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Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce discípulos y les dijo: “Si alguno de ustedes
quiere ser el más importante, deberá ocupar el último lugar y ser el servidor de todos
los demás”.[1]
Marcos 9.35, Traducción en Lenguaje Actual
La historia de la Iglesia, desde el primer siglo apostólico hasta nuestros días, muestra
un doble y constante movimiento: por un lado, las tentativas de las mujeres por
participar en la difusión del mensaje evangélico y, en sentido opuesto, los esfuerzos de
los hombres por impedírselo.[2]
Suzanne Tunc
Y es que si echamos una mirada a la historia sin dejarnos guiar por un “criterio de
género”, la pregunta sobre quién ha sido, hasta el momento, la figura con mayor
proyección teológica a nivel mundial que ha surgido de dicha iglesia en este país,
tendríamos que responder que esa persona es mujer, que no estudió sus bases en un
aula del Seminario de la INPM, ni se postuló nunca para ser pastora a sabiendas de que
no se aceptaría su solicitud ni se reconocería su vocación o llamamiento. Tampoco
donde ha vivido la mayor parte de su vida y adonde llegó a ser rectora de la institución
que la vio desarrollarse ha ejercido las labores pastorales, lo cual no le ha impedido ser
una de las voces teológicas latinoamericanas de primera línea. Con todo esto en
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mente, no hay que olvidar que en septiembre de 1975 participó en el Primer Congreso
de Teología Reformada, apenas un año después de haber dado a la luz pública el
primero de los frutos de su formación académica, un diccionario del griego del Nuevo
Testamento. En aquella ocasión habló precisamente como pionera que fue de la
reflexión teológica femenina, de los caminos que se abrían en este terreno y de sus
posibilidades para la Iglesia de la época.[4] En octubre de 1979, también en México,
D.F., haría lo mismo en otro foro adonde estuvo presente la cubana Ofelia Ortega,
primera pastora presbiteriana ordenada en América Latina.[5]
Evidentemente, me estoy refiriendo a la doctora Elsa Tamez Luna. Invito a escuchar su
testimonio acerca de esos años formativos, donde se mezclan sentimientos y
recuerdos encontrados:
Si hoy me dedico a la educación y producción teológica, mucho tiene que ver la iglesia
en la cual crecí. Una iglesia presbiteriana, pequeña. […] A pesar de ser ideológicamente
conservadora, allí aprendí a ser persona con palabra, a ser líder, y sobre todo a estar
muy cerca de Dios. La iglesia era como un segundo hogar en donde se aprendía mucho
pero también se jugaba todo el tiempo. Ahora, como teóloga, me doy cuenta de tantas
concepciones erróneas que escuché. Caigo en la cuenta, por ejemplo, de que ese Dios
cercano era intimista e imparcial. […]
Muy joven, a los 18 años, ingresé a estudiar Teología en el Seminario Bíblico
Latinoamericano, ubicado en Costa Rica. Ni pude estudiar en México simplemente
porque en la iglesia presbiteriana las mujeres no teníamos acceso a los estudios
superiores de teología, sólo los varones.[6]
Si hacemos caso a estas palabras, se abre toda una veta para alimentar nuestra
confesión al pensar en el rostro de Dios que transmitimos al impedir que muchas de
sus hijas lo representen oficialmente en la Iglesia… Algunos datos históricos vienen en
nuestro auxilio, no tanto para hacer menos doloroso el mea culpa, sino para tratar de
abrir los ojos ante las realidades cambiantes que nos han tocado de cerca en México y
América Latina. Hace varios años, el doctor Eliseo Pérez Álvarez, como parte de un
recuento de mujeres en la historia de la Iglesia, rescató el nombre de la primera
alumna egresada del Seminario Teológico Presbiteriano de México (STPM), Eunice
Amador de Acle, en 1951, dos años antes de que se otorgara el voto a las mujeres en
México.[7]
Y qué decir de Evangelina Corona Cadena, ex costurera y diputada federal entre 1991 y
1994, cuyo testimonio acerca de la ordenación al ancianato sacude conciencias cada
vez que lo presenta y da fe de su prolongada militancia cristiana.[8] La Iglesia
Presbiteriana de Estados Unidos (PCUSA) ordenó en 2007 a Rosa Blanca González, otra
egresada del STPM, como Ministra de la Palabra y de los Sacramentos como parte de
un proceso de integración a los ministerios hispanos, exteriormente, pero también
para culminar un desarrollo personal que no necesariamente contemplaba de haber
seguido militando en la INPM.[9]
Hace pocos días escuché de viva voz, hace unos días, el testimonio de una egresada del
Seminario que fue recientemente ordenada como pastora en una iglesia hermana de la
Península Ibérica y a quien había entrevistado a larga distancia para una publicación
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virtual. Allí, expresó también sus sentimientos y aspiraciones y la forma en que fueron
canalizadas con su traslado a otro país e iglesia.[10] Me refiero a Eva Domínguez Sosa,
quien ha transitado todos los caminos exigidos por la INPM en los ámbitos femenil,
misionero, musical y teológico. Otros nombres de egresadas del STPM se suman
también a esta lista: Amparo Lerín Cruz, quien está en medio del proceso que
eventualmente desembocará en su ordenación; Luisa Guzmán, quien desde el Centro
de Estudios Ecuménicos colabora con diversos movimientos sociales; y Verónica
Domínguez, quien ha asumido una sólida labor pastoral en el campo juvenil.
