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La joven le contó que cuando era niña, una noche un niño le había tirado una
piedra, dejándole aquella cicatriz. Llevaba el adorno para cubrir la marca.
El joven no sabía que aquella noche, en su infancia, el anciano no era otro que
Yue Xia Lao, un hombre que, según la leyenda popular, vive en la luna y que
cada noche sale a buscar entre las almas, aquellas que están predestinadas.
Entonces las ata con un hilo rojo, para que no se pierdan.
Esta leyenda china, que tiene otras versiones y que también es muy
conocida en Japón, nos habla de los hilos invisibles que nos atan a otras
personas, hilos que se pueden enmarañar o tensar pero jamás romper.
“Dicen que a lo largo de nuestra vida tenemos dos grandes amores: uno con el
que te casas o vives para siempre, que puede que el padre o la madre de tus
hijos… Esa persona con la que consigues una máxima compenetración y pasas
junto a ella el resto de tu vida…
Y dicen que hay un segundo gran amor, una persona que siempre perderás.
Alguien con quien naciste conectado, tan conectado que las fuerzas de la
química escapan a la razón y les impedirán, siempre, alcanzar un final feliz.
Hasta que cierto día ambos dejan de intentarlo… Se rinden y buscan a esa otra
persona que acabarán encontrando.
Pero os aseguro que no pasará una sola noche sin necesitar otro beso suyo, o al
menos discutir una vez más…
Todos saben de qué estoy hablando, porque mientras estaban leyendo, les ha
venido su nombre a la mente.
Se librarán de él o de ella, dejarán de sufrir, conseguirán encontrar la paz (le
sustituirán por la calma), pero no pasará un día en que no deseen que estuviera
a su lado para perturbarlos.
Esa conjugación de factores hace que una relación sea única e irrepetible. Por
eso, siempre formará parte de nuestra memoria, el hilo rojo no se rompe. Sin
embargo, eso no significa que debamos estar atados al pasado y pensar
continuamente en ello. Al contrario, en este punto es necesario aprender a
recordar sin dolor, sin resentimiento y sin añoranza.