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Phileas del Montesexto

EL JARDÍN
DE SOFÍA

RECOPILACIÓN DE ARTÍCULOS DEL AULA ABIERTA


DE LA ORDEN ROSACRUZ INICIÁTICA

CICLO 2019
Primera edición: Febrero 2020
ISBN 978-9974-94-746-7

Editado por la Orden Rosacruz Iniciática


www.rosacruziniciatica .org

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la


cubierta , puede ser reproducida , Almacenada o transmitida en

manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico,

mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia , sin permiso

previo de los editores .

Todos los derechos reservados.


CONTENIDO

Una Gnosis innata .................................................................... 9


Notas sobre geometría sagrada ......................................... 14
Notas sobre Alquimia (I) ...................................................... 18
Notas sobre Alquimia (II) ..................................................... 23
Notas sobre Alquimia (III) ................................................... 29
Notas sobre Alquimia (IV) ................................................... 34
El emblema rosacruz .............................................................. 41
Visión de día, visión de noche .............................................. 45
El mandil rosacruz .................................................................. 50
Fratres y Sorores de la Rosacruz ....................................... 53
El Kybalión y el misterio de los Tres Iniciados .................. 60
El mapa no es el territorio ................................................... 65
La vía del recuerdo ................................................................. 70
El misterio de Bafomet .......................................................... 73
¿Qué es la Iniciación? ............................................................. 85
Vestirnos de luz ...................................................................... 89
Via Spinosa ............................................................................... 93
El velo de Isis .......................................................................... 99
Misterios mayores y menores ........................................... 105
La Ley del Triángulo ..............................................................109
El linaje rosacruz ................................................................... 112
Frente a nuestras narices .................................................... 118
El simbolismo de la granada .............................................. 122
Crisis de las órdenes iniciáticas ........................................ 127
Simbolismo de los huevos de pascua ............................... 131
Tres instancias, tres estados ............................................... 137
Ars Superam Naturam ........................................................ 141
La séptima dirección ........................................................... 144
Síntesis histórica de la Rosacruz ...................................... 147
Vía mística y vía iniciática .................................................... 155
Hic Sunt Dracones .............................................................. 157
Damero y pavimento mosaico .......................................... 163
La técnica rosacruz (I) ......................................................... 168
La técnica rosacruz (II) ....................................................... 173
La técnica rosacruz (III) ...................................................... 179
Tipos de iniciación ............................................................... 187
¿Para qué buscar afuera lo que tenemos adentro? ........ 194
Simbolismo de la flor de lis ................................................. 197
Re-cordar: volver al corazón ............................................. 200
La medicina del alma ........................................................... 203
El tercer ojo .......................................................................... 207
Quo Fata Trahunt ................................................................. 214
“Sólo tiene que soltarlo” .................................................... 218
Kepher, el escarabajo sagrado ............................................ 225
Espiritualidad Iniciática ........................................................ 229
El compás de oro ................................................................. 233
Simbolismo del águila bicéfala ............................................ 236
Un camino de un solo paso ............................................... 239
Ad Rosam per Crucem ....................................................... 242
La Iniciación no se concede: ¡se conquista! ................... 244
El pozo iniciático de Regaleira ........................................... 250
Esoterismo y exoterismo ................................................... 258
Quemar las naves ................................................................. 264
Simbolismo de Rapunzel ..................................................... 268
Las dos esfinges .................................................................... 276
Metanoia y Ascesis ............................................................... 281
Walt Disney y el esoterismo ............................................. 284
El árbol de la vida en navidad ............................................. 291
Llenar de sentido la navidad ............................................... 299
Nota: La transcripción de los de tres videos “En busca
de la lengua primordial” no forma parte del presente vo-
lumen, pero puede encontrarse en la obra de 2012 “El
Peregrino de la Rosacruz”.
Una Gnosis innata
“El recuerdo es para los que han olvidado” (Plotino)

Exactamente como señala Platón en sus obras, todo cono-


cimiento es recuerdo y, por lo tanto, el propósito de todo
sistema de formación de naturaleza iniciática consiste en
facilitar al discípulo un conjunto de herramientas eficaces
para que éste pueda hacer aflorar esa Gnosis Innata, ese
conocimiento primigenio que reside en su interior.

Existen diversos niveles de reminiscencia pero el más


importante de todos es, indudablemente, el recuerdo de
nuestra verdadera naturaleza, de quiénes somos realmen-
te y de qué estamos haciendo en este planeta. Para esto, la
pregunta clave es “¿Quién soy?”, el conocido Atma-vichara
del que tanto habló el gran Ramana Maharshi y que con-
siste en un estado de observación pura que se sustenta en
el procedimiento del “neti-neti” (“ni esto, ni lo otro”), es
decir en descartar todo lo que no somos, para finalmente
descubrir lo que somos.

En palabras de Antonio Blay: “El camino del conocimiento


busca conocer la Verdad, pero no cualquier verdad, sino
precisamente aquella que, una vez conocida, permite co-
nocer todas las demás cosas”, lo cual ya había sido ex-
presado antiguamente en los Upanishads: “Conoce en ti
aquello que, conociéndolo, todo se torna conocido”. (2)

Por eso decimos que el camino iniciático es un proceso de

9
remembranza, para re-cordar (volver a “cordis”, el cora-
zón) y, siendo así, en las enseñanzas sapienciales se utiliza
muchas veces el prefijo “re”: re-cordar, re-integrar, re-ligar,
re-unir, re-construir, re-gresar, re-vivir, etc., entendiendo
que esta senda no nos lleva hacia ningún lado que esté
adelante (pro) sino hacia atrás (re). Sin embargo, volver
atrás no tiene nada que ver con regresar al hombre-mo-
no sino que consiste en recuperar la condición de hom-
bre-Dios.

Volver a casa es retornar al mítico paraíso y este concep-


to capital aparece –de una u otra manera– en todas las
organizaciones de corte iniciático.

En este sentido deben interpretarse las palabras del ma-


són Walter Leslie Wilmshurst: “El Paraíso Perdido es el
verdadero tema central de la Masonería tanto como lo fue
de Milton, y también lo es de todos los antiguos sistemas
mistéricos. La doctrina masónica se centra y enfatiza el
hecho y el sentido de esta pérdida” (3).

De ahí la importancia del episodio bíblico de la caída para


todos los sistemas iniciáticos judeo-cristianos, lo cual sin-
tetiza muy bien Wilmshurst: “Sea como fuere que con-
templemos este acontecimiento [de la caída] –y a través
de la historia de la raza humana ha sido enseñado por me-
dio de innumerables formas y por toda clase de parábolas,
alegorías, mitos y leyendas– su único significado consiste
en que la humanidad en conjunto ha caído de su fuente y
lugar paterno original; que de estar inmerso en el centro
eterno de vida, el hombre ha resultado proyectado a la

10
circunferencia; y que en este presente mundo nuestro el
hombre sufre un período de restricción, ignorancia, disci-
plina y experiencia que lo capacitará para retornar al cen-
tro del que provino y al que en realidad pertenece” (4).

Pero, ¿quién debe recordar? El Alma. ¿Y cómo recuerda el


Alma? A través de su propio lenguaje. ¿Y cuál es el lenguaje
del Alma? El simbolismo.

Por esta razón, debemos comprender que los símbolos


son píldoras para la memoria, despertadores, flechas indi-
cadoras, miguitas de pan que nos indican el camino de re-
greso a casa. Cuando los símbolos se reúnen en un siste-
ma iniciático inmersos en un marco simbólico coherente,
éstos se transforman en verdaderas armas de destrucción
masiva cuyo cometido es dinamitar a la conciencia para
que ésta despierte.

Pero los símbolos no se razonan sino que se “captan in-


tuitivamente”. En este sentido, dice Fermín Vale Amesti: “El
conocimiento secreto es diferente del conocimiento que
se discute. El esoterismo es para las personas con capta-
ción intuitiva. (…) Cuando se hace referencia a ciertos
argumentos supra-racionales por medio de expresiones
dirigidas al Intelecto, lo que se intenta es provocar en el
Neófito un súbito reflejo intuitivo de la Verdad. La intui-
ción se manifiesta bajo una forma de inspiración de facetas
diversas: ideas que llegan súbitamente, voces interiores o
visiones, todas ellas simbólicas, porque el simbolismo es el
lenguaje del Alma”. (5)

11
Y entonces, “un símbolo permite, en una sola imagen o
palabra, resumir toda una historia o un largo discurso. El
símbolo es el intermediario entre la intuición y la inspira-
ción”. (6)

Los símbolos se ponen en acción (es decir, se “vivifican”


o se “activan”) a través del rito, lo que les permite liberar
toda su “energía-fuerza”, que puede ser captada, interio-
rizada y convertida en “carne y sangre” (encarnada) por
aquellas personas que pueden (o al menos intentan) ver
más allá de lo evidente. Siendo así, los secretos iniciáticos
siempre estarán protegidos de los curiosos y de aquellos
que –aún habiendo sido “iniciados ceremonialmente”–
nunca estuvieron dispuestos a morir y volver a nacer.

“La enseñanza que no despierta en quien la recibe una


resonancia personal no puede procurar ninguna clase de
conocimiento. (…) Todas las experiencias, todas las cosas
exteriores que rodean [al hombre] no son más que una
ocasión para ayudarle a tomar conocimiento de lo que
hay en sí mismo. Este despertar es lo que se llama anam-
nesis, que significa reminiscencia”. (René Guénon)

Notas del texto

(1) Blay, Antonio: “Maha-yoga: la investigación de la reali-


dad del yo”
(2) Mundaka Upanishad

12
(3) Wilmshurst, Walter Leslie: “El significado de la Maso-
nería”
(4) Wilmshurst: op. cit.
(5) Vale Amesti, Fermín: “El retorno de Henoch”
(6) Vale Amesti: op. cit.

13
Notas sobre Geometría Sagrada
En el umbral de la academia de Platón había un letrero
que decía: “Que nadie entre aquí si no sabe geometría”,
es decir que para ser aceptado en ese importante centro
cultural el estudiante tenía que apreciar en la geometría
“algo más” que un mero estudio de las propiedades y las
magnitudes de las figuras en el plano o en el espacio (1).

Siendo así, hay que entender que la Filosofía Iniciática es-


tablece una diferencia entre una geometría profana (a ve-
ces llamada “euclidiana”) y otra sagrada (o “pitagórica”), y
enseña que ambas no están desconectadas sino que son
dos caras –necesarias– de una misma moneda y que se
corresponden a lo exotérico y lo esotérico (lo evidente y
lo oculto).

Dice Fermín Vale Amesti que “cuando entre Iniciados se


habla de Geometría, [ésta] no se relaciona con “medidas
de la tierra”, sino del estudio y la práctica de los principios
que constituyen el fundamento o la “medida interior” de
la Creación o Manifestación en el Mundo Fenoménico, es
decir, en la Tierra. Es mediante el estudio de la medida in-
terna de la Naturaleza que el Iniciado puede llevar a cabo
la construcción del Templo interior” (2).

Todo el conocimiento francmasónico se fundamenta en


una geometría “filosofal”, un lenguaje sutil que constitu-
ye la clave para acceder a los secretos de la Masonería
Operativa, donde el constructor humano debe afanarse

14
por imitar al divino constructor o Gran Arquitecto del
Universo.

Por lo tanto, al hablar de geometría debemos recordar


que  “lo que se mide no es ninguna magnitud de superfi-
cie, aquello con lo que siempre se suele hoy vincular a la
medida. No es esta geometría de la que se trata, sino que
conjuntamente con la ciencia con la que se complementa,
la aritmética, se ocupan más bien de pautas, de armonías
que se producen de todas maneras y en distintos mundos
e igualmente de las proporciones que existen entre seres,
fenómenos y cosas” (3). Desde esta perspectiva, el estudio
profundo de la geometría nos afecta y al comprender el
sentido último de las figuras geométricas podemos llegar
a entender también el sentido último del Universo y de
nuestra propia existencia.

Toda figura geométrica, entendida como símbolo, se con-


vierte en una puerta a otra realidad y el estudio geométri-
co, comprendido de esta forma, deja de ser especulativo
para transformarse en una forma de meditación, donde es
posible saltar del intelecto a la intuición (4). ¿Y que pasa
cuando ocurre esto? El “sensorium interior” despierta, el
ojo oculto se abre y se presenta ante nosotros una reali-
dad detrás de la realidad que nos permite comprobar que
todo es Uno y que formamos parte de esa Unidad.

El humilde punto tiene muchos secretos que contarnos. El


cuadrado, en cuatro simples trazos, nos dice todo acerca
de la materia, el círculo revela el misterio de Dios y el

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triángulo nos enseña la Ley. ¡Y qué lindo es cuando empe-
zamos a darnos cuenta de todo esto!

Notas del texto

(1) Definición del DRAE


(2) Vale Amesti, Fermín: “Conocimiento iniciático y cultura
profana”
(3) González Frías, Federico: “Diccionario de símbolos y
temas misteriosos”
(4) De hecho, en algunas representaciones antiguas, la
Geometría se personificaba con una dama, mientras que
su aplicación terrenal era propiedad de los hombres. Aquí
notamos la complementareidad de lo femenino (intuición,
creatividad) con lo masculino (intelecto, ejecución)

16
Notas sobre Alquimia (I)
“La Obra tiene lugar en un reino intermedio entre el
Espíritu y la Materia” (Patrick Harpur)

Al hombre moderno le cuesta mucho entender la cosmo-


visión de los antiguos, en donde el ser humano no se sentía
divorciado de la Naturaleza sino que se consideraba parte
de ésta, encontrando por doquier correspondencias entre
lo de arriba y lo de abajo, lo de adentro y lo de afuera.

Este desprecio por los antiguos es bastante usual en los


ámbitos académicos contemporáneos, donde se conside-
ra a la Alquimia como una disciplina defectuosa, una pseu-
do-ciencia creada de mentes fantasiosas que querían fabri-
car oro partiendo del plomo y a la que, en ocasiones, se
le otorga un único mérito: ser la antecesora de la química
moderna.

No obstante, en los ámbitos iniciáticos la Alquimia no


es desdeñada sino que sigue siendo muy apreciada, dado
que en ella se resume –a través de metáforas e imáge-
nes– todo el proceso espiritual, desde la oscuridad a la
luz. Cabe destacar que los alquimistas verdaderos no ob-
servaban la Naturaleza por capricho sino para encontrar
en ella relaciones entre lo visible y lo invisible, entre los
procesos químicos que se producían dentro del atanor y
sus propios procesos interiores.

Esto significa que, al hablar de los siete metales y vincu-


larlos con los siete planetas, los alquimistas establecían un
18
vínculo entre el cielo y la tierra, pero aún más: si había
siete fuerzas arriba (los planetas) y siete fuerzas abajo (los
metales), ¿acaso no podrían hallarse esas siete fuerzas en
el interior del ser humano? ¿Y acaso estas siete fuerzas no
estaban vinculadas con los dioses: Mercurio, Júpiter, Satur-
no, Marte, Venus…? Por lo tanto, al hablar de astros, me-
tales, dioses, ¿no estaremos usando imágenes evocadoras
y símbolos marcantes para referirnos a fuerzas psíquicas,
condiciones del Alma o diferentes aspectos de nuestro
universo interior?

Esta diferenciación entre un “cielo afuera y arriba” (con


sus planetas) y un “cielo adentro y abajo” (con sus meta-
les) es fundamental para entender las diferentes discipli-
nas esotéricas, como la Alquimia y la verdadera Astrología,
que toman lo exterior (los planetas y los metales) como
excusa para profundizar en lo interior. Ciertamente, nadie
puede acercarse y comprender a la Alquimia y a la Astro-
logía con una mirada literal.

En palabras de Paracelso: “El hombre es un microcosmos


y es una copia abreviada del Universo o macrocosmos. La
actividad vital del Universo se manifiesta en el movimiento
de los astros y la formación subterránea de los metales”.

Para los alquimistas el oro es una imagen, un símbolo que


alude a “otra cosa”. Por esta razón declaraban en sus tex-
tos:  “Aurum nostrum non est aurum vulgi” (“Nuestro
oro no es el oro vulgar”), acusando a los buscadores de
oro físico de “sopladores”, aquellos que –según Guénon–
eran “los profanos que, ignorando el verdadero sentido de

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los símbolos de tal ciencia, los tomaban en un sentido gro-
seramente material” (1).

Por todo esto, no es raro encontrar en los viejos tex-


tos alquímicos citas como esta:  “La Obra está con vo-
sotros y en vosotros, de modo que si la encontráis en
vosotros mismos, donde está continuamente, también la
tendréis siempre y en cualquier parte en que os encon-
tréis, sea en la tierra o en el mar”. (2)

Ripley, su parte, señala: “Los filósofos dicen al que busca


que las aves y los peces nos traen la piedra; está en todas
las personas, en ti, en mí, en cada cosa, en el tiempo y en el
espacio” (3), lo cual está en perfecta consonancia con las
declaraciones de Nicolás Valois: “Hay una piedra de gran
virtud que es llamada piedra y no es piedra, y es mineral,
vegetal y animal, que se encuentra en todos los lugares y
en todos los tiempos, y en todas las personas.” (4)

Los alquimistas taoístas concuerdan con esto, y es Wu


Chen Pien quien aconsejaba: “No vayas a la montaña antes
de que el elixir haya sido producido, pues ni dentro ni fuera
de ella encontrarás la veta vital. Esta joya la poseen todos
los hombres, aunque suelen ignorar su existencia”. Cabe
destacar que en el taoísmo la montaña representa la Uni-
dad, la conexión entre lo de arriba y lo de abajo, el Yin y
el Yang, por eso los iniciados en ocasiones son llamados
“hombres de las montañas” (5).

Pero, ¿por qué los alquimistas utilizaban un lenguaje tan


complicado e imágenes tan difíciles de desentrañar? En

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rigor de verdad, los alquimistas –al tener que transmitir
un conocimiento inefable, que no podía comunicarse con
palabras– tenían que recurrir al lenguaje propio del Alma,
esto es: el simbolismo. Y, como sabemos, los símbolos
no tienen como objetivo convencer sino evocar, despertar
la intuición para que paulatinamente se produzca la cap-
tación intuitiva, pues éstos permiten “en una sola imagen
o palabra, resumir toda una historia o un largo discurso.
(…) El símbolo es, por lo tanto, un mediador o relaciona-
dor que hace las veces de puente entre lo abstracto y lo
concreto” (6). 

Por lo tanto, abordar los textos alquímicos únicamente


con la razón es una tarea inútil. Para entender el lenguaje
alquímico hay que recurrir a nuestra aliada en los terre-
nos del Alma:  la imaginación, que los propios alquimistas
llamaban “imaginatio vera” para diferenciarla de la simple
fantasía.

Dice Carl Gustav Jung: “La imaginatio, tal como los alqui-


mistas la entienden, es en realidad una clave para abrir las
puertas del secreto del opus: sabemos ahora que se trata
de la simbolización y realización de lo mayor, que el anima
imagina creadoramente. (…) El lugar o el medio de la rea-
lización no son ni el Espíritu ni la Materia, sino ese cam-
po intermedio de realidad sutil, que únicamente puede
expresarse de manera suficiente por medio del símbolo.
El símbolo no es abstracto ni concreto, no es racional ni
irracional, tampoco real ni irreal” (7).

Siendo así, el trabajo alquímico interior está supeditado

21
a un entrenamiento imaginal, que casi todas las escuelas
iniciáticas poseen pero que –lamentablemente– apenas un
puñado lleva a la práctica.

Notas del texto

(1) Guénon, René: “Precisiones necesarias”


(2) Anónimo: “Tratado Áureo de Hermes”
(3) George Ripley, citado por Carl Gustav Jung: “Psicología
y Alquimia”
(4) Citado por Fulcanelli: “El misterio de las catedrales”
(5) El caracter chino “yin” representa originalmente la
parte norte de una montaña (en el hemisferio norte es la
parte oscura, no iluminada por el sol y, por lo tanto, fría y
difícil de ser escalada) mientras que “yang” alude a la parte
sur (soleada, luminosa, más fácil de ser subida). Dice Hi
ts’eu: “Un (aspecto) yin, un (aspecto) yang, eso es el Tao”.
(6) Vale Amesti, Fermín: “El retorno de Henoch”
(7) Jung, Carl Gustav: “Psicología y Alquimia”

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Notas sobre Alquimia (II)
La unión del Rey Rojo y la Reina Blanca entendida como
una “boda alquí­mica” es uno de los símbolos centrales de
la Gran Obra, y alude a la reunión de dos fuerzas pri-
migenias polares, una de na­turaleza positiva (el Sol, Shiva,
Azufre, Rajas, Yang) y otra de natura­leza negativa (la Luna,
Shakti, Mercurio, Tamas,Yin).
Como consecuencia de esta unión del Azufre y del Mercu-
rio surge una tercera fuerza andrógina que representa la
armonía de los opuestos o “coincidentia oppositorum” y
que es llamada Sal. Obviamente, los alquimistas no se re-
ferían al azufre, al mercurio y a la sal vulgares sino que
utilizaban un lenguaje químico para representar principios
metafísicos.
Y, justamente, debemos entender al Azufre, el Mercurio y
la Sal como principios.
Los alquimistas hablaban de una Materia Prima que era di-
ferenciada en Azufre y Mercurio, y a partir de estos dos
principios (juntándose en diferentes proporciones) se for-
maban todos los cuerpos, postulando que “todo se com-
pone de materias sulfurosas y mercuriales”. Por lo tanto,
el Azufre representa el principio masculino, activo, viril
y luminoso de la Materia Prima, mientras que el Mercu-
rio alude al principio femenino, pasivo y formal de la Ma-
teria Primera.
Siguiendo esta idea, en todos los metales existe una com-
binación distinta de azufre y mercurio, pero solamente
en la plata y el oro esta com­binación es justa y perfec-

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ta. Por lo tanto, puede hablarse de un polo negativo de
perfección (plata-mercurio-luna) y un polo positivo de
perfección (oro-azufre-sol), al mismo tiempo que en los
restantes metales la combinación no es lo suficientemente
equilibrada. En palabras de Ro­ger Bacon: “Yo sostengo que
la Naturaleza tiene por objetivo y se esfuerza sin cesar
por alcanzar la perfección, el oro. Pero a conse­cuencia de
accidentes, que entraban su marcha, nacen las variedades
metálicas”.
¿Qué hacían entonces los alquimistas? Ayudaban a la Na-
turaleza a perfeccionarse, a acelerar procesos, donde “el
tempo geológico era cambiado por tempo vital” (1), lo
cual fue explicado por un alquimista del siglo XVIII de este
modo:  “Lo que la Naturaleza ha hecho en el comienzo
podemos hacerlo nosotros igualmente, remontándonos al
procedimiento que ella ha seguido. Lo que ella acaso siga
haciendo con ayuda de siglos en sus soledades subterrá-
neas, nosotros podemos hacer que lo concluya en un solo
instante, ayudándola y poniéndola en mejores circunstan-
cias. Del mismo modo que hacemos el pan, podemos ha-
cer los metales. Sin nosotros la espiga no maduraría en los
campos; el trigo no se convertiría en harina sin nuestros
molinos, ni la harina en pan sin el amasamiento y la coc-
ción. Concertémonos, pues, con la Naturaleza para la obra
mineral, lo mismo que para la obra agrícola, y sus tesoros
se abrirán para nosotros” (2).
Siendo así, los alquimistas creían que “si nada entorpece
el proceso de gestación, todos los minerales se convier-
ten con el paso del tiempo en oro” (3) y –valiéndose de
analogías entre lo de afuera y lo de adentro– entendían

24
ese proceso “externo” (lento en el mundo natural y ace-
lerado dentro del horno alquímico) como el reflejo de
otro proceso que se producía en el interior de cada ser
humano, donde las tres energías primigenias se oponen, se
contradicen y se vuelven a unir. Tres principios afuera, tres
principios adentro. Así como es arriba es abajo. Así como
es afuera es adentro (4).
En el matrimonio alquímico, el Rey sulfuroso y la Reina
mercurial morían, eran enterrados juntos y luego volvían
a vivir totalmente rejuvenecidos. Disolver y coagular, sepa-
rar para volver a unir: Solve et Coagula. Según Titus Burc­
khardt:  “El mercurio se incorpora al azufre y viceversa;
ambas fuerzas “mueren” en su calidad de antagonistas y
oponentes. Entonces, la luna del Alma, variable y reflectan-
te como un espejo, se une al inmutable sol del Espíritu, de
manera que aquélla queda al mismo tiempo extinguida e
iluminada” (5).
Con esta muerte a lo viejo y con el nacimiento de algo
nuevo y mejor, lo corpóreo es espiritualizado y lo espiri-
tual corporizado, a fin de hacer fijo lo volátil y volátil lo fijo
(“Fac fixum volatile et volatile fixum”).
Además de los tres principios, los alquimistas hablaban
de cuatro elementos: Tierra, Agua, Aire y Fuego, que ha-
cían alusión a los estados de la materia, desde lo más den-
so a lo más sutil. Dicho de otro modo, estos elementos se
usaban para representar los diferentes grados de sutilidad:
lo sólido vinculado a la Tierra, lo líquido al Agua, lo gaseo-
so al Aire y lo gaseoso sutil al Fuego.
Pero los cuatro elementos, además de representar esta-
dos físicos también aludían a cualidades, a saber:

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Tierra: seca y fría.
Agua: fría y húmeda.
Aire: húmedo y caliente.
Fuego: caliente y seco.
Siguiendo el viejo enunciado: “Todo lo que existe en el
macrocosmos lo posee también el ser humano”, es de-
cir:  cuatro elementos fuera, cuatro elementos dentro, los
autores antiguos buscaron una correspondencia de es-
tos elementos con diferentes aspectos del ser humano.
En primer lugar, el elemento Tierra se vinculó con lo más
denso en nosotros y el elemento Fuego con lo más sutil,
mientras que el orden del Agua y del Aire puede aparecer
intercambiado en ocasiones. Esto no afecta al sentido úl-
timo de este simbolismo, donde lo importante es la com-
prensión de los diferentes grados de sutilidad.
Uno de los criterios más extendidos (6) para vincular a
los elementos con aspectos humanos es el siguiente:
Tierra – Cuerpo físico, corporalidad.
Agua – Cuerpo vital o pránico, vitalidad.
Aire – Cuerpo emocional, afectividad.
Fuego – Mente de deseos, creatividad.
Estos cuatro elementos confluyen en un quinto elemento
o “quintaesencia” de naturaleza espiritual, y que Aristóte-
les consideraba el más noble de todos: el “primer elemen-
to” (proton soma), anterior y fundamento de los demás.
En concordancia con todo esto, la tradición vedantina ha-
bla de los cinco koshas (envolturas del Atman) y los orde-
na de este modo:

26
Anamayakosha: Cuerpo físico (Tierra)
Pranamayakosha: Cuerpo energético o pránico (Agua)
Manomayakosha: Cuerpo mental (Fuego)
Vgnyanamayakosha: Cuerpo psíquico (Aire)
Anandamayakosha: Cuerpo espiritual (Éter)

A modo de síntesis de todo lo anterior, podemos citar a


Albert Poisson quien señaló que “la Materia de la piedra
tiene tres ángulos en su substancia (los tres principios),
cuatro ángulos en su virtud (los elementos), dos ángulos
en su materia (fijo y volátil), un ángulo en su raíz (la ma-
teria universal)” (7), lo cual podría representarse con el
siguiente esquema:

27
Esta sucesión puede expresarse también de este modo:
1 – Unidad: Materia Prima
2 – Dualidad: Azufre-Mercurio
3 – Trinidad: Generación del tercer principio: Sal
4 – Cuaternidad: Los cuatro elementos (Tierra-Agua-Ai-
re-Fuego)
Observando este proceso, queda en evidencia que el quin-
to elemento representaría un retorno a la fuente, y que
esta sucesión es bastante similar la tetraktys pitagórica,
donde 1+2+3+4 es igual a 10, y donde 10 es 1+0=1, la
vuelta a la Unidad.

Notas del texto

(1) Eliade, Mircea: “Herreros y Alquimistas”


(2) Citado por Eliade: op. cit.
(3) Eliade: op. cit.
(4) Hay que ser precavidos al adentrarnos en el simbolis-
mo alquímico porque los mismos símbolos pueden repre-
sentar cosas diferentes y estas supuestas contradicciones
nos pueden llevar a callejones sin salida.
(5) Burckhardt, Titus: “Alquimia”
(6) Como dije antes, este no es el único criterio de cla-
sificación. Existen otros diferentes, donde se observan
los mismos símbolos desde otra perspectiva y esto es
perfectamente válido, dado que los símbolos suelen ser
muy escurridizos.
(7) Poisson, Albert: “Teorías y símbolos de los alquimistas”

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Notas sobre Alquimia (III)
En estos tiempos que los medios nos advierten una y otra
vez que en pocos años más un enorme porcentaje de pro-
fesiones y oficios serán ejecutados por robots, a mí se me
ocurrió pensar en los robots intentando desentrañar los
misterios de la Alquimia. ¿Sería esto posible?

No hay que pensar mucho, en verdad. La respuesta es evi-


dente: a un procesador informático le costaría muchísimo
entender los textos alquímicos porque en éstos se viola
continuamente el principio de no contradicción, se usan
las mismas palabras para designar cosas diferentes y pala-
bras diferentes para designar las mismas cosas. Además, a
los alquimistas les encantaba poner pistas falsas e incluso
mentían deliberadamente a fin de despistar a los profanos
(que ellos llamaban “sopladores”).

Para introducirse en la Alquimia hay que penetrar los sím-


bolos, ir más allá de lo evidente y eso solamente puede ha-
cerse dejando de lado la razón y acudiendo a la intuición,
leyendo lo que no se dice e incluso descartando lo que se
dice. En otras palabras, todo literalismo mata al símbolo, lo
encorseta y lo despoja de su poder operativo.

Una de las supuestas contradicciones de la Alquimia, y que


nos puede llevar a un callejón sin salida, es la relacionada
al ternario sal-azufre-mercurio.

Dice René Guénon justamente sobre esto: “Es menes-

29
ter prestar la mayor atención, al comparar entre sí dife-
rentes ternarios, a que la correspondencia de sus térmi-
nos puede variar según el punto de vista desde el cual se
los considera. En efecto, el Mercurio, en tanto que princi-
pio “anímico”, corresponde al “mundo intermediario” o al
término mediano del Tribhuvana, y la Sal, en tanto que es,
no diremos idéntica, pero sí al menos comparable al cuer-
po, ocupa la misma posición extrema que el dominio de la
manifestación grosera; pero, bajo otra relación, la situación
respectiva de estos dos términos aparece como la inversa
de ésta, es decir, que es la Sal la que deviene entonces el
término mediano”.

Esto es interesante, porque al vincular los tres principios


(Azufre-Sal-Mercurio) con las “orientaciones del Alma”,
una hacia la Tierra (Cuerpo) y otra hacia el Cielo (Espí-
ritu) nos podremos llegar a confundir al considerar a la
Sal como elemento intermedio cuando ésta estaría repre-
sentando justamente al “Cuerpo”. La pregunta obvia sería:
¿cómo puede ser el Cuerpo un elemento intermediario
entre el Alma y el Espíritu?

Sigamos adelante y no dejemos que el árbol no nos impida


ver el bosque. No nos quedemos anclados en terminolo-
gía. Guénon insiste: “No podemos identificar sin reservas
la Sal al cuerpo; para ser exacto, solo se puede decir que
el cuerpo corresponde a la Sal bajo un cierto aspecto o en
una aplicación particular del ternario alquímico”.

Este punto es bastante importante y vale la pena profundi-


zar en las declaraciones del escritor francés: “En cuanto al

30
Mercurio, su pasividad, correlativamente a la actividad del
Azufre, le hace ser considerado como principio húmedo;
y se considera que reacciona desde el exterior, de suerte
que en este aspecto desempeña el papel de fuerza centrí-
peta y compresiva, que se opone a la acción centrífuga y
expansiva del Azufre y en cierta manera la limita. Por to-
dos estos caracteres respectivamente complementarios,
actividad y pasividad, “interioridad” y “exterioridad”, ex-
pansión y compresión, se ve, volviendo al lenguaje extre-
mo-oriental, que el Azufre es yang y el Mercurio yin, y que,
si al primero se lo relaciona con el orden de las influencias
celestiales, al segundo se lo ha de relacionar con el de las
influencias terrenales. No obstante, hay que fijarse bien en
que el Mercurio no se sitúa en la esfera corporal, sino en
la esfera sutil o anímica”. (1)

En resumen: cuando hablamos de Cuerpo-Alma-Espíri-


tu usualmente se colocan el Cuerpo y el Espíritu como
opuestos que pueden ser unificados por el Alma, que ac-
túa como intermediaria. Lo que Guénon dice (y que pue-
de ser comprobable al estudiar los textos alquímicos anti-
guos) es que –desde cierto punto de vista– los extremos
aquí son el Azufre y el Mercurio, los cuales representan
al Espíritu y al Alma, mientras que el elemento mediador
es la Sal, que simboliza el Cuerpo. Si nos quedamos con la
letra muerta, este galimatías es imposible de ser resuelto,
pero si analizamos esto más allá de lo evidente encontra-
remos el sentido último de esta enseñanza.

Enfrentarse a los textos alquímicos suele ser una expe-


riencia frustrante, más aún si uno trata de abordarlos de

31
forma lógica y racional, dado que la Alquimia tiene “otra
lógica” y no es irracional sino supra-racional. Las obras
clásicas de Alquimia deben leerse con los ojos del cora-
zón, con la profunda mirada del Alma. Por esta razón, el
secreto de la Gran Obra siempre estará a salvo de los
profanos, los curiosos, los sopladores… y los robots.

“Procul binc, procul ite prophani” (2).

Concordancia

 “¡Pobre estúpido! ¿Eres tan ingenuo para creer que ense-


ñaríamos clara y abiertamente el mayor y más importante
misterio? Te aseguro que aquél que intenta entender en el
sentido literal normal lo que la filosofía hermética ha es-
crito se topará con los meandros de un laberinto del que
nunca saldrá, pues le falta el hilo de Ariadna que podría
guiarle a la salida.” (Artefio)

“Cuando hablábamos abiertamente, no decíamos –en rea-


lidad– nada. Pero cuando escribíamos en lenguaje cifrado
y en imágenes, ocultábamos la verdad.” (Rosario Philoso-
phorum)

“Debes saber que los filósofos, por previsión, han escrito


diversas cosas para que los ignorantes que sólo buscaban
el oro y la plata fuesen engañados…”  (Basilio Valentín)

32
Notas del texto

(1) Guénon, René: “La Gran Tríada”


(2) “¡Lejos de aquí, alejaos profanos!”. Virgilio:  Eneida VI,
255.

33
Notas sobre Alquimia (IV)
“Los Filósofos siempre han tenido un gran cuidado en
ocultar el conocimiento de su fuego, de manera que casi
nunca hablan abiertamente de él” (D’Espagnet)

En sus textos, los alquimistas afirmaban que una de las


claves de su trabajo residía en el correcto uso del fuego,
e incluso llegaron a hablar de un arte del fuego (ars ignis).

En este arte ígneo existían dos fuegos principales: uno ex-


terno y otro interno.

Sobre esto, dice D’Espagnet: “El primer motor de la Natu-


raleza es el fuego externo, moderador del fuego interno y
de toda la obra. Que el Filósofo conozca bien el Régimen,
observando puntos y grados, porque de él dependen la
salud o la ruina de la obra. De este modo el Arte viene en
auxilio de la Naturaleza y es el Filósofo el administrador
de uno y otra”. (1) Este autor también sostiene que “estos
dos fuegos se unen y se alían muy bien, interiormente,
dado que son conformes y homogéneos: el interno tie-
ne necesidad del externo, que el Filósofo añade según los
preceptos del Arte y de la Naturaleza; éste incita al otro
al movimiento. Estos fuegos son como dos ruedas, la que
está oculta se mueve más rápida o lentamente. según la
manera en que sea incitada y empujada por aquella otra
que está manifiesta”. (2)

¿Cómo se entiende esto desde una interpretación me-

34
tafísica de la Gran Obra? Esta doble condición del fuego
indica que los procesos químicos que van sucediéndose
dentro del horno precisan ser estimulados por un fuego
exterior en diferentes grados. Pero este fuego no se en-
ciende por sí solo sino que necesita de un combustible,
es decir de un material capaz de liberar energía y generar
calor (madera, carbón, etc.).

Las impresiones

En el caso del ser humano, podemos ver al fuego externo


como aquellas situaciones o eventos que experimentamos
cotidianamente y que generan “impresiones” (3). Lo que
enciende el fuego interior y lo estimula es todo lo que
pasa afuera, y de ahí que D’Espagnet diga que “el fuego
interno tiene necesidad del externo”. Son inseparables.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, una im-


presión es “un efecto o sensación que algo o alguien cau-
sa en el ánimo” y esta era una de las enseñanzas funda-
mentales de la Escuela del Cuarto Camino de Georges
Gurdjieff.

Uno de sus discípulos, Maurice Nicoll, reveló que “las im-


presiones son un alimento, no un alimento fisico, sino un
alimento psicologico. (...) La mente es un estómago. ¿Con
qué va a alimentar su mente? ¿Seguirá comiendo estos
alimentos descompuestos? Ahora bien, un gourmet que
discrimina pondrá a un lado las aceitunas que no saben
bien, el caviar que huele demasiado, y escogerá lo que se-

35
gún su parecer es alimento sano, pero en lo que respecta
al alimento psicológico de impresiones, ¿aplicamos acaso
las mismas reglas elementales y obvias para escoger lo que
absorbemos de los que oímos y vemos?”. (4)

Por su parte, Ouspensky dice: “Admitir las impresiones


significa que cierta energía ingresa con ellas. Toda la ener-
gía que usted recibe es alimento. El alimento que usted
come es material burdo, el aire es más fino, las impresio-
nes son el alimento más fino y más importante. El hombre
no puede vivir un solo momento sin impresiones. Aunque
esté inconsciente, hay impresiones”. (5)

Las escuelas iniciáticas han trabajado, a lo largo de la histo-


ria, con estas “impresiones” tratando siempre de contro-
larlas e incluso transformarlas.

La “ataraxia” de los estoicos se refería justamente a esto,


la cual es perfectamente definida por Séneca: “No es in-
vulnerable el que no es herido, sino el que no puede ser
ofendido: por este signo reconoceré al sabio. No impor-
ta que arrojen en contra de él muchas flechas, dado que
ninguna puede herirlo: de la misma manera que el hierro
no puede vencer la dureza de ciertas piedras, ni puede
cortarse, dividirse o consumir el diamante (...),y como
ciertos escollos salientes en el mar pueden romper la ola,
sin mostrar ellos ningún signo de la violencia que los ha
azotado durante tantos siglos, así es sólida el alma del sa-
bio”. (6)

Las impresiones exteriores son inevitables, pero la forma

36
de procesar las mismas (ese fuego externo) depende de
cada uno de nosotros. En palabras de Victor Frankl: “La
última gran libertad de una persona es poder escoger la
actitud que adoptará ante cualquier conjunto dado de cir-
cunstancias” (7).

El Cuarto Camino habla de “transformar las impresiones”,


de tomar las riendas ante los eventos externos, y sobre
esto explica Nicoll: “El lado práctico del trabajo todo se
relaciona con la transformación de las impresiones y lo
que resulta de las impresiones. El trabajo sobre las emo-
ciones negativas, sobre los estados de ánimo enojosos,
sobre la identificación, sobre la consideración, sobre la
mentira interior, sobre la imaginación, sobre los “yoes” su-
cesivos, sobre la justificación de sí, y sobre los estados de
sueño, se relaciona en todo con la transformación de las
impresiones y lo que resulta de ello”. (8)

Los cuatro grados del fuego

En relación con esto, y siempre trazando un paralelismo


entre las enseñanzas tradicionales y nuestra vida interior,
vale la pena prestar atención a los cuatro grados del fuego
que se explican en los viejos textos de Alquimia, los cuales
generaban diferentes reacciones dentro del atanor:

Primer grado: Un fuego “infernal” que quema.


Segundo grado: Un fuego “elemental” que arde.
Tercer grado: Un fuego “contenido” que calienta.
Cuarto grado: Un fuego “trascendente” que ilumina.

37
Blaise de Vigenère lo dice de este modo: “Hay cuatro tipos
de fuegos, el del mundo inteligible que es todo luz; el fuego
celestial que participa de calor y de luz; el elemental de
aquí abajo de luz, calor y ardor; y finalmente, el fuego infer-
nal, el fuego del interior de la Tierra que, al contrario del
inteligible, es ardor y abrasamiento sin ninguna luz”. (9)

Si vinculamos estos cuatro fuegos con diferentes tipos de


experiencias personales, podremos concluir que:

a) El fuego de primer grado quema, calcina, devora y, por


lo tanto, provoca un fuerte dolor. Es el fuego infernal del
que habla Vigenère. Esto sucede con las experiencias lími-
tes de nuestra vida: accidentes, enfermedades incurables,
muertes de seres queridos, violaciones, episodios de vio-
lencia, etc., situaciones límite que suelen ser removedoras
y que no nos dejan indiferentes.

b) El fuego de segundo grado arde, irrita, nos molesta y,


de este modo, nos termina movilizando. Incluye todas las
experiencias que nos incomodan, malestares, inconformi-
dades de todo tipo (a nivel laboral, de pareja, etc.) y que
–en algún momento– se hacen insostenibles.

c) El fuego de tercer grado calienta, es decir que nos re-


conforta. Nos brinda tranquilidad, seguridad y placer, y por
lo tanto, puede llegar a inmovilizarnos. En el ámbito espi-
ritual, el confort puede ser beneficioso pero la mayoría de
las veces, por el contrario, es un obstáculo a vencer.

38
d) El fuego de cuarto grado es un fuego contenido que
ilumina y que purifica profundamente. Se vincula con las
experiencias cumbre de tipo místico o espiritual, donde
terminan disolviéndose las fronteras del yo.

Sobre estos fuegos dice Enrique Eskenazi: “Lo interesante


es que los cuatro fuegos están escalonados.Y por lo tanto,
ese ardor, abrasamiento espera a transformarse en calor.
Y ese calor espera transformarse en energía astral. Y esa
energía astral finalmente aspira a devenir en luz inteligi-
ble”. (10)

En otras palabras: todas las experiencias vitales tienen un


mismo propósito y nos llevan a un mismo lugar.

Los fuegos externos no se generan porque sí. No son ca-


suales, son causales y son, justamente, los fuegos que ne-
cesitamos para que dentro de nosotros se lleva a cabo la
Gran Obra. El mundo que situamos “fuera” de nosotros
(personas, accidentes, alegrías y pesares) está íntimamente
vinculado a nuestro mundo interior y está subordinado
a las necesidades del Alma, a todo aquello que nos urge
aprender para despertarnos y encaminar nuestros pasos
de regreso a casa.

¿Esto es todo lo que puede decirse sobre el fuego alquí-


mico? Por supuesto que no, porque hay varias claves de
interpretación vinculadas al fuego y –como bien dice Mi-
chael Maier– “existen entre los filósofos numerosas clases
de fuegos” (11).

39
Según D’Espagnet: “Los autores, con una manera de hablar
distinta, envuelven a menudo con tinieblas la luz del fuego
de los filósofos, pues el conocimiento del fuego viene a ser
entre ellos uno de los principales secretos” (12).

Notas del texto

(1) D’Espagnet, Jean: “La obra secreta de la filosofía de


Hermes”
(2) D’Espagnet: op. cit.
(3) Las “impresiones” han sido estudiadas primeramen-
te por la filosofía, especialmente por David Hume y Em-
manuel Kant.
(4) Nicoll, Maurice: “Comentarios psicológicos sobre las
enseñanzas de Gurdjieff y Ouspensky”
(5) Ouspensky, Piotr: “El cuarto camino”
(6) Séneca: “De la constancia del sabio”
(7) Frankl,Victor: “El hombre en busca de sentido”
(8) Nicoll: op. cit.
(9) de Vigenère, Blaise: “El tratado del Fuego y de la Sal”
(10) Eskenazi, Enrique: “Fuego en la piedra”
(11) Maier, Michael: “Atalanta Fugiens”
(12) D’Espagnet: op. cit.

40
El emblema rosacruz
El emblema de nuestra Orden es una cruz de oro trebola-
da donde florece una rosa roja de cinco pétalos.

La primera aparición documentada de una cruz de estas


características data de una extraña obra que apareció en
1785 en la ciudad de Altona (Alemania) y que se titula-
ba “Símbolos Secretos de los Rosacruces”, en la que apa-
recían diversos emblemas alquímicos, entre ellos una cruz
donde podía verse un Cristo vivo bajo una rosa roja y la
frase bíblica “Yo soy la rosa de Sarón y el lirio de los va-
lles”.

En ese mismo libro, puede apreciarse otra cruz dorada


con puntas rematadas en forma de trébol bajo el títu-
lo “Mysterium Magnum Studium Universalis”, la cual está
acompañada por dos águilas bicéfalas, una dorada, otra
plateada, y por los tres principios de la Gran Obra: Sal,
Mercurio y Azufre.

Esta cruz de oro y trebolada que es –justamente– la que


usamos en la Orden Rosacruz Iniciática, tiene tres carac-
terísticas fundamentales:

La primera es su color: dorado, lo cual es una alusión clara


al oro como noble metal y como correspondencia terres-
tre del sol en los cielos. En la simbología tradicional tanto
el oro como el sol se representan con un círculo con un
punto central.

41
El oro representa siempre la perfección, la luminosidad, la
nobleza, y desde una perspectiva simbólica, es la coagula-
ción o materialización del sol.

La segunda característica son sus brazos iguales, los cuales


representan en una primera mirada dos energías que se
cruzan y que en este cruce determinan cuatro direccio-
nes y un punto central. En la Alquimia estas dos energías
son Azufre y Mercurio que al cruzarse generan un tercer
principio, la Sal. Esto generalmente se representa con un
triángulo y se corresponde con la tricotomía Cuerpo-Al-
ma-Espíritu.

Pero también podemos hablar de cuatro direcciones que


surgen de este cruce y que siempre han sido relacionadas
con los cuatro elementos: Tierra abajo, Aire arriba y por
otro lado Fuego a un lado como oposición al Agua. Cuatro
elementos que determinan un quinto elemento central, el
éter, la quintaesencia.

La tercera característica son las puntas rematadas en for-


ma de trébol, por lo tanto estamos hablando de una cruz
trebolada. Otra vez el número tres que aparece pero re-
petido cuatro veces, por lo tanto estamos hablando del
número 12, que es una alusión tanto a los doce signos
zodiacales como a doce energías diferentes y complemen-
tarias en torno a un centro.

Esto se hace patente en la mesa de la última cena, con


el Cristo ocupando el rol central y doce apóstoles que
lo acompañan, o bien en la mesa redonda del Rey Arturo,

42
muchas veces con doce caballeros en torno al Grial, y tam-
bién lo podemos ver en las doce tribus de Israel durante
el éxodo alrededor del tabernáculo donde se guardaba el
arca de la alianza. Hay muchos ejemplos más de esta sim-
bología a lo largo de la historia. Me viene a la memoria
San Francisco de Asis, con su mesa austera con los doce
hermanos originales de su orden, e incluso la bandera de
Europa con doce estrellas que aluden a la virgen María y
la corona de doce estrellas que aparece en el Apocalipsis.

En rigor de verdad, existen muchas versiones del emblema


rosacruz, cada uno acentuando algún aspecto de la tradi-
ción.

Nuestra Orden adoptó la rosa de cinco petalos por varios


motivos. En primer lugar porque es una flor alquímica, que
aparece en muchos libros clásicos de la Gran Obra.

En segundo lugar porque los cinco pétalos aluden a los cin-


co elementos integrados, que nos recuerdan las áreas de
nuestro entrenamiento iniciático y un esquema de grados
quinario, de cinco grados, cada uno relacionado a un ele-
mento y a una etapa de la gran obra.

La rosa es roja porque en los trabajos clásicos de alquimia


se dice que la piedra filosofal es de color rojo y porque
la rosa roja representa a la rosa blanca teñida con sangre,
recordando que la sangre es símbolo y vehículo del Alma.
Por lo tanto, es una rosa “animada”, llena de “ánima”, ple-
tórica de vida, de energía.

43
La rosa de cinco pétalos puede encontrarse también en la
naturaleza y es la más humilde de las rosas, la rosa englan-
teria, un arbusto que crece en algunas zonas de Europa y
de Sudamérica, donde también se la conoce como rosa
mosqueta.

