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Peloteras de Carnaval.

FIESTAS DE SAN AGATON Y EL CARNAVAL EN BARRANQUILLA


Por: Moisés Pineda Salazar.

Siguen vigentes los días en los que el Presidente Rafael


Reyes promovía desde la Presidencia de la Republica una
organización territorial más ajustada a las necesidades de la
economía, más alejadas de las apetencias insaciables de
los políticos.

Así entendía él la modernización: "más administración,


menos política"

Eso pensaba, decía y hacia, muy a pesar de que su mandato


Rafael Reyes provino de las inquinas entre los políticos de Cartagena,
Barranquilla y Santa Marta quienes pusieron en marcha una operación que se
materializó en el fraude electoral que lo sentó a él en el solio de Bolívar, al cura
Espejo desterrado en Ocaña, al Cura Revollo asilado en las profundidades de La
Mohana y que aplazó por más de cien años las aspiraciones de los caribeños para
llegar a la Presidencia de la Republica de Colombia.

Al Padre Espejo lo extrañó por poner en evidencia "el chocorazo" en la Goajira con
el que se eligió; al Cura Revollo por ayudar a salir del país al ejecutor del atentado
que le hicieron en Barros Colorados y, sin saberlo, hizo del General Joaquin F
Vélez el único candidato presidencial, oriundo de la Costa Caribe, con
posibilidades reales de serlo en el Siglo XX.

Pero, sin duda, Barranquilla le debe a Reyes. Y mucho. Tanto o más que al
mismísimo Tomas Cipriano Mosquera.

Reyes, en 1908, a contrapelo de los intereses de las élites de Santa Marta,


organizó el Departamento de Barranquilla anexándole al del Atlántico el territorio
que va desde El Cerro de San Antonio hasta la desembocadura de Bocas de
Ceniza, precipitando la convocatoria de la Asamblea Constituyente de 1910.
Así lo hizo porque confería preeminencia a la racionalidad administrativa por
encima de las irracionalidades de la política que van detrás de los negocios,
aunque los arruinen y se arruinen.

Respondía así a los requerimientos de un empresariado rural que controlaba la


Ciudad y el Departamento del Atlántico.

Empresarios que eran concesionarios de servicios públicos, dueños de la


incipiente actividad fabril barranquillera que dependía de los suministros y
materias primas que les proveían sus tierras; de los negocios de ganado y de las
plantaciones de las grandes fincas que empezaban a despuntar en la producción
de banano, sitas entre la Ciénaga Grande y las estribaciones de la Sierra Nevada
de Santa Marta, alrededor de los Ríos Córdoba, Frío, Trojas, Sevilla y Fundación y
a lo largo de las vegas del Río Magdalena.
Aquellos hombres de industria partían una semana antes del domingo de carnaval
en el vaporcito que cubría la ruta desde Barranquilla hasta San Juan del Córdoba,
Ciénaga, para asistir a los festejos de San Agatón en el vecino Mamatoco.

Allí perdían sus lustrosos apellidos como


Carbonell, Arocha, De Castro, Fernández De
Castro, Dávila, Arjona, Obregón, Dia ́ z
Granados, Santodomingo, Sierra, Navarro,
Pineda, Carbonell, Lopez, Osorio, De La Peña,
Màrquez, Molinares, Lafaurie, Roca Niz o de
Procesión de San Agatón Lima para convertirse en cualquier fulano o
Mamatoco (Internet)
zutano en medio de la jarana de la que
participaban igualados con bebedores, jugadores, disfrazados, buhoneros, putas y
danzantes venidos desde toda la Provincia de Santa Marta, y desde la de
Barranquilla, para rendirle honores a este pequeño cemí de color moreno, y de
rasgos indígenas, que preside el presbiterio vestido con arreos episcopales: El
Papa San Agatón, el Patrono del Carnaval.

Pero en este festejo de las cinco de la tarde del 26 de Febrero del 1927 en
Mamatoco, son pocos los de entre aquellos que repetían el ritual anual que
heredaron de sus padres, empresarios que habían hecho el tránsito del cultivo de
la caña de azúcar y de la producción de mieles, alcohol y panela, para dedicarse
al comercio de banano con los Estados Unidos desde finales del siglo anterior,
aún en medio de la guerra partidista y de las tensiones políticas que a muchos los
sumió en la ruina y que hizo languidecer esta fiesta sabatina que había cambiado
muy poco en los últimos 20 años, como no fuera por la presencia de una Lister
que ponían a funcionar cuando, según la época del año, las sombras hacían
imperiosa la necesidad de encenderla.

