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Carta Psicoanalítica

Psiconálisis en México y en el mundo

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Lenguaje y habla para el Psicoanálisis

Lenguaje y habla para el Psicoanálisis


Miércoles 7 de abril de 2010, por José Eduardo Tappan Merino

Introducción

En el siglo XIX nacieron los estudios de lingüística, centrándose en la filología de los


idiomas dominantes de Europa, donde se indagaban las raíces de los distintos
vocablos, así como su gramática y sus reglas normativas. Siguiendo el espíritu de
unidad que imperaba en esta época, igualmente, se buscó crear un puente común
entre las diferentes lenguas, pues se explicaba que las guerras y el malestar mundial
eran efecto de la incomunicación, y, por lo tanto, imaginaron un idioma común a
todos, creando, de tal forma, el Esperanto, mismo que dio una respuesta artificial al
deseo de los intelectuales para convocar a los políticos. Sin embargo, dicha
transformación no se dará sino hasta 1916, con la publicación del Curso de lingüística
general, compilación de los cursos de Ferdinand de Saussure.

Ferdinand de Saussure, lingüista suizo, transformó la disciplina en una ciencia


mucho más amplia al integrar aspectos de la semiología y de la psicología; al mismo
tiempo, definió un objeto de estudio independiente de los idiomas para comprender
los elementos que lo componen y las reglas que lo determinan. Su enfoque ha sido
conocido como estructuralista, por dar cuenta de las estructuras que subyacen y
determinan el habla; caracterizado por su franca y abierta oposición a las
perspectivas de corte empirista, lo cual es una enseñanza que aprendiera el
psicoanálisis lacaniano. En sus trabajos, acuñó la diferencia entre lengua como
sistema y habla como los usos de ese sistema; el centro del sistema será lo que él
llamó el signo lingüístico, constituido por un significado y un significante.
Signo Lingüístico.

Por otro lado, durante el siglo pasado, el estadounidense Noam Chomsky inició la
escuela lingüística llamada generativa. Los dilemas de la disciplina se desplazaron de
la lengua como sistema (de Saussure), a fin de comprender la lengua como un efecto
de la mente, de discernir al hablante con una capacidad innata (genética) para
aprender y usar una lengua, que llama la competencia. Toda propuesta lingüística de
la escuela generativa busca adecuarse a los distintos problemas que surgen de
concebir la mente como una característica humana. Sin embargo, ambas perspectivas
—chomskiana y saussuriana— coinciden en su búsqueda de rigor y son conocidas
como formalistas.

Como efecto de estas nuevas disyuntivas a las que se enfrenta la lingüística para
incorporar lo social y no permanecer, se va desarrollando la sociolingüística y la
etnolingüística bajo Edward Sapire, Kenneth L. Pike, Benjamín Lee Whorf y William
Bright entre otros. Sus estudios versan sobre el cuestionamiento de las características
y el influjo de las lenguas tras su diversidad en la mente de los hombres, se preguntan
si el pensamiento se encuentra determinado por el habla, o es el habla la que se
encuentra determinada por el pensamiento. Indagan, igualmente, en la influencia de
la estratificación social en el lenguaje y la de éste en los procesos cognoscitivos.
Consideran, por ejemplo, que hay diversas posibilidades de pensar al ser y que ello es
determinante para la evolución de un pueblo: la cultura occidental, por un lado, debe
gran parte de su desarrollo al empleo de dicha palabra pues posibilitó la ontología, la
pregunta sobre la dirección de nuestra existencia, etc., los pueblos que carecen de
esta palabra, por otro lado, se desarrollaron con una cultura e intelecto diferente.
Siguiendo esta perspectiva, las personas son distintas según el empleo de las variadas
formas de autoconocimiento y del saber del mundo, son diferentes como efecto de las
características léxicas y los usos de cada uno de los idiomas. Cada hablante,
dependiendo de su idioma o dialecto, habita su cosmovisión preñada de una
singularidad cultural; lo notable para los lingüistas es el conjunto de aspectos que
cada una de ellas privilegia en el lenguaje y el habla, lo que imprime una exclusividad
en la misma.

De los problemas propiamente de vinculación con el plano social, la lingüística se


abre como una disciplina, y multiplica sus intereses y aplicaciones durante el siglo XX,
entre ellas, se destaca una perspectiva funcionalista; centrada más en la tarea
comunicativa del habla y en sus continuos cambios y adaptaciones sociales. En la
actualidad, la escuela generativa y la funcionalista han encontrado maneras de
caminar coordinadamente; por lo cual, configuran una parte importante del
horizonte actual de la lingüística, preocupándose, ahora, por la relación entre el
lenguaje, la constitución de la subjetividad y la condición humana en relación con sus
contextos sociales.

