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MARÍA DE MAGDALO
ESCENA V
(El sueño fue también cerrando los párpados del pastor y recostó su frente sobre la mano
de María que caía lánguida del borde del diván. El sueño del pastorcillo aparece en la
pantalla; se ve el mismo vestido con la indumentaria con que se nos presenta al Dante, a la
entrada de una selva oscura; un momento después aparece como una blanca visión María
vestida como Beatriz y ambos continúan ascendiendo por un campo de flores donde todo
es luz y resplandor.
Beatriz dice al Dante para aclararle el enigma de lo que ve: En la eterna peregrinación de
las almas, los pequeños de hoy son los grandes de mañana.
Se esfuma el sueño y vuelven a verse los tres jóvenes que duermen en la misma posición
en que antes estaban.
CUADRO QUINTO
(Una tarde hallábase María con sus doncellas en su enorme sala guardarropas,
examinando encajes y gasas y sedas y joyas con que debían engalanarse en el festín
próximo con motivo del matrimonio de dos de sus compañeras: Juana de Sidona y María
de Cleofás. Les acompaña en su tarea también Elhida la nodriza).
ESCENA I
MARÍA.- Debemos apresurarnos, sobre todo Juana y Cleofás, pues vuestros tocados,
gentiles novias, deben estar listos para el sábado.
RAQUEL.- Nuestro proveedor Tomás debe llegar de aquí a un momento y habrá que saber
lo que se ha elegido y lo que se ha de devolver. (Y empezaron la animada y agradable tarea
de probarse trajes y velos y mantos y tocados de tal gusto y riqueza, que aquello era una
verdadera exhibición de artísticas preciosidades. En esto estaban cuando una criada hizo
entrar a Tomás el mercader de Tolemaida).
ESCENA II
TOMÁS.- Perdonad señora mi tardanza: hace una hora que debía estar aquí, pero me he
detenido casi inconscientemente oyendo la palabra llena de unción y de sublimidad de un
nuevo Profeta que recorre Galilea y al cual llaman el Nazareno.
MARÍA.- (Examinando con gran interés los trajes y adornos que la cautivan). ¿Y qué dice
de nuevo ese Profeta?
TOMÁS.- Pues dice que él viene a traer la luz al mundo y que aquel que le siga no andará
en tinieblas.
DONCELLA.- ¡Vaya una pretensión! Bastante hermosa es la luz de nuestro cielo galileo
para que necesitemos una nueva.
TOMÁS.- (Contrariado) No habéis entendido lo que significa la palabra del Profeta.
MARÍA.- No te enfades Tomás con estas mujercitas de pensamientos ligeros.
Cuéntame todo lo que dice ese gran Profeta que a mí me interesa y he de prestarte
atención.
TOMÁS.- Dice que él tiene un agua viva que apaga toda sed y que quien bebe de esa agua
nunca jamás morirá.
DONCELLA.- ¡Jehová bendito!........ Eso es ya otra cosa, miren que eso de morir mete un
miedo en el cuerpo que de ser verdad lo que anuncia ese profeta, yo me hago cofrade….
¡Oh….. sí!.....
OTRA.- ¡Y yo también!
TODAS.- ¡Y yo. Y yo. Y yo! (Risas y cuchicheos entre ellas. Se sienten gritos y voces hacia el
lado del mar sobre el cual hay un gran balcón. Todas escuchan).
MARÍA.- Gentes que llegan por el mar. (Sin dejar unos collares y ajorcas preciosas que
examina se acerca al balcón. Todas la imitan. Tomás más alto que ellas, domina el grupo
femenino mirando también)
TOMÁS.- Pues ahí tenéis al Profeta que baja de una barca con sus discípulos.
MARÍA.- (Impresionada). ¡Y viene hacia aquí!
TOMÁS.- No viene aquí. Va a tomar el camino de Caná donde debe asistir a unas bodas
que se celebran entre parientes suyos.
MARÍA.- (Con gran interés se abre paso entre las doncellas para asomarse al ventanal).
¡Dejadme que le vea!
(Se ve al Profeta que seguido de seis o siete hombres del pueblo va subiendo la escalinata
de piedra para tomar el camino que corre entre el lago y los muros del Castillo. María
parece devorarle con los ojos y todo su semblante demuestra una gran ansiedad. El
Profeta la mira sin detenerse mientras se le oye decir: “Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de justicia porque ellos serán hartos.” María le sigue con la mirada hasta que
se pierde de vista, y cuando ya no le ve, cae desplomada sobre un diván que está cercano,
como presa de una profunda emoción. En ese preciso momento se siente la voz
melodiosa y triste de Boanerges el pastor que sentado en un banco del jardín inmediato a
la puerta de la sala, canta al son de su lira:
Yo siento cantar la alondra
Cuando va saliendo el sol
Y siento vibrar las almas
Cuando las llama el amor.
Doliente dentro del pecho
Se estremece el corazón,
Cuando cruza por su lado
Como un astro la ilusión.
¡Alma ya estás prisionera
En redes de oro y ofir!.......
¡Alma canta…… alma llora
Que amor es dicha y sufrir!......
MARÍA.- (Como si un dardo le hubiera atravesado el corazón): ¡Que calle Boanerges, por
piedad, que calle!......
RAQUEL.- ¿Qué os pasa María?
ELHIDA.- Debéis tener fiebre mi niña. (Le toma amorosamente las manos).
TOMÁS.- (Sentencioso): ¿No os decía yo que ese hombre es un gran Profeta?
DONCELLA.- Y ese qué tiene que ver con la indisposición de María.
MARÍA.- (Con una profunda laxitud). ¡Tiene que ver y mucho!..........
¿No recordáis Raquel, que anoche me dijo Boanerges que hoy bajaría un hombre de una
barca, y pasaría junto a los muros del Castillo y yo le amaría, y él cambiaría el rumbo de mi
vida?.......
RAQUEL.- Sí lo recuerdo y.………. ¿qué?
MARÍA.- (Que continúa como paralizada): Siento que ese hombre ha pasado y que yo no
tendré más sosiego hasta que haya acercado mi corazón a su corazón.
DONCELLA.- ¡Jehová bendito!........... ¡Se ha enamorado del Profeta!........
TOMÁS.- ¡Ya lo sabía yo!....... porque el alma del Profeta gorjea como el ruiseñor. (Empieza
a desenrollar un pergamino encontrado al acaso).
DONCELLA.- ¡Pero hijita………… arreglada estás!...... dicen que los Profetas ni comen ni
beben y tienen el corazón más seco que una raíz.
MARÍA.- (Como si no oyera ya nada de lo que vive y palpita a su alrededor, deja caer al
suelo todas cuantas preciosidades tenía examinando y parece contestar a su propio
pensamiento):
¡De nada me sirve ya todo esto porque es otro mi camino! Seguid vosotras el vuestro que
yo seguiré el mío. (Gran asombro de todas).
DONCELLA.- ¿Nos despedís de vuestra compañía?
MARÍA.- ¡Oh no, por cierto amigas mías! Os quiero más cerca de mí ahora que nunca, pero
como no mando en vuestros corazones, no os puedo pedir que dejéis el camino sembrado
de rosas para tomar otro tapizado de guijarros y de espinas.
TODAS.- ¡Estamos contigo siempre……… siempre donde quiera que vayas!
MARÍA.- Gracias por vuestra adhesión. (Elhida solloza detrás de María. Todas están
conmovidas.)
Tomás.- (Leyendo en alta voz un pasaje del “Cantar de los Cantares): Levántate, oh amada
mía y ven porque ha pasado el invierno y la nieve ya se fue. El tiempo de la canción ha
llegado y ha sonado en nuestros campos el arrullo de la tórtola..
MARÍA.- (Como respondiendo a las anteriores palabras y cual si hablase con aquel en
quien está fijo su pensamiento. Animada y casi ardiente pronuncia otras palabras del
mismo sublime poema de Salomón: ¡Oh sí, llévame a tus lares y que vean mis ojos el lugar
de tu reposo!.......
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ESCENA III
OTHONIEL.- (Entra guiado por Azan que le deja y se va. Ha escuchado al llegar las últimas
palabras y contesta a ellas entrando y después de haber hecho una profunda inclinación
como saludo): ¡Feliz aquel a quien vuestra alma dirige esas hermosas palabras!
(Complacencia en todas al verle entrar).
MARÍA.- ¿Vos aquí Othoniel?
OTHONIEL.- ¡Sí señora!........ ¿Por qué os causa extrañeza que la mariposilla de mi espíritu
revuele en torno de la luz que le da vida y calor?
MARÍA.- (Con tristeza): Ha dejado de ser luz amigo para convertirme en un girón de
sombras que buscan la luz!.......
Ya sabéis que tengo aquí novias que celebran bodas el sábado y tienen que arreglar con
Tomás la compra de sus tocados. Vamos nosotros a contarle nuestras penas a los
jardines en flor. (Ambos salen paseando por una avenida, van a sentarse en una plazoleta
donde se ve al centro una fuente estilo árabe en la cual se mecen como góndolas
diminutas, algunos blancos cisnes).
ESCENA IV
OTHONIEL.- Observo que toda vuestra alegría ha huido en poco tiempo.
¿Qué os pasa María que así estáis demudada?
MARÍA.- ¿Qué os pasa a vos cuando un amor grande, avasallador y único se apodera de
vuestro corazón?
OTHONIEL.- ¡Que siento como una inundación de felicidad infinita!.........
¡Nada de tristeza!
MARÍA.- Y si ese amor estuviera rodeado de circunstancias tales que fuera para vos como
una esplendorosa visión a la que jamás pudiérais alcanzar?.......
