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Adriana Aristimuno
Universidad Católica del Uruguay Dámaso Antonio Larrañaga
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All content following this page was uploaded by Adriana Aristimuno on 20 June 2017.
*
Doctora en Ciencias de la Educación por la Katholieke Universiteit Leuven (Bélgica). Licenciada en
Ciencias de la Educación por la Universidad de la República. Profesora Titular de grado y postgrado
de la Universidad Católica del Uruguay, donde fue Decana de su Facultad de Ciencias Humanas y
desde 2012 Directora del Departamento de Formación Humanística. Sus líneas de investigación son
el seguimiento de procesos de innovación y reformas en educación, de políticas educativas
especialmente en el nivel medio y de programas de combate al fracaso. Integra el Sistema Nacional
de Investigadores.
**
Magister en Educación por la Universidad Católica de Uruguay. Licenciado en Psicología por la
Universidad de la República, Profesor de Geografía por el Instituto de Profesores Artigas (IPA),
Profesor Adscripto también por el IPA. Se ha desempeñado como psicólogo clínico de adolescentes y
como psicólogo en instituciones dependientes del INAU. Es integrante del equipo de investigación
sobre Convivencia y Conflicto Escolar del Consejo de Educación Secundaria.
document analysis and a questionnaire applied to a sample of 643 cases, a
45% of the total population in both high schools. A general conceptual
framework is presented, including school environment, school violence and
bullying. The questionnaire’s analysis allowed defining four kinds of violence:
verbal violence; social exclusion; and physical violence against the person or
against objects. Several associations were found between the occurrence of
violence and the students gender, the family involvement of the student, the
presence of adults in different school spaces, and the student`s academic
condition. The paper concludes that a mean of 10% of the students in both
schools suffer bullying, and that students with better grades suffer three times
more violence than those in a worse academic situation, among other
findings. Several policy recommendations stem from the findings.
--
Diversas dinámicas ocurren en los centros educativos, de las cuales la mayoría están
ligadas a aspectos vinculares y de relacionamiento. Algunas de estas dinámicas revisten
un carácter especial porque vulneran la integridad física o psicológica de numerosos niños
y jóvenes, dinámicas que pueden resumirse como de “hostigamiento escolar” o “bullying”.
¿Qué características tienen estas dinámicas? ¿Qué lugar ocupan las familias? ¿Qué rol
juegan los profesores y las figuras adultas de los centros educativos? ¿Su ocurrencia está
ligada a las características de quienes las perpetran o de sus víctimas? ¿Qué
consecuencias tiene el hostigamiento en las víctimas y cuáles son los motivos de los
agresores?
Algunas de estas preguntas, y otras relacionadas, fueron exploradas en una
investigación llevada adelante en Uruguay en forma reciente, con foco en dos centros de
Educación Secundaria básica de gestión estatal. En este trabajo se da cuenta de algunos
de sus principales hallazgos.
EL ESCENARIO Y EL TEMA
Estas son categorías conceptuales polisémicas, por eso es imprescindible una breve
conceptualización. La convivencia escolar es el hecho ineludible que se produce entre
personas que comparten un lugar, un tiempo y una tarea en común (formar y formarse).
Por su parte, el conflicto es parte inherente de la convivencia en una sociedad o micro-
sociedad tal como en la institución educativa, que es diversa, democrática e inclusiva. Lo
esperable (y sano) es que se presenten situaciones donde se enfrenten intereses,
expectativas y modalidades vinculares diferentes entre los diversos actores que conviven
en una institución. Otra cosa diferente es la violencia escolar. Ésta es una manifestación
extrema de convivencia disfuncional donde se vulneran los derechos de los involucrados
en la situación. Estas vulneraciones pueden ser irrupciones bruscas e imposibles de
desconocer, pero también adoptan modalidades muy difíciles de percibir. El hostigamiento
escolar o bullying es una de las manifestaciones violentas más nombradas y menos
estudiadas a nivel nacional.