A contracorriente de las modas en el campo de los estudios de lingüística, esta


ponencia se dirige a la perspectiva estructuralista. En el presente artículo veremos
como el estructuralismo, edificado por Lévi-Strauss, y retomado por Jacques Lacan
para reformular el psicoanálisis, se encuentra muy vigente hoy en día dado que es
capaz de resolver algunas de las interrogantes esenciales de la condición humana más
adecuadamente que otras de las teorías propuestas.

Después de todas las pesquisas de la antropología, la arqueología, el psicoanálisis y la


lingüística, vemos que lo humano debe entenderse del todo entreverado con el
planteamiento de la perspectiva estructural en su más puro sentido crítico contra el
empirismo, siendo capaz de descubrir las partículas elementales del lenguaje y que
muestran su coincidencia con las unidades fundamentales de las que surge lo
propiamente humano en el hombre, pero que sólo puede ser una construcción teórica
en los vínculos entre el lenguaje y el habla.

Parte I.

Inicialmente, me parece esencial realizar una diferencia entre aquello que


corresponde al hombre y lo diferencia del orden biológico, y aquello que no. Es
necesario entender lo que para Lévi-Strauss, para el estructuralismo, es lo humano en
el hombre, aquello que él llama el espíritu humano.

Contrario a lo que ha sido planteado por múltiples teorías, la propuesta


estructuralista señala que lo relevante a la condición humana no es un efecto de la
acción de la naturaleza, ni proporcionado directa y espontáneamente por un simple
mecanismo evolutivo, las posiciones que intentan sostenerse en este tipo de
argumentos demuestran una pereza intelectual para quienes continúan
defendiéndolas como la razón de las razones. El estructuralismo piensa en un algo
más allá de lo simplemente biológico, piensa en el hombre como aquello llamado
“animal simbólico”. En el psicoanálisis propuesto por Jacques Lacan, como entre
muchas disciplinas que han sido cruzadas por el estructuralismo, se da cuenta de lo
humano por medio del orden simbólico, siendo posible encontrarlo en una de sus
máximas expresiones: la cultura. La cultura funda las condiciones que contienen los
canales del flujo y el cause de la subjetividad, también será el recipiente que la
contiene, creadora del lugar donde aparecen los diferentes órdenes de fenómenos del
mundo, y conforman lo que llamamos realidad. La cultura crea un mundo, o más
concretamente, el escenario, el guión, los actores y la escenografía que dependen de
este orden simbólico.

El hombre como “animal simbólico”, la cultura y por lo tanto el habla y el lenguaje,


así como todos sus componentes y alcances, corresponden a un plano que no logra ser
explicado por lo biológico, pues no es producto de una “naturaleza humana”, sino que
pertenece al orden simbólico que se encuentra sujeto a leyes y órdenes distintos y
más complejos, que aquellos ofrecidos por lo únicamente orgánico. Por consiguiente,
la única manera de entender la presente ponencia, será por medio del énfasis
fundamental en dicha diferencia y las implicaciones y consecuencias de la misma,
teniendo en consideración que son tanto la cultura como el lenguaje y el habla las que
hacen posibles tal distinción

Los objetos que pueblan y forman el mundo se nos aparecen ordenados por leyes y
relaciones que fueran naturales, sin embargo, son a su vez efecto de las estructuras
gramaticales y de los sistemas de organización del lenguaje, primero, y del habla,
después, con las posibilidades lógicas que se abren a partir del lenguaje, alejándolo,
tajantemente, del orden natural y acercándolo al espíritu humano. De tal forma, todo
el sistema simbólico descansa y se regula esencialmente en y por el lenguaje, lo que
permite observar como el lenguaje es la estructura esencial mínima y necesaria de la
condición humana, de lo que denominamos realidad y de lo que conocemos del
mundo. Por lo cual, resulta esencial diferenciar, primero, cuales son los elementos
que componen el campo del lenguaje y los del habla

Para dar cuenta de esta dinámica, comencemos por las diferencias que caracterizan
lo que Lévi-Strauss llamó el espíritu humano, y la manera en que éste se viste o
presenta y cuyo significado es algo del orden de las diferencias entre el fondo y la
forma, lo continuo y constante entre los pueblos y entre los tiempos, por un lado, y de
lo expresado como diferencias culturales, pequeñas o grandes, por el otro. El
estructuralismo presenta: por un lado, en lo particular, lo que podríamos caracterizar
como las diferencias entre las culturas, y por otro, en lo general, aquello que de
común a todas las culturas subyace y permanece constante. Aquello común es de
corte inconsciente, en la medida que se encuentran ahí los mecanismos y leyes que
gobiernan el orden simbólico, sin mostrarse de manera explícita. Que se distinguen
de los relativos al habla, que se trata de palabras, es decir de un idioma que pueden
ser aprendido, y que conduce a lo que llamamos de semántica cultural, que tiene que
ver con el sentido que se le dan a las las voces empleadas para definir algo: una
experiencia, un objeto, un sentimiento, etc. El habla da cuenta de distintos códigos y
sistemas que dependen de la matriz cultural, cuya propuesta estaría en un doble
carácter: preconsciente y consciente.

