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▼ 2020 (7)
1. Sanctuary III Part 1 (21:12)
2. Sanctuary III Part 2 (20:44) ▼ febrero (4)
Yes - DRAMA
CD 2 The Buggles - THE AGE OF
PLASTIC
1. The Moonsinger Suite (Chimpan A Remix) (22:24)
Vangelis - INVISIBLE
2. Troy's Lament (3:17) CONNECTIONS
3. Perpetual Motion (3:44)
4. El Paso (3:04) Brian Eno / Daniel Lanois /
Roger Eno - APOLLO: AT...
5. Moonsinger Rising (2:18)
6. Sanctuary III Part 1 (Tom Newman Mix) (21:28) ► enero (3)
7. Sanctuary III Part 2 (Tom Newman Mix) (20:39)
► 2019 (31)
Sanctuary III (2018) está marcado por una diferencia fundamental que existe entre su autor Robert ► 2018 (28)
Reed y el alma mater de la ya trilogía, Mike Oldfield: que Oldfield sólo sigue publicando álbumes, a
su ritmo, en parte para matar el gusanillo de su creatividad, en parte para mantener un nivel de ► 2017 (36)
vida de yates, chalets y champán en la piscina, mientras que Reed come de lo que vende. Llena la ► 2016 (36)
nevera y pone gasolina en su coche con su música, y no creo que alguien que sigue publicando en
► 2015 (49)
Bandcamp pueda permitirse el lujo de esperar demasiado antes de volver a lanzar un álbum. Pienso
que casi todos los defectos de Sanctuary III se deben más a las prisas por publicar que a su ► 2014 (37)
naturaleza plenamente asumida de pastiche. ► 2013 (65)
► 2012 (99)
► 2011 (106)
► 2010 (147)
► 2009 (90)
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Robert Reed en una imagen promocional.
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0060.117, VINYL LP, 1978)
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Bridget St. John - Ask Me No
Questions / Rabbit Hills
(Shagrat, 2016)
Hace 1 mes
Contraportada CLASSICS
Scarlatti: The Complete Sonatas
Guitarra aparte, quizá donde más se percibe el canon Oldfield es en el segundo CD, el de los extras. - Richard Lester
Además del acostumbrado remix de Tom Newman , aquí se recoge algún tema (Moonsinger Suite) Hace 1 mes
que recuerda al Oldfield tardío, el de Ibiza y el chill out, pese a que quiere parecerse a The Songs of
Posada Folk
Distant Earth. Debe ser amor incondicional el de Reed hacia su ídolo, considerando que esta época Felíz Año!
no es la más valorada por los fans. Brilla por su originalidad algún temilla western al estilo de The Hace 1 mes
Shadows (¿o será Return to Ommadawn?), pero, en general, el segundo CD es una colección de
retales y experimentos más que otra cosa, desde un temilla que recuerda a la intervención de Paddy Sentidos
Brahms. Ein deutsches Requiem.
Moloney en Ommadawn (Troy's Lament) a otro en la línea bastante obvia de Incantations (Perpetual
Karajan. Orquesta Filarmónica
Motion). Demasiado evidente todo.
de Berlín. 1964.
Hace 5 meses
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El Desierto Carmesí
El desierto se muda a Facebook.
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Yes - The Ancients Live 1974
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The Prophet From Silicon Valley.
The Complete Story Of
Sequential Circuits
Hace 3 años
A Closet of Curiosities
An Announcement about Reposts
Hace 4 años
Extracto promocional.
Lost Frontier
Manticornio: Rock Progresivo
El 20 de abril sale a la venta una nueva entrega de Sanctuary, el proyecto con el que el galés Robert (guía de álbumes y artistas)
Reed rinde homenaje al estilo musical de Mike Oldfield. Los dos álbumes anteriores se publicaron Metropolis
en 2014 y 2016, y Reed también ha tenido tiempo de lanzar un disco con versiones de David Bedford Music and Folklore
(Variations on Themes by David Bedford) y apadrinar un álbum del flautista Les Penning (Belerion). Nostalgia comiquera
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Respecto a Sanctuary III, podemos escuchar ya un pequeño extracto que recuerda a una melodía del
álbum Five Miles Out, y es de esperar que el resto del trabajo sea otro exquisito pastiche como los
anteriores, un placer culpable para los fans de Mike que recupere sus atmósferas clásicas. Y nos hará
preguntarnos cuándo se decidirá Reed a desarrollar del todo su innegable talento para la melodía
con un sonido más suyo, menos preocupado por la imitación y más por la innovación. Como en
Sanctuary II, el álbum incluye un segundo CD con temas sueltos y un remix completo, y un tercer
disco con la versión 5.1 y videoclips.
La contraportada, con desglose de contenidos.
Al final de las vacaciones de verano de 1996 se publicó el tercer álbum de Mike Oldfield para la
Warner, titulado Voyager. Podemos especular sobre los diversos motivos que movieron al inglés a la
hora de elegir su temática, pero me resulta difícil de creer que en ello influyese la relativa
decepción comercial de The Songs of Distant Earth (1994), sobre todo pensando que habría sido
ridículo intentar igualar un éxito inevitable como el del previo Tubular Bells II (1992). También me
sorprende que se tienda a describir la relación de Oldfield con sus discográficas como si el primero
fuese un pobre asalariado echando horas extras para impresionar a las segundas y ganarse sus
simpatías, pero hay quien dice que el nuevo CD fue un producto puramente económico más o menos
exigido por WEA para llenar las arcas. Yo me niego a pensar así de un disco como Voyager, un disco
con grandes defectos pero también con un sentido de la belleza arrebatador.
Hablábamos de la temática de Voyager, que es bien conocida: la música celta. Oldfield había
trasteado con esta tradición varias veces, sobre todo en sus grandes instrumentales (incluyendo el
tardío Amarok), aunque quizá nunca de forma explícita. Digamos que la manera de componer del
joven Mike ya estaba impregnada inconscientemente de ciertos patrones rítmicos y melódicos celtas
desde el principio. También es cierto que la música celta estaba muy de moda a mediados de los
noventa, por lo que el lanzamiento de un álbum como Voyager no podía ser más oportuno. Queda al
gusto del consumidor distinguir entre oportunidad y oportunismo.
Contraportada.
