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Espiritualidad y evangelización

"Los hindúes cuentan una historia muy bonita: En el principio de los tiempos, una gran
nube espiritual envolvía el mundo constituyendo la esencia suprema, y cada criatura, al
nacer, recibía una generosa parcela de este misterioso ectoplasma que descendía sobre
ella y pasaba a ser su alma.

Con el correr de los siglos, la población fue aumentando y ya no había grandes porciones
de alma para dividir con todos los que nacían.

Entonces comenzaron a aparecer en la tierra cientos de millones de personas con almas


pequeñas. Pero, de cuando en vez, acontecía un fenómeno extraño: A unas determinadas
personas se les daba un pedazo de alma, más grande que al común de los mortales.

Y así fue como aquí y allá, fueron apareciendo criaturas de almas grandes. Y por toda la
tierra, en diversos países, esas personas de almas grandes, se atrevieron a encontrarse y
reconocerse por primera vez.

Estas almas grandes se conocen porque son simpáticas, inteligentes, honestas, y se


identifican inmediatamente unas con otras, como si fuesen hermanas. Los casos de amor
y de amistad entre ellas a primera vista, es una prueba de que estas almas existen.

Y termina nuestra historia con una afirmación muy sencilla: Los navíos no alcanzan las
estrellas, pero es a través de ellas como se lanzan a la mar"1

Introducción
Para iniciar este capítulo, es importante ser conscientes de la necesaria conexión que
existe entre la vida espiritual asumida seriamente y la responsabilidad misionera. El
Concilio invita a todos a “una profunda renovación interior a fin de que, teniendo viva
conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, acepten su cometido
en la obra entre los gentiles”2. La espiritualidad misionera tiene una dinámica propia que
incluye elementos de apertura, universalidad, itinerancia, servicio y radicalidad.

Aparecida nos invita a asumir nuestra vocación misionera cuando dice: “El mundo espera
de nuestra Iglesia latinoamericana y caribeña un compromiso más significativo con la
misión universal en todos los continentes. Para no caer en la trampa de encerrarnos en
nosotros mismos, debemos formarnos como discípulos misioneros sin fronteras,
dispuestos a ir “a la otra orilla”, aquélla en la que Cristo no es aún reconocido como Dios
y Señor, y la Iglesia no está todavía presente”3.

1
Melo, Rubens, correspondencia con Jesús Osorno, 2003
2
AG 35
3
DA 376

1
Es necesario unir todo el espíritu misionero que inunda a torrentes al documento de
Aparecida con lo que ahí se llama: “Reformas espirituales”4 y que, de alguna manera, se
sustenta en otro pasaje cuando dice: “…La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le
impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del
sufrimiento de los pobres del Continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se
convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo
Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una
venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza5. En este número está
el corazón de Aparecida.

Los obispos se quedan cortos al hablar de “conmoción” y de un nuevo Pentecostés. Yo


hablaría de Tsunami… “una espiritualidad que atraviese el tsunami de la modernidad,
descubrimientos de Dios que no hayamos recogido en los libros sino que se hayan gestado
en el corazón, una vida religiosa menos religiosa pero más vida, una actitud profética que
sacrifica nuestra afición al éxito de las instituciones educativas a favor de una educación
de la espiritualidad y la solidaridad en rincones donde ser testigos del cristianismo
implique evangelizar casi sin palabras”6.