Entre las diferencias de cada expresión humana, vemos que siempre existirá una
singularidad cultural, generadora de un estilo, de hábitos, de idiomas, que van
cambiando a lo largo de los años. No existen caracteres culturales homogéneos al
interior de una sociedad, ya que se presentan diferencias que caracterizan a los
distintos sectores de clase, diferencias también en el género y en otros ámbitos como
los generacionales. Cada una de las culturas tiene su propio sistema de códigos, sus
criterios morales, su “sentido común” y sus maneras corteses, mismas diferencias que
las lleva a construir una identidad con la que fijará lo propio y lo ajeno, abriendo la
posibilidad de definir, lo extranjero, lo bárbaro, lo exótico. Así pues, surge una
profunda imposibilidad de formular cualquier juicio o criterio sobre una cultura
descontextualizadolo de la sociedad de donde se sustrae, no existe algo en una
sociedad que sea independiente de su habla y lenguaje, en una cadena de
determinaciones que va sosteniéndose en un sistema menos arbitrario conforme más
internamos en la dimensión estructural, con sus leyes, sus dinámicas más que son
más uniformes y constantes, y no dependen de las nuevas tendencias de moda, o de
los juicios de los hombres.

Ante tal diversidad de posibilidades, se formulan los marcos de referencia y la


importancia de éstos al abrir la posibilidad de definir una identidad, sus posibilidades
e imposibilidades y sus indagaciones, para dar cuenta de sí misma. Estas posibilidades
y cuestionamientos se expresan en lo que se denomina “el habla”, conocida
comúnmente como idiomas y dialectos. Por tanto, en este tipo de expresiones de la
cultura lo propio e histórico resulta lo más importante, y para cualquier acercamiento
a este orden de fenómenos será indispensable recurrir a las metodologías
culturalistas y a las diacrónicas.

Retomando el tema de los parámetros de los correcto y lo incorrecto, determinados


por cada cultura debido a su historia y costumbres, encontramos que las coordenadas
de lo permitido y lo prohibido son expresadas por medio de un par de palabras eje: lo
que será Noa y lo que será tabú. Para cada cultura, noa y tabú será referidos a
distintas conductas aceptadas o rechazadas, dado que la singularidad de cada pueblo
hace imposible que todas censuran lo mismo, más aún, las censuras que se
encuentran en determinado lugar, pueden ser la opuestas a las encontradas en otro.
Más allá de las diferencias, sin embargo, encontramos las semejanzas representadas
por el lenguaje y el espíritu humano, transitando en el plano designado como
estructural.

En el estudio de las culturas existe, para el investigador, la imposibilidad de


considerar todo el complejo andamiaje que la constituye. Por consiguiente se trata de
subrayar lo más importante, aquellas características con mayor peso en las
determinaciones específicas que hay entre unas y otras, tales como el peso que puede
poseer en una sociedad específica lo relativo a la artes de subsistencia, a las religiones
y a los sistemas políticos, aquello que conforma lo ideológico o idiosincrásico como
una mentalidad que determina los juicios de valor, los juicios estéticos, los morales,
las reglas de urbanidad, los sistemas de parentesco. Asimismo, se buscan los
parámetros que fungen de coordenadas para organizar toda experiencia a saber: esto
está sabroso y esto no, aquello es bonito y eso otro feo, lo permitido y lo prohibido, lo
que requiere de una sanción y, por supuesto, lo que no la requiere.

De tal forma, observamos que hay diferentes formas que subrayan, dan magnitudes y
relieves distintos a las representaciones del mundo y a cómo se vive en él. Lo anterior
es esencial para el investigador pues le permite una aproximación a lo estructural,
con miras a vislumbrar el espíritu humano. No se trata de indagar más allá de la
cultura, sino de hallar sus mecanismos constituyentes y los que la gobiernan,
siguiendo la forma que se da cuenta, de alguna manera, del fondo a partir de
regularidades, diferencias, constantes, variables,…“no hay forma sin fondo, ni fondo
sin forma”.

Al realizar un análisis de las similitudes esenciales a la condición humana, por lo


tanto, habremos de dirigirnos a las estructuras lingüísticas, para encontrar que éstas
son las que norman y constituyen el núcleo duro de los fenómenos del habla. Es en la
diferencia entre lenguaje y habla que podemos hallar, propiamente, las diferencias
entre lo psíquico y lo mental. Lo primero, el lenguaje y lo psíquico, es aquello
inconsciente y estructural, comprendido por una metodología de corte sincrónico,
que nos permita destacar los sistemas, sus mecanismos, y sus posibilidades lógicas;
así, lo psíquico y el lenguaje, no serán una investigación que siga un rastro en la
historia, en la medida en que se trata de lo constante, no de lo azaroso. Lo segundo, el
habla y la mente, apelan directamente a los planos de la cultura que cambia de una
época a la otra.

