundado u n a iglesia, para
volver a em pezar de cero, sin la autoridad que le pro­
porcionan sus éxitos (tal com o hacen nuestros jóvenes
del m ovim iento estudiantil)” . “V a acum ulando autori­
dad sobre autoridad; lejos de cambiar de nombre y presen­
tarse como un desconocido, no hace más que acentuar su
función paternal”. “En él el Poder lo es todo”.
“Es fundador de Iglesias; tiene la obsesión de insti­
tu ir”. “Pero toda institución es en sí m ism a antidem o­
crática: la dem ocracia no está en ningún sitio. Sus defi­
niciones no tienen u n campo semántico, por ello son
forzosam ente imprecisas. Y sus instituciones, si las hay,
siem pre deben ser inestables, abiertas, en m ovim iento” .
“ ¡La realidad es u n a cualidad, no u n a cantidad!” “Es
de suponer que él no entendería ni siquiera la letra de
nuestras críticas”. “De hecho, tiende a definir y cerrarlo
todo, fe de ello es su lenguaje; lenguaje inspirado e
impreciso, es verdad, pero al m ism o tiem po tan rígida­
m ente codificado que cuando en uno de sus discursos
aparece alguna palabra nueva, habría que gritar m ila­
gro” . “¿Es posible que no entienda que hoy, aquí, no
puede existir y no puede aceptarse u n código, ni si­
quiera u n código de lenguaje revolucionario? ¿Que el
lenguaje revolucionario se inventa día a día? “¿Y que
las fórm ulas que fatalm ente nacen, no pueden tener
más que u n día o un m es de vida?” “¿Es posible que él
venga a predicar u n a iglesia donde, si se siente la nece­
sidad de ella, ésta no puede ser m ás que ecuménica; y
que si debe enseñar algo, no puede ser más que la
resistencia a la autoridad, a todo tipo de autoridad?”

119
Fundido encadenado.

La gran sala se h a vaciado en parte; sin em bargo una


m uchedum bre tum ultuosa todavía está discutiendo.
En u n rincón, rodeado por u n grupo de jóvenes e
intelectuales que todavía desean interrogarlo y escu­
charlo, está Pablo. H a perdido nuevam ente su seguri­
dad de “leader” y hum ildem ente habla a los demás,
sufriente, sencillo, com o si hablase consigo mismo:
“ ¿Qué direm os, pues? ¿Es la Ley pecado? N o, cierta­
mente. Pero yo no conocí el pecado sino por la Ley. No
sabría de la concupiscencia, si la Ley no dijera: No
desearás...
Porque el pecado, tom ando conciencia de sí m ism o
por este precepto, suscitó en mí todo tipo de codicia: ya
que sin Ley el pecado está m uerto.
Yo vivía en otro tiempo sin Ley. Pero cuando vino el
precepto, el pecado cobró vida y m orí yo...
P orque el precepto, que m e fue dado para que me
guiase a la vida, m e llevó a la m uerte...
Porque el pecado m e sedujo por m edio del precepto
y por m edio de él labró mi muerte.
La Ley por tanto es santa y santo, bueno y justo es el
precepto...”

Se encuadran unos pies que caminan por una calle


de Roma (es decir Jerusalén); luego los pies se detienen
ante una puerta. Es la puerta del palacete de Lucas. El
visitante se ve de espaldas y siempre, durante todo el
episodio, se verá así. Se trata, como veremos, de S ata­
nás. Entra en el edificio y sube al apartamento de
Lucas. Amplio diálogo entre los dos: Lucas resume con
sarcasmo a su jefe la continuación de la historia de
Pablo. Prácticamente y a ha llegado al final. La Iglesia
está fundada. El resto no es más que un largo apéndice.
Una agonía. A Satanás no le interesa el destino de
Pablo: que se salve y vaya al Paraíso. Satanás y su
sicario ríen sarcásticamente satisfechos. Lucas se le­
vanta, coge de un mueblecito una botella de "champag­
n e” y los dos brindan repetidamente por su Iglesia.

