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La lengua española en México
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La lengua española en México

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Se trata de la reunión de artículos relativos al lenguaje, la mayoría de los cuales había sido publicada en diversos periódicos y revistas. Se han ordenado por temas: el español en el mundo, actitudes ante la lengua española, corrección lingüística, enseñanza y lenguaje, filológicos y léxico.
LanguageEspañol
Release dateSep 18, 2015
ISBN9786071632531
La lengua española en México

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    La lengua española en México - José G. Moreno de Alba

    SECCIÓN DE OBRAS DE LENGUA Y ESTUDIOS LITERARIOS


    LA LENGUA ESPAÑOLA EN MÉXICO

    JOSÉ G. MORENO DE ALBA

    LA LENGUA ESPAÑOLA

    EN MÉXICO

    MÉXICO

    Primera edición, 2003

    Primera edición electrónica, 2015

    Diseño de la portada: Teresa Guzmán Romero

    D. R. © 2003, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-3253-1 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    PREFACIO

    Reúno aquí varios artículos relativos al lenguaje y, sobre todo, a la lengua española, en particular a la hablada y escrita en México, la mayoría de los cuales había sido publicada, entre 1980 y 2002, en diversos periódicos y revistas. Tienen en común, además del tema, siempre de carácter lingüístico o filológico, por una parte, una redacción que, sin abandonar cierto rigor científico, pretende ser menos técnica y más amena; y, por otra, casi siempre, una brevedad que permite leer cada uno sin mucha fatiga. Buena parte procede de mis libros Minucias del lenguaje y Nuevas minucias del lenguaje, ambos publicados y varias veces reimpresos por el Fondo de Cultura Económica. Cuando, en 2002, decidí suprimir de esos dos volúmenes todos los artículos que no fueran precisamente breves explicaciones de un tema particular y que no merecieran por ello con justicia la designación de minucias, vi que si los reunía podrían constituir la base para otro volumen antológico, que contuviera ensayos, filológicos ciertamente, pero más generales y no tan breves como los que conforman el ahora volumen único de Suma de minucias del lenguaje. A dichos artículos añadí una buena cantidad de notas inéditas o publicadas en otras partes y el resultado es este libro, que decidí titular La lengua española en México, a sabiendas de que si no todas las notas en él contenidas tratan ese preciso tema, sí lo hace la gran mayoría de ellas. Las minucias solían aparecer en simple orden alfabético; sin embargo los artículos de este libro preferí ordenarlos por temas, lo que dio lugar a seis capítulos. Sólo el tercero de ellos (Corrección lingüística) mereció, por su contenido, una subdivisión en tres apartados (generalidades, ortografía y gramática). Habida cuenta del largo lapso en que fueron redactados (los hay de la década de los ochenta y no faltan los que se escribieron en 2002), serán inevitables algunos pocos anacronismos, que el lector atento observará y, espero, disculpará.

    EL ESPAÑOL EN EL MUNDO

    EL ORIGEN DEL LENGUAJE

    CONTRA LO QUE PUDIERA PENSARSE, el estudio del origen del lenguaje no parece pertenecer exclusivamente a las ciencias llamadas lingüísticas, sino también a las investigaciones destinadas a revelar la manera en que los hombres comenzaron a comunicarse, que parece entrar más bien en el ámbito de la historia primitiva de la humanidad.

    Un trabajo de comparación exhaustivo entre las lenguas actuales no lleva necesariamente a la reconstrucción de un idioma primitivo. Nada puede obtenerse tampoco por medio del estudio de las lenguas que suelen denominarse primitivas o salvajes. Su lengua, en muchos casos, es mucho más compleja estructuralmente que otras lenguas de pueblos muy desarrollados. Sin embargo serios investigadores opinan que, mediante reconstrucciones y comparaciones, puede resolverse en parte el problema y creen que las contribuciones más importantes deben esperarse del estudio de la estructura general de la lengua y del análisis de sus formas más primitivas y sus manifestaciones más generales.

    ¿Podría lograrse algo estudiando el habla de los niños? No. Ello nos enseñaría solamente cómo se adquiere una lengua plenamente organizada. No debe identificarse de ninguna manera el estudio de la adquisición de una lengua por parte de un niño con el problema del lenguaje humano. Aquél es un asunto de psicolingüística, y éste es un tema de prehistoria social.

    Estudiar el origen del lenguaje en cierta forma es buscar qué tipo de signos tenía el hombre a su disposición y cómo los ha venido usando. ¿Es el lenguaje humano algo que se adquiere como resultado de una educación o por lo contrario es un hecho instintivo y espontáneo? Parecen concluyentes las pruebas hechas con sujetos sordos y ciegos. Muy conocido es el caso de Helen Keller, que adquirió una instrucción tan avanzada que podía leer y escribir en varios idiomas. El lenguaje en Hellen Keller es el resultado de la educación. Sin embargo el desarrollo del lenguaje en un individuo anormal no puede darnos la idea de la evolución que se produce en una sociedad con seres normales.

    El lenguaje es el resultado del contacto de muchos seres que poseen sentidos y utilizan para sus relaciones los medios que la naturaleza pone a su disposición. El lenguaje, que es el hecho social por excelencia, resulta del contacto social.

    Por otra parte, dos seres humanos no pudieron crear un lenguaje mientras no estuvieran preparados para hacerlo. En el transcurso de la evolución humana llegó un momento en que el hombre fue capaz de dar al signo un valor simbólico. Este proceso diferencia al ser humano de los animales. La antropología debería aclarar en algunos aspectos el enigma del desarrollo psicológico del hombre, en general, y del desarrollo del lenguaje que lleva a cabo mediante una evolución natural del cerebro humano. Otros autores, sin negar lo anterior, niegan la posibilidad de conocer el desarrollo del cerebro humano y por ende de comprobar una afirmación de tal naturaleza. Es posible que investigaciones futuras aclaren muchos puntos ahora desconocidos de la relación entre el desarrollo del cerebro y el desarrollo del lenguaje.

    Puede suponerse que en la medida en que el cerebro del hombre prehistórico estaba aún inadaptado para el lenguaje, en esa misma proporción era inadecuado para la actividad intelectual. El lenguaje pudo comenzar siendo puramente emotivo y antes de ser un medio para razonar debió de haber sido un eficaz medio de acción. Estas hipótesis, indemostrables, tienen un grado considerable de verosimilitud.

    Durante un tiempo se creyó que el primer hecho lingüístico debía haber consistido en ponerle nombre a las cosas, en crear un vocabulario. Lo que es esencial no es el haber bautizado a las cosas con un nombre determinado sino el haber dado a esos nombres, por una especie de acuerdo tácito entre los sujetos hablantes, un valor simbólico. Algunos estudiosos del lenguaje creen que el léxico tuvo un origen onomatopéyico. Otros, por lo contrario, señalan que, en las lenguas conocidas, las palabras onomatopéyicas no son precisamente muy antiguas, sino más bien de reciente creación. Mucho se ha discutido si el lenguaje habría comenzado con verbos o con sustantivos, ignorando u olvidando que, por muy diferenciadas que puedan parecernos tales categorías, no hay entre ellas una oposición necesaria.