Al considerar las diferencias culturales que dan lugar al habla, será posible pensar en
la imposibilidad de traducción entre los diferentes idiomas, dado que cada palabra en
cada idioma expresa en la relación con lo significantes y en tanto su propia historia
un estado distinto. No obstante, será imperativo realizar un análisis más cuidadoso de
la dimensión simbólica del lenguaje, de aquello que lo caracteriza como tal, en las
tensiones subyacentes al mismo, para poder entender lo que se encuentra subsumido
en cada palabra y así, comprender el significado tras la traducción de un texto. Tal
análisis, lo liga con la labor psicoanálitica, ya que deberá ser realizado por medio de
entender el Significante, tal y como lo propone Lacan

La partícula elemental en el campo del habla y del lenguaje es el Significante, que se


sitúa determinando a las palabras, es su condición de ser y posibilidad de despliegue
en las actividades concretas del habla. Una palabra en sí misma carece de
importancia, en cambio, adquiere su lugar en relación con otras. En tanto palabras,
esos vínculos se establecen por las leyes del sentido (en el habla). En la clínica
psicoanalítica de la asociación libre la relación de los Significantes se da por los
afectos que los articulan entre sí.

Al papel prístino del Significante Lacan lo llamó: Significante-nombre-del-Padre, no


porque sea un Significante particular, sino por su peso e importancia con el resto, que
le permite organizar la serie. La aparición de este Significante separa al infant de la
madre. Con tal de que aparezca esta operación de corte llamada por Lacan: función
paterna, que introduce o inscribe el Significante-nombre-del padre como una forma de
advenir en el complejo mundo simbólico; y que tiene como efecto la
desnaturalización de la criatura. Freud llama pulsión, a eso que como fuerza
permanece como empuje, pero que ahora es gobernada por lo simbólico; que conduce
a la criatura a ceder los tiránicos comandos de lo instintos que la gobernaban como el
arco reflejo muestra; inclinaciones que la determinaban y la sometían a una
causalidad no muy diferente a la del resto de los animales.

A esa estructura inicial, que será la materia prima para que surja un niño o una niña,
Lacan la llama el Sujeto, ya que se encuentra sujeto al lenguaje, sujetado a la trama
simbólica, efecto de ese corte con la unicidad que mantenía con la madre. Gracias a la
intervención de la función paterna, que no opera sino por las condiciones de
posibilidad ofrecidas por la madre como un deseo más allá de su propio hijo, ese
deseo otro, es lo que en realidad permite el acceso a la función paterna. De otra
manera, una madre del todo satisfecha con su vástago, le ofrecería a éste “ser” una
simple prótesis de ella sin ninguna otra posibilidad. Tras esa falta se realiza otro
proceso de desnaturalización ahora en el plano de la necesidad, transformándose en
deseo.

Queda entonces en el Sujeto una marca de la discontinuidad con el orden de la


naturaleza, que operará como un Significante primero, denominado por Lacan S1;
condición necesaria para que existan otros idénticos en tanto estructura, clones, que
generarán la serie. Por tanto, S1 es un Significante que muestra tres posibilidades de
advenir en el lenguaje desde un posicionamiento subjetivo, de ese Significante-
nombre-del-padre, en relación con el conjunto de los Significantes que nos lleva a Ser:
psicótico, neurótico o perverso. Ser por y en el lenguaje, tres estructuras que se
sumergen en un determinado ambiente cultural. Conque, para Lacan, el lenguaje
contendría cualquier tipo de respuesta a cualquier pregunta de corte ontológico. El
ser entonces está del todo capturado por el lenguaje, no hay un ser más allá del
lenguaje ni más acá. Como tampoco existe ninguna clase de proto-lenguaje, ni un
lenguaje inconsciente, ni un lenguaje arcaico, ni un lenguaje del lenguaje. El S1
comandará las posibilidades de ser, en tanto pura y efímera existencia.

El sujeto barrado es lo que representa un significante frente a otro significante.

El lenguaje, como estructura esencial, es la condición humana. Pero decíamos que el


Significante, en tanto estructura que se replica y forma al lenguaje, es además para el
psicoanalista francés Jacques Lacan: “[…] todo verdadero significante es, en tanto tal,
un significante que no significa nada […] gracias a lo cual es capaz de dar en
cualquier momento significaciones diversas”[2]. El Significante es neutro, una unidad
de diferencia que por lo mismo puede contener distintos significados, y representar
de igual manera distintas imágenes acústicas, o palabras. En tanto el orden
significante vértebra un complejo sistema de relaciones con otros Significantes, por lo
que cada uno tendrá un peso diferencial a partir del orden que se establezca entre los
mismos.

