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Hey… Cachaco!

Los verdaderos cuentos de los abuelos

GENESIS

Cuanta gente ignora la belleza de mis ríos y mis ciénagas, cuanta gente no tuvo la dicha

que tuve yo de pasar del tormentoso frío, del tumulto silencioso y agotador que ahoga

con la polución y el ruido las ganas de vivir, a ver volar las aves en los cielos azules y

brillantes por el sol, ese sol que demora cada vez más los días pero que seducido por un

caminito de luna lo deja morir, pero antes, nos deja ver su esplendoroso y multicolor

atardecer. Así era mi nueva y mágica tierra, llena de olores y fragancias naturales, llenas

de ritmos que hacían que mi cuerpo se bañara en sudor y despertara alegrías

incontrolables que solo podían ser vividas y captadas por mis sentidos que conectados

de una manera armónica, me transmitían las sensaciones de estar ahora sí cumpliendo

con el principal deber que me asigno mi Dios para que pudiera disfrutar como hombre

del paraíso del amor que este ser divino en estos tiempos me regalo.

Eran tierras puras, llenas de valores y gentes que te brindaban sinceramente un cariño y

una verdadera amistad, eran como tus hermanos quienes compartían con alegría los

triunfos y las derrotas, ha estas le sacaban apuntes de humor que te obligaban a verlas

como otro logro más.

Era un mundo rodeado por agua que te daban vida, aguas que te contaban historias

reales de los lamentos de sus hijos aborígenes que mezclaron su sangre con los negros

cantadores a quienes les enseñaron el arte de el bogar y estos como agradecimiento y

gratitud les dieron a cambio su fuerza para que preñaran con trabajo la tierra firme y

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hacer juntos en una sola familia que esta dieran frutos mestizos y zambos colmando

todos los rincones de este costeño universo y con sus voces y cueros te hicieron conocer

de sus dolores y desgracias.

Las paginas que aquí se escribieron fueron paginas históricas llenas de sucesos de

conquistas y colonias, fueron procesos de sometimiento, resistencias y sangre y al

mismo tiempo de fe, marcada por un nómada caminar que guiado por una campana de

cobre fundido anunciaba la llegada de una religión que llevaba la cruz en la cabeza de la

espada.

Estas historias aun se cuentan al igual que los verdaderos cuentos de los abuelos, esos

viejos sabios que con su piel trigueña curtida por el sol no dejan que estos relatos

mueran en el olvido y luchan todos los días para que este legado tradicional nos siga

diciendo al oído de dónde venimos y que con un máximo esfuerzo nos hace saber que

nuestra sangre tiene mucho de indio, otro poco de negros y que nos cubrimos con ropas

de un viejo mundo lejano.

EL VIAJE DE LA SAL

El salir del interior de mi país para llevar la sal que daría gusto y sabor a un sabor aún

más grande, y sobre todo a una región ribereña con mares de agua dulce, fue lo más

significativo que pude hacer en mi vida. Al llegar me entre mezclé tanto con mis nuevos

vecinos y amigos que casi me convertí en uno de ellos, ya mi alegría era otra, mi piel se

quiso volver morena pero se resistía a perder su tono blanco natural y luego haciendo un

acuerdo rojizo con el sol, ambas tuvieron presencia e hicieron de mí un camarón con

corazón cachaco.

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Viajar con mi alma aventurera y mis conocimientos de marino de oportunidades por el

río que le dio la vida a mi país, fue lo que siempre quise hacer; la sal que traje de

Zipaquirá fue motivo suficiente para no dejar de hacerlo y sobre todo después de ese día

de parranda al lado del hombre más bohemio del río, quien con su guitarra me llevó a lo

más cercano que un ser humano pueda estar del verdadero amor.

Fue en Saloa donde la vi por primera vez, y era la primera vez que mis ojos veían una

sirena de agua dulce y justo antes de sumergirse en las tibias aguas de la ciénaga de

Zapatosa, una corte de garzas y patos la esperaban para con la brisa acompañarla en la

travesía en canoa, por la inmensidad de la ciénaga, hacia ese pueblo (Chimichagua),

donde más tarde enterraría yo mi corazón.

Juana Matos era su nombre, que nombre!, fue el nombre que le dio calor, quiero decir,

le dio fuego a mi corazón, ese corazón de marino cachaco. JUANA! mi mente no hacía

si no recordarla y recordarla, no podía pensar en otra cosa que no fuera en su figura, ni

siquiera pensar en las bellas notas de ese tal Benito, el bohemio del río, el mismo que

conocí en ese viejo puerto, el de la guitarra, el de las serenatas a la orilla del río, el de

los mil amores, ese mismo que trató con el sabor agridulce del aguardiente hacerme

volver a la realidad de esa alucinación, pero que va, las vainas del corazón son las que

valen y el mío ya estaba tocado, no, tocado no, ya estaba encadenado al de esa mujer

llamada Juana y que muy pronto cambiaría su apellido de Matos por de Cubillos, que

lindo se oía, Juana Matos de Cubillos, esa sería mi mujer.

Todo estaba puesto en mi camino. El destino me había dado su mejor movimiento y en

ningún momento se me pasó por la mente estar en estas tierras ciénagueras, y mucho

menos que en ellas iba a conocer a la mujer de mi vida, a la madre de mis hijos. Me

encargué de decirle a mi amigo Benito que era el momento de regresar a El Banco de

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donde partimos por el río Cesar y nos introdujimos por la ciénaga de Zapatosa hasta el

pueblo este de Saloa, donde mi acompañante me llevó a parrandear con sus familiares

Palominos; Yo tenía que regresar urgente a mi tierra Zipaquirá para traer un gran

cargamento de sal que me permitiera mantenerme por estas tierra mucho más tiempo,

tiempo que aprovecharía para poder agregar a mi recorrido un pueblo más, el pueblo de

Chimichagua donde me esperaban los días, no, los meses, no, los años más felices de mi

vida y porque allí conquistaría a la sirena más bella de agua dulce a quien llamaban

Juana.

Al regresar a mi tierra Zipaquirá me encontré con un ambiente hostil y de muchos

desacuerdos políticos, que de un momento a otro se volvieron violentos y se tiñeron de

sangre. Fue cuando me vi involucrado en sucesos que marcarían mi vida para siempre y

le darían un nuevo rumbo y horizonte a mi existir. Yo fui un gran militante y fiel hijo de

mi partido conservador y por él, hice lo que hice, así me costara mi huida a las tierras

donde los cielos eran más azules y los días duraban más. Con mis dos hermanas

menores hice mi último viaje por el río que le contaba historias a Colombia, El

Magdalena y como lo había pensado, me traje un gran cargamento de sal y otro de

malos recuerdos.

El viaje de retorno venía motivado por los nervios y la ansiedad, los nervios por los

sucesos que acontecieron en el centro de la violencia de este país bicolor y la ansiedad

de estar nuevamente cerca a la sirena de agua dulce, esa que se sumergió en la gran

ciénaga de Zapatosa con rumbo a Chimichagua, mi destino final.

Aunque mis paradas obligadas casi fueron las mismas, dejé una menor cantidad de sal

en los puertos de La Dorada, Honda y demás pueblos ribereños. En El Banco

Magdalena me detuve por unos cuatro días. Ahí me volví a encontrar con mi amigo el

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bohemio de la guitarra, ese tal Benito, quien de costumbre andaba cantándole al amor y

a sus conquistas que eran muy numerosas. Le dije cual eran mis planes y solo se reía, no

lo podía creer…¡el cachaco de la sal iba en busca de su amor a las playas de amor de

Chimichagua!.

En el viejo puerto de canoas La “Amontasen” como le llamaban, abordamos la vieja

lancha de vapor que viajaba a esa ruta hasta ahora inédita y desconocida. Su itinerario

era desde El Banco entrando a la ciénaga de Zapatosa por el río Cesar, llegaba a Saloa

y de allí a la población de Chimichagua y luego terminaba en Chiriguaná.

El calor era apaciguado por la fresca brisa de los días novembrinos de ese verano, mis

dos hermanas y yo, mas ellas que yo, no sabían para donde iban o a donde llegarían a

pagar la condena del destierro por mis hechos políticos violentos.

El rudo capitán dio la alerta de aproximación y de manera sabia decidió anclar la lancha

a unos 2.000 metros de las playas, ya que la sequedad del verano, dejaba ver grandes

bancos de arenas que harían encallar la embarcación. En dos cómodos botes ordenó

desembarcarnos; en uno, los equipajes de los cuales sobresalía mi viejo y fiel baúl de

madera fina y en el otro bote los tres, pues los únicos que llegaríamos a este poblado en

esta oportunidad eran mis dos hermanas y yo.

Al llegar a la playa nos dimos cuenta de la belleza natural, las aves y su entorno de

mangles silvestres que le daban un esplendor especial y junto a ellos, la majestuosa

ceiba, imponente y altiva del puerto; esta belleza fue premiada con las primeras sonrisas

que dejaban escapar mis hermanas desde que habíamos salido de nuestro pueblo

Zipaquirá, hacía más de un mes. Ahí nos quedamos más de una hora esperando que los

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dos botes de la lancha, trajeran todas las cargas de sal de mi negocio en varios viajes de

ida y de venida.

La muchedumbre se agolpó a nuestro alrededor; los hombres, unos a ofrecerse para

transportar la carga de sal hasta el centro de la población en sus viejos burros y otros, a

contemplar la blanca belleza de mis hermanas. En sus ojos se podía leer la popular frase

costeña… “¡huy carne fresca y blanca pa` que má!”. Los que iban a cargar se vinieron

con nosotros, les dije que quería vivir en una casa que estuviera cerca de donde vivía

Juana Matos, era mi única e importante condición, pero el destino sabía porque había

llegado yo a este poblado, no solo estaría cerca de Juana, si no que coincidencialmente

ella estaba alquilando una de sus frescas casas, justo al lado de la suya.

La procesión de burros de carga que llevaban nuestro numeroso equipaje y nuestra

carga de sal fue impresiónate, todos, absolutamente todos los burros del pueblo fueron

usados en ese momento; íbamos rumbo a la casa que nos había alquilado Juana Matos,

negocio este que ya había adelantado un voluntario reconocido y de confianza de todos

en el puerto, a quien le pedí el favor. Al llegar a la casa, éste nos esperaba con llave en

mano, llave que abriría un viejo candado de la época, época que anunciaba las fiestas

próximas de la patrona, patrona de todos, cuyo nombre era Inmaculada y su apellido

Concepción.

La casa era de una frescura incomparable y su patio más, estaba cubierto naturalmente

por grandes palos de frutas como mangos, ciruelas, marañones, guayabas y ese gran

palo de níspero que daba una sombra con olor natural de anís; allí me recosté en un

taburete por primera y después por última vez; la primera vez, a supervisar la descarga

de sal en un cuarto que escogí como depósito, y después por última vez porque aquí me

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hallo en mis últimas horas dictando para que escriban mis memorias, vencido por los

años, esos años de amor que vine a buscar.

Dos cosas tenía que hacer en el pueblo de Chimichagua, una era darme a conocer en el

ámbito comercial, saber quiénes eran las personas más adineradas y que poseían

almacenes o depósitos; y la otra, era propiciar un encuentro con la señora Juana Matos

para volver a sentir ese pálpito que mi corazón sintió en las orillas de la ciénaga en el

pueblo de Saloa.

Me di cuenta de inmediato que este pueblo vivía de la pesca y que la ganadería también

era un renglón económico en crecimiento, al igual que los cultivos de pan coger. Ahora

solo tenía que meterme en estos roles y ganarme la confianza de los comerciantes. Para

eso, ya tenía mi propia estrategia, organizaría una fiesta de bienvenida y esto me llevaría

también a lograr obtener mi segundo propósito, ver de cerca a Juana Matos, quien sería

desde luego la invitada especial.

LA CORONADA DE JUANA

Ya en el pueblo se escuchaba hablar de mí… “el cachaco recién llegado con la sal y

sus hermanitas blanquitas”, esto me convenía. Fije la fecha para la fiesta, sería el 1 de

diciembre en víspera de la fiestas patronales y así podía contar también con la asistencia

de personalidades que venían en pos de milagros de la Virgen de la Concepción, como

políticos, autoridades religiosas, turistas y parranderos con grupos musicales y todo.

Eso...! traería a mi amigo el bohemio, si!, el de la guitarra y de los cantos enamorados,

bueno no hay cosa más efectiva para conquistar a una mujer, que un mensaje de amor

enviado en una serenata con el músico que se especializa en los asuntos del corazón, y

ese era mi amigo Benito.

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Mis dos hermanas me ayudaron con los preparativos de la fiesta, aunque la época en que

llegamos no fue muy favorable para su bienestar, lo digo porque en la temporada de

verano cuando la ciénaga comienza a bajar, se alborota una mosquitera que ustedes no

tienen ni la menor idea, es más dicen que estos mosquitos son tan numerosos y grandes

que son capaces de echar un perro al agua. Con las piernas de mis hermanas sí que se

dieron gusto, se las dejaron que parecían las más grandes mazorcas de maíz llenas de

granos por todas partes, se las volvieron trisas; éstas como mecanismo de defensa se

mandaron hacer unos guarda piernas con telas gruesas empapadas de un aceite que su

olor era repúgnate para los indeseados bichos. Ellas casi no salían a la calle, pero no se

dejaba de llenar el frente de nuestra casa, allí se daban cita todos los “gallinazos” locales

que pretendían conquistarlas, estaban casi todo el día es más; la vieja Faustina se ideó

un negocio con estos enamorados perseverantes, les puso mesas y sillas para que

jugaran domino y arrancón y también de paso les vendía chicha de arroz y “frías”,

mientras estos, esperaban ver a las cachaquitas de la sal, las que habían llegado con el

comerciante nuevo y se habían convertido en el plato mas apetecido en toda la

población de Chimichagua.

Entre estos Casanova había unos más osados que otros, se atrevían a ponerles serenatas

a mis hermanas y a ellas les gustaban, lo que no les cuadraba mucho era que todas las

canciones que les dedicaban eran vallenatos puros y ellas aún en sus recuerdos tenían el

ritmo de sus pasillos y bambucos. Así que una vez no sé si por coincidencia o no, a los

hermanos Rincón se les ocurrió contratar a un viejo trío de guitarristas que les gustaba

tocar boleros y para suerte de ellos, los músicos sabían tocar Los Guadales y Caminito

Viejo, y esa vaina fue el acabose para la soltería de mis hermanas, ahí se encuentran

ahora paridas de seis “pelaos” cada una. Estos cuñados míos dejaron ver que su dieta

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preferida era el bocachico puro de la ciénaga de la Zapatosa, porque me regalaron doce

lindos sobrinos costeños.

Eran en general muy buenos muchachos como la mayoría de jóvenes que se criaban en

estos núcleos familiares, su vicio eran sólo el ron y las mujeres, aunque este par le

fueron fiel a mis hermanitas gracias al miedo que le tenían al genio de este par de

cachacas atravesadas. Mis cuñados me ayudaron mucho en lo que tenía que ver con el

negocio y transporte de la sal, además se dedicaban a conseguir otros productos para la

comercialización. Yo les coloqué un par de tiendas, claro está que con el tiempo me la

compraron con las misma plata que yo les pagaba por su trabajo, como se decía

popularmente “del mismo cuero salían las correas”.

La convocatoria social fue todo un éxito a nuestra fiesta de bienvenida, asistieron las

mejores familias del poblado, estaban Los Palominos, Los Medina, Los Gutiérrez, los

De Piñeres, Los Tres palacios, Los Rangel, Los Querúz, y esto se debió en gran parte a

mi fluido negocio de la sal con los comerciantes locales y que también yo poseía mis

pesitos, no eran muchos, pero eran muy buenos ahorros y esto llamaba la atención.

Benito y su guitarra entonaban lindas melodía, fue en ese preciso momento cuando hizo

su aparición Juana Matos, su vestido era de un blanco deslumbrante, su cintura era la

más tallada de todas la mujeres que allí se encontraban, mejor dicho era la mujer más

bella de la fiesta y ella lo sabía, por eso manejaba con habilidad todos sus saludos, nada

en ella desentonaba, sus movimientos eran precisos y calculados, guardando un ritmo

que paralizó a todos en el salón de bailes; cuando sus ojos me miraron sentí el calor de

un tizón de leña prendido, no puedo mentir me excitó tanto que me tocó disimular muy

bien mis ganas de correr a abrazarla y besarla, besarla era un pecado mortal en ese

momento porque tapar el rojo vivo de sus labios hubiera sido una ofensa para los demás

hombres invitados de la noche que la miraban también.

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Su entrada fue tan apoteósica que hasta la guitarra de mi amigo Benito hizo una pausa

para contemplarla. Si, se acerco a mí y me dijo no se qué cosa, mis oídos sólo

escuchaban los latidos de su corazón y el mío; cuando le besé la mano, sentí besar la

mota de algodón más suave de la mejor cosecha, mi olfato percibió el olor de la rosa

fresca de la mañana y mi ser confirmó que esa era la mujer con quien quería pasar el

resto de mi existencia.

La empatía o química que despertaron mis hermanas con JUANA, fue otra señal que me

dio el destino para confirmar mis deseos. Desde la fiesta se hicieron grandes vecinas y

luego amigas, salían todas las tardes sombrilla en mano a visitar el sitio donde mis

hermanas dejaron ver sus primeras sonrisas, el puerto arenal, si, las playas de amor. Por

ellas me enteré que significaba o porque motivo le daban el nombre a tan bello lugar

“LAS PLAYAS DE AMOR”, es que allí asistían las parejas a reafirmar con la “prueba”

de amor, el amor que se sentían. No creo que exagere, pero creo que la mayoría de

niños de este poblado fueron hechos en las mentadas playas, si, de verdad que si,

aunque mi amigo Benito no lo creyera.

Lograr que Juana me prestara atención no fue una tarea fácil y esto no por lo

complicado y estrictos que eran sus padres, sino porque en ella primaban

comportamientos muy conservadores. A toda costa evitaba que se pusiera en duda su

buena conducta y para eso tenía como regla principal el no tener amigas ni cómplices,

porque ella mantenía la teoría o la creencia que la fidelidad y los secretos en la lengua

de las mujeres no eran convenientes.

Esto la hacía ver como una mujer engreída y arribista pero nada de eso tenía, cundo la

llegabas a conocer en el fondo era todo lo contrario. En ella encontrabas a una mujer

dulce, tierna, amorosa y muy apasionada. Siempre se la pasaba en su casa, todas las

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mañanas se sentaba en su terraza a leer libros de autores muy famosos porque era muy

culta, y como cosa curiosa tenía un amigo muy peculiar, era un hombre de esos que tú

dices fuera de serie, chacharachero, bonachón y muy divertido, siempre lograba que te

rieras por su agraciados cuentos que el mismo le sacaba a todos en el pueblo, su nombre

era Eugenio Cárcamo alias “Barrabás”, oriundo de un pueblo de Sucre, por allá en la

Mohana de donde era el cuento del cacique Mohán. A este hombre se le atribuían más

de mil muertos, no porque él los hubiera matado sino que éste tenía la mala costumbre

que si tu le preguntabas por alguien, enseguida te decía que hacía más o menos una

semana, ese alguien había fallecido; más de uno se ganó un pésame por esta peculiar

manera de mamar gallo, y lo decía tan serio y triste que uno se lo creía de verdad. A él

le gustaba sentarse con Juana todas las mañanas, juntos comían toda clase de chucherías

que pasaban vendiendo los niños del pueblo, comenzando con las almojábanas, los

casabes, las panochas y terminando con todas las clases de cocadas y panelitas que se

producían en Chimichagua.

