Está en la página 1de 64

Versión en

Principal FRATERNIDAD CRISTIANA UNIVERSAL


Portugués
La Obra La Escuela Libros de la autora Misceláneas
Orígenes de la Civilización Llave de Oro Para Ti (Manuscritos Imágenes
Adámica Siete portales completos de Mapas
Moisés: El Vidente del Síntesis Dª Josefa Rosalía Luque Manuscritos
Sinaí ¿Qué significa afiliarse a Álvarez)
Arpas Eternas - Cumbres y una escuela?
Llanuras Postulantes
 

LA ERMITAÑA DEL MAR MUERTO

Poema dramático basado en pasajes desconocidos de la vida de

MARÍA DE MAGDALO

La gran enamorada del Cristo

Por Rosalía Luque de Vázquez de La Torre

-------------- ooooo -------------


 
SÍNTESIS DEL ARGUMENTO
 
               El amor, ese mago sublime eternamente joven y eternamente hermoso,
generador de héroes, de mártires y de santos, pone su dedo de taumaturgo sobre la
frente de una mujer, y de flor fatua de vanidad y egoísmo, la transforma en blanca
flor de ternura, de piedad y de abnegación.
---------------- ooooo -------------
 
PAÍS EN QUE SE DESARROLLA LA OBRA
 
               El pequeño rincón de tierra asiática que las antiguas escrituras han llamado
Reino de Israel, y que se extiende sobre la costa oriental del Mar Mediterráneo,
teniendo por países limítrofes Arabia al Sur y al Oeste, y Siria al Norte.
 
--------------- ooooo --------------
 
ÉPOCA
               Años 15 a 20 del reinado del Emperador Tiberio César del cual era tributario
el pueblo Hebreo, que a la sazón estaba dividido en varios Estados denominados
Tetrarquías, todos los cuales estaban bajo la inspección o jurisdicción de un
representante del César Romano llamado Gobernador o Procurador del César.

               Era Gobernador entonces, un ciudadano romano llamado Poncio Pilatos. Y


Tetrarca uno de los varios reyes  que con el nombre de Herodes han gobernado el
pueblo de Israel,  por ser descendiente de Herodes el Grande, aunque sus nombres
de familia eran otros;  Felipe, Antipas, Agripa, Lisonias, fueron los nombres de esos
reyes, hijos y nietos de Herodes el Grande, con cuyo nombre siguieron apellidándose
por mucho tiempo los que tenían su sangre, causando con esto la confusión de
muchos historiadores.
 
               El que aparece en esta obra es Herodes Antipas en cuyos dominios se
encontraba el pequeño y hermoso país de Galilea, principal escenario en que los
hechos se desarrollan.
               Al Este de Galilea se encuentra un gran lago que los habitantes del país
llamaron Mar de Galilea por sus grandes dimensiones y profundidad, el cual da
nacimiento al célebre río Jordán que atraviesa de Norte a Sur todo el país de los
Hebreos hasta desembocar en el Mar Muerto sobre Idumea y Arabia. Sobre este Mar
de Galilea y en la costa Oeste, se encontraba una pequeña aldea formada de
labriegos, pastores y leñadores, denominada Magdalo, cuyo señor y dueño era el
habitante del gran castillo que se levantaba imponente y suntuoso a la orilla misma
del Mar de Galilea, sobre el cual se destacaba como un centinela de la pequeña
aldea y tierras circunvecinas, todas de su propiedad.
 
               Pequeñas serranías cubiertas de vegetación alteran a veces la verde
planicie; bosquecillos de cedros y de olivos sirven de fondo al conjunto.
 
               Al pie de la escalinata de piedra que baja del castillo hasta el lago, hay
siempre amarrada una pequeña y lujosa embarcación, especie de góndola
veneciana con hermosas cubiertas encortinadas de damasco rojo y en cuya popa,
tapizada de pieles y almohadones de terciopelo, entre el humo de los pebeteros y los
acordes de la música, hacía sus excursiones por el lago la hija única del castellano:
María.
 
DESCRIPCIÓN Y ESTUDIO DE LOS  PRINCIPALES PERSONAJES
 
El castellano de Magdalo: Era griego de origen, residente desde su juventud en el
país, y viudo a la sazón de su esposa de origen romano, que al morir le dejó una hija
de cinco años llamada María.
Hermes: El padre, había trasmitido a la hija sus refinados gustos artísticos y su culto
por la belleza; y su madre, romana, le dejó en herencia sus rubios cabellos y sus ojos
claros dulcísimos y su temperamento apasionado e impetuoso.
María: Alta, delgada, de franca y hermosa fisonomía, es la figura más destacada de
la obra. Alrededor de ella actúan varios personajes principales y muchos
secundarios.  
Su mayordomo Azan: Hebreo, viejo servidor de la casa, de unos 60 años de edad, de
bondadoso carácter y muy apegado a las viejas costumbres y tradiciones.
Elhida: La nodriza griega, de unos cuarenta años de edad, de carácter sencillo y
bueno, la cual sólo vive para María que es su único culto.
Una docena de doncellas de 18 a 20 años, hebreas, griegas y árabes porque al
buscarlas para compañeras de juego y estudios de la joven María, no se ha tenido en
cuenta el país de origen, sino la bondad de su carácter y la belleza del aspecto
exterior (los datos que hemos podido obtener sólo nos permiten dar el nombre de
algunas de estas doncellas: Raquel de Bethabara, Juana de Sidón, Débora y Fatmé
de Cafarnaúm, Susana de Tiro). Entre todas ellas, hay una que por su afinidad de
espíritu con la joven castellana y por tener más edad que las otras, ha conquistado
cierta superioridad sobre las demás y ha merecido estar en todas las intimidades de
María. Se llama Raquel de Bethabara.
 
               Las árabes tocan la guzla, y las otras el arpa, o la cítara, y entre todas
realizan hermosas danzas de conjunto, atractivas y brillantes, de género algo libre, a
la oriental, pero nunca obscenas ni indecorosas.
Jhepone: Un filósofo griego, antiguo amigo y protegido del padre de María ha sido su
maestro desde la infancia y ejerce cierta dulce y suave autoridad sobre la huérfana
de su amigo y protector. Se sabe amado de ella, y le retorna ese afecto en forma
discreta y casi paternal. Tiene unos sesenta años de edad. De carácter circunspecto,
bueno en el fondo, no sabe desconfiar de nadie sino cuando la evidencia le ha
mostrado la maldad de ciertas acciones y de ciertos seres. Como ha vivido retirado
de la sociedad y consagrado casi exclusivamente al estudio, no sabe defender a la
joven María del peligro que significaba para ella su orfandad, su fortuna, su propio
temperamento apasionado y vivo y todo el cúmulo de circunstancias que como una
avalancha debían necesariamente empujarla hacia caminos peligrosos, haciéndola
blanco de las críticas acerbas de aquella sociedad fanatizada y tan estrecha de
moral y de miradas como amplia en dogmatismos y fórmulas y costumbres reñidas
con la razón y el buen gusto. Según los cronistas griegos y romanos, no fue María de
Magdalo una mujer pública, como han dejado traslucir cronistas hebreos que han
hecho alusiones al respecto, sino una mujer cuyas costumbres medio griegas,
medio romanas, causaban escándalos a los hebreos seguidores de la vieja Ley de
Moisés, para quienes perfumarse los cabellos, beber vino y comer carne de
animales, pertenecientes a hombres de otras creencias religiosas, era un crimen
espantoso, que la ley judaica castigaba con durísimas penas.
               Y para una mujer hebrea, todo aquello que era la vida ordinaria de María, sus
estudios de las obras griegas y romanas, consideradas por los hebreos como obras
de los enemigos del pueblo de Dios, su afición a las costumbres, a las danzas, a los
juegos del país de sus padres, debía resultar algo tan escandaloso para el puritano
pueblo hebreo, que un cronista de entre ellos, llega a hacer la ridícula afirmación, de
que el Cristo cuando se encontró con María de Magdalo, la sacó siete demonios que
tenía en el cuerpo.
               Entregada a la fastuosidad y el lujo, a recibir homenajes de sus muchos
admiradores, a los interminables festines con que entretenía sus ocios de mujer
joven y hermosa y rica, María de Magdalo no oía las acerbas y los calificativos
durísimos con que la apellidaban sus detractores y nunca hizo caso de la
maledicencia que tejía redes en torno de su vida.
               Téngase esto muy en cuenta para no dar a la protagonista de la obra ni el
aspecto ni las modalidades de una prostituta, circunstancias que pondría tintes
repugnantes en el conjunto, y que haría desmerecer el aspecto altamente moral y
artístico que queremos darle.
Sanghar: Un príncipe Tirio que aspiraba a la mano de María, fastuoso y lleno  de
orgullo y vanidad, creía merecerlo todo por ser hijo del Rey de Tiro.
Othoniel: También de noble familia originaria de Galaad, de alma noble y de
caballeroso carácter, que algo interesa al corazón de la protagonista.
Boanerges: Un pastor poeta y músico, de 17 años de edad, de hermoso aspecto y
cuyo suave y dulce carácter le granjea el cariño de todos.
Juana de Sidón: Una de las compañeras de María.
Tomás de Tolemaida: Que más tarde fue conocido por Tomás el Apóstol.
Lázaro, Marta y la pequeña María, los discípulos del Mesías, los soldados y guardias
del Palacio de Caifás, los ancianos del Sanhedrín, Herodes el Rey y Berenice su
esposa con todos los cortesanos, guardias y criados, son personajes secundarios,
algunos de los cuales participan de algunas escenas.
María de Nazareth: Madre del Profeta, bondadosa y tímida; Salomé viuda madre de
los discípulos Santiago y Juan.
Y por encima de todos en superioridad y grandeza, como un símbolo, como un ideal,
Jesús de Nazareth llamado el Cristo que encarnando en sí mismo el amor fraternal,
sublime y heroico que sintetiza toda su doctrina, viene a ser para Magdalena como
para toda la humanidad, el Mago maravilloso que transforma en hijos de Abraham
según su frase simbólica.
               Téngase muy en cuenta en todo momento el alto nivel moral de este
personaje y  sus características propias: una grande e inefable bondad serena y
grave que le atrae el amor respetuoso y reverente de cuantos le conocen.
               Su persona, según las viejas tradiciones, era más que de regular estatura,
delgado, de hermosa fisonomía, de mirada profunda y dulce a la vez, de amplia
frente, cayendo a ambos lados su cabellera castaño claro sin recortar, lo mismo que
su barba a la usanza nazarena. Una pesada túnica blanca que le cae hasta los pies y
un manto violáceo es toda su vestidura.
--------------ooooo--------------
 
PRÓLOGO
 
               El Castillo de Magdalo.- La muerte de Hermes el viejo castellano.
 
 ESCENARIO.- La lujosa alcoba de Hermes, el castellano de Magdalo, atacado 
repentinamente de un grave mal. Recostado en su inmenso lecho, acaricia la rubia
cabeza de su única hija arrodillada junto a él. Los criados van y vienen con ese
atolondramiento propio de circunstancias como estas. El médico de cabecera
cambia palabras desalentadoras con Jhepone y Azan, en cuyas caras mustias puede
adivinarse el pronóstico nada halagüeño. Elhida y varias doncellas rodean a María
con solicitud y cariño.
--------------ooooo---------------
 
E S C E N A  1
 
Hermes.- Jhepone…. Azan…. Elhida…. A vosotros os pediré cuentas un día de este
tesoro que dejo confiado a vuestra solicitud. (Las mujeres sollozan). Prometedme
que seréis fieles a mi mandato.
Jhepone y Azan, (poniéndose la diestra sobre el corazón) Lo prometemos señor, por
la sangre que corre en nuestras venas.
Elhida, (por toda respuesta se arrodilla junto a María y se abraza fuertemente a ella).
Hermes, (poniendo su mano sobre la cabeza sollozante de su hija) ¡Hija mía….. el
recuerdo de tu padre sea para ti un escudo en todos los días de tu vida….! ¡Yo…. te….
Bendigo!.... (La muerte cierra sus ojos y enmudece su voz para siempre).
 
E S C E N A  II
               Los amortajadores provistos de grandes sudarios y vasos de esencias
aromáticas envuelven el cadáver que es colocado sobre un lecho rodante. Las
plañideras envueltas de la cabeza a los pies, en gasas negras que apenas dejan
transparentar sus siluetas, entran en procesión y empiezan sus postraciones y
lamentos a intervalos fijos según han sido contratadas siguiendo la costumbre del
país.
               La conducción del cadáver entre el lloroso cortejo hasta una gruta cercana
donde está la sepultura. María, cubierta su cabeza con una toca en forma de gorro
turco de la cual pende un amplio manto de color oscuro que le forma larga cola,
antes de que cierren la tumba con la enorme losa, se arrodilla a dejar sobre el
cadáver de su padre, una espada símbolo de la justicia y una gran rama de olivo que
simboliza la paz.
 
C U A D R O  1º - ESCENA I
 
               La gran terraza abierta del Castillo de Magdalo con vistas al lago.
               Bajo una gran carpa parasol de vistosos colores, María, recostada en una
otomana con su hermoso rostro velado de tristeza, parece encontrarse aún bajo la
impresión de los últimos dolorosos acontecimientos. La rodean sus doncellas que
hacen esfuerzos para devolverle la alegría.
RAQUEL.- Acaban de llegar las flores que habéis deseado para la tumba de vuestro
padre.
MARIA.- Deben estar colocadas para mañana que es el aniversario de su muerte.
¡Creí que no podría vivir sin él y hace un año que le he perdido.
RAQUEL.- y si él pudiera hablaros María, sería para deciros que no es justo que
estéis siempre sumida en esa tristeza….
DEBORA.- Que acabará con vuestra hermosura primero, y con vuestra salud
después.
FATMÉ.- Y que nos pondrá feas y viejas a todas y no encontraremos ni siquiera un
leñador para marido.
RAQUEL.- Tengo una idea feliz.
TODAS.- Decidla y si es buena, desde ya queda aceptada.
RAQUEL.- El mar está como una fuente de plata. De ambas orillas han salido
embarcaciones a disfrutar de las delicias de esta tarde primaveral. Nuestra barca
nos espera. ¿Queréis María que vayamos a dar un paseo hasta que asome la luna?
(Asintiendo a la invitación la joven se levanta y todas juntas bajan como una
bandada de palomas hacia la orilla del lago donde se mece coquetamente la
embarcación adornada y construida al estilo de las que usaba Cleopatra, la
emperatriz egipcia. Seis fornidos esclavos etíopes hacían de remeros, y la barca
empezó a deslizarse como un inmenso pájaro blanco de alas de púrpura. Los hijos
de acaudalados comerciantes y hasta algunos príncipes de la vecina orilla, venían
deseando desde hacía tiempo, una ocasión oportuna para trabar amistad con la
hermosa castellana y al ver desde lejos su barca, bogaron hacia allá.
Sanghar, el príncipe Tirio, fingió que su barca hacía agua; otro dijo que uno de sus
remeros estaba atacado de un mal.
 
ESCENA II
                                                                                      
SANGHAR.- (Desde la barca) ¡Señora!.... dignaos socorrerme porque mi barca
amenaza hundirse.
MARIA.- (Acercándose a la borda) Pues no lo parece. Pero si es como decís, podéis
venir a mi barca y que vuestros hombres se acerquen al castillo para hacerle las
reparaciones necesarias.
(Sanghar salta a la embarcación de María).
SANGHAR.- ¡Sois tan hermosa como gentil y amable!
MARIA.- Entre navegantes, el socorrerse es ley.
RAQUEL.- (Mirando al mar hacia una barca que se tambalea sobre el agua) ¡Mirad,
mirad, parece que hay otro accidente!
MARIA.- ¡Bogad hacia ellos!
DONCELLA.- Pues a este paso tendremos pareja todas. (Risas y cuchicheos).-
 
ESCENA III
 
OTHONIEL.- ¡Señora!.…… ¿seré tan afortunado que me permitáis llegar hasta vuestro
embarcadero para atender debidamente a uno de mis remeros que está atacado de
fiebre?
MARÍA.- Con el mayor gusto señor mío.
OTHONIEL.- Con vuestro permiso señora, os ofreceré mis respetos……
MARÍA.- Pasad.
(Othoniel: con una elegante y rica indumentaria estilo persa, salta a la barca de
María y le besa la mano). Se dirigen todos a la costa, y al pie del Castillo de Magdalo,
los caballeros ayudan a bajar a las damas; otras embarcaciones se acercan como
atraídas por la curiosidad de los accidentes y desembarcan igualmente.
MARÍA.- (Se cree en la obligación de invitar a todos a descansar unos momentos en
su Castillo y les dice:)
Ya que este accidente ha provocado nuestro encuentro, pasad señores y
descansaréis un momento.
(Las doncellas muestran su satisfacción y empiezan a dar órdenes a las criadas que
no tardan en aparecer con pequeñas mesas como banquitos rodantes con toda
clase de frutas, dulces y licores).
Othoniel y Sanghar, se sienten rivales desde el primer momento y así se disputan
encarnizadamente las preferencias de la castellana. Othoniel, más joven, hermoso y
apuesto que el príncipe, es una figura altamente simpática. Sanghar, no tiene otras
armas para conquistar una mujer que su título de nobleza y la adulación y la lisonja,
mientras que Othoniel sin ser príncipe de sangre real, tiene méritos propios de
talento y gallardía.
OTHONIEL.- Ya que sois tan amable señora, permitid que solicite de vuestra
benevolencia abrir un torneo de juegos atléticos, frases ingeniosas o de endechas
cantadas al son de la música, o de lo que vos queráis. Vos que sois más griega que
hebrea y creo que os complacerá mi iniciativa. (Antes que María conteste, las
doncellas aplauden entusiasmadas igualmente que los demás caballeros.)
MARÍA.- Buena idea habéis tenido Othoniel, porque esa lucha fogosa y romántica 
me entusiasma.
SANGHAR.- ¿Y cuál será el premio señora?
MARÍA.- (Pensando) Uno de mis brazaletes si queréis.
OTHONIEL.- ¡No señora! Vuestras joyas no…….
VARIOS.- De ninguna manera.
MARÍA.- Entonces un vaso de esencias de las más preciadas que tengo.
SANGHAR.- ¡Señora!........ ¿No habría algo mejor que joyas y perfumes?
RAQUEL.- (Interviniendo) Pero señores, si sois vosotros los luchadores, no podéis
discernir también sobre vuestro premio.
OTHONIEL.- Es razón, y suplico me prestéis atención por si os agrada lo que voy a
proponer.
MARÍA.- Hablad.
OTHONIEL.- Propongo señora que el premio otorgado al ganador sea bailar con vos
esta noche y acompañaros en vuestros paseos por el mar los días que vos
designéis.
DONCELLAS.- ¡Muy bien, muy bien!.....
SANGHAR.- ¡No tanto señoras mías!.... y perdonad.  A lo dicho por Othoniel yo os
permito añadir, que la hermosa María acepte por galán en todas sus fiestas al
venturoso triunfador de este torneo. (La actitud de Sanghar permite comprender que
él tiene ya por seguro el triunfo.)
OTHONIEL.- Vos decidiréis señora.
RAQUEL.- (Notando la perplejidad de María). Dadle tiempo de pensar, que como
nunca hemos tenido en el castillo un torneo como este, y a más el año de luto nos
tenía alejadas de toda fiesta, es razón que María tarde en responder.
 