Voyager no contiene una musica celta "pura", sino que sus temas están revestidos del clásico toque
Oldfield, vistosos en lo melódico y exquisitos en la producción, si bien es posible que en algún punto
se le vaya la mano con esto último. Se suponía que el CD iba a ser muy ortodoxo (de hecho, en él
participan popes de lo celta como Sean Keane, Matt Molloy, Máire Breatnach, Liam O'Flynn o
Davy Spillane), pero cuentan que alguien en Warner lo tachó de soso y Mike tiró de ordenadores
para sazonarlo un poco. Creo que Voyager puede verse más como el homenaje de Mike Oldfield a la
música celta que como "el álbum celta de Mike Oldfield".
Portadas de los singles The Voyager y Women of Ireland . El segundo contiene los típicos remixes de baile.
Voyager contiene 10 temas, de los cuales 4 son propios y 6 son versiones. La primera versión, más
espectacular y aventurera que el original, es la contenida en The Song of the Sun ("La canción del
sol"). Fue compuesta en su día por el gallego Bieito Romero para su banda Luar na Lubre bajo el
título de O son do ar ("El sonido del aire"). También está The Hero, basada en el tema escocés
Hector The Hero, que Oldfield arregla con estruendosas gaitas y un espíritu muy de banda sonora de
cine. Por su parte, Women of Ireland, pese a que no es un tema estrictamente tradicional, ha
pasado al repertorio general celta gracias a su interpretación por The Chieftains para la película
Barry Lyndon (1975). Siendo Oldfield fan de Stanley Kubrick, llega a incluir en su versión un trocito
del tema principal de la película, la Sarabanda de Händel. El trabajo de Mike a la guitarra, pese a
no ser un tema especialmente arriesgado, es brillante.
Women of Ireland
La siguiente versión es She Moves Through the Fair ("Ella se mueve por la feria"), un tema tranquilo
pero elegante que Oldfield construye a partir de una canción irlandesa muy conocida, y que antes
habían versionado Sinéad O'Connor, Loreena McKennitt, Art Garfunkel, Van Morrison y hasta Led
Zeppelin, entre muchos otros. Ahora, para mi gusto, el tema versionado más apabullante de Voyager
e s Dark Island. Esta es la clase de música que ha hecho de Mike Oldfield un mito de la música
instrumental contemporánea, una explosión sensorial que inunda los sentidos y nos eriza los vellos.
Es difícil no escucharlo una segunda vez justo después de la primera.
Suena Dark Island sobre imágenes de las costa cántabra.
Queda una última versión, Flowers of the Forest, que pese a la luminosa grandiosidad (excesiva
quizá) que le aporta Oldfield, es en su origen una pieza escocesa que conmemora una triste derrota
militar, y además hoy en día se utiliza con frecuencia en funerales. Creo recordar que la voz
femenina es la de Sally Oldfield, pero puedo equivocarme.
Muchas de las críticas negativas de Voyager se centraron en que los temas propios de Oldfield son
más irregulares, y esto es estrictamente cierto. Celtic Rain es resultón y muy bonito, aunque deja
poco poso. Quizá sea porque Oldfield lo compuso y lo grabó en un rato, cosa que tiene su mérito
pese a no ser un corte memorable. The Voyager me gusta menos todavía, no porque sea realmente
malo, sino porque a mi juicio tiene más producción que composición (la melodía, de hecho, parece
no estar redondeada del todo) y se hace largo. No obstante, fue publicado como single.
The Voyager
Muy distinta es la impresión que deja Wild Goose Flaps Its Wings ("El ganso salvaje aletea"), un tema
muy ambiental, muy chill out si se quiere, y que está inspirado en un movimiento del Tai Chi, al que
Oldfield se había aficionado por aquel entonces. Superficialmente podría parecer que es muy largo y
monótono, y que divaga, pero una escucha más atenta nos revela un tema con un poder evocador
apabullante, compositivamente casi milagroso, y con una de las guitarras más profundas y expresivas
que ha grabado Mike en toda su carrera. Es el tema de Voyager al que regreso más a menudo.
Pero Oldfield se guarda lo mejor para el final, el largo Mont St. Michel, que se inspira en la famosa
fortaleza de cuento de hadas en la costa francesa. Es una pequeña suite de doce minutos en la que
el músico lleva a cabo su más brillante ejercicio de fusión con el medio orquestal-sinfónico, tan
armoniosa como cambiante, francamente espectacular. Se sabe que Oldfield tuvo ayuda de un
experto orquestador, y el protagonismo recae más en la London Symphony Orchestra (la que
dirigió John Williams en seis episodios de Star Wars) que en la guitarra de Mike, pero esto no resta
valor a una pieza que supera -pese a su menor extensión- a posteriores incursiones clásicas suyas
como Music of the Spheres (2008).
Con más problemas de planteamiento que de ejecución, al menos en términos generales, Voyager no
fue del todo bien recibido por la crítica y hay quien lo señala como el principio del bache creativo
en el que se sumió su autor durante varios años, y que se confirmó con su mudanza a Ibiza en aquel
mismo 1996 y la desafortunada publicación de Tubular Bells III en 1998. Para gustos, colores, pero
en mi opinión Voyager, aun siendo artísticamente menos ambicioso de lo esperado, es uno de los
discos "buenos" de la última etapa "buena" de Mike Oldfield, a la espera de saber si el reciente y
fabuloso Return to Ommadawn (2017) conlleva un renacimiento prolongado para su autor. Del
indudable legado popular de Voyager dan testimonio los muchos nuevos aficionados, e incluso
grupos, que se acercaron a la música celta gracias a aquel álbum bisagra. Pese a quien pese, y con
sus defectos a la espalda, es un clásico.
Publicado por El conde en 12:42 7 comentarios:
Etiquetas: celta, chill out, new age, progresivo Oldfield
Casi lo he dejado caer antes, y es que creo que la carrera de Oldfield se ve perjudicada por su
longitud más o menos atípica (no hay tantos músicos que sigan en activo manteniendo cierta
regularidad en sus publicaciones desde principios de los setenta) y por la gran cantidad de obras
publicadas, algunas con un trabajo enorme de composición detrás, y otras, en general las más
tardías, con mucho menos. Unas y otras muestran diferencias abismales en su calidad, y hay
demasiados ejemplos que comparar. Pero si en algún momento se le hubiese agotado la inspiración,
y creo que sus últimos álbumes son prueba de lo contrario, no habría sido nada raro.
