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FUNDAMENTACIÓN DE LA ÉTICA.

AUTONOMÍA Y
HETERONOMÍA MORAL

Moral y Ética.

Estos dos términos suelen identificarse en el lenguaje coloquial, pero no se


refieren a lo mismo, aunque estén relacionados. Por moral, entendemos un conjunto de
normas de conducta, valores, prejuicios, y en general, visión del mundo, de una
comunidad humana en un momento histórico concreto. De modo que esta moral cambia
con el tiempo, es relativa al tiempo en que nace y se mantiene vigente. El término
moral, mos, moris, en latín, significa costumbres, lo que hace referencia a algo más que
las normas de comportamiento o las leyes.
Por su lado, la ética es una disciplina filosófica, con pretensión de racionalidad
por tanto, que analiza la moral de una época, examinando su legitimidad y racionalidad,
y proponiendo modelos nuevos de conducta o acción, que sean racionales y de validez
universal, es decir, válidos al margen de culturas, épocas, territorios…
La moral la hacen los pueblos, es impersonal, al mismo tiempo que restringida a
una época y lugar determinados, mientras que la ética la hacen los filósofos, y tiene
pretensiones de universalidad y racionalidad. Por otra parte, la moral es práctica y
concreta, mientras que la ética es teoría de la moral.

Condición moral del hombre y significados del término moral.

El hombre es un ser moral por naturaleza, en tanto que no ha recibido todo el


conjunto de instintos con lo que están dotados el resto de los animales. ¿Qué significa
esto? Que el hombre es libre, puesto que la naturaleza no decide por él, de modo que
obra según su criterio, según su razón, por lo cual es responsable y dueño de sus
acciones. Los animales son seres programados por la naturaleza para responder con una
acción concreta a un estímulo concreto. Como el hombre es deficitario en instintos,
debe compensar sus pocas disposiciones con la razón. Razón y libertad se coimplican y
vienen a significar lo mismo. La esencia del hombre es la razón y la libertad, en tanto se
ha desligado del determinismo natural y obra por propia iniciativa. En definitiva, el
hombre es un ser moral porque es libre y racional, es dueño de sus actos, que no se
pueden atribuir a la naturaleza, por lo que pueden ser juzgados en términos de buenos o
malos.

Por otra parte el término moral tiene varias acepciones. Por una parte, como
dijimos, el término moral hace referencia a las costumbres, prejuicios, leyes, normas
morales de una sociedad concreta en un momento histórico concreto. Por otra parte,
moral, como adjetivo opuesto a amoral, se refiere a la condición del hombre como ser
libre que decide su propio destino, se refiere a su condición separada respecto del resto
de los animales. Moral como opuesto a inmoral, significa moralmente bueno, aceptable,
positivo.

Éticas formales.
Formalismo ético kantiano.
La distinción entre éticas materiales y ética formal es de Immanuel Kant. Este
autor marca un antes y un después en la historia de la ética puesto que inaugura un
nuevo modelo de ética ajeno a las constantes que presentaban todas las anteriores
propuestas morales. Se entiende por ética material, según Kant, toda propuesta moral
que contiene preceptos, mandatos, prescripciones concretas. Así, por ejemplo, la ética
aristotélica que recomienda cultivar el intelecto para alcanzar la felicidad sería un caso
claro de ética material, como lo es el mandamiento de “no matarás” del decálogo judeo-
cristiano. La ética formal, por el contrario, la de Kant, es ese tipo de ética que no
prescribe acciones concretas sino un criterio racional al que debe acomodarse la acción,
cualquier acción. La forma, el criterio racional que debe cumplir cualquier acción viene
expresado en el imperativo categórico, dos de cuyas formulaciones son las siguientes:
“Obra de tal manera que la máxima que guía tu conducta pueda convertirse en ley
universal” y “obra de tal modo que trates a los demás y a ti mismo siempre como un fin
en sí mismo y nunca como un mero medio”. Se entiende que cualquier acción debe
cumplir con este criterio.
Las éticas materiales se caracterizan además por ser heterónomas, es decir, la
norma moral procede de una instancia, algo, ajeno al individuo, ya sean la tradición, las
leyes, la autoridad, la costumbre… Por su parte, la ética formal es autónoma, el
individuo se da a sí mismo la ley, la norma moral.
Las éticas materiales son hipotéticas, es decir, la norma moral depende para
llevarse a cabo de que se cumpla una condición. Ejemplo: “Si quieres aprobar, debes
estudiar”. En este caso, la acción, el deber, dependen de que el sujeto esté interesado en
aprobar. Las éticas formales son categóricas, es decir, la norma moral se cumple
incondicionalmente, categóricamente, sin condiciones.
Las éticas materiales son éticas eudemonistas, es decir, el objetivo de toda
acción es la felicidad o eudaimonía. Las éticas formales son deontológicas, es decir, son
éticas del deber, en las que se obra, no solo conforme a deber, sino por amor al deber. Se
obra por amor al deber cuando se da el íntimo convencimiento de que debe obrarse así y
no de otra manera. Se obra conforme a deber cuando se respeta una norma por temor al
castigo o buscando alguna compensación o premio.
La propuesta moral de Kan, su ética formal es demasiado exigente y dura, pero
responde al interés ilustrado de Kant, al interés emancipador por el que los hombres no
deberían ser conducidos como bestias en función de estímulos ajenos a ellos sino por
propia iniciativa racional.

