Está en la página 1de 6

Capitulo 1.

Los cantos se volvían cada vez más fuertes, las voces se alzaban relatando una vieja
historia. Oculto entre el amistoso baile, Ignis observaba cuidadosamente a su próxima
víctima. Después de todo, le habían prometido un buen dineral por llevar tan solo un poco
de la sangre de aquel ser.
La cerveza estaba amarga, caliente y no muy digna de repetir, pero daba los suficientes
ánimos para comenzar con su encargo. Por debajo de la mesa, ajusto bien su daga a su
cintura. Sabía que no sería el primer asesinato a sangre fría dentro de una taberna, repleta
de ebrios aberrantes.
Con ímpetu se acercó a las espaldas de aquel que cantaba abrazado a otros e imaginado el
peso de las monedas, una ráfaga de fuego, tomo por sorpresa a todos en el lugar, una ráfaga
que de un corte limpio, dejo caer la cabeza de Christopher, un demonio buscado por su
fama de ladrón sagaz e inteligente.
Ignis logró esconderse bajo una de las tantas mesas que apestaba a madera húmeda y tras el
reflejo de un vaso de cerveza, distinguió una rápida silueta completamente tapada, más que
sus ojos dorados que se veían con claridad.
Todos en el lugar se quedaron inmóviles y asustados, esperando un nuevo ataque y viendo
como la sangre se derramaba, soltando un olor insoportable.
-Maldita sea.-maldijo el jefe de la taberna, viendo su pared completamente incinerada.
-Es un Leviatán, no podemos hacer nada.- menciono quien parecía ser su hijo.
Ignis se pregunto qué era exactamente un Leviatán y sintiéndose un completo idiota, ajunto
un paño en la sangre derramada y se retiro en medio del desasosiego.
Sin tardanzas llego rápido hacia quien le había hecho el encargo, tal vez aun estaba a
tiempo de decir que él mismo se había ocupado de la víctima. Golpeo la puerta de la
pequeña casa y con violencia, un anciano molesto, lo miro por largos segundos.
Ignis, esperando la paga, sacó de su bolsillo el paño húmedo de sangre, a lo que el hombre
respondió con una pequeña carcajada.
-¿Solo lo lastimaste o te ocupaste de él?- curioseo el viejo con malicia.
-¿Acaso importa? He cumplido con lo que me ha pedido y Christopher no volverá a tocar
sus pertenencias.
-Da igual, si no lo matabas tu, iba a hacer lo yo, después de todo esto es el Infierno y yo
estoy muy viejo.- balbuceo entregando una bolsa con un peso sospechoso.
Ignis se mostro desconfiado a lo que el viejo sacudió la bolsa para que se escuchara el
sonido del las monedas de oro.
Y sin más que decir, ambos demonios se fueron por su lado.

El cielo comenzaba a tornarse más oscuro de lo normal, el anaranjado característico de los


