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Pudo ver en su imaginación la sangre brotando como un alarido
acuoso y las esquirlas óseas disparadas en cualquier sentido.
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cercano, donde vivía con sus padres y dos hermanos menores. La
familia procedía de Santiago Papasquiaro, Durango, de donde habían
llegado un año atrás. El jefe de la familia trabajaba en una ladrillera y
la esposa se ocupaba de las tareas de la casa; los chicos asistían a la
escuela primaria del lugar. La mucama cursaba el segundo de
secundaria cuando dejaron la tierra natal y acuciada por la necesidad
se vio obligada a buscar trabajo. Sólo había podido emplearse como
doméstica en la casa de la muerta. Tenía diez meses trabajando a su
servicio.
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establecieron en Culiacán, aproximadamente 21 o 22 años atrás. Lo
habían contactado a través del colegio de contadores de la ciudad
capital del estado, al que acudieron en busca de asesoría para
establecerse como empresarios en el ramo de los bienes raíces.
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mantuvieron un nivel de vida austero, sin ostentaciones. Se
mantuvieron siempre en el marco de las leyes y reglamentos. Nunca
buscaron eludir sus responsabilidades fiscales. Era un deleite trabajar
con ellos. Las relaciones de trabajo nos llevaron a las relaciones
personales. Nos hicimos amigos. Hasta llegar al nivel familiar. Fue
así como conocimos los antecedentes de las familias. Supimos de la
muerte de la primera esposa del señor, de su segundo matrimonio y
de lo bien que éste había resultado, a pesar de que había surgido como
una relación de circunstancias. No sólo eran pareja; eran más que eso:
esposos leales, amorosos, solidarios. Y finalmente, compañeros de
empresa. Trabajaban juntos en emprendimientos visionarios y en la
administración de la riqueza inmobiliaria. La fortuna era de los dos.
Sin celos, sin desconfianzas. Compartían todo. Hasta la educación de
un chico, que no era hijo carnal de ella, pero que había adoptado como
si hubiera salido de su vientre.
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segundo apellido del niño, para poner en lugar del de la madre natural
el de la madre adoptiva. Todo con el mayor de los sigilos para que las
habladurías no lastimaran de ninguna manera al chico. Se hizo antes
de que ingresara a la escuela inicial, por lo que nunca hubo conflicto
burocrático.
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hacía responsable por su tacañería. Parte del asedio se centró en la
custodia del bebé, de escasos 8 meses entonces. La familia exigió la
patria potestad, aduciendo que un hombre solo no podía atender a un
pequeño como sí podría hacerlo la familia de la muerta. El ardor con
que la parentela peleaba la custodia del pequeño se explicaba porque
la difunta había sido hija única y los padres deseaban conservar al
niño como parte de la hija ida. En esas circunstancias, y deseando
conservar a su hijo, el viudo urdió un plan. Se había percatado de que
su secretaria, una mujer guapa y soltera, se había enamorado de él. Le
hizo una proposición: casarse y que se hiciera cargo del cuidado del
pequeño como si se tratara de un hijo propio. Así lo hicieron. La chica
puso todo de su parte para que el proyecto concluyera en los mejores
términos. Sin embargo, la familia de la muerta no cejó. El dinero de
la familia compraba todo lo que se podía comprar y elevó la presión.
En esas circunstancias, el hombre canceló sus negocios y con los
recursos que obtuvo se trasladó a Culiacán a iniciar una nueva vida.
Compraron una casa en el exclusivo fraccionamiento Chapultepec y,
discretamente, se acomodaron a las circunstancias. La distancia y el
tiempo atemperaron, hasta hacerlo desaparecer, el pleito por la
custodia del pequeño. El chico creció conociendo la historia de su
origen. Y nunca aceptó completamente la versión de que su madre
había muerto en un accidente provocado por ella misma. En el fondo
de su mente, se había formado la idea de que su madrastra había
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tenido que ver con el accidente, aunque nunca atinó a armar una
explicación razonable, ni para él mismo. En acatamiento del
compromiso adquirido, la madrastra lo crio como si hubiera sido su
propio hijo. Además, habían decidido no tener más hijos. El
muchacho creció rodeado de todo tipo de comodidades. Fue a las
mejores escuelas y sus amistades fueron las propias de muchachos de
su clase. Le gustaba la buena vida y el padre lo complacía. Tal vez
como una forma de compensarlo por la pérdida de su madre
verdadera. Al término de la preparatoria, quiso hacer la profesional en
la ciudad de México. Y para allá lo mandaron. Fue inscrito en la
escuela de ingeniería de la universidad nacional. Y hospedado en una
casa de asistencia para estudiantes. Una pensión de muy buena
factura. Disponía de cuarto para él solo, buena alimentación y los
demás servicios que hacen la vida estudiantil más que llevadera. Y
una mesada para gastar. El privilegio, pues. Cada semestre ponía en
manos de su padre el reporte escolar que daba cuenta de su buen
desempeño. Sin embargo, los temas de conversación del chico no
incluían nada que sustentara los estudios que sus calificaciones
reportaban. Algunas sospechas surgieron en la mente del intrigado
padre. Sin que el chico lo supiera, se trasladó a Ciudad de México y
tras realizar unas cuantas pesquisas, descubrió la realidad. En
servicios escolares de la escuela le informaron que sólo había cursado
el primer semestre y que no había vuelto más. Cuando les refirió que
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semestre tras semestre el chico le había entregado la boleta de
calificaciones, un empleado, con un tonillo burlesco, le dijo que bien
podía haberlas obtenido en la Universidad de Santo Domingo. El
padre entendió. Alumnos que habían sido sus condiscípulos lo
informaron de lo demás: se había aficionado a las carreras de caballos
y pasaba buena parte de su tiempo en el Hipódromo de la Américas.