    El problema del origen del lenguaje humano no parece ser de fácil solución; todo lo que se ha dicho al respecto queda en meras hipótesis. Sin embargo no tiene por qué resultar mucho más difícil que cualquier otro asunto de investigación referente al desarrollo de las relaciones humanas. Para ello parece necesario esperar profundas investigaciones en el campo de la prehistoria social o de la sociología prehistórica, de la psicolingüística, de la biología lingüística, y también de la lingüística histórica y comparada.

    DIALECTO Y LENGUA

    HACE TIEMPO UN DIARIO daba la noticia de que traducirán la Carta Magna a 10 dialectos. Más adelante se precisaba que, en una primera etapa, la Constitución se vertería al náhuatl, zapoteco, mixteco y maya.

    Es éste un simple ejemplo de una confusión frecuente. Se piensa que ciertas estructuras lingüísticas, que ciertos sistemas de comunicación, quizá por carecer en muchos casos de literatura escrita o, simplemente, porque se los juzga de alguna manera inferiores, no merecen la designación de lenguas y se los denomina entonces dialectos.

    Conviene aclarar ante todo que, lingüísticamente, es inconcebible que existan lenguas de primera y lenguas de segunda. En cuanto sistemas de signos y estructuras de comunicación, todas las lenguas naturales son igualmente perfectas. El prestigio que nimba a unas más que a otras es enteramente extralingüístico. Es claro que hoy resulta no sólo más prestigioso sino también mucho más útil hablar inglés que hablar mazateco, pero es también cierto que ello no implica que el inglés sea mejor que el mazateco. Nada tiene el inglés que lo haga en especial adecuado para los negocios; mucho tienen empero los estadunidenses para imponer su lengua al mundo.

    En lingüística se entienden por dialecto varias cosas. Quizá el concepto no esté del todo definido, pero de lo que no hay duda es que no significa ni se usa para designar lenguas de comunidades primitivas o algo parecido. Algunas de las definiciones más comunes dicen más o menos lo siguiente: los dialectos son ramificaciones de una lengua que se hablan en determinados territorios (Macrea); o una ramificación territorial de la lengua común de todo un pueblo (Todoran). José Joaquín Montes resume: se tiende a reconocer que la única definición de aplicación irrestricta es la generalmente utilizada y latísima de ‘variante de lengua’.

    Esto quiere decir que podemos hablar de los dialectos del inglés, del español, del náhuatl, etc., y con ello estaremos aludiendo a las diversas variedades de cada una de esas lenguas en los distintos territorios en que se hablan. Debemos en cambio referirnos al náhuatl, al zapoteco, al mixteco o al maya como lenguas y no como dialectos, a no ser que precisamente estemos haciendo alusión a las variedades internas de cada uno de esos sistemas lingüísticos.

    LA HISTORIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA

    SE ESTABLECE CAPRICHOSAMENTE el nacimiento del español en la hipotética fecha (978) en que los monjes del Monasterio de San Millán de la Cogolla, ignaros de la trascendencia que tendría su intervención, anotaron, en los márgenes de venerables tratados de vidas de santos y de sermones agustinianos, las traducciones de ciertas voces y giros latinos a la lengua vulgar, para mejor entender su contenido. Estas aclaraciones del vocabulario o glosas de los monjes se llaman Glosas emilianenses.

    En esos mismos documentos leemos también esa ingenua oración, escrita con los balbuceos de un idioma naciente:

    Conoajutorio de nuestro dueno, dueno Christo, dueno Salbatore, qual dueno ge tena honore, equal dueno tienet e la mandatjone cono Patre, cono Spiritu Sancto, enos sieculos delosieculos. Facanos Deus imnipotes tal serbitjo fere ke denante ela sua face gaudioso segamus. Amén.

    Dámaso Alonso propone la siguiente modernización del texto citado:

    Con la ayuda de nuestro Señor Don Cristo, Don Salvador, señor que está en el honor y señor que tiene el mando con el Padre, con el Espíritu Santo, en los siglos de los siglos. Háganos Dios omnipotente hacer tal servicio que delante de su faz gozoso seamos. Amén.

    En las Glosas emilianenses, por tanto, tenemos la primera manifestación conocida del romance escrito, así se tratara del dialecto navarroaragonés, que después sería absorbido, a partir del siglo XI, por la pujanza del castellano, nacido en las montañas cantábricas del norte de Burgos, en el condado de Fernán González, y que, andando el tiempo, con la alianza de Isabel de Castilla y de Fernando de Aragón, merecería el nombre de lengua española, y no sólo castellana, por su carácter definitivamente nacional.

    Un lingüista uruguayo, José Pedro Rona, se refería a la lengua como a un diasistema cuyos tres ejes principales son el diacrónico, el diatópico y el diastrático. Esto quiere decir que la lengua, y en esto estriba su grandeza, es la suma, inabarcable aún por los más dedicados estudiosos, de todas sus manifestaciones en el tiempo, en el espacio, y en los diversos niveles socioculturales de los hablantes. Una descripción total de la lengua española, empresa ideal y por tanto irrealizable, implicaría todas las interrelaciones que pueden producirse por la combinación de esas tres variables, entre otras posibles: toda su evolución histórica, la totalidad de sus variedades geográficas y las riquísimas manifestaciones socioculturales que se expresan por ella. Eso es la lengua española, ésa es su dimensión, de eso debemos estar conscientes los que hablamos español.

    La historia de la lengua española, disciplina cuyo cometido es describirla en sus vicisitudes diacrónicas, nos permite ir constatando su paulatino e incesante crecimiento y fortalecimiento. El latín que las legiones romanas llevaron a todos los confines del mundo entonces conocido, por el aislamiento entre las diversas provincias y Roma, se fue diversificando, alimentado además por la influencia ejercida por las lenguas que antes se hablaban y que convivieron con el latín en esos territorios. Nacieron así las lenguas neolatinas, entre ellas el castellano que después, como potente cuña —en expresión de Menéndez Pidal—, habría de desplazar a otros dialectos hermanos suyos en la Península Ibérica, para convertirse en la lengua de España, aunque sin vencer al catalán, al portugués y al vasco, que mantienen policromo, todavía hoy, el mosaico lingüístico de la península.

    El latín hispánico primero y después el español sufrieron y simultáneamente se enriquecieron con diversas conquistas de que fue objeto el territorio. A principios del siglo V los vándalos, suevos y alanos, y después los visigodos, caían sobre España y habrían de influir —con características germánicas— en el latín histórico. Es la de los árabes la más larga ocupación que sufrirá España, de 711 hasta 1492. Ello explica la presencia en nuestra lengua de varios miles de voces arábigas. A partir del rey Sancho el Mayor (1000-1035) se abre la frontera norte de España para facilitar, por terreno llano, las peregrinaciones a Santiago de Compostela a los innumerables peregrinos franceses. A través de ellos entran en España muchas voces provenzales y francesas. Durante los siglos XII y XIII se modifica el mapa lingüístico, pues el castellano desterrará a los dialectos leonés y aragonés y, respetando al gallego y al catalán, permitirá después la unidad política del país.