Desafíos de la Espiritualidad Misionera


Son tres los desafíos que orientan la reflexión sobre las perspectivas teológicas y
misionológicas para este siglo XXI, y que requieren una lectura atenta y capaz de
respuestas educativas, pedagógicas. En modo esquemático:

1. Ante todo, la visión del mundo que ha inaugurado la postmodernidad, tiempo


ambiguo y abierto a la búsqueda de nuevos caminos7, cuyas características son:
La afirmación del sujeto y el deseo de proximidad; la vuelta de lo religioso y la
búsqueda de un nuevo sentido; pero también una mentalidad a la new age, en la
que el bienestar psíquico-físico del propio Yo ocupa el primer lugar en la
clasificación de los deseos y de las pasiones de la cultura contemporánea. No se
trata solamente de reivindicaciones egoístas, sino de propuestas de otros mundos
posibles, en los cuales liberar y dar voz a la diferencia, en un constante cambio de
modelos de vida.
2. El impacto del fenómeno de la globalización como narración ideológica de la
contemporaneidad cultural y social que conduce a un primer plano la cuestión de
la identidad y de la alteridad, pero también la lógica del provecho y del mercado
como criterio de interpretación antropológica y cosmológica.
La irrupción de la pluralidad de las grandes religiones. Precisamente el horizonte del
pluralismo religioso es una de las cuestiones teológicas más decisivas del futuro, donde
se interpreta, este futuro, no como un simple hecho, sino como principio interpretativa
del designio salvífico de Dios. El encuentro con mundos culturales y religiosos diferentes
exige de la teología la difícil tarea de pensar la multiplicidad de las vías de Dios en
relación con la singularidad y unicidad de la mediación de Cristo, y transforma la misión
de la Iglesia en la atención a la instancia del diálogo interreligioso y a la comprensión del

4
DA 367
5
DA 362
6
Cáceres, Hugo, Eclesialia, 01.10.12, No necesitamos enseñanzas, necesitamos relatos vitales
7
Cfr. Conferencia Episcopal Italiana, ‘comunicare il Vagelo in un mondo che cambia’, 36-43

2
otro a través de una hermenéutica cultural. Con seguridad el prefijo inter se empleará
frecuentemente: intercongregacional, interreligioso, internacional, intercultural,
intergeneracional, interrelacional, y la misión más que ad gentes será intra gentes, inter
gentes.

Lo específico de la espiritualidad misionera


Ad gentes en el capítulo cuarto, dedica un buen espacio a la “espiritualidad misionera”.
La Misión es de Dios. Dios es el primer misionero. Nosotros participamos de esta Misión
porque Él lo quiere y, en su designio amoroso, nos llama, nos elige, nos envía. Esto nos
lleva a pensar que la espiritualidad es el elemento fundante de la Misión. La Misión es
anuncio, es testimonio, es pasión por Jesucristo. Ad Gentes exige para los/as
Misioneros/as una “vida realmente evangélica”8.

Hoy resuenan con mayor fuerza aquellas palabras de los Apóstoles cuando decían a la
primera comunidad cristiana: “No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra por
servir a las mesas”9. El llamado hoy es a la interioridad, a la renovación espiritual. En dos
números, Ad Gentes lo dice con toda claridad: “Los heraldos del Evangelio han de
renovar su espíritu constantemente”10 y añade: “El Concilio invita a todos a una profunda
renovación interior”11.

El decreto Ad Gentes apunta a la Iglesia particular, a la Misión Ad Gentes, al diálogo y a


la inculturación. Ahora bien, es la espiritualidad la que los canaliza, dinamiza, potencia y
unifica, actualizándolos, en el proyecto salvador de Dios.

La Iglesia particular debe tener una espiritualidad propia. Esto es lo que le da identidad.
Esta espiritualidad: 1. Tiene un hábitat propio: La cultura, sus elementos propios, sus
signos, su cosmovisión, sus procesos de purificación, de transformación. 2. Tiene un
contenido: La reflexión teológica que va surgiendo de la misma comunidad y va
iluminando toda la caminada. 3. Una praxis concreta: La pastoral diocesana, el plan de
pastoral, las diversas redes de comunión y participación, los ministerios, los distintos
frentes de trabajo, de solidaridad, de lucha por la justicia. 4. Una liturgia propia, con
caracteres propios, celebraciones que toman en cuenta las personas y sus motivaciones
más hondas, sus ancestros, su arte, su música, sus rituales, su mitología. Todo esto en
comunión con la Iglesia universal12.