Dos, tres, cuatro, como a trompicones, precedían un bufido para dar paso a un
ronquido continuo, como farfullando, que luego de unos pocos minutos se
transformaba en un ronroneo sostenido e invariable durante las cinco o menos
horas en las que proveía la energía necesaria para las doscientas bombillas que
los más ricos y encumbrados habían procurado para su bienestar y el del templo
del lugar. Especialmente en estas fiestas que preceden a las del domingo que, por
entonces, ya no era el primer día del carnaval en Barranquilla.

Va la Cruz Alta, escoltada por dos ciriales sostenidos por sendos monaguillos
ataviados de rojo encendido y, a lado y lado, desfilan con sus estandartes las
cofradías de la parroquia.

Al ritmo de gaitas, flauta de millo, acordeón y castañuelas bailan las Cucambas y


los Diablos que han llegado desde la Provincia de Valledupar; por acá desde La
Ciénaga, los bailadores de palos haciendo juegos de esgrima de Moros y
Cristianos y, detrás de ellos la multitud de disfrazados que cantan y vivan las
excelencias del Santo Patrono al que le lanzan polvos, anilinas, aguas, perfumes y
ron como si fuera uno más entre los paisanos que lo llevan en andas. Cierra el
cortejo el Obispo de Santa Marta con cara de circunstancias, protegido que es por
un corro de beatas que entonan con él un interminable rosario seguido de
jaculatorias de ocasión.

Mientras aquello pasa en Mamatoco, en


Barranquilla Luis Pérez Ch, propietario de la
Empresa Brockway, la de los Números 14 y
16 del Paseo Colón, desde la semana
anterior anuncia en "El Diario del Comercio"-
Defensor de los intereses de Barranquilla-
que arrienda para la Batalla de Flores del
sábado de carnaval, las góndolas que
sirven a la Empresa de Buses Amarillos y
en las que cotidianamente se transportan
Góndolas de Buses Amarillos cómodamente sentadas veinte o más
personas. Las alquila en sencillo o en trenes de dos o tres armatostes que son
engalanados con flores, unas pocas naturales y las más de papel, con guirnaldas
y festones, para llevar a los festejadores que en el interior del ómnibus beben y
hacen juegos de carnaval lanzándose aguas, anilinas y maicena haciendo de cada
carromato un pequeño manicomio sin loquero.

También alquilan camiones de los que sirven en el mercado público para el


transporte de toda suerte de mercancías y animales y que en esta jarana
carnavalera se disponen como escenario móvil a decenas de juerguistas,
disfrazados y músicos que recorren las calles de ciudad, en mal estado- las calles
desniveladas y llenas de huecos y los jaraneros de Yoni Walker (Black Label)
Cerveza San Nicolás, Champagne Moet Chardan y Perrier Jovet.

Las bebidas son enfriadas con hielo en neveras de palo que así sirven de tarima a
más de un irresponsable borracho que moviéndose de un lado para el otro, hacen
crujir los hierros y las maderas de tal forma, es un verdadero milagro de la física
que no se llega a volcar el carricoche con su carga de beodos y mujeres de
coreográfico, para escándalo de la pacata sociedad que los ve pasar mientras la
gleba los festeja.

En otros coches engalanados, algunos sobre los cuales se han montado


verdaderos escenarios de tramoya y teatro con flores, cartones y madera, vienen
Su Majestad Rebeca Primera y su Corte de Mandatarios Carnavaleros, a cuya
cabeza va el Dictador, El General Alcides Arzayus, su leal, digno y selecto vasallo
al que mediante Decreto expedido por la gracia de sus súbditos y llevada del
fervor que la anima, ha subordinado la autoridad del Alcalde Mayor y la de sus
inspectores de policía, para que la Batalla de Flores revista el orden y el esplendor
que se merecen.
Así pasa el desfile, una y otra vez, por el Paseo Colón, el Callejón de Pacho
Palacio, la Calle de Jesús para bajar nuevamente por el Callejón del Cuartel, en
redondo.

Desde los balcones, engalanados con banderas multicolores, llueven el confeti y


las serpentinas que ha importado y distribuye por peso el Almacén “El Iris”.