La cultura occidental es, según Michel Foucault (1979), inexorablemente dualista:
cuando algo no puede conceptualizarse como bueno o malo, se lo expresa en términos de
1
La edad prevista para los estudios de la educación secundaria básica en el país es de 12 a 14 años,
aunque dado el fenómenos generalizado del rezago, hay miles de estudiantes con 15 años, o inclusive
mayores, en este tramo educativo.
normal o anormal, funcional o disfuncional. Si se define la convivencia como aquel
encuentro propositivo y productivo para los diferentes actores educativos involucrados,
dicha definición trae implícita la posibilidad de su opuesto, es decir aquel momento de
intercambio que resulta perjudicial para uno o varios actores intervinientes.
Se puede ver con entusiasmo o con preocupación el papel de la institución educativa
en torno al tema de la violencia. La institución será, por un lado, un escenario ineludible
de situaciones de violencia y, por otro, un lugar donde se puedan trabajar modelos de
convivencia basados en el respeto mutuo y en la resolución de conflictos de manera
pacífica.
Las manifestaciones de la violencia dentro de una institución educativa pueden ser
diversas, a saber: golpes, robos, insultos, exclusión social. Estas dos últimas podrán
ocurrir también a través de las tecnologías de la comunicación (virtual). Cuando estas
conductas de violencia se dan hacia un alumno por otro u otros compañeros, de manera
repetida durante un tiempo, en el marco de un grupo más amplio de estudiantes y de un
desequilibrio de poder real o percibido entre la víctima y los agresores, se estaría dando lo
que se conoce como “bullying”. Éste refiere a una situación vincular; más precisamente
sería una suerte de patología relacional, ya que afectaría a la víctima, al agresor y a los
observadores pasivos o activos. También se hace imprescindible puntualizar que, para el
presente trabajo, se traduce el término bullying como “hostigamiento” o “acoso escolar”,
ya que se entiende que dichos términos en español se corresponden mejor con el
concepto original: “comportamiento dañino, intencional y repetido en manos de una o más
personas dirigido contra otra que tiene dificultad para defenderse” (Olweus, 2006: 81).
En los últimos años se ha generado algo así como una pandemia de bullying. Una
de las dificultades que genera la excesiva visualización del fenómeno es la inclusión de
muchos episodios que no son específicamente situaciones de bullying. Por este motivo se
hace imprescindible la delimitación del fenómeno. En este sentido, es interesante ver el
origen del concepto y analizar en detalle cómo se da esta particular forma de
relacionamiento. Los primeros en comenzar a estudiar estos comportamientos de
intimidación entre estudiantes fueron los suecos, siendo su principal exponente Dan
Olweus. Estos estudios pioneros se dieron en Suecia en la década de 1970. Para finales
de la década del 80 y durante los siguientes años se extendió la preocupación a Estados
Unidos, Japón, Australia, Holanda y Canadá. Recién veinte años después comenzaron las
primeras investigaciones en España y en algunos pocos países de América Latina.
FIGURA 1. DINÁMICA BULLYING
2
Sería muy interesante desarrollar la perspectiva legal pero, por razones de espacio, solamente se señala
que el 21 de junio de 2013 se promulgó en Uruguay la Ley N° 19098, denominada “Protocolo de prevención,
detección e intervención respecto al maltrato físico, psicológico o social y su aplicación en los centros
educativos del país”.
Desde estos propósitos, las preguntas que guiaron la investigación pueden
sintetizarse en las siguientes: ¿cuáles son las características del hostigamiento escolar en
los liceos seleccionados? y ¿de qué manera influyen la variable familiar y el clima escolar
en la aparición de los problemas de convivencia?
En un primer momento se hicieron entrevistas exploratorias en cuatro centros
educativos identificados por las autoridades del sistema de educación pública para la
realización de la investigación. Luego, a partir de este conjunto inicial, se seleccionaron
dos centros con mayor potencialidad para la investigación, ya que en ambos las
direcciones manifestaron interés en participar de la investigación y, a su vez, ofrecían
elementos para la comparación, dado que eran muy diferentes entre sí: mientras que uno
tenía una historia de violencia importante en el pasado reciente, el otro había puesto en
marcha innovaciones educativas que podían considerarse positivas para la convivencia. A
continuación, se incluye una tabla en la que se sintetiza información sobre estos centros,
los que son identificados como “liceo A” y “liceo B”.