    Todos conocemos la posterior historia del español a través de la literatura: A partir del Poema de Mío Cid y a través de escritores como Gonzalo de Berceo, Alfonso el Sabio, el Arcipreste de Hita, Sem-Tob, Pero López de Ayala, Juan de Mena, el Marqués de Santillana, la lengua española llega a su plenitud en las obras geniales de los autores de los Siglos de Oro (XVI y XVII), que como Garcilaso y Boscán, santa Teresa y san Juan de la Cruz, fray Luis de León, Cervantes y Lope de Vega, Quevedo y Góngora, Juan Ruiz de Alarcón y Calderón de la Barca, entre muchos otros, llevaron a su plena madurez al español, cuyas primeras manifestaciones se habían producido tantos años antes.

    Aunque generalmente se acepta que la literatura llegó a su más alto nivel de perfección durante los siglos XVI y XVII, es innegable que la producción posterior, con sus naturales altibajos, hasta llegar a las obras contemporáneas, permite suponer que en modo alguno ha comenzado aún el ocaso de nuestra lengua, si se considera además que, independientemente de la literatura, es cada día mayor el número de hispanohablantes.

    ¿HABLAMOS ESPAÑOL O CASTELLANO?

    HOY EN MÉXICO los manuales de gramática se publican generalmente referidos la lengua española y no a la castellana. Esto sin embargo no es igualmente cierto en otros ámbitos geográficos y en otros tiempos. En algunos países sudamericanos —quizá como restos de una actitud nacionalista a ultranza— parece preferirse la denominación de castellano o lengua castellana para evitar la referencia a España. Aquí mismo en México, pero en 1900, don Rafael Ángel de la Peña, un muy buen gramático olvidado, publicó un libro importante con el título de Gramática teórica y práctica de la lengua castellana, como lo había hecho antes don Andrés Bello, entre muchos otros. Asimismo en México la designación oficial por parte de la Secretaría de Educación Pública es español, aunque no hace mucho se decía también lengua nacional. No recuerdo que se le haya nombrado, recientemente, castellano por parte de las autoridades educativas. Sin embargo en el habla coloquial no es raro oír expresiones como en México se habla muy buen castellano o el castellano debe enseñarse en las escuelas. En nuestra Constitución Política no se hace referencia a la lengua oficial, tal vez porque esto, por obvio, no resulta necesario. En España, por lo contrario, hace poco, en 1978, los constituyentes dejaron establecido, en el artículo tercero de la Constitución española, que "el castellano es la lengua oficial del Estado". El que tan importante documento determinara que la lengua que hablamos en más de 20 países, incluido el que se denomina España, se llame castellano y no español produjo y sigue produciendo enconadas discusiones.

    De lo que no puede caber duda es de que, en sus principios, la lengua que hoy hablamos tantos millones de seres humanos no fue sino castellano pues, aunque se considera caprichosamente como fecha de nacimiento de nuestra lengua el año 978 —cuando monjes del Monasterio de San Millán de la Cogolla anotaron, en los márgenes de algunas vidas de santos y sermones agustinos, las traducciones de ciertas voces y giros latinos a la lengua vulgar, que no era otra sino el dialecto navarro-aragonés—, lo cierto es que el castellano, nacido como dialecto histórico del latín en las montañas cantábricas del norte de Burgos, en el condado de Fernán González, lo absorbió a partir del siglo XI, igual que al leonés, y respetó sólo al catalán y al gallego. Andando el tiempo, con la alianza de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, el castellano dejará en forma definitiva de ser lengua regional y pasaría a constituirse en lengua verdaderamente nacional. Será a partir de entonces cuando con toda justicia le convenga el apelativo de lengua española, lengua de España. En 1535 escribe Juan de Valdés: La lengua castellana se habla no solamente por toda Castilla, pero en el reino de Aragón, el de Murcia con toda el Andaluzía y en Galizia, Asturias y Navarra; y esto aun hasta entre gente vulgar, porque entre la gente noble tanto bien se habla en todo el resto de Spaña. Esta afirmación de Valdés lleva a Rafael Lapesa, uno de los mejores historiadores de la lengua española, a escribir: "El castellano se había convertido en idioma nacional. Y el nombre de lengua española, empleado alguna vez en la Edad Media con antonomasia demasiado exclusivista entonces, tiene desde el siglo XVI absoluta justificación y se sobrepone al de lengua castellana".

    Así que, a partir de entonces, el castellano pasa a ser español y no dejará de serlo, aunque cosa contraria diga la Constitución española. Es definitivamente más importante la tradición secular que la conveniencia política. Quizá pretendieron salvaguardar el discutible derecho que otras lenguas, como el catalán y el vasco, tienen de ser llamadas españolas, como deja verse en la segunda parte el artículo citado: Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos. En otras palabras, el catalán es, según esto, tan español como el español (como el castellano, según la Constitución española).

    Estoy plenamente convencido, como muchos otros, de que la lengua que hablamos debe llamarse española porque, a las razones históricas que aduje, habría que agregar otras muchas, como las que menciona Juan Lope Blanch en un artículo sobre este mismo tema: las instituciones culturales españolas no se refieren al castellano sino al español ("de la lengua española es la Gramática y es el Diccionario de la Real Academia Española"); la gran mayoría de nuestros gramáticos modernos la han denominado española; en otras lenguas, así se la denomina (espagnole, spagnuola, Spanish, Spanisch); el castellano, lingüísticamente hablando, hoy es sólo un dialecto de la lengua española; es decir, el español que se habla en Castilla.

    Independientemente de que en España razones políticas llevaron a la equivocada decisión de cambiar el nombre de nuestra lengua, en Hispanoamérica, que no fue consultada para ello, no hay razón alguna para dejar de denominarla española, como en efecto es desde el siglo XVI la lengua que nos une.

    EL DIARIO DE COLÓN

    NO CABE DUDA de que las páginas en las que Cristóbal Colón narra, día a día, su primer viaje a las Indias, pueden considerarse con derecho entre los documentos más relevantes de la historia de la humanidad. Lo que no todo el mundo sabe es que tan importante texto llegó a nosotros gracias a la acuciosidad y gran visión histórica del tenaz defensor de los indios, fray Bartolomé de Las Casas. En efecto, lo que conocernos como el Diario de a bordo forma parte de la Historia de las Indias del fraile dominico. Sabemos que el manuscrito se extravió y que Las Casas se valió de alguna copia.

    No pocos historiadores, entre ellos nada menos que don Ramón Menéndez Pidal, se han encargado de señalar el carácter a su juicio arbitrario (adjetivo con que lo califica Menéndez Pidal) del fraile dominico. Sin embargo son los mismos historiadores y exegetas los que reconocen que Las Casas goza de una bien merecida fama de transmisor fiable de documentos. Esto se muestra con evidencia en el Diario y puede comprobarse, a mi ver, por varias vías.