Entre los clichés esgrimidos contra la música de Oldfield seguramente destacan dos: a) se ha vuelto
vago y depende en exceso de la tecnología, y b) ha abusado de las secuelas y el logo de Tubular
Bells. Como se trata de dar mi opinión, que para eso está el blog, diré que ambas cosas me parecen
ciertas, pero con muchos matices. Sobre a), habría que recordar que incluso en sus obras
sacrosantas Oldfield siempre procuró contar con los mayores avances técnicos del momento, por lo
que habría que distinguir el uso del abuso en obras más recientes sin caer en prejuicios. "Uso" es
crear los ambientes espaciales de The Songs of Distant Earth o el plácido y denso paisajismo de
Voyager; y "abuso" es grabar todo un álbum doble aburridísimo (Light + Shade) porque te has topado
con un cacharrito que imita la voz humana. Tampoco olvidemos que, incluso en mitad de su época
más tecnológica, publicó un álbum tan fresco y directo como Guitars. A veces se lo ignora adrede
para generalizar negativamente sobre su producción en aquellos años.
Voyager y Guitars, dos álbumes a reivindicar.
Respecto a b), pienso que se ha dado demasiada importancia a que una obra musical pueda tener
secuelas o remakes, cuando nadie a estas alturas se molesta porque haya 24 películas de James
Bond, unas muy buenas y otras malísimas, o porque casi cualquier libro de éxito se convierta en
trilogía, tetralogía o saga de 7 volúmenes. Lo de la calidad de las secuelas tubulares es cuestión de
gustos, pero generalmente se ataca más al hecho de que existan que a su valor artístico. Nunca he
entendido esto. No me ha parecido bien, eso sí, el uso del logo tubular a discreción en obras no
relacionadas directamente como The Millennium Bell y, sobre todo, en mil recopilatorios. La marca
se ha devaluado por su uso excesivo, buscando sin duda los réditos económicos. También valdría la
pena plantearse si se ha machacado igualmente a los Rolling Stones por su boca y su lengua, o a
otros muchos artistas que ponen su emblema personal en las portadas.
También vale la pena hacer un pequeño comentario sobre la actitud de la crítica profesional hacia
Oldfield, que estos días le está afectando como nunca antes a juzgar por sus intervenciones en
Facebook. No solo se ha empecinado en colgar las críticas buenas, sino también en quejarse de las
malas de manera un poco histriónica, y es que alguna declaración suya hace ver su resquemor (y
aquí creo que tiene razón) por el escaso cariño que ha recibido en su vida de la industria musical y
las instituciones culturales. Quitando su Grammy por Tubular Bells , su aparición en los JJOO -
apuesta personal de Danny Boyle-, un Premio Ondas en España y alguna chorrada coyuntural a
comienzos de los ochenta, Mike Oldfield no ha recibido reconocimientos públicos acordes con lo
prolongado de su carrera y los varios momentos muy destacados de la misma. Es visto como una
"anti-estrella" incómoda porque no crea tendencia con su imagen personal, porque no se codea con
el artisteo en alfombras rojas y, sobre todo, porque hace un tipo de música que, sin ser para nada
cosa de snobs, es difícil de vender en el mundo cortoplacista de la canción de 3 minutos de iTunes
que descargas en el móvil para salir a correr.
La BBC le dedicó un documental, eso sí.
No hay una actitud vital ni una forma de vestir asociada con su música, no hay ninguna tribu urbana
que lo reconozca como referencia, si dices que escuchas a Oldfield nadie va a posicionarte política o
ideológicamente, y el mundo actual tiende a descartar todo aquello no etiquetable, todo aquello
inútil de cara a la definición en sociedad del individuo consumidor. Prueba de todo ello es leer
críticas muy positivas de Return to Ommadawn que terminan dándole 2 o 3 míseras estrellitas de 5,
quizá por miedo a dar demasiada importancia a algo "raro" que no está a la última; o escuchar un
espacio en la radio española en el que evitan expresamente comentar el nuevo álbum por ser "difícil
de digerir" para, a continuación, hacer un top ten de sus canciones pop de hace 35 años. Manda
huevos.
En fin, que el caso de Mike Oldfield es representativo de lo que sucede con la mayoría de artistas y
trabajos que solemos comentar aquí, y por eso sigo empeñado en promocionar este mundo de
músicas verdaderamente alternativas que, de conocerlas, harían inmensamente felices a muchas
personas que no saben ni que existen.
Publicado por El conde en 13:47 6 comentarios:
Etiquetas: progresivo Oldfield
El viejo guerrero con su mandoble a la espalda ha recorrido una escarpada cordillera hasta llegar al
valle escondido entre glaciares. La ventisca ruge en sus oídos, pero el guerrero sonríe.
Hace mucho que dejó atrás los pantanos de Aor, en cuyas aguas cenagosas pobladas por saurios
ancestrales a punto estuvo de quedar atrapado para siempre. Salió airoso a su paso por las cavernas
de los belicosos poprocks y, pagando un alto coste en forma de heridas que nunca sanarán, escapó
del laberinto de Chilaut tejido por el mago Remix. Vagó confundido por territorios ignotos, perdió
a muchos aliados y seres amados durante el viaje, y solo gracias a su encuentro con el ciervo mágico
Fandom pudo hallar finalmente el camino a su hogar. Está muy cerca y el tramo que resta para
llegar, aunque tortuoso y cubierto de hielo traicionero, es cuesta abajo.
Mike Oldfield es uno de los tres grandes nombres en la música popular instrumental contemporánea,
quizá el más raro de los tres, el más inclasificable. Con Return to Ommadawn se reivindica como el
que todavía tiene más ases en la manga, y eso que los más recientes trabajos de los otros dos son
más que dignos. Oldfield lleva medio retirado desde hace una eternidad, está arrugado y ajado de
sol, la música ya no es lo más importante en su vida. Se ha vuelto perezoso y ha emprendido
proyectos que, o bien no han convencido al público, o bien se han quedado en meros caprichos
personales o callejones experimentales sin salida. Durante el último año se ha divorciado por
enésima vez y ha afrontado la pérdida de su padre y de su hijo mayor, el último por culpa de ese
mazazo inexplicable que es la muerte súbita. Pero Mike no se ha rendido.
Mike Oldfield
Ha abierto una ventana (varias cuentas de Facebook) en su torre de marfil para dejar entrar las
voces de sus muchos seguidores y pedirles consejo, y todos juntos, él y nosotros, nos hemos dado
cuenta de que su música es mejor cuanto mayor es su libertad para componer, para tocar a
discreción los muchos instrumentos que domina. Mike quería volver al principio, regresar a sus
mejores años (los de Ommadawn) grabando un disco acústico instrumental espontáneo y libérrimo,
poco menos que una maqueta que saldría a la venta tal cual, sin mucha ingeniería, sin mucho
retoque. Estos aspectos representan a su vez los mayores defectos de Return to Ommadawn: una
cierta torpeza en algunos arreglos, una confianza excesiva en la improvisación de varios fragmentos,
un par de notas aquí y allá ejecutadas con indecisión. En todo lo demás, Return to Ommadawn es el
sueño dorado del seguidor de Mike Oldfield de siempre.