TABLA 1. SÍNTESIS DE LAS CARACTERÍSTICAS DE LOS LICEOS A Y B
CARACTERÍSTICA LICEO A LICEO B
Inauguración Década de 1960 Década de 1990
Edificio Buenas condiciones. No tiene patio Muy buenas condiciones. Tiene
ni gimnasio patio grande, no tiene gimnasio.
Equipo de Dirección Comienza en 2013 Comienza en 2013
Número de alumnos 554 870
Número de 75 90
profesores (40% nuevos y muchos efectivos) (50% nuevos y muchos efectivos)
Cantidad de grupos Matutino: 9 Matutino: 14
Vespertino: 6 Vespertino: 13
Procedencia de Liceo de aluvión, muchos alumnos Diferencias por turno: vespertino
alumnos extranjeros y expulsados de es más de aluvión.
privados
Recursos Humanos 3 Profesores Adscriptos por turno, 4 Profesores Adscriptos por turno,
Profesor Orientador, asistente Coordinadora, psicóloga
social, psicólogo, referente sexual
Opinión de Dirección Malo, dado el nivel de conflictividad Bueno. Si bien se han presentado
sobre clima de en los vínculos. hechos de violencia, son
convivencia Algo peor en el turno vespertino. puntuales.
Fuente: Elaboración propia
Es importante señalar que los hechos de violencia pueden ser algo aislados, más
bien puntuales o, por el contrario, constituirse en verdaderos fenómenos de
hostigamiento. La diferencia está dada por la frecuencia. Por ello es fundamental contar
con un instrumento como el cuestionario, para poder preguntar a todos los involucrados.
Si los estudiantes reconocen sufrir o realizar estas conductas “siempre” o “muchas veces”,
se está ante un fenómeno de hostigamiento. El análisis de la información recogida en la
encuesta fue procesada por el programa SPSS.
Los instrumentos de tipo cualitativo empleados en la investigación fueron entrevistas
a adultos que trabajan en los centros (equipos directivos, adscriptos, profesores
referentes), grupos focales con estudiantes delegados de clase y análisis de contenido de
documentos donde se registran las sanciones de conducta. Todos ellos resultaron muy
relevantes para comprender las situaciones asociadas a los fenómenos de violencia, y
para profundizar en los hallazgos que el cuestionario puso en evidencia.
Las entrevistas iniciales fueron reveladoras de algunos conceptos y puntos de vista
de los actores sobre el tema. Tanto al inicio como al cierre de la investigación, se
mantuvieron entrevistas con los equipos directivos y con docentes en los espacios de
coordinación. En estas entrevistas, se trabajó sobre los resultados obtenidos en las
encuestas, lo que ciertamente completó y enriqueció el análisis sobre lo recogido
inicialmente mediante este instrumento. A su vez, en la entrevista de cierre con los
equipos directivos, se volcaron los principales hallazgos obtenidos con todas las técnicas,
de forma de completar interpretaciones, comprender hallazgos complejos y recoger
puntos de vista que todavía no se hubieran incorporado.
Los grupos focales con estudiantes delegados de clase fueron fundamentales para
escuchar la voz de éstos. Se realizaron dos grupos focales por liceo, uno en cada turno,
con participación de todos los niveles y clases. El hecho de ser delegados les otorga a
estos estudiantes una importante legitimidad previa, condiciones de comunicación fluida y
hasta cierta desinhibición en el discurso. Los temas tratados en estos grupos fueron los
conceptos, experiencias, emociones y creencias en torno a los temas de convivencia.
Los registros de sanciones de conducta permitieron acceder a todas las
observaciones y sanciones a lo largo de todo el año, dado que se relevó una vez
finalizado el año escolar en que tuvo lugar la investigación. Las diferentes formas de
registro fueron sistematizadas mediante los mismos códigos en los dos centros, para
facilitar su análisis.
