Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
2.1. Los primeros agricultores y ganaderos: Neolítico cardial 3.5.1. Pueblos prerromanos del área indoeuropea
3.2. Manifestaciones funerarias del IV y III milenios a.C. 4.2. Hispania en el Alto Imperio (14-238 d.C.)
INTRODUCCIÓN
Este tema desarrolla una visión sintética del proceso histórico acaecido en la Península Ibérica desde la primera
colonización humana hasta su integración como provincia del Imperio Romano. Antes de iniciar el tema debemos hacer
mención al historiador danés C.H. Thomsen que, a comienzos del siglo XIX y basándose en una cierta idea de progreso
tecnológico a lo largo de la Historia humana, creó el llamado Sistema de las Tres Edades – Edad de Piedra, Edad del
Bronce y Edad del Hierro –. En 1865 J. Lubbock dividió la Edad de Piedra en dos etapas: el Paleolítico – Edad de la
Piedra Antigua o de la piedra tallada – y el Neolítico – Edad de la Piedra Nueva o de la piedra pulimentada—. A estas
divisiones se añadieron después el Epipaleolítico o Mesolítico, referido a las sociedades de cazadores-recolectores en
vías o no de neolitización, y el Calcolítico o Edad del Cobre, que abarca la etapa en la que comienza la metalurgia.
Esta periodización es válida para Eurasia y, por ello, es la que vamos a emplear para hablar de la realidad peninsular
antes de su incorporación al Imperio Romano, si bien comprendemos que se trata de un sistema eurocéntrico imposible
de aplicar en otras zonas.
1. EL PALEOLÍTICO
El Paleolítico es el periodo más largo de la Historia humana y cronológicamente corresponde al estudio de las culturas
desarrolladas desde la aparición del género Homo, hace 2,5 m.a., hasta el inicio del Holoceno – circa 8050 a.C. –. El
rasgo que puede ser mejor estudiado sobre estas sociedades es, sin duda, su evolución tecnológica y, por ello, los
hallazgos arqueológicos son la base de las sistematizaciones configuradas para esta etapa en la Península Ibérica.
1.1. El Paleolítico Inferior
Según las excavaciones más recientes, la Península Ibérica cuenta con evidencias de presencia humana de al menos un
millón de años de antigüedad (Orce/Venta Micena, en Granada, datada en 1,4 m.a.). Se trata de indicios centrados en
el área mediterránea y que reciben denominaciones de Paleolítico Inferior Arcaico o “cultura de los cantos rodados”,
caracterizada por la presencia de núcleos líticos con escasas extracciones no predeterminadas, unifacial (choppers) y
bifaciales (chopping-tools). Los restos humanos asociados a estos yacimientos son muy escasos y fragmentarios. Las
dataciones más antiguas de este periodo corresponden con los yacimientos de Orce/Venta Micena y Cueva Victoria.
Mención aparte merecen los restos humanos del Homo antecessor, una nueva especie definida a partir del yacimiento
de la Gran Dolina (Atapuerca, Burgos), datados entorno a los 780.000 años BP. Se trata de algunos de los restos fósiles
humanos más antiguos de Europa en un contexto fiable.
En el Pleistoceno Medio, que viene a identificarse con el Paleolítico Inferior Clásico, se observa la presencia de los
llamados homínidos ante-neandertales, entre los que se encuentra el Homo heidelbergensis. A este momento pertenecen
los restos de industrias líticas conocidas como achelense, complejo caracterizado por los bifaces, triedros y hendedores,
que aparecen con frecuencia en medios fluviales, sobre todo el Duero y Tajo. Este industria fue definida por G. Mortillet
en 1872 en las terrazas del Somme, cerca de St. Acheul (Francia), de ahí su nombre. Hay que señalar su presencia en
ecosistemas palustres asociados a restos de megafauna, como en los yacimientos de Aridos (Toledo) o Torralba y
Ambrona (Soria).