MARÍA.- (Dirige miradas muy discretas hacia un cortinado que oculta una puerta a la
izquierda y por donde asoma de vez en cuando la bonachona cara de su nodriza
Elhida que hace señales de descontento). Esperad un momento. Ven acá Azan: dirás
a mi maestro Jhepone que le necesito. (El mayordomo Azan que desde el comienzo
se había colocado en una de las puertas del salón como un vigía, se acercó al
sentirse nombrado y oída la orden, salió regresando enseguida con Jhepone.
 
ESCENA IV
 
JHEPONE.- Hija mía, mis años pesan demasiado para que queráis hacerme
participar de vuestra alegre animación.
MARÍA.- Te he llamado Jhepone para que me deis vuestro consejo sobre un torneo
artístico que estos caballeros desean organizar en este momento a base de premios
otorgando mi persona como compañera de danza, de paseos por el mar y en todas
las fiestas. ¿Qué os parece? (Los jóvenes hacen gesto de desagrado ante esta
consulta temiendo un fracaso para sus iniciativas.)
Jhepone.- Si te contesto como Jhepone, bien sabes que te diría: haz como más te
agrade; pero si he de contestarte como lo hubiera hecho tu padre a quien deseo toda
paz, te digo: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón porque de él mana la
vida; tus ojos miren lo recto y examinen la senda de tus pies, que se abra derecha
delante de ti.”
SANGHAR.- ¿Queréis dar a entender que María no debe acceder a nuestro deseo?
JHEPONE.- (Dirigiéndose a María con gran dulzura) Vos me habéis entendido hija
mía y para vos ha sido mi respuesta. (Saluda y sale.)
 
ESCENA V
 
(María ha quedado pensativa)
OTHONIEL.- Señora pensad que siempre el invierno deshace lo creado por la
primavera.
SHANGAR.- Y el consejo de la vejez fue siempre la gota de vinagre en la copa de la
juventud. (Risas)
OTRO.- Antes de consultar a un viejo filósofo, debemos comenzar por vestir el sayal
de los ermitaños.
UNA DONCELLA.- ¡María, María……! qué pusilánime estáis. ¿Acaso se trata de que
entremos en un nidal de víboras?
MARÍA.- ¡Tenéis razón! El verme sola en el mundo sin mi padre me ha tornado
indecisa y esquiva. Sea como queréis.
TODOS.- (Batiendo palmas) ¡Gracias a Dios! ¡Manos a la obra!.....
RAQUEL.- ¿Por dónde hemos de empezar?
MARÍA.- Que hable Othoniel.
OTHONIEL.- Con sumo placer señora: Levantaremos en este salón un trono para la
Reina de la Fiesta y su Corte de honor, y acto seguido los caballeros desfilarán
emitiendo cada cual la oración o pensamiento que su ingenio le sugiera. La Reina y
su Corte decidirán cuál es el de más mérito a su juicio. El fallo será inapelable y
aceptado en todo momento.
TODOS.- ¡Muy bien, muy bien!
SANGHAR.- Las damas a engalanarse y los caballeros a trabajar.
(Las jóvenes rodean a María y cual mariposas fugitivas salen todas por una puerta
interior. Mientras tanto los caballeros ayudados por Azan y los criados disponen con
ricos tapices y almohadones y pieles un magnífico trono sobre uno de los muros del
inmenso salón. Un momento después aparece María vestida como las antiguas
Princesas egipcias de los tiempos faraónicos con un manto de encaje de inmensa
cola que sostienen sus doncellas vestidas todas iguales de color naranja y blanco.
Pasan ante los caballeros inclinados y ocupan el trono antes dispuesto. Varios
esclavos pulsan liras y cítaras, los pebeteros arrojan nubes de humo perfumado.)
 
ESCENA VI
 
MARÍA.- (Palmadas) Que empiece el torneo.
OTHONIEL.- Considerando la alcurnia del Príncipe Sanghar, pido a nuestra augusta
soberana que comience la fiesta. (María hace una inclinación de cabeza en señal de
asentimiento.)
SHANGAR.- (Adelantándose y haciendo previamente un profundo saludo) Señora,
vuestra belleza y vuestra gracia es tal que no un trono ficticio sino el rico trono de
César merecíais. (Aplausos)
OTHONIEL.- (Ocupando el lugar de donde acaba de retirarse Sanghar) Como la
blanca luna rasgando las nubes en una noche de tormenta, la luz de vuestra mirada
flota sobre la noche de mi vida llenándola de claridad y esperanza. (Aplausos)
OTRO.- Quien quiera conservar la libertad de su corazón que no ponga sus plantas
en los dominios de Magdalo. (Risas y aplausos).
OTRO.- Es tan irresistible la atracción que ejerce vuestra belleza en todo aquel que
se os acerca señora, que es morir alejarse nuevamente.
MARÍA.- (Riendo) Entonces no os acerquéis demasiado señor mío.
(Risas y aplausos)
OTRO.- Con las hebras doradas de vuestros cabellos, quisiera yo, tejer la red de oro
de mi felicidad futura.
OTRO.- Como flor de granado señora vuestros labios hacen presentir la miel que
encierran sus pétalos. ¡Oh…….. si yo pudiera beber………
(Risas y cuchicheos de las doncellas).
MARÍA.- Yo, la Reina ordeno que este caballero sea sumergido en el Jordán de pies a
cabeza para que apague su sed. (Grandes aplausos y risas). Creo que hemos oído
ya bastante.
SANGHAR.- Entonces elegid lo que se haya dicho, de más complacencia para vos
señora.
MARÍA.- (Poniéndose de pie). Me ha complacido más la frase de Othoniel porque él
ha buscado un alma, mientras que los demás sólo habéis pensado en un cuerpo. (El
aludido hace una profunda reverencia. Los otros dejan ver una fingida indiferencia.
Sanghar no disimula su enojo).
SANGHAR.- Eso será porque queréis preferirlo.-
OTHONIEL.- Parece que os ha dolido la derrota, Príncipe.
SANGHAR.- (Ya fuera de sí por la cólera). Y a tí te dolerá más la punta de mi jabalina.
(Y antes de que nadie tuviera tiempo de impedirlo, se lanza con el arma en alto sobre
Othoniel que apenas tuvo tiempo de parar el golpe. Gran pánico entre las damas. La
lucha se traba encarnizada. María da voces llamando a sus corpudos esclavos
etíopes y entre varios de ellos y los caballeros sujetan a Sanghar que es el que ataca,
pues Othoniel se ha mantenido a la defensiva).
MARÍA.- (Indignada) Bien poca educación tenéis para ser un príncipe. Sacadlo de
esta casa y que no vuelva a cruzarse en mi camino. (Rabioso Sanghar pero
indefenso entre los fuertes brazos que le sujetan se dirige a la puerta).
SANGHAR.-¡Esperad mi venganza porque los de mi raza no olvidan!
MARÍA.- (Viendo que Othoniel avanza sobre Sanghar le detiene con un ademán).
Dejadle, le habéis humillado y se siente herido. Ya se curará. (Sacan fuera a
Sanghar).
OTHONIEL.- Señora perdonad. Mi intención de complaceros ha fracasado y en vez
de alegría os hemos traído disgusto.
MARÍA.- Nada tengo que perdonaros. Quedáis todos invitados para de aquí a tres
días que dispondremos la fiesta en que he de entregar el premio a Othoniel por su
triunfo. (Othoniel y demás caballeros se retiran después de un profundo saludo).
ESCENA VII
 
(María se ha dejado caer con desaliento sobre las gradas de su trono improvisado.
Las doncellas un tanto repuestas la rodean. Aparece Elhida siempre suave y
maternal. María apenas la ve corre hacia ella como lo hacía de pequeñita cuando
sentía miedo, y esconde su cabeza en el pecho de su leal servidora. La nodriza a su
vez recordando la niñez de María acaricia aquella adorada cabeza mientras
haciendo el movimiento de mecerla le canta a media voz).
ELHIDA.-       Luz del cielo mío
                       Tus sonrisas son,
                       No llores mi niña
                       Porque lloro yo.
MARÍA.- (Desprendiéndose de sus brazos). Venid, venid todas y olvidemos este
incidente. ¡No quiero sufrir!
RAQUEL.- ¡Y por qué habíamos de sufrir a causa de ese orgulloso sirio?
JUANA.- ¡Que Jehová le aparte de nuestro camino como a una serpiente venenosa!
(María continúa pensativa).
DÉBORA.- ¿Sabéis que he adivinado un secreto?
TODAS.- ¿Cuál?
DÉBORA.- Que María está prendada de Othoniel.
RAQUEL.- ¡Quién sabe! ….. ¡quizá …… quizá! ……
MARÍA.- Hermoso es en verdad y más que hermoso se le adivina noble en sus
sentimientos.
FATMÉ.- Y su voz es dulce como el arrullo de la tórtola en las praderas de Jericó.
Estoy enamoradísima de él. (Risas).
DÉBORA.- ¿Tan fácil cosa es dar el corazón a un hombre?
FATMÉ.- Por mí, facilísimo; como que ya me parece que le tengo dado. (Risas).
ELHIDA.- No digáis locuras. (Sentenciosa y enfáticamente). “Antes de dar vuestra fe,
mirad, mirad quién es él”.
TODAS.- (Dando palmadas). ¡Hosanna la poetisa!
ELHIDA.- La aurora está ya cercana y nuestros lechos vacíos. A dormir todo el
mundo y que Jehová nos de su paz.
 
Fin del cuadro primero
 
 
 
 
CUADRO SEGUNDO
 
Una fiesta olímpica al estilo de las que se realizaban en los tiempos de oro de la
Grecia antigua, llenaba de animación y de vida los deliciosos jardines del Castillo de
Magdalo celebrando la llegada de la primavera.
Un nutrido cuerpo de músicos llena de armonías el ambiente. Fuentes donde bogan
cisnes y garzas de blanco plumaje; esculturas de mármol contrastando con el verde
follaje de los jardines en flor, y en el centro de la gran plazoleta frente al suntuoso
Castillo, el templo improvisado, en miniatura, de la Diosa Minerva cuya fiesta
simulan en esta tarde.
Se da comienzo con la aparición de una docena de hermosas jóvenes vestidas
como las Canéforas griegas cuando se dirigían al templo de Minerva a ofrecerle el
Gran Velo, símbolo de la protección de la Diosa sobre Atenas.
Este inmenso velo blando era llevado por las doce Canéforas en forma de palio, con
sus brazos desnudos levantados en alto.
Debajo de este velo caminaba la sacerdotisa que había de ofrecerlo, y que era
nuestra gentil María vestida de pitonisa. (Véase un tratado sobre trajes de aquella
época).
Seguían después seis vestales de amplias túnicas blancas y veladas de gasa color
de cielo cuyos transparentes pliegues caen hasta el suelo. Van coronadas de rosas y
llevan en la diestra la antorcha del fuego sagrado.
Después los Trovadores de Apolo, de rosadas vestiduras y diademas en forma de
rayos de oro, con sus laúdes o liras al brazo.
Y finalmente los Caballeros de Marte, como los antiguos guerreros de Filipo y
Alejandro, de relucientes corazas y largas y doradas lanzas.
Cuando han llegado ante la estatua de Minerva, la procesión se abre en avenida por
en medio de la cual la sacerdotisa ejecuta una artística danza agitando al viento
como un ala gigantesca el simbólico velo de la ofrenda, después de lo cual lo arroja
a gran altura y va a cubrir la estatua de la Diosa.
Terminada la ceremonia se dispersan los grupos y van a ocupar los bancos del
jardín, cubiertos de ricos tapices y que rodean las mesas llenas de canastillas de
flores y de frutas, fuentes de exquisitos manjares, y ánforas de vino. María se ve
asediada por sus admiradores, los mismos del día de las barcas, menos Sanghar.
Por fin Othoniel consigue apartarse un tanto con ella yendo a sentarse junto a un
bosquecillo de terebintos en flor.
 
ESCENA I
 
OTHONIEL.- ¡María ……… María ……… Tú eres mi cielo, mi luz y mi vida! ……….. ¿Podré
esperar tu amor algún día?
MARÍA.- (Reconcentrada y pensativa). El tiempo os lo dirá Othoniel. Cuando pienso
en el mañana de mi vida, paréceme que surge de no sé qué ignorado abismo una
gran nebulosa con celajes de aurora y ráfagas de sangre. Y me da miedo de ese
mañana y huyo de pensar en él.
OTHONIEL.- ¿Habéis consultado acaso alguna sibila y de ahí nacen vuestros
presentimientos? Porque de no ser así, nada en vuestra vida actual hace esperar un
futuro nebuloso.
Os vuelvo a preguntar María.……… ¿vuestro corazón me amará algún día?
MARÍA.- (Suplicante y entristecida). ¡No me habléis por piedad del mañana!
Habladme sólo de hoy.
OTHONIEL.- Y bien ¿me amáis hoy? (Le toma las manos y le mira a los ojos con
fijeza.)
María.- (Sostiene esa mirada mientras le contesta): Puedo deciros sin mentir que
vuestra compañía me es muy agradable.
OTHONIEL.- ¿Nada más?
MARÍA.- Por hoy nada más. Mañana…….. ¿Quién puede saber el mañana?.........
(Othoniel se inclinó y besó apasionadamente aquellas blancas manitas que
temblaban prisioneras entre las suyas.)
OTHONIEL.- (Dirigiéndose a los demás). Señores, creo que no habéis olvidado que
S.M. la Reina del Torneo va a entregarme su premio. Ella bailará conmigo la Danza
de las Rosas.
(Grandes aplausos. Los músicos se disponen a acompañar a los danzantes. Un
criado presenta a María en una bandeja una artística ánfora samaritana en cuyo
fondo se han colocado muchas rosas rojas y a Othoniel un precioso vaso de oro de
gran tamaño usados en aquella época cuando algún personaje de distinción
honraba la casa con su presencia. La joven colocó graciosamente el ánfora sobre su
hombro izquierdo, como lo hacían las mujeres samaritanas para llevar agua de la
fuente sujetándola de un asa con la mano izquierda.
El galán con la copa levantada en alto la persigue por robarle agua del ánfora
mientras los músicos acompañan el dúo.
De tierras lejanas vengo
Y estoy muriendo de sed.
Me asustan los extranjeros
Cuando piden de beber.
Tengo el alma blanca, niña,
Como la flor del peral.
Me asustan las almas blancas
Porque de nieve serán.
¿Tienes el alma de piedra
Y sin sangre el corazón?
Tanta sangre hay en mi pecho
Que esta ánfora yo llené.
Dame niña de ese elixir
Porque me muero de sed.
 
Entonces el galán dobla una rodilla en tierra y la bailarina derrama sobre su cabeza
las rosas rojas de su ánfora. Y termina la danza. Apenas había concluido el baile
cuando entra Azan el Mayordomo con el aspecto azorado.
 
 
ESCENA II
 
AZAN.- (Dirigiéndose a María). Señora, permitidme.
MARÍA.- Habla Azan. ¿Qué ocurre?
AZAN.- Señora, los sacerdotes y escribas han presentado queja al Rey de que vos
corrompéis con vuestras fiestas paganas la pureza de la juventud hebrea y están
aquí unos soldados a dispersar vuestros invitados. (María con toda su altivez de
hidalga se levanta llena de indignación.)
MARÍA.- ¿Pero……………… ¿es que los sacerdotes y los escribas han de mandar en mi
casa?
(Los caballeros que han oído este diálogo empiezan a agruparse alrededor de María
como para resguardarla de un peligro cercano. La orquesta empieza a tocar a una
señal de la joven, se forman las cuadrillas para la danza llamada De los abanicos y
esperan un momento. Un apuesto militar, Jefe de los emisarios aparece en el jardín
seguido de varios oficiales y soldados. Hacen todos un frio saludo.)
 
