Melanie Klein
Su mundo y su obra
Conocida como la mujer que se atrevió a desafiar las
teorías tic Sigmund Freud. la importancia de Melanie
Klein en el terreno del primer psicoanálisis aún no ha
obtenido Inconsideración que merece. Basándose en
una gran cantidad de documentos inéditos y en amplias
entres islas con personas que conocieron a Melanio
Klein y trabajaron con ella. Phyllis Gross- kurth ha
escrito una biografía fascinante y compleja. una
soberbia relación de los acontecimientos externos o
internos que conformaron la existencia de esta
psicoanalista austríaca, autora, entre otros, de textos
básicos como El psicoanálisis de niños o Amor, culpa
y reparación (ambos editados también por Paidós, en el
marco de la publicación de sus obras completas).
Lo curioso de este libro es que. a graneles rasgos, la
biografiada se aparece como uno de esos poetas ro-
mánticos que lu tradición quiere condenados a la
desgracia y la tragedia. Víctima de una juventud
frustrante y de un matrimonio infeliz, ««redimida» por
la lectura de las obras de Freud. envuelta en un
torbellino de análisis y contranálisis. y amargamente
enfrentada a la hija del hombre que la «salvó» -Anna
Freud-. Klein parece casi un personaje ficticio
implicado en acontecimientos que continuamente le
superan, pero también hecho carne, realizado en la
tonalidad atrozmente sombría de sus concepciones
teóricas. Yendo mucho más allá que Freud, atribuyó
impulsos violentos y sádicos al universo infantil,
estudió la depresión, (a ansiedad y el complejo de
culpa, y se concentró en el concepto de agresividad,
que en sus estructuras teóricas venía a sustituir a la
libido freudiana. Esta visión sumamente pesimista de la
condición humana se basa en los impulsos destructivos
de la especie, pero también es consecuencia de una
mente atormentada desde la hez que Grosskurth se
dedica a explorar con curiosidad de entomólogo.
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MELANIE KLEIN
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Su mundo y su obra
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PHYLLIS GROSSKURTH
MELANIE KLEIN
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Su mundo y su obra
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PAIDOS
editorial
ISBN: 968-853-180-4
Impreso en México
Printed in México
A MI HIJO BRIAN,
CON AMOR Y GRATITUD
Nunca hemos presumido de que nuestro conocí-
miento y nuestra capacidad sean completos y
concluyentes. Estamos ahora tan dispuestos como
antes a admitir las imperfecciones de nuestra
comprensión, a aprender cosas nuevas y a
modificar nuestros métodos del modo como su
perfeccionamiento exija.
SIGMUND FREUD, Lines of Advance in
Psycho- Analytic Therapy (1919).
Estas fueron las primeras palabras que Melanie
Klein escuchó pronunciar a Freud.
INDICE
PROLOGO 11
CRONOLOGIA 485
APENDICES 491
REFERENCIAS 497
BIBLIOGRAFIA 509
AGRADECIMIENTOS 527
S
e ha asumido, en general, que Melanie Klein dejó poca documenta-
ción acerca de su vida. En realidad existe abundante material, conser-
vado en gran parte por la Asociación Melanie Klein. Inevitablemente
he experimentado la frustración de encontrarme con un completo silencio
a propósito de algunos episodios y de algunas de sus relaciones, pero creo,
en razón de los muchos documentos disponibles, que ahora estamos en
condiciones de valorar la relación entre la mujer y su obra. La
Asociación Melanie Klein ha depositado los papeles de Klein en el Instituto
Wellcome de Historia de la Medicina, donde otros estudiosos podrán
examinarlos y valorarlos por sí mismos.
No podría haber emprendido la elaboración de este libro de no
haber contado con las bases teóricas y biográficas establecidas por la
doctora Hanna Segal en su Introduction to the Work of Melanie Klein
(1978) y en su Klein (Fontana Modern Masters Series, 1979). Las notas
de Edna O' Shaughnessy acerca de las Collected Works han sido para mí
sumamente valiosas. La doctora Segal y la Asociación Melanie Klein me
han permitido consultar sin restricciones los papeles de Klein, y se han
esforzado de muchísimas maneras por ayudarme en mi trabajo. El hijo
de Klein, Eric Clyne, me ha permitido examinar documentación familiar,
me ha sugerido otras posibles fuentes de información, y ha respondido
pacientemente a mis persistentes preguntas. Tiene, afortunadamente, una
memoria extraordinaria para lo que él llama “trivialidades”; pero lo que a
él podría parecerle trivial, resulta de incalculable valor para el biógrafo.
También sus parientes me han ayudado muchísimo. Dispersos hasta los
más lejanos confines del mundo por las persecuciones, la guerra y la
revolución, su historia constituye una diáspora en miniatura.
Estoy también muy agradecida a la Sociedad Británica de Psicoanálisis.
Decenas de psicoanalistas me han concedido parte de su tiempo, por lo que
[12]
PROLOGO
me complacerá mencionarlos para manifestarles mi agradecimiento, junto a
muchas otras personas que me han ayudado, al final de este libro. El doctor
Dermis Duncan, que fue archivista del Instituto Británico de Psicoanálisis, me
permitió gentilmente consultar sus archivos. Pearl King, ex presidente de la
Sociedad Británica de Psicoanálisis, y su actual archivista, me han guiado a
través de su historia, y generosamente me han permitido citar material inédito.
Tanto John Jarrett, administrador del Instituto, como Jill Duncan, su
bibliotecaria, me han proporcionado una amabilísima e ilimitada ayuda.
Muchas personas han intervenido en la traducción del material en lengua
alemana, pero en su mayor parte esa traducción ha sido obra de Bruni Schling,
cuya precisa tarea ha sido invalorable, en especial para los capítulos referentes a
los primeros años de Melanie Klein.
También deseo agradecer a mis alumnos de los Women’s Studies at New
College, de la Universidad de Toronto, por haberme alentado y haber
contribuido con su discusión.
Ninguna biografía es definitiva. Otros estudiosos corregirán y trabajarán
mi interpretación de Melanie Klein. Este libro podría haberse enriquecido de
haber podido consultar la correspondencia entre Freud y Karl Abraham y entre
Freud y Joan Riviere, la cual permanece en la Biblioteca de) Congreso con una
prohibición que rige hasta el año 2000. Esta consulta me fue denegada por el
doctor K.R Eissler, que era entonces secretario de los Archivos de Sigmund
Freud. Su actitud ha sido una dramática excepción a la cooperación que recibí en
otros lugares.
El autor de una biografía sólo puede crear la figura aproximada de un ser
consciente; y si la mujer que emerge de ésta no.es la que algunas personas
recuerdan, invito al lector a que considere que en el curso de nuestras vidas cada
uno de nosotros representa distintos personajes en su relación con los demás.
Mi libro termina con la muerte de Melanie Klein en 1960, pero la historia
en modo alguno concluye allí. Elizabeth Bou Spillius ha escrito acerca de las
elaboraciones del pensamiento kleiniano en la Sociedad Británica (“Some
Developments from the Work of Melanie Klein”, International Journal of
Psycho-Analysis [1983]64, Tercera parte, 321-332).