1.2. El Paleolítico Medio
Esta etapa se relaciona con la aparición del Homo neanderthalensis hacia 100.000 BP y por la aparición de nuevas
técnicas de talla lítica (musteriense), definida por una variedad de facies complejos datados a comienzos del
Pleistoceno Superior y extendidos principalmente por las regiones periféricas de la Península Ibérica, especialmente la
cornisa cantábrica asociada a yacimientos en cueva (Pendo, Morín, El Castillo) y estaciones al aire libre. En Cataluña
sobresalen los yacimientos de L’Abreda y Abric Romaní. En Andalucía existen números yacimientos musterienses de
gran importancia, como el conjunto de Gibraltar, que presenta las dataciones más recientes de neandertal de toda Europa
(28.000 BP) y afirma la existencia de industrias musterienses tardías contemporáneas a las primeras industrias del
Paleolítico Superior.
El musteriense fue definido en un principio por G. Mortillet en el abrigo superior de Le Moustier (Francia),
identificándolo con los grupos neandertales. F. Bordes, por su parte, estableció los distintos tipos líticos que engloba
esta cultura. Esta industria lítica se caracteriza por una mayor diversificación del utillaje lítico, mediante la extensión
de los utensilios sobre lasca, como los denticulados, las raederas o las puntas, y un amplio desarrollo de las técnicas de
talla predeterminadas (técnica Levallois).
1.3. El Paleolítico Superior
Durante la última glaciación se experimentan cambios radicales que definen esta nueva etapa, protagonizada el Homo
sapiens sapiens. En el aspecto tecnológico, asistimos a la sustitución de las lascas por láminas y a una reducción
progresiva del tamaño de los útiles. Además, se desarrolla una industria ósea estandarizada (con arpones, puntas de
azagayas, etc.) y se dominan las técnicas de pulimentado de la piedra. Por otra parte, se enriquece la variedad de útiles
(raspadores, buriles, puntas de flecha, etc.), creando unas tipologías muy estandarizadas, que varían espacial y
temporalmente. Desde el punto de vista económico, los grupos humanos empiezan a explotar de forma más intensa y
variada el territorio (desde el marisqueo hasta la caza de grandes mamíferos), abarcando nuevos dominios geográficos.
Durante esta época observamos, además, las primeras muestras de arte, lo que implica el desarrollo pleno de las
capacidades simbólicas de estos grupos. La creación de santuarios o lugares de agregación estacional fomentarían la
cohesión de las bandas de cazadores nómadas, el intercambio de materias primas y el fomento de las relaciones
exogámicas.
En la Península Ibérica existen dos amplias regiones donde se concentran los yacimientos de este periodo: la cornisa
cantábrica y el Levante. En el occidente, sur e interior peninsular se reconocen muestras esporádicas de ocupación
humana durante esta época.
Región cantábrica. Destacan los yacimientos en cueva, como El Pendo, Cueva Morín o El Castillo
(Cantabria). Esta región ofrece un gran desarrollo de las culturas del Paleolítico Superior Final, como el
solutrense y el magdaleniense, cuyos restos se hayan en los yacimientos de Las Caldas, La Viña (Asturias)
o Altamira (Cantabria). Cabe señalar la presencia del asturiense, una cultura epipaleolítica local que muestra
cierta especialización por el marisqueo.
Área mediterránea: su evolución es sincrónica a la gran región aquitano-cantábrica. Presenta yacimientos
en Cataluña (Abrí Romaní o L’Arbreda) y Andalucía occidental (Cuevas de la Carihuela, Zafarraya). La
cultura más característica es el solutrense levantino, en yacimientos valencianos en cueva (El Parpalló,
Mallaetes), que presentan puntas de aletas y pedúnculo que sugieren el uso del arco.
