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Una noche, de regreso a casa, un niño vio a un anciano de pie, bajo la luz de la

luna. El hombre le dijo al niño que estaba apegado a su esposa mediante un


hilo rojo, y le señaló a la mujer a la que estaba destinado.

El niño, que no tenía ningún interés en conocer a su "futura" esposa, le tiró


una piedra a la niña y después huyó.

Años más tarde, el niño se convirtió en un joven y sus padres se encargaron de


organizar la boda, buscándole además la esposa ideal, como era costumbre en
la época. Cuando cayó la noche, su esposa le esperaba en la habitación, con el
rostro cubierto con un velo. Al quitarle el velo, el joven, que la veía por vez
primera, se asombró de su belleza pero le llamó la atención un adorno que la
chica llevaba encima de la ceja. Le preguntó qué era.

La joven le contó que cuando era niña, una noche un niño le había tirado una
piedra, dejándole aquella cicatriz. Llevaba el adorno para cubrir la marca.

El joven no sabía que aquella noche, en su infancia, el anciano no era otro que
Yue Xia Lao, un hombre que, según la leyenda popular, vive en la luna y que
cada noche sale a buscar entre las almas, aquellas que están predestinadas.
Entonces las ata con un hilo rojo, para que no se pierdan.

Esta leyenda china, que tiene otras versiones y que también es muy
conocida en Japón, nos habla de los hilos invisibles que nos atan a otras
personas, hilos que se pueden enmarañar o tensar pero jamás romper.

Paulo Coelho, al reflexionar sobre esta leyenda afirmó:

“Dicen que a lo largo de nuestra vida tenemos dos grandes amores: uno con el
que te casas o vives para siempre, que puede que el padre o la madre de tus
hijos… Esa persona con la que consigues una máxima compenetración y pasas
junto a ella el resto de tu vida…

Y dicen que hay un segundo gran amor, una persona que siempre perderás.
Alguien con quien naciste conectado, tan conectado que las fuerzas de la
química escapan a la razón y les impedirán, siempre, alcanzar un final feliz.
Hasta que cierto día ambos dejan de intentarlo… Se rinden y buscan a esa otra
persona que acabarán encontrando.

Pero os aseguro que no pasará una sola noche sin necesitar otro beso suyo, o al
menos discutir una vez más…

Todos saben de qué estoy hablando, porque mientras estaban leyendo, les ha
venido su nombre a la mente.
Se librarán de él o de ella, dejarán de sufrir, conseguirán encontrar la paz (le
sustituirán por la calma), pero no pasará un día en que no deseen que estuviera
a su lado para perturbarlos.

Porque, a veces, se desprende más energía discutiendo con alguien a quien


amas, que haciendo el amor con alguien a quien aprecias.”

En realidad, lo más interesante de esta leyenda es que todos tenemos varios


hilos rojos que seguir y muchas decisiones que tomar, sobre todo si queremos
seguir adelante. Algunas de estas decisiones son realmente dolorosas pero
necesarias, otras son equivocaciones, simple y llanamente.

Por eso, en nuestras relaciones de pareja debemos encontrar siempre un


equilibrio. Tan dañino puede ser dejarse llevar solo por el corazón como hacer
caso exclusivamente a la razón. Las personas especiales no son especiales solo
por ser quienes son sino también por la relación que hemos establecido con
ellas, por los recuerdos que hemos construido juntos y, por supuesto, por el
momento en el que llegaron a nuestra vida.

Esa conjugación de factores hace que una relación sea única e irrepetible. Por
eso, siempre formará parte de nuestra memoria, el hilo rojo no se rompe. Sin
embargo, eso no significa que debamos estar atados al pasado y pensar
continuamente en ello. Al contrario, en este punto es necesario aprender a
recordar sin dolor, sin resentimiento y sin añoranza.

Todos estamos atados por hilos invisibles a las personas significativas de


nuestro pasado pero ello no nos debe impedir vivir el presente. Esos hilos
rojos no se deben convertir en pesados fardos sino más bien en puentes hacia
lo que fuimos. No podemos olvidar a las personas que amamos pero podemos
aprender a convivir con ello sin que presuponga un lastre para nuestro
presente. Los hilos rojos no deben maniatar nuestro futuro sino más bien,
convertirse en un agradable memento de nuestro pasado.

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