120
Beben .y se emborrachan evocando todos los delitos de la
Iglesia: larguísima lista de papas criminales, de com ­
promisos de la Iglesia con el poder, de abusos, violen­
cias, represiones, ignorancia, dogmas. Finalm ente los
dos están completamente borrachos y ríen pensando en
Pablo que todavía está allí, paseando por el m undo para
predicar y organizar.
64-66 después de Cristo
Entrevista en la que se habla del sentido de hacer
una película sobre San Pablo. Todos los delitos y culpas
de la Iglesia no son nada frente a las culpas de hoy en
que la Iglesia acepta pasivamente un poder irreligioso
que la está liquidando y reduciendo a mero folklore,
(cfr. artículos del “Corriere della S era ”: se transcribi­
rán completos).

94. Empieza aquí una misteriosa secuencia-inter


medio.

Vem os a Pablo de lejos, recorriendo gran parte de


los lugares que y a había visitado; habla, pero su voz
llega confusa, ronca e imperceptible; le vem os vol­
viendo a encontrar a viejos amigos, abrazándolos; dete­
niéndose con nuevos amigos, etc.

94* N á p o les. C entro y periferia. (E x te rio r día).

A lgunos pasajes (con actuaciones com o las arriba


m encionadas) de algunos lugares napolitanos: unos son
conocidos, otros no lo son. (Se entrevé a Tim oteo y
otros seguidores de Pablo).

125
94». G énova. C entro y periferia. (Exterior día).

A lgunos pasajes com o los arriba m encionados. (Ape­


nas se reconocen Aquila, Priscila, otros intelectuales).

94'. O tra ciudad. C entro y periferia. (Exterior


día).

A lgunos pasajes com o los a.d. (entre gente total­


m ente desconocida).

95. N ueva ciudad. Centro y periferia. (Exterior


día).

A lgunos pasajes com o los a.d.


Pero esta vez, siem pre a lo lejos, acontece u n a escena
rápida, casi com o en sueños. Llega de im proviso una
patrulla de la policía al grupo en el que Pablo está
hablando, agrede con inaudita violencia a los presentes,
los dispersa, golpeándolos “salvajem ente” con la porra,
arresta a Pablo, lo carga en u n a cam ioneta y desapa­
rece, siem pre a lo lejos, en el extrem o de u n a calle de
ese anónim o barrio de esa anónim a ciudad.

96. Puerto de New York. (Exterior día).

Reaparición de N ew York.
Los gigantescos rascacielos al fondo del puerto, en
un tenebroso ambiente.
El transatlántico en el que llega Pablo, escoltado por
unos policías, atraca en el puerto.
Pablo, en cubierta, m aniatado, entre la m uchedum ­

126
bre, m ira hacia abajo, hacia el muelle; pero su m irada,
antes esperanzada, lentam ente se pierde y tiembla; se
llena de lágrimas. N adie le espera. Está solo.
Desciende por la pasarela, entre los policías, acabado
y casi una som bra a causa del m al que consum e su
cuerpo.
Lo cargan en u n a cam ioneta de la policía, que se
pierde en el tráfico del inm enso puerto.

97. C árceles de New York. (Exterior día).

La cam ioneta escoltada se detiene ante las tétricas


cárceles de N ew York, donde están recluidos los delin­
cuentes com unes.
Se hace descender a Pablo de la cam ioneta y lo h a­
cen entrar.

98. C árceles de New York. (Interior día).

Pablo, escoltado por los guardianes, cam ina por los


corredores que dan sobre el patio interior de la cárcel.
Lo introducen en una celda, con delincuentes com unes,
que lo observan con el peligroso odio de los viejos
contra los recién llegados.

Fundido encadenado.

Pablo está inclinado sobre su catre; en sus rodillas


tiene u n a hoja de papel y con m ano tem blorosa, de
enferm o, escribe:
“Todos me han abandonado...”

Fundido encadenado.

Es de noche. Los com pañeros de celda de Pablo


duerm en descompuestos, sudorosos. Pablo continúa in­

127
clinado sobre la m ísera hojita de papel donde escribe
con m ano tem blorosa:
“Por Cristo sufro dolores y hum illaciones que me
han llevado a las cadenas, com o si fuese u n delincuente
com ún: pero la palabra de Dios no está encadenada” .
67 después de Cristo
99. Prisión de New York. (Interior día).