1.3.1. El arte paleolítico
Una de las grandes novedades del Paleolítico Superior es la aparición de manifestaciones artísticas. Es un arte
mayoritariamente figurativo, con una amplia gama de matices: desde el realismo hasta cierto esquematismo, con
temática zoomorfa (caballos, bisontes), antropomorfa (las venus) y de signos (tectiformes, claviformes, puntiformes,
etc.). En la península se define por las siguientes manifestaciones:
Arte parietal o rupestre. Tanto en el interior de cuevas como al aire libre, sobre bloques y abrigos. Las
técnicas empleadas son la pintura con óxidos minerales, vegetales; la imprimación de manos, el grabado y el
piqueteado.
Arte mueble o portátil. Realizado en piezas de pequeño formato en diversas materias, tanto inorgánicas
(piedra, terracota) como orgánicas (asta, marfil), de las que solo se conserva una pequeña muestra.
Comprende desde objetos de adorno corporal hasta útiles y armas (azagayas, propulsores).
En cuanto a su dispersión territorial cabe diferenciar la región cantábrica, que compone el núcleo principal del arte
rupestre a nivel mundial, y en la que destacan conjuntos como el del monte Castillo y Altamira (Cantabria) o Tito
Bustillo (Asturias). En el sur podemos destacar el arte rupestre la región costera de Málaga y Cádiz, como La Pileta y
Nerja. En el interior peninsular sobresalen las estaciones rupestres al aire libre, como los conjuntos de Foz Côa
(Portugal), Siega Verde (Salamanca) y Domingo García (Segovia).
2. EL NEOLÍTICO
El Neolítico representa el final del modo de vida de las bandas nómadas de cazadores-recolectores y el surgimiento de
nuevas estrategias de subsistencia dentro de una economía de producción, que dará lugar a la sedentarización del grupo.
Estos cambios conllevarán el surgimiento de las primeras aldeas, así como la aparición de nuevas manifestaciones
artísticas y funerarias. En cuanto a la cultura material, se sustituye el equipamiento paleolítico en piedra, ahora más
diversificado, y se extiende el uso de recipientes de cerámica, la industria lítica pulimentada y las actividades textiles.
2.1. Los primeros agricultores y ganaderos: Neolítico cardial
En lo que afecta a la Península Ibérica, las primeras muestras de neolitización se enmarcan dentro del neolítico antiguo
cardial de la cuenca mediterránea, que recibe su nombre por la presencia de cerámica decorada mediante impresiones
del borde de una concha (Cardium edule). La introducción de las innovaciones neolíticas se explica desde dos grandes
tesis:
1. Difusionismo o modelo dual: defiende la llegada de población conocedora de las innovaciones neolíticas
por vía marítima. Implica la coexistencia de dos grupos en el Levante peninsular; por una parte, los últimos
cazadores mesolíticos indígenas, que se van “neolitizando” y, por otra, grupos plenamente neolíticos, que
migraron a través del Mediterráneo.
2. Autoctonismo o evolucionismo: propugna una adopción de los sistemas de producción neolíticos por las
poblaciones mesolíticas peninsulares autóctonas. Esta tesis se apoya en la presencia de ciertas especies
silvestres autóctonas que pudieron se domesticadas y en el creciente numero de yacimientos que informan de
una adopción gradual de los rasgos neolíticos.
Lo cierto es que aún no existe un acuerdo entre los investigadores sobre si estas transformaciones proceden de una
evolución natural desde el Mesolítico o si bien se trata de elementos traídos del exterior desde el Mediterráneo.
El Calcolítico (3000-2200 a.C.) – del griego chalcós, cobre – señala la convivencia de los utensilios líticos junto a los
primeros objetos metalúrgicos de cobre. En esta etapa se consolida el modo de vida aldeano de comunidades agro-
pastoriles, que se integran en amplias redes de intercambio y utilizan el ritual funerario de la inhumación (tanto en los
megalitos como en fosas individuales). En el ámbito social asistimos al surgimiento de las primeras jefaturas.