    Las modernas ediciones del Diario (la Historia de Las Casas se publica apenas en el siglo XIX), muy atinadamente, suelen indicar mediante una tipografía diferente, los textos que, a juicio de los filólogos, constituyen palabras exactas del Almirante, casi siempre identificables con facilidad gracias a que así lo hace ver el propio Las Casas con enfáticas acotaciones del tipo de son palabras del Almirante, dice el Almirante aquí estas palabras, todas son sus palabras, etc. Es muy probable que también en las otras partes del Diario, que no parecen haber sido transcritas literalmente, Las Casas se haya mostrado muy respetuoso en la transcripción. Una prueba de ello podría ser la precisión, comprobada por expertos, con que se anotan los innumerables tecnicismos marineros, evidentemente familiares a un hombre del mar como Colón pero ignorados por alguien como Las Casas. Además de los datos exactos sobre rumbos, cursos y observaciones de otro tipo, abundan a lo largo de todo el Diario los vocablos de esta peculiar jerga de la navegación: barloventear, batel, bolina, entena, garrar, gobernalle, mesana, temporejar, treo, trinquete...

    Otra forma de probar la fidelidad en la transcripción lascasiana del Diario de a bordo podría ser quizá el hecho de que, no sólo en los pasajes textuales de Colón sino también en el resto del documento, aparecen características de estilo propias de alguien que, como Colón, no tiene por materna la lengua española. En efecto, según los mejores conocedores del asunto, la primera lengua del Almirante fue el dialecto genovés; aprendió después el portugués hablado y, finalmente, como primera lengua en la que pudo escribir, aparece el castellano que, como se comprenderá, está en sus escritos autógrafos plagado de portuguesismos y de errores de redacción. Ciertamente es de suponerse que, más que Las Casas, fueron los copistas los que corrigieron los más gruesos defectos del español del Diario, pero aun así en todo él se sigue notando la rudeza y el poco aliño de la prosa colombina. Aunque debe reconocerse que tampoco el estilo de Las Casas es precisamente elegante, resulta claro que, quizá de manera consciente, respetó el dominico en buena medida la sintaxis y el léxico, aún más torpes que los suyos, de Colón. Ésta es, a mi ver, otra manera de argumentar en favor de la fidelidad de fray Bartolomé de Las Casas cuando traslada, como parte de su Historia de las Indias, la copia del manuscrito colombino.

    Véanse algunos ejemplos de puntos de morfosintaxis que dejan ver a un autor que todavía no domina la lengua en que está escribiendo. Colón (¿Las Casas?) altera con frecuencia el género de algunas voces (el nariz), emplea el singular le por les ("yo no le dejé tocar nada [a ellos]"), confunde algunas veces la concordancia (el Andalucía, el ayuda, la nao surgido, montaña más alto...), hace uso del pronombre objetivo indirecto por el directo femenino ("nos le seguimos a una sierpe), confunde los tiempos y adverbios de la narración (cuando viene empleando el pretérito se produce de pronto una frase como ésta: una isla pequeña, a la cual puso nombre Santo Tomás, porque es mañana su vigilia, o bien: determinó partir mañana", por el día siguiente). Dignos de destacarse son algunos sintagmas no sólo poco elegantes sino en ocasiones francamente incorrectos: las piernas muy derechas, todos a una mano, y no barriga, salvo muy bien hecha, yo envié por unas cuentas mías adonde por una señal tenga..., y muchos entre ellos hombres que desean mucho, etcétera.

    Asimismo, en el léxico son fácilmente identificables los portuguesismos como corredios (cabellos corredios, ‘lacios’), multidumbre (‘muchedumbre’), faxones o faxoes (‘frijoles’), sondaresca (‘plomada’), etcétera.

    Todo lo anterior nos conduce a pensar que Las Casas fue un buen transcriptor del documento colombino y que, gracias a él, tenemos todos el enorme privilegio de conocer el suceso tal vez más grande de la historia (el descubrimiento de América o, si se quiere, el encuentro entre dos mundos) en las palabras mismas del principal protagonista.

    UNIDAD DEL ESPAÑOL

    I

    ÁNGEL ROSENBLAT, ese gran venezolano estudioso de la lengua, la literatura y la historia, hace tiempo fallecido para desgracia de la cultura hispánica, recordaba en uno de sus libros (Nuestra lengua en ambos mundos) aquel célebre juicio de Bernard Shaw según el cual Inglaterra y los Estados Unidos están separados por la lengua común, y se preguntaba si algo análogo podrá decirse de España e Hispanoamérica. Después de la lectura completa del libro puede uno pensar que Rosenblat, como Menéndez Pidal, su ilustre maestro, y a diferencia de Bello y Cuervo, se inclinaba por creer que se tiende hoy más a la unidad que a la diversificación del español.

    A mi entender, en dos áreas puede comprobarse la diversidad del español, ambas de carácter superficial en lo tocante a la estructura vertebral del idioma. Una es sin duda la pronunciación, la fonética, las diversas maneras como se articula un mismo fonema en los distintos territorios donde se habla español. No se requiere ser fonetista para darse cuenta, por ejemplo, de que hay regiones en América donde la s que cierra sílaba conserva su punto de articulación y su tensión y otras donde o bien se resuelve en una aspiración o bien se pierde del todo. A esta relajación de s suele acompañar, en las mismas zonas donde se produce, el debilitamiento de j, la confusión de r y l en ciertas posiciones y el relajamiento de la d intervocálica. Por lo contrario, donde la s se mantiene bien articulada, son las vocales, sobre todo las átonas, las que se debilitan o se pierden. A estas diferenciaciones, bien reconocidas por los estudiosos y por los simples observadores atentos, podrían añadirse muchísimas más, relacionadas todas ellas con la fonética.

    Otra de las áreas donde se evidencia la diversidad del español es el léxico, que, como se sabe, constituye el nivel más superficial del sistema lingüístico, y el más cambiante. Podría decirse que a diario ingresan en el español nuevas voces y otras mueren o pasan al olvido. Asimismo cada región influye para que el léxico se matice con voces de uso exclusivo. Piénsese en la gran cantidad de vocablos indígenas que sólo se usan en ciertas comarcas, donde determinada lengua prehispánica fue o es importante. Algo parecido sucede con el léxico moderno, con el vocabulario de la técnica, de las especializaciones, con las peculiares palabras de los jóvenes de cada zona, con la flora y la fauna, etc. Sólo a guisa de ejemplo, recuérdese lo anotado hace ya años por Dámaso Alonso en relación con la variedad de designaciones que ha venido adquiriendo cierto instrumento para escribir, al que en España se llama bolígrafo, en Colombia esferográfico, en Bolivia esferográfica, en Argentina, Uruguay y Paraguay birome, en Perú lapicero de tinta, en Chile lápiz de pasta, en Cuba pluma cohete y en México pluma atómica.