Quedan por escribir muchos libros acerca de la difusión y el desarrollo de
las ideas kleinianas en todo el mundo.
Pocas profesionales se han visto sometidas a tanta malicia y a rumores,
aceptados como hechos, tan numerosos como los que debió soportar Klein
durante su vida y después de su muerte. Espero haber presentado en este libro
una valoración más equilibrada.
Phyllis Grosskurth
Toronto, 1985
PRIMERA PARTE
__________________
1882-1920
De Viena a Budapest
UNO
Recuerdos tempranos
* En esa época Galitzia era parte del Imperio austro-húngaro. Como país independiente,
Polonia se formó después de la Primera Guerra Mundial. Tras la Segunda Guerra Mundial,
Lvov fue tomada por los rusos y es ahora parte de Ucrania.
[18] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
ció a sus piadosos y sencillos padres que había aprobado los exámenes pre-
vios a la matriculación y que, peor aún, se proponía estudiar medicina.
Mientras estuvo en la Escuela de Medicina (presumiblemente en Lvov) se
ganaba el sueldo haciendo de preceptor. Muchos años más tarde le contó a su
hija que cuando estaba haciendo sus primeros exámenes sabía que su madre,
en casa, rezaba para que le fueran mal. Cuando terminó sus exámenes había
roto completamente con la tradición ortodoxa, si bien nunca cortó los lazos
que lo unían a la familia.
Cuando era niña, a Melanie le agradaba escuchar acerca de la valentía
de su padre durante una epidemia de cólera. En respuesta a una demanda de
médicos para asistir a las aldeas polacas, no sólo lo hizo sino que, a diferencia
de otros médicos, que preferían explicar a las víctimas desde la ventana lo que
debían hacer, Moriz Reizes entraba osadamente en las viviendas y trataba a
los pacientes como lo hubiera hecho si ellos hubiesen padecido cualquier otro
mal. Al volver halló una carta de su madre en la que le rogaba que no
arriesgase la vida. Es irrelevante que ese acto de heroísmo realmente haya
tenido lugar o no: Klein creía que así había sido.
Moriz Reizes estuvo casado dos veces, pero Klein no precisa los
detalles del primer matrimonio. Probablemente tuvo lugar antes de iniciar él
sus estudios de medicina, puesto que se casó por el rito judío con una
muchacha a la que nunca había visto antes de la boda. El matrimonio no tuvo
éxito y “pronto se disolvió” cuando, según el cálculo de Klein, su padre tenía
unos treinta y siete años. No se consigna ninguna razón, pero ello es muestra
de su independencia y su rebeldía.
Promediaba los cuarenta cuando, de visita en Viena, conoció a una
belleza de negros cabellos, Libussa Deutsch, alojada en la misma casa de
huéspedes. Inmediatamente se enamoró de aquella “culta, ingeniosa e inte-
resante” joven de tez blanca, finos rasgos y ojos expresivos. El certificado de
defunción de Libussa revela que había nacido en 1852, veinticuatro años
después que su entonces futuro marido. Si era tan bella e hija de un rabino,
¿por qué se casó con ese polaco desconocido, de quien no hay indicios de que
estuviera locamente enamorada?
En realidad Reizes trabajaba como profesional en Deutsch-Kreutz,
una pequeña aldea (que más tarde se convertiría en la localidad austríaca de
Burgenland) situada a unos ciento treinta kilómetros de Viena, y a cuatro o
cinco kilómetros dentro de los límites de Hungría. Por otra parte, Libussa no
vivía en Deutsch-Kreutz (donde Klein la sitúa), sino en Warbotz (Verbotz),
en Eslovaquia. Se le dio el nombre de Libussa por el fundador mítico de
Praga, quien en el siglo XIX se convirtió en símbolo de la identidad nacional
checa. El que Klein omita el verdadero lugar de nacimiento de su madre
puede explicarse por el menosprecio que le inspiraban los eslovacos, en par-
ticular el modo como los judíos eslovacos hablaban el idish. Sin embargo, su
madre estaba orgullosa de sus orígenes y en una carta de 1911, dirigida a
RECUERDOS TEMPRANOS [19]
ño y cerrado le dijo alguna vez algo durante esas caminatas cotidianas. Una
sola vez llegó a pegarle, incidente que manifiestamente ella provocó. Cuando
ella rechazaba una comida, él señalaba que en su época los niños comían lo
que se les daba. Ella le replicó descaradamente que lo que se hacía cien años
antes ya no se aplicaba entonces, sabiendo perfectamente bien cuáles serían
las consecuencias. Por otra parte, cuando tenía trece años escuchó a un
paciente decir con jactancia* que su hija menor iría al colegio secundario,
afirmación que motivó su voluntad de hacer eso mismo. ¿Quién sabe si no
estimulaba su ambición la ansiedad porque su padre le prestara cierta
atención? Retrospectivamente ella creía que no lo entendía suficientemente.
Acaso, según ella racionalizaba, no le prestó demasiada atención porque era
demasiado mayor cuando ella nació.
La buena fortuna de la familia no duró mucho tiempo. Antes de que
terminase el siglo los malos tiempos habían llegado nuevamente —en gran
medida Melanie lo atribuye a la “senilidad” de su padre— y su madre asumió
la responsabilidad de mantener la situación. Incluso tuvieron que tomar un
pensionista permanente.
Con su madre la historia es diferente. “Hasta el día de hoy”, recuerda
Klein, “pienso mucho en ella, preguntándome qué hubiera dicho o pensado, y
lamentando especialmente que no pudiera ver algunos de mis logros”. De
acuerdo con Klein, Libussa era una mujer amable, modesta. “En muchos
sentidos ella ha seguido siendo mi ejemplo, y recuerdo su tolerancia respecto
de la gente y cómo no le gustaba cuando mi hermano y yo, que éramos
intelectuales y por tanto arrogantes, criticábamos a la gente.” Es ésta una
asombrosa descripción de la testaruda y dominante mujer que emerge de las
cartas de Libussa. A la edad en que Klein escribía era particularmente penoso
para ella referirse a la relación entre madre e hija, de manera que es difícil
saber —aun después de transcurrido el tiempo— hasta qué punto dependía
del remordimiento o de la idealización. También parecía seguir estando
inquieta por la naturaleza del matrimonio de sus padres.
Moriz Reizes estaba obviamente enamorado de su mujer y también
sumamente celoso de ella, pero Melanie, aun sabiendo que su madre estaba
enteramente entregada a su familia, sospechaba que añoraba aún a un joven
estudiante de su pueblo natal que había muerto de tuberculosis. Por cierto, a
menudo Melanie advertía insatisfacción en su madre, y posiblemente su
desdén. “Nunca he sido capaz de saber”, reflexiona Klein, “si simplemente no
era apasionada o si no lo era en la medida en que se trataba de mi padre, pero
sí creo haber visto ocasionalmente en ella una ligera aversión por la pasión
sexual, lo cual podría haber sido expresión de su propio sentimiento o de su
educación, etcétera”. Nada dice acerca de si era una madre afectuosa y
amante; y la correspondencia revela que Libussa encontró siempre dificul-
tades para expresarle sus sentimientos.