En la rosa simbólica de nuestro emblema también aparece


una estrella de cinco puntas (el pentagrama) que simboliza
al hombre con sus extremidades extendidas, ya que esos
cinco elementos también están presentes en el ser huma-
no en diferentes aspectos: la Tierra en el cuerpo físico, el
Aire en las emociones, el Fuego en los pensamientos, etc.
Delante de la estrella está el círculo, una figura universal y
arquetípica que representa –al igual que el oro– la perfec-
ción. Pero lo interesante del círculo es que no es otra cosa
que un reflejo del centro, de un centro del cual depende y
que representa la fuente, el punto de origen.

Y de este modo hemos repasado –a vuelo de pájaro– el


sentido de nuestro emblema, pero hay algo que no he di-
cho y es que este emblema representa nuestro egrégor: el
egrégor de la rosacruz, esa energía conjunta que nos anima
y que nos permite conectar con la Tradición Primordial.

Por eso, este símbolo es mucho más que un logo. Y eso


siempre hay que recordarlo.

44
Visión de día y visión de noche
La palabra “símbolo” proviene del griego symbolon y en
su origen hacía referencia a un objeto partido por la mi-
tad (medalla, moneda) del que dos personas conservaban
cada uno una mitad, exactamente como las medallitas que
aún venden algunas joyerías para amigos y enamorados.

Del mismo modo que lo simbólico (sym-ballein=lo que


une) nos permite volver a integrar algo que en su origen
estuvo unido, lo diabólico (dia-ballein=separar) significa
todo aquello que desintegra, que disgrega. Por lo tanto, la
palabra “diabólico” no tiene nada que ver con un señor de
cuernitos y cola puntiaguda sino que alude a todo aquello
que nos confunde y que nos separa de nuestro origen.

Estas fuerzas (“simbólica” y “diabólica”) son también aque-


llas que residen en nuestro interior. Una de ellas nos lleva
al centro (es concéntrica, centrípeta) y la otra nos aleja de
él (es excéntrica, centrífuga). Estas son, pues, las dos orien-
taciones básicas del Alma, una hacia el cielo y otra hacia el
suelo, una que nos libera, otra que nos mantiene cautivos.

Para los profanos, es decir para aquellos que no pueden


ver más allá de la superficie, el simbolismo es una pérdida
de tiempo, un entretenimiento sin valor práctico, propio
de soñadores, poetas o volados. Para ellos, una espada ri-
tual no es otra cosa que un trozo de metal con un mango
y que posee un valor utilitario o decorativo. ¡Nada más!
No obstante, para aquellos que transitan la Via Lucis, esa
misma espada es un puente de conexión entre dos mun-
45
dos, un instrumento mágico que permite –al mismo tiem-
po– aniquilar lo viejo y dar vida a algo nuevo y mejor.

En “El rayo verde”, una novela de Julio Verne muy inte-


resante, esta visión miope y materialista está bien repre-
sentada por el personaje de Aristobulus Ursiclos que –al
contemplar un maravilloso mar en el atardecer, pletórico
de belleza, simbolismo y poesía– pronuncia estas palabras:
“¡El mar…! Una combinación química de hidrógeno y de
oxígeno, con un dos y medio por ciento de cloruro sódico.
Nada más bello, en efecto, que los furores del cloruro de
sodio”. (1)

En consonancia con Ursiclos, algunos científicos moder-


nos (como Edouard Punset) declaran impunemente que
“el Alma está en el cerebro”, haciéndonos creer que so-
mos un cerebro con patas y que nos movemos, sentimos,
amamos, pensamos y actuamos en función de procesos
electroquímicos. Por eso, no es extraño que un científico
materialista haya llegado a declarar que “los pensamientos
son secreciones” y que otro haya calculado que el Alma
pesa... 21 gramos.

Este tipo de declaraciones no son raras en la actualidad, en


este “reino de la cantidad” que denunciara René Guénon
en sus obras, donde los pensadores materialistas decla-
ran que únicamente existen los hechos positivos, es decir
tan solo aquello que puede ser tocado, olfateado, medido.
Nada más.

En las antípodas de este pensamiento encontramos al bió-

46
logo Rupert Sheldrake, el que denunció sin tapujos que,
durante su formación académica, se le inculcó insistente-
mente la idea de que “los organismos biológicos eran en
realidad máquinas inanimadas, carentes de todo propósito
intrínseco, productos del ciego azar y de la selección na-
tural; [y que] toda la naturaleza no era más que un sistema
mecánico inanimado”. (2)

Sheldrake, cuya charla Ted fue censurada por atreverse a


numerar los “diez dogmas de la ciencia moderna”, sostiene
que el cerebro es un puente que nos permite conectarnos
con otras realidades. En otras palabras, el mismo no es un
almacén de recuerdos sino que “podría parecerse más a
un aparato de televisión que a una grabadora. Lo que ve-
mos en televisión depende de la sintonización del aparato
con campos invisibles”. (3)

Es la vieja cuestión del instrumento y el instrumentista. Un


piano puede ser excelente y sin duda en los conciertos los
sonidos proceden de su interior, pero para poder sonar
y cumplir con su propósito necesita de un instrumentista
que lo toque con maestría. De otro modo no pasará de
ser un objeto inanimado.

¿Hacia donde voy con todo esto? A que una mirada muerta
y superficial solamente puede observar cosas separadas y
eventos fortuitos, y desde esa perspectiva es bastante fácil
concluir que la existencia humana carece de propósito y
que está sujeta a la casualidad y a los accidentes.

Pero existe otra mirada. Una forma de contemplación

47
suprasensorial, la única que nos permite ver el corazón
detrás de la corteza y así descubrir un mundo vivo, pro-
fundo, lleno de alma, donde los accidentes no son otra
cosa que pruebas, desafíos existen­ciales, en otras palabras:
necesidades del Alma.

El universo nos devuelve nuestra mirada (4), es decir que


donde un profano ve muerte y diversidad, un iniciado con-
templa vida y unidad. El mundo es el mismo, pero enton-
ces ¿dónde radica la diferencia? En la forma de mirar.

Gustav Theodor Fechner, en su obra “Die Tagesansicht ge-


genüber der Nachtansicht” (1879) habló de dos formas
de contemplar el mundo: la “visión de día” y la “visión de
noche”.

Sobre esto, Oskar Adler dijo: “No podría ser más gro-
tesco el abismo abierto entre esta “visión nocturna” del
materialismo, que, por cierto, ganó para sí un mundo “ob-
jetivo” a cambio de la pérdida del Alma, y la visión del
mundo dada por la ciencia oculta (…). Un escritor mate-
rialista, autor de obras de divulga­ción científica, expresó
la frase siguiente para explicar el triunfo del pensamiento
moderno: “Antes se creía que el sol era de naturaleza di-
vina; ahora se sabe que es una bola de gas incan­descente.”
¿No se podría decir con el mismo derecho que antes se
creía que las sinfonías de Beethoven eran excelsas obras
de arte y que ahora se sabe que no son más que masas de
aire que vibran? O lo siguiente: “ayer creía que tú, ¡oh es-
critor que escri­biste las palabras arriba mencionadas, eras
un ser pensante; en cambio ahora sé que no eres más que

48
una combinación química de hidrógeno, oxígeno, carbono,
nitrógeno y algunas otras sales minerales!” ¿No se podría
decir esto con el mismo derecho?”. (5)

Una visión superficial y materialista de la existencia nos


incapacita para apreciar y comprender el misterio de los
símbolos. Por lo tanto, para transitar el sendero iniciático
precisamos cambiar la mirada, dejar de seguir al rebaño y
dar un giro completo de 180 grados, para experimentar
una Metanoia, una revolución mental que nos permita de-
volver el Alma (y el sentido) al mundo.

Notas del texto

(1) Verne, Julio: “El rayo verde”


(2) Sheldrake, Rupert: “El renacimiento de la Naturaleza”
(3) Sheldrake, Rupert: “El espejismo de la ciencia”
(4) “No percibimos las cosas como son, sino como somos
nosotros”. Esta es una frase que se atribuye a Kant porque
se acerca bastante a su pensamiento, aunque nunca fue
pronunciada por el célebre filósofo sino que procedería
de un escrito de Anaïs Nin en los años 60, y posterior-
mente popularizada por Stephen Covey en su obra “Los
siete hábitos de las personas altamente efectivas”.
(5) Adler, Oskar: “La astrología como ciencia oculta”

49
El mandil rosacruz
En varias organizaciones de corte iniciático se utilizan
delantales o mandiles como una forma de simbolizar el
trabajo. En el caso de los masones, sus mandiles están ins-
pirados en los constructores medievales, en los delantales
que usaban los picapedreros.

Del mismo modo que la Masonería especulativa moderna


se conecta con la Masoneria operativa del medioevo a
través de sus herramientas y de la utilizacion de mandiles,
las escuelas rosacruces –que representan una via iniciática
diferente– también suelen usar delantales en relación a
otra labor operativa: la Alquimia.

Los alquimistas operativos, es decir aquellos que traba-


jaban en sus laboratorios con hornos, tubos de ensayo
y elementos minerales, solían usar delantales de cuero y
es bien sabido que Paracelso –al desarrollar sus estudios
de medicina– prefirió el delantal que usaban los investiga-
dores de la espagiria en lugar de las túnicas blancas que
solían ponerse los médicos.

Incluso Paracelso se burlaba de estos médicos que usaban


anillos de oro y que preferían los honores y el renombre
de su título en lugar de ponerse a trabajar con los enfer-
mos, llamándoles “médicos de guante blanco”.

Lamentablemente, esto mismo ha terminado ocurriendo


en el ámbito iniciático, donde –muchas veces– los mandi-

50
les muchas veces, en lugar de representar el trabajo del
humilde operario se han convertido en un plumaje del
ego. Por eso, al usar mandiles, los rosacruces recordamos
el sentido último que le daba el gran Paracelso, es decir
como símbolo del trabajo interno y externo.

Los mandiles de nuestra Orden Rosacruz estan vincula-


dos con el proceso iniciático y con los grados de nuestra
escuela. El probacionista usa un mandil triangular de color
blanco, lo cual alude a la pureza, o más bien a la pureza
de intenciones, el requisito más importante al empezar a
recorrer el sendero.

Luego los mandiles están relacionados a los cinco grados


de adelanto y que nos hablan de la Gran Obra y de sus
fases: el grado 1 (Cámara negra, el cuervo), el grado 2
(Cámara blanca, el cisne), el grado 3 (Cámara amarilla, el
águila), el grado 4 (Cámara roja, el pelícano). Negro, Blan-
co, Amarillo y Rojo, los cuatro colores de la Gran Obra
y que guardan relación con los 4 elementos: Tierra, Agua,
Aire, Fuego.

Por último el ciclo se completa en la Camara Alta, donde


el ave fénix contempla al sol y dice “Yo soy Eso”, entran-
do en combustión para dar conclusión a la Gran Obra,
lo cual está relacionado con el quinto elemento, éter, la
quintaesencia, el elemento espiritual que brinda cohesión
y sentido a los otros cuatro elementos.

El cinco también aparece reflejado en la rosa de cinco


pétalos, que además de ser una flor alquímica, es una rosa

51
sencilla y silvestre que nos recuerda la humildad que debe
tener cada noble viajero de esta Via Lucis, donde cada pel-
daño debe alejarnos un poco más del Ego y acercarnos un
poco más al Ser.

Que esa rosa bella y humilde sea la que florezca en la cruz


de cada uno de nosotros.

52
Fratres y Sorores de la Rosacruz
La palabra “Fraternidad” proviene del latín (Fraternitas) y
significa “cualidad propia de hermanos”. La mayoría de las
veces la idea de una “Fraternidad Humana” o “Fraternidad
Universal” esconde un deseo, una aspiración bastante vaga,
algo así como: “¡qué bueno sería que los hombres estuvié-
ramos más unidos, como si fuésemos hermanos!”. Pues
no. La Fraternidad no es simplemente una aspiración sino
una ley de la naturaleza y al hablar de ella es bueno recor-
dar ese antiguo axioma que muchas personas repiten sin
entender su significado: “Todos somos uno”.

¡Todos somos uno! Esta frase no es un eslógan novedoso


de la “New Age” sino una idea potente y tradicional que
condensa en tres palabras el sentido último de la “Frater-
nidad Universal”.

Todos nosotros formamos parte de una unidad, de un úni-


co y gigantesco ser vivo que fue bien descrito por Platón
en el Timeo:  “existe un ser viviente dotado con alma e
inteligencia, (…) una entidad única y tangible que contiene,
a su vez, a todos los seres vivientes del universo, los cuales
por naturaleza propia están todos interconectados”. (1)

El cuerpo de este gigantesco animal cósmico (“Corpus


Mundi”) es el que conforma el cuerpo de cada uno de no-
sotros, ese vehículo material que tarde o temprano ten-
drá que volver a la tierra en un proceso que algunas es-
cuelas llaman “restitución” en alusión a un versículo de la
Biblia:  “Volverás a la tierra, porque de ella fuiste tomado;
53
pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19). Pero,
además de un cuerpo, ese ser único también posee un
Alma llamada tradicionalmente “Alma cósmica” o “Anima
Mundi”, de la cual forma parte el Alma de cada uno de
nosotros (“Anima Homo”).

Por último, siguiendo el clásico esquema trinitario, esa


entidad universal tiene además un “Spiritus Mundi”, que
completa la correspondencia entre “lo de arriba” y “lo de
abajo”, remitiéndonos inexorablemente al viejo concepto
hermético de “Así como es arriba es abajo”.

Cada uno de nosotros es un microcosmos vinculado a un


macrocosmos. En otras palabras: el hombre es un universo
microcósmico o –a la inversa– el universo es un hombre
macrocósmico, por lo tanto si aceptamos que dentro de
cada uno de nosotros se encuentra representada la tota-
lidad del Cosmos, podemos concluir que conociéndonos
a nosotros mismos llegaremos a conocer la naturaleza de
Dios y del Universo, lo cual no es otra cosa que nuestra
propia naturaleza.

Es bastante difícil hablar de Fraternidad y de Unidad cuan-


do –en pleno siglo XXI– el hombre moderno sigue bus-
cando cualquier excusa para la separación y la diversidad
(religiones, razas, nacionalidades, clases sociales, orienta-
ciones sexuales, simpatías deportivas, etc.), insistiendo en
la construcción de muros gigantescos para evidenciar esta
separación o perpetrando atentados criminales para dejar
en claro que ninguna paz será posible mientras existan
“otros” que piensen diferente.

54
Un mundo nuevo y mejor podrá emerger solamente de
la Unidad en la Diversidad, y eso incluye a blancos y ne-
gros, hombres y mujeres, cristianos y musulmanes, hete-
rosexuales y homosexuales, jóvenes y viejos, personas de
derechas y de izquierdas, etc.

¿Cómo podemos construir una Fraternidad Univer-


sal? Empezando con núcleos, con pequeños grupos que
congreguen a los “nobles de corazón”, a aquellos hombres
y mujeres que estén dispuestos a trabajar por la recons-
trucción, de una forma re-evolucionaria y que tengan bien
presente en todo momento que somos Hermanos, célu-
las de un mismo Ser.

¿Y qué pasa cuando se reúnen personas que vibran en la


misma sintonía y que se adhieren a un mismo Ideal? Los
Hermanos Mayores (sea cual sea la connotación que le
demos a esta expresión) estarán ahí mismo, guiándolos,
inspirándolos. Así se entienden las palabras del Cristo
cuando promete que “donde dos o tres se reúnen en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. (Mateo 18:19)

Frater / Soror

Esta palabra “Frater” es latina y significa “Hermano”, aun-


que en muchas órdenes y fraternidades se sigue utilizan-
do en latín o bien de los dos modos. De la palabra sáns-
crita “bhrathru” provienen los vocablos bruder (alemán)
y brother (inglés), que quiere decir “hijos del mismo pa-
dre”.

55
La palabra “Soror” también posee origen latino y quiere
decir “Hermana” y en las cofradías religiosas de monjas ha
pasado a ser “Sor”, seguramente por influencia catalana,
francesa (sœur) o italiana (sorella).

En algunos textos alquímicos se habla de una “Soror Mys-


tica”, una dama que ayuda al alquimista varón (artifex o vir
sapiens) a trabajar en el proceso y que –en la mayoría de
los casos– es una representación metafórica de su Alma.

En ocasiones, la soror mystica dejaba de ser un mero sím-


bolo y era encarnada por la compañera del alquimista,
como en el caso de Perenelle, esposa de Nicolás Flamel,
y cuya imagen aparece en la portada de “El libro de las
figuras jeroglíficas” (1399),Teosebia, la fiel discípula de Zó-
simo de Panópolis  o la hija de Thomas South, más tarde
convertida en Mary Ann Atwood (2).

Estos términos fueron tomados de la literatura alquími-


ca y adoptados por las primeras sociedades rosacruces,
donde el hombre era reconocido como “Frater Mystico”
(Hermano en el Misterio o Hermano del Alma) y la mujer
como “Soror Mystica” (Hermana en el Misterio o Her-
mana del Alma), haciendo hincapié en un vínculo fraternal
que estaba por encima de lo sanguíneo.

De hecho, esto mismo fue lo que ocurrió con el celebre


alquimista Thomas Vaughan, traductor de la “Fama Frater-
nitatis” en el año 1652, y que decía pertenecer –junto con
su “soror mystica” Rebecca– a la “Sociedad de los Filóso-
fos Desconocidos”. Según cuentan los biógrafos, Vaughan

56
realizó “una considerable parte de sus experimentos [...]
en conjunto con su esposa y su nombre fue asociado pos-
teriormente con uno de ellos, el Aqua Rebecca”. (3)

Por lo tanto, los términos “Frater” y “Soror” (4) parten de


la aceptación de una hermandad de hombres y mujeres o
–mejor aún– de almas encarnadas en cuerpos masculi-
nos y femeninos, una Fraternidad espiritual, un círculo de
amor vinculado a la tan mentada “nobleza del corazón” de
la que hablaban los trovadores medievales (la “gentilezza”,
gentil=noble) y que inspiró a diversas corrientes iniciáti-
cas de Occidente.

Esta “nobleza del Alma” no tiene nada que ver con pro-
vilegios sanguíneos hereditarios ni por linajes de rancio
abolengo sino por el reconocimiento de que todos los
seres humanos contienen en su corazón una chispa divina
que nos hermana y nos convierte en “dioses en estado de
crisálida”.

En este sentido, el Sendero Iniciático muchas veces es


concebido como un “noble camino” que puede ser reco-
rrido por “nobles caminantes” o “nobles viajeros”, que –al
reunirse en núcleos fraternales– constituyen una “aristo-
cracia cordial”.

“Nobilitatis virtus non stemma” (“La Virtud, no el pedi-


gree, es el signo de la nobleza”)

57
Notas del texto

(1) Platón: “Timeo”


(2) Michael Maier habla de cuatro mujeres que lograron ob-
tener la piedra filosofal, a saber: María la judía, Cleopatra
la Alquimista, Medera y Taphnutia. (Véase: Raphael Patai:
“The Jewish Alchemists: A History and Source Book”)
(3) Waite, Arthur Edward: “Works of Thomas Vaughan: Eu-
genius Philalethes”. Una obra interesante para profundizar
sobre esto es en la obra de Donald R. Dickson “Thomas
and Rebecca Vaughan’s Aqua Vitae: Non Vitis” donde se se-
ñala que “Rebecca Vaughan fue una activa compañera en
los experimentos alquímicos durante su matrimonio con
Thomas”.
(4) En plural “Fratres” y “Sorores” y nunca “Frateres” ni
“Fraters” y tampoco “Sórores”.

58
El Kybalión y los Tres Iniciados
Aunque los antiguos atribuían a Hermes la autoría de mi-
les de obras, el “canon hermético” –es decir aquellos es-
critos que enmarcan el saber del Trimegisto– está consti-
tuido por los siguientes textos:

a) “Corpus Hermeticum”, un compendio de diecisiete tra-


tados que fueron entregados a Cosme de Médicis y tra-
ducidos en la Academia de Florencia a fines del siglo XV
bajo la supervisión de Marsilio Fi­cino.

b) “El Perfecto Sermón”, también llamado “Asclepios”, es-


crito en el siglo II d.C., y que fue excluido del canon por
algunos eruditos rena­centistas que se oponían a la magia.

c) “Discursos de Isis a Horus”, donde la divina madre ins-


truye a su hijo acerca de los misterios del hombre.

d) “Definiciones de Hermes a Asclepios”, que es la traduc-


ción al armenio de un texto griego del siglo V d.C.

e) Fragmentos, muchos de ellos recopilados en la anto-


logía de Esto­beo y otros aparecidos en las obras de es-
critores antiguos (Jámblico, Lactancio, Tertuliano, etc.). En
la Biblioteca copta de Nag Hammadi también fueron en-
contrados algunos vestigios de libros pertenecien­tes a la
tradición hermética.

Aparte de estos textos “canónicos” podríamos citar otros

60
tres que están íntimamente ligados al conocimiento her-
mético y que intentan brindar una síntesis del mismo:

a) El Tarot, considerado como el “Libro de Thoth”.

b) El Kybalión, que comentaremos a continuación.

c) El Libro de los veinti­cuatro filósofos (“Liber viginti qua-


ttuor philosophorum”), escrito entre los siglos XII y XIII y
que ha sido considerado un “manual sintético del neopla-
tonismo cristia­nizado”.

Ahora pasemos al Kybalión. ¿Fue este libro escrito por


Hermes Trimegisto? ¿Puede ser datado en el antiguo Egip-
to?

En verdad, el Kybalión es una obra moderna, que bebe de


las aguas del hermetismo e incluso utiliza varios de sus
axiomas, pero que apareció recién a principios del Siglo
XX, más precisamente en la ciudad de Chicago, en el es-
tado de Illinois. Por lo tanto, este texto no es hermético
sino de “inspiración hermética” y en él se amalgaman há-
bilmente conceptos metafísicos antiguos y modernos.

Por lo tanto, el Kybalión puede considerarse la quintaesen-


cia, la síntesis del conocimiento esotérico occidental –im-
pregnado de hermetismo– resumida en siete aforismos y
adaptada a la mentalidad moderna, especialmente dedica-
da al estadounidense medio de principios de siglo XX.

Aunque la obra es bastante aceptada por los esoteristas

61
contemporáneos y tenida muy en cuenta por muchos in-
vestigadores, hay otros –como Julio Peradejordi– que la
critican diciendo que “aún a sabiendas de que el Kybalión
ha servido para despertar el interés genuino y auténtico
por el esoterismo en muchas personas, no podemos dejar
de denunciar esta obra particularmente dañina, más por
su inspiración y por lo que a nivel subliminal va dejando en
la mente de sus lectores, que por sus palabras y sus ma-
nifiestos errores que, finalmente, resultan harto ingenuos
e interesantes para aquel que ha saboreado los textos au-
ténticos de la Tradición Hermética”. (1)

Philip Deslippe, por su parte, valora la labor realizada por


los autores indicando que “los elementos del Kybalión que
más tarde fueron criticados están perfectamente alinea-
dos con el espíritu del hermetismo histórico” (2). 

Los Tres Iniciados

El Kybalión aparece firmado por “Tres Iniciados”. Pero,


¿quiénes eran estos tres autores que se autodenominaban
“iniciados”?

A mediados del año 1907, el ocultista Paul Foster Case, muy


conocido actualmente por ser el fundador de la escuela
Builders of the Adytum (BOTA) visitó Chicago y decidió
escribirle a William W. Atkinson (también conocido como
Yogi Ramacharaka), autor de varios libros de esoterismo
enmarcados en el “Nuevo pensamiento”, una corriente fi-
losófica surgida a mediados del siglo XIX en los Estados

62
Unidos, con muchas influencias del esoterismo tradicional,
el orientalismo y del trascendentalismo americano.

Case y Atkinson tenían mucho en común y decidieron in-


tentar traducir a un lenguaje moderno y enmarcar en sie-
te principios los conocimientos tradicionales del herme-
tismo. Utilizaron para ello el Corpus Hermeticum y otras
obras similares, pero obviamente con todo el estilo pro-
pio del Nuevo Pensamiento que –vale destacar– también
influyó en otras escuelas esotéricas de ese tiempo como
la Antigua y Mística Orden Rosacruz de Harvey Spencer
Lewis.

Tenemos entonces a dos autores destacados, conocedo-


res de la obra de Hermes, pero la obra aparece firmada
por “Tres Iniciados” (3), por lo tanto debería existir un
“tercer autor”, que algunos han llamado “Frater Incóg-
nito”. Sobre este tercer personaje han existido muchas
conjeturas. Algunos hablan de Michael Whitty, otros de la
esposa de Case (Harriet), e incluso se llega a citar a la
teósofa inglesa Mabel Collins, pero por el momento nadie
ha aportado pruebas concluyentes sobre la identidad del
tercer iniciado.

Se ha dicho incluso que el Frater Incógnito podría ser el


más importante de los tres e incluso un Adepto de la Fra-
ternidad Blanca, pero en todo caso la resolución de este
enigma excede la intención de este artículo.

63
Notas del texto

(1) Julio Peradejordi en “La Puerta”, serie segunda, Nº 11,


verano 1983
(2) Deslippe, Philippe: “The Kybalion, The Definitive Edi-
tion”
(3) Algunos investigadores (como el citado Deslippe) pos-
tulan que, aunque está firmada por “Tres Iniciados”, el úni-
co autor sería Atkinson, y con respeto dice en su prólogo
a “The Kybalion, The Definitive Edition”: “Como es habi-
tual con muchas obras ocultas y esotéricas, al Kybalion
nunca se le dio el reconocimiento que merece, y el hom-
bre que lo escribió [Atkinson] no fue reconocido como
era debido”.
(4) Tres Iniciados: “El Kybalión”

64
El mapa no es el territorio
El Sendero Iniciático puede ser representado y entendi-
do de múltiples maneras, y el mismo puede ser estudia-
do, abordado y comparado desde diferentes perspectivas,
pero hay dos puntos que deben ser tenidos en cuenta por
todos los nobles caminantes:

a) El mapa no tiene valor en sí mismo sino que es un me-


dio para recorrer el Sendero.

b) El mapa es una representación del territorio, una apro-


ximación más o menos acabada de lo que nos vamos a
encontrar cuando visitemos ese lugar que –si somos es-
trictos– no es un “lugar”.

En la Primera Guerra Mundial, Alfred Korzybski era el lí-


der de un batallón y, al avanzar por el territorio enemigo,
se topó con un enorme zanjón que no aparecía en ningu-
no de los mapas que tenía a disposición. Como fruto de
esta experiencia, Korzybski concluyó que “el mapa no es
el territorio” y que –del mismo modo– las palabras no
son el objeto. La Verdad está por encima de los conceptos,
pero los seres humanos siempre han estado dispuestos a
luchar y hasta a matarse por mapas y palabras.

Si estamos hambrientos, leer el menú de un restaurante


no no servirá de nada: necesitamos comer la comida, del
mismo modo que nadie puede emborracharse con la pa-
labra “vino”.

65
Podemos estudiar en profundidad la cultura japonesa, sa-
berlo todo sobre sus costumbres, haber estudiado todos
los mapas y las guías de Tokio, pero si no viajamos a Tokio
nunca conoceremos Tokio. Conocer Tokio significa com-
prar un billete de avión, viajar a la ciudad y recorrerla de
arriba a abajo, con mucho tiempo, comiendo sus comidas,
hablando con sus gentes. Y aún así solamente conocere-
mos una parte de Tokio.

Cartografía de territorios poco accesibles

Toda la cartografía iniciática (es decir aquella que describe


los pasos que debemos dar y los territorios que debemos
recorrer en nuestro viaje) es similar y, al mismo tiempo,
bien diferente, ¿por qué? Dejando de lado los contextos
socio-culturales, geográficos o históricos, debemos tener
en cuenta que las vivencias interiores son inexpresables
en palabras. Por lo tanto, los místicos que se han aventu-
rado en estas tierras del espíritu han tenido que recurrir
a la metáfora, a la poesía, al símbolo para describir lo in-
descriptible.

Aún así, queda claro que –aunque hay un solo Sendero–


existen muchas vías hacia la cumbre, del mismo modo que
todas las montañas tienen varias formas de acceso, algunas
más difíciles, otras más sencillas.

Hace algún tiempo me encontré con dos amigos que dis-


cutían sobre Estados Unidos después de haberlo visitado.
Uno decía que sus habitantes eran amables y conserva-

66
dores, mientras que el otro sostenía que eran indiferen-
tes y liberales. Uno había visitado un pueblo de Texas y
el otro la ciudad de Los Ángeles. Los dos tenían razón
y los dos estaban equivocados, pues de una experiencia
personal y limitada hacían una generalización. Lo mismo
ocurre en Montevideo. Uno puede recorrer Carrasco y
afirmar “esto es Montevideo” del mismo modo que otro
puede pasear por el Barrio Borro y sostener exactamente
lo mismo.

Esto tenemos que tenerlo en cuenta. Todo mapa del ca-


mino es parcial y resalta determinados aspectos, al mis-
mo tiempo que descarta otros. Esto es exactamente lo
que explicaba Levi-Strauss al decir que una Historia que
pretenda recoger fielmente todos los hechos del pasado
ya no sería Historia sino esos mismos sucesos repetidos
una vez más. En sus propias palabras: “El historiador y el
agente histórico eligen, cortan y recortan, pues una his-
toria verdaderamente total los confrontaría con el caos.
(...) Una historia verdaderamente total se neutralizaría a sí
misma: su producto sería igual a cero”.

Del mismo modo, cuando contamos nuestras experien-


cias en un viaje, necesitamos seleccionar algunos aspectos
y dejar de lado otros. Tomamos un número limitado de
fotografías para tener una idea general de nuestro viaje,
pero no nos colocamos una cámara Go-Pro para registrar
absolutamente todos los momentos de nuestra vivencia.

Los mapas sirven de orientación y son un acercamiento a


determinada realidad pero para entender a la perfección

67
qué hay detrás de ese mapa es indispensable pasar a la
acción y recorrer el territorio. Muchos se contentan con
el análisis y la compación de los diferentes mapas, convir-
tiéndose en “eruditos espirituales” (¡vaya horror!), pero
nosotros tenemos que ir más allá, salir de la virtualidad,
calzarnos nuestras botas de caminata e iniciar nuestro
propio sendero.

¡A caminar!

 
“¿Qué va a ganar uno por citar o escuchar meramente las
escrituras? Uno debe asimilarlas. El almanaque predice las
lluvias para el año, pero no conseguirá usted ni una gota
exprimiendo sus hojas.” (Sri Ramakrishna)

Del Rigor en la Ciencia (Jorge Luis Borges)

En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfec-


ción que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una
Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el
tiempo, estos Mapas Desmesurados no satisficieron y los
Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio,
que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente
con él.

Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generacio-


nes Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era In-
útil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del
Sol y los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran

68
despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y
por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las
Disciplinas Geográficas.

69
La vía del recuerdo
“Recuérdame y yo te recordaré” (Corán 2:152)

En uno de los hádices, Mahoma señaló: “Dios tiene no-


venta y nueve nombres, cien menos uno. Quien los cuente
entrará en el Paraíso”, y este es uno de los fundamentos
de la práctica musulmana del “Dhikr” que no es otra cosa
que “recordar”.

Pero, ¿qué significa este recuerdo? Al repetir los más be-


llos nombres de Dios (Al-Asma al-Husna), el practican-
te irá recordando su naturaleza divina o –dicho de otro
modo– terminará dándose cuenta que los nombres que
está pronunciando no son ajenos a él.

Allah es “Ar-Rahman” (compasivo con toda la creación),


“As-Salam” (la paz), “Al-Qahhar” (el victorioso), “Al-Ba-
sir” (el clarividente), y cada una de cualidades también se
aplican a cada uno de nosotros en nuestra verdadera na-
turaleza.

Así como es arriba es abajo, y por eso los sufíes sostienen


que en este camino de retorno a la Fuente el verdadero
musulmán no debe limitarse a repetir los nombres sagra-
dos sino que debe interiorizar y experimentar plenamen-
te cada uno de ellos.

Desde una perspectiva iniciática esta idea es bien conoci-


da y significa la encarnación del Ideal Iniciático, mediante

70
la cual podemos convertirnos en canales eficaces de lo
Bueno, lo Justo, lo Bello y lo Verdadero.

La Tradición Rosacruz toma al Evangelio de San Juan como


guía y nos habla de un triángulo virtuoso de Luz, Vida y
Amor, es decir de tres dimensiones que establecen un
vínculo entre el hombre (el Microcosmos) con Dios (el
Macrocosmos). En otras palabras, y siguiendo un silogismo
sencillo, si Dios es fuente de Luz, Vida y Amor, y si yo soy
una chispa divina que potencialmente posee las mismas
cualidades que la divina llama, por lo tanto… yo también
debo ser necesariamente fuente de Luz, de Vida y de Amor.

Esta misma lógica es la que sustenta el recuerdo de Allah


(dhikr) de los sufíes, quienes rememorando a Allah termi-
nan recordando su divina identidad (“Yo Soy”).

“Te recordé porque por un momento te había olvidado,


y la forma más fácil para recordarte es con mi palabra”.
(Frase de uno de los sheiks)

71
El misterio de Bafomet
Hace pocas semanas atrás, la figura de Bafomet volvió a la
palestra a raíz de la demanda por 150 millones de dólares
que una agrupación norteamericana conocida como “El
Templo Satánico” le presentó a Netflix por el uso de una
estatua de Bafomet en la serie “Las escalofriantes aventu-
ras de Sabrina”.

Como en nuestra sociedad del espectáculo parece ser


que Netflix es el nuevo “axis mundi”, la insólita noticia
apareció en la portada de los periódicos más prestigio-
sos del planeta, algunos de los cuales trataron de explicar
(torpemente) quién era este misterioso Bafomet.

El Bafomet templario

La primera mención a Bafomet que puede rastrearse de


forma documental aparece en una carta del conde Ansel-
mo de Ribemont, quien escribió –en julio de 1098– una
carta al Rey de Jerusalén Godofredo de Bouillon con estas
líneas: “Al día siguiente, al aparecer el amanecer, hicieron
un llamamiento a la voz desde lo alto del Bafomet; mien-
tras nosotros orabamos silenciosamente a nuestro Dios
en nuestros corazones; luego haciendo un asalto en con-
tra de ellos, los empujamos fuera del muro y los expulsa-
mos de toda la ciudad” (1).

Aunque generalmente se relacione el origen del Bafomet

73
con los Templarios, esta carta habla de él 20 años antes de
la fundación oficial de esta Orden caballeresca.

Con la supresión de la Orden Templaria (1312) y como


consecuencia de las torturas a las que fueron sometidos
los caballeros derrotados, la palabra “Bafomet” pasó a ser
conocida por la Santa Inquisición, la cual llegó a la conclu-
sión de que el Bafomet era un ídolo pagano, una horrible
cabeza barbada “in figuram baffometi” (“con la figura de
un bafomet”) que era utilizada en los rituales del Temple,
lo cual terminaba confirmando la acusación de herejía.

Sin evidencias o pruebas físicas concluyentes sino basán-


dose únicamente en los testimonios de los caballeros tor-
turados, la idea del Bafomet como una figura demonía-
ca y secreta permaneció durante siglos en el imaginario
popular hasta que –en 1818– el investigador Joseph von
Hammer-Purgstall publicó una obra titulada “Mysterium
Baphometis revelatum” donde hablaba del ídolo bafomé-
tico al mismo tiempo que acusaba al Temple de apostasía,
idolatría e impureza, así como de profesar las doctrinas
gnósticas e incluso las ofitas.

Aunque la obra de Hammer-Purgstall era un sinsentido


y rápidamente se evidenció su falsedad, Bafomet volvió a
cautivar a los historiadores europeos, que aún seguían sin
entender el sentido último de este misterioso personaje.

A mediados del siglo XIX, el francés Eliphas Lévi escribió


una obra fascinante que supuso una revolución en el ámbi-

74
to mágico-esotérico y que tituló “Dogma y Ritual de Alta
Magia”.

En este libro, Lévi reinterpretó al Bafomet templario y le


otorgó atributos caprinos a fin de darle un sentido her-
mético que –al parecer– originalmente no tenía.

En palabras de este autor: “El macho cabrío que está re-


presentado en el frontispicio de esta obra y aquí repro-
ducimos, lleva sobre la frente el signo del pentagrama, con
la punta hacia arriba, lo que basta para considerarle como
símbolo de luz; hace con ambas manos el signo del ocultis-
mo y muestra en alto la luna blanca de Chesed y en bajo
la luna negra de Géburah. Este signo expresa el perfecto
acuerdo de la misericordia con la justicia. Uno de sus bra-
zos es femenino y el otro masculino, como en el andrógino
de Khunrath, atributos que hemos debido reunir con los
de nuestro macho cabrío, puesto que es un solo símbolo.

La antorcha de la inteligencia, que resplandece entre sus


cuernos, es la luz mágica del equilibrio universal; es tam-
bién la figura del alma elevada por encima de la materia
aunque teniendo la materia misma, como la antorcha tie-
ne la llama. La repugnante cabeza del animal manifiesta el
horror al pecado, cuyo agente material, único responsable,
es el que debe llevar por siempre la pena; porque el alma
es impasible en su naturaleza, y no llega a sufrir más que
cuando se materializa. El caduceo que tiene en vez de ór-
gano generador, representa la vida eterna; el vientre, cu-
bierto de escamas, es el agua; el círculo, que está encima,
es la atmósfera; las plumas que vienen de seguida, son el

75
emblema de lo volátil; luego la humanidad está represen-
tada por los dos senos y los brazos andróginos de esa
esfinge de las ciencias ocultas” (2).

En las doctrinas de Eliphas Lévi, el Bafomet representaba


el gran agente mágico universal (Telesma), es decir la llave
maestra de la Madre Naturaleza, aquel poder o energía
escondida que permitía a los alquimistas la transmutación
del plomo en oro. Según Levi: “El gran agente mágico, la
doble corriente de luz, el fuego vivo y astral de la tierra,
ha sido figurado por la serpiente con la cabeza de toro,
de macho cabrío o de perro en las antiguas teogonías.
Es la doble serpiente del caduceo; es la antigua serpiente
del Génesis; pero es también la serpiente de cobre de
Moisés, entrelazada en la tau, es decir, en el lingam genera-
dor; es también el macho cabrío del Sabbat y el Bafomet
de los templarios” (3).

La cabra de Mendes, que fue vinculada por Lévi al Bafomet


en su aspecto de macho cabrío, es –en verdad– un sím-
bolo muy antiguo cuyo origen se remonta a Egipto, más
precisamente a los mendesios. Según el testimonio de He-
rodoto, éstos “honraban con particularidad a los cabreros,
y adoran sus ganados, siendo aun menos devotos de las
cabras que de los machos de cabrío. (…) En Egipto se da
el nombre de Mendes así al dios Pan como al cabrón., e
incluso pude observar en mi visita la monstruosidad de
juntarse en público un cabrón con una mujer: bestialidad
sabida de todos y aplaudida” (4). El nombre que los egip-
tólogos dan a la cabra de Mendes es Banebdjedet (literal-
mente “Ba del señor de djed”).

76
Valiéndose de la imagen de Bafomet popularizada por Eli-
phas Lévi, el escritor antimasónico Leo Táxil acusó a la
Masonería de adorar en sus ceremonias a este ser mons-
truoso.

En su trabajo de 1886 “Los Misterios de la Francmaso-


nería”, Táxil divulgó los rituales masónicos para intentar
demostrar la vinculación de los masones con el Bafomet
argumentando que éste era “una representación diabólica
de las más caracterizadas. Llévasele procesionalmente por
la sala y por los pasillos del local masónico, y el graduan-
do inclina ante él la bandera que le fue confada. Con tan
execrable exhibición termínase el acto de recibir a los
graduandos, y una vez que el Bafomet ha sido proclamado
símbolo sagrado de la naturaleza, lánzase el anatema con-
tra todo aquel que se atreva a condenar a sus adoradores,
es decir, contra la Iglesia”. (5)

En una de las imágenes que acompañan su obra, Táxil


muestra “un areópago de Caballeros Kadosch, agrupados
alrededor del horroroso ídolo llamado el Bafomet, mien-
tras el presidente reza una oración a Lucifer”.

Desde el punto de vista simbólico, Leo Táxil prácticamente


calcó la figura bafomética de Lévi con una diferencia: en lu-
gar del caduceo de Mercurio colocó en el tronco del ídolo
una rosacruz (6) y en ocasiones un pelícano alimentando
a sus polluelos, dos elementos que aluden al grado 18º de
la Masonería “Príncipe Rosacruz”, un grado que –según la
versión del propio Taxil– “lleva el anti-cristianismo hasta
los más refinados sacrilegios” (7).

77
Ocultismo, Alquimia y Satanismo

Eliphas Lévi fue determinante en la difusión del ocultismo


decimonónico, en especial en la Teosofía blavatskiana, el
rosacrucismo francés de Peladan y Stanislas de Guaita, el
martinismo papusiano y la Golden Dawn inglesa.

Inspirado en el Bafomet de Lévi, Aleister Crowley lo adop-


tó como nombre místico en el seno de la Ordo Templi
Orientis (O.T.O.) y destacó su carácter andrógino, símbo-
lo de la perfecta unión de los opuestos, el “jeroglífico de la
arcana perfección”.

Otro inglés, Arthur E. Waite, tomó la imagen emblemática


de “Dogma y Ritual de Alta Magia” para plasmarla en el
arcano 15 (el Diablo) del conocido mazo de tarot “Ri-
der-Waite-Smith”, con dos cambios que pueden pasar des-
aparecibidos para los profanos pero que tienen un valor
simbólico enorme. En primer lugar, la estrella de la frente
del Diablo de Waite tiene la punta hacia abajo mientras
que la de Levi apunta hacia arriba. Por otro lado, las posi-
ciones de las manos son bien diferentes, pues mientras el
Bafomet de Lévi realiza con sus dos manos la “bendición
frigia”, el personaje del arcano 15 realiza el popular “signo
vulcaniano del señor Spock” de la serie “Star Trek” y que
tiene un origen hebreo (“kohanim”), como el mismo Leo-
nard Nimoy confesó en una entrevista (8).

En su obra maestra “Las moradas filosofales”, el alquimista


Fulcanelli brindó otra explicación del Bafomet templario,
señalando que éste era “la imagen sintética en la que los

78
iniciados del Templo habían agrupado todos los elementos
de la alta ciencia y de la tradición” (9), para luego aclarar
lo siguiente: “Esta imagen sobre la cual no se posee más
que vagas indicaciones o simples hipótesis, jamás fue un
ídolo, como algunos lo han creído, sino tan solo un em-
blema completo de las tradiciones secretas de la Orden
empleado sobre todo exteriormente como paradigma
esotérico, sello de caballería y signo de reconocimiento.
Se reproducía en las joyas, así como en el frontón de las
residencias de los comendadores y en el tímpano de las
capillas templarias” (10).

De acuerdo con Fulcanelli, el Bafomet era un compendio


de símbolos alquímicos, triángulos y círculos que daban
forma a un rostro (11), bastante extraño por cierto. De
este modo podría explicarse “la diversidad de las descrip-
ciones que de él se han hecho, y en las cuales se ve el ba-
fomet como una cabeza de muerto aureolada o como
un bucráneo, a veces como una cabeza de Hapi egipcio
de buco y, mejor aún, el rostro horripilante ¡de Satán en
persona!” (12).

En los años 60, el Bafomet se convirtió en uno de los


tantos íconos de la cultura pop. En 1968, la película de la
Hammer Productions sobre rituales de magia negra titu-
lada “The Devil Rides Out” (protagonizada por Christo-
pher Lee) utilizó sin ningún criterio varias imágenes de
los libros de Eliphas Lévi y llamó la atención de algunos
jóvenes que se sentían atraídos por el satanismo, entre
ellos Anton Szandor LaVey, fundador de la iglesia de Satán.

79
En su “Biblia satánica”, LaVey afirmó sin tapujos que “el
símbolo de Bafomet fue utilizado por los Caballeros del
Temple para representar a Satán. A través del tiempo, éste
símbolo ha sido llamado por nombres muy diferentes. En-
tre éstos están: El Chivo de Mendes, El Chivo de Mil Crías,
El Chivo Negro, El Chivo de Judas, y el que tal vez sea el
más apropiado, El Chivo Expiatorio” (13).

Para estos satanistas –una mezcla extraña de hippies y


burgueses aburridos– el Bafomet era la representación de
la sensualidad, de los instintos carnales del hombre, es de-
cir todo lo opuesto a la naturaleza espiritual.

Sentido del Bafomet

Como no hay un argumento definitivo ni pruebas contun-


dentes acerca del significado que daban los Templarios al
Bafomet, todas las explicaciones deberían ser considera-
das meras conjeturas, incluso las que daremos en el pre-
sente artículo. La teoría de Fulcanelli es interesante pero
muy improbable, mientras que las opiniones de Eliphas
Lévi relativas al Bafomet podrían ser interpretadas como
un intento de vincular el símbolo templario con el ocultis-
mo efervescente de mediados del siglo XIX.

Desde una perspectiva iniciática, podríamos aventurar que


el Bafomet era un símbolo marcante de la ritualística tem-
plaria y que probablemente constituía una prueba para los
novicios.

80
Creo que el español Juan G. Atienza se acerca bastante
a develar el enigma al afirmar que el Bafomet “no sería
objeto de la adoración idolátrica que se atribuyó [a los
Templarios], sino un elemento de meditación que se en-
contraría en muchos casos en la sala de reuniones de las
encomiendas” (14).

Todo parece indicar que el pretendido ídolo pagano no era


otra cosa que un elemento simbólico que –en un ambiente
sagrado, lúgubre y cavernoso– tenía por función propor-
cionar miedo o cautela a los candidatos. Interpretado en
este sentido, en la ritualística iniciática de Occidente, po-
demos encontrar a un personaje que ha desempeñado
una función análoga al Bafomet y que hoy conocemos bien
como el “Guardián del Umbral”.

Este Guardián o “morador” del Umbral representa todo


aquello que bloquea el tránsito hasta la Puerta del Templo,
es decir todas las pruebas u obstáculos que nos dificultan
el acceso a otra realidad. A lo largo de la historia éste se
ha representado de diversas maneras: como el Dragón, el
Diablo (Satanás), la Esfinge, la Sombra, e incluso con dei-
dades liminares (aquellas que custodian un “límite”) como
Hermes, Jano, Ganesha, Hécate, Caronte, Perséfone, etc.
Por lo tanto, no sería extraño que el Bafomet templario
tuviera esta connotación iniciática.

Sin embargo, con Eliphas Lévi, el sentido del Bafomet ine-


vitablemente se trastocó y pasó a tener un significado
completamente distinto, apreciándose en él el inmenso
poder de Telesma, el agente mágico universal, mientras

81
que su androginia marca claramente una integración de
los opuestos, resaltada en sus brazos (Solve et Coagula)
así como en el caduceo de Mercurio.

Palabras finales

En la serie de Netflix “Las escalofriantes aventuras de Sa-


brina” el Bafomet tiene un valor netamente decorativo
y marginal, pero los satanistas vieron en él una forma de
darse a conocer, de llegar al gran público mediante usando
como excusa una demanda por plagio. Es altamente pro-
bable que el reclamo por los derechos de propiedad de
una imagen creada hace exactamente 164 años atrás no
habría triunfado en los tribunales, pero  finalmente Net-
flix prefirió llegar a un acuerdo con “El Templo Satánico”,
comprometiéndose a reconocer en los créditos la pro-
piedad intelectual de esta organización sobre el Bafomet
televisivo.

Win-win: gracias a la insólita demanda Netflix tuvo más


visibilidad para su nueva serie (y publicidad gratis en los
grandes medios) mientras que “El Templo Satánico” obtu-
vo exactamente lo mismo: visibilidad y publicidad.

En rigor de verdad, si vamos a las fuentes e investigamos a


LaVey y sus sucesores (entre los que se cuenta este “Tem-
plo Satánico) comprobaremos que este satanismo no pasa
de ser un postureo, una moda, puro papel pintado.