Juana era una mujer amante del campo, le gustaba armar paseos familiares a su finca

llamada Chabacú, en las afueras de la población. Nunca supe lo que significaba este

nombre, pero por estas tierras pasaba un lindo y hermoso caño llamado “la Ceja”, sus

orillas llenas de una gran cantidad de ceibas de brujas y numerosos cañahuates, que

cuando florecían dejaban caer sus bellas flores amarillas que teñían los verdes pastos y

las aguas cristalinas del caño. Allí en ese caño por la parte de afuera se daban cita todas

las lavanderas de la población, armaban unas verdaderas tertulias de chismes y

bochinches, si tú querías saber los últimos acontecimientos del pueblo solo tenías que

coger una ponchera de ropa sucia e irte a lavar en la “Ceja”. De ese lugar salías con

seguridad bien documentado, es más, yo creo que en ese caño, era donde nacían todas

las calumnias que azotaban la población.

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Solamente pude estar cerca de Juana en una ocasión antes de la fiesta que organicé,

bueno si se le puede llamar cerca el haber llegado cinco minutos después que ella se

fuera de la droguería de Juan Rincón, allí quedó su olor, lo sentí de inmediato y lo

confirmé cuando le pregunté a la niña que atendía, ella me dijo, que esa fragancia de

rosa de la mañana solo lo usaba en su cuerpo la señorita Juana De Matos.

No solo yo era quien la pretendía, había también jóvenes nativos como los hijos de

Ulises Querúz, los del doctor Villanueva que eran de El Banco y dueños de la finca la

“cabaña” que quedaba cerca a Chimichagua, los muchachos Laitano y muchos más.

Estos estudiaban en su mayoría en la prestigiosa escuela normalista del “Pinillos” que se

encontraba en la colonial población de Mompox. Era una institución de mucho nombre

y tradición, es más todos los alumnos como condición básica para permanecer en ella

tenían que tener un promedio de calificaciones de 4,5 sobre 5 y además les tocaba tener

la misma caligrafía y escritura que su rector. Los alumnos de Pinillos se conocían por su

letra que era muy bella y legible y en épocas de vacaciones estos muchachos venían a

pasarla con sus familiares y de inmediato enfilaban batería en la conquista de mi Juana.

Por “Barrabás” me enteré que a Juana poco le gustaba tener relación con estos jóvenes

nativos, ya que según ella, eran hombres muy habladores que les gustaba contarse entre

ellos en las numerosas parrandas que armaban lo que hacían con sus novias; bueno en

mi condición de forastero cachaco este era un punto a mi favor. Ese mismo día también

me dijo que varias veces ella le había preguntado por mí, que si me conocía que era lo

que yo hacía, lo hizo de una manera muy interesada, esa noticia me lleno mucho de

alegría, es más esto hizo que el “Mata Vivo” de Barrabas” se ganara por mi parte una

buena parranda de frías y mucho ron caña.

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Nuestra relación amorosa comenzó con muchos temores y cuidados, desde un principio

le hice conocer a Juana que mis intenciones eran buenas y mi corazón estaba

convencido que esto terminaría en un matrimonio con muchos hijos abordo. Ella poseía

mucha iniciativa, era una mujer que le gustaban los retos y sobre todo muy estudiosa de

sus situaciones sentimentales, aunque no le gustaba mucho que la gente le hablara de los

demás porque ella decía que en todo lo que opinaba la gente de Chimichagua sobre

alguien, había que creerles un 10% solamente.

En poco tiempo me volví un comerciante más de la comunidad, el negocio de la sal era

bastante bueno y necesario en la zona. Mi espíritu comercial buscaba una fórmula para

que el negocio de traer la sal a Chimichagua fuera más rentable, pensaba y pensaba ¿por

que regresar a mi pueblo a buscarla? imposible…bueno por el momento. En una

oportunidad se me ocurrió llegar hasta el puerto a meditar, allí aprecié la labor de los

negros bogas pescadores, eran gente muy fuerte, negros casi todos llegados de los

pueblos de Loba, cimarrones libertos que llevaban aún en sus tobillos las marcas

indeseables de la esclavitud, entre ellos se destacaba el Negro Vega, rudo como su piel

de ébano, líder de nacimiento y por contextura, peleador como oficio alterno, de todos

los pueblos circunvecinos lo venían a retar y éste con patrocinio local de los

comerciantes iba, peleaba y vencía como un Mío Cid Campeador de la ciénaga; estas

peleas eran tomadas como medidas de desarrollo, ó sea que si el Negro Vega ganaba, el

poblado de Chimichagua seguía siendo el más desarrollado y próspero de la región.

Que vaina quien lo creería! en la orilla de la ciénaga encontré la solución a mis

inquietudes, claro! si llevo por el agua los productos que se dan en esta zona a mi

pueblo y de allí traigo la sal… Que sencillo! eso los indios Chimila lo llamaban trueque,

pero este nuevo trueque me tenía que dejar ganancias en efectivo…mierda! hablando de

efectivo el mío debe estar que se pudre, creerán que estoy loco pero no, lo que sucedía

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era que por esas épocas no habían bancos y guardar el dinero era una labor personal, yo

el mío lo guardaba celosamente en el fondo de mi baúl, pero la humedad de la zona lo

empapaba tanto que a mí me tocaba contratar a una persona de mi confianza para que

me lo sacara a asolear, si, así como lo oye y para esto tenía una asistente, Carmen Tulia

Soto, una niña bien despierta y honrada; ella cogía el grueso bultito de papeles moneda

y con una gran cantidad de piedrecitas que le servían para sostenerlos de las brisas, lo

asoleaba en el patio de la casa de su abuela, y cuando estaba seco me lo traía completito

sin que faltara un solo billete y yo le pagaba su salario de cinco centavitos, que para una

niña de su edad eran una gran fortuna.

Viajé a El Banco nuevamente, no sólo a coordinar todo lo referente al negocio que las

aguas de la ciénaga me habían iluminado, sino que también traía la misión de encargar

todo lo necesario para la boda mía con Juana Matos, si, así como lo o leen, me dio el sí

y es más también me dio la “prueba” de amor, pero no fue en las playas de amor como

todas, fue en un sitio más mágico de donde decían los ancianos que después de haber

enterrado unos calabazos en ese sitio brotaban de ahí, aguas cristalinas y afrodisíacas a

las cuales le atribuían poderes especiales. Se decía que el forastero que bebiera de estas

aguas no se iría jamás del pueblo y que encontraría a la mujer de toda su vida allí y

bueno yo ya sin haber bebido de las mencionadas aguas, estaba tragado de una de esas

mujeres, ahora se imaginan ¿cómo estoy yo ahora que probé la inocencia de Juana en

los humectantes pastos del afrodisíaco pozo del Higuerón?

Fue un momento especial, de verdad que sí, es de esos momentos en que tú quieres que

el Dios Todopoderoso detenga el sol, así como lo hizo para su discípulo Josué. Si,

quería que se detuviera el tiempo, mi respiración, mi corazón todo, hasta mi

eyaculación, carajo! esa era una hembra en todo el sentido de la palabra, mira para estar

con una mujer como Juana tienes que atezarte de verdad, era candela viva! Si… así

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como la canción del viejo Heriberto Pretel, candela viva! Me dieron nervios de no darle

la talla pero me concentré a lo máximo y creo que no le fallé, porque como epílogo me

dijo al oído… “la gente es que habla mierda ah… los cachacos también tienen su

swing”.

EL NEGOCIO Y LA EXPEDICION

El poblado del BANCO como de costumbre tenía un gran movimiento comercial. En el

convergía todo el comercio de los pueblos sureños de la gran depresión Momposina,

encontrabas de todo y de todas partes. Había gran presencia de libaneses a quienes la

gente del común los llamaba turcos, eran los dueños de casi todas las tiendas al igual

que los cachacos paisas, unos pocos tolimenses y santandereanos. Era este poblado

como La Venecia europea rodeada de aguas por todos lados.

Tomándome unos tragos con mi fiel amigo y futuro padrino de mi matrimonio, Benito,

acompañado claro está por los dos elementos que con el siempre estaban, su guitarra y

un nuevo amor; planteamos el negocio, hicimos un listado de gastos e inversiones y

todo daba o pintaba bien, sólo algo me inquietaba, la cantidad de canoas que tendríamos

que utilizar para sacar los productos de Chimichagua y luego devolvernos con el

cargamento de sal. Al comienzo el negocio fue bueno, pero no lo que yo esperaba y

todo se debía a mi inquietud. Aunque la gente de la región estaba contenta porque se

abría una gran fuente de trabajo para todos, en especial para los pescadores que tenían

canoas, allí estaba la talanquera, en este negocio se utilizaban muchas canoas.

Las parrandas con mi amigo BENITO continuaron cada vez que yo venía por la sal al

poblado del Banco y mandaba a Zipaquirá los productos de la región. En mi cabeza

también siguió la búsqueda de la solución a la poca rentabilidad de mi negocio; en cierta

oportunidad me sinceré con mi amigo Benito que estaba en un temple “bacano” como le

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llamaban por aquí a la juma. Le dije el porqué no volvía yo a mi tierra y él me respondió

con una canción, era increíble lo genial y rápido que era este muchacho para componer

canciones, tomó su guitarra y cantó… “VIOLENCIA MALDITA VIOLENCIA POR

QUE NO PERMITES QUE REINE QUE REINE LA PAZ...”

En cierta oportunidad cuando viajaba de regreso de El Banco Magdalena a

Chimichagua, precisamente al entrar a las aguas de la ciénaga vi con asombro una

agrupación de pescadores en canoas tratando de pescar con una técnica especial de

manera sincronizada, a esto lo llamaban corral, y de allí se me vino la solución a mi

inquietud, esa de hacer más rentable mi negocio, claro! tenía que volver una sola

embarcación todas las canoas. Al llegar le comuniqué a mi JUANA mi solución y ella

me apoyó de inmediato,…” Haremos la canoa más grande de toda la región….

exclamó.., y en ella cargaremos a todos los habitantes del pueblo”, creo que mi Juana

pensó que yo haría el arca de Noé.

Me di a la tarea de reclutar al mejor constructor de embarcaciones de la zona, pregunté

en todos los rincones de la región y la respuesta fue unánime… “el único que puede

hacer algo como lo que usted quiere hacer, es el Mocho León”; Lo fui a buscar de

inmediato, lo encontré piao y ripiado, su aliento era el propio ñeque recién sacado del

alambique, su aliento olía a la pura mierda; esto lo quiso disimular prendiendo un

tabaco y dándole dos aspiradas seguidas y entonces ahora olía peor a “mierda

quemada”. Me dijo en pocas palabras y con mucho respeto que yo estaba loco y que esa

embarcación no se podía hacer por dos razones: la primera, que nadie en la región había

intentado hacer una canoa de doce metros y la otra, que la madera para hacer una canoa

de esa magnitud se tenía que buscar en el centro de los playones y esa vaina sí que era

jodida, no sólo por sus condiciones naturales y su lejanía para cargar esas trozas, si no

porque tenían que pasar por el Cerro del Enviado y a ese cerro la gente le tenía más

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miedo que al mismísimo tigre de Torrecilla, otro obstáculo que se tenía que vencer

también.

Para mí nada era imposible y menos ahora que contaba con el apoyo de la mujer de mi

vida, Juana Matos y precisamente a ella fue la que se le ocurrió la idea de organizar una

expedición a las tierras de los playones; iríamos en busca de la madera para hacer

nuestra gran canoa, y lo haríamos fuera como fuera, al costo que saliera, eso sería lo de

menos, mejor dicho, si teníamos que tumbar el Cerro del Enviado para llegar hasta allá,

lo haríamos. Y si tenía ella que matar al famoso tigre de torrecilla con sus propias

manos no le temblaría el pulso en hacerlo; así fue que iniciamos la tarea de reclutar a

todos los voluntarios y entre esos tenía que estar el señor Cura, porque enfrentarnos al

Cerro del Enviado, se tenía que pelear con mucha oración y con la ayuda de DIOS.

Teníamos que organizar tres grupos, cada grupo con sus especialistas. El primer grupo

era el de los guías que nos llevarían hasta la orilla del caño que bautizamos “Caño

Largo”, porque por más que tratábamos no habíamos encontrado testimonio alguno, ni

nadie que conociera una parte de este caño donde pudiéramos atravesarlo sin tener que

meternos en sus peligrosas aguas.

Los guías eran personas puras, todos eran descendientes directos de las tribus Chimilas

que aún habitaban en estas tierras, sus rasgos eran inconfundibles, tenían ojos pequeños

como achinados, pómulos salidos, boca con labios carnudos, cuerpos atléticos, nalgones

y un pelo liso único de un color negro azabache; eran callados, pero laboriosos y

valientes, características fundamentales para ser buenos vaquiano.

El segundo grupo eran los de los cazadores, expertos en encontrar rastros, descubrir

madrigueras de animales salvajes y comestibles, usaban armas cortas como revólveres y

largas como las escopetas y changones con tiros recalzados por si las primeras armas

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fallaban. Eran en su mayoría mestizos con piel de un tono más trigueña, fumadores

empedernidos de calillas o tabaco, eran la parte militar de la expedición y sobre todo

eran necesarios por si nos topábamos con el Tigre de Torrecilla.

El tercer grupo era el de los aserradores, estos nos escogerían y cortarían la madera que

el Mocho León nos había exigido para nuestra embarcación. Pensándolo bien, ahora

creo que este individuo creía que no podíamos cumplir sus condiciones y que se libraría

de hacer la canoa de doce metros la más larga de la región, pero que equivocado estaba.

Logramos comprar unos diez caballos, diez burros y diez mulas de carga; además

conseguimos tres perros cazadores que serían nuestros oídos y nuestros ojos en dicha

expedición. La mayoría de la gente del pueblo decía que nosotros de verdad estábamos

locos y como poca gente conocía nuestros propósitos y proyectos, pues con mayor

razón, la verdad era que no le encontraban lógica a nuestra aventura.

Al comienzo el señor Cura fue uno de los más reacios a colaborar en nuestra

expedición, luego de varias reuniones y con el ofrecimiento de una buena donación para

su iglesia, accedió acompañarnos en nuestra aventura; después me enteré que el tal

“Enviado”, un peculiar personaje que vivía en las misteriosas cuevas del cerro, en la

parte de la cima, lo había mandado a llamar para revelarle unas profecías y éste se

negaba a ir, ya que la condición principal para este encuentro, era que asistiera solo sin

acompañante alguno y esto incluía a su inseparable y fiel monaguillo; entonces esta

sería la oportunidad para saber por parte del cura lo que quería decirle el “ermitaño” del

cerro, como lo llamaba el clero, aunque se rompiera la principal condición para

revelarle tan importantes profecías.

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En total reunimos a veinte personas sin contar al señor Cura y su monaguillo, a mi bella

mujer Juana Matos y a mí. Después de las fiestas partiríamos a conquistar los indómitos

Playones donde ningún hombre había podido llegar.

LAS VIRGENES, EL PATO Y EL GALLO TUERTO

Las fiestas en Chimichagua eran en honor a la Virgen de la Inmaculada Concepción, y

se celebraban los días 7, 8 y 9 de diciembre.

En la noche del día 7 se iluminaba todo el pueblo con las tradicionales velitas, todos en

familia hacían este singular ritual, se despertaban en la madruga y hasta el amanecer

trataban de mantener las velas encendidas en el borde de los andenes; era una tradición

familiar que se guardaba con mucha puntualidad. Muchos chimichagueros regresaban

de las vecinas tierras de Venezuela para esos días y se agrupaban de manera cariñosa a

su núcleo familiar. Estos llegaban con su lenguaje Maracucho de “Chico vale” y con

ellos traían muchos valorados “bolos” o bolívares, moneda oficial de ese país petrolero.

Todos los nativos, los recién llegados y los visitantes foráneos se encontraban el día 8

de diciembre también llamado el día del “Estreno”, porque todos los pobladores

trataban de vestirse con ropa nueva traídas desde la ciudad de Barranquilla, desde la

población de El Banco Magdalena y otras que las hacían las modistas locales con telas

compradas en el almacén de la familia de Los Tres Palacios. Todos se daban citas para

bailar en los salones de fandangos y el más popular de éstos era el salón Santa Marta,

que quedaba justo en el centro de la población; ahí se podían escuchar los viejos discos

de bandas y cumbias que ya eran grabados en la RCA Víctor y se podían escuchar en la

vieja vitrola comprada por los dueños del local a los Gitanos que venían de manera

inmancable a las fiesta de la población.

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Estos Gitanos llegaban en sus carretas tiradas por viejos caballos y mulas, aunque

muchos también lo hacían a pie acompañados de sus familias completas y casi todos

conocedores del arte de adivinar el futuro y curar enfermedades con hierbas y plantas de

las selvas tropicales.

Esta Comunidad nómada por naturaleza estaba bien organizada y poseían un líder muy

respetado, sabio y escuchado por todos, lo llamaban “El Señor”, pero su verdadero

nombre era Lorenzo. Cargaba como mascota un cachorro de pantera que le obedecía

como perro casero; era un hombre de un porte impresionante, de un color de piel casi

rosada, sus ojos claros hacían contrastes con su liso y largo pelo amarillo y esto lo hacía

tener mucha acogida con las mujeres de la región. Se vestía de botas largas y ropa de

satín con colores vivos, en su cabeza siempre llevaba una pañoleta, en sus brazos

muchos aros y pulseras, y de su pecho sobresalía un gigantesco collar que terminaba en

un crucifijo en piedra de cuarzo. Se dice que a muchas de las mujeres de la población se

llevó este sujeto a su lecho; uno de los casos más comentados fue el de Tomasa

Lucumin, una negra cimarrona de color carbón y de pelo quieto, igual que el de su

marido pescador. Todo se vino a saber el día que ésta dio a luz y su marido al ver a su

primogénito tomó su machete y salió a buscar al gitano; se dice que no lo encontró, pero

que aún lo espera en la puerta de su casa con machete en mano. Desde ese momento

este pescador no volvió a expresar ni una sola palabra, y la cría le hace recordar ese

“cacho” bien marcado porque es un niño blanco de ojos azules, pelo liso y amarillo.

En las fiestas de la Virgen de La Inmaculada, la procesión, fue un acontecimiento más,

de los tres que sucederían en eso día; la gente de Chimichagua tenía de verdad una gran

devoción por su patrona y ésta nutria con sus revelaciones este sentimiento, lo digo

porque fui testigo de dos revelaciones de la tan especial santa.

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Una en la tabla de arrollar pescado de una dadivosa señora llamada JULIANA, esta

señora compraba pescado y en su tablita lo arroyaba, lo dividía y luego lo repartía a la

gente más necesitada del pueblo, ¡eso sí era tener buen corazón!. Esa tabla y su imagen

santa con el tiempo fue cogiendo los colores que tiene la Virgen en su monumento

original; las romerías que despertó esta revelación fueron incalculables y los milagros

numerosos, es más todavía hay muchos fieles que preguntan por esta virgen que es

guardada y adorada celosamente por los descendientes de la vieja Julianita.

La otra revelación ocurrió en un caserío cercano, con un nombre bastante peculiar

“Plata Perdida”. Allí se manifestó en una piedrecita negra que según dicen fue

encontrada por un hijo de Heriberto Pretel, el músico de Tambora. Al comienzo era una

pequeña roca que parecía un carbón, solo se podía ver la forma confusa de una

pastorcita y su vara de guía, luego al crecer comenzaron a salirle las ovejitas y ella tomó

su forma de cuerpo entero y cada vez más ha crecido, y está guardada en un altar en el

pueblo donde todos van a pedirle favores y no le llevan nada a cambio, cuyo nombre no

está tan perdido y la plata sí que no se conoce.