Debo interrumpir ahora, pues quiero enviar esta carta hoy mismo. Por favor,
escríbeme pronto y mucho.
Recibe muchos abrazos de quien mucho te quiere.
Emilia y Leo te envían sus saludos.
La renovación del piso por poco vuelve loca a Libussa. “Si conservo mis
cinco sentidos este verano”, se lamentaba, "seré inmune a todo. Esos albañiles,
carpinteros, fontaneros, cerrajeros, y demás trabajadores, se confunden
totalmente. ¡Y este lío! ¡Y, encima, los grandes gastos!... ¡Qué felices seríamos
si este horrendo verano ya hubiera pasado! Pero sería lo mismo: entonces viene
el invierno y quién sabe qué se trae”.
El 17 de mayo (día en que Leo partió por un mes al servicio militar en el
cuerpo médico), Emilie se trasladó a casa de su madre. El 26 de junio empezó
una carta: “Querida Melanie, verás que tengo valor y fuerzas, porque he
decidido escribirte una larga carta”. Le cuenta que el día en que ella y Libussa
decidieron compartir el sostén de la casa, ella compró un libro de contabilidad:
“Sabes cuán meticulosa soy: se da cuenta de cada cruzado”. Diferenciaba
cuidadosamente sus gastos de los de Libussa. Pasaba entonces a enumerar una
detallada lista, “escrupulosamente precisa”, del gas y de otros gastos
necesarios. “¿Cuenta esto con tu satisfacción, Vuestra Señoría?”, concluye.
Aparentemente Melanie esperaba que se le rindieran cuentas así. En una carta
posterior (del 2 de junio), Emilie le asegura a Melanie que si ese mes andaban
bien, Libussa empezaría a reservar algún dinero para el ajuar de su hermana.
Cada uno de los miembros de esta familia se mantenía a la expectativa para
asegurarse de que la madre no estuviera dando a uno más que al otro. (Emilie,
menos agresiva que las demás, era la que en este sentido ocupaba el escalón
más bajo.) De la envidia, la agresión y la rivalidad fraterna dentro de su propia
familia, Melanie Klein obtenía abundante material para formular después sus
teorías.
Libussa animó a Emanuel para que permaneciera con Melanie en Rosenberg
durante el verano de 1901. El lo hizo de mala gana y a comienzos de agosto le
escribía: “¿Cómo te sientes allí, Emanuel? Acaso fuera bueno —para no molestar
demasiado a la familia Klein— que buscaras una pensión cercana en la cual
pudieras permanecer hasta fines de septiembre o mediados de octubre. Espero que
el clima de allí sea mucho más beneficioso que el de Italia. Será también mucho
más barato para nosotros”. Al objetar Emanuel esta sugerencia, ella le replicaba el
17 de agosto: “Si tú, Emanuel, crees que el permanecer allí no te hace ningún bien
—aunque yo había esperado que te fuera muy beneficioso—, entonces ven a Viena.
Espero que el clima sea más apacible para entonces... Además, habrá que ocuparse
de tu vestimenta y tu ropa interior necesitará de algunos zurcidos...”. Al parecer,
[40] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
volvió inmediatamente y poco después de su llegada, en una carta de
comienzos de septiembre, Libussa le contaba a Melanie: “En lo que se refiere a
Emanuel, el resultado de sus viajes no es muy satisfactorio. Tiene mucho
entusiasmo y su humor es bueno, pero no pasa las noches muy bien. Duerme en
la misma habitación que yo y con frecuencia tengo que despertarlo porque se
entumece. El afirma que eso nunca le había ocurrido en Italia. Pero Leo piensa
que probablemente nunca lo había advenido mientras dormía porque nadie lo
había despertado...”. Después de la práctica inanición de los meses anteriores,
no es muy sorprendente que con la rica comida que Libussa le obligaba a
comer, haya tenido calambres de estómago. La familia continuó actuando como
si Emanuel no sufriera una enfermedad fatal. Ahora que Emilie estaba
embarazada, se ejerció sobre él una sutil presión para que reanudara sus viajes.
Pero el piso estaba por fin en orden y Emanuel gozaba de un letárgico
ocio en compañía de sus antiguos compinches. Descuidadamente se abstuvo de
contestar a las canas que Irma le enviaba desde Roma. La familia lo ator-
mentaba debido al apasionamiento que sentía por su hermana. Lo había, sin
duda, junto a una relación edípica entre madre e hijo, si bien Emanuel ali-
mentaba sentimientos de odio y de resentimiento hacia Libussa. A Melanie se
le presentaba muy quejoso por la insensibilidad de su madre hacia sus
necesidades reales: “No tiene una pizca de interés en mí y en mis aspiraciones.
No formula palabra alguna acerca de mis aspiraciones, al margen de sus
observaciones sobre ‘la juventud de hoy y sus ilusiones de grandeza’. Cada vez
más a menudo repite sus bromas respecto de la explotación financiera a través
de mis viajes como un ‘commis voyageur’.” Emanuel se ofendió ante la
manifiesta irritación de Libussa al rehusar él la oferta de que Leo intentara
conseguirle un trabajo en un periódico local. Vagamente consideraba la posi-
bilidad de regresar a la universidad.
En septiembre Melanie decía añorar mucho su casa, pero Libussa intentó
disuadirla de regresar antes del nacimiento del hijo de Emilie, a mediados de
octubre. “Hay muchas otras cosas, que no puedo contarte, que hacen que sea
más conveniente que permanezcas donde estás”. Al margen Melanie escribió:
“¡cuestiones de economía!”. Le preguntaba a su madre con resentimiento si no
la echaba de menos, a lo cual el 4 de octubre Libussa respondía: “A decir
verdad, ¡te extraño! Sólo que no sé qué hacer respecto de ti. Emilie no muestra
aün signo alguno... Así que ahora depende de ti: si deseas venir, escríbeme y te
enviaré el dinero. ¿Quieres esperar hasta después del 15 de octubre? No hay, sin
embargo, perspectivas de que Emanuel parta. Tenemos que esperar a ver cómo
se resuelve este mes. De algún modo pareciera que la permanencia en Viena le
está haciendo bien. Parece estar mucho mejor que cuando vino. Quiere
matricularse nuevamente. Pero temo que eso represente disipar otra vez el
dinero. Y los negocios no están marchando bien”. Emanuel añade una posdata:
EMANUEL [41]
Querida:
Te extraño muchísimo. Podríamos pasar una semana maravillosa jumos. Me
gusta estar aquí, y me gustaría aun más no ya si mi debilidad no persistiera, sino
si resultara algo menguada. Emmy no manifiesta aún signo alguno. Por favor,
escribe o, mejor, ven.
Mil cariñosos saludos para ti, querida.
Tuyo.