La Misión Ad Gentes exige una espiritualidad propia, un método propio: Es la


contemplación en acción. El/la cristiano/a, que todos y todas somos misioneros/as,
debemos ser místicos/as, contemplativos/as. Ya lo habían intuido así varios teólogos
como Rahner. Juan Pablo II en la RM define la espiritualidad “como el camino a la

8
AG 24
9
Hech 6, 2
10
AG 24
11
AG 35
12
Cfr. AG 2

3
santidad”13. Y más adelante añade: “El misionero ha de ser un ‘contemplativo en acción’.
El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble”14.

El diálogo es un método oracional. Juan Pablo II lo expresó así con toda claridad:
“Asumimos el diálogo como la pedagogía, actitud, método concreto de espiritualidad”15
El diálogo tiene su fuente primigenia en Dios. Él es la Palabra. La Palabra es su Hijo y en
Él y a través de Él nos habla. Él tiene una mesa: La creación, que más tarde se centrará
en la mesa eucarística. Hay unos interlocutores: La familia humana. Mecanismo de
acción, la Misión. Único tema, el amor. Los testigos de honor, los pobres. La firma
definitiva se sella con la cruz. La sangre como luz es signo de entrega, de testimonio es
la última palabra de los testigos, de los interlocutores en la mesa común del diálogo.

Finalmente, la inculturación es fuente de espiritualidad. Hoy hablamos de una


espiritualidad inserta. La espiritualidad definida según San Pablo, es “vida en el Espíritu”
y exige discernimiento y apertura a los cambios del Espíritu. Pues bien, el Espíritu se
cernía ya desde los comienzos sobre este universo mundo acompañando y alimentando
todas las culturas, todos los pueblos, todas las religiones. “El Espíritu Santo sigue
soplando donde quiere y lo llena todo”16. En el corazón del misionero /a debe haber
disponibilidad a la acción del Espíritu: En esa docilidad está el meollo de la espiritualidad
misionera17.

El Espíritu “impulsa al Pueblo de Dios en la historia a discernir los signos de los tiempos
y a descubrir en los más profundos anhelos y problemas de los seres humanos, el plan de
Dios sobre la vocación del hombre en la construcción de la sociedad para hacerla más
humana, justa y fraterna”18 La espiritualidad no puede estar al margen o desencarnada de
esta situación real en la que viven nuestros pueblos. Más bien nos compromete como
testigos martiriales en las mejores causas de liberación integral y de opción radical por
Jesús en cada hombre o mujer empobrecidos y excluidos.

Seis criterios de espiritualidad misionera:


Los voy exponiendo en forma dialéctica:

1. Presencia o vacío de Dios


2. Movimiento apostólico o cansancio burgués.
3. Amor universal o encerramiento egoísta
4. Servidores de la Palabra o ‘charlatanes’ improvisados
5. Inserción en la vida del pueblo o arribismo
6. Comunión desde la Misión o individualismo

13
RM 90
14
RM 91
15
NMI 43
16
RM 29 y 56
17
Cfr. RM 67, 87
18
DP 1128

4
Características de la espiritualidad evangelizadora
Pongo algunas bases y luego señalo las características de la espiritualidad misionera que
considero hoy fundamentales:

Una espiritualidad más radicalmente evangélica. La fuente primordial de la


espiritualidad cristiana es el evangelio. Si siempre ha sido así, hoy se siente con particular
urgencia. El evangelio es la norma suprema de la vida cristiana. Ya San Benito, al concluir
su regla dice: “Esta pequeña regla es para principiantes. Los que quieran un poquito
más, que lean el Evangelio”. La vuelta al evangelio se concreta en el seguimiento de
Jesús. Escucha y seguimiento son los dos puntales de la espiritualidad evangelizadora y
expresan la relación profunda entre espiritualidad y evangelización.