82
Notas del texto

(1) “Godefridi Bullonii epistolae et diplomata; accedunt


appendices”
(2) Lévi, Eliphas: “Dogma y ritual de Alta Magia”
(3) Levi: op. cit
(4) Herodoto: “Los nueve libros de historia”, tomo II
(5) Táxil, Leo: “Los misterios de la Masonería”
(6) Dice Táxil: “El Bafomet templario tenía en este punto
un caduceo: en las exhibiciones masónicas se reemplaza
este último por la cruz con rosa”. Nótese que Taxil acepta
a pie juntillas que el Bafomet de Lévi es el Bafomet tem-
plario. (“La francmasonería descubierta y explicada”)
(7) Táxil, Leo: “Los misterios de la Masonería”
(8) Gershom, Rabbi Yonassan: “Jewish Themes in Star Trek”
(9) Fulcanelli: “Las moradas filosofales”
(10) Fulcanelli: op. cit.
(11) La descripción de Fulcanelli es la siguiente: “Se com-
ponía de un triángulo isósceles con el vértice dirigido hacia
abajo, jeroglífico del agua, primer elemento creado, según
Tales de Mileto, que sostenía que “Dios es ese Espíritu que
ha formado todas las cosas del agua”. Un segundo trián-
gulo semejante, invertido con relación al primero, pero
más pequeño, se inscribía en el centro y parecía ocupar el
espacio reservado a la nariz en el rostro humano. Simboli-
zaba el fuego y, más concretamente, el fuego contenido en
el agua o la chispa divina, el alma encarnada, la vida infusa
en la materia. En la base invertida del gran triángulo de
agua se apoyaba un signo gráfico semejante a la letra H de
los latinos o a la hta de los griegos pero más ancha y cuyo
vástago central cortaba un círculo en la mitad. En esteno-

83
grafía hermética, este signo indica el Espíritu universal, el
Espíritu creador, Dios. En el interior del gran triángulo, un
poco por encima y a cada lado del triángulo de fuego, se
veía, a la izquierda, el círculo lunar con el creciente inscrito
y, a la derecha, el círculo solar de centro aparente. Estos
círculos se hallaban dispuestos a la manera de los ojos.
Finalmente, solada a la base del triángulo interno, la cruz
rematando el globo completaba así el doble jeroglífico del
azufre, principio activo, asociado al mercurio principio pa-
sivo y disolvente de todos los metales. A menudo, un seg-
mento más o menos largo, situado en la cúspide del trián-
gulo, aparecía cruzado de líneas de tendencia vertical en la
que el profano no reconocía en absoluto la expresión de
la radiación luminosa, sino una especie de barbichuela. Así
presentado, el bafomet afectaba una forma animal grosera,
imprecisa y de identificación problemática”.
(12) Fulcanelli: op. cit.
(13) LaVey, Anton Szandor: “La Biblia Satánica”
(14) Atienza, Juan: “La meta secreta de los templarios”

84
¿Qué es la Iniciación?
La palabra “Iniciación” deriva del vocablo latino “initium”,
es decir “inicio”, el que a su vez proviene de “in-ire” (ir
hacia adentro, entrar). Por lo tanto, la Iniciación supone
un primer paso pero no hacia afuera o hacia adelante
(pro-greso) sino hacia adentro (re-greso).

Existen dos tipos de Iniciación, una virtual (simbólica, cere-


monial, fraternal) o “iniciación” con minúscula y otra efec-
tiva (iluminación, despertar) o “Iniciación” con mayúscula.

La iniciación ritualística, propia de las órdenes esotéricas


y fraternidades es una forma de iniciación virtual y puede
considerarse una expresión simbólica de la verdadera ini-
ciación, es decir de la iniciación efectiva o real.

“Virtual” según la Real Academia significa  “que tiene vir-


tud para producir un efecto, aunque no lo produce de
presente, frecuentemente en oposición a efectivo o
real”. Esto significa que cuando nosotros somos iniciados
ceremonialmente en alguna organización (tanto oriental
como occidental) se nos está confiando una semilla que
representa a la perfección las potencialidades latentes en
el ser humano.

La iniciación ritual tiene la posibilidad de “activar” la semi-


lla, pero para que ésta germine y crezca deberá ser colo-
cada en tierra fértil, regada, cuidada, para que finalmente
se convierta en un árbol de estupendos frutos.

85
Lamentablemente muchos “iniciados” reciben con entu-
siasmo la semilla pero al cabo de unos días prefieren guar-
darla en un cajón y olvidarse de ella, tras percatarse que
transitar el sendero iniciático no es fácil y que exige de sus
caminantes cuatro cosas “pasadas de moda”:

* Coherencia
* Constancia
* Compromiso
* Confianza

La clave de la Iniciación consiste en pasar de la potencia al


acto, lo que significa salir de nuestra zona de confort, pa-
sar a la acción.

Hace cientos de años, fue Aristóteles quien habló de pasar


de la potencia al acto, de salir de la virtualidad y pasar a
la efectividad. Lamentablemente, muchos se confunden y
creen que la participación en ceremonias simbólicas es
una acción transformadora en sí misma, cuando en verdad
lo que necesitamos que todos esos símbolos poderosos
nos penetren, nos atraviesen, se hagan carne y sangre en
nosotros.

La iniciación virtual es concedida por terceros y no puede


garantizar de modo alguno un cambio radical en la natu-
raleza del “iniciado”, mientras que la iniciación real se al-
canza a través del esfuerzo y después de un largo entre-
namiento (ascesis).

En este sentido, el masón Oswald Wirth declaró: “De no

86
verificarse en nosotros la Magna Obra de los Hermetis-
tas, seguiremos siendo profanos y nunca podrá el plomo
de nuestra naturaleza transformarse en oro luminoso.
Pero, ¿quién es lo bastante crédulo para imaginarse que tal
milagro, pueda tener lugar por la virtud de un apropiado
ceremonial? Los ritos de la iniciación son tan sólo símbo-
los que traducen en objetos visibles ciertas manifestacio-
nes internas de nuestra voluntad, con el fin de ayudarnos a
transformar nuestra personalidad moral. Si todo se redu-
ce a lo externo, la operación no dará resultado: el plomo
seguirá siendo plomo, aunque esté enchapado en oro. (…)

El Iniciado verdadero, puro y auténtico, no puede confor-


marse con un tinte superficial: debe trabajarse él mismo,
en la profundidad de su ser, hasta matar en él lo profano y
hacer que nazca un hombre nuevo”. (1)

Por lo tanto, las iniciaciones masónicas, rosacruces, her-


méticas, martinistas y tantas otras pueden ser comparadas
con la compra de un ticket aéreo sin fecha marcada. Algu-
nas personas recibirán su ticket con alegría, estudiarán en
libros y guías detalles importantes sobre el país que pre-
tender visitar y finalmente marcarán su pasaje y volarán a
su destino. Mientras tanto, otros “iniciados” recibirán su
ticket e irán posponiendo una y otra vez la fecha de la
partida, y ante la duda se dedicarán a leer toda clase de
bibliografía sobre el país lejano. Incluso se podrán conver-
tir en “expertos” sobre ese país, acumulando todo tipo de
detalles acerca de las ciudades que nunca han recorrido,
de las gentes con las que nunca han hablado y de la comida
que nunca han comido.

87
En resumen: si tuviéramos que definir la Iniciación (y cuan-
do hablo de Iniciación con “I” mayúscula me refiero a la
Iniciación efectiva, que es sinónimo de “Iluminación”) po-
dría decirse que ésta es la realización o actualización de
nuestra verdadera naturaleza, un estado de conciencia su-
perior que nos ubica en un espacio intermedio entre la
materia y el espíritu, un punto estratégico entre dos mun-
dos.

Esto no es otra cosa que experimentar en carne propia el


axioma integrador de los alquimistas: “Fac fixum volati-
le et volatile fixum” (“hacer fijo lo volátil y volátil lo fijo”),
es decir corporizar lo espiritual y espiritualizar lo corpó-
reo. Integrar lo de arriba y lo de abajo, lo de adentro y lo
de afuera. Esa es la verdadera Iniciación y toda “iniciación”
anterior debe considerarse una preparación para ésta.

Notas del texto

(1) Wirth, Oswald: “El Ideal Iniciático”

88
Vestirnos de luz
El proceso espiritual es un recorrido gradual y contraco-
rriente desde la oscuridad a la luz, y entendiendo a esa
luz como el destino final de todos nuestros esfuerzos, en
ocasiones la Filosofía Iniciática habla de “vestirnos de luz”
y de colocarnos un “traje luminoso”.

En el Nuevo Testamento, San Pablo revela que “Jesús [en-


señó] que debemos quitarnos el ropaje de la vieja natu-
raleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos;
ser renovados en la actitud de su mente; y ponernos el
ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en
verdadera justicia y santidad” (Efestios 4:20-24).

En la Alquimia, después de la etapa inicial de la Nigredo,


el cuervo negro deja paso al cisne blanco, es decir que el
Alma después de atravesar territorios tenebrosos termi-
na vistiéndose de blanco, representando así la victoria de
la luz.

En alusión al “matrimonio alquímico” del Azufre y el


Mercurio, a veces esta indumentaria luminosa recibe el
nombre de “traje de bodas”, un símbolo recurrente en
el esoterismo cristiano y que aparece en los evangelios,
más precisamente en la parábola del banquete de bodas,
cuando Jesús dice: “Entró el rey a ver a los comensales, y
al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le
dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?”
Él se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes:

89
“Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fue-
ra”. Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos”
(Mateo 22:11-14).

Vestimentas blancas

Atendiendo a esta misma idea de una luz superior que nos


va impregnando y tiñéndonos con la luz más pura y diá-
fana, muchas escuelas de corte iniciático utilizan túnicas,
mandiles, estolas, collarines o esclavinas de color blanco
en sus rituales, simbolizando tres cosas: la claridad, la pu-
reza de intenciones y la inocencia.

En tiempos antiguos, a los Esenios se les llamó los “Her-


manos de blanco” en alusión a sus vestimentas. Sobre
esto, el historiador Flavio Josefo contó que esta comuni-
dad  “considera el aceite como una mancha, y si uno, sin
darse cuenta, se unge con este producto, tiene que lim-
piarse el cuerpo, ya que ellos dan mucho valor a tener la
piel seca y vestir siempre de blanco” (1).

Entre los griegos, la indumentaria para el trabajo iniciático


también solía ser de color blanco porque –según reveló
Cicerón– éste era el color que más reconfortaba a los
dioses (2). En verdad, podemos encontrar atuendos de
color blanco en casi todas las tradiciones mistéricas: en
Mithra, en Escandinavia, en Japón, entre los druidas y cabe
acotar que esta costumbre perduró en las escuelas mo-
dernas como el Rosacrucismo y la Masonería.

90
El delantal que recibe el aprendiz masón en su iniciación
ritual es de color blanco y tradicionalmente se elabora
con piel de cordero nonato o recién nacido, a fin de re-
forzar la idea de una “nueva inocencia” de la que mucho
hablado Raimon Panikkar en sus obras. Esta “nueva ino-
cencia” no es otra cosa que un cambio de conciencia, una
nueva forma de contemplar la realidad. Este es el sentido
de “volvernos niños” y de “nacer por segunda vez” que
Jesús enseña en los evangelios: “Quien no recibiere como
niño inocente el reino de Dios no entrará en él” (Marcos
10:15).

Dicho de otro modo, a medida que nos hacemos adultos,


damos al mundo “por sentado” y la mente deja de sentirse
maravillada: todo lo etiqueta, todo lo cataloga, establecien-
do una barrera infranqueable entre lo “de afuera” y lo “de
adentro”. Esta visión profana de un mundo de “cosas” se-
paradas y de acontecimientos casuales se hace añicos con
la Iniciación (con la verdadera Iniciación, no con una sim-
ple ceremonia que tan solo la representa). Por esta razón
es necesario que volvamos a ser niños y que experimen-
temos una “nueva inocencia” que nos permita reencantar
el mundo, animarlo, llenándolo de vida y de magia.

Estas vestimentas blancas inmaculadas representan el


“cuerpo de luz” o “augoeides” (augo=luz del sol y eidos=-
forma) que aparece en la literatura de los neoplatónicos y
que no es otra cosa que el Alma purificada, vestida de luz.

H.P. Blavatsky decía que “el augoeides es la luminosa ra-


diación divina del Ego (Yo Superior), que, cuando encarna-

91
do, no es más que su sombra” (3). En rigor de verdad, el
término “augoeides” se refiere a la luminosidad divina que
logra colarse desde lo alto para liberar al Alma de sus sóli-
dos grilletes materiales y restaurar sus alas. Por lo tanto, la
iluminación del Alma no es otra cosa que la recuperación
de nuestra propia luz, una luz que nunca desapareció del
todo.

En un bello pasaje del evangelio apócrifo de Tomás, Jesu-


cristo exclama: “Quien tiene oídos, ¡que oiga! Dentro de
una persona de luz hay luz, y él ilumina el mundo entero.
Cuando no brilla, hay oscuridad”.

Por lo tanto, debemos entender esta luminosidad que


viene de “arriba” como una luz que emana desde lo más
profundo del corazón llenando de claridad nuestra mirada
para que ésta pueda contemplar un mundo de luz. 

“Así el vencedor será revestido de vestiduras blancas y


no borraré su nombre del libro de la vida, y reconoceré
su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles”
(Apocalipsis 3:5).

Notas del texto

(1) Flavio Josefo: “La guerra de los judíos”


(2) Cicerón, Marco Tulio: “The treatises of M.T. Cicero on
the nature of the gods”
(3) Blavatsky, Helena Petrovna: “Glosario Teosófico”

92
Via Spinosa
Un viejo refrán sentencia que “no hay rosas sin espinas”,
es decir que las cosas que verdaderamente valen la pena
únicamente pueden alcanzarse con esfuerzo, o –dicho de
otro modo– si queremos rosas debemos esperar espinas.

Séneca decía: “Ad astra per aspera”, hacia las estrellas a


través de las dificultades (1), lo que significa que todos los
que transitamos el sendero iniciático deberíamos esperar
todo tipo de adversidades que nos pongan a prueba, ya
que nuestro Ideal no concuerda con la ideología dominan-
te ni con los dictados de la moda sino que –por el con-
trario– es contracorriente, ascendente y vertical. Por eso,
Jacob Böehme recomendaba: “Avanza en todo de manera
opuesta al mundo [y por el] el camino recto, pues el ca-
mino directo se opone en todo a los caminos por los que
avanza el mundo”. (2)

Desde un punto de vista simbólico, las espinas son una


representación elocuente de las dificultades de nuestra
peregrinación mientras que la verticalidad del camino se
evidencia en el tallo, que puede interpretarse como un
puente de la tierra al cielo, una salida de la oscuridad a la
luz, una especie de axis mundi donde aparecen conecta-
dos los tres mundos. (3)

Las espinas, que en la naturaleza no son otra cosa que la


defensa natural de la planta, no solamente representan un
escollo para los nobles caminantes sino también un me-

93
dio de protección contra la indiscreción de los profanos,
aquellos que no están dispuestos a hacer ningún esfuerzo
y que pretenden cosechar sin haber sembrado. Esta idea
aparece claramente en un interesante emblema del siglo
XVIII donde las espinas impiden que tres cucarachas es-
calen hasta la rosa. La frase que acompaña la imagen es
elocuente: “Procul inde profani”, lo cual significa “Mante-
ned la distancia, profanos”, una variante de la vieja máxima
latina “Procul hinc, procul ite prophani” (¡Lejos de aquí,
ale­jaos profanos!), que era un aviso muy claro para los
curiosos que querían meterse en los templos sagrados. (4)

La pasión del Cristo también ha sido relacionada a la rosa


y sus espinas, que aparece en muchas ocasiones en la for-
ma de una flor de cinco pétalos, una clara alusión a las cin-
co llagas del Cristo (las dos perforaciones en las muñecas,
las de los pies y la herida que le fue infligida tras su muerte
con una lanza) y donde aparece un tallo con 14 espinas
que rememora las 14 estaciones del Via Crucis. Esta con-
cepción aparece perfectamente reflejada en el conocido
axioma rosacruz: “Ad rosam per crucem ad crucem per
rosam” (“A la rosa por la cruz, a la cruz por la rosa”).

Esto no quiere decir que la vida sea un valle de lágrimas ni


que hayamos venido a este mundo a sufrir. No, claro que
no. Pero sí significa que debemos esperar todo tipo de
pruebas en nuestro camino. Retos a los que tenemos que
responder con habilidad. Retos, no castigos.

El camino iniciático es un camino de espinas, pero esas


mismas espinas que nos pinchan y que nos impiden el paso

94
son las que tienen la virtud de mantenernos alerta. Bu-
ddha proclamó que “el dolor es vehículo de conciencia”,
aunque esa afirmación suene casi a herejía en un mundo
moderno que se empecina en rendir culto al placer y en
escapar (o mejor dicho, tratar de negar) el dolor.

El dolor es un tema tabú, pero es absolutamente necesa-


rio para sacudirnos la modorra y para despertarnos a una
realidad que –tal vez– no podríamos haber visto de otro
modo.

En otras palabras, el dolor puede ser considerado una pie-


dra en el camino (¿por qué a mí?) o –por el contrario– una
puerta que nos conduce a la comprensión lúcida de algo
más profundo (¿para qué?).

Por más que se niegue o se esconda, el dolor siempre


terminará apareciendo: en la enfermedad, en la muerte de
un ser querido, en los contratiempos laborales, en las “in-
justicias de la vida”, etc. Aunque tratemos de esquivarlo,
el dolor siempre encuentra un espacio para manifestarse
y en ese momento deberíamos recordar la magistral en-
señanza budista: “Aunque el dolor es inevitable, el sufri-
miento es opcional”.

En una de sus conferencias, Enrique Eskenazi recordó que


“la palabra “duelo” por un lado es dolor pero por otro es
pelea, como en el caso de los duelistas. Hay un duelo no
sólo de dolor, hay una guerra: una guerra que uno no sabe,
pero que lo empeña a uno”. (5)

95
Lou Marinoff, por su parte, opinó que “las adversidades y
las tragedias que debemos afrontar nos colocan a menu-
do en el camino adecuado para descu­brir (o redescubrir)
nuestro propósito. (…) Tendemos a rechazar las cosas
desagradables, como si no tuvieran cabida dentro de la
pauta, pero algunas filosofías, como el Tao, justifican siem-
pre el entrelazado de opuestos. Si está buscando el bien,
encontrará también el mal. Si busca el significado, vivirá
ciertas cosas inexplicables. Si no compren­de un aconteci-
miento como parte de la pauta, es porque probable­mente
todavía no ha visto la totalidad del proyecto” (6).

Las espinas (es decir, los obstáculos de la vida) nunca de-


berían ser vistas como un castigo sino como una oportu-
nidad de crecimiento. Exactamente como dijo Flo­rence
Scovel-Shinn: “Haciéndonos amigos de los obstáculos,
ellos se transforman en un trampolín” (7).

Si sabemos mirar, por encima de la superficie de las cosas,


en todos los eventos, agradables y desagradables, placen-
teros y dolorosos, encontraremos un dedo índice que se-
ñala el camino a la fuente. No obstante, la mayoría de las
veces, abrumados por los problemas cotidianos, nos iden-
tificamos tanto con las cosas externas que permanecemos
ciegos ante las señales y nos quedamos mirando la mugre
de la uña sin prestar atención a la indicación del dedo.

“La adversidad es la piedra con la que afilo mi espada”


(Máxima iniciática)

96
Notas de texto

(1) Séneca: “Hércules loco”


(2) Boehme, Jacob: “Sobre la vida espiritual”
(3) Estos tres mundos clásicos son: el mundo de los dio-
ses, el mundo de los hombres y el inframundo. En Grecia,
el personaje que se podía mover libremente por los tres
mundos era el “tres veces grande” Hermes Trimegisto.
(4) La frase es de Virgilio y aparece en la Eneida, pero pos-
teriormente ha sido usada en bastantes ocasiones por los
rosacruces e incluso puede leerse en uno de los capítulos
de “Las bodas químicas de Christian Rosenkreutz” de Jo-
hann Valentinus Andreae.
(5) Eskenazi, Enrique: “Saturno y el don de la melancolía”
(6) Marinoff, Lou: “Más Platón y menos Prozac”
(7) Scovel-Shinn, Florence: “La palabra es tu varita mágica”.
En el original, la frase aparece de este modo: “¡Los obstá-
culos son amistosos y las dificultades trampolines!”

97
El velo de Isis
Según una vieja tradición mediterránea, recogida por Pro-
clo y Plutarco, en el Adytum de un templo de Sais (Egipto)
existía una enorme estatua de la diosa Isis con un tupido
velo negro cubriendo su rostro, acompañada de la enigmá-
tica frase: “Yo soy todo lo que ha sido, es y será, y ningún
mortal ha levantado mi velo” (1).

Desde esos días, el descorrimiento del velo de Isis ha pa-


sado a representar la revelación de la Verdad, el encuentro
con la Luz, el acceso a un conocimiento oculto, el traspaso
de un umbral, en otras palabras la conexión con una reali-
dad que está más allá de lo evidente.

Los discípulos en Sais

La Isis velada fue fuente de inspiración para los románticos


y Novalis la usó como tema central para una de sus com-
posiciones más inspiradas, un viaje iniciático titulado “Los
discípulos en Sais”.

En esta obra, el protagonista dice: “Es preciso que parta.


(…) Quizá regrese pronto, quizá nunca. (…) No sé lo que
me pasa; algo me empuja, me arrastra. (…) Quisiera deci-
ros dónde voy, pero yo mismo lo ignoro. Me encamino ha-
cia la morada de la Madre de las Cosas, la virgen velada; mi
alma se inflama y consume por ella. Adiós”. (2) Y entonces:
“Hyacinthe, a través de valles y desiertos, por torrentes

99
y montañas se dirigió, presuroso, a la tierra desconocida.
Preguntó a los hombres y a los animales, a las rocas y a los
árboles, el camino que conducía hacia Isis, la diosa sagra-
da. Muchos se burlaron de él; otros callaron; y en ninguna
parte pudo obtener respuesta. Atravesó, primeramente,
tierras salvajes y desoladas; brumas y nubes le cortaron
el camino, y las tempestades no amainaban, jamás. Luego
encontró desiertos sin límites y arenas incandescentes. A
medida que avanzaba, su alma se transformaba también”.
(3)

Aunque esta composición quedó inconclusa, en uno de los


finales posibles el poeta escribió:

“Uno [de los discípulos] lo logró: levantó el velo de la


diosa de Sais.Y ¿qué observó? Se vio, ¡oh, maravilla de ma-
ravillas!, a sí mismo”. (4)

Friedrich Schiller, por su parte, escribió “La imagen velada


de Sais” donde presenta a otro joven buscador “cuya sed
ardiente por el conocimiento le había incitado a viajar a
Sais en Egipto para aprender la sabiduría secreta de los
sacerdotes” (5).

En la tradición islámica, especialmente en el sufismo, la


Verdad divina se esconde detrás de 70.000 velos (hiyab)
“de luz y tinieblas” (6) que son ambivalentes: al mismo
tiempo que esconden la fuente de luz nos protegen de su
fulgor.

Dicho de otro modo: si todos esos velos desaparecieran,

100
quedaríamos enceguecidos y nos ocurriría lo mismo que
le pasó al prisionero de la caverna platónica al salir a la
superficie iluminada por el sol.

Alegoría de la caverna

En su conocido relato, incluido en “La República”, Platón


reflexiona:

“- Si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dole-


rían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose hacia aque-
llas cosas que podía percibir, por considerar que éstas son
realmente más claras que las que se le muestran?

– Así es.

– Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y em-


pinada cuesta, sin soltarlo antes de llegar hasta la luz del
sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por ser arrastrado y,
tras llegar a la luz, tendría los ojos llenos de fulgores que le
impedirían ver uno solo de los objetos que ahora decimos
que son los verdaderos?

– Por cierto, al menos inmediatamente.

– Necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar las


cosas de arriba. En primer lugar miraría con mayor facili-
dad las sombras, y después las figuras de los hombres y de
los otros objetos reflejados en el agua luego los hombres
y los objetos mismos. A continuación contemplaría de no-

101
che lo que hay en el cielo y el cielo mismo, mirando la luz
de los astros y la luna más fácilmente que, durante el día,
el sol y la luz del sol.

– Sin duda.

– Finalmente, pienso, podría percibir el sol, no ya en imá-


genes en el agua o en otros lugares que le son extraños,
sino contemplarlo cómo es en sí y por sí, en su propio
ámbito”. (7)

Por lo tanto, podemos concluir que el conocimiento de


la Verdad y el acceso a la fuente primordial es siempre
paulatino y está supeditado a “pequeñas conquistas” (hi-
tos) que suelen representarse como peldaños de una es-
calera, nudos de una larga soga, niveles, cámaras de un
templo que deben atravesarse o bien velos que deben ser
levantados. En todos los casos, estos grados o niveles son
una representación de los diferentes estados de concien-
cia (maqâmât), aquellos hitos conscienciales que jalonan el
sendero de regreso a casa.

Teniendo en cuenta que el sendero puede compararse a


una carrera de fondo y no de velocidad, es necesario desa-
rrollar la paciencia y no apurarnos demasiado. Los antiguos
decían “Apresúrate lentamente” (Festina lente), represen-
tando esta idea fusionando un caracol con una liebre, un
cangrejo con una mariposa o un delfín con un ancla. En
concordancia con esta idea, los alquimistas advertían que
“toda pre­cipitación procede del diablo” (8).

La paciencia –al igual que otras virtudes iniciáticas como


102
la disciplina, la constancia, el sacrificio, el altruismo– cier-
tamente está “fuera de moda” en nuestro mundo obsesio-
nado con la celeridad y las soluciones rápidas. Sin embargo,
si queremos avanzar con seguridad por este largo camino
no nos queda otra que respirar hondo y apresurarnos len-
tamente. Sin prisa pero sin pausa.

Por lo tanto, como nobles caminantes de la Via Lucis ¿qué


tenemos frente a nosotros? 70.000 barreras. 70.000 velos
que deben ser levantados pacientemente –uno a uno– para
finalmente llegar a la fuente luminosa. ¿Y cómo podemos
levantar los velos? A través de la reflexión serena, de la ex-
perimentación plena del aquí y ahora, del trabajo interior,
de todo aquello que nos ayude a descubrir nuestra verda-
dera identidad. En otras palabras: del Amor, de esa fuerza
avasalladora que nos hace ver que todos somos uno y que
nuestro propósito más alto es volver a unir lo que en el
principio estuvo unido, desandar el camino, volver a casa.

Omnia Vincit Amor.

“Vive en este mundo como si fueras un viajero, un pasa-


jero, con la ropa y los zapatos llenos de polvo. A veces,
sentado a la sombra de un árbol, a veces caminando por
el desierto. Sé siempre un pasajero, ya que éste no es tu
hogar”. (Mahoma)

103
Notas del texto

(1) Dice Plutarco en “Isis y Osiris”: “En Sais la estatua de


Atenea sentada, a la que también consideran Isis, tenía una
inscripción así: “Yo soy todo lo que ha sido, lo que es y
lo que será, y mi velo jamás me lo levantó ningún mor-
tal”. Proclo es quien ubica esta imagen dentro del adytum
o sancta sanctorum del templo, pero como el acceso a
este sitio estaba restringido a los sacerdotes, por lo cual
es posible que estemos frente a una descripción imaginal,
muy similar a la que hace el profeta Ezequiel.
(2) Novalis: “Los discípulos en Sais”
(3) Novalis: op. cit.
(4) Citado en Dilthey, Wilhelm: “Obras IV: Vida y poesía”
y en Murray, Christopher John:”Encyclopedia of the
Romantic Era, 1760-1850
(5) Schiller, Friedrich: “La imagen velada de Isis”
(6) A veces se habla de 70 velos, en otras de 70.000 e
incluso hay referencias a 72.000, tal vez por su valor
simbólico (7+2=9).
(7) Platón: “La República”
(8) En la “Explicación de la Tabla de Esmeralda” de Hor-
telano se lee: “Separa la Tierra del Fuego, lo espeso de lo
sutil, dulcemente y con gran cuidado. Dulcemente, es decir,
poco a poco, no violentamente, sino con espíritu y con
arte”. Geber, por su parte, dice: “Os recomiendo actuar
con precaución y con pausa, no tener prisa y seguir el
ejemplo de la naturaleza”.

104
Misterios mayores y menores
Atendiendo a la naturaleza dual del ser humano (material
y espiritual), los Misterios Iniciáticos se dividen en dos: los
Misterios Menores, que pueden  definirse sencillamente
como los “misterios del Alma” y los Misterios Mayores, es
decir los “misterios del Espíritu”.

Los Misterios Menores (o “Arte Real”) se fundamentan en


un proceso de perfeccionamiento interior a través de un
entrenamiento integral que en ocasiones es llamado “As-
cesis” o “Sadhana”, el cual comienza con una Metanoia o
cambio radical de nuestra forma de presenciar al mundo
y que culmina con una Iniciación o Iluminación que nos
permite abrir la primera puerta y lograr la concordancia
de todas las oposiciones.

Los Misterios Mayores (o “Arte Sacerdotal”), por su parte,


se vinculan al Espíritu y a la conciencia plena del “Yo Soy”.
Es la reintegración, el regreso definitivo a casa que las tra-
diciones de Oriente llaman Nirvana o Moksha.

En Roma, el misterioso dios Jano tenía dos cabezas que


aludían a esta doble naturaleza y a estas dos puertas: la
puerta de los hombres (Misterios de la Tierra) que se abría
con una llave de plata y la puerta de los dioses (Misterios
del Cielo) que se abría con una llave de oro.

Aunque muchas de ellas están en crisis, existen en Occi-


dente varias escuelas de Misterios Menores que brindan

105
herramientas valiosas para la purificación  anímica (Ani-
ma=Alma) y que intentan generar un ámbito propicio para
la formación integral del ser humano. A veces lo logran, a
veces no, pero las herramientas están ahí, esperando ser
utilizadas por operarios hábiles para cumplir con el pro-
pósito con el que fueron creadas.

Al mismo tiempo que podemos encontrar numerosas ór-


denes, cofradías y escuelas de los Misterios menores, exis-
te una sola Escuela de Misterios Mayores, conocida como
“Iglesia Interior”, “Logia Blanca”, “Orden de Melquisedec”,
“Colegio Invisible”, “Academia Numénica” que se dedica
exclusivamente al trabajo con los verdaderos iniciados,
aquellos que han traspasado la primera puerta y que han
abierto su ojo interior. Esta escuela (de la que se han es-
crito muchas sandeces) no posee locales físicos y cuenta
con un único instructor, aunque este suele adoptar mil
disfraces distintos.

Así es que, en todo tiempo ha habido una Asamblea In-


terior, la Sociedad de los Elegidos, la sociedad de los
que tenían más capacidad para la Luz y que la buscan,
y esta sociedad interior se llamaba el Santuario Inte-
rior o la Iglesia Interior. Todo lo que la Iglesia exterior
posee en símbolos, ceremonias y ritos, es la letra de la
que el espíritu y la verdad están en la Iglesia Interior.

En estos tiempos de aceleración, muchos estudiantes


quieren llegar a los Misterios Mayores sin pasar antes por
los Misterios Menores, pero esto es imposible. En el ca-
mino iniciático no hay atajos y tenemos que transitar un

106
camino, largo, esforzado, contracorriente, atravesando las
pruebas de la Tierra, las pruebas del Agua, las pruebas del
Aire, las pruebas del Fuego para que finalmente todos los
elementos sean integrados, lo de arriba se una con lo de
abajo para encontrar la Paz más perfecta, la Paz triunfal, la
Paz Profunda.

Algunos dirán –y con toda razón– que esa Paz no está le-
jos. Es verdad, la Paz Profunda está aquí mismo pero como
no la podemos detectar con esta mente agitada es nece-
sario que nos convirtamos en nobles caminantes, que nos
preparemos integralmente y que abramos los ojos.

En este camino, en esta noble senda de la Rosa y la Cruz,


no necesitas correr ni apurarte. Solo tienes que caminar,
aprender y disfrutar.

Antes de concluir este artículo, deseo hacer una breve


recapitulación sobre este tema, para comprender bien de
qué estamos hablando cuando nos referimos a escuelas de
misterios menores y a una escuela de misterios mayores.

Las escuelas de Misterios Menores se distinguen por


su Diversidad. En todo el planeta podemos encontrar mu-
chas corrientes y muchos maestros que señalan hacia un
mismo punto. Incluso en la Rosacruz podemos encontrar
varias escuelas, diferentes órdenes que están inspiradas en
un mismo ideal. Todas estas organizaciones se refieren a
un hito de la conciencia que denominan Iniciación o Ilumi-
nación. Todas ellas promueven una Ascesis o un Entrena-
miento que es absolutamente necesario para la purifica-

107
ción del Alma. Simbólicamente los misterios menores se
vinculan a la llave de plata que es la que abre la puerta de
los hombres. Son los Misterios de la Tierra, el Arte real, en
la Cábala tiene su eje en Tipheret.

También hablamos de una única Escuela de Misterios Ma-


yores y esto de que sea única ya nos indica que en ella
existe Unidad, un único Maestro que –desde la perspec-
tiva rosacruz– es el Cristo y que reside en el corazón de
cada uno de nosotros. En esta escuela que muchas veces
se la ubica en Agartha o Shamballah es donde residen los
Hermanos Mayores de la Rosacruz.

Aquí el camino iniciático ya ha terminado y por eso se


habla de una reintegración con la Fuente, una conexión
directa con la divinidad. La llave de oro que representa
a estos misterios abre la puerta de los dioses. Es el Arte
sacerdotal, los Misterios del Cielo, que en la Cábala se
vinculan a Kether.

108
La Ley del Triángulo
El simbolismo del número 3 está íntimamente relacionado
a la llamada “Ley del Triángulo”, que es estudiada en pro-
fundidad en las escuelas rosacruces y hermetistas moder-
nas.

¿En qué consiste esta Ley? Pues bien, esta Ley universal
establece que cada efecto tiene una causa que siempre
contempla dos condiciones, una activa (positiva) y otra
pasiva (negativa), que al ser unidas generan un efecto.

En otras palabras, se está postulando la existencia de dos


fuerzas raíces: una de empuje (principio activo, yang, Shiva)
que dirige la energía y otra de resistencia (principio pasivo,
yin, Shakti) que la ejecuta, y de esta interacción se produce
una tercera condición que implica un movimiento.

Este proceso es llamado “trialéctico” y por esta razón la


Tradición Iniciática siempre ha observado en el número
3 el fundamento constitutivo del Universo, así como en
el triángulo equilátero la armonía completa, el símbolo
geométrico de la reunión concordante de los opuestos o
“coincidentia opposito­rum”.

El rosacrucismo moderno explica que “el Triángulo con


sus tres puntos repre­senta la perfecta creación” (1), es
decir que todos los acontecimientos cósmicos (tanto fí-
sicos como metafísicos) están subordinados a la ley del
Triángulo, que rige toda manifestación. Ninguna manifes-

109
tación perfecta puede producirse ni estar completa, si no
aparecen estos dos polos que originan un tercero. Al re-
unir al Uno (principio activo) y al Dos (principio pasivo),
aparece una tercera condición que contiene las cualidades
de las dos primeras pero constituye a su vez una realidad
diferente: 1 + 2 = 3

Esta idea aparece bien explicada en “El Kybalión”, donde


podemos leer dos postulados de gran importancia:

Dualidad cósmica (Principio de polaridad): “Todo es doble,


todo tiene dos polos; todo, su par de opuestos: los seme-
jantes y los antagónicos son lo mismo; los opuestos son
idén­ticos en naturaleza, pero diferentes en grado; los ex-
tremos se tocan; todas las verdades son medias verdades,
todas las paradojas pueden reconciliarse”.

Tercera condición (Principio de generación): “La genera-


ción existe por doquier; todo tiene su principio mascu­
lino y femenino; la generación se manifiesta en todos los
planos”. 

El ser humano, como entidad microcósmica (reflejo del


Macrocosmos), posee una naturaleza dual (material y es-
piritual), por lo tanto es un “ser de dos mundos” –aunque
trino en su manifestación– donde  aparece una tercera
condición que lo “anima”, le otorga “vida” y que justamen-
te recibe el nombre de Ánima (Alma).

El Alma es el puente que conecta a estos dos mundos, a


estas dos energías que parecen antagónicas. De ahí que

110
las escuelas iniciáticas contemplen al Cuerpo y al Espíritu
pero focalizando su trabajo en la purificación anímica y,
por esto, su trabajo ascético está dedicado al Alma.

La Iniciación misma, contemplada desde esta perspectiva,


significa la concordancia de estas dos realidades y el en-
cuentro virtuoso de estos dos puntos en un tercero, que
representa la plenitud, el equilibrio, la realización plena, el
desarrollo de todo nuestro potencial.

La llamada “Santísima Trinidad”, así como todas las trini-


dades que aparecen en las diferentes religiones –tanto
de Oriente como de Occidente– son una consecuencia
directa de la Ley del Triángulo, muchas veces expresada
como Padre-Madre-Hijo. Mientras que el filósofo Hegel
hablaba de tesis, antítesis y síntesis, los indos hablan de
Creación, Conservación y Destrucción (o mejor dicho,
Transformación), representados en las tres dioses de la
Trimurti: Brahma,Vishnú y Shiva.

Notas del texto

(1) Scott, Virginia: “The Law of the Triangle” en la revista


rosacruz “The Mystic Triangle” de junio 1928

111
El linaje rosacruz
Uno de los temas que aparece recurrentemente al hablar
del rosacrucismo es el referido al linaje, es decir a la vali-
dez o no de una Orden, Fraternidad o Cofradía que lleve
el nombre de “Rosacruz” y por eso queremos dejar claro
nuestra visión acerca de este asunto.

Si hablamos de Masonería, quedan bastante claras las filia-


ciones y los linajes, los cuales fácilmente pueden ser com-
probados (o descartados) a través de documentos. Aun-
que existen muchas orientaciones dentro de la Masonería,
la mayoría puede acreditar su linaje aunque esto no signi-
fique que se realiza un buen trabajo. Lo único que significa
es que se puede comprobar la recepción de un legado,
más allá de que existan cosas increíbles como la venta de
grados y de cartas patentes, o incluso avances meteóricos
del grado 1 al 33 avalados por papeles. En verdad, toda
esta sinrazón surge por una incomprensión generalizada
del sentido último de la iniciación que se da en la mayoría
(no en todas) las obediencias y logias.

En lo referente a la Orden del Temple, también queda ab-


solutamente claro el tema pues en la actualidad ninguna
cofradía templaria puede considerarse legítima dado que
la auténtica Orden fue disuelta en 1312. Por esta razón,
cuando hablamos de Templarios en la actualidad debería-
mos hablar de “neo-templarios” o de órdenes inspiradas
en el Temple, aunque carentes de un linaje que acredite su
derecho a recibir ese nombre.

112
En el Martinismo la cosa es sencilla. La Orden Martinista
fue creada por Papus y Agustin Chaboseau entre los años
1887 y 1891, que habrían sido receptores de dos linajes
diferentes que procedían del Filósofo Desconocido, Louis
Claude de Saint Martin. En este sentido el linaje puede
rastrearse bastante bien y se acepta –además de esta lí-
nea francesa– otra línea de sucesión que es bien conocida
como martinismo ruso.

En otras palabras, si revisamos otras tradiciones iniciáticas


como la Masonería, el Temple y el Martinismo encontra-
remos documentación casi siempre fidedigna que avala (o
descarta) cualquier línea de sucesión o linaje.

No ocurre lo mismo con el rosacrucismo, donde todos


los documentos que supuestamente acreditan los linajes
de las diferentes órdenes han terminado siendo dudosos,
o provenientes de otras organizaciones que no estaban
vinculadas directamente a la Rosacruz, o incluso hábiles
falsificaciones.

Pero vayamos al eje de la cuestión. Muchas veces se habla


de una cadena de transmisión iniciática, pero deberíamos
hablar –en verdad– de dos cadenas: una vinculada a los
Misterios Menores (el llamado Arte Real) y otra relacio-
nada a los Misterios Mayores (o Arte Sacerdotal).

La primera cadena es anímica y vincula horizontalmente a


las almas, y –si la vinculamos con la primera llave de Jano–
podríamos denominarla “cadena de plata”.

113
La segunda cadena es espiritual y nos vincula a cada uno
de nosotros individualmente con el Espíritu, con la Fuente.
Otra vez recurriendo a las llaves de Jano, esta sí sería la
“cadena de oro”.

En ambos casos, la cadena nos remite al mismo concepto:


la transmisión de un conocimiento primordial, de carácter
sagrado.

En la cadena de plata existen iniciadores, transmisores,


gurúes, instructores, que trabajan en torno a un marco
simbólico específco y donde el ritual es un elemento fun-
damental para que el símbolo libere su energía-fuerza e
impregne a todos los participantes.

En la cadena de oro hay un solo Maestro, un único gurú:


el Maestro Interno, Dios en nosotros.

¿Una cadena es mejor que otra? ¡Por supuesto que no! Las
dos son necesarias y la mayoría de las veces simultáneas.
Esto signifca que una persona puede ser iniciada en una
orden tradicional y participar de un colectivo, formar par-
te de una cadena anímica, pero a partir del momento que
empieza a “abrir su visión interior” (el ojo del corazón) y
conectarse con el símbolo, empieza a conectarse también
con la otra cadena donde hay un solo Maestro, que ha
recibido decenas de nombres (Hermes, Enoch, el pro-
pio Cristo) pero que siempre nos remite a un Maestro
sin forma, el Maestro universal, aquel que compartimos
todos los seres humanos y que reside en el centro de
nuestros corazones. Es uno solo y está presente en todos.

114
Volvamos ahora a la Rosacruz. Cuando hablamos de una
Orden Rosacruz o Hermandad de la Rosacruz estamos
hablando de un colegio metafísico, no de una organización
humana. ¿Y dónde reside esa Orden invisible? En un lugar
secreto, a resguardo de la indiscreción de los profanos y
que en la Tradición recibe el nombre de Agartha.

Esto significa que todas las escuelas, órdenes y fraterni-


dades rosacruces que actualmente conocemos son or-
ganizaciones de inspiración rosacruz y su validez reside
en su grado de conexión con el Egrégor de la Rosa y la
Cruz. Deberíamos preguntarnos: ¿de qué manera un do-
cumento físico podría acreditar una conexión metafísica
si –justamente– las verdaderas iniciaciones se otorgan en
los planos sutiles?

Al no existir –como sí existen en la Masonería– “land-


marks” o parámetros para determinar los fundamentos
de la regularidad iniciática, ni tampoco existen documen-
tos que atraviesen la frontera del siglo XIX, entonces la
única regla para medir la autenticidad de las órdenes de
corte rosacruz es analizando sus frutos, lo que significa
aplicar el viejo enunciado crístico: “Por sus frutos los co-
noceréis”. No hay otro modo. Si crees que los frutos que
se brindan son saludables y nutritivos, esta Orden Rosa-
cruz Iniciática será verdadera para ti porque hará resonar
esa Verdad que únicamente podrás hallar en ti interior. Si
crees que no lo es, pues este no es tu camino.

¿Qué puede decirse de las otras órdenes y fraternidades


rosacruces? Pues que todas aportan una visión distinta del

115
rosacrucismo, normalmente haciendo énfasis en algún as-
pecto esencial de la Tradición y trabajando con diferentes
herramientas. Todas estas escuelas han sido (y son) valio-
sas y necesarias para diferentes tipos de personas.

Cuando nos referimos a lo iniciático estamos hablando


de algo bien simple, extremadamente sencillo: de almas
transitando un sendero de regreso a casa y que en su
peregrinación se van encontrando con otras almas con
las que se sienten conectadas y con las que pueden tra-
bajar de forma sinérgica, a fin de construir un puente, una
estructura sólida que conecte dos realidades. A veces se
trata de intelectualizar todo esto y enmarcarlo en códigos
mundanos pero la realidad es que el sendero iniciático se
basa en la sencillez, entendiendo que este camino comien-
za en el Amor, pasa por el Amor y termina en el Amor.

Algunos dirán: “Dado que no existen papeles ni documen-


tos que conecten a las organizaciones modernas con el
impulso rosacruz de principios del siglo XVII entonces
todas son falsas”, a lo que volvemos a insistir: lo impor-
tante es la conexión aquí y ahora con la Rosacruz
Invisible, con los Hermanos Mayores, con el Egrégor que
sustenta y que brinda vitalidad plena a todo esto.

Los orientales tienen una enseñanza magistral. Ellos hablan


de dos tipos de gurú, es decir de dos clases de maestros:
el Upa-guru y el Sat-guru.

El Upa-guru es todo maestro externo, toda aquella perso-


na que nos aporta valor para que avancemos en nuestro

116
camino y que descubramos a nuestro verdadero maestro,
el Sat-guru.

Este Sat-guru es el maestro interno, el único maestro que


vale la pena, por eso los maestros exteriores y las órdenes
iniciáticas son válidas en la medida que nos lleven a descu-
brir ese maestro, esa verdad escondida en nosotros.

Esta idea es reveladora porque significa que la validez o no


de esta Orden Rosacruz Iniciática (y de todas las organiza-
ciones similares) dependerá de su eficacia en hacernos ver
que las claves de la Iniciación están dentro de nosotros.

A algunos no les gustará que digamos esto porque pre-


fieren ver el dedo y no la luna. No importa. A nosotros
nos interesa la luna, nos importa lo que está detrás del
muro y no el tipo de escalera. Para ellos seremos siempre
herejes, farsantes, contra-iniciáticos o cualquier adjetivo
que nos descalifique. No importa, a los que nos tiran pie-
dras, les ofrecemos nuestra mejor sonrisa porque cree-
mos sinceramente en las palabras del Cristo: “Por sus fru-
tos los conocereis”. Y nuestra planta está siendo regada
con amor, por hombres y mujeres de buena voluntad que
han emprendido este camino que lleva a lo Bueno, lo Bello,
lo Justo y lo Verdadero.

117
Frente a nuestras narices
En 1946, la 20th Century Fox llevó a la gran pantalla una
novela de  W. Somerset Maugham titulada “El filo de la
navaja”, la cual estaba inspirada en una frase de los Upani-
shads: “El camino de la salvación es tan difícil de recorrer
como el filo de la navaja”.

De todas las escenas de la película hay una que siempre


me ha fascinado: el momento en el que Larry (el protago-
nista) recibe la “llamada” en una oscura taberna acompa-
ñado de un singular borrachín llamado Kosti. Según Joseph
Campbell, la llamada es el momento preciso en el que
aparece una persona, un libro, una enseñanza, algo que
nos impulsa a buscar, a abandonar la zona de confort y
a explorar el sendero que lleva a la reintegración.

Lo interesante de esa escena memorable es que un hecho


fortuito, supuestamente casual, con una persona vulgar y
en el tugurio más abyecto, terminó convirtiéndose en un
disparador, en un chispazo de inspiración consciente que
necesitaba el protagonista para encontrar su propósito
existencial. ¿Y no es eso lo que nos dicen los alquimistas
en sus obras? ¿Acaso no nos advierten una y otra vez que
la piedra filosofal está en todos lados, especialmente en las
cosas vulgares, incluso en las más repulsivas?

Donde no miramos, en las cosas intrascendentes que ge-


neralmente pasan desapercibidas y que terminamos des-
cartando, ahí está la piedra. Por eso advierte Nicolás

118
Flamel: “Hay una piedra oculta, escondida y sepultada pro-
fundamente bajo un manantial, ella es vil, pobre y sin nin-
gún valor; y está cubierta de excrementos y de estiércol;
a ella, siendo siempre la misma, le han sido dados muchos
nombres diversos” (1). Jung, por su parte, al hablar de la
materia prima sostenía que ésta “resulta barata y se en-
cuentra en todos sitios, incluso entre la inmundicia más
repugnante” (2).

Siddharta Gautama (el Buddha), después de haber disfruta-


do de una vida lujosa en el palacio y de una vida miserable
con los ascetas del bosque, alcanzó la iluminación al escu-
char una charla trivial en la que un pescador hablaba con
su hijo de las cuerdas de un laúd y le decía: “Si las cuerdas
están demasiado tensas, se rompen. Si están demasiado
flojas, no suenan”. Con esta sencilla frase pronunciada al
pasar por un transeúnte, el Buddha terminó descubriendo
la “vía del medio”, el eje de toda su enseñanza.

En verdad, aquel que no está dispuesto a ver no podrá


encontrar la Verdad ni en el monasterio más sagrado del
Tibet, mientras que el buscador sincero podrá hallarla en
los antros más viles, aún entre borrachines y delincuentes.

