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Vladimir Emiliano Bello Hernández

Las potencias artísticas de la filosofía.

“Si algo debemos tener por


sagrado en el mundo es la mentira y no la verdad”
Objetivo
En la presente exposición deseo argumentar a favor de usar el diálogo filosófico escrito
como medio de expresión válido en los trabajos académicos. Para lograr esto partiré de la
polémica sobre si la filosofía es una actividad epistemológica, lógica, artística, científica o
más bien una actividad híbrida, y que debido a su carácter diverso posee un ámbito
propio, ya que la validación de la forma literaria del diálogo depende de una consideración
artística de la filosofía.

Planteamiento del problema


La filosofía ha sido caracterizada a lo largo de la historia como una actividad de índole
primordialmente epistémica, privándola de otras caracterizaciones incómodas o
aparentemente no acordes con esta perspectiva. No sin razones, pues en el nombre
mismo con el que designamos esta actividad se encuentra ya etimológicamente la
indicación de que se tiene como finalidad la sabiduría, y por ende el conocimiento, la
verdad y el uso de la facultad que permite todo lo anterior: la razón.
Pero dicha indicación me parece insuficiente como para determinar de antemano a
la filosofía como sólo epistemológica, pues esto deja de lado sistemáticamente sus
componentes artísticos. Si bien la filosofía tiene el uso valorativo de la razón como eje
paradigmático de acción, ello no termina por explicar mínimamente su naturaleza, pues
habiendo otras actividades como la ciencia o la magia que también parten de un uso más
o menos correcto de la razón ¿cómo sería posible su cabal distinción? Evidentemente esta
caracterización es limitada y está por demás decir que la identidad de la filosofía, pese a
todo dogmatismo, siempre ha sido polémica.
Hay ciertas cualidades emocionales y artísticas en el hombre que determinan el
quehacer filosófico, ya que los filósofos no somos seres exclusivamente racionales, y el
devenir discursivo permite comprendernos también desde otras categorías y otros
esquemas explicativos. Los filósofos también somos animales, irremediablemente
pasionales, recelosos, crueles, violentos, reactivos, torpes, orgullosos, mortales,
espontáneos, ocurrentes, motivados por un pasado prehistórico tan extenso que
pareciera perderse en el infinito, motivados por fenómenos que no terminamos de
explicar, por sesgos y suposiciones olímpicas, por idealizaciones, por límites en la
expresión verbal, por límites en la capacidad de percibir y representarnos
conceptualmente el mundo1.

1Se ha objetado, por ejemplo, sobre dichos límites en la sensibilidad y el entendimiento


que “no podemos conocer de otro modo”, pero resulta una objeción tan inservible y
endeble como las patadas de un ahogado al momento de considerar seriamente la
La filosofía no sólo es una actividad epistémica, porque los filósofos no somos sólo
seres epistémicos; por default, de origen, la filosofía se nutre de la sin par capacidad
humana por representarse el mundo, de sentirlo no sólo mediante la sensibilidad, sino
también mediante sus emociones, es decir, mediante una respuesta individual,
circunstancial, psicológica del mundo. Es por ello que la filosofía no es un actividad
enteramente epistemológica y racional, sino que también depende siempre de los
sentimientos, de las circunstancias personales e históricas, de la espontaneidad, de la
imaginación, del lenguaje natural y la destreza en el mismo. Elementos que en suma son
expuestos vívidamente en el género literario del diálogo filosófico, género que, según nos
refiere Diógenes Laercio, Aristóteles2 ya encontraba a medio camino entre la ciencia y la
poesía.
No obstante, la expulsión de los poetas de la ciudad filosófica no es sólo una
imagen de la República platónica, sino que esta postura anti artística, anti subjetiva, anti
emocional dentro de la filosofía se ha enquistado en nuestras instituciones académicas,
encubriendo con ello su propia naturaleza, atrofiando sus componentes artísticos
mediante el desuso, e hipertrofiando, por otro lado, sus componentes epistemológicos.
Prueba de ello se refleja en el estilo literario en se suele verter el pensamiento filosófico
dentro de las aulas y, por si fuera poco, también fuera de ellas: el ensayo académico. Un
estilo que por su carácter monológico, no da cabida a una auténtica recreación del
fenómeno originario del habla y del pensamiento, que aún manifestándose en el individuo
posee un acierta naturaleza social que sí se refleja en el género dialógico.
Y cuando digo “se suele verter” en realidad estoy diciendo que es rara la ocasión
en la que sea de otra forma cuando se trata de la elaboración de los trabajos académicos.
Nosotros ponemos enérgicamente en tela de juicio que esto sea correcto y proponemos el
uso del diálogo filosófico escrito como medio de expresar el pensamiento en los trabajos
académicos.
Para justificar esto nos ha parecido oportuno partir de las consideraciones que
Nietzsche hace sobre la naturaleza humana, sobre la naturaleza artística de la filosofía y su
función para con la cultura; también nos ha parecido relevante y necesario retomar la
vieja polémica abierta en el Fedro sobre los modos de verter el pensamiento mediante la
escritura.