No se trata de “espiritualizar” la tarea misionera. El espiritualismo es cobardía. Se trata


más bien de vivir en profundidad lo esencial de nuestra vida apostólica, o mejor, de vivir
la Misión desde la raíz, desde lo “fontal” (allí donde la fuente mana...). Hay personas
estupendas, generosas e inteligentes que después de algunos años de vida misionera se
han convertido sorpresivamente en misioneros mediocres, desilusionados, resignados y
tristes... ¿Qué pasó? Lo más seguro es que sus motivaciones, desde el principio, eran muy
débiles. Eran tan sólo de tipo sentimental, humanitario, filantrópico, aventurero... Frente
a las dificultades, al cansancio y a las críticas se desmoronaron, perdieron la esperanza.

Espiritualidad fundada en sólida base teológica. Sólo las motivaciones


teológicas dan razón de nuestra vida misionera. Se trata, en definitiva, de ser hombres y
mujeres de FE. De ello depende el presente y el futuro de la Misión, la vida de la
comunidad eclesial, su vitalidad y eficacia evangélicas. A esto respecto, la Carta
Apostólica Porta Fidei advierte: “Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se
preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso,
al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida
común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con
frecuencia es negado”19. Y sugiere: “Hoy es necesario un compromiso eclesial más
convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y
volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”20.

Mi convicción como misionero es ésta: Las fuentes de inspiración del misionero, del
apóstol, del sacerdote han de ser teologales. De ahí la relación profunda entre teología y
Misión, entre teología y espiritualidad. La Misión, planteada en términos voluntaristas o
ideológicos no tiene futuro. Hay apóstoles que se han quemado antes de tiempo.
Misioneros decepcionados, resignados, que dimiten de su tarea y se dedican a otras cosas.
¿Por qué? Algunos eran jóvenes estupendos, generosos, inteligentes, capaces…No han
resistido el “embiste” de la Misión. Es difícil conocer todas las causas. Sólo Dios puede
juzgar.

19
PF 2
20
PF 7

5
La Alegría del corazón. Vemos hoy muchos agentes de pastoral, ministros
ordenados y gentes consagradas que experimentan un cansancio letal. Se les secó el alma.
Se les arrugó el corazón. Se van quedando sin cerebro, sin ideas, sin iniciativas, sin
capacidad de vislumbrar el futuro y se sientan en sombras de muerte a llorar su nostalgia,
su desesperanza…a esperar la muerte. Nada más lejos de la Misión que esta actitud
paralizante, desvergonzada. Eso no es digno del evangelio, ni de Jesucristo, ni de una
Iglesia que se llama y es misionera por naturaleza. Falta el fuego, la pasión que se
concentra en la espiritualidad. La misión es gozo o se convierte en mero negocio o
profesionalismo deslustrado.

La Misión es un combate21, (hay que decirlo), y el combate quema cuando los


móviles que empujan al misionero a aceptar la batalla son de tipología humana (‘light’)
o no han sido suficientemente interiorizados. Llega un momento en que el altruismo, la
filantropía, el sentido del deber o el valor no bastan. Cuando el misionero es empujado
por una visión personalista de su tarea o por un planteamiento eficientista de su misión,
acaba un día perdiendo la esperanza. Dos demonios van a acechar desde entonces su vida,
dos (al menos): El resentimiento y (o) la resignación, ‘parasitando’ su ministerio,
bloqueando su vitalidad.

Lo que no quema es la experiencia teologal y el compromiso que surge de ella. Por eso la
espiritualidad es sentida, en muchos sectores de la Iglesia misionera, como una prioridad.
La mística (la espiritualidad) debe alentar el compromiso apostólico, animar, darle un
alma. De lo contrario no hay misión ni misionero, ni sacerdote, ni apóstol, sólo
sucedáneos, que a la postre, resultan ser meros justificativos de una mediocridad
lacerante, humillante, destructiva.