    No es la uniformidad fonética y léxica la que garantiza la conservación de una lengua, sino la fundamental unidad fonológica y gramatical. Si se acepta que es ante todo el inventario de los fonemas y su distribución lo que importa para la descripción de un sistema fonológico, y para saber cuántos sistemas hay en un determinado diasistema (o lengua), puede afirmarse que son muy pocos y cualitativamente casi no diferenciados los sistemas fonológicos del español. El principal de ellos consta de cinco fonemas vocálicos y 17 consonánticos. En el centro y el norte de España hay otro cuya diferencia con el anterior estriba en que posee dos fonemas más, uno interdental fricativo sordo (la z y la c ante e o i) y el palatal lateral fricativo sonoro (ll, distinto de y). Pueden encontrarse algunas otras diferencias, pero menores. No parece que se justifique pensar que existen posibilidades de fragmentaciones fonológicas serias en el español.

    No menos uniforme se nos muestra la lengua española si se atiende al nivel gramatical. Algunas diferencias estructurales podrían ser, entre otras, la ausencia en América y parte de Andalucía de la segunda persona del plural (vosotros) y la presencia en extensas zonas, sobre todo del territorio de América del Sur, del voseo (uso de vos por ). Los demás fenómenos morfosintácticos, muy numerosos, o bien son peculiares de áreas reducidas, o bien son característicos de sólo cierto nivel sociocultural de hablantes, o bien no presentan modificaciones sustanciales en los diferentes paradigmas. Hay homogeneidad gramatical en la lengua española.

    En resumen, esta condición de unidad en lo esencial (fonología y gramática) y variedad en lo superficial (fonética y léxico) se conservará por largo tiempo. Todo lleva a pensar que se fortalecerá cada vez más la unidad básica y se vigorizará asimismo la pluralidad léxica regional de la lengua española en el mundo.

    II

    Cada día es más numeroso el grupo de expertos y de profanos que está convencido de que la lengua española, extendida en tan dilatados territorios y en tan diversos países, tiende, a pesar de ello, más a la unidad básica que a la diversidad. Personalmente creo que así es. Conviene empero tener en cuenta que esa unidad —aunque lejos todavía de ser total— es evidente, sobre todo, en la fonología y en la gramática; menos, por lo contrario, en la pronunciación y en el léxico. Se dice asimismo que esa tendencia a la unidad es aún más perceptible en la lengua escrita que en la hablada. También esto es cierto, aunque cabe hacer no pocas observaciones que llevarían si no precisamente a pensar lo contrario, sí a matizar de alguna manera esas rotundas afirmaciones. No cabe duda, por ejemplo, de que es más unitaria la lengua en el nivel literario que en el periodístico, como ejemplificaré en seguida.

    En una revisión rápida de los titulares y primeros párrafos de algunos pocos artículos (y de las historietas o tirillas cómicas) del diario El País (edición dominical española) correspondiente al 21 de octubre de 2001, encontré algunas construcciones y vocablos que es probable que no se empleen en México (o muy poco). Hallé diferencias incluso en el nivel de la sintaxis. Subrayo la palabra diferencias, pues de ninguna manera aludo a incorrecciones ni en el español europeo ni en el mexicano. Véase el siguiente texto: "Miembros de la Ertzaintza se incautan de material informativo tras detener a cuatro etarras en Bilbao el pasado 17 de octubre". Me parece que en México se escribiría incautan material informativo. Si esto es cierto, quiere decir que en España el verbo es pronominal y prepositivo (se incautan de material) y en México no pronominal transitivo (incautan material). En el Diccionario académico el verbo se explica como pronominal (no transitivo). La entrada misma es incautarse (no aparece incautar): Dicho de una autoridad judicial o administrativa: privar a alguien de alguno de sus bienes como consecuencia de la relación de estos con un delito, falta o infracción administrativa.

    Otra diferencia, también sintáctica: "Estados Unidos intenta utilizar a la televisión Al Yazira para influir sobre la opinión de los países musulmanes". Creo que aquí en México se preferiría eliminar la preposición a: utilizar la televisión. La gramática enseña que, cuando el complemento directo es de persona, se introduce por medio de la preposición a (quiero a mi mamá); cuando es de cosa, se omite la preposición (quiero un libro). De acuerdo con esta regla (que sin duda tiene excepciones), no siendo la televisión una persona, no llevaría preposición. Puede sin embargo personalizarse mediante la preposición. De cualquier forma, es ésta otra diferencia sintáctica. Aunque no precisamente a la sintaxis, sí pertenece a la gramática la preferencia, en España, de la forma subjuntiva en -ase (cantase), con abundantes ejemplos en el periódico que estoy analizando, frente al empleo casi exclusivo, en México, de la forma en -ara (cantara).

    En relación con la morfología, y a manera de un paréntesis en esta desordenada enumeración, vale la pena señalar que, casualmente, aparece en esa edición de El País una columna de los editores, en la que explican a los lectores que, a pesar de que venían usando (en el periódico) como invariable el vocablo talibán, tan en boga por estos días, es decir que escribían el talibán y los talibán (debido a que en afgano talibán significa algo así como ‘los estudiantes’), decidían que, habiéndose enterado de que la Real Academia Española recomendaba el empleo del plural analógico talibanes, en adelante ellos seguirían esa recomendación y escribirían el talibán y los talibanes. Independientemente de que se esté o no de acuerdo con esta decisión, me parece destacable la atención de los editores para los lectores, a quienes, respetuosamente, explican la razón del cambio de criterio. No conozco, en México, un periódico que tenga una columna semejante, en la que los editores dialoguen con sus lectores sobre asuntos de redacción. Podría resultar interesante. Cierro el paréntesis.

    Son numerosas, como era de esperarse, las diferencias léxicas, observables incluso en frases hechas ("¡para que lo sepas, cerebro de pelusa, yo tampoco te llevo!"; en México, tal vez: cerebro de hormiga). En un recuadro de publicidad se lee lo siguiente: Pégate un garbeo" por www.multimedia.terra.es y podrás escuchar su último single [...] Bájate destrangis lo que quieras [...]". Garbeo aparece entrecomillado en el periódico, lo mismo que destrangis. Garbeo está definido en el diccionario académico como ‘paseo’ (con ese sentido, yo no conocía el vocablo); destrangis, cuyo significado desconozco, no aparece en los diccionarios. En México preferimos sencillo en lugar del anglicismo single para referirnos a una melodía o canción grabada en un disco, generalmente para promover su venta. Otro texto de ese diario: "si al menos me montases la mayonesa..." Además de la forma en -ases (y no en -aras: montaras), propia de España, preferencia a la que ya me referí, está el verbo montar, empleado de conformidad con la décima acepción del Diccionario: batir la clara de huevo, o la nata, hasta ponerla esponjosa y consistente. Aquí diríamos: si al menos me batieras la mayonesa... Aquí pocos emplean, con el sentido de ‘descubrir, poner de manifiesto’, el verbo desvelar, que, en México, significa casi exclusivamente ‘no dejar dormir’. Ese desvelar o desvelarse (‘no dormir’) es ciertamente otra palabra, con etimología diferente (desvelar¹ y velar; desvelar² y evigilare). Por tanto a un mexicano puede sonarle extraña la siguiente expresión, tomada del diario citado: "...Frances Stonor Saunders, la escritora que ha desvelado un compló entre relevantes intelectuales". Sirva el texto anterior para ejemplificar diferencias de ortografía: en México seguimos escribiendo complot, no compló. Tampoco escribiríamos "Debú de Kresic en el Mallorca" sino debut; ni "¿Qué hay para comer? ¿Bisté de foca?", sino bistec.