OTHONIEL.- (Algo sobresaltado) ……….. Oh………. Entonces………..
¡No lo sé María……… no lo sé!....... pero pienso que sería un tormento tan hondo,
avasallador y único como el amor mismo!.......
MARÍA.- (Asintiendo): ¡Comprended entonces amigo mío por qué mis días se han vuelto
grises y una nube de tristeza velará mis ojos para siempre.
OTHONIEL.- (Nervioso le toma las manos). ¿Luego estáis enamorada de alguien al cual no
podéis llegar? (María hace con la cabeza señal afirmativa). ¿Quién es?........ quién es María
el que encerrará mi corazón en una tumba para todos los días de mi vida?
MARÍA.- ¡Calmáos amigo mío!........ que mi amor es tal que no puede inspirar celos a
nadie!......
OTHONIEL.- ¿Cómo?......... ¡No os comprendo!.........
MARÍA.- Figuráos que estoy enamorada de un rayo de luna que besa mi frente filtrándose
por las ramas de estos terebintos en flor. Figuráos que estoy enamorada del éter azul
donde encuentran resonancia todas las armonías de la Tierra!........ Figuráos que estoy
enamorada del canto de las olas y del rumor de los vientos!........ ¿Tendríais celos acaso
del rayo de luna, de las armonías del éter, de la música de las olas y del rumor del viento en
la arboleda?...........
OTHONIEL.- ¡Hermosas figuras hacéis cruzar por mi fantasía, pero cada vez os comprendo
menos! ¡María!......... ¡vos no me decís la verdad desnuda por no lastimarme!......... ¡Vos
amáis a alguien!
MARÍA.- ¡Es verdad, amo a alguien que jamás será para mí otra cosa que una idea, un
símbolo, un ideal! Si hablase en lenguaje de la mitología griega podría deciros: Estoy
enamorada de Apolo. En lenguaje común os digo: ¡estoy enamorada de un Mesías venido
de los cielos infinitos para traer luz y amor a la humanidad!
OTHONIEL.- (Preocupadísimo)¿Será acaso el Nazareno que arrastra las multitudes tras de
sí?
MARÍA.- ¡Habéis acertado!
OTHONIEL.- ¡Me habéis quitado un enorme peso de encima del corazón!
¡Verdaderamente María, es el rayo de luna filtrándose por los terebintos en flor! ¡Es el éter
azul del infinito!........... ¡Es el canto de las olas y de los vientos!........ También a mí me ha
sugestionado su palabra.
MARÍA.- (Asombrada) Luego ¿le conocéis?
OTHONIEL.- Estando él en la sinagoga un día me acerqué mientras hablaba y cuando
terminó le dije: “Maestro bueno”…………. Y él me interrumpió para decirme: “Sólo Dios es
bueno”……..
Yo insistí y le pregunté: ¿Qué debo hacer para poseer ese Reino eterno que anunciáis? Y él
viendo mi traje y mis joyas, me contestó: “Anda vende todo cuanto tienes y dalo a los
pobres; después ven y sígueme.”
Yo bajé la cabeza y no contesté. Entonces añadió: “En verdad os digo que ninguno que
tenga el corazón puesto en los tesoros de la tierra verá mi Reino.” En ese momento pasó
vuestra imagen por mi mente María y me alejé del Profeta cuya doctrina de
renunciamiento parecía apartarme de vos.
MARÍA.- Y yo desde que oí al Mesías, no tengo dentro del pecho un corazón para darte
Othoniel, porque mi corazón se esfumó en pos de él como una llama, y aquí en el pecho
siento un vacío tan inmenso que solo él puede llenar…….. ¡Él, que es para mí como la fresca
sombra de una palmera en el desierto!......... ¡como caricia de alas blancas en mi
frente!........ ¡como beso del sol en un amanecer de primavera!........
OTHONIEL.- (Arrodillándose entristecido y sollozando a los pies de María y cubriendo de
besos sus manos). ¡María!.......... ¡María te he perdido para siempre!.......
MARÍA.- El amor de hermanos es tan dulce como el amor de esposos……… ¡Seamos
hermanos Othoniel! (Se inclina hacia él y con inmensa ternura deposita un beso en su
frente. El joven deja caer su cabeza sobre el pecho de María, la cual como hacen las
madres con sus pequeñitos cuando lloran, empezó a pasar suavemente sus manos sobre
aquella cabeza dolorida.)
OTHONIEL.- (Ya más sereno) Os he comprendido María y sé que no debo interponerme en
vuestro camino. También yo abrazaré la doctrina del Mesías para encontrarme contigo en
ese Reino eterno prometido por él, pero hoy mismo parto a mi lejana Persia porque me
falta valor para seguirte viendo, ya sin esperanza………. ¡María!........ ningún amor de la tierra
borrará de mi alma tu recuerdo!........¡Adiós!........ (Othoniel besa a María en la frente).
MARÍA.- ¡Que Dios sea contigo Othoniel hermano mío!........ Adiós.
(El joven huye por entre los jardines como temiendo que le falte el valor, y no aparece más
en escena.
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CUADRO SEXTO
El viejo maestro Jhepone sentado en su pupitre da lección a María y sus compañeras en
su sala de lectura.
ESCENA I
MARÍA.- (Se levanta de pronto y tirando a un lado los rollos de papiro que la rodean, se
encara a su viejo profesor.)
¡Jhepone, Jhepone!........ ¡De muchas fuentes me habéis hecho beber; harta estoy de agua
pero tengo sed!.........
JHEPONE.- ¡Hija mía!........ Hice cuanto pude y cuanto mi modesto saber me ha permitido.
Esquilo y Eurípides te han contado las tragedias de los hombres y de los Dioses; Herodoto
y Jenofonte te han hecho historia de los acontecimientos del mundo. Horacio y Virgilio te
han brindado poemas, con rumor de las praderas florecidas y canciones de las aguas y los
campos………… y tú……….. ¿qué quieres más hija mía?
MARÍA.- (Moviendo tristemente la cabeza). Todo eso es mucho y no es nada…….. ¿No veis
Jhepone que mi alma tiene hambre y sed de algo que no he conocido nunca pero que lo
siento llegar y parece que me llama?........
ESCENA II
BOANERGES.- (Apareciendo en la puerta.) Quien llega soy yo señora y os traigo todas la
noticias que deseabais. ¿Queréis escucharme?
MARÍA.- Ven acá y cuéntame lo que hayas visto y oído.
BOANERGES.- (Se sienta en el suelo junto a María). He visto al Profeta de los ojos garzos
llenos de una luz temblorosa como esas estrellas lejanas que irradian en la oscuridad de la
noche.
MARÍA.- ¿Dónde…………. dónde le viste?
BOANERGES.- Entraba a lo de Simón el fariseo y oí decir que estaba invitado a comer a su
mesa.
JHEPONE.- ¿Y qué traerá ese hombre a la tierra que no le hayan traído antes todos estos
profetas míos? (Acaricia sus viejos pergaminos).
MARÍA.- ¡Todos esos profetas tuyos Jhepone me han hartado de agua, pero yo tengo
sed!........
BOANERGES.- ¡Y el profeta de los ojos garzos llenos de luz dice que él trae una agua viva
que apaga para siempre la sed!
MARÍA.- (Poniendo tiernamente su mano sobre la cabeza del pastor) ¡Boanerges!.......... Tú
adivinas lo que pasa en el fondo de mi corazón.
BOANERGES.- Sí señora, y vuestro corazón quiere acercarse al corazón del Profeta y se
detiene temeroso de ser rechazado por él.
MARÍA.- ¡Es verdad!........ Mi vida tan reñida con las leyes y costumbres hebreas, abre un
abismo entre el austero Nazareno y la castellana de Magdalo.
JHEPONE.- El hombre justo, hija mía, mide con justicia la vida de sus semejantes. Para
Sócrates ningún hombre era malo.
BOANERGES.- Y el Profeta Nazareno dice a las multitudes: “Venid a mí los que tenéis el
corazón harto de penas y os sentís agobiados y cansados que yo os daré alivio y
consuelo”.
Y las muchedumbres le siguen.
MARÍA.- Yo también estoy cansada y quiero apagar mi sed. Susana, tráeme mi tocado y
manto de luto que voy a salir.
SUSANA.- ¿Pido vuestra litera?
MARÍA.- No, iré caminando por la tierra como camina el Profeta. Tú me guiarás,
Boanerges. (Todas se miran con asombro).
JHEPONE.- (Saliendo al mismo tiempo que Susana) ¡Mariposa, mariposa que divagas por
los prados, tan pronto buscas las rosas como la flor del granado!............
ESCENA III
(La doncella vuelve trayendo un amplio manto de seda color violeta que se sujeta a la
cabeza por una especie de toca o gorro de forma cilíndrica, más bajo atrás que adelante.
María se quita algunas joyas que tiene y las entrega a Raquel. (Entra Elhida junto con la
doncella.)
ELHIDA.- (Toda azorada) Niña mía ¿a dónde vais?
MARÍA.- (Colocándose la toca y el manto que le cae en larga cola). ¡Tengo sed y voy a
beber!
ELHIDA.- (Llorando) Jehová tenga piedad de esta casa porque mi señora ha perdido la
razón.
MARÍA.- Dadme un vaso de esencia de nardos y quedaos tranquilas que no voy a la
muerte, voy a la vida. Guíame Boanerges. (Saliendo seguida hasta la puerta por todas las
compañeras que se quedan apesadumbradas y algo inquietas. El pastorcillo silencioso
sale primero).