En el último año, había conocido a una chica colombiana que le había
absorbido el seso al grado de que gastaba en ella la mesada. En la
pensión le habían informado que ya no vivía ahí y que no tenían
noticias de su nuevo domicilio. Lo buscó en el hipódromo y lo
encontró, pero no se le presentó. En cambio, lo siguió hasta el
domicilio que ocupaba: un departamento mediocre en un edificio
igualmente mediocre de las calles de Dr. Lavista en la colonia
Doctores. Cuando tocó a la puerta y entró, se percató de la magnitud
del desastre: desorden, pobreza, ropa regada por el piso, loza sucia en
el fregadero, botellas de cerveza y licor, ceniceros rebosantes de
colillas. Una distancia absoluta con respecto de las condiciones de
vida que había pagado para su hijo. Y una realidad que distaba
radicalmente del futuro que había imaginado para él. Lo miró a los
ojos. Con tristeza. Con decepción. Con frustración. Se volvió y
regresó a Culiacán. Una semana después, el hijo se presentó en la casa
paterna. Se disculpó y le explicó que iba a casarse con la colombiana.
El padre lo increpó. Le explicó que aquella mujer buscaba dos cosas:
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sus bienes y un matrimonio que le permitiera vivir legalmente en
México. El joven le dijo que era una decisión tomada. El padre le
respondió que, si era ésa su decisión, se olvidara de que aquella casa
era su hogar. El muchacho dejó la residencia. Al día siguiente el
hombre amaneció muerto en su cama. Un ataque fulminante al
miocardio había acabado con su vida.
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Después se arrepintió. Ya sabes cómo es la culpa. Pero en lugar de
confesar su falta, renunció al empleo. Haya sido como haya sido, el
caso es que con dicha llave el joven habría ingresado al domicilio la
noche del crimen. Cuando la noticia de la muerte de la mujer se dio a
conocer, sobre todo la forma violenta como tuvo lugar, la mucama
había entrado en pánico y se había trasladado a la frontera norte, a
Tijuana, y se había refugiado en casa de familiares cercanos. La
muerte de su antigua patrona la había confirmado en sus sospechas de
que había cometido una falta que la convertía en cómplice de un
crimen. Todo por la necesidad siempre presente en su casa como en
todos los hogares de las familias pobres.
― ¿A qué te refieres?
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Qué va. Agárrate. Para comprarle un Tablet a su nieto mayor. ¿Cómo
la ves? Traicionar a tu jefe, echar a rodar un futuro, simplemente para
satisfacer el capricho de un chamaco.
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casa de un senador de origen sinaloense que aspiraba a ser
gobernador. En favor de su objetivo, realizaba diversas actividades
proselitistas, como visitar, en compañía de su mujer, la entidad, que
recorría para sostener reuniones con grupos de personas de diferentes
clases sociales, a saber, campesinos, maestros, académicos, políticos,
funcionarios. Los fines de semana se trasladaba al estado. Volaba de
Ciudad de México a Mazatlán, Los Mochis o Culiacán. De ser
necesario, se desplazaba, vía terrestre, a los lugares donde sus
representantes y operadores le hubieran concertado las citas o
reuniones.
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se hizo acompañar de un grupito de colombianos, estudiantes de la
carrera de ciencias políticas, que habían expresado su interés por
conocer los modos de la política de a pie, es decir, la real, no la que
describían los libros y sus profesores. La chica no era estudiante, pero
se movía en los círculos juveniles de compatriotas avecindados en
México. El senador sabía halagar y en esa ocasión complació a sus
compatriotas con una caguamada y una camaroniza de antología.