días iba quedando bajo los montes y lejanos volcanes, cuando Ignis, por su seguridad, se
subió a la rama del pino más alto y dispuesto a ver el dinero por un trabajo mal hecho, se
quedo completamente impactado al ver que aquello no era oro, si no que trozos de metal
con piedras grises.
-Maldito viejo tacaño.- maldijo Ignis arrojando la bolsa con furia.
Su estomago rugió hambriento pero no le dio importancia, el día ya estaba perdido y su
cuerpo se sentía cansado. Apoyo su cabeza en el enorme tronco áspero y sus ojos dorados
se quedaron fijos ante el Palacio, allí donde el rey hacia lo que quería, allí donde él debía
estar.
Entregado al sueño, comenzó a vislumbrar su propia silueta de cuando apenas era un niño.
Pero no estaba solo, si no con dos acompañantes de su edad, una niña y otro muchacho
parecido a él. Supo que eran sus hermanos.
-Vamos Ignis, papá nos enseñará nuevas habilidades hoy.- hablo la muchacha extendiendo
su mano. Pero Ignis no podía distinguir sus rostros y no podía decir una palabra.
-Tal vez deberíamos quedarnos a jugar…-balbuceo el otro de mala gana.
Ignis nada podía hacer más que mirar a su alrededor, donde había armas, antorchas y el día
era totalmente anaranjado, un color que rápidamente se tornó rojo como la sangre y gritos
comenzaron a asustarlo. Sin saber qué hacer y con el corazón casi saliendo de su pecho,
despertó cayendo del árbol.
Supo que las pesadillas de su pasado cada vez lo atormentaban mas seguido que de
costumbre.
Acobardado, miró la palma de su mano que tiritaba como una hoja, recordando un miedo
que aun no era capaz de vencer. Estaba a punto de decir algo, cuando se percato de la
presencia de un joven pero fortachón demonio que lo observaba con cuidado.
Ignis, con rapidez, reapareció tras las espaldas del joven para tomarlo del cuello por
sorpresa.
-¿Qué quieres?- susurró Ignis, tomando su daga.
El cuerpo del joven temblaba y apenas podía hablar.
-Lo s-siento, no quise asustarlo señor, p-por favor no me mates…v-vengo por tu ayuda.
Ignis, sin darle importancia a aquel miedo, puso el filo de su arma en el cuello del visitante.
-Dime quién, dónde puede encontrarlo y de cuánto será la paga.
-Deberás ser cuidadoso…e-es un demonio apoderado.
Aquello llamo la atención del sicario, empujando al joven al suelo, para así escucharlo con
comodidad.
El joven se alejó gateando como un niño indefenso y comenzó a recuperar su aliento.
-Se trata de Grimm.
-¿Grimm el torturador de almas?- interrogó Ignis algo sorprendido.
-Así es, Grimm ha tomado el alma de mi padre a cambio de una enorme cantidad de oro
que no resulto ser más que piedras volcánicas sin valor alguno.
-Que idiota.- balbuceo Ignis reprimiendo una risa maliciosa.
-Queremos que lo mates y recuperes el alma de nuestro padre…no debimos haber hecho
eso ni por todo el inframundo entero.-se lamentó el demonio.-Pero no tengo mucho para
ofrecer más que una cama y una habitación confortable para usted. Mi familia y yo vivimos
del hospedaje de viajeros, y sicarios ocultando completamente sus identidades.
Grimm era un demonio poderoso, cercano a los amigos del Rey, a pesar de que la paga no
era suficiente, aquella era una oportunidad que Ignis no podía dejar pasar, pues intentaría de
todo, hasta conseguir información de cómo entrar al Palacio.
-Aceptare tu forma de pago pero no confirmo recuperar el alma de tu padre. Las almas dan
poder a quienes las toman y posiblemente Grimm ya la haya tomado desde un primer
momento.
El joven miró el suelo con melancolía.
-No importa si no logras eso, pero queremos que mates a Grimm y termines con ese
maldito timador. Tal vez así el alma de mi padre se libere de la carga de vivir en este
maldito infierno.
-Literalmente.- bromeo Ignis guardando su arma.
-Tráenos uno de sus ojos y te daremos hospedaje y privacidad para siempre…no pareces
tan malo como dicen, Ignis.
Aquel cometario final pareció molestarle un poco y sin rodeos pidió información acerca de
cómo encontrar a Grimm.
-Escuche de una fiesta en el palacio, será esta noche y Grimm irá directamente allí, pues fue
invitado por el mismo Rey. Deberás atacarlo antes de que llegue al baile. Él ya ha partido.
Es toda la información que he logrado obtener.
Ignis dio por acatada la orden y el joven comenzó a alejarse con el cuerpo tambaleante.
-Aguarda…-advirtió el sicario.- Si no utilizaras las piedras, puedes dármelas.
-Como quieras, esas rocas no sirven para nada.-afirmo el joven demonio sin dar marcha
atrás.
Ignis rio para sus adentros, pensado en la ignorancia del joven respecto a aquellas piedras,
que no eran otra cosa que obsidianas, el resultado de una lava fría, perfecta para forjar todo
tipo de armas. Lava que solo podía conseguirse desde las profundidades del castillo. Ni
Grimm ni aquel joven tenían idea del valor que cargaban aquellas piedras.