La concepción nietzscheana de la filosofía


Nietzsche, a lo largo de su obra, ha buscado descubrir, sino suficientemente, sí
paradigmáticamente la naturaleza poética del ser humano y del lenguaje, así como sus
repercusiones en el ámbito de la ciencia, la filosofía y el saber en general. Es
particularmente en su extensísimo ensayo Verdad y mentira en sentido extramoral donde
se nos presenta la idea de que la filosofía es una actividad inconscientemente artística
mediante la cual el hombre crea visiones de mundo regidas por el principio racional del

posibilidad de conocer una realidad objetiva al margen de nuestra constitución corporal y


mental.

2 En una obra perdida titulada Peri poietón o Sobre los poetas


entendimiento. No obstante, revisando los apuntes y fragmentos cercanos temporal y
temáticamente a este ensayo, puede percibirse que además, para nuestro autor, el papel
que juega la filosofía no es un fin por sí mismo3, sino que su actividad es un medio para
estimular en un pueblo sano la cultura, es decir, estimular la creación de grandiosas obras
artísticas que conjugando los elementos lógicos y creativos del hombre den sentido a éste,
a su comunidad y a la civilización.
Las razones que orillan a Nietzsche a considerar así el papel de la actividad filosófica están
en el hecho de que el ser humano es un animal que se ha distinguido de otras especies
por tener su capacidad de crear ficciones muy desarrollada, ello, por supuesto, en su
sentido más general y amplio, pero que puede observarse fácilmente por medio de las
especies de la ficción:

“...aquí está la ilusión, la adulación, la mentira y el engaño, el hablar a las espaldas de alguien, la
representación, la vida de brillo prestado, el enmascaramiento, el convencionalismo encubridor, el
teatro ante los demás y ante uno mismo, en definitiva, el ininterrumpido revoloteo sobre la llama
de la vanidad hasta el punto de ser la ley y norma, por lo que es casi inconcebible el cómo llegara a
surgir entre el ser humano un sincero y puro impulso hacia la verdad.” Nietzsche, Verdad y mentira
en sentido extra moral.