ESCENA III
 
MARÍA.- Os invito a participar de esta danza que ya empezamos y cuando hayamos
terminado, me diréis la misión que os trae al Castillo.
(Y con la mayor naturalidad tiende sus manos al militar que no pudiendo negarse,
formó con María en la lucida y brillante danza en que las damas hacían artísticos
movimientos y figuras con grandes abanicos de plumas de vistosos colores.
Terminada la danza María tomó de una mesa inmediata una rica ánfora llena de vino
de Chipre y llenando varios vasos ofreció uno al Jefe militar, y otros caballeros y
damas la imitaron)
OFICIAL.- Beberé a vuestra salud, hermosa señora.
MARÍA.- Antes beberemos todos por la grandeza y la gloria imperecedera del gran
Monarca que os envía a honrar mi casa en su nombre.
TODOS.- (Levantando las copas) ¡Que el Rey viva siempre!
OFICIAL.- Señora……… perdonadme, estoy confundido por haber sido portador de una
misión nada agradable, pero tengo la satisfacción de poder decir al Soberano, que
ha sido mal informado y que en vuestros salones no es la honestidad lo que está en
peligro, sino la libertad de los caballeros que necesariamente deben quedar
prisioneros de vuestro ingenio y de vuestra belleza.
MARÍA.- Muy fino sois en la lisonja señor militar y altamente discreto en vuestras
palabras. Decid os ruego a N.S. el Rey, cuanto habéis visto y oído, y que siendo yo
hija de padre griego y madre romana, me pongo bajo la protección del Rey y del
César y no reconozco la ley judaica, y que ni las sinagogas, ni el Sanhedrín tienen
para nada que mezclarse en mi vida.
OFICIAL.- Vuestro mensaje será transmitido fielmente. Permitidme que me retire
altamente complacido de vuestra amable acogida. (Después de un profundo saludo
de ambas parte los emisarios se retiran.)
 
 
 
ESCENA IV
 
(Todos comentan el suceso. María, entre indignada y burlona, ríe nerviosamente.)
MARÍA.- ¿Veis lo que son los hombres hipócritas, falsos y estúpidos casi todos?
Perdonadme los que estáis presentes, el tiempo dirá si también vosotros sois como
ellos.
OTHONIEL.- Que el desagrado no os haga injusta, señora mía……………
¿Por qué decís así?.......
MARÍA.- ¿Y cómo no decirlo? He aquí que ven un grupo de fuerza armada a
dispersar mis invitados y ya veis, toda esa fuerza se ha rendido con los revoloteos
de una danza y con unos vasos de Chipre.
RAQUEL.- ¡Y yo ya me creía enjaulada en la Torre Antonia!
OTRA.- Y yo decapitada.
OTRA.- Y yo apedreada en la plaza pública.
OTHONIEL.- Y yo colgado del palo mayor de las gabelas del Rey.
(Todos ríen menos María que está nerviosa.)
MARÍA.- ¡Oh!....... ¡el  Sanhedrín!....... gavilla de viejos hipócritas que nunca supieron
de jóvenes lo que es la dignidad y las buenas costumbres, y que se vuelven austeros
cuando un siglo de vida les ha secado el corazón.
RAQUEL.- (Consolando a María). No te preocupes querida mía de esos santones,
que ya iré a decirles mañana que de aquí a 40 años, todos nosotros nos daremos al
ayuno y al cilicio. ¿Estáis conformes?
TODOS.- (Aplaudiendo) Muy bien Raquel……. muy bien……..
OTHONIEL.- Olvidemos este incidente si os parece y continuemos la fiesta.
(Toma a María por la mano, suena de nuevo la música y entre el vértigo de las
danzas termina este cuadro.)
 
 
CUADRO TERCERO
 
Hasta la corte de Herodes Antipas que reinaba sobre las provincias de Galilea y
Perea habían llegado los ecos de las fiestas del Castillo de Magdalo y de la
hermosura y esplendor de la joven castellana, y habiendo establecido por entonces
su residencia en la fastuosa ciudad de Tiberias que también quedaba sobre el mar
de Galilea y muy vecina a Magdalo, el Rey sentía codicia de aquella flor silvestre y
buscó los medios de trasplantarla a los jardines de su palacio.
Le envió pues un emisario con un rico presente que consistía en una artística
diadema de oro cincelado, con incrustaciones de turquesas, la cual ciñéndose sobre
la frente, caían dos largos colgantes de las azules piedras que llegaban a rozar los
hombros. María en la sala de estudio estaba acompañada de sus doncellas y su 
maestro que armado de grandes rollos de pergamino explicaba sus lecciones a sus
discípulas.
 
 
 
 
ESCENA I
 
AZAN.- (Entrando) Señora………. Jehová nos proteja. Otra vez un emisario del Rey que
pide hablaros.
MARÍA.- Y bien, hacedle pasar, y veamos qué desea su majestad.
RAQUEL.- (Demostrando inquietud) ¿De qué nos habrán acusado ahora?
JHEPONE.- De que sois demasiado jóvenes y demasiado hermosas, hijas mías, y
esos son ya bastantes delitos para estos reyezuelos de cartón.
MARÍA.- ¡Por Dios Jhepone! ……….. no expongas así las vidas de todos. ¡Si ese
hombre te oyera!.........
JHEPONE.- María, lo que han hecho todos los reyes con los pobres filósofos que les
han dicho la verdad.
DONCELLA.- ¡Quisiera evaporarme como el agua hervida!......... ¡Qué miedo!.........
MARÍA.- Callad que se acercan.
(Aparece Azan seguido del emisario del Rey que baja de su litera traída por cuatro
esclavos).
 
ESCENA II
 
EMISARIO.- (Entrando y haciendo un profundo saludo). Señora, mi señor el gran Rey
Herodes Antipas a quien Jehová guarde me envía a traeros este presente y a
manifestaros su complacencia por la prosperidad de vuestros campos de labranza y
sus moradores, y a la vez solicita de vos que concurráis al festín que en homenaje a
la Reina dará mañana por la noche en su Palacio de Tiberias. (Le entrega el cofre
que María abre ante los asombrados ojos de los presentes. La magnificencia y
riqueza del regalo los deslumbra).
MARÍA.- Bien se ve que es un obsequio de Rey y que es un Rey de gusto delicado.
Decid al augusto soberano que tengo a gran honra aceptar tan rico presente y asistir
al festín que en homenaje a S.M. la Reina debe celebrar. (El emisario real hace un
profundo saludo, sube a su litera que había quedado a la puerta y se retira).
 
ESCENA III
 
(Elhida no pudiendo soportar por más tiempo la curiosidad llega en ese momento).
MARÍA.- Ven aquí Elhida…….. ¡Mira! (Le hace ver la joya)
ELHIDA.-  (Cayendo de rodillas) ¡Loado sea el Señor! Que ha salido de nuevo el sol en
los dominios de Magdalo. (Examina la hermosa diadema).
RAQUEL.- ¡Mujer levántate! ¿Has creído que son los relámpagos del Synay? (Risas).
ELHIDA.- ¿Y el Rey os manda esto?
MARÍA.- S.M. en persona.
ELHIDA.- ¿Y qué os querrá decir con esto?
DONCELLA.- Pues que la quiere mucho.
ELHIDA.- (Loca de felicidad empieza a bailar como en sus días de juventud, con gran
risa de las muchachas.)
MARÍA.- ¿Pero qué te has figurado mujer?
JHEPONE.- (Siempre hojeando su pergamino). Cuando un Rey llama a una dama
joven y hermosa hay que ponerse a la defensiva. ¡Andaos con cuidado hija mía que
no vaya a costaros demasiado cara esa diadema!
RAQUEL.- ¿Por qué turbar así nuestra alegría? ¿Acaso no podemos pensar que el
Rey ha querido desagraviar a María del atropello que por falsas acusaciones estuvo
a punto de cometer la noche de nuestra divina fiesta?
JHEPONE.- (Haciendo gesto de duda) Los reyes no se humillan a desagraviar a una
súbdita si no es con alguna esperanza.
MARÍA.- ¿Queréis significar que el Rey habrá sido capaz de pensar que yo………….?
ELHIDA.- (Poniendo su mano sobre los labios de María con gesto de horror). Ay……….
No por Dios mi niña de mi alma…….. hermosa como un sol………. ¿No tiene el Rey su
Berenice mona y deslucida y una porción de mujeres de todas las razas que pueblan
sus salones?
MARÍA.- (Siempre contemplando la joya). Calma Elhida, calma, que el tiempo nos
dirá la clave de este enigma. Por mí, ni me hago ilusiones ni abrigo temores. Siento
como que está lejano aún el acontecimiento que ha de producir una gran conmoción
en mi vida. (Encierra la joya en su cofre y la entrega a Jhepone). Señor maestro
¿queréis guardarme esta preciosidad en el arca de los tesoros?
JHEPONE.- (Recibiéndola) Bien, bien……. ¡Vanitas, Vanitatis!........... Haga el señor que
estas turquesas no se conviertan en lágrimas y en sangre.
DONCELLA.- ¡Por Jehová! Que sois ave de mal agüero……… (Sale el anciano y Elhida
tras él).
 
ESCENA IV
 
(Las doncellas cual mariposas fugitivas salen corriendo y bajan hacia el lago por la
escalinata de piedra y en amena conversación se dispersan en varios grupos por
entre las rocas cubiertas de vegetación que bordea la orilla. Sale María, aparece
preocupada y se ha quedado algo retrasada de sus compañeras. De pronto, las que
iban más lejos se inclinan hacia unas matas de arbustos y gritan y hacen señales a
las otras. Todas corren hacia allá y abriendo las matas espesas descubren un
hermoso adolescente que está tendido sin movimiento).
DONCELLA.- Es un pastorcillo a juzgar por su traje. (Llega María y observa).
MARÍA.- ¡Infeliz!......... ¿Será una fiera que le ha matado?
RAQUEL.- ¡Si está vivo! ¿No veis que mueve la mano?
MARÍA.- Llamad, dad voces al Castillo. (Las doncellas hacen bocinas con sus manos
y gritan. Aparecen varios criados que bajan corriendo y transportan el inanimado
cuerpo del pobre pastorcillo a una de las habitaciones alcobas del Castillo. Después
de las curaciones de práctica y cuando ya el jovencito ha vuelto a la vida entre aquel
jardín de hermosas doncellas que le hacen suponer que es víctima de un
encantamiento, María empieza el interrogatorio.)
 
 
 
 
ESCENA V
 
MARÍA.- ¿Quién eres y por qué fuiste herido?
BOANERGES.- Señora, tuve la desgracia de que un lobo matase una oveja de mi
señor el cual me ha maltratado y arrojado herido de su casa. Me llamo Boanerges y
estoy solo en el mundo desde hace doce años que murió mi padre.
MARÍA.- Quédate entre mis servidores, que mi mayordomo cuidará de ti. ¿Sabes
tocar la flauta?
BOANERGES.- Sí señora, y también la lira.
MARÍA.- Bien, bien, tendrás lugar entre mis músicos; Azan, vestidle como conviene y
ya sabéis que lo tomo a mi servicio. (Boanerges lleno de gratitud besa la mano de su
bienhechora).
AZAN.- ¡Señora, señora! Habéis pasado ya en mucho el número de servidores que
tenía vuestro padre al cual Jehová guarde.
MARÍA.- Uno más Azan, no arruinará a Magdalo. (Y desde ese día Boanerges el
pastor tuvo su principal ocupación distraer con su lira los ocios de María y tañer
suaves melodías a la puerta de su alcoba encortinada cuando ella se entregaba al
sueño. Su temperamento y su carácter, mezcla de doliente ternura y de bravía
tempestad, era a veces céfiro blando y suave, o huracán desencadenado, fiero y
avasallador. María cuya modalidad y temperamento era también así, se aficionó
grandemente al joven pastor, el de los ojos negros y negra cabellera, y eran tan
sentidas las melodías de su lira y tan hondo el abismo que se descubría a  través de
sus trovas como formadas de gemidos y de lágrimas, que bien pronto fue para la
castellana como un pájaro cantor de cuyos gorjeos no podía prescindir. Él por su
parte se desvivía por demostrar su profunda gratitud a la generosa adopción que se
le había hecho y ora escalaba montañas para traer a su ama las más hermosas
flores y las aves más raras, ora trababa luchas terribles con las fieras para traer a
María una hermosa piel como trofeo de su victoria.
 
 
CUADRO CUARTO
 
El festín de Herodes Antipas en su fastuoso Palacio de la ciudad de Tiberias: Tanto
la ciudad como el palacio eran de puro estilo romano, pues había sido construido en
homenaje a Tiberio César.
A la hora del atardecer, salían del Castillo de Magdalo dos lujosas literas conducidas
por cuatro esclavos cada una, en que iban como estuches de terciopelo y encajes,
María y Raquel hacia el palacio real de Tiberias. Azan el mayordomo y Boanerges,
montados en hermosos caballos negros servían de escolta a las jóvenes. Mientras
este cortejo recorre el camino que hay entre Magdalo y Tiberias que sería de dos
horas al paso de los esclavos, veamos el cuadro que ofrecía el palacio de Herodes,
desbordante de concurrencia, de luz, de flores y de suaves esencias quemadas en
artísticos pebeteros.
Berenice la Reina estaba inquieta al saber la insistencia del rey en hacer venir a la
griega como llamaban muchos a María a la cual no conocía pero cuya ponderada
belleza le inquietaba grandemente. Y así fue que para hacer frente a la que juzgaba
una temida rival, la reina sobrecargó su diminuta persona de riquezas tales en traje y
joyas que aquel pequeño ser, parecía un ídolo hindú de aquellos que están en las
viejas pagodas y que solo les queda visible un pequeño círculo del rostro, a fuerza
de diademas y gargantillas y ojarcas y brazaletes. Su túnica era una red de hilos de
plata tejidos con perlas. Su manto real color escarlata con grandes flores acuáticas
bordadas de vistosos colores estaba sujeto a la parte posterior de su cabeza por
una enorme diadema formada como un abanico de oro cincelado cuajado de
piedras preciosas. Le decían por sobrenombre la enanilla sus adversarios y hasta su
propio marido que se casó con ella por adueñarse del rico principado de Gerasa que
la enanilla le traía en dote, lo cual le permitió extender sus dominios hasta el límite
mismo de la ardiente Arabia.
El cuerpo de Guardias del Rey, los cortesanos, las damas de la Reina, los músicos y
danzarines, terminan  de completar el esplendor oriental de aquel soberbio festín.
Sólo faltan los Reyes en sus tronos, cuando se detiene a la puerta del inmenso
salón, las literas de María y Raquel que descendieron tomadas de la mano de dos
cortesanos. El atavío de ambas puede ser a la romana o a la griega, rico y fastuoso y
sobre todo de muy buen gusto. María ostenta sobre su frente la artística diadema
regalo del Rey, y sus azuladas piedras parecen prolongar sus maravillosos reflejos
sobre un ramillete de azules florecillas con que la joven ha prendido en su pecho las
níveas gasas que velan su silueta fina y esbelta. María y su compañera fueron
conducidas a los sitiales que les estaban reservados entre las damas de la Corte y
un momento después formaron los guardias un luciente túnel con sus lanzas
levantadas y cruzadas en alto, al mismo tiempo que resonaban estruendosamente
los clarines. El Rey pasó por debajo del dosel de lanzas cruzadas y fue a ocupar el
gran trono central de una fastuosidad incomparable; un momento después aparecía
la Reina Berenice con su Corte y fue igualmente a ocupar su sitial colocado hacia un
lado en una de las inmensas gradas de la gran plataforma del trono real
En aquella época en que la mujer no era considerada igual al hombre y en ese país
menos todavía, no era costumbre como ahora que las reinas esposas compartieran
el trono real. (Véase la decoración del palacio y trono real de Salomón en “La Reina
de Saba” para tomar idea de las costumbres de aquel tiempo.)
Según la costumbre, el Maestro de Ceremonias invitó a las dos jóvenes a seguirlo
para presentarlas al Rey, ya que hacían entonces su primera entrada a la Corte.
Llegadas al pie del trono y doblando una rodilla en tierra dijeron la frase
circunstancial:
“Que el Rey viva siempre”.
La expresión del rostro de Antipas y  la expresión del rostro de la reina dicen muy
claro la impresión que cada cual recibe de las nuevas damas visitantes.
El Rey las invitaba con un ademán a acercarse. La reina mira a María con ojos
escrutadores; el rey con infinita codicia como goloso que ve a su alcance una fuente
de exquisitos dulces.
 