Emanuel
Se ponía claramente de manifiesto que sería muy incómodo para
Melanie regresar a casa mientras Emanuel permaneciera en ella. A comienzos
de 1902 reanudó su vida itinerante desplazándose incesantemente de un lugar a
otro de Suiza. Reaccionó con júbilo ante las noticias de los reiterados retrasos
de la boda de Melanie; y aunque ocasionalmente hiciera una observación
laudatoria de Arthur, es manifiesto que no estaba en modo alguno interesado en
él. ¿Por qué iba a hablar con entusiasmo del hombre que lo estaba despojando
de la que para él era la más valiosa de las mujeres, su confidente, su amiga? Ese
modelo de mujer, decía, era “una obra de arte que ya no podré volver a
contemplar en ninguna otra parte ni, naturalmente, en una imitación”.
Otto, el primer nieto de Libussa, nació el 16 de octubre. Se le permitía
a Melanie regresar a Viena inmediatamente antes de Navidad y permanecer allí
los cinco primeros meses de 1902, antes de hacer una nueva visita a Rosenberg.
La boda fue fijada para julio y postergada después para agosto y nuevamente
pospuesta con posterioridad hasta el año siguiente debido a que la gira de
Arthur por los Estados Unidos se prolongaba (casi un año más de lo previsto);
esa dilación se subrayaba una y otra vez, era absolutamente imprescindible para
su carrera. El no se mostraba precisamente como un novio anhelante. Melanie
procuró sacar el mejor partido de tales acontecimientos contándole cuán
sonrosadas devenían sus mejillas con el aire de la montaña y cómo se afanaban
sus futuros parientes políticos de la hermosa chica venida de la gran ciudad.
El 21 de mayo Emanuel le aconsejaba a Melanie ponerse “rolliza y
saludable” en Rosenberg, “y no te metas en un convento de monjas. ¡Recuerda
que sólo faltan unos pocos meses para marchar!”. La dilatación de la gira de
Arthur por los Estados Unidos le parecía una idea espléndida: “Dado su
carácter, su gira por los Estados Unidos le habrá dado el último brillo a una
personalidad práctica y enérgica, lo cual garantiza que tarde o temprano
alcanzará una elevada posición en la jerarquía industrial”. Libussa no veía con
tanta confianza la situación, según se lo indica a Emanuel en una carta que le
dirige el 11 de mayo:
[42] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
He equipado a Melanie con cosas muy bonitas. También yo he necesitado mucho
dinero desde la partida de Jolan. ¡Ojalá los meses de verano sean buenos! Entonces podría
marchar bien, esto es. podría ahorrar algo para empezar con el ajuar de Melanie. Ahora ni
siquiera puedo pensar en ello. Quisiera evitar contarte estas cosas, pero tú has estado
pidiéndome cartas pormenorizadas; también acerca del comercio... Arthur ha viajado desde
Ene hasta Chicago. Siento curiosidad por saber cuál será el resultado de ese viaje. Lo mejor
sería que regresase a Rosenberg, aun cuando su salario allí no sea tan grande. Y si se casan .
Pasaba entonces a una observación más personal:
¿Cómo estás tú, hijo? Ahora, desde que he estado durmiendo sola en la habitación (el
resto de la frase está borrado). Y a menudo, cuando no duermo, pienso mucho en ti: si estás
bien, si con este mal tiempo no vas a resfriarte sin un abrigo de invierno. Porque si aquí hace
frío y está lluvioso, en Suiza debe de estar aún más frío .
La dote de Melanie debía tener prioridad respecto de cualquier otra cosa.
Melanie parecía estar tan obsesionada por su ajuar como su madre, y
claramente le gustaba el papel de futura novia, aunque también estaba ansiosa
por pedirle a su madre algún dinero para sus gastos.
Querida mamá: aunque me resulte desagradable, debo pedirte un poco de dinero
para mis gastos. Me he comprado un par de guantes de cabritilla sin dedos por cuatro
guldens. He hecho una excursión y he tenido que comprar algunas cosas para zurcir mis
vestidos. Necesito disponer de una pequeña cantidad de dinero para tener en mi cartera;
por ejemplo, para sellos. No quise pedírtelo el mes pasado pues sabía lo mal que lo
estabas pasando. En total necesitaría doce guldens. Si puedes ahorrarlos, por favor,
envíamelos. No obstante, si por algún motivo te resulta difícil, no importará que me los
envíes el mes próximo.
Ayer me di cuenta de lo útil que me será aquí el vestido de batista. Por la mañana
salimos todos de visita. Se esperaba verme muy elegante y así sucedió al llevar yo mi
vestido de batista. Por la tarde nos reunimos en el jardín; todos estaban muy
elegantemente vestidos, pero mi vestido de batista era el mis bonito de todos. El detalle
significativo más reciente en Rosenberg es que la mamá de Arthur ahora me presenta a
todos como su futura nuera, de modo que nadie pueda especular nada al respecto. Entre
paréntesis: mis suegros están más bien orgullosos de mí. Ayer estuvo un señor que ha
vivido doce años en Nueva York. Conversé con él en inglés y le agradó mucho lo bien y
correctamente que hablo el inglés; también lo dijo en Rosenberg, así que se habla
mucho sobre lo culta, lo guapa que soy y Dios sabe acerca de qué más.
Libussa se sentía consumida por su familia; su única verdadera alegría
parece haber sido su recién nacido nieto; pero cada centavo que gastaba en
la manutención de la casa de Viena era tan cuidadosamente detallado como
las sábanas y la ropa interior de Melanie. La ansiedad de Libussa por la
salud de Emanuel estaba subordinada a su insistente preocupación por el
EMANUEL [43]
dinero que debía gastar en él, en particular cuando tenía que volver a dirigirse al
tío Hermann para pedirle prestado el dinero con que pagar la dote de Melanie.
Sus cartas están llenas de referencias a sus molestias estomacales y al
debilitamiento que le ocasionaban las muchas cargas que debía llevar.
Cuidadosa como era con los gastos, parecía ignorar deliberadamente los costes
de la manutención de Emanuel. “Después de haber aumentado su asignación de
ochenta a cien florines’1» le cuenta a Melanie, “no quiero que sufra privaciones,
pero si tiene demasiado dinero, puede invertirlo”. Entonces, en un acto de
locura autodestructiva, Emanuel perdió en Montreaux todo su dinero en el
juego, cosa que despertó los previsibles reproches de su turbada madre. “No es
sorprendente que haya perdido toda mi energía, toda mi estabilidad mental”,
exclamaba con desesperación. “Estas preocupaciones y estas eternas
dificultades debilitan mis fuerzas”. Entre tanto, tras apremiar a su madre
pidiéndole dinero, Emanuel escribía a Melanie:
No creo que le quede demasiado dinero para tus gastos del que recibes de casa. Pero
ninguna suma puede ser demasiado pequeña o demasiado grande en mis actuales cir-
cunstancias. Si puedes ayudarme, por favor, envíame algo en una carta certificada. No
necesito decirte que mamá y también el pobre Leo están fuera de consideración. En cuanto a
Mamá, te pediría solamente que le recuerdes en su momento mi asignación mensual.