La procesión de la virgen el día 9 fue muy concurrida, las damas vestidas de blanco

cerrado se reunían cerca de los hombres que la cargaban, la mayoría de éstos eran

pescadores agradecidos ya que en cierta oportunidad la creciente de la ciénaga llevó sus

aguas hasta la propia puerta de la iglesia y estos hombres sacaron a la virgen hasta allí y

las aguas al tocar sus pies de inmediato comenzaron a retroceder.

El segundo evento era la gran carrera de caballo, en donde competiría el caballo más

veloz de la región lo llamaban “El Pato” y así llamaban también a su dueño, un joven

vaquero de la vía de Mompox exactamente de San Sebastián de Buenavista. Este

personaje llegó vendiendo toros de montar a los ganaderos de la región y dichos

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ejemplares venían de la tradicional ganadería de la Esmeralda, la mejor de toda la

región y creo que una de las mejores del país. Se sabía por cuentos e historia de la gente

que esta era una finca famosísima y que pertenecía a una familia alemana, pero esto no

era lo llamativo, lo que más llamaba la atención era lo que ocurría en el pueblo cercano

a la hacienda llamado Margarita “la tierra de las naranjas y las mujeres bonitas”, y esto

se debía primero a la vocación agrícola de los habitantes del poblado al cultivo de la

naranja y lo segundo, a que se comentaba que toda niña en época fértil era llevada por

su madre a esta finca para literalmente ser montada por estos extranjeros dueños de

dichos terrenos, y esto lo confirma la cantidad de mujeres con rasgos finos y europeos

que aún se ven en el poblado.

El Pato, el joven vaquero se enamoró de la mujer más linda de Chimichagua, hija de un

prestigioso ganadero de la región, hombre de una buena reputación y posición social,

trabajador, serio y dedicado a sus fincas. Ella fue producto de la unión libre de éste con

Felipa Cervantes. La combinación de sus padres, él, blanco de ojos azules y ella negra,

pelo quieto y ojos negros, dio como resultado a la bella mujer con quien se casó el joven

vaquero. Era una trigueña con ojos de color miel, con un pelo liso y negro como el

petróleo, yo creo que si la Virgen de La Concepción tuviera que encarnar en una mujer,

lo haría en el cuerpo de esa joven.

El vaquero viajero tuvo al igual que yo, su “prueba” de amor y éste de una manera

desesperada, inocente, y no muy seguro, trato de esquivar la responsabilidad y huyó,

pero fue alcanzado y traído por los cuatro hermanos de la joven, hermanos estos que

habían pagado el servicio militar y tenían un carácter bien jodido, pero eran muy

buenas personas en su comportamiento general. La boda se realizó con mucha

discreción pero fue bastante concurrida. Con el tiempo este muchacho se dio cuenta que

lo que había ganado de la unión con la joven nativa fue de verdad una bendición, ella

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trabajaba a la par con él en los quehaceres de la pequeña finca que compraron para

vivir.

El joven vaquero se hizo a sus animalitos, y también compró el mejor caballo de la

región al viejo ganadero Valentín Sánchez por un precio descomunal nunca antes

pagado por un animal; yo creo que el viejo Valentín le pidió este monto para no

venderle el caballo, pero se llevó la más grande sorpresa de su vida. El negocio lo

hicieron en el atrio de la iglesia a la salida de misa y delante de los más prestigiosos

comerciantes del poblado, fueron $150 (ciento cincuenta pesos) lo que pidió el viejo

ganadero por el ejemplar al joven vaquero por su insistencia, quien de sus bolsillos sacó

la plata, un peso tras otro le entregó al viejo, a quien se le vio triste no pudiendo hacer

otra cosa que tomar el dinero y darle al joven su más preciado caballo; es más, luego me

enteré que este joven vaquero le había mandado $50 (cincuenta pesos) más como gesto

de agradecimiento. Esa plata era producto de una apuesta de $200(doscientos pesos) que

había ganado en su primera carrera con el caballo en la población de Guamal.

Este negocio tuvo renombre en toda la región, y de allí nació la leyenda viva del famoso

caballo que llamaban “El Pato” y que ahora se encontraba presto a competir en uno de

los eventos más importantes de estas fiestas patronales.

La carrera este año tenía ribetes especial, primero porque que correría contra dos

ejemplares traídos desde otros pueblos circunvecinos, los mejores de los mejores, pero

esto no era lo especial, lo especial era que “El Pato” y su dueño le darían dos cuadras de

ventajas a sus retadores y ahí no paraba la vaina, apostarían $500 (quinientos pesos) por

caballo, una suma exorbitante, incalculable, nunca vista; para darles un ejemplo de lo

que era en plata esto, les digo que con esa cantidad podían comer durante un año la

mitad de los habitantes del pueblo, si no digo más.

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Todo estaba listo, los competidores estaban en sus posiciones, a El Pato, tanto caballo

como a su jinete se les veía confiados, mientras los otros dos caballos y sus dueños se

les veía que estaban tensos y sudorosos. El disparo del inicio de la carrera estuvo a

cargo del inspector de policía, sonó como un trueno del Tumba Cuchara como se le

conocía al vendaval que se veía venir de los lados de la población de Chiriguaná, era

una pavorosa tormenta tropical de temporadas. Casi de inmediato El Pato dio casería a

sus oponentes, su jinete ni siquiera lo taloneaba para que corriera más veloz porque a

ese caballo le gustaban los retos y estoy seguro que sus padres tuvieron que venir de

Kentucky (Estados Unidos), donde se encuentran los mejores caballos de carrera y en

sus venas tenía que correr un buen porcentaje de caballo “pura sangre”. Fue como un

rayo y terminó la carrera sin despeinarse como diría Tomás Cuello,… “hasta ahí”.

El tercer evento del día nueve era la gran pelea de gallos, se haría en la gallera central y

aquí también había un ejemplar especial, el gallo de Patrón Machado. Decían las malas

lenguas que era un gallo cruzado con Guacharaca, ave agresiva del monte. Lo único que

se sabía a Ciencia cierta era que para ganarle a este gallo, sus rivales tenían que tener

tres espuelas, una en cada pata y otra en el corazón y eso que era tuerto el mentado. “El

Gallo Tuerto” se había paseado glorioso por todas las mejores galleras de la región, su

contrincantes al verlo se sentían perdedores es más, se dijo que en cierta oportunidad en

una pelea con un gallo que era del pueblo El Difícil (Magdalena), ni siquiera pudo

pelear con él porque al verlo éste murió fulminantemente de un infarto al corazón, eso si

que era morirse del físico miedo.

El Gallo Tuerto fue un animal traído de las lejanas tierras de la Guajira, no sé

exactamente de qué sitio, dicen que fue un regalo que le hizo una india WAYUU a

Patrón Machado, fue como un pacto de amor lleno de brujerías y cosas raras, la verdad

es que de este gallo se decían tantas cosas que ya uno no sabía cuáles eran verdad y

24
cuáles no; lo único que yo sé es que fue criado en un patio común y corriente y

alimentado con buen desperdicio, su dieta normal era una buena dosis de puyas de

pescado, raíces de yuca untadas con suero amargo y muchos grillos que este podía

cazar. Este animal vino a conocer el maíz cuando ya estaba viejo al descubrirle sus

habilidades como peleador.

La mamá de Patrón fue la que se dio cuenta de que este gallo era bueno para la pelea, ya

que cuando ésta sacaba los desperdicios al patio y se los regaba a los animales que ella

tenía, el mentado gallo formaba unas trifulcas con los otros gallos bastos que

conformaban su gallinero oficial; los levantaba a pico y espuela hasta dejarlos muertos y

esto la tenia mareada porque siempre tenía que estar comprando gallo nuevo para rendir

su cría de gallina. En cierta oportunidad, cuando ella trataba de apartar el Gallo Tuerto

de una de sus peleas por la comida con el nuevo gallo basto, le puyó el ojo con un

escobajo de paja con el que trataba de evitar que éste matara al recién llegado, dejándolo

para siempre con un solo ojo para ver. Las quejas se las puso a su hijo…“ no sé qué irás

a hacer con ese bendito gallo que te regalaron, lo mejor es que lo lleves a pelear a la

gallera para ver si se le quita la mala costumbre de matarme mis gallos bastos”, le

dijo, fue ese día que Patrón Machado se dio cuenta que el gallo poseía una fuerte patada,

que sus plumas eran fuertes y formaban un duro escudo que difícilmente otro gallo con

sus espuelas podía atravesar.

Lo probó por primera vez en una esquina del pueblo donde comúnmente se reunían

galleros a calentar sus gallos, era una pelea de ejercicio pero el Gallo Tuerto no la tomó

así, aunque tenía sus espuelas naturales cubierta de esparadrapo desde el momento en

que lo soltaron fue dando patadas y picotazos que pusieron en serios aprietos a su

sparring, fue cuando se vaticinó que este gallo daría mucho de qué hablar en el mundo

de las peleas de gallos a nivel nacional, y así fue.

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Para esta pelea se habían citado en Chimichagua todos los especialistas en este arte de

las espuelas, vinieron galleros del El Paso, Astrea, Chiriguaná, Bosconia, Valledupar

hasta de la propia Barranquilla, así como lo lee, estaba la crema innata de las peleas de

gallos; los demás tenían que ser cachacos para no haber venido.

Su rival esta vez era un gallo también de cualidades especiales, había nacido de un color

y terminó de otro, le llamaban “Cambios” y decían que eran una máquina de la muerte.

Los gallos fueron calzados por los dos mejores calzadores de la región, era todo un

ritual de velas encendidas, espermas de carey de alta calidad y filo, una buena dosis de

limón y soplos de tragos de ron. Aseguraban las letales espuelas con una tira de

esparadrapo y luego de una jalada de tendones, los ejemplares estaban listos para morir

como morían los gladiadores en la época romana… “Los que van a morir saludad a su

emperador”.

La pelea inicio a las 4:00 pm. en punto y eran las 6:00 de la tarde y estos ejemplares

aún se daban pico y espuela, fue tan cruel la pelea que a todos los asistentes que se

hicieron en la parte de abajo en la primera fila de la gallera se les tiñeron sus ropas de

sangre. Las apuestas subían y se equiparaban en favoritismos, la bolsa que se llevaría el

ganador descontando los impuestos que se pagarían a los que llevaban las lista,

alcanzaban ya los $200 pesos aparte de las apuestas que por fuera eran casadas por la

tradicional palabra de gallero. El ruido y la bulla de la multitud eran impresionantes, en

la parte de afuera de la gallera no se veía un alma, creo que todo el pueblo se metió para

apreciar la contienda, es más hasta los carros de crema, los de raspado, los de guarapo y

las mesas de fritos fueron abandonadas por sus dueños que veían en la pelea de gallos

una oportunidad de multiplicar sus ganancias y Patrón Machado lo sabía por eso aposto

todo lo que tenía hasta creo que aposto a su encarte, su hermana solterona.

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Por fin el golpe final lo dio el “Gallo Tuerto”, fue un morcillero genuino creo que el

otro gallo no lo vio venir o quiso dejar que viniera de esa forma tan limpia para poder

descansar, sí; sería la pelea más larga de la historia de los gallos en toda la región, el

Gallo Tuerto, vencedor descansaría y tendría un nuevo reto en la población de El Banco

Magdalena, donde los esperaba un nuevo y mejor retador.

EL CERRO DE CAL, EL ENVIADO Y SUS PROFECIAS

Los últimos voladores de la fiesta se oyeron estallar en la madrugada del diez de

diciembre; para nosotros, fueron las alarmas que nos avisaban que el día y la hora

esperada para partir a la conquista de los playones, habían llegado. La caravana

encabezada por los guías indios y todos los demás, atravesamos el pueblo por la calle

del medio que se encontraba totalmente invadida de botellas vacías de ron y ñeque; un

grueso tapete de papel de picadillo de colores se extendía, como dándonos una

multicolor despedida, al igual que cadenetas colgantes que eran movidas tenuemente

por las primeras brisas del amanecer, algunos borrachos amanecidos trataban de ponerse

en pie para ver tan peculiar procesión, pero su temple o pea los volvía a recostar en el

húmedo y frío arenal.

Cuando habíamos recorrido aproximadamente unos doscientos metros después de pasar

por la última casa del pueblo, divisamos nuestro primer obstáculo, el Cerro del Enviado,

el señor cura al verlo, se santiguó seguidamente lo mismo hizo su monaguillo, desde ese

momento el cura, no dejó de mirar tan inmenso relieve y en sus manos llevó siempre su

santo escapulario, creo que rezó más de cincuenta rosarios antes de que estuviéramos

justo en la falda de nuestro natural obstáculo.

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Los guías nos hicieron acampar en un pequeño valle rodeado por un manantial de agua

cristalina, que curiosamente tenía su nacimiento o lloradero en la raíz de un gigante

árbol de orejero. Sólo los animales podían beber de estas aguas, eso precisaron nuestros

guías, ya que estas aguas eran de cal no aptas para el consumo humano, ¡increíble! el

Cerro del Enviado era de cal, si de cal pura, sus cuevas eran de cal, sus tierras eran de

cal, sus piedras eran de cal, hasta su agua; fue entonces cuando bautizamos este arroyo

como “La Calera”, así se llamaría para siempre.

No es para exagerar, pero al pie de este cerro se sienten cosas extrañas algo que te pone

los pelos de punta, tú sientes como si siempre te estuvieran observando; los perros

aullaban de una manera terrorífica, si no fuera por el cuidado que teníamos que tener,

hubiera preferido escalarlo y pasarlo el mismo día que llegamos. Era un cerro con

árboles gigantes, uno pegado al otro y sus ramas parecían que hablaran cuando se

mecían por la brisa, estaban tan pegados estos árboles que era difícil ver el fondo del

pequeño sendero por donde se movilizaron los dos primeros guías que se fueron a

explorar la ruta. Su misión era la de encontrar la vía menos peligrosa para subir y

atravesar dicho obstáculo natural, incluyendo el corto trayecto subterráneo de las cuevas

que nos llevarían a salir justo en el punto no menos peligroso llamado Torrecilla, un

valle donde el rey eran un gran tigre que le gustaba comer gente, y más si eran mujeres

jovencitas castas y vírgenes.

Dos días con sus noches estuvimos acampados en el valle del arroyo de La Calera; fue

entonces cuando aparecieron entre la espesa niebla nuestros dos guías, se veían

agotados pero contentos, habían encontrado la ruta al valle de Torrecilla, y cuando el

cura les preguntó por El Enviado, estos hicieron gesto de no haberlo visto por ningún

lado, el sacerdote se le noto de inmediato muy pensativo, se aparto de nosotros y dejo de

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hablar el resto del día, como si tuviera entre manos algo que debía hacer. Partiríamos

con los primeros rayos de sol del nuevo día, eso fue lo que todos acordamos.

La última noche a la orilla del arroyo de la Calera fue la noche más oscura que mis ojos

hubieran visto. Era tan oscura que yo no podía ver a mi amada Juana quien se

encontraba justo acostada a mi lado, en un improvisado cambuche hecho de guaduas y

hojas de palma de iraca.

Los sonidos eran tan agudos que uno podía oír hasta la pisada de los cucarrones. Al

fondo en intervalos de casi diez minutos, se podía escuchar el ronquido del tigre y la

bulla de los monos que prevenían a todos del peligro rayado que acechaba. Era una

noche espeluznante, y para completar la vaina, me dieron unas ganas de mear de esas

que sientes que se te fuera a explotar la vejiga y tu aliento huele al propio orín. Me puse

en cuatro para gatear y desplazarme hasta afuera del cambuche, trate de no hacer ruido

para no despertar a mi amada Juana, al salir levanté mi mirada y vi al señor cura vestido

de sotana y todo, alejarse por el sendero que antes habían tomado los indios guías en

búsqueda de la ruta que nos ayudara para atravesar el cerro del Enviado. En su mano

colgaba la olla del incienso, el humo de éste y la neblina lo hicieron desaparecer de

forma fantasmal; mis ganas de mear se me espantaron, regresé al cambuche, cerré mis

ojos y no los volví a abrir hasta que los primeros rayos del sol alumbraran y calentaran

mi cara.

Todo era confusión y conmoción. El suceso era la desaparición del señor cura y el que

más bulla hacia era su inseparable monaguillo que lloraba y hablaba a la vez y nada se

le entendía. Lo que yo pensé en algún momento, que era un mal sueño se había

convertido en una preocupante realidad, ¡el cura se había esfumado!; claro está que yo

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convencí a todos que lo que había hecho el señor cura era adelantársenos para ver si

podía encontrar a El Enviado y así hablar con él. Solo así pudimos partir hacia la cima

del cerro y yo esperanzado en que mi mentira se convirtiera más adelante en una verdad,

o si no, el pueblo de Chimichagua se quedaría sin misa por mucho tiempo.

Para llegar a la cima del cerro donde se encontraban las cuevas, nos gastamos casi tres

días y medio, lo escabroso y resbaladizo del relieve, tanto para las bestias como para

nosotros nos retrasó bastante; yo fui uno de los primeros en llegar después de los dos

guías indios que ya conocían la ruta. Lo que se podía apreciar desde ese punto era algo

increíble, desde allí se podía ver todos los rincones de la majestuosa ciénaga de

Zapatosa, su inmensidad, los diversos colores de sus aguas, aguas que eran violadas

complacientemente por las aguas de los ríos Limón Y Cesar. Creo que en algún

momento pude apreciar las casas ribereñas de la población lejana de El Banco

Magdalena, ¡que paisaje! me hipnotizó tanto que por un momento me olvide de mis

acompañantes que llegaron de uno en uno, y también se fueron metiendo en ese trance

de apreciación y observación de tan bello paisaje.

Me separé un poco de los demás y me acerqué cuidadosamente a la entrada de una de

las cuevas. Era la cueva principal, la más grande y noté algo curioso en ella, su suelo

estaba totalmente limpio sin una sola hoja seca ni verde, parecía que alguien se tomaba

el trabajo de barrerla; de adentro salía un olor a flores y frutas frescas, además de una

luz y con la luz pude divisar a una silueta, ¡quien lo creyera!, la silueta que estaba

sentada en una roca de cal interna de la cueva era nada más y nada menos que la del

Señor Cura.

Sólo llegamos hasta donde estaba sentado Juana y yo, los guías tenían orden de no dejar

pasar a nadie hasta nueva orden; el Señor Cura se encontraba como en shock, su rostro

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era más viejo pero a la vez era muy terso y suave; su pelo tenía un brillo especial y su

barba era nueva, blanca y abundante, ¡mierda! a este señor le pasó lo de Moisés pensé

cuando subió al monte por los mandamientos. En sus manos tenía dos rollos de cuero de

danta y nos los dio, lo abrimos y en el primero decía en mayúscula MALDICIONES y

debajo de esto leímos cuidadosamente lo siguiente que estaba escrito:

CHIMICHAGUA…..CHISME Y AGUA ENVIDIOSA Y HABLADORA, NUNCA

ESTARÁS FELIZ POR EL PROGRESO DE TUS HIJOS Y EL ATRASO SIEMPRE

TENDRÁS.

POR EL PASO PASARÉ Y PEDAZOS RECOJERÉ… EN TI ASI SEAN REYES NI TUS

HIJOS MORIRÁN Y SU PIEL CAERÁ, POR QUE EN SU CUERPO NO QUIERE

ESTAR.

BOSCONIA, MUCHOS TE PISARÁN PERO EN TI NADIE DESCANSARÁ, VERÁS

COMO EN UNA ESTRELLA DE CUATRO PUNTAS TUS BENDICIONES SE

ALEJARAN Y QUE PARA OTRAS CIUDADES Y EL VALLE SE IRÁN.

