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CAPÍTULO X

DISCUSIONES TEOLÓGICAS BAJO


CARLOMAGNO

I. La controversia sobre las imágenes y los Libros carolinos

Ya hemos visto la reacción de Carlomagno ante el Concilio II de Nicea.


Ahora nos detendremos en el contenido de los Libri Carolini, refutación
encargada por el propio Carlos a sus teólogos, que él mismo respaldó
como si fuera obra suya, y que problamente fue redactada por Teodulfo
de Orleans[133].

La premisa político.religiosa es que la Iglesia franca, bajo la dirección de


Carlomagno, está llamada a defender la pureza de la fe, mientras que la
Iglesia bizantina, con una mujer que había usurpado el Imperio, no podía
convocar un concilio ecuménico. Los francos juzgan que ni el concilio
iconoclasta de Hierea (754) ni el iconódulo II de Nicea (787) han acertado
con la verdadera doctrina: el primero, por su vandalismo iconoclasta; el
segundo, por su adoración idolátrica a las imágenes.

Su posición quiere ser la del papa San Gregorio: «Ni adorar las imágenes
ni romperlas». En realidad, la versión latina de las actas de Nicea que el
Papa envió a Carlomagno, y que es la que habían estudiado sus teológos,
oscurecía la distinción esencial que se contiene en el texto conciliar acerca
de latría y proskynesis, pues se traducían los dos conceptos por adoratio.
Pero la oposición era más profunda y no se explica por el simple defecto
de traducción: ellos afirmaban seguir la vía media, las imágenes como
elemento pedagógico y de recuerdo, pero sin adoración.

Se reitera la doctrina bíblica: nadie en el Antiguo ni el Nuevo Testamento


pintó imágenes, sino que escribieron libros, de tal manera que la mente
humana no tiene necesidad de imágenes para llegar a Cristo[134]. Dos
maneras .se dice en los Libri Carolini. puede haber de adoración: la
primera es el culto debido a Dios; la segunda es una forma de respeto y
saludo a personas vivas; de ningún modo se puede tributar a las imágenes
inanimadas. Las imágenes son útiles para la decoración de las iglesias y
para recuerdo de los hechos religiosos y de los santos, pero es irracional
encender luces y quemar incienso ante ellas; decir que esto es culto
relativo, es cosa que no se entiende. Se ha de venerar la cruz, la Sagrada
Escritura, y las reliquias de los santos, pero es reprensible igualar eso con
las imágenes. Es lamentable que el concilio de Nicea, llamándose sin razón
ecuménico, amenace con anatemas al que no venere las imágenes;
ciertamente, no hay que destruirlas donde existan; para los oficios divinos
son cosa indiferente; la religión nada pierde ni gana con ellas.
Tendríamos que preguntarnos si la posición carolingia contra el culto a
las imágenes venía únicamente por la distinta versión de las actas del
concilio II de Nicea o, más bien, había una cuestión de fondo. Una lectura
atenta de los Libri Carolini nos hace intuir que las diferencias entre
francos y bizantinos eran muy profundas, de tal manera que la protesta
de la Iglesia franca no hubiera sido muy distinta si la traducción de las
actas hubiera sido mejor.

Recuerdo de Teodulfo de Orleans .autor de la respuesta dada por los


carolingios acerca de las imágenes. tenemos una capilla mandada
construir por él en Germigny-des-Prés, edificio realizdado siguiendo el
modelo de la capilla del palacio de Aquisgrán. A diferencia de ésta,
conserva los mosaicos originales, los cuales se perdieron en Aquisgrán. Se
trata de una decoración según la concepción teológica de Teodulfo, sin
representaciones humanas. En el ábside hay una imagen del arca de la
alianza rodeada de querubines. Ésta es la postura defendida por los Libri
Carolini, según la cual faltaría un apoyo bíblico para defender la
representación de las imágenes y su culto. La única imagen correcta de la
presencia sacra en el Antiguo Testamento sería el arca.

En su concepción, las reliquias eran más importantes que las imágenes,


porque el cuerpo de los santos resucitarán. El culmen de insensatez
estaría en equiparar las imágenes al culto eucarístico. Otro argumento
que exponen los Libri Carolini es el del discipulado activo: Cristo no
quiere el culto a las imágenes, sino el culto del discipulado activo en su
seguimiento; nuestra bandera no debe ser una imagen, sino la misma cruz
de Cristo. La espiritualidad de los Libri Carolini es eminentemente
cristocéntrica: una mediación de la salvación por medio de las imágenes
sería completamente absurda y una ofensa al único mediador que es
Cristo.

Carlos se presenta como el protector de la fe en Occidente, habiendo sido


elegido por Dios para este cometido. De todos modos, según Anne
Freeman nunca ha llegado Carlos a promulgar estos Libri Carolini. No es
del todo claro que Carlomagno hubiera enviado este libro al papa, si bien
es curioso que el único manuscrito que ha llegado hasta nuestros días está
en el Vaticano[135]. Es un manuscrito que no está completo, que podría
pertenecer al mismo Teodulfo, y que contiene algunas anotaciones en los
márgenes, las cuales podrían pertenecer a Carlomagno. Desde 1774 está
en la Biblioteca Vaticana; no sabemos cómo llegaría hasta allí.