Dentro de este periodo del territorio peninsular debemos destacar la llamada cultura de Los Millares, que se extiende
por las provincias de Almería, Murcia y la parte oriental de Granada. Esta cultura se caracteriza por la presencia de
importantes poblados, algunos fortificados. El asentamiento de Los Millares, en Almería, cuenta con tres recintos
amurallados con torres y bastiones. Frente a este se sitúa la necrópolis, con un centenar de tumbas de inhumación, la
mayoría sepulcros megalíticos de falsa cúpula (tholoi). La cultura de Los Millares se considera un foco autóctono de la
metalurgia del cobre y gran parte de su esplendor se explica por el desarrollo de técnicas agrícolas de regadío.
3.2. Manifestaciones funerarias del IV y III milenios a.C.
3.2.1. El megalitismo
Recibe el nombre de megalitismo (del griego megas, grande) el ritual funerario extendido por la fachada atlántica
europea durante el IV y comienzos del III milenio a.C., consistente en la inhumación colectiva en sepulcros
monumentales o megalitos cubiertos de túmulos. Los megalitos adoptan una variada tipología (sepulcro de corredor,
dolmen, galería cubierta, mehnir, crómlech).
En la península la presencia de megalitos es más numerosa en la mitad occidental. Cabe destacar los focos del noroeste
(Galicia y norte de Portugal), donde reciben el nombre de mámoas; en el suroeste y sureste, donde aparecen los tholoi;
o ciertos sepulcros colectivos erigidos con grandes bloques apaisados, los redondiles de la cuenca del Duero. Todos
los restos humanos se acompañan de ajuares, que suelen consistir en recipientes cerámicos, adornos corporales, láminas
de sílex, microlitos, hachas pulimentadas e ídolos.
3.2.2. El fenómeno campaniforme
El vaso campaniforme es un recipiente cerámico con forma de campana invertida cuyo uso se difundió en Europa
occidental y central desde mediados del III milenio a.C. hasta comienzos del II milenio a.C., entre las sociedades del
Calcolítico y principios de la Edad del Bronce.
Hasta mediados del siglo XX se identificó este tipo de cerámica con una civilización procedente de Centroeuropa que
habría migrado por todo el continente, pero en la actualidad se interpreta como un objeto de prestigio adoptado y
emulado por las comunidades del Calcolítico. Su valor vendría definido tanto por el contenedor como por el contenido,
que muy probablemente fue una bebida alcohólica. Recientemente se ha constatado la presencia de cerveza en el interior
de un vaso campaniforme en un túmulo de La Sima (Ambrosia, Soria).
En la Península Ibérica se distinguen distintos estilos decorativos y variedades regionales asociados a contextos
funerarios de inhumación. De entre estos destaca el estilo marítimo o internacional, de dispersión costera y alta
concentración en el estuario del Tajo. Se le considera más antiguo y su decoración consiste en bandas puntilladas con
temas geométricos.
Los testimonios mas antiguos de la presencia griega en la Península Ibérica pertenecen a la etapa arcaica (siglo VIII
a.C.) y se reduce a productos importados que llegaron mediante intermediarios fenicios. Hasta el siglo VI a.C. no está
constatado el establecimiento de griegos en suelo peninsular, si bien este se intensificó durante el siglo V a.C., cuando
se produjo el asentamiento efectivo de dos colonias focenses en suelo peninsular. Se trata de las fundaciones de
Massalia (Marsella) y Emporion (Ampurias), que alcanzaría gran prosperidad económica, como evidencian las
acuñaciones monetarias de óbolos de plata y dracmas, así como las grandes cantidades de cerámica ática distribuidas
desde este asentamiento entre las poblaciones indígenas. A estas se les unió pronto la ciudadela de Rhode (Rosas).