“Todos sabemos que si el cero aparece en el denominador, el valor de la fracción ya


no tiene sentido, pero toma convencionalmente lo que los matemáticos llaman un
valor infinito. En cierta manera, ese es uno de los tiempos de la constitución del
sujeto. En tanto que el significante primordial es puro sinsentido, se convierte en
portador de la infinitización del valor del sujeto, no abierto a todos los sentidos, sino
aboliéndolos todos, lo que es diferente. Eso explica que no haya podido manejar la
relación de alienación sin hacer intervenir la palabra libertad. Lo que funda, en el
sentido y sinsentido radical del sujeto, la función de la libertad es, propiamente, este
significante que mata todos los sentidos”[3]

Se trata de la unidad de la diferencia en su forma más pura. Lacan entiende que la


estructura se conforma por las relaciones entre los elementos, por esto, no hay
palabras independientes unas de otras; todas guardan un vínculo, son el efecto unas
de las otras. No es que el ser humano adquiera una palabra tras otra, y, poco a poco,
vaya aprendiendo el lenguaje, sino que el Sujeto es efecto de ese lenguaje. El lenguaje
como estructura tiene ciertos planos de independencia con respecto al habla, pero la
determina y está presente únicamente en el habla, no podemos dar cuenta del
lenguaje sino por el habla.

Por ejemplo, el orden Significante constituido por la diferencia en su forma más pura
crea la posibilidad para que surjan y se anuden los pares de opuestos, dos palabras y
un Significante: presencia/ausencia, bueno/malo, arriba/abajo, claro/oscuro,
placer/displacer, masculino/femenino, vida/muerte, uno/otro, etc. Cada polo aparece
como palabra independiente de su opuesto, no se muestran de modo consciente las
relaciones de interdependencia, vínculos que parasitan a una palabra con otra,
incluso con la opuesta. De tal suerte que, no pueden existir de manera aislada. A
saber, si desaparece lo bueno, lo malo pierde cualquier significado y desaparecería
también. Una requiere de la otra para existir; es necesario el otro para la presencia
del uno. Sistema de relaciones entre dos palabras que conforman un Significante.
Debemos enfatizar entonces que el Significante será lo que estudia la lingüística
estructural y el psicoanálisis, mientras que la psicología y la sociolingüística se
ocupan sólo de las palabras sin tener en cuenta la dimensión del lenguaje. Aunque,
hay que decir, se trata de algo lo suficientemente complejo como para que
continuemos abundando en las características y diferencias del habla y del lenguaje.

Esta dinámica se repite, la parte necesaria que activa a la contingente. El Significante


como efecto de una relación conflictiva entre la antinomias, que buscan anular el uno
al otro; lo bueno pretende aniquilar a lo malo, y lo malo a lo bueno, pues ambos
amenazan su permanencia. Lo Uno se mantiene en un vínculo tenso y beligerante con
lo Otro. Resulta paradójico en esta tensión conflictiva que, si lograra triunfar uno de
los dos polos del binario, como mencionábamos, en consecuencia desaparecería el
vencedor. Se trata de una muestra de la más clara expresión de la dialéctica
heraclitiana, que gobierna la relación necesariamente combativa entre contrarios,
para que exista la dinámica. El Significante lacaniano es, por tanto, conflictivo y
espinoso como el psiquismo. Recordemos que Freud decía que el psiquismo está
constituido y caracterizado por el conflicto, pues mantiene una imposible aunque
necesaria relación entre opuestos: incluso de carácter pulsional: Eros Vers. tanatos,
tensión desde la cual surgen las palabras, como un intento fallido de detener el
conflicto, de encubrir esta complejidad beligerante.

La teoría lacaniana del lenguaje cabalga entre dos caballos, el de la lingüística y el de


la semiología, esta última entendida como la disciplina que estudia los distintos
sistemas de signos, que se transforman en lenguas, códigos, señalizaciones, y
concebida por Ferdinand de Saussure “como la ciencia que estudia la vida de los
signos en el seno de la vida social”, proponiendo que la semiología sea el continente
de todos los estudios derivados del análisis de los signos en un contexto cultural.
Pero la tensión positiva-negativa, que funda al Significante, tiene mayores
repercusiones que debemos continuar explorando. El lenguaje y la muerte es una
publicación que resume un curso dictado por Giorgio Agamben, en el cual explora el
concepto heideggeriano de Dasein en un primer momento siguiendo a Lévi-Strauss, a
fin de mostrar las diferencias entre el plano de la existencia de lo animal, lo
espontáneamente proporcionado por la naturaleza y lo humano, y en un segundo
momento expone como el meditatio mortis es una condición necesaria para la
existencia. La muerte aparece en un plano de certeza, imposible que no ocurra, pero
con un agregado: la incertidumbre de cuándo y cómo será. La cultura nos lleva a huir
de esas preguntas, lo que en términos de Agamben conduce, simplemente, a banalizar
la propia existencia. Es con solo olvidar nuestra condición mortal, que huimos de la
vida. Gracias a la presencia de la muerte y de nuestra condición mortal que le damos
dignidad a la vida.