Como dice el dicho: “no hay peor ciego que el que no


quiere ver”. Si sabemos mirar, descubriremos que todas
las cosas que nos ocurren (las que llamamos “buenas” y
“malas”) y todas las personas que llegan a nosotros son
flechas indicadoras hacia la autorrealización. En otras pa-
labras, si descartamos las circunstancias de la vida como
una mera casualidad y las pasamos a concebirlas como ne-

119
cesidades del Alma (causalidad), los acontecimientos y las
personas se convierten en llaves que abren puertas hacia
una comprensión más profunda de la vida.

El camino iniciático no se aleja ni un solo centímetro de


la vida cotidiana ni es extremadamente complicado, como
piensan algunas personas. Por el contrario, es simple y se
vive momento a momento, aquí y ahora.

La piedra filosofal se encuentra frente a nuestras narices.


Por eso los orientales aseguran que el destino del camino
espiritual no está muy lejos de nosotros sino que “la meta
está en la plaza del mercado”, entre feriantes y verduleros.

Concordancia: Cuento de Suzuki

En cierta ocasión se le preguntó a un gran maestro:


-¿Haces tú ininterrumpidamente esfuerzos por ejercitarte
en la verdad?
-Ciertamente, los hago.
-¿Cómo te conduces?
-Si tengo hambre, como; si me hallo cansado, descanso o
me acuesto un rato.
-Esto hace todo el mundo. ¿Se puede decir, pues, de
cualquiera que se comporta o ejercita como tú?
-No.
-¿Por qué no?
-Porque los demás, cuando comen, no comen, sino que
andan dando vueltas a los más diversos asuntos, dejándose
molestar por ellos; si duermen, en realidad no es dormir

120
lo que hacen, sino soñar en un sin fin de cosas. Así pues,
ellos no son como yo. (3)

Notas del texto

(1) Flamel, Nicolás: “El deseo deseado”


(2) Jung, Carl Gustav: “Psicología y Alquimia”
(3) Suzuki, D.T.: “Introducción al budismo zen”

121
Simbolismo de la granada
La granada, como fruta y como símbolo, era conocida y
apreciada por las naciones de la antigüedad, especialmente
en el Medio Oriente. 

Símbolo de la fecundidad, la prosperidad y la generación, la


granada es una fruta que posee una cáscara dura que pro-
tege una gran cantidad de pequeñas semillas rojas, jugosas
y muy sabrosas.

Conocida también como “manzana granulada” (pomum


granatum, “pomegranate” en inglés, “melagrana” en italia-
no) aparece muchas veces en la Biblia e incluso algunos
estudiosos la han querido relacionar con la fruta prohibida
del Edén.

En la Grecia Clásica, la granada fue usada en los ritos eleu-


sinos, donde los sacerdotes de Deméter portaban una
corona con ramas de granado, recordando a Perséfone,
que –engañada por Hades– tenía que permanecer en el
Inframundo durante seis meses al año por haber comido
seis semillas de granada.

Introducida en España por los musulmanes, dio nombre a


la ciudad de Granada y posteriormente a toda la provincia,
la cual muestra en su blasón “una granada al natural, rajada
de gules, tallada y hojada de sinople”.

La granada aparece citada por primera vez en el Antiguo

122
Testamento en Éxodo 28:33, cuando Dios da instruccio-
nes sobre la vestimentas que deberá utilizar el Sumo Sa-
cerdote (Aarón): “Haz granadas de tela azul, púrpura y
escarlata alrededor del borde del manto, con campanas de
oro entre ellos”.

En este caso, Aarón es el representante ante la divinidad


de todo el pueblo de Israel, por lo tanto la granada, que
aloja múltiples semillas en un mismo contenedor simboliza
a toda la nación judía. Dicho de otro modo, al oficiar como
sacerdote, Aarón porta consigo a todos los judíos. Es un
individuo solo, pero –al mismo tiempo– es “muchos”.

Este es uno de los aspectos simbólicos más importantes


de esta fruta: la unidad escondida en la multiplicidad. Tra-
dicionalmente se dice que la granada tiene 613 semillas,
número que alude a las prescripciones de la Torah, las lla-
madas “mitzvot”. Al reducir este número por el método
teosófico, llegamos a la unidad: 6+1+3=10, es decir 1+0=1.
(1)

Aunque el número 613 es simbólico, hace pocos años se


hizo un estudio científico realmente muy curioso donde
se contabilizó el número de semillas de las granadas de
varios países. Lo más increíble de esta investigación es que
el promedio de semillas terminó siendo 613.

Los dos pilares del Templo de Salomón, llamados Jachin y


Boaz, fueron decorados con granadas a petición del mis-
mo rey, el que tenía una particular predilección por esa
fruta.

123
De acuerdo al relato bíblico, Hiram de Tiro “fundió dos
columnas de bronce. (...) Hizo también dos hileras de gra-
nadas alrededor de la red, para cubrir los capiteles que es-
taban en las cabezas de las columnas con las granadas; y de
la misma forma hizo en el otro capitel. (...) Tenían también
los capiteles de las dos columnas, doscientas granadas en
dos hileras alrededor en cada capitel, encima de su globo,
el cual estaba rodeado por la red. Erigió estas columnas
en el pórtico del templo; y cuando hubo alzado la columna
del lado derecho, le puso por nombre Jaquín, y alzando
la columna del lado izquierdo, llamó su nombre Boaz” (I
Reyes 7:15-21).

Los masones tomaron como modelo el Templo salomó-


nico y adoptaron a la granada como uno de sus símbo-
los, colocándola entreabierta en la parte superior de las
columnas del templo. En este caso, la granada refiere a la
Unidad en la diversidad, enseñando que cada masón es
una “semilla” que –al reunirse en logia– pasa a formar par-
te de un mismo cuerpo fuerte y unido, donde cada semilla
es diferente en su forma pero idéntica en su esencia.

Toda semilla tiene el potencial de convertirse en un


enorme árbol, pero para lograr esto debe morir como
semilla, renunciar a su identidad chiquita y limitante a fin
de transformarse en algo mayor.

La cáscara de la granada, amarga y gruesa, esconde y


protege a las semillas de intenso color rojo, cuyo sabroso
néctar ha sido comparado tradicionalmente con la sangre
y en la tradición cristiana particularmente con la sangre de

124
la pasión de Cristo e incluso con el Santo Grial, dado que
tanto el cáliz como la fruta actúan como contenedores de
un líquido precioso de intenso color rojo.

En la mayoría de las culturas la sangre representa la vida.


Mientras que algunos esoteristas hablan de la sangre como
el “vehículo del Alma”, la tradición judía sostiene que “la
sangre es nefesh” es decir que “la sangre es el Alma”. En
Levítico 17:14 puede leerse: “La vida de toda carne es su
sangre; por tanto, he dicho a los hijos de Israel: No co-
meréis la sangre de ninguna carne, porque la vida de toda
carne es su sangre; cualquiera que la coma será cortado”,
un pasaje interesante que leído de forma literal ha llevado
a los Testigos de Jehová a reprobar las transfusiones de
sangre.

Los cabalistas, aunque también sostienen que la sangre es


el medio de conexión entre el Alma y el cuerpo (soporte
de la vitalidad) (3), no se niegan a las transfusiones por-
que salvar una vida es una de las “mitzvot” más impor-
tantes que existen (Levítico 18:5). Recordémoslo siempre:
el principio de “caridad” al interpretar un texto sagrado
establece que, si una interpretación nos lleva a la unidad,
lo bueno y lo justo, y otra nos conduce a la diversidad, lo
malo y lo injusto, la interpretación verdadera será siempre
la primera.

En algunos ágapes fraternales se brinda con mosto de gra-


nada o granadina, para representar la unión fraternal. En
las antiguas bodas judías, era usual el uso de este tipo de
mosto para que los cónyuges bebieran de una misma copa,

125
dando a entender que –a partir de ese momento– las dos
almas se convertían en una sola y que su sangre se termi-
naría mezclando en sus hijos.

Esta asociación de las granadas con los amantes aparece


en el Cantar de los Cantares (8:2): “¡Que yo te llevara,
que yo te metiera en casa de mi madre; que me enseña-
ras, que te hiciera beber vino adobado del mosto de mis
granadas!” y también fue fuente de inspiración para San
Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual: “Y luego a las
subidas cavernas de las piedras nos iremos que están bien
escondidas, y allí nos entraremos, y el mosto de granadas
gustaremos”.

Notas del texto

(1) Esto mismo ocurre en el tablero del ajedrez, donde


una aparente dualismo representado por las 64 casillas
blancas y negras esconde la unidad: 6+4=10, y 1+0=1.
(2) Dice René Guénon: “La sangre constituye efectivamen-
te uno de los lazos del organismo corporal con el estado
sutil del ser viviente, que es propiamente el “alma” (nefesh
haiah del Génesis), es decir, en el sentido etimológico (ani-
ma), el principio animador o vivificador del ser”. (“Sobre
Cábala y Judaísmo”)

126
Crisis de las órdenes iniciáticas
Una de las cosas más preocupantes de nuestros tiempos
modernos es la situación crítica en la que se encuentran
todas las organizaciones humanas, tanto las profanas como
las sagradas.

Por doquier, vemos escuelas, órdenes, fraternidades y gru-


pos que –en lugar que colocarse en franca oposición a la
desintegración que ha supuesto la edad de hierro o kali
yuga– se han terminado rindiendo a los cánones profanos
olvidado casi por completo su propósito más alto. A ve-
ces es peor, la enseñanza trascendente pasa a un segundo
plano y en su lugar se construye una fraternidad desca-
feínada, que es más una forma de sociabilidad mundana
que una conexión de almas, de peregrinos deseosos por
emprender la senda más noble de todas.

Hay un hermoso cuento de Anthony de Mello que nos


habla de esto.

“En un determinado lugar de una accidentada costa, don-


de eran frecuentes los naufragios, había una pequeña y
destartalada estación de salvamento que constaba de una
simple cabaña y un humilde barco. Pero las pocas perso-
nas que la atendían lo hacían con verdadera dedicación,
vigilando constantemente el mar e internándose en él in-
trépidamente, sin preocuparse de su propia seguridad, si
tenían la más ligera sospecha de que en alguna parte había

127
un naufragio. De ese modo salvaron muchas vidas y se
hizo famosa la estación.

Y a medida que crecía dicha fama, creció también el de-


seo, por parte de los habitantes de las cercanías, de que
se les asociara a ellos con tan excelente labor. Para lo
cual se mostraron generosos a la hora de ofrecer su tiem-
po y su dinero, de manera que se amplió la plantilla de
socorristas, se compraron nuevos barcos y se adiestró
a nuevas tripulaciones. También la cabaña fue sustituida
por un confortable edificio capaz de satisfacer adecua-
damente las necesidades de los que habían sido salva-
dos del mar y, naturalmente, como los naufragios no se
producen todos los días, se convirtió en un popular lu-
gar de encuentro, en una especie de club local. Con el
paso del tiempo, la vida social se hizo tan intensa que se
perdió casi todo el interés por el salvamento, aunque,
eso sí, todo el mundo ostentaba orgullosa-
mente las insignias con el lema de la estación.
Pero, de hecho, cuando alguien era rescatado del mar,
siempre podía detectarse el fastidio, porque los náufragos
solían estar sucios y enfermos y ensuciaban la moqueta y
los muebles.

Las actividades sociales del club pronto se hicieron tan nu-


merosas, y las actividades de salvamento tan escasas, que
en una reunión del club se produjo un enfrentamiento con
algunos miembros que insistían en recuperar la finalidad y
la actividad originarias. Se procedió a una votación, y aque-
llos alborotadores, que demostraron ser minoría, fueron
invitados a abandonar el club y crear otro por su cuenta.

128
Y esto fue justamente lo que hicieron: crear otra estación
en la misma costa, un poco más allá, en la que demostraron
tal desinterés de sí mismos y tal valentía que se hicieron
famosos por su heroísmo. Con lo cual creció el número
de sus miembros, se reconstruyó la cabaña... y acabó apa-
gándose su idealismo. Si, por casualidad, visita usted hoy
aquella zona, se encontrará con una serie de clubs selec-
tos a lo largo de la costa, cada uno de los cuales se siente
orgulloso, y con razón, de sus orígenes y de su tradición.
Todavía siguen produciéndose naufragios en la zona, pero
a nadie parecen preocuparle demasiado”.

Este cuento de Anthony de Mello ejemplifica a la perfec-


ción el tema de este artículo: la pérdida de sentido, el des-
vío de lo esencial para focalizarse en lo espúrio, en una
versión desdibujada del propósito original.

Tenemos que reencontrar el sentido, no solamente a nivel


individual sino comunitario y fundamentalmente en nues-
tras organizaciones. Descubrir que es necesario hacer un
alto en el camino y preguntarnos: ¿Hacia donde nos dirigi-
mos? ¿De qué manera estamos aportando valor para salir
de este pozo en el que nos encontramos?

Las órdenes iniciáticas tienen un deber, un compromiso,


un propósito: brindar herramientas adecuadas para la
trascendencia, para ayudar a sus miembros a que recuerden
su verdadera identidad y para abandonar todo egoísmo
a fin de que la comunidad toda reencuentre también su
propósito.

129
Las órdenes iniciáticas no tienen que buscar nada fuera
de ellas sino redescubrir su propia tradición, sacar del
cajón y desempolvar las viejas herramientas que todos los
miembros conocen pero que pocos utilizan.

Las órdenes iniciáticas deben dejar de colaborar con los


amos de la caverna, con aquellas fuerzas que –por oscuras
conveniencias– prefieren que sigamos durmiendo y ron-
cando a pata suelta. Las órdenes iniciáticas deben formar
parte de la resistencia, a fin de participar en la revolución
más digna de todas: la revolución de la conciencia.

130
Simbolismo de los huevos de pascua
Aunque la tradición de los huevos de pascua se pierde
en la noche de los tiempos y tiene muchos anteceden-
tes históricos (Egipto, Mesopotamia), durante la Semana
Santa cristiana es necesario interpretar el símbolo en su
contexto. ¿Y cuál es este contexto? El Cristo resucitando,
volviendo a la vida tres días después de su muerte.

El huevo es un espacio cerrado donde ocurre una trans-


formación. Por esta razón, no es difícil establecer una co-
rrespondencia entre el huevo y la semilla, el útero ma-
terno, el horno alquímico o athanor, el capullo de seda, la
cámara de reflexión masónica, el sarcófago iniciático, etc.

En el marco de la Semana Santa, el espacio cerrado donde


puede constatarse una transformación es el Santo Sepul-
cro, el lugar donde José de Arimatea y otros judíos colo-
caron al Cristo inerte y –al tercer día– salió el Cristo vivo.

En Rusia pre-soviética la correspondencia del huevo con


la resurrección era evidente en los rituales de Pascua or-
todoxos. Según cuentan las crónicas: “A media noche las
campanas rompen en alegres repiques, en tanto que todas
las cabezas se descubren y que el cañón truena. Después
del canto de los salmos, el obispo ó el oficiante se acerca
al iconostasis que oculta el sepulcro, levanta el sudario y
hace ver al pueblo que el sepulcro está vacío. Entonces, re-
curriendo al simbolismo tan del agrado del rito greco-ruso,
el oficiante, en vez de anunciar la resurrección, sale de la

131
iglesia con toda la clerecía en busca de Cristo resucitado;
después, volviendo á entrar en el templo, anuncia en voz
alta á los fieles que el Hijo de Dios ha salido del sepulcro, y
entona un himno de triunfo. En tal día se ve á los hombres
de todas las clases abrazarse con efusión al grito de “Ha
resucitado Cristo” y cambiar entre sí el huevo tradicional
de la Pascua.”” (1)

Estas costumbres orientales de compartir huevos y hacer


alusión al Cristo resucitado seguramente tienen su origen
en una leyenda ortodoxa en la que María Magdalena ha-
bría llegado ante el emperador Tiberio, entregándole un
huevo y diciéndole: “Cristo ha resucitado”. El emperador
–incrédulo– comentó: “Que Cristo haya resucitado es tan
imposible como si este huevo se volviera de color rojo”.
Según cuenta la historia, en ese mismo momento el huevo
se volvió de un rojo intenso para sorpresa de todos los
presentes. (2)

Esta costumbre ortodoxa rusa llegó a la Francia católica


(3) y durante los siglos XVII y XVIII era usual que a la sa-
lida de la misa de Pascua se ofrecieran canastas de huevos
pintados a mano bajo el grito de: “¡Viva el Cristo resuci-
tado!”. (4)

Al mismo tiempo que el sepulcro ha sido asociado con un


huevo, el mismo Cristo resucitado se ha comparado con
un ave que rompe el cascarón, pero... ¿cuál sería esta ave?
Si repasamos el simbolismo cristiano tradicional, podre-
mos verificar que el Cristo renacido siempre se ha vincu-
lado con el ave fénix (5), ese animal fabuloso que prepara

132
su nido pacientemente para luego prenderse fuego y más
tarde renacer de sus cenizas.

Sobre esto, Clemente de Roma decía: “Hay un ave, llamada


fénix. Esta es la única de su especie, vive quinientos años; y
cuando ha alcanzado la hora de su disolución y ha de mo-
rir, se hace un ataúd de incienso y mirra y otras especias,
en el cual entra en la plenitud de su tiempo, y muere. Pero
cuando la carne se descompone, es engendrada cierta lar-

133
va, que se nutre de la humedad de la criatura muerta y le
salen alas. Entonces, cuando ha crecido bastante, esta larva
toma consigo el ataúd en que se hallan los huesos de su
progenitor, y los lleva desde el país de Arabia al de Egipto,
a un lugar llamado la Ciudad del Sol; y en pleno día, y a la
vista de todos, volando hasta el altar del Sol, los deposita
allí; y una vez hecho esto, emprende el regreso”. (6). A
esto, agrega Cirilo de Jerusalén: “Una vez rehecha esta Fé-
nix como era anteriormente, va volando por los aires tal
como era antes de morir, mostrando a los hombres con
toda evidencia la resurrección de los muertos.” (7)

Aún más explícito es San Buenaventura, al aseverar que


“Cristo nuestro redentor es la verdadera ave Fénix que
sin simiente de varón fue concebido en las purísimas y
aromáticas entrañas de la Virgen María, por obra del Es-
píritu Santo. (...) Esta Fénix pues que es Cristo voló del
Cielo al mundo, adonde habitó muchos días en soledad
y necesidad. Y queriendo después renovarse buscó otros
leños, que fueron los de la Cruz, los cuales allegados a su
santísimo cuerpo y encendidos con el fuego de la tribu-
lación, soplando el viento de la envidia de los judíos, fue
muerto y convertido en gusano. (...) Este gusano resucitó
al tercer día, recibiendo alas, que son los dotes del cuerpo,
y voló a la soledad celestial”. (8)

Si consultamos el Antiguo Testamento encontraremos una


interesante cita en Job que se vincula con todo esto: “En
mi nido moriré, y multiplicaré mis días como la arena” (Job
19:18). Sin embargo, algunos comentaristas han destacado
que la palabra “KHOL” traducida como “arena” también

134
podría significar “fénix” (9) y así ha sido traducida por al-
gunas versiones de la Biblia, como la “New Revised Stan-
dard Version” (NRSV) (10), la “New American Bible” de la
Conferencia de obispos católicos de EE.UU., (NAB) o “La
Palabra” de España (BLP).

En conclusión: así como la navidad representa la primera


iniciación del Cristo en la oscuridad de la caverna (elemen-
to tierra) el domingo de resurrección simboliza la quinta
iniciación (elemento éter), la etapa final del proceso de
cristificación que tendrá su epílogo con la ascensión (11),
cuarenta días después de la salida del sepulcro.

La tradición de los huevos es una excusa más para “recor-


dar” un acontecimiento trascendente que no es histórico
sino supra-histórico, lo que significa que no sucedió hace
casi 2.000 años sino que es un proceso que está ocurrien-
do aquí y ahora, en este preciso momento, en el corazón
de todos los nobles caminantes que han comenzado su
peregrinación de regreso a casa.

Romper el cascarón. Convertir la potencia en acto. Esa es


la cuestión.

Notas del texto

(1) Leroy-Beaulieu, Anatole:  “L’Empire des tsars”, citado


por Fernand Nicolay
(2) Graham, Stephen: “With the Russian Pilgrims to Jeru-
salem”. Esta leyenda explica además por qué en los países

135
de tradición ortodoxa los huevos de pascua suelen ser de
color rojo carmesí, en alusión a la sangre del Cristo.
(3) Recordemos la íntima relación de ambos países a lo
largo de los siglos y que la lengua de la nobleza rusa era
el francés.
(4) Véase Nicolay, Fernand: “Historia de las creencias : su-
persticiones, usos y costumbres”
(5) Dice Chevalier en su Diccionario de Símbolos: “La
edad media vio en el fénix el símbolo de la resurrección
de Jesucristo, y a veces el de la naturaleza divina, mientras
que la naturaleza humana se figuraba con el pelícano”. En
relación con esto, vale la pena destacar que muchas veces
se asocia la cuarta iniciación crística (fuego) con el pelíca-
no y la quinta (éter) con el fénix.
(6) Clemente de Roma: “Epístola a los Corintios”
(7) Cirilo de Jerusalén: Catequesis XVIII
(8) Marcuello, Francisco: “Historia natural y moral de las
aves”,Volumen 1
(9) Véase “Phoenix” (parte 2) de David Herbert Lawrence
y “Job, Ecclesiastes, Song of Songs”, escrito por August H.
Konkel y Tremper Longman III
(10) “Then I thought, ‘I shall die in my nest, and I shall mul-
tiply my days like the phoenix”
(11) Desde una perspectiva iniciática, la vida del Cristo
ejemplifica los 5 pasos o “iniciaciones”: Tierra en la gruta
o cueva del nacimiento, Agua en el bautismo del Jordán,
Aire en el monte de los Olivos, Fuego en la cruz (I.N.R.I.)
y Éter en la resurrección, que se complementa y completa
con la ascensión.

136
Tres instancias, tres estados
De acuerdo con la Filosofía Iniciática, el Alma es la eterna
mediadora entre el Cielo y la Tierra. Por esta razón, no
es raro encontrar en la bibliografía tradicional referencias
a que el Alma misma se “dualiza” a través de dos “orien-
taciones” que aparecen representadas con claridad en la
imagen del Jano bifronte o del águila bicéfala.

Estas dos orientaciones colocan al Alma en una encruci-


jada, en un tira y afloja entre el mundo material, tangible,
físico, externo, y el mundo espiritual, invisible, metafísico,
interno, que determina la llamada “guerra interior”.

Este conflicto interno, que se está librando ahora mismo


en cada uno de nosotros, está protagonizado por dos
fuerzas, una excéntrica (centríguga, hacia afuera, hacia la
periferia, ha­cia abajo) y otra concéntrica (centrípeta, hacia
adentro, hacia el centro, hacia arriba).

Para alcanzar la Paz Profunda, la guerra debe terminar, y


esta es la tarea del Alma: lograr un acuerdo entre las par-
tes, es decir la “armonía de los opuestos” o la “Concordia
discors”, alcanzando un punto medio “en que el Arriba y
el Abajo dejan de ser percibidos contradictoriamente” (1).

Este punto de conexión entre lo de Arriba y lo de Abajo


se llama “Iniciación” o “Iluminación”, el reconocimiento
lúcido de que somos seres de dos mundos y que –en esta
vida encarnada– necesitamos integrar esos dos mundos.

137
Lee Lozowick llama a esto “dualidad iluminada”, donde
puede reconocerse a “la conciencia no dual, mientras que
su contenido es la dualidad” (2). En otras palabras, pode-
mos hablar de una transición consciente desde la dualidad
ordinaria (“percibo dos mundos y son irreconciliables”)
hasta una dualidad iluminada cuyo trasfondo es la concien-
cia no-dual (“percibo dos mundos pero puedo conciliarlos
y descubro que en el fondo solamente existe la unidad”).

Del mismo modo que el Alma aparece como un puente


entre la materia y el espíritu, nosotros mismos experi-
mentamos esa intermediación como un viaje metafóri-
co desde la materia al espíritu, que puede representarse
como un Sendero donde hay un punto de partida “a” y un
punto de llegada “b”, donde la “a” representa la oscuridad,
lo conocido, el fondo de la caverna, y la “b” la luz, lo des-
conocido, la salida de la caverna.

Dicho de otro modo, el Sendero Iniciático está constituido


por dos puntos (que representan estados de conciencia)
que son unidos por una línea que respresenta el avance,
el proceso consciencial desde la ignorancia a la sabiduría.

Estos tres “espacios” pueden observarse fácilmente en


cualquier círculo, donde hay una circunferencia (la perife-
ria, la superficie), un punto central y un espacio interme-
dio. A través del símbolo tradicional del laberinto esto no
queda en un mero reconocimiento intelectual sino que
puede ser vivido plenamente, cuando nos aventuramos en
sus intrincados senderos.

138
Estos tres espacios (la periferia, el espacio intermedio y el
centro) pueden ser reconocidos de otras formas:

* En los templos de la antigüedad existían tres espacios


bien diferenciados: el Pronaos (pórtico o antesala), el Naos
(la “nave”, espacio donde se realizan las ceremonias) y el
Sancta Sanctorum (Adytum o Debir), la cámara sagrada a
la que podían acceder muy pocos.

* En el esquema del viaje del héroe elaborado por el mi-


tólogo Joseph Campbell, se habla de una Partida, una Ini-
ciación y un Regreso. Según cuenta el mismo Campbell
esto significa “una separación del mundo, la penetración a
alguna fuente de poder, y un regreso a la vida para vivirla
con más sentido” (3).

* En la enseñanza iniciática existen tres ámbitos: lo exo-


térico, lo mesotérico y lo esotérico. Lo “exotérico” es lo
externo, lo visible, la cáscara, mientras que “esotérico” es
lo interno, lo invisible, la esencia. Entre ambos está lo me-
sotérico, el proceso de comprensión gradual de lo esoté-
rico. Boris Mouravieff relaciona estos tres niveles con la
enseñanza pública formal y dice: “El ciclo exotérico co-
rresponde a la enseñanza esotérica primaria. Como tal,
tiene por objetivo proveer al estudiante un instrumento
de trabajo, de alguna manera constituye entonces el ABC
de la Doctrina. El ciclo mesotérico, como la enseñanza se-
cundaria, procura comunicar al estudiante los elementos
de una cultura general y hacerle aprender un método. El
ciclo esotérico corresponde a la enseñanza superior”. (4)

139
* En la visión cristiana de un “Hombre viejo” (Palaios An-
thropos) y un “Hombre nuevo” (Neos anthropos), repre-
sentados por el Adán caído y el Cristo resucitado, se habla
de un ser humano que es Adán y es Cristo al mismo tiem-
po (o Eva y María), un ser en transición que ha olvidado
su origen y su propósito pero que, sin embargo, sigue bus-
cando el camino de regreso a casa. Este “tercer hombre”
puede ser llamado “Homo viator” u “Hombre viajero”.

* Estas tres instancias aparecen en las órdenes iniciáticas


a través de grados o niveles. Sea cual sea la cantidad de
grados (que representan grados de comprensión o niveles
de conciencia) siempre hacen alusión a estos tres espacios
básicos: uno preliminar (Aprendiz), otro liminar (Compa-
ñero) y posliminar (Maestro).

Notas del texto

(1) André Breton, citado por Mircea Eliade en “La prueba


del laberinto”
(2) Caplan, Mariana: “Con los ojos bien abiertos”
(3) Campbell, Joseph: “El héroe de las mil caras”
(4) Mouravieff, Boris: “Gnosis: cristianismo esotérico”
Tomo II

140
Ars Superat Naturam
“Ars Superat Naturam” (“El Arte supera a la Naturaleza”)
es un axioma que contradice y complementa a otro: “Ars
Imitatur Naturam” (“El Arte imita a la Naturaleza”).

Los alquimistas aceleran procesos, ayudan a los minerales


a que “saquen afuera” el oro que tienen escondido. Del
mismo modo opera la Alquimia Espiritual donde, a través
del entrenamiento, el ser humano “saca afuera” el oro que
tiene dormido en su interior.

Dice el Summa Perfectionis (siglo XIV): “Lo que la Natura-


leza no puede perfeccionar en un largo espacio de tiempo,
nosotros lo acabamos en breve lapso, con nuestro arte”.

Y agrega Mircea Eliade: “El minero y el metalúrgico inter-


vienen en el proceso de la embriología subterránea, preci-
pitan el ritmo de crecimiento de los minerales, colaboran
en la obra de la Naturaleza, la ayudan a “parir más pronto”.
Todos los minerales, dejados en reposo en sus matrices
ctónicas, habrían acabado por convertirse en oro, pero
después de centenares o millares de siglos. Así como el
metalúrgico transforma los “embriones” (minerales) en
metales, acelerando el crecimiento comenzado en la Ma-
dre Tierra, el alquimista sueña con prolongar esta acelera-
ción, coronándola con la transmutación final de todos los
metales “ordinarios” en el metal “noble”, que es el oro”.

Dicho de otro modo, los alquimistas ponían su noble arte

141
al servicio de la Naturaleza, nunca en contra de ésta, y por
esta razón ellos mismos se auto-denominaban “Hijos de
la Naturaleza”.

En la preciosa obra “Atalanta Fugiens” de Michael Maier


(1618) encontramos una imagen interesante, que muestra
a un viejito siguiendo a una dama, la cual está acompañada
por este texto:

“Que la naturaleza sea tu guía, que tu arte la siga paso a


paso; lejos de ella te perderás. Que la razón sea tu bas-
tón; afirmando tus ojos la experiencia a lo lejos te dará
la vista. La lectura, antorcha luminosa en las tinieblas, te
aclarará el montón de palabras y de materias”. (1)

Esta escena está en consonancia con las reglas alquímicas


de los rosacruces, reveladas por el alemán Franz Hart-
mann, en especial la primera de ellas que rezaba simple-
mente:  “Sigue a la Naturaleza”. (2)

Aunque los alquimistas no estaban “contra la Naturale-


za”, en algunos de sus textos se sostenía que su Gran
Obra era una “opus contra naturam” (Obra contra la Na-
turaleza). ¿Cómo puede entenderse esto? Aunque parezca
contradictorio con expuesto anteriormente (y en cierta
forma lo es), el alquimista –a fin de perfeccionar y ayudar a
la Naturaleza– se afanaba por superar los límites que ésta
le imponía y esto implicaba vencer toda resistencia.

El camino del alquimista es idéntico al sendero iniciático


es decir: contracorriente, ascendente y de regreso a casa.

142
Y para ello, es necesario imitar, ayudar y superar a la Na-
turaleza.

Notas del texto

(1) Maier, Michael: “Atalanta Fugiens”


(2) Hartmann, Franz: “En el pórtico del templo de la sabi-
duría”

143
La séptima dirección
En el ser humano existen cuatro tendencias que pueden
vincularse con los cuatro reinos de la Naturaleza, desde el
punto de vista de la evolución consciencial y, por lo tanto,
podemos hablar simbólicamente de un hombre-mineral,
un hombre-vegetal, un hombre-animal y un hombre ver-
daderamente humano.

¿Qué distingue al mineral? La inercia, la monotonía, la ru-


tina y la estabilidad. El mineral está totalmente a merced
de las fuerzas externas, por lo que cualquier cambio en su
estructura está supeditado a lo exterior. La característica
más destacable del mineral es que ocupa un lugar en el
espacio.

Así como hay minerales, hay hombres-minerales que pasan


toda su vida a merced de las circunstancias, como moni-
gotes del destino. Esta clase de seres humanos son –como
dicen los españoles– “pasotas”, seres indiferentes a las co-
sas importantes de la vida.

El movimiento esencial del mineral es hacia abajo y está


totalmente sujeto a la ley de gravedad.

El vegetal, por su parte, necesita alimentarse y reprodu-


cirse. Estas necesidades determinan un movimiento hacia
“abajo” (raíz, nutrición) y otro hacia “arriba” (tallo, fruto,
reproducción). No es difícil darnos cuenta que existen en
nuestra sociedad muchísimos hombres-vegetales que ha-

144
cen orbitar toda su vida en torno a la comida y el sexo.
Ocupan un lugar en el espacio como las piedras y hasta
el momento de su muerte no piensan en otra cosa que
satisfacer sus deseos más básicos.

El movimiento básico del vegetal es dual: hacia arriba y


hacia abajo.

El animal recoge las propiedades de los minerales (ocupa


un espacio) y de los vegetales (se nutre y se reproduce),
pero además puede moverse por el medio circundante,
dando origen a la territorialidad, a la necesidad de “tener”
y de controlar un espacio propio. Los hombres-animales
fundamentan su existencia en una tríada: el alimento, el
sexo y la posesión (el “tener”). Tener propiedades, tener
cosas, tener conocimientos, tener títulos, tener amigos, te-
ner una familia, etc.

El desplazamiento de los animales puede darse en seis di-


recciones: arriba-abajo, derecha-izquierda y adelante-atrás.

El hombre, por su parte, debe desarrollar su humanidad,


superando la inercia, el deseo y la posesividad para vivir
una vida plena, una existencia con propósito.

A los seis movimientos de los animales, el ser humano


suma una séptima dirección: hacia adentro, un punto cen-
tral donde se resuelven todas las oposiciones. Esta sépti-
ma dirección marca un camino luminoso, una vía transfor-
madora que lleva al corazón.

145
Esta séptima dirección es la que nos convierte en seres
verdaderamente humanos.

“Cuentan los indios lakota que cuando Wakan Tanka hubo


dispuesto las seis direcciones (el Este, el Sur, el Oeste, el
Norte, arriba y abajo), quedaba todavía por fijar la séptima.
Wakan Tanka sabía que esa última dirección –la de la sa-
biduría– sería la más poderosa, y quería situarla donde no
fuera fácil dar con ella. Por ello eligió un lugar en el que no
suelen pensar los seres humanos: el corazón de cada uno.
Desde entonces ésa es la dirección de la sabiduría”.
(María Fradera y Teresa Guardans)

146
Síntesis histórica de la Rosacruz
En un artículo anterior hablamos de las dos cadenas de
transmisión iniciática, una relacionada a los Misterios Me-
nores (el llamado Arte Real) y otra relacionada a los Mis-
terios Mayores (o Arte Sacerdotal).

La primera cadena es anímica y conecta horizontalmente


a las almas humanas, conformando un vínculo de persona
a persona, de maestro de discípulo, de corazón a corazón,
y la llamamos “cadena de plata”.

La segunda cadena es espiritual y conecta a cada uno de


nosotros individualmente con el Espíritu, con la Fuente,
una línea directa del corazón humano al corazón de Dios.
Esta es la “cadena de oro”.

Las dos cadenas conectan por vía directa o indirecta a la


Fuente primordial y nos hablan de la transmisión de un
conocimiento sagrado que nos permite trascender.

En la cadena de plata existen seres de carne y hueso que


han desempeñado el rol de transmisores, iniciadores, ins-
tructores, maestros que tienen un solo cometido: que el
discípulo recuerde su verdadera naturaleza, que descubra
que esa fuente de sabiduría innata reside en su propio
corazón.

Si hacemos un repaso a la historia del rosacrucismo, pode-


mos hablar de cuatro etapas:

147
1) Pre-rosacrucismo
2) Proto-rosacrucismo
3) Rosacrucismo de los manifiestos
4) Neorosacrucismo

La primera etapa, el pre-rosacrucismo, abarca todas las


corrientes mistéricas de la antigüedad, en Grecia, Meso-
potamia, Egipto, Roma, incluso en la Edad Media, donde
existieron colegios, órdenes y fraternidades que no eran
estrictamente rosacruces pero que influyeron a todas las
escuelas posteriores, especialmente la Rosacruz.

Si hay un sitio determinante en este desarrollo histórico,


este lugar es la ciudad de Alejandría en Egipto donde se
constituyó un espacio de confluencia cultural en el que
todas las corrientes iniciáticas del Mediterráneo fueron
contempladas y profundizadas.

Fue en Alejandría que el pensamiento del divino Platón fue


enriquecido por Amonio Saccas, Jámblico, Plotino, Proclo
y varios otros convirtiéndolo en Neoplatonismo. También
en esta ciudad egipcia se conformó la síntesis del pen-
samiento de Hermes, la llamada tradición hermética, al
mismo tiempo que confluyeron en este momento y lugar
elementos valiosísimos de la filosofía iniciática del Egipto
Antiguo, así como enseñanzas de Oriente, Mesopotamia,
de la Gnosis judía y el cristianismo primitivo.

En este maravilloso caldo de cultivo alejandrino encon-


tramos las raíces del pensamiento esotérico occidental

148
con dos vertientes determinantes para entender el futuro
rosacrucismo: el Neoplatonismo y el Hermetismo.

La segunda etapa, el proto-rosacrucismo, tuvo su eje en


los Caballeros del Temple, los cuales establecieron con-
tacto con los iniciados musulmanes, los ismaelitas, a fin
de mantener viva la Tradición Iniciática Occidental, que la
oficialidad de la Iglesia Católica había intentado opacar.

En esta etapa del medioevo podemos destacar también


el trabajo operativo de los alquimistas, cuya labor sería
heredada por los rosacruces los cuales pasarían concebir
a la Grab Obra desde otra perspectiva, en lo que hoy lla-
mamos Alquimia interna o espiritual.

Un personaje capital de este momento histórico es Dan-


te Alighieri, donde su simbólica Divina Comedia marca la
transición del medioevo al renacimiento y que se vinculó
a la Orden de los Fedeli D´Amore, una organización que
muchos señalan como proto-rosacruz.

En este período renacentista vale destacar la influencia


de Marsilio Ficino, traductor de las obras de Hermes Tri-
megisto, el Corpus Hermeticum, que recogió la tradición
neoplatónica y hermética, señalando la existencia de una
cadena de iniciados (que llamó Prisca Theologia) que abar-
caba tanto a paganos como a cristianos y que estaba vin-
culada a una sabiduría arcaica que era capaz de conectar
al ser humano con la Fuente.

Ficino incluyó en esta cadena a Hermes, Orfeo, Aglao-

149
femo, Pitágoras, Filolao y Platón, aunque más adelante se
agregaron otros eslabones como Zoroastro, Homero,
Moisés, Plotino, Abraham, Licurgo, Heráclito, Noé, Aristó-
teles, Filón de Alejandría, Avicena, San Agustín, las sibilas,
los druidas, los cabalistas, los brahmanes, los alquimistas y
muchos otros.

Por último, en esta etapa proto-rosacruz podemos incluir


a la Milicia Crucifera Evangelica, que puede considerarse
una puerta de entrada a los movimientos subterráneos
de la rosacruz, décadas antes que fueran publicados los
manifiestos.

En este punto –principios del siglo XVII– está todo pre-


parado para la aparición de los manifiestos rosacruces, la
Fama Fraternitatis y la Confessio Fraternitatis, que dieron
a conocer al público en general la existencia de una fra-
ternidad misteriosa y secreta con el nombre de Rosacruz.

Comienza entonces la tercera etapa.

Este rosacrucismo primigenio de lo manifiestos se colocó


frente a la crisis europea (que era religiosa, política, filo-
sófica) como una verdadera alternativa, como una especie
de resistencia frente al humanismo materialista que había
ido prevaleciendo en este renacimiento tardío.

Fuertemente impregnado de Alquimia, Hermetismo y Ma-


gia, el rosacrucismo se declaró cristiano y el nombre de su
fundador (Christian Rosenkreutz, es decir Cristiano Ro-
sacruz) ya nos deja claro el trasfondo espiritual del movi-

150
miento, donde se declaraba sin tapujos “Jesus Mihi Omnia”
(Jesucristo es nuestro Todo). Por esta razón no es raro
que uno de los textos fundamentales de estos primeros
rosacruces conocidos haya sido el libro “La Imitación de
Cristo” de Tomás de Kempis.

No obstante, hay que comprender que los rosacruces


no eran cristianos en el sentido religioso de la palabra
sino más bien cristocéntricos, dado que el Cristo apare-
cía como el ideal supremo, el iniciado perfecto a seguir e
imitar.

Desde esta óptica, el mandato bíblico “Si alguno quiere


venir en pos de mi, niéguese a si mismo, tome su cruz y
sígame” que aparece en Mateo 16:24 se convierte en el
mandato supremo de la rosacruz, donde el Cristo no es
un personaje histórico ajeno a cada uno de nosotros sino
que pasa a ser el Cristo-rey, ese principio espiritual que
reside y reina en el centro de nuestros corazones.

Con el avance del positivismo y el triunfo de una visión


materialista de la historia signada por el dogma del pro-
greso, el rosacrucismo y todas las corrientes espirituales
pasaron a un segundo plano. Finalmente, los rosacruces
se retiran de la escena, desplazándose a un lugar aparta-
do del continente asiático que tradicionalmente recibe el
nombre de Agartha y que es reconocido como la sede de
la Gran Fraternidad Blanca o Iglesia Interior.

A propósito de esta Iglesia Interior, a fines del siglo XVIII


aparece una obra fundamental para comprender a fondo

151
el Rosacrucismo y, justamente, las características de esta
Iglesia Interior o Logia Blanca. Esta obra es “La nube sobre
el santuario” de Karl von Eckhartshausen.

En este punto podemos hablar de una cuarta etapa, el


neorosacrucismo, que comienza con la Orden Rosacruz
de Oro del Antiguo Sistema creada por dos masones ale-
manes y donde la Alquimia y el simbolismo adquieren un
rol protagónico. En este contexto fue publicada la famosa
obra “Símbolos secretos de los Rosacruces de los siglos
XVII y XVIII“ donde se incluyen complejos esquemas sim-
bólicos que decían resumir el conocimiento iniciático.

Es en este momento histórico, es decir unos pocos años


después que los Hermanos Mayores han retirado a Agar-
tha, cuando la Rosacruz se mezcló con otras escuelas her-
méticas y masónicas en las que influye en mayor o menor
grado.

En 1842 apareció una novela misteriosa que volvió a traer


a la palestra a los rosacruces. Estoy hablando de la obra
“Zanoni” de Edward Bulwer Lytton, la cual tenía como eje
a una fraternidad secreta de corte rosacruciano.

A lo largo del siglo XIX el rosacrucismo fue adquiriendo


más importancia en América y Europa, hasta que fue ex-
teriorizado en Francia a través de la Orden Cabalística de
la Rosacruz.

También es importante en este momento la divulgación


de la Teosofía de Madame Blavatsky, a través de la Socie-

152
dad Teosófica que –si bien estaba más centrada en el ocul-
tismo oriental– también supo conectar con las corrientes
esotéricas occidentales a través de Anna Kingsford, fun-
dadora de la Sociedad Hermética, y del rosacruz alemán
Franz Hartmann.

Hartmann se vinculó con diversas corrientes iniciáticas


de Oriente y Occidente e incluso intentó constituir un
monasterio de corte teosófico en la ciudad alemana de
Kempten donde entró en contacto con un grupo de ro-
sacruces que estaban dirigidos por el enigmático iniciado
Alois Mailänder, muy poco conocido por los historiadores
y que fue determinante en el desarrollo del rosacrucismo
del siglo XX.

A principios del siglo XX aparecieron diversas organiza-


ciones que adoptaron el nombre de Rosacruz, como la
Fraternidad Rosacruz de Max Heindel, la Fraternitas Ro-
sicruciana Antiqua de Arnold Krumm-Heller, la Antigua y
Mística Orden Rosae Crucis de Harvey Spencer Lewis y
también podría incluirse en este grupo la Sociedad Antro-
posófica de Rudolf Steiner.

En estas épocas los teósofos instituyeron una agrupación


de corte rosacruz presidida por Annie Besant la cual llevó
el nombre de Orden del Templo de la Rosacruz que estaba
dedicada “al estudio de los Misterios, Rosacrucismo, Cá-
bala, Astrología, Masonería, Simbolismo, Ceremonial Cris-
tiano, Tradiciones Místicas y Ocultas del Occidente”, bajo
la inspiración del Maestro Rakoczi.

153
Años más tarde, al final de la Segunda Guerra Mundial, dos
estudiantes holandeses de la Fraternidad Rosacruz, Ca-
tharose de Petri y Jan van Rijckenborg, se escindieron de
la organización central y fundaron el Lectorium Rosicru-
cianum o Escuela de la Rosacruz de Oro, haciendo énfasis
en los aspectos gnósticos del rosacrucismo y conectando
con la tradición cátara.

Este es, pues, un resumen brevísimo de las cuatro etapas


del desarrollo histórico de la Rosacruz.

Hoy en día existen varias escuelas que ostentan el nombre


de “Rosacruz” y cada una de ellas resalta algún aspecto
de la Tradición. Todas son respetables y todas tienen su
razón de ser porque están dedicadas a diferentes clases
de personas.

Estamos seguros que este siglo XXI dará inicio una quinta
etapa, en este momento crucial de la humanidad, en este
fin de ciclo, en esta época oscura donde la rosa tendrá
que emerger victoriosa y donde todas las escuelas que
promueven el ideal rosacruz tendrán que formar un fren-
te común para que en el mundo reine la Luz, la Vida y el
Amor.

154
Vía Iniciática y vía mística
El año pasado, el papa Francisco visitó Cuba y citó un inte-
resante proverbio africano: “Si quieres ir deprisa, ve solo;
si quieres ir lejos, ve acompañado”. Aunque el contexto
de la frase hacía referencia a la importancia del encuentro
con los demás, este pensamiento se ajusta perfectamente
a la concepción de los dos caminos que postula la Filosofía
Iniciática:

1) Existe un camino místico, rápido, peligroso y durísimo,


basado en la fortaleza individual, que puede ser vinculado
tanto a la senda de la flecha del Árbol cabalístico como a
la vía seca de la Alquimia. Los místicos eligen una vida de
renuncia, solitaria y apartada del mundo.

2) Existe un camino iniciático, más lento, paulatino y metó-


dico, fundamentado en la sinergia grupal, equiparable tan-
to a la senda de la espada flamígera del Árbol cabalístico
como a la vía húmeda de la Alquimia. Aunque el recorri-
do siempre es individual, los discípulos que recorren esta
vía aprovechan la fortaleza grupal y trabajan en el mundo
como salamandras, intentando vivir en el fuego sin que-
marse.

Históricamente, los místicos han sido aquellos que se han


aventurado valientemente en las tierras misteriosas del
Espíritu y que –a su regreso– han sabido elaborar mapas,
de los que las escuelas iniciáticas se han valido para trazar
sus estrategias de exploración. Esto significa que las dos

155
vías no son opuestas sino complementarias y coinciden
tanto en el punto de partida (Malkuth) como en el de
llegada (Kether).

Sea cual sea el camino que elijamos… ¡nos vemos en la


cima!

“Digo, pues, que las dos vías son ciertas, pues no es más
que una sola vía al final, y no al principio. Pues todo nues-
tro secreto se encuentra en nuestro Mercurio y en nues-
tro sol. Nuestro Mercurio es nuestra vía, y sin él no se
hará nada”. (Irineo Filaleteo)

156
Hic Sunt Dracones
“Si no quieres luchar, tampoco vencerás; te matarán en
tu blando lecho. Pues el hombre tiene ante sí un ejército
poderoso que combate de continuo contra él”
(Jacob Böehme)

En la cartografía medieval era recurrente la utilización de


una frase de advertencia que buscaba intimidar a los osa-
dos expedicionarios que querían aventurarse en territo-
rios desconocidos: Hic Sunt Dracones (“Aquí hay dra-
gones”). (1)

Esa nota amenazadora establecía un límite y representaba


un “non plus ultra” (“no más allá”), una invitación a con-
tentarse con la exploración del mundo conocido y renun-
ciar a cualquier incursión en territorios extraños.

Desde una perspectiva iniciática, el mundo profano, desa-


cralizado y simplón es la esfera del “non plus ultra”, del
“no te atrevas”, la zona confortable donde “más vale malo
conocido que bueno por conocer”. En contraposición,
el mundo sagrado constituye la esfera del “plus ultra”, la
zona de riesgo, donde los aventureros espirituales pueden
comprobar que la advertencia de los antiguos cartógrafos
era totalmente cierta: en nuestro camino encontraremos
dragones feroces a los que debemos enfrentarnos con va-
lentía.

Los dragones son una representación sintética de nuestro

157
máximo oponente: el Ego, y este concepto fundamental
de la enseñanza iniciática ha sido transmitida de diversas
maneras por los grandes instructores de la humanidad (2).

