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Muchos maestros religiosos dicen que los mandamientos dados por medio
de Moisés se aplicaban únicamente a la antigua Israel y no a nosotros en la
actualidad. Pero al llegar a esta conclusión, la mayoría pasa por alto el
significado de lo que Dios dijo acerca de la obediencia de Abraham cientos
de años antes de que hablara con Moisés en el monte Sinaí: “Por cuanto oyó
Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y
mis leyes” (Génesis 26:5). 5 por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi
precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes.
Las palabras hebreas que Dios utiliza en este versículo son muy importantes,
“El Señor luego agregó un comentario muy relevante: Abraham ‘guardó mi
precepto [ mismarti ], mis mandamientos [ miswotay ], mis estatutos
[ huqqotay ] y mis leyes [ wetorotay ]’ (v. 5). Lo impresionante es que esta es
precisamente la forma en que se expresa la obediencia al pacto del Sinaí
en Deuteronomio 11:1: ‘Amarás, pues, al Eterno tu Dios, y guardarás sus
ordenanzas [ mismarto ], sus estatutos [ huqqotayw ], sus decretos
[ mispatayw ] y sus mandamientos [ miswotayw ], todos los días’ . . .
“Así, Abraham es un ejemplo de uno que demuestra que tiene la ley escrita en
su corazón (Jeremías 31:33). 33 Pero este es el pacto que haré con la casa
de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente,
y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán
por pueblo. El escritor lo muestra como el ejemplo máximo de verdadera
obediencia a la ley, aquel del cual el Señor pudo decir: ‘Abraham obedeció mi
voz’ (v. 5). Al mostrarnos a Abraham como un ejemplo de alguien que ‘guardó
la ley’, el escritor nos ha mostrado la naturaleza de la relación que existe entre
la ley y la fe. Abraham, un hombre que vivió por fe, podría ser descrito como
aquel que guardó la ley”
Por ejemplo, Génesis 13:13 nos dice: “Mas los hombres de Sodoma
eran malos y pecadores contra el Eterno en gran manera”. Ya que el
pecado es la transgresión de la ley, los habitantes de Sodoma no podían
haber sido castigados por ser malos y pecadores si no existía una ley
que condenara lo que estaban haciendo. Debemos concluir, por lo tanto,
que Dios les había hecho saber lo que era pecaminoso.
Es cierto que Pablo menciona “la maldición de la ley” (Gálatas 3:13), indicando
con ello la maldición decretada por la ley. Pero no se refiere a la ley en sí
misma como una maldición.
Lo que Pablo dice en realidad es: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley,
hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es
colgado en un madero)” (v. 13). TLA Pero Cristo prefirió recibir por
nosotros la maldición que cae sobre el que no obedece la ley. De ese
modo nos salvó. Porque la Biblia dice: «Dios maldecirá a cualquiera que
muera colgado de un madero.»
Unos pocos versículos antes había dicho: “Porque todos los que dependen de
las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel
que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para
hacerlas” (v. 10).
¿Qué es entonces “la maldición de la ley”? ¿De qué forma se convirtió Cristo
en una maldición para nosotros? ¿Qué era lo que estaba diciendo
Pablo realmente?
Todos los seres humanos somos culpables de pecado. Por lo tanto, todos
merecemos ser expuestos como pecadores convictos y “malditos”.
Gracia y ley
¿Por qué son inseparables?
La palabra gracia es utilizada frecuentemente por algunos religiosos
La palabra gracia es utilizada frecuentemente por algunos religiosos como
si reemplazara la necesidad de obedecer la ley de Dios. Esta conclusión no
sólo es errónea, ¡sino diabólica!
En otras palabras, fue para ofrecer el favor de Dios —su gracia— y hacerla
disponible para todos aquellos que se arrepientan (apartándose del pecado)
que Jesús “se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad
y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14).
Por lo tanto, la gracia abarca más que sólo el perdón de los pecados pasados.
También incluye el don del Espíritu Santo, para ayudarnos a obedecer las
leyes de Dios. De hecho, se refiere a todos los dones inmerecidos y gratuitos
de Dios. Incluye su ayuda para volvernos inicialmente del pecado y llevarnos
a su verdad y su camino de vida, su perdón de nuestros pecados pasados y
finalmente su otorgamiento del don más grande de todos: vida eterna en
su reino.
