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Referencias Bibliográficas:................................................................................. 27
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A modo de introducción: A propósito del mestizaje latinoamericano
En el sur de México, controlado desde hace más de veinticinco años por el Ejército
Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), los indígenas chiapanecos utilizan la
palabra “malinchista” como sinónimo de traidor. De hecho, la palabra
“malinchismo” ha sido reconocida por el diccionario de la Real Academia Española
como la “actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo
propio” (https://dle.rae.es/malinchismo, 2020).
Entre las varias mujeres que Taabscoob entregaría a Cortés como botín de guerra
se encontraba “La Malinche”, esclava que jugaría un rol clave como traductora y
representante de los colonizadores ante los pueblos indígenas del inmenso
continente. La consideración histórica de que ha sido objeto la Malinche, que sería
rebautizada bajo la fe católica como Marina y se transformaría en la amante
predilecta de Cortés, ha provocado numerosas polémicas a propósito de su
complicidad con la campaña de conquista y sometimiento de América.
Fig. 1 Magaña Arellano, H., (2010) Mural sobre la Batalla de Centla. Palacio Municipal de Tabasco. México.
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Más allá de las disputas acerca de su significado político concreto -actualmente en
revisión por varias relecturas históricas en clave feminista-, esta brevísima
indagación etimológica nos permite señalar un punto de partida clave para
comprender los orígenes del mestizaje étnico y cultural que signaría la vida
económica y social de la “Nueva España” durante, por lo menos, los próximos tres
siglos. Intentaremos, en este sentido, ensayar algunas indagaciones a propósito de
la “fiesta barroca novohispánica” en su carácter de experiencia antropológica clave
para la comprensión de la dinámica de las sociedades coloniales.
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¿Cuál era nuestro lugar en el mundo? ¿A quién le debíamos lealtad? ¿A nuestros
padres europeos? ¿A nuestras madres quechuas, mayas, aztecas o chibchas? ¿A
quién deberíamos dirigir ahora nuestras oraciones? ¿A los dioses antiguos o a los
nuevos? ¿Qué idioma íbamos a hablar, el de los conquistados, o el de los
conquistadoes? El barroco del Nuevo Mundo se hizo todas estas preguntas. Pues
nada expresó nuestra ambigüedad mejor que este arte de la abundancia basado
sobre la necesidad y el deseo; un arte de proliferaciones fundado en la inseguridad,
llenando rápidamente todos los vacíos de nuestra historia personal y social después
de la Conquista con cualquier cosa que encontrase a la mano”. (Fuentes, Carlos,
1992, p. 67)
Los avatares y derroteros del Barroco en América Latina se desplegarán sobre esa
tensión constitutiva de las sociedades “novohispánicas”, atravezadas por una
compleja red de contradicciones civilizatorias que pondría en relación directa a
múltiples pueblos procedentes de América, Europa, África, o Asia.
La fiesta, bajo este marco, se consolidará como una de las estrategias claves para
promover el sometimiento político y cultural de los pueblos conquistados en
ultramar bajo la égida ideológica de las consecutivas monarquías europeas. Las
exequias reales, en este sentido, serán unas de las celebraciones más relevantes en
la vida colonial. Las realizadas con motivo de la muerte de Carlos V durante 1560
señalan el desembarco puntual de las celebraciones europeas en tierras
americanas:
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Frente a las ceremonias y los festivales de las cultluras indígenas prehispánicas, los
españoles impusieron durante el siglo XVI en el Nuevo Mundo el modelo festivo
renacentista, brillante y refinado, basado en la cultura humanista surgida en Italia.
Las ceremonias contribuyeron notablemente a la occidentalización cultural de las
nuevas ciudades. A través de la fiesta, los súbditos criollos, mestizos e indios
conocieron y asimilaron los lenguajes artísticos europeos, sus códigos simbólicos,
las ceremonias y rituales del viejo continente, sus creencias y su cosmovision y, en
definitiva, contemplaron la práctica del poder. La fiesta en América se convirtió en
un grandioso espejo en el que la nueva sociedad miró hacia Europa y se miró a sí
misma ( Chiva Beltrán, J., González Tonel, P., Mínguez Conelles, V. y Rodríguez
Moya, M., 2012, p. 23).