VALLEDUPAR, TIERRA BELLA Y ALEGRE DONDE TODOS CANTARÁN POR

ACOJERME, TE DARE MI REPOSO AUNQUE VIOLENTA SERÁS EN LOS DIAS

POSTREROS, Y DE ESTO POCOS SE ENTERARÁN.

Abrimos el otro rollo y estaba marcado con la palabra en mayúscula BENDICIONES,

pero no tenía nada escrito debajo de ésta. El cura balbuceó unas palabras que con

dificultad le pudimos entender… “no las escribió por mi culpa por no haber hecho

caso, por no haber venido sólo, de verdad que no era un ermitaño era una santo de

DIOS dijo esto y se desmayó”.

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De El Enviado no se supo más, se dice que llegó hasta la ciudad de Valledupar

caminando y que ahora reposa en la catedral convertido en El Santo Ecce Homo y de la

misma manera es llamado ahora el Cerro de Cal. Optamos por devolver al señor cura en

compañía de su monaguillo al pueblo de Chimichagua, de verdad que era imposible

para él continuar con nosotros en esta expedición, y además lo habíamos traído a él para

enfrentar los miedos de todos con respecto al cerro misterioso y esa meta ya la

habíamos conquistado. Ya descendíamos al valle DE TORRECILLA y ahora teníamos

que vernos frente a frente con el otro y no menos peligrosos obstáculo el tigre.

EL TIGRE DE TORRECILLA Y LOS PLAYONES

Al salir de la cueva o sendero subterráneo nos encontramos de frente con un paisaje

bello de verdad, era un valle con árboles frutales y de pastos frescos, sus pequeños

desniveles daban oportunidad para que nuestros perros se entretuvieran jugando a casar

armadillos y conejos, corrían de un lado a otro como niños en parque nuevo; no se pero

este lugar invita a uno a quedarse.

Pude apreciar que en muchos lugares de este valle habían cultivos de caña dulce, tabaco,

maíz, yuca, y creo haber visto uno de ajonjolí o de millo; el sendero nos llevó hasta una

pequeña pero bien organizada aldea, la aldea era conformada por aproximadamente

doce casas, eran casas de bareque y palma de vino, y se veían como abandonadas. Nos

detuvimos justo en el centro del poblado y desde allí divisé que al fondo se encontraba

un corral donde estaban amarradas un par de vacas recién paridas como esperando quien

las ordeñara. Me acerqué al corral y pude notar que las vacas no tenían ninguna clase de

marca, increíble! pero cierto, estaba al frente de dos vacas cimarronas de las que mucha

gente hablaba en Chimichagua, pero que pocos creían que existan.

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De una de las casas se abrió una pequeña puerta y de allí salió un anciano, era un típico

indio Chimila y tenía los rasgos más acentuados que los de nuestros guías indios, éste

era un puro 100% Chimila.

Se acercó a uno de nuestros guías y le habló en una lengua nativa, lo peculiar era que si

uno se concentraba bastante la podía entender…bueno, los gestos y ademanes que hacía

el anciano también ayudaban a comprender lo que decía. De un momento a otro de su

tosco rostro dejó dibujar una leve sonrisa y con un grito de aviso permitió que de las

casas comenzaran a salir personas y más personas, creo que salieron más de 80

personas, lo curioso era que todas eran mujeres y en mi mente no cabía la idea de que

este anciano indio Chimila fuera el dueño de tan numeroso y bello harén.

La amabilidad con que fuimos recibidos en esta aldea nos permitió descansar por tres

días, en los cuales interactuamos con todos los miembros de la comunidad y la pregunta

obligada se la hicimos al anciano líder ¿ y los hombres?. El nos explicó que la mayoría

habían salido en una temporada de caza en los playones y que no habían regresado, ellos

pensaban que muchos se perdieron en la inmensidad de esa tierra y a los otros, los había

matado el tigre del Valle de Torrecilla.

Esta era la época en que los playones se secaban y se abría una gran extensión de tierra

firme y fértil, cubiertas por árboles gigantes de toda clase de madera inmunes casi todos

a la pudrición por el agua, mangles rojos, orejeros, Tolú, Carreto, hasta teca había que

es la madera más fina del mundo, y además quedaban algunas cienaguetas o cantagallos

donde veraneaban los grandes caimanes y muchos manatíes, dantas y chigüiros y los

pies que por esos territorios caminaban eran tropezados por miles de gálapagas y

morrocoyos.

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Sobre el tigre nos dijo que era una historia como extraña y rara, porque se sabía de su

existencia desde los tiempos de su padre, y aún ese Tigre hacía daño en la región de tan

productivo valle.

Cuenta que la fama de este felino, motivó a un cazador extranjero a venir a estas tierras

a matarlo y que este hombre reclutó a varios nativos de la aldea, entre esos a su padre

quien regresó después de un tiempo como el único sobreviviente de esta cazadora

expedición. En su cuerpo venían pintadas las huellas de las afiladas garras del tigre. En

su agónico relato su padre contó cómo habían sido atacados por el felino blanco que

poseía pestañas albinas y ojos rojos. Nos dijo como los iba matando uno por uno a los

miembros de la expedición y que a los últimos que dejó fue a él y al cazador extranjero,

ese hombre que hablaba con lengua extraña y ademanes claros y precisos.

El Tigre se llevó primero al cazador y luego vino por mi padre, quien logró salir con

vida gracias a la estrategia de hacerse el muerto después de recibir el primer ataque; la

verdad es que creo que con esas heridas que le dejó en su cuerpo, no solo el tigre, sino

nosotros creíamos que el que nos contaba la historia era un muerto viviente. Del cazador

extranjero no supimos más, no hallamos ni un sólo rastro de su existencia, ni sus armas,

ni su ropa, nada de él quedó, mejor dicho, parecía que este hombre jamás hubiera

existido.

Otro acontecimiento extraño que se presentaba en la aldea, me comentó el anciano, es

que después de eso, aparecieron de repente niñas en medio de la aldea y no sabían de

dónde venían, ni quiénes eran sus padres, lo único normal era que poseían unos rasgos

en sus rostros muy parecidos y diferentes a los de las mujeres nativas; el color de sus

ojos eran claros al igual que sus cabellos y su piel era más blanca que morena pero

hablaban nuestra lengua nativa.

34
Bueno aquí nos encontrábamos nosotros en medio de un valle hermoso pero misterioso,

a la orilla de un caño si fin y en una aldea donde las mujeres eran nativas por su lengua,

pero de su nacimiento y procedencia nadie sabía. Lo único cierto es que el Tigre de

Torrecilla viejo o no, aún raptaba mujeres vírgenes de esta población que cada vez tenía

más mujeres bellas y menos hombres. Esta vaina parecía una historia de las mejores

historias del escritor Julio Vernet.

El primer contacto que vivimos con el famoso felino fue la tercera noche de nuestra

estadía en la aldea, su presencia se sintió y se oyó cuando su ronquido ensordecedor se

manifestó como diciéndonos o anunciándonos…aquí estoy y ya se dé ustedes. Luego

hubo un silencio aterrador que fue roto por el grito de una mujer que desesperada

luchaba para que no se la llevara el animal, que ahora casaba solamente a nativas

vírgenes. Al día siguiente comentando lo ocurrido y atando cabo, nos pudimos dar

cuenta que los raptos sólo eran de las mujeres nativas y que nunca el tigre se llevaba a

las niñas que aparecían misteriosamente en el centro de la aldea. Analizamos y

concluimos que teníamos que salir a cazar y matar a este tigre asesino o si no, nunca nos

dejaría llegar hasta el centro de los playones que era la meta final de nuestra travesía.

Organicé todo lo de la casería, dejamos a los aserradores armados con escopetas en la

aldea para que cuidaran a las mujeres incluyendo a mi amada Juana. Los guías, los

cazadores y los perros al igual que yo, salimos bien temprano en búsqueda de los rastros

que nos llevaran hasta la guarida del tigre secuestrador y asesino de mujeres; no

regresaríamos sin la cabeza como trofeo de tan famosos felino del Valle de Torrecilla.

Las huellas nos condujeron a un bosque tupido de árboles y matas frondosas, la

humedad hacia que el cuerpo sintiera frío, la espesa niebla no te dejaba ver más allá de

un metro de distancia, y los perros con movimientos sigilosos eran nuestros ojos, oídos

y olfato en esta casería. Todos estábamos preparados para disparar, era lo que más

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queríamos hacer, y así todo lo que estuviera delante de nosotros asechándonos, se

echaría a la fuga, pero no, teníamos que reprimir ese impulso ya que sólo esto serviría

para alertar a este animal que había demostrado ser muy astuto y sobre todo era un

inteligente cazador de cazadores.

Llegamos hasta un pequeño manantial, ahí los cazadores, los guías y los perros

volvieron a encontrar nuevas huellas, eso era otra cosa curiosa, este animal no dejaba

rastros secuenciales sino que aparecían en trayecto distantes uno del otro, era como si

saltara trayectos larguísimos y donde caía allí dejaba ver sus nuevas huellas, esto tenía

bastante confundidos a nuestros experimentados cazadores.

Allí decidimos acampar pero nuestras habitaciones serían la copa de los árboles que

rodeaban el pequeño manantial, así, si el tigre osaba venir a beber agua lo tendríamos

seguramente en la mira de nuestras escopetas. Nadie creo que pego el ojo en toda la

noche. Al amanecer bajamos de nuestras naturales habitaciones y notamos que más

adelante de donde pasamos la noche habían huellas recientes a la orilla del manantial,

pero no eran del tigre, eran de personas y más exactamente de mujeres; que vaina

jodida…a que mujer se le ocurría venir a coger agua en el manantial que tenía el temido

felino como bebedero oficial?. Llegué a una respuesta ilógica y sin ninguna

presentación ni yo mismo me creía la conclusión “estas mujeres eran esclavas y

trabajaban para el Tigre de Torrecilla” deduje, todos se echaron a reír y es más

algunos llegaron a pensar que el miedo me había puesto a decir locuras. Seguimos las

huellas y éstas nos llevaron hasta un “plan” donde al fondo se divisaba una casa rodeada

de matas de plátanos y un gran cultivo de maíz; del techo de la casa salía una espesa

nube de humo, no quisimos acercarnos demasiado para no ser visto y así poder

tomarnos todo el tiempo para hacerle “inteligencia” al lugar y dar nuestro asalto final y

eso sería este mismo día en las horas de la noche.

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Rodeamos la casa por completo y con movimientos militares copamos todas las posibles

vías de escapatoria. En todo el día no vimos a nadie entrar o salir de la casa ni en sus

alrededores, la orden que impartí fue la que todos esperaran, yo y uno de los cazadores

entraríamos a la casa por la parte trasera y cuando oyeran los disparos, todos harían lo

mismo por las puertas o por las ventanas. La única habitación donde se divisaba luz era

la que parecía ser la sala, yo entre por la habitación de atrás, este cuarto tenía un olor

fuerte a excremento de tigre como lo confirmo el olfato de cazador que me acompañaba,

… por DIOS en este cuarto es donde caga este bendito animal.., dijo entre dientes;

seguimos y pasamos a otra habitación igualmente vacía, y en la siguiente puerta que nos

comunicaría con la sala, por debajo se introducía una tenue y titilante luz, sabíamos por

instinto que allí era la sala y percibíamos que algo o alguien nos estaba esperando. Me

preparé montando mi revolver 38 Colt caballito y de un sólo impulso con mi hombro

abrí la puerta, ingresé y en ese mismo momento al tratar de reponerme me vi envuelto

en una lucha con el propio animal; su cabeza era grande al igual que sus manos y sus

patas, me revolqué con él por toda la habitación, mis nervios no dejaban de acelerar mi

corazón que a mil por segundo latía buscando con ansiedad al igual que mis dedos

detonar ese disparo que acabara con la vida de tan inmensa fiera salvaje. Al fin se oyó el

añorado disparo, detonación que me hizo volver a la realidad y esta era muy diferente a

la que mis nervios me habían llevado a vivir. Bajo la tenue luz de la chimenea noté que

a mi alrededor había un público presente conformado por más o menos diez mujeres, en

el centro sentado una atlético anciano cuyo cuerpo en buena forma lo hacía ver más

joven que viejo y detrás de él, todo mis compañeros de asalto quienes me miraban de

una manera extraña y curiosa. Al lado en el piso se encontraba tendido el fiero animal o

por lo menos su cabeza, sus manos, sus patas y su piel, que formaban un bello y bien

conservado abrigo disecado por el anciano, dueño de la casa.

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Un kilómetro antes de llegar a la aldea detuve a mis acompañantes de casería, le hice

jurar que a nadie dirían nada de lo ocurrido con el Tigre de Torrecilla y preparamos una

historia para que todos dijéramos lo misma vaina, cuando nos preguntaran por el

bendito animal; además, teníamos que cumplir con el trato que habíamos hecho con el

anciano atlético, el prometió que los raptos de mujeres se acabarían y nosotros diríamos

que al tigre de Torrecilla le había llegado la hora de morir para siempre y como prueba

de eso le traíamos la cabeza de este feroz animal.

Juana fue la más preguntona de todas y a ella me tocó decirle la verdad. Le conté que el

famoso tigre de Torrecilla era el cazador extranjero, el mismo del que nadie tenía

noticias; bueno él si mató al tigre y quiso mantener la leyenda viva como pretexto para

seguir viviendo en estas tierras y sobre todo, haciendo sus sinverguensuras con las

mujeres vírgenes de la aldea; las niñas que aparecían a las que el tigre no se llevaba,

eran sus hijas que devolvía el mismo para que se criaran con sus paisanas.

A la aldea no volvieron a llegar más niñas sin origen y no se volvió a oír mas ronquidos

espeluznaste, que con la ayuda de equipos de amplificación o bocinas te hacían parar los

pelos del cuerpo, “el tigre de Torrecilla no era más que un felino cabeza negra,

sinvergüenza y viejo verde” fue lo que concluyó mí amada mujer.

Ya resuelto lo del tigre, las desapariciones y apariciones de mujeres en la aldea sólo

quedaba un interrogante ¿entonces a los hombres quien los mata?, esta respuesta seguro

que la conseguiríamos en los playones al ir por la madera de mi canoa de doce metros,

bueno! si Dios nos permite llegar hasta allá con vida.

Fuimos despedidos por todos y con un gran alboroto, el anciano indio y sus muchas

mujeres nos prometieron que si regresábamos por ahí, nos mostrarían un nuevo camino

por el Valle de Torrecilla que nos haría obviar la difícil ruta de escalar nuevamente el

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Cerro del Enviado, esa era una buena motivación para regresar a la aldea, y sobre todo,

para la mayoría de nuestros voluntarios que por su mente viajaba firmemente la idea de

quedarse en este paraíso.

Al llegar a la orilla de Caño Largo como lo habíamos bautizado, pudimos ver la belleza

natural de los playones que al otro lado del riachuelo se podían divisar, en la aguas se

veía saltar millares de peces, alborotados por la larga caravana de chigüiros que

embalsan y los numerosos vuelos de pesca de los patos barraquetes, pisingos y yuyos;

era algo indescriptible la diversidad de vida animal y vegetal te excitaban de una manera

sin igual.

Decidimos mandar a uno de los guías montado en uno de los caballos para que

atravesara el caño por un sitio que veíamos como llano, así era, estaba bastante seco, el

agua le daba al animal justo por el centro de su voluminosa barriga, jinete y bestia ya

recorrían el medio del caño, todo parecía indicar que por ahí era que teníamos todos que

cruzar nuestro bello Jordán…” pero una vaina piensa el burro y otro el que lo encilla”,

el caballo de una manera sorprendente comenzó lentamente a hundirse, todos nos

llenamos de angustia y desazón, el jinete guía se lanzó hacia adelante dejando a su

suerte al animal que impotente se iba hundiendo poco a poco hasta desaparecer; el guía

alcanzó la otra orilla y donde estaba la bestia sólo quedo un pequeño remolino de

corrientes diversas. Este fenómeno característico de los ríos las ciénagas y caños se

conocía con el nombre de Cantil, un peligroso abismo o agujero sin fondo que tenían las

aguas que parecían tranquilas y seguras.

Después de esto nos tocó seguir buscando por donde atravesar, los voluntarios para ser

los primeros en hacerlo escasearon; me tocó a mí, no iba a dejar que un caño troncara

mi proyecto de hacer la canoa más grande de la región, y de un solo talonazo obligué a

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mi caballo a que se zambullera en las aguas misteriosas del caño, que de un momento a

otro dejaron su color cristalino y se volvieron marrones por los cascos de mi caballo al

tocar el semiseco fondo; sin darle tiempo a mi montura de arrepentirse, crucé el caño sin

novedad, todos se alegraron y gritaron de júbilo y más tarde siguieron la ruta trazada por

mí.

Los primeros kilómetros de tierra de playón que atravesamos en busca de un punto

llamado “La Zambranera” donde encontraríamos la madera que necesitaríamos, fueron

de un verdor espectacular, los animales corrían las largas y extensas llanuras si límites

de velocidad. Así como nos sentimos en este lugar así mismo se tuvo que haber sentido

Adán en el paraíso antes de embarrarla, claro está, aunque la culpa se la echen a Eva.

Duramos exactamente cuatro días en llegar a ese punto, allí se encontraban los

apetecidos árboles que teníamos que tumbar y aserrar, los vi y le di la razón a el mocho

León, eran los que servían para nuestra embarcación porque eran árboles especiales para

una embarcación especial.

Diez días con sus noches trabajaron sin descansar los aserradores para tener cortadas las

trozas que luego en el pueblo serían cortadas y partidas para convertirlas en nuestra

canoa; tratamos que fueran lo menos grande posible para que nuestras bestias de cargas

no se cansaran demasiado. Justo el día que partíamos de regreso con la madera, nos

topamos con dos hombres muy parecidos, no sólo entre ellos sino al anciano de la aldea;

al conversar con ellos, nos dijeron que eran de allá, pero que al igual que los demás se

habían quedado viviendo en una población que para ellos era mas mucho más cercana

que su pueblo, y se llamaba Chiriguaná. Así como lo leen, estábamos casi a cinco

kilómetros de este lejano pueblo, pero no era lo cercano de la población lo que amañaba

a los desertores aldeanos, era su diario vivir en fiestas que acompañaban con muchos

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tragos de ron y mujeres fáciles, hacia que estos no volvieran a mirar hacia su bella

aldea, acosada entonces por los peligros del tigre, el cual nosotros sabíamos que no

roncaría más en el Valle de Torrecilla.

A la aldea llegamos nuevamente después de diez días de viaje; el paso fue de verdad

muy lento por la carga, es más creo que era más lento que una marcha de nazarenos un

jueves santo en la población de Mompox. Consideramos a los animales de carga y por

eso no los forzamos mucho y además le dábamos una alimentación especial como si

fueran unas personas más.

En la aldea descansamos dos días más, éstos nos sirvieron para recuperar fuerzas y así

enfrentar el regreso a nuestro pueblo Chimichagua, punto de partida de nuestra

expedición.

Como era de esperarse la mayoría de expedicionarios se quedaron en la aldea, yo

hubiera hecho lo mismo si no estuviera casado y sobre todo con una mujer como la mía;

todos nos acompañaron hasta el arroyo de la Calera, esto lo hicimos por el nuevo

camino, el que nos prometió el anciano de la aldea, y tal como lo dijo, no tuvimos que

volver a subir y bajar el cerro del Enviado, y mirándolo ahora que el mencionado

personaje no estaba ya viviendo en el, se le veía como con más luz y tenía un ambiente

diferente y más acogedor. Sólo Juana, yo y tres aserradores regresamos al pueblo con la

carga de madera, en mutuo acuerdo decidimos decir o inventar la historia que los demás

habían muerto en la expedición, unos por fiebre desconocidas, otros por ataques de

brujas y la mayoría por las garras del tigre; todo esto lo hicimos pensando en la

conservación de ese majestuoso paraíso terrenal como lo era el valle de Torrecilla, su

preciosos playones y la aldea con sus bellas mujeres.

