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Clínica de Orientación Freudiana I Maestría en Clínica Psicoanalítica

Mtro. Faustino Sánchez Ramírez David Sarmiento Nombre

El Caso Cäcilie M, o de la simbolización.

A la señorita Cäcilie le sucede que una parálisis facial se le representa en un “recibir una
bofetada” una afrenta, un reclamo de su marido fue recibido como “una bofetada”. Ello hace
que pueda pensarse en dos cosas muy curiosas, la primera es que hay un nexo particular entre
las palabras y el cuerpo. Y sobre todo hay un ente articulador. En Freud así parece. Y creo
que ese es un apuntalamiento que con sus méritos y defectos debe considerársele en detalle.
Freud, ahí no anda buscando los lapsus, los chistes. Es quizá alguien ducho, ingenioso y muy
culto que por una intuición que le provee la cultura y los grandes autores que leyó le invitan
a prestar oído en esas peculiaridades que uno puede tener con las palabras que dice y además,
de cómo un acto, un fenómeno queda reducido, abstraído, en una frase.
Así es que hay que prestar atención a eso. Mucho después parece que eso se hace una técnica,
andar a la casa de esas frases, con lo cual creo que pierde el gran mérito que tuvo este
acercamiento, y que si se lo pudiera pensar en retrospectiva, habría que señalar que los logros
que alcanza no son casuales ni mucho menos insuficientes. Porque el punto de llegada mismo
es el más valioso y provechoso. Creo que no es otra cosa que la investigación de la actividad
psíquica. Inconsciente y consciente que en su imbricación habrán de aportar el mecanismo
por el cual lo anímico se manifiesta.
Es entonces la actividad anímica un hecho. Algo que pasa. No se dice de ella que fuere una
cosa que fue, o que será. Se dice, con propiedad, que es algo que pasa. Mucho menos se
pregunta si la actividad anímica es. Aunque una reflexión de la aporética de la metafísica
sería a buen grado relevante, mas no contamos con el rigor para ello.
En tanto hecho, sólo se la puede abordar en su retrospectiva. En un abordaje teórico, de
reflexión. De hay que sea un re doblarsa, re-gresar a. Pero el hecho de captarla en su
inmediatez, tener una intuición de ella –intuición a la manera de una captación inmediata del
objeto- implica estar en disposición a captarla. ¿Podría acaso esa captación realizarse con el
mismo desden con el que habían sido anteriormente abordados esos casos? Muy difícil sería.
No parece, en efecto, pensar esa actitud de disposición en el sentido platónico de verdad, en
tanto aletheia. Misma que se define en su negatividad, en la a privativa, es ese el des-
ocultamiento. Un encontrarse con algo.
Y es que justamente en la manifestación, en la revelación de algo se genera las primeras
ideas. No es extraño que sea el mismo Breuer, con su larga trayectoria pudo aportar las
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hipótesis más valiosas. Quizá el mismo no se dio cuenta de lo relevante que fue su práctica,
y mayor aún los escollos en los que se vio envuelto por la señorita Anna O. Así es que ahí se
encuentra lo más significativo. Pasarán los siglos y la premisa de la vida anímica inconsciente
seguirá aportando el conjunto de sucesos extraños, peculiares que seguirán sorprendiendo,
claro está, a quien lo pueda ver.
De ahí que la premisa del inconsciente nos precise ser fundamental para la idea de la
simbolización. Porque no podría ser una perogrullada que una consciencia teja por sí sola
algo tan complejo. Por ello los síntomas que se le presentan con regularidad, en su variedad,
pero no en su causalidad son los más significativos para desarrollar lo que se conocerá con
la psicología de las profundidades. Interesante que se haya mantenido con tanta ineficacia la
idea del olvidar, del pensar en lo prospero más que en lo adverso. Y el inconsciente que Freud
des-oculta, es uno que implica una memoria que no olvida, sino más bien que recuerda. Y
recuerda con una necesidad que hace pensar si alguna vez no se equivoca.
Analizamos pues, algo de lo que queremos mostrar. Freud (1997) apunta:
En ninguna otra paciente he podido hallar un empleo tan generoso de la
simbolización. Claro que la señora Cäcilie M. era una persona de raras dotes, en
particular artísticas, cuyo muy desarrollado sentido de las formas se daba a
conocer en poesías de bella perfección. Pero yo sostengo que el hecho de que la
histérica cree mediante simbolización una expresión somática para la
representación de tinte afectivo es menos individual y arbitrario de lo que se
supondría. (pág, 193).
Y de lo que queremos resaltar es la no casualidad y lo no voluntario en la elección de la
expresión somática. No interesa en este momento la distinción entre la conversión y la
somatización. No porque no fuesen relevantes, sino porque nos parecen operar por un