ESCENA I
 
REY.- ¡Cuánto os agradezco señora que hayáis atendido mi pedido!
MARÍA.- ¡Y cuánto me honra señor vuestra gentil invitación! Permitidme que bese la
mano de la Reina vuestra augusta esposa. (Viendo el asentimiento del Rey, María se
acerca a Berenice la cual demuéstrase complacida de esta fineza. A una señal del
Rey colocan dos criados dos pequeñitos bancos redondos especie de pouf
modernos, ricamente tapizados de terciopelo, en la última grada muy cerca al trono
real. Berenice se apresura a indicar al criado que uno de los banquitos lo acerque
más a ella y muy amablemente hacer sentar allí a María anticipándose a la intención
que ya ha adivinado en el Rey, el cual debe conformarse con que sea Raquel la que
se siente más inmediata a él. Se dan señales a los músicos y cuerpos de danzarines
para que empiecen las danzas. Un grupo de danzarinas árabes vestidas a la usanza
de su país ejecutan las más fantásticas danzas, y cuando han terminado y dejado
libre el centro del salón, el Rey indica que va a hablar).
REY.- Uno de los números del programa de homenaje a la Reina son las danzas
griegas a las que yo soy muy aficionado.
¿Quién de las damas presentes podría bailar la clásica “Danza de los velos”?
(Todos miran a María a quien han oído llamar “la griega” y comprendiendo el deseo
del Rey la animan con sus miradas).
BERENICE.- (Hablándole al oído): No bailéis. Haced como que no habéis oído. (María
para disimular su inquietud conversa con la reina. El Rey que se ha dado cuenta de la
estratagema de la Reina la mira con severidad terrible).
REY.- (Dirigiéndose a María): Se dice señora que nadie os iguala en la gracia y
gentileza para la danza que he pedido.
¿Rehusarías acaso complacerme?
MARÍA.- (Levantándose). ¡Oh no señor. Complaceros y rendir este pequeño
homenaje a la Reina, me complace altamente también.
(María hace una inclinación y baja al salón, al mismo tiempo que un criado le
presenta en una bandeja de oro los tres velos simbólicos, azul, rosado y blanco.
María se cubre con ellos, cuya amplitud es tal que caen con amplitud al suelo.
Suenan los acordes de la clásica danza, y aquel fantasma velado con las
irradiaciones del iris inicia los graciosos y lentos giros y balanceos de la danza. El
Rey empieza a bajar las gradas de su trono en su gran entusiasmo. La Reina hace
esfuerzos por detenerle. María que a través de sus velos que se agitan por el aire
como celajes de aurora ondulados por el viento, ve venir hacia ella al Rey y teme que
una imprudencia la comprometa, empieza a huirle hacia el otro extremo del salón.
La huida más enardece al Rey que olvidándose ya de todo, deja caer su inmenso
manto real por el suelo que es recogido por un cortesano.
Cuando el real perseguidor está a dos pasos de ella, María agita en molinete por los
aires el primer velo y lo deja caer con gracia y soltura en la cabeza del Rey que está
abobado y loco de complacencia. Y esta lucha continúa hasta que María se
desprende del último velo y esto viene a ocurrir ya de vuelta al pie del gran trono. El
Rey abraza loco de alegría los velos que ha arrojado la danzante figurándose que es
a ella a quien tiene entre sus brazos. Todos gozan con el gozo del Rey, para algo son
cortesanos, y la única que padece es Berenice que sufre la enfermedad de los celos,
mal del que han padecido y padecerán siempre las mujeres mediocres. Toda
excitada y nerviosa, cuando ve que María arroja hacia el Rey el último velo, baja
precipitadamente y la toma con violencia de un brazo).
BERENICE.- Si es en homenaje a mí que danzáis, vuestra danza no me complace.
(María mira el Rey con asombro y a la Reina con estupor como extrañada de que
haya tanta torpeza y tanta ruindad en los reales personajes).
REY.- (Acercándose): No lo toméis en cuenta hermosa señora. La Reina padece de
los nervios cada vez que una joven y bella mujer excita mi admiración.
(Berenice estruja y despedaza los encajes que ornamentan su traje, y echa chispas
de sus ojos).
MARÍA.- (Dirigiéndose a su mayordomo que con Boanerges se encontraban de pie
en una de las puertas): Nuestras literas que S.M. nos permite retirarnos. (El Rey
fulmina a la Reina con una mirada feroz).
Rey.- ¿Muy mal os sienta la Corte que tan pronto la dejáis?
MARÍA.- Si acudí señor fue solo por complaceros; apenas hace un año que murió mi
padre.
REY.- (Serenándose) Mi alma queda en tinieblas si tan pronto os alejáis.
BERENICE.- (A María): Apenas te hayas alejado un pie de aquí, el Rey dirá esa misma
frase a cualquiera de las bailarinas.
MARÍA.- No lo dudo augusta señora porque el Rey tiene delicado gusto, y la belleza,
la juventud y el arte le atraen seguramente. (Haciendo una profunda inclinación se
dirige a la puerta principal seguida a pasos lentos por el Rey, y junto a María va
Raquel. Ya en la puerta, ambas jóvenes se vuelven de frente al Rey y al salón,
levantan ambas manos con los dorsos para afuera, a la altura de la frente diciendo):
“Que el Rey viva siempre”. (El soberano en el centro del salón recibe el saludo y deja
caer con desaliento los tres velos de la danza que aún tenía consigo. Las mira subir
a las literas. Se saludan a lo lejos, y cuando el Rey vuelve hacia atrás se encuentra
frente a frente con Berenice que está como una avispa enfurecida).
 
ESCENA II
 
BERENICE.- Ten entendido ¡oh Antipas! que mi padre es aliado del Rey de Madian y
que puede llamarte al orden con algo más eficaz que mis ataques de nervios.
REY.- (Furioso): Y tú pequeña sierpe, ten entendido que antes de que el sol se ponga
mañana, un mismo calabozo os dará sombra a los dos; a tu padre y a ti.
(La Reina se desploma al suelo en una crisis nerviosa horrible; las damas acuden a
socorrerla. Los cortesanos atolondrados no saben qué hacer. Se llevan las damas a
la Reina).
 
ESCENA III
 
REY.- (Disimulando su enojo con grandes alardes de placer): Traedme vino y
exquisitos manjares, que siga el baile, y vamos a celebrar mi libertad, pues la
enanilla irá a dormir con su padre en el más profundo de mis calabozos.
¡Jefe de mis Guardias! Que vuelen cien soldados a Gerasa y traigan al viejo Nahabi
mi suegro para.…….. ofrecerle mis respetos………. Jaja……….. ja. (Riendo
burlonamente).
Le diréis que mi amor no sufre tenerle lejos de mí…….. ¡ja…….. ja……… ja!
(Se ven cumplirse las órdenes reales y a los cortesanos, embriagarse en el festín del
Rey. Berenice que no se deja vencer fácilmente, apenas el Jefe de Guardias ha salido
de la presencia del Rey, manda a una de sus damas a la cual aquel ama, que se le
acerque como a despedirlo con un bonito ramo de flores dentro del cual ha colocado
la Reina un áspid venenoso de los que ella guarda en una pequeña ánfora, con fines
siniestros. La hábil cortesana va al encuentro del Jefe de Guardias en su despacho
particular y antes de que haya dado órdenes, y fingiéndole un amor que no siente, le
rodea el cuello con sus brazos y le hace morder en dirección de la aorta con el áspid.
Cuando la víctima da un grito terrible y cae entre convulsiones, la cortesana huye
precipitadamente. La Reina acompañada de esa dama que es su favorita, sale por
una puerta secreta del palacio que da al Mar de Galilea donde las espera una barca
con varios remeros negros y gigantescos. Y desaparecen en las sombras de la
noche. Huye hacia Gerasa para buscar su defensa y la de su padre. No aparece más
en escena)
 
ESCENA IV
 
(Mientras sucedía esto en el palacio real de Tiberias, María llegaba a su solitario
Castillo ya muy entrada la noche, con el hastío y desazón consiguiente después de la
escena desagradable provocada por los celos de Berenice.)
MARÍA.- (Hablando a solas con Raquel). ¿Por qué será que en todas mis alegrías un
mal genio parece gozarse en derramar su copa envenenada en mi corazón?
RAQUEL.- Siempre he pensado en eso y he sacado esta conclusión: inspiráis
pasiones tan profundas que por fuerza deben producir choques muy fuertes, los
cuales repercuten y reflejan sobre vos.
MARÍA.- Mi juventud se está tornando amarga y una ola de hastío amenaza
ahogarme. Dime Raquel ¿No se te ocurre algo que pudiera yo hacer para llenar esta
vida vacía y hueca que va pasando sobre mí como una nube arrastrada por el viento
sin dejar huella de su paso?
RAQUEL.- ¿Y por qué vacía y hueca? ¿No consagráis tiempo a estudios varios? ¿No
os consagráis también a las artes? Esto aparte de que podríais aceptar como
esposo a Othoniel, y llenar con su amor toda vuestra vida.
MARÍA.- Juzgo que no es mi amor lo bastante grande como para que llene mi vida, y
yo necesito algo que me apasione, algo que me absorba, algo en fin, que me
conmueva profundamente y que me haga sentir la vida y que defina cuál es mi
camino. (Se oye un cántico al pie de los muros del Castillo en dirección al lago:
¡Amar como aman las flores
Que perfuman las praderas
Como ama el ave en los campos
Y en el cielo las estrellas,
Amar por amar es gloria
Que no conocen los hombres………
Amar por amar es agua
Que solo beben los dioses!
RAQUEL.- Ahí tenéis la respuesta María. (Ambas jóvenes se habían acercado al gran
ventanal sobre el lago y vieron al trovador a la luz de un rayo de luna que le caía en la
frente, sentado sobre una piedra.
MARÍA.-Es Boanerges, Raquel. Llamadle aquí. (Un momento después el jovencito vistiendo
aún el lujoso traje con que escoltó en la tarde a la joven al palacio del Rey Antipas aparecía
en la puerta de la habitación).

ESCENA V

MARÍA.- Dime Boanerges ¿quién te ha enseñado a cantar así?


BOANERGES.- El dolor y la soledad señora, que crea fantasmas e imágenes que van y
vienen, que ríen y lloran aquí adentro. (Señala su pecho).
MARÍA.- ¿Y cómo es que ese cantar tuyo ha contestado a la queja que se escapaba de mi
corazón como una paloma herida?
BOANERGES.- No lo sé señora, pero una voz sin ruido parecía decirme que vuestro corazón
se quejaba y el corazón mío ha respondido a esa queja.
MARÍA.- ¿Eres brujo entonces? (El pastor sonríe y contesta negativamente) ¿Conoces la
Cábala acaso? (Otra negativa silenciosa) A ver…… dile a esa voz sin ruido que te contó de
mi queja, que te diga lo que hallaré en mi camino mañana y cómo he de hacer para que
esta vida mía merezca ser vivida. (El pastorcito se queda pensativo. Las jóvenes lo miran
con gran atención. De pronto y con sus ojos grandes y negros, llenos de una extraña luz,
fijos en un muro de la habitación, ve como una visión brumosa al Profeta de Nazareth que
en una barca surca tranquilo las aguas del Mar de Galilea y que la barca atraía a la orilla
junto al Castillo de Mágdalo, donde baja acompañado de varios hombres humildes del
pueblo. Esta visión dura solo unos segundos).
BOANERGES.-  ¡Un hombre hermoso como el Sol, y como el sol benéfico, que baja de una
barca seguido de otros hombres, pasará al pie de vuestros muros mañana, y vos le
amaréis tanto señora, que entonces sentiréis que vuestra vida merece ser vivida!
RAQUEL.- (Gozosa) ¡Es Othoniel!......... El hombre hermoso como el sol!.........
MARÍA.- No me parece. Yo no le amo.
RAQUEL.- Entonces Sanghar, el príncipe sirio.
MARÍA.- Calla mujer……. ¿No ves que le despedí y no quiero verle jamás?
RAQUEL.- ¡Ahora acerté!........ El Rey Antipas.
MARÍA  ¡Tu vas cada vez más lejos!........ Si la reina Berenice te oyera ya podías despedirte
hasta de tu cabeza. (Ambas ríen recordando la escena del palacio del rey. María se tiende
en su enorme diván como extenuada de cansancio más moral que físico. Raquel se sienta
en su borde hacia los pies. Boanerges se acerca también y cruzando sus piernas a la
oriental se sienta sobre el tapiz que cubre el piso. Pulsa de nuevo su lira y canta otra vez
mientras María y Raquel se adormecen).

¡Esta vida no es la vida


Si un grande amor no la alumbra,
Sol que hace brotar las flores
Hasta el borde de las tumbas!
¡Se agosta el alma que no ama
Como árbol que pierde vida
Y son tan negras que sus penas
Cual muchas muertes unidas!
……………………

(El sueño fue también cerrando los párpados del pastor y recostó su frente sobre la mano
de María que caía lánguida del borde del diván. El sueño del pastorcillo aparece en la
pantalla; se ve el mismo vestido con la indumentaria con que se nos presenta al Dante, a la
entrada de una selva oscura; un momento después aparece como una blanca visión María
vestida como Beatriz y ambos continúan ascendiendo por un campo de flores donde todo
es luz y resplandor.
Beatriz dice al Dante para aclararle el enigma de lo que ve: En la eterna peregrinación de
las almas, los pequeños de hoy son los grandes de mañana.
Se esfuma el sueño y vuelven a verse los tres jóvenes que duermen en la misma posición
en que antes estaban.
 
CUADRO QUINTO
 
(Una tarde hallábase María con sus doncellas en su enorme sala guardarropas,
examinando encajes y gasas y sedas y joyas con que debían engalanarse en el festín
próximo con motivo del matrimonio de dos de sus compañeras: Juana de Sidona y María
de Cleofás. Les acompaña en su tarea también Elhida la nodriza).
 
ESCENA I
 
MARÍA.- Debemos apresurarnos, sobre todo Juana y Cleofás, pues vuestros tocados,
gentiles novias, deben estar listos para el sábado.
RAQUEL.- Nuestro proveedor Tomás debe llegar de aquí a un momento y habrá que saber
lo que se ha elegido y lo que se ha de devolver. (Y empezaron la animada y agradable tarea
de probarse trajes y velos y mantos y tocados de tal gusto y riqueza, que aquello era una
verdadera exhibición de artísticas preciosidades. En esto estaban cuando una criada hizo
entrar a Tomás el mercader de Tolemaida).
 
ESCENA II
 
TOMÁS.- Perdonad señora mi tardanza: hace una hora que debía estar aquí, pero me he
detenido casi inconscientemente oyendo la palabra llena de unción y de sublimidad de un
nuevo Profeta que recorre Galilea y al cual llaman el Nazareno.
MARÍA.- (Examinando con gran interés los trajes y adornos que la cautivan). ¿Y qué dice
de nuevo ese Profeta?
TOMÁS.- Pues dice que él viene a traer la luz al mundo y que aquel que le siga no andará
en tinieblas.
DONCELLA.- ¡Vaya una pretensión! Bastante hermosa es la luz de nuestro cielo galileo
para que necesitemos una nueva.
TOMÁS.- (Contrariado) No habéis entendido lo que significa la palabra del Profeta.
MARÍA.- No te enfades Tomás con estas mujercitas de pensamientos ligeros.
Cuéntame todo lo que dice ese gran Profeta que a mí me interesa y he de prestarte
atención.
TOMÁS.- Dice que él tiene un agua viva que apaga toda sed y que quien bebe de esa agua
nunca jamás morirá.
DONCELLA.- ¡Jehová bendito!........ Eso es ya otra cosa, miren que eso de morir mete un
miedo en el cuerpo que de ser verdad lo que anuncia ese profeta, yo me hago cofrade….
¡Oh….. sí!.....
OTRA.- ¡Y yo también!
TODAS.- ¡Y yo. Y yo. Y yo! (Risas y cuchicheos entre ellas. Se sienten gritos y voces hacia el
lado del mar sobre el cual hay un gran balcón. Todas escuchan).
MARÍA.- Gentes que llegan por el mar. (Sin dejar unos collares y ajorcas preciosas que
examina se acerca al balcón. Todas la imitan. Tomás más alto que ellas, domina el grupo
femenino mirando también)
TOMÁS.- Pues ahí tenéis al Profeta que baja de una barca con sus discípulos.
MARÍA.- (Impresionada). ¡Y viene hacia aquí!
TOMÁS.- No viene aquí. Va a tomar el camino de Caná donde debe asistir a unas bodas
que se celebran entre parientes suyos.
MARÍA.- (Con gran interés se abre paso entre las doncellas para asomarse al ventanal).
¡Dejadme que le vea!
(Se ve al Profeta que seguido de seis o siete hombres del pueblo va subiendo la escalinata
de piedra para tomar el camino que corre entre el lago y los muros del Castillo. María
parece devorarle con los ojos y todo su semblante demuestra una gran ansiedad. El
Profeta la mira sin detenerse mientras se le oye decir: “Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de justicia porque ellos serán hartos.” María le sigue con la mirada hasta que
se pierde de vista, y cuando ya no le ve, cae desplomada sobre un diván que está cercano,
como presa de una profunda emoción. En ese preciso momento se siente la voz
melodiosa y triste de Boanerges el pastor que sentado en un banco del jardín inmediato a
la puerta de la sala, canta al son de su lira:
 
Yo siento cantar la alondra
Cuando va saliendo el sol
Y siento vibrar las almas
Cuando las llama el amor.
Doliente dentro del pecho
Se estremece el corazón,
Cuando cruza por su lado
Como un astro la ilusión.
¡Alma ya estás prisionera
En redes de oro y ofir!.......
¡Alma canta…… alma llora
Que amor es dicha y sufrir!......
    