Ese día, Ignis vagó por todo el pueblo. Más de diez veces había intentado robar comida y
diez veces lo había logrado. Sus movimientos eran rápidos para los simples demonios pero
lentos para los que sabían batallar. En muchas oportunidades había tenido enfrentamientos
con fortachones dueños de carnicerías y muchas veces había perdido. La carne roja era algo
deseado por todos pero obtenida por pocos, al fin y al cabo la carne roja era lo único que
podía satisfacer el apetito de un demonio.
Llego hasta la taberna donde le habían quitado a su víctima y pidió aquella asquerosa
cerveza que no estaba dispuesto a volver a tomar. El lugar ya no solo apestaba a humedad si
no que el olor a sangre era difícil de ignorar, pues una enorme mancha había en el suelo
donde todo había sucedido el día anterior.
Sobre la mesa puso un pequeño pergamino gastado en donde solo había dibujos que él
podía entender como mapa. Un mapa hecho por sus propias manos para saber a dónde se
encontraba y los caminos que había recorrido. Había algo de lo que estaba seguro. Para
dirigirse al castillo tan solo se debía seguir un camino rodeado de oscuros bosques y un
puente entre los mares repleto de bestias indomables y ocultas.
Tal vez lograría infiltrarse en la caravana de Grimm y llegar al palacio sin ser reconocido
por los guardias. Como lo había pensado antes, era una oportunidad que no podía dejar
pasar. Marcó el camino que recorrería y a donde lo esperaría, sabía que Grimm nunca
viajaba solo, pues siempre tenía sus demonios guardianes que lo protegían ante una
envestida. Sin darse cuenta tomó cerveza y trago con fuerza, resistiéndose al vomito y sin
pagar un centavo, se retiró del lugar, una vez más, pasando por alto entre el baile, los cantos
y los borrachos.