La ética del discurso. Apel y Habermas.


A partir de los años 70 del siglo XX Karl Otto Apel y Jürgen Habermas
profesores en Frankfurt proponen continuar la tradición kantiana pero superando sus
limitaciones. Se trata de la “ética del discurso”. Sostienen con Kant que la moral debe
contemplar la autonomía humana, que el hombre se dé a sí mismo normas, al margen
del orden natural. Ahora bien, esa autonomñia humana en las actuales sociedades debe
contemplar a un conjunto de ciudadanos. Es entre ciudadanos que se deben elaborar y
discutir las normas que han de afectar a esos ciudadanos. Deben decidir los afectados a
través de un diálogo en condiciones de racionalidad. La persona no puede darse normas
en completo aislamiento. Necesita ponerse en comunicación con los demás según una
racionalidad comunicativa. En el diálogo en el que se deciden las normas que han de
regir a una comunidad deben participar todos los afectados por la norma sometida a
discusión y se dará por bueno un consenso cuando este contemple los intereses de todos
los afectados. Esta propuesta moral es la propia de sistemas democráticos en los que
prima el debate público y el respeto a los derechos.
Éticas materiales, de Sócrates a Nietzsche.

Sócrates y el intelectualismo moral.


Sócrates es el maestro de Platón y el gran referente moral de la Grecia antigua.
Vivió en el siglo V a. C. en Atenas, cuando esta vivía su momento de esplendor
democrático y cultural. Se trata de la Atenas de Pericles, la que vio a Sófocles, Fidias,
Platón y a los sofistas. Es una figura intelectual que como la de un sofista, prospera en
un ambiente urbano y cosmopolita, democrático, de discusión. Es la discusión, en el
diálogo donde él pone en práctica su filosofía, puesto que no escribe nada. Representa la
filosofía con su vida y su vida supondrá un ejemplo para Platón y para las filosofías
morales del período helenístico. Entiende que el conocimiento de lo que es bueno
condiciona la conducta. Quien obra bien es porque conoce el bien, el que obra mal obra
mal por ignorancia de lo que es el bien. A esta postura moral la denominamos
intelectualismo moral. Esta postura de Sócrates es fácilmente criticable. No basta
conocer superficialmente lo que una sociedad dictamina como malo, es necesario el
pleno convencimiento de lo que representa lo bueno y desde luego, esta postura es
contraria al relativismo de los sofistas. Lo bueno y lo malo no son opiniones humanas
que cambian en el tiempo y en el espacio como sostenían los sofistas. El bien puede
descubrirse de manera introspectiva y dialógica. En el diálogo uno descubre primero su
propia ignorancia, el primer paso del conocimiento para luego extraer una verdad
contenida ya en nuestra alma que se expresa en la forma de una definición. Este es el
llamado método socrático que consta de ironía, mayéutica y definición de lo universal.
Sócrates quiere que las definiciones de conceptos morales tengan validez universal.

Aristóteles: ética material y eudemonista.