De modo que, ante estos casos relevantes y con aspectos ambiguos debido a la forma
en que estas mujeres han asimilado su llamado divino, pero quizá más ante los
anónimos y distantes, producto del silencio a que han sido condenadas muchas siervas
auténticas del Señor Jesucristo, los hombres de la INPM debemos inclinar la cabeza
ante Dios y ante ellas en una actitud de confesión, arrepentimiento y conversión.
La masculinidad de los varones de la Iglesia, quienes nos asumimos como los únicos
con derecho a ser portadores del mensaje evangélico de manera oficial, se asimila al
sistema patriarcal dominante, el cual, lo mismo que en la época de Pablo y de Jesús, no
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Lo primero que aparece es la eliminación progresiva de las mujeres, desde el final del
periodo post-apostólico, de los “ministerios” en vías de formación. Efectivamente,
poco a poco la “secta” judía nueva tuvo que adoptar los modos y costumbres de la
sociedad patriarcal en que vivía. […]
Las excepciones que hemos encontrado, debidas a la iniciativa de las mujeres en la
evangelización, sólo fueron posibles gracias a la amplitud de horizontes que tuvo
Pablo. Las mujeres tenían que desaparecer. En consecuencia, textos sucesivos irán
encargándose rápidamente de volver a poner las cosas en orden. Son los llamados
“Códigos de moral doméstica” y, luego, lasPastorales, donde sólo aparecerán las
“viudas” y los “diáconos”.[15]
Así se puede apreciar que uno de los frentes históricos de este penoso proceso es el de
la redacción y canonización del Nuevo Testamento, en donde una interpretación
sesgada del nombre de una apóstola como Junia, no ha vacilado ¡en cambiarla de
sexo! para tratar de demostrar que las mujeres no habrían alcanzado el espacio de los
ministerios formales mientras vivió el apóstol Pablo, un hombre que tuvo que luchar a
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Al final de su carta a los romanos, el apóstol Pablo envía sus saludos a unos parientes
suyos, Andrónico y Junia, agregando que son “ilustres entre los apóstoles” (Rom 16:7).
Muchos traductores vierten el nombre de la persona que acompañaba a Andrónico
como Junias, un nombre masculino. Sin embargo, el nombre Junias no existe en la
onomástica griega, en cambio el nombre femenino Junia aparece frecuentemente en
la literatura y en las inscripciones. Cuando estudiaba en el seminario, tuve el privilegio
de tomar un curso con Bruce Metzger como profesor invitado. El Dr. Metzger es
miembro del comité editor del Nuevo Testamento Griego. Recuerdo que un día le
pregunté sobre el tema de Junia y él me dijo que efectivamente se trataba de una
mujer y que su nombre era Junia, porque el nombre masculino Junias simplemente no
existe. ¿Por qué, entonces, se ha traducido ese nombre como si fuera un nombre
masculino? Y lo que es tal vez peor, ¿por qué el Nuevo Testamento Griego, incluso en
su última edición (NTG27) sigue apegado a la forma masculina Iouniân, el acusativo del
masculino Junias (un nombre que no existe)? […]
En la Iglesia Ortodoxa Griega, se tiene en gran estima a Andrónico y a su esposa Junia.
Se cree que ambos recorrieron el mundo llevando el evangelio y fundando iglesias.
Santa Junia es celebrada el 17 de mayo.[16]
Se aborda muy mal el problema tratándolo desde el ángulo de los derechos que se
reivindican. Nadie, ni hombre ni mujer, tienen el derecho de ser pastor. Esto es
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siempre una gracia, y si esta gracia confiere a quien la recibe algunos derechos, sólo es
para que pueda ejercerse en condiciones convenientes. […]
No pertenece a la Iglesia apoderarse de la gracia como de una presa para administrarla
después a su gusto; se trata, más bien, de que ella sepa que puede devolver gracia por
gracia recibida, y para que ésta no se altere, es la gracia recibida la que debe
devolver.[19]
[1] Cf. la Biblia Isha, edición de la TLA con notas referidas a la mujer, un esfuerzo
notable por acercar a los y las lectoras a una reflexión histórica, crítica y contextual.
[2] S. Tunc, También las mujeres seguían a Jesús. 2ª ed. Santander, Sal Terrae, 1999
(Presencia teológica, 98), p. 109.
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[3] Cit. por J.G. Bedoya, “Ella como pecado”, en El País, Madrid, 3 de septiembre de
2010,www.elpais.com/articulo/sociedad/pecado/elpepisoc/20100903elpepisoc_1/Tes
[4] El libro que recogió las ponencias (Cecilio Lajara, comp., Un pueblo con mentalidad
teológica. México, El Faro, 1976) no incluye su participación.
