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"Los hindúes cuentan una historia muy bonita: En el principio de los tiempos, una gran
nube espiritual envolvía el mundo constituyendo la esencia suprema, y cada criatura, al
nacer, recibía una generosa parcela de este misterioso ectoplasma que descendía sobre
ella y pasaba a ser su alma.
Con el correr de los siglos, la población fue aumentando y ya no había grandes porciones
de alma para dividir con todos los que nacían.
Y así fue como aquí y allá, fueron apareciendo criaturas de almas grandes. Y por toda la
tierra, en diversos países, esas personas de almas grandes, se atrevieron a encontrarse y
reconocerse por primera vez.
Y termina nuestra historia con una afirmación muy sencilla: Los navíos no alcanzan las
estrellas, pero es a través de ellas como se lanzan a la mar"1
Introducción
Para iniciar este capítulo, es importante ser conscientes de la necesaria conexión que
existe entre la vida espiritual asumida seriamente y la responsabilidad misionera. El
Concilio invita a todos a “una profunda renovación interior a fin de que, teniendo viva
conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, acepten su cometido
en la obra entre los gentiles”2. La espiritualidad misionera tiene una dinámica propia que
incluye elementos de apertura, universalidad, itinerancia, servicio y radicalidad.
Aparecida nos invita a asumir nuestra vocación misionera cuando dice: “El mundo espera
de nuestra Iglesia latinoamericana y caribeña un compromiso más significativo con la
misión universal en todos los continentes. Para no caer en la trampa de encerrarnos en
nosotros mismos, debemos formarnos como discípulos misioneros sin fronteras,
dispuestos a ir “a la otra orilla”, aquélla en la que Cristo no es aún reconocido como Dios
y Señor, y la Iglesia no está todavía presente”3.
1
Melo, Rubens, correspondencia con Jesús Osorno, 2003
2
AG 35
3
DA 376
1
Es necesario unir todo el espíritu misionero que inunda a torrentes al documento de
Aparecida con lo que ahí se llama: “Reformas espirituales”4 y que, de alguna manera, se
sustenta en otro pasaje cuando dice: “…La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le
impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del
sufrimiento de los pobres del Continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se
convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo
Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una
venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza5. En este número está
el corazón de Aparecida.
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DA 367
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DA 362
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Cáceres, Hugo, Eclesialia, 01.10.12, No necesitamos enseñanzas, necesitamos relatos vitales
7
Cfr. Conferencia Episcopal Italiana, ‘comunicare il Vagelo in un mondo che cambia’, 36-43
2
otro a través de una hermenéutica cultural. Con seguridad el prefijo inter se empleará
frecuentemente: intercongregacional, interreligioso, internacional, intercultural,
intergeneracional, interrelacional, y la misión más que ad gentes será intra gentes, inter
gentes.
Hoy resuenan con mayor fuerza aquellas palabras de los Apóstoles cuando decían a la
primera comunidad cristiana: “No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra por
servir a las mesas”9. El llamado hoy es a la interioridad, a la renovación espiritual. En dos
números, Ad Gentes lo dice con toda claridad: “Los heraldos del Evangelio han de
renovar su espíritu constantemente”10 y añade: “El Concilio invita a todos a una profunda
renovación interior”11.
La Iglesia particular debe tener una espiritualidad propia. Esto es lo que le da identidad.
Esta espiritualidad: 1. Tiene un hábitat propio: La cultura, sus elementos propios, sus
signos, su cosmovisión, sus procesos de purificación, de transformación. 2. Tiene un
contenido: La reflexión teológica que va surgiendo de la misma comunidad y va
iluminando toda la caminada. 3. Una praxis concreta: La pastoral diocesana, el plan de
pastoral, las diversas redes de comunión y participación, los ministerios, los distintos
frentes de trabajo, de solidaridad, de lucha por la justicia. 4. Una liturgia propia, con
caracteres propios, celebraciones que toman en cuenta las personas y sus motivaciones
más hondas, sus ancestros, su arte, su música, sus rituales, su mitología. Todo esto en
comunión con la Iglesia universal12.
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AG 24
9
Hech 6, 2
10
AG 24
11
AG 35
12
Cfr. AG 2
3
santidad”13. Y más adelante añade: “El misionero ha de ser un ‘contemplativo en acción’.
El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble”14.
El diálogo es un método oracional. Juan Pablo II lo expresó así con toda claridad:
“Asumimos el diálogo como la pedagogía, actitud, método concreto de espiritualidad”15
El diálogo tiene su fuente primigenia en Dios. Él es la Palabra. La Palabra es su Hijo y en
Él y a través de Él nos habla. Él tiene una mesa: La creación, que más tarde se centrará
en la mesa eucarística. Hay unos interlocutores: La familia humana. Mecanismo de
acción, la Misión. Único tema, el amor. Los testigos de honor, los pobres. La firma
definitiva se sella con la cruz. La sangre como luz es signo de entrega, de testimonio es
la última palabra de los testigos, de los interlocutores en la mesa común del diálogo.