ESCENA IV
Semi envuelta en su manto, que deja ver en parte la blanca túnica, sale María de su
Castillo siguiendo al pastor; y por un camino tortuoso entre árboles gigantescos y grandes
piedras recorre la distancia que hay hasta una aldea inmediata donde se encuentra el
Profeta Nazareno sentado a la mesa en casa de uno de los hombres más acaudalados del
pueblo. La conmoción de la joven va aumentando a medida que se acercan.)
MARÍA.- ¡Boanerges!.......... ¡me falta valor!....... (Detiene el paso).
BOANERGES.- ¡Señora! ¡Los ojos del Profeta miran como las gacelas de vuestros bosques
de olivos!............ (Continúan la marcha silenciosa.)
MARÍA.- ¡Boanerges………. Tengo miedo!..........
(Se detiene nuevamente la joven Magdalena que parece haber perdido su serenidad y
dominio habituales.)
BOANERGES.- ¡Señora!......... ¡La voz del Profeta canta como la alondra de vuestros
jardines al amanecer! (Siguen andando en silencio, pero un silencio que tiene resonancia
de sollozos, de gemidos, de ruido de lágrimas cayendo sobre una losa de mármol.)
MARÍA.- (Apoyándose en el hombro del pastor como si fuera a caer) ¡Boanerges!.........
¡Boanerges!........... ¡creo que voy a morirme!
BOANERGES.- (Animándola) ¡Señora………. señora mía, el corazón del Profeta asoma a flor
de labio y son sus palabras como besos de madre!
(Cuando ya están casi al dintel de la puerta María se queda inmóvil como una estatua,
cierra los ojos para encerrar dentro de sí la suprema angustia que le domina y después de
un momento avanza resueltamente sin llamar y se encuentra en el umbral del gran
cenáculo donde alrededor de una mesa hay unos veinte comensales. Sus ojos buscan el
sitio de honor y se encuentra frente a frente del Profeta. La presencia de María despierta
gran estupefacción a todos y algo de indignación a Simón el fariseo tan puritano en sus
costumbres hebreas y se ven cambios de miradas y de palabras a media voz. Solo el
Profeta permanece sereno y sostiene por unos segundos la mirada de María; mirada
profunda llena de interrogantes la de ella; mirada profunda llena de respuestas la de él.
María y sin fuerzas para contener el torrente de su emoción, en cuatro pasos ligeros se
desliza como una sombra y cayendo de rodillas ante el diván en que está recostado el
Profeta extiende sus manos hacia él.)
ESCENA V
MARÍA.- ¡Señor, Señor!....... ¡tened piedad de mí!........ ¡Me dijeron que tenéis un agua viva
que apaga para siempre la sed!........... ¡y aquí estoy señor pidiendo que me deis de
beber!.......
JESÚS.- (Como una suave música lejana suena la voz del Profeta).
¡María……….. María!... yo te esperaba para que bebieras de la fuente inagotable de la verdad
y del amor.
(Los presentes se miran escandalizados porque no comprendiendo el sentido espiritual de
esas palabras de Jesús, le dan otro significado. María sin ver nada, ni pensar en nada de
cuanto la rodea, se entrega por completo al éxtasis de su alma, y mientras habla el Profeta
con los que juzgan mal de lo que no comprenden, ella derrama su frasco de esencia de
nardos sobre sus pies y los seca con sus cabellos que parecen una inmensa madeja de
hebras de oro. El Nazareno la deja hacer todo cuanto a ella le sugiere su explosión de
ternura casi infantil, que la hace desbordar en lágrimas y besos sobre la mano del Profeta
que con piadosa bondad la mira como lo haría un padre con una hija que había perdido y
ha vuelto a hallar. Y como si ninguna extrañeza le causaran las demostraciones de amor
de aquella mujer, se dirige al dueño de casa para contestar a los pensamientos aviesos
que adivina en él.)
JESÚS.- Simón, un hombre tenía dos deudores; el uno le debía quinientos denarios y el otro
cincuenta y a ambos les perdonó la deuda. ¿Cuál de los dos te parece que le amará más?
SIMÓN.- Pienso señor que aquel a quien perdonó mayor cantidad.
JESÚS.- Bien has pensado. ¿Ves esta mujer? Yo entré en tu casa y tu no hiciste conmigo
demostración ninguna de afecto porque solo buscabas satisfacer tu vanidad diciendo: “El
Profeta que arrastra las multitudes está a la mesa conmigo”. En cambio ella ha sacrificado
mucho más para venir a mí y ha vaciado a mis pies su corazón juntamente con sus
perfumes, y todo eso, en presencia vuestra que os creéis virtuosos y la juzgáis pecadora. Y
por eso te digo que sus pecados han sido borrados porque ha amado mucho y el amor es
como el agua del Jordán que purifica y que limpia; es como el fuego aquel con que fueron
purificados los labios de Isaías para que contara las glorias y grandezas de Jehová!
¡Mujer!.......... (Le habla a María): ¡Ya has encontrado el camino, la verdad y la vida! ¡La
fuente de las aguas vivas manarán sin cesar para ti! ¡La alondra del amor eterno cantará
dentro de ti para siempre!.......... ¡Vete en paz!.......
(La joven se levanta lentamente, y lentamente se aleja seguida del silencioso pastorcillo.
La laxitud de su andar y su doliente mirada como perdida en ignoradas lejanías deja
entrever claramente el momento psicológico porque atraviesa, ha comprendido que debe
quemar en el altar del sacrificio absoluto, hasta el más ligero pensamiento de un amor
terrenal para elevarse hacia la altura de aquel Profeta que estaba en la tierra como
símbolo de un ideal redentor para la humanidad. Y se siente morir ante la visión de su
tortura moral.
Cuando ella llega ya a la puerta seguida de las miradas asombradas de todos, el Profeta
habla a los presentes: “¡En verdad os digo, que de lo hecho por esta mujer se tendrá
memoria mientras la tierra exista!”
CUADRO SÉPTIMO
Todo es paz y quietud en el viejo Castillo de Magdalo que aparece entregado a un
descanso plácido y sereno.
María tendida en un diván bajo uno de los pórticos del Castillo con vistas al jardín, parece
estar medio adormecida por la suave melodía de la lira de Boanerges acompañado por las
doncellas que tocan la cítara y la guzla. Dos criadas con enormes abanicos de plumas de
largos mangos hacen aire y espantan los insectos. Terminada la música, comienza la
conversación.
ESCENA I
RAQUEL.- ¿Sabes María que todas nos estamos contagiando de tu dulce tristeza
silenciosa?
MARÍA.- ¿Y quién os ha dicho que esté poseída de tristeza?..........
¿No habéis sentido a veces que el corazón parece cantar dentro del pecho un salmo idílico
que no se traduce en palabras? Mi corazón ha empezado a cantar ahora y es por eso que
callo, pienso y escucho……………
RAQUEL.- Yo sé que pensáis en el Profeta Nazareno cuyos ojos de mago os atraen con
atracción de abismo.
SUSANA.- ¿Qué tendrá ese hombre en su mirar y en su palabra que así se adueña de
nuestra alegría María?
MARÍA.- ¡Si es verdad que detrás del éter azul que nos envuelve está la grandeza eterna del
Dios único de los hebreos, o de los múltiples Dioses de la Mitología griega, en los ojos y en
la palabra del Profeta Nazareno palpita la eternidad de ese Dios Único y el ensueño
esplendoroso de todos los Dioses del Olimpo!.....
(La entrada de Azan interrumpe este diálogo).
ESCENA II
AZAN.- Señora vuestro invitado, el Profeta de Nazaret ha enviado un mensajero, con el que
anuncia que estará en esta casa a la hora nona (Las tres de la tarde).
(La joven se incorpora llamando a las compañeras con alegres voces.)
MARÍA.- ¡Venid!......... venid todas a vestir las largas túnicas y los amplios mantos de
penitencia porque se acerca el Justo a nuestra morada y es necesario que nada vea en ella
que choque a su santidad.
Todas corren hacia el interior del Castillo. Mientras tanto, puede verse la barca de Pedro el
pescador que va rompiendo lentamente las olas del Mar de Galilea quieto y tranquilo en
cuya superficie se reflejan los últimos resplandores del sol poniente. Le acompañan al
Profeta sus discípulos más íntimos: Pedro el anciano de las barbas y cabellera blanca,
Juan el imberbe de los rubios cabellos y ojos azules. Tomás a quien ya conocemos y otros
más. Cuando la barca se amarra a la orilla, la Castellana de Magdalo acompañada de todo
su personal sale a recibirlo en la escalinata de piedra que da acceso al Castillo.
Las doncellas visten todas las largas túnicas oscuras, con amplias mangas en forma de
campana y grandes mantos claros les cubren la cabeza en forma de tocado egipcio y les
caen sueltos hacia atrás. Las doncellas se abren en dos filas a los lados y de sus
canastillas de flores van sembrando silenciosas el camino que ha de recorrer el Profeta.
María sola desciende la escalinata. En su fisonomía se refleja la adoración, el dolor
silencioso, el sacrificio aceptado, todo lo cual le da una belleza desconocida hasta
entonces en ella, una especie de belleza ideal y trasparente que envuelve su figura como
en un nimbo de sublime grandeza.
ESCENA III
MARÍA.- (Inclinándose) ¡Seáis bienvenido a esta casa señor, que se llenará de luz con
vuestra presencia! (Se inclina y besa su mano).
JESÚS.- ¡Bienaventurada tú que has abierto tu alma a la palabra de verdad que vine a traer
a la tierra!