E n su despacho, el director de la cárcel (o cualquiera


de las autoridades que se han ido siguiendo -to d as ellas
iguales y al m ism o tiem po distintas, a lo largo de la vida
de P ab lo - con los desesperados y viscosos rostros de los
siervos del Poder) está leyendo una carta.
Frente a él, otros "siervos del poder” subordinados,
esperan sus órdenes.
El jefe levanta los ojos del despacho y com pleta­
m ente disociado -justificado por la obediencia- dice:
“Hay que quitarlo de enm edio” .

100. Celda de la cárcel de New York. (Interior


día).

Pablo continúa atorm entado por su mal: su rostro


tum efacto, blanco, con la barba larga, no se podría
distinguir del rostro de los delincuentes comunes.
U n guardián abre la puerta, m ira con odio a Pablo y
le anuncia:
“Puedes irte, estás libre” .
Pablo recoge su ropa en silencio y sigue al guardián
a través del corredor.

131
101. Cárcel de New York. (Exterior día).

Pablo sale de la cárcel y tam bién ahora m ira a su


alrededor, para ver si hay alguien esperándolo. Pero a
su alrededor todo está desierto. Sólo los transeúntes que
pasan rápidam ente ante aquel triste edificio.
Los ojos de Pablo, en los que había brillado un poco
una absurda esperanza, se velan y se llenan de lágrimas.
Balanceándose a causa de los espasmos de la enfer­
m edad de su cuerpo, em pieza a cam inar por la triste
calle rodeada de enorm es edificios grises.
Alguien sigue tras él, com o espiándolo.

102. Nuevo hotelito de New York. (Exterior día).

El hotelito donde esta vez se aloja Pablo, se parece


extraordinariam ente al de la prim era vez; sólo que
ahora es absolutam ente idéntico a aquel donde asesina­
ron a Luther King. (Si fuese posible, desearía rodar esta
secuencia en el m ism o hotel de M em phis donde Luther
King fue asesinado).
E n los corredores, en el pequeño patio interior, hay
m ás o m enos la m ism a gente que en el otro. Se entrevé,
al fondo, la persona que ha seguido a Pablo.

103. Habitación del nuevo hotelito de New York.


(Interior día).

E n la triste habitacioncita del hotel donde se aloja,


Pablo se dedica a escribir. Está m uy inspirado y escribe
con velocidad y apasionam iento. (Los siguientes frag­
m entos se han extraído de las Epístolas Pastorales):
“A ún esperando estar contigo cuanto antes, te es­
cribo estas cosas para que, si tardase, sepas com o debes
com portarte en la casa de Dios, que es la iglesia de Dios
vivo, colum na y soporte de la verdad".

132
M ientras continúa escribiendo, vem os en otro folio
el destino de la carta:
“Pablo, Apóstol de Cristo Jesús por m andato de Dios
Salvador nuestro y de Cristo Jesús nuestra esperanza, a
Timoteo, hijo verdadero en la fe...”

104. Nápoles. (Distintos exteriores día).

Bajo la voz que lee la carta a Timoteo, aparecen


lugares de Efeso (por tanto Nápoles, centro, periferia y
alrededores) donde Tim oteo es ahora “pastor".
Se ve la plaza donde Pablo predicó por prim era vez
en Efeso.
Se ven los lugares donde los tres subproletarios, fal­
sos santos, llevaron a cabo sus empresas.
Se ven los lugares (de la triste y m iserable periferia)
donde Pablo los echó furioso.
Se ve el lugar -im preciso y m isterioso- por el que
Pablo pasó por últim a vez.
Después se ven otros lugares desconocidos de la peri­
feria, maloliente y descortezada, llena de agujeros, de
viejos huertos fétidos, de inform es caserones, medio
resquebrajados, de grandes plazas cegadas por el sol
poco a poco, se va hacia el centro, desordenado, caó­
tico, dem asiado viejo o demasiado nuevo, con callejo­
nes perdidos en el fango de la historia y desolados
rascacielos en el polvo...
H asta que se ve u n edificio barroco, sede del Obispo.
E n todas estas imágenes continúa resonando la voz
pacata e inspirada de Pablo:
“ Hazte m odelo de los fieles con- la palabra, con la
conducta, con la caridad, con la fe, con la castidad...”

“R ecuerda a los fieles que estén sometidos a potesta­


des y autoridades, que estén dispuestos a toda obra
buena, que no hablen mal de nadie, que no litiguen
sino que se dobleguen, m ostrando m ansedum bre hacia
todos los hom bres” .