El Espíritu “impulsa al Pueblo de Dios en la historia a discernir los signos de los tiempos
y a descubrir en los más profundos anhelos y problemas de los seres humanos, el plan de
Dios sobre la vocación del hombre en la construcción de la sociedad para hacerla más
humana, justa y fraterna”18 La espiritualidad no puede estar al margen o desencarnada de
esta situación real en la que viven nuestros pueblos. Más bien nos compromete como
testigos martiriales en las mejores causas de liberación integral y de opción radical por
Jesús en cada hombre o mujer empobrecidos y excluidos.
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RM 90
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RM 91
15
NMI 43
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RM 29 y 56
17
Cfr. RM 67, 87
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DP 1128
4
Características de la espiritualidad evangelizadora
Pongo algunas bases y luego señalo las características de la espiritualidad misionera que
considero hoy fundamentales:
Mi convicción como misionero es ésta: Las fuentes de inspiración del misionero, del
apóstol, del sacerdote han de ser teologales. De ahí la relación profunda entre teología y
Misión, entre teología y espiritualidad. La Misión, planteada en términos voluntaristas o
ideológicos no tiene futuro. Hay apóstoles que se han quemado antes de tiempo.
Misioneros decepcionados, resignados, que dimiten de su tarea y se dedican a otras cosas.
¿Por qué? Algunos eran jóvenes estupendos, generosos, inteligentes, capaces…No han
resistido el “embiste” de la Misión. Es difícil conocer todas las causas. Sólo Dios puede
juzgar.
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PF 2
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PF 7
5
La Alegría del corazón. Vemos hoy muchos agentes de pastoral, ministros
ordenados y gentes consagradas que experimentan un cansancio letal. Se les secó el alma.
Se les arrugó el corazón. Se van quedando sin cerebro, sin ideas, sin iniciativas, sin
capacidad de vislumbrar el futuro y se sientan en sombras de muerte a llorar su nostalgia,
su desesperanza…a esperar la muerte. Nada más lejos de la Misión que esta actitud
paralizante, desvergonzada. Eso no es digno del evangelio, ni de Jesucristo, ni de una
Iglesia que se llama y es misionera por naturaleza. Falta el fuego, la pasión que se
concentra en la espiritualidad. La misión es gozo o se convierte en mero negocio o
profesionalismo deslustrado.
Lo que no quema es la experiencia teologal y el compromiso que surge de ella. Por eso la
espiritualidad es sentida, en muchos sectores de la Iglesia misionera, como una prioridad.
La mística (la espiritualidad) debe alentar el compromiso apostólico, animar, darle un
alma. De lo contrario no hay misión ni misionero, ni sacerdote, ni apóstol, sólo
sucedáneos, que a la postre, resultan ser meros justificativos de una mediocridad
lacerante, humillante, destructiva.
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1 tim 6, 12
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RM 87
6
de su vida, de sus enseñanzas. Que se han dejado seducir complemente por Él. De ese
amor les viene el “frescor” en su testimonio, el “ímpetu” en sus palabras, la “fuerza” en
su persuasión y la “alegría” en su vida. Jesús es como la fuente de donde emana su
inspiración. En la cualidad misionera de la formación está en juego la misma relación con
Cristo.
“En un pueblito español había un párroco que se distinguía por su profesionalidad. Celoso
en sus rezos, ayunos y abstinencias, lo era aún más en sus responsabilidades pastorales.
Ni un niño sin bautizo, ni matrimonio sin sacramento, ni agonizante sin unción y
recomendación del alma. Con el mismo celo perseguía y fustigaba a herejes y disidentes.
Durante la guerra civil se distinguió por su caza de “rojos”. Para ellos no había perdón ni
consideración. Los denunciaba en público y en privado, les negaba los sacramentos, los
mandaba al “coralillo”, lejos de toda sepultura cristiana. Con mucho sentido evangélico,
la gente del lugar decía de este clérigo: “¡Qué buen cura y qué mal cristiano!”.
Como contraste, había en el mismo lugar un librepensador que se distinguía por su sentido
de la caridad, de la justicia y la solidaridad. De él se llegó a decir: “Sólo le falta creer en
Dios para ser un buen cristiano”.
3. Espiritualidad trinitaria: “La Misión debe partir de un encuentro que tiene sus raíces
en el amor trinitario. Este amor trinitario es la fuente que nos lleva al amor a la Iglesia”24..
La fuente de la Misión está en Dios Padre. En su corazón, “amor fontal”25. De su corazón
brota su plan de salvación, su proyecto de humanidad. En Cristo nos “eligió para que
fuésemos consagrados”26. Y por el Espíritu tenemos la garantía de ser sus hijos27.
23
NMI 51,2
24
Cfr. E. Grasso, “María Magdalena, figura de la Iglesia en misión”, Omnis Terra 23 (1991) 303-400
25
AG 2
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Ef. 1, 4
27
Cfr. Rm 8, 16
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La novedad del Dios cristiano, del Dios de la Biblia revelado en Jesucristo, es el ser un
Dios trinitario. Abordamos el misterio trinitario desde la perspectiva existencial, desde la
comunión. La comunión es la definición cristiana de Dios: Dios es Trinidad. Esta
comunión en la Trinidad es Misión y Misión universal, planetaria. La clave de la
espiritualidad de la comunión es, según lo dice el Santo Padre en su Carta Novo Millennio
Ineunte, “la mirada del corazón” al misterio de la Trinidad28.