[5] Cf. Varias autoras, Mujer latinoamericana. Iglesia y teología. México, Mujeres para
el Diálogo, 1981. Cf. el testimonio de O. Ortega en J.J. Tamayo y J. Bosch,
eds., Panorama de la teología latinoamericana. Estella, Verbo Divino, 2000, pp.
[6] E. Tamez, “Descubriendo rostros distintos de Dios”, en J.J. Tamayo y J. Bosch, op.
cit., Estella, Verbo Divino, 2000, pp. 647-648. Énfasis agregado.
[7] Cf. E. Pérez-Álvarez, “Teología de la faena; un asomo a los ministerios cristianos
desde la Iglesia Apostólica hasta la Iglesia Imperial”, en Tiempo de hablar. Reflexiones
sobre los ministerios femeninos. México, Presbyterian Women-Ediciones STPM, 1997,
p. .
[8] E. Corona Cadena, Contar las cosas como fueron. México, Documentación y
Estudios de Mujeres, 2007.
[9] Cf. Mary Giunca, “La esposa de un pastor presbiteriano mexicano será ordenada en
la Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos”, en Boletín Informativo del Centro Basilea
de Investigación y Apoyo, núm. 26, abril-junio de 2007, p.
28,http://issuu.com/centrobasilea/docs/bol26-abr-jun2007.
[10] Cf. L. Cervantes-Ortiz, “Entrevista con Eva Domínguez Sosa, recientemente
ordenada por la Iglesia Evangélica española”, enLupa Protestante, 6 de marzo de
2010, www.lupaprotestante.com/index.php?option=com_content&task=view&id=2097
.
[11] H. Cáceres, “La masculinidad de Jesús. Recuperando un aspecto olvidado del
seguimiento de Cristo”, p. 181,
enwww.clar.org/clar/index.php?module=Contenido&type=file&func=get&tid=3&fid=de
scarga&pid=50.
[12] Ibid., p. 190.
[13] Ibid., p. 182.
[14] Cf. D. Rocco Tedesco, Mujeres, ¿el sexo débil? Bilbao, Desclée de Brouwer, 2008
(En clave de mujer…).
[15] S. Tunc, op. cit., pp. 109-110. Énfasis agregado. Cf. E. Tamez, “Visibilidad, exclusión
y control de las mujeres en la Primera carta a Timoteo”, en RIBLA, núm.
55, www.claiweb.org/ribla/ribla55/visibilidad.html.
[16] C. Conti, “Junia, la apóstol transexuada”, en Lupa Protestante, 15 de noviembre de
2010,www.lupaprotestante.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2
266:junia-la-apostol-transexuada-rom-167&catid=13&Itemid=129. Cf. Eldon Jay
Epp, Junia: the first woman apostle. Minneapolis, Fortress Press, 2005.
[17] Cf. J.-P. Willaime, La precarité protestante. Sociologie du protestantisme
contemporain. Ginebra, Labor et Fides, 1992; eIdem, “Del protestantismo como objeto
sociológico”, en Religiones y Sociedad, México, Secretaría de Gobernación, núm. 3,
1998, pp. 124-134.
[18] J. Dempsey Douglass, Women, freedom and Calvin. Filadelfia, The Westminster
Press, 1985. Cf. Idem, “Glimpses of reformed women leaders from our history”, en U.
Rosenhäger y S. Stephens, eds., “Walk, my sister”. The ordination of women: reformed
perspectives. Ginebra, Alianza Reformada Mundial, 1993 (Estudios, 18), pp. 101-110.
[19] J.-J. von Allmen, Ministerio sagrado. Salamanca, Sígueme, 1968, pp. 139-140.
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[20] W. Riso, Intimidades masculinas. Lo que toda mujer debe saber acerca de los
hombres. Bogotá, Norma, 1998, p. 18. Énfasis original.
[21] S. Tunc, op. cit., pp. 110, 121-126.
[22] K. Madigan y C. Osiek, eds., Mujeres ordenadas en la Iglesia primitiva. Una historia
documentada. Estella, Verbo Divino, 2006 (Aleteheia, 2).
[23] Cf. Ordination from the perspective of the Reformed Church. Berna, Federación de
Iglesias Protestantes Suizas, 2009 (IFSCPC, 10).
[24] “Gender Justice and Partnership”, en www.wcrc.ch/node/487.
[25] Cf. Patricia Sheerattan-Bisnauth y Philip Vinod Peacock, eds., Created in God’s
image. From hegemony to partnership. A Church manual on men as partners. Ginebra,
CMIR-CMI,
2010,www.wcrc.ch/sites/default/files/PositiveMasculinitiesGenderManual_0.pdf. U
n primer volumen fue: Created in God’s image. From hierarchy to partnership. A
Church manual for gender awareness and leadership development. Ginebra, Alianza
Reformada Mundial, 2003.
[26] Cf. E. Tamez, “No longer silent: a Bible study on 1 Corinthians 14.34-35 and
Galatians 3.28”, en U. Rosenhäger y S. Stephens,op. cit., pp. 52-62; y S. Palomino
López, “En busca de aceptación y reconocimiento: las luchas de las mujeres en el
ministerio”, enMundo Reformado, núms. 1-2, marzo-junio de 1999, pp. 51-66.