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producciones europeas fueron objeto de múltiples y originales estrategias de
apropiación y resignificación por parte de los pueblos indígenas. El mencionado
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La realización de este catafalco y la celebración de la jura de Felipe V sirvieron a
los habitantes de la poblacion como medio para reivindicar la exención de tributos
por seis años. Como se ha señalado, más que por sus elementos arquitectónicos,
cuya influencia occidental es evidente, el catafalco destaca por el carácter popular
de sus figuras, la falta de proporcion de sus elementos y la interpretación singular
de los elementos de la arquitectura. Por su puesto se integra la habitual iconografía
regia fúnebre: coronas, ágilas imperiales, leones, la urna funeraria. Aún mas
destacada es la presencia de la muerte en ella: calaveras y tibias cruzadas y un gran
esqueleto que corona la desproporcionada estructura. Esta última figura además
sostiene en su mano izquierda el escudo de Xocoil Totomigua, legendario rey de
Coatepec que ayudó a Cortés y a los tlaxcaltecas en la conquista de los méxicas, sus
enemigos (Chiva Beltrán, J., et al., op. cit., pp. 146-147).
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Ésta última producción ha sido objeto de un analisis pormenorizado en la ya
mencionada La Fiesta Barroca: Los Virreinatos Americanos (1560-1808) - obra que
mencionaremos en reiteradas ocasiones a lo largo de este trabajo- ya que en ella
se dedican sugerentes líneas de análisis arquitectónico que no nos resistimos a
transcribir, a propósito de las relaciones entre producción indígena, barroco
latinoamericano y barroco europeo:
Las columnas, que paradójicamente se eligen del más sobrio de los órdenes, el
dórico, se transforman a voluntad por el artista, y su himoscapo se convierte en un
globo terráqueo coronado. Los fustes se entorchan negando la austeridad de los
capiteles. Y la voluta, elemento de nulo valor ordenador, se convierte en el leit
motiv del catafalco repitiéndose con caprichosas curvas y contracurvas desde la
base al remate. Nunca en la metrópoli, ni en las atrevidas ordenacionaes realizadas
por José Benito de Churrigera a finales del siglo XVII o por Teodoro Árdemans en
las primeras décadas del siglo XVIII, se subertirían de igual manera las normas y
modelos que habían regido la construcción de catafalcos durante casi dos siglos
(Íbidem, p. 65).
¡Ah!, pero llega el plateresco español en las naves de la Conquista, ¿y que encuentra
el alarife que conoce los secretos del platerismo español? Una mano de obra india
que de por sí con su espíritu barroco, añade el barroquismo de sus materiales, el
barroquismo de su invención, el barroquismo de los motivo zoológicos, de los
motivos vegetales, de los motivos florales del nuevo mundo, al plateresco español
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y de esa manera se llega a lo apoteósico del barroco arquitectónico que es el
barroco americano… (Carpentier, A. 1964, p. 126).
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“periférico” que traduce urbanísticamente esa jerarquía social de acuerdo a su
proximidad o no con el poder: muy burdamente, a mayor poder, mayor cercanía al
centro:
Fig. 5 (1768) Breve descripción de los festivos sucesos de esta ciudad de Puebla de los Ángeles, Biblioteca Nacional de México.
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una escenografía para que los sectores sublaternos asumieran un creciente
protagonismo:
…no eran al modo europeo, imitando el mármol y el jaspe como los antiguos
romanos, sino de varias fragantes flores dispuestas en varios lazos, que aunque a
su bárbaro modo, si eran gusto del olfato, servian de diversión apacible a los ojos.
Y sembraron las calles de juncia, y verde espadaria... con tanta correspondencia a
las flores de los arcos, que parecia, que la gentil primavera habia trasladado todo
el tesoro florido de sus hermosos pensiles, para ser cielo a las plantas de nuestra
flora cristiana (p. 204).
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Fig. 6 Holguín M. (1716) Entrada del Virrey Arzobispo Morcillo a Potosí. Detalle superior derecho.
La mano del aborigen puso un sello indeleble a las formas europeas y las transformó en
americanas, su participación fue requerida para construir y decorar templos, palacios y
ayuntamientos, que daría a los pueblos de criollos, hidalgos, indios y mestizos, un carácter
de lugar establecido. Pero al final, serían estos artesanos, quienes por voluntad del criollo,
definieron el perfil de la ciudad americana, una ciudad barroca de indias, con su plaza, su
casa de gobierno, su iglesia de dorados retablos y de santos de piel morena. Es en este
proceso, cuando el artesano indígena, trasciende esa condición, para transformarse también
en artista creador (Pino, G., 1987, p. 131).