    Repito: revisé sólo unas pocas líneas de un solo periódico. Supongo que, de haber hecho una revisión a fondo de ese ejemplar y de uno al menos de los demás numerosos diarios españoles y, más aún, de otros textos (por ejemplo del periodismo en la televisión, de las crónicas deportivas, etc.), podrían escribirse largas listas de diferencias (gramaticales, léxicas, ortográficas). Piénsese qué pasaría si esa investigación abarcara todas las ciudades de habla española. Con los resultados previsibles, ¿seguiríamos defendiendo la idea de que el español tiende más a la unidad que a la diversidad? Yo creo que sí, porque aunque la lista de diferencias fuera muy extensa, si pudiéramos hacer la lista de las semejanzas, ésta sería infinitamente mayor. Explicablemente nos llama la atención lo diferente y nadie se detiene a pensar en lo que, de la lengua, todos los hispanohablantes compartimos, que es sin duda casi todo.

    LA LENGUA ESPAÑOLA EN EL ÁFRICA NEGRA

    TODOS SABEMOS que el español es una de las lenguas que cuenta con mayor extensión geográfica y que es una de las más importantes del mundo, si para este calificativo se considera el número de países que la tienen como lengua oficial o nacional. Nadie ignora asimismo que es en América donde está la mayoría de naciones que hablan español y que en Europa sólo está en ese caso la propia España. Alguien quizá ignore que la lengua española fue, en las asiáticas islas Filipinas, durante mucho tiempo, la principal lengua de cultura, aunque hoy allí no la habla sino un escaso 2% de la población. Es probable que no muchos estén enterados de que, en nuestros días, hay un país africano que aún la tiene como lengua oficial. No estoy aludiendo a los territorios septentrionales de Ceuta, Melilla y el Sahara Occidental, donde también se habla el español, sino que me refiero a un pequeño país del África central negra, situado entre Camerún y Gabón: la Guinea Ecuatorial, que hoy cuenta con unos 420 000 habitantes.

    Ante la imposibilidad de hacer aquí un resumen de la historia de este joven Estado, basten sólo unos pocos datos: los primeros visitantes europeos fueron portugueses. En 1778 Portugal le cedió a España el territorio, sin que efectivamente comenzara la verdadera colonización de todo el territorio sino ya entrado el siglo XX. En un principio, la presencia española se reducía a la isla de Fernando Poo. En 1968 se declaró la independencia y Francisco Macías fue elegido presidente, cargo que desempeñó hasta su derrocamiento y ejecución en 1979. Lo sustituyó entonces el coronel Teodoro Obiang Nguema.

    Me interesa sobre todo referirme a la situación actual del español en la Guinea Ecuatorial. Extraigo la casi totalidad de los datos del libro Estudios de lingüística afro-románica (Valladolid, 1985) del erudito lingüista español Germán de Granda. Durante la dictadura de Macías (1968-1979), sin que hubiera una política lingüística propiamente dicha, factores diversos de naturaleza pragmática, como la búsqueda de una autenticidad africana y el inevitable enfrentamiento con la antigua nación colonizadora, redujeron en grado considerable el ámbito de uso oral de la lengua española, aunque ciertamente se conservó en la enseñanza media y en lo poco que quedó de las actividades religiosas, que fueron prohibidas de manera terminante. La comunicación personal y comunitaria de registro oral, así como las transmisiones radiofónicas se llevaban entonces a cabo en lenguas africanas, especialmente en fang, lengua del grupo de Macías, que se había convertido así en una especie de lengua oficial de facto, que sin embargo nunca llegó a adoptar una grafía normalizada. El español quedó por entonces reducido casi exclusivamente al ámbito escrito.

    Con el derrocamiento de Macías, en 1979, y debido a la aceptación de una intensa cooperación española, las cosas cambiaron sustancialmente, pues se reconoció la posibilidad de un afroiberoamericanismo, que hiciera posible la autenticidad africana y los valores hispánicos. Las consecuencias de todo ello en la política lingüística fueron muy importantes. En la Ley Fundamental de 1982 se reconoce como lengua oficial el español, que es empleado por el Estado de manera invariable no sólo en todo documento escrito sino también oralmente en toda situación formal, como discursos, entrevistas oficiales, etc. En todos los niveles de enseñanza la única lengua empleada es la española. Lo mismo sucede en lo que toca a los programas de la televisora nacional y de las dos radiodifusoras, así como a las pocas publicaciones periódicas. El fang no puede, por todo ello, considerarse ya lengua oficial de facto.

    En la actualidad, en Guinea Ecuatorial el español es más conocido en las áreas urbanas que en el campo. Las mujeres lo conocen menos que los hombres. Allí, a diferencia de otros países africanos, son los sectores de mayor edad los que mejor dominan la lengua europea (el español), lo que se explica precisamente por la sucesión de acontecimientos históricos que se mencionaron. Las personas menores de 30 años son las que emplean con mayor deficiencia el español.

    No puede empero dejar de tenerse en cuenta que el español, en Guinea Ecuatorial, alterna con muchas lenguas, que en muy diverso grado le ofrecen competencia. El profesor De Granda alude al menos a ocho africanas (bubi, benga, kombe, baseke, balengue, bujeba, fang y annobonés), a un pidgin English, al inglés, al francés, al portugués y aun al árabe. Como se ve, debido a su enclave geográfico, no parece fácil la supervivencia de nuestra lengua en ese país. Sin embargo es probable que la fidelidad lingüística de los ecuatoguineanos mantenga todavía por mucho tiempo la lengua española en ese pequeño y remoto país de la costa occidental del África negra.

    LA DIVULGACIÓN DEL ESPAÑOL EN EL MUNDO

    HACE YA MUCHOS AÑOS, en un célebre discurso, don Ramón Menéndez Pidal, en relación con la creencia vulgar de que los nacidos en Castilla sólo con su nacimiento tienen bastante para hablar buen castellano, traía a cuento aquella ocurrencia, infeliz a su juicio, de Leopoldo Alas Clarín de que Los peninsulares somos los amos del idioma. Decía en seguida Menéndez Pidal: ¡Qué vamos a ser los amos! Seremos los servidores más adictos a ese idioma que a nosotros y a los otros señorea por igual, y espera de cada uno por igual acrecimiento de señorío. Obviamente entre esos otros estamos los cientos de millones de hispanohablantes que vivimos de este lado del Atlántico. Lo que habría que preguntarnos es si en efecto los no peninsulares (que constituimos más del 90% de los hispanohablantes del mundo) estamos o no acrecentando el señorío de la lengua española. Creo que no.