La ética de Aristóteles es la primera en formularse expresamente, a la que dedica


tratados como su Ética a Nicómaco o su Ética a Eudemo. Cuando decimos que es una
ética eudemonista, queremos decir que entiende que el fin de la vida humana es la
felicidad. Por material, queremos decir que observa reglas concretas para el logro de ese
objetivo. Para Aristóteles el objetivo de la vida humana es la felicidad. La felicidad es
ese bien que se desea por sí mismo y no por otra cosa. Es el fin último de toda acción,
que no es medio para el logro de otra cosa. Ahora bien, cada hombre tiene un concepto
de felicidad distinto. Por eso Aristóteles examina la naturaleza humana para saber que es
lo que hace al hombre ser lo que es y, por lo tanto, se feliz. La felicidad de un hombre
debe estar de acuerdo a su naturaleza. Pues bien, lo que hace distinto al hombre del resto
de las criaturas es precisamente su capacidad racional, y por tanto, en el cultivo de la
racionalidad el hombre alcanzara la felicidad y la plenitud. Ahora bien, Aristóteles es
consciente de que la felicidad por la vía del cultivo de la racionalidad es difícil. Necesita
del concurso de las virtudes. A falta de una racionalidad plena, conviene cultivar las
virtudes, que para Aristóteles representan el hábito de escoger el punto medio entre dos
extremos en relación a un individuo. Como hábito, esto representa una segunda
naturaleza que se incorpora al hombre como costumbre. Por ejemplo, la generosidad es
el punto entre el defecto de la mezquindad y el exceso de la prodigalidad.

Epicuro y el hedonismo.
Epicuro es un filósofo griego del período llamado helenístico, que supone la
decadencia del modelo político de la ciudad-estado independiente y el surgimiento del
nuevo marco político del imperio de Alejandro Magno. Epicuro vivió entre los siglos IV
y III a. C. De su obra no se conservan más que fragmentos y tres cartas, entre ellas la
carta a Meneceo, en la que vemos un compendio de su filosofía moral. Epicuro es el
principal representante de la corriente denominada Hedonismo, que entiende que los
placeres representan la felicidad, objetivo de toda vida humana. Es una verdad
universalmente admitida que todas las criaturas buscan el placer y huyen del dolor.
Epicuro es un materialista que solo concibe como real lo corpóreo. Todo está formado
por átomos en el vacío que se disgregan o se agregan formando cuerpos. En lo que
afecta al hombre, este es corpóreo, exclusivamente. El alma es también material, no
sobrevive más allá de la muerte y todo conocimiento del mundo es sensible. Para
Epicuro, en el placer está la felicidad, pero no cualquier tipo de placer. Distingue entre
placeres naturales y necesarios, placeres naturales pero no necesarios y placeres que no
son ni naturales ni necesarios. Los primeros son los necesarios para el sostenimiento de
la vida humana, como comer, dormir, beber. Los naturales y no necesarios son los
anteriores pero llevados al exceso. Los no naturales ni necesarios son los que tienen que
ver con la vanidad humana. Hay que optar por los placeres moderados, los naturales y
necesarios, se entiende el placer en sentido negativo, como la evitación del dolor. Con
ello se consigue eliminar el dolor del cuerpo. En cuanto al alma, son tres los temores del
alma que señala Epicuro: El temor a la muerte, el temor al destino y el temor a los
dioses. El temor a los dioses es absurdo, pues es absurdo suponer a esos seres perfectos
y felices vigilando las vidas humanas. El temor al destino es absurdo puesto que el
destino no existe, el movimiento de los átomos es irregular, luego se da el azar en la
naturaleza, la libertad. En cuanto al temor a la muerte, es absurdo, dado que todo es
material, atómico, corpóreo. No podemos percibir, sentir la muerte pues es la disolución
de la materia. Cuando la muerte está tú no estás, cuando tú estas, la muerte no está. Es
absurdo temerla. Ahuyentar los dolores del cuerpo y los temores del alma conduce a la
tranquilidad, junto con el cultivo de la amistad, tercer ingrediente señalado por Epicuro
para alcanzar la satisfacción vital.