En los dos centros, la información recogida mediante las técnicas de entrevista o
grupos focales fue analizada en forma sistemática mediante códigos, de tal forma que
luego permitiera un análisis transversal a ambos centros.
PRINCIPALES RESULTADOS
Los principales resultados son presentados como respuestas a las preguntas que guiaron
la investigación junto a los hallazgos que les dan fundamento.
Dentro de las dos formas de violencia simbólica, la violencia simbólica directa, que toma
forma mayoritariamente en insultos, es la más frecuente. Desde la perspectiva de las
víctimas, la baja VSD es sufrida por el 42,6% de los alumnos del liceo A y el 46% de los
del B, mientras que la alta VSD la padece el 9,5% de los alumnos del liceo A y el 5,3% de
los del B, porcentajes elevados que llaman la atención. En la gráfica 1 puede verse esta
información agregada para ambos liceos y presentada por curso.
62,0%
52,0%54,4%
41,4%
35,0% 36,5%
9,1%
3,0% 6,6%
La violencia física indirecta (agresiones hacia objetos, o presión para obtener dinero
o la merienda, por ejemplo) está presente en ambos liceos. En uno de los grupos focales
del liceo B, los alumnos expresan que “en la cantina también te matan por ejemplo por un
peso, te la dan, o te insultan, te sacan todo”. En términos cuantitativos y desde la
perspectiva de las víctimas, la VFI baja es sufrida por un 15,7% en el liceo A y un 15,5%
en el liceo B, pero el hostigamiento baja sensiblemente a 5% en el primero y a 1% en el
segundo. Desde la perspectiva de los agresores, los porcentajes bajan sensiblemente.
Puede ser difícil para los estudiantes reconocer que atentan contra los objetos de sus
compañeros.
Finalmente, la VFD, los golpes o agresiones directas, constituyen fenómenos menos
frecuentes en los dos liceos, en comparación con la violencia simbólica. La violencia
ocasional (baja VFD) llegaría a unos 80 estudiantes por centro, mientras que el
hostigamiento o alta VFD se manifiesta en 5 estudiantes en el liceo A y 2 en el B.
En definitiva, la forma más frecuente de violencia en ambos centros es la simbólica
directa (VSD), la que toma forma de violencia verbal. Es muy llamativo lo alto de los
porcentajes: casi la mitad de los estudiantes en ambos liceos expresan que a veces son
insultados o agredidos verbalmente de alguna manera, o que el 9,1% de los alumnos de
tercer año de ambos liceos hostiga a sus compañeros en forma verbal.
En la siguiente tabla se incluye la información para las formas de violencia ocasional,
en todas las formas de violencia en los dos liceos, desde ambas perspectivas (víctima y
agresor).
Comparación hostigamiento
Perspectiva víctimas
10,00%
8,00%
6,00%
Liceo A
4,00%
Liceo B
2,00%
0,00%
VSI VSD VFI VFD
Comparación hostigamiento
Perspectiva agresor
10,00%
8,00%
6,00%
Liceo A
4,00%
Liceo B
2,00%
0,00%
VSI VSD VFI VFD
Otro hallazgo revelador tiene que ver con la marcada correlación entre rendimiento y
turno confirmándose una realidad que hace años se vive en los liceos de gestión pública
que funcionan en varios turnos: el rendimiento de los alumnos que asisten al turno
matutino es mejor que el de los del turno vespertino. Este hallazgo se incluye como
gráfica a continuación.
61,5% 57,7%
53,7%
46,3% 42,3%
38,5%
Matutino Vespertino
58,4%
45,1% 45,8%
38,3%
9,1%
3,3%
El trabajo también se propuso indagar en el rol que cabe a los adultos con quienes
los estudiantes tienen más contacto y cuya influencia es significativa en su educación y
formación: sus docentes y sus familias. A continuación, se describen los hallazgos
relativos a estos aspectos.
La presencia de los docentes no inhibe la ocurrencia de episodios de violencia: los
estudiantes tienen una percepción negativa sobre su rol. Tan solo se constató una
función disuasiva ante la violencia física directa.