MARÍA.- (Como si un dardo le hubiera atravesado el corazón): ¡Que calle Boanerges, por
piedad, que calle!......
RAQUEL.- ¿Qué os pasa María?
ELHIDA.- Debéis tener fiebre mi niña. (Le toma amorosamente las manos).
TOMÁS.- (Sentencioso): ¿No os decía yo que ese hombre es un gran Profeta?
DONCELLA.- Y ese qué tiene que ver con la indisposición de María.
MARÍA.- (Con una profunda laxitud). ¡Tiene que ver y mucho!..........
¿No recordáis Raquel, que anoche me dijo Boanerges que hoy bajaría un hombre de una
barca, y pasaría junto a los muros del Castillo y yo le amaría, y él cambiaría el rumbo de mi
vida?.......
RAQUEL.- Sí lo recuerdo y.………. ¿qué?
MARÍA.- (Que continúa como paralizada): Siento que ese hombre ha pasado y que yo no
tendré más sosiego hasta que haya acercado mi corazón a su corazón.
DONCELLA.- ¡Jehová bendito!........... ¡Se ha enamorado del Profeta!........
TOMÁS.- ¡Ya lo sabía yo!....... porque el alma del Profeta gorjea como el ruiseñor. (Empieza
a desenrollar un pergamino encontrado al acaso).
DONCELLA.- ¡Pero hijita………… arreglada estás!...... dicen que los Profetas ni comen ni
beben y tienen el corazón más seco que una raíz.
MARÍA.- (Como si no oyera ya nada de lo que vive y palpita a su alrededor, deja caer al
suelo todas cuantas preciosidades tenía examinando y parece contestar a su propio
pensamiento):
¡De nada me sirve ya todo esto porque es otro mi camino! Seguid vosotras el vuestro que
yo seguiré el mío. (Gran asombro de todas).
DONCELLA.- ¿Nos despedís de vuestra compañía?
MARÍA.- ¡Oh no, por cierto amigas mías! Os quiero más cerca de mí ahora que nunca, pero
como no mando en vuestros corazones, no os puedo pedir que dejéis el camino sembrado
de rosas para tomar otro tapizado de guijarros y de espinas.
TODAS.- ¡Estamos contigo siempre……… siempre donde quiera que vayas!
MARÍA.- Gracias por vuestra adhesión. (Elhida solloza detrás de María. Todas están
conmovidas.)
Tomás.- (Leyendo en alta voz un pasaje del “Cantar de los Cantares): Levántate, oh amada
mía y  ven porque ha pasado el invierno y la nieve ya se fue. El tiempo de la canción ha
llegado y ha sonado en nuestros campos el arrullo de la tórtola..
MARÍA.- (Como respondiendo a las anteriores palabras y cual si hablase con aquel en
quien está fijo su pensamiento. Animada y casi ardiente pronuncia otras palabras del
mismo sublime poema de Salomón: ¡Oh sí, llévame a tus lares y que vean mis ojos el lugar
de tu reposo!.......
……………………………………………………………………………………………..
 
ESCENA III
 
OTHONIEL.- (Entra guiado por Azan que le deja y se va. Ha escuchado al llegar las últimas
palabras y contesta a ellas entrando y después de haber hecho una profunda inclinación
como saludo): ¡Feliz aquel a quien vuestra alma dirige esas hermosas palabras!
(Complacencia en todas al verle entrar).
MARÍA.- ¿Vos aquí Othoniel?
OTHONIEL.- ¡Sí señora!........ ¿Por qué os causa extrañeza que la mariposilla de mi espíritu
revuele en torno de la luz que le da vida y calor?
MARÍA.- (Con tristeza): Ha dejado de ser luz amigo para convertirme en un girón de
sombras que buscan la luz!.......
Ya sabéis que tengo aquí novias que celebran bodas el sábado y tienen que arreglar con
Tomás la compra de sus tocados. Vamos nosotros a contarle nuestras penas a los
jardines en flor. (Ambos salen paseando por una avenida, van a sentarse en una plazoleta
donde se ve al centro una fuente estilo árabe en la cual se mecen como góndolas
diminutas, algunos blancos cisnes).
 
ESCENA IV
OTHONIEL.- Observo que toda vuestra alegría ha huido en poco tiempo.
¿Qué os pasa María que así estáis demudada?
MARÍA.- ¿Qué os pasa a vos cuando un amor grande, avasallador y único se apodera de
vuestro corazón?
OTHONIEL.- ¡Que siento como una inundación de felicidad infinita!.........
¡Nada de tristeza!
MARÍA.- Y si ese amor estuviera rodeado de circunstancias tales que fuera para vos como
una esplendorosa visión a la que jamás pudiérais alcanzar?.......
OTHONIEL.- (Algo sobresaltado) ……….. Oh………. Entonces………..
¡No lo sé María……… no lo sé!....... pero pienso que sería un tormento tan hondo,
avasallador y único como el amor mismo!.......
MARÍA.- (Asintiendo): ¡Comprended entonces amigo mío por qué mis días se han vuelto
grises y una nube de tristeza velará mis ojos para siempre.
OTHONIEL.- (Nervioso le toma las manos). ¿Luego estáis enamorada de alguien al cual no
podéis llegar? (María hace con la cabeza señal afirmativa). ¿Quién es?........ quién es María
el que encerrará mi corazón en una tumba para todos los días de mi vida?
MARÍA.- ¡Calmáos amigo mío!........ que mi amor es tal que no puede inspirar celos a
nadie!......
OTHONIEL.- ¿Cómo?......... ¡No os comprendo!.........
MARÍA.- Figuráos que estoy enamorada de un rayo de luna que besa mi frente filtrándose
por las ramas de estos terebintos en flor. Figuráos que estoy enamorada del éter azul
donde encuentran resonancia todas las armonías de la Tierra!........ Figuráos que estoy
enamorada del canto de las olas y del rumor de los vientos!........ ¿Tendríais celos acaso
del rayo de luna, de las armonías del éter, de la música de las olas y del rumor del viento en
la arboleda?...........
OTHONIEL.- ¡Hermosas figuras hacéis cruzar por mi fantasía, pero cada vez os comprendo
menos! ¡María!......... ¡vos no me decís la verdad desnuda por no lastimarme!......... ¡Vos
amáis a alguien!
MARÍA.- ¡Es verdad, amo a alguien que jamás será para mí otra cosa que una idea, un
símbolo, un ideal! Si hablase en lenguaje de la mitología griega podría deciros: Estoy
enamorada de Apolo. En lenguaje común os digo: ¡estoy enamorada de un Mesías venido
de los cielos infinitos para traer luz y amor a la humanidad!
OTHONIEL.- (Preocupadísimo)¿Será acaso el Nazareno que arrastra las multitudes tras de
sí?
MARÍA.- ¡Habéis acertado!
OTHONIEL.- ¡Me habéis quitado un enorme peso de encima del corazón!
¡Verdaderamente María, es el rayo de luna filtrándose por los terebintos en flor! ¡Es el éter
azul del infinito!........... ¡Es el canto de las olas y de los vientos!........ También a mí me ha
sugestionado su palabra.
MARÍA.- (Asombrada) Luego ¿le conocéis?
OTHONIEL.- Estando él en la sinagoga un día me acerqué mientras hablaba y cuando
terminó le dije: “Maestro bueno”…………. Y él me interrumpió para decirme: “Sólo Dios es
bueno”……..
Yo insistí y le pregunté: ¿Qué debo hacer para poseer ese Reino eterno que anunciáis? Y él
viendo mi traje y mis joyas, me contestó: “Anda vende todo cuanto tienes y dalo a los
pobres; después ven y sígueme.”
Yo bajé la cabeza y no contesté. Entonces añadió: “En verdad os digo que ninguno que
tenga el corazón puesto en los tesoros de la tierra verá mi Reino.” En ese momento pasó
vuestra imagen por mi mente María y me alejé del Profeta cuya doctrina de
renunciamiento parecía apartarme de vos.
MARÍA.- Y yo desde que oí al Mesías, no tengo dentro del pecho un corazón para darte
Othoniel, porque mi corazón se esfumó en pos de él como una llama, y aquí en el pecho
siento un vacío tan inmenso que solo él puede llenar…….. ¡Él, que es para mí como la fresca
sombra de una palmera en el desierto!......... ¡como caricia de alas blancas en mi
frente!........ ¡como beso del sol en un amanecer de primavera!........
OTHONIEL.- (Arrodillándose entristecido y sollozando a los pies de María y cubriendo de
besos sus manos). ¡María!.......... ¡María te he perdido para siempre!.......
MARÍA.- El amor de hermanos es tan dulce como el amor de esposos……… ¡Seamos
hermanos Othoniel! (Se inclina hacia él y con inmensa ternura deposita un beso en su
frente. El joven deja caer su cabeza sobre el pecho de María, la cual como hacen las
madres con sus pequeñitos cuando lloran, empezó a pasar suavemente sus manos sobre
aquella cabeza dolorida.)
OTHONIEL.- (Ya más sereno) Os he comprendido María y sé que no debo interponerme en
vuestro camino. También yo abrazaré la doctrina del Mesías para encontrarme contigo en
ese Reino eterno prometido por él, pero hoy mismo parto a mi lejana Persia porque me
falta valor para seguirte viendo, ya sin esperanza………. ¡María!........ ningún amor de la tierra
borrará de mi alma tu recuerdo!........¡Adiós!........ (Othoniel besa a María en la frente).
MARÍA.- ¡Que Dios sea contigo Othoniel hermano mío!........ Adiós.
(El joven huye por entre los jardines como temiendo que le falte el valor, y no aparece más
en escena.
---------------------------------------
 
CUADRO SEXTO
 
El viejo maestro Jhepone sentado en su pupitre da lección a María y sus compañeras en
su sala de lectura.
 
ESCENA I
 
MARÍA.- (Se levanta de pronto y tirando a un lado los rollos de papiro que la rodean, se
encara a su viejo profesor.)
¡Jhepone, Jhepone!........ ¡De muchas fuentes me habéis hecho beber; harta estoy de agua
pero tengo sed!.........
JHEPONE.- ¡Hija mía!........ Hice cuanto pude y cuanto mi modesto saber me ha permitido.
Esquilo y Eurípides te han contado las tragedias de los hombres y de los Dioses; Herodoto
y Jenofonte te han hecho historia de los acontecimientos del mundo. Horacio y Virgilio te
han brindado poemas, con rumor de las praderas florecidas y canciones de las aguas y los
campos………… y tú……….. ¿qué quieres más hija mía?
MARÍA.- (Moviendo tristemente la cabeza). Todo eso es mucho y no es nada…….. ¿No veis
Jhepone que mi alma tiene hambre y sed de algo que no he conocido nunca pero que lo
siento llegar y parece que me llama?........
 
ESCENA II
 
BOANERGES.- (Apareciendo en la puerta.) Quien llega soy yo señora y os traigo todas la
noticias que deseabais. ¿Queréis escucharme?
MARÍA.- Ven acá y cuéntame lo que hayas visto y oído.
BOANERGES.- (Se sienta en el suelo junto a María). He visto al Profeta de los ojos garzos
llenos de una luz temblorosa como esas estrellas lejanas que irradian en la oscuridad de la
noche.
MARÍA.- ¿Dónde…………. dónde le viste?
BOANERGES.- Entraba a lo de Simón el fariseo y oí decir que estaba invitado a comer a su
mesa.
JHEPONE.- ¿Y qué traerá ese hombre a la tierra que no le hayan traído antes todos estos
profetas míos? (Acaricia sus viejos pergaminos).
MARÍA.- ¡Todos esos profetas tuyos Jhepone me han hartado de agua, pero yo tengo
sed!........
BOANERGES.- ¡Y el profeta de los ojos garzos llenos de luz dice que él trae una agua viva
que apaga para siempre la sed!
MARÍA.- (Poniendo tiernamente su mano sobre la cabeza del pastor) ¡Boanerges!.......... Tú
adivinas lo que pasa en el fondo de mi corazón.
BOANERGES.- Sí señora, y vuestro corazón quiere acercarse al corazón del Profeta y se
detiene temeroso de ser rechazado por él.
MARÍA.- ¡Es verdad!........ Mi vida tan reñida con las leyes y costumbres hebreas, abre un
abismo entre el austero Nazareno y la castellana de Magdalo.
JHEPONE.- El hombre justo, hija mía, mide con justicia la vida de sus semejantes. Para
Sócrates ningún hombre era malo.
BOANERGES.- Y el Profeta Nazareno dice a las multitudes: “Venid a mí los que tenéis el
corazón harto de penas y os sentís agobiados y cansados que yo os daré alivio y
consuelo”.
Y las muchedumbres le siguen.
MARÍA.- Yo también estoy cansada y quiero apagar mi sed. Susana, tráeme mi tocado y
manto de luto que voy a salir.
SUSANA.- ¿Pido vuestra litera?
MARÍA.- No, iré caminando por la tierra como camina el Profeta. Tú me guiarás,
Boanerges. (Todas se miran con asombro).
JHEPONE.- (Saliendo al mismo tiempo que Susana) ¡Mariposa, mariposa que divagas por
los prados, tan pronto buscas las rosas como la flor del granado!............
 
ESCENA III
 
(La doncella vuelve trayendo un amplio manto de seda color violeta que se sujeta a la
cabeza por una especie de toca o gorro de forma cilíndrica, más bajo atrás que adelante.
María se quita algunas joyas que tiene y las entrega a Raquel. (Entra Elhida junto con la
doncella.)
ELHIDA.- (Toda azorada) Niña mía ¿a dónde vais?
MARÍA.- (Colocándose la toca y el manto que le cae en larga cola). ¡Tengo sed y voy a
beber!
ELHIDA.- (Llorando) Jehová tenga piedad de esta casa porque mi señora ha perdido la
razón.
MARÍA.- Dadme un vaso de esencia de nardos y quedaos tranquilas que no voy a la
muerte, voy a la vida. Guíame Boanerges. (Saliendo seguida hasta la puerta por todas las
compañeras que se quedan apesadumbradas y algo inquietas. El pastorcillo silencioso
sale primero).
 
ESCENA IV
 
Semi envuelta en su manto, que deja ver en parte la blanca túnica, sale María de su
Castillo siguiendo al pastor; y por un camino tortuoso entre árboles gigantescos y grandes
piedras recorre la distancia que hay hasta una aldea inmediata donde se encuentra el
Profeta Nazareno sentado a la mesa en casa de uno de los hombres más acaudalados del
pueblo. La conmoción de la joven va aumentando a medida que se acercan.)
MARÍA.- ¡Boanerges!.......... ¡me falta valor!....... (Detiene el paso).
BOANERGES.- ¡Señora! ¡Los ojos del Profeta miran como las gacelas de vuestros bosques
de olivos!............ (Continúan la marcha silenciosa.)
MARÍA.- ¡Boanerges………. Tengo miedo!..........
(Se detiene nuevamente la joven Magdalena que parece haber perdido su serenidad y
dominio habituales.)
BOANERGES.- ¡Señora!......... ¡La voz del Profeta canta como la alondra de vuestros
jardines al amanecer! (Siguen andando en silencio, pero un silencio que tiene resonancia
de sollozos, de gemidos, de ruido de lágrimas cayendo sobre una losa de mármol.)
MARÍA.- (Apoyándose en el hombro del pastor como si fuera a caer) ¡Boanerges!.........
¡Boanerges!........... ¡creo que voy a morirme!
BOANERGES.- (Animándola) ¡Señora………. señora mía, el corazón del Profeta asoma a flor
de labio y son sus palabras como besos de madre!
(Cuando ya están casi al dintel de la puerta María se queda inmóvil como una estatua,
cierra los ojos para encerrar dentro de sí la suprema angustia que le domina y después de
un momento avanza resueltamente sin llamar y se encuentra en el umbral del gran
cenáculo donde alrededor de una mesa hay unos veinte comensales. Sus ojos buscan el
sitio de honor y se encuentra frente a frente del Profeta. La presencia de María despierta
gran estupefacción a todos y algo de indignación a Simón el fariseo tan puritano en sus
costumbres hebreas y se ven cambios de miradas y de palabras a media voz. Solo el
Profeta permanece sereno y sostiene por unos segundos la mirada de María; mirada
profunda llena de interrogantes la de ella; mirada profunda llena de respuestas la de él.
María y sin fuerzas para contener el torrente de su emoción, en cuatro pasos ligeros se
desliza como una sombra y cayendo de rodillas ante el diván en que está recostado el
Profeta extiende sus manos hacia él.)
 
ESCENA V
 
MARÍA.- ¡Señor, Señor!....... ¡tened piedad de mí!........ ¡Me dijeron que tenéis un agua viva
que apaga para siempre la sed!........... ¡y aquí estoy señor pidiendo que me deis de
beber!.......
JESÚS.- (Como una suave música lejana suena la voz del Profeta).
¡María……….. María!... yo te esperaba para que bebieras de la fuente inagotable de la verdad
y del amor.
(Los presentes se miran escandalizados porque no comprendiendo el sentido espiritual de
esas palabras de Jesús, le dan otro significado. María sin ver nada, ni pensar en nada de
cuanto la rodea, se entrega por completo al éxtasis de su alma, y mientras habla el Profeta
con los que juzgan mal de lo que no comprenden, ella derrama su frasco de esencia de
nardos sobre sus pies y los seca con sus cabellos que parecen una inmensa madeja de
hebras de oro. El Nazareno la deja hacer todo cuanto a ella le sugiere su explosión de
ternura casi infantil, que la hace desbordar en lágrimas y besos sobre la mano del Profeta
que con piadosa bondad la mira como lo haría un padre con una hija que había perdido y
ha vuelto a hallar. Y como si ninguna extrañeza le causaran las demostraciones de amor
de aquella mujer, se dirige al dueño de casa para contestar a los pensamientos aviesos
que adivina en él.)
JESÚS.- Simón, un hombre tenía dos deudores; el uno le debía quinientos denarios y el otro
cincuenta y a ambos les perdonó la deuda. ¿Cuál de los dos te parece que le amará más?
SIMÓN.- Pienso señor que aquel a quien perdonó mayor cantidad.
JESÚS.- Bien has pensado. ¿Ves esta mujer? Yo entré en tu casa y tu no hiciste conmigo
demostración ninguna de afecto porque solo buscabas satisfacer tu vanidad diciendo: “El
Profeta que arrastra las multitudes está a la mesa conmigo”. En cambio ella ha sacrificado
mucho más para venir a mí y ha vaciado a mis pies su corazón juntamente con sus
perfumes, y todo eso, en presencia vuestra que os creéis virtuosos y la juzgáis pecadora. Y
por eso te digo que sus pecados han sido borrados porque ha amado mucho y el amor es
como el agua del Jordán que purifica y que limpia; es como el fuego aquel con que fueron
purificados los labios de Isaías para que contara las glorias y grandezas de Jehová!
¡Mujer!.......... (Le habla a María): ¡Ya has encontrado el camino, la verdad y la vida! ¡La
fuente de las aguas vivas manarán sin cesar para ti! ¡La alondra del amor eterno cantará
dentro de ti para siempre!.......... ¡Vete en paz!.......
(La joven se levanta lentamente, y lentamente se aleja seguida del silencioso pastorcillo.
La laxitud de su andar y su doliente mirada como perdida en ignoradas lejanías deja
entrever claramente el momento psicológico porque atraviesa, ha comprendido que debe
quemar en el altar del sacrificio absoluto, hasta el más ligero pensamiento de un amor
terrenal para elevarse hacia la altura de aquel Profeta que estaba en la tierra como
símbolo de un ideal redentor para la humanidad. Y se siente morir ante la visión de su
tortura moral.
Cuando ella llega ya a la puerta seguida de las miradas asombradas de todos, el Profeta
habla a los presentes: “¡En verdad os digo, que de lo hecho por esta mujer se tendrá
memoria mientras la tierra exista!”
 