Estoicismo.
El estoicismo es una escuela filosófica del helenismo, fundada en el siglo IV a.
C. por Zenón de Citio. Tuvo especial acogida en el pensamiento latino, entre los que
destacan como cultivadores Séneca y el emperador Marco Aurelio. Como el hedonismo,
es una filosofía crítica que nace con la decadencia de la ciudad-estado y el surgimiento
del imperio de Alejandro Magno. Descreída de la política, se refugia en lo individual y
en la naturaleza, que se juzga inmutable en sus reglas y cognoscible. El hombre no es
una criatura privilegiada de la naturaleza y no es libre. La única libertad posible consiste
en conocer la naturaleza y acatarla. Es irracional luchar contra lo que no puede ser
modificado. En ese sentido, los estoicos son fatalistas, pero este término no tiene por
qué suponer un significado trágico o negativo. El hombre debe seguir su razón, su
logos, que es el mismo que gobierna el universo y evitar las pasiones, que no dejan de
ser ideas inadecuadas sobre el mundo y la realidad. El objetivo es lograr la ataraxia, la
imperturbabilidad. El sabio, el que consigue guiarse por la recta razón es además
ciudadano del mundo, cosmopolita, solo comprometido con las leyes de la naturaleza,
nunca con las de un Estado en la cambiante política.

Emotivismo moral de Hume.


Los juicios morales dicen algo más que enunciar los meros hechos, y desde
luego no se refieren a puras ideas. Los juicios morales someten a valoración los hechos.
Esa valoración no está en los hechos mismos. ¿En qué se basa esa valoración? Para
muchos autores, la moral se fundamenta en la naturaleza humana. Pero tal concepto no
existe para Hume. En la modernidad decir hombre es decir conciencia y eso para Hume
no es más que una colección de impresiones e ideas. Eso sí, muchas impresiones de
reflexión son lo que se conoce por sentimientos. Pues bien, los sentimientos son la única
base sobre la que, según Hume, se puede fundamentar la moral. Cuando emitimos un
juicio de valor acerca de un hecho, lo que expresamos es un sentimiento provocado por
ese hecho, que se reducen a dos básicos: agrado o desagrado. A esta postura se le llama
“emotivismo moral”.
Por otro lado, Hume considera que nos agrada lo que resulta socialmente útil y
nos desagrada lo que representa un perjuicio social. El robo nos desagrada porque es
socialmente perjudicial y hemos de tener en cuenta que el hombre es un ser social, que
necesita de la sociedad para vivir… Esto convierte a Hume en un precedente del
movimiento utilitarista nacido en Inglaterra a comienzos del siglo XIX, de enorme
influencia en el mundo anglosajón.
En el esquema moral de Hume tiene enorme importancia el concepto de
simpatía, no en el sentido corriente del término, sino en el más etimológico de “padecer
con”. Por el simple hecho de pertenecer a la raza humana, por la comunicación, somos
capaces de ponernos en el lugar del otro.

Utilitarismo.
Dando un salto en el tiempo, el utilitarismo es una forma de hedonismo moderno
o contemporáneo, asociado al naciente capitalismo de los siglos XVIII y XIX en
Inglaterra. Se lo debemos a Jeremías Bentham y a John Stuart Mill. El principio
fundamental del utilitarismo afirma que se ha de procurar en cada acción el mayor bien
o placer para el mayor número de personas posible. Es una mezcla de hedonismo
clásico, empirismo británico y una adelantada propuesta de solidaridad que para algunos
es un antecedente del estado del bienestar. Es llamativo que surgiera en este contexto de
fuerte y descontrolado capitalismo. No es más que una forma de controlar los legítimos
egoísmos, de tal modo que prosperen dentro de una convivencia pacífica.