133
“C uantos son esclavos sometidos al yugo, consideren
a sus señores com o dignos de toda honra, para que no
sea maldecido el nom bre de Dios y su doctrina. Y los
que sirvan a señores creyentes, no los desprecien por
ser herm anos, antes bien sírvanlos m ejor...”
(N aturalm ente habrá u n a continua analogía entre
estas palabras y las im ágenes arriba descritas; a la pala­
bra “esclavos” corresponderá u n a im agen de gente po-
brísima, p o r las calles miserables y a la palabra “seño­
res”, la im agen de los edificios del centro, etc.).

105. Interior del Palacio del Obispo en Nápoles.


(Interior día).

El obispo es Timoteo. Vestido con los hábitos de


prelado y el birrete carmesí, está sentado ante su escri­
torio, poderoso, lujoso, neoclásico pero todavía lleno de
u n a sensual y apocalíptica pesadez barroca - e n un án­
gulo de un lujoso estudio, con paredes afrescadas en el
Seiscientos o Setecientos, con Cristos, Ángeles, Je ra r­
quías, Santos, nubes, aureolas (la film adora encuadrará
los detalles de todo esto).
El obispo Tim oteo lee la carta que le h a enviado
Pablo: su rostro es aún dulce, asustado y puro del após­
tol; sin em bargo, con los años, se ha depositado en él
u na especie de polvo, u n a cierta inexpresividad... Es
com o de cera, com o los Cristos, los Ángeles y los San­
tos barrocos o neoclásicos representados en las paredes
o en las bóvedas de su rica casa.
C ontinúa resonando la voz de Pablo:
“El obispo debe ser irreprensible, varón de u n a sola
m ujer, sobrio, prudente, digno, hospitalario, instruc­
tivo, enemigo del vino, no violento s in o . indulgente,
pacífico, desinteresado...”
“A un anciano no lo increpes, sino exhórtale com o a
padre; a los jóvenes com o a herm anos; a las ancianas
com o a madres; a las jóvenes com o a herm anas, con
toda pureza” .

134
106. Iglesia de Nápoles. (Exterior día).

Contracielo, se yergue el detalle del cam panario ba­


rroco de u n a iglesia de Nápoles: un cam panario traba­
jado y relam ido com o u n a torta, descrostado, rojizo,
devorado por la lluvia y el sol.
Sobre las inm óviles campanas resuena la voz de Pa­
blo:
“Lo prim ero que recom iendo es que se hagan súpli­
cas, oraciones, plegarias y acciones de gracias en favor
de todos los hom bres, por los Reyes y todas las autori­
dades, para que pasemos u n a vida sosegada y tranquila,
con toda piedad y decoro” .
Pero, de pronto, las cam panas em piezan a sonar:
tem pestuosas, ensordecedoras -e l cielo se invade de ese
terrible estrépito- alegre y lo co - y a la vez desesperado
y acostum brado.
La voz de Pablo ya casi no se oye, engullida por el
alboroto. Ú nicam ente alguna palabra es apenas percep­
tible todavía:
“E nseña lo que es conform e a la santa doctrina: que
los ancianos sean prudentes, sobrios, graves, sanos en la
fe, en la caridad y en la constancia...”

107. Iglesia de Nápoles. (Exterior día).

M ientras la voz de Pablo continúa leyendo la carta


-incom prensible, imperceptible, sofocada- se ve ahora
un panoram a de la solem ne iglesia, barroca o neoclá­
sica, llena de toda su terrible e idiota, pom posa y depri­
m ente violencia contrarreform ista.
Por u n a calle que desemboca en la plaza de la Iglesia,
aparece una procesión; una procesión tal como debe
ser, con la banda, la estatua de la Virgen, pesadísima,
llevada a hom bros por jovencitos de rostros bribones,
interm inables hileras de santurronas, desceñidas y des­
greñadas com o furias, bajo sus angustiosos velos negros

135
y después toda la carnavalada de vestidos: prim eras
com uniones, hijas de M aría, afiliados a la Buena M a­
dre, etc.
La film adora encuadrará todos estos detalles, m ien­
tras la procesión, al son de las campanas, entra en la
iglesia.
A penas perceptible, pero firme, resuena la am onesta­
ción preceptiva de Pablo:
“Que las m ujeres ancianas tengan un com porta­
m iento que em ana de la gente bendecida por Dios: que
no sean m aledicientes ni adictas al vino, sino ejemplos
de bondad, para enseñar a las jóvenes a ser sabias, a
am ar a sus m aridos y a sus hijos, a ser prudentes,
castas, adictas a la casa, buenas, som etidas a sus m ari­
dos, para que no se ensucie la palabra del Señor” .