(Precedidos de las doncellas que van sembrando de flores el camino hasta el Castillo y
seguidos de los discípulos atendidos por Jhepone, Azan, Boanerges, el Profeta Nazareno y
María, figuras centrales y descollantes del grupo, continúan lentamente la marcha. Cuando
ya están ante la puerta que da acceso a los grandes jardines María se detiene como
sobrecogida de un extraño temor. Su voz se hace temblorosa y sus ojos se inundan de
dolor).
MARÍA.- ¡Señor!.......... Mi morada no es digna de recibiros pero ¿qué haría yo sin vos?
JESÚS.- ¡María……… María!........ ¡Tú no sabes lo que dices!........
Yo soy el buen pastor que deja en el redil noventa y nueve ovejas fieles y atraviesa zarzales
y montañas para buscar una sola que se le había perdido!........
(Continúan avanzando por entre los jardines deliciosos y florecidos donde alguien suelta a
volar una inmensa bandada de palomas blancas que revolotean por encima del grupo
silencioso y conmovido).
MARÍA.- (Dulce y temerosa a la vez) ¡Señor!........ ¡Señor!........ mis jardines como mi alma
os parecerán llenos de flores de vanidad y perfumes de pecado.
JESÚS.- ¡Mujer!........ Yo soy como un jardinero y siembro la buena semilla que luego
nacerá y crecerá y dará flores y frutos que sacien tu hambre y su sed.
(Atraviesa por fin la gran puerta del salón principal y María indica al Profeta un inmenso
sillón colocado sobre una tarima tapizada de alfombras de Persia.
Con naturalidad sencilla y complaciente Jesús acepta aquel honor lo mismo que aceptaría
sentarse en una piedra en un camino desierto; y ella coloca un almohadón sobre la tarima
y se sienta a sus pies en una actitud de contemplación silenciosa.
Todos los demás se distribuyen en los divanes que hay esparcidos por el inmenso salón).
MARÍA.- Hablad señor, que tengo hermosas referencias de vuestra palabra llena de
sabiduría.
(Y el Profeta empieza a contar la parábola llamada del Hijo Pródigo, haciendo la historia de
cada alma en su carrera eterna a través del infinito, y también la historia de la humanidad a
la cual venía a levantar mediante la fraternidad y el amor.)
JESÚS.- Un rey tenía dos hijos y el menor de ellos dijo a su padre: Dadme la parte de
vuestras riquezas que me pertenecen porque quiero gozar de mi juventud con mis amigos.
Y su padre hizo como su hijo quería, y él partió a tierras lejanas donde en las grandes
ciudades disipó sus bienes en festines y orgías con hombres y mujeres de mal vivir. (En la
pantalla se irá reflejando toda esta parábola a medida que el Profeta hace la narración).
Pero todos sus amigos le abandonaron cuando le habían ayudado a disipar el último
maravedí.
Sentado él en soledad y tristeza a la orilla de unos cercados y viendo ya sus vestidos rotos
y que el hambre lo acechaba, sintió pena de ver que un rebaño de cerdos se regalaba
glotonamente con bellotas de encina que había en el suelo a montones. Entonces fue a la
casa y buscó al amor de la heredad, dueño de los cerdos y le dijo: Dejadme comer de las
bellotas que alimentan vuestro ganado y yo cuidaré de él. Y andaba escuálido y medio
desnudo entre harapos sin más alimento que las bellotas de encina que sobraban a las
bestias.
Y decía para sí mismo: “¡Si yo tuviera para alimentarme lo que en casa de mi padre les
sobra a los criados”!.......... Y lloraba en la soledad de sus largas noches sin pan y sin
lumbre, sintiendo su orfandad y la miseria que le corroía las entrañas. ¡Oh! ¡Yo iré –dijo- iré
a mi padre y postrándome a sus pies le diré: ¡Padre mío, yo he pecado contra el cielo y
contra ti; no merezco llamarme hijo tuyo, pero déjame ocupar bajo tu techo un lugar entre
tus criados!.
Y así lo hizo. Y el anciano padre que pasaba los días y las noches esperando con amargura
y lágrimas el regreso de su hijo, subía todas las mañanas a una torre de su castillo para
mirar por el camino a lo lejos creyendo cada día ver aparecer al que su corazón deseaba.
Hasta que una tarde vio en el horizonte lejano, bajando de una colina, un hombre
encorvado y harapiento, de cabellos enmarañados y escuálido rostro que caminaba
penosamente apoyado en un báculo. La voz secreta de su corazón paternal le anunció que
era su hijo y lleno de aflicción y de amor salió a su encuentro con todos sus criados
llevando los mejores vestidos para engalanarle. Y cuando lo tuvo cerca de sí, abrió sus
brazos con infinita ternura, y estrechándole fuertemente a su pecho les decía a todos:
“Regocijaos conmigo porque este hijo que había perdido le tengo ya aquí muy junto a mi
corazón.”
MARÍA.- (Conmovida hasta las lágrimas): ¡Rabí!...... ¡Rabí!....... ¡Siento que soy yo el hijo
pródigo de tu parábola sublime!.........
JESÚS.- ¡Bien has hablado mujer!..........
(El Profeta pone con paternal afecto su mano sobre la cabeza de María que ha inclinado
su frente hasta rozar con ella las rodillas del Maestro.
En ese preciso momento se sienten las dulces melodías de la lira de Boanerges que
estaba sentado sobre el tapiz del piso hacia un lado del gran salón. El pastorcillo canta):
Ya vuelan las mariposas
Porque florece el rosal
Y en el bosque las alondras
Han comenzado a cantar.
¡Descansa, oh alma descansa
Que tantos siglos de afán
Sin encontrar el camino
Que lleva a la claridad!
¡Deja vagar tu barquilla
Por la azul inmensidad
Que va al timón un piloto
Que no te hará naufragar!
………………………
CUADRO OCTAVO
La apacible y silenciosa Betania pastoril y somnolienta, tendida como una gacela al sol, en
el centro de la campiña ondulante que circunda a la vetusta Jerusalén. Y en esa aldea una
casa señorial que domina las otras y cuya enmohecida techumbre recibe la sombra de
encinas corpulentas y de olivares interminables. El Profeta Nazareno descansa en el patio
tendido en un banco de piedra a la sombra de un frondoso olivar. A sus pies sentada en un
banquito pequeño, una niña de doce años hermana de Lázaro el dueño de la casa está
entregada con toda la ternura de su alma a la suave ocupación de hacer aire con un
inmenso abanico de plumas al profeta que duerme mientras Boanerges el pastor, sentado
en el césped toca suavemente la lira para arrullar el sueño del Justo, poblado sin duda de
visiones de la eternidad. Y diseminados por el bosque de encinas y de olivos puede verse a
Lázaro el dueño de la magnífica granja dando órdenes a sus jornaleros, que cortan ramas
de árboles para preparar la entrada triunfal del Mesías en Jerusalén. Los demás discípulos
le secundan en la tarea. Martha esposa de Lázaro, María de Magdalo con sus doncellas,
María de Nazaret madre del Profeta, Salomé ya entrada en años, madre de Juan y
Santiago, disponen palmas y ramos de flores y ricos tapices para cubrir el camino que ha
de recorrer el Profeta en su entrada a la ciudad en que iba a morir. El Mesías al cual no le
halaga el lujo ni las grandezas de la tierra, había pedido por encontrarse extenuado que se
le buscase una borriquita para hacer el viaje; pero aquellos que tanto le amaban y para
quienes la grandeza ultra terrena de aquel hombre debía rodearse también de grandeza
material, le dispusieron un cortejo muy diferente de lo que él se había figurado. Un
hermoso caballo blanco ricamente enjaezado al estilo persa con un amplio mandil de
púrpura como se acostumbraba para los reyes, fue traído por Tomás y atado al grueso
tronco de uno de los árboles a cuya sombra dormía el Maestro. Había sido adquirido en
las caballerizas del Rey de Tiro y era un ejemplar árabe de los más hermosos y gallardos.
Una multitud de músicos que tocan diversos instrumentos y visten el traje corto y vistoso
usado por los romanos y los griegos. Las doncellas aparecen vestidas de largas túnicas
blancas, veladas desde la cabeza a los pies con una gasa blanca que no les deja ver con
claridad el rostro y coronadas de rosas a la usanza de las Vírgenes de Sión cuando
desempeñaban los oficios religiosos en el templo de Jerusalén. Las unas con lámparas
encendidas al igual que las “Vírgenes prudentes” de la parábola que en una suave tarde,
tarde otoñal les explicara el Profeta. Las otras con canastillas de flores para arrojar al paso
del Enviado por las calles tortuosas y sombrías de la ciudad asesina de profetas. Y
haciendo escolta de honor al Maestro sus discípulos y amigos con grandes palmas en
forma de abanicos inmensos para resguardarle de los rayos del sol. Tal fue el cortejo que
saliendo de Betania entró por una de las puertas de Jerusalén y recorrió sus calles al son
de instrumentos musicales interrumpidos a intervalos por una entusiasta aclamación:
“¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito sea el que viene en nombre de Jehová! De nada había
servido la extrañeza del humilde Profeta Nazareno al despertar de su sueño en el banco de
piedra de la casa de Lázaro, cuando se le acercaron sus discípulos a hacerle montar el
hermoso caballo blanco que le esperaba.
“¿Y por qué hacéis esto? ¿No os he dicho que mi reino no es de este mundo? ¿No sabéis
que el que se ensalza será humillado y que el Reino de los cielos es para los humildes de
corazón?”