Al preguntar a los estudiantes dónde se dan los episodios de violencia en sus variantes
VSI y VFI, de nueve opciones posibles, las respuestas más frecuentes apuntan a lugares
donde están presentes los docentes, como el salón de clase “con profesor presente”, el
patio, o “varios de estos”. Al preguntar por la VSD, la respuesta más frecuente es “varios
de estos”, seguido de la clase con presencia del profesor y el patio.
Los estudiantes respondieron a diferentes opciones sobre cuáles eran las
reacciones de los docentes ante los episodios de violencia que ocurren en los liceos. En
la tabla siguiente se incluye una síntesis de estas respuestas, discriminadas por liceo,
dado que existe una diferencia importante entre ellos, con un mejor desempeño de los
docentes del liceo B.
VSD-agresor por
involucramiento familiar
No hace VSD Baja VSD Alta VSD
3
El índice se construye con indicadores dicotómicos (está o no), los que se resumen en un índice sumatorio
simple, que va de 0 a 7, sumando respuestas positivas. El alto involucramiento incluye puntajes 6 y 7 y el
bajo, de 0 a 3.
Si bien desde el punto de vista teórico se le dio más importancia a la forma de
funcionamiento de la familia que a su composición, de todos modos se quiso indagar si
puede existir alguna relación entre la ocurrencia de episodios de violencia y las diferentes
configuraciones familiares. En ambos liceos la mayoría de los estudiantes vive con ambos
padres (un poco por encima o por debajo del 50%, según el liceo), seguido de quienes
viven solo con la madre (30% en el liceo A y 34% en el liceo B).
Por último, se cruzó el último nivel educativo alcanzado por ambos padres con la
ocurrencia de episodios de violencia y no se encontró ningún tipo de vinculación. Lo que
llama la atención es el alto porcentaje de estudiantes que no conoce dicho dato sobre sus
propios padres (20%). También se cruzó la información sobre la ocupación de ambos
padres, no encontrando tampoco ninguna correlación con la ocurrencia de violencia. Sí se
encontró una información que puede ser reveladora de la vida familiar de los estudiantes,
y del tiempo que sus padres les puedan dedicar, que es el alto porcentaje de padres que
trabaja (89,3% en el liceo A y 87,30% en el B) y de madres que también lo hacen (73,6%
en el liceo A y 78% en el B), con porcentajes que van desde el 0,6% al 4,5% de
desocupados en ambos liceos, por debajo del porcentaje a nivel nacional.
El estudio también se concentró en comprender el tipo de dinámicas que tiene lugar
dentro de los centros educativos y su vinculación con los episodios de violencia. A
continuación se describen sus hallazgos principales.
Los estudiantes que sufren violencia reaccionan en su mayoría con violencia o con
dificultades para procesar la agresión, mientras pocos de ellos piden ayuda a los
adultos. Algunos estudiantes expresan miedo de asistir al liceo por diversas
causas.
6% 7% Indiferencia
1%
Como se puede ver, casi la quinta parte de los estudiantes que se identifican como
víctimas expresa que reaccionan contra quien lo atacó, seguido de un 16% que expresa
indiferencia, probablemente ligada a la incapacidad de procesar la situación. Los
estudiantes que recurren a adultos (persona del liceo y padres sumados) son un 13%.
Vale la pena considerar el tema de las reacciones y los sentimientos de los estudiantes
que se autoidentifican como víctimas, desde las cifras absolutas, tal como se puede hacer
con la información que aporta la tabla 6. Los estudiantes que sienten rabia son 256, los
indiferentes son 170, los que sienten impotencia, tristeza o angustia (sumados) nada
menos que 217 y hay 28 que expresan tener ideas de muerte.4
Al consultar a los estudiantes sobre los motivos por los que han sentido miedo, llama
la atención que un 12% exprese que es por el trabajo que se realiza en clase y un 9%
tiene miedo a uno o varios compañeros. En cifras absolutas se trata de 128 estudiantes
que sienten miedo a uno o varios compañeros de liceo.