Nietzsche.
Es un importante capítulo en el repaso de propuestas morales, porque es un autor
fundamentalmente moral y porque es un revolucionario de la moral. Nietzsche, muerto
en 1900, discípulo de Schopenhauer, admirador de Wagner y sus mitos de fuerte
germanismo, ha ejercido una poderosa influencia en toda la filosofía del siglo XX,
desde el existencialismo y el vitalismo hasta la postmodernidad, que tanto ejerció la
sospecha y la crítica. Para Nietzsche, la cultura occidental y en concreto el platonismo y
el cristianismo (su versión vulgarizada) han renegado de los valores vitales y en su
miedo a la vida, a la irregularidad y flujo constante del mundo, se han inventado
fantásticas realidades inmutables que aseguran ser la verdadera realidad. Platón diseca
el mundo en conceptos, ideas, que remedian en su inmutabilidad el constante devenir de
la naturaleza material. El cristianismo por su parte inventa una trascendencia que repara
daños e injusticias del mundo inmanente. Para Nietzsche esto revela un miedo a la vida
que no está justificado. El superhombre es aquel hombre que se ha desembarazado de
esas inquietudes y que encara con alegría y espíritu lúdico la finitud y limitación de la
vida, sigue las normas que su apetito o su voluntad le dicta. Vive en un eterno retorno,
es decir, no atribuye significados últimos a la realidad, ni busca realidades alternativas a
la pura naturaleza, el eterno retorno es el tiempo circular de constante renovación propio
de la naturaleza, de las estaciones. Si el cristianismo se rige por una moral de rebaño,
por una moral de esclavos que predica la humildad y el poner la otra mejilla, Nietzsche
reivindica una moral caballeresca donde el individuo impone su voluntad en función de
las capacidades con que la naturaleza le ha dotado. El espíritu dionisíaco, de la noche,
las pasiones, el desenfreno, ha sido relegado en occidente a favor de los valores solares,
luminosos, apolíneos del tipo de razón que inauguran Sócrates y Platón. La filosofía se
consagró a los brillantes esquemas de la realidad, aunque falsos, mientras que el espíritu
báquico quedó recluido en el espacio de la tragedia griega. Nietzsche reclama una
transvaloración de los valores consistente en darle la vuelta, volver del revés los valores
y la moral sostenidos por occidente durante siglos y de cuño platónico-cristiano. Se trata
de una moral emancipadora que mira tanto al pasado como apunta al futuro. Como la
ilustración, reclama una liberación del individuo pero por la vía de las pasiones y no de
la razón. Por otro lado, como el existencialismo o el vitalismo, niega las identidades
fuertes y considera al hombre una entidad maleable y dúctil que puede adoptar cualquier
esencia siempre y cuando no niegue su naturalidad.

TEXTOS:
“Es, pues, la virtud hábito voluntario, que en respecto nuestro consiste en una
medianía tasada por la razón y como la tasaría un hombre dotado de prudencia; y es la
medianía de dos extremos malos, el uno por exceso y el otro por defecto; asimismo por
causa que los unos faltan y los otros exceden de lo que conviene en los afectos y
también en las acciones; pero la virtud halla y escoge lo que es medio. Por tanto, la
virtud, cuanto a lo que toca a su ser y a la definición que declara lo que es medianía, es
cierto la virtud, pero cuanto a ser bien y perfección, es extremo. Pero no todo hecho ni
todo afecto es capaz de medio, porque, algunos, luego en oírlos nombrar los contamos
entre los vicios, como el gozarse de los males ajenos, la desvergüenza, la envidia, y en
los hechos el adulterio, el hurto, el homicidio. Porque todas estas cosas se llaman tales
por ser ellas malas de suyo, y no por consistir en exceso ni en defecto. De manera que
nunca en ellas se puede acertar, sino que siempre se ha de errar de necesidad. Ni en
semejantes cosas consiste el bien o el mal en adulterar con la que conviene, ni cuando
conviene, ni como conviene, sino que generalmente el hacer cualquier cosa de estas es
errar. De la misma manera es el pretender que en el agraviar y en el cobardear y en el
vivir disolutamente hay medio y exceso y asimismo defecto. Porque de esta manera un
exceso sería medio de otro exceso y un defecto medio de otro. Pues así como en la
templanza y en la fortaleza no hay exceso ni defecto, por ser, en cierta manera, medio
entre dos extremos, de la misma manera en aquellas cosas ni hay medio ni exceso ni
defecto, sino que de cualquier manera que se hagan es errarlas. Porque, generalmente
hablando, ningún exceso ni defecto tiene medio, ni ningún medio exceso ni defecto”.

Aristóteles, Ética a Nicómaco, libro II

Ni el joven postergue el filosofar ni el anciano se aburra de hacerlo, pues para nadie está
fuera de lugar, ni por muy joven ni por muy anciano, el buscar la tranquilidad del alma.
Y quien dice: o que no ha llegado el tiempo de filosofar o que ya se ha pasado, es
semejante a quien dice que no ha llegado el tiempo de buscar la felicidad o que ya ha
pasado. [...] Busca pues, y practica las cosas que te he aconsejado teniendo por cierto
que los principios para vivir en forma honesta son éstos: primero, creer que Dios es un
ser viviente, inmortal y bienaventurado, sin darle ningún otro atributo. Existen pues,
dioses y su conocimiento es evidente pero no son como los juzga la plebe que de ellos
no tiene sino juicios falsos. Por ello es más impío el que cree en los dioses del vulgo que
el que los niega. [...]