Había hecho llevar varias hieleras de camarón fresco y tres caguamas
vivas desde el campo pesquero la Reforma, lo mismo que los
pescadores que prepararían las viandas. Caguama estofada,
chicharrones de pecho de caguama, tortillas hechas a mano por
tortilleras que también había hecho trasladar desde el campo pesquero
mencionado, y camarones cocidos y en aguachile. Y toda la cerveza
que quisieran beber.
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vaciar en el hueco, vuelto hacia arriba, un chorrito de limón y algunas
gotas de salsa “guacamaya”, llevarlo a la boca, morder hasta romper
el cascarón y chupar el contenido. Halagado, le mostró cómo se hacía.
Luego la invitó a hacerlo. Y entre risa y risa repitieron la práctica
hasta que la joven se volvió una experta. Ya no se separaron y juntos
salieron de la reunión.
No se equivocó.
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La madre también lo había sospechado.
Por esa razón, cuando a la muerte del padre se presentó ante ella
en busca de la herencia paterna, le advirtió que mientras viviera no
vería un centavo de la herencia. Le dijo también que lo apoyaría con
una cantidad de dinero para que se estableciera y partiera de ahí para
hacer su vida.
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inquirir sobre los términos del testamento. Le explicó que sus padres
habían testado uno en favor del otro y que había sido señalado como
heredero universal de todos los bienes, pero que obtendría dicho
beneficio hasta que los dos hubieran muerto. Pero que si quería
obtener algo tendría que hablar con su madre. Ésta le dijo que entraría
en posesión de todo cuanto hubiera ―inmuebles, inversiones
accionarias, saldos bancarios― cuando ella muriera, pero que hasta
entonces no vería ni un centavo. Le dijo que mientras ella viviera la
mujer a la que llamaba su esposa no disfrutaría de la fortuna que
habían amasado ella y su esposo.
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― No sé quién te metió esas ideas en la cabeza. Yo trabajaba
para tu padre desde antes de que contrajera matrimonio con tu madre.
Era su asistente. Llevaba sus asuntos personales. Bancos, cobranzas,
nóminas, impuestos. Confiaba plenamente en mí. Era un hombre
extraordinario. Fino. Educado. Responsable. Admirable, en una
palabra. Lo seducía a uno con su encanto. A hombres y mujeres. Sus
empleados lo querían. Yo también. Como jefe y como varón. Él lo
sabía. Pero jamás traspusimos la relación jefe-empleada que nos unía.
Acepté su propuesta cuando perdió a su mujer. Y te acepté. Es fácil
decirlo. Pero es muy difícil hacerse cargo del hijo que no es de uno.
Sin embargo, te acepté como hijo propio. Y así te crie. Y eduqué.
Como hijo salido de mi entraña.
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― No eres hombre de responsabilidades. Lo tuyo es el
despilfarro. Como tu madre. Traes sus genes. Por eso malgastaste los
dineros que te enviamos a México durante tantos años. En el
hipódromo, en comidas, en fiestas. Y seguramente con esa
colombiana. Tendrás que esperar.
― No veo alternativa.
― No hay.
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dulcera para la que trabajaba. Ocasionalmente, recibían fondos de la
casa paterna de la chica.
Tenía una cocina famosa por sus carnes asadas al carbón y por
su bar, muy bien surtido y servido por un barman experimentado,
dispuestas las dos cosas para que los huéspedes, muchos de ellos
hombres de negocios jóvenes, pudieran disfrutar de estancias
placenteras. Si los visitantes requerían cosas que no aparecían en el
menú, los meseros disponían de los medios adecuados para
satisfacerlos. Todo era cuestión de preguntar. Y pagar.
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el tráfico es menos denso. El chico pudo salir de Guamúchil a la 9 de
la noche, hacer el trabajo y estar de regreso en su cama hacia la una,
cuando mucho. Busquen evidencia.
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Sin embargo, negó los hechos.
Era verdad que el coche había salido del Boston a la hora que el
vigilante había registrado y que había regresado al estacionamiento
en la hora asentada en el control de entradas y salidas. Era verdad
también que el vehículo había pasado la caseta de cobro y que había
aparcado en el aparcamiento del centro comercial culichi.
Sólo que no habría sido movido por el joven, quien, a las horas
en que sucedieron los hechos narrados, dormía abrazado a una
prostituta, sino por otra persona. ¿Un cómplice? Quizás. De ser éste
el caso, habría que apuntar una rayita a la astucia del muchacho. “Sí.
La maté. Pero yo no fui.”
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Se ordenó un registro minucioso de la vivienda del chico y de
su armario en la empresa. Nada se halló en ésta. Pero la indagatoria
en la vivienda encontró un teléfono, tipo lamparín, que dio pistas
prometedoras. Registros de llamadas a dos números. Uno
internacional. A Colombia. A Cúcuta y Bogotá, concretamente.
