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EL SERVICIO

Buenos días hermanas y hermanos, que el significado verdadero del Evangelio destile hacia
nuestros corazones, para que nos demos cuenta de que esta vida, que Dios nuestro Padre
nos ha dado, ha de ser dedicada al servicio de los demás.
Hoy en día, el servir a los demás, no se entiende como la predisposición que se tiene de
ayudar a nuestro prójimo sino se le da un significado más de servilismo, por lo tanto no es
un modo de actuación que se pierde con facilidad.
El servicio, actitud del espíritu para ayudar ante cualquier necesidad que puedan tener los
demás, nos facilita salir de nuestro estado de comodidad, de pasividad, donde nos
encontramos, abriéndonos a un mundo rico en experiencias donde podemos sacar lo mejor
de nosotros mismos y a su vez enriquecernos con los demás.
La situación del país, nos hacen vivir con rapidez, estresados, pensando en todo lo que
tenemos que hacer a lo largo del día, encerrándonos en nuestro pequeño mundo que no
nos deja ver más allá de nuestras necesidades y deseos, sin poder ver lo que sucede a
nuestro alrededor y sin voluntad de hacerlo. Viviendo hacia dentro nos hace más egoístas;
cediendo el paso, en ocasiones, a estados de soledad, de tristeza, incluso de depresión.
Cuando se tiene orgullo, vanidad, egoísmo…es difícil ponerse en la piel del otro; sentimos
que nos estamos rebajando ante la posibilidad de ayuda que se nos pueda presentar.
Cuando nos asaltan pensamientos de rechazo tales como: “¿cómo voy yo a prestarle mi
servicio si es a mí a quien debería servir?”. Preguntarse: ¿qué saco yo de todo esto?, ¿Qué
me das a cambio? Muestra la inferioridad moral que tenemos, aún por superar, porque
puede cerrar toda posibilidad de una buena y sana relación, que albergaría situaciones para
ponernos al servicio desinteresado y a su vez, gratificante con los demás. Esta actitud nos
encierra más en la materia dejando el espíritu sin opción de manifestarse, dando la
posibilidad de ir endureciendo poco a poco el corazón.
Por lo tanto, les suplicaré algo. Les ruego que, además de buscar la prosperidad material y
la autosuficiencia personal, también demos de nosotros mismos para hacer del mundo un
lugar mejor.
Para que el mundo mejore, es indispensable que el proceso del amor cambie el corazón de
los hombres. Eso podremos lograrlo si nos olvidamos de nosotros mismos para dar nuestro
amor a Dios y a los demás, y si lo hacemos con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma
y con toda nuestra mente.
El Señor ha declarado en la revelación moderna: “Y si vuestra mira está puesta únicamente
en mi gloria, vuestro cuerpo entero será lleno de luz y no habrá tinieblas en vosotros” (D.
y C. 88:67).
Al mirar con amor y gratitud hacia Dios, al servirle con la única mira de glorificarle, se
alejarán de nosotros las tinieblas del pecado, las tinieblas del egoísmo, las tinieblas del
orgullo. Sentiremos un amor más grande por nuestro Padre Eterno y por Su Hijo Amado,
nuestro Salvador y Redentor. Adquiriremos mayor conciencia del servicio a nuestros
semejantes, pensaremos menos en nosotros mismos y más en ayudar al prójimo.
Este principio del amor es el ingrediente básico del evangelio de Jesucristo.
Si afirmamos adorar y seguir al Maestro, ¿no debemos esforzarnos por emular Su vida
dedicada al servicio? Nadie puede decir que su vida le pertenece; nuestra vida es un don
de Dios. Venimos al mundo no por nuestra propia voluntad, y no salimos de él de acuerdo
con nuestros deseos. Nuestros días están contados, no por nosotros mismos, sino de
acuerdo con la voluntad de Dios.
Muchos de nosotros utilizamos nuestra vida como si fuera enteramente nuestra. Es nuestra
la elección de malgastarla si lo deseamos, pero con ello traicionamos una grande y sagrada
confianza. El Maestro lo aclaró perfectamente cuando dijo: “Porque el que quiera salvar su
vida la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio la salvará”
(Marcos 8:35).
Para mi el servicio es la mejor medicina para la autocompasión, el egoísmo, la
desesperación y la soledad.
Hace tiempo estando en la universidad, cuando me enteré a hurtadillas que mi madre iba a
morir a causa de un cáncer de mama y que solo le restaban 5 meses de vida, sentí que todo
mi mundo se me venía encima, porque solo tenía 23 años y mi madre lo era todo para mí,
durante 2 semanas de mi vida estudiantil abandoné todo y me deje abrumar por las
preocupaciones y los problemas, bajando mis calificaciones y lo que trajo como
consecuencia la perdida de las 2 únicas materias que he tenido que repetir en mi vida.
Gracias a Dios tuve una mano amiga, una segunda madre, que me ayudó y me orientó y me
enseño que ayudando y sirviendo a los demás reconfortaba mi corazón, en compañía de
unos amigos de la universidad creamos un movimiento de apostolado que para diciembre
de ese año realizó muchas actividades benéficas con el fin de recaudar fondos y así darle a
los niños de una casa hogar sus respectivos regalitos de navidad, no saben la experiencia
bella y enriquecedora que experimentamos todos los integrantes del grupo al ver la cara de
los más pequeños y necesitados llena de alegría y emoción.
Hay muchísimas personas que se han visto lastimadas y que necesitan de un buen
samaritano que les vende las heridas y les ayude en su camino. Un pequeño acto de bondad
puede suponer una gran bendición para alguien afligido, y un dulce sentimiento para el que
se haga su amigo.
Nosotros podemos aligerar la carga de muchísimas personas. Estamos rodeados de
personas sin hogar, que pasan hambre y que son indigentes. Hay niños discapacitados,
jóvenes enganchados a las drogas, personas enfermas y confinadas en casa que claman por
una palabra bondadosa. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?
Mis amados hermanos y hermanas, el desafío es grandioso y estamos rodeados de
oportunidades. Dios desea que llevemos a cabo Su obra, y que lo hagamos con energía y
alegría. Esa obra, según Él la definió, consiste en ministrar a los necesitados, reconfortar a
los desconsolados, visitar a la viuda y al huérfano en su aflicción, alimentar al necesitado,
vestir al desnudo, albergar a aquellos que carecen de techo sobre su cabeza. Es hacer lo que
hizo Jesús, quien “anduvo haciendo bienes” (Hechos 10:38).
Mi mensaje para ustedes hoy… es que tomemos la determinación de dedicar una parte de
nuestro tiempo, a medida que planificamos nuestro trabajo en la vida, a los afligidos y
necesitados, sin albergar ninguna expectativa de recompensa. Nuestro Salvador necesita
nuestras habilidades, sean cuales sean. Nuestras manos auxiliadoras levantarán a alguien
caído. Nuestra voz firme ofrecerá aliento a alguien que de otro modo se habría dado
sencillamente por vencido. Nuestras habilidades podrán cambiarle la vida, de manera
notable y extraordinaria, a los que caminan en la necesidad.
Al servir, una nueva dimensión se agregará a nuestras vidas; forjaremos nuevas amistades
que nos servirán de aliciente, hallaremos amistad e intercambio social. Creceremos en
conocimiento, comprensión y sabiduría, y nuestra capacidad para servir aumentará.
Testifico que a medida que cada uno de nosotros extienda la mano para servir a los demás,
nos encontraremos a nosotros mismos y llegaremos a bendecir grandemente el mundo en
el que vivimos.
En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

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