La noche lo alcanzó rápido, sería una noche oscura y casi sin luna. Camino tranquilo por el
camino rodeado por los bosques. Sus pisadas en la tierra le hacían sentir la soledad y un
silbido de su pasado incognito salió de su boca. Podía sentir un poco de miedo, sabía que
enfrentarse a Grimm no sería una victoria, pero infiltrarse entre sus guardias sería lo mejor
que podría hacer. Pensó en que si tal vez fuera más fuerte, se enfrentaría a aquel demonio
sin sentir ni un poco de miedo e iría directo hacia los adentros del palacio.
Comenzó a sentir un olor característico. Era el aroma a la mirra quemada como incienso,
algo que las caravanas hacían para desviar el olor cuando alguien importante iba entre ellos.
Un poco atolondrado, Ignis comenzó a correr a toda velocidad para alejarse y subirse a uno
de los arboles.
A lo lejos se vislumbraban las pobres luces de una caravana colorida entre rojo, amarillo y
verde, tirada por dignos caballos de la realeza. Eran tres caravanas y el incienso podía
sentirse en todas partes. Un olor fuerte y casi insoportable. Ignis tapo su nariz para que
tampoco reconocieran su rostro y estaba listo para dejarse caer entre los tres guardianes que
rodeaban la caravana final. Pues debía asesinar a uno, pasar desapercibido y continuar
como uno de ellos. Dicho plan no le fue complicado. Con sumo cuidado cayó del árbol sin
hacer un solo ruido, cortó el cuello de uno de los demonios, con fuerza arrojó el cuerpo
para un lado y siguió caminando. Todo iba acorde al plan, por momentos pensó que había
sido descubierto pero tan solo recibía miradas furtivas. Supo que aquellos guardianes no
eran más que pobres demonios en búsqueda de oro para intercambiarlo por algo de aun más
valor.
Aquella podría haber sido la oportunidad perfecta para lograr su cometido, cuando las tres
caravanas se detuvieron con violencia y todos se pusieron en posición de ataque ¿Lo habían
descubierto? ¿Debería darse por muerto? Enfrentarse a todos aquellos era un pase hacia la
completa muerte. Comenzó a maldecir por dentro, pensando en que no debió haber
aceptado algo tan estúpido siendo aun tan débil, y por una paga tan poco conveniente, se
sentía un verdadero idiota. Pero nada de aquello era su culpa, aun no lo habían descubierto.
Ignis se alejó varios pies de la caravana para lograr ver aquella silueta que le había quitado
a su víctima la última vez. Aquella silueta estaba parada con seguridad y lo miraba
amenazante, lista para asesinarlo. Pudo darse cuenta que se trataba de un demonio
femenino, sus ropas marcaban sus pechos y su cabello negro se levantaba como aquel
horrible aroma.
-Maldita sea…otra vez.-balbuceo Ignis de mala gana.
Aquel demonio tan solo levantó su brazo y un látigo de fuego afloró de sus dedos,
atravesando las tres caravanas en donde la primera guardaba al mismo Grimm, el torturador
de almas.
Ignis corrió hacia un costado para no recibir ningún daño y supo que se encontraba en
medio de una envestida inesperada. Grimm, aquel demonio de sobrepeso, apenas podía
levantarse. Sus dedos estaban repletos de anillos de oro puro y en su cabeza tan solo había
algunos mechones de pelo.
Estaba furioso pero confundido, no tenía verdaderas intenciones de asesinar a nadie, mucho
menos a Grimm pero no podía quedarse de brazos cruzados ante quien le había robado más
de una víctima en el pasado. Estaba dispuesto a atacar a Grimm cuando una explosión
surgió entre este y el demonio del látigo de fuego. Ambos eran realmente poderosos, pero
atacar a Grimm era como tener lluvia entre las manos, pues su cuerpo podía deshacerse
rápidamente como el humo y reaparecer a su placer.
No había lugar para Ignis en aquel lugar y como un cobarde huyó tras la copa de un árbol.
El enfrentamiento duró largo tiempo, los guardias habían huido y otros fueron víctimas de
los ataques de aquel demonio femenino.
Cuando todo estaba por terminar, cuando ya estaban exhaustos, y Grimm solo debía dar su
última reaparición, varias siluetas resurgieron por entre la oscuridad, rodeando el cuerpo del
torturador de almas entre látigos que ardían en un fuego puro y poderoso.
El demonio atacante se acercó a Grimm y le dijo unas palabras tras soltar una risita y sin
más que hacer, el cuerpo de Grimm se quemó por completo dejando de existir para
siempre.
Todos retiraron su ataque que se deshizo como humo y uno de los atacantes se acercó al
cuerpo incinerado para susurrar algo y de aquel cuerpo una luz rojiza emergió como un
pequeño fuego que fue atrapado en un pequeño porta almas, acto seguido todos se retiraron
sin mirar atrás.

Ignis se había quedado completamente solo y molesto. Todo su alrededor estaba hecho un
desastre. Las caravanas estaban destrozadas, había restos de sangre y el olor a mirra aun
podía sentirse. Le habían quitado todo lo que quería, había perdido aquella oportunidad de
enfrentarse a su mayor deseo. No sabía qué hacer, cuando distinguió una luz entre el humo
que se levantaba vagamente entre las maderas. Levantando los restos con violencia, se
encontró con una pequeña luz dentro de un pequeño frasco azul. Aquello era a lo que
llamaban un porta alma, y lo de adentro debía ser el alma del padre de aquel muchacho.
-Las almas dan poder…-susurró Ignis viendo como la luz revoloteaba por dentro.
Tenía dos posibilidades. La primera era llevar aquella alma que le pertenecía a otra familia,
tomar una parte del cuerpo de Grimm y cumplir con su trabajo o tomar aquella alma y
muchas más para así ser más poderoso y poder cumplir su verdadero objetivo. Pero para
lograr quitar un alma se requería algo más que saber pelear. Y sin pensarlo un segundo más,
guardo el porta almas y se retiro en la búsqueda de aquellos que le habían robado a su
víctima.

También podría gustarte