“A los m ás jóvenes, exhórtales a ser prudentes en


todo... Integridad en la doctrina, seriedad en la con­
ducta... P ara que nuestros adversarios queden confusos
y no tengan nada que decir respecto a nosotros...”

(Esta vez las palabras tam bién coincidirán, contradic­


toriam ente, con las imágenes: las m ujeres, los viejos,
los jóvenes de los que se habla, son los representados en
el “docum ental” de la procesión).

103. In terio r de la iglesia de Nápoles. (Interior


día).

M ientras continúa resonando la voz de Pablo (siem­


pre apenas perceptible) sigue el docum ental sobre la
función eclesiástica que, aunque de m anera esencial,
abarca a todo el m undo clerical.
E n u n a m agna pom pa, se encuentra Timoteo, ves­
tido literalm ente de oro, aplastado bajo la m itra, casi
irreconocible.
Y alrededor, todo el variopinto y tam bién lujosa­
m ente carnavalesco coro de los'otros curas.

136
Los graciosos m onaguillos que ayudan en la misa.
Las viejas m ujeres del pueblo (adorables) que rezan
en sus bancos.
U n grupo de autoridades: altos oficiales, inflados
com o pavos dentro de sus uniform es grandes; políticos,
con sus chaquetones negros, con los viejos rostros vul­
gares e hipócritas; el cortejo de sus señoras enjoyadas y
sus siervos, etc.
El altar incrustado de oro -verdadero becerro de
o ro - lleno de recargam ientos barrocos y volutas neoclá­
sicas, o b ra de total descreim iento, oficial am enazado­
ra, hipócritam ente mística y glorificadora, clerical y pa­
tronal.
La voz de Pablo continúa im pertérrita dando sus
preceptos pastorales:
“Quiero, pues que los hom bres oren en todo lugar,
levantando sus m anos puras, sin cólera ni espíritu de
disputa. Del m ism o m odo, que las m ujeres se adornen
con decorosa com postura; con pudor y templanza,
no con rizos, oro ni perlas ni preciosas vestiduras, sino
com o conviene a las m ujeres que profesan la piedad por
m edio de buenas obras” .

“Has de saber esto: en los últim os días se presentarán


tiem pos difíciles. Los hom bres serán egoístas, avaros,
arrogantes, blasfemos, desobedientes a los padres, in­
gratos, impíos, inconciliables, calum niadores, inconti­
nentes, despiadados, enemigos del bien, traidores, arre­
batados, cegados por el hum o del orgullo, m ás am antes
del placer que de Dios: gentes con apariencia de reli­
gión, al tiem po que reniegan la verdad” .

109. C am panario contracielo. (Exterior día).

Las cam panas dejan de sonar. Vibran, profundos y


ciegos, los últim os repiques.
Después las cam panas cuelgan inm óviles contra el
cielo: nítida, vuelve a florecer la voz de Pablo que
continúa dando sus instrucciones hasta que concluye:

137
(“Éste es el encargo que te confío, Tim oteo, hijo mío,
conform e a las profecías pronunciadas hace tiempo,
para que, basándote en ellas, lleves a cabo la batalla,
conservando la fe y la buena conciencia”).

Quizá todo esto se excluirá.


Pablo, después de haber escrito la carta-testamento a
Timoteo sale a dar un paseo. Es la prim era vez que
hace algo inútil y desinteresado. Llega al Central Park.
Observa la vida cotidiana. Cosas, hechos, personajes,
acontecimientos cotidianos -m á s allá de toda historia y
religión.
S e detiene durante mucho tiempo ante un tiovivo
para niños que gira, gira, al son de un órgano. Después
se va. Entra en un bar. Bebe una coca-cola. Sale. De
nuevo en la calle, entra en su hotelito, fatigado, consu­
mido, pero con una nueva dulzura. Sube a su habita­
ción.