Un profundo estudio psicológico de Jesús de Nazaret ha permitido corroborar que una de
las virtudes más excelsas que adornaron su espíritu superior fue la complacencia y la
tolerancia en todo lo que no significara defraudar las bases fundamentales de su doctrina
sublime: el amor y la fraternidad. Y así se le vio asistir con igual naturalidad y afable
dulzura a los festines más suntuosos en los palacios de los magnates como comer
sentado sobre la hierba de los campos o en la pobre barca de Pedro el pescador. Atento
solamente a la visión eterna del amor que venía a traer a la tierra como manantial
inagotable de paz y de consuelo, el oropel de las grandezas humanas le fue por completo
indiferente.
A todo este cortejo preparado en Betania se habían ido sumando grupos de labriegos y de
gentes del pueblo hierosolimitano hasta formar una inmensa muchedumbre por sobre la
cual se destaca la alta y perfecta silueta del Nazareno con su faz sonriente llena de infinita
dulzura y extendiendo de vez en cuando sus brazos por encima de la multitud conforme a
la costumbre de los oradores sagrados mientras decían: “Que la paz sea sobre vosotros.”
Dos discípulos le ayudaron a desmontar a la puerta del gran cenáculo donde se había
preparado la cena Pascual, conforme a la costumbre hebrea; última vez que el Maestro
estaría a la mesa con los que su corazón amaba, y teniendo por espectadoras a las
piadosas y buenas mujeres que le habían seguido. Las doncellas tocaban la cítara y
hablaban entre sí algunas y otras atendían con solicitud a los que estaban sentados a la
mesa. Las ancianas comían a la mesa del Profeta.
ESCENA I
JESÚS.- (Sentado al centro de la mesa) “Es la última vez que me siento a la mesa con
vosotros porque es llegada la hora en que debo volver a Aquel del cual vine.
Entonces me buscaréis y no me hallaréis; mas pensad en el Maestro y amadle y allí donde
estuviereis dos o tres reunidos en mi amor, allí estaré yo en medio de vosotros.”
(En ese momento salió de atrás de un cortinado la pequeña María hermanita de Lázaro y
poniendo su cabecita confiadamente sobre el hombro del Maestro le dijo así):
MARÍA DE BETANIA.- ¡Llévame contigo Rabí a donde quiera que vayas!
JESÚS.- (El dulce Nazareno besó la frente radiosa de inocencia y de pudor de aquella
hermosa niña cuya alma se había elevado hasta comprender al Profeta.) ”En verdad te
digo que antes que florezcan los almendros de tu huerto, estarás conmigo en las moradas
del Padre”.
MARÍA DE MAGDALO.- (Con su hermoso semblante inundado de dolor y echando atrás el
blanco velo que aún le cubría el rostro, se acercó pausadamente y poniéndose a la espalda
del Profeta derramó esencias aromáticas sobre su cabeza; y arrodillándose luego a sus
pies le decía, con intenso dolor): ¡Señor!.......¡Señor!........ ¿A dónde iré yo cuando vos hayáis
partido?
JESÚS.- ¡Mujer!.......... Me unges con perfumes porque estoy ya al borde de la sepultura. En
verdad te digo que me hallarás siempre dentro de ti misma cuando tu amor me llame.
(María de Magdalo fuertemente sacudida por los sollozos dejó caer su rubia cabeza sobre
los pies de Jesús que la envolvió en una larga mirada llena de piadosa ternura. Las
mujeres ancianas, o sea la madre del Profeta y Salomé, lloran silenciosamente, y se
advierte una gran consternación en todos los presentes. Entonces Raquel se acerca y
levanta a María para llevarla hacia donde está la madre del Maestro. La joven se arrodilla
ante ella y esconde su lloroso rostro en el regazo de la anciana).
MARÍA.- (Levantando su rostro inundado de llanto clama desde lo más hondo de su
corazón): ¡Arráncalo de la muerte, tú que eres su madre y le diste la vida!.......
LA MADRE.- ¡Hija mía………. Yo te lo pido a ti, arráncalo tú que tanto le amas!.......
MARÍA.- (Levantándose): ¡Unamos nuestros amores para formar una muralla de acero
entre la muerte y él!.........
(Y apoyadas la una en la otra, la joven y la anciana se acercan al Profeta para impedirle
morir. Él las ve venir y cerrando a medias los ojos, estruja sus propias manos.
Su hermoso semblante contraído por la intensa lucha deja comprender que adivina lo que
aquellas dos mujeres van a decirle.
La madre colocándose a la espalda rodea con sus brazos el cuello de su hijo y une su
cabeza a aquella cabeza adorada, mientras María se arrodilla ante él en actitud
suplicante).
LA MADRE.- ¡Hijo mío……. Ten piedad de tu madre y apártate del camino de la afrenta y de
la muerte!....... ¡Hombre justo serás sin que tengas que inmolarte a la ira de los
sacerdotes!........
¡Jehová castigará sus maldades; no quieras corregirlos tú!......
(El Profeta acaricia las manos de su madre y su mirada honda y profunda se pierde a lo
lejos como si para él no existieran los muros de la habitación.
María arrodillada a sus pies con sus manos unidas como en una suprema oración le mira,
……..
Le mira con sus ojos de abismo, procurando adivinar un momento de debilidad en la
heroica resolución del Enviado………… La espantosa lucha interior del Profeta dura solo
segundos.
Después se desprende suavemente de los brazos de su madre, y levanta del suelo a María.
Las mira a ambas con inmensa ternura y empuja la una hacia la otra).
JESÚS.- Probadme que me amáis no apartándome de mi camino. Amaos la una a la otra,
tanto como yo os amo y como os amaré hasta el fin. (Las dos mujeres se abrazan
sollozando, y él caminó hacia la puerta, pálido y con el semblante descompuesto por la
lucha tremenda que había sostenido en lo más hondo de su ser. Fue a apoyarse para no
caer, en la pilastra de la puerta, donde se detuvo unos segundos, mientras decía sin volver
la cabeza:
Pedro, Santiago y Juan, seguidme……….
ESCENA II
(Era ya entrada la noche y se ve al Profeta salir de la ciudad seguido de sus tres discípulos
y dirigirse al bosque de olivos seculares cercanos a los muros que acaban de atravesar.
Los deja en un recodo u ondulación del terreno tendidos sobre el verde césped que tapiza
el suelo).
ESCENA III
PEDRO.- ¿Nos dejáis Maestro?
JESÚS.- Esperadme aquí que voy a orar, pero velad conmigo.
(Se aleja unos pasos hasta una pequeña plazoleta natural formada entre los añosos
troncos de varios olivos, en el centro de la cual se levanta un trozo de roca como si se
hubiera desprendido de la cadena de pequeñas montañas que ondulan aquellos campos.
Sobre aquella roca apoya sus manos entrelazadas y levanta hacia el espacio azul su frente
bañada por los blancos rayos de la luna que se filtran silenciosos por entre las ramas de
los olivos, mansamente agitados por el viento de la noche. María de Magdalo sin que sus
compañeras lo adviertan ha salido también envuelta en un oscuro y amplio manto que
solo deja al descubierto la parte inferior de su rostro y ha seguido al Profeta a cierta
distancia sin que él lo hubiera apercibido. Su corazón de enamorada ¿ha presentido la
agonía amarga y desolada del Mesías? ¿O ha temido acaso una emboscada de sus
enemigos? No fue dueña de resistir a la idea de que él soportara en soledad y abandono
esa hora solemne de acercamiento al infinito, sabiendo que va a morir.
Y ocultándose, y toda medrosa, despreciando las burlas de los centinelas de la ciudad
cuando la ven salir a esas horas, provocando el mal pensar de los transeúntes, consigue
llegar hasta el bosque de olivos donde ora el Profeta.
Ve los discípulos dormidos y abriendo luego unas ramas que le cierran el paso se acerca
cautelosamente hasta que ve bañada por la luna la pálida y hermosa faz del Nazareno,
contraída por el dolor. Le contempla unos segundos, lo bastante para comprender lo
amargo de aquella agonía dolorosa que lo estremece y baña de sudor el rostro del gran
vidente, que desde el fondo de las tinieblas ve surgir como una visión trágica de espanto la
montaña del Gólgota y la gran cruz negra levantada en alto que le espera con sus brazos
abiertos. Visión espantosa que le llena de horror, arrancándole aquel grito como un quejido
que nos ha transmitido la tradición: “¡Padre mío!.......... pase de mí este cáliz de amargura,
pero no se haga mi voluntad sino la tuya!” Grito de la naturaleza humana que se espanta a
la vista del altar de su sacrificio. ¡Grito del alma justa abrazando el dolor que ha de
exaltarle hasta la epopeya grandiosa del martirio por un ideal sublime!
MARÍA.- Conteniendo la respiración y ahogando en lágrimas silenciosas su propio dolor, se
va acercando lentamente sin ruido y cuando ve que el Profeta desfallece ante la visión
trágica de su próxima muerte, cuando parece que va a sucumbir a fuerza de espanto, ella
se le acerca silenciosa, deja caer su manto como un girón de las tinieblas y aparece al
descubierto y bañada por la luna su esbelta figura vestida de larga túnica blanca por
encima de la cual cae como lluvia de oro su blonda cabellera suelta. De una pequeña
bolsita de seda que pendía de su cintura saca un frasco de elixir reconfortante y lo acerca
a los labios del Profeta próximo a desfallecer).
MARÍA.- ¡Maestro....... os he seguido porque adivinaba vuestro dolor!.........
¡Bebed Señor y dejadme que os aparte de la muerte!....... (Los labios anhelantes del Mártir
que no tiene fuerzas para rechazar ese alivio, bebe con ansia febril.