“El Dasein es, en su estructura misma, un ser-para-el fin, es decir, para la muerte, y
como tal, está siempre ya en relación con ésta. […] La muerte, así concebida no es,
obviamente, la del animal, es decir que no es simplemente un hecho biológico. El
animal, el sólo-viviente, no muere, sino que cesa de vivir”[4]

Agamben muestra la relación entre la conciencia de la muerte en el plano de la


existencia y el mismo lenguaje expresado como negatividad. Para que alguien se
transforme en un viviente debe tener conciencia del plano de su mortalidad, que le
permitirá dar algún significado a su propia vida, para hacerle un lugar al plano de la
responsabilidad subjetiva de su propia existencia. Esta conciencia implica, por fuerza,
asumir la culpa de lo hecho, de lo que no ha sucedido, de las fantasías e ideales y de
su propia existencia... “La idea fundamental existencial del culpable, la determinamos
así: ser-fundamento para un ser que se ha determinado a través de un No, es decir ser
fundamento de una negatividad”[5]

Pero veamos la importancia de ese No. La planteo en mi libro Oscura claridad, en el


ensayo La pasión. “Para el psicoanálisis es esencial conocer las teorías que intentan
dar cuenta de cómo se constituye la subjetividad, cómo posicionarnos frente al
vértigo que suscita el vacío. A partir de esta problemática, Freud proponía como luego
lo hizo Lacan deslizar el argumento ontológico, que atiende al “ser”, para dirigirlo
hacia el territorio de la existencia. En este sentido, recordemos la propuesta
cartesiana en la que se puede dudar de todo excepto de que el “yo” existe, se requiere
de una certeza que funja como punto firme para posibilitar la pregunta sobre todo lo
demás. En efecto, en Freud y Lacan, este punto de amarre, no se juega del lado
ontológico del yo, sino como algo que linda a salir con la otredad, generando una
mismidad, una afirmación prístina”.
“ [...] Para designar esta afirmación primordial, Lacan emplea la misma palabra
alemana utilizada por Freud: Bejahung (afirmación). Mientras que la negación tiene
que ver con lo que Freud llamaba “juicio de existencia”, la Bejahung denota algo más
fundamental, a saber. El acto primordial de la simbolización en sí, la inclusión de algo
en el universo simbólico. Sólo después de que una cosa ha sido simbolizada (en el
nivel de la Bejahung) se le puede atribuir o no el valor de existencia.[6]”

Esta afirmación es la piedra angular sobre la que se levantarán futuras


identificaciones, por lo cual, la Bejahung tiene que ser consecuencia de un acto
psíquico anterior. Es la inscripción de una diferencia en cuanto desnaturaliza al
sistema original. En términos derridadianos, la Bejahung es la diferancia entendida
como una operación, la cual genera una diferencia y simultáneamente difiere una
acción (un topos y un cronos). La diferancia es mucho más que un efecto de la
oposición de significantes; es el corazón mismo del Significante, la posible relación
entre los binarios polares: placer-displacer, presencia-ausencia (fort-da), No-Sí., 0-
1(menos, más)… La diferancia es una relación, una articulación, un gozne que permite
el juego dialéctico de contrarios en el interior mismo del significante. Según este
punto de vista, la subjetividad es un efecto, una delimitación, una diferenciación y un
corte. Este corte constituirá una suerte de determinación dentro del conjunto de
significantes que luego entran en juego. La diferancia se convierte en los fundamentos
mismos de la estructura psíquica y del Significante.

Revisemos con mayor detenimiento la operación realizada por la aparición del No, de
esa negación a la continuidad, a la mismidad. Esta negación es la condición necesaria
para que la Bejahung se constituya como una paradoja: ya que se trata de una
afirmación prístina de la operación de un no; el efecto de una negación que crea una
afirmación negativizada, además de establecer como fondo del lenguaje, la función
negativizadora del mismo.