mecanismo idéntico. Sólo que como apunta Breuer, en unos caso ya hay una disposición, una
morbilidad que es utilizada por la ley de la asociación, y en la otra es la creación de la
virtualidad en donde se representa el cuerpo (idea que será retomada en la analogía del
aparato psíquico como ese punto intermedio entre las lentes de un microscopio, que no son
las lentes, sino el espacio donde se da la imagen). Es decir hay un ordenamiento casi necesario
en este mecanismo, que no porque se piense como Janet, que la causalidad de la histeria es
debida a la endeblez mental, y que lo asombroso en los casos de Freud y Breuer es debido a
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su alta cultura, puede negarse lo peculiar y necesario de la expresión somática para los
enfermos de los psiquiátricos y para los burgueses vieneses fuese, por cuestiones
socioculturales, algo de causalidad distinta.
Pues ello autorizaría a pensar que habría grados de cultura, como si la cultura fuese algo que
entra en unos y no entra en otros. Es decir, puede pensarse como con el niño del Aveyron
que no se dio un proceso de estructuración simbólica y que por ende está por completo ajeno
a cualquier mecanismo que la misma cultura genere. Más quizá pueda plantearse como en
una disyuntiva. O se da tal proceso o no se da. Y si se da viene por completo y no en pedazos,
aunque esto es en sí mismo problemático, pero como hipótesis puede abrirnos paso para
pensar el mecanismo.
Ya hemos logrado rozar otra premisa que no será desaprovechada por los siguientes
psicoanalistas. Es precisamente el asunto de la cultura y en su trabazón con la vida anímica
inconsciente. Ello no autoriza a la aplicación del psicoanálisis silvestre pero sí a identificar
qué lo general y lo particular, o la individualización tendrían alguna trabazón más cercana de
lo que alguna vez se pudo haber pensado.
Así no es la problemática de una loca de nervios, mucho menos de un perverso sexual, la
premisa con la que logre avanzar Freud. En ello ya se había esforzado bastante los otros
estudios fisiológicos y anatómicos. No era pues un campo fértil, de ahí que Breuer diga, en
el inicio de los estudios, que poco se hablara de neuronas y moléculas y que la vida anímica
podía ser abordada mejor desde la lengua psicológica. Una psicología del siglo XIX, pero
utilizada con premisas más que relevantes.
La meta fue constituir el logro de una cura, se dijo que existía un mecanismo de simbolización
que tenía eficiencia más allá de la voluntad del enfermo. Y de ahí que las frases, los dichos
puedan expresar con tal viveza el sentir de las personas y tener tanta fuerza de sujetar el
bienestar, la felicidad, la miseria y la tristeza de cualquiera. No es por menos que alguien
pueda sentirse como “una cucaracha” o “aliviado”. ¿Serían esos unos conceptos psicológicos
que expresen emociones, sentimientos? O acaso pertenecen a un fuero donde se hace
necesario distinguir que la trabazón entre el lenguaje de una cultura y la psicología que le es
propia serían indiscernibles de cualquier motivación abstracta. ¿Es ello una abstracción, en
el sentido psicológico? ¿Algo propio de una construcción racional que explica el mundo?
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Son preguntas fundamentales para cualquier estudio sobre la expresión de la vida anímica y
su fundamento ¿psicológico, lingüístico o cultural?
Finalmente, hay que decir que es complicado el discernimiento de una técnica extraída o
producida de estas reflexiones. Ello con la precaución de advertir las teorías con las que se
habría de trabajar. En el sentido de que eso fue el fundamento para las pruebas proyectivas,
herramientas interesantes y prácticas, pero de las cuáles no muchos las utilizaron con teorías
llevadas con seriedad y prudencia. Así la mántica y el simbolismo se hacen casi gemelas. Y
cualquier interpretación puede ser tan vulgarizada que cualquiera pudiera fácilmente dar con
el significado.
Freud y Breuer, a la luz de los estudios sobre la histeria, no son ningunos ingenuos que
cualquier palabra la liguen con automático a lo que el prejuicio cotidiano lleva. Aunque ahí
justamente reside el problema, indiscernible aun para nosotros, que es el asunto de que la
cultura está ahí y parecería que es ella la que aporta la legalidad en el simbolismo, pero así
mismo parece que eso mismo tendría un significado o un sentido sumamente particular,
parece ahí una oposición que produce quizá algunas antinomias en la explicación de la
expresión sintomática. No contamos con la respuesta pero nos parece una investigación
provechosa, descubierta únicamente gracias a los problemas que hemos extraído de la lectura
y discusión de los comienzos de los estudios psicoanalíticos.

Bibliografía
Freud, S. (1997). Estudios sobre la histeria. Buenos Aires: Amorrortu.

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