Jacob Böehme decía que “el dragón es la egoidad que nos


aleja de Dios” (3), mientras que Antonio Medrano consi-
deraba que “el ego es nuestro peor adversario; el princi-
pal obstáculo que impide nuestro avance en la senda de
la realización interior; (…) el demonio que, alimentado
por la ignorancia, atiza en nosotros la pasión, el vicio y el
error” (4).

En la tradición judeocristiana este dragón antagonista es


bien conocido con el nombre de Satán, que no es un se-
ñor caricaturesco con cuernitos, cola y tridente sino un
“adversario” poderoso, una fuerza primaria presente en
nuestro interior que nos pone a prueba día a día.Todos los
impulsos internos que nos incitan a abandonar el proceso
iniciático e identificarnos con lo externo, postergando lo
verdaderamente importante y sumiéndonos en un pro-
fundo sueño, se pueden aglutinar simbólicamente en una
sola figura: Satanás, el Diablo, el dragón dispuesto a inocu-
larnos su ponzoña.

El cabalista Yehuda Berg, quien estudió en profundidad las


tácticas de este adversario, afirmó que “Satán limita nues-
tra visión y concentra nuestra atención en situaciones que
alimentan nuestros egos, y dejamos entonces de apreciar
y de recibir la riqueza que la vida nos ofrece” (5).

Podemos ver en el Diablo al pintoresco personaje del

158
imaginario popular, o –por el contrario– adoptarlo como
nuestro “personal trainer”, la personificación de todas las
pruebas y desafíos de ese gimnasio psicológico que llama-
mos “vida”.

Siendo así, nuestro contendiente simbólico (Satán, el dra-


gón) puede ser entendido como un exigente profesor de
la Escuela de la Vida, permitiendo que los triunfos que va-
yamos alcanzando sean más satisfactorios. En este pano-
rama, los obstáculos se convierten en oportunidades, ya
que nos brindan la oportunidad de crecer, y tal como dijo
Florence Scovel: “Haciéndonos amigo de los obstáculos,
ellos se transforman en un trampolín”.

“Si yo poseyese una fórmula para eludir las dificultades, no


la difundiría a mi alrededor. A nadie haría ningún bien. Los
inconvenientes engendran la capacidad de hacerles fren-
te”. (Oliver Wendell Holmes)

La satisfacción plena anida en el esfuerzo. Si en la Escuela,


los maestros y profesores no fueran exigentes y nos re-
galaran condescendientemente las mejores calificaciones,
avanzaríamos grado a grado sin contratiempos, pero al fi-
nal comprobaríamos que no aprendimos nada.

“Ningún mar en calma hizo experto a un marinero” dice


el viejo adagio, y esto debe ser tenido en cuenta a la hora
de enfrentarnos a las pruebas de la vida.Tan sólo la exigen-
cia y el esfuerzo nos permiten llegar más lejos.

159
¿Qué es más satisfactorio? ¿Subir al Everest peldaño a pel-
daño o que nos lleven a la cima en helicóptero? ¿Peregri-
nar a Santiago durante un mes, caminando paso a paso, o
recorrer la senda compostelana en coche?

En vinculación con esto, Helena Blavatsky veía en las des-


venturas de Job una forma de transmisión de las enseñan-
zas sapienciales más acabadas y sostenía que el “Libro de
Job” era el “poema de la Iniciación” por excelencia, aseve-
rando que éste “nos descubre más claramente que otro
alguno la índole y naturaleza del concepto del Diablo” (6).

De acuerdo con la escritora teosófica, en Job “todo cuan-


to se relata es alegórico, y no se han de alarmar por ello

160
las gentes piadosas, pues en tiempos antiguos era costum-
bre dar alegóricamente las enseñanzas morales” (7), con-
cluyendo que en este libro, aunque es “mal comprendido y
erróneamente interpretado, (…) es posible encontrar los
ecos verdaderos de la Doctrina Arcaica” (8).

Al mismo tiempo que en el mundo moderno se impone


por doquier la cultura del “facilismo”, las corrientes iniciá-
ticas –por su parte– siempre han propuesto la cultura del
esfuerzo, la constancia y la disciplina, el pulido constante
de la piedra bruta. Mientras que el profano busca incesan-
temente el placer y huye del dolor, el discípulo sabe colo-
carse por encima de esta dicotomía, concordando con el
Buddha que “el dolor es vehículo de conciencia” y enten-
diendo que tanto el placer como el dolor son necesarios
en la Escuela de la Vida.

Tal vez la insistencia en estas premisas (hoy “fuera de


moda”) sea una de las razones por la cual el conocimiento
iniciático siga siendo marginal, desconocido y hasta me-
nospreciado por la mayoría de los mortales. Lo realmente
valioso, cuesta esfuerzo. En palabras de la gran escritora
Mariana Caplan: “Todo el mundo quiere estar iluminado,
pero nadie quiere pagar el precio. (…) De este modo, la
gente vaga por el circuito espiritual durante veinte años,
quejándose de haberse desilusionado, abandonando a
maestros espirituales que piden demasiado y dan dema-
siado poco, escribiendo acerca de su “antaño verdadera”
aspiración, sin darse cuenta que son ellos mismos los que
no se dan”. (9)

161
Al célebre axioma de Delfos (“Conócete a ti mismo”), el
insigne Ignacio de Loyola –muchas veces menospreciado
por quienes transitan vías iniciáticas– le agregó otra re-
comendación tan valiosa como la primera: “véncete a ti
mismo”. Si reunimos estas dos máximas, podríamos con-
cluir: conoce tu naturaleza superior y vence tu naturaleza
inferior.

¡Conocernos y vencernos! ¡Disipar las tinieblas, hacer


frente a nuestros dragones y convertirnos en lo que so-
mos!

Notas del texto

(1) En algunos mapas de la Antigua Roma aparecía una


advertencia similar: “Hic Sunt Leones” (“Aquí hay leones”)
(2) En el marco de la ascesis iniciática, el dragón es en-
tendido como tetramorfo o cuatriforme, y aparece en la
forma de cuatro dragones que se vinculan a los cuatro
elementos y a los vehículos de la personalidad.
(3) Böehme citado por Antonio Medrano en “La lucha con
el dragón”
(4) Medrano: op. cit.
(5) Berg,Yehuda: “El poder de la cábala”
(6) Blavatsky, Helena: “Isis sin velo”, tomo IV
(7) Blavatsky: op. cit.
(8) Blavatsky, Helena: “La Doctrina Secreta”, tomo IV
(9) Caplan, Mariana: “A mitad de camino”

162
Damero y pavimento mosaico
Desde la más lejana antigüedad, en los templos iniciáti-
cos, la dualidad del mundo manifestado fue representada
de las más diversas formas. Una de ellas consistía en la
colocación de un pavimento mosaico de baldosas negras
y blancas en forma de damero. Esta clase de enlozados
puede ser rastreada en Egipto, en Creta, en Grecia (espe-
cialmente en los misterios dionisíacos) y en el Templo de
Jerusalén.

Sobre el pavimento mosaico del Templo salomónico (Li-


thostratos o Gábata), en el Nuevo Testamento se dice:
“Entonces Pilato, oyendo esto, llevó fuera a Jesús, y se sen-
tó en el tribunal, en el lugar llamado El Enlosado, en he-
breo, Gábata” (Juan 19:13 ).

Las balsosas blancas y negras, que aparecen en diversos


espacios sagrados de la Tradición Iniciática, representan la
dualidad que aparece en diversos aspectos del mundo de
la manifestación y que los iniciados deben conocer y su-
perar.

Por esta razón, los iniciados se desplazan sobre el pavi-


mento mosaico, es decir que, desde una posición elevada,
se pueden elevar por encima de los contrarios, del placer
y del dolor, de lo bueno y lo malo, para poner el foco en
lo esencial y esto es: lo Bueno, lo Bello, lo Justo y lo Ver-
dadero.

163
En otras palabras, con el estado mental adecuado es po-
sible colocarse por encima de los opuestos, superarlos y
trascenderlos desde un lugar intermedio entre la materia
y el espíritu, es decir el punto de observación propio del
Alma que permite observar en perspectiva toda clase de
oposición.

La dualidad, presente tanto en el hombre como en el


mundo material, se experimenta como un “tironeo”, una
verdadera cinchada dentro de nosotros mismos que apa-
rece como un camino de dos direcciones (Arriba-Abajo,
Adentro-Afuera, Centro-Periferia) y también en la forma
de una guerra interior, un conflicto necesario para alcan-
zar la Paz Profunda (“Si quieres la Paz interna, prepárate
para la Guerra interna”).

El pavimento mosaico aparece en las logias masónicas,


rosacruces y en otras organizaciones de corte iniciático
como los Elus Cohen. Mientras que el damero masónico
posee baldosas cuadradas, en los templos rosacruces el
mosaico contiene formas triangulares blancas y negras, en
alusión a la dualidad pero también como recuerdo de la
ley del triángulo. En la ritualística de los Elus Cohen, el sue-
lo estaba decorado con tres colores: negro, rojo y verde
que se vinculaban a la Tierra, el Fuego y el Agua.

El masón Walter Leslie Wilmshurst comenta que “las pa-


labras “caminar sobre” (el pavimento) significan que aquel
que aspira a ser señor de su destino y capitán de su alma
debe caminar sobre estos opuestos en el sentido de tras-
cenderlos y dominarlos, de pisar sobre la naturaleza sen-

164
sual inferior y mantenerla bajo sus pies en sujeción y con-
trol. Debe ser capaz de elevarse sobre la mezcolanza de
lo bueno y lo malo, volverse superior e indiferente a los
altibajos de la fortuna, las atracciones y temores que go-
biernan a los hombres ordinarios e inclinan sus acciones
y pensamientos en uno u otro sentido. Su intención es
desarrollar sus potencias espirituales innatas y es imposi-
ble que estas se desarrollen mientras él se halle dominado
por sus tendencias materiales y las emociones fluctuantes
de placer y dolor a que dan lugar. Es elevándose por enci-
ma de estas y alcanzando la serenidad espiritual y el equi-
librio mental bajo cualquier circunstancia en las que pueda
encontrarse, como un masón realmente camina sobre el
cimiento ajedrezado de la existencia y las tendencias en
conflicto de su naturaleza material” (1).
 
En los tableros de ajedrez, las 64 casillas (escaques) re-
presentan una dualidad visible que oculta una unidad im-
perceptible dado que, al usar la reducción teosófica, el 6
y el 4 (6+4=10, 1+0=1) terminan revelando el número 1
(la unidad). Por lo tanto, terminada la partida y acabado el
conflicto, las piezas blancas y negras terminan regresando
a la misma caja, vuelven al mismo lugar.

En los espacios sagrados, todos los detalles nos hablan de


lo mismo y todas las cosas (objetos, gestos, decoraciones)
acaban conduciéndonos a un mismo punto: la Unidad en
la diversidad y contándonos una misma historia: el cami-
no de retorno a la Fuente. Por el contrario, en el mundo
profano la unidad se busca imponer desde el ego como

165
una forma de “uniformidad”, que no es otra cosa que una
excusa para controlar a las masas.

Sobre este punto, Erich Fromm señala que “en la socie-


dad occidental contemporánea la unión con el grupo es la
forma predominante de superar el estado de separación.
Se trata de una unión en la que el ser individual desapa-
rece en gran medida, y cuya finalidad es la pertenencia al
rebaño. Si soy como todos los demás, si no tengo senti-
mientos o pensamientos que me hagan diferente, si me
adapto en las costumbres, las ropas, las ideas, al patrón del
grupo, estoy salvado; salvado de la temible experiencia de
la soledad. Los sistemas dictatoriales utilizan amenazas y
el terror para inducir esta conformidad; los países demo-
cráticos, la sugestión y la propaganda. (...) 

La mayoría de las gentes ni siquiera tienen conciencia de


su necesidad de conformismo. Viven con la ilusión de que
son individualistas, de que han llegado a determinadas con-
clusiones como resultado de sus propios pensamientos –y
que simplemente sucede que sus ideas son iguales que las
de la mayoría–. El consenso de todos sirve como prueba
de la corrección de “sus” ideas. Puesto que aún tienen ne-
cesidad de sentir alguna individualidad, tal necesidad se sa-
tisface en lo relativo a diferencias menores; las iniciales en
la cartera o en la camisa, la afiliación al partido Demócrata
en lugar del Republicano, a los Elks en vez de los Shriners,
se convierte en la expresión de las diferencias individuales.

El lema publicitario “es distinto” nos demuestra esa paté-

166
tica necesidad de diferencia, cuando, en realidad, casi no
existe ninguna” (2).

Como siempre, es nuestra mirada –la forma en que con-


templamos y sentimos el mundo– la que determina el lugar
en el que estamos parados, es decir si seguimos observan-
do la realidad desde una perspectiva profana (atrapados
en una cárcel de baldosas blancas y negras) o si podemos
traspasar la barrera de lo evidente para encontrar la Uni-
dad que subyace por detrás de los eventos “casuales” y
de todas las cosas agradables y desagradables que forman
parte de nuestra vida.

Y de esta manera (y solo de esta manera) podremos ser


llamados “Iniciados” con mayúscula porque habremos lo-
grado conectar lo de Arriba con lo de Abajo para des-
cubrir con felicidad que todo es Uno y que todo acto
consciente nos acerca unos milímetros más a ese “Uno”.

Notas del texto

(1) Wilmshurst, Walter Leslie: “El significado de la Maso-


nería”
(2) Fromm, Erich: “El arte de amar”

167
La técnica rosacruz (I)
En varias ocasiones hemos sostenido que el conocimien-
to rosacruz no es meramente teórico sino que es teóri-
co-práctico y que es esencial que el estudiante pase a la
acción, que compruebe por si mismo las afirmaciones que
se realizan en nuestros materiales de estudio.

Pasar a la acción. Esa es la única forma de transitar el ca-


mino conscientemente. Pero, ¡ojo! pasar a la acción no
quiere decir “hacer muchas cosas”. Existe una diferencia
sutil entre la recta acción y el mero activismo.

La recta acción está íntimamente ligada al propósito exis-


tencial y al verdadero sentido del “sacrificio”, es decir la
sacralización consciente de toda nuestra existencia, de to-
das nuestras acciones por pequeñas que sean. En otras
palabras, todas las cosas que realicemos en nuestro día a
día deben estar alineadas al propósito y nos acercan o nos
alejan de la fuente.

Pero antes de hablar de técnicas rosacruces y de prác-


ticas vinculadas al trabajo interno debemos entender al
ser humano. Qué es exactamente el hombre y cómo está
constituido.

En primer lugar debemos decir que el ser humano es un


individuo, es decir un ente indiviso, que no se puede dividir,
que constituye por sí mismo una entidad. El materialismo
se queda con esta definición, pues asegura que somos una

168
entidad individual y separada de los demás, y que vivimos
en un universo de casualidades, animados por complejos
procesos físico-químicos. Y ahí se queda la visión mate-
rialista, sosteniendo que somos una especie de máquina
biológica o bien un cerebro con patas.

Las corrientes espirituales van más allá y dicen: el hom-


bre es un individuo, una entidad microcósmica, que forma
parte de otra entidad indivisa, de carácter macrocósmico.
Me explico: somos un universo en miniatura a imagen y
semejanza del universo todo. Así como es arriba es abajo.

No obstante, esta entidad indivisa se suele explicar en


función de dos partes: una mortal y otra inmortal. Una
parte mortal que está constituida por aquellos elementos
que nos permiten interactuar con el mundo físico y otra
inmortal que trasciende la muerte. Al morir, hay un pro-
ceso doble: una restitución por un lado, es decir donde los
elementos que tomaron prestados para la vida encarnada
regresan a la tierra y una transición, un pasaje a una exis-
tencia post-mortem.

De ahí que los neoplatónicos dijeran que el ser humano


es un anfibio, no el sentido biológico –no somos una
rana, claro está– sino en su significado etimológico: “anfi”
ambos y “bios” vida, es decir una vida dual, en otras pala-
bras “seres de dos mundos” y mientras estemos encarna-
dos debemos entender con claridad esto: somos seres
de dos mundos, con una naturaleza material y con otra
espiritual (y no podemos descuidar ninguna de esas dos
naturalezas).

169
Hablamos de un individuo, el número 1, con dos natura-
lezas, el número 2. Pero otra parte importante de nues-
tras enseñanzas es que la materia y el espíritu deben ser
conectadas, integradas, como decían los alquimistas hacer
fijo lo volátil y volátil lo fijo, que significa materializar el
espíritu y espiritualizar la materia. Y ese elemento inter-
medio que logra esa magia es el alma, la eterna mediadora
entre lo de arriba y lo de abajo.

Y es el alma la verdadera protagonista de esta aventura


espiritual que estamos emprendiendo, aquella que brinda
coherencia y cohesión al todo.

Hasta aquí vamos bien. Sin embargo, podemos seguir in-


vestigando esta constitución del ser humano que en pri-
mera instancia vemos como trina, con tres partes bien
marcadas.

Otra forma complementaria de entender lo anterior es a


través del número 5. Y entonces observamos que pode-
mos hablar de un cuerpo físico vinculado con el elemento
más denso, la tierra, de un cuerpo vital o pránico que re-
lacionamos con la energía vital que los orientales llaman
prana y que insufla vida al físico (elemento agua). En tercer
lugar ese ser humano tiene un vehículo emocional que a
veces se denomina cuerpo astral (elemento aire), y por
último la mente de deseos, vinculada al pensamiento con-
creto que nos ayuda a sobrevivir en este plano (elemento
fuego).

Tierra, Agua, Aire, Fuego. Cuatro elementos que se inte-

170
gran en torno a un quinto elemento, a una quintaesencia
que conforma nuestra naturaleza espiritual. El elemento
Éter.

Y, entonces, estos cuatro elementos más uno determinan


cinco áreas de trabajo que forman parte de nuestro en-
trenamiento o ascesis, que es integral, porque no puede
descuidar a ninguna de las partes. Si maltratamos al físico,
el edificio se desmorona. Si no prestamos atención a las
emociones, el cuerpo vital se resiente y esto se refleja en
el cuerpo físico. Por lo tanto, estamos hablando de cinco
niveles que están interconectados, que no pueden desli-
garse.

Desde la Teosofía y otras corrientes orientales se habla


de un septenario, es decir que este esquema se puede
abordar de una forma más íntegra si comprendemos al ser
humano como una entidad séptuple, con un cuaternario
inferior (los cuatro elementos a los que nos hemos referi-
do) y una tríada superior constituida por Manas (la mente
superior), Buddhi (la intuición) y Atma (Dios en nosotros).
Esta visión ayuda bastante en la comprensión y en ocasio-
nes la podremos usar pero incluso Helena Blavatsky en
su Doctrina Secreta conectó esta visión septenaria con la
trinitaria de Cuerpo-Alma-Espíritu.

Por lo tanto, todas estas formas de entender la constitución


humana son simplemente mapas, esquemas que sintetizan
algo más complejo para hacerlo asequible, del mismo modo
que en medicina se usan diferentes mapas del cuerpo hu-
mano aunque éstos seon representaciones de la realidad.

171
Entendiendo al ser humano como un individuo y habien-
do determinado cinco áreas de trabajo, el objetivo de la
técnica rosacruz es desarrollar nuestas potencialidades e
integrarlas en torno a un centro, a un eje, a un quinto
elemento de naturaleza espiritual, el elemento que une e
integra el conjunto.

Hay una frase latina que resume muy bien esto: “Pedes in
terra, ad sidera visus”. Los pies en la tierra pero la mirada
en el cielo. Vivir en armonía, disfrutando de la existencia,
pero siempre con la conciencia plena de nuestra identidad
divina. De que somos extranjeros en este lugar, seres espi-
rituales que están viviendo una experiencia material y eso
nos convierte en seres de dos mundos.

Hablábamos al principio de seres indivisos. Pero también


hablamos de un universo indiviso del que formamos parte
y del que somos sus células. ¡Células que están conectadas
con otras células! Es decir, que somos parte de un todo y
estamos conectados con todos. Todos somos uno. Por
lo tanto, esta aventura espiritual no se trata tan solo de
mí, de ese ego que quiere avanzar solo. Se trata de todos
nosotros.

La Filosofía Iniciática y la Doctrina Rosacruz en particular


pueden resumirse en solamente cinco palabras: “Conver-
tirnos en lo que somos”. Nada más. Reconectar con lo
esencial que reside en nosotros. Y todas, absolutamente
todas las demás enseñanzas complementan y giran en tor-
no a ese concepto fundamental.

172
La técnica rosacruz (II)
En el artículo anterior de esta serie sobre la “técnica ro-
sacruz” hablé de la importancia de comprender al ser hu-
mano y su constitución para poder avanzar en la práctica
de las técnicas rosacruces.

Es necesario compatibilizar práctica y teoría, equilibrarlas


y hacerlas una sola. La teoría sin práctica es mero intelec-
tualismo, la práctica sin teoría tan solo es activismo.

Es preciso que exista coherencia en las prácticas que se


realizan. No es preciso practicarlo todo, mezclar técnicas
de Yoga con otras de Cábala, New Age, chamánicas, ma-
sónicas, etc. Esa mezcolanza no lleva a ninguna parte y no
significa recta acción sino mero activismo: hacer por hacer.
Sin rumbo y sin coherencia.

En el camino iniciático es necesario elegir porque no se


pueden transitar todos los caminos. Ciertamente hay sen-
das que corren paralelas y que son totalmente compati-
bles, mientras que otras son como el agua y el aceite.

La tradición, la corriente, el tipo de escuela que elijamos


determina un marco simbólico y este es el primer punto
a tener en cuenta.

La palabra “símbolo” remite a todo aquello que congrega,


que une, que integra dos partes que están separadas pero
que deberían estar juntas. Cada escuela y cada corriente
espiritual tiene un determinado marco simbólico, muchas
173
veces una leyenda. En el caso de la Rosacruz esta leyenda
aparece en los manifiestos rosacruces, la Fama Fraternita-
tis y la Confessio Fraternitatis.

Todas las historias, mitos, imágenes y símbolos determinan


entonces un marco simbólico donde el estudiante se con-
vierte en el verdadero protagonista y de ahí la necesidad
de impregnarse con los símbolos, de conectar con los ar-
quetipos y esto se logra de varias maneras pero una de las
formas más efectivas a través del rito que no es otra cosa
que el símbolo puesto en acción.

Todo marco simbólico necesita referentes, personajes mí-


ticos y otros históricos que establecen modelos a seguir.
En el Budismo puede ser el Buddha, los boddhisattvas,
los arhats, en la India las diversas divinidades y los gurúes,
mientras que en Occidente y en el rosacrucismo en par-
ticular existe un referente mítico-histórico (el Cristo, que
es el iniciado perfecto), un pionero (el padre Christian
Rosenkreutz, el cristiano rosacruz) y una larga lista de ini-
ciados, adeptos, instructores, caballeros rosacruces, maes-
tros y discípulos que conforman una cadena cuyo origen
se pierde en la noche de los tiempos.

Cada marco simbólico determina ciertas prácticas y des-


carta otras. Esto no quiere decir que niegue de plano la
efectividad de esas técnicas sino que se parte de la base
de que no es necesario practicarlo todo sino unas pocas
cosas que sean efectivas. Pasar a la acción, sí, pero con dos
cosas: estrategia y táctica.

174
La palabra estrategia viene del griego “strategos” y signi-
fica “dirigir ejércitos”. Y muchos se preguntarán: ¿por qué
se utilizan términos militares para describir este trabajo?
Bueno, siempre partimos de la base que en nuestro inte-
rior existe esa pulseada, esa doble orientación, una hacia
arriba y otra hacia abajo, por lo cual se suele hablar de una
“guerra interior”, de un combate contra un dragón, etc.

La famosa obra india “El Bhagavad Gita”, por ejemplo, no


solamente es un canto espiritual sino también un tratado
militar, donde se exponen estrategias, tácticas y técnicas
para lograr una sólida victoria ante nuestros enemigos in-
teriores, simbolizados por el ejército de los kurúes a los
que debe enfrentar el protagonista Arjuna.

Hay una frase bélica muy conocida y que dice: “Si quieres
la paz, prepárate para la guerra”, la cual en un contexto es-
piritual pasa a entenderse como: “Si quieres la paz interna,
preparate para la guerra interna”.

Obviamente debemos entender esta guerra como simbó-


lica, comprendiendo que hay una resistencia interior que
nos impide alcanzar nuestros objetivos trascendentes y
por eso es necesario hablar de táctica y de estrategia.

La estrategia es un programa que se confecciona anali-


zando una situación específica para alcanzar un objetivo
puntual. El capitán Jacquinot de Presle en su libro “Arte
é historia militar” dice: “La estrategia es el arte de trazar
un plan de campaña y de dirigir un ejército, algunas veces

175
a grandes distancias, sobre los puntos decisivos del teatro
de guerra”.

Entonces, al trazar nuestra estrategia personal podríamos


plantearnos algunas preguntas: ¿Cuáles son mis fortalezas?,
¿A qué me enfrento?, ¿Cuál es mi objetivo? ¿En qué condi-
ciones será la batalla?

A través de una prolija planificación estratégica tendre-


mos un pantallazo general de toda la campaña, el campo
de batalla y las posibilidades de usar diferentes tácticas
para alcanzar el triunfo.

Mientras que la estrategia nos brinda una visión global del


combate, la táctica establece las actitudes y movimientos
dentro del campo de batalla, calculando cada acción, co-
nociendo los recursos que disponemos para reducir al
oponente.

Por ejemplo, en el deporte, la estrategia es planificada cui-


dadosamente por el director técnico pero cuando se llega
a la cancha y se tiene enfrente al otro equipo, es preciso
adaptar esa estrategia a ese oponente que se nos está
presentando.

Bajemos esto a tierra. Necesitamos una estrategia vincu-


lada a un marco simbólico, a un método coherente. Luego,
nuestra táctica personal debe consistir en la aplicación de
esa estrategia en nuestra vida cotidiana, sin perder de vista
la planificación general y nuestra meta final. Mediante la

176
táctica diaria, podremos enfrentarnos a los imprevistos, a
situaciones conflictivas y a diferentes situaciones que sue-
len presentarse en la vida cotidiana, es decir en nuestro
habitual campo de batalla.

Teniendo en cuenta las múltiples situaciones que se nos


presentan jornada tras jornada, es importante utilizar la
táctica más adecuada para cada situación, sin perder de
vista el plan general, recordando en todo momento cuál
es nuestro objetivo único.

La vida cotidiana nos desborda y muchas veces nos deja-


mos arrastrar por el mundo profano y cuando nos damos
cuenta estamos viviendo la misma vida gris y sin rumbo de
la mayoría de las personas. Por lo tanto, es preciso deter-
minar y escribir el objetivo único.

¿Cuál es ese objetivo?, ¿qué es lo que realmente quiero?,


¿por qué vivo?, ¿qué me motiva?, ¿cómo alcanzaré la feli-
cidad?, etc.

Cuando tenemos ese objetivo bien claro, ya no pode-


mos poner más excusas y éste debe constituir nuestro
“Norte”, a fin de supeditar todas nuestras acciones a este
“Norte”, y que debemos tener en cuenta al despertarnos,
al trabajar, al descansar, al divertirnos, al estar con la fami-
lia, en los momentos de pena y de alegría.

Hablamos entonces del marco simbólico, que también po-


demos llamar área simbólica, y de otras dos áreas: la es-
trategia y la táctica.

177
Por último, hay que considerar otra cosa más: la técnica.

Esta área técnica se refiere a todos los ejercicios y prácti-


cas que debemos realizar para fortalecernos, a fin de po-
der superar con maestría todos los obstáculos que se nos
presenten y alcanzar la meta anhelada.

Como ya se dijo antes, no es necesario el uso de dema-


siadas técnicas variopintas y exóticas sino la aplicación de
unos pocos ejercicios seleccionados, distinguidos por su
eficacia y su carácter removedor. Muchas de las prácticas
señaladas como “esotéricas” en las escuelas espirituales
de moda no dejan de ser otra cosa que entretenimientos
para la mente, fuegos de artificio, trucos psíquicos o pla-
cebos que nos retienen en lo fenoménico, impidiéndonos
avanzar más allá, dejándonos a mitad de camino y –lo que
es peor– haciéndonos creer que ya hemos llegado a nues-
tro destino.

178
La técnica rosacruz (III)
En los dos artículos anteriores de esta serie repasamos la
constitución del ser humano y hablamos de los diferentes
vehículos del hombre. Dijimos que en una primera aproxi-
mación el hombre posee una naturaleza mortal y otra in-
mortal, y que estas dos realidades –Cuerpo y Espíritu– se
conectaban a través de un tercer elemento que llamamos
Alma.También dijimos que, para facilitar el estudio de esta
realidad compleja dividimos al ser humano en cinco partes
y en ocasiones en siete.

Focalizándonos en la visión quinaria, de cinco partes, ha-


blamos de un cuerpo físico al que relacionamos con el ele-
mento Tierra, un cuerpo vital o pránico (Agua), un cuerpo
emocional (Aire), una mente concreta o mente de deseos
(Fuego) y por último un quinto elemento que interconec-
ta y que brinda sentido a los anteriores: el Éter, la quin-
taesencia.

Estos cinco elementos determinan cuatro áreas de traba-


jo más una central, cinco espacios que no son comparti-
mentos estancos sino que están interrelacionados y que
nos ayudan a visualizar más claramente el entrenamiento
con cada uno de los vehículos.

En el segundo artículo hablamos de un marco simbóli-


co, de una estrategia, una táctica y una técnica. El marco
simbólico que elijamos determina técnicas concretas y
descarta otras. En otras palabras, técnicas espirituales hay

179
centenares, miles, pero no las usaremos todas porque no
necesitamos usarlas todas. Necesitamos utilizar aquellas
técnicas que –en primer lugar estén en concordancia con
el camino que elegimos– y en segundo lugar que sean pre-
cisas y efectivas.

La estrategia y la táctica las asociamos al própósito, al sen-


tido de lo que vamos hacer. Necesitamos un rumbo claro
y definido. El gran filósofo Séneca decía: “No hay viento fa-
vorable para el barco que no sabe adónde va” y esta frase
deberíamos tenerla siempre a mano porque es remove-
dora. Por otro lado, el alquimista Fulcanelli afirmó: “Aquel
que sepa con exactitud lo que desea obtener, hallará más
fácilmente lo que necesita”.

Entonces, es importante tener una estrategia clara. Marcar


el rumbo con lápiz y papel.

Por otro lado, tenemos que ser lo más empíricos que po-
damos, es decir que no tenemos que creer a pies juntillas
las cosas que nos digan o que leamos simplemente porque
nos lo dice alguien supuestamente que sabe más sino que
es preciso que pasemos a la acción. Tenemos que experi-
mentar, pero siempre con discernimiento y sano escepti-
cismo.

No todas las técnicas funcionan para todo el mundo pues


éstas dependen de muchos factores, entre ellos nuestro
entorno cultural. Algunos han dicho eso de usar “méto-
dos occidentales para los occidentales”, lo cual no es del
todo cierto pero que refleja algo muy claro: existen méto-

180
dos occidentales, métodos orientales y también otros que
no es fácil catalogarlos tan a rajatabla.

Entonces, y volviendo al tema principal, al hablar de “téc-


nicas rosacruces”, tenemos que centrarnos en esas cinco
áreas que hemos determinado y que nos permiten la puri-
ficación de los cuatro vehículos inferiores y su integración
en el centro, en ese quinto elemento de naturaleza espiri-
tual del que ya hemos hablado.

La primera área de nuestro entrenamiento o Ascesis está


vinculada al elemento Tierra y le llamamos corporalidad, y
se relaciona con nuestro desarrollo corporal, con la opti-
mización de nuestro vehículo material. En este punto po-
demos hablar, en primer lugar de alimentación, respiración,
actividad física y sueño. Estas cuatro actividades tienen un
doble aspecto, es decir que tienen una faceta exotérica o
palpable y una esotérica que no es tan evidente.

Por ejemplo, si hablamos de la respiración, en su faceta


fisiológica o exotérica, podemos decir que el sistema res-
piratorio se encarga de proporcionar al cuerpo el oxígeno
que éste necesita eliminando el dióxido de carbono, o gas
carbónico, que se produce en todas las células. Por otro
lado, si hablamos de su faceta esotérica nos estamos refi-
riendo a una energía sutil a veces llamada prana que ingre-
sa en nuestro organismo y que nutre a nuestro vehículo
energético.

Lo mismo ocurre con la alimentación: al comer, el cuerpo

181
físico se nutre pero en ese mismo alimento hay prana,
energía vital, que nos alimenta de una formal más sutil.

Aunque profundizar en este tema nos alejaría del propó-


sito de este artículo, podemos decir que los elementos
negativos de este prana llegan a nosotros desde la Tierra,
con el alimento y la bebida, mientras que los elementos
positivos son captados con el aire que respiramos y con
las radiaciones, principalmente solares.

Por lo tanto, cuando respiramos y cuando comemos es-


tamos nutriendo a nuestro cuerpo físico para que este
pueda funcionar del mejor modo pero también estamos
nutriendo a nuestro cuerpo vital.

De ahí la importancia de respirar adecuadamente, de rea-


lizar pausas durante el día para conectar con el flujo respi-
ratorio, pero sobre todas es indispensable que logremos, a
través de la respiración, el equilibrio de las energías inter-
nas, vinculadas a esos dos canales (uno lunar, otro solar)
que corren paralelamente en torno a un tercero y a lo
largo de la columna vertebral.

La alimentación por supuesto que es de capital importan-


cia y nosotros hablamos de una alimentación equilibrada
y consciente. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué alimentos se
deben ingerir y cuáles no? En este sentido creemos que la
dieta no puede ser impuesta desde afuera sino que cada
uno debe determinar qué significa una alimentación que
sea equilibrada por un lado y consciente por otro.

182
Para poder ejecutar ejercicios más avanzados es preciso
que nuestro cuerpo físico esté relajado y otro punto im-
portante de esta primera parte de nuestra ascesis es la
relajación y el control de los sentidos.

Por lo tanto, en el área corporalidad el foco está dado


en la respiración, la alimentación, la relajación, además del
ejercicio físico, higiene y orden del entorno, y la reducción
y eliminación de los hábitos nocivos. Como vemos, para
trabajar con todos estos elementos no se necesita de una
escuela iniciática sino simplemente de disciplina y no es
preciso ser iniciado para dominar el elemento Tierra.

Decía antes que la segunda área (vitalidad) es la contrapar-


te energética de la Tierra y entonces comprende varios de
esos elementos pero desde una perspectiva prànica. Po-
demos hablar de un entrenamiento pránico que es el que
se realizan las escuelas de Hatha Yoga o del Taichi e incluso
en las artes marciales o la danza, donde hay un trabajo
físico diferente al que puede realizarse con la práctica de
un deporte concreto.

Hablamos entonces de un trabajo energético relacionado


a la respiración, al movimiento, a la entonación de sonidos
vocales o mantrams y a otras prácticas que nos ayudan a
captar, distribuir y equilibrar de mejor modo esa energía
vital o prana.

La vida al aire libre, las caminatas, el contacto con la natu-


raleza ayudan enormemente a captar estas energías suti-
les, de ahí la importancia de salir de las ciudades y los en-

183
tornos urbanos para cargarnos de energía en las playas, en
los bosques, en la montaña, donde sea que encontremos
un aire más puro y menos contaminado.

En la tercer área vinculada al elemento aire y que llama-


mos afectividad, trabajamos con las emociones y los senti-
mientos, y en este punto la técnica central es la auto-ob-
servación.

Estas técnicas de auto-observación y de atención cons-


ciente (que en nuestros días están tan de moda con el
mindfulness) son de vital importancia para el autoconoci-
miento, porque mediante ellas observamos y somos ob-
servados. Por lo tanto, protagonizamos los eventos pero al
mismo tiempo logramos distanciarnos de los mismos para
contemplarlos. Esta tarea detectivesca de rastreo interno
suele ser removedora y definitivamente es muy útil para
aquellos que desean conocerse a sí mismos.

Con la auto-observación, podemos empezar a ha-


blar de un proceso “consciente”, donde el indivi-
duo deja de ser reactivo (respondiendo automática-
mente a los acontecimientos) y pasa a ser proactivo,
tomando las riendas.

Otra instancia del trabajo emocional consiste en mo-


verse en un entorno hostil, donde encontraremos vam-
piros, personas tóxicas, ladrones de energía, y donde no
tendremos otra posibilidad que convertirnos en sala-
mandras y vivir en el fuego pero sin quemarnos. Por lo
tanto, además de auto-observación, es preciso una obser-

184
vación del entorno, detectar las energías del medio cir-
cundante, en especial la proveniente de otras personas.

Esto está en consonancia con una actitud positiva. Los ini-


ciados se distinguen por su buen humor y optimismo, y
siempre están esbozando una sonrisa interna, que es una
forma peculiar para referirse a un estado de bienestar in-
terior que nos lleva a interpretar el mundo de una manera
positiva.

Existen otras técnicas más avanzadas vinculadas con este


cuerpo emocional o cuerpo astral, pero en este momento
es mejor hablar de aquellos tópicos que constituyen la
base del trabajo.

Siguiendo con este repaso a vuelo de pájaro, seguimos


con la cuarta área. Nuestro principal objetivo en relación
al elemento Fuego es el logro de una mente atenta y se-
rena, a fn de alcanzar una máxima atención aquí y ahora y
una profunda paz mental. Esto propiciará una visión más
consciente del mundo que nos rodea y nos permitirá esta-
blecer un contacto efectivo con nuestro Maestro Interior.

Las técnicas de auto-observación también se aplican a esta


área, porque cuando hablamos de auto-observación nos
estamos refiriendo –en primer lugar– a nuestras emocio-
nes y de nuestros pensamientos.

En ocasiones, algunas personas hablan pestes de esta


mente de deseos cuando, en verdad, es un instrumento
fantástico que nos permite sobrevivir en este plano y es

185
justamente ella la que nos ayuda a trazar planificaciones y
estrategias.

¿Cuál es la técnica por autonomasia para domesticar la


mente, es decir para que esta mente tan alborotada pueda
ponerse al servicio de nuestro Yo más alto? La concentra-
ción, es decir el control de la mente. Sin concentración, no
hay meditación.

Por último, el área del elemento Éter, que podemos llamar


“espiritualidad” se centra en los llamados ejercicios espiri-
tuales que son dos: la Oración y la Meditación. Es correcto
decir que en este punto estamos tratando de conectar
efectivamente con el Ser y que necesitamos una comuni-
cación de dos vías: la Oración y la Meditación.

Mediante la Oración nosotros hablamos para que Dios


escuche, mientras que con la Meditación nosotros hace-
mos silencio para que Dios hable. No hay más.

Por supuesto que podemos hablar de otras técnicas y


de otros ejercicios complementarios. De hecho, no he
abordado el sentido de la Alquimia Interior ni tampoco
he mencionado el Entrenamiento imaginal o la ritualística,
que son prácticas usuales en el rosacrucismo.

No obstante, creo que lo medular ha sido dicho directa-


mente o entre líneas. En fin, en este resumen he intentado
dar un pantallazo general sobre el sentido y el propósito
de los ejercicios rosacruces.

186
Tipos de Iniciación
Los Misterios Iniciáticos, es decir aquellos que enmarcan
el proceso espiritual de regreso a la fuente, suelen dividir-
se en “Misterios Menores” y “Misterios Mayores”, y vincu-
lamos a los primeros con el Alma y los segundos con el
Espíritu, e incluso podemos hablar de un “Arte Real” y de
un “Arte Sacerdotal”.

En este trayecto virtuoso desde la periferia al centro, el


ser humano debe traspasar varios portales, avanzar de
grado en grado, aumentar su nivel de conciencia, y estas
transiciones se conocen como iniciaciones.

Estas iniciaciones no son otra cosa que pasajes de un nivel


a otro y pueden ser divididos en tres tipos, siguiendo la
constitución trina del ser humano:

a) Iniciaciones ceremoniales, simbólicas o virtuales - Cuer-


po
b) Iniciaciones anímicas o efectivas - Alma
c) Iniciaciones espirituales - Espíritu

Comencemos por el principio. Las iniciaciones que se con-


ceden en las diversas órdenes y sociedades de corte ini-
ciático son virtuales, o sea representaciones de procesos
internos, y se valen de símbolos (es decir, usan el lenguaje
secreto del Alma) para despertar un conocimiento inna-
to que duerme en lo profundo de nuestra conciencia. En
otras palabras, a través de la ritualística se intenta hacer

187
aflorar a ese conocimiento a fin de producir en las per-
sonas un efecto positivo, conectándolas con su verdadera
naturaleza.

Que las iniciaciones simbólicas sean virtuales no les quita


validez sino que confirma su enorme poder, recordando
que “virtual” es aquello que “tiene virtud para producir un
efecto, aunque no lo produce de presente”, pero sí tiene
la potencialidad de causar un efecto. No obstante, para
que este efecto suceda es necesario que la semilla caiga
en tierra fértil.

Cada escuela iniciática adopta un sistema de grados dife-


rente que está supeditado a una interpretación simbólica
y particular de un camino ascendente que no es otra cosa
que un desplazamiento o desarrollo de la conciencia, de
la materia al espíritu, de la ignorancia a la sabiduría, del
sueño a la vigilia.

El ego no puede recibir iniciaciones, aunque muchas ini-


ciaciones simbólicas se hayan convertido meramente en
una exhaltación del ego, sobre todo cuando se ha perdido
la clave de las mismas y no se llega a comprender el sen-
tido último de las mismas. Por esta razón, aquellos que se
vanaglorian de sus grados y que se encandilan con títulos
rimbombantes, la mayoría de las veces quedan a mitad de
camino, sin poder desprenderse de la materia y atrapados
en las trampas del ego.

Como se ha dicho antes, para que las iniciaciones sim-


bólicas tengan validez deben ser efectivas, deben afectar

188
al Alma. Desde esta perspectiva, todas las ceremonias y
rituales que se ejecutan en el plano físico deben ser con-
siderarse “iniciaciones menores”, preparaciones para las
iniciaciones del Alma o “iniciaciones mayores”.

Por eso, todos los “iniciados” de las escuelas deberían ser


considerados, en verdad, “discípulos en probación” (pro-
bacionistas) hasta el momento en que pasen a ser “discí-
pulos aceptados”.

Pero, ¿quién nos acepta como discípulos? ¿Quién verifica


nuestra preparación? ¿Hay alguien (un Maestro, un Adepto,
una entidad suprafísica) que determina nuestra condición
de “discípulos aceptados”? En rigor de verdad, no existe
una persona que diga “Fulanito ya está preparado y ahora
es un discípulo aceptado” sino que es nuestro Maestro
Interior el único iniciador que puede validar nuestra pre-
paración.

Sí, ya lo sé, muchas corrientes espirituales nos hacen fan-


tasear con la aparición de un Maestro que nos tome de la
mano y nos acepte como discípulos. Y, para alentar esto,
se nos repite una y otra vez la frase: “Cuando el discípulo
esté preparado, aparecerá el Maestro”, entendiendo a este
“Maestro” como un hombre semietéreo de barba blanca
y turbante que nos dará las llaves de los mundos invisi-
bles. La imagen ciertamente es bonita pero no es cierta.
La aparición del Maestro debe ser entendida como una
experiencia imaginal (no imaginaria ni fantástica sino su-
peditada a la verdadera imaginación, la vera imaginatio de
la que hablaba Paracelso).

189
Esas experiencias están inmersas en un plano intermedio,
ni material ni espiritual, el plano del Alma que el francés
Henry Corbin llamó “mundus imaginalis”, describiéndolo
de este modo:

“[En] el mundus imaginalis (...) “tienen lugar”, y “su lugar”


(...) las visiones de los místicos, los acontecimientos visio-
narios que experimenta cada alma humana en el momento
de su exitus de este mundo, los acontecimientos de la Resu-
rrección menor y de la Resurrección mayor, los gestos de
las epopeyas heroicas y de las epopeyas místicas, los actos
simbólicos de todos los ritos de iniciación, las liturgias en
general con sus símbolos, la “composición del lugar” en di-
versos métodos de oración, las filiaciones espirituales cuya
autenticidad no radica en la documentación de los archivos,
y también el proceso esotérico de la Obra alquímica”. (1)

Esto significa que la Iniciación efectiva siempre es un pro-


ceso interno y no necesita de intermediarios. Entonces,
¿podría existir la auto-iniciación? Esta es una pregunta
muy vieja y ha sido contestada de muchas maneras.

Las iniciaciones simbólicas necesitan de otros, precisan de


una escuela o de un grupo de personas vinculadas a la Tra-
dición que le sirvan de soporte y que se vinculen a un egré-
gor. Por lo tanto, en este ámbito no es posible que existan
auto-iniciaciones. Por otra parte, al referirnos a las inicia-
ciones del Alma queda claro que estamos hablando de un
proceso interno, personal e intransferible protagonizado
por la propia Alma. En este caso sí podría llegar a hablar-

190
se de una auto-iniciación pero nunca observada desde la
perspectiva del Ego sino del Ser.

En las iniciaciones simbólicas se transmite una influencia


anímica que se “activa” con las iniciaciones efectivas, mien-
tras que éstas se recibe una influencia espiritual que se
valida en las llamadas “iniciaciones espirituales”.

Dicho de otro modo –y este punto es importante para


entender todo el conjunto– en el ámbito iniciático existen
dos cadenas:

1) Una cadena anímica, vinculada a las Escuelas de Miste-


rios Menores, donde el ritual es un elemento fundamen-
tal y donde existe una transmisión anímica vinculada a un
egrégor.

2) Una cadena espiritual, vinculada a la única Escuela de


Misterios Mayores, también conocida como Logia Blanca,
Iglesia Interior, Orden de Melquisedec, etc.

La iniciación efectiva se vive en el plano del Alma, en el


mundus imaginalis, ese espacio intermedio o istmo donde
“la imagen se corporeiza y lo corporal se tiñe de imagen”,

Al referirse a este hito consciencial, el Filosofo descono-


cido Louis Claude de Saint-Martin hablaba de una “inicia-
ción del corazón” y decía: “La única iniciación que predico
y que busco con todo el ardor de mi alma es aquella por
la que podemos penetrar en el corazón de Dios, y ha-
cer entrar el corazón de Dios en nosotros, para hacer

191
un matrimonio indisoluble que nos haga el amigo, el herma-
no y la esposa de nuestro Divino Reparador. No hay otro
medio para llegar a esta santa iniciación que el de sumergir-
se, cada vez más, hasta las profundidades de nuestro ser y de
no retroceder hasta que no hayamos alcanzado a obtener
la viva y vivificante raíz”

Hablemos ahora de las iniciaciones espirituales, aunque


–si hemos de ser sinceros– sabemos muy poco acerca de
ellas. En líneas generales podríamos decir que, así como
las iniciaciones simbólicas son propias de los discípulos
en probación y las iniciaciones efectivas de los discípulos
aceptados, las iniciaciones espirituales son aquellas que es-
tán vinculadas a los Adeptos.

Las iniciaciones espirituales suponen una “des-imaginaliza-


ción”, un vaciamiento de todo lo físico y lo psíquico. Por
esto, la imaginación que hasta el momento ha sido nuestra
principal aliada para conectar lo de arriba y lo de abajo se
convierte en una limitación.

Este paso es un salto a lo cósmico, una verdadera transi-


ción de lo humano a lo divino.

Si en la Iniciación (efectiva) podemos decir que el hom-


bre alcanza la cumbre de su humanidad, es decir que
actualiza todas sus facultades, vinculando con habili-
dad los dos mundos, las iniciaciones espirituales supo-
nen una recuperación de nuestra condición divina o
“estado adámico”. ¿Y esto qué significa? Que los vehícu-
los de manifestación (físico, vital, emocional y mental) ya

192
no son necesarios y que este proceso no solamente es
supra-físico sino también supra-imaginal. Es un salto al infi-
nito que muchos llegan a desdeñar advirtiendo que impli-
caría una destrucción, una aniquilación de la individualidad.

En verdad, depende de la óptica desde donde miremos.


Cuando la gota cae en el mar deja de ser gota, claro
que sí, pero sigue siendo agua. Y debemos entendernos
como agua, no como gotas, como partes de una Unidad.
Por esto, la reintegración supone un retorno a esa Uni-
dad, a una fusión con esa fuente primigenia de Luz, Vida y
Amor.

Todo este proceso de “retorno” supone desandar el cami-


no y recuperar poco a poco nuestra identidad. Con la Ini-
ciación actualizamos nuestra condición humana, mientras
que con la Reintegración recuperamos nuestra condición
divina.