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LOS DOCE BOGAS Y LA CANDELA VIVA

A los cinco días de nuestro arribo al pueblo, después de haber entregado las trozas de

madera al mocho León y que él se comprometiera a trabajar arduamente en la hechura

de la canoa, se celebró en la iglesia de la Inmaculada una misa en conmemoración al

descanso en paz de las almas que se perdieron en la expedición, todo el pueblo asistió.

Rezaban por el perdón de los pecados de los tales, los cuales nosotros sabíamos que

gozaban de lo lindo en el valle de torrecilla.

La espera de la construcción de la embarcación fue tediosa y tensionante, para

combatirla me di a la tarea de reclutar al personal que trabajaría en llevar a esta canoa

desde las playas de amor de Chimichagua a la población de El Banco, viejo puerto

como debería decir lo que se ha escrito acerca del famoso viaje de esta embarcación.

Yo era de una vocación Católica, Apostólica y Zipaquireña y esto me llevaba siempre a

leer la Biblia; para mí Jesús era un ejemplo de vida, la manera como nos amó, su

misericordia y su sabiduría me llevaba a admirarlo de una forma especial, es más al

igual que él, decidí tener doce bogas para mover la canoa en los viajes de carga, pero

estos al igual que los doce discípulos de Jesús tenían como especial cualidad, la duda y

la incredulidad.

Que difícil fue reunir a estos doce, marineros de agua dulce. El más importante El

Capitán, tenía que ser especial o mejor dicho tenía que ser el hombre más rudo, más

guache y más cimarrón, en pocas palabras, éste tenía que ser la “tapa” de todos los

demás, porque eso de manejar a 11 bogas era una cuestión de admirar y para esta

peligrosa tarea tenía elegido al NEGRO VEGA que reunía con creces estas negativas

cualidades.

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Estos negros sí que poseían cuentos. Vivian en barrios colindantes con la ciénaga, y

solo en esos lugares encontrabas a estos cimarrones que eran dueño de una fama de

brujos. Decían que manejaban la magia negra o vudú, también que en esos barrios se

celebraban misas negras, las mismas que se hacía una renombrada esclavista española

de apellido Ortiz por los lados de Loba, en donde traían a la fiesta un macho cabrío, que

tenía relaciones con las mujeres que participaban de estas celebraciones rituales. Para

más señas a estos negros eran a los únicos pobladores de Chimichagua que ninguna

Gitana se atrevía a leerle la mano, era tan grande su fama que a ellos se le atribuía

también el hecho de la huida de todas las brujas de por aquí, a éstas no les tocó más que

hacer que irse a fregar a los hombres del cercano pueblo de Astrea.

Muchos de ellos se escaparon de las embarcaciones Españolas que los llevaban a

trabajar a las minas de oro, estos aprovechaban la parte más angosta del rio y se tiraban

al agua y nadaban sin mirar atrás, alcanzaban las orillas y de inmediato se internaban en

la selva espesa de estas tierras donde los Españoles no se atrevían a penetrar. Desde allí

han salido en grupos pequeños, dicen que muchos conservan su lenguas nativas y que

otros aún ignoran que ya la esclavitud fue abolida y que ya podían hacer lo que se les

venga en ganas; hombres muy orgullosos y “hazañosos” como le dicen aquí a los que

les gusta estar bien engreído, sus atributos físicos en el arte de amar son muy apetecido

por la mujeres rebeldes de causas nobles, que creen que en lo grande está el sabor y que

en el cuerpo musculoso y oscuro de estos negros se encontraba más de una dicha.

Se sonó por mucho tiempo que a estos barrios de cimarrones llegó más de una niña de

bien y que hasta mujeres casadas se iban a dar gusto ahí. En cierto consejo comunal de

esta comunidad se optó por hacer un barrio nuevo que se llamaría el barrio de los

solteros, así se evitarían problemas los negros que ya habían formado legalmente sus

hogares, era que éstos siempre escuchaban que los maridos y padres celosos decían con

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rabia una amenaza general “esos malditos negros no hacen sino preñar a todas las

mujeres que se cogen, nos va tocar caparlos a todos” y esa vaina en cuestiones de

honor era bien peligrosa, así que la idea fue de lo mejor “cada responsabilidad es

individual” decía el concejal que representaba a dicho gremio oscuro de bogas

cimarrones, claro está que al que le hacían caso en el barrio era al Negro Vega y a este

le daba lo mismo, el decía, que la culpa era de las niñas porque nadie se come lo que no

quiere y así que si ellas buscaban, en el barrio encontraban.

El día que fui hablar con él “Negro” Vega fue el día menos indicado, era el día de

descanso de este moreno cimarrón; pero que estuviera de descanso no era el problema,

el problema era que este día de descanso era el mismo día sagrado de beber del negro

Vega y allí era donde estaba el meollo del asunto, yo no lo sabía, y lo vine a saber

precisamente en el momento en que no me podía echarme para atrás. Lo encontré en la

cantina de la “Ina” Machado, una mujer de lengua ligera y grosera, pero que en el

fondo era una persona de buen corazón. Allí estaba sentado, imponente y solitario, no

que le gustara tomar solo sino que sus acompañantes que eran tres amigos en total

yacían tendidos en el suelo junto a la mesa, porque habían sido privados por los negros

nudillos de este imponente ejemplar de la raza de ébano.

Lo que pasaba era que al Negro no le gustaba que nadie le quitara la palabra cuando él

estaba contando la historia de sus antepasados y esto lo hacía siempre que los tragos

calentaban sus orejas. Hablarle en ese momento era el delito más grande que alguien

podía cometer contra él y yo lo había hecho al saludarlo ¿cómo esta señor Vega?; todos

esperaban la trompada que se veía venir de las manos del Negro, pero a todos

decepcionó, cogió una banca y me invitó a sentarme, me brindo un trago de ñeque y me

dijo algo que para mí fue mi salvoconducto para no terminar privado en el suelo sucio

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por los gargajos de los borrachos de la cantina… “nadie me había saludado de esa

manera antes, me dijo, usted es todo un señor”.

Los días siguientes los dedicamos a buscar a los once restantes bogas, teníamos que

tener en nuestro equipo una diversidad de hombres con cualidades que nos sirvieran

para afrontar cada viaje que hiciéramos. Los visitamos a todos en sus casas, eran todos

de clase baja, pescadores de toda una vida, sus mujeres casi todas paridas de más de 8

pelados, pelados que al igual que sus padres olían al puro pescado como los patos

Yuyos de la Ciénaga de Zapatosa.

El primero que reclutamos fue al “MANE PALOMINO”, experto en las aguas de la

ciénaga. Era un auténtico lobo de agua dulce, se conocía todos los rincones de esta

laguna como la palma de su manos, no había Tarulla (mata de la ciénaga), ni creciente

que lo despistara en su andar por los caminos de estas aguas, era fuerte y serio pero de

muy difícil genio; si tu le discutías una decisión sobre alguna ruta solo se limitaba a no

hablarte más y dejaba que comprobaras por ti mismo tu error.

El segundo fue “EL BRUJO SIMANCA”, experto en cosas sobrenaturales, pescador

curtido y curandero especializado, sabía cómo combatir las picaduras de raya, culebra o

barbudos, conocía y sabía leer muy bien las estrellas de los cielos, tenía cualidad de ver

lo que tú no podías ver y sobre todo si se trataba de apariciones o de espantos como La

Lamparita y El Mohán.

El tercero y el cuarto eran los “MELLOS MENAS”, en todo era iguales, parecían dos

gotas negras de aceite quemado, los dos tenían la misma cantidad de hijo es más se

decía que a veces hacían la maldad y se cambiaban de mujer, éstas ni cuenta se daban.

Eran expertos en tirar vara, instrumento esencial en las direcciones que se le da a la

embarcación e irían en la parte delantera de la canoa.

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El quinto era “COBAO”, otro fuerte ejemplar de la raza negra aunque se decía que su

madre era india Chimila, pero su padre emigrante del Chocó que puso todo en la

hechura del pelado. Desde niño se ganó la vida achicando las canoas que venían de

pescar, y esto lo llevó a ser el más rápido en sacarle el agua a una embarcación, y era

bueno también con el canalete.

El sexto y el séptimo eran los “GEMELOS ORTIZ”, buenos para los canaletes largos e

irían en la parte trasera de la embarcación. Sus fuerzas eran descomunales, hasta el

punto de ser casi invencibles en las apuestas de pulso, a muñeca limpia. Tenían buena

espalda en lo que se refería a la pesca, sabían exactamente dónde tirar sus chinchorros.

El octavo era el famoso “BOCADITO” su especialidad era la de cocinar pero sobre las

aguas de la ciénaga, así, como lo lee, este pescador podía sobrevivir bien alimentado

todos los días que él quisiera, era el único que prendía un fogón con candela viva y

duradera sobre las “Tarullas” de la Ciénaga.

El noveno era “El GOLE DURAN”, que de todos él era el que más o menos conocía los

números y las letras. Fue encargado de la carga y los fletes, también sabía tirar buen

canalete corto o remo de centro y ésta sería su posición.

El décimo boga seria “COLACHO RUBIO”, rajado para hablar y de cien palabras que

pronunciaba noventa y nueve eran groserías, su padre le quemó una vez la boca cuando

este era niño, porque llegó a sacarle la madre en una discusión que tuvieron, eso sí, era

bueno para reparchar embarcaciones, tenía una mezcla propia que curaba toda raja de

canoas y las volvía impermeables al agua y al gorgojo. El sería nuestro mecánico y

latonero.

El décimo primero era simplemente “ALVARO PIÑITA”, un negro de fuerza

descomunal, no hablaba por ser tartamudo, sólo se limitaba a tirar canalete y para eso
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tenía la costumbre de mascar una bola de tabaco puro y por eso sus dientes se le habían

caído de tanto hacer eso. Era un experto “mamador de gallo” y nadador, podía demorar

hundido en el agua todo el tiempo que él quisiera, en pocas palabras se decía que era el

único que podía ahogar a un caimán. Sería canaletero centro también.

Las posiciones quedarían así en la canoa: dos adelante con las varas largas, cuatro

sentados con los canaletes remos, luego otros cuatro, incluyendo al Negro Vega, detrás

de la carga con canaletes y remos, y dos en la parte de atrás con canaletes largos. Yo

iría en todos lados como dueño y señor de esta linda y novedosa embarcación.

Todo estaba listo, solo esperábamos que el “Mocho León” acabara con la construcción

de la nave y en eso trabajaba noche y día con todo el personal que le podía ayudar.

Entre sus trabajadores se encontraba Juan “Pita”, un pintor de dotes naturales que sería

el último en ponerle la mano a la embarcación y ya estaba en el proceso de mezclar los

elementos que le darían un color particular y duradero a su más importante obra de arte.

Chimichagua era un poblado que se alumbraba en un 80% de mechones y candiles, en

un 15% de velas que traían y las vendían los turcos, un 4% de caperuzas que

funcionaban con gas y 1% de planta eléctricas, ésta fue llevada por un adinerado

comerciante de la población y en la puerta de su casa donde alumbraba un foco se

instalaban a gorrear claridad los vendedores de empanadas, pasteles, carimañolas y peto,

a éstos les llamaban los “abichuchos”. Era la única casa tienda donde tú te podías tomar

un refresco frío o una cerveza, los demás negocios encargaban el hielo a la población de

El Banco y cuando estos moldes llegaban aunque venían protegidos por cisco de aserrín,

ya venían por la mitad.

Los políticos de turno tenían como banderita de batalla, para lograr votación, la promesa

que traerían una planta grande para todo el pueblo muy parecida a la que había en El

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Banco Magdalena, esto se quedaba en puro blá, blá, blá. Después de las elecciones no se

les volvía a ver sino para la fiesta y para las nuevas elecciones.

En cierta ocasión se sonó que para el pueblo venía un señor muy importante que nos

ayudaría a resolver nuestros problema, creo que era un embajador de un país europeo,

bueno esta noticia hizo que todas las mujeres enloquecieran, dejaron las tiendas sin

coloretes y pintalabios, todas soñaban con un príncipe azul como este futuro visitante y

no dejarían escapar la oportunidad que se les estaba presentando. Ustedes se imaginan

una combinación como esta?, un lord Inglés casado con una Chimichaguera? Eso me

sonaba como al cruce que se decía tener el gallo fino de Patrón Machado con una

guacharaca…no me imagino que saldría de esa unión.

El Lord llego el día esperado, las solteras y las solteronas se peleaban por estar en

primera fila de espera, del arribo de la lancha que traía a tan distinguido señor, este sólo

se limito a bajarse por unos segundos, de vaina piso las playas de amor y de inmediato

se volvió a subir a la embarcación y good bye…si te he visto no me acuerdo.

Fueron muchas las que quedaron con los crespos hechos, los cachetes y los labios

pintados, seguirán esperando a su príncipe azul las solteras y las solteronas creo que

quemaron ese día su último “cartucho”, en lo que respecta a la esperanza de casarse.

Entre este grupo se encontraba una hermana de Patrón Machado, el dueño del gallo

tuerto, a quien decían las malas lenguas… “el tren le había pitado hace ya mucho pero

mucho rato” además, de solterona era bien chismosa al igual que fiel devota al santo

casamentero San Antonio, santo que se encargaba de conseguir marido a las que ya

estaban quedadas. Dicha mujer poseía un estricto ritual de velación y se había gastado

más de mil paquetes de esperma en sus ruegos y no había recibido respuesta positiva

alguna; para reforzar su difícil tarea había pedido prestada la Virgen de la Tablita para

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ponerla en su altar y que ésta le sirviera de ayudante al santo de su esperanza y

devoción, y así conseguir la anhelada meta.

En su cuarto se encerraba esta mujer y delante de su altar se desnudaba totalmente y se

aplicaba el famoso baño de las siete hierbas y una loción del pájaro “makua”, esto me lo

contó uno de mis ayudantes que era vecino de ella y que la mujer no es que tuviera mal

cuerpo, pero en términos generales estaba… “buena”, me dijo. Esta información me

confirmaba que más de un vecino se daba gusto cogiéndole “punta” a esta mujer,

palabra que utilizaban para referirse al acto de fisgonear, en esta parte del país.

Su hermano Patrón Machado también había hecho lo imposible por conseguirle marido,

es más, el organizaba parrandas con sus amigos en su casa para ver quien le echaba un

piropo, así fuera en temple, pero nada! ninguno se hacía cargo del encarte familiar,

bueno la verdad es que yo no entendía lo que sucedía con la suerte de esta mujer, para

mas decirles me enteré que su hermano llegó al extremo de hablar y ofrecerle una buena

plata a uno de los gitanos que venían para la fiesta y este no aceptó, ni siquiera la quiso

como ayudante o esclava y esto fue la tapa o el acabose.

Cierta tarde de verano y de brisas fuertes, esta mujer se quedó dormida, cansada de

tanto rezar y se le olvido apagar las velas con que alumbraba al santo casamentero y a

su nueva ayudante en la ardua tarea de conseguirle marido, la Virgen de la Tablita. Las

velas se consumieron en su totalidad y las llamas de esta quemaron la mesa donde

estaba armado el mencionado altar, en cuestión de segundos las llamas alcanzaron la

cama donde esta dormía quien al sentir el calor quemador se levantó a la carrera y salió

así como estaba, desnuda totalmente, la casa se quemó de inmediato, la gente trataba de

ayudar a apagar el incendio, pero todo fue imposible ya que la brisa avivaba más la

candela que cogió seguidamente la segunda casa y así camino casi por todas las casas de

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palma del barrio, y después por el 80% de la población. La candela caminó primero por

el barrio del higuerón, luego la calle del medio y en cuestión de horas casi todo el

pueblo era una bola de candela, no hubo arena ni agua que sofocaran esta llamas, era la

candela viva en persona; algunos pobladores se adelantaron y sacaron de sus casas

algunas de sus pertenecías antes de que llegaran las llamas. Nosotros estábamos un poco

más a salvo de este siniestro ya que nuestra casa se encontraba rodeada por varias casas

de material que eran más difíciles, pero no imposible de quemarse.

No sé a quién se le ocurrió la idea de sacar la virgen de la iglesia y hacer una procesión,

para que ésta de una manera milagrosa calmara la furia de la candela viva y así se hizo,

se sacó la procesión en compañía de los demás santos de la iglesia que fueron sacados

para evitar que se quemaran en ella, ya que la candela venía en el camino de la

edificación religiosa.

De un momento a otro como mandado por Dios, comenzó a serenar, llovía y hacia sol

al mismo tiempo, la virgen había logrado que el Dios poderoso se condoliera de nuestro

pueblo; el aguacero se intensificó hasta lograr apagar todas las llamas, y la gente celebró

el milagro rezando arrodillados en la mitad de la calle, dándole así gracias a su patrona,

quien ya los había salvado en una creciente y esta vez, lo libró de las llamas de la

candela viva. Esa misma noche en la plaza se armó una fiesta con la tambora del viejo

Heriberto Pretel, fue cuando oí por primera vez la pegajosa melodía que decía,

“Fuego…que me quemo, la candela viva! ya viene por el higuerón… la candela viva,

viene… por la calle del medio, la candela viva, corre que te quema!. Toda la noche

hasta el amanecer la gente cantó y tocó en la tambora la canción de la candela viva y su

autor el viejo Heriberto demostró una vez más sus dotes innatos de compositor y

músico, y eso que ni siquiera sabía leer y mucho menos escribir, pero poseía un oído

prodigioso para el canto y la música.

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De este incendio se salvo la iglesia, la parte donde estaba mi casa, la calle que limitaba

con la Ciénaga donde vivían los bogas y el Mocho León, que era la calle donde se

encontraba nuestra canoa de doce metros. Algo curioso sucedió y fue que donde

comenzó el incendio o sea en la casa de la hermana solterona de Patrón Machado, lo

único que no se quemó fue la tablita donde estaba la revelación de la imagen de la

virgen.

Este no fue el único incendio que vivió la población de Chimichagua, hubo otro

incendio casi de la misma magnitud y muchas casas que se quemaron en el primero se

volvieron a quemar, casi nadie hace referencia de esto, pero esto no es lo curioso de la

situación, lo verdaderamente increíble fue que la persona que provocó la segunda

conflagración fue la misma solterona y de la misma forma, aunque ustedes no me lo

crean, la mismita hermana de Patrón, volvió a quemar el pueblo tratando de convencer

al mismo santo casamentero que le consiguiera marido, y lo más increíble o fuera de

serie, fue que nunca se casó, murió solterona y si haber probado hombre alguno, bueno

“lo que no se come el humano que se lo coma el gusano”.

Esto de los incendios no era exclusivo del pueblo de Chimichagua, según un viejo

profesor de El Banco Magdalena apellido Caamaño, este pueblo también se quemo pero

no fue por ninguna solterona sino por un Golero o chulo, que de manera extraña este

bendito animal se acerco a un fogón de leña y tomo por la parte apagada un carboncillo

y al levantar su vuelo lo dejo caer en el techo de palma de una casa vieja, esta se prendió

de inmediato y el incendio alcanzo una magnitud casi igual a los de Chimichagua.

Nuestro proyecto era un secreto a voces, todos sabían que estábamos haciendo algo,

pero nadie sabía a ciencia cierta que era; gracias a la imprudencia de la hermana mayor

de PATRON MACHADO el del gallo tuerto, la joven solterona y chismosa, que si no

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hubiera quemado el pueblo con candela, lo hubiera hecho con la lengua… por ella, casi

se descubre nuestro secreto.