En segundo lugar, acostúmbrate a considerar que la muerte nada es contra nosotros,


porque todo bien y todo mal residen en la sensibilidad, y la muerte no es otra cosa que
la pérdida de la sensibilidad misma. Así, el perfecto conocimiento de que la muerte no
es contra nosotros hace que disfrutemos de la vida mortal [...] quitándonos el amor a
inmortalidad. Nada hay de molesto, pues, en la vida para quien está persuadido de que
no hay daño alguno en dejar de vivir. Así, es un tonto quien dice que teme a la muerte,
no porque le entristezca su presencia sino porque sabe que ha de venir, pues lo que no
nos perturba en el presente, tampoco podrá perturbarnos o dolernos en tanto perspectiva
futura. La muerte pues, el más horrendo de los males, en nada nos pertenece, pues
mientras nosotros vivimos no ha llegado y cuando llegó ya no vivimos. [...] Por otra
parte, muchos huyen de la muerte como del mayor de los males pero la consideran un
descanso de los trabajos de esta vida. Por lo cual el sabio ni rechaza vivir ni teme no
vivir, pues no está atado a la vida, ni tampoco la considera algo malo. [...]

Se ha de tener en cuenta en tercer lugar, que el futuro ni depende enteramente de


nosotros ni tampoco nos es totalmente ajeno, de modo que no debemos esperarlo como
si hubiera de venir infaliblemente ni tampoco desesperamos como si no hubiera de venir
nunca. Hemos de recordar que de nuestros deseos, unos son naturales y otros son vanos.
De los naturales, unos son necesarios y otros naturales solamente. De los necesarios
algunos lo son para la felicidad, otros para la tranquilidad del cuerpo y otros para la vida
misma. Entre todos ellos, es la reflexión acerca de las consecuencias posibles de
nuestros actos la que hace que conozcamos sin error lo que debemos elegir y lo que
debemos evitar para la salud del cuerpo y la tranquilidad del alma, pues el fin no es otro
que vivir felizmente. Por la felicidad hacemos todo, a fin de que nada pueda dolernos ni
perturbarnos [...] y no hay otra cosa, excepto ella, que complete el bien del alma y el
cuerpo.

En cuarto lugar necesitamos el placer cuando nos es doloroso no tenerlo pero cuando no
nos resulta dolorosa su ausencia ya no lo necesitamos. Por eso decimos que el placer es
el principio y el fin del vivir felizmente: éste es el bien primero y principal: de él
provienen toda elección y rechazo y consideramos bienes, por regla general, a los que
no producen perturbaciones. También por ser el placer el bien primero y principal no
elegimos todos los goces, antes bien, dejamos de lado muchos cuando de ellos se han de
seguir dolores y llegamos a preferir ciertos dolores cuando de ellos se ha de seguir un
placer mayor. Todo deleite es un bien en la medida en que tiene por compañera a la
naturaleza, pero no se ha de elegir cualquier goce. También todo dolor es un mal pero
no siempre se ha de huir de todos los dolores. Debemos pues, discernir tales cosas, y
juzgarlas con respecto a su conveniencia o inconveniencia. [...] Tenemos por un gran
bien el contentarnos con lo suficiente, no porque siempre debamos tener poco sino para
vivir con poco cuando no tenemos mucho, estimando por muy cierto que disfrutan
equilibradamente de la abundancia y la magnificencia los que menos la necesitan y que
todo lo que es natural es fácil de conseguir mientras que lo vano es muy difícil de
obtener. [...] No son las relaciones sexuales ni el sabor de los manjares de una mesa
magnífica los que producen una vida feliz sino un sobrio raciocinio que indaga
perfectamente las causas de la elección y rechazo de las cosas, y elimina las opiniones
que puedan acarrear perturbaciones. [...] Nadie puede vivir felizmente sin ser prudente,
honesto y justo; y por el contrario, siendo prudente, honesto y justo, no podrá dejar de
vivir felizmente pues la felicidad es inseparable de las virtudes. Porque, ¿quién crees
que pueda superar a aquel que opina santamente acerca de los dioses, no teme a la
muerte y reflexiona adecuadamente acerca del fin de la naturaleza, que se propone como
bienes cosas fáciles de obtener y que considera a los males de poca duración y molestia,
que niega el destino, al que muchos conciben como dueño absoluto de todo, y sólo
acepta que tenemos algunas cosas por la fortuna mientras que las otras provienen de
nosotros mismos? [...] Estas cosas deberás meditar continuamente, con lo cual nunca
padecerás perturbación alguna, sino que vivirás como un dios entre los hombres.