Te sientes en una nube escuchando el sonido cristalino de las guitarras (protagonistas absolutas) en
sus múltiples desarrollos melódicos durante los primeros 15 minutos del álbum, flotando con
placidez entre los fondos etéreos y lejanos en la línea de Hergest Ridge; y cuando piensas que ya es
suficiente, que ya tienes más de lo que se podía esperar, la combinación de percusiones, coros y
guitarra eléctrica épica nos devuelve inesperadamente a los grandiosos finales de los clásicos
oldfilianos setenteros. Lo que algunos aficionados señalan como un anticlimax al final de la primera
suite es en realidad un preámbulo a la segunda. Da la sensación de que, como sucedía en Amarok,
Return to Ommadawn es una sola pieza musical partida en dos por aquello de su edición en vinilo a
dos caras. En cualquier caso, la segunda mitad de la obra está presidida por una dulcísima melodía
que se va y vuelve hasta en tres ocasiones, con diferentes arreglos en cada caso y con transiciones y
desarrollos de por medio cada vez más inspirados, más imaginativos.
Para cuando alcanzamos el tramo final del álbum, una ágil y divertida pieza de corte celta con
simpáticos sampleados de la inolvidable On Horseback, nos hemos dado cuenta de que el genio de
Oldfield ha ido despertando, creciendo exponencialmente según avanzaba su partitura. De haber
durado 15 o 20 minutos más, quién sabe si Return to Ommadawn no habría alcanzado del todo las
excelencias de su ilustre antecedente. Tal como es en realidad, hipótesis aparte, este álbum es uno
de los mejores de su autor, el mejor desde principios de los noventa y, a estas alturas, una
demostración de talento latente que dejará boquiabierto al más pesimista. Llegamos a la conclusión
de que Mike Oldfield no es el artista en decadencia que muchos quieren ver, porque Return to
Ommadawn podría pasar por el debut de un joven músico inconformista bullendo de inspiración que
intenta hacerse un hueco antes de ponerse a crear una carrera sólida.
En la página oficial hay una galería de fotos con los instrumentos del álbum.
Oldfield toca todos los instrumentos y ejerce como discreto ingeniero de un álbum que, aun
conteniendo un par de fragmentos bastante artificiales, destaca como un todo orgánico, puro y
vitalista que fluye a la perfección y crece más y más con cada escucha. Aun siendo austero en los
arreglos, melódicamente es riquísimo, y todos sabemos que esa es precisamente la parte más
meritoria por ser la más complicada. Oldfield confía más en su genio que en su experiencia, y por
mucho que hubiese estado bien equilibrar un poco más la balanza, gana la apuesta con creces.
Return to Ommadawn es, si no una nueva obra maestra del nunca suficientemente reconocido genio
de Berkshire, una luz de esperanza en tiempos de miseria creativa general, cuando solo los más
grandes son capaces de confortar a los hambrientos de belleza.
Return to Ommadawn está disponible en descarga digital, LP, CD normal (estuche de plástico rígido,
menos mal) y una edición limitada con CD y DVD de audio en 5.1 (en digipack).
Desciende de su astada montura y ve que en mitad del valle le espera la ciudad-santuario que ha
estado buscando, erigida sobre el caparazón de la bestia sagrada de la imaginación, que ni el
tiempo ni los elementos pueden doblegar. Tira de las riendas de Fandom y ambos se disponen a
cruzar las puertas guardadas de la fortaleza eterna. Pronto caminará por sus callejas estrechas y en
sus tabernas se regocijará con los viejos sabores de la cerveza y el queso que conoció en su
juventud. Ya no es el mismo hombre presto a la aventura que un día fue, pero lo que queda de
aquel muchacho soñador se agita de júbilo en sus huesos molidos por el frío y los golpes del camino.
Por fin está en casa. Por fin ha regresado a Ommadawn.
Publicado por El conde en 16:35 9 comentarios:
Etiquetas: progresivo Oldfield, rock progresivo
El galés Rob Reed hizo en 2014 un regalo impagable a los nostálgicos del rock progresivo
instrumental del que Mike Oldfield fue abanderado en los años setenta. Su acertadísimo Sanctuary,
además de homenajear de la mejor manera posible al espíritu de Tubular Bells, demostró que Reed
es un tipo con una creatividad desbordante y un virtuoso de la larga lista de instrumentos que
interpreta. Con todo, no es injusta aquella valoración del primer Sanctuary que lo califique de
pastiche, ya que a lo largo de sus dos suites es bastante fácil señalar a qué melodía del Oldfield
clásico se hace referencia. Este defecto puede haber sido el punto de partida a la hora de afrontar
la composición de Sanctuary II.
Reed otorga a Sanctuary II un aire a veces más rockero, a veces más folk que el del primer álbum. O
lo que es lo mismo, se acentúan los extremos. A su vertiente de rock progresivo contribuye la
presencia notable de Simon Phillips, batería imprescindible del Oldfield ochentero. Si bien no es el
suyo un instrumento con el que pueda dejarse una impronta demasiado personal, sus intervenciones
son muy oportunas y refrescantes. Por otra parte, Robert Reed ha contado con otro colaborador de
Oldfield, Les Penning, flautista de categoría que aquí contribuye a crear varios pasajes juguetones,
en la línea del villancico que publicó junto a Reed las pasadas navidades. Ya que hablamos de
presencias oldfilianas, recordaremos que vuelven a participar -aunque en menor medida- los
técnicos Tom Newman y Simon Heyworth.
En cualquier caso, si bien Sanctuary II reafirma las virtudes del álbum original, también acentúa
algunos de sus defectos. En Sanctuary hacían falta varias escuchas para llegar a apreciar el fluir de
la música entendida como un todo, como una narración sonora coherente. Costaba trabajo, pero se
lograba. En el caso de Sanctuary II, y aunque todavía tengo que hacerlo girar unas cuantas veces
antes de llegar a un veredicto, da la sensación de que va a ser mucho más difícil percibir la conexión
interna entre las partes. Hasta hay varios puntos en los que se podría haber situado un cambio de
pista en el CD sin que el flujo musical se resienta. Parte de la culpa de este carácter caótico del
disco la tiene el entusiasmo descontrolado de Reed, que acumula momentos de clímax sin el
suficiente criterio para lograr el efecto deseado, esto es, construyendo poco a poco y preparando al
oyente para esos momentos de grandeza. Por detalles como este, el propio Mike Oldfield sigue
estando a años luz de este leal seguidor, por mucho que haya quien desea que uno pudiese
cambiarse por el otro.