Pienso que la espiritualidad misionera debe tener las siguientes características:

1. Espiritualidad pneumatológica: La espiritualidad misionera “se expresa, ante todo,


viviendo con completa docilidad al Espíritu Santo”22. El modo de concebir la
espiritualidad misionera depende del modo de entender la actividad del Espíritu Santo.
En los tiempos preconciliares se pensaba que el Espíritu actuaba sólo dentro del ámbito
de la Iglesia (en la almas de los fieles y en los oficios doctrinales y sacramentales de los
ministros ordenados), y esta idea contribuía a una espiritualidad más intimista, de los
cristianos como individuos, sean los misioneros mismos o los fieles metidos activa y
pasivamente en la animación misionera. La espiritualidad misionera consistía
básicamente en cultivar ciertas actitudes o virtudes. En aquel contexto, aunque muchos
católicos considerasen la misión como una responsabilidad sólo de unos o una obra de
supererogación, prácticamente ninguno dudaba de la necesidad de la Iglesia misma en el
designio salvífico de Dios.

2. Espiritualidad cristológica: Los hombres y las mujeres que se dedican a la Misión


deben ser personas de mucha fe, sinceramente enamoradas de Jesucristo, de su persona,

21
1 tim 6, 12
22
RM 87

6
de su vida, de sus enseñanzas. Que se han dejado seducir complemente por Él. De ese
amor les viene el “frescor” en su testimonio, el “ímpetu” en sus palabras, la “fuerza” en
su persuasión y la “alegría” en su vida. Jesús es como la fuente de donde emana su
inspiración. En la cualidad misionera de la formación está en juego la misma relación con
Cristo.

La misión, la evangelización, el mandato, el testimonio, el compartir la fe con los demás,


sólo resulta posible si crecemos en intimidad espiritual con Jesús. Nuestro amor a Jesús
debe ser mucho mayor que nuestro celo apostólico. Y nuestro celo apostólico no se debe
transformar en un tipo de afán que nos quite la paz del espíritu, debe ser más bien la fuerza
espiritual que dinamiza y da sabor a toda nuestra acción apostólica, como hace la sal en
los alimentos.

“En un pueblito español había un párroco que se distinguía por su profesionalidad. Celoso
en sus rezos, ayunos y abstinencias, lo era aún más en sus responsabilidades pastorales.
Ni un niño sin bautizo, ni matrimonio sin sacramento, ni agonizante sin unción y
recomendación del alma. Con el mismo celo perseguía y fustigaba a herejes y disidentes.
Durante la guerra civil se distinguió por su caza de “rojos”. Para ellos no había perdón ni
consideración. Los denunciaba en público y en privado, les negaba los sacramentos, los
mandaba al “coralillo”, lejos de toda sepultura cristiana. Con mucho sentido evangélico,
la gente del lugar decía de este clérigo: “¡Qué buen cura y qué mal cristiano!”.

Como contraste, había en el mismo lugar un librepensador que se distinguía por su sentido
de la caridad, de la justicia y la solidaridad. De él se llegó a decir: “Sólo le falta creer en
Dios para ser un buen cristiano”.

La pregunta radical sobre la formación de los agentes de pastoral es si está generando


vida cristiana o no; si está desencadenando un proceso en serie y en serio que suscite
apóstoles, evangelizadores, seguidores de Jesús. “¿Buenos curas, impecables en sus
modales sacerdotales, en su apego a las leyes canónicas y litúrgicas, pero malos
cristianos”? ¿Profesionales de la religión, o creyentes? ¿Observantes regulares, o gentes
que asumen “la radicalidad evangélica”23? ¿Maestros, o testigos? ¿Simplemente curas, o
cristianos? ¿Funcionarios con buena “clientela”, o más bien, hombres celosos que rompen
toda comodidad y siguen la itinerancia de Jesús?