CUADRO SÉPTIMO
 
Todo es paz y quietud en el viejo Castillo de Magdalo que aparece entregado a un
descanso plácido y sereno.
María tendida en un diván bajo uno de los pórticos del Castillo con vistas al jardín, parece
estar medio adormecida por la suave melodía de la lira de Boanerges acompañado por las
doncellas que tocan la cítara y la guzla. Dos criadas con enormes abanicos de plumas de
largos mangos hacen aire y espantan los insectos. Terminada la música, comienza la
conversación.
 
ESCENA I
 
RAQUEL.- ¿Sabes María que todas nos estamos contagiando de tu dulce tristeza
silenciosa?
MARÍA.- ¿Y quién os ha dicho que esté poseída de tristeza?..........
¿No habéis sentido a veces que el corazón parece cantar dentro del pecho un salmo idílico
que no se traduce en palabras? Mi corazón ha empezado a cantar ahora y es por eso que
callo, pienso y escucho……………
RAQUEL.- Yo sé que pensáis en el Profeta Nazareno cuyos ojos de mago os atraen con
atracción de abismo.
SUSANA.- ¿Qué tendrá ese hombre en su mirar y en su palabra que así se adueña de
nuestra alegría María?
MARÍA.- ¡Si es verdad que detrás del éter azul que nos envuelve está la grandeza eterna del
Dios único de los hebreos, o de los múltiples Dioses de la Mitología griega, en los ojos y en
la palabra del Profeta Nazareno palpita la eternidad de ese Dios Único y el ensueño
esplendoroso de todos los Dioses del Olimpo!.....
(La entrada de Azan interrumpe este diálogo).
 
ESCENA II
 
AZAN.- Señora vuestro invitado, el Profeta de Nazaret ha enviado un mensajero, con el que
anuncia que estará en esta casa a la hora nona (Las tres de la tarde).
(La joven se incorpora llamando a las compañeras con alegres voces.)
MARÍA.- ¡Venid!......... venid todas a vestir las largas túnicas y los amplios mantos de
penitencia porque se acerca el Justo a nuestra morada y es necesario que nada vea en ella
que choque a su santidad.
Todas corren hacia el interior del Castillo. Mientras tanto, puede verse la barca de Pedro el
pescador que va rompiendo lentamente las olas del Mar de Galilea quieto y tranquilo en
cuya superficie se reflejan los últimos resplandores del sol poniente. Le acompañan al
Profeta sus discípulos más íntimos: Pedro el anciano de las barbas y cabellera blanca,
Juan el imberbe de los rubios cabellos y ojos azules. Tomás a quien ya conocemos y otros
más. Cuando la barca se amarra a la orilla, la Castellana de Magdalo acompañada de todo
su personal sale a recibirlo en la escalinata de piedra que da acceso al Castillo.
Las doncellas visten todas las largas túnicas oscuras, con amplias mangas en forma de
campana y grandes mantos claros les cubren la cabeza en forma de tocado egipcio y les
caen sueltos hacia atrás. Las doncellas se abren en dos filas a los lados y de sus
canastillas de flores van sembrando silenciosas el camino que ha de recorrer el Profeta.
María sola desciende la escalinata. En su fisonomía se refleja la adoración, el dolor
silencioso, el  sacrificio aceptado, todo lo cual le da una belleza desconocida hasta
entonces en ella, una especie de belleza ideal y trasparente que envuelve su figura como
en un nimbo de sublime grandeza.
 
ESCENA III
 
MARÍA.- (Inclinándose) ¡Seáis bienvenido a esta casa señor, que se llenará de luz con
vuestra presencia! (Se inclina y besa su mano).
JESÚS.- ¡Bienaventurada tú que has abierto tu alma a la palabra de verdad que vine a traer
a la tierra!
(Precedidos de las doncellas que van sembrando de flores el camino hasta el Castillo y
seguidos de los discípulos atendidos por Jhepone, Azan, Boanerges, el Profeta Nazareno y
María, figuras centrales y descollantes del grupo, continúan lentamente la marcha. Cuando
ya están ante la puerta que da acceso a los grandes jardines María se detiene como
sobrecogida de un extraño temor. Su voz se hace temblorosa y sus ojos se inundan de
dolor).
MARÍA.- ¡Señor!.......... Mi morada no es digna de recibiros pero ¿qué haría yo sin vos?
JESÚS.- ¡María……… María!........ ¡Tú no sabes lo que dices!........
Yo soy el buen pastor que deja en el redil noventa y nueve ovejas fieles y atraviesa zarzales
y montañas para buscar una sola que se le había perdido!........
(Continúan avanzando por entre los jardines deliciosos y florecidos donde alguien suelta a
volar una inmensa bandada de palomas blancas que revolotean por encima del grupo
silencioso y conmovido).
MARÍA.- (Dulce y temerosa a la vez) ¡Señor!........ ¡Señor!........ mis jardines como mi alma
os parecerán llenos de flores de vanidad y perfumes de pecado.
JESÚS.- ¡Mujer!........ Yo soy como un jardinero y siembro la buena semilla que luego
nacerá y crecerá y dará flores y frutos que sacien tu hambre y su sed.
(Atraviesa por fin la gran puerta del salón principal y María indica al Profeta un inmenso
sillón colocado sobre una tarima tapizada de alfombras de Persia.
Con naturalidad sencilla y complaciente Jesús acepta aquel honor lo mismo que aceptaría
sentarse en una piedra en un camino desierto; y ella coloca un almohadón sobre la tarima
y se sienta a sus pies en una actitud de contemplación silenciosa.
Todos los demás se distribuyen en los divanes que hay esparcidos por el inmenso salón).
MARÍA.- Hablad señor, que tengo hermosas referencias de vuestra palabra llena de
sabiduría.
(Y el Profeta empieza a contar la parábola llamada del Hijo Pródigo, haciendo la historia de
cada alma en su carrera eterna a través del infinito, y también la historia de la humanidad a
la cual venía a levantar mediante la fraternidad y el amor.)
JESÚS.- Un rey tenía dos hijos y el menor de ellos dijo a su padre: Dadme la parte de
vuestras riquezas que me pertenecen porque quiero gozar de mi juventud con mis amigos.
Y su padre hizo como su hijo quería, y él partió a tierras lejanas donde en las grandes
ciudades disipó sus bienes en festines y orgías con hombres y mujeres de mal vivir. (En la
pantalla se irá reflejando toda esta parábola a medida que el Profeta hace la narración).
Pero todos sus amigos le abandonaron cuando le habían ayudado a disipar el último
maravedí.
Sentado él en soledad y tristeza a la orilla de unos cercados y viendo ya sus vestidos rotos
y que el hambre lo acechaba, sintió pena de ver que un rebaño de cerdos se regalaba
glotonamente con bellotas de encina que había en el suelo a montones. Entonces fue a la
casa y buscó al amor de la heredad, dueño de los cerdos y le dijo: Dejadme comer de las
bellotas que alimentan vuestro ganado y yo cuidaré de él. Y andaba escuálido y medio
desnudo entre harapos sin más alimento que las bellotas de encina que sobraban a las
bestias.
Y decía para sí mismo: “¡Si yo tuviera para alimentarme lo que en casa de mi padre les
sobra a los criados”!.......... Y lloraba en la soledad de sus largas noches sin pan y sin
lumbre, sintiendo su orfandad y la miseria que le corroía las entrañas. ¡Oh! ¡Yo iré –dijo- iré
a mi padre y postrándome a sus pies le diré: ¡Padre mío, yo he pecado contra el cielo y
contra ti; no merezco llamarme hijo tuyo, pero déjame ocupar bajo tu techo un lugar entre
tus criados!.
Y así lo hizo. Y el anciano padre que pasaba los días y las noches esperando con amargura
y lágrimas el regreso de su hijo, subía todas las mañanas a una torre de su castillo para
mirar por el camino a lo lejos creyendo cada día ver aparecer al que su corazón deseaba.
Hasta que una tarde vio en el horizonte lejano, bajando de una colina, un hombre
encorvado y harapiento, de cabellos enmarañados y escuálido rostro que caminaba
penosamente apoyado en un báculo. La voz secreta de su corazón paternal le anunció que
era su hijo y lleno de aflicción y de amor salió a su encuentro con todos sus criados
llevando los mejores vestidos para engalanarle. Y cuando lo tuvo cerca de sí, abrió sus
brazos con infinita ternura, y estrechándole fuertemente a su pecho les decía a todos:
“Regocijaos conmigo porque este hijo que había perdido le tengo ya aquí muy junto a mi
corazón.”
MARÍA.- (Conmovida hasta las lágrimas): ¡Rabí!...... ¡Rabí!....... ¡Siento que soy yo el hijo
pródigo de tu parábola sublime!.........
JESÚS.- ¡Bien has hablado mujer!..........
(El Profeta pone con paternal afecto su mano sobre la cabeza de María que ha inclinado
su frente hasta rozar con ella las rodillas del Maestro.
En ese preciso momento se sienten las dulces melodías de la lira de Boanerges que
estaba sentado sobre el tapiz del piso hacia un lado del gran salón. El pastorcillo canta):
 
Ya vuelan las mariposas
Porque florece el rosal
Y en el bosque las alondras
Han comenzado a cantar.
¡Descansa, oh alma descansa
Que tantos siglos de afán
Sin encontrar el camino
Que lleva a la claridad!
¡Deja vagar tu barquilla
Por la azul inmensidad
Que va al timón un piloto
Que no te hará naufragar!
………………………
 
CUADRO OCTAVO
 
La apacible y silenciosa Betania pastoril y somnolienta, tendida como una gacela al sol, en
el centro de la campiña ondulante que circunda a la vetusta Jerusalén. Y en esa aldea una
casa señorial que domina las otras y cuya enmohecida techumbre recibe la sombra de
encinas corpulentas y de olivares interminables. El Profeta Nazareno descansa en el patio
tendido en un banco de piedra a la sombra de un frondoso olivar. A sus pies sentada en un
banquito pequeño, una niña de doce años hermana de Lázaro el dueño de la casa está
entregada con toda la ternura de su alma a la suave ocupación de hacer aire con un
inmenso abanico de plumas al profeta que duerme mientras Boanerges el pastor, sentado
en el césped toca suavemente la lira para arrullar el sueño del Justo, poblado sin duda de
visiones de la eternidad. Y diseminados por el bosque de encinas y de olivos puede verse a
Lázaro el dueño de la magnífica granja dando órdenes a sus jornaleros, que cortan ramas
de árboles para preparar la entrada triunfal del Mesías en Jerusalén. Los demás discípulos
le secundan en la tarea. Martha esposa de Lázaro, María de Magdalo con sus doncellas,
María de Nazaret madre del Profeta, Salomé ya entrada en años, madre de Juan y
Santiago, disponen palmas y ramos de flores y ricos tapices para cubrir el camino que ha
de recorrer el Profeta en su entrada a la ciudad en que iba a morir. El Mesías al cual no le
halaga el lujo ni las grandezas de la tierra, había pedido por encontrarse extenuado que se
le buscase una borriquita para hacer el viaje;  pero aquellos que tanto le amaban y para
quienes la grandeza ultra terrena de aquel hombre debía rodearse también de grandeza
material, le dispusieron un cortejo muy diferente de lo que él se había figurado. Un
hermoso caballo blanco ricamente enjaezado al estilo persa con un amplio mandil de
púrpura como se acostumbraba para los reyes, fue traído por Tomás y atado al grueso
tronco de uno de los árboles a cuya sombra dormía el Maestro. Había sido adquirido en
las caballerizas del Rey de Tiro y era un ejemplar árabe de los más hermosos y gallardos.
Una multitud de músicos que tocan diversos instrumentos y visten el traje corto y vistoso
usado por los romanos y los griegos. Las doncellas aparecen vestidas de largas túnicas
blancas, veladas desde la cabeza a los pies con una gasa blanca que no les deja ver con
claridad el rostro y coronadas de rosas a la usanza de las Vírgenes de Sión cuando
desempeñaban los oficios religiosos en el templo de Jerusalén. Las unas con lámparas
encendidas al igual que las “Vírgenes prudentes” de la parábola que en una suave tarde,
tarde otoñal les explicara el Profeta. Las otras con canastillas de flores para arrojar al paso
del Enviado por las calles tortuosas y sombrías de la ciudad asesina de profetas. Y
haciendo escolta de honor al Maestro sus discípulos y amigos con grandes palmas en
forma de abanicos inmensos para resguardarle de los rayos del sol. Tal fue el cortejo que
saliendo de Betania entró por una de las puertas de Jerusalén y recorrió sus calles al son
de instrumentos musicales interrumpidos a intervalos por una entusiasta aclamación:
“¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito sea el que viene en nombre de Jehová! De nada había
servido la extrañeza del humilde Profeta Nazareno al despertar de su sueño en el banco de
piedra de la casa de Lázaro, cuando se le acercaron sus discípulos a hacerle montar el
hermoso caballo blanco que le esperaba.
“¿Y por qué hacéis esto? ¿No os he dicho que mi reino no es de este mundo? ¿No sabéis
que el que se ensalza será humillado y que el Reino de los cielos es para los humildes de
corazón?”
Un profundo estudio psicológico de Jesús de Nazaret ha permitido corroborar que una de
las virtudes más excelsas que adornaron su espíritu superior fue la complacencia y la
tolerancia en todo lo que no significara defraudar las bases fundamentales de su doctrina
sublime: el amor y la fraternidad. Y así se le vio asistir con igual naturalidad y afable
dulzura a los festines más suntuosos en los palacios de los magnates como comer
sentado sobre la hierba de los campos o en la pobre barca de Pedro el pescador. Atento
solamente a la visión eterna del amor que venía a traer a la tierra como manantial
inagotable de paz y de consuelo, el oropel de las grandezas humanas le fue por completo
indiferente.
A todo este cortejo preparado en Betania se habían ido sumando grupos de labriegos y de
gentes del pueblo hierosolimitano hasta formar una inmensa muchedumbre por sobre la
cual se destaca la alta y perfecta silueta del Nazareno con su faz sonriente llena de infinita
dulzura y extendiendo de vez en cuando sus brazos por encima de la multitud conforme a
la costumbre de los oradores sagrados mientras decían: “Que la paz sea sobre vosotros.”
Dos discípulos le ayudaron a desmontar a la puerta del gran cenáculo donde se había
preparado la cena Pascual, conforme a la costumbre hebrea; última vez que el Maestro
estaría a la mesa con los que su corazón amaba, y teniendo por espectadoras a las
piadosas y buenas mujeres que le habían seguido. Las doncellas tocaban la cítara y
hablaban entre sí algunas y otras atendían con solicitud a los que estaban sentados a la
mesa. Las ancianas comían a la mesa del Profeta.
 