Por último, se intentó abordar los motivos por los cuales, quienes se identificaron
como agresores, tienen dicha conducta en el liceo. El motivo principal es la indiferencia
(“no siento nada en especial”) seguido de cierta “tranquilidad por haberse desquitado”. Un
2% dice sentirse más aceptado por el grupo luego de agredir a un compañero y otro 2%
expresa que lo disfruta. Esta información se incluye a continuación.
4
El cuestionario no permite discriminar si se trata de ideas de muerte propia o vinculadas con quienes los
victimizan, pero ambas cosas son igualmente graves.
Qué siento cuando agredo a un
compañero
No lo hago
11%
2%
7% Disfruto
1%
2%
Me siento más fuerte
DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
De acuerdo con los hallazgos de este estudio, el hostigamiento (la violencia frecuente) es
un fenómeno que ocurre en los liceos y para el cual apenas se está preparado y para lo
que no se cuenta con herramientas sistemáticas desde la gestión de los centros o desde
la esfera docente. Con el fin de aportar elementos para una necesaria discusión sobre el
tema, se consignan algunos de los hallazgos y se los hace dialogar con la teoría
existente.
Un primer resultado es que el hostigamiento afecta al 12,3% de los estudiantes del
liceo A y el 7,7% de los del B, lo que genera un promedio de 10% de estudiantes que
sufren bullying. Este porcentaje impacta por su peso ya que, además, debe ser
complementado con el hecho de que hay otras formas de violencia menos frecuentes,
ocasionales, pero que afectan a mayor cantidad de estudiantes.
Junto con este hallazgo, es muy significativo el peso de la violencia verbal. La
frecuencia con que ocurre es llamativamente elevada: casi la mitad de los estudiantes en
ambos liceos son agredidos en forma verbal e incluso esta violencia asume la forma de
hostigamiento por parte del 9% de los alumnos de 3er año en ambos liceos.
Diferentes explicaciones se han planteado sobre este tipo de violencia en el marco
de los centros educativos. Desde una perspectiva psicológica, se entiende que esta forma
de expresarse es un distanciamiento y un desafío hacia las normas del lenguaje de los
adultos. Desde este punto de vista, buscar cierto prestigio social entre los pares a partir
de ciertas actitudes violentas mueve a los adolescentes en ese sentido (Bandura, 1975).
Otras explicaciones, desde una perspectiva sociológica, señalan que esta forma de
hablar de los jóvenes obedece a la penetración en la enseñanza media de poblaciones
con marcos socioculturales diversos. Dentro de estos marcos se incluye el “código de
silencio” que opera en forma perversa, ya que borra toda empatía con el que sufre, al
mismo tiempo que genera una cierta identificación con el agresor (Subirats y Alegre,
2006). Todavía otra explicación tiene que ver con la violencia verbal como resultado de
una mala gestión de las emociones haciendo que la respuesta a estados emocionales
como el miedo, la inseguridad o el enojo sea precisamente la agresión a los demás.
Trabajos generados en el país apuntan a que la violencia es un síntoma de la falla que
han tenido las normas de regulación de la convivencia, síntoma que los jóvenes ponen en
evidencia (Viscardi y Alonso, 2013).
La violencia ocurre en ambos géneros y en todas las edades, pero se encontró una
cierta mayor frecuencia entre los varones de 13 a 15 años. Otro hallazgo es que, a
diferencia de lo que ocurre en otros países, hay un alto porcentaje de chicas que
reconoce recurrir a la violencia física en forma ocasional. Esto coincide con percepciones
de diversos actores del sistema educativo, específicamente quienes se desempeñan en el
tramo del Ciclo Básico de la enseñanza media.