La única y efímera idea que Emanuel tuvo para ganar algo de dinero fue la
de escribir el libreto para una ópera. Derramaba ante Melanie sus quejas por la
tacañería de Libussa: “Las suelas de mis zapatos se están volviendo
completamente transparentes. Se acerca el día del último contratiempo”.
Melanie, que llevada por un sentimiento de vergüenza le enviaba el dinero que
podía, recibía al mismo tiempo de su madre la advertencia de que la asignación
de Emanuel hacía reducir rápidamente el dinero reunido para su dote. Emanuel
no sólo hacía que ella se sintiese mezquina y egoísta, sino que constantemente le
recordaba su descuido de no escribirle con más frecuencia. Cada uno de los
miembros de esta narcisística familia parecía impelido a echar la culpa a los
restantes.
En julio Emanuel se enteró de que Arthur había conseguido trabajo en una
fábrica de papel de la que su padre era socio, de manera que la boda ya era
posible. Para felicitar a su hermana le escribió una carta cargada de envidia,
malevolencia e hipocresía:
Si tus noticias no fueran tan extraordinariamente gratas, tendría que hacer crujir
mis dientes, pues me siento empujado a expresar la felicidad más grande (que nos ha
sobrevenido y que puede servimos a todos) como parte del pago de la enorme deuda que
he adquirido con la paciencia y la voluntad de mamá para hacer sacrificios. Más concreta-
mente, sin embargo, me congratulo al saber que mamá será relevada ahora en la más
[44] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
pesada de sus amorosas cargas, que ella siempre ocultó con amor propio y discreción.
Te estoy casi tan agradecido por ella como por mí.
¡De modo que Melanie había sido el mayor peso que habían soportado los
hombros de la pobre y querida mamá! Y si tener que vivir en un remanso como
Rosenberg iba a ser aburrido terriblemente al menos Arthur tendría una
remuneración de 2200 guldens por año. En cuanto a él, Emanuel había
aceptado, contra su voluntad, la oferta de su madre de aumentar su asignación
mensual. Estaba obligado a hacer ese sacrificio, declaraba, porque advertía que
su vida estaría en peligro si no hacía una excursión a Corfú. Creía que sus
sufrimientos eran verdaderamente heroicos:
Estos sufrimientos me dan la oportunidad de transformarlos —viviendo entre ellos—
en algo grande y significativo. Y a pesar de lodo, todavía tengo esperanzas de Porgarles
grandeza e importancia aun cuando sus amargas consecuencias se opongan a este deseo
añadiendo constantemente más pesar físico a mi camino. Amo ese pesar como mi
sufrimiento, como mi destino, como mi vida. Como Vida. Pero ver cada noche mis zapatos
progresivamente más agujereados —no pudiendo reparar ya mi otro par—, ¡no sea que un
grave defecto en ellos provoque una catástrofe que me obligue a guardar camal ¡Que deba
evitar los conciertos en la sala de reuniones porque no puedo procurarme el vaso de cerveza
que es allí obligatorio! ¡Esas cosas son para mí demasiado insignificantes para poder
sobrellevarlas con ecuanimidad! ¡Pero lo más exasperante es que no pueda vivir una sola
hora' del día sin el temor de tener que hacer gastos imprevistos, y dio cuando vivo de la
manera más mezquina! Hay una objeción que me haría callar inmediatamente, pero tú no
quieres hacerme callar, ¿verdad?
Presumiblemente, su sufrimiento podía verse aliviado si la mimada
princesa compartiera con él alguna de sus dádivas, ahorrándole así a su amada
madre más preocupaciones. Además de sus exaltadas palabras comparándola
con una obra de arte, podía detallar los gastos familiares con la misma obsesiva
escrupulosidad que Libussa. Al cálculo de los gastos que debe hacer una
familia vienesa para poder vivir se yuxtapone la descripción de sus
sufrimientos físicos. Emanuel estaba particularmente alarmado por el
desagradable temblor que se había desarrollado en sus manos. Sólo con que
mamá lo dejara volver a casa por un par de meses, él podría ahorrar lo sufi-
ciente para retardar la muerte con otra escapada a las regiones soleadas. Esta
carta interesada, con sus páginas llenas de lamentos, concluye con una nota
amenazadora: o me ayudas, querida, o serás responsable de las consecuencias:
Sin embargo, no vas a decidir tú lo que es bueno para mí. Te pido que consideres
obviando tu amor por mí tanto como te sea posible, qué es lo que aliviará a Mamá. Sé
inflexible conmigo y ten consideración por mí sólo en la medida en que mi aflicción no se
tome tan pesada que ya no pueda tolerarla: dos meses —no importa cómo sean— puedo
soportar, pero no más. Recuerda ese "no más".
EMANUEL [45]
* Para preservar el texto Melanie volvió a pasar la pluma sobre la tenue escritura.
[46] 1882-192U: DE VIENA A BUDAPEST
un estado de coma. “Si el azar —meditaba Emanuel—, como es muy posible,
me lleva a encontrarme con ella, cosa que no temo y que en parte deseo,
entonces sabrás que soy suficientemente humano para cualquier delicadeza y
suficientemente hombre para apañar todo obstáculo que se cruce en mi
camino.” Esta última noticia provocó una carta de Melanie, inusualmente
extensa, donde se pone de manifiesto mejor que en ninguna otra ocasión, la
naturaleza de los sentimientos que experimentaba hacia él. Ambos intentaban
desesperadamente hallar un término medio entre la relación que tiene lugar
entre hermanos y la de quienes son algo más que amigos:
Rosenberg, 31 de agosto de 1902
Querido amigo: ¡lo que me escribes sobre esa mujer me llena de recelo! Para no
mentirte debo reconocer que mi primera reacción hacia ti fue un sentimiento de
reproche semejante al que inescrupulosa conducta con las mujeres ha suscitado en mí
mucha veces en el pasado. No te juzgo desde un oculto punto de vista moral, sino a
partir de un interés humano que hace que toda persona de rasgos interesantes me
parezca valiosa. Sé, empero, de muchas cosas que podrían decirse en contra de ello.
Además, nadie puede formarse un juicio propio si desconoce los pormenores de todas
las circunstancias. Sea como fuere, soy suspicaz respecto de mi propio juicio cuando
hay algo en mí que reclama vehementemente una condena. He descubierto que
normalmente he sido menos capaz de condenar cuanto más he madurado, y que muchas
cosas exigen experiencia personal y sentido para que se tomen comprensibles. Por
tanto, no hay castigo si afirmo que “bien y mal” no existen (y no sólo en teoría) para mí,
porque alcanzo a ver en mí misma y a través de la observación hasta que punto esos
conceptos son inextricables e indefinibles, y porque están presentes acaso en igual
proporción, aunque en formas, manifestaciones y relaciones recíprocas diferentes, en el
más noble y en el más mezquino de los seres humanos. Mi fracturado sentido de la
seguridad se manifiesta en mis esfuerzos por el “tout comprenez”. Siento, pues, esa
desconfianza siempre que me propongo condenar a alguien severamente: que la falta
puede ser en realidad mía, y que carezco del fundamento necesario para cualquier clase
de juicios, esto es, la comprensión.