El aire está invadido por la música de las


bandas que participan en la fiesta de las
góndolas y los camiones; los cláxones y
cornetas de los automotores aportan al
estruendo; las nubes de polvos y anilinas son
tan densas como pudiera serlo la neblina
mañanera en el altiplano y al grito de ¡Viva la
Reina! ¡Viva el Dictador Alcides Arzayus!
vuelan los cohetes, los buscapiés y los fuegos
de artificio que continuarán hasta más allá de
una hora después, cuando oscurezca, y la turba motorizada empiece a
desplazarse a los clubes los de la Primera Clase en sus carros recién importados,
en tanto que las góndolas y camiones harán lo propio en el Salón Fraternidad, en
los Coreográficos y en los espacios que el Alcalde ha autorizado entre las calles
de San Juan y el Paseo Colón, y los callejones de Pacho Palacio y de La Aduana,
para la celebración de bailes, bundes y fandangos como una manera, dizque, para
controlar los excesos e impedir que la juventud caiga en las redes de damiselas de
la vida alegre, como pasaba en el Salón de la Calle de San Roque.

Más allá de la cuadrícula definida por el Alcalde, siguiendo la tradición de ser la


primera en abrir las antiguas fiestas que se iniciaban el domingo del Carnaval, la
Danza de "Las Pilanderas", al ritmo del golpe en el pilón, cantando con música
fuerte "Pila, Pila Pilandera", ha salido a las doce de la noche del sábado a recorrer
las casas de los amigos de los miembros de la danza. Cuando llegan al lugar
elegido, tocan fuertemente la puerta, colocan allí su pilón y ofrecen su danza, sus
bailes, sus versos y sus coplas a los dueños de la casa.

En esa tarea estarán hasta las seis de la mañana, cuando despunte el sol y los
últimos danzantes salgan de los Clubes ABC y Barranquilla, de los salones de los
de la Segunda y de los lupanares, en los que no hay distingos de clase, color o
fortuna, rumbo a sus casas para dormir la resaca.

Entonces, viniendo de los montes, de La Cienaga y de los barrios del Sur de la


Ciudad, van apareciendo las Danzas Típicas de Barranquilla, las que aún no se
acostumbran a estos cambios del Domingo para el Sábado y salen a poner la
nota de alegría en las calles de la ciudad.

Como era en los tiempos idos, los primeros en aparecer en las cercanías del
mercado son los "Indios Bravos" luciendo un taparrabos rojo amarrado en la
cintura. Van cubiertos con coronas, collares y pulseras hechas con plumas y telas
de vivos colores provistos de los más extraños abalorios, entre aquellos, un arco
armado con una flecha que recurrentemente muestran deseos de utilizar para
defenderse del ataque de otras tribus.

"Yo soy el indio chiquito


Que vengo de la Goajira
Tengo la flecha en la mano
Para defender mi vida"

Así cantan con música quejumbrosa acompañada por la flauta, la maraca y el


tambor. Gesticulan constantemente, emiten sonidos guturales y amenazantes
cuando, al detener el trote que es su danza, cada indio recita su propio parlamento
y rinde honores a su cacique.

Por el Camino de Soledad viene La Danza de "Los Pájaros".


Sus miembros se agitan y hacen como si volaran y brincaran en todas las
direcciones.
Llevan mascaras con picos largos, picos cortos de acuerdo con él ave que
caracterizan.
Van vestidos con alas y cubiertas con cortes de tela que simulan el plumaje y los
colores de las aves del Caribe, cuyos cantos silban e imitan como si fueran
sinsontes, mirlas, sangretoros, turpiales, azulejos, toches, mochuelos, canarios,
guacamayas, tucanes y pericos dentre los muchos que pueblan nuestros montes,
sábanas y montañas. En un momento se detienen, unas de las aves recita la copla
en la que define sus propios atributos y virtudes así como las delicias de la vida
campestre al final de la cual, al ritmo de las gaitas y el tambor, la pajarera vuelve a
agitarse a lo largo y ancho de la calle para repetir el mismo ritual hasta cuando el
último de ellos haya recitado su parlamento:

"De los pájaros del monte


a mí me llaman el toche
y quiero pasar contigo
estas horas de la noche",
y es entonces cuando aparece el cazador que los espanta para que no se coman
los frutos y las flores.
Así van a todo lo largo y ancho de la ciudad hasta cuando los sorprende la
oscuridad y retornan al municipio vecino ahítos de ron al punto que más de un
avechucho pareciera un pavo borracho en trance de ser la cena de Nochebuena.