Además, como más adelante en este mismo ensayo explica (y también en un curso de
retórica inédito) ello ha sido posible en gran medida por el origen, naturaleza y desarrollo
del lenguaje en el ser humano. Nuestro autor sugiere que el lenguaje si bien nos ha
parecido útil para la expresión y elaboración de conocimiento, se originó como creación
de artistas individuales que intentaban representar una experiencia singular del mundo
mediante un sonido producido por la boca, pero a través del cuál buscarían imponer una
cierta expresión y pensamiento al resto de la comunidad, por lo que dicho sonido
quedaría fijado por su capacidad de agrado, petrificándose con el uso, dejando de
designar la experiencia particular y pasando a usarse de manera general. No obstante,
Nietzsche en más de una ocasión es asertivo: la generalidad no es otra cosa que la
simplificación de la multiplicidad del mundo, por practicidad, por limitación de nuestro
pensamiento, por flojera, simplificamos lo que en el mundo nunca es simple.
Es pues mediante la palabra y posteriormente mediante el concepto la manera en
que nuestras limitadas pero creativas mentes representan, falsean y recrean el mundo.
Pero ¡oh problema! La ciencia y la filosofía han pretendido establecer un conocimiento del
mundo a partir de una estructura lingüística, esto es, mediante, juicios y, por supuesto,
conceptos, y claro, también mediante la experiencia, la demostración y la comprobación,
pero todas estas representadas siempre en un medio lingüístico y conceptual.
Por lo anterior, nuestro autor concibe que la filosofía previa a él, en su intento por
conocer el mundo, olvida los medios artísticos por los que se vale (conceptos y lenguaje
en general), confundiendo su idealización de lo real, de lo objetivo, independiente al
hombre, con su invención pragmática de lo verdadero, con su recrear el mundo bajo
términos, conceptos, especies, géneros y jerarquías. Desde esta perspectiva el mundo no
es algo “real” a lo que podamos tener acceso mediante el conocimiento, sino una

3 Como podría sugerir Aristóteles en la Ética a Nicómaco.


interpretación constante mediada por visiones artísticas surgidas a propósito de nuestra
configuración mental, corporal, ideológica, histórica y, por sobre todas las cosas, vital,
pues la necesidad de sobrevivir se antepone a cualquier otra, incluso una posible
necesidad de verdad.
Esto último podría resultar un trago amargo para el filósofo, pues si se pudiera
preguntar a la vida qué es lo que quiere, si vivir o conocer, sin duda, la vida respondería
que vivir.
Por otro lado, nuestro autor, dada su profunda labor como filólogo, observó con
atención cómo la grandeza de un pueblo como el griego se erigía no sólo mediante el
dominio político, sino simultáneamente con su profusa difusión artística, particularmente
en la obra de arte total: la tragedia griega, pero no limitado a ella. Veía el erudito de
Basilea en el pueblo griego una salud capaz de crear obras grandiosas que justificaran la
vida del hombre, su existencia, pese al dolor, la muerte, la enfermedad y la vejez. Si
revisamos los fragmentos póstumos cercanos a la producción del ensayo en cuestión,
advertiremos que el autor se formula una suerte de hermenéutica teleológico ontológica,
en la que supone que el fin de la materia es la vida, y el fin de la vida es la representación
del mundo, la cual se encarna en la memoria corporal de todo ser vivo, en su memoria
fisiológica, genética, pero que adquiere su forma más elevada, más desarrollada y
compleja en el ser humano por ser el animal más artístico de todos, capaz de recrearse el
mundo mediante el arte, la espontaneidad y la sensación, pero también mediante la
ciencia, la filosofía y el concepto.
Dado que para nuestro autor el fin de la existencia humana y la existencia en sí
misma está en la creación de grandes obras culturales, supone a la filosofía como una
actividad que puede contribuir a esta meta estimulando a un pueblo sano, porque la
auténtica cultura, nos comenta Nietzsche, no puede surgir de un pueblo enfermo y
decadente como el nuestro, ni de una civilización nihilista como la modernidad, pues esta
es la época en que el hombre ha hipertrofiado su razón, desequilibrando con ello sus
demás instintos y su vida, y así como el cerdo babirusa ha desarrollado enormes colmillos
para sobrevivir que llegan al punto de perforarle el cráneo, así el hombre moderno,
anteponiendo el valor de la razón a todo lo demás se ha perforado a sí mismo su
capacidad de crear belleza y con ella una auténtica cultura. Y aunque la creación de
grandes obras puede manifestarse mediante el individuo, éste para ser capaz debe
provenir del seno de una comunidad fuerte, con un desarrollado sentido del arte, de la
creatividad, en contacto con sus instintos vitales.
Cerdo de Babirusa.