Con lo que nos quedamos es con el empeño de Robert Reed por cumplir el deseo del viejo Mike: que
alguien tomase el relevo y continuase componiendo instrumentales largos en los que el oyente pueda
sumergirse. Ha costado años que alguien llevase a término esta idea de manera tan explícita, y solo
nos queda esperar a que en un futuro y más que probable Sanctuary III, Robert Reed sea capaz de
seguir deleitándonos sin necesidad de estar a la sombra del gigante. Poco a poco lo va logrando.
El nuevo álbum puede adquirirse en un pack que incluye otro CD con material extra y un tercer
disco con la mezcla 5.1 de Sanctuary II. El material extra contiene piezas como las hermosísimas
Salzburg y Pen y Fan, que mantienen el sonido general del álbum aunque son piezas independientes;
las versiones tipo single de Marimba y el fragmento con Les Penning; un remix de Marimba a cargo
d e Chimpan A; dos versiones descartadas (pero muy interesantes) del comienzo y el final de la
segunda suite del álbum; y lo mejor de todo, una versión de la totalidad del álbum con un fabuloso
trabajo de producción de Tom Newman. Realmente, hay tantas diferencias respecto al disco
"definitivo" (creo que aquí no está Simon Phillips, por ejemplo) que en gran parte parece un trabajo
distinto, más delicado gracias al cuidado puesto en el volumen y el tratamiento de cada
instrumento, de cada capa de sonido, en realidad. Quizá suene menos fresco, menos directo, pero el
toque artesanal en la línea del Oldfield clásico es mucho más notorio. Que Reed incluya esta versión
en un segundo CD no solo es una gran idea, sino todo un regalo para el oyente. Con franqueza,
existiendo esta edición con material extra, ni me plantearía hacerme con Sanctuary II en una versión
básica.
El proximo viernes se publica la reedición en formato "deluxe" del famoso álbum de Mike Oldfield de
1984, Discovery. Siendo el músico uno de los predilectos del blog, he decidido dedicarle un
comentario al trabajo, pese a que no lo incluí en el pequeño widget de la derecha que informa
sobre próximas entradas. Mucho se ha quejado el multiinstrumentista de cómo la compañía Virgin
Records le presionaba para componer temas cantados radiables, pero, tal como intenté argumentar
en una entrada hace tiempo, dudo mucho que crear obras tan hermosas como ésta supusiese un
sufrimiento. No voy a dejar a Oldfield por mentiroso, pero sí que es evidente en él una enorme
inestabilidad emocional que le ha conducido a distintos ejercicios de revisionismo sobre su propia
vida y obra, calificando cualquier cosa de basura y luego de obra maestra, o al revés, según tenga el
día. De Discovery llegó a decir que era su mejor disco, y aunque está claro que exageraba por
razones promocionales, hay mucho amor y dedicación puestos en él.
Estamos a mediados de los ochenta, y Oldfield, que va dejando atrás su época de mayor originalidad
(los años setenta), se adapta a los tiempos con nuevos trabajos que, si bien mantienen su
popularidad y sus ventas muy altas, dejan a los fans un poco pendientes de qué pasará, hibernando
a la espera de nuevos instrumentales épicos. La irrupción de nuevas vertientes en el pop mundial
debieron impulsar al músico a tontear con canciones propiamente dichas, tímidamente con aquel I
Got Rhythm de Platinum (1979), y con mucho más calado en el álbum Five Miles Out (1982), con
Family Man. La explosión pop de Oldfield llega con el álbum Crises (1983), cuya segunda mitad,
salvo por una pequeña miniatura aflamencada, es una pequeña colección de canciones muy variadas
y llamativas. Destaca entre todas la sempiterna Moonlight Shadow, que sigue siendo el tema más
popular del británico junto a Tubular Bells, pese a que alguien poco informado jamás supondría que
son obra del mismo autor.
Contraportada del vinilo.
Pues bien, el álbum Discovery está planteado como una potente secuela de la vocación pop de
Crises, ambiciosa por dejar el instrumental -mucho más breve- al final, y llenar cara y media del LP
con canciones vocales. El sonido de éstas es muy depurado, meritorio a más no poder si valoramos la
faceta de Oldfield como ratón de laboratorio musical (le ayudó en la producción Simon Phillips,
también batería), aunque está claro que, escuchadas hoy en día, algunas de las canciones suenan
muy de su momento. La cantante Maggie Reilly se consagra aquí como una de las voces femeninas
más características del pop ochentero, revalidando el éxito de Moonlight Shadow con la excelente
To France , que abre el disco. Fue un pepinazo en la radio y sigue sonando con frecuencia en la
actualidad.
El original, con la banda tocando en un tejado en llamas durante una inundación (?) es cada vez más difícil de encontrar.
Se alterna o complementa Reilly con la voz masculina de Barry Palmer en una serie de temas que se
enlazan muy elegantemente, con unos arreglos cada vez más elaborados y una atmósfera medio
cósmica (se utilizó abundantemente un sintetizador Fairlight en la composición), medio folk-rock.
No soy muy admirador de la ingenua Tricks of the Light ni de la para mí un pelín seca Discovery,
pero sólo puedo caer rendido ante la belleza de Poison Arrows, Crystal Gazing y, sobre todo, Talk
About Your Life, que reinventa inteligentemente la dulce melodía de To France. Hay quien se queja
de que Saved by a Bell es ñoña, y de que a Barry Palmer le falta fuelle en algún punto de la
melodía, pero me gusta su toque soñador.
Poison Arrows
Hacia The Lake, y a sabiendas de que es uno de los cortes instrumentales más admirados por los
seguidores de Oldfield en su etapa ochentera, tengo sentimientos encontrados. La pieza está
inspirada por el lago Lemán, o Ginebra, en Suiza, cerca del cual se grabó Discovery. Como dice una
frase impresa en la contraportada del disco, todo él fue "grabado en los Alpes suizos, a 2000 metros
de altitud, con vistas al lago Ginebra en días soleados". Es un tema bonito, digno del mejor Mike
Oldfield (recuerda por momentos al tema Taurus II de Five Miles Out, más que al precedente
inmediato Crises), pero hay tramos que me dejan un poco frío pese a ser en general una
composición briosa e imaginativa (suena incluso la sintonía de la 20th Century Fox y -creo- el rugido
del león de la Metro) y, como el conjunto del álbum, exquisitamente bien producida. Algunos
fragmentos se me hacen un poco simples, aunque es cierto que otros son muy profundos y
expresivos. Hay grandísmos fragmentos de guitarra.