3. Espiritualidad trinitaria: “La Misión debe partir de un encuentro que tiene sus raíces
en el amor trinitario. Este amor trinitario es la fuente que nos lleva al amor a la Iglesia”24..
La fuente de la Misión está en Dios Padre. En su corazón, “amor fontal”25. De su corazón
brota su plan de salvación, su proyecto de humanidad. En Cristo nos “eligió para que
fuésemos consagrados”26. Y por el Espíritu tenemos la garantía de ser sus hijos27.

23
NMI 51,2
24
Cfr. E. Grasso, “María Magdalena, figura de la Iglesia en misión”, Omnis Terra 23 (1991) 303-400
25
AG 2
26
Ef. 1, 4
27
Cfr. Rm 8, 16

7
La novedad del Dios cristiano, del Dios de la Biblia revelado en Jesucristo, es el ser un
Dios trinitario. Abordamos el misterio trinitario desde la perspectiva existencial, desde la
comunión. La comunión es la definición cristiana de Dios: Dios es Trinidad. Esta
comunión en la Trinidad es Misión y Misión universal, planetaria. La clave de la
espiritualidad de la comunión es, según lo dice el Santo Padre en su Carta Novo Millennio
Ineunte, “la mirada del corazón” al misterio de la Trinidad28.

Cuentan que un joven subió a una alta montaña para conocer personalmente a los monjes
que vivían en un antiguo monasterio. El viejo portero le preguntó entonces: “¿Cómo
quieres conocer a los monjes, de día o de noche? De día ellos ocupan el espacio que cabe
dentro de sus vestidos, pero durante la noche ellos salen por el espacio y ocupan el
universo entero. Tocan las estrellas y pisan los continentes. Ningún lugar los puede
atrapar. Son seres planetarios”29. Sólo una Espiritualidad trinitaria, nos dará un corazón
planetario.

4. Espiritualidad en la alegría que nos fortalece en la esperanza. Necesitamos una


espiritualidad que se traduzca en un gozo perenne, en una alegría desbordada. Es uno de
los signos de la santidad. Cuando se buscan otros intereses distintos de la gloria de Dios,
nuestro mismo estado anímico lo denuncia. Es peligroso que en la caminada de la
formación se infiltren ansias de poder, arribismos, acomodamientos fáciles. Sabia y
valientemente lo ha denunciado el mismo Santo Padre: Esta espiritualidad nos ayudará a
superar y a rechazar “las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran
competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias”30 Byron, en su Caín,
pone en labios del fratricida esta pregunta dirigiéndose a Satanás:

¿”Eres feliz?”

No – contesta -, pero soy poderoso”. En esta respuesta queda expresamente declarada


la tajante distinción entre felicidad y poder, y sentado el hecho de un gran poder que no
confiere felicidad. Sin embargo, esa partícula adversativa, ese pero debe hacernos
pensar. La contestación no hubiese sido redactada correctamente de haber sido esta
otra: “No, pero soy infeliz”. El ´pero´, pues, de Satanás no equivale a por el contrario,
ni el poder que confiesa poseer representa directamente ninguna forma de infelicidad.
¿Sólo esto cabe deducir? ¿No es lícito adivinar en esas palabras algo más que una mera
no coincidencia de conceptos? ¿No nos sugiere tal respuesta que el poderío es una
aproximación o una precaria sustitución de la felicidad? “No soy benévolo, pero soy
justo”. “No fui a Oviedo, pero llegué hasta Gijón31.

El premio de todos los misioneros es un gozo profundo e inefable, que inunda el corazón.
En este mundo no se encuentra una felicidad comparable, no hay nada más grande que
probar la experiencia del Espíritu Santo que te ilumina y te guía, desde lo íntimo de tu
ser, por los caminos de la Misión. El Papa Juan Pablo II nos lo ha dicho ya: “La

28
NMI 43. 2
29
Cita, P. V. Turri, o.c. p. 43
30
NMI 43.2

31
Cabodevilla, José María, “Aún es posible la alegría”, ediciones Taurus, Madrid 1962, p. 158

8
característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior que viene de la fe. En
un mundo angustiado y oprimido por muchos problemas, que tiende al pesimismo, quien
anuncia la Buena Nueva debe ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera
esperanza”32. Alegría y Esperanza van juntas.