Este No crea entonces la posibilidad a posteriori del Sí, ahora transformado en una
afirmación propiamente dicha, y no sólo como un efecto o expresión de la asertividad
que, como continuidad, le precedía de modo lógico. Por tanto, se trata de la
prohibición, el corte, el No, en realidad, es el que funda a su opuesto. Desprendemos
que este No surge de un acto, el cual muestra que su aparición espontánea, gradual o
natural es imposible. Antes bien, un suceso que pone, sobre todo, un límite. Ese No se
encuentra revestido y cargado, ese No es un No al orden anterior, un No a la
animalidad, un No al incesto, en términos lacanianos, diríamos un No al goce. Es un
No que inscribe una temporalidad lógica y cronológica, la cual se abre con la
condición del a posteriori, que le da sentido tras lo consecuente con lo que le
antecedió.
En algunos autores, existe la noción de orden y de simetría entre los opuestos que
constituyen al Significante, pero, es una fantasía, no es verdad que cada uno de los
polos tiene el mismo peso e importancia en el aparato psíquico y del lenguaje.
Siempre uno entre los pares tiene un peso mayor y, además, es condición necesaria
para el surgimiento del segundo, cuya estructuración crea el lenguaje. Por esto, el
lenguaje y la subjetividad se mantienen, como decíamos, en perpetua tensión y
conflicto, pero pesa más el No y la negatividad, llamada así por Agamben en relación
con la idea de que el hablante se encuentra vivo, a partir de su conciencia del
significado de su muerte; por ello, está muerte, este No, se constituye en el primer
polo que se carga, creando un efecto que lo lleva a crear el Si ,y a crear la relación de
dialéctica tensa con su contraparte.

Simplemente, pensemos que existe un orden afirmativo que sostiene al niño cuando
nace, todo cuanto obtiene se encuentra a su alcance, no hay un más allá; él
propiamente no existe como diferente del pecho y del conjunto de asistencias
realizadas por la madre para mantenerlo con vida. Luego, se realizará una operación
psíquica de naturaleza simbólica que constituirá la posibilidad para que el niño
advenga al mundo, eso que hemos llamado el acto psíquico. Primero, con un
arquitectural placer/displacer, presencia/ausencia, planos sobre los que se construya
el Significante, el lenguaje y el psiquismo, causado únicamente por ese No, que
fungirá como el esencial corte, y será a posteriori, cuando ese orden afirmativo
sostenido por el deseo de la madre, se transformará en un Sí. Se trata de un No que
impide a madre e hijo con/fundirse, fusionarse de nuevo. El No es lo que queda de la
función del corte en la unidad madrehijo; madre/hijo, madre e hijo para que tras la
separación y como condición de la misma pueda la criatura hacerse humana. Éste
será un No, un No estaré siempre contigo, un No a las demandas de la criatura, un No
a la ubicuidad materna. Pero, en cualquier caso se trata de un No, que limita y
delimita. Lo relevante aquí es que el orden de los factores si altera el producto, frente
a la imposibilidad de un Sí previo al No, antes bien, existía míticamente un cierto
estado de afirmación, pero que no representa un Sí propiamente dicho. En definitiva,
en orden lógico es necesario primero el No para que exista el Sí, y del No como
afirmación del ser como Bejahung.

El No y la negatividad tienen un peso mayor al Si. Pero mantienen una relación en la


que el No pierde en tanto operación psíquica su condición explícita, aunque siga
comandando al Significante. Y puede aparecer como una afirmación, como lo
mostraba Freud cuando explicaba el mecanismo que llamó la desmentida “No vaya
usted doctor a pensar que la mujer con la que soñé era mi madre”, ese No se
transformaría en un Sí; o bien, como lo muestra Lacan, que no siempre una doble
negación es una afirmación. Este peso que tiene el No en el Significante y en el
lenguaje se proyecta sobre el conjunto de lo Significantes y, por tanto, en las palabras
que clasifican y ordenan lo simbólico. Las relaciones humanas y las que tenemos con
el mundo, cuya ilusión nos crea un mundo independiente, pero gobernado por las
leyes que son del todo efecto de esta construcción del Significante y del lenguaje
proyectado sobre lo simbólico. En este orden clasificatorio, quizá el primer
Significante se establece a partir de una pura diferencia No-Sí; 0-1 (menos, más).

El lenguaje como sistema conlleva, por fuerza, a establecer criterios de clasificación


que, a su vez, al interior implican relaciones de orden, de jerarquía, de
correspondencia y de lugar con el resto de los Significantes. Pero también en tanto
palabra implica la represión e intento de detención de uno de los polos, por ejemplo,
se encuentra marcado o investido por la positivización tanto como aquél polo que
expresa la negatividad. Pero, las palabras que representan a los polos negativos de los
Significantes mantienen cierto grado de alianza entre ellas y de relación preferencial,
sobre todo, observable al encontrar en la cultura los vasos comunicantes: No, noche,
oscuro, femenino, enfermedad, locura, muerte, etc., mantienen como en las ecuaciones
simbólicas algunas relaciones, podríamos decir, con cierto grado de equivalencia
simbólica. Estamos comprendiendo la netativización como una función que del lado
del No organiza no únicamente el lenguaje sino además el psiquismo, de cierta
manera como lo propone Agamben.

Hay pues un orden en el que se sitúa y afirma el hablante, según lo estructure el


lenguaje desde los sistemas de clasificación que, además, le transfiere para crear el
mundo fantástico de su imaginería, aunque también aquel campo llamado empírico
que dirige los sentidos. Como, por ejemplo, para ver diferentes clases de blancos entre
los esquimales; a considerar tres clases de almas entre los tzotziles, a distinguir entre
ser y estar si se habla español, que desaparece en el inglés pues ambas estarían
traducidas por el verbo to be.