193
¿Para qué buscar afuera
lo que tenemos dentro?
Si concebimos el Sendero Espiritual como una larga e in-
mensa escalera que lleva a la realización plena, es lógico
pensar que existan personas que están escalando los últi-
mos peldaños o que ya han llegado a lo más alto.

A estos seres adelantados los conocemos como Adeptos,


Mahatmas, Hermanos Mayores e incluso Maestros Ascen-
didos, tal como los denominan algunas escuelas modernas.

La mera existencia de estos Maestros puede ser de ayuda


e inspiración para muchas personas,que los adoptan como
modelos a seguir. No obstante, muchos estudiantes se en-
tusiasman con la idea de comunicarse personalmente con
estos seres espirituales e incluso se terminan obsesionan-
do con ello, sin tener en cuenta que en los planos sutiles
existen todo tipo de influencias, positivas y negativas, y
que las comunicaciones de naturaleza astral no siempre
son fiables, ni suelen ser lo que parecen ser.

Por esta razón, aquellos que realizan prácticas metafísicas


de contacto, mediumnidad o canalización deberían ser ex-
tremadamente precavidos, ya que en un afán de comuni-
carse con seres luminosos pueden llegar a desencadenar
energías peligrosas, o ceder involuntariamente su energía
a entidades del bajo astral (espíritus desencarnados, ele-
mentales, elementarios, etc.).

194
Los Maestros lo dijeron hace mucho tiempo atrás: el pri-
mer paso en el Sendero es el discernimiento, por lo
cual antes de realizar prácticas de contacto metafísico de-
beríamos preguntarnos antes que nada: “¿por qué buscar
este tipo de contactos?”. No estamos negando la validez
de algunos de estos fenómenos, pero determinar la moti-
vación que nos impulsa es sumamente importante… ¿por
qué?, o, más bien, ¿para qué buscar afuera lo que te-
nemos dentro?

Sí, existe un conocimiento “nuevo” para un “nuevo tiem-


po” más allá de lo fenoménico y se llama síntesis. Todos
nosotros somos herederos de un conocimiento maravi-
lloso que tiene siglos de antigüedad y ahora –gracias a la
tecnología moderna– tenemos la posibilidad de acceder a
él sin limitaciones, a fin de “reunir lo disperso” (ad dissi-
pata coligenda).

La Tradición señala que toda persona es –aún sin saber-


lo– nuestro Maestro. En ese sentido, siempre es bueno
recordar la distinción que hacen los indos entre Upa-guru
y Sat-guru. El Upa-guru (Maestro cercano) puede ser toda
persona que llegue a nosotros, mientras que el Sat-guru
es el verdadero Maestro, el que reside dentro de nuestro
corazón. Todo Upa-guru es efectivo en la medida que nos
lleve al reconocimiento y al despertar de nuestro Gurú
interno.

Sin embargo, muchas personas insisten que esta “nue-


va humanidad” necesita “nuevas enseñanzas” de “nuevas

195
fuentes” y “nuevos Maestros”, a lo que podríamos replicar:
¡pero si nunca llegamos a practicar las enseñanzas “viejas”!

Buscamos cosas novedosas motivados por un esnobismo


místico cuando todo lo que necesitamos para despertar
ya ha sido enseñado. No se necesita más teoría ni nuevos
mensajes, sino que es necesario llevar a la práctica las en-
señanzas de siempre: convertir el conocimiento (Gnosis)
en sabiduría vivencial a través de la práctica (Praxis).

Si los Maestros y los auxiliares invisibles son una excusa


para evadirse de la realidad, terminar convirtiéndose un
obstáculo más que una ayuda.

Por el contrario, si son un apoyo para el despertar de la


conciencia, y para descubrir que el único Maestro está
dentro de nosotros, bienvenidos sean.

Pero siempre debemos hacernos la pregunta crucial:


“¿Para qué buscar afuera lo que tenemos dentro?”

196
Simbolismo de la Flor de Lis
En 1653, el albañil Adrien Quinquin –que trabajaba en la
reconstrucción de la iglesia Saint-Brice en Tournai– descu-
brió la tumba del rey merovingio Childerico, que contaba
con diversas piezas de oro entre las que se destacaban
300 abejas, uno de los símbolos reales más importantes
desde la antigüedad y que solía representar la inmortali-
dad y la resurrección.
La silueta de la abeja real con sus alas extendidas fue trans-
formándose con el paso de los siglos hasta convertirse
en una fleur-de-lis, una especie de lirio inexistente en la
naturaleza, el cual fue adoptado como emblema por los
monarcas de Francia.
Napoleón, en su intento por diferenciarse de los borbo-
nes, descartó de plano el uso oficial de la flor de lis en
Francia y trató de conectar con el egrégor de los antiguos
merovingios, volviendo a adoptar la abeja como símbolo
personal, por sugerencia de Cambacérès.
El simbolismo de la flor de lis está supeditado a su sime-
tría, a la unión de tres pétalos mayores situados en la par-
te superior con tres pétalos menores ubicados abajo que
están sujetados por un anillo central. Esta forma evidencia
la correspondencia entre lo celeste y lo terrestre, entre el
Macrocosmos y el Microcosmos, entre el Cuerpo y el Es-
píritu que están conectados por un elemento central que
da cohesión y significado al conjunto: el Alma.
Entre los cristianos, la flor de lis fue interpretada como
un símbolo de la Santísima Trinidad (Padre, Hijo, Espíritu

197
Santo) que está formada por tres elementos pero consti-
tuyendo una Unidad.
Durante el medioevo, el navegante Flavio Gioia inventó la
brújula marina y marcó en ella el punto norte con la le-
tra “T” de “Tramontano” (viento norte del Mediterráneo)
sobre la que colocó una flor de lis, que formaba parte del
escudo de su rey (Carlos de Anjou).
A partir de ese momento, la flor de lis pasó a formar parte
de la cartografía marítima y decoró toda clase de mapas y
elementos de orientación, señalando siempre la dirección
a seguir. Los ingleses, siempre en conflicto con las monar-
quías europeas (especialmente la francesa) se negaron a
usar este símbolo en sus mapas y prefirieron marcar el
norte con una punta de flecha.
Siglos más tarde, el militar británico Robert Baden-Powell
(BP) fue instruido acerca del simbolismo oculto de la flor
de lis durante su estadía en la isla de Malta y la adoptó
años más tarde como emblema de los boy-scouts.
Según el propio BP: “La historia de la Fleur-de-Lys (...)
como insignia se remonta a muchos cientos sino miles de
años. En la India antigua se usaba como símbolo de vida y
resurrección, mientras que en Egipto era el atributo del
dios Horus, unos 2.000 años antes de Cristo. El significado
real de la Fleur-de-Lys es que ésta apunta en la dirección
correcta (y hacia lo más alto) sin desviarse a la izquierda
ni a la derecha” (1).
Posteriormente, dentro del Movimiento Scout, el simbo-
lismo de la flor de lis scout (con dos estrellas en sus péta-
los superiores) fue profundizado un poco más:

198
1) Los pétalos superiores representan los principios
scouts (Dios, Patria, Hogar) o bien la conexión con la di-
vinidad, con los demás y consigo mismo, mientras que los
inferiores aluden a las virtudes scouts (lealtad, pureza, ab-
negación).
2) Las estrellas son los ojos del scout que debe estar
“siempre listo” y sus diez puntas recuerdan los diez artí-
culos de la ley scout.
3) La línea recta superior representa el recto pensamiento
mientras que la inferior la recta acción que se traduce en
“hacer (al menos) una buena acción al día”
4) El anillo que une los pétalos representa la fraternidad, la
aceptación de que “el scout es amigo de todos y hermano
de todo scout sin distinción de credo, raza, nacionalidad o
clase social” (artículo 4 de la ley).
Por lo tanto, la flor de lis es un símbolo que sintetiza muy
bien algunos aspectos fundamentales de la Filosofía Iniciá-
tica: la correspondencia de lo de Arriba con lo de Abajo, el
Alma mediadora que brinda sentido al conjunto y el cami-
no recto a seguir (“como el filo de una navaja”).

Notas del texto

(1) Boy’s Life, julio 1928. Artículo “How the Scouts’ Badge
Originated” de Robert BadenPowell

199
Re-cordar: volver al corazón
Si vamos a la etimologia de la palabra “recordar” veremos
que ésta proviene del latín “recordare” y está compuesta
por el prefijo re (de nuevo, volver) y cordis (corazón), es
decir que estamos hablando de “volver al corazón”.

El verdadero trabajo de las escuelas sapienciales está fo-


calizado en ayudar al caminante a “re-cordar” el camino
de regreso a casa. De esta manera se entiende por qué
razón la Filosofía Iniciática nunca habla de un “progreso”
(pro significa “adelante” y gressum “ir hacia”) sino de un
“regreso” (regressum, “ir hacia atrás”).

Pero ir hacia atrás no quiere decir que debamos perder


cosas sino que tenemos recuperar otras que hemos aban-
donado. Ante esta idea, los materialistas argumentarán:
“¿volver? ¿ir hacia atrás? ¿significa eso entonces regresar
a las cavernas?”. Pues no. Volver atrás no tiene nada que
ver con la cronología y mucho menos con un tiempo li-
neal, sino que la vuelta está vinculada a otra cosa: está
relacionada al corazón. Por eso, al regresar no debemos
mirar hacia atrás en el tiempo sino hacia adentro. Volver
al corazón.

“Hazte lo que eres” reza el axioma oriental que resume a


la perfección toda la enseñanza espiritual. No dice “Hazte
algo distinto” o “Conviértete en algo mejor”. No. Simple-
mente dice: “Hazte lo que eres” o sea “recupera lo que
has perdido”. No busques afuera ni adelante ni atrás, busca

200
adentro. Aquí y ahora, recordando siempre el VITRIOL.
Visita el Interior de la Tierra y Rectificándote Encontrarás
la Piedra Escondida.

Por lo tanto, la educación iniciática se focaliza en el senti-


do último de la palabra “educar” o “educir”: “sacar desde
adentro nuestras potencialidades”, convertir la potencia
en acto a fin de alcanzar la perfección. En esta línea de
pensamiento, Platón sostenía que “todo conocimiento es
recuerdo”, por lo cual es indispensable que cada pere-
grino esté dispuesto a “recordar” (anamnesis) lo que ha
olvidado (amnesis) pero que sigue estando en su interior.

Si hablamos de re-cordar y de cordura no podemos dejar


de lado el arcano 0 del Tarot, ese joven caminante que está
“loco”. Bien sabemos que la locura está en oposición a la
cordura (otra vez estamos hablando de “cordis”, corazón)
pero, ¿la locura del loco es locura para quién? ¡Para los
profanos, obviamente!, que no ven con buenos ojos que
el loco desafíe el status quo y ponga en tela de juicio el
leit-motiv de la sociedad materialista que dice: “La única
realidad está afuera y existe una barrera insalvable entre
lo de afuera y lo de adentro”.

Por eso, cuando empezamos a transitar la Vía de la Rosa-


cruz entramos en conflicto con esa visión superficial del
hombre y del universo y, por lo tanto, muchas personas se
molestarán con nosotros por abandonar la seguridad del
redil. Ojalá fuera distinto, pero es así.

Yehuda Berg da en el clavo cuando nos dice: “Si caminas

201
por un sendero sin levantar polvo, entonces no estás ca-
minando por un sendero. Cuando haces un cambio verda-
dero en tu vida, las cosas se mueven, los amigos cambian
y la gente no siempre está contenta con tu crecimiento.
Los senderos auténticos nunca son tranquilos. Hoy reco-
noce que, mientras avanzas en tu vida, no todo el mundo
va a apoyarte. No tengas problema con eso. Y dale hacia
adelante”.

En la película Matrix la dicotomía cordura-locura se mues-


tra claramente con la decisión que debe tomar Neo cuan-
do Morfeo le presenta dos píldoras, una azul y otra roja.

Desde una perspectiva iniciática, queda absolutamente


claro que es la sociedad la que carece de cordura porque
se empecina en vivir en la superficie, hipnotizada con las
cosas que pasan “afuera” y festejando con algarabía toda
novedad tecnológica, televisiva o de entretenimiento que
rompa la monotonía y el vacío existencial. Por lo tanto, si
te das cuenta que la sociedad está desquiciada e insistes
en adaptarte a ella, estás eligiendo la píldora azul.

Krishnamurti sentenció: “No es sano adaptarse a una so-


ciedad enferma” y este punto tiene que quedarnos bien
claro: cuando empezamos a transitar un camino iniciáti-
co, tenemos que estar dispuestos a caminar contra la co-
rriente, imitando a las salamandras, esos seres fantásticos
que describen las leyendas y que tenían una particularidad:
vivían en el fuego sin quemarse. Vivamos, pues, en el fuego
sin quemarnos y tratando siempre de recordar.

202
La medicina del Alma
En Egipto, las bibliotecas recibían el sugestivo nombre
de “clínicas del Alma” (1) o “tesoro de los remedios del
Alma” (2), haciendo referencia a que en ellas el ser huma-
no podía curarse la enfermedad más severa de todas: la
ignorancia.

Pero, ¿De qué tipo de ignorancia hablaban los sabios egip-


cios? Ciertamente, la ignorancia que aqueja al ser humano
no es cultural sino existencial y con esa idea como punto
de partida podemos entender que la educación no debe
ser una mera acumulación de información sino que debe
convertirse en un medio de formación integral cuyo obje-
tivo sea la “curación del Alma”.

Educar no es “instruir” (transmitir conocimientos y habili-


dades), sino desarrollar potencialidades, sin olvidar nunca
que “educar” viene de “educir” (del latín “educere”), o sea
develar, sacar a la luz, potenciar aquellas capacidades laten-
tes que nos ayudan a realizarnos en plenitud.

De acuerdo con Platón: “Todo conocimiento es recuer-


do”, por lo cual la misión de las escuelas iniciáticas con-
siste en “facilitar” el camino y brindar herramientas po-
derosas para que cada estudiante “recuerde” (anamnesis)
lo que ha olvidado (amnesis) pero que sigue estando en
su interior. Los antiguos resumían esta idea en una sola
frase:  “Conócete a ti mismo y conocerás al Universo y a
los Dioses”.

203
Si el Alma está enferma, amnésica, encandilada por los es-
pejitos de colores del mundo material, entonces la Filo-
sofía Iniciática debe entenderse como un valioso método
terapéutico para que el hombre empiece a recordar su
verdadera identidad.

Epicuro hablaba de una “therpeuein” (terapia) y sostenía


que  “vana es la palabra de aquel filósofo que no remedia
ninguna dolencia del hombre. Pues así como ningún bene-
ficio hay de la medicina que no expulsa las enfermedades
del cuerpo, tampoco lo hay de la filosofía si no expulsa la
dolencia del alma” (3). En otras palabras, si la Filosofía no
es aplicable a la vida cotidiana, no servirá de mucho.

En Oriente, Buddha es conocido como “el gran médico”,


el curador de las enfermedades del Alma, y su tratamiento
ha sido inmortalizado en las cuatro nobles verdades:

1) “Existe el dolor” (observación de los síntomas de la


enfermedad)
2) “El dolor tiene una causa: el apego” (diagnóstico)
3) “El dolor puede desaparecer si desaparece su causa”
(pronóstico de recuperación)
4) “Para extinguir la causa, debemos seguir el óctuple no-
ble sendero” (prescripción de una receta)

En la tradición judeo-cristiana, el pecado original –muchas


veces entendido como una “condenación eterna” que lle-
va a la conclusión deprimente de que la vida es un “valle de
lágrimas” donde venimos a sufrir– puede ser visto como
una afección existencial o de una intoxicación ocasionada
por el fruto prohibido del Edén.

El filósofo rosacruz Eckhartshausen, al hablar sobre este


tema, afirmó:  “El estado de enfermedad de los hombres
es un verdadero envenenamiento; el hombre ha comido
del fruto del árbol en el que el principio corruptible y
material dominaba y se ha envenenado por este goce”. (4)

En otras palabras, al comer del árbol del bien y del mal,


de la dicotomía entre el yo y el no-yo, de lo externo y lo
interno, el ser humano primordial (Adán) rompió la cone-
xión que lo ligaba con la Fuente, y de este modo se pro-
dujo la “caída” que representa la separación de la Unidad
Primordial entre el hombre y la divinidad.

La consecuencia de este suceso es explicada por Eckharts-


hausen de este modo:  “El ojo interno que por todas par-
tes tenía la verdad por objetividad, se cerró; el ojo material
se abrió al aspecto inconstante de los fenómenos” (5), lo
que significa que el hombre rápidamente olvidó su vínculo
primigenio y se identificó con el mundo fenoménico, don-
de rige la diversidad.

Así como el fruto del árbol del conocimiento del bien y


del mal precipitó la separación, hay otro fruto que tiene la
virtud de re-ligarnos con la Fuente: el fruto del árbol de
la vida. Por esta razón, el esoterismo cristiano considera
que el sendero iniciático no es otra cosa que una aventura
maravillosa que culmina en un punto central (“axis mun-
di”) donde podremos darle un fuerte mordiscón al fruto

205
del recuerdo y convertirnos en lo que verdaderamente
somos.

Notas del texto

(1) Dice Diodoro de Sicilia: “A continuación se encuen-


tra la biblioteca sagrada, que lleva la inscripción “lugar de
curación del alma”, y al lado de este edificio pueden apre-
ciarse estatuas de todos los dioses de Egipto”. (“Bibliothe-
ca historica”).
(2) Dice Jacques-Bénigne Bossuet: “El primero de todos
los pueblos en que se ven bibliotecas es el de Egipto. El
título que se les daba, inspiraba deseo de entrar en ellas y
de penetrar sus secretos: eran llamadas: El tesoro de los
remedios del alma, porque allí se curaba de la ignorancia,
que es la más peligrosa de sus enfermedades y el origen de
todas las demás”. (“Discurso sobre la historia universal”)
(3) Usener, Hermann: “Epicurea”, fragmento 221.
(4) Eckhartshausen, Karl von: “La nube sobre el santuario”
(5) Eckhartshausen: op. cit.

206
El tercer ojo
“Nosotros somos como barcos / que chocan entre sí. /
Tenemos los ojos ciegos, aunque / flotamos sobre un mar
de luz”. (Rumi)

Despertar, iniciación, expansión de la conciencia.Términos


distintos que intentan definir una experiencia única e in-
efable, el momento cumbre de todo el proceso iniciático:
la Iluminación.

Cuando aludimos en forma metafórica a un “sendero” que


lleva de la oscuridad a la luz, del sueño a la vigilia, de la igno-
rancia a la sabiduría, estamos hablando –en verdad– de un
viaje, de un proceso paulatino en pos de la recuperación
de un estado primordial que nos permita contemplar el
mundo tal como es y no a través del filtro de los sentidos.
Por esto, este desarrollo de una percepción supra-senso-
rial también es contemplado como un recorrido desde el
intelecto a la intuición.

Esta nueva forma de percepción superior está relacionada


a un órgano interno que el rosacruz Eckhartshausen llamó
“sensorium interior” y que en muchas escuelas –atendien-
do a su función de contemplar la realidad– ha sido asocia-
do con un “ojo”: ojo del Alma en Platón, ojo del corazón
(oculus cordis para los latinos y ‘ayn al-qalb para los mu-
sulmanes), ojos de fuego y también tercer ojo.

Fue San Agustín quien dijo que “el propósito de la vida es

207
restaurar la salud del ojo del corazón, por el cual vemos
a Dios” (1). Esta idea, retomada y desarrollada en el siglo
XII por los victorinos, postulaba que el hombre primordial
(Adán para judíos y cristianos) contaba con tres ojos: uno
del cuerpo (oculus carni), otro racional (oculus rationis)
y el tercero de contemplación (oculus fidei). Según estos
filósofos, la caída y la expulsión del Edén supuso un de-
bilitamiento del primer ojo, una alteración del segundo y
un completo cierre del tercero, por lo cual el regreso al
Paraíso (es decir, la reintegración a la divinidad) está supe-
ditada a la recuperación de la visión perdida.

Los ojos de fuego de los ángeles bíblicos son otra forma


de referirse a esta mirada flamígera que puede traspasar la
literalidad y contemplar una realidad invisible. Por ejemplo,
leemos en Daniel 10:6: “Vi ante mí a un hombre vestido
de lino, con un cinturón del oro más refinado. Su cuerpo
brillaba como el topacio, y su rostro resplandecía como
el relámpago; sus ojos eran dos antorchas encendidas…”.

Los ojos de carne solamente pueden observar la superficie


de las cosas, el pequeño mundo de las apariencias, la punta
del iceberg. No más. No obstante, esta visión superficial
es la que engaña a los profanos, haciéndoles creer que
existen dos mundos irreconciliables: uno inanimado y me-
cánico que está “afuera” y otro interior (supeditado a un
“yo”) que está “adentro”. Esta discriminación es el origen
de la llamada “herejía de la separatividad”, la cual parte de
la base de que todos los seres vivos son entidades sepa-
radas entre sí y que –tal como proponían los sofistas– “el

208
hombre es la medida de todas las cosas” (“Homo omnium
rerum mensura est”). (2)

Allí donde el ojo de carne percibe la diversidad, el ojo


del corazón detecta la unidad ya que solamente la visión
interior tiene la posibilidad de traspasar la superficie y co-
nocer la esencia de todas las cosas. En palabras del poeta
Rumi: “El movimiento de las olas, día y noche, viene del
mar, tú ves las olas, pero, ¡qué extraño! no ves el mar”.

La visión del ojo del corazón está ligada a lo que los grie-
gos llamaban “aesthesis” que significa sensibilidad, enten-
dimiento, percepción, mientras que su ceguera implica una
an-aesthesis (anestesia), es decir una inconsciencia, narco-
sis, pérdida de sensibilidad o –como le llamaba Robert J.
Liftton– “entumecimiento psíquico” que coincide con el
sueño de la conciencia del que hablan los espiritualistas de
las escuelas orientales y occidentales. (3)

Los indos denominan a este órgano interno “tercer ojo” y


lo relacionan con el chakra del entrecejo (ajna) por lo cual
la práctica de ciertos ejercicios introspectivos focalizados
en este punto podrían generar condiciones propicias para
el despertar de la mirada interior. (4)

Esta concepción alentó a muchos esoteristas ingenuos


que vieron en el despertar del tercer ojo una forma de
desarrollar sus poderes psíquicos y convertirse en clari-
videntes, a fin de poder observar auras, canalizar energías
y entrar en contacto con seres invisibles (5). Sin embargo,
esa clarividencia superficial no es la misma de la que ha-

209
blan los místicos e iniciados, que la entienden como una
percepción integral del mundo, la contemplación de la uni-
dad subyacente a todas las cosas en función de un estado
de conciencia superior. (6)

En la cotidianidad, todos tenemos momentos de lucidez,


chispazos efímeros que pueden llegar a impulsarnos a bus-
car la luz de las luces, la llamada “Luz Mayor” (7). Este
proceso de exploración puede entenderse mejor con una
metáfora. Imaginémonos en un enorme palacio que no
conocemos, solos y en una completa oscuridad. Al prin-
cipio podremos orientarnos un poco auxiliándonos con
el sentido del tacto, pero si logramos hallar un pedernal
estaremos en condiciones de generar chispas que nos
permitirán reconocer formas y cosas en la oscuridad para
poder movernos lentamente. Tal vez en esta exploración
hallemos una caja de fósforos, tras lo cual nos convence-
remos que es posible prescindir del pedernal. Más tar-
de, si encontramos una vela, podremos dejar de lado los
fósforos y, si tenemos la fortuna de encontrar un farol a
mantilla ya no necesitaremos de la vela. Sin embargo, to-
das estas fuentes de luz dejarán de ser de utilidad cuando
encontremos la llave general de la electricidad, con la que
podremos obtener una luz más fuerte y permanente que
nos permita iluminarlo todo.

Adentrarse en el camino iniciático es buscar con ahínco


el camino a esa llave maestra que enciende todas las luces,
erradicando las tinieblas y contemplando la unidad en la
diversidad.

210
Testimonios de la visión interior

“Dios te hizo a ti, oh hombre, a su imagen. Dándote con


qué ver el sol que él hizo, ¿no te iba a dar con qué ver a
quien te hizo, habiéndote hecho a su imagen? También te
dio esto; te dio lo uno y lo otro. Porque si mucho es lo que
amas estos ojos exteriores, mucho también lo que des-
cuidas aquel interior; lo llevas cansado y herido. Si quien
te fabricó quisiera mostrársete, te causaría dolor; es un
tormento para tu ojo, antes de ser sanado y curado”.
(San Agustín)

“Este órgano interno es el sentido intuitivo del mundo


trascendental, y, antes de que este sentido de la intuición
esté abierto en nosotros, no podemos tener ninguna cer-
teza objetiva de la verdad más elevada. Este órgano ha
sido cerrado a causa de la caída que arrojó al hombre al
mundo de los sentidos. La materia grosera, que envuelve
este sensorium, es una nube que cubre el ojo interior e
incapacita al ojo exterior para la visión del mundo espiri-
tual. Esta misma materia ensordece nuestro oído interior,
de modo que ya no oímos los sonidos del mundo meta-
físico, y paraliza nuestra lengua interior de manera que
tampoco podemos ni balbucear las palabras de fuerza del
espíritu que pronunciábamos en otro tiempo; por las que
dominábamos la naturaleza exterior y los elementos. En
la apertura de este sensorium espiritual está el misterio
del Hombre Nuevo, el misterio de la Regeneración y de la
unión más íntima del hombre con Dios”.
(Karl von Eckhartshausen)

211
“Para poder comprender la realidad en su totalidad, nece-
sitamos la dimensión contemplativa que nos abre el tercer
ojo”. (Raimon Panikkar)

“El hombre tiene dos opciones: ver sólo con su mirada


ordinaria y terrestre, o bien, mirar también desde la altura,
desde el “promontorio interior” que le permite percibir
en simultaneidad los términos de toda dualidad y captar
su unidad secreta. Mirar desde la altura es mirar con los
ojos del Testigo, del Logos. (…) Mirar con los ojos del
Logos es mirar la realidad desde su propia perspectiva:
ver las cosas tal como son y dejarlas ser lo que son. Mirar
con los ojos de la mente es trazar cuadrículas, establecer
fronteras, dividir y acotar las cosas y los pensamientos
para poder operar con ellos, controlarlos y manejarlos.
Con los ojos de la mente, tras situarnos frente a las cosas
y enfrentarlas mutuamente entre sí, nos adueñamos del
mundo. Con el tercer ojo, sabemos que, más allá y más acá
de esa relación de enfrentamiento, el mundo es uno, y el
ser humano, uno con él”. (Mónica Cavallé)

“Cuando me expreso, de acuerdo a la forma convencional


de hablar, tengo que decir que es necesario un tercer ojo,
pero, de hecho, este tercer ojo es de otra naturaleza que
los dos que ya tenemos”. (D.T. Suzuki)

Notas del texto

(1) San Agustín: Sermón 88. Esto coincide con las palabras
del poeta persa Hatif: “Abre el ojo del corazón para que

212
puedas ver el espíritu y alcanzar la visión de lo que es in-
visible.”
(2) Véase el capítulo de Protágoras en “Vidas, opiniones
y sentencias de los filósofos más ilustres” de Diógenes
Laercio.
(3) Para los profanos, estar despierto es tener los ojos
abiertos y poder moverse, mientras que los iniciados ase-
guran que mientras no esté abierto el ojo del corazón no
puede hablarse de auténtica vigilia.
(4) En esta categoría se destacan las prácticas con espejos
o aquellas que se basan en la visualización del tercer ojo
en relación a un mantram específico.
(5) Los libros de Lobsang Rampa (que se presentan como
autobiográficos pero que son solamente relatos de fic-
ción) contribuyeron mucho a esta confusión y afición al
psiquismo característico de las últimas décadas del siglo
XX, en especial en las corrientes vinculadas a la “New
Age”. En su primer obra, Rampa afirmó que su tercer ojo
fue abierto mediante una operación quirúrgica en su cabe-
za, lo cual le permitió observar las auras. Véase: “El Tercer
Ojo”, cap.VII, de Martes Lobsang Rampa.
(6) Esto es el cuarto estado de conciencia.
(7) La “Luz Mayor” es otra forma de referirnos a nuestra
naturaleza divina o “Dios en nosotros”, la cual hemos ol-
vidado.

213
Quo Fata Trahunt
“¡Conducidme, Zeus, y tú también, Destino, adonde me
tengáis asignado mi puesto, que os seguiré sin vacilar! Que
si no quisiera de todas formas sería arrastrado.”
(Cleantes de Assos)

La frase de este emblema –”Quo fata trahunt”– corres-


ponde a un extracto de “La Eneida” de Virgilio, donde
puede leerse: “Nate dea, quo fata trahunt retrahuntque,
sequamur Quidquid erit, superanda omnis fortuna feren-
do est” (“Hijo de diosa, vamos a donde los hados nos
llevan, y huyamos de donde nos apartan. Suceda lo que
sucediere. Toda mala fortuna se vence con paciencia”).
La predestinación es un tema que aparece recurrentemen-
te en todas las culturas y relatos mitológicos de Oriente y
Occidente, donde el destino fijo (llamado “fatum” por los
romanos) aparece como una fuerza poderosa ineludible,
en franca oposición a la noción de libre albedrío.

Los estoicos postulaban que no existe la casualidad sino


la causalidad y que el destino no era otra cosa que la con-
secuencia de una serie de causas encadenadas entre sí,
un “nexus causarum”. Por lo tanto, era necesario encarar
nuestra fortuna del mejor modo, sabiendo que “algunas
cosas están bajo nuestro control y otras no”, y del enten-
dimiento claro de esto depende nuestra felicidad.

Epicteto explica: “Sólo tras haber (...) haber aprendido a


distinguir entre lo que podemos controlar y lo que no,
serán posibles la tranquilidad interior y la eficacia exte-
rior. Bajo control están las opiniones, las aspiraciones, los
deseos y las cosas que nos repelen. Estas áreas constitu-
yen con bastante exactitud nuestra preocupación, porque
están directamente sujetas a nuestra influencia. Siempre
tenemos la posibilidad de elegir los contenidos y el carác-
ter de nuestra vida interior. Fuera de control, sin embargo,
hay cosas como el tipo de cuerpo que tenemos, el haber
nacido en la riqueza o el tener que hacernos ricos, la for-
ma en que nos ven los demás y nuestra posición en la so-
ciedad. Debemos recordar que estas cosas son externas
y por ende no constituyen nuestra preocupación. Intentar
controlar o cambiar lo que no podemos tiene como único
resultado el tormento”. (1)

215
De acuerdo con la filosofía estoica, toda acción debe estar
conectada con el destino o en armonía con éste, lo que
en ocasiones se llama “vivir según la naturaleza”. En este
sentido, Epicteto afirma que  “lo esencial es comprender
la naturaleza y alinear las intenciones y actos con la for-
ma de ser de las cosas”. Por lo tanto, nuestro propósito
“debería buscar la armonía con la naturaleza, ya que éste
es el verdadero camino hacia la libertad”. (2) En Oriente
a este propósito existencial de orden y equilibrio se le
llama “Dharma”.

La moderna oración de la serenidad de Reinhold Niebuhr,


usada por la organización “Alcohólicos anónimos” sinteti-
za con maestría la importancia de entender que hay cosas
podemos controlar y otras que no, para hacer frente a los
momentos críticos de la vida con fuerza y discernimiento:

“Tengamos valor para cambiar lo que pueda cambiarse.


Serenidad para aceptar lo que no pueda cambiarse.
Sabiduría para diferenciar lo uno de lo otro”.

En la Eneida, todas las pruebas y aventuras que Eneas debe


sortear le van revelando poco a poco su “fatum” (destino),
para que el héroe finalmente cumpla con su propósito
existencial.

Extractos del “Manual de Vida” de Epicteto

“Para bien o para mal, la vida y la naturaleza se rigen por


leyes que no podemos cambiar. Cuanto antes lo acepte-

216
mos, más tranquilos estaremos. Serías un necio si desearas
que tus hijos o tu esposa vivieran para siempre. Son mor-
tales, igual que tú, y la ley de la mortalidad está completa-
mente fuera de tu alcance.

De modo semejante, es estúpido desear que un patrono,


un pariente o un amigo no tengan tacha. Ello supondría
controlar cosas que en verdad no podemos controlar.
Bajo nuestro control está que no nos decepcione el deseo
si nos ocupamos del mismo de acuerdo con los hechos,
en lugar de dejarnos llevar por él. En el fondo estamos
controlados por aquello que otorga o suprime lo que bus-
camos o evitamos. Si lo que buscas es la libertad, no de-
sees ni rehúyas nada que dependa de los demás, o siempre
serás un esclavo desvalido.

Comprende en qué consiste realmente la libertad y cómo


se alcanza. La libertad no es el derecho o la capacidad de
hacer lo que te venga en gana. La libertad viene de com-
prender los límites de tu propio poder y los límites natu-
rales establecidos por la divina providencia. Al aceptar las
limitaciones y las inevitabilidades de la vida y trabajar con
ellas en lugar de combatirlas, nos hacemos libres. Si, por el
contrario, sucumbimos ante el deseo pasajero por cosas
que escapan a nuestro control, perdemos la libertad”.

Notas del texto

(1) Epicteto: “Manual de vida”


(2) Epicteto: op. cit.

217
“Solamente tiene que soltarlo”
En la última parte de la saga de “El Señor de los Anillos”, y
después de un largo viaje, Frodo y Sam arriban finalmente
a las entrañas del Monte del Destino. El momento de des-
hacerse del anillo ha llegado, pero Frodo no termina por
dejarlo ir. Permanece como ausente, mirando al anillo fija-
mente mientras su compañero Sam le anima: “Adelante,
señor Frodo… Sólo tiene que soltarlo…”

Pero a Frodo no se decide y no consigue tirar el anillo,


y al apreciar esta escena monumental la imaginación me
hace viajar al campo de Kurukshetra, al eje del “Bhagavad
Gita” y al momento justo del desaliento de Arjuna, cuando
éste coloca su carro entre los dos ejércitos rivales. Arjuna
duda en combatir porque del otro lado están los kurúes
que son de su propia sangre… ¡son sus propios familiares!
los cuales se habían apoderado ilegalmente de la ciudad de
Hastinapura, pero a los que seguía apreciando.

El conflicto de Arjuna es el mismo que experimenta todo


peregrino espiritual cuando comienza a darse cuenta que
debe renunciar a un conjunto de malos hábitos y actitudes
que le son “familiares” para poder avanzar en el sendero.
Sin embargo, la tendencia a querer “cambiar sin cambiar”
es muy fuerte, y lamentablemente la inercia casi siempre
logra imponerse.

Todos nosotros sabemos que tenemos malos hábitos que


detienen nuestro desarrollo, pero –al mismo tiempo– nos

218
hemos acostumbrado de tal manera a muchos de ellos
que llegamos a apreciarlos como parte de nuestra “per-
sonalidad” y que supuestamente nos convierten en lo que
somos.

En el medio del campo de batalla, Arjuna confiesa a Krish-


na: “Cuando contemplo a esos mis parientes prestos al
combate y anhelosos de pelea, se estremecen mis miem-
bros, se me abrasa la boca, todo mi cuerpo tiembla y el
cabello se me eriza. Mi arco Gandiva se me cae de la mano,
arde mi piel, no puedo sostenerme, se atorbellina mi men-
te. (…) No presumo ventaja alguna de que en batalla se
maten los parientes. (…) Aunque perezca, no quiero ma-
tarlos, ¡oh Madhusudana! (…) ¡Ay de mí! A punto estamos
de cometer gravísimo pecado, pues tenemos intento de
matar a nuestra parentela por ambición de señorío”.

La familia

¿Qué representa esa “familia” a la que debemos hacer


frente?

Filón de Alejandría, en el siglo I d.C. intentó explicar al-


gunos pasajes oscuros del Antiguo Testamento donde se
decía: “Poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad
y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad
cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente”.
(Éxodo 32:27) Leída en forma literal esta frase es horro-
rosa y no puede extraerse nada valioso de ella, pero si la
leemos con otros ojos el sentido oculto de ésta se revela.
Y, entonces, dice Filón: “Claro está que, contra lo que al-

219
gunos suponen, los sacerdotes no matan a seres vivientes
[…] sino eliminan de su inteligencia todas aquellas cosas
que son familiares y amigas de la carne. […] Por eso mata-
remos a nuestro “hermano”; no a un hombre, […] desliga-
remos al elemento amante de la pasión y mortal. Matare-
mos también a nuestro “vecino”: como en el otro caso, no
a un hombre sino al coro y cofradía de los sentidos”. (1)

Esta es la “familia” a la que se refiere el Gita. En palabras


de Ada Albrecht: “En la gran familia de las sombras que
aprisionan al corazón humano, siempre hay unas que nos
son más queridas que otras. Para algunos es el renombre,
para otros la fortuna, etc. Siempre hay, como decimos, ca-
denas de oscuridad que detienen nuestro paso hacia la
conquista de la Suprema Libertad”. (2)

De igual modo, Frodo le dice a Sam: “El anillo es mío”.


Mío: una palabrita supuestamente inocente pero que ha
originado tantos conflictos. Mío y no tuyo. Una separa-
ción entre dos cosas, una frontera inexpugnable y dentro
de la cual todo se justifica. El reino de “lo mío” es el domi-
nio del Ego, el inicio de la separatividad.

Frente al monte del destino, en ese punto decisivo, Frodo


no se decide y es Sam quien lo anima: “Sólo tiene que
tirarlo”. Algo tan fácil y tan difícil al mismo tiempo, algo
parecido a cuando afirmamos que el sendero iniciático
es un camino de un solo paso y este “único paso” es salir
del Ego. ¡tan fácil y tan difícil! Renunciar a todo aquello
que nos hace daño pero que aceptamos gustosos porque
–en cierta forma– nos define. Nos hemos apegado tanto

220
a nuestros vicios y “gracias a ellos” hemos construido una
fachada ante los demás, que no es fácil dejarlos ir. ¿Qué se-
ríamos sin ellos? Séneca reflexionó sobre esto y terminó
declarando que: “Lo que al comienzo fueron vicios, hoy
son costumbres…”

Defectos, hábitos y transmutación

Por un momento, dejemos de lado a Arjuna y a Frodo,


y reflexionemos: ¿Acaso no nos hemos sentido –muchas
veces– nosotros mismos en ese monte del destino de la
Tierra Media? ¿No hemos sentido el desaliento de Arjuna
y hemos justificado a nuestros defectos reconociéndolos
como “familiares”?

Pero recordemos algo importante: “Defecto” quiere de-


cir “ausencia de algo”, es decir falta o carencia ¿de qué?
De una virtud, de una cualidad positiva, del mismo modo
que la oscuridad es la ausencia de la luz y el mal es la au-
sencia del bien. Esto significa que estos “familiares” no son
otra cosa que “fantasmas interiores” a los que otorgamos
una realidad que no tienen. Dice Albrecht: “A menudo las
criaturas humanas nos hallamos pobladas de fantasmas
mentales. […] Somos como una inmensa ciudad psíquica
donde conviven criaturas generadas por el temor, la am-
bición, etc”. (3)

Siendo así, necesitamos “dejar ir”, “soltar el anillo”, “matar


a los kurúes”, reconociendo todo aquello que nos impide
convertirnos en lo que somos, a todos aquellos hábitos
que nos están consumiendo por dentro.

221
¿Cómo hacerlo? El Kybalión nos da la respuesta y dice
que: “Para destruir una frecuencia indeseable de vibra-
ción mental poned en operación el Principio de Polaridad
y concentraos sobre el polo opuesto a aquel que deseáis
suprimir. Matad lo indeseable cambiando su polaridad” (4).
En otras palabras: transmutación.

Hoy en día, las neurociencias dicen algo parecido y hablan


de “neuroplasticidad”, asegurando que nuestro cerebro
es maleable y –por lo tanto– pueden adquirirse hábitos
nuevos y mejores que ocupen el lugar de viejos hábitos.
Conexiones neuronales o sinapsis.

El argentino Estanislao Bachrach lo ilustra perfectamente


de este modo: “El cerebro está construido para apren-
der hábitos y para conservarlos. Para nuestro propósito
de cambiar, esto parece malo, pero en realidad es muy
bueno porque una de las formas más efectivas de cam-
biar los malos hábitos es aprendiendo nuevos hábitos para
reemplazar los viejos que no queremos o no nos sirven
o nos perjudican a largo plazo. Construir nuevos hábitos
positivos. Y esto es lo que el cerebro sabe hacer bien: há-
bitos. […] Tu actividad mental puede estimular la modifi-
cación de conexiones neuronales existentes o la creación
de nuevas conexiones neuronales. Utilizando tu software
podés alterar y cambiar tu hardware. […] Al principio, las
neuronas juntas forman un “piolín” y luego, a partir de
sucesivas repeticiones, forman un cable de acero. Las con-
diciones apropiadas para que este “cable” se forme son: la
repetición, es decir, repetir un pensamiento, una emoción
o una acción en la vida”. (5)

222
Y otra vez estamos hablando de lo mismo: transmutación.

Los alquimistas decían: “Solve et Coagula”. Disolver y coa-


gular. Derrumbar sí, pero después construir con los es-
combros de lo viejo algo nuevo y mejor.

De eso se trata.

Nasrudin en la India (por Ramiro Calle)

El célebre y contradictorio personaje sufí Mulla Nasrudín


visitó la India. Llegó a Calcuta y comenzó a pasear por una
de sus abigarradas calles. De repente vio a un hombre que
estaba en cuclillas vendiendo lo que Nasrudín creyó que
eran dulces, aunque en realidad se trataba de chiles pican-
tes. Nasrudín era muy goloso y compró una gran cantidad
de los supuestos dulces, dispuesto a darse un gran atracón.

Estaba muy contento, se sentó en un parque y comenzó a


comer chiles a dos carrillos. Nada más morder el primero
de los chiles sintió fuego en el paladar. Eran tan picantes
aquellos “dulces” que se le puso roja la punta de la nariz
y comenzó a soltar lágrimas hasta los pies. No obstante,
Nasrudín continuaba llevándose sin parar los chiles a la
boca.

Estornudaba, lloraba, hacía muecas de malestar, pero se-


guía devorando los chiles. Asombrado, un paseante se
aproximó a él y le dijo:

223
–Amigo, ¿no sabe que los chiles sólo se comen en peque-
ñas cantidades?

Casi sin poder hablar, Nasrudín comento:

–Buen hombre, créeme, yo pensaba que estaba compran-


do dulces.

Pero Nasrudín seguía comiendo chiles. El paseante dijo:

–Bueno, está bien, pero ahora ya sabes que no son dulces.


¿Por qué sigues comiéndolos?

Entre toses y sollozos, Nasrudín dijo:

–Ya que he invertido en ellos mi dinero, no los voy a tirar.

El Maestro dice: No seas como Nasrudín. Toma lo mejor


para tu evolución interior y arroja lo innecesario o perni-
cioso, aunque hayas invertido años en ello.

Notas del texto

(1) Filón de Alejandría: “De Ebrietate”


(2) Albrecht, Ada: “Bhagavad Gita”
(3) Albrecht: op. cit.
(4) Tres Iniciados: “El Kybalión”
(5) Bachrach, Estanislao: “En Cambio”

224
Kheper, el escarabajo sagrado
El concepto de “iniciación” está íntimamente relacionado
al de “transformación” y por eso el conocido egiptólogo
Christian Jacq afirmó que “este término significa “venir a
la existencia, advenir, tomar forma, actuar, ser en devenir,
llegar a existir (en el más allá), nacer, hallar su origen en”, y
se refiere esencialmente al pasaje de un estado a otro”. (1)

En los jeroglíficos egipcios esta idea era representada con


la imagen del escarabajo egipcio del estiércol o “kheper”,
que tiene un doble significado: con las alas recogidas es
símbolo del discípulo que se va purificando por un camino
de ascesis, mientras que con las alas desplegadas repre-
senta el logro, la victoria, la Iniciación en sí misma.

Por esta razón, en algunos templos del antiguo Egipto po-


día leerse esta reveladora inscripción: “Yo soy Kheper, el
discípulo y cuando abra mis alas, resucitaré”.

¿Por qué los egipcios eligieron al escarabajo como símbo-


lo de la Iniciación? En primer lugar, es posible encontrar
un paralelismo entre el ciclo vital del escarabajo pelotero
(el pasaje del huevo a la larva, después de la ninfa hasta
convertirse en escarabajo) y el proceso iniciático.

También llaman poderosamente la atención las costum-


bres de este coleóptero, que pone los huevos en el es-
tiércol húmedo y caliente para después ir moldeándolo y
convirtiéndolo en una bola perfecta, para luego empujarlo

225
con gran esfuerzo hasta un hoyo donde las larvas estarán
a salvo de los depredadores. Tras veintiocho días, la esfera
totalmente seca será empujada hacia la superficie y al res-
quebrajarse y partirse, surgirá de ella el escarabajo alado.

El desplazamiento de la bola a la oscuridad y luego a la luz


fue interpretada por los egipcios como una alegoría del
sol. Plutarco explica: “Dicen de los escarabajos que es una
especie sin hembras, que todos son machos, y pretenden
que tales animales depositan su semilla en una materia a la
que dan forma de esfera, empujándola con las patas trase-
ras, con lo que ven una imagen similar a la del sol que, di-
rigiéndose de Occidente a Oriente, da el efecto de seguir
un sentido contrario al del firmamento”. (2)

Entre los objetos hallados en la tumba de Tutankamón en


el año 1922, había varios escarabajos muy interesantes.
Uno de ellos estaba elaborado con un rarísmo cristal ver-
doso y en los últimos años algunos científicos han sosteni-
do que podría proceder del espacio exterior, seguramente
de un meteorito. (3)

Cristo, el buen escarabajo

Los coptos (cristianos egipcios) heredaron el símbolo


del escarabajo de sus antepasados y lo incorporaron a su
nuevo Salvador. Por esta razón, el Cristo ha sido llamado
en ocasiones el “Buen Escarabajo” (“Bonus Scarabaeus”).
Esta denominación se preservó en el medioevo y algunos
autores cristianos también se refirieron a Jesucristo como
“escarabajo”, aunque San Jerónimo reprobaba con dureza

226
a quienes tomaban estas alegorías paganas y las incorpo-
raban a la cristiandad.

San Ambrosio, por ejemplo, decía: “Con toda razón la


inscripción está puesta en la parte superior de la cruz, ya
que el reino que posee Cristo no es propio del cuerpo
humano, sino del poder de Dios. Y con toda justicia está
puesto arriba, porque, aunque en la cruz estaba el Señor
Jesús, sin embargo, resplandecía por encima de la cruz gra-
cias a su majestad real. Era un gusano sobre la cruz, un
escarabajo sobre la cruz. Pero un buen gusano que no se
va del árbol, un buen escarabajo que clamó desde la cruz.
Y ¿qué dijo? Señor, no les imputes este pecado. También le
dijo al ladrón: Hoy estarás conmigo en el paraíso, y gritó
como un escarabajo: ¡Dios mío, Dios mío, mírame!, ¿por
qué me has abandonado? Y, en verdad, era un buen es-
carabajo quien, por medio de los pasos de sus virtudes,
dignificaba el barro de nuestro cuerpo, que antes era algo
informe y torpe y buen escarabajo también el que levantó
al pobre de entre el estiércol; levantó a Pablo que se con-
sideró como basura, levantó a Job que yacía sentado sobre
el muladar”. (4)

En un viejo relato, Isis interrogaba al sol: “¿Quién eres?”.Y


el sol respondía: “Soy Kheper en la mañana, Ra al medio-
día y Atum a la hora de la marea vespertina”. Su respuesta
puede ser aplicada al hombre y significa que, al nacer, te-
nemos toda la potencialidad de “llegar a ser” (la acepción
de la palabra “kheper”), luego crecemos y desarrollamos
nuestro poder creador, para finalmente descender al reino

227
de Atum, que es una transición que nos llevará a un nuevo
nacimiento.

Descender a la oscuridad y regresar victorioso a la luz. El


símbolo se repite una y otra vez en diferentes mitos de la
humanidad. Pero el símbolo no está afuera ni en un pasado
remoto. El escarabajo alado no está muy lejos, pero para
entender esto es necesario volver a mirar, abrir el ojo del
corazón para detectar que todos los símbolos, todas las
historias, todos los mitos están contenidos en un solo es-
pacio llamado “ser humano”.