5. Espiritualidad contemplativa. Antes de morir, Rahner decía que el cristiano del siglo
XXI será un místico o no será cristiano... Lo mismo dice el Papa en la Redemptoris Missio
hablando del misionero: “o es un contemplativo o no será misionero”.33 La mística (la
espiritualidad) debe alentar el compromiso apostólico, animar, darle un alma. De lo
contrario no hay Misión, ni misionero, sólo sucedáneos.

“La vida contemplativa es casi imposible de resumir en pocas frases. Baste recordar las
innumerables obras que tratan del tema. Sin peligro de perderse en explicaciones
confusas, se puede proponer al menos ésta: La contemplación exige que el ser se vacíe de
sí mismo para dejar el lugar a Dios y unirse a él. Por lo que sabemos, no se trata
únicamente de abandonar un género de vida que obstaculice la vida interior, sino de, en
la soledad y el silencio, distanciarse de las preocupaciones del mundo, apartar el recuerdo
de lo que el siglo XVII llamaba el “divertimento” bajo todas sus formas: Todo lo que los
ojos pueden ver, los oídos oír y los sentidos percibir. Esto no es sino el comienzo: Obtener
el silencio interior absoluto, hacer callar el tumulto de nuestros pensamientos, arrojar
todas nuestras ideas, sobre todo las que nos formamos de Dios, porque son casi
invariablemente falsas. En esta desnudez del espíritu, el alma fiel tendrá las mayores
posibilidades de ir hacia el que la ha creado. Y para ello partir de la humanidad de Cristo,
a fin de elevarse hasta el misterio de la Trinidad”34.

“¡El santo! ¡He ahí al santo!”, gritaba la turba. ¿Qué pensaba Francisco de aquellas vivas?
Lo sabemos muy bien. “No me canonicéis tan pronto – dijo un día en un triunfo de ese
género -; soy perfectamente capaz de hacer niños”. Preciosa frase que aclara todo un
aspecto de su vida interior: Su humildad profunda, el rechazo total de toda gloria humana
y esa visión sanamente irónica de sí mismo que le permitía conservar su equilibrio en
presencia de un éxito arrollador”35. La Misión es la escuela de la santidad.

La contemplación nos hará encontradizos con el rostro de Jesús, con el rostro del
hermano/a que es el rostro de Jesús en cada cultura, raza, pueblo y condición. Poco a
poco la contemplación nos abrirá a la Misión universal en la visión universal, con un
corazón planetario. María, la Señora de la Misión, a quien proclaman todas las
generaciones, la Madre del silencio, la que graba todo en su corazón, será nuestra maestra
en esta búsqueda, en esta caminada.

Queremos una espiritualidad que sepa combinar interioridad y compromiso; cultura y


evangelio; actualidad y futuro; cruz y alegría; altar y trabajo; opción con los pobres y

32
RM, 91
33
RM 91
34
Green, Julien, Hermano Francisco, Sal Terrae, 2002, p.151
35
Green, Julien, o.c. p 169

9
utopía; vivencia sacerdotal e inserción; individualidad y comunión; personalidad y
solidaridad; contemplación y pastoral; vida y esperanza; visión universal y fraternidad.

Para la reflexión personal y grupal:

1. Aplicar el Sermón de los “Cinco Todos” a nuestra pastoral de acuerdo al No. 365
de Aparecida.
2. Relacionar Mt 28, 18-20; Mc 16, 15 y DA 365.
3. ¿Cómo anunciar hoy a Jesucristo en el mundo de la postmodernidad, o
transmodernidad?

Bogotá 18.10.12

jesús e. osorno g. mxy

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