Considerando todo esto podemos entender que la filosofía, si bien es cercana a la ciencia
por crear conocimiento, por el uso de la razón, del juicio, del concepto y de la
jerarquización categórica del mundo, también es cercana al arte porque además de que el
lenguaje tiene una naturaleza artística, la filosofía especula, da saltos intuitivos, no
siempre demostrados, pues no siempre es posible agotar exhaustivamente un problema,
crea modos de acceso al mundo, mediante el vehículo del lenguaje, que contagia cual
virus no sólo un modo de interpretación, sino que se vuelve el germen y semilla desde el
cuál nuevas consideraciones surgirán para concebir lo que llamamos real, o mundo, o
existencia, es decir nuevas interpretaciones que a la larga se multiplicarán entre pueblos y
naciones, configurando civilizaciones enteras. El filósofo no sólo observa como el
científico, sino que también contempla como el artista, no sólo habla de lo que es, sino
también de lo que podría ser, propone, especula, da saltos olímpicos en su permanente
interpretación de las cosas, en su permanente disputa de lo real y de lo valioso, habla de
lo que querría que fuera el mundo y el ser humano según los imperativos de la razón que
no cesa de imaginar las primeras causas o los mejores modos de vida, o la forma por la
que conocemos, imagina constantemente, tanto como Dalí en sus sueños más profusos o
el Bosco en sus alucinaciones más violentas. ¡Y es necesario que imagine! Porque
ciertamente es imposible que el hombre conozca absolutamente el mundo, conoce sólo la
superficie. Para suplir esa deficiencia, vive necesariamente mediante las ilusiones de su
imaginación.
Puesto que vivir exige de nosotros actuar, suponemos miles de cosas todos los días,
pues no podemos detenernos a examinar exhaustivamente cada una, la economía del
pensamiento (por no decir flojera) implica simplificar lo que llamamos real a nuestros
presupuestos teóricos. Al subir al camión, confiamos en que éste nos ha de llevar a la FES al
darle unas monedas, lo suponemos porque nos hemos acostumbrado a ello, pero no hay
demostración de que ello sea necesario, cuando decimos que x es y, suponemos que la
estructura gramatical del juicio es idéntica a la estructura fundamental del mundo, pero a final
de cuentas es sólo una suposición. Por supuesto, es posible pretender defender nuestras
suposiciones, pero siempre hasta cierto punto, después del cual moriremos o seremos
refutados, u olvidados, para el caso da lo mismo.
Una vez mostrada la naturaleza poética del hombre en general y del filósofo en
particular, quisiera mostrar que el género dialógico es la forma menos imperfecta de
representar el pensamiento filosófico, porque es el género literario más cercano a la oralidad
viva. Para ello haré una pequeña introducción al género.

Vida, oralidad y representación


Diógenes Laercio nos informa que según Aristóteles en la obra perdida Sobre los poetas se
menciona que el primero en escribir diálogos fue Alexámenos de Teos, no obstante, no se
nos dice si se trataba de diálogos literarios o filosóficos. Pese a ello, enseguida, como si
quisiese corregir la plana, se nos dice que Platón, al haber llevado dicho estilo hasta su
cumbre, es como si hubiese sido el primero, es decir, paradigmático.
Diógenes nos proporciona una caracterización del diálogo platónico que bien
podríamos tomar como canónica, propia de su época y tradición helenística: un cierto
estilo de escritura, caracterizado por el empleo de al menos dos personajes: uno principal
y uno o varios interlocutores que con decencia de costumbres4 y ornato en las palabras,
hilando una conversación argumentada mediante preguntas y respuestas que abordan
una serie de problemas filosóficos o políticos, en la medida en que hay preguntas y
respuestas se forma la dialéctica, el arte de discutir mediante principios de razón.
Si bien, el diálogo como género literario es algo que se inaugura y consagra por
medio de Platón, como afirma el biógrafo, se encontraba previa y fragmentariamente ya
en las obras de poetas e historiadores, e incluso se tiene noticia de que estaban en
circulación previo a Platón escritos sobre supuestas conversaciones entre los siete sabios.
También los sofistas son un precedente ineludible por la introducción de reglas o
principios lógicos en la polémica y el discurso, así como Zenón de Elea, supuesto inventor
de la dialéctica.
Pero previo a su aparición en obras escritas es evidente que el diálogo es
originariamente un fenómeno oral y quizá humano antes que filosófico, pues surge de la
conversación. Por ello, su recreación escrita siempre será un sucedáneo, una imitación
deficiente, pero comparado con el resto de formas escritas, la menos imperfecta.
En este sentido Platón en el Fedro y la Carta VII es más que severo contundente: el
escrito no tiene la capacidad de defenderse a sí mismo, es limitado en sus recursos
expresivos, debe verse, en el mejor de los casos, como un feliz pasatiempo, pero de
ninguna manera tomarse como algo serio, pues ningún hombre sensato a menos que

