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Capítulo 3: pequeños y sagrados rituales del amor

Cuando el goce instantáneo y momentáneo es el único fin, las personas se


convierten en medios, una vez que obtienen el placer que deseaban se descarta
al otro porque deja de ser atractivo como al principio.
Palabras importantes como estabilidad, compromiso, presencia, permanencia y
proyectos no están en el diccionario del amor líquido. Las personas no se
comprometen, no hay lugar para el duelo y la tristeza, parecería que todo tiene
que hacerse ya, no hay tiempo para la espera.

En la sociedad consumista en la que vivimos no se atienden las necesidades de


los individuos, sino que se fabrican deseos en serie. Estos deseos son
insaciables ya que uno nunca deja de querer nuevas cosas.
Desear constantemente impide la permanencia y la posibilidad de la fidelidad y
poco a poco va perdiendo valor lo que conocemos como promesa.

El hombre a través de procesos constantes tiene la posibilidad de perdonar y la


capacidad de cumplir promesas. Las promesas no son una prisión, por el
contrario, es la libertad de elegir con responsabilidad aquello que quiero a futuro.

Una pareja es una historia. Las historias están hechas de pequeños y grandes
sucesos que pueden repetirse o no, transformándose en rutina. Depende de
cada uno como quiera afrontarlos.
Al amor lo matan aquellos que no tienen el coraje de correr el riesgo de conocer
y ser conocido, lo mata el consumismo y el prejuicio, pero, aun así, el amor
sobrevive.
Sobrevive cuando se comparten momentos sencillos y de calidad con la otra
persona, ésta es una manera de reelegirse, de revalidar el pacto de amor que
los impulsa a caminar de la mano.

El tiempo del amor no es lineal. Es circular, pasa por los mismos lugares a
diferentes distancias. Quienes se aman, se reencuentran una y otra vez en sus
rutinas, las comparten y aun así permanecen y están dispuestos a afrontar los
distintos oleajes a los que la vida los enfrenta.

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