Creo que mi problema es que suelo escuchar los álbumes de Oldfield de principio a fin, y para
cuando llego a The Lake ya tengo la sensación de haber disfrutado de una experiencia completa con
las canciones anteriores (recordemos que la penúltima recupera melodías de la primera, cerrando
una especie de círculo conceptual), con lo que estoy... digamos que saciado. El postre, por muy
bueno que sea, se me hace largo. Tal vez la cuestión esté en que el mismo Mike considera, de algún
modo, que el instrumental es una obra separada, independiente de lo que segundos antes ha sido el
álbum Discovery, y de ahí el título secundario del LP, Discovery and The Lake.
No sobra mencionar que los singles de Discovery incluyeron algunos temas reseñables que después
han aparecido en recopilatorios, y que están en la novísima reedición del álbum. Hablamos de
Afghan, In the Pool y Bones, las dos primeras muy bonitas, la tercera un interesante experimento.
Por cierto, Afghan ha sido reelaborada y ampliada bajo el título The Royal Mile para la "deluxe".
Los singles de Discovery.
Discovery dio origen a una gira europea de presentación, muy arquetípica del sonido en directo de
Mike y lo que era su banda más o menos estable de los ochenta. La nueva edición no contiene el
clásico concierto de la gira en el segundo CD, sino la extraña Suite 1984 que pretende hermanar
musicalmente el álbum que nos ocupa con la banda sonora de Los gritos del silencio (The Killing
Fields), creada poco más o menos en paralelo y que, más allá de la proximidad de las fechas, no
tiene nada que ver ni con Discovery ni con The Lake. Otra vez Mike Oldfield, el revisionista de sí
mismo, haciendo de las suyas.
Publicado por El conde en 14:27 6 comentarios:
Etiquetas: pop, progresivo Oldfield, rock
No quería dejar que terminase 2014 sin haber comentado un álbum esencial que cumple 20 años,
The Songs of Distant Earth (1994), del todavía entonces plenipotenciario Mike Oldfield. Se trata
también de un disco muy especial para mí, ya que fue el primer trabajo de Oldfield que llegó a mis
manos. Es también uno de los pocos álbumes de este señor que pueden considerarse conceptuales en
sentido estricto.
Lo trajeron sus majestades de Oriente a casa de mis tíos, posiblemente porque mi tío tenía unos
cuantos vinilos de los ochenta en su colección y pensaron que me gustaría también. Supongo que fue
una elección razonable para regalarme (yo por entonces era un patético indocumentado musical),
sobre todo porque Oldfield estaba muy de actualidad tras el éxito enorme de Tubular Bells II dos
años antes, y la campaña publicitaria del nuevo álbum era muy potente en los medios. La primera
vez que lo escuché -sin excesiva atención- me gustaron algunos fragmentos más que otros, aunque
resultó fascinante disfrutar de una música así de cósmica en la recién adquirida minicadena con CD
del hogar familiar. No sería hasta una buena temporada más tarde cuando comencé a ser consciente
de la grandeza de la carrera del sr. Oldfield, y me abrí plenamente a The Songs of Distant Earth.
Como ya comenté en alguna ocasión, coincidió que el mismo disco entró por la chimenea de un buen
montón de amigos y conocidos, hasta el punto de que la mitad de viviendas de mi entorno tenía su
copia. Las ventas en España debieron ser bestiales, aunque no conozco las cifras.
Terminado este prólogo autobiográfico, toca ponerse profesionales y comentar el disco a nuestra
vieja usanza. The Songs of Distant Earth puede ser considerada la última obra maestra de Mike
Oldfield, previa al período de vaivenes en el que todavía anda metido. Con muy honrosas
excepciones como el bellísimo Voyager, el fresco Guitars, el novedoso Music of the Spheres o el
sorprendente Man on the Rocks (2014), la carrera de este artista se ha movido entre la
autosatisfacción (Tubular Bells III, Tubular Bells 2003), las apuestas fallidas (The Millennium Bell) y
el tonteo superficial con los géneros de moda (Tres Lunas, Light + Shade). Pero The Songs of Distant
Earth es una de sus grandes obras, exactamente lo que se espera que dé a luz un artista de su
categoría al encontrarse en un momento de plena libertad creativa y favor popular.
La idea de The Songs of Distant Earth surge de varios frentes. Por un lado están las nuevas formas
de abordar la música instrumental popular que surgen en los noventa, con obras de gran éxito como
los primeros álbumes de Enigma o Deep Forest, que se caracterizan por fusionar lo étnico con lo
electrónico. El propio Oldfield llegó a recomendar públicamente la escucha de los segundos, y
Michael Cretu (cerebro de Enigma) debía ser conocido de Mike tras haberle coproducido un tema del
álbum Islands (1987). Incluso hubo quien afirmó que el seudónimo de Cretu, Curly MC, ocultaba en
realidad a Oldfield. La segunda influencia para el álbum, la principal, es el gusto de Mike Oldfield
por la ciencia-ficción.
Arthur C. Clarke y la portada original de su novela.
No es solamente que el artista que nos ocupa sea un fan acérrimo de 2001, la película de Kubrick
(como tantos otros músicos de su generación), sino que está un par de escalones por encima en lo
que a frikismo se refiere, ya que es además seguidor de Star Trek incluso en algunas de sus menos
populares variantes televisivas. En cualquier caso, Oldfield quiso apuntar bien alto y se fue a buscar
al último de los Grandes Maestros de la ciencia-ficción literaria que quedaba vivo en 1994 (en una
franja de pocos años habían desaparecido tanto Robert A. Heinlein como Isaac Asimov), nada menos
que Arthur C. Clarke, autor de la saga de 2001 y otros clásicos como El fin de la infancia o Cita con
Rama. Podemos imaginarnos al muy hospitalario Clarke y Oldfield sentados en sillones de mimbre en
el frondoso jardín de la residencia del primero en Colombo (Sri Lanka), mientras el segundo le
comenta su idea para un disco conceptual basado en su novela Cánticos de la lejana Tierra (1986).
Parece que Clarke admiraba la música de Oldfield, en concreto su banda sonora para Los gritos del
silencio (The Killing Fields), y debió sentirse contento con la idea de que se adaptase musicalmente.