Epicuro, Carta a Meneceo.

Desastroso es el ánimo ansioso de lo porvenir, y desdichado antes de la desdicha el que


está inquieto por que le acompañen hasta el fin de su vida las cosas que le deleitan. En
ningún tiempo tendrá sosiego, y en la expectación del futuro perderá el presente y lo que
en él pudiera disfrutar. (XCVIII)

Todo el que se abandone a los caprichos de la suerte, se prepara innumerables motivos


de desasosiego; no hay más que un solo medio de llegar a la seguridad: despreciar las
cosas externas y aparatosas, ateniéndose a lo honrado. (LXXIV)
Si quieres no ser esclavo de tu cuerpo, figúrate que estás alojado en él
momentáneamente como un transeúnte, y no pierdas de vista que vas a perder el
alojamiento de un instante a otro. Así te hará poca mella la necesidad de dejarlo.
Pero, ¿cómo familiarizarse con la idea del propio fin cuando no tienen fin nuestros
deseos? (LXX)

La mejor razón para no quejarse de la vida es que ella no retiene al que la quiera dejar.
Las cosas humanas están muy bien dispuestas: nadie es desgraciado más que por su
culpa. ¿Te place la vida? Vive. ¿No te place?, pues eres dueño de volver al lugar de
donde has venido. (LXX)

Por otra parte, bien sabes que no es forzoso conservar la vida, pues lo importante no es
vivir mucho, sino bien vivir. Así es que el sabio vive lo que debe, no lo que puede.
Examinará dónde, cómo, con quién, por qué debe vivir; lo que será su vida, no lo que
puedadurar.(LXX)

Darse la muerte o recibirla, acabar un poco después o un poco antes, ha de ser para él
enteramente lo mismo; no hay en eso nada que pueda espantarle. ¿Qué importa perder
lo que se nos va escapando gota a gota? Morir más pronto o más tarde es cosa
indiferente; lo importante es morir bien o mal. Y ¿qué es morir bien? Sustraerse al
peligro de vivir mal. (LXX)

La obra maestra de la ley eterna es haberle procurado varias salidas a la vida del
hombre, que sólo tiene una entrada.(LXX)
Todo puede despreciarse; pero poseerlo todo es imposible. El camino más corto para ser
rico es despreciar la riqueza. (LXII)

La virtud tiene siempre la misma medida justa: nada le falta.( LXXI)

¿Me preguntas por qué la virtud no tiene necesidad de nada? Porque no desea lo que no
tiene; con lo que tiene se contenta, y como no hay nada para ella que no tenga un valor,
todo le basta.(LXXIV)
Séneca, Cartas a Lucilio.
“En el reino de los fines todo tiene o bien un precio o bien una dignidad. Lo que
tiene precio puede ser reemplazado por alguna otra cosa equivalente; por el contrario, lo
que se eleva sobre todo precio y no admite ningún equivalente tiene una dignidad.
Cuanto se refiere a las inclinaciones y necesidades humanas tiene un precio de mercado;
lo que, sin suponer una necesidad, se adecua a cierto gusto, es decir, a un bienestar
basado en el juego sin propósito de nuestras facultades anímicas, tiene un precio de
afecto; pero lo que constituye la condición única bajo la cual algo puede ser fin en sí
mismo no tiene meramente un valor relativo, o sea, un precio, sino que tiene un valor
intrínseco, es decir, dignidad. La moralidad es la condición bajo la cual un ser racional
puede ser un fin en sí mismo, porque solo por ella es posible ser miembro legislador en
el reino de los fines. Así pues, la moralidad, y la humanidad en tanto sea capaz de ella,
es lo único que posee dignidad”
Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres.

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