ESCENA I
 
JESÚS.- (Sentado al centro de la mesa) “Es la última vez que me siento a la mesa con
vosotros porque es llegada la hora en que debo volver a Aquel del cual vine.
Entonces me buscaréis y no me hallaréis; mas pensad en el Maestro y amadle y allí donde
estuviereis dos o tres reunidos en mi amor, allí estaré yo en medio de vosotros.”
(En ese momento salió de atrás de un cortinado la pequeña María hermanita de Lázaro y
poniendo su cabecita confiadamente sobre el hombro del Maestro le dijo así):
MARÍA DE BETANIA.- ¡Llévame contigo Rabí a donde quiera que vayas!
JESÚS.- (El dulce Nazareno besó la frente radiosa de inocencia y de pudor de aquella
hermosa niña cuya alma se había elevado hasta comprender al Profeta.) ”En verdad te
digo que antes que florezcan los almendros de tu huerto, estarás conmigo en las moradas
del Padre”.
MARÍA DE MAGDALO.- (Con su hermoso semblante inundado de dolor y echando atrás el
blanco velo que aún le cubría el rostro, se acercó pausadamente y poniéndose a la espalda
del Profeta derramó esencias aromáticas sobre su cabeza; y arrodillándose luego a sus
pies le decía, con intenso dolor): ¡Señor!.......¡Señor!........ ¿A dónde iré yo cuando vos hayáis
partido?
JESÚS.- ¡Mujer!.......... Me unges con perfumes porque estoy ya al borde de la sepultura. En
verdad te digo que me hallarás siempre dentro de ti misma cuando tu amor me llame.
(María de Magdalo fuertemente sacudida por los sollozos dejó caer su rubia cabeza sobre
los pies de Jesús que la envolvió en una larga mirada llena de piadosa ternura. Las
mujeres ancianas, o sea la madre del Profeta y Salomé, lloran silenciosamente, y se
advierte una gran consternación en todos los presentes. Entonces Raquel se acerca y
levanta a María para llevarla hacia donde está la madre del Maestro. La joven se arrodilla
ante ella y esconde su lloroso rostro en el regazo de la anciana).
MARÍA.- (Levantando su rostro inundado de llanto clama desde lo más hondo de su
corazón): ¡Arráncalo de la muerte, tú que eres su madre y le diste la vida!.......
LA MADRE.- ¡Hija mía………. Yo te lo pido a ti, arráncalo tú que tanto le amas!.......
MARÍA.- (Levantándose): ¡Unamos nuestros amores para formar una muralla de acero
entre la muerte y él!.........
(Y apoyadas la una en la otra, la joven y la anciana se acercan al Profeta para impedirle
morir. Él las ve venir y cerrando a medias los ojos,  estruja sus propias manos.
Su hermoso semblante contraído por la intensa lucha deja comprender que adivina lo que
aquellas dos mujeres van a decirle.
La madre colocándose a la espalda rodea con sus brazos el cuello de su hijo y une su
cabeza a aquella cabeza adorada, mientras María se arrodilla ante él en actitud
suplicante).
LA MADRE.- ¡Hijo mío……. Ten piedad de tu madre y apártate del camino de la afrenta y de
la muerte!....... ¡Hombre justo serás sin que tengas que inmolarte a la ira de los
sacerdotes!........
¡Jehová castigará sus maldades; no quieras corregirlos tú!......
(El Profeta acaricia las manos de su madre y su mirada honda y profunda se pierde a lo
lejos como si para él no existieran los muros de la habitación.
María arrodillada a sus pies con sus manos unidas como en una suprema oración le mira,
……..
Le mira con sus ojos de abismo, procurando adivinar un momento de debilidad en la
heroica resolución del Enviado…………  La espantosa lucha interior del Profeta dura solo
segundos.
Después se desprende suavemente de los brazos de su madre, y levanta del suelo a María.
Las mira a ambas con inmensa ternura y empuja la una hacia la otra).
JESÚS.- Probadme que me amáis no apartándome de mi camino. Amaos la una a la otra,
tanto como yo os amo y como os amaré hasta el fin. (Las dos mujeres se abrazan
sollozando, y él caminó hacia la puerta, pálido y con el semblante descompuesto por la
lucha tremenda que había sostenido en lo más hondo de su ser. Fue a apoyarse para no
caer, en la pilastra de la puerta, donde se detuvo unos segundos, mientras decía sin volver
la cabeza:
Pedro, Santiago y Juan, seguidme……….
 
ESCENA II
 
(Era ya entrada la noche y se ve al Profeta salir de la ciudad seguido de sus tres discípulos
y dirigirse al bosque de olivos seculares cercanos a los muros que acaban de atravesar.
Los deja en un recodo u ondulación del terreno tendidos sobre el verde césped que tapiza
el suelo).
 
ESCENA III
 
PEDRO.- ¿Nos dejáis Maestro?
JESÚS.- Esperadme aquí que voy a orar, pero velad conmigo.
(Se aleja unos pasos hasta una pequeña plazoleta natural formada entre los añosos
troncos de varios olivos, en el centro de la cual se levanta un trozo de roca como si se
hubiera desprendido de la cadena de pequeñas montañas que ondulan aquellos campos.
Sobre aquella roca apoya sus manos entrelazadas y levanta hacia el espacio azul su frente
bañada por los blancos rayos de la luna que se filtran silenciosos por entre las ramas de
los olivos, mansamente agitados por el viento de la noche. María de Magdalo sin que sus
compañeras lo adviertan ha salido también envuelta en un oscuro y amplio manto que
solo deja al descubierto la parte inferior de su rostro y ha seguido al Profeta a cierta
distancia sin que él lo hubiera apercibido. Su corazón de enamorada ¿ha presentido la
agonía amarga y desolada del Mesías? ¿O ha temido acaso una emboscada de sus
enemigos? No fue dueña de resistir a la idea de que él soportara en soledad y abandono
esa hora solemne de acercamiento al infinito, sabiendo que va a morir.
Y ocultándose, y toda medrosa, despreciando las burlas de los centinelas de la ciudad
cuando la ven salir a esas horas, provocando el mal pensar de los transeúntes, consigue
llegar hasta el bosque de olivos donde ora el Profeta.
Ve los discípulos dormidos y abriendo luego unas ramas que le cierran el paso se acerca
cautelosamente hasta que ve bañada por la luna la pálida y hermosa faz del Nazareno,
contraída por el dolor. Le contempla unos segundos, lo bastante para comprender lo
amargo de aquella agonía dolorosa que lo estremece y baña de sudor el rostro del gran
vidente, que desde el fondo de las tinieblas ve surgir como una visión trágica de espanto la
montaña del Gólgota y la gran cruz negra levantada en alto que le espera con sus brazos
abiertos. Visión espantosa que le llena de horror, arrancándole aquel grito como un quejido
que nos ha transmitido la tradición: “¡Padre mío!.......... pase de mí este cáliz de amargura,
pero no se haga mi voluntad sino la tuya!” Grito de la naturaleza humana que se espanta a
la vista del altar de su sacrificio. ¡Grito del alma justa abrazando el dolor que ha de
exaltarle hasta la epopeya grandiosa del martirio por un ideal sublime!
MARÍA.- Conteniendo la respiración y ahogando en lágrimas silenciosas su propio dolor, se
va acercando lentamente sin ruido y cuando ve que el Profeta desfallece ante la visión
trágica de su próxima muerte, cuando parece que va a sucumbir a fuerza de espanto, ella
se le acerca silenciosa, deja caer su manto como un girón de las tinieblas y aparece al
descubierto y bañada por la luna su esbelta figura vestida de larga túnica blanca por
encima de la cual cae como lluvia de oro su blonda cabellera suelta. De una pequeña
bolsita de seda que pendía de su cintura saca un frasco de elixir reconfortante y lo acerca
a los labios del Profeta próximo a desfallecer).
MARÍA.- ¡Maestro....... os he seguido porque adivinaba vuestro dolor!.........
¡Bebed Señor y dejadme que os aparte de la muerte!....... (Los labios anhelantes del Mártir
que no tiene fuerzas para rechazar ese alivio, bebe con ansia febril.
María seca con sus cabellos aquella frente pálida y sudorosa mientras él le dice
suavemente):
JESÚS.- ¡Mujer!......... Bienaventurada tú que amas por encima de todas las cosas!
MARÍA.- ¡Señor……… Señor!.......... ¡tu dolor es mi dolor!........ ¡tu muerte es mi muerte!
JESÚS.- (Haciéndole ademán de que se aleje): ¡Vete María adonde están tus hermanas y
pide al Padre valor para beber el cáliz que yo debo beber! (Ella extiende sus brazos
anhelantes hacia el Mártir al cual ve en su fantasía como una visión que se va hundiendo
en un abismo sangriento, y presa de terror, se envuelve apresuradamente en su manto y
desaparece en las sombras. Apenas ella ha desaparecido, los discípulos se despiertan
asustados por el ruido que forma un pelotón de hombres armados que llegan con gran
estrépito. Un soldado grita).
 
ESCENA IV
 
CENTURIÓN.- Jesús Nazareno, apellidado Mesías.
JESÚS.- (Adelantándose ya sereno y tranquilo): Yo soy.
(Le prenden brutalmente, le atan las manos a la espalda; sus discípulos aterrados huyen
después de unos momentos de lucha desigual e inútil, y toda esta escena desaparece en
las sombras de la noche).
                                             …………………………………………………………………………
 
CUADRO NOVENO
 
La luna pálida y serena seguía alumbrando el paisaje inmediato a Jerusalén, y las calles
tortuosas y sombrías de la vieja ciudad de los profetas, esa luna blanca y pálida como
rostro de virgen estática en la penumbra de los cirios temblorosos.
Como una mole negra y terrorífica se destacaba del conjunto de casas desiguales, el
palacio de Caifás el Sumo Sacerdote que parecía como una prolongación de la histórica
Torre Antonia, presidio tenebroso donde purgaban sus fechorías todos los delincuentes
del país. Allí en un calabozo bajo y sombrío había sido sepultado el Mesías en espera de
que se reuniera el tribunal que le había de juzgar, o mejor dicho, en espera de que el feroz
grupo sacerdotal que le odiaba acabase de planear la manera de condenarle a muerte
antes de haberle oído.
Dos sombras negras como fantasmas errantes surgidos del seno de las tinieblas
rondaban los muros tétricos de aquellos dos edificios vecinos, que por extraña
coincidencia albergaban almas igualmente negras y criminales: Los unos disfrazados con
el hábito de santidad, y los otros sin ese disfraz. Eran dos mujeres envueltas en amplios
mantos de color oscuro, y con tocas blancas a la usanza hebrea. Cualquier ruido las
llenaba de espanto, y corrían a ocultarse en los huecos de las puertas o detrás de las
columnas. En una de ellas puede reconocerse fácilmente a María de Magdalo y en la otra
a Juana de Sidón recientemente casada con el Procurador del Rey Herodes Antipas.
 
 
ESCENA I
 
JUANA.- Volvámonos María, que ya es muy entrada la noche y nada podremos hacer
aquí……...
MARÍA.- (Caminando nerviosa de un lado a otro, tanteando los muros como si con su
ansia loca quisiera abrir en ellos una puerta libertadora).
¡No puedo Juana………. No puedo alejarme de este lugar!.......
¿Cómo me sufriría el corazón dejarle así, solo y abandonado, sin que una voz amiga le
fortalezca y le consuele?
JUANA.- Mi marido no debe tardar en llegar a mi casa ¿Y qué será de mí si a estas horas
no me encuentra en el hogar?
MARÍA.- Tienes razón……… Tú estás encadenada a tus deberes de esposa……….. ¡Huye
Juana antes de que sea demasiado tarde!
JUANA.- ¿Y tú?........... ¿Has de quedarte sola acaso aquí, junto a esa soldadesca brutal?
MARÍA.- (Con gran firmeza) ¡Yo soy libre y no me debo a nadie!.........
¡Yo no partiré de aquí hasta que haya hecho el último esfuerzo para salvarle!.......
JUANA.- (Acariciándola con tristeza): ¡Pobre ilusa! ¿Crees que esos lobos hambrientos te
van a soltar su presa?
MARÍA.- ¡Entonces………. Entonces moriré con él! Vete y que Jehová sea contigo.
JUANA.- Que él te ampare y fortalezca.
(Como una sombra se desliza Juana a lo largo de los muros, camino de su hogar, y
desaparece como tragada por las sombras.
 
ESCENA II
 
María de Magdalo en su búsqueda delirante y nerviosa descubre por fin una escalerilla de
piedra  que da a una puertecita que está sin los cerrojos puestos, y al entreabrirla ve en el
patio iluminado a los criados del Pontífice que hablan y ríen  y algunos duermen en los
bancos de piedra. Su semblante se ilumina de felicidad y cierra de nuevo la puertecilla,
baja de nuevo los peldaños de la escalerita y corre a su casa que se encontraba en la gran
plazoleta donde se erguía imponente y fastuoso el templo de Jerusalén. Desde que
decidió seguir de cerca al Profeta había instalado una confortable morada en las
cercanías del Templo hacia donde empezó a llamarla su propio espíritu, ansioso de
oración y de recogimiento, y también para atender a las necesidades del Apóstol y sus
discípulos cuando debían permanecer en la ciudad durante las festividades prescritas por
la ley de Moisés. Sin llamar a nadie porque todos se habían entregado al sueño, buscó
apresuradamente en sus viejos arcones lujosos atavíos que ya tenía casi olvidados,
perfumó sus cabellos y se engalanó con igual esmero que lo hacía para sus festines ya
lejanos, y cuando se vio convertida como en un espléndido florón de gasas y de perlas, se
envolvió en un amplio manto de brocado azul turquí y se lanzó de nuevo a la calle
sumergida en una suave penumbra de ese claro oscuro de las noches de luna. Y sin
detenerse a pensar, sin un momento de vacilación ni de duda, cuando hubo llegado al
Palacio de Caifás subió la escalerilla que tan oportunamente había descubierto y abrió la
puertecita que daba entrada al patio de los guardias. Varios criados del Pontífice especie
de soldados vestidos como los guerreros del Rey David trataron de cerrar el paso a aquel
fantasma azul que tan confiadamente entraba sin llamar.
Entonces María abrió su manto, y cuando se convenció de que había causado en aquellos
hombres brutales la impresión que ella deseaba se descubrió toda, tiró su manto sobre un
banco inmediato, y ahogando con un esfuerzo sobrehumano la inquietud y el dolor que la
torturaba, les dijo con toda su afable y seductora sonrisa:)
MARÍA.- ¿No encontráis vosotros que estas turbulencias religiosas llenan de tristeza
vuestra hermosa ciudad?
GUARDIA I.- ¿Quién se atreve a hablar de tristeza teniéndote a ti a la vista? (Se le acerca
más de lo conveniente mientras ella con huidas incitadoras trata de esquivarse para evitar
un contacto que le repugna.)
MARÍA.- Pues por eso he venido porque quiero divertirme con vosotros.
¿No me dais algo para beber?
GUARDIA II.- ¡Jehová bendito!.......... Esta virgencita no es de las que se ahogan con
pámpanos de la vid.
(Todos ríen y dicen chistes maliciosos y abren los brazos como para estrecharla en ellos y
le arrojan besos).
GUARDIA III.- ¡Ven por aquí paloma!........ (Trata de rodear su talle con su fornido brazo sin
conseguirlo porque ella hábilmente se deslizaba inquieta y fugaz de un lado para otro,
volviendo locos a todos sin que ninguno la alcanzara. Así llegaron a una habitación grande
y baja donde había una gran mesa al centro y bancos cubiertos de mantas alrededor. Uno
de los guardias puso un cántaro de vino sobe la mesa y varias escudillas de barro. María
corrió presurosa y subiendo a uno de los bancos para alcanzar a la boca del cántaro, 
empezó con gran soltura a llenar las escudillas.)
MARÍA.- Traed música para alegrarnos mientras yo os sirvo de beber. (Simulando ella que
bebía, les hizo embriagar repartiendo entre los guardias repetidas escudillas de vino. Acto
seguido y cuando un guardia tocaba la flauta, empezó María una danza vertiginosa que
tenía mucho de los giros convulsos y temblorosos de una avecilla herida que lucha para
no caer antes de haber salvado a sus hijuelos perseguidos por un gavilán. Y entre los
revoloteos de la danza, los incitaba a beber y beber a la salud de cuanto personaje
importante había en la época. Por el Pontífice, por el Gobernador, por el Rey, por el César.
La fiebre, el cansancio, la angustia, la repugnancia misma de aquella escena habían teñido
de púrpura su semblante y dilatado sus grandes ojos que arrojaban luz, y los guardias
empezaron a caer ya ebrios completamente, quedando tendidos sobre los bancos o en el
suelo. Entonces María tomó de nuevo su manto y se envolvió en él y empezó a deslizarse
por pasillos y corredores apenas alumbrados por el candil que ella llevaba en su diestra
para abrirse paso a través de las tinieblas. Y al doblar un oscuro pasadizo, vio entre los
barrotes de una puertecilla de hierro la figura blanca y nítida del prisionero como un
manojo de lirios blancos en la negrura del calabozo.
 
ESCENA III
 
Un rayo de luna que penetraba a hurtadillas por una ojiva del muro, iba a caer de lleno
sobre aquel semblante sereno al que el dolor parecía envolver en una aureola de divinidad.
MARÍA.- ¡Maestro……….. Maestro mío!......... (Exclamó tendiendo sus brazos a través de la
verja que le impedía la entrada.)
JESÚS.- (Sin extrañeza ni asombro, la miró con infinita dulzura). ¡María!......... El amor es
como el ciervo sediento que salta montes y precipicios para llegar a la fuente de las
aguas………. El amor es más fuerte que la muerte.
(Como si estas palabras hubieran tenido una fuerza extraña y misteriosa, la puerta giró
pesadamente sobre sus goznes, y aquella mujer enloquecida de dolor fue a caer de
rodillas a los pies del profeta que estaba sentado sobre un poyo de piedra, con sus manos
atadas a la espalda y sujeto al muro con una gruesa cadena
MARÍA.- ¡Señor……..  Señor!....... Tú que sacas del sepulcro a los muertos y das luz a los
ciegos, tú tienes poder para romper estas cadenas y volver con los que te aman……….
¡Señor……… Señor, tened piedad de vuestros amigos………. tened piedad de vuestra
madre………. tened piedad de mí!..............
(Los sollozos le cortaron las palabras y ocultó su rostro desolado en las rodillas del
Profeta que seguía envolviéndola en la luz inefable y santa de su mirada llena de paz y de
serenidad.)
JESÚS.- ¡No llores mujer!........ que yo te digo: antes que el sol se ponga mañana habré roto
mis cadenas y gozaré de mi libertad.
(Él aludía que antes de la puesta del sol del día siguiente, ocurriría su muerte, que le
libraría su cuerpo material para gozar de nuevo de su libertad de espíritu en la inmensidad
infinita. Una ráfaga de dicha iluminó el semblante de María de Magdalo que entendió
literalmente las palabras del Profeta.)
MARÍA.- (Cruzando sus manos sobre el pecho como  si descansara de un enorme peso).
¡Gracias, Maestro, gracias!..........
JESÚS.- ¡Vete en paz y descansa María hasta mañana cuando mi amor te llame!........
(Ella besó la orla de su túnica con devoto afán y se deslizó ligera, cerrando tras sí la puerta
a través de la cual miró de nuevo a Jesús que cerró suavemente sus ojos y recostó su
cabeza en el muro, como extenuado por el nuevo dolor que acababa de padecer.)
 