María seca con sus cabellos aquella frente pálida y sudorosa mientras él le dice
suavemente):
JESÚS.- ¡Mujer!......... Bienaventurada tú que amas por encima de todas las cosas!
MARÍA.- ¡Señor……… Señor!.......... ¡tu dolor es mi dolor!........ ¡tu muerte es mi muerte!
JESÚS.- (Haciéndole ademán de que se aleje): ¡Vete María adonde están tus hermanas y
pide al Padre valor para beber el cáliz que yo debo beber! (Ella extiende sus brazos
anhelantes hacia el Mártir al cual ve en su fantasía como una visión que se va hundiendo
en un abismo sangriento, y presa de terror, se envuelve apresuradamente en su manto y
desaparece en las sombras. Apenas ella ha desaparecido, los discípulos se despiertan
asustados por el ruido que forma un pelotón de hombres armados que llegan con gran
estrépito. Un soldado grita).
ESCENA IV
CENTURIÓN.- Jesús Nazareno, apellidado Mesías.
JESÚS.- (Adelantándose ya sereno y tranquilo): Yo soy.
(Le prenden brutalmente, le atan las manos a la espalda; sus discípulos aterrados huyen
después de unos momentos de lucha desigual e inútil, y toda esta escena desaparece en
las sombras de la noche).
…………………………………………………………………………
CUADRO NOVENO
La luna pálida y serena seguía alumbrando el paisaje inmediato a Jerusalén, y las calles
tortuosas y sombrías de la vieja ciudad de los profetas, esa luna blanca y pálida como
rostro de virgen estática en la penumbra de los cirios temblorosos.
Como una mole negra y terrorífica se destacaba del conjunto de casas desiguales, el
palacio de Caifás el Sumo Sacerdote que parecía como una prolongación de la histórica
Torre Antonia, presidio tenebroso donde purgaban sus fechorías todos los delincuentes
del país. Allí en un calabozo bajo y sombrío había sido sepultado el Mesías en espera de
que se reuniera el tribunal que le había de juzgar, o mejor dicho, en espera de que el feroz
grupo sacerdotal que le odiaba acabase de planear la manera de condenarle a muerte
antes de haberle oído.
Dos sombras negras como fantasmas errantes surgidos del seno de las tinieblas
rondaban los muros tétricos de aquellos dos edificios vecinos, que por extraña
coincidencia albergaban almas igualmente negras y criminales: Los unos disfrazados con
el hábito de santidad, y los otros sin ese disfraz. Eran dos mujeres envueltas en amplios
mantos de color oscuro, y con tocas blancas a la usanza hebrea. Cualquier ruido las
llenaba de espanto, y corrían a ocultarse en los huecos de las puertas o detrás de las
columnas. En una de ellas puede reconocerse fácilmente a María de Magdalo y en la otra
a Juana de Sidón recientemente casada con el Procurador del Rey Herodes Antipas.
ESCENA I
JUANA.- Volvámonos María, que ya es muy entrada la noche y nada podremos hacer
aquí……...
MARÍA.- (Caminando nerviosa de un lado a otro, tanteando los muros como si con su
ansia loca quisiera abrir en ellos una puerta libertadora).
¡No puedo Juana………. No puedo alejarme de este lugar!.......
¿Cómo me sufriría el corazón dejarle así, solo y abandonado, sin que una voz amiga le
fortalezca y le consuele?
JUANA.- Mi marido no debe tardar en llegar a mi casa ¿Y qué será de mí si a estas horas
no me encuentra en el hogar?
MARÍA.- Tienes razón……… Tú estás encadenada a tus deberes de esposa……….. ¡Huye
Juana antes de que sea demasiado tarde!
JUANA.- ¿Y tú?........... ¿Has de quedarte sola acaso aquí, junto a esa soldadesca brutal?
MARÍA.- (Con gran firmeza) ¡Yo soy libre y no me debo a nadie!.........
¡Yo no partiré de aquí hasta que haya hecho el último esfuerzo para salvarle!.......
JUANA.- (Acariciándola con tristeza): ¡Pobre ilusa! ¿Crees que esos lobos hambrientos te
van a soltar su presa?
MARÍA.- ¡Entonces………. Entonces moriré con él! Vete y que Jehová sea contigo.
JUANA.- Que él te ampare y fortalezca.
(Como una sombra se desliza Juana a lo largo de los muros, camino de su hogar, y
desaparece como tragada por las sombras.
ESCENA II
María de Magdalo en su búsqueda delirante y nerviosa descubre por fin una escalerilla de
piedra que da a una puertecita que está sin los cerrojos puestos, y al entreabrirla ve en el
patio iluminado a los criados del Pontífice que hablan y ríen y algunos duermen en los
bancos de piedra. Su semblante se ilumina de felicidad y cierra de nuevo la puertecilla,
baja de nuevo los peldaños de la escalerita y corre a su casa que se encontraba en la gran
plazoleta donde se erguía imponente y fastuoso el templo de Jerusalén. Desde que
decidió seguir de cerca al Profeta había instalado una confortable morada en las
cercanías del Templo hacia donde empezó a llamarla su propio espíritu, ansioso de
oración y de recogimiento, y también para atender a las necesidades del Apóstol y sus
discípulos cuando debían permanecer en la ciudad durante las festividades prescritas por
la ley de Moisés. Sin llamar a nadie porque todos se habían entregado al sueño, buscó
apresuradamente en sus viejos arcones lujosos atavíos que ya tenía casi olvidados,
perfumó sus cabellos y se engalanó con igual esmero que lo hacía para sus festines ya
lejanos, y cuando se vio convertida como en un espléndido florón de gasas y de perlas, se
envolvió en un amplio manto de brocado azul turquí y se lanzó de nuevo a la calle
sumergida en una suave penumbra de ese claro oscuro de las noches de luna. Y sin
detenerse a pensar, sin un momento de vacilación ni de duda, cuando hubo llegado al
Palacio de Caifás subió la escalerilla que tan oportunamente había descubierto y abrió la
puertecita que daba entrada al patio de los guardias. Varios criados del Pontífice especie
de soldados vestidos como los guerreros del Rey David trataron de cerrar el paso a aquel
fantasma azul que tan confiadamente entraba sin llamar.
Entonces María abrió su manto, y cuando se convenció de que había causado en aquellos
hombres brutales la impresión que ella deseaba se descubrió toda, tiró su manto sobre un
banco inmediato, y ahogando con un esfuerzo sobrehumano la inquietud y el dolor que la
torturaba, les dijo con toda su afable y seductora sonrisa:)
MARÍA.- ¿No encontráis vosotros que estas turbulencias religiosas llenan de tristeza
vuestra hermosa ciudad?
GUARDIA I.- ¿Quién se atreve a hablar de tristeza teniéndote a ti a la vista? (Se le acerca
más de lo conveniente mientras ella con huidas incitadoras trata de esquivarse para evitar
un contacto que le repugna.)
MARÍA.- Pues por eso he venido porque quiero divertirme con vosotros.
¿No me dais algo para beber?
GUARDIA II.- ¡Jehová bendito!.......... Esta virgencita no es de las que se ahogan con
pámpanos de la vid.
(Todos ríen y dicen chistes maliciosos y abren los brazos como para estrecharla en ellos y
le arrojan besos).
GUARDIA III.- ¡Ven por aquí paloma!........ (Trata de rodear su talle con su fornido brazo sin
conseguirlo porque ella hábilmente se deslizaba inquieta y fugaz de un lado para otro,
volviendo locos a todos sin que ninguno la alcanzara. Así llegaron a una habitación grande
y baja donde había una gran mesa al centro y bancos cubiertos de mantas alrededor. Uno
de los guardias puso un cántaro de vino sobe la mesa y varias escudillas de barro. María
corrió presurosa y subiendo a uno de los bancos para alcanzar a la boca del cántaro,
empezó con gran soltura a llenar las escudillas.)
MARÍA.- Traed música para alegrarnos mientras yo os sirvo de beber. (Simulando ella que
bebía, les hizo embriagar repartiendo entre los guardias repetidas escudillas de vino. Acto
seguido y cuando un guardia tocaba la flauta, empezó María una danza vertiginosa que
tenía mucho de los giros convulsos y temblorosos de una avecilla herida que lucha para
no caer antes de haber salvado a sus hijuelos perseguidos por un gavilán. Y entre los
revoloteos de la danza, los incitaba a beber y beber a la salud de cuanto personaje
importante había en la época. Por el Pontífice, por el Gobernador, por el Rey, por el César.
La fiebre, el cansancio, la angustia, la repugnancia misma de aquella escena habían teñido
de púrpura su semblante y dilatado sus grandes ojos que arrojaban luz, y los guardias
empezaron a caer ya ebrios completamente, quedando tendidos sobre los bancos o en el
suelo. Entonces María tomó de nuevo su manto y se envolvió en él y empezó a deslizarse
por pasillos y corredores apenas alumbrados por el candil que ella llevaba en su diestra
para abrirse paso a través de las tinieblas. Y al doblar un oscuro pasadizo, vio entre los
barrotes de una puertecilla de hierro la figura blanca y nítida del prisionero como un
manojo de lirios blancos en la negrura del calabozo.
ESCENA III
Un rayo de luna que penetraba a hurtadillas por una ojiva del muro, iba a caer de lleno
sobre aquel semblante sereno al que el dolor parecía envolver en una aureola de divinidad.
MARÍA.- ¡Maestro……….. Maestro mío!......... (Exclamó tendiendo sus brazos a través de la
verja que le impedía la entrada.)