En la Plaza de San Nicolás se arma el revuelo cuando, precedidos de unas


banderas blancas, al ritmo de flautas de millo, maracas y tambores, aparece una
recua de más de doce asnos que son hombres danzantes vestidos con enterizos
grises que remedan la piel de los borricos.
Entre ellos va una única mujer disfrazada de burra, con la particularidad de que
solo lleva una oreja, de allí el nombre de esta danza de "La Burra Mocha", que
algunos consideran, como todas, una comparsa porque se cantan coplas que
cuentan historias. No importa que la coreografía sea tan absurda y caótica cómo
está en la que en procura de montar la burra, los garañones corcovean, tiran
coces, rebuznan, corren, se encabritan y hacen gestos vulgares y lúbricos.

Hete que sale al mercado una de la que nadie gusta: "La Danza de la Culebra".
Se dice que es un baile de indios y debe serlo por lo elemental de la danza que
consiste en alternar un pequeño brinco sobre un pie y luego sobre el otro en la
medida en avanzan los bailadores balanceándose de aquí para allá al son de un
tamboril que sirve de fondo a unas maracas que van en manos de los miembros
de la mitad del grupo, en tanto que los otros llevan cada uno una serpiente viva
que hacen enroscar alrededor del cuello, de los brazos, de la cintura y que en
algún momento meten entre sus pantalones mientras bailan.
Al circular los animalejos por debajo del vestido de los hombres adquieren formas
grotescas que a muchos divierten pero que a otros no, hasta sacar obscenamente
su cabeza por la bocamanga de los pantalones, cuando no por la bragueta o por la
misma cintura. Por eso nuestro Alcalde Mayor ha amenazado con proscribirla sin
más razones que las quejas de la sociedad de buenas costumbres y, quizás por
eso, no salen de los límites que les marca el Puerto de la Hierba donde los coteros
y mujerzuelas sacan gracia de tan pobre danza y de sus versos procaces.
" una parranda sin ron
Es un pleito sin derecho,
Es una casa sin techo,
Es un hombre sin calzón"
En algunos momentos los portantes amenazan con dejar en libertad las culebras,
o con tirarlas encima de la gente generando pánico entre quienes se detienen a
observarlos y a participar de la comparsa.

A lo lejos se escucha el sonar de palos de guayacán.


Dicen los campesinos que, a diferencia del hombre que canta porque le brota del
corazón donde reside el alma, el guayacán canta alto con fuerza y sentimiento
porque no tiene corazón y el alma la tiene regada en todo el cuerpo, la madera.
Es la Danza del Paloteo en su sexta salida en un día del carnaval como antes, y lo
siguen haciendo, en las fiestas del Once de Noviembre que en Barranquilla son
principalisimas para declarar:
"Viva Dios! Viva la Virgen!
Viva La Trinidá
Viva Simón Bolívar!
Que nos dio la Libertá"

El tum tum de las danzas de negros y negritas,


anuncian que por los barrios del sur discurren las
del "Congo Grande", la del "Torito", la del "Toro
Negro" y la del "Congo Reformado" que van
marcando sus territorios sin encontrarse en el
camino so pena que se trencen en verdaderas e
inciviles batallas.
Esa posibilidad ha hecho que antes del viernes
anterior al carnaval sus capitanes deban firmar
compromisos de paz ante el Alcalde Municipal so
pena de no poder salir a la calle o de que,
incumpliendo el compromiso, terminen todos en la
carcel hasta la mañana del miércoles de ceniza.
Aquesto no ha ocurrido pues es imposible de
imaginar dónde meter presos a las decenas de hombres y mujeres que conforman
estos corros vistosos en los que se baila a la usanza de los moros. Esto es, sin
que las mujeres y los hombres puedan tocarse.

Se desplazan por las, culebreando, o en círculos al toque de casa, mientras un


verseador canta y a sus versos responde un coro que toca palmas, acompañado
por un tambor de cuña alta y del sonido que produce una lata de corozo sobre
cuya corteza han tallado muescas que crujen rítmicamente cuando sobre ellas se
hace desplazar, con vigor hacia arriba y hacia abajo, una lamina hecha de hueso
de paleta. Al conjunto de músicos, cantante y coro lo llaman güiro. Los policías los
vigilan constantemente pues es sabida su belicosidad y su disposición para
anticipar los enfrentamientos que tendrán en La Plaza Siete de Abril el martes del
Carnaval en horas de la tarde, quiéralo o no El Dictador y General Alcides Arzayuz

Y así ha de transcurrir casi todo el día hasta cuando, a la media tarde empiecen
nuevamente los asaltos y los bailes en casas y salones. Será de la siguiente
manera: los niños hasta las 17 horas, los jovenzuelos hasta las 21 y, de ahí en
adelante los mayores de edad hasta cuando el lunes, nuevamente se repitan los
mismos rituales y el miércoles de ceniza nos coja confesados.

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