No obstante, no puedo aplicar enteramente este razonamiento a tu caso, porque
tengo suficiente entendimiento para no dudar de que la brutalidad es un elemento
constitutivo de la naturaleza de un hombre, y que (en la debida proporción, por
supuesto) pertenece esencialmente a la masculinidad, así como la inactividad yace
latente aun en la mejor mujer.
Pero lo que realmente quería decirte es: estoy alarmada ante tu idea de querer, de algún
modo, encontrarte con esa mujer. Convéncete: probablemente sólo lograrías herirla y herirte
a ü mismo. Te ruego por lo tanto con todo mi corazón: ¡evita reunirte con ella y deja Como!
¡Te imploro que sigas mi consejo, siquiera esta vez, te lo ruego sinceramente! Por más que el
deseo te empuje, es en gran medida sólo sed de emociones, curiosidad y compasión, y las
consecuencias pueden ser fatales si cedes a ese deseo. Sea cual sea tu resolución, te ruego
que me cuentes todo al respecto. Hay en mí un peculiar sentimiento que impide mi temor
EMANUEL [47]
por quienes amo en la medida en que me cuentan todo lo que les atañe
Compréndeme, pues. Por mucho que has aclamado tu confianza en mí, nada me
cuentas, querido amigo, precisamente sobre los hechos más importantes y signi-
ficativos de tu vida. Y lo que sé, lo sé por intuición y por observación. ¡Nunca he
podido ser más para ti, por más que le deseara! Nunca te he reprochado, aunque te
hayas quejado, con mayor o menor razón, de mi reserva. Pero acaso porque estás
ahora tan lejos, me siento tan desesperadamente llevada a reclamar tu confianza.
Estaría mucho más tranquila respecto de ti si supiera que puedo compartir contigo
cuanto te concierne. Creo que soy digna de tu confianza. No hace falta que te
asegure que cuanto me escribas quedará enterrado en mí. Pero, aparte de eso, creo
que no hallarás jamás una amiga o una persona más leal que te comprenda mejor
que yo. ¡Déjame ser tu confidente y te aseguro que será recíproco!
Que puedas imaginar —siquiera por un momento— que mi carta formal
(como tú la llamas), el supuesto silencio mío y de Mamá, pueda ser, si no resulta-
do de una intención premeditada, la expresión de nuestro resentimiento hacia ti,
que puedas pensar eso ¡me hiere y me sorprende! ¡Ni Mamá, especialmente des-
pués de tu carta anterior, ni yo, merecemos ese atrevimiento! Me resulta absolu-
tamente incomprensible cómo puedes haber concebido esa loca idea. Te he expli-
cado todo tan claramente en mi carta que nada tengo que añadir al hecho de que
mamá te enviará el dinero de que le hablo en mi carta... ¡No discutiremos más!
Estoy convencida de que sólo podrías haber expresado esos pensamientos en un
momento de mal humor o de nerviosismo... El amor, sincero y grande, que Jolan
siente por mí me hace mucho bien. Es ciertamente un signo de gran amor que
tales sentimientos hagan que una mujer olvide su propia vanidad. Y eso es lo que
he advertido muchas veces en ella; también en Losonez, donde ella retrocedía, sin
celos, a un segundo plano y se alegraba conmigo de mis triunfos. Su entusiasta
admiración llega a tal punto, que estuvo sumamente preocupada pensando que
alguien podría haber tenido el mal gusto de compararse conmigo y no notar la
diferencia: hablaba verdaderamente en serio, pues es además una persona sincera.
También yo estoy realmente orgullosa de ella y la quiero como si fuera mi
hermana.
Queridísimo Emanuel, quisiera que esta semana ya hubiera pasado. Dentro
de una semana me marcharé y dentro de quince días probablemente llegará
Arthur...
¡Cuídate, querido, y escríbeme pronto!
Con el abrazo más afectuoso.
tu vieja
Mela
Emanuel había provocado la respuesta que deseaba obtener de ella. Para
ella, él era su amor eterno y Arthur poco más que un aditivo necesario cuya
existencia bien podían obviar. Desde la Plaza de San Marcos él le aseguraba:
Realmente debes quererme si tienes una intuición tan sensible respecto de mí. No
[48] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
sé cómo puedo devolverte ese amor... Necesito repetirte que he concentrado todo el amor y
todo el cariño de que soy capaz, el cual necesito abrigar en mí, en ti y en mamá... Y que no
podría sobrevenirme desaíre más devastador que el de perder a una de vosotras de cualquier
modo.
En su siguiente carta, escrita desde Como el 10 de octubre, le contaba que
“durante el poco tiempo que tú y Arthur podréis pasar juntos no deseo distraerte
y llamar tu atención hacia otras cosas que bien pueden esperar". Pasa entonces a
enumerarle una larga lista de tareas que tendrían precisamente efecto. El 24 de
octubre afirma que se siente “vejado" al escuchar que, el casamiento ha
sido nuevamente pospuesto, ahora hasta febrero. Emprende entonces una larga
argumentación para que ella no vuelva a dirigirse a ¿i con el término “amigo":
No continúes: ¡“hermano” dice mucho más! Si, como en mi caso, ese lazo de sangre
se ve fortificado por la admiración, el respeto y la gratitud, entonces supone una relación que
no necesita de otro nombre que el de hermano y hermana.
Había decidido partir esa semana hacía Roma y Sicilia. “Esos lugares
nada significan para mí, al margen de ser paisajes conocidos y estimulantes, y
eso es lo que necesito.” Era el Judío Errante, que vagaba sin descanso para
dirigirse a su cita con la muerte, de la que llega a hablar con total tranquilidad.
Tales frases están diseminadas en medio de airadas protestas por amigos que en
el pasado lo traicionaron. Los sentimientos hacia su madre y su hermana no
eran de simple afecto sino de posesión. Era arrojado del universo porque las dos
únicas personas que significaban algo para él podían realmente continuar sus
vidas sin él. De repente recordó la existencia del niño de Emilie y le pidió a
Melanie que comprara para el niño un regalo de su parte: efectivamente un
regalo de despedida. Se le impuso descanso forzoso ante la evidencia de que él
sabía que estaba perdiendo la capacidad de asir.
Beryl Gilbertson, psicóloga especializada en el diagnóstico de la
escritura, ha examinado las cartas escritas por Emanuel en el año previo a su
muerte. Está convencida de que se hallaba bajo los efectos de la cocaína, cuyo
uso estuvo muy difundido desde la década de 1880 hasta comienzos del siglo
actual. Se vendían tónicos con alta proporción de cocaína para curar todo,
especialmente la fatiga, al descubrir los médicos militares que las tropas actuaban
con mis energías si se les administraba esa droga. Se utilizaba la cocaína pandémica-
mente para atacar el dolor y la adicción a la morfina. Freud, por ejemplo, reco-
mendó la maravillosa droga a Fleishl para apartarle de la morfina. En su último artículo
sobre la cocaína, escrito en 1887 para responder a la crítica de que era objeto, sostenía
que nadie se vuelve adicto a la cocaína menos en el caso de ser morfinómano, y
todas las pruebas apuntan al hecho de que Emanuel era adicto a la morfina. A
menudo hace alusión a su necesidad de dinero para comprar cigarros: presumible-
EMANUEL [49]
* Véase: Phillips, J.L. y Wynne, R.D., Cocaine - The Mystique and the. Reality, Nueva
York, Avon Books, 1980, y Julien, R.M., A Primer of Drug Action, San Francisco, W.H.