------------------------ooooooo-------------------------
 
CUADRO DÉCIMO
 
Con la promesa de Jesús de que al día siguiente estaría en libertad, María que había
agotado todas sus energías físicas cayó rendida en su lecho y se quedó profundamente
dormida, pero su espíritu sutil e inquieto, durante el desprendimiento del sueño, voló solo
allá donde estaba aquel que tan profundamente amaba. Su cuerpo astral se deslizaba
como blanco fantasma por los oscuros pasillos de la prisión del Profeta, al cual se acercó
nuevamente y con ternura maternal lo besó en la frente mientras él dormitaba……… Se
deslizó hasta la parte principal del Palacio de Caifás y llegó a la sala del Sanhedrín, donde
reunidos los príncipes de los sacerdotes deliberaban sobre la manera de condenar al
inocente sin oírlo.
Se acercó a cada uno de aquellos hombres sin corazón y les habló al oído sin que ellos se
inmutaran. Dormidas sus conciencias y atrofiados sus sentimientos no podían oír aquella
voz sin ruido que les decía: “No matarás” está escrito en la ley de Jehová; no cometáis
este asesinato. ¡Temed la justicia de Dios!........ ¡El que a hierro mata a hierro muere!.........
Solo uno de ellos llamado Gamaliel, sintió en su corazón la voz del espíritu de María que
hacía esfuerzos sobrehumanos para enternecer aquellos bloques de piedra………. Y
mientras su cuerpo astral se entregaba a esta lucha desesperada, el cuerpo físico de la
joven parecía sumergido en un profundo letargo allá en la penumbra silenciosa en su
habitación solitaria.)
 
ESCENA I
EN EL SANHEDRÍN
 
GAMALIEL.- (Levantándose en medio de la reunión): Hermanos, creo que no es justo
condenar un reo sin oírle, tanto más que no se le ha encontrado culpable ni de robo ni de
asesinato, sino solo de enseñar al pueblo doctrinas nuevas. (En este momento, dos
guardias entraron trayendo al Profeta ante el Jurado.)
ANCIANO I.- Es reo de blasfemia porque se ha llamado Hijo de Dios y los blasfemos deben
morir.
ANCIANO II.- ¡Y ha dicho que se destruya el templo de Jerusalén y que él en tres días lo
reedifica!........
ANCIANO III.- Y tiene pactos con los genios del mal porque hace cosas estupendas que un
hombre no puede realizar; por hechicero y mago, nuestra ley lo condena.
ANCIANO IV.- Y anda seguido de mujeres de mal vivir y cura enfermos en día sábado que
Moisés ha destinado para alabar al Señor.
ANCIANO V.- Y bebe vino y como carnes prohibidas por la ley.
GAMALIEL.- (Dirigiéndose al Profeta que se mantenía en el más profundo silencio): ¿Nada
respondes en tu defensa?
JESÚS.- Si en vuestra conciencia me habéis condenado ya porque creéis justo que muera
¿qué defensa queréis que yo haga?
(Ellos siguieron discutiendo mientras el astral de María rondaba como una nubecilla en
torno del Mártir y él hablaba con ella y la escuchaba, lo cual llenó de cólera a aquellos
orgullosos tiranos de la conciencia humana que como no veían al interlocutor invisible del
Profeta, creían estar en presencia de un idiota que se burlaba de su autoridad. Y
poniéndose todos de pie, levantaron la diestra a lo alto diciendo todos menos Gamaliel:
TODOS.- Es reo de muerte. Debe morir.
GAMALIEL.- Pongo a Jehová por testigo de que no soy cómplice de la muerte de este
inocente.
(Sale por una puerta externa mientras al Profeta lo llevan por una puertecilla interior.)
 
ESCENA II
 
Cuando el Profeta fue llevado de nuevo a su calabozo, el blanco fantasma de la
enamorada corría al Palacio del Gobernador Pilatos que despachaba asuntos urgentes
con los jefes militares y acercándose a él le dijo al oído: Tú que representas a la magna
Roma de los Césares, patria de mi madre, demuéstralo en tu justicia y equidad. (El
Gobernador miró hacia todos lados y no viendo nada continuó su tarea). El fantasma voló
a las habitaciones de la esposa de Pilatos que dormía profundamente y le hizo ver en
sueños las desgracias inmensas que caerían sobre ellos si su esposo no impedía que se
derramara la sangre del Justo. Y tomando fuerzas y energías radiantes del éter, hizo
desfilar como esbozadas en una penumbra nebulosa las trágicas escenas de un futuro
cercano: Se vio a Pilatos salir cargado de cadenas de Jerusalén y sepultado después en un
oscuro calabozo en Roma por orden del César; después se le ve salir con su mujer
desterrado a un lejano país semi bárbaro donde es asesinado en un motín popular y su
cadáver arrojado a un muladar donde le despedazan los perros y los buitres.
Aquella mujer se despertó toda sobresaltada mientras el cuerpo astral de María
continuaba envolviéndola como una sombra mientras le decía: ”Presiona a tu marido para
que indulte al Justo. Y la mujer corrió presurosa donde estaba su marido.
 
ESCENA III
 
LIDYA.- Guárdate de condenar a ese justo porque en sueños espantosos he visto tu
desgracia y la mía por causa de él.
PILATOS.- Vete en paz mujer y no temas, que yo me arreglaré de algún modo para salvarle.
Harto estoy de las intrigas religiosas de los judíos.
(El fantasma de María continuaba hablando al alma de aquella mujer.)
ASTRAL.- ¡Ay del que vierta la sangre del Justo! (La mujer como impulsada por una fuerza
extraña huyó despavorida.)
 
ESCENA IV
 
Y el blanco astral de la enamorada María de Magdalo volvió al Sanhedrín en el momento
en que aquellos malvados sacerdotes habían ya planeado toda su iniquidad hasta en los
menores detalles para obligar a Pilatos a sentenciarle a muerte; y azotándolos
despiadadamente con una larga vara luminosa que parecía una espada de fuego o un
látigo incandescente, como una prolongación de su mismo cuerpo astral cada vez más
materializado les gritaba:
¡Ay de vosotros asesinos cobardes, lobos hambrientos de sangre……… Con la misma vara
seréis medidos por los siglos de los siglos!.........
Ante este formidable apóstrofe del fantasma de María a quien el amor daba fuerzas de
gigante, aquel grupo de miserables sintió escalofríos  y un terror que pareció irse
contagiando de uno a otro hasta el punto que sobrecogidos de un misterioso espanto
escaparon cada cual por su lado.
Aquel ser astral cada vez más excitado hizo caer con rapidez vertiginosa y como presa de
espantosa locura, todos los rollos de papiro donde aquellos malvados simulaban estudiar
la ley de Moisés para justificar el asesinato que habían resuelto, y sobre aquella pira hecha
de rollos, arrojó uno de los cirios que ardían en el inmenso salón y una llamarada roja,
ennegrecida por el humo, llenó como de ráfagas de sangre aquel recinto solitario………
¡Así………… como estas llamaradas ardientes será para los malvados, hipócritas y falsarios,
la justicia de Dios por los siglos de los siglos!................ (Y desapareció).
 
ESCENA V
 
Ya muy avanzado el día, Susana, Raquel y otras de las doncellas penetraron
apresuradamente en la habitación donde María yacía en su lecho profundamente dormida.
RAQUEL.- (Angustiada en extremo). ¡María…….. María……… despertad por piedad que ocurre
una gran desgracia!....... María se incorpora con una gran laxitud como si un inmenso
cansancio entorpeciera sus movimientos). ¡El Maestro ha sido condenado a muerte y ya le
sacan de la ciudad cargado con la cruz hacia el monte de las Calaveras!
(Las dos se abrazan sollozando. María permanecía como atontada con sus ojos abiertos
desmesuradamente y con unas profundas ojeras violáceas alrededor de sus párpados.)
MARÍA.- ¡Ya lo sabía!...... ¡Ya lo sabía!....... (Y esconde su cabeza sollozante en el pecho de
Raquel confundiendo con ella sus sollozos y gemidos. Pero el amor, ese mago sublime
que forja los héroes y los mártires presta fuerzas al cuerpo agotado de aquella mujer que
se levanta apresuradamente, se envuelve en su amplio manto de color ceniza y
acompañada por Raquel y Susana y guiadas por Boanerges se echan a la calle con una
angustia indescriptible. Van  siguiendo las huellas sangrientas del Mártir que ha ido
marcando de rojo cada uno de sus pasos en la vía dolorosa.
Negros nubarrones presagio de tempestad dan al paisaje un aspecto de tragedia y de
terror sumiéndolo en un sombrío anochecer cuando solo es la mitad del día.
A la luz de rojizos relámpagos, aquellas mujeres guiadas por Boanerges van descubriendo
la espantosa huella de sangre……….. hasta que al doblar un pequeño promontorio cubierto
de arbustos, ven allá a lo lejos en lo alto de la colina los tres negros maderos de infamia y
de tortura, y en el del centro, el cuerpo exánime del Mártir como una escultura de marfil
incrustada de rubíes.
María cerró sus ojos y volvió hacia un lado  su cabeza apoyándose para no caer en el
brazo del pastorcillo que sollozaba como un niño que ve morir a su padre. El espanto la
paralizó por unos instantes; pero sacando fuerzas de la inmensidad inagotable de su amor,
dejó caer su manto y echó a correr subiendo la colina en una carrera vertiginosa……….
loca……….
Sus compañeras apresuraron también su marcha sin poder alcanzarla y queriendo en vano
detenerla………….. Y sin fuerzas para continuar avanzando se detuvieron al tropezar con la
madre del Profeta y Salomé que lloraban, detenidas por el espanto y por los grupos de
soldados y chusma soez pagada por los sacerdotes para dar la apariencia de que era el
pueblo enfurecido quien pedía aquella ejecución.
Algunos de aquellos hombres brutales quisieron cerrar a María el paso, pero sus brazos
como convertidos en garfios de hierro apartaron con terrible violencia todos los
obstáculos, y su aspecto de espantosa locura debió causarles terror porque todos se
apartaron para darle paso libre.
Fue a caer de rodillas al pie de aquel madero ensangrentado y abrazándose a él besaba
delirante los pies de la víctima que quedaban a la altura de sus labios y secando con sus
cabellos la sangre que manaba de ellos decía entre sus sollozos:
 
ESCENA VI
 
MARÍA.- ¡Maestro…………. Maestro…………. No quiero que mueras!
JESÚS.- ¡Mujer……….. yo tenía sed y tu amor viene a apagarla. ¿Dónde están todos aquellos
que yo amo?
MARÍA.- ¡Señor………… Señor………… mirad a través de este amor mío a todos aquellos que te
son amados. (La fuerza gigantesca de aquellos dos amores unidos atrajo en ese instante
los cuerpos astrales de los discípulos del Mártir y rondaron como fantasmas dolientes al
pie de aquel cadalso que debía inmortalizarse a través de los siglos.
JESÚS.- ¡Bienaventurada tú que amas por encima de todas las cosas!
MARÍA.- ¡Maestro!........... yo quiero fulminar con mi amor a los que te arrancan la vida!
JESÚS.- ¡Esos son tus hijos mujer………. Yo te los doy en esta hora postrera y pidamos al
Padre que los perdone porque no saben lo que hacen!..........
MARÍA.- ¡Señor……….. Señor!......... el mundo se llenará de tinieblas. (Continuó sollozando
aquella mujer que acabó por conmover a los mismos verdugos.)
JESÚS.- Ten valor María y di a los que he amado que estaré siempre a vuestro lado hasta
la consumación de los tiempos.
La negrura de los cielos se convirtió en tinieblas rasgadas de vez en cuando por siniestros
relámpagos, y se vio correr despavorida aquella turba de soldados y de pueblo en quien el
terror como una extraña fuerza vengadora parecía ejercer su trágica influencia………
En la tiniebla sangrienta de aquella hora suprema sumergida en un silencio pesado y
torturante, solo se veía irradiando luz el blanco cadáver del Mártir, y como pedestal vivo el
cuerpo arrodillado de María de Magdalo, abrazada a los pies del Maestro, y recibiendo
sobre su cabello de oro y sobre su blanca  vestidura, como hilos de púrpura la sangre del
Justo cuyo amor excelso la había purificado. Y al pie del montículo como una amalgama
de dolor y de lágrimas las otras piadosas mujeres sosteniendo a la Madre del Mártir que
sin fuerzas ya para soportar el terrible espectáculo, había caído en un desvanecimiento
parecido a la muerte.
 
 
EPÍLOGO
 
Años más tarde, en la comarca montañosa y desierta que se extendía a la ribera del Mar
Muerto, podía verse una cueva inmensa que la naturaleza había labrado en la peña viva. En
el centro de aquella gruta se levantaba una cruz rústica hecha de dos troncos cruzados y
sujeta en el suelo por un montón de piedras que servía de pedestal. Y por la ribera del Mar
Muerto se veía ambular como un fantasma errante de aquellas soledades una mujer, que a
través de su demacración y mísera indumentaria, dejaba adivinar que en su juventud debió
ser muy hermosa.
Su larga cabellera rubia algo emblanquecida ya, más que por la nieve de los años, por un
secreto dolor que llevaba consigo, le caía en largas madejas lacias sobre una túnica de
color oscuro que llegaba a los pies y que la recogía a su cintura con una trenza de hebras
de palmeras.
Llevaba los pies descalzos y se apoyaba en un báculo que era un palo terminado en una
cruz. Cuando el hambre la acosaba, escarbaba en la tierra para sacar las raíces, o recogía
frutas silvestres que le servían de alimento.
La seguía un enorme león, manso para ella como un cordero, al cual había recogido herido
siendo pequeñito, víctima de los cazadores del desierto que acaso le mataron sus padres.
La noble bestia le demostraba su gratitud y su amor, trayéndole de sus cacerías en la
montaña patos silvestres, palomas y conejos que ella se encargaba de curar si sus heridas
eran leves. Un día el león le llevó una gacela herida y aquella ermitaña se abrazó llorando
de su cuello y se la oyó repetir:
“Yo era también como una gacela herida y vos, ¡Amor mío!......... me curasteis con la
infinita piedad de vuestro corazón!.........
Y con solicitud maternal curó y vendó al animal. Cuando extenuada de debilidad o de
cansancio se sentaba sobre una piedra, tomaba como distraída dos trozos de madera y
con hebras de palmeras o de hierbas, ataba uno sobre otro y lo enterraba en el suelo. Era
así que todos aquellos contornos estaban sembrados de pequeñas o grandes cruces,
porque una sola idea parecía dominar el pensamiento de la ermitaña: una cruz era el
patíbulo en que había muerto su amor.
Un día al atardecer, más triste, más enferma, más desolada que de costumbre, se hallaba
en su gruta tendida en su lecho de pajas y apoyada su cabeza en una piel de cordero
colocada como respaldo sobre el pedestal de piedras de la cruz que había en el centro.
MARÍA.- (Levantando hacia lo alto sus manos enflaquecidas): ¡Maestro…….... Maestro mío
que partiste a las moradas del Padre, dejándome en las tinieblas y el dolor!.........  ¿Dónde
encontraré en la tierra la paz? ¡Di a los pobres y desvalidos todo cuanto tenía para
asemejarme a ti que no tenías ni una piedra en que recostar tu cabeza!......... ¡Y mi corazón
sigue llorando Señor porque no es posible consolarse después de haberte perdido!.......
¡Señor………. Señor…… llévame a ese reino tuyo que no es de este mundo porque estoy
muriendo de muchas muertes desde que vos partisteis……… Señor……… Señor……… sálvame
que parecen tragarme las tinieblas!............
Era la agonía que apagaba ya la luz de sus ojos que se iban cerrando a la vida material.
Entonces apareció, como hecho de rayos de sol, el cuerpo astral del Profeta de Nazaret,
con su rostro sonriente y dulcísimo y sus manos llenas de varas de nardos en flor.
La agonizante ermitaña le mira con sus grandes ojos extáticos y extiende hacia él sus
manos temblorosas……….
MARÍA.- ¡Maestro!......... ¡Maestro mío………. Yo te esperaba!.............
JESÚS.- (Inclinándose para acercarse hasta la moribunda). ¡María!....... He aquí que te
devuelvo los nardos con cuyo perfume me ungiste un día. (Y con infinita suavidad los
derramó sobre el pecho de María.)
¡Mujer.......... ven conmigo a la inmensidad infinita porque tu hora ha llegado!
El alma de María de Magdalo abandonó su deleznable materia y se elevó por el espacio
inconmensurable, en pos del astral radiante del Cristo al cual había amado por encima de
todas las cosas de la tierra.
En ese solemne momento el huracán conmovió la montaña, desgajó árboles gigantescos y
agitó en turbulento oleaje las aguas cenagosas del Mar Muerto como si olas fatídicas se
hubieran extendido hambrientas de destrucción. Un trueno más espantoso que el
retumbar de un cañón, vomitó la luz de un relámpago a cuyo resplandor se vio el
derrumbamiento de la caverna en que quedó sepultado para siempre el cadáver de la
Ermitaña del Mar Muerto.
=======================
 
 
Terminada de copiar en la tarde del 25 de diciembre de 1.951

También podría gustarte