4 Por supuesto la definición de Diógenes essólo orientativa, no exhaustiva, no es posible olvidar situaciones
como la de Alcibíades ebrio narrando su lujuria por Sócrates y éste rememorando las enardecidas
enseñanzas de una amante.
haya perdido la razón confiaría algo tan valioso a algo tan débil como son las palabras,
mucho menos a su reproducción escrita. 5
Si ya de por sí el lenguaje es un medio limitado para expresar los pensamientos
más grandiosos, para expresar las verdades más elevadas, ¡Cuánto más lo será su
representación escrita! No obstante, ha sido por demás curioso cómo los diálogos
platónicos al ser retomados por la tradición, sirvieron de modelo para la enseñanza de la
filosofía en las escuelas de la antigüedad, posteriormente en el medioevo y en la
actualidad ¿pero cuál es este modelo? Al considerarse en época helenística un género
didáctico-expositivo se usaron para la impartición de clases mediante su lectura y
comentario tal como lo hemos hecho hasta la actualidad, pero dejando de lado el cultivo
refinado de la conversación oral tal como se hizo en la Atenas del período clásico. La obra
platónica es pues un arma de doble filo, pues por un lado muestra las posibilidades que
ofrece este género expresivo, pero por otro, puede volverse material para enajenarse del
diálogo mismo.

En definitiva
El diálogo al establecer una estructura dramática que incorpora caracteres,
intersubjetividad, inventiva, espontaneidad, historia, un tiempo y espacio determinado,
un lenguaje natural, vivencias, mitos, analogías, erotismo, amistad, relaciones sociales y
demás elementos poéticos resulta un medio más apropiado para acercarse a la realidad
vital del filósofo, la cuál es constante interpretación y creación de visiones de mundo para
estimular en un pueblo sano la creación de cultura, es decir de grandiosas obras de belleza
capaces de dar sentido a una comunidad y a los individuos, pero sin ser tan
monolíticamente imperturbable que esterilice la inventiva de las personas, sino que
compita constantemente con el incesante cambio de mentalidades que el ser humano ha
manifestado a lo largo de su breve historia.

Apéndice
Dejando de lado las contradicciones a las que nos pueda llevar una postura tal
como lo es afirmar que “no hay verdad, todo es interpretación” (pues desde la
perspectiva de la vida la contradicción y la mentira no son por sí mismas motivos
suficientes para anular una postura) se nos está ofreciendo aquí una visión desde la cual la
filosofía se concibe como un cierto tipo de poetizar el mundo, pero que no ha sido
consciente de esta actividad artística pues ha supuesto que las visiones de mundo que
crea desde la racionalidad y la coherencia son idénticas a una realidad independiente a él.
En definitiva, la propuesta nietzscheana sobre la naturaleza del lenguaje nos permite
concebir a su vez una naturaleza artística en la filosofía en tanto que intento creativo por
concebir un mundo a partir de la racionalidad, la coherencia y el concepto.

5 Esde suyo ilustrativo cómo, por ejemplo, siéndome imposible asistir al coloquio, este
escrito no podrá defenderme tan bien como yo mismo lo haría al momento de inquirirle y
disputarle.

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