El día más esperado por Juana y por mí había llegado. Era el día en que echaríamos por

primera vez a las aguas de la ciénaga, nuestra gran canoa; verla de verdad era una dicha,

se veía impresionante e inmensa, mi mujer fue la encargada de bautizarla, le reventó una

botella de vino que traje de mi tierra, justo en la proa. Le advertí a Juana que no fuera a

utilizar las palabras de reto de los creadores de un famoso barco Ingles, que decían que

ni siquiera Dios podía hundir y no duró si no un solo viaje. Juana pronunció una oración

encomendando al creador nuestra embarcación y luego le dio el nombre, se llamaría “La

Julia Helena” en honor a su abuela materna.

MI ADORADA CIENAGA Y EL VIAJE

La Ciénaga de Zapatosa es un inmenso complejo hídrico de más de 75.000 hectáreas de

agua dulce. En ella convergen cinco pueblos importantes que fueron habitados por los

indios Chimilas de las familias Pocabuy y Malibues.

Eran hombres guerreros por naturaleza y bautizaban sus pueblos con los nombres de sus

caciques como Chimichagua, Chiriguaná, Curumaní, Tamalameque y Sopallòn que

luego fue llamado El Banco Magdalena.

Todos compartían las aguas de la ciénaga, bello legado dado por el Dios de la vida y de

la gran naturaleza. Entre estos pueblos Chimilas existía una relación bien fuerte.

Históricamente fueron pueblos hermanos que se unieron para conformar todo un

imperio de resistencia en contra del imperio español, conquistador y colonizador, y esto

les costó casi su exterminio.

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Esa era la ciénaga y los ríos de esta parte del país, todos unos teatros de historias de

nuestro país y además, era la despensa más grande de alimentos en lo que se refiere al

renglón económico de la pesca.

La ciénaga tenía dos temporadas o estado: El de las aguas, que era cuando recibía del

río Cesar la mayor cantidad de agua y esto hacía que se creciera, hundiendo la gran

mayoría de islas e islotes, que en la segunda temporada ó sea la de verano, aparecía en

números de 75 islas y alrededor de 12 islotes.

Casi todo el año este complejo hídrico recibía la visita de patos venidos de todas partes

del mundo, algunos traían en sus patas una plaquetita con un numero de serie y la

palabra Canadá. En las aguas de esta ciénaga habitaban una gran variedad de peces,

aves, reptiles, y una abundante flora de mangles; se podían ver los grandes sábalos y

bagres pintados, al igual que las dantas y manatíes, los caimanes y las babillas. Los

pescadores eran seres privilegiados por hacer parte de tan bello lugar.

Esta ciénaga tan bien guardaba misterios, mitos y leyendas, así como un fuerte

“temperamento” como decían los afortunados hombres que habían podido sobrevivir a

una “picada” de la ciénaga, así llamaban éstos al comportamiento agresivo de las aguas

de la ciénaga de Zapatosa. Decían que las olas podían alcanzar hasta siete metros de

altura, que podían mandar a una lancha hasta el otro extremo si se dejaba coger de

frente por la descomunal fuerza natural, y de ese fenómeno poquitos podían echar el

cuento.

Los misterios o encantos más nombrados eran el encanto de La Lamparita y el del

Cacique Mohán, sin meter los repetidos llantos que se oían desde las orillas de

Tamalameque. La Lamparita era una pequeña luz que se presentaba como guía a los

pescadores perdidos en la ciénaga, pero este encanto no era que los guiara para

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ayudarlos, si no, para hacerlos confundir más y así conducirlos a un lugar desconocido

por todos, donde solo se apreciaba cielo y agua, y uno moría desesperado y loco. Fueron

muchos los incautos que cayeron en su tramoya.

El Mohán fue un legendario cacique de la tribu Zenúe que le gustaba guardar sus

tesoros en las profundidades de las aguas del río San Jorge y en la Ciénaga de Ayapel;

cuando supo de la presencia de los españoles tomó todo el oro de su imperio y lo

escondió en esos lugares. Cuenta que una vez fue tomado prisionero, torturado para que

revelara su secreto. Este logró huir, se sumergió en el río y nunca más salió,

convirtiéndose en una leyenda que aún vive. Su reino lo ha extendido a las aguas de la

depresión Momposina, conformada por los ríos Magdalena, Cesar, las Ciénagas de

Chilloa, Las Conchitas, Inazica y la gran Ciénaga de Zapatosa.

A él se le atribuyen muchos naufragios y raptos de mujeres jóvenes, cuando éstas están

en las aguas son jaladas hasta las profundidades, donde éste tiene su residencia y nunca

se vuelve a saber nada de la víctima.

Todos estos obstáculos tendríamos que enfrentar en el viaje que pensábamos realizar

hasta la población de El Banco, viejo puerto, en nuestra embarcación Julia Helena. Esta

tenía que llevar una gran cantidad de productos de la región, representados en bultos de

pescados salados, dichos bultos eran formados por líneas de pescados separados por

capas de sal, que alcanzaban una altura total de un metro de alto al igual que los bultos

de panela. También llevaríamos sacos de maíz, ajonjolí, millo, mango, naranja, limón y

yuca, al igual que chivos, marranos y gallinas; estos animales iban vivos y bien atados.

La carga más ligera era la que formaban las esteras, los petates, las aguaderas, las

esterillas y los escobajos, eran productos fabricados con muy buena técnica, calidad y

belleza por los artesanos locales que era muy admirados en toda la región.

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Nos comprometimos con varios comerciantes de Chimichagua, en traerles desde El

Banco varias cargas de productos que ellos compraban al por mayor y luego las vendían

al de tal en el pueblo.

Teníamos todo preparado, sólo nos quedaba escoger la fecha exacta de nuestra partida.

Ya por consenso habíamos decidido partir de noche y con luna llena para que nuestros

negros bogas no sintieran el inclemente sol de salida, ese mismo sol que hacía que los

días duraran más. Sacamos los cálculos de los días que nos gastaríamos en llegar al

muelle del viejo puerto, y todo apuntaba con retraso y adversidades a que arribaríamos

el 2 de febrero día de la patrona La Candelaria, virgen que adoraban en el pueblo de mi

amigo, ese tal Benito.

Dos días antes de la partida decidimos hacer una integración y celebramos con todas las

familias de los doce bogas. No se imaginen que era la última cena, no. Invitamos al

señor cura que ya se había repuesto de su trauma debido al encuentro con El Enviado.

Esta fiesta la hicimos en la orilla de la ciénaga, en las playas de amor del Puerto Arenal,

justo el lugar de donde partiríamos. Fue una noche mágica, la luna casi llena y los

candiles que sostenían las mujeres bailadoras de cumbia nos servían de iluminación.

Habíamos invitado para que nos amenizara la fiesta el grupo de tambora del viejo

Heriberto Pretel, éste que con sus historias vueltas canciones de tambora como: La

Candela Viva, Mi Compadre se cayó, La Perra y muchas más, nos suavizaba la bebeta

de ron fuerte que teníamos. Las parejas que bailaban no descansaban en ningún

momento, estuvimos ahí hasta que despuntaron los primeros rayos de sol del día

siguiente.

Todo fue alegría y un poco de celos, esto lo digo porque en toda la noche mí adorada

Juana no dejó de bailar, lo hizo con todos los bogas y con los que no lo eran, y de

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verdad que por primera vez sentí ese maldito sentimiento y eso no era buena señal.

Desconfiar de mi bella mujer en un pueblo como Chimichagua era de verdad un error,

porque si por algún detalle la gente te pillan con esa debilidad, entonces te atormentan

todo el tiempo y de una te envían al elemento que te daña, y te hace sufrir haciendo

acabar cualquiera buena relación que tengas, “El Pasquín”.

Ese pedazo de papel que llega a ti por debajo de la puerta confirmando su rastrero

proceder, había hecho ocurrir varias desgracias como la del Tato Zambrano que mató a

su bella y querida esposa por causa de uno de ellos. Este decía que ella lo engañaba con

el Prof. Vidal, un cachaco que vino a enseñar música y bailes a la población. En el

mentado “pasquín” lo bautizaron como el “chuchólogo”, que traduce algo así como el

especialista en llevar mujeres ajenas a su cama. A este hombre le tocó dejar su trabajo y

marcharse del pueblo por que en la lista de sus conquistas, también aparecía la mujer del

comandante de la policía.

Los pasquines eran armas utilizadas por personas bajas que querían hacerle daño a los

demás y por los menos nosotros todavía no habíamos caído en sus tentáculos

aniquiladores, hasta ahora; así que me preocupó el haber sido esa noche muy

complaciente con mi amada JUANA. Esa noche de cumbias, tamboras y sudor, no

porque ella se hubiera pasado en amabilidad con los hombres, sino por lo que dirían al

verla alegre y pasada de tragos; tragos que la llevaban casi hasta el delirio.

Más tarde mis temores y mis preocupaciones se confirmaron, me enteré que después de

un mes de la celebración, salió el temido pasquín: “JUANA MATOS LE PEGA

CACHOS AL CACHACO”, era el título.

La noche de nuestra partida fue como me la imaginé. El puerto estaba repleto de gente,

estaba a reventar y no le cabía una aguja; en las primeras filas estaba mi amada y

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calumniada JUANA, a su lado mis dos hermanas, al igual que el alcalde, el obispo, el

inspector y el comandante de policía con su vituperada esposa y detrás de éstos, todo el

pueblo o sea, absolutamente todos los habitantes de CHIMICHAGUA. Las tamboras

sonaban al mismo tiempo que la banda municipal dirigida por el Prof. Aranzales, hasta

los niños que debería estar durmiendo a esa hora, corrían detrás de los palos viajeros de

lo voladores que fueron quemados esa noche, mejor dicho fue toda una merecida

despedida que nos dio mucho ánimo y moral para comenzar nuestra travesía.

Lentamente y de una manera pausada nos fuimos alejando con el remar de los bogas,

que encontraban de la misma manera el compás para llevar un armónico navegar por las

aguas de la bella ciénaga. Nos fuimos apartando hasta no ver más las playas de amor,

donde dejaba a mi amor y a un pueblo que sabría de nosotros solamente, cuando

regresáramos. Mire al cielo, y vi allí un ejército de estrellas que nos seguía, mostrando

sus constelaciones más conocidas y de ellas, muchas se daban a la fuga, cruzando de un

lado a otro y morían en algún lugar lejano donde nadie las podía llorar.

La luna celosa trataba de apocarlas con su brillo y plenitud de llenura, las brisas eran

tenues y tiernas, y al igual se mantenían las aguas donde se reflejaba el caminito del

astro femenino que no permitía ver el juego travieso de las arencas y sardinas. El

silencio era total y relajante, sólo los remos al entrar a las aguas formaban una espuma

de ruido musical que acompañaba el silbido de algunos boga que entonaban melodías de

bailes cantaos.

El “Mane Sampayo”, el lobo de la ciénaga, el boga que conocía la ciénaga como la

palma de su mano, rompió este silencio musical con la orden de ruta que impartió,

“iremos buscando la isla de las babillas y las yeguas rumbo a la vereda de Santo

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Domingo”; de inmediato los “Mellos Menas” con sus largas y fuertes varas le dieron el

rumbo que el experimentado boga pedía para nuestra embarcación.

Santo Domingo era una pequeña población de pescadores y artesanos a la orilla de la

ciénaga. Estos eran los típicos hombres “anfibios”, pescadores cuando la temporada

estaba buena, y cuando se escaseaba los peces, saltaban a tierra firme y se dedicaban a

tejer con palma de esteras junto a sus mujeres, los petates, las escobas y las aguaderas

que en su mayoría llevábamos como carga ligera en este viaje.

El viaje era de alguna manera muy seguro, y las tranquilas aguas hacían que rindiera

nuestro bogar. Yo no me cansaba de apreciar lo bella que era mi embarcación, y fue en

ese mismo instante cuando la llamé por primera vez “PIRAGUA”. Me puse a pensar

que no podía ser una canoa por sus dimensiones, pero éstas tampoco alcanzaban para

llamarla lancha; entonces me quedé en un punto medio, era una PIRAGUA y era la de

GUILLERMO CUBILLOS, a mucho honor.

LA “PICADA” DE LA CIENAGA

Después de haber pasado la población de Santo Domingo como a las tres horas de

navegar, nuestro capitán el Negro Vega dio la orden de descansar y de hidratarnos.

Algunos negros bogas tomaron ron para eso y otros juiciosos lo hicieron con agua; casi

todos prendieron sus calillas, las candelas de estas, parecían en la noche luciérnagas y

precisamente muchas de las verdaderas luciérnagas se acercaron para conocer a sus

colegas más opacas que se encendían más cada vez que los hombres aspiraban su

delgado y más longilineo cuerpo. Esto convirtió el descanso en un espectáculo sin igual,

porque las miles de luciérnagas alrededor de la piragua hacían verla como con luz

propia y su reflejo en el agua, era el de una gran embarcación; claro está que a esta

reunión también llegaron los mosquitos, indeseables visitantes que fueron espantados

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con el humo de las calillas, llegaron en numerosos grupos y venían por nuestra sangre,

alimentos de vida y muerte para ellos.

Al reiniciar la nueva faena de canaletes, remos y varas sentimos un fuerte golpe que

movió la canoa y nos paralizó a todos. Fue un tronco, pensamos la mayoría, pero no

estábamos seguros y mucho menos el “brujo Simanca” a quien se le notó más

preocupado, “Esta vaina no es cosa buena” dijo, y de inmediato echo mano a su collar

de aseguransas, compuesto por varias imágenes de santos y cruces. Hasta que salió el

sol no volvimos a sentir nada más. Dejamos de remar para darle a Colacho Rubio,

nuestro reparador y curador de canoa, tiempo de hacer una inspección minuciosa a la

estructura de nuestra Piragua. Varios hombres con él se tiraron a las aguas de la ciénaga

y de una vez aprovecharon para bañarse.

No fue nada grave dictaminó el boga especialista. Lo que sí notó es que en el costado

donde pegó lo que pegó, quedaron unas marcas o rayones que parecían como si

hubieran sido hechos por unas largas y gigantes uñas, tratando de hacer un boquete en

nuestra embarcación.

Seguimos nuestro transitar y trataríamos ahora de llegar hasta un punto llamado El

Embrujo Verde, un pequeño poblado utilizado por la mayoría de pescadores para

acampar, pero nosotros sólo lo veríamos de paso porque llevamos ya el sol de frente a

nuestros rostro y descansaríamos más adelante casi en las orillas del poblado de Belén,

eso era lo que nosotros pensábamos.

De un momento a otro las condiciones del tiempo comenzaron a cambiar drásticamente.

Las brisas se tornaban cada vez más fuertes y a los bogas esto los comenzó a inquietar.

De inmediato el Negro Vega impartió la orden a los “Mellos Menas”, que con sus varas

largas dirigieran la embarcación hacia la orilla. Al preguntarle yo que sucedía, sólo se

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limitó a decirme “agárrese bien el sombrero que se lo va a volar el ventarrón”; cual

ventarrón? me pregunté, si el cielo está despejado, y no se divisaba en el firmamento

nube alguna, bueno en el momento. No acababa yo de sacar esta conclusión cuando vi

no solo una, si no muchas nubes que venían viajando a toda velocidad en nuestra

dirección “cubran y aseguren la carga” fue la otra orden que alcanzó a dar, antes de que

la primera ola nos golpeara con una fuerza descomunal. Fue cuando me di cuenta que la

vaina se estaba poniendo difícil, y de un momento a otro la calma de la ciénaga se tornó

en una “picada”, el fenómeno que muy pocos hombres tenían la suerte de vivir para

contarlo.

El Mane Palomino dio una contra orden, ahora teníamos que apartarnos lo más rápido

posible de la orilla, mejor dicho debíamos ir más hacia el centro de la ciénaga porque

las brisas fuertes nos tratarían de hacernos estrellar con los gigantescos mangles rojos

que allí se encontraban. Los gemelos Ortiz introdujeron sus largos canaletes y con su

descomunal fuerza hicieron que la Piragua diera un giro de casi 180 grados, sus grandes

muñecas parecían que se iban a partir, pero ese esforzado y valiente movimiento nos

salvó porque estuvimos a escasos centímetros de estrellarnos con un gigantesco mangle,

que nos hubiera partido en dos a nuestra ya famosa Piragua de un solo “tanganazo”.

Yo no podía creer lo que mis ojos estaban apreciando, de un momento a otro el cielo

azul del día se cerró en un tono gris oscuro, las olas alcanzaban alturas cada vez más

grandes, y al crecer su tamaño estas nos daban cada vez más duro y por todos los lados.

La embarcación parecía de juguete; su vaivén era incontrolable, los bogas se

arrodillaron tanto los vareros como los de los remos largos para tratar de estabilizar con

la fuerza y a pulso limpio de los bogas centro, a la castigada piragua y así evitar, que

esta se volteara.

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Todos al igual que la carga estábamos empapados, nadie dejaba de remar y así ayudar a

la embarcación a luchar contra el fuerte fenómeno natural. El Negro Vega gritaba como

un loco motivando a sus hombres, sus gritos eran retos claro a la tormenta: “sopla,

sopla más duro “picada” de los diablos o es que no tienes más fuerza” y a los bogas les

decía: “vamos negros condenados les llegó la hora de mostrar el perrenque que tienen

en las bolas, remen como hombres que son”. El vaivén y el miedo hizo que yo vomitara

más de una vez, pero este vómito se disolvía de inmediato con las ráfagas de aguas de

las olas de la ciénaga, que eran agitadas por las fuertes brisas que me castigaban el

rostro.

La lucha duró más de 30 minutos que parecieron horas, y así como vino la “picada”

intempestivamente, se fue de un momento a otro. Todo quedó en la más especial calma,

nos mirábamos unos a otros como preguntándonos ¿ajá y que paso?; las aguas estaban

totalmente mansas y revueltas, delante de nosotros estaba una bella isla de playas

blancas y grandes mangles rojos…”El Mane Palomino” solo atinó a decir lo que

nosotros no queríamos oír “nojoda este sitio yo no lo conozco…estamos perdió!”

Bueno aquí me encontraba de nuevo en una aventura más con doce bogas locos y

desorientados, el “Gole Duran” el encargado de las cargas, comenzó hacer un inventario

de todo y se dio cuenta que las pérdidas no fueron tan grandes, solo perdimos un bulto

de pescado, algunas gallinas y varias esteras. “Cobao, el boga encargado de achicar la

canoa lo hizo a toda prisa, ya que el agua que se metió tenía bastante hundida la Piragua

en la parte trasera.

Álvaro Piñita, El Mane Palomino, El Negro Vega y yo fuimos los primeros en pisar

tierra en la desconocida isla; luego lo hicieron los demás, que se echaron a descansar en

la sombra de los mangles. Yo me interné y atravesé la isla que no era tan grande, era

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como de unas dos hectáreas de tierra, y estaba llena en su interior de palos de guácimo,

totumo y algunos frutales de guayaba y mango. En el extremo sur, pude apreciar

algunos fogones hechos con leña seca. Seguro que algunos pescadores habían estado ahí

acampando y cocinando, y si teníamos suerte, estos hombres regresarían y nos

ayudarían a orientarnos para tomar nuestra ruta original.

Decidimos acampar para esperar a los anhelados pescadores y nuestra espera fue

premiada. Los pescadores regresaron y nos ayudaron a saber donde nos encontrábamos.

Era increíble, para que ustedes se hagan una idea clara de los que nos pasó o cuánto nos

habíamos desviado de nuestra ruta la famosa “picada”, fue como si alguien se

encontrara en el extremo Este y apareciera en el extremo Oeste, así de sencillo, casi

teníamos que comenzar de nuevo, y estábamos en un punto llamado Zapati, un lugar

bien lejano de este inmenso mar de agua dulce.