Freeman, 1981.
[50] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
Lloyd-Hotel Germania
Münschener Bierhaus
von
C.O. Bünsche-Genoa
Via Carlo Alberto 39 - Salita S. Paolo, 38
Telephon 1221
Génova, 4.12.1902
Al Dr. Deutsch:
Respecto de su telegrama del día 3 y de mi cablegrama, cumplo en informarle a
continuación de las circunstancias concretas de la muerte de Herr E. Reizes.
...Reizes se retiró a las nueve en punto después de haber tomado una taza de leche
caliente y haber escrito varias cartas. No dijo sentirse mal.
Puesto que el día anterior el mencionado caballero había dormido hasta el mediodía, me
pareció extraña su ausencia al mediodía del día siguiente.
Por la tarde alguien llamó a su puerta para preguntarle si deseaba algo, pero no hubo
respuesta. Se decidió entonces confirmar si R. había salido o si había ocurrido alguna otra
cosa, y con ese propósito se abrió la puerta. Se halló entonces el cadáver de Reizes, ya frío.
Inmediatamente se llamó al médico quien comprobó que la muerte debía haber ocurrido
poco ames de la medianoche y diagnosticó un ataque cardíaco.
He informado a las autoridades locales y al Consulado de Austria y tras haber dispuesto
por escrito todos los efectos personales de Reizes, se sellaron y enviaron al Consulado.
R. no traía consigo ninguna maleta ni se encontró resguardo alguno de equipaje; sólo un
pequeño maletín de mano. El dinero que se halló consistía en:
Francos franceses en billetes: 150.-
Francos franceses de oro: 80.-
Pesetas: 100.-
Liras italianas en billetes: 15.-
Liras italianas de cobre: 2.-
Había además un reloj y un revólver.
Después de todas las formalidades y de otro reconocimiento del médico municipal, se
vistió el cuerpo y el funeral tuvo lugar esta mañana. No se permitió conservar el cuerpo
durante más tiempo debido a su rápido deterioro.
Como usted comprenderá, he sufrido grandes perjuicios debido a este triste incidente ya
que la habitación necesita ser decorada y provista nuevamente, etcétera.
Me tomaré la libertad de enviarle en breve un detalle de mis gastos. Entre tanto,
expresándole mis condolencias a usted y a la familia del fallecido, quedo suyo.
C. Otto Bünsche
P.S.: Para que todo sea correcto, debo mencionar que tuve que llamar a tres médicos, en
conformidad con las reglamentaciones legales de aquí.
EMANUEL [51]
En mi memoria subsiste como un joven vehemente, tal como lo conocí, vehemente en sus
opiniones, sin preocuparse por la aceptación general, con una profunda comprensión ¿el arte
y una pasión por él que se manifestaba de muchas maneras, y como el mejor amigo que
jamás he tenido.
Esto es de alguna manera una defensa: él murió porque la medicina no
había progresado suficientemente, no por ser un maníaco depresivo que
deseaba la muerte o porque se le descuidaba o estaba mal alimentado. Hermano
y hermana eran almas gemelas que participaban de los mismos estados de
ánimo y de las mismas reacciones. El era el sustituto del padre, estrecho
compañero, quimérico amante... y nadie en toda su vida fue capaz de
reemplazarlo.
TRES
Matrimonio
ulterior relación entre madre e hija, sería interesante saber cómo reaccionaron
ambas ante esta experiencia.
En agosto de 1904 Emilie visitó Rosenberg, mientras que Libussa se
dirigió a un balneario, Bad Reichenhall, donde le fueron prescritos baños de
ácido carbónico e inhalaciones para las anginas y las palpitaciones que padecía.
Su estancia allí parece haber sido la de unas vacaciones, si bien le asegura a su
hija que el médico deseaba que se quedase todo el mes por razones de salud. No
obstante, un mes más tarde estaba en condiciones de ascender por caminos
montañosos y gozar de la fragancia de los bosques de pino. La hermanastra de
Arthur, Iren,* y su marido, Karl Kurtz, llevaron a Libussa de excursión a
Salzburgo y los alrededores, y ella los hubiera acompañado también a
Berchtesgaden si no lo hubiese impedido su tratamiento.
Las cartas, dirigidas a las dos hermanas a la vez, ofrecen un interesante
contraste con las escritas sólo a Melanie. En sus observaciones a Emilie,
Libussa parece menos tensa que con su hija menor. Le da razonables consejos
sin abrumarla: “Tú, mi querida Emilie, debes considerar que sólo dispones de
un breve período para gozar del campo. Deja, pues, tu tonto bordado y
aprovecha el tiempo”. No obstante, la calma sería efímera.
En los primeros meses de 1905 Libussa empezó a abrumar a Melanie y a
Arthur con sus preocupaciones económicas. Según ella, el tío Hermann le
reclamaba el pago total de la casa; si no recibía el dinero en abril o en mayo, ella
se quedaría sin casa. ‘‘Para ser sincera”, les aseguraba, “estoy hecha un
verdadero lío” (“Shlemastik”). Según la descripción que ella hace de las
negociaciones, hermano y hermana parecen haber actuado en el trato de manera
despiadadamente inflexible. Como en su correspondencia hay tantos indicios
de que Libussa habitualmente eludía la verdad, una explicación más probable
sería la de que, ahora que Arthur se hallaba en buena posición, Libussa estaba
decidida a liberarse de sus cargas económicas. Hubo, sin duda, duras disputas,
pero unas líneas sugieren que Libussa no quería que Arthur escuchara la
versión que Hermann podía dar de la historia.
Querido Arthur espero que no se te ocurra escribir nada sobre esta cuestión al tío
Hermann, o lastimarlo de algún modo. Su noble y amable persona no merece en
absoluto que se la lastime. Tiene, evidentemente, sus extravagancias, pero es, después
de vosotros (y de Leo y Emmy), la persona que más quiero en el mundo.
* Iren era hija nacida de un matrimonio anterior de Jakob Klein. Se había casado con un
conocido abogado criminalista. Vivían en un pueblecito a casi cien kilómetros de Viena.
[58] 1882-1920: D E VIENA A BUDAPEST
Hubo empero, ocasionalmente, algunas agradables distracciones. En
1905, cuando Melitta tenía un año, marido y mujer viajaron a la costa del
Adriático, visitando Trieste, Venecia y Abbazia (hoy Opatija), conocido lugar
de reunión en lo que ahora es Yugoslavia. En febrero de 1906 se informó a
Arthur que en la primavera debería asistir a un congreso que tendría lugar en
Roma, y que Melanie podría acompañarlo. Proyectaron también dirigirse a
Nápoles y a Florencia, y visitar la tumba de Emanuel en Génova. Jolan había
estado allí durante la primavera anterior y les había enviado hierbas del lugar.