Pero sin ley, la gracia no tendría ningún sentido porque no habría forma de
definir el pecado. Y sin gracia, no estaría disponible para nosotros el perdón
de los pecados por quebrantar las leyes de Dios.
Entonces, Jesús murió y fue resucitado para ofrecer la gracia a cualquiera que
esté dispuesto y ansioso de ir y no pecar más (Juan 8:11). Por medio de la
gracia, primero podemos ser perdonados por haber infringido la ley, y luego
recibir el poder de obedecer a Dios de todo corazón, por medio del Espíritu
Santo, con la meta definitiva y la promesa de ser capaces de vivir por toda la
eternidad en perfecta obediencia.
Jesús habló de esto en la parábola acerca de un siervo que hacía tan sólo lo
que su amo le decía (Luke 17:7-8). Les planteó esta pregunta a sus discípulos:
“¿Acaso [el amo] da gracias al siervo porque hizo lo que se le había mandado?
Pienso que no. Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha
sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer,
hicimos” (vv. 9-10).
Jesús señaló que hay un grado mayor de justicia, que va más allá de los
requisitos escritos de los Diez Mandamientos. Se trata del espíritu o
la intención espiritual de la ley que va más allá de la simple letra de la ley
(2 Corintios 3:5-6).
Jesús lo resumió así: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda
tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el
segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Matthew 22:37-40). Estos
dos grandes mandamientos resumen la verdadera justicia que Dios está
creando en sus hijos.
Este grado de amor por Dios y por nuestro prójimo excede lo que cualquier
persona es capaz de sentir y de expresar sin la ayuda que Dios nos ofrece por
medio del poder de su Espíritu Santo. Es un grado de amor que está en directa
oposición a las tendencias egoístas de nuestra naturaleza carnal (James 1:13-
15; James 4:1-3).
Para recibir el Espíritu Santo, cada uno de nosotros debe arrepentirse primero
de transgredir los Diez Mandamientos de Dios, que ya debimos estar luchando
por obedecer.
Pablo lo expresó así: “Por tanto, amados míos . . . ocupaos en vuestra
salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así
el querer como el hacer, por su buena voluntad. Haced todo sin
murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos
de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio
de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Philippians 2:12-15).
De esta forma Dios eleva la relación que tenemos con él por medio de
Jesucristo, de una simple obediencia a la letra de la ley, a un amor profundo,
altruista, por él y su camino de vida y por nuestro prójimo. La historia de la
humanidad pone de manifiesto que este tipo de justicia nunca puede
obtenerse ni nunca será obtenido por los esfuerzos del hombre únicamente.
Pero si nos arrepentimos de nuestros caminos egoístas que nos llevan a pecar
y rendimos nuestras vidas incondicionalmente a nuestro Padre celestial,
podemos aceptar el sacrificio de Cristo por nuestros pecados y recibir perdón.
Luego, Dios nos promete que podemos llegar a ser “participantes de la
naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a
causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1:4)
De las 369 Mitzvot que siguen vigentes hoy en día, sin embargo, no
necesariamente las cumplimos todas. Ya que muchos de estos
preceptos dependen también de la circunstancias. En otras palabras,
sólo en ciertas situaciones es que podemos cumplir con las mitzvot. Por
ejemplo, sólo si una persona hace una promesa, es que puede cumplir
con el mandamiento de “no tardar” en cumplirla. Sólo aquél que posea
una casa con un tejado que se pueda salir por él, está obligado a
cercarlo, etc.
En la actualidad pues, hay sólo 270 preceptos que cada judío está
obligado a observar, sin importar la circunstancia ni la situación en la que
se encuentre. De estas 270 Mitzvot, 48 son positivas, y 222 negativas.
Interesantemente, en el Sefer Hajinuj, su autor Rabí Aarón HaLeví,
señala que 270 es el valor numérico de la palabra hebrea “despierto”,
ער, del arriba mencionado versículo “Yo duermo pero mi corazón está
despierto”.