    Todo esto viene a cuento porque, por diversas fuentes, todas ellas confiables, me he venido enterando del importante proyecto conocido como el Instituto Cervantes, que, a manera del IFAL, del Goethe o del British Council, España puso en marcha en el famosísimo año de 1992. La creación del Cervantes viene a confirmarme en la idea de que es España, muy a nuestro pesar, el único país que, como tal, manifiesta verdadero interés por difundir el conocimiento de la lengua española en el mundo. No faltará quien vea en todo esto una muestra más de esa especie de imperialismo lingüístico que, con mayor o menor evidencia, siempre ha ejercido España en lo que toca a la lengua española. Ello puede verse, por ejemplo, en la gramática académica, que tolera el laísmo (la escribí una carta), porque se da en España, a pesar de que va contra la etimología del pronombre; y sin embargo reprueba, porque no se da en la Península Ibérica, el empleo de hasta con sentido de inicio (desayuno hasta las once), frecuente en América. Imperialismo que pude comprobar hace tiempo en una universidad de los Estados Unidos, donde cierto funcionario recomendaba a un estudiante tomar su clase de español con un profesor español (y no con uno mexicano) porque aquél sí hablaba verdadero castellano y éste no (!).

    Por mi parte, me resisto a pensar que este imperialismo sea atribuible de manera exclusiva a España. Creo que lo que sucede es que allá todo asunto que tenga que ver con la lengua española se toma con seriedad y con pasión; aquí, por lo contrario, es sólo algo pintoresco en que pueden empeñarse a lo sumo algunos filólogos diletantes. Allá entidades como la Real Academia, las facultades universitarias de filología, la enseñanza de la lengua española en las escuelas, y ahora en todo el mundo, etc., son asuntos que competen al Estado y no sólo a algunos profesores o gramáticos despistados. Véase, sea por caso, que en los más de mil departamentos de español que existen en las universidades de los Estados Unidos, la mayoría de los profesores extranjeros que a ellas pertenecen son españoles, no precisamente porque sean mejores que los demás, sino simplemente porque la producción de este tipo de profesional por parte de las universidades españolas es mucho mayor que en las nuestras. Me parece, en definitiva, que los peninsulares ejercen un claro imperialismo lingüístico en el mundo simplemente porque a los gobiernos de los demás países hispanohablantes no les interesa en lo más mínimo ni la lengua española ni lo que con ella tiene que ver directamente. Aclaro, aunque no es necesario, que me estoy refiriendo sólo a asuntos de lengua española como tal, concretamente a su enseñanza en el extranjero, y de ninguna manera a la literatura en lengua española, en la que naturalmente no puede hablarse de imperialismo alguno por parte de España (ni tampoco de ningún otro país).

    Sería injusto decir que la creación del Instituto Cervantes es una muestra de imperialismo lingüístico por parte de España. Lo justo sería preguntarnos y preguntarles a los gobiernos hispanoamericanos por qué nos hemos desentendido nosotros de una obligación semejante; por qué permitimos que sea sólo el español de España el que se enseñe en el mundo. Por su parte, bien hace España en difundir por todo el orbe su español, con profesores españoles, con manuales de enseñanza preparados en España, porque para ello está haciendo uso de su dinero, de su imaginación y de su esfuerzo. Mal hacemos los demás, los otros de que hablaba Menéndez Pidal, me parece, en consentir que sean sólo ellos los que divulguen la lengua española, como si ésta no fuera tan nuestra como de ellos. Resumiré en seguida algunas noticias sobre el proyecto español y después, sólo como personal sugerencia, me atreveré a dar algunas ideas de cómo México podría también responsabilizarse, así sea modestamente, en la tarea de fortalecer la presencia de nuestra lengua en el ancho mundo.

    El ingreso de España en la Comunidad Económica Europea explica en parte la demanda de profesores y cursos de español por parte de los países de ese continente. Inglaterra, displicente tradicionalmente hacia las lenguas que no sean el inglés, ha solicitado al gobierno español, reiteradamente, que participe en la enseñanza organizada de la lengua española en ese país. Pero lo mismo sucede, por ejemplo, en los Estados Unidos, donde el español ha desplazado, como segunda lengua en las escuelas, no sólo al alemán sino también al francés, idiomas que hace algunas décadas tenían gran demanda. En todo el mundo ha cobrado importancia la enseñanza del español. Ello puede explicar que tres ministerios españoles (Asuntos Exteriores, Educación y Cultura) estén trabajando conjuntamente en el importante proyecto del Instituto Cervantes, que llevará la lengua y cultura españolas a diversos países de todos los continentes, sin que esto impida que se sigan atendiendo los existentes centros culturales e incluso creando otros. Según algunas informaciones, el presupuesto total llegó en 1989, sin contar personal y edificaciones, a más de 15 000 millones de pesetas.

    El Ministerio de Asuntos Exteriores de España administra actualmente 30 institutos culturales, repartidos en Europa y África, donde se enseña lengua y cultura españolas. Por su parte, el de Educación y Ciencia cuenta con otros tantos y colabora además en la enseñanza del español que se imparte en los liceos de cada país. Todo ello y mucho más quedó comprendido en el Instituto Cervantes. Es fácil por tanto imaginar la importancia que tiene y el destacado lugar que ocupa entre las prioridades del Estado.

    Es evidente que México no puede llevar a cabo acciones semejantes; simplemente porque no tiene los recursos ni humanos ni económicos para hacerlo. Creo empero que algo puede intentarse. Sabemos que la UNAM tiene en San Antonio, Texas, una excelente Escuela Permanente de Extensión, que tiene bien ganada fama de impartir cursos de lengua española (de conformidad con el español que se habla en México) y de cultura mexicana con un nivel universitario de gran categoría. Tal vez éste pudiera ser un punto de partida para llevar este tipo de enseñanza por lo pronto a otras ciudades de los Estados Unidos, quizá con la ayuda de la Secretaría de Relaciones Exteriores a través de sus consulados. Estoy seguro de que sumando la indiscutible calidad académica de la UNAM y los recursos de Relaciones Exteriores podrían lograrse acciones de difusión de la lengua española mexicana, de nuestra historia, de nuestro arte, de nuestra literatura, mucho más útiles que las estériles críticas a un seudoimperialismo europeo del que, por nuestra falta de imaginación, somos nosotros definitivamente los culpables.

    ¿POR QUÉ ES LA ESPAÑOLA UNA LENGUA IMPORTANTE Y PRESTIGIOSA?

    TODOS SABEMOS que, desde un punto de vista enteramente estructural, no hay lenguas mejores o peores sino sólo diferentes. Es una insensatez decir, sea por caso, que el griego clásico es mejor que el otomí. Todas las lenguas, fonológica y gramaticalmente, son perfectas; a sus respectivos inventarios de fonemas o de gramemas, o al conjunto de sus categorías sintácticas o semánticas no les faltan ni les sobran elementos. Al lingüista que las describe unas le pueden parecer más complejas que otras, pero ello de ninguna manera quiere decir que una lengua de sintaxis más complicada (o más simple) es por ello más (o menos) perfecta. Tampoco el hecho de que la literatura que se produce en tal o cual lengua nos parezca mejor que la que se escribe en otra nos permite afirmar que aquella lengua es, por ello, mejor que ésta o mejor que otra que no genera literatura escrita. Me puede parecer más excelente la poesía griega que la latina y de mayor calidad ésta que la española e inferior a ella la que se produce en vascuence, etc. Además de que este orden o jerarquía es enteramente subjetivo —cualquiera tiene el derecho de opinar otra cosa diferente— nada tiene que ver la calidad objetiva (o subjetiva) de determinada literatura con la supuesta calidad —inexistente obviamente desde un punto de vista científico— de tal o cual sistema lingüístico.