La pregunta que se hace Freeman es por qué Carlos no llega a publicar


estos libros. En primer lugar porque se da cuenta de la firme decisión que
tiene el papa de aprobar las actas del concilio II de Nicea, no queriendo
contradecirlo. Sin embargo sí se tuvieron en cuenta sus afirmaciones en el
sínodo de Frankfurt del 794: el sínodo rechazó las actas de Nicea II, si
bien no entró en detalle. Los Libri Carolini no fueron más allá de los
confines del palacio de Aquisgrán. Sólo en el 860 Inmaro de Reims se
interesó por este tratado e hizo una copia[136], la cual sería publicada con
el correr de los siglos (1549). En seguida encontraría este tratado una
enorme acogida entre los protestantes, especialmente Calvino, el cual
vería confirmada su actitud contraria a las imágenes. El libro llegó a
ponerse en el Índice de libros prohibidos en Lovaina, Roma y España
hasta 1900.

En Bizancio Miguel II sostuvo en el 821 una posición muy próxima a los


francos. No se prohibían las imágenes, pero se debía evitar todo exceso
supersticioso. Algunos iconódulos bizantinos huyeron a Roma e hicieron
propaganda contra el emperador bizantino, el cual llegaría a un acuerdo
con Ludovico Pío. Éste podría haber impuesto la posición de los Libri
Carolini, pero no lo hizo, sino que buscó un acuerdo con el papa Pascual I
y en el 825 convocó un sínodo en París. El rey franco envió un resumen al
papa: sus embajadores tenían instrucciones de ser pacientes y
respectuosos con el Pontífice[137]. En el sínodo de París aparece una
posición clara, pero se abandona la rigidez de tiempos anteriores. Se
busca, ante todo, la paz dentro de la Iglesia. Es evidente cómo tras la
muerte de Carlomagno (814) se había dado un avance del culto de las
imágenes en la Iglesia franca. En el 843 la victoria de los iconódulos en
Bizancio coincide con el fin de este interés teológico-pastoral entre los
francos.

Concluyendo nuestro apartado debemos observar cómo la mayoría de los


estudiosos han resaltado el malententido acaecido tras el envío de una
traducción deficiente de las actas del concilio II de Nicea. Pero de fondo
está la diferencia entre la teología oriental y la occidental, el problema de
si las imágenes podían ser medios de gracia .bizantinos. o, más bien, un
obstáculo al único mediador que es Cristo .carolingios..

II. La lucha contra la cristología adopcionista

John C. Cavadini es el último gran estudioso de un asunto muy complejo,


en el que se entremezclan elementos políticos y teológicos. La Iglesia
española se había quedado, desde el 711, aislada del resto de Europa; sin
embargo, tenía muy cercano al reino franco. Carlomagno hace más de
una incursión contra los musulmanes, lo cual hace que se den ciertos
contactos entre la Iglesia española y la franca.

El adopcionismo nace como una controversia en el interior de la Iglesia


española. Contra un cierto Migecio, que sostenía una teología trinitaria
heterodoxa, Elipando afirmó en un concilio de Sevilla, en el 782, que se
necesitaba distinguir sobre la persona de Cristo entre su relación
intratrinitaria .Hijo de Dios desde toda la eternidad. y su estado de hijo,
trámite la adopción, que le compete en cuanto hombre. Distinguía, pues,
entre hijo verdadero y propio, e hijo adoptivo en el Verbo encarnado.
Consideraba esta distinción como ortodoxa, e intentaba fundarla en
ciertos textos de la liturgia mozárabe. Sin embargo, esta posición fue
contestada por la Iglesia de Asturias, la cual pretendía una independencia
respecto a la Iglesia de Toledo. Así, el monje Beato de Liébana[138] acusa a
la fórmula de Elipando de romper la unidad personal del único Hijo de
Dios y, de ahí, también de nuestra unión con Cristo.
Elipando encontró apoyo en Félix de Urgel, geográficamente muy cercano
a la frontera franca. Preocupado de reforzar la unidad y la concordia de
la Iglesia española, sin embargo la cercanía de los musulmanes le hace
sensible a la cuestión del significado de Cristo en la historia de la
salvación. La obra de Félix, En defensa de Elipando (789), nos ha llegado
en la refutación de Alcuino, Contra Félix de Urgel[139]. Se aprecian dos
argumentos como determinantes para Félix, los cuales se basan en la
convicción de que se puede perder la verdadera humanidad de Cristo .la
igualdad de Jesús con los hombres.: distinguir la generación eterna del
Hijo de Dios del nacimiento de la Virgen; y el Cristo encarnado como
modelo de nuestra redención en cuanto que es hombre. La adopción de
Cristo corresponde a nuestro nacimiento espiritual. Ésta es su
argumentación. Desafortunadamente para Félix, los francos estaban
demasiado cerca, de tal manera que llegó a ser más enemigo para ellos
que el mismo Elipando. Adriano I es informado inmediatamente de esta
cuestión por parte de los adversarios de Elipando en Asturias. Su
respuesta condena la doctrina de Elipando como nestoriana[140]. La
reacción de Carlos fue rápida y radical: Félix debía retractarse en un
sínodo en Ratisbona, en el 792. Lo mismo tendría que hacer en Roma
sobre la tumba de Pedro, haciendo confesión de fe. Pero, retornado a su
diócesis, Félix desmintió su retractación. La suerte de Félix alarma a
Elipando y al episcopado español, los cuales rechazan la .herejía. del
Beato de Liébana y los sufrimientos de Félix. Los obispos francos
respondieron sin excitación con el sínodo de Frankfurt en el 794: la
condena del adopcionismo era el punto más importante.