Dos hallazgos están vinculados a temas de la organización del sistema: que los
repetidores sean quienes más ejercen violencia hacia sus compañeros y que los alumnos
con mejor rendimiento (promovidos el año anterior) sean tres veces más hostigados que
los demás. La concentración de repetidores en los turnos vespertinos y la mera existencia
de la condición de repetidor hacen pensar que el sistema educativo en su forma de
funcionamiento (criterios de evaluación, forma de asignación de los alumnos a los turnos)
condiciona la existencia de estos fenómenos desde que el estudiante es evaluado y
asignado a determinado liceo y turno. Temas de política educativa también deben ser
considerados, tales como el sentido de la repetición o la asignación de los alumnos a los
liceos sin un criterio pedagógico.
El alto número de repetidores y de estudiantes extra edad que se encontró en
ambos liceos ya condiciona el clima del centro educativo antes de que las interacciones
entre sus actores den comienzo y, posiblemente, así sucede en decenas de liceos. La
repetición como instrumento pedagógico ha sido cuestionada en forma reciente en el país
y su consecuencia casi automática (la deserción) ha sido centro de numerosos estudios
(Aristimuño, 2009; De Armas y Retamoso, 2010; Fernández y Bentancur, 2008; Mancebo,
2010).
El tema de la relación entre los alumnos y sus profesores arrojó información
reveladora. Por un lado, los alumnos manifiestan, en su gran mayoría, que se sienten muy
bien y bien tratados por los profesores, a la vez que reconocen que algunos de sus pares
no tratan bien a los docentes, en la línea de lo encontrado por otros estudios. Los
estudiantes violentos que distorsionan el buen funcionamiento de las clases ocasionan
uno de los principales problemas de convivencia que tienen hoy los liceos, como señalan
otros trabajos realizados en el país con delegados de centros de enseñanza secundaria
(Conteri, 2012).
Los estudiantes reclaman atención por parte de los adultos pero, a la vez, no
recurren a ellos cuando tienen problemas, como emerge de la encuesta. El estudio de las
sanciones que los profesores ponen en clase revela que hay mucho por mejorar en el
tema del relacionamiento entre ambos colectivos, ya que mostró que el 60% de las
sanciones se debe a conflictos entre los alumnos y sus profesores (conversar, molestar,
etc).
En forma complementaria, al profundizarse en los lugares donde ocurren los hechos
de violencia, el estudio presentó uno de los hallazgos más sorprendentes: la presencia de
los profesores no es disuasiva de la violencia, ya que el aula es el primer lugar donde
ocurre. Este hallazgo remite a una serie de aspectos que están relacionados, tales como
las condiciones de trabajo de los profesores, el tamaño de los grupos que deben manejar,
qué se entiende por autoridad por parte de unos y otros, y la ausencia o baja presencia
¿de qué? en el sistema de capacitaciones y estrategias que ayuden a los docentes en los
temas de convivencia y manejo de situaciones violentas.
Dan Olweus subraya la importancia de la labor de los docentes en los centros
educativos para la prevención y tratamiento de los episodios de violencia: “Las actitudes,
las costumbres y la conducta del personal de la escuela, en especial las de los
profesores, son factores decisivos para la prevención y el control de los actos de
intimidación, y para la reorientación de estas conductas por canales más aceptables
socialmente” (1998: 66).
En cuanto al rol de las familias, el estudio encontró que su involucramiento en la vida
de los hijos es un factor determinante en los niveles tanto de victimización como de
agresividad de los jóvenes (funcionando en sentido inverso); que la pertenencia a una
familia biparental es un factor de protección y que ni las trayectorias educativas ni la
ocupación de los padres tienen relación con la aparición de conductas violentas. El
primero de los hallazgos confirma, con datos empíricos, una noción que ha estado por
años en el saber colectivo docente: que los alumnos con problemas de rendimiento o
conducta suelen tener familias que se involucran poco en sus vidas. En esta investigación
se comprobó que cerca de un tercio de los estudiantes pertenecen a hogares con bajo
involucramiento, lo que coincide con trabajos previos hechos en el país, donde se ha
reportado, por ejemplo, niveles de bajo involucramiento que rondan el 32% (Aristimuño,
Bentancur y Musselli, 2011). Más allá de la configuración familiar, lo importante es que se
ejerza la función paterna, lo que Silvia Bleichmar define como “dos generaciones con
cierta estabilidad en el ejercicio de sus funciones” (2012: 128). Desde un punto de vista
complementario, Catherine Blaya (2010) señala, desde el análisis de las familias, que las
condiciones familiares concretas en las que han crecido muchos jóvenes pueden estar
explicando la hostilidad hacia el entorno.