110. Habitación del nuevo hotelito de New York.


(Día).

E n el exterior del hotelito, en el patio interior, junto


a las acostum bradas hum ildes y anónim as personas y
ju n to a la puerta de acceso, está el hom bre que ha
seguido a Pablo. Con él, otros dos o tres hom bres, que
fum an en actitud tranquila.
Pablo, pasando ante ellos, entra en su habitación.
(En la habitación de Pablo se reúne gente: gente
hum ilde -siervos, blancos y negros, intelectuales y jó­
venes.
Pálido, extenuado, degradado por su mal, Pablo está
hablando -c o m o otra vez, en una pequeña habitación
an álo g a- pero com o si estuviera en “trance” , delirando
-é l, u n hom bre tan sistemático y racional aún dentro
del arrebato de la inspiración.
Las palabras que dicen están tom adas fragm entaria­
m ente aquí y allá, de las cartas (no utilizadas en las
escenas precedentes): los pasajes más bellos y subli­

138
mes... aunque sin u n verdadero nexo lógico entre sí...
com o si Pablo im provisase... o m ejor dicho, pensase en
voz alta... dejando los pensam ientos -q u e posterior­
m ente recogería, ordenaría y racionalizaría, en las pre­
dicaciones- libres a través de los labios, en estado puro,
nacientes...
Pablo: (fragm entos de los más elevados y sublimes
recogidos aquí y allá de las cartas, com o puntos supre­
m os y culminantes).
U na vez pronunciadas esias últimas palabras, la en ­
ferm edad se apodera de Pablo; cubierto por u n sudor
helado, el rostro blanco, pierde el sentido. Dulcemente,
sus' amigos, lo ayudan a extenderse en la cam a y lenta­
m ente despejan la habitación -saliendo al desguarne­
cido corredor golpeado por el desesperado sol de la
ciudad inm ensa, anónim o com o la m iseria y la perdi­
ción.)

111. H abitación del nuevo hotelito de New York.


(Interior día).

Siem pre con el rostro del enferm o, del desterrado,


m uy distinto del gran organizador y teólogo, poderoso
y seguro de sí m ismo, se sienta ante su pequeño escrito­
rio y vuelve a escribir, inspirado y doloroso, la carta
interrum pida.
“Yo, en efecto, soy ya sacrificado y el tiem po de mi
arrancada está encima. He com batido el buen combate,
he term inado la carrera, h a m antenido la fe. Reservada
m e está finalm ente la corona de la justicia que me
entregará el Señor en aquel día, el justo juez; y no sólo
a mí, sino a todos los que han am ado su m anifesta­
ción”. (II Timoteo 4.6-8).
Fatigado, pero con una extraña y serena dulzura, se
levanta de su pobre y pequeño escritorio y se dirige
hacia la puerta de cristales que da al corredor y por la
que en tra u n desolado rayo de sol.

139
112. Nuevo hotelito de New York. (Exterior dia).

Pablo sale al corredor para descansar un poco, para


gozar u n poco de paz y de sol. M ira a su alrededor, con
una sensación de profunda tranquilidad en los ojos
-c o m o quien está íntim am ente satisfecho de algo que
ha llevado a térm ino bien y con ag rad o - quizá piensa
en su carta recién acabada- y ya tiene en la cabeza algo
nuevo que escribir... A su alrededor hay tam bién una
p rofunda paz cotidiana, perdida en la luz y en el
tiempo.
C uando de pronto, resuenan violentos, lacerantes,
dos tiros de fusil.

La puerta del retrete todavía se mueve arriba y


abajo.- el hombre que ha disparado apenas ha desapare­
cido.
Pablo cae en el corredor, inmóvil sobre su sangre.
Tiene una breve agonía. Muy pronto se pierde en él toda
señal de vida. El pavimento del corredor está roto. La
sangre se coagula en una grieta y empieza a gotear
hacia abajo, en el adoquinado del patio. Sobre un p e ­
queño charco rojo continúan cayendo las gotas de la
sangre de Pablo.