Recordemos que, por poner un ejemplo, los agradecimientos de la novela 2010: odisea dos incluyen
a Jean Michel Jarre, Vangelis y John Williams por su inspiración, de manera que el ofrecimiento de
Mike Oldfield encajaría bastante bien en sus gustos.
Imagen de la segunda versión en CD del álbum, procedente del videoclip de Let There Be Light .
Musicalmente hablando, lo que se hizo en The Songs of Distant Earth fue plantear la composición
como una obra de música electrónica cósmica. No se decantó Oldfield por hacer algo al modo de
Tangerine Dream, sino más bien por aplicar su estilo compositivo, medio clásico medio progresivo, a
piezas en las que los sintetizadores más avanzados llevasen -junto a sus guitarras, por supuesto- la
voz cantante. Al final, The Songs... se convierte en el ejemplo más perfecto de cómo se puede
hacer ciencia-ficción con música. El argumento de la novela sirve como hilo conductor del álbum,
aunque al tratarse de una obra instrumental es complicado apreciar todas las equivalencias entre
escenas del libro y pasajes musicales, títulos aparte.
El diseño del estuche del disco abundaba en planetas, burbujas y mantas rayas.
El disco comienza con un impresionante fondo sobre el que escuchamos cánticos de ballenas, y al
astronauta Jim Lovell, capitán del célebre Apolo 13, recitando los primeros versículos del Génesis
bíblico. In the Beginning ("En el principio") se llamó al corte, y a continuación llega el primer tema
estrella del álbum, Let There Be Light ("Hágase la luz"), que nos sumerge en un fascinante ambiente
de viaje espacial, con cánticos étnicos, voces sampleadas y una elegante melodía de guitarra
eléctrica cristalina. Con la carne de gallina nos vamos a Supernova, que entra en faena con la trama
del libro: el sol va a estallar antes de lo que suponían los científicos, y la única alternativa de la
humanidad es crear una especie de arca de Noé, la nave Magallanes, para salvar a cuantos
individuos sea posible, en estado de hibernación. Es un tema ambiental, muy electrónico, que se
mueve in crescendo hasta llegar a la explosión propiamente dicha, Magellan, donde una inesperada
banda de gaitas nos hace saltar de puro épico. First Landing ("Primer aterrizaje") suena
precisamente a un progresivo apagado de motores, y Oceania nos presenta un panorama de
expectante quietud en el que se retoma, meditativa, la melodía de Let There Be Light, convertida
ya en principal leitmotiv del disco. Por derroteros parecidos y enlazada mediante un sonido pulsante
se mueve Only Time Will Tell ("Solo el tiempo lo dirá"), una pieza atmosférica bastante densa y
llena de voces sampleadas. Los siguientes dos temas, Prayer for the Earth ("Oración por la Tierra") y
Lament for Atlantis son dos himnos planteados de un modo distinto. El primero es un cántico de tipo
indígena, y el segundo una melodía grandilocuente e instrumental. Con ellos culmina la primera
mitad del álbum.
La segunda mitad comienza de manera prometedora, con el tema filo-gregoriano The Chamber ("La
recámara") convirtiéndose en el espectacular y mucho más rítmico Hibernaculum, que fue primer
single del álbum, aunque de todos los temas es seguramente aquel en el que se nota más la
influencia de las modas de entonces. Antes de que alguien se asuste con el título del siguiente
tem a , Tubular World ("Mundo tubular"), debe decirse que no solamente es perfectamente
coherente en el contexto musical del álbum, sino que ni siquiera suena a refrito de Tubular
Bells más allá de su título. The Shining Ones ("Los que brillan"), que habría hecho furor en tiempos
de los ácidos, es un tema original e innovador que sigue ampliando las fronteras del universo creado
por Oldfield; y de Crystal Clear ("Claro como el cristal") debe decirse que es un tema para escuchar
hasta el final antes de opinar, ya que empieza como un ejercicio ambiental estático, un poco soso,
para ofrecernos después uno de los más impresionantes y extáticos solos de guitarra eléctrica que se
ha marcado nunca Oldfield. Justo antes del gran final del CD nos deleitamos con la muy lograda The
Sunken Forest ("El bosque sumergido"), con un ambiente subacuático fabuloso, muy envolvente y
evocador.
Hibernaculum
El tema que cierra The Songs of Distant Earth tiene cierta alma de suite-resumen del disco, aunque
la maestría con mayúsculas de Mike convierte a Ascension en una maravilla de esas que le han
puesto en la cumbre de la música instrumental contemporánea. Con un ritmo muy marcado nos
movemos entre atisbos de Let There Be Light, Supernova y Only Time Will Tell , para conducirnos
hacia otra apoteosis de guitarra eléctrica que termina de erizarnos los vellos de la nuca. Y todavía
queda un potente fragmento coral para derrotarnos del todo. Tras una serie de explosiones (no he
leído la novela, pero supongo que es el momento culminante de la misma), nos quedamos con un
último tema, A New Beginning ("Un nuevo comienzo"), con un estremecedor cántico que suena a
polinesio. Fastuoso.
Portadas de los singles Hibernaculum y Let There Be Light . Hubo multitud de ediciones con o sin remixes.
No todos los fans del músico lo apreciaron de la misma manera en su momento, unos porque se
trataba de un trabajo menos acústico, menos "orgánico" que los que habían dado fama a Mike en sus
mejores tiempos; otros, porque consideraron que contenía muchos fragmentos-puente que hacían la
experiencia un poco pesada, quizá demasiado ampulosa. A veinte años de su lanzamiento y con
numerosos avances por el camino en el arsenal de cualquier músico de vanguardia, no cabe duda de
que The Songs of Distant Earth ha envejecido muy bien. Aunque su naturaleza bastante sintética no
ayudó a subrayar las maravillas a nivel de producción que tanto deslumbraron en Tubular Bells II ,
sigue siendo todo un impacto sensorial sumergirse en este mundo cósmico tan elaborado, tan
exquisitamente cuidado. Oldfield no solamente se dejó la piel en sus virtuosos momentos a la
guitarra, sino que supo dar al disco una perfecta estructura sinfónica muy bien equilibrada y
calculada al dedillo.
Portada de la segunda versión del CD.
Entre los numerosos singles que se lanzaron para promocionar el álbum se colaron tres temas
nuevos. Se trata de The Song of the Boat Men , The Spectral Army e Indian Lake. Los dos primeros,
sobre todo, tienen pinta de haber sido descartados del disco que nos ocupa.