    Lo que digo en relación con las lenguas es plenamente aplicable a los dialectos o variantes de una lengua. Me puede parecer más armonioso el inglés bostoniano que el jamaiquino, puedo tener la impresión de que se habla mejor el español en Bogotá que en Buenos Aires, es posible juzgar como más tradicional el francés de París que el de Montreal, etc. Afirmaciones como las anteriores son perfectamente válidas y aun objetivamente ciertas; sin embargo, estructuralmente repito, no hay dialectos mejores o peores sino sólo diferentes —en muy diverso grado— unos de otros. Las lenguas y sus dialectos son sistemas de signos a los que, en términos científicos, de ninguna manera les convienen adjetivos del tipo de excelente, bueno, regular, malo, bonito, mejor, peor, pésimo, feo...

    Resulta empero innegable que, por razones necesariamente extralingüísticas, unas lenguas tengan más importancia y mayor prestigio que otras. No hay en efecto razones lingüísticas, si se permite la expresión, para preferir que, en las escuelas mexicanas, se enseñe inglés o francés como segunda lengua, y no, por ejemplo, kirundi o lituano. Son no obstante tan evidentes y abundantes las justificaciones extralingüísticas para hacerlo, que resulta innecesario enumerarlas. Aunque no con tanta certidumbre, también nos damos perfecta cuenta de que no todos los dialectos de una lengua gozan del mismo prestigio entre los hablantes: cuando un veracruzano, valga como simple ejemplo, quiere hablar bien, mejor que imitar el habla de los acapulqueños o de los regiomontanos, quizá tratará de que su pronunciación, su entonación, su discurso en general, se parezca al de la ciudad de México o al de tal o cual locutor famoso de la televisión. Hace algún tiempo me tocó observar, en La Habana, una clase de fonética para futuros locutores de radio. Sabemos que en el español cubano, el culto incluido, el consonantismo es débil y muchas eses se pierden; pues el profesor de fonética exigía a esos futuros comunicadores que pronunciaran todas las eses con absoluta nitidez. Parece por tanto que resulta más prestigioso un dialecto español que conserva las eses que otro que las pierde. Lingüísticamente hablando, un dialecto con eses tensas es simplemente diferente de otro con eses debilitadas, ni mejor ni peor.

    Ahora bien, la española suele considerarse, en cualquier enciclopedia, entre las lenguas más importantes del mundo. Las razones —extralingüísticas, insisto— son, en esas fuentes, casi siempre de carácter demográfico: la más importante será la que mayor número de hablantes nativos tenga. El grupo de las cuatro mayores, que superan, algunas muy ampliamente, los 250 millones de hablantes, son: el chino mandarín, el hindi, el inglés y el español. Se habla de un segundo grupo de siete, que cuentan con más de 100 millones: el ruso, el árabe, el bengalí, el portugués, el japonés, el alemán y el francés. Es probable que no sólo para las enciclopedias sino también para los hispanohablantes la razón principal que encuentran para considerar como importante (y prestigiosa) la lengua española sea el hecho de que la hablan poco menos de 300 millones de personas pertenecientes a más de 20 países. Sin embargo, la importancia y el prestigio de una lengua puede medirse también sobre la base de otros factores. Hasta hace algunos decenios, dos lenguas muertas, el latín y el griego, eran estudiadas por una buena parte de las personas cultas del mundo. Hoy, por desgracia, son cada vez menos las instituciones y las personas interesadas en su estudio, lo que de ninguna manera resta a esas venerables lenguas importancia y prestigio que, ciertamente, no tienen apoyo en la demografía sino en razones culturales de otra naturaleza, de todos conocidas.

    Hice una encuesta, entre cien hispanohablantes de la ciudad de México, sobre conciencia lingüística en relación con diversos aspectos del prestigio de la lengua española. Una de las preguntas, para la que se le ofrecían al encuestado seis posibles respuestas, tenía que ver con las principales razones que explican la importancia y el prestigio de la lengua española. Asignando un valor de 10 al aspecto que cada sujeto considera como principal, de nueve al que le sigue, hasta llegar a cinco al que se juzga de menor relevancia —de conformidad con los resultados totales de la encuesta—, el orden decreciente de los factores que —según los mexicanos de la encuesta— explican la importancia y el prestigio de la lengua española puede expresarse en el cuadro 1.

    Muchas observaciones interesantes pueden hacerse sobre los datos del cuadro. Me limitaré a unas cuantas. Para la elección de estas respuestas no parecen influir de manera importante las variables sexo, edad y escolaridad: hombres y mujeres, jóvenes y adultos, sujetos con escolaridad superior o sin ella opinan de manera semejante. La razón por la que las enciclopedias suelen colocar a la española entre las lenguas importantes del mundo —esto es, el gran número de hablantes— no es para los mexicanos de la encuesta el factor más importante, sino la riqueza de su vocabulario. Probablemente la gran mayoría de los sujetos encuestados ignora que, por ejemplo, el inglés tiene un volumen léxico muy superior al de nuestra lengua. Es probable que si la encuesta hubiera sido hecha sólo a lingüistas, el orden de importancia de los factores cambiaría. Lo importante aquí es asomarse un poco siquiera a la insondable conciencia lingüística de los hablantes, en la que los valores pueden en ocasiones no corresponder a la realidad objetiva. Destacable asimismo resulta el hecho de que, suprimido el último factor (timbre y musicalidad), que, como era de esperarse obtuvo las calificaciones más bajas en todos los sujetos, las demás razones de prestigio no tienen diferencias notables; en otras palabras, son razones todas ellas que a buena parte de los sujetos de la encuesta les parecieron relevantes para explicar la importancia de la lengua española en el mundo.

    En el siguiente apartado de la encuesta les pedía a los informantes que, si les era posible, anotaran alguna otra razón, además de las seis señaladas, que explicara el prestigio y la importancia de la lengua española. No muchos contestaron. Entre las pocas respuestas destacan las que se refieren a la variedad regional de la lengua española, a la riqueza de las diferencias individuales, a la amplitud de sus reglas gramaticales, a la gran semejanza que existe entre su escritura y su pronunciación, etcétera.

    CUADRO 1. Importancia de la lengua española (porcentajes)

    EL ESPAÑOL Y EL INGLÉS EN MÉXICO

    (Y EN EL MUNDO)

    DON JOSÉ RAMÓN COSSÍO me envió hace tiempo copia de un interesante artículo de Joshua Fishman (The New Linguistic Order, Foreign Policy, invierno de 1998-1999, pp. 26-39). Tanto porque Fishman es sin duda uno de los sociolingüistas más importantes del mundo cuanto por el evidente interés del asunto por

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