LA “LAMPARITA” Y EL EMBRUJO VERDE

Ya cayendo la tarde volvimos a ponernos en movimiento, esta vez en compañía de los

pescadores que nos llevarían hasta un punto o entrada de la Ciénaga Grande, era

exactamente el punto donde el cielo y las aguas se besan, y la tierra no se veía por

ningún lado.

Esta segunda noche de viaje sería más tensionante, porque ya nuestros guías pescadores

nos habían abandonado y nosotros nos encontrábamos bien al centro de la majestuosa

Ciénaga; íbamos de nuevo en busca del punto llamado Embrujo Verde, pero por otro

camino. La noche no fue igual de clara a la anterior pero era visible nuestro navegar, al

frente de nosotros divisamos una tenue luz que se iba poniendo más brillante en el

transcurrir de las horas de viaje, al principio pensábamos que era el Embrujo Verde el

sitio que buscábamos y que nos tocaría coger de descanso y desayunadero. Sitio este

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que deberíamos haber pasado hace mucho rato si no hubiera sido por la “picada” de la

ciénaga. Nuevamente el “brujo Simanca” se percató que esa luz no se trataba de algo

bueno, era nada menos y nada más, que el encanto de “La Lamparita” y ordenó coger

una ruta diferente a la que mostraba nuestro nuevo reto sobrenatural, teníamos que

alejarnos lo más lejos posible de esa misteriosa y engañadora luz. Esta se veía después

detrás de nosotros, luego la vimos a la derecha y al tiempo la veíamos a la izquierda, el

“brujo” les pidió a los negros bogas que cantaran alguna tambora que nombrara a Dios y

éstos de manera improvisada le pusieron melodía al credo y al padre nuestro.

Optamos por no mirarla pero nada de esto sirvió, ni los cantos, ni la indiferencia, ni el

credo en tambora, ni el padre nuestro, y cuando la vimos era que estaba justo arriba de

nosotros, el susto fue mayor. La teníamos encima de nuestras cabezas, su reflejo hacia

que el agua se viera de otro color que encandilaba nuestra visión. El “brujo Simanca”

nos gritaba que no miráramos el mágico encanto, pero la verdad es que por más que uno

tratara de cerrar los ojos no lo lograba, ahora si justifico a la mujer de LOT “la verdad

es que la curiosidad mato al gato” y convirtió a esa mujer en una estatua de sal y con el

agravante ahora aquí, de que esta luz brillaba cada vez más, y no desapareció hasta

cuando nos dejó ciegos y con una fiebre altísima que puso a delirar a la mayoría de

nosotros.

Yo caí en un sueño profundo al igual que casi todos, menos el Brujo Simanca y

Bocadito, que fueron los únicos obedientes que mantuvieron sus ojos cerrados en todo

momento. Me vi transportado a mi tierra natal Zipaquirá, veía a muchas personas que

corrían y gritaban, unos armados con escopetas y otros con machetes, unos arengaban a

favor del partido liberal y otros lo hacían al glorioso partido conservador. Era un caos

total, había personas muertas en las aceras de las calles, la mayoría de las casas ardían

en llamas, al igual que los carros. Yo corrí en busca de mis hermanas y luego los tres

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nos dirigimos hasta donde un tío abuelo llamado Laureano Lima, de allí me tocó salir a

cumplir una cita puesta por uno de los cabecillas de la guardia conservadora, era un

policía viejo y jubilado pero que aún tenía mando. El me entregó un viejo revolver al

igual que a otro joven que sería mi compañero y apoyo, nos transportaron a un lugar

donde teníamos que esperar a que pasara yo no sé quién y darle plomo hasta dejarlo

muerto. Así lo hicimos, mis manos se llenaron de sangre porque no me limité con

dispararle sino que me acerqué al cuerpo baleado y lo rematé dándole con la cacha de

mi arma en la cara, su sangre me chipoteó todo mi rostro y esa gotas rojas me quemaba

y me quemaban, las sentía como brea caliente; me froté un poco los ojos y al medio

abrirlos me di cuenta que el “Brujo Simanca” me los lavaba con raíces de “Tarullas” y

a los demás se los lavaba Bocadito, el boga que nunca abrió los ojos; al rato me

incorporé y me di cuenta que esa luz me había hecho vivir de nuevo mi malo y violento

pasado y que los demás también tuvieron ese doloroso recorrido por el tiempo pasado

de sus vidas.

Estuvimos a la deriva casi toda la noche y de nuevo teníamos que orientarnos; esta vez,

El Mane palomino pudo divisar una isla conocida, estábamos según él, al frente de las

islas de “Las Cotorras”. No quisimos desembarcar, “Bocadito” improvisó un fogón en

una mata de Tarulla que arrimó con la ayuda de la larga vara de uno de los “Mellos

Menas”. Ahí preparó un suculento sancocho de gallina, con varias de estas aves que

llevábamos de carga, el caldo de este sancocho nos ayudaría a reponer las fuerzas que

perdimos en esta encantada alucinación; era casi de día así que lo vimos como un

desayuno y cayó como pedrada en ojo tuerto. Luego de esto, volvimos a coger el ritmo

y el rumbo, nuestra meta ese día era el de llegar por fin al punto del Embrujo Verde, un

pueblo de mestizos tamborileros, que tanto nos había costado alcanzar.

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Arribamos al pueblo casi al terminar la tarde, su orilla se encontraba repleta de gente

como si nos estuvieran esperando, nos recibieron como héroes y al ver la piragua

exclamaban un nojoda! bien largo como del tamaño de la JULIA HELENA, tal

grandeza era la que inspiraba tan largo decir popular.

Desembarcamos casi todos, el único que no lo hizo fue el “Gole Durán”, responsable de

la carga y que se quedó de guardia en la embarcación. Nos fuimos a conocer el pequeño

poblado que de un momento a otro se puso de fiesta, una tambora improvisada se puso a

tocar en una placita cerca a la capilla y de todos los rincones comenzó a llegar gente y el

ron no se hizo esperar, este llegó acompañado de cantadoras y cantadores y sobre todo

de muchas parejas de bailadores. Mis bogas y yo nos dejamos llevar del ambiente

festivo, bueno…después de lo que habíamos pasado no caía mal una “PEA” de acción

de gracias, y a eso nos dedicamos en las siguientes horas de la noche y de la madrugada

y con ésta llegó la tentación convertida en mujer; debo confesar que desde que mis ojos

vieron a Juana ese día en Saloa, no habían vuelto a mirar a otra hembra, pero la que

tenía ahora enfrente mío, era como el encanto de “La Lamparita” que por más que uno

no quería mirarla, mis ojos no dejaban de hacerlo.

Vigilia Aguas Limpias era su nombre, una mulata color carbón, con un cuerpo

totalmente macizo; en su contextura no había espacio para la flacidez, sus piernas eran

torneadas y perfectas al igual que sus nalgas que formaban un derrier a la perfección,

sus ojos eran grandes y de un verde esmeralda, su pelo era negro como el petróleo y

engajado como las olas de la ciénaga cuando va a comenzar una “picada”. Hasta las

gotas de sudor que bajaban por sus voluminosos senos hacían juego con su figura; en su

danzar de la tambora se le veía levitar, sus pies no tocaban el suelo en ningún momento,

sus caderas llevaban el ritmo del tambor “llamador” pero este llamado era a perderse en

el placer que te podía dar una mujer hecha para ser amada hasta la saciedad; me baila a

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mí, al cachaco, mi conciencia y mi voluntad fueron doblegadas por el calor que salía de

ese femenino encanto, cuerpo sediento de ganas amar y caí en ese mágico embrujo que

me llevó por primera y última vez a serle infiel a mi amada Juana.

Toda la noche estuve en el medio de ese fogón encendido y formado por ese par de

piernas morenas y fui movido por toda una maquinaria de gemidos que hizo que por mi

mente paseara la infiel idea de llevarme conmigo hasta la orilla del muelle de El Banco

viejo puerto, a esta ardiente mujer.

Los gallos con su canto hicieron que mis ojos se abrieran de un solo sopetón, y allí la vi

justo encima de mí, fumaba un tabaco que llenaba de ceniza mi pecho y de humo mi

cara. No sé si aún estaba dormido o soñando… pero al verla noté que su cara se

transformaba en una vieja bruja, sin dientes y con arrugas excesivas; le pregunte qué

diablos hacía y solo me dijo “te estoy asegurando”. Estas palabras las escuché con el

tono de una voz que no era la de ella, era una voz de hombre, gruesa y distorsionada, me

asusté tanto que de un sólo empujón me la quité de encima sin medir más palabras y a

toda prisa rebusqué mi ropa, terminé de vestirme casi llegando a la plaza principal

donde estaba la capillita en donde se formó la parranda, y allí encontré al “Negro

Vega”, mi capitán de viaje, “cuadrado” en posición de combate. El había aceptado el

reto a pelear con un pescador local a quien llamaban “Pum Dan”, ya se imaginaran el

porqué! pero para los que no lo sepan se lo explicaré: El golpe que venía “Pum” y allá

iba uno a caer privado “Dan”.

Este pescador había sido criado solo con el objetivo de derrotar al “Negro Vega”, si, así

como lo lee, lo cuidaron para que cuando estuviera listo, fuera a retarlo a la población

de Chimichagua, su alimentación fue especial, solo le daban pescado, plátano y su dieta

fue hecha con base en comida de animales de monte. Todo el pueblo colaboró en la

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manutención de dicho peleador, es más, su rutina de ejercicio fue dirigida por un

especialista en esta área de combate que se apoyó para montar una estrategia, en el

seguimiento que le hizo a las anteriores peleas que efectuó el famoso “Negro”.

Todo esto era lo de menos, su alimentación, su preparación, lo que de verdad hacía de

este retador como uno de los más difíciles de vencer, era que poseía en cada muñeca un

temible “niño en cruz”. Yo ignoraba que diablos eras esa vaina, el que me lo explicó

después fue “el Brujo Simanca”. Esta vaina consistía en que un poderoso brujo le había

rezado las muñecas al peleador local y con la oración le había introducido el tal Niño en

Cruz, que no era más que una fuerza maligna sobrenatural, es decir que todo el que

sintiera el golpe de esos nudillos, iba a saber de verdad lo duro que mordía una Maco o

mejor dicho, sabría como pegaba de verdad un verdadero macho, así de sencillo!

El “Brujo Simanca” le dio antes de comenzar la pelea a nuestro negro boga peleador,

dos crucifijos pequeños de palma zara y éste los distribuyó uno en cada puño, que luego

cerró con toda la fuerza del mundo. La pelea comenzó y ya en la plaza no cabía una

aguja, todos los lugares estaban copados, en común acuerdo decidimos todos sentarnos

para que pudiéramos apreciar con comodidad la contienda. Los peleadores se veían en

buena forma, los dos eran musculosos y de altura, igual de grandes, en términos de

peleas callejeras estaban “parejos”. El Pum Dan se le veía muy calculador y estudioso

siguiendo al pie de la letra las instrucciones de su entrenador, al comienzo sólo se

limitaba a mirar con sus ojos verdes que hacían un juego misterioso con su piel trigueña,

los movimientos del gran campeón. Bueno después fue que me di cuenta que en su

mayoría los habitantes de este poblado tenían los ojos de ese color y fue que deduje el

porqué del nombre de El Embrujo Verde que le daban a este lugar.

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Yo trataba de concentrarme en el combate, pero mi mente solo se acordaba de la morena

de ébano su figura y sus transfiguraciones, esto me hacía poner los pelos de punta, al

igual que el duro golpe que recibió el “Negro Vega” en su mandíbula, que lo hizo por

primera vez en su vida peleadora doblar una rodilla en el suelo y escupir de su boca una

blanca muela acompañada de una espesa y roja sangre. Éramos once hinchas que

alentábamos al “Negro Vega”, contra todo un pueblo que estaba a favor del “Pum Dan”.

En algún momento llegué a pensar que hasta aquí llegaría el invicto del “Negro”,

aunque los dos hombres se encontraban bien “hinchados” de sus rostros, por haber

recibido trompadas limpias y contundentes. Vi que el “Negro” miró al cielo y pegó un

grito de guerra que se escuchó en todo el poblado “JESUS”, dijo, y clavó un gancho de

derecha que de abajo hacia arriba dio en la parte central de la barbilla de su rival y las

pepas de los ojos verdes de éste, bailaban de un lado a otro tratando de mantenerse en

órbita, pero que va, se fueron y se ocultaron en la parte superior, dejando solamente la

parte blanca, quedó tieso e inmóvil. Hubo un silencio total, de forma leal el “Negro” no

volvió a atacar a su difícil rival, él había sentido que ese golpe era suficiente para ganar

y así fue, Pum Dan estaba noqueado parado, como tienen que perder los hombres de

verdad.

Se declaró como ganador oficial a nuestro boga, que si no fuera por nosotros que lo

cogimos y por su orgullo de estar en pie, se hubiera desmayado. Parecía un Japonés

achicharrado, sus párpados inflamados, llenos de coágulos de sangre que no dejaban ver

sus ojos negros y por su nariz no dejaba de manar sangre; aunque el “Negro” ganó esta

sería su última pelea, el mismo reconoció que ya estaba muy viejo para seguir jodiendo

a las trompadas, y sea como sea, Chimichagua sería una de las poblaciones más

desarrolladas aunque el Enviado dijera lo contrario en sus profecías.

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Salimos de El Embrujo Verde convertidos en mas héroes de lo que nos habían recibido;

primero, porque yo le di su merecido a Vigilia Aguas Limpias, de quien después me

enteré que era una bruja de profesión, y que nunca antes había llegado a ese pueblo

alguien que le quitara su calentura hasta que llegó el cachaco de la Piragua, y en una

noche, le había dado su tatequieto; y segundo, porque uno de los bogas, el peleador, les

había noqueado a la última esperanza que ellos tenían para ser el pueblo más

desarrollado de la región, todo por el fracaso de su bien criado y nativo retador.

EL MOHAN Y SU REINO DE AGUA

Ahora iríamos rumbo a Belén el último pueblo puerto de la Ciénaga de Zapatosa, antes

de tomar las aguas del río Cesar, aguas que nos llevarían a su desembocadura, “donde

en noches de luna llena el río Magdalena se besaba con el Cesar” como decía una

canción de mi amigo Benito..

Todos seguimos en nuestras cotidianas labores de nuestro viaje, a excepción del Negro a

quien le di tiempo para que se repusiera de tan sangrienta pelea. Yo viajaba bastante

inquieto porque el “Brujo Simanca” me aseguró que esa no iba hacer la última vez que

yo me encontraría o viera a Vigilia Aguas limpias, lo más seguro era que ésta me iría a

visitar por las noches a Chimichagua convertida en lo que era, una bruja de verdad.

Teníamos que recuperar el tiempo perdido. Primero nos atrasó y nos desorientó “la

picada” de la ciénaga, luego casi nos vuelve loco el encanto de “La Lamparita”, y ahora

acabábamos de dejar “El Embrujo Verde” donde hicimos una parada equivocada.

En la embarcación había un ambiente muy cordial y todos teníamos buen ánimo; el que

más se veía feliz y mamador de gallo era Álvaro Piñita, el boga experto en nadar y

hundirse en las aguas de la ciénaga; se burlaba de la hinchazón del “Negro Vega” y a mí

me decía en forma indirecta “ a más de uno van a sacar de su cama encuero y lo van a
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dejar en el patio”. Esas eran las maldades que hacían las brujas del pueblo Rincón

Hondo, en donde decían muchas personas, se graduaban en este arte de la brujería las

mujeres que querían aprender estas ciencias ocultas.

Como para que Uds. tengan una idea clara de lo real de estas vainas de las brujas, que

entre otras cosa su dicho es mucho más cierto que lo que la gente cree, la gente en su

ignorancia dice” que yo no creo en brujas pero de que las hay las hay” bueno pues yo

les aseguro que si las hay y en ese bendito pueblo de Rincón Hondo cerca a Chiriguaná

es donde estudian y viven las mayorías; es más si Ud. quiere vaya allá y lo comprueba,

le cuento que sus ojos verán cosas bien pero bien extrañas. Me contó una vez un viejo

Pasero que fue a comprar unas vacas a ese poblado y después de cerrar el negocio se fue

a la cocina de su anfitrión y allí vio a una mujer extraña y esta le regalo un tinto en una

totuma y lo invito a sentarse en un taburete así como el que yo recuesto en mi palo de

níspero, y me dice este amigo que cuando se fue a parar, a donde podía…se trajo

pegado en el “fundillo” como llaman por acá al trasero, el asiento y así estuvo casi dos

horas sin poder despegárselo hasta que a la vieja le dio la gana de hacerlo, si así como lo

lee, lo que paso fue que ella se enamoro de mi amigo y no lo quería dejar ir y por eso

pienso que mi “culebra” Vigilia Aguas limpias tiene el poder y la forma de vengarse de

mí y esa vaina a mi me tiene bastante preocupado.

Al final de la tarde ya estábamos entre las aguas de las ciénagas y el río Cesar.

Podíamos decir que el viaje nos había rendido mucho más y creo que eso era resultado

de la buena alimentación que nos había dado el “boga Bocadito” que se había fajado

unas buenas viudas de bocachico salado, con yuca seca y suero atolla buey. Algo para

destacar fue el acompañamiento que tuvimos de millares de garzas y patos que nos

siguieron hasta llegar justo al frente de la orilla de la población de Belén, en las últimas

horas de la tarde. Decidimos no desembarcar temerosos a que nos sucediera lo mismo o

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algo peor que en el anterior puerto. La gente nos miraba y nos saludaba desde un alto

barranco que servía de muro de protección natural al pueblo de las crecientes de la

ciénaga; muchos curiosos más osados se vinieron en canoas a saludarnos y apreciar de

cerca la gran obra del “Mocho León”, nuestra majestuosa Piragua de doce metros de

largo.

El cielo esa noche estaba más iluminado, el ejército de estrellas que nos seguía se había

multiplicado, la luna se veía aun más cerca, y casi diría yo que se podía tocar porque se

erguía como una capitana llena de luz y esplendor. Casi todos descansábamos dormidos.

En la orilla ya no se divisaban mechones, esto sinónimo de que también en el pueblo

hacían lo mismo, creo que al igual que la gente de Belén, todos nos habíamos entregado

en los brazos de Morfeo, dios mitológico del sueño.

Entre la pesadez de mis párpados logré ver al “boga Piñita” levantarse y sentarse en un

costado de la embarcación, dejó descolgar sus negras piernas hacia fuera de la Piragua,

miraba plácidamente el firmamento lleno de estrellas mientras aspiraba con gusto su

delgada calilla encendida; de pronto de una manera veloz desapareció halado por no sé

qué vaina. Estoy seguro que algo que salto del agua se lo llevó, y el ruido que produjo

éste al caer al agua, hizo que todos se despertaran y el grito que yo pegué les confirmó

lo que sus oídos estaban dudosos de haber oído, “hombre al agua”. Al principio pensé

que estaba soñando, pero después al ponerme en pie como todos los bogas,

confirmamos por el tabaco de Piñita, que quedó prendido dentro de la Piragua, que éste

si había caído, y que algo raro se lo había llevado al fondo de la ciénaga y el río.

No sabíamos que había venido del fondo de estas aguas a secuestrar a Piñita, lo único

que si sabíamos es que estas aguas con sus encantos, mitos y leyendas se confabulaban

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para no permitir que nosotros alcanzáramos nuestra meta final, la de llegar a El Banco

Magdalena, viejo puerto.

