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LO PINTORESCO

El pintoresquismo surgió en Inglaterra a finales del siglo XVIII cómo reacción contra la
artificialidad de los jardines paisajistas británicos y la rígida simetría de la arquitectura
palladiana. Cambio la forma en que la gente veía los edificios y los jardines, y fue el preludio de
una valoración de las casitas rústicas, las ruinas y la arquitectura informal de las villas.

A finales del siglo XVIII, sobre todo en Inglaterra, creció el interés por la relación entre la casa y
el jardín. En la primera mitad del siglo e había desarrollado el movimiento de los paisajes
ajardinados, con paisajistas cómo ​Capability Brown​, que proyectaba grandes jardines con
detalles muy informales, llenado los valles de lagos, plantando arboledas y colocando pabellones
y templetes en el paisaje para atraer y deleitar la vista.

Una «mejora» cuestionada


El jardín paisajista había sido una reacción fuerte a los jardines de la época anterior, muy
formales, pero él también seguía resultando artificioso y muy rebuscado, y sus dueños solían
presumir de cómo habían «mejorado» el marco paisajista de sus mansiones. En las décadas de
1780-1790 surgió una reacción contra este tipo de «mejora» de la naturaleza.

Al principio fue una reacción literaria. Poetas cómo William Cowper veían la contradicción que
encerraba el concepto de mejorar la naturaleza. Cowper se ensañó con Brown: « Y hete aquí que
aparece Brown, el mago omnipotente… y habla. El lago de enfrente se convierte en césped, los
bosques desaparecen, los cerros se hunden y crecen los valles». La naturaleza sin mejorar,
afirmaba Cowper, era superior a todo eso porque la había creado Dios, y era presuntuoso que los
aprendices de magos la alterasen.

Nuevos conceptos de paisaje


Otros libros hicieron eco de esta crítica, pero también la adaptaron para despejar el camino a un
nuevo tipo de paisaje y arquitectura que recibió el nombre de pintoresco. Cómo su nombre
indica, su idea fundamental era que el paisaje debía parecerse a la belleza de la pintura, es
especial la de los grandes paisajes pintados del siglo XVII. El párroco y autor de libros de viajes
William Gilpin hizo una contribución muy importante al debate de lo pintoresco. Pero también
hubo otras tres publicaciones muy influyentes. La primera, El paisaje. Poema didáctico (1794),
de Richard Payne Knight, un noble rural inglés, criticaba la artificialidad de la obra de Brown;
ese mismo año se publicó un extenso ​Ensayo sobre lo pintoresco de Sir Uvedale Price, amigo de
Knight. En su libro, Price desarrolla la idea filosóficamente. Para el lo pintoresco es una cualidad
estética, distinta de otros dos conceptos importantes: lo sublime y lo hermoso, que había definido
el filósofo Edmund Burke. En ensayo de Price también se ocupa de otros asuntos más prácticos y
recomienda a los paisajistas estudien las obras de los grandes pintores de paisajes, en especial
Salvador Rosa. Los grandes maestros paisajistas franceses Claude y Poussin también fueron
pintores favoritos de los pintoresquistas.

Más práctica aún era la obra Esbozos y consejos sobre el jardín paisajista de Humphry Repton.
Su autor fue un paisajista activo y con este libro pretendia difundir sus conocimientos. Tuvo un
éxito rotundo —cuando se publicó el libro Repton era ya el paisajista más célebre de su
tiempo— y transformó muchos jardines con estilo pintoresco en los años a caballo entre los
siglos XVIII y XIX.

El Cottage orné
El interés por el paisaje pintoresco hizo que las construcciones rústicas, en especial las casitas, se
apreciaran de otro modo. Por primera vez se valoró ampliamente su estética. Inspirándose en
ellas, Nash y otros arquitectos de su tiempo crearon el ​cottage orné o casita ornamental, que
ejemplificaba los ideales pintoresco. ​El cottage orné tipico era asimétrico, con techo de paja y
buhardillas. Solía tener una galería o porche con la cubierta sostenida por postes rústicos.
Muchos hacendados construyeron casitas de estas en sus fincas. Algunos se hicieron versiones de
gran tamaño, para sí mismos o para sus familias. En la actualidad estos edificios siguen
representando el ideal británico de la casita rural típica y pintoresca. (ver foto 1)
Foto 1. ​Cottage orné

La arquitectura y lo pintoresco
El ideal pintoresco no se limitaba a los jardines. También influyó mucho en la arquitectura.
Durante casi todo el siglo XVIII la simetría clásica del estilo palladiano había dominado la
arquitectura inglesa. Después con la moda de lo pintoresco, la arquitectura empezó a valorar la
asimetría. Se proyectaron villas con una torre redonda en una esquina y una entrada retranqueada
o cualquier otro elemento que rompiera con las rígidas proporciones del palladianismo. También
cundió el interés por la casita de campo cómo edificio digno de una reflexión arquitectónica
seria.
El arquitecto más famoso del pintoresquismo fue John Nash. En sus comienzos trazó los planos
de villas italianizantes asimétricas con torres esquineras, y también se interesó por encajar la
arquitectura gótica en el paisaje pintoresco. Le siguieron otros arquitectos, y la arquitectura
doméstica de Gran Bretaña se sacudió las rígidas normas de simetría y regularidad que habían
regido hasta entonces. Esta tendencia coincidia con la atmósfera general de la Regencia y el
carácter desenfadado, por no decir extravagante, del propio príncipe regente.

Una amplia trascendencia


El pintoresquismo tuvo réplicas similares en otros países, cómo Francia, donde la influencia de
Jean-Jacques Rousseau —quien afirmaba que la humanidad era inocente por naturaleza y la vida
social la había corrompido— fue decisiva. Con su énfasis en lo natural, este movimiento también
enlazo con el romanticismo, el movimiento cultural que se propagó por Europa en esta época. Su
trascendencia, por tanto, va mucho más allá de los jardines y las casas donde se originó.

Castillos y ruinas.
Los pintoresquistas eran aficionados a las ruinas, y apreciaban los paisajes donde una intricada
puntuación visual de viejas abadías y castillos jalonaba las cimas de los cerros y el fondo de los
valles. Los arquitectos de jardines no tardaron en construir falsas ruinas para dar vistosidad a sus
paisajes. Estos edificios, aparentemente gratuitos, se nos antojan caprichos. Pero al principio
muchos de ellos se usaron para alojar a los jornaleros o guarecer a los paseantes, y también eran
atalayas para contemplar el paisaje

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