Cuentan que un joven subió a una alta montaña para conocer personalmente a los monjes
que vivían en un antiguo monasterio. El viejo portero le preguntó entonces: “¿Cómo
quieres conocer a los monjes, de día o de noche? De día ellos ocupan el espacio que cabe
dentro de sus vestidos, pero durante la noche ellos salen por el espacio y ocupan el
universo entero. Tocan las estrellas y pisan los continentes. Ningún lugar los puede
atrapar. Son seres planetarios”29. Sólo una Espiritualidad trinitaria, nos dará un corazón
planetario.
¿”Eres feliz?”
El premio de todos los misioneros es un gozo profundo e inefable, que inunda el corazón.
En este mundo no se encuentra una felicidad comparable, no hay nada más grande que
probar la experiencia del Espíritu Santo que te ilumina y te guía, desde lo íntimo de tu
ser, por los caminos de la Misión. El Papa Juan Pablo II nos lo ha dicho ya: “La
28
NMI 43. 2
29
Cita, P. V. Turri, o.c. p. 43
30
NMI 43.2
31
Cabodevilla, José María, “Aún es posible la alegría”, ediciones Taurus, Madrid 1962, p. 158
8
característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior que viene de la fe. En
un mundo angustiado y oprimido por muchos problemas, que tiende al pesimismo, quien
anuncia la Buena Nueva debe ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera
esperanza”32. Alegría y Esperanza van juntas.
5. Espiritualidad contemplativa. Antes de morir, Rahner decía que el cristiano del siglo
XXI será un místico o no será cristiano... Lo mismo dice el Papa en la Redemptoris Missio
hablando del misionero: “o es un contemplativo o no será misionero”.33 La mística (la
espiritualidad) debe alentar el compromiso apostólico, animar, darle un alma. De lo
contrario no hay Misión, ni misionero, sólo sucedáneos.
“La vida contemplativa es casi imposible de resumir en pocas frases. Baste recordar las
innumerables obras que tratan del tema. Sin peligro de perderse en explicaciones
confusas, se puede proponer al menos ésta: La contemplación exige que el ser se vacíe de
sí mismo para dejar el lugar a Dios y unirse a él. Por lo que sabemos, no se trata
únicamente de abandonar un género de vida que obstaculice la vida interior, sino de, en
la soledad y el silencio, distanciarse de las preocupaciones del mundo, apartar el recuerdo
de lo que el siglo XVII llamaba el “divertimento” bajo todas sus formas: Todo lo que los
ojos pueden ver, los oídos oír y los sentidos percibir. Esto no es sino el comienzo: Obtener
el silencio interior absoluto, hacer callar el tumulto de nuestros pensamientos, arrojar
todas nuestras ideas, sobre todo las que nos formamos de Dios, porque son casi
invariablemente falsas. En esta desnudez del espíritu, el alma fiel tendrá las mayores
posibilidades de ir hacia el que la ha creado. Y para ello partir de la humanidad de Cristo,
a fin de elevarse hasta el misterio de la Trinidad”34.
“¡El santo! ¡He ahí al santo!”, gritaba la turba. ¿Qué pensaba Francisco de aquellas vivas?
Lo sabemos muy bien. “No me canonicéis tan pronto – dijo un día en un triunfo de ese
género -; soy perfectamente capaz de hacer niños”. Preciosa frase que aclara todo un
aspecto de su vida interior: Su humildad profunda, el rechazo total de toda gloria humana
y esa visión sanamente irónica de sí mismo que le permitía conservar su equilibrio en
presencia de un éxito arrollador”35. La Misión es la escuela de la santidad.
La contemplación nos hará encontradizos con el rostro de Jesús, con el rostro del
hermano/a que es el rostro de Jesús en cada cultura, raza, pueblo y condición. Poco a
poco la contemplación nos abrirá a la Misión universal en la visión universal, con un
corazón planetario. María, la Señora de la Misión, a quien proclaman todas las
generaciones, la Madre del silencio, la que graba todo en su corazón, será nuestra maestra
en esta búsqueda, en esta caminada.
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RM, 91
33
RM 91
34
Green, Julien, Hermano Francisco, Sal Terrae, 2002, p.151
35
Green, Julien, o.c. p 169
9
utopía; vivencia sacerdotal e inserción; individualidad y comunión; personalidad y
solidaridad; contemplación y pastoral; vida y esperanza; visión universal y fraternidad.
1. Aplicar el Sermón de los “Cinco Todos” a nuestra pastoral de acuerdo al No. 365
de Aparecida.
2. Relacionar Mt 28, 18-20; Mc 16, 15 y DA 365.
3. ¿Cómo anunciar hoy a Jesucristo en el mundo de la postmodernidad, o
transmodernidad?
Bogotá 18.10.12
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