Notas del texto

(1) Jacq, Christian: “Poder y sabiduría en el antiguo Egipto”


(2) Plutarco: “Isis y Osiris”
(3) Consúltense algunos medios de prensa ingleses: BBC
News, The Guardian  y The Times.
(4) San Ambrosio: “Tratado sobre el Evangelio de San Lu-
cas”

228
Espiritualidad Iniciática
Cuando hablamos de “Iniciación” no estamos refiriéndo-
nos a ceremonias, rituales o formalidades litúrgicas sino a
un momento cumbre en el desarrollo espiritual, un esta-
do de conciencia superior que también se conoce como
Iluminación, despertar de la conciencia o apertura del ojo
interior.

Este hito existencial permite que nuestra conciencia al-


cance un punto de observación privilegiado, un espacio si-
tuado exactamente entre la materia y el espíritu, un lugar
intermedio a veces llamado “Mundus Imaginalis”, que no
es otra cosa que el plano del Alma.

En esta posición central, el Alma iluminada –que estaba


anestesiada, miope y confundida– puede finalmente recor-
dar, ver y orientarse conscientemente.

La expansión de la conciencia es una consecuencia del


despertar de nuestras facultades latentes. La apertura del
“ojo del corazón” nos permite integrar los dos planos y
llevarnos al reconocimiento de que somos “seres de dos
mundos”: entidades espirituales viviendo una aventura ma-
terial. Con la Iniciación desaparece toda oposición, toda
dicotomía entre “lo sagrado” y “lo profano”.

El equilibrio entre dos mundos puede resumirse en la


máxima discipular: “Pedes in terra ad sidera visus” que
significa “Los pies en la tierra, la mirada en el cielo”, una

229
alusión a este punto intermedio que nos permite conver-
tirnos en puentes, elementos de conexión entre lo que
está arriba con lo que está abajo, lo de adentro con lo de
afuera.

La negación de la vida interior nos condena a vivir una


existencia superficial, vacía, carente de propósito. Pero –
por otro lado– la negación del plano material nos puede
llevar a una vida solitaria y miserable, donde la espiritua-
lidad puede ser simplemente una excusa para aislarnos y
evadirnos de nuestras responsabilidades.

La vida espiritual no puede esconderse del mundo y ese


fue, justamente, el monumental aporte del Buddha: “Si
las cuerdas del sitar están demasiado tensas, se rompen.
Si están demasiado flojas, no suenan”. La vía del medio.
Lo mismo expresaban los alquimistas al decir: “Fac fixum
volatile et volatile fixum” (“haz fijo lo volátil y volátil lo
fijo”), aludiendo a una materialización del espíritu y una
espiritualización de la materia.

La aceptación de estas dos realidades como complemen-


tarias e interdependientes, y su incorporación plena a la
cotidianidad, nos permite hablar de una espiritualidad
iniciática, una vía trascendente que toma como punto
de partida la vivencia y no la creencia, y que prioriza el
equilibrio armónico entre los dos planos.

La vida espiritual necesariamente debe estar integrada en


nuestra vida diaria: en todo lo que hacemos y en lo que

230
dejamos de hacer, en nuestra relación con los otros, en
nuestros pensamientos, palabras y acciones.

Esta visión se contrapone a la espiritualidad entendida


como un “hobby”, es decir a una actividad confinada a un
espacio y tiempo limitado (ejemplo: la iglesia los domingos
o la sala de meditación dos horas por semana).

La espiritualidad iniciática está subordinada a un Ideal fun-


damentado en la Fraternidad Universal y en el Amor, en
un camino de regreso a la fuente primigenia tanto a nivel
individual (la reintegración con el Uno) como a nivel co-
munitario (la restauración de la sociedad primordial).

La adhesión intelectual a este Ideal Iniciático no es sufi-


ciente. Es necesario hacernos uno con él, convirtiéndonos
en instrumentos de Dios en la Tierra. Y al hablar de Dios
no estamos hablando de una divinidad antropomórfica y
externa, sino del único Dios que vale la pena: el que habita
en nuestros corazones.

Al lograr esta conciencia permanente de la presencia divi-


na en nosotros, permitimos que la sabiduría trascendente
fluya y se exprese a través de nosotros para convertirnos
en canales de Dios, en agentes eficaces del Ideal Iniciático.

231
El compás de oro
El impresor renacentista Cristóbal Plantino (1520-1589)
adoptó como la marca de su imprenta un compás sosteni-
do desde lo alto por una mano divina trazando un círculo
perfecto, el que aparece acompañado por la máxima lati-
na “Labore et Constantia” (“Trabajo y constancia”).

El símbolo, al aparecer repetidamente en algunas de las


más refinadas publicaciones de la época, se hizo muy po-
pular entre los eruditos y también en el seno de algunos
círculos iniciáticos.
El propósito del compás es trazar un círculo, representa-
ción geométrica de la perfección. Mientras que la punta fija
del compás representa la constancia, la otra representa el
trabajo, y juntas evidencian que la perfección (el círculo)
se alcanza conjuntamente con el trabajo y la constancia.

En otras palabras, en esta imagen aparece perfectamen-


te plasmada la Ley del Triángulo: un principio pasivo y un
principio activo que juntos generan “otra cosa” que no
sería posible sin su participación conjunta (1).

Sin embargo, este no es un compás común y corriente


sino que es de oro, otra alusión clara a la perfección, y es
utilizado desde el cielo por una gigantesca mano (Dios,
el Uno sin segundo, el Gran Geómetra, el Arquitecto del
Universo) que aparece entre las nubes. Esto significa que
este compás es el instrumento que la divinidad utiliza en
la Tierra para que sea plasmada la perfección, es decir lo
Bueno, lo Justo, lo Bello y lo Verdadero.

Visto desde esta perspectiva, el compás de oro somos


nosotros mismos, los seres humanos que necesitamos
ser instrumentos para que la voluntad divina sea cumplida,
o como reza la oración de San Francisco de Asís: conver-
tirnos en instrumentos de paz, de amor, de perdón, de
unión, etc (2).

Teresa de Ávila expresó esto mediante un poema:

“Cristo no tiene cuerpo en la Tierra sino el tuyo.

233
No tiene manos sino las tuyas. No tiene pies sino los tu-
yos.
Tuyos son los ojos con los que la compasión de Dios mira
al mundo.
Tuyos son los pies con los que Él camina para ir haciendo
el bien.
Tuyas son las manos con las que ahora cuenta para ben-
decirnos.
Tuyas son las manos, tuyos son los pies, tuyos son los ojos,
tú eres Su cuerpo”.

Las Tradición Iniciática hace suya una frase usada por el


Cristo en el Gólgota:  “Hágase Tu voluntad y no la mía” (Lu-
cas 22:42), lo que nos indica que nuestro propósito como
nobles caminantes del Sendero Iniciático es reunir armó-
nicamente lo de Arriba y lo de Abajo, buscando hacer con-
cordar la voluntad divina con la voluntad humana.

En este sentido, Eliphas Lévi afirmaba que “la voluntad del


justo es la misma voluntad de Dios, y es ley de la natura-
leza”. (3)

Sin embargo, hay un pequeño problema: para convertir-


nos en agentes efectivos de la divinidad y para hacer su
voluntad en la Tierra primero hay que conocerla, entrar
en comunión con ella y eso no es posible con una mente
turbada, distraída y confusa. Por lo tanto, para hacer lo que
hay que hacer (y a esto le podemos llamar “Propósito”
o “Dharma”) necesitamos una mente serena, sana, lúcida,
atenta.

234
Solamente una mente clara e impeturbable podrá captar
del mejor modo las señales, el sentido de las pruebas de
la vida, los “guiños” de Dios expresados a través de las
“casualidades” y las recurrencias.

“Labore et Constantia”. Trabajar y ser constantes. En estas


dos sentencias está expresada la quintaesencia del Sende-
ro Iniciático, donde es absolutamente necesario que hoy
seamos mejores que ayer y que mañana seamos mejores
que hoy. De eso se trata.

Notas del texto

(1) En el Kybalión, esto aparece expresado de esta mane-


ra: “La generación existe por doquier; todo tiene su prin-
cipio mascu­lino y femenino; la generación se manifiesta en
todos los planos”.
(2) En verdad, la oración de San Francisco no puede atri-
buirse al santo sino que su composición data de prin-
cipios del siglo XX. No obstante, en ella aparecen con-
tenidos los principios filosóficos  de amor a todas las
cosas que predicaba el propio San Francisco de Asís.
(3) Lévi, Eliphas: “La clave de los grandes misterios”

235
Simbolismo del águila bicéfala
El águila es un ave de naturaleza solar, que suele estar aso-
ciada tradicionalmente con el astro rey, símbolo de poder,
fuerza y luminosidad, y cuando aparece con dos cabezas
sus atributos se duplican.

El sentido simbólico del águila aparece destacado en sus


alas y especialmente en sus plumas, que representan el
impulso hacia el cielo, la elevación espiritual.

Por esta razón, las vestimentas con plumas –tanto en


Oriente como en Occidente– aluden a este impulso hacia
lo alto. En algunos círculos rosacruces de los siglos XVIII
y XIX era frecuente la utilización de diferentes plumas ce-
remoniales: de cuervo (negras, nigredo), de cisne (blancas,
albedo), de águila (de varios colores, citrinitas) y de pelí-
cano manchadas con sangre del propio discípulo (blancas
y rojas, rubedo). Por otro lado, en la antigua China, los
sacerdotes taoístas eran llamados “sabios emplumados” y
los adeptos “que se disponían a obtener la inmortalidad
eran recubiertos de plumas de ave” (1) pues el taoísmo
postulaba que “cuando un hombre alcanza el Tao, sobre su
cuerpo empiezan a crecer plumas” (2).

En todos los casos, las aves representan nuestra conexión


con el cielo, con la trascendencia y como dice Guénon: 
“Los pájaros se toman con frecuencia como símbolo de
los ángeles, es decir, precisamente, de los estados superio-
res” (3).Y esto es totalmente cierto: desde una perspecti-

236
va simbólica tanto los ángeles como las aves son mensaje-
ros, intermediarios entre lo visible y lo invisible.

Volviendo al águila bicéfala, es evidente que ésta represen-


ta una doble condición y, por lo tanto, puede relacionarse
tanto con el Jano bifronte como con el hacha de doble filo
o “labrys”. Jano es, por autonomasía, el Maestro de los dos
mundos, el Señor de la Iniciación, emplazado en un punto
medio entre las dos realidades: la materia y el espíritu, lo
de Arriba y lo de Abajo, lo de adentro y lo de afuera, el
pasado y el futuro.

Posada sobre la cúspide de una montaña, el águila bicéfala


tiene el poder de contemplar todo el panorama, de diri-
gir su mirada en dos direcciones que son las mismas que
observa Jano.

Esta ave poderosa aparece como símbolo marcante en


Asia Menor y de ahí pasó a Europa a través de Bizan-
cio, siendo utilizada por varias casas reales, especialmente
en Rusia donde se convirtió en el emblema imperial de los
zares. La disposición de sus cabezas expresa una visión ex-
pansionista y omniabarcante, que en los imperios aparece
en la forma de una conquista territorial. Carlos V, empera-
dor del Sacro Imperio Romano Germánico entre los años
1519 y 1558, lucía en su escudo de armas un águila bicéfala
cuyas cabezas representaban los imperios de Roma y Bi-
zancio, es decir Occidente y Oriente. 

En Mesomérica, el símbolo del águila bicéfala apareció en


varios pueblos de Oaxaca como los amuzgos, chinantecos,

237
mazatecos, cuicatecos, mixtecos, chatinos y zapotecos (4),
y representaba el encuentro del Viejo Mundo y el Nuevo
Mundo, reflejada en una alianza entre el pueblo quauhque-
cholteca y los conquistadores españoles.

En la Francmasonería, el águila bicéfala aparece en el em-


blema del máximo grado del Rito Escocés Antiguo y Acep-
tado (grado 33) y en este contexto las cabezas representan
la visión del pasado y del futuro, es decir la importancia de
la Tradición, de la rica herencia de los antiguos, el manteni-
miento de ésta y su proyección hacia el futuro.

Notas del texto

(1) Eliade, Mircea: “Historia de las creencias” II


(2) Eliade: op. cit.
(3) Guénon, René: “Símbolos fundamentales de la ciencia
sagrada”
(4) Gómez Ramírez, Juan de Dios: “El águila bicéfala de
Oaxaca”

238
Un camino de un solo paso
“Nuestro destino nunca es un lugar, sino una nueva forma
de ver las cosas” (Henry Miller)

El viaje interior es un proceso de purificación y de trans-


formación mediante el cual cada ser humano tiene la po-
sibilidad de descubrir su propia naturaleza, para descar-
tar todo lo que no es a fin de concentrarse en lo que
es. Por esta razón, Junayd al-Bagdâdi decía que el sendero
a la iluminación es un camino de un solo paso y que este
paso era simplemente “salir de sí mismo”, desprendernos
del Ego para focalizarnos en el Ser.

Este viaje de un solo paso consiste en el abandono cons-


ciente de nuestras limitaciones, que es la única forma de
alcanzar una libertad plena.

Un solo paso, ¡pero qué paso tan difícil de dar! Los sabios
de la humanidad han coincidido en que esta travesía inter-
na es la tarea más complicada y desafiante que podamos
emprender nunca, pero –por otra parte– es la única que
puede otorgar sentido a nuestra existencia.

La Filosofía Iniciática es una filosofía del riesgo, y los no-


bles caminantes saben que la felicidad no está ni en la sa-
tisfacción de los deseos ni en el conformismo sino en la
osadía, en la aceptación de los retos de la vida para darles
una debida respuesta.

239
Durante mi peregrinación compostelana recibí un magis-
tral consejo en una taberna perdida de Burgos. Otro pe-
regrino, al verme cubierto de nieve y con un frío que me
calaba los huesos, me dijo:  “Enamórate de la incomodidad,
pues la comodidad nos lleva a la conformidad. Por el con-
trario, la incomodidad es sinónimo de inconformidad, y un
peregrino nunca debe conformarse porque la conformi-
dad es inmovilidad”.

La mayoría de las personas siente un llamado, un impulso


interno a aventurarse en territorios nuevos. Sin embargo,
esta gente no está dispuesta a pagar el precio, le cuesta
muchísimo abandonar su zona de confort. En otras pala-
bras: quiere cambiar sin cambiar.

El mundo desacralizado, chato y simplón de los moder-


nos es la zona del “non plus ultra”, del “no te atrevas”,
donde la gente prefiere “al malo conocido que al bueno
por conocer”. Las tradiciones iniciáticas, por el contrario,
nos invitan a conocer otro mundo, otra realidad, ingresar
un espacio sagrado al que se accede únicamente “dando
el paso”. En esta zona de transformación es donde todos
nuestros esfuerzos, nuestras vivencias y nuestros afectos
cobran total sentido.

El viaje espiritual no es progresivo sino regresivo, pues


consiste en la recuperación de algo que perdimos, en una
vuelta al punto de origen, que es divino y suprahistórico.

Por lo tanto, regresar no significa “volver a la edad de pie-


dra” sino retornar a la fuente primordial, que “está fuera

240
y más allá de la humanidad” según explicó muy bien René
Guénon. Mircea Eliade, por su parte, hablará de un tiempo
que está por encima del tiempo: “in illo tempore” (“en
aquellos tiempos”), en otras palabras un tiempo sagrado.

Por lo tanto, es necesario comprender que el viaje iniciá-


tico transcurre por este tiempo que está por detrás del
tiempo y por un espacio que está por detrás del espacio,
es decir en unas coordenadas espacio-temporales que no
son accesibles para todos. Nuestro viaje es aquí y ahora,
pero –al mismo tiempo– transcurre en otro tiempo, en
otro espacio, en otro mundo.

Ese espacio alternativo, ese territorio de magia y aventu-


ras no está lejos, sino aquí mismo y es el mundo del Alma,
interregno entre lo sensible y lo suprasensible, el Mundus
Imaginalis.

Si este mundo está tan cerca de nosotros, ¿por qué no lo


vemos? ¿por qué no accedemos a él? Desde siempre, los
artistas, los místicos y los iniciados han insistido en que,
para ver la realidad en su totalidad y comprenderla en su
sentido más profundo, es necesario desarrollar una visión
interna, re-educar la mirada. Limpiar el lente. Abrir el ojo
del corazón.

241
Ad Rosam per Crucem
En la Rosacruz existe un cántico tradicional, casi un man-
tra, que dice así: “Ad Rosam Per Crucem, Ad Crucem Per
Rosam” (“A la Rosa por la Cruz, a la Cruz por la Rosa”).

Aunque el origen exacto de este cántico es desconocido,


el mismo fue adoptado como “leit-motiv” por el esoteris-
ta Jósephin Péladan en el seno de la Orden de la Rosacruz
del Templo y del Grial (hacia el año 1891) con dos agrega-
dos: “In ea, in eis gemmatus resurgam” (“En ella [la rosa],
en ellas [la rosa y la cruz] resucitaré como una piedra pre-
ciosa”) y “Non Nobis, Non Nobis, Domine Sed nominis
tui gloriae soli” (“Nada para nosotros, Señor, nada para
nosotros, sino para la gloria de tu nombre”).

Esta ultima parte no es otra cosa que el lema de la Orden


de los Templarios, tomado directamente del salmo 115 de
la Biblia, donde podemos leer: “No a nosotros, Señor, no
a nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia,
por tu fidelidad”.

Tras la muerte de Peladan y con el auge de nuevas organi-


zaciones neo-rosacruces como la Orden AMORC, la Fra-
ternitas Rosicruciana Antigua y la Fraternidad Rosacruz
de Max Heindel, este cántico litúrgico se popularizó en
los ámbitos rosacruces, como un recordatorio del noble
propósito de la Rosacruz y de la figura de Christian Ro-
senkreutz.

242
La doble frase “Ad Rosam Per Crucem – Ad Crucem Per
Rosam” alude a los dos elementos que forman la rosacruz,
la rosa y la cruz y que –a grosso modo– nos recuerdan el
es´píritu y la materia, así como su interdependencia.

En otras palabras, las estrofas de este cántico rosacruz nos


remite a la “coincidentia oppositorum”, la concordancia
de los opuestos, la reunión virtuosa de la Rosa y la Cruz
a través de la imitación de Jesucristo, al que consideramos
el modelo a seguir, el iniciado perfecto. Por lo tanto, no es
posible entender a la rosa sin la cruz ni a la cruz sin la rosa.

“Ad Rosam Per Crucem” significa ascender hacia el Espí-


ritu a través de la materia, es decir alcanzar el centro (la
rosa) a través de las pruebas de la vida (la cruz), mientras
que “Ad Crucem Per Rosam” significa el regreso del via-
jero  purificado o «Maestro de dos mundos» (el bodhi-
sattva), desde el centro (la rosa) para iluminar el mundo
ordinario (la cruz).

El dualismo moderno se ha empecinado en confrontar a


la Rosa y la Cruz, el Espíritu y la Materia, pero la Filosofía
Iniciática insiste en integrar estas dos realidades y vivifi-
carlas a través de un punto de unión, el Alma, la mediadora
entre lo de Arriba y lo de Abajo, lo de Adentro y lo de
Afuera.Yin y Yang.

Siendo así, el eje de la ascesis rosacruz reside en la purifi-


cación y el perfeccionamiento del Alma, a fin de convertir-
la en un sólido puente que sirva como nexo entre el Cielo
y la Tierra.

243
La Iniciación no se concede...
¡se conquista!
En otro artículo hablamos de una Iniciación virtual que es
a la que podemos acceder a través de los llamados ritos
iniciáticos y también de una Iniciación efectiva que vincu-
lamos con un estado superior de conciencia.

Por lo tanto, la Iniciación virtual es la llave, el ticket aéreo,


el menú del restaurante, la posibilidad de “algo”, pero para
alcanzar ese “algo” necesitamos pasar a la acción, hacer
que la potencia se convierta en acto. La llave podrá abrir
la puerta pero somos nosotros los que decidimos abrirla
o no, el ticket aéreo sin abordar el vuelo no nos servirá de
nada al igual que leer el menú no nos va a llenar la panza.

El pasaje de lo virtual a lo efectivo lo entendemos como


un camino, el sendero iniciático, que no es otra cosa que
un proceso para reencontramos con lo que ya somos.

Según Serge Hutin: “La iniciación aparece siempre como


un proceso destinado a conseguir psicológicamente el
paso de un estado, considerado inferior, a un estado supe-
rior”, dice Serge Hutin.

Algunos llamarán a esto desarrollo, desenvolvimiento,


crecimiento, pero en verdad es un “volver a”, un “re”, un
re-encuentro, un re-cordar.

Por eso, la Iniciación no es un premio, no es un logro sino

244
la re-cuperación de algo que perdimos hace mucho tiem-
po. No es un objetivo, no es una meta sino la consecuencia
lógica de un proceso virtuoso, la integración a nivel pro-
fundo de lo humano y lo divino en nosotros.

Nadie, absolutamente nadie, nos puede conceder la inicia-


ción. Bueno, a nivel virtual (por supuesto) existen inicia-
dores y recipiendarios y diversas organizaciones que –en
un marco simbólico particular– nos pueden iniciar en sus
misterios, pero si hablamos de la Iniciación profunda, la ini-
ciación efectiva, es necesario advertir que la misma debe
conquistarse, alcanzarse, aunque –insisto– no tenemos
que entender esto como una meta distante sino como la
consecuencia de un largo proceso.

Entonces, la pregunta que debemos hacer a quienes se


aventuran en estas sendas iniciáticas es la siguiente: “¿Has-
ta cuando vamos a esperar para adueñarnos de aquello
que nos pertenece?” 

Hay un cuento oriental que me gustaría contar ahora:

En una de sus caminatas habituales por las inmediaciones


del monasterio, el discípulo preguntó al Maestro sobre sus
experiencias espirituales:

– ¿Cómo te sentiste al alcanzar la iluminación? ¿Feliz, lúci-


do, omnipotente, sabio?

– En verdad, me sentí como un estúpido – señaló el Maes-


tro. Y luego aclaró:  “Después de tantos años trabajando

245
en obtener el entendimiento, me sentí como el ladrón que
vigila durante días la casa que robará, luego escala un muro
con mucho esfuerzo, se esconde con prudencia, rompe
la ventana cerciorándose de no hacer mucho ruido, para
percatarse más tarde que la puerta que daba a la calle
siempre había estado abierta”.

La puerta está abierta y como dicen las escrituras: “El


Reino de los Cielos se conquista por asalto”. Cuando
hacemos cosas, pasan cosas. Cuando nos quedamos en
la zona de confort, haciendo lo mismo de siempre, de la
misma manera, con los mismos pensamientos y nuestros
prejuicios de siempre no hay posibilidades de Iniciación.

Cuando entendemos que la vida es una escuela, es una


gran aventura, veremos cómo las pruebas se van apare-
ciendo de mil maneras. Obviamente que muchos de estos
desafíos dan miedito pero son necesarios. La conciencia
crece en la adversidad, no en la comodidad.

Cuando nos encerramos en un cuarto de 2x2 y espera-


mos que la vida sea más apacible y tranquila, las pruebas
se terminarán presentando sí o sí de una forma más sutil:
en forma de depresiones, en forma de adicciones, de en-
fermedades, de obsesiones, de ansiedades. No hay forma
de librarse de las pruebas, por más que nos encerremos
en un búnker.

Leemos en Mateo 11:12: “Desde los días de Juan el Bau-


tista hasta ahora, al reino de los cielos se hace fuerza, y
los valientes lo arrebatan”. En otras palabras, ese reino

246
de Dios (que es otra forma de referirse a un estado de
conciencia interior) no es para cobardes ni para timoratos
sino para valientes.

Cuando las personas llegan al Sendero, generalmente


adoptan una de estas tres posturas:

a) El valiente: Es aquel individuo que decide –sin vacilar–


dar un cambio radical de su existencia, analizando y modi-
ficando sus comportamientos viciosos para poder transi-
tar hacia la autorrealización.

Esta opción implica mucho sacrificio, dedicación y trabajo,


pero con un método gradual y ordenado, inspirado en las
enseñanzas sapienciales, el éxito está asegurado.

b) El cobarde: Es aquella persona que –aun sabiendo que


debe cambiar– no mueve un dedo para salir de su triste
situación. Los cobardes y timoratos que anhelan “cambiar
sin cambiar”, quieren obtener resultados diferentes hacien-
do lo mismo de siempre, y van pasando de organización
en organización, de iglesia en iglesia, de secta en secta, sin
practicar ni interiorizar ninguna de las enseñanzas que se
les brinda.

Muchas veces, estas personas –convencidas de la validez


del Sendero Iniciático pero sin fuerza de voluntad para ca-
minarlo– bajan los brazos y se resignan a continuar vivien-
do de la misma manera que siempre, aunque adoptando
una “postura espiritualista”, llenando su casa de objetos
“místicos”, practicando algunos ejercicios aislados sin una

247
metodología apropiada e incluso usando palabras exóticas,
conformando de este modo una especie de “máscara espi-
ritual” que –al carecer de una base sólida– se descascara
con mucha facilidad. El cobarde tiene un gran problema:
no tiene la constancia necesaria para pasar de la teoría a
la práctica.

c) El indiferente: Es aquel individuo que sabe que debe


modificar profundamente su vida pero que –ante las di-
ficultades del sendero– prefiere optar por la comodidad
burguesa que le ofrece la sociedad de consumo. Entre la
aventura y el sofá, el indiferente elige el confort del sofá.
En ocasiones, estas personas acuden a conferencias, cur-
sos y charlas sobre temas espirituales, pero cuando llega el
momento de comprometerse, vuelven a sus casas, toman
el control remoto de la tele y se olvidan del tema.

El indiferente no solamente no tiene constancia y la vo-


luntad para pasar de la teoría a la práctica sino que se
autoengaña creyendo que la sola lectura de libros esotéri-
cos y espirituales lo puede ayudar mágicamente a avanzar
en el sendero. De este modo, el indiferente puede saber
muchísimo sobre filosofía esotérica y convertirse en un
“erudito”, pero su vida no tiene diferencias significativas
con el hombre profano que lo ignora todo.

Hay una frase de Confucio que es magistral y con la que


deseo terminar este artículo, y dice así:

“Si sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, entonces


estas peor que antes”.

248
El pozo iniciático de Regaleira
Estoy en los jardines herméticos de Regaleira, en Sintra,
Portugal. En la entrada, Hermes oficia de guardián, pero la
inmensa mayoría de los miles de turistas que pasan año a
año apenas lo notan, ni se detienen a mirarlo. Lo conside-
ran un simple objeto de decoración.

Por doquier, veo personas preocupadas por sus fotos para


el Facebook o para Instagram, selfies, poses modeladas y
muy poco interés por vivir la experiencia, por estar en
Regaleira con total atención, dejándose impregnar por los
símbolos.

Cuando realicé la peregrinación a Santiago de Compos-


tela desde Roncesvalles en el año 2002, leí en uno de los
albergues del camino esta frase: “El turista exige, el pere-
grino agradece”.

En esa breve sentencia se resume la distinción entre el


profano (turista) y el discípulo (peregrino), notoria en los
viajes geográficos como en el viaje de la vida.

Satish Kumar, un peregrino indio, al reflexionar sobre esto,


señaló: “Cuando vienes como turista, estás principalmen-
te interesado en ti mismo. Buscas tu propia comodidad.
Quieres la playa para ti, un buen hotel para ti, un buen res-
taurante para ti. La mente turista es una mente muy ego-
céntrica, muy centrada en sí misma. Pero cuando vienes
como peregrino, te interesa el lugar, porque sientes que

250
el lugar es sagrado, bello, que tiene su propia integridad,
su propio genio. Entonces debes respetar la integridad, el
genio, lo único que es este lugar, y no destruirlo. La mente
turista dice: no importa el lugar, yo quiero mi comodidad.
No vendré [...] si no hay clubes y casinos y hoteles de
cinco estrellas. Todas estas demandas son turísticas. Pero
cuando vienes como peregrino, vienes por el valor intrín-
seco del lugar en sí” (1).

Por lo tanto, debemos entender que tanto en los viajes


como en la vida misma podemos adoptar dos posturas:
ser turistas y centrarnos en parte superficial del viaje, la
cáscara o ir más adentro, viajar con sentido, como verda-
deros nobles caminantes.

El turista suele prefirir cantidad: recorrer la mayor can-


tidad de lugares y experimentar el mayor placer posible
en el menor tiempo posible antes de volver a la vida de
siempre. El noble viajero se concentra, se impregna de los
lugares, de los símbolos, agradece, disfruta, experimenta y,
sobre todas las cosas, aprende.

Después de esta reflexión inicial quiero dirigirme ahora al


pozo iniciático del Jardín de Regaleira. Al llegar al lugar em
encuentro (¡oh, no!) con más turistas, más cámaras, más
poses... Bueno, es preciso que me enfoque en la experien-
cia, que me abstraiga de todos los elementos disonantes y
me conecte con el lugar.

Pero, ¿qué es el Pozo Iniciático de Regaleira?

251
Toda senda iniciática empieza con una muerte simbólica,
con una “metanoia” que muchas veces es representada a
través de un descenso a las entrañas de la Madre Tierra
(una caverna, una gruta, un pozo), en lo que Mircea Eliade
llamaba “retorno al útero”.

La muerte y el descenso a los infiernos (que han expe-


rimentado muchos de los grandes salvadores de la hu-
manidad) tienen como contraparte la resurrección y el
ascenso a los cielos. En lenguaje alquímico, es el Nigredo
que debe dejar paso al Albedo, la Obra al Negro que es
sucedida por la Obra al Blanco. Todo “Solve” necesita un
“Coagula”, o –dicho de otro modo– en el ámbito iniciá-
tico toda muerte supone una subsiguiente resurrección.

Según Maurice Bloch: “El esquema de muerte y resurrec-


ción constituye la estructura irreductible mínima y fun-
damental de todos los rituales –y no solamente de los
iniciáticos sino también de los religiosos en general. Esta
cuasi-universalidad se asienta en la relación entre el proce-
so religioso y las nociones de vida y de muerte biológicas”
(2), lo cual es confirmado por Mircea Eliade al señalar que
“la muerte iniciática resulta indispensable en el “inicio” de
la vida espiritual. Su función ha de entenderse en relación
con lo que prepara: el nacimiento a un modo superior de
ser. La muerte iniciática viene a menudo simbolizada por
las tinieblas, por la noche cósmica, por la matriz telúrica,
por la cabaña, el vientre de un monstruo, etc. Todas esas
imágenes expresan regresión a un estado preformal, a una
modalidad latente, más que aniquilación total. Dichas imá-
genes y símbolos de la muerte ritual están vinculados con

252
la germinación, con la embriología: indican que una nueva
vida está preparándose”. (3)

En un lugar destacado de estos jardines alegóricos de


la Quinta da Regaleira que estoy visitando, existe un
Pozo Iniciático, usado en el pasado con fines ritualís-
ticos y con un objetivo específico: descender al centro
de la tierra, en alusión al acrónimo tradicional de Basi-
lio Balentín: VITRIOL: Visita Interiora Terrae Rectifican-
do Invenies Occultum Lapidem (“Visita el interior de la
Tierra y rectificando encontrarás la piedra escondida”).

El pozo iniciático es una torre invertida de 27 me-


tros que se sumerge en el interior de la tierra con
nueve rellanos dispuestos en espiral, hasta alcan-
zar el fondo del pozo, donde puede apreciarse una
rosa de los vientos sobre una cruz templaria, que era el
blasón usado por Carvalho Monteiro y –al mismo tiem-
po– una referencia bastante clara a la Rosacruz.

De acuerdo con Chevalier: “Todo pozo (…) reali-


za una síntesis de tres órdenes cósmicos: cielo, tie-
rra, infiernos; de tres elementos: el agua, la tierra y el
aire; es una vía vital de comunicación [y] en muchos
cuentos esotéricos, aparece la imagen del pozo del co-
nocimiento o de la verdad (la verdad está en el fondo del
pozo)”. (4)

Aunque esta construcción parezca ser un exótico elemen-


to de decoración o un mero capricho de Carvalho Mon-
teiro, a principios del siglo XX fue usada en rituales de

253
corte iniciático vinculados con la Masonería, el Rosacru-
cismo y el Templarismo, para representar en forma vívida la
muerte mística que se producía en la cámara de reflexión.

La cámara de reflexión es un recinto tenebroso usado


litúrgicamente en la Masonería para referirse de forma
simbólica a la primera etapa de la Gran Obra, el Nigredo
u “Obra al Negro”, el estado alquímico donde la materia
experimenta la descomposición o putrefacción.

Esto significa que el postulante debe disolver las escorias


de su personalidad y preparar (abonar) el terreno donde
desea sembrar.

En algunas ceremonias ancestrales, el gabinete de re-


flexión era menos figurado y más exigente, ya que
el candidato era introducido en un sarcófago en el
cual debía permanecer varias horas (y a veces días)
para luego levantarse y “renacer”.

En los rituales mistéricos de Cibeles, Mitra y Atis, el candi-


dato tenía que ingresar en un foso, desnudo de la cintura
para arriba, donde era bañado dramáticamente con la san-
gre de un toro recién decapitado.

Tras la ceremonia, el discípulo era subido a la superfi-


cie y proclamado un “Hombre Nuevo” y “renacido en
la eternidad” (“renatus in aeternum”). El historiador ro-
mano Gayo Salustio Crispo, al referirse a las ceremonias
de Cibeles, aseguró en “De deis et mundo” que –para

254
recalcar este nuevo nacimiento– los nuevos iniciados eran
“alimentados con leche”, como los bebés.

En los misterios egipcios, el probacionismo duraba varios


años y en ellos el candidato se iba preparando para mo-
rir místicamente, emulando a Osiris. La noche de la ini-
ciación ritual, los sacerdotes llevaban al probacionista a
una cripta oculta donde se encontraba un sarcófago talla-
do en mármol para que entrara en él, al tiempo que los
oficiantes cantaban himnos mortuorios y colocaban la
tapa al féretro, en el que apenas entraba el suficiente aire
para no morir asfixiado. Y de este modo, totalmente solo
y en total oscuridad, el candidato experimentaba la muer-
te, entrando en un estado de trance extático que había
aprendido en el período de probación.

En la moderna Masonería, la cámara de reflexión


sustituye a este sarcófago pero la simbología mor-
tuoria ha logrado perdurar y en el lúgubre recin-
to todos los detalles intentan transmitir al candidato
esta transición, esta muerte mística (“mors mystica”) o
Katábasis.

Esta instancia nos recuerda las sabias palabras del profeta


Mahoma: “Morid antes de morir y pedíos cuentas a vo-
sotros mismos antes de que se os pidan”, (5) y de ahí la
insistencia de los sufíes en que “hay que morir antes de
morir”.

Todos los símbolos de este lugar buscan hacernos re-


flexionar sobre nuestra propia muerte pero para com-

255
prenderlos en su sentido último es imprescindible hacer
silencio, lo cual no significa cerrar la boca sino apaciguar la
mente y escuchar al corazón, el único que puede decodifi-
car con certeza el mensaje de estas imágenes. Tal vez este
detalle sea una de las razones por las cuales hay millones
de masones en el mundo y solamente un puñado de ini-
ciados, porque para ser iniciado –tal como lo indicara con
lucidez Oswald Wirth– hay que “saber morir”.

El pozo iniciático tiene 27 metros. Si aplicamos el método


de la adición teosófica, es 2+7=9. Tiene 9 rellanos, otra
vez el número 9, que indudablemente está vinculado a
los 9 círculos del infierno de Dante en la Divina Come-
dia, un escrito que muchos identifican con las corrientes
proto-rosacruces de la Edad Media. También se sabe que
hay 139 escalones. Aplicando la adición teosófica, esto da
como resultado el 4, la materia, pero también algunos in-
vestigadores han apreciado en este número la combina-
ción del 13 (la muerte en el tarot) y el 9 (que además de
remitirnos al Dante, nos habla de lo cíclico).

También hay 23 nichos que nadie sabe exactamente para


qué fueron colocados. Es posible que fueran el soporte
de elementos ritualísticos, aunque ciertamente no existen
vestigios, documentos ni testimonios que puedan deter-
minar a ciencia cierta su finalidad.

Visitar este pozo iniciático, descender a lo más profundo


y recorrer las galerías subterráneas de Regaleira es una
experiencia fantástica, que bien vale la pena, siempre tra-
tando de focalizarnos en la vivencia y sin distraernos de

256
los elementos profanos que aparecen atrás de cada piedra
con su teléfono móvil. Pero eso también es parte de la
experiencia.

Al final del recorrido regreso a la entrada, junto a Hermes


y pronuncio en voz alta una antigua fórmula: “Te conozco,
Hermes, y tú a mi.Yo soy tú y tú eres yo” (6).

Notas del texto

(1) Entrevista de Guillerm Ferrer a Satish Kumar en Ma-


llorca. Disponible en la web.
(2) Citado por José Manuel Anes en “O espaço sagrado e
os jardins iniciáticos da Quinta da Regaleira”
(3) Eliade, Mircea: “Muerte e iniciaciones místicas”
(4)Chevalier, Jean: “Diccionario de símbolos”
(5) Hadiz del profeta Mahoma, recogido por Al Tirmidhi.
(6) Papiro VIII de Londres (siglo IV), actualmente en la Bri-
tish Library. Véase: “Textos de magia en papiros griegos”
(Madrid, 1987)

257
Esoterismo y exoterismo
Cuando el estudiante se enfrenta a un símbolo o a una en-
señanza espiritual debe considerar que existen dos aspec-
tos que son inseparables y que aparecen como opuestos
y a la vez complementarios. Estos dos aspectos reciben el
nombre de “exotérico” y “esotérico”.

Lo esotérico es interno, invisible y esencial, mien-


tras que lo exotérico es externo, visible y superfi-
cial, por eso se dice que el verdadero esoterista saber
ver “más allá de lo evidente”, traspasando la barrera
ilusoria de la corteza. Si logramos educar y perfeccionar
esta “visión profunda” de los símbolos, las ceremonias y
las enseñanzas, estaremos bebiendo directamente de la
fuente y comprenderemos la esencia y el cometido pro-
fundo de las mismas.

Lo esotérico le da validez y sentido a lo exterior y vi-


sible. Una ceremonia religiosa donde el oficiante y
los feligreses desconocen el valor interno de la mis-
ma podrá ser muy bonita estéticamente e incluso
emocionalmente, pero en el fondo será una parodia intras-
cendente, un espectáculo hueco para hombres dormidos.

La Filosofía Iniciática afirma que venimos a este mundo a


aprender y por lo tanto llama a esta existencia la “Escuela
de la Vida”.

Para poder aprender, debemos estar atentos y encontrar

258
el sentido a los acontecimientos gratos e ingratos que se
nos presentan. De este modo, la vida también posee una
parte “exotérica” (lo que nos sucede) y una parte “eso-
térica” (la causa de lo que nos sucede). La comprensión
íntima de estas “lecciones de vida” es lo que nos hace re-
cordar nuestra verdadera naturaleza, lo que verdaramente
somos y hacia dónde nos dirigimos.

Sin embargo, el hombre dormido o “profano” –es decir


aquel que prefiere seguir en tinieblas– sólamente percibe
la superficie de las cosas, la “cara visible” de los hechos
que le acontecen y por lo tanto desaprovecha una y otra
vez las valiosas enseñanzas vitales, muriendo tan ignorante
como ha nacido.

El hombre despierto (o mejor dicho, aquel que va desper-


tando) trata de descubrir cada uno de los símbolos que
se le presentan, aprovechando cada lección de la “Escuela
de la Vida” y leyendo con atención el “Libro de la Natu-
raleza”, que suele ser más rico y provechoso que todos
los volúmenes que puedan encontrarse en las bibliotecas.

Mientras que lo exotérico puede cambiar dependien-


do del lugar y del momento, lo esotérico permanece
inmutable. Cuando los esoteristas ofrecen “vino vie-
jo en odres nuevos” se refieren a que la enseñanza
primordial de la Filosofía Perenne es antigua y se mantiene
sin cambios, mientras que la presentación de la misma se
adapta a las diversas culturas y períodos de tiempo.

Por esta razón, aunque los símbolos tengan muchísimas

259
formas de presentación, el contenido tiene el mismo sus-
tento y siempre nos lleva a la unidad, a la verdadera acep-
ción de la palabra “Re-ligión” (“volver a unir”, es decir “re-
unir” al hombre con la trascendencia).

Federico González alega que “mientras lo exotéri-


co nos muestra lo múltiple y cambiante, lo esotéri-
co nos lleva hacia lo único e inmutable” (1), al mismo
tiempo que Schuon señala que “el esoterismo no ve
las cosas tal y como aparecen según una cierta perspecti-
va, sino tal y como son: él da cuenta de lo que es esencial
y por tanto invariable bajo el velo de las diversas formu-
laciones religiosas, a la vez que toma necesariamente su
punto de partida en una determinada formulación”. (2)

Entonces, debemos considerar al esoterismo como la


“piedra de toque” que reconcilia a los opuestos supuesta-
mente incompatibles, al igual que la vara que regaló Apolo
al dios Mercurio (el caduceo), la cual tenía el maravilloso
poder de poner fin a todas las disputas.

El exoterismo está ligado a una concepción dogmática


“por el hecho que se funda en el espíritu de los creyentes,
sobre una revelación y no sobre un conocimiento acce-
sible a cada uno y entonces podemos decir que se nutre
de la “Revelación”, o sea la palabra de Dios, de sabios o de
maestros y que debemos escuchar pasivamente. El esote-
rismo, por su parte, nos invita a participar de forma direc-
ta y activa en el Conocimiento divino”.

Citando de nuevo a Fritjof Schuon, este decía con acierto:

260
“Un dogma religioso cesa, sin embargo, de ser limitado
así desde el momento en que es comprendido según su
verdad interna, que es de orden universal, y esto es lo que
acontece con todo esoterismo”.

El exoterismo pone la forma en primer lugar y la esencia


en segundo lugar, mientras que el esoterismo hace exac-
tamente lo contrario.

No obstante, no hay que desdeñar las formas exotéricas


porque todo contenido necesita un contenedor, por eso
sería estúpido plantear una oposición o una dicotomía
entre esoterismo y exoterismo porque son complemen-
tarios. El líquido necesita una botella para ser contenido.
El espíritu para manifestarse en este plano necesita un
cuerpo.

La filósofa Delia Steinberg Guzmán dice brillantemente:


“Exoterizar lo esotérico, hacerlo visible, es la vía de la
enseñanza. Luego, una vez recogidas las enseñanzas, hay
que volver a internalizarlas, a esoterizarlas, por la vía de
la comprensión.Vemos aquí dos corrientes perpetuas que
fluyen en sentido contrario y se complementan. Por otra
parte, no basta el ejercicio de la razón para desvelar lo
esotérico: hasta que el conocimiento no se hace parte
de la vida misma del individuo, sigue siendo tan esotérico
como mientras permanecía escondido al intelecto”. (11)

Y así como existe un esoterismo y un exoterismo tam-


bién hay un seudo-esoterismo, un ocultismo popular para
las masas supersticiosas que toma los elementos más

261
exóticos y variopintos de la tradición esotérica para pre-
sentarlos de modo chabacano y hasta vulgar a los profa-
nos, que –al carecer de una formación espiritual y muchas
veces un mínimo nivel cultural que les permita entender
todo esto– se terminan encandilando con mancias, predic-
ciones del futuro, horóscopos, fenómenos extraños, cu-
raciones milagrosas y muchas de esas fantasías de la new
age que parten de la necesidad del ser humano de prestar
atención al interior.

Por eso la primera condición del camino iniciático es el


discernimiento. Discernir, diferenciar el trigo de la paja.
No aceptar todo ciegamente, ni siquiera esto que estoy
escribiendo ahora mismo. Hay que usar la razón y la intui-
ción. Las dos cosas.

Todo este ocultismo barato existe y es el más promo-


cionado en los medios. El verdadero esoterismo siempre
será marginal, pero como dice el dicho: “Los diamantes
falsos existen porque existen los verdaderos”. Y a noso-
tros nos interesan los diamantes verdaderos, aquellos que
no se consiguen en tiendas de baratijas sino que tienen
que buscarse a pico y pala en los lugares más recónditos.

La popularización de las enseñanzas esotéricas es buena,


claro que sí, pero solamente si va de la mano con la pro-
fundización. Lamentablemente, la mayoría de las veces no
es sido así y el conocimiento espiritual para las masas ter-
mina convirtiéndose en una caricatura, en una banaliza-
ción de lo sagrado, en un producto de consumo más.

262
¿Eso significa que debemos renunciar al uso de medios
modernos de comunicación para la transmisión del co-
nocimiento? Por supuesto que no estoy hablando de eso,
pero sí hay que decir que las herramientas modernas pue-
den (y deben) usarse de forma inteligente, para la difusión
de lo bueno, lo bello, lo justo y verdadero.

Hay que seguir sembrando, arrojando más y más semillas.


Y como sabemos, algunas semillas caerán junto al camino
y las aves se las comerán. Otra parte caerá en los pedre-
gales, donde no hay mucha tierra, y brotará pronto porque
ahí la tierra no tiene profundidad; pero salido el sol, se ter-
minará quemando; y sin raíz, se secará. Y una parte caerá
entre espinos; y los espinos crecerán, y la ahogarán. Pero
una porción, claro que sí, caerá en tierra fértil, y crecerá y
dará fruto.Y ese fruto bien vale la pena este trabajo cons-
tante que hacemos desde la Rosacruz.

El que tenga oídos para oír, oiga.

263
Quemar las naves
En el siglo III antes de Cristo, Alejandro el Grande desem-
barcó en las costas fenicias y, al llegar, sus informantes le
anunciaron que los persas triplicaban a las fuerzas griegas.

Al percibir que sus hombres dudaban del éxito en el cam-


po de batalla, Alejandro mandó quemar todas las naves y
ante aquel espectáculo de fuego y destrucción, reunió a los
combatientes en la playa y les dijo:  “Esos barcos ardiendo
nos marcan un solo camino: la victoria. Si no ganamos, no
tenemos oportunidad de regresar a casa y ninguno de us-
tedes podrá ver a sus familias nuevamente. Nuestra única
salida es triunfar en el campo de batalla y volver a Grecia
en los barcos de nuestros adversarios”.

Quemar las naves. El momento preciso en el que volver


atrás no es una opción.

En la navegación aérea existe un “punto de no-retorno”, es


decir aquel instante preciso donde –teniendo en cuenta el
consumo de combustible– el avión ya no tiene posibilida-
des de retornar a su aeropuerto de origen. Cuando se ha
traspasado ese punto de no-retorno, la aeronave no tiene
otra opción que seguir a su destino, cueste lo que cueste.
Del mismo modo, en el camino iniciático también existe
un hito, un momento crucial o un “punto de no-retor-
no”, donde nuestra única salida es seguir caminando hasta
la cima. Las presiones para que volvamos a la supuesta
normalidad serán muchas porque el camino iniciático es

264
y siempre ha sido marginal. Ojalá fuera para los muchos
pero hasta nuestros días ha demostrado ser para los po-
cos porque no es un camino fácil sino contracorriente,
ascendente y lleno, llenito de pruebas.

¿Y por qué existe este punto de no retorno? Porque a


partir de cierto momento simplemente no podemos vol-
ver a la vida de antes ya que el conocimiento nos com-
promete. ¡El conocimiento siempre nos compromete! Al
mismo tiempo que la ignorancia nos absuelve. Cuando co-
nocemos, cuando sabemos hacia dónde se encuentra el
propósito existencial, no podemos mirar hacia otro lado.
Recuerdo una monja benedictina estadounidense, la Her-
mana Joan Chittister que decía que “el conocimiento es
una bendita maldición” y agregaba que “una vez que em-
pezamos a ver, nunca podemos de nuevo no ver, lo que
significa que debemos ser capaces de soportar las cargas
de nuestro conocimiento”.

En un artículo anterior cité a Confucio cuando decía: “Si


sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, estar peor
que antes”. Es una frase dura, porque todos sabemos que
siempre lo podemos hacer mejor y también sabemos que
muchas veces –todos nosotros– caemos en las trampas
que nos pone el mundo profano.

Por eso, el conocimiento por sí solo no vale nada. Nece-


sita activarse, ponerse en acción, porque sino se termina
convirtiendo en una carga.