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A propósito, puntualmente, del arco triunfal que se observa en el lateral derecho
de la pieza, destacamos el análisis desarrollado en la ya mencionada “La Fiesta
Barroca: Los Virreinatos Americanos (1560-1808)”:
Se trata de una obra de estructura clásica, con dos cuerpos y rematada por una
enorme estatua que representa a la feliz ciudad de Potosí recibiendo a su
gobernante con la bandera municipal ondeando sobre la composición. El primer
cuerpo está formado por un arco adintelado sostenido por ocho columnas
salomónicas, sobre el que se coloca un segundo cuerpo con las mismas estructuras
pero más reducido y sostenido por cuatro columnas. En este segundo cuerpo se
puede observar la tarja con la inscripción dedicatoria del arco, dos estatuas
alegóricas de la monarquías -un rey coronado y con la espada en la mano- y la
religión -un arcángel con la lanza- legitiman la visita y el gobierno de Morcillo, y
una victoria alada recorre el centro de la composición, como símbolo triunfal de
toda la arquitectura. Todo el arco está pintado en tonos grises y carmesí, acordes
con la decoración de la ciudad y sus símobolos más notables ((Chiva Beltrán, J., et
al., op. cit., p. 101).
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Fig. 7 Reproducción del arco de Neptuno Alegórico, en Sabat, G. (1998), En Busca de Sor Juana.
Fig. 8 (1821) Solemne y pacífica entrada del Ejército de Bolívar, Museo National de Historia, Chapultepec, México.
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El Corpus Christi, la fiesta barroca típica
La fiesta del Corpus Christi fue instituída por el Concilio de Trento entre los años
1545 y 1563, y sería considerada desde entonces como un instrumento de
evangalización decisivo en las posesiones imperiales españolas de ultramar.
Paulatinamente, se transformaría en la celebración religiosa más importante de la
actual América Latina, particularmente, de sus regiones andinas, en que el Corpus
se superpondría a la ritualidades indígenas del calendario agrícola.
Definida como “auténtica catarsis colectiva en nombre de la fe y contra la herejía”,
la fiesta del Corpus se consolidaría durante los tres siglos de dominación española
en América como:
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Así, durante las décadas centrales del siglo XVII, “el Corpus alcanza el carácter de
gran fiesta de Estado, desarrollando un despliegue escenográfico abrumador en
torno a los edificios y espacios urbanos que simbolizan la autoridad monárquica”
(Íbidem).
Los conflictos a propósito del orden de las procesiones o las formas de
participación de las diferentes minorías fueron seguidos con recelo por las
autoridades virreinales durante todo el periodo.
Fig. 9 Máscara de los Diablos Danzantes, utilizada a principios del siglo XVII en las celebraciones del Corpus en Venezuela.
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dedica interesantes párrafos al análisis de un tema generalmente considerado
como secundario: el consumo de hierbas y hongos ancestrales, considerado como
práctica diabólica y penado con la muerte.
Sin embargo, más allá de la densa documentación textual, las representaciones
visuales de las procesiones y celebraciones del Corpus Christi en la América
colonial son muy escasas. Se destacan, en este sentido, la serie de pinturas que
Diego Quispe Tito (1611-1681) -quizás el miembro más destacado de la escuela
cuzqueña- dedicó a la recreación de las fiestas y procesiones del Corpus Christi en
el Cuzco durante las décadas centrales del siglo XVII.
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escenas llenas de detalles y utilización de los colores intensos (Balta Campbell, A.,
2009, p. 109).
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cuales evolucionan las procesiones y los cortejos, los caballos y las carrozas.
Añadamos el brillo de las iluminaciones nocturnas de las iglesias y de los palacios,
la sorpresa de los fuegos de artificio, el concurso de los músicos y de los coros (
Gruzinski, S., 1994, p. 142).
¿Por qué es América Latina la tierra de elección del barroco? Porque toda simbiosis,
todo mestizaje, engendra un barroquismo. El barroquismo americano se acrece
con la criolledad, con el sentido del criollo, con la conciencia que cobra el hombre
americano, sea hijo de blanco, venido de Europa, sea hijo de negro africano, sea
hijo de indio nacido en el continente […] la conciencia de ser otra cosa, de ser una
cosa nueva, de ser una simbiosis, de ser un criollo; y el espíritu criollo de por sí es
un espíritu barroco (1964, p. 119).
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Los historiadores coinciden en general en que hacia 1620 aparece ya en el seno de
la ciudad virreinal el complejo fenómeno cultural que conocemos como
´criollismo´. Éste se manifiesta como ´el nuevo régimen indiano caracterizado por
un intenso protagonismo histórico del vasto conglomerado social formado por
cuantos se sienten y llaman a sí mismos criollos en toda la extensión de las Indias´
(Moraña, M., 2005 pp. 32-33)
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emblemáticas literarias -poesías, sermones, discursos, etcétera- podemos hablar
sin exagerar de la emblematización de la sociedad colonial (Chiva Beltrán, J. et al.,
2012, p. 110).