Todos lo buscábamos desesperadamente, mirábamos en todas las direcciones y en todos

los alrededores de la embarcación para ver si lo divisábamos. De un momento a otro,

como a unos veinte metros al frente, lo vimos, luchaba angustiado por mantenerse a

flote, y a su lado se divisaba también una figura que no podíamos definir. La silueta en

algunos momentos parecía un hombre grande y otra veces parecía una animal enorme.

Alentamos a Piñita para que nadara en dirección de nosotros, y con los remos largos y

las varas tratar de alcanzarlo y de paso espantar lo que lo estaba atacando. Todo fue

inútil, y de un momento a otro no lo vimos mas, Piñita volvió a hundirse para nunca

más salir; su cuerpo no lo volvimos a ver, sólo quedó un pequeño remolino en donde se

hundió por última vez, y me hizo acordar del caballo que perdimos en el Cantil de Caño

Largo cuando buscábamos la madera en los playones para construir nuestra Piragua.

Nos quedamos observando el agua con la esperanza de que volviera a salir, amaneció y

nada, todos nos sentíamos triste y acongojados porque el boga más feliz, ese día se

había ido para siempre y nosotros no sabíamos que se lo había llevado. Sólo “Colacho

Rubio” se atrevió a decir lo que todos sospechábamos…” a ese negro se lo mamó el

Mohán”.

El Mohán ya dijimos anteriormente, era un mitológico personaje que en vida fue un

Cacique de la tribu Zenúe, su imperio quedaba a la orilla del rio San Jorge y se extendía

por toda la Ciénaga de Ayapel; este imperio era muy rico en oro y piedras preciosas.

Como costumbre este cacique guardaba sus tesoros ocultos en cuevas que descubría en

el fondo del río y sus ciénagas, y luego al saber de la llegada de los españoles decidió

regarlos y guárdalos por toda la depresión Momposina, cuyos afluentes eran el río

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Cesar, el río Magdalena, la ciénaga de Chilloa la de Inazika y la gran ciénaga de

Zapatosa.

El cacique fue capturado en cierta oportunidad por los españoles que lo torturaron para

que confesara donde estaban guardados sus tesoros, éste hábilmente consiguió que lo

llevaran a la mitad del río en una embarcación y estando ahí, se arrojó a las aguas para

nunca más salir. Desde ese momento y hasta ahora, se han registrados muchos raptos de

mujeres bellas que se bañan o viajan en canoa por estas aguas, y estos secuestros se le

atribuyen al cacique Mohán. Ahí estaba el meollo del asunto, lo extraño en este caso

era el por qué el Mohán se había llevado a Piñita? que de mujer no tenía nada, y mucho

menos belleza.

El haber perdido a mi boga Piñita nos había hecho ver y sentir que de un momento a

otro y sin darnos cuenta nos habíamos convertido en una verdadera familia, porque ya

no éramos doce bogas y un jefe, ahora éramos doce hermanos que habían perdido a uno,

el más alegre y mamador de gallo de la familia; hombres que habíamos luchado juntos

hombro a hombro, que nos esforzábamos por conseguir una meta común que sería el

inicio de una comunicación comercial a gran escala entre pueblos de la región, y sobre

todo, volver a ser culturalmente los mismos que en tiempos pasados, Conformamos ese

bloque de resistencia a la política colononizadora española, pero que esta vez,

enfrentaríamos el reto de tener un futuro mejor y próspero para todas nuestras familias.

El sufrimiento colectivo que ahora padecíamos fue el eslabón de unión más fuerte que

teníamos y el nudo en la garganta que nos quería obligar a llorar, lo era más; el dolor te

quebranta, pero hace que tu vida se moldeé más, y te vuelvas un hombre más sensible

pero que por más que quieras no puedes ignorar ese bendito dicho machista,.. “los

hombres no deben lloran”.

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Decidí con todo el dolor del mundo reanudar nuestro viaje. Estábamos prácticamente a

un día de nuestro objetivo, logro este que se sentiría con un sabor agridulce; como nos

hubiera gustado haberlo logrado todos, incluyendo al mamador de gallo de Piñita, ese

boga experto en nadar y hundir en las aguas que ahora eran su morada para siempre.

El navegar fue tedioso y silencioso pero rendidor. A la hora de comer les di la idea de

hacerlo en uno de los últimos islotes que encontraríamos, uno especial que me llamaba

la atención porque se veía bien pequeño y adornado con un solo árbol, pero eso si

gigante. Sus arenas se veían blancas y llamativas, la sombra de mangle le daba la vuelta

a todo su corto perímetro. Allí desembarcamos para comer y relajarnos un poco.

“Bocadito” el encargado de nuestra alimentación de inmediato armó un fogón con

piedras y leña de mangle seco, peló la yuca a millón, desplumó y descuartizó tres

gallinas, y en cuestión de minutos ya pegaba el olor a sancocho. Yo aproveché para

meditar un poco, caminé sin rumbo en el islote, y sin darme cuenta a través de un

sendero limpio de pequeños mangles, llegué a la parte opuesta de donde se encontraba

anclada nuestra Piragua. La bulla de las muchas aves que vivían en la isla, loros,

cotorras, chichafrías, azulejos, canarios, garzas, pisingos y los curiosos micos macacos,

no alcanzaban a perturbar nuestro estado de melancolía. Como distracción involuntaria

comencé a tirar piedrecitas planas al agua para conseguir secuencias de varias ondas, (a

esto en esta parte del mundo, lo llaman “patico”), es un juego tradicional de los niños

ribereños. Hice secuencias primero de tres ondas, luego de cinco, y me alegré cuando

alcancé una de siete ondas; en el momento que creía que podía hacer una más larga,

salió, no sé de donde, una piedrita que logró hacer más de diez “paticos” yo no la había

tirado, sentí miedo de mirar y me hice el loco; entonces oí una voz que me decía algo,

pero no lo entendí y sólo busqué descifrar la voz que me era muy familiar, ¡ pero no

podía ser!, me volteé bruscamente y miré para un lado, para otro y nada, no se veía a

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nadie por ahí, volví a escuchar la voz y creo que decía algo como…”por qué me has

abandonado?”, en ese momento supe quién me hablaba, o por lo menos de quién fue

esa voz, solo faltaba que se riera para confirmar mis sospecha y lo hizo, al volver a

mirar vi que debajo de una sombra de mangle, recostado estaba un hombre con pantalón

de boga y sin camisa, al ponerse de pie y levantar su rostro me di cuenta que no me

había equivocado, era mi amigo, mi hermano y mi boga Piñita, el que había secuestrado

el Mohán, estaba vivo y mamando gallo.

Corrí como novio que se reencuentra con su amada después de una amarga separación,

mis lágrimas no se aguantaron más y salieron a chorros, el grito que metí de la alegría lo

escucharon en toda la Ciénaga de la Zapatosa, creo, nos fundimos en un fraternal y

sincero abrazo que si hubiéramos sido visto por algún extraño, alguien que no conociera

de la situación, de inmediato nos hubieran metido en un Pasquín donde el título sería

más o menos así, “Al cachaco se le moja la Piragua”.

Al instante llegaron todos y todos nos abrazábamos, llorábamos, reíamos y gritábamos

de la emoción; esto fue por un buen rato hasta que todos nos desplomamos en la playa

blanca de arena caliente, y sólo de pie quedó el boga Piñita para que nos relatara lo

ocurrido. El único boga ahogado que había vuelto a la vida, después de un encuentro

cercano con el famoso Cacique Mohán

Nadie absolutamente nadie pestañeaba, hasta las ruidosas aves habitantes del islote se

quedaron calladas como oyendo la historia que muchos no iban a creer. Ya teníamos

casi dos horas de oír el relato con todos los pelos y señales que hacía el aparecido boga,

era tan increíble lo que nos contaba que no había tiempo ni de respirar. El olor del

sancocho casi quemado ni nos inmutó, y en las aguas dejamos dormitada nuestra

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embarcación a la espera de la tripulación, que la llevara por fin al ya cercano muelle del

viejo puerto de El Banco Magdalena.

Nos dijo que sintió mucho miedo en el momento en que sintió la inmensa mano de uñas

largas, que lo haló, era helada como el cuerpo de un ahogado, y nos confirmó que El

Mohán había sido el que nos había golpeado en la cercanías de Santo Domingo la noche

de las luciérnagas, fue allí donde intentó secuestrarlo por primera vez. Cuando me haló

por la pata la noche de luna llena sentí que el mundo se me iba, me llevó hasta casi el

fondo del río y no sé cómo, me dijo que mi secuestro era así como una prueba porque en

todos los rincones donde habían pescadores mi fama trascendía más y más, esa fama de

ser el hombre que más nadaba y más demoraba hundido en las aguas, vaina que me hizo

vivir en carne propia el susto más grande que he podido vivir y eso porque según él, yo

era el único que ponía en riesgo su secretos, sus tesoros y sus mujeres a quienes tenia

viviendo en su mundo de las profundidades. Le tocó sacarme nuevamente a flote por

que debido al susto yo no tomé el suficiente aire en mis pulmones para aguantar dicha

hundida, fue en el momento que ustedes nos vieron a flote y trataron de ayudarme con

las varas; al recargar aire me volvió a hundir hasta su destino. Según Piñita, eran unas

cuevas en donde había aire que respirar, tenían tierra firme, y ahí sus numerosas mujeres

vivían felices; era como otro mundo en las profundidades, donde había muchos tesoros

en oro y de incalculables piedras preciosas. El Mohán le contó que este era uno de los

muchos lugares que poseía, sus cuevas estaban en todo el lecho de los ríos y ciénagas

hasta las tierras del río San Jorge e hice un trato con él. Yo le prometí que nunca trataría

de hundirme lo suficiente para llegar hasta sus dominios, y este acuerdo lo cerramos con

este anillo de piedras preciosas que me dio. Luego me dejó aquí en la isla porque él

sabía que ustedes tenían que pasar por aquí.

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EL ARRIBO Y EL FINAL

Este viaje lo comparé con los que realizó Ulises en su famosa “Odisea”, pero a

diferencia, nuestra embarcación no llevaba los mejores guerreros, sino doce bogas color

majagua y a un capitán “camarón” de corazón cachaco y nuestro fin era el de un

negocio, y no, el de una guerra de conquista como la mitológica hazaña.

Logramos llegar al muelle de El Banco Magdalena viejo puerto el 2 de febrero en las

horas de la tarde, todo el pueblo estaba ahí reunido y agolpado en las escalinatas del

muelle que les servían de silla. No sé si nos esperaban, pero lo que si era seguro que

estaban allí esperando la procesión de su patrona la Virgen de la Candelaria, acto

religioso que hacían los pescadores del poblado en las aguas del Río Magdalena.

Muchos de las personas que estaban allí dejaron de ver la virgen para apreciar nuestra

inmensa e histórica Piragua, que fue premiada con un fuerte aplauso general.

Cientos de voladores cruzaron el cielo y la banda del pueblo entonó una bella melodía

de cumbia que fue bailada por las parejas que bien uniformadas esperaban danzarle a la

patrona de los Banqueños, al igual que un numeroso grupos de muñecos conducidos por

hombres que se disfrazaban y los articulaban de una forma acorde con las melodías,

estaba la “gigantona” y su corte de cabezones, al igual que las gálapagas y los

coyongos; se oían en todas las direcciones los pitos atravesados que invitaban a cantar

las melodías que hacían de este día 2 de febrero, una fiesta sin igual y siempre igual,

como decía el eslogan de la cerveza que traían los remolcadores de la lejana

Barranquilla.

Todo lo que he mandado a escribir para que ustedes lo lean y que por medio de la

tradición oral se lo cuenten a sus hijos, o a sus nietos, y así entonces se conviertan en

esos abuelos que contaron que hace tiempo navegaba en el Cesar una Piragua.
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Esta historia es verdadera y daré fe ante el joven notario de Chimichagua, un tinterillo

de lectura que creo que durará por siempre en este cargo público por ser cuota política

de algún partido, que así sucedieron las cosas.

Estoy aquí sentado y recostado en mi viejo palo de níspero, solitario, cansado y me

encuentro dictando mis memorias a mi fiel Carmen Tulia, si, la misma niña ahora

convertida en una mujer, que me secaba mi mojada plata en el patio de su abuela y yo le

pagaba cinco centavos de sueldo. Todo lo que ustedes han leído es verdad, fueron

sucesos que pasaron y que ustedes mismos podrían constatar si tuvieran el espíritu

aventurero que yo tuve en esos tiempos y visitaran estos mágicos lugares; no sé si los

tiempos fueron los que yo puse o los cuentos que les eché pasaron en varios años, y en

diferente viajes, lo único que les puedo asegurar fue que estos hechos sucedieron.

Mi amada Juana descansó en la paz del señor primero que yo, que bella mujer, me dolió

tanto enterrarla en el cementerio más feo del mundo, muchas personas escribían antes

de dormir que si por algún motivo morían mientras dormían, les hicieran el favor de

irlas a enterrar al cementerio de la ciudad de Mompox, porque decían que era tan bonito

que daban ganas de morirse para descansar por siempre ahí.

La muerte de mi amada mujer me achacó más, mis huesos y piernas se negaron a

moverse más y me postraron en este taburete de cuero de vaca vieja que solo lograron

recostar en este fiel palo de níspero donde seguro mi alma penara. Mis hermanas se

casaron y fueron felices con hombres del pueblo de clase media que se hicieron

comerciantes con mi apoyo, mis hijos descendientes directos vieron a la par mía como

el negocio del transporte cambió de una manera radical. Al principio se hicieron muchas

más piraguas, esto dificultó mas la rentabilidad del negocio, la competencia hizo que los

precios de los fletes y las cargas bajaran, después llego el ruidoso y contamínate motor

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fuera de borda y este hizo que mi “Julia Helena” saltara para siempre a las playas de

amor de Chimichagua, donde aún yace dormitada.

Se abrieron luego caminos y trochas terrestres que le dieron la estocada al que en otrora

fuera mi negocio de sustento, y el de los que nos imitaron en el arte de bogar por las

aguas de la ciénaga y los ríos. La sal que yo traje ahora la traen grandes remolcadores o

lanchas de motor hasta El Banco Magdalena, y de allí la transportan grandes camiones

hasta la población de Chimichagua.

Hoy es un día para recordar. No sé por qué estoy vestido como me vestí el día que

salimos por primera vez a viajar en mi Piragua; mi ropa de lino fino estaba tan

almidonada que me hacía parecer un muñeco momificado y enyesado. Mi fiel

escribiente no me decía lo que sucedía, pero yo sentía que había un gran movimiento en

el pueblo y de pronto oí el ruido ensordecedor de algo que volaba sobre los techos de las

casas del pueblo que me dio la respuesta que yo le pedía a mi fiel escribiente, un gran

avión con motores que rugían, desvirgaba por primera vez una improvisada pista a las

que mucho se atrevieron a llamar aeropuerto. Ese bendito avión sólo vino esa vez y

nunca más se le vio por estos Lares.

El pueblo sigue su desarrollo de manera limitada, las profecías de El Enviado se

cumplen al pie de la letra, este pueblo no es más que chisme y agua. El Paso tuvo un rey

acordeonero pero vivió y murió en otro pueblo, y a su gente la ataca una enfermedad

que hace que la piel morena se le caiga. Bosconia es una población por donde pasan

todos los vehículos de carga del país y nadie se detiene. En la catedral de Valledupar

reposa El Enviado, mientras la violencia carcome por debajo las grandes familias. El

Valle de Torrecilla ya es de mucha gente, los Playones fueron encadenados por cercas

de alambre púa y sus animales cazados hasta la extinción al igual que los pocos indios

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Chimilas que quedaban en la aldea. El cerro del Ecce Homo y sus cuevas sólo abrigan a

los murciélagos y su guano. Al Gallo Tuerto de Patrón Machado lo mataron en la pelea

que hizo en el Banco Magdalena. El veloz caballo, El Pato, murió picado por una

culebra después de hacer millonario a su dueño. La Virgen de la Tablita fue lo único

que milagrosamente se salvó de los dos incendios del pueblo, y la Virgen Pastorcita, la

que salió de una piedra negra, aún se guarda en el altar de la capilla de su olvidado

pueblo de Plata Perdida. Mis doce bogas fueron muriendo uno a uno; de ellos sólo

quedan el Negro Vega y Piñita (el que tuvo el encuentro con el Mohán) y ellos me

vienen a visitar en el mes de diciembre en época de fiesta; los espantos de la ciénaga

siguen apareciendo, La lamparita, El Mohán, sin olvidar los llantos que aún siguen

oyéndose para la vía de Tamalameque. Mi bella ciénaga de Zapatosa ya no es la misma,

sus mangles rojos lo han matado para usarlos de leña, sus reptiles fueron todos casados

para hacer zapatos con sus pieles; ya no se ven sábalos, manatí ni las dantas y mucho

menos los ñeques, el bagre pintado, el blanquillo y el bocachico, son casi un milagro

verlos y lo que más ha dolido es que la Ceiba del puerto, emblema de la población,

también se cayó, dicen que por el aburrimiento de no ver llegar más a su amiga la

Piragua; los patos extranjeros son los que aún llegan a calentarse y comparten los cielos

azules con los numerosos “yuyos” que se multiplican cada vez más; las playas de amor

ya no son visitadas por parejas que se aman, parece que a todos se les acabó ese bello

sentimiento, y ahora es refugio de amantes fortuitos que se encuentran solo para darle

rienda suelta al libertinaje y al placer; El Pozo del Higuerón donde Juana me dio la

prueba de amor ahora se convirtió en un parque hecho por los petroleros y eso porque se

vieron obligados a pagar una multa impuesta por contaminar la ciénaga. Este natural

manantial aún sigue suministrando agua a la población que sin duelo lo secan con sus

viejos y sucios calambucos.

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Todo tiene su final y el mío está muy cerca. He pedido que me entierren al lado de mi

amada Juana en el cementerio viejo y feo, sólo pienso que si fuera por mí pediría una

nueva y última voluntad, que cuando me llevaran camino a mi última morada, que me

dejaran la ventanita de mi ataúd abierta para poder apreciar ese brillante sol, el mismo

que hace que los cielos sean más azules y que los días duren más.

A mi mente sólo llegan recuerdos de esos alegres instantes en el muelle del viejo puerto,

donde arribamos en el día de la Virgen de La Candelaria. La gente quería montar la

inmensa Piragua, como forma de garantizar en el tiempo que estuvieron allí en ese día

histórico; el primero en subir fue el señor obispo del departamento, luego el alcalde y el

capitán de la policía; luego fueron subiendo uno a uno los que estaban esa tarde en el

muelle, todos querían oír las historias que contaban los bogas al calor de una buenas

“frías” o cervezas, aunque recibían toda clase de ron que les brindaban. La gente nos

colaboró mucho para bajar la carga que traíamos, todos tenían que ver con nuestra

embarcación; yo miraba entre la multitud de un lado para otro, buscando entre los

Banqueños a mi gran amigo, el bohemio del río, el de las serenatas y los mil amores y

de repente apareció luchando codo a codo con la gente abriéndose paso con sus dos

elementos que nunca abandonaba, su guitarra en una mano y en la otra un nuevo amor.

Llegó con dificultad pero llegó, nos fundimos en un largo abrazo luego saludo de mano

a cada uno de los bogas, el se veía también muy feliz, la mujer con quien estaba, no

sabía qué era lo que sucedía pero al mismo tiempo no dejaba de sonreír, su risa era

bastante fingida y la hacía ver como una idiota pero eso era lo de menos en este

momento, después de tomarnos un trago y brindar por el futuro y prospero negocio de

carga, se subió en la embarcación y desde la parte trasera me grito… HEY…

CACHACO! ESTA PIRAGUA SÍ QUE SE MERECE UNA CANCIÓN ¡

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POCABUYANO2008
CC # 79 277337 DE BOGOTA

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