Como no creo necesario insistir en las bondades de esta obra, solamente queda mencionar que este
fue el primer disco de música que incluyó una pista interactiva para ordenador. Tal honor quedó
algo deslucido al tratarse de unos contenidos en CD-Rom exclusivos para ordenadores Macintosh
(Mac) de Apple, que eran una opción minoritaria entonces. La primera edición del CD llevaba una
pegatina advirtiendo que el primer corte (el interactivo) no debía reproducirse en un equipo de
música, por si acaso te lo cargabas. Y hablo de esa primera edición en contraste con una versión
posterior, en la que cambió tanto la portada como todo el diseño del libreto, y que no llevaba este
tipo de advertencias impresas. Sí que estaba en ambas el texto redactado por Arthur C. Clarke para
la ocasión, que concluía dando la bienvenida al espacio a Mike Oldfield, y prometiéndole que "sigue
quedando muchísimo espacio por ocupar ahí afuera".
Publicado por El conde en 9:22 11 comentarios:
Etiquetas: electrónica, new age, progresivo Oldfield
Sanctuary (2014) ha sido seguramente uno de los discos del verano para aquellos aficionados a
músicas que bajo ningún concepto sonarían mientras crujetean los espetos de sardinas en el
chiringuito. Pero no por haber tenido una relativa difusión entre su público-objetivo ("target
audience" que dirían en inglés) voy a dejar de hacer mi propia valoración del mismo.
Una buena forma de entrar en faena es plantearnos el porqué de su título: Santuario. Un santuario,
entendido en un sentido amplio y no solo religioso, viene a ser cualquier lugar que reservamos para
guardar allí algo tan preciado, tan valioso para nosotros que a) queremos acudir a admirarlo siempre
que podamos, y b) queremos que dure eternamente, y no aceptamos que algo pueda estropearlo o
restarle valor. En lo que se refiere al mundo musical, precisamente porque siempre me ha gustado
presumir de eclecticismo en el espacio del blog, siempre he tenido la mente abierta y me he
mantenido lejos de cualquier talibanismo. Pero tengo una excepción. Tengo un santuario musical:
l o s álbumes instrumentales épicos de Mike Oldfield, especialmente los cuatro primeros de su
carrera en solitario. Robert Reed, el músico galés autor de Sanctuary, parece utilizar el concepto de
"santuario" de un modo cercano al antes expuesto, si bien el santuario de Reed seguramente atesora
más una determinada forma de hacer música que los álbumes de Oldfield en sí. Por eso Sanctuary no
es un simple collage a base de pasajes de estos discos clásicos, sino que es más bien un primo
hermano de los mismos, o mejor un hermano de leche.
Robert Reed en su estudio.
Rob Reed, un artista de mediana fama gracias a sus proyectos en el rock progresivo (sobre todo por
su banda Magenta) pertenece a la generación de músicos soñadores que no pudieron esquivar el
fenómeno de las campanas. Habiendo realizado varias versiones de temas clásicos del género, al
final le ha podido la necesidad de dar rienda suelta a su admiración por aquella forma de hacer
música, y ha convertido a Sanctuary -sin la menor duda- en la obra de otro artista que más se
asemeja a la de Oldfield, y también la que mejor ha sabido captar el espíritu de aquella etapa de su
carrera. Puede que esto parezca fácil, ya que de entre los popes de la música instrumental
contemporánea (ya sabemos quiénes son los otros dos), Mike Oldfield es el más difícil de rastrear,
como influencia directa, en la música de compositores posteriores; y por lo tanto no se han
realizado muchas obras que puedan competir por el honor de parecerse más a la fuente. Lo que
ocurre es que Sanctuary recuerda tan agradablemente al progresivo Oldfield que no tiene rival
posible. Una muestra:
El álbum de Robert Reed ha sigo grabado con unos instrumentos que, si bien no son del todo los
mismos que emplease el entonces adolescente Oldfield, sí que aportan unas soluciones musicales
reconocibles para todos los seguidores del autor de Tubular Bells . Es posible diseccionar las dos
suites de Sanctuary en busca de fragmentos que recuerdan a los instrumentales del señor
Mike desde Hergest Ridge hasta Amarok, en sentido amplio, aunque tras varias escuchas te vas
dando cuenta de que se trata de eso, de "soluciones musicales" que somos capaces de reconocer,
más que de piezas reutilizadas a palo seco, a lo cortapega. El mérito está en que Sanctuary no
solamente es capaz de recrear los pasajes más conocidos de aquellas obras que homenajea, los más
grandiosos, sino que llega incluso a transmitir sensaciones muy sutiles que estaban también en ellas,
a veces en pasajes extremadamente delicados como aquel de Ommadawn en el que unas flautas casi
imperceptibles parecen imitar el canto de pájaros a mitad de la cara A. No solo se revive la forma
de aquellos trabajos, sino también su espíritu, lo que para un fan antiguo de Oldfield no tiene precio
a estas alturas.
Una especie de videoclip con un trozo de la segunda parte.
Me inquieta el hecho de que el malvado productor me recuerde a Rick Wakeman...
Como bien han señalado algunos críticos, Sanctuary sí que tiene un pequeño problema a la hora de
dar una coherencia completa sus dos suites. Si cada álbum clásico de Oldfield se construía a partir
de una serie de notas muy concretas que reaparecían aquí y allá (recordemos el famoso riff de
Tubular Bells o las cuatro notas iniciales de Incantations, por ejemplo), el álbum de Reed -a falta
de una nueva escucha que haga encenderse mi bombilla mental- carece de esta cohesión interna. Si
bien los múltiples pasajes que lo componen están exquisitamente bien hilados y en indiscutible
armonía, el resultado final se queda en tierra de nadie, entre el sonido terruñero de TB, Hergest
Ridge y Ommadawn, y el caos de Amarok.
Contraportada.
La polémica es inevitable, porque al final cada cual reza en su santuario a su manera. Están quienes
-como yo- damos cálidamente la bienvenida a un trabajo tan afectuoso hacia una música que nos
encanta, y también están quienes lo ven como un sacrilegio y un desperdicio de talento, una
"imitación" meritoria pero estéril... en fin, una prueba más de que el progresivo actual sigue
viviendo de glorias pasadas, según los más escépticos. Incluso la portada ha suscitado controversias,
ya que unos la entienden como cercana a lo que podría haber sido perfectamente un diseño para el
Oldfield de los setenta, y a otros les recuerda a un disco de relax del canasto del Worten.
Otro vídeo con un trocito de Sanctuary. Un poco amateur, pero es bonito.