140
NOTA AL TEXTO

La obra m ecanografiada original del Esbozo de


escenificación para una película sobre San Pablo (bajo
la form a de apuntes para un director de producción)
-p rim e r y definitivo títu lo - es uno de los pocos textos
de Pasolini que está fechado a pie de página por el
autor: Rom a, 22-28 m ayo 1968.
E n la prim era copia existe u n a ulterior especifica­
ción: Rom a, 22-28 m ayo 1968 (prim er borrador) 31
mayo-9 junio (corrección).
Del m ism o período, aunque no precisam ente de los
m ism os días, es el Proyecto para una película sobre San
Pablo.
Vicisitudes personales y obstáculos objetivos im pi­
dieron la realización de la obra de Pasolini.
E n 1974 pareció que finalmente la película iba a
realizarse, hasta se interesaron nuevas casas de produc­
ción... pero el presupuesto de gastos resultó demasiado
elevado p ara un tem a tan “arriesgado” y se renunció.
M ientras estaban en curso los tratos, Pasolini realizó
algunas modificaciones en su trabajo. Sin em bargo di­
chas m odificaciones no se com pletaron y a que las co­
rrecciones se hicieron a plum a sobre el borrador prece­
dente y las am pliaciones y sustituciones sólo están esbo­
zadas.
Pasolini tenía la idea de publicar esta “película no
realizada”, pero tam bién tenía la intención de reelabo-
rarla definitivamente.

141
Al llevar a la im prenta el San Pablo no se puede
dejar de tener en cuenta los retoques llevados a cabo
por el autor. Es posible individualizar dos m odificacio­
nes sustanciales: u n a que se refiere a los am bientes y la
otra que da u n particular giro a la narración.
E n la prim era redacción la antigua Jerusalén se había
sustituido por el París de los años 1938-44, m ientras
que en la revisión París se convierte en Roma; y así, la
R om a del prim er borrador se convierte en París; ade­
más, Barcelona se convierte en Lugano y Vichy en
Viterbo, m ientras que el puerto de N ew York se con­
vierte en el aeropuerto de N ew York. N aturalm ente, al
cam biar la ciudad cam bian tam bién los edificios entre
los que se m ueven los personajes: el Palacio del G ran
Sacerdote y de los ancianos se identifica con el V ati­
cano, el Parlam ento de París se sustituye por el Palaz-
zaccio de Rom a, etc.
Estas modificaciones no fueron dictadas por presio­
nes de carácter productivo: en Pasolini existía una exi­
gencia de “actualidad” que lo llevaba -seis años des­
p u é s- a elecciones históricas y am bientales diversas.
A nivel narrativo -a p arte de ú n a profundización de
la im agen de San Pablo (infancia, relación con el padre,
adolescencia, etc.)- aparecen nuevas escenas con Sata­
nás, los Dem onios y un Enviado diabólico. Estas esce­
nas sustituyen a otras o se insertan en la vieja estruc­
tura.
E n la tentativa de restituir de la form a m ás correcta
el espíritu de la obra m adurada en la últim a interven­
ción del autor, se han trasladado íntegram ente las co­
rrecciones y los cambios; escenas y anotaciones añadi­
das se reproducen en cursiva. Entre paréntesis cuadra­
dos se indican las escenas destinadas probablem ente a
ser suprim idas o a u n a nueva adaptación.
Los cam bios de ciudad y de lugar están especificados
con claridad por Pasolini y ya se indican en esta nota;
por otro lado, las referencias a am bientes y las descrip­
ciones no se pusieron al día, por lo que se h a preferido
no trasladar las modificaciones al texto publicado.