Pero aún con todos los errores, las idas y vueltas, los avan-

265
ces y retrocesos, estamos en el camino, y como dice un
dicho popular “ya que estamos en el baile, vamos a bailar”,
en otras palabras, ya que estamos en el camino, ¿qué tene-
mos que hacer? Caminar. El avance siempre es inexorable
y el camino a veces se contempla –no como lineal-–sino
como una espiral.

Caminamos, caminamos, caminamos, avanzamos, segui-


mos subiendo, vamos aviendo todo con más claridad y en
el momento menos pensado aparecen acontecimientos,
personas, sucesos removedores que ciertamente nos con-
funden. Incluso llegamos a pensar que estamos volviendo
atrás, retrocediendo tal vez, pero todas estas situaciones
y circunstancias en verdad suponen nuevos retos, nuevos
desafíos, aspectos de nuestro ser que necesitábamos des-
cubrir, trabajar. Y es así que después de mucho esfuerzo
terminándonos dando cuenta que sí ha habido un avance,
que hemos aprendido cosas y que estamos parados un
poquito más arriba, en otra vuelta de la espiral.

El juego de la Oca es una versión lúdica del viaje espirala-


do al centro, desde la oscuridad a la luz, hasta el jardín de
las ocas. Aunque más intrincado en su forma, los laberin-
tos también son espirales que nos llevan inexorablemente
al centro, a la fuente.

Desde lo simbólico, cuando un neófito entra al laberinto,


cuando rompe la barrera exterior, experimenta la inicia-
ción simbólica, ha dejado atrás las tinieblas de lo profano y
entra a un territorio sagrado. En ese preciso momento ya
no hay vuelta atrás. Podrá detenerse, quedarse cerca de la

266
entrada y hasta renegar del paso que dio, pero lo hecho
hecho está, y a partir de ese momento tendrá que unir esa
iniciación virtual, esa posibilidad, con la Iniciación efectiva,
en el centro del laberinto.

Para quemar las naves necesitamos tener como guía las


cuatro “C” del camino del discipulado rosacruz: Compro-
miso, Coherencia, Confianza y Constancia. Compromiso
con nosotros mismos, con el camino que hemos elegi-
do, Coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos,
Confianza en el camino, en que este camino nos lleva a lo
Bueno, lo Bello, lo Justo y lo Verdadero, y por último Cons-
tancia, Disciplina, avanzar sin prisa pero sin pausa.

Algunos confunden el camino del medio que propone la


Filosofía Iniciática con una senda de tibieza, de medias tin-
tas, de conformismo, cuando en verdad hay que dejarse
entusiasmar por el Ideal, arriesgarse, involucrarse, redo-
blar el paso.

Siempre es un buen momento para quemar las


naves.

267
Simbolismo de Rapunzel
La enseñanza esotérica ha sabido esconderse y camuflar-
se en múltiples formas culturales para permanecer viva
e inalterada a lo largo de los siglos. Es así que podemos
encontrar contenidos profundos en cuentos infantiles,
juegos, refranes y otros ingenios los que, observados su-
perficialmente, no parecen contener ningún tipo de men-
saje, y que –por su presentación inocente– han logrado
sobrevivir durante muchas generaciones como “cápsulas
del tiempo” transportando y conservando en su interior
un mensaje filosófico poderoso.

Los cuentos infantiles tradicionales (cuyo origen se pierde


en la noche de los tiempos) tienen la virtud de transmitir
de forma sencilla y amena un mensaje profundo, y casi
siempre hablan de una sola cosa: el Alma, de su descen-
so al mundo y de las múltiples pruebas y obstáculos que
debe atravesar para ir purificándose paulatinamente a fin
de acercarse a su verdadero propósito, que muchas ve-
ces es un matrimonio, una encuentro concordante de los
opuestos.

Rapunzel es uno de los cuentos tradicionales recogidos


por los Hermanos Grimm a principios del siglo XIX pero
tiene varias influencias anteriores, como Petrosinella  del
napolitano Giambattista Basile, de 1634, un cuento que fue
recogido del acervo popular italiano, cuyo origen que no
ha podido ser determinado, e incluso en la tradición persa
existe otro antecedente, el “Rudaba”.

268
En el año 2010, Disney presentó su versión de Rapunzel
en forma de comedia y la llamó “Enredados” donde –si
bien muchos elementos fueron alterados– la historia bá-
sica permanece.

La historia clásica de Rapunzel nos habla de una pareja de


campesinos que deseaba tener un hijo y que vivía al lado
de una huerta que pertenecía a una bruja malvada. Des-
pués de un tiempo la esposa quedó embarazada y tuvo un
antojo: comer rapónchigos, que son una especie de nabos,
los que crecían en el terreno de su vecina. Tanto insistió
la mujer que su esposo saltó la valla, arrancó unos rapón-
chigos y cuando iba a volver a su casa fue descubierto por
la bruja.

La bruja lo acusó y el pobre hombre rogó piedad, pero ella


asevera que solamente lo podrá perdonar si le entrega a
su hijo en el momento de nacer. Resignado, el campesino
terminó por acceder.

Al nacer el bebé (una hermosa niña de cabellos de oro), la


bruja apareció, lo tomó en sus brazos y le puso el nombre
de la planta: Rapunzel, que es la forma alemana de “rapón-
chigo”.

A los doce años, bruja Gothel encerró a Rapunzel en una


torre muy alta en el medio del bosque, sin puerta de acce-
so. Para que la niña permaneciera viva y tuviera sus nece-
sidades básicas cubiertas, la bruja la visitaba todos los días,
llevándole alimento y bebida.

269
Para poder entrar por la alta ventana, la bruja le pedía a
Rapunzel que arrojara sus largos cabellos por la ventana
y decía: “Rapunzel, Rapunzel, deja tu pelo caer, así puedo
trepar por la escalera dorada”. Así pasaron años, y la niña
permaneció encerrada, solamente teniendo contacto con
el exterior a través de la bruja.

Un día, un príncipe atravesaba el bosque y escuchó un


canto que venía de lejos. Buscó por un rato la procedencia
del canto y encontró que venía de la torre, pero como no
tenía puerta no supo como subir a lo alto.

Intrigado, el principe regresó varias veces a la torre para


escuchar el canto de Rapunzel hasta que un día vio a la
bruja y escuchó estas palabras: “Rapunzel, Rapunzel, deja
tu pelo caer, así puedo trepar por la escalera dorada”.

El día siguiente, el príncipe se colocó bajo la torre y usó


las mismas palabras de la bruja. De esta forma pudo subir
y encontrarse con Rapunzel, y la joven pareja se terminó
enamorando. Después del primer encuentro, el príncipe
visitó a Rapunzel todas las noches y ambos fueron planifi-
cando el escape de la torre. Pero Rapunzel quedó embara-
zada y la bruja terminó por descubrir el romance.

En ese momento llevó a Rapunzel al medio del desierto,


le cortó el cabello, se llevó su larga trenza y la abandonó
a su suerte.

En la noche, el príncipe volvió a la torre y cuando dijo:


“Rapunzel, Rapunzel, deja tu pelo caer, así puedo trepar

270
por la escalera dorada”, la bruja arrojó la trenza de Rapun-
zel, él subió y al llegar a lo alto descubrió el engaño, cayen-
do desde la torre sobre unos espinos y perdiendo la vista.

Aún ciego no se resignó y siguió buscando a Rapunzel por


todos los rincones del reino, hasta que –ya casi sin fuer-
zas– pasó por el desierto y escuchó de nuevo el canto de
su amada. A lo lejos, ella lo vió y corrió a abrazarlo, lloran-
do desconsoladamente. Las lágrimas de Rapunzel caen so-
bre los ojos del príncipe que –milagrosamente– recuperó
la vista y pudo ver a sus hijos gemelos, que habían nacido
en el desierto.

Entonces, finalmente, el príncipe y Rapunzel regresaron al


castillo del reino, se casaron y fueron felices para siempre.

E​ ste es el cuento de Rapunzel. Ahora veamos algunos as-


pectos simbólicos del mismo.

En primer lugar, tenemos tres personajes marcantes: Ra-


punzel, el príncipe y la bruja, y dos personajes secundarios,
los padres. Con esos poquitos personajes ya queda confi-
gurada la historia.

Los padres son los que generan las condiciones propicias


para que el Alma encarne, y en este cuento el Alma es la
bebé, que al nacer pasó a ser propiedad del Ego (la bruja),
que es quien le pone un nombre.

Y a los 12 años, el Alma es encerrada en una torre sin


puerta. El número 12 no es casual, por ejemplo Jesús apa-

271
reció por primera vez en público cuando tenía 12 años,
y para las niñas judías el número 12 marca su madurez
personal y frente a su comunidad, la cual se llama Bat Mit-
zvah. En otras palabras, cuando Rapunzel cumple 12 años
y comienza su pubertad o adolescencia inicial, en ese mo-
mento es recluida y separada del mundo de los estímulos.

La torre del cuento nos recuerda el arcano 16 del tarot,


esa gran construcción que se derrumba, un edificio que
estaba destinado a la protección y a la seguridad, pero que
terminó convirtiéndose en una prisión, en un espacio bien
delimitado donde no hay aventura, es decir no hay lugar
para las pruebas. La seguridad encorsetada, el mundo de
lo conocido, termina creando una burbuja, un mundo pe-
queñito, limitado y confortable que nos condena a olvidar
nuestra identidad esencial. Es un mundo artificial que –por
costumbre– hemos terminado por aceptar como natural,
una pequeña porción de la realidad (aislante, separadora)
que confundimos con “toda” la realidad. Por esta razón, la
caída de la torre en el simbolismo del tarot debe ser visto
como un proceso de derrumbe de estructuras obsoletas
y también de purificación.

¿Cómo se conecta Rapunzel (el Alma) con el mundo? A


través la bruja (el Ego), que le suministra todos los ele-
mentos necesarios para que se mantenga viva, es decir
que sobreviva (aunque infeliz).

El cabello largo de Rapunzel oficia de puente con la reali-


dad, pero a una realidad que está supeditada al Ego. Es el

272
Ego, con sus prejuicios y limitaciones, quien puede contar-
le a Rapunzel lo que sucede afuera.

¿Qué simboliza el cabello? En verdad, tradicionalmente el


cabello se considera una extensión de la cabeza, el área
del cuerpo que relacionamos con los pensamientos. Por lo
tanto, los cabellos son (desde lo simbólico) una manifesta-
ción física de los pensamientos.

Y en la historia de Rapunzel, los pensamientos se conec-


tan con dos cosas: con la bruja, es decir con el ego, y con
el príncipe, que representa el Ser, el Yo superior. En la Teo-
sofía se habla de una mente superior (Manas) y una mente
inferior o mente de deseos (Kama-manas). En cierta for-
ma en Rapunzel existen esas dos tendencias, hacia lo bajo
y hacia lo alto.

Entonces Rapunzel siente ese tironeo, el mismo tironeo


que puede apreciarse en el arcano del tarot del enamo-
rado, al que se le presentan dos opciones: la mamá y las
comodidades del hogar (la comida calentita, la ropa lavada,
etc.) y por otro lado la amada, que solamente puede ofre-
cer una vida de aventura e incertidumbre.

La gran decisión que todos enfrentamos tarde o tempra-


no: Seguridad o Libertad. Y lo mismo para Rapunzel: la
seguridad de la torre, que es una cárcel, claro que sí, pero
que le brinda seguridad y comodidad, con la comida que
llega puntualmente todos los días y una vida sin grandes
contratiempos, o la aventura de escaparse con príncipe.

273
Aunque sus necesidades básicas están bien cubiertas por
la bruja, el Alma (Rapunzel) está insatisfecha, siente un va-
cío, necesita “algo más” y por eso canta. Y ese canto es,
justamente, el que escuchará el príncipe que –como dije
antes– representa el Espíritu, nuestra porción divina.

Y es así que el Alma y el Espíritu entran en contacto. El


principe es la parte divina que llega de improviso para
romper la monotonía y despertarnos del letargo. Viene a
sacarnos de la zona de confort que ciertamente es con-
fortable pero insatisfactoria.

Pero el Ego descubre esa relación. Aquí vale hacer un pa-


réntesis, aunque en las historias el ego se muestre casi
siempre como malvado en verdad es una exageración
simbólica. El Ego es quien nos permite interactuar con el
plano material. No es malo en sí mismo, pero lo malo es
identificar nuestro Yo con ese Ego, con ese el “falso yo”
creado por la mente, cuando en verdad nuestra identidad
(es decir, nuestro verdadero Yo) es algo más profundo.

Las corrientes tradicionales son claras en este punto y


enseñan que ese Ego siempre debe estar subordinado al
otro Yo, al Ser. El Ego, por lo tanto, debe ser siervo y no
amo. Recalco este punto porque en él se resume gran
parte de las enseñanzas iniciáticas.

Entonces el Ego se siente amenazado y lleva a Rapunzel


al desierto. Como en las telenovelas melosas de los 80 le
dice algo así como: “Serás mía o de nadie” y le corta el
cabello. El desierto es un marco simbólico importante que

274
siempre aparece como un lugar de pruebas, de crecimien-
to, por ejemplo imaginemos a Jesús en el desierto, a los
mismos judíos atravesando el desierto desde Egipto a la
Tierra prometida, etc.

Para destruir la relación, el Ego (la bruja) se lleva lejos a


rapunzel, le corta su trenza y, por otro lado, ciega al prín-
cipe.Y es así que el Alma y el Espíritu vuelven a separarse,
pero nadie puede alejar lo que está destinado a unirse y
el príncipe –aun sin poder ver– recorre todos los lugares
del reino para encontrar a su amada.

Y, una vez más, en el desierto lejano escucha el canto de


Rapunzel y casi sin fuerzas cae en sus brazos. Las lágrimas
de Rapunzel (entendiendo este llanto como un elemento
purificador, símbolo del sacrificio) logran devolver la vista
al príncipe, y en ese momento éste descubre que tiene
una hija y un hijo, gemelos, una alusión al andrógino alquí-
mico, el Rebis, el producto final de la coincidencia de los
opuestos.

El regreso al reino significa la vuelta al casa del padre. El


príncipe y Rapunzel, el Espíritu y el Alma que vuelven jun-
tos para consolidar un final feliz. La reintegración.

275
Las dos esfinges
El más enigmático de los monumentos simbólicos de Egip-
to es –indudablemente– la Esfinge de Gizeh, también co-
nocida como Abu-el-Hol (el Padre del Terror), de 73 me-
tros de largo y 20 de altura, situada en la ribera occidental
del río Nilo, a pocos kilómetros de la ciudad de El Cairo.

¿Qué significa la esfinge y qué relación guarda con los ri-


tos iniciáticos de la antigüedad?

Guardiana de los lugares santos y protectora de los miste-


rios de la vida, la esfinge es una criatura llena de secretos,
uno de los símbolos más antiguos de la humanidad.

Pero no todas las esfinges son iguales. Para empezar, es


importante saber que existen –al menos– dos tipos dife-
rentes de esfinges.

La primera es la esfinge egipcia (llamada andro-esfinge por


Herodoto), con cabeza humana y cuerpo de león. La se-
gunda es la esfinge griega o mediterránea, que se distingue
por tener cabeza humana, alas de águila, garras de león y
patas de toro.

La esfinge egipcia (1) nos revela que la naturaleza animal


(nuestras pasiones) debe ser superada para que de ella
nazca el hombre nuevo, representado por la cabeza que
aparece en un lugar más elevado y que mira hacia el ho-
rizonte.

276
La esfinge griega, por su parte, es un compendio de los
cuatro elementos, y en ella se puede establecer la siguien-
te correspondencia: león-fuego, hombre-agua, águila-aire y
toro-tierra. Es interesante saber que esta misma corres-
pondencia aparece en la visión bíblica de Ezequiel: “La
forma de sus caras era la de una cara de hombre, con una
cara de león en el lado derecho de los cuatro, una cara de
toro en el lado izquierdo de los cuatro, y una cara de águi-
la en los cuatro. Así eran sus caras” (Ezequiel 1:10), una
imagen potente que fue heredada por el Tarot y que apa-
rece en dos arcanos: la Rueda de la Fortuna y el Mundo.

En la mitología griega, una monstruosa esfinge aterroriza-


ba la región de Tebas, planteando enigmas a los caminantes
y devorando a aquellos que no podían solucionarlos (2). El
célebre Edipo fue sometido por ella a una difícil adivinanza:
“¿Cuál es el ser vivo que cuando es pequeño anda a cua-
tro patas, cuando es adulto anda a dos y cuando es mayor
anda a tres?”. Tras cavilar un momento, Edipo encontró la
respuesta al enigma: “el hombre”, ya que cuando es bebé
gatea, usa sus piernas de adulto y un bastón cuando es
anciano. Frustrada y furiosa, la Esfinge de Tebas al ser de-
rrotada se lanzó por un precipicio.

En otras palabras: la claridad y la lucidez (dos términos


que hacen referencia a la Luz) permiten vencer a la Esfin-
ge, descorrer el velo y cuando éste se ha quitado, la pre-
sencia de la Esfinge deja de tener sentido.

Plutarco pensaba que “cuando [los egipcios] erigían es-


finges en las entradas de sus templos no pretendían otra

277
cosa que dar a entender que la verdad de la doctrina sacra
y la filosofía se hallaba oculta entre enigmas”. (3)

Este mismo sentido fue el que animó a la Orden Masónica


a incorporar a la Esfinge a su marco simbólico y hasta el
día de hoy pueden apreciarse grandes templos que son
custodiados por estos seres mitológicos. El conocido Ar-
thur E. Waite sostenía que la esfinge “es el guardián de
los misterios y los misterios es que se resumen en un
símbolo. Su secreto es la respuesta a su pregunta. El inicia-
do debe conocerla o perder la vida de los misterios. Si él
responde, la Esfinge muere por él, porque en su respeto a
los misterios han perdido su significado”. (4)

P. Christian asevera en su “Histoire de la Magie” que la


Esfinge de Gizeh era la entrada a las cámaras subterrá-
neas en las cuales se realizaban las ceremonias iniciáticas.
En verdad, esta idea no era nueva dado que los antiguos
creían que la esfinge custodiaba el acceso a un lugar sagra-
do. Para respaldar su afirmación, Christian recurrió al filó-
sofo Jámblico quien habría sostenido que entre las patas
de la esfinge había un portón oculto adornado con hojas
de bronce y que conducía a las recámaras donde los can-
didatos debían pasar las cuatro pruebas de los elementos
(5).

Harvey Spencer Lewis, por su parte, afirmaba que “una


gran piedra o laja movible enfrente del pecho de la Esfinge,
entre sus patas, bloqueaba la entrada a un pasadizo secre-
to que corría debajo de la Esfinge y debajo de las arenas al
centro de la Gran Pirámide, y que este largo pasadizo era

278
el pasadizo ceremonial secreto desde el patio exterior en-
frente de la Esfinge a los pasadizos en ascensión y cámaras
dentro de la Pirámide en sí”. (5)

Aunque en los últimos años se han encontrado túneles


bajo la Esfinge, aún no han aparecido vestigios de la cáma-
ra subterránea a la que hacen referencia varios autores
vinculados a corrientes iniciáticas. Ante esto, algunos eso-
teristas han mantenido que la puerta de la Esfinge es in-
ter-dimensional, mientras que otros han sugerido que no
existiría ninguna cavidad oculta sino que las cámaras ocul-
tas corresponden al mundo del Alma (mundus imaginalis),
por lo tanto no serían espacios físicos sino imaginales a los
que se podría ingresar por medio del “ojo del corazón” y
valiéndose de una facultad de la imaginación (es decir la
“vera imaginatio” de la que hablaba Paracelso, no la mera
fantasía).

Sea como sea, la Esfinge de Gizeh se resiste a revelarnos


su secreto.

Notas del texto

(1) En verdad, en las representaciones egipcias es posi-


ble encontrar tres tipos de esfinges: la Androesfinge, con
el cuerpo de león y cabeza humana; la Crioesfinge, con
cuerpo de león y cabeza de carnero, y la Hieroesfinge, con
cuerpo de león y cabeza de halcón.
(2)  De hecho, la palabra “Esfinge” proviene de “Sphinx”
(“estranguladora”), tal vez porque ponía en aprietos a los

279
viajeros con sus preguntas o porque las leonas estrangulan
a sus presas hasta asfixiarlas.
(3) Plutarco: “Los misterios de Isis y Osiris”
(4) Waite, A.E.: “A New Encyclopaedia of Freemasonry”
(5) En rigor de verdad, Jámblico nunca dijo nada sobre
cámaras subterráneas en la Esfinge.
(6) Spencer Lewis, Harvey: “La profecía simbólica de la
Gran Pirámide”

280
Metanoia y Ascesis
La palabra “Metanoia” proviene del griego, Meta=más allá
y Noia=mente, es decir una nueva forma de percibir el
mundo y de “dar el giro”, una vuelta de 180 grados.

Para entenderlo de manera sencilla, es cuando el profa-


no (aquel individuo que vive de espaldas al Sendero) vive
un acontecimiento que rompe su monotonía (la “llama-
da” según Joseph Campbell) y que lo lleva a una serie de
cuestionamientos existenciales. Si el profano responde a
esa llamada y no la rechaza (como sucede la mayoría de
las veces) se produce un “giro” y se coloca de frente al
Sendero, dispuesto a recorrerlo. Esta es la Metanoia, una
nueva forma de entender la realidad.

Los sufíes le llaman “tawba” y hablan de 70.000 velos, una


forma figurada de decir que hay múltiples barreras sutiles
que nos separan de la fuente de luz. Entonces, cuando
damos la vuelta nos enfrentamos a esos 70.000 velos que
por un lado nos separan pero por otro nos protegen de la
luminosidad y debemos levantarlos uno a uno.

Entonces, en cierta forma, el camino iniciático consiste en


ir derribando una a una estas barreras... 70.000... 69.999...
y así sucesivamente. Cada uno de estos velos representa
un pasito más que damos hacia la fuente primordial.

Cuando el Kaizen japonés habla de “salir de la zona de


confort” también se está refiriendo a esto, al abandono

281
voluntario de todo aquello que nos limita y que no nos
permite cumplir con nuestro propósito.

Por su parte, la palabra “Ascesis” proviene del griego (“as-


kesis”). En un primer momento, este vocablo hacía refe-
rencia al entrenamiento de los atletas griegos y tiempo
más tarde a los ejercicios militares de la Legión romana.
Finalmente, pasó a la órbita espiritual e iniciática para re-
ferirse al trabajo interior.

En ocasiones se confunde la Ascesis con la Ascética, es


decir esa costumbre de algunos grupos religiosos del me-
dioevo de auto-castigarse y de transitar la vía espiritual a
través del sufrimiento.

Desde la Rosacruz, entendemos la Ascesis Iniciática como


un método de entrenamiento integral, el intento por
actualizar todas nuestras posibilidades en función de la
correspondencia de los cuatro elementos con nuestros
diferentes niveles (físico, vital, emocional y mental) y la
integración de los mismos en un punto central o Quinto
Elemento.

Cada elemento de nuestra Ascesis se vincula a un dragón


(Tierra=Basilisco, Agua=Serpiente escamosa, Aire=Dra-
gón alado, Fuego=Bestia de fuego), cada uno con diferen-
tes venenos que deben ser contrarrestados con antído-
tos. Aunque todo esto suene muy fantástico y volado, en
verdad está hablando de malos hábitos que emponzoñan
nuestros vehículos y de los correspondientes buenos há-
bitos que nos permiten purificarlos.

282
Todos estos esfuerzos se canalizan en un punto central
que los integra, permitiendo conectar lo de Arriba con lo
de Abajo.

283
Walt Disney y el esoterismo
La mayor virtud del creador Walt Disney fue la popula-
rización de muchos cuentos tradicionales como La Bella
Durmiente, Cenicienta y Blancanieves adaptándolos a la
pantalla grande y logrando así que no cayeran en el olvido.

Algunas personas dicen que su versión de los cuentos es


demasiado edulcorada y es posible que sea así, pero si
echamos un vistazo a las historias originales veremos que
en ellos hay tanta violencia, sufrimiento y muerte que no
había manera que pudieran entenderse ni aceptarse por
el público moderna. Aún así, Disney se las ingenió para
mantener gran parte del simbolismo original.

Queda claro que Walt Disney se percató de que los cuen-


tos clásicos tenían símbolos, arquetipos, historias, con las
que todos los seres humanos se compenetraban. ¿Por
qué? Porque todos estos cuentos están hablando de un
mismo relato abordado de mil formas distintas: la histo-
ria del alma peregrina y sus pruebas. Y todos los héroes
son un solo héroe, lo que Joseph Campbell llamó el he-
roe mítico, el monomito, el mito con el que nos sentimos
identificados plenamente. Luke Skywalker, Frodo Bolsón,
pero también Pinocho, Kung Fun Panda y otros muchos
personajes que aparecen al principio alejados de su pro-
pósito, insatisfechos, incluso frustrados y, en un momento
les ocurre “algo”, una llamada, un evento que rompe su
monotonía y los empuja a salir de su zona de confort, a

284
encontrar compañeros de camino y atravesar diferentes
pruebas hasta descubrir su propósito más alto.

Y esto mismo ocurre en las películas de Disney porque


Walt, además de ser artista, tenía un increíble olfato co-
mercial en un ámbito (los EE.UU. de mediados del siglo
XX) donde existía la idea de que este país era tierra de
abundancia, de oportunidades y que tenía un destino que
cumplir (una especie de tierra prometida). Por lo tanto, es
imposible entender a Walt Disney sin tener en cuenta su
contexto: los Estados Unidos después de la crisis del 29
en Wall Street, la segunda guerra mundial y la guerra fría.

Hay una obra olvidada, bastante mal fundamentada y con


gruesos errores titulada “Cómo leer al Pato Donald” que,
sin embargo, dice una gran verdad y es que ese “sueño
americano” y esa “american way of life” contaban con una
herramienta poderosa: el cine. Y también es cierto que
muchas costumbres y tradiciones se han ido cambiando a
lo largo del siglo XX y sobre todo en las últimas décadas
mediante una evidente influencia de Hollywood. Y, en este
sentido, Walt Disney jugó un papel crucial, en ocasiones
con un sentido propagandístico muy claro como en “Los
tres caballeros” y “Saludos amigos” donde se intentaba
que las naciones latinoamericanas se unieran a la causa
aliada fomentando el “panamericanismo”.

Sobre el Walt Disney “esotérico” se han escrito muchas


sandeces, sobre todo en los círculos conspiranoicos, que
lo han llamado Illuminati, miembro del proyecto MKultra
y hasta reptiliano. En ocasiones se afirma que era iniciado

285
en la Masonería, pero lo cierto es que nunca fue miembro
de ésta sino de una organización paramasónica juvenil co-
nocida como Orden de Molay.

La Orden de Molay es una institución paramasónica fun-


dada a principios del siglo XX en Kansas City y que toma
su nombre del último Gran Maestro de los Templarios Ja-
cques de Molay.

Esta Orden posee siete virtudes cardinales y que son las


siguientes: Amor familiar, respeto a lo sagrado, cortesía,
camaradería, lealtad, limpieza y patriotismo, y algunos han
visto que estos valores fundamentales aparecen casi siem-
pre de algún modo en las películas de Disney. Es más, se
ha dicho que estos valores que Walt Disney aprendió de
jovencito fueron su guía a lo largo de su vida.

Entonces, es bien sabido y está perfectamente documen-


tado que Walt Disney no fue masón pero sí miembro de
los DeMolay. A veces se dice que fue estudiante de una
organización rosacruz, aunque esto es una leyenda urbana,
aunque sí es verdad que en su biblioteca personal tenía
libros ocultistas, especialmente los del escritor canadiense
Manly Palmer Hall y uno particularmente muy revelador:
“El destino secreto de America”.

No entraremos en el detalle de los largometrajes de Dis-


ney porque nuestra intención es ocuparnos más adelante
del simbolismo de cada uno de los cuentos tradicionales,
pero sí es realmente interesante y revelador que los dos
personajes principales de Walt Disney: el pato Donald y el

286
ratón Mickey hayan sido protagonizado películas donde se
convierten, respectivamente, en iniciado y en mago.

Empecemos por Donald. En la película de 1959 “Donald


en el país de las matemáticas”, el famoso pato viaja a la
Grecia Antigua donde es iniciado por los pitagóricos con
el símbolo marcante del pentagrama. En otras palabras,
el más vulgar de los patos (el profano Donald) recibe un
conocimiento antiguo conservado por una cofradía enig-
mática y es iniciado en sus misterios.

Uno de los ejes de esta película es la llamada “Geometría


sagrada” y el número áureo, com un argumento basado
en un libro del rumano Mathila Gyka titulado: “El Número
de oro: Ritos y Ritmos Pitagóricos en el Desarrollo de la
civilización Occidental”.

La película culmina con una potente cita de Galileo Gali-


lei:  “Las matemáticas son el alfabeto con el que Dios ha
escrito el universo”.

En cuanto a Mickey, fue el protagonista de una de las histo-


rias de otra película que muestra la afición de Disney por
la mitología y la música clásica: “Fantasía”. En ella Mickey
es un aprendiz de brujo, en una adaptación de un poema
de una persona que ciertamente estuvo vinculada a las co-
rrientes iniciátias del siglo XVIII: el alemán Wolfgang Goe-
the, un poema que fue musicalizado por el compositor
francés Paul Dukas, de 1897.

Al comienzo de la historia, el hechicero Yen Sid (que es

287
Disney escrito al revés), crea una mariposa de un cráneo.
De la muerte hace nacer vida y es bien sabido que el pro-
ceso de metamorfosis de la mariposa es símbolo de la
transformación espiritual. De este modo, Mickey entien-
de la concepción hermética de la transmutación e intenta
imitar al hechicero, pero sin una formación adecuada, so-
lamente consigue generar caos.

Y esto es muy habitual en el ámbito iniciático: aprendices


que desean correr antes de aprender a caminar. Personas
que claman por poderes psíquicos o que piden ser inicia-
dos en los altos misterios cuando no se dan cuenta que,
la mayoría de las veces, estas peticiones proceden del ego,
no del ser. El ego quiere poder, reconocimiento, sentirse
diferente y por encima de los demás. Pero como dice otro
gran filósofo de nuestro tiempo, el gran Peter Parker (!!!):
“Un gran poder colleva una gran responsabilidad”.

Y este artículo es también una invitación para que todos


ustedes vuelvan a mirar Fantasía, para que rescaten del
olvido a Donald en el país de las matemáticas, para que
echen un vistazo a Mary Poppins, Pinocho, La Bella Dur-
miente. Si les da vergüenza, pongan como excusa a sus
hijos, a sus nietos o sus sobrinos. Qué más da. Siempre es
buena hora para mirar estas películas atemporales, pero
también es importante decir que en muchas de las nue-
vas producciones, que ya no son de Walt Disney sino de
la factoría Disney también hay elementos simbólicos sor-
prendentes. Démosle una oportunidad también a Frozen,
Moana o la nueva versión de Rapunzel, siempre teniendo

288
en cuenta que estas historias hablan de una sola cosa y
esa sola cosa nos involucra.

Alguien me preguntó una vez: ¿el simbolismo de las pelícu-


las, aun de esa megacorporación que es Disney, es adrede,
es casual o simplemente le estamos buscando la quinta
pata al gato?

La respuesta es compleja. El guionista Christopher Vogler


confesó en su obra “El viaje del escritor” que los guionistas
de Hollywood seguían el esquema de Joseph Campbell del
viaje del héroe, es decir del monomito, porque sabían que
éste funcionaba.Y es verdad, cada vez que se nos presenta
esta historia nosotros nos sentimos conectados a ella. Llá-
mese Dorothy en el mago de Oz o Neo en Matrix. Estos
personajes no son ajenos, los sentimos cercanos porque
somos ellos. Nosotros somos ese héroe que recibe la
llamada y que necesita salir del mundo conocido y viajar a
tierras peligrosas.

Todos, absolutamente todos, aun los que escriben los


guiones de las lucrativas películas modernas de dibujos
animados, y aún si lo están haciendo porque se les paga
un buen sueldo, todos sienten esa llamada interior, aun
si quieren negarla. Y cuando escriben sus guiones, tal vez
pensando en el éxito mundano de su trabajo, los premios,
los reconocimientos, la recaudación, utilizan viejos mitos,
antiguas historias, arquetipos, se conectan inconsciente-
mente con símbolos poderosos.

Carl Gustav Jung explicó esto a través del inconsciente

289
colectivo, que no es otra cosa que una estructura psíquica
suprapersonal en la que se acumulan recuerdos de hechos
y temas arquetípicos, símbolos propios de la humanidad,
con la que todos nos podemos conectar. Esta idea es po-
derosa y le brinda sentido y coherencia al simbolismo uni-
versal.

Y entonces volvamos a la pregunta: ¿es casual el simbolis-


mo, es a propósito o le estamos buscando la quinta pata
al gato? Y la respuesta es: por más que la amordacemos, la
encerremos en un sótano y tiremos la llave en el lago más
profundo, el alma nos seguirá hablando, seguirá colándose
por las rendijas, susurrándonos al oido sus verdades, tra-
tando de que recordemos quiénes somos, buscando que
nos reencontremos con nuestro propósito existencial,
y para eso usará todos los recursos posibles, desde los
más vulgares hasta los más sagrados, y en un momento,
en cualquier momento, tal vez en este preciso momento,
haremos “click”, despertaremos de nuestro letargo y lo
entenderemos todo.

290
El árbol de la vida en navidad
Desde la noche de los tiempos, el ser humano ha otor-
gado a los árboles un carácter sagrado, observando en su
verticalidad una especie de puente entre lo de arriba y lo
de abajo, una conexión entre el Cielo y la Tierra.

En otras palabras, la estabilidad y la verticalidad del árbol


lo convierte en un evidente símbolo axial, donde se ma-
nifiesta una verticalidad ascendente en función de un eje
que se mantiene inmutable.

Esta inmutabilidad se hace más evidente en los árboles de


hojas siempre verdes (“semper virens”), aquellos que no
cambian su follaje durante el invierno como el pino y el
abeto, que son los más representativos de las navidades.
De hecho, el color verde se asocia a la esperanza del re-
nacimiento y alude al flujo de la energía vital.

El abeto habita en la taiga y el bosque boreal, soportando


los más crudos inviernos nórdicos, donde otros árboles
no tienen posibilidad de sobrevivir. Teniendo en cuenta su
cercanía con el polo norte, sede de la tradicional Hiperbó-
rea, este árbol se convierte en un símbolo polar.

Un conocido villancico alemán escrito por Ernst Anschütz


en 1824 alaba las virtudes de este árbol:

“¡Oh abeto, que fieles son tus hojas!


No están verdes solamente en verano

291
sino también en invierno, cuando nieva.
Tu follaje me quiere enseñar algo.
Tu esperanza y persistencia
dan consuelo y aliento”.

Símbolos del árbol navideño

La estrella que se coloca en la cima del árbol navideño


refuerza el simbolismo axial del árbol, ya que se trata de la
estrella polar (polaris, el ombligo del cielo) que señala de
forma permanente el polo norte celeste y que representa
el centro inmutable del cielo conoci­do. En otras palabras,
esta estrella establece un eje inmóvil entre el cielo y la
tierra, mientras que los otros dos astros mayores del cielo
(la luna y el sol) están sujetos a ciclos.

Según Jean Chevalier, todo eje “liga mutuamente por su


centro los dominios o los estados jerarquizados. Puede
tratarse de unir la Tierra al Cielo, o para ser precisos el
centro del mundo terrenal al centro celestial, que se figu-
ra por la estrella polar. (…) Se trata también a veces de
unir los tres mundos: mundo subterráneo, tierra y cielo, o
Tribhuvana: tierra, atmósfera y cielo. Esta misma jerarquía
corresponde simbólicamente a los estados de la manifes-
tación y a los estados del ser, como indican muy bien las
etapas del viaje axial de Dante. A lo largo del eje se eleva
hacia los estados superiores quien llega al centro, es decir,
al estado edénico o primordial”. (1)

Las ramas del abeto, dispuestas horizontalmente en forma


escalonada y otorgándole al árbol una silueta triangular,

292
nos recuerdan los diferentes planos del microcosmos y
del macrocosmos. El ascenso desde las raíces hasta la es-
trella también aluden a un viaje ascendente desde la oscu-
ridad hasta la luz que en Cábala aparece como un despla-
zamiento desde el mundo físico o el reino (Malkhut) hasta
la corona (Kether) (2).

Teniendo en cuenta esto, podemos entender a las guirnal-


das como conexiones entre niveles, caminos espiralados
que actúan como medios de comunicación entre los di-
ferentes mundos. Su disposición en forma de espiral nos
remite justamente a este símbolo  fundamental que “evo-
ca la evolución de una fuerza, de un estado [o bien] el
carácter cíclico de la evolución”. (3) En algunas represen-
taciones del viaje del Alma, el espiral aparece como hilo
conductor, uniendo los planetas de la antigüedad desde el
negro Saturno (nigredo, plomo) al luminoso Sol (rubedo,
sol), y esto nos recuerda la Menorah hebrea de siete bra-
zos, que representa al árbol de la vida y donde también
hay un recorrido por los siete planetas en un desplaza-
miento espiralado.

El símbolo de la espiral está íntimamente ligado con la


escalera, pues “ambos se refieren a las jerarquías de la
existencia, los niveles del Conocimiento y los grados de
lectura de la realidad. Cada uno de sus peldaños repre-
senta un distinto ‘cielo’, un estado del ser; y el escalarlos
indica la ascensión gradual del alma que busca la fusión
con el espíritu único” (4).

De acuerdo a Federico González Frías:  “La espiral es […]

293
un símbolo de descenso-ascenso y un medio de comu-
nicación entre los planos subterráneos, el terrestre y los
celestes, recorrido que se efectúa en cualquier iniciación
[…] donde se debe morir a un estado para nacer a otro,
regenerando una vez más el proceso cósmico del que de-
rivan los diferentes procesos y de los que participan los
astros, dioses de la tierra, y el inframundo” (5).

Los chirimbolos o bolas brillantes, por su parte, represen-


tan los frutos de cada nivel, es decir los logros espirituales
de cada uno de los integrantes de la familia. Por ello es im-
portante que cada año se agregue un chirimbolo nuevo a
nuestro árbol, representando de este modo las lecciones
de la Escuela de la Vida que se han aprendido en el ciclo
anual.

Y tal como los mundos superiores son los planos “cau-


sales”, es decir de las causas cuyas consecuencias se ma-
nifestan en el plano físico, del mismo modo al pie del ár-
bol se suelen colocar los regalos navideños que aparecen
como bendiciones del cielo (6), en otras palabras como la
manifestación externa y visible cuyas causas son internas
e invisibles.

El Cristo en el árbol

En el medioevo había una creencia interesante, según la


cual la Cruz de Cristo era el Árbol de la Vida, e incluso
se llegó a aseverar que “el Paraíso y el Calvario, la Cruz
de Cristo y el Árbol de Adán se levantaban en el mismo
lugar”  (7). Varios comentaristas cristianos reafirman esto,

294
como Atanasio Sinaíta al decir: “La Cruz de Cristo es el
árbol de la vida” (Christi est lignum vitae)” o incluso Co-
modiano:  “En el madero de la muerte busquemos el árbol
de la vida”.

Más recientemente, René Guénon retomó esta idea, con-


cluyendo que “se sabe que la misma cruz del Cristo se
identifica simbólicamente con el “Árbol de la Vida” (lig-
num vitae)”. (8)

Por esta razón no es raro encontrar representaciones ar-


tísticas donde el Cristo no aparece en una cruz sino en un
árbol, muchas veces ubicada en el centro de la Jerusalén
Celeste.

Y si la cruz del Gólgota es el árbol de la vida… ¿cuál sería


el fruto de este árbol? ¡El Cristo, por supuesto! Por lo tan-
to, comiendo de ese fruto precioso el ser humano tendría
la posibilidad de recuperar el estado adámico. Esto se hace
patente en la comunión católica donde los literalistas pro-
fanos creen ver un ritual de antropofagia simbólica cuando
en realidad el devoto está participando de la magia de la
transustanciación, a fin de entrar en comunión (en común
unión) con el Cristo.

En palabras de Karl von Eckhartshausen: “Así como ocu-


rrió de un modo completamente natural que el hombre
inmortal se hizo mortal por el goce de un fruto mortal
[del árbol del bien y del mal], del mismo modo sucedió,
naturalmente, que el hombre mortal pudiera recuperar su

295
dignidad preferente por el goce de un fruto inmortal [del
árbol de la vida]” (9).

Por lo tanto, la ingestión del fruto del Árbol de la Vida sim-


boliza la incineración de todo vestigio del Hombre Viejo
(Adán) y, sobre sus cenizas, el nacimiento de algo nuevo y
mejor (Cristo, el Nuevo Adán). Disolver y coagular.

Palabras finales

Por todo lo anterior, el árbol navideño representa al ár-


bol de la vida plantado en el centro del Edén (Génesis
2:9) y que reaparece al final de las escrituras  “en medio
del paraíso de Dios” (Apocalipsis 2:7) en la Nueva Jeru-
salén con “doce frutos” (Apocalipsis 22:2). En otras pala-
bras, este árbol luminoso es un recordatorio de nuestro
origen divino y de nuestro propósito existencial de retor-
nar a la “Casa del Padre” con el Cristo como guía.

Aunque nuestra sociedad desacralizada ha intentado eli-


minar todo contenido simbólico del árbol navideño y de
las fiestas solsticiales, tratando de transformarlas en una
celebración aséptica y carente de contenido, el símbolo
arcaico del árbol de la vida sigue allí, recordándonos que
después de las tinieblas viene la Luz.

La noche oscura de la Edad del Hierro –tarde o tempra-


no– tendrá que terminar y el vínculo perdido será restau-
rado.

¡Feliz navidad y Paz Profunda para todos!

296
Concordancia

Himno espiritual: Jesucristo, el árbol de manzanas, tomado


de “Divine Hymns or Spiritual Songs”, compilados por Jos-
hua Smith en 1784

El árbol de la vida que mi alma ha visto


Cargado de fruta y siempre verde:
Los árboles de la naturaleza no pueden
Ser comparados con Cristo, el árbol de manzanas.
Su belleza hace que todo sea excelente:
Por fe lo sé, pero nunca puedo decir
La gloria que ahora puedo ver
En Jesucristo, el árbol de manzanas.
Estoy realmente fatigado,
Aquí me sentaré y descansaré un rato:
Bajo la sombra de Él,
De Jesucristo, el árbol de manzanas.
Esta fruta hace que mi alma prospere,
Manteniendo viva mi fe moribunda;
Y hace que mi alma tenga prisa por estar
Junto a Jesucristo, el árbol de manzanas.

Notas del texto

(1) Chevalier, Jean: “Diccionario de símbolos”


(2) De todos modos, es preciso recordar que el árbol de
la vida sefirótico está “dado vuelta”, es decir que tiene sus
raíces en el cielo y su copa en la tierra.
(3) Chevalier: op. cit.

297
(4) González Frías, Federico y otros: “Programa Agartha”
(5) González Frías, Federico: “Los símbolos precolombi-
nos”
(6) Traídos por un personaje que viaja por el cielo con su
trineo (Papá Noel o Santa Claus) y que proviene desde el
polo norte, es decir desde el lugar donde tradicionalmen-
te se sitúa a la Hiperbórea.
(7) Donne, John: “Hymn to God, my God in muy Sickness”
(8) Guénon, René: “El simbolismo de la cruz”
(9) Eckhartshausen, Karl von: “La nube sobre el santuario”

298
Llenar de sentido la navidad
Olvidémonos por un momento de todas las cosas que so-
lemos asociar con la navidad: el arbolito, los regalos, Papá
Noel… pero también ignoremos todo aquello vinculado
al nacimiento del niño Jesús: el pesebre, los villancicos, y
hasta la misma natividad.

Si despojamos a estas fiestas de todas aquellas cosas que


se han ido sumando a lo largo de los siglos, ¿qué nos que-
da?

En rigor de verdad, la navidad es la denominación cristiana


del “solsticio de invierno” (de verano en el hemisferio aus-
tral), un hito cósmico que tiene al Sol como protagonista,
el cual renace en medio de las tinieblas invernales para
llenar el planeta de Luz,Vida y Calor.

Los antiguos, en perfecta comunión con la naturaleza, ce-


lebraron de formas diversas este triunfo de la vida sobre
la muerte, comprendiendo que la oscuridad no existe por
sí misma sino que es solamente la ausencia de la luz.

En esta línea de pensamiento, el sol siempre fue consi-


derado un símbolo evidente de la magnificencia divina, la
imagen visible de una realidad invisible, y todos los pueblos
lo veneraron aunque como representación de “otra cosa”.

Sobre esto, el búlgaro Omraam Mikhael Aivanhov decía


que “el sol debe ser solamente un intermediario que nos

299
permita encontrar a Dios, a nuestro Sol interior. (…) Al-
gunas personas, según parece, temen que tomemos al sol
como Dios mismo. No, que se tranquilicen, no es cuestión
de confundir a Dios con el sol. Dios es inconcebible, inex-
presable, y nunca podríamos tener una idea exacta de lo
que Él es. Nosotros no adoramos al sol, únicamente ado-
ramos a Dios. Pero si profundizamos en la imagen del sol
en tanto que símbolo, nos vemos obligados a reconocer
que es, para los humanos, la mejor imagen de Dios. Eso es
todo. Esta es nuestra convicción absoluta. Y ello signifca
que hay que aprender a encontrar al sol interior” (1).

Para los cristianos, ese Sol que aparece en el medio de


la noche más oscura es Jesús el Cristo, que –a imagen y
semejanza del Sol– llega a la Tierra para llenarla de Luz, de
Vida y de Amor.

Los profanos –aquellos que solamente pueden ver la su-


perficie de las cosas– al encontrar similitudes entre Jesús
y otros personajes míticos terminaron por confirmar sus
prejuicios sobre el salvador cristiano, concluyendo que
éste es un plagio, una imitación de algo anterior, aunque
en verdad –desde una perspectiva iniciática– estas seme-
janzas no son otra cosa que la confirmación de una verdad
arquetípica.

Dicho de otro modo, que el Cristo sea comparado con


Mitra, Horus, Attis y otras divinidades no lo niega sino
que termina por confirmar que –detrás de un ser huma-
no mortal conocido como Jesús de Nazareth que nació,

300
vivió y murió– existió “otro ser” inmortal y que llamamos
“Cristo”.

Mientras que Jesús representa la naturaleza física y huma-


na de cada uno de nosotros, el Cristo simboliza nuestro
Yo más alto, metafísico y divino. Uno es la cruz, el otro la
rosa que debe nacer en el corazón del hombre.

Por eso, mientras los historiadores siguen discutiendo so-


bre la historicidad de un personaje llamado Jesús que exis-
tió (o no) hace más de 2.000 años, nosotros deberíamos
poner el foco en otro lado: en el Cristo-semilla latente en
nosotros, en nuestra propia naturaleza crística que tendrá
que manifestarse tarde o temprano.

Entonces: despojemos –por un instante al menos– a la na-


vidad de todos sus agregados y recuperemos lo esencial:
el Sol en nosotros, el Cristo vivo, la rosa aromática que
perfuma la cruz.  ¡Feliz navidad!

Palabras de Antonio Medrano

“Cristo, Sol eterno, Luz del mundo, nace para que desper-
temos, para que salgamos del sueño en que nos hallamos
sumidos, para que nos sacudamos la ignorancia o ceguera
espiritual que nos tiene aprisionados. Su Luz redentora,
renovadora y liberadora quiere abrirse paso hasta lo más
profundo de nuestro ser para que recobremos la memo-
ria, nuestra más alta memoria, que nos permitirá salir de
la amnesia en que vivimos y recordar nuestra verdadera

301
naturaleza, nuestro destino, nuestro origen y nuestro fin
último.

Cristo, Sol de Justicia, nace para iluminar mi mente, para


rescatarme de mi torpor y de la oscuridad que me opri-
me. Nace para reconducirme a mi ser (o mejor, a mi Ser,
a mi Esencia divina), para recordarme quién soy, de dónde
vengo y adónde voy, hacia dónde debo encaminarme, qué
o quién estoy llamado a ser. El Sol eterno nace para que yo
nazca de nuevo, para que yo nazca en verdad saliendo de
la semivida, infravida, no-vida o muerte en vida en la que
languidezco y me arrastro sin pena ni gloria, de forma tan
lamentable como miserable”.

Notas del texto

(1) Aivanhov, Omraam Mikhaël: “Sois dioses”

302

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