En el siglo IV a.C. se produjo una nueva oleada de fundaciones griegas en el sudeste peninsular, que se convertirán en
la base del comercio griego centrado en factorías costeras en competencia con los fenicios por las minas de Sierra
Morena.
3.5. Culturas indígenas de la Edad del Hierro
4. LA DOMINACIÓN ROMANA
La intervención de Roma en la Península Ibérica estuvo inicialmente enmarcada en las operaciones militares contra
Cartago durante la Segunda Guerra Púnica. La lenta dominación de pueblos iberos se consiguió mediante campañas
militares y acuerdos diplomáticos y fue progresando a la par que cambiaban los intereses de Roma en Iberia. Con
Augusto, Hispania va a conocer un esplendor económico, social y cultural, asistiendo más tarde, integrada como
Diócesis Hispaniarum, a la desestructuración del Imperio romano.
4.1. Las fases de la conquista romana (218-19 a.C.)
La conquista de los pueblos indígenas supuso dos siglos para Roma y progresó desde el noreste hacia el sur y al noroeste
después. En síntesis, se pueden señalar las siguientes etapas:
1. Durante el marco de la Segunda Guerra Púnica (218-206 a.C.), el Senado romano decidió intervenir en la
Península Ibérica contra Cartago, desembarcando un ejército en Emporion. La eficacia militar del
comandante Publio Cornelio Escipión, junto a la suma de intereses entre este y los pueblos iberos contra el
enemigo común cartaginés, determinó la definitiva expulsión de estos del suelo peninsular en 206 a.C.
2. Inmediatamente después de la contienda, el Senado de Roma decide dividir el territorio peninsular bajo su
dominio en dos provincias, la Citerior (más próxima a Roma) y la Ulterior (más alejada). A partir de 195
a.C. los romanos dirigen campañas militares contra los celtíberos, dando origen a las guerras celtíberas y
lusitanas (155-133 a.C.). Este periodo se caracteriza por la sucesión de razzias y traiciones entre los
lusitanos, aliados de los vetones y los sucesivos pretores romanos, enfrentándose a los caudillos indígenas.
Publio Escipión Emiliano, tras el asedio a Numancia, consiguió su capitulación y destrucción (133 a.C.).
3. Desde la caída de Numancia la conquista romana se afianza y el suelo peninsular participa en los conflictos
civiles de Italia. En un primer momento, las llamadas guerras sertorianas (82-72 a.C.) enfrentaron a los
optimates de Pompeyo y a los populares dirigidos por Sertrorio, aliado de los celtíberos. En los años 40 a.C.,
Julio César llega a Hispania para luchar contra los pompeyanos.
4. Tras una década de campañas militares en las guerras cántabras (29-19 a.C.), en la que participó el mismo
Octavio Augusto, se logró poner fin a la conquista romana y hacer definitiva la pacificación de Hispania.
4.2. Hispania en el Alto Imperio (14-238 d.C.)
Augusto dividió Hispania en tres provinciae, dos de ella gobernadas por legati (delegados) y una por el Senado:
BIBLIOGRAFÍA
- EIROA, J.J. (1996): La Prehistoria. La Edad de los Metales, Akal. Obra perteneciente a una colección dirigida
a universitarios y aficionados. En ella se relacionan los aspectos sociales culturales e históricos de las
civilizaciones con los avances científicos y tecnológicos.
- DIAZ MARTNIEZ, P.C.; MARTINEZ MAZA, C; SAN HUESMA; F. (2007): Hispania tardoantigua y visigoda,
Istmo. Combina las diferentes producciones historiográficas de la época del Bajo Imperio romano en Hispania
y de los visigodos.
- BERMUDEZ DE CASTRO, J.M. (2002): El chico de la Gran Dolina: en los orígenes de lo humano, Crítica.
Obra centrada en el estudio de los resultados de las excavaciones en la Sierra de Atapuerca. El autor arroja un
poco de luz sobre la evolución de los homínidos indoeuropeos en el ultimo millón de años.