142
v e n tiv a se d edicó P a so h n i a u n traba jo
q u e "sen tía" particularm ente. En la in­
flam ad a actividad dei apóstol, er¡ su
p redicación contra corriente, e n su
c o n tin u a provocación la n z a d a contra
el estancam iento m o ral cíe u n a época
d e crisis, es fácil recoger las seríales d e
la b a ta lla cultural y civil q u e P asolini
estaba llev an d o a cabo, v arian d o su s
registros expresivos d e la p á g in a escri­
ta a la im a g e n fílatica.
La id ea poética d e la p elícu la e s la d e
trasla d ar to d o s los hechos de P a b lo a:
n u e stro s d ías, su stitu y en d o las anti­
g u a s capitales d e l p o d e r y d e ía cultura
p o r N u ev a Y ork, L ondres, París,
R om a, A lem ania. P asolini quería dar
cinem atográficam ente, " d e la m anera
m a s directa y v io le n ta", la im p re sió n
d e la a ctu alid ad d e l ap o sto lad o d e Pa­
b lo y d ecir al espectador q u e "P ablo
está a q u í, h o y , en tre nosotros", q u e su
p a sió n m ilita n te se d irig e a nuestra so­
ciedad, Esto com porta ía su stitu ció n
del conform ism o d e su tie m p o p o r el
c onform ism o c o n tem poráneo, tanto
e n s u aspecto convenciona ¡m ente reli­
gio so com o e n el laico, libera 1 y m ate­
rialista.
E¡ provecto d e P a so lin i d e llev ar al
fin e las vicisitudes d e San P ablo ti as­ "E stá claro -e scrib e P a so lin i- que
i l a d a s ¿ n u e stro s d ías n o p u d o íle- P a b lo d e rrib ó revolucionariam ente,
v ^ s e a cabo p o r d ife re n te s razones. ¿on ía sim p le fu e rz a d e s u m en saje re­
S in e m b a rg o , a l fía c a s a rs a id ea , Paso- ligioso, u n tip o d e sociedad b a sa d a en
lin i {enia la m fe n á ó n d e p u b lic a r esta la lu ch a d e ciases, e n e i im p e rialism o y
"p e h c u la p o realizada"1. , sobre todo e n el escíavism o... N atoraí-
¡nente todo esto no se expondrá n i tan
S an P a b lo " a q u í y a h o ra, en tre m> explícita n i ta n d idácticam ente... ¡Las
so tio s" n o es m a s q u e eU sstim o n io , ía fo sas, le s p erso n ajes, los a m b ien tes
díánosteaeion d e l a a ctu alid ad , d e ía h a b la rá n p o r sí solos. D e ahí nacerá
v igencia del Santo. S a s p alabras, q u e q u izá s el hech o m á s n u e v o y poético
P asolini tran scrib e literalm en te, res­ de la película: la s "p re g u n ta s'' q u e los
p o n d e n c o n coherencia a c u alq u ier e vangelizados d irig irá n a S an P ablo
p re g u n ta d e l h o m b re de h o y adem ás, ie rá n p re g u n ta s d e h o m b res m o d er­
e n este j uego d e trasposiciones en tre el n o s, específicas, detalladas, p ro b le ­
m u n d o a n tig u o y la era atóm ica, p o n e m áticas, políticas, fo rm u la d as con u n
e n ev id en cia el 'v e rd ad e ra e scándalo, lenguaje tipien d e nu estro s días; las
la 'a u té n tic a violencia, la h ip o cresía y "re sp u e stas" d e S a n Pabio, e n cam bio,
ía falsa tolerancia d e u n a b u rg u esía serán la s q u e sois: es decir, exclusiva­
d e c a d e n te m ente religiosas y a d em ás form u lad as
Eí S an Pablo: d e P asolini n o hace con e l len g u a je típico d e S an Pablo,
concesiones y afeaba, -c o n d en a d o a universal y eterno, pero extemporáneo
m u erte, su frie n d o e l m artirio en la p e ­ (en se n tid o estricto).
riferia d e u n a g ra n d u d a d . D e este m o d o , la película revelará a
través d e este p roceso su p ro fu n d a te­
P asoliití trab a jó in te n sa m en te er. el m ática: la contraposición d e "actuali­
proyecto d e u n a película so b re S an Pa­ d a d " y " sa n tid a d " - e l m u n d o de ía
b lo en 1968, re aliz a n d o u n esbozo d e h isto ria q u e tie n d e , en su exceso de
escenificación, p e ro v icisitudes p erso ­ p resencia y urgencia a h u ir hacia ei
n a le s y d ificu ltad es d e pro d u cció n im ­ m isterio, hacia lo abstracto, hacia la
p id ie ro n su realización; je e m p re n d ió p u ra interrogación; y el m u n d o de lo
e l tra b a jo e n 1974, p e ro s in m ay o r for­ d iv in o q u e e n su religiosa inm ateriali ­
tuna. dad , p o r el contrario, descien d e entre
Este lib ro d o c u m e n ta c o a q u é em ­ ios h o m b re s, se h a ce concreto y o p e ­
p e ñ o y con q u é te n s ió n tem ática e in ­ rante".
Z-7

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