Lo que permite al lenguaje constituir al Sujeto y proyectarse sobre el mundo,


maquinándole un supuesto orden establecido por el mismo lenguaje, en términos de
las clasificaciones que se realizan en el habla y en las diferentes relaciones posibles
entre habla y lenguaje: jerarquías, afinidades, enfrentamientos, contradicciones,
subordinaciones, etc. Los Significantes tienen distintos pesos en sus relaciones entre
sí, lo mismo que las palabras.

Por esto, cada uno de los polos del Significante, se compone en uno de los binarios de
otro Significante, y éste a su vez de otro, creando un tejido que llamamos cadena
significante. Un Significante refiere siempre a otro Significante (S), el significado (s) y el
Sujeto serán entonces un efecto de la dinámica que caracteriza al lenguaje. Lacan
subraya que el Sujeto no es el supremo arquitecto del leguaje, sino que el problema
debe plantearse al revés, es decir, que el Sujeto es un producto del lenguaje no su
productor.
Siguiendo el camino de esta exposición, por ejemplo, las diferencias Sí y No,
presencia/ausencia, yo/otro, el género masculino/femenino, son estructuralmente
bases o cimientos, por tanto, determinantes y con mayor peso e influencia sobre el
resto de los significantes, por esto, aparecen en palabras como: la luna se diferencia
de el sol, además, de lo evidente por el género, la para luna y el para sol, como si luna
fuera femenina o algo del orden femenino y la es lo que la signara, y sol es masculino.
The moon no refleja esta relación que se establece en el sistema de clasificación en el
idioma con el género, únicamente alude al objeto nominado para quedar sólo en el
plano de la palabra, su dimensión de Significante palpitante se pierde en el orden
inconsciente. Todos los sistemas simbólicos se establecen luego de esta función
negativizadora, lo negativo constituye y afirma tanto lo negativo como lo positivo,
pero busca inscribirse con claridad, diferenciado. Las leyes se establecen sobre lo que
no debe hacerse, no tocan lo que debe hacerse o lo que es correcto. Pero, podemos
concluir que en español la diferencia masculino/femenino tiene mayor fuerza que la
de animado/inanimado, pues domina sobre éstos, mientras que en inglés la última
adquiere un mayor peso.

Estas características como el género tienen efecto en tanto relacionamos unas


palabras con otras y, por consiguiente, tras ellas hacemos jugar los vínculos entre
Significantes. Se crea eso que llamamos sentido común, lógica comunitaria, y por
ende, de esta lógica se desprende lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, lo que
nos puede resultar obvio de lo que no. Cada palabra se relaciona con otra en un tejido
profundamente complejo que enlaza palabras, articulaciones o sintaxis arcaicas,
pertenecientes al nacimiento mismo de un idioma y aún anteriores, así como un
léxico del todo novedoso. Los idiomas son seres complejos y vivos en los cuales
habitamos, somos de alguna manera parásitos de los idiomas y de los dialectos. Si
perdemos esta condición parasitaria nos transformaríamos en monos desnudos y
lampiños, sólo en eso.

En definitiva, señalemos un problema esencial de la tarea de traducir un pasaje de


una lengua a otra, lo que la gente dice, lo que es o lo que va siendo, etc. Podemos
traducir una palabra, pero únicamente su dimensión imaginaria, aquella que
muestra una parte del binario del significante. En cambio, su tensión esencial, sus
fuerzas y contra fuerzas, es decir, lo estructural no puede pasar de una lengua a la
otra, pues pertenece a un orden imposible de ser traducido.

Bibliografía.
Agamben, Giorgio, El lenguaje y la muerte, España, Editorial Pretextos 2002.

Evans, Dylan, Diccionario de psicoanálisis Lacaniano, Argentina, Editorial Paidós 1997.

Lacan, Jacques, Seminario 3, las Psicosis, Clase 14, Argentina, Ediciones Paidós 1985.

Lacan, Jaques, Seminario 11, los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. de
1964 inédito

[1] Antropólogo y psicoanalista Profesor de la Escuela Libre de Psicología.

[2] Jacques Lacan, Seminario 3, las Psicosis, Clase 14, Argentina, Ediciones Paidós
1985. p.271.

[3] Seminario 11, los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, clase 19 de la
interpretación a la transferencia, 17 de junio de 1964

[4] Giorgio Agamben, El lenguaje y la muerte, España, Editorial Pretextos 2002- p. 13

[5] Giorgio Agamben, El lenguaje y la muerte, España, Editorial Pretextos 2002- p. 14

[6] Evans Dylan, Diccionario de psicoanálisis Lacaniano. Argentina, Editorial Paidós


1997. P. 44

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