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Legitimidad del poder político

La aceptación del poder por parte de sus destinatarios nos pone ante un principio esencial: la legitimidad. Si
dejamos a un lado la aceptación espontánea, los mecanismos mediante los que se consigue que las decisiones del
poder político sean aceptadas por sus receptores resultan muy diversas.

Antes de entrar a estudiar tales mecanismos, sin embargo, debemos hacer la siguiente reflexión previa: El
concepto de legitimidad nos sitúa ante la justificación del poder como tal, nos obliga a plantearnos una pregunta
fundamental, a saber, ¿por qué unos mandan y otros obedecen?

En la civilización occidental, hasta los albores de las revoluciones burguesas, se responde a dicha interrogante en
función de la idea aristotélica según la cual los individuos no son naturalmente iguales. En la filosofía de Aristóteles
se impone un principio esencial que apunta hacia la desigualdad natural (los hombres son desiguales por
naturaleza). Así pues, hay individuos naturalmente superiores y otros, que también naturalmente, son inferiores.

En función de tal planteamiento, el poder no necesita ser legitimado, es algo natural que se impone por sí mismo:
unos están llamados a ejercerlo (por ser superiores) y otros quedan destinados a obedecer (por ser inferiores). Los
individuos considerados superiores son los propietarios, siendo los únicos que participan en la gestión de los
asuntos públicos (la propiedad juega un papel determinante en la configuración aristotélica del ser humano y de su
dignidad: permite justificar la esclavitud). Inspirándose directamente en este planteamiento, la democracia
ateniense excluía de los procesos participativos tanto a los varones no propietarios como a mujeres y esclavos.

La reflexión ilustrada que precede a las revoluciones burguesas supone una ruptura radical con este modo de
entender la condición humana., afirmando como principio básico la igualdad natural de todos los individuos
(dignidad similar). Desde tal perspectiva, si ya no puede seguir manteniéndose la idea de que los superiores
mandan y los inferiores obedecen, el poder necesitará ser legitimado.

El mecanismo esencial de legitimación es el contrato social o pacto constituyente, acuerdo suscrito entre individuos
con el objeto de crear un ente artificial, el Estado, que ejercerá el poder (según lo dispuesto por las normas
jurídicas) con la finalidad de regular la convivencia. Así pues, el poder se legitima gracias a la aceptación de sus
receptores (percepción esencial: decisiones ajustadas al sistema de creencias y valores vigentes en el conjunto de
la sociedad).

Desde un punto de vista teórico, encontramos diversas reflexiones sobre los mecanismos que permiten forjar esa
aceptación social del poder que lo convierte en legítimo. Destacamos la contribución de dos autores
fundamentales: Max Weber y Jürgen Habermas.

Max Weber distingue tres tipos de legimidad:

a) Legitimidad tradicional: es aquella en la que el poder se asienta en costumbres y usos inmemoriales, forjados a
lo largo del tiempo. La tradición resulta esencial en la configuración y el ejercicio del poder. Este tipo de legitimidad
es la que concurre en la monarquía feudal.
b) Legitimidad carismática: en este supuesto, la aceptación de las decisiones políticas aparece directamente
conectada con las cualidades de quien las adopta (el lider). Los individuos aceptan los mandatos del poder sobre la
base de las extraodrinarias características personales de quien los formula (líder carismático). Ejemplos históricos
de este tipo de legitimidad son los regímenes personalistas de Mussolini, en Italia, o Hitler, en Alemania.

c) Legitimidad legal-racional: la aceptación de las decisiones políticas y del mismo ejercicio del poder deriva del
hecho de que se llevan a cabo de acuerdo con las normas y procedimientos jurídicos establecidos a tal efecto. El
fundamento del poder aparece situado en el ámbito normativo, esto es, en la existencia de reglas estables y
formalizadas. La lógica que rige este modelo de legitimidad del poder es la que afirma que se obedece a las leyes,
no a las personas.

Nos interesa el reflexión de J. Habermas sibre la legitimidad sobre todo porque incorpora una referencia
fundamental a la necesidad de que ésta sea democrática. Para hablar de la existencia de un poder legitimo no
basta con la existencia de un sistema normativo preestablecido ni tampoco de procesos decisorios
predeterminados (aproximación de M. Weber). Ambas cuestiones tienen que aparecer configuradas sobre la base
de criterios democráticos.

¿Cuándo puede afirmarse que el poder político goza de legitimidad democrática? En la construcción de Habermas
se exige la concurrencia de tres principios esenciales:

a) La libertad de los individuos para hablar y exponer sus puntos de vista en el proceso deliberativo. En tal sentido,
resultan imprescindibles los derechos fundamentales de libertad de expresión, de conciencia, etc.

b) La igualdad de los individuos a la hora de participar en dicho proceso de discusión y decisión. Si no se preserva
la paridad entre los participantes, no puede afirmarse el carácter democrático del proceso.

c) Finalmente, la estructura misma de la deliberación en común: debe presentar unas condiciones tales que
permitan que se imponga el mejor argumento. No manipulación ni coacción en la presentación y discusión de los
diversos argumentos que se presentan y conforman la deliberación.

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