Muy preocupante para los francos era que el adopcionismo cobraba cierta
importancia en los confines fronterizos de la Septimania, donde se
celebraba la liturgia mozárabe, la cual era sospechosa para los francos.
Los obispos de Lyon y Narbona realizan un viaje en el 798 a esa zona
fronteriza, predicando contra la herejía adopcionista. Pero esto no era
suficiente para Carlos. En el 799 un sínodo en Aquisgrán vuelve a
ocuparse del problema. Para sorpresa de todos se presentó Félix. La
disputa entre él y los teólogos francos concluye con una declaración de
Félix por la que se plegaba a la mejor argumentación franca. Como
prueba de la veracidad de su actitud, hace una confesión de fe por la que
se separa de su antigua concepción teológica y profesa la doctrina de la
Iglesia universal. Con todo, Carlos lo apresó y le envió a Lyon, donde
moriría en el 818. El adopcionismo desaparece de España en el siglo IX.

III. La controversia en torno al Filioque

La doctrina según la cual el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo es
expresión de la teología trinitaria de san Agustín. Servía bien a los obispos
hispanos para explicar la unidad sustancial del Hijo con el Padre contra el
arrianismo visigótico. La Iglesia franca adopta el concepto de Filioque a lo
largo del siglo VIII, más en concreto en el sínodo de Saint Tigny (767): era
una fórmula idónea para explicar la realidad de que es Cristo quien nos
ha redimido y enviado el Espíritu Santo; se explicaba la unidad de acción
de Cristo y el Espíritu Santo.
Adriano I participaba de esta teología, pero no tenía intención de incluir
el término en el Credo. De hecho, el concilio de Éfeso (431) prescribía que
no debía variarse el Credo de los Padres. En los Libri Carolini venía la
fórmula de manera expresa; pero otra cosa era su introducción en el
Credo, lo cual se hace en la Iglesia franca en un sínodo provincial en Friul
(796-797), presidido por Paulino de Aquileya[141]. Defendía el añadido
diciendo que no era un cambio en el Símbolo de fe, sino una aclaración.
En la liturgia franca se recoge poco después.

La cuestión fue nuevamente discutida en el 809, cuando algunos monjes


francos en Tierra Santa cantan el credo introduciendo el Filioque. Esto
provocó la protesta de los monjes bizantinos ante León III. El papa
transmite el contenido de la carta a Carlomagno[142]. Carlos encarga una
investigación a sus teólogos, entre ellos Teodulfo de Orleans, que había
escrito un tratado sobre el Espíritu Santo. Un sínodo en Aquisgrán (809)
decide que es legítima su introducción en el Credo. La decisión es enviada
a Roma. León III adopta la misma actitud que su antecesor, Adriano I:
siendo como era ortodoxa la doctrina del Filioque, sin embargo decide
dejar el credo como estaba.

Carlomagno se empeñó intensamente en la doctrina del Filioque, pues era


expresión de la soberanía de Cristo, lo cual se comunica al Espíritu Santo.
Las tres controversias teológicas que se producen en tiempos de
Carlomagno .imágenes, adopcionismo y Filioque. son, en realidad,
controversias cristológicas. Los francos se muestran inflexibles, por
cuanto un cambio podía hacer peligrar su espiritualidad cristocéntrica.

[133]
MGH Conc. II Suppl.

[134]
LC II, 22.

[135]
Lat. 7207.

[136]
Biblioteca Parisina de Arsenal, 663.

[137]
MGH Con. II, 480-520.

[138]
Apologeticum, en Obras Completas (BAC Maior), Madrid 1995, pp. 668 ss.

[139]
PL 101, 85-230).

[140]
La correspondencia entre Elipando y el papa está en MGH Epp. III, 636-643.

[141]
MGH Conc. II, 1, 240-244.

[142]
MGH Epist. V, pp. 64-67.

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