Sin embargo, a diferencia del carácter “proto-masivo” de las fiestas del Corpus, las
exequias reales, o las entradas virreinales, en que la participación de los subalternos
era estimulada con el objetivo de fidelizar a los pueblos originarios con la corona
de ultramar, “…la emblemática americana, constituida mayoritariamente con
jerogríficos festivos y urbanos de carácter público, fue un instrumento político,
propagandístico, y didáctico dirigido a los dos grupos sociales que comparten el
poder en los virreinatos, los españoles y los criollos” (Íbidem).
En ese marco, una emblemática específicamente criolla se irá consolidando
durante todo el siglo XVIII, trasluciendo las inquietudes y anhelos de las nuevas
capas criollas con respecto a los lazos de dominación colonial:
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Fig. 12 (1808) Jeroglíficos criollos para la jura de Fernando VII. Guatemala.
Hacia principios de ese siglo que alumbraría todos los procesos independentistas
en América Latina, la incorporación de los reyes mexica en la tradición monárquica
de Los Borbones revela la intención de ganar el apoyo de las grandes masas
indígenas para las causas de las nuevas capas criollas. Sin embargo:
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…por ser el Barroco una práctica que busca la complejidad utilizando diferentes
productos y tradiciones culturales, los criollos americanos pudieron utilizar, por
ejemplo, los simbolos indigenas para expresar su doble incomodidad existencial:
ser y no ser a la vez parte del mundo español. Pero no sólo los criollos sino también
los indigenas pudieron encontrar en el Barroco una forma de expresión de su
situacion historica. Para la gran población indigena que habia encontrado en las
artes y el espectáculo público una forma de expresar su condición social y su
cultura, el Barroco fue el arte que mejor les permitió hablar sobre si mismos
(Pabón, L., 1995, p. 426).
El barroco de indias, como expresión ética y estética del periodo colonial, perdería
paulatinamente su protagonismo en relación prácticamente inversa al auge en
tierras americanas de un nuevo espíritu de época, parido tras las invocaciones de
la Revolución Francesa a la “libertad, la igualdad, y la fraternidad”.
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A modo de conclusión
En tal sentido, nos interesa precisar que los pueblos originarios no pueden
reducirse a consumidores pasivos de las imágenes y propuestas estéticas y festivas
impuestas por la corona de ultramar. Frente a ese proceso dirigido por el poder
político español para conquistar los universos imaginarios e ideológicos de las
poblaciones incorporadas al imperio, los pueblos precolombinos ofrecerían
numerosas y creativas estrategias de apropiación que no se privarían de la crítica
política, la reivindicación histórica, o el despliegue de una estética propia.
Las entradas virreinales, por su parte, nos sirvieron como excusa para ilustrar, por
un lado, el paulatino proceso de colonización urbana que se extenderá, sobre todo,
durante el siglo XVI desde el norte hacia el sur de la actual Latinoamérica; por otro,
para señalar la importancia y protagonismo que las autoridades españolas
dedicaban a la celebración de su propio poder imperial. Otra arquitectura efímera,
los arcos triunfales, caracterizarían esa celebración y legitimación del orden
colonial sin, por eso, dejar de ofrecer un espacio para la participación y
movilización de las minorías no europeas.
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Tito, no dejan de revelar la persistencia de las poblaciones indígenas,
afrodescendientes, o criollas, en tensión más o menos creciente tanto con las
autoridades virreinales y monárquicas, como con los universos religiosos
impuestos por el Cristianismo europeo.
En cada una de las imágenes analizadas más arriba, podemos reconocer como las
manifestaciones de esplendor monárquico o católico provenientes de Europa
fueron, una y otra vez, invadidas por motivos, ideas, e intereses -sean indígenas o
criollos- específicamente latinoamericanos.
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Referencias Bibliográficas:
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Rodríguez Moya y Mínguez Cornelles Victor (2016): Visiones de un Imperio en
fiesta. Fundación Carlos de Amberes. CMYK PRINT S.L. Generalitat Valenciana.
Referencias Visuales:
La imagen de la figura número 1 , de Magaña Arellano, H., (2010)” Mural sobre la Batalla
de Centla. Palacio Municipal de Tabasco”, fue consultada el 18 de enero de 2020 de:
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Batalla_de_Centla.jpg
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