JESÚS.- (Sin extrañeza ni asombro, la miró con infinita dulzura). ¡María!......... El amor es
como el ciervo sediento que salta montes y precipicios para llegar a la fuente de las
aguas………. El amor es más fuerte que la muerte.
(Como si estas palabras hubieran tenido una fuerza extraña y misteriosa, la puerta giró
pesadamente sobre sus goznes, y aquella mujer enloquecida de dolor fue a caer de
rodillas a los pies del profeta que estaba sentado sobre un poyo de piedra, con sus manos
atadas a la espalda y sujeto al muro con una gruesa cadena
MARÍA.- ¡Señor…….. Señor!....... Tú que sacas del sepulcro a los muertos y das luz a los
ciegos, tú tienes poder para romper estas cadenas y volver con los que te aman……….
¡Señor……… Señor, tened piedad de vuestros amigos………. tened piedad de vuestra
madre………. tened piedad de mí!..............
(Los sollozos le cortaron las palabras y ocultó su rostro desolado en las rodillas del
Profeta que seguía envolviéndola en la luz inefable y santa de su mirada llena de paz y de
serenidad.)
JESÚS.- ¡No llores mujer!........ que yo te digo: antes que el sol se ponga mañana habré roto
mis cadenas y gozaré de mi libertad.
(Él aludía que antes de la puesta del sol del día siguiente, ocurriría su muerte, que le
libraría su cuerpo material para gozar de nuevo de su libertad de espíritu en la inmensidad
infinita. Una ráfaga de dicha iluminó el semblante de María de Magdalo que entendió
literalmente las palabras del Profeta.)
MARÍA.- (Cruzando sus manos sobre el pecho como si descansara de un enorme peso).
¡Gracias, Maestro, gracias!..........
JESÚS.- ¡Vete en paz y descansa María hasta mañana cuando mi amor te llame!........
(Ella besó la orla de su túnica con devoto afán y se deslizó ligera, cerrando tras sí la puerta
a través de la cual miró de nuevo a Jesús que cerró suavemente sus ojos y recostó su
cabeza en el muro, como extenuado por el nuevo dolor que acababa de padecer.)
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CUADRO DÉCIMO
Con la promesa de Jesús de que al día siguiente estaría en libertad, María que había
agotado todas sus energías físicas cayó rendida en su lecho y se quedó profundamente
dormida, pero su espíritu sutil e inquieto, durante el desprendimiento del sueño, voló solo
allá donde estaba aquel que tan profundamente amaba. Su cuerpo astral se deslizaba
como blanco fantasma por los oscuros pasillos de la prisión del Profeta, al cual se acercó
nuevamente y con ternura maternal lo besó en la frente mientras él dormitaba……… Se
deslizó hasta la parte principal del Palacio de Caifás y llegó a la sala del Sanhedrín, donde
reunidos los príncipes de los sacerdotes deliberaban sobre la manera de condenar al
inocente sin oírlo.
Se acercó a cada uno de aquellos hombres sin corazón y les habló al oído sin que ellos se
inmutaran. Dormidas sus conciencias y atrofiados sus sentimientos no podían oír aquella
voz sin ruido que les decía: “No matarás” está escrito en la ley de Jehová; no cometáis
este asesinato. ¡Temed la justicia de Dios!........ ¡El que a hierro mata a hierro muere!.........
Solo uno de ellos llamado Gamaliel, sintió en su corazón la voz del espíritu de María que
hacía esfuerzos sobrehumanos para enternecer aquellos bloques de piedra………. Y
mientras su cuerpo astral se entregaba a esta lucha desesperada, el cuerpo físico de la
joven parecía sumergido en un profundo letargo allá en la penumbra silenciosa en su
habitación solitaria.)
ESCENA I
EN EL SANHEDRÍN
GAMALIEL.- (Levantándose en medio de la reunión): Hermanos, creo que no es justo
condenar un reo sin oírle, tanto más que no se le ha encontrado culpable ni de robo ni de
asesinato, sino solo de enseñar al pueblo doctrinas nuevas. (En este momento, dos
guardias entraron trayendo al Profeta ante el Jurado.)
ANCIANO I.- Es reo de blasfemia porque se ha llamado Hijo de Dios y los blasfemos deben
morir.
ANCIANO II.- ¡Y ha dicho que se destruya el templo de Jerusalén y que él en tres días lo
reedifica!........
ANCIANO III.- Y tiene pactos con los genios del mal porque hace cosas estupendas que un
hombre no puede realizar; por hechicero y mago, nuestra ley lo condena.
ANCIANO IV.- Y anda seguido de mujeres de mal vivir y cura enfermos en día sábado que
Moisés ha destinado para alabar al Señor.
ANCIANO V.- Y bebe vino y como carnes prohibidas por la ley.
GAMALIEL.- (Dirigiéndose al Profeta que se mantenía en el más profundo silencio): ¿Nada
respondes en tu defensa?
JESÚS.- Si en vuestra conciencia me habéis condenado ya porque creéis justo que muera
¿qué defensa queréis que yo haga?
(Ellos siguieron discutiendo mientras el astral de María rondaba como una nubecilla en
torno del Mártir y él hablaba con ella y la escuchaba, lo cual llenó de cólera a aquellos
orgullosos tiranos de la conciencia humana que como no veían al interlocutor invisible del
Profeta, creían estar en presencia de un idiota que se burlaba de su autoridad. Y
poniéndose todos de pie, levantaron la diestra a lo alto diciendo todos menos Gamaliel:
TODOS.- Es reo de muerte. Debe morir.
GAMALIEL.- Pongo a Jehová por testigo de que no soy cómplice de la muerte de este
inocente.
(Sale por una puerta externa mientras al Profeta lo llevan por una puertecilla interior.)
ESCENA II
Cuando el Profeta fue llevado de nuevo a su calabozo, el blanco fantasma de la
enamorada corría al Palacio del Gobernador Pilatos que despachaba asuntos urgentes
con los jefes militares y acercándose a él le dijo al oído: Tú que representas a la magna
Roma de los Césares, patria de mi madre, demuéstralo en tu justicia y equidad. (El
Gobernador miró hacia todos lados y no viendo nada continuó su tarea). El fantasma voló
a las habitaciones de la esposa de Pilatos que dormía profundamente y le hizo ver en
sueños las desgracias inmensas que caerían sobre ellos si su esposo no impedía que se
derramara la sangre del Justo. Y tomando fuerzas y energías radiantes del éter, hizo
desfilar como esbozadas en una penumbra nebulosa las trágicas escenas de un futuro
cercano: Se vio a Pilatos salir cargado de cadenas de Jerusalén y sepultado después en un
oscuro calabozo en Roma por orden del César; después se le ve salir con su mujer
desterrado a un lejano país semi bárbaro donde es asesinado en un motín popular y su
cadáver arrojado a un muladar donde le despedazan los perros y los buitres.
Aquella mujer se despertó toda sobresaltada mientras el cuerpo astral de María
continuaba envolviéndola como una sombra mientras le decía: ”Presiona a tu marido para
que indulte al Justo. Y la mujer corrió presurosa donde estaba su marido.
ESCENA III
LIDYA.- Guárdate de condenar a ese justo porque en sueños espantosos he visto tu
desgracia y la mía por causa de él.
PILATOS.- Vete en paz mujer y no temas, que yo me arreglaré de algún modo para salvarle.
Harto estoy de las intrigas religiosas de los judíos.
(El fantasma de María continuaba hablando al alma de aquella mujer.)
ASTRAL.- ¡Ay del que vierta la sangre del Justo! (La mujer como impulsada por una fuerza
extraña huyó despavorida.)
ESCENA IV
Y el blanco astral de la enamorada María de Magdalo volvió al Sanhedrín en el momento
en que aquellos malvados sacerdotes habían ya planeado toda su iniquidad hasta en los
menores detalles para obligar a Pilatos a sentenciarle a muerte; y azotándolos
despiadadamente con una larga vara luminosa que parecía una espada de fuego o un
látigo incandescente, como una prolongación de su mismo cuerpo astral cada vez más
materializado les gritaba:
¡Ay de vosotros asesinos cobardes, lobos hambrientos de sangre……… Con la misma vara
seréis medidos por los siglos de los siglos!.........
Ante este formidable apóstrofe del fantasma de María a quien el amor daba fuerzas de
gigante, aquel grupo de miserables sintió escalofríos y un terror que pareció irse
contagiando de uno a otro hasta el punto que sobrecogidos de un misterioso espanto
escaparon cada cual por su lado.
Aquel ser astral cada vez más excitado hizo caer con rapidez vertiginosa y como presa de
espantosa locura, todos los rollos de papiro donde aquellos malvados simulaban estudiar
la ley de Moisés para justificar el asesinato que habían resuelto, y sobre aquella pira hecha
de rollos, arrojó uno de los cirios que ardían en el inmenso salón y una llamarada roja,
ennegrecida por el humo, llenó como de ráfagas de sangre aquel recinto solitario………
¡Así………… como estas llamaradas ardientes será para los malvados, hipócritas y falsarios,
la justicia de Dios por los siglos de los siglos!................ (Y desapareció).
ESCENA V
Ya muy avanzado el día, Susana, Raquel y otras de las doncellas penetraron
apresuradamente en la habitación donde María yacía en su lecho profundamente dormida.
RAQUEL.- (Angustiada en extremo). ¡María…….. María……… despertad por piedad que ocurre
una gran desgracia!....... María se incorpora con una gran laxitud como si un inmenso
cansancio entorpeciera sus movimientos). ¡El Maestro ha sido condenado a muerte y ya le
sacan de la ciudad cargado con la cruz hacia el monte de las Calaveras!