Después, en México, a la capital nacional y Culiacán.
No opuso resistencia.
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En su turno, la chica confesó que la idea era que culparan al
marido y lo encerraran por una larga temporada. Lo haría asesinar en
la cárcel, para reclamar los bienes. Previsoramente, le había pedido al
joven casarse bajo el régimen de bienes mancomunados. Y bajo ese
régimen se habían casado.
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usura. La necesidad angustiosa de los venezolanos de aquellas divisas
para adquirir casi toda clase de cosas de consumo, medicinas
incluidas, ante el desabasto de los establecimientos de la vecina San
Antonio de Táchira, la ciudad venezolana fronteriza, y de casi todo el
territorio nacional, hay que decirlo, convertía aquella actividad en un
negocio altamente lucrativo.
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La diáspora venezolana que encontraba destino inmediato en los
países vecinos, como Colombia, Perú, Ecuador y Brasil, y más
lejanamente México, Europa y Estados Unidos de América
encontraba explicación en dicha degeneración y en la brutal opresión
del pueblo.
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La gente abandonaba el país desesperadamente, llevando
consigo apenas lo indispensable. Y su angustia. Y sus necesidades.
Y su desesperanza.
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sanitario alguno. Lo importante era la ganancia, no la salud de la
gente.
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29
algunas de las disposiciones legales más presumidas por el gobierno
bolivariano, entre ellas la pureza de su moneda sacrosanta.
Dureza de carácter.
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Eulogio España acostumbraba a conversar con los detenidos
antes de enviarlos a la prisión donde deberían permanecer en espera
de la disposición del juez quien tras el juicio de rigor decidiría sobre
su situación. A veces los hacía llevar a su despacho. Otras veces los
visitaba en la celda.
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Pamplonita y Táchira. “Es una lástima que vaya a terminar en prisión,
pero él se lo buscó.”
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la pregunta o las preguntas. Después de unos segundos durante los
cuales pareció hundirse en sus recuerdos para armar una contestación
adecuada, dijo:
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― De acuerdo con sus planes, sería tu cuñado.
― Sí, señor.
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La chica entró con las manos esposadas. Desde ahí ordenó que
la liberaran. Mientras lo hacían, la chica lo miró a los ojos. Él le
sostuvo la mirada por un segundo, y luego la barrió de arriba abajo.
Reconoció en ella la misma estampa de su hermano. Una hermosa
morena clara de ojos grandes y apacibles. La imaginó igual que sus
ancestros que habían llegado de la madre patria a ese rincón de
Colombia que figuraba en el mapa en la frontera con la República de
Venezuela.
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― Cúcuta, Casa de duendes ―le dijo para sorpresa de la
chica―. Eso significa en lengua barí. Era asimismo el nombre del
cacique que gobernaba la región antes de la conquista. Pero sé que se
la conoce con otros nombres.
― No lo has extrañado.
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Un destello de orgullo iluminó por un momento los ojos de la
chica.
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que es una ciudad bonita y tranquila. Muy limpia y ordenada. Un lugar
que uno escogería para vivir.
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nuestras tiendas que rebosan de los bienes que hace tiempo
abandonaron los estantes de sus tiendas y almacenes. El mundo no
tiene idea de lo que se sufre en esas latitudes. Mientras el presidente
habla de los enemigos de una revolución que nadie ve, el pueblo
muere de hambre y de enfermedad.
― Escucho.
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― ¿De verdad no lo comprende?
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39
El padre de los muchachos comprometió fuertes sumas de
dinero para obtener su absolución. Contrató al mejor despacho de
abogados de la ciudad. Fue inútil.
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40
él llevaba la documentación que daba fe de las propiedades que había
heredado. Cuentas bancarias, bienes raíces y contratos accionarios.
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por tres. Por eso aceptó, en una tarde de acercamiento, y cuando él se
dolía por la negación absoluta de su padre a perdonarlo por el engaño
de que lo había hecho víctima y de su terminante oposición a que se
casara con ella, la proposición que la chica misma le hiciera:
“casémonos entonces”. Recordó que la boda había tenido lugar en un
juzgado civil, cuyo juez pasó por alto ciertas formalidades a cambio
de alguna compensación en efectivo.
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Bogotá, Ciudad de México, Culiacán. ¿Por qué su mujer no le había
informado de un hecho tan importante?
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sido la del encendido la que denunciaba la manipulación que había
tenido lugar.
Fue así como volvió contra su mujer la trampa que ésta le había
tendido. Recordó asimismo la única conversación que habían
sostenido en la prisión.
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― ¿No lo entiendes? ― le había contestado la muchacha
mirándolo fría y directamente a los ojos.
― No. Explícamelo.
― Por dinero. Sólo por eso. Así fue desde el principio. GMG.
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