La violencia en las redes sociales también es un hallazgo relevante constatándose
que un 10% de los estudiantes admite que es hostigado por este medio. Lo que resulta
difícil para el manejo del tema es que no existe legislación en el país para hacer frente al
fenómeno, a pesar de varias iniciativas que fueron presentadas pero nunca aprobadas (la
única ley aprobada no se refiere al tema del hostigamiento virtual). Es decir, si se constata
la agresión por redes sociales, las autoridades de un liceo no tienen marco normativo para
actuar.
En cuanto a las consecuencias del hostigamiento, resultó muy revelador que, en la
encuesta, 128 estudiantes expresaran que tienen miedo de asistir a su liceo porque le
tienen miedo a uno o varios compañeros, o que 28 estudiantes víctimas de violencia por
parte de sus compañeros les provocaba ideas de muerte.
Finalmente, aun con las limitaciones que un estudio acotado a dos centros
educativos puede tener, y subrayando la necesidad de que se realicen más
investigaciones sobre el tema, sus hallazgos más salientes sugieren algunas
consecuencias para el ámbito de las políticas educativas.
El fuerte de las medidas debería estar ubicado en el nivel de los centros educativos.
A este nivel, las principales medidas deberían apuntar a: formar docentes especializados
en temas de convivencia; generar actividades de integración, en lo posible a cargo de
estudiantes; mejorar la distribución entre los turnos de los estudiantes intentando
equilibrar el peso específico de los repetidores; crear acuerdos de convivencia en los que
participen, principalmente, profesores y estudiantes; insistir con ideas innovadoras para la
integración de las familias; mejorar la vigilancia de espacios comunes en los liceos, y
establecer protocolos para intervenir en casos de violencia; aplicar sanciones
(previamente acordadas con los estudiantes) para la ocurrencia probada de
hostigamiento.
A nivel de aula, parece urgente generar acuerdos de comportamiento en el aula
prohibiendo en forma explícita la violencia verbal; generar espacios de protección de las
víctimas; crear grupos de trabajo de estudiantes con el cuidado de equilibrar perfiles
diferentes; identificar alumnos con liderazgo positivo de forma de integrarlos al trabajo
preventivo de las situaciones violentas. Olweus resume las medidas: “Tres medidas de
aula: no hostigaremos a otros alumnos, intentaremos ayudar a los que sufran agresiones,
nos esforzaremos en integrar a los alumnos que se aíslan con facilidad” (1998: 95).
A nivel de sistema, hay numerosas medidas que se podrían tomar (además de
habilitar y contribuir a la consolidación de las de los dos niveles anteriores) como por
ejemplo: realizar una completa capacitación de profesores en los temas de violencia,
incluyendo especialmente profesores de docencia indirecta (como los adscriptos);
solucionar el vacío normativo que existe hoy en el tema del hostigamiento electrónico o
cyberbullying; mejorar todo lo relativo a la prevención del fracaso escolar apuntando a la
detección temprana de estudiantes con bajo rendimiento y revisando profundamente el
instrumento de la repetición, y estudiar la posibilidad de una distribución más equilibrada
entre centros educativos de los estudiantes repetidores (mientras los haya) y extra edad
evitando la concentración en algunos centros y turnos.
La adolescencia es una etapa de la vida llena de promesas pero a la vez de
conflictos. Lo que ocurre en los centros educativos deja huellas que cada estudiante
podrá o no manejar en su vida adulta, huellas en lo académico pero también en la
conformación de su personalidad, su capacidad de relacionamiento y su proyecto de vida.
La creación de entornos favorables para los aprendizajes y la integridad psicológica y
física de los estudiantes es una responsabilidad social y ciertamente un derecho de éstos.
BIBLIOGRAFÍA