(Las dos se abrazan sollozando. María permanecía como atontada con sus ojos abiertos
desmesuradamente y con unas profundas ojeras violáceas alrededor de sus párpados.)
MARÍA.- ¡Ya lo sabía!...... ¡Ya lo sabía!....... (Y esconde su cabeza sollozante en el pecho de
Raquel confundiendo con ella sus sollozos y gemidos. Pero el amor, ese mago sublime
que forja los héroes y los mártires presta fuerzas al cuerpo agotado de aquella mujer que
se levanta apresuradamente, se envuelve en su amplio manto de color ceniza y
acompañada por Raquel y Susana y guiadas por Boanerges se echan a la calle con una
angustia indescriptible. Van siguiendo las huellas sangrientas del Mártir que ha ido
marcando de rojo cada uno de sus pasos en la vía dolorosa.
Negros nubarrones presagio de tempestad dan al paisaje un aspecto de tragedia y de
terror sumiéndolo en un sombrío anochecer cuando solo es la mitad del día.
A la luz de rojizos relámpagos, aquellas mujeres guiadas por Boanerges van descubriendo
la espantosa huella de sangre……….. hasta que al doblar un pequeño promontorio cubierto
de arbustos, ven allá a lo lejos en lo alto de la colina los tres negros maderos de infamia y
de tortura, y en el del centro, el cuerpo exánime del Mártir como una escultura de marfil
incrustada de rubíes.
María cerró sus ojos y volvió hacia un lado su cabeza apoyándose para no caer en el
brazo del pastorcillo que sollozaba como un niño que ve morir a su padre. El espanto la
paralizó por unos instantes; pero sacando fuerzas de la inmensidad inagotable de su amor,
dejó caer su manto y echó a correr subiendo la colina en una carrera vertiginosa……….
loca……….
Sus compañeras apresuraron también su marcha sin poder alcanzarla y queriendo en vano
detenerla………….. Y sin fuerzas para continuar avanzando se detuvieron al tropezar con la
madre del Profeta y Salomé que lloraban, detenidas por el espanto y por los grupos de
soldados y chusma soez pagada por los sacerdotes para dar la apariencia de que era el
pueblo enfurecido quien pedía aquella ejecución.
Algunos de aquellos hombres brutales quisieron cerrar a María el paso, pero sus brazos
como convertidos en garfios de hierro apartaron con terrible violencia todos los
obstáculos, y su aspecto de espantosa locura debió causarles terror porque todos se
apartaron para darle paso libre.
Fue a caer de rodillas al pie de aquel madero ensangrentado y abrazándose a él besaba
delirante los pies de la víctima que quedaban a la altura de sus labios y secando con sus
cabellos la sangre que manaba de ellos decía entre sus sollozos:
ESCENA VI
MARÍA.- ¡Maestro…………. Maestro…………. No quiero que mueras!
JESÚS.- ¡Mujer……….. yo tenía sed y tu amor viene a apagarla. ¿Dónde están todos aquellos
que yo amo?
MARÍA.- ¡Señor………… Señor………… mirad a través de este amor mío a todos aquellos que te
son amados. (La fuerza gigantesca de aquellos dos amores unidos atrajo en ese instante
los cuerpos astrales de los discípulos del Mártir y rondaron como fantasmas dolientes al
pie de aquel cadalso que debía inmortalizarse a través de los siglos.
JESÚS.- ¡Bienaventurada tú que amas por encima de todas las cosas!
MARÍA.- ¡Maestro!........... yo quiero fulminar con mi amor a los que te arrancan la vida!
JESÚS.- ¡Esos son tus hijos mujer………. Yo te los doy en esta hora postrera y pidamos al
Padre que los perdone porque no saben lo que hacen!..........
MARÍA.- ¡Señor……….. Señor!......... el mundo se llenará de tinieblas. (Continuó sollozando
aquella mujer que acabó por conmover a los mismos verdugos.)
JESÚS.- Ten valor María y di a los que he amado que estaré siempre a vuestro lado hasta
la consumación de los tiempos.
La negrura de los cielos se convirtió en tinieblas rasgadas de vez en cuando por siniestros
relámpagos, y se vio correr despavorida aquella turba de soldados y de pueblo en quien el
terror como una extraña fuerza vengadora parecía ejercer su trágica influencia………
En la tiniebla sangrienta de aquella hora suprema sumergida en un silencio pesado y
torturante, solo se veía irradiando luz el blanco cadáver del Mártir, y como pedestal vivo el
cuerpo arrodillado de María de Magdalo, abrazada a los pies del Maestro, y recibiendo
sobre su cabello de oro y sobre su blanca vestidura, como hilos de púrpura la sangre del
Justo cuyo amor excelso la había purificado. Y al pie del montículo como una amalgama
de dolor y de lágrimas las otras piadosas mujeres sosteniendo a la Madre del Mártir que
sin fuerzas ya para soportar el terrible espectáculo, había caído en un desvanecimiento
parecido a la muerte.
EPÍLOGO
Años más tarde, en la comarca montañosa y desierta que se extendía a la ribera del Mar
Muerto, podía verse una cueva inmensa que la naturaleza había labrado en la peña viva. En
el centro de aquella gruta se levantaba una cruz rústica hecha de dos troncos cruzados y
sujeta en el suelo por un montón de piedras que servía de pedestal. Y por la ribera del Mar
Muerto se veía ambular como un fantasma errante de aquellas soledades una mujer, que a
través de su demacración y mísera indumentaria, dejaba adivinar que en su juventud debió
ser muy hermosa.
Su larga cabellera rubia algo emblanquecida ya, más que por la nieve de los años, por un
secreto dolor que llevaba consigo, le caía en largas madejas lacias sobre una túnica de
color oscuro que llegaba a los pies y que la recogía a su cintura con una trenza de hebras
de palmeras.
Llevaba los pies descalzos y se apoyaba en un báculo que era un palo terminado en una
cruz. Cuando el hambre la acosaba, escarbaba en la tierra para sacar las raíces, o recogía
frutas silvestres que le servían de alimento.
La seguía un enorme león, manso para ella como un cordero, al cual había recogido herido
siendo pequeñito, víctima de los cazadores del desierto que acaso le mataron sus padres.
La noble bestia le demostraba su gratitud y su amor, trayéndole de sus cacerías en la
montaña patos silvestres, palomas y conejos que ella se encargaba de curar si sus heridas
eran leves. Un día el león le llevó una gacela herida y aquella ermitaña se abrazó llorando
de su cuello y se la oyó repetir:
“Yo era también como una gacela herida y vos, ¡Amor mío!......... me curasteis con la
infinita piedad de vuestro corazón!.........
Y con solicitud maternal curó y vendó al animal. Cuando extenuada de debilidad o de
cansancio se sentaba sobre una piedra, tomaba como distraída dos trozos de madera y
con hebras de palmeras o de hierbas, ataba uno sobre otro y lo enterraba en el suelo. Era
así que todos aquellos contornos estaban sembrados de pequeñas o grandes cruces,
porque una sola idea parecía dominar el pensamiento de la ermitaña: una cruz era el
patíbulo en que había muerto su amor.
Un día al atardecer, más triste, más enferma, más desolada que de costumbre, se hallaba
en su gruta tendida en su lecho de pajas y apoyada su cabeza en una piel de cordero
colocada como respaldo sobre el pedestal de piedras de la cruz que había en el centro.
MARÍA.- (Levantando hacia lo alto sus manos enflaquecidas): ¡Maestro…….... Maestro mío
que partiste a las moradas del Padre, dejándome en las tinieblas y el dolor!......... ¿Dónde
encontraré en la tierra la paz? ¡Di a los pobres y desvalidos todo cuanto tenía para
asemejarme a ti que no tenías ni una piedra en que recostar tu cabeza!......... ¡Y mi corazón
sigue llorando Señor porque no es posible consolarse después de haberte perdido!.......
¡Señor………. Señor…… llévame a ese reino tuyo que no es de este mundo porque estoy
muriendo de muchas muertes desde que vos partisteis……… Señor……… Señor……… sálvame
que parecen tragarme las tinieblas!............
Era la agonía que apagaba ya la luz de sus ojos que se iban cerrando a la vida material.
Entonces apareció, como hecho de rayos de sol, el cuerpo astral del Profeta de Nazaret,
con su rostro sonriente y dulcísimo y sus manos llenas de varas de nardos en flor.
La agonizante ermitaña le mira con sus grandes ojos extáticos y extiende hacia él sus
manos temblorosas……….
MARÍA.- ¡Maestro!......... ¡Maestro mío………. Yo te esperaba!.............
JESÚS.- (Inclinándose para acercarse hasta la moribunda). ¡María!....... He aquí que te
devuelvo los nardos con cuyo perfume me ungiste un día. (Y con infinita suavidad los
derramó sobre el pecho de María.)
¡Mujer.......... ven conmigo a la inmensidad infinita porque tu hora ha llegado!
El alma de María de Magdalo abandonó su deleznable materia y se elevó por el espacio
inconmensurable, en pos del astral radiante del Cristo al cual había amado por encima de
todas las cosas de la tierra.
En ese solemne momento el huracán conmovió la montaña, desgajó árboles gigantescos y
agitó en turbulento oleaje las aguas cenagosas del Mar Muerto como si olas fatídicas se
hubieran extendido hambrientas de destrucción. Un trueno más espantoso que el
retumbar de un cañón, vomitó la luz de un relámpago a cuyo resplandor se vio el
derrumbamiento de la caverna en que quedó sepultado para siempre el cadáver de la
Ermitaña del Mar Muerto.
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Terminada de copiar en la tarde del 25 de diciembre de 1.951