La carta que el 10 de febrero de 1906 Libussa escribió a Melanie en respuesta a
las noticias del viaje, revela quizá su carácter mejor que cualquiera otra carta
que haya escrito:
Arthur sabe dónde están sus ventajas y cómo alcanzarlas. Es evidente que ese viaje a
Roma representa el cumplimiento de vuestros más fervientes deseos. Pero lo que me
sorprende es que por estar demasiado contentos os habéis olvidado enteramente de mí. Dices
muy bien que difícilmente se presentará otra oportunidad de viajar a Génova. Yo digo que ni
siquiera merece la pena plantearse si yo finalmente alcanzaré lo que deseo. Hace veinticuatro
años que anhelo visitar la tumba de mi padre y nunca he podido hacerlo. Y lo mismo me
ocurrirá con Génova. No puedo hacer un viaje así por mi cuenta y nunca podré hacerlo. Creo
que mi única oportunidad sería poder viajar con vosotros.
Si considero que este mes cumpliré cincuenta y seis años* y que los años pasan tan
rápidamente y que con ellos vienen las dolencias, las cuales acaso me impidan después hacer
un viaje que deseo tan ardientemente, entonces veo como una gracia del cielo el que pueda
conseguirlo ahora. El dinero no es problema para mí en este caso. Si no lo tuviera, lo pediría
prestado. Pero para entonces tendré suficiente, dado que ya tengo ahorradas más de
trescientas coronas. Si deseas combinar este viaje con unas vacaciones, ésa será una decisión
bienvenida, y quién sabe si el pasar unos días junto al mar no haría que me recuperase
totalmente... El tener que hacer un gran gasto de dinero no me acobarda. Sólo me digo que el
tío Hermann deberá esperar seis meses más. Es posible también que, como persona que viaja
al congreso, el viaje me resulte más barato.
Arthur nada debe temer. No he de molestarlo. Llevaré sólo un pequeño equipaje: un
vestido más a la moda, una bata y mi vestido de viaje. Y en lo que concierne a otras cosas, ya
no estarás de luna de miel y no te molestaré en modo alguno.
En lo que atañe a Meta (Melitta), ni Leo ni Emilie objetarán nada si me marcho cuatro
semanas antes. Pero debo decirte que realmente estás exagerando al estar aún tan inquieta
por la niña. A los dos años Otto comía de todo. Ahora ya no tienes que temer que tenga
trastornos digestivos, especialmente teniendo a Dada... Dada cocina para ella, la baña, la
acuesta, etc., etc. Sin duda puedes confiársela a Dada.
Es extraño que Libussa nunca haya visitado la tumba de su padre; tam-
bién lo es que se las haya arreglado para ahorrar trescientas coronas cuando sus
cartas anteriores han estado llenas de quejas por sus penurias. En ningún
* Ello implicaría que nació en 1850, lo cual no concuerda con la fecha de nacimiento que
figura en su certificado de defunción, que es la de 1852. Tal discrepancia no está aclarada.
MATRIMONIO [59]
caso parece habérsele ocurrido que la joven pareja podría preferir estar sin
compás* A Melanie le preocupaba que el viaje le resultase demasiado fatigoso
por lo que le propone que haga una excursión más corta a Abbazia. Tras una
detenida reflexión”, responde Libussa, “he llegado a comprender que tienes
razón y que no sería capaz de enfrentarme con los grandes esfuerzos que exige
el viaje. Tantas noches sin dormir y el constante viajar no serían buenos para mi
estado.” En abril Libussa había decidido que no se hallaba en condiciones para
encontrarse con ellos en Génova. “Creo que si de tener vida, seguramente
hallaré otra oportunidad para ir a Génova”, les informaba. Finalmente también
Abbazia quedaba excluida y se acordó que visitaría Rosenberg durante la
ausencia de ellos. Acaso dudaba porque advertía que estaba empeñando
demasiado su suerte.
En Italia, las visiones de una vida más relajada contribuyeron sutilmente a
la insatisfacción general de Melanie. No obstante, ella y Arthur experimentaban
la misma incansable curiosidad por visitar lugares interesantes, y aquélla
parece haber sido la época más dichosa que pasaron juntos durante su
matrimonio. En su Autobiografía, Klein omite mencionar la visita a la tumba de
Emanuel. De acuerdo con la descripción de Jolan, estaba cubierta por un verde
recuadro de césped con una pequeña placa de mármol en la que simplemente se
leía: “Reizes Emanuel”. Melanie recogió un poco de la hierba que la cubría y la
guardó dentro del hato de cartas de Emanuel que conservaría durante el resto de
su vida.
En Viena, Emilie consideraba llena de encamo la vida de Melanie, en
contraste con su limitada vida de mezquinas economías y exceso de trabajo.
Una carta algo patética pone de manifiesto cierta envidia por la buena suerte de
su hermana, aunque también el reconocimiento de que su brillante hermana
menor estaba destinada a una vida más opulenta que la que ella podía esperar:
Al leer tu animada caita apenas pude reprimir cierta tristeza. No es que
sienta envidia; sabes que no siento gran inclinación por los viajes, aunque no
los rechazaría si se me ofreciera la oportunidad de hacerlos... Pero sí siento casi
envidia por el talento que tienes para expresar tan bellamente cuanto puedes
ven Bien: ésa es una vieja historia, la de que difícilmente haya alguien que te
quiera tanto como yo... ¿Cómo está nuestra querida Mamá? ¿Se la ve bien? Yo
la extraño muchísimo. Hace tanto tiempo que ha partido que a veces no puedo
recordar sus facciones. ¿Cuándo vendrá? ¿Cuánto tiempo permanecerá con
nosotros? Para entonces será primavera nuevamente y marchará a su amado
Rosenberg con su dulce Meta, Mela y Arthur. ¡Y se acabaron Emilie, Leo y
Otto! ¿Por qué nos descuida tanto?
También Emilie parece haber sido presa del esquema familiar de la cul-
pabilización. Si uno de ellos tiene buena suerte, el otro tiene que pagar por ello.
Desde Rosenberg, donde Libussa cuidaba de Melitta, la abuela infor-
[60] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
maba a la ausente Melanie de que su nieta estaba “feliz y alegre; ríe y canta todo
el día como un pajarillo. Parece echarte mucho de menos. Muchas veces al día
mira hacia el dormitorio y dice: 'Papá, mamá, cama’, y muy a menudo, sin que
se la incite, dice: ‘Mamá, dulce, guapa, buena, hermosa’. Tiene muy buen
apetito y no necesita de lavativas”. Libussa intenta convencerse de que el
matrimonio era la perfección absoluta, y de que algunos pequeños problemas se
debían a los desdichados “nervios” de Melanie, a ¡os que alude con mayor
frecuencia que en los años anteriores. En una carta del 25 de abril de 1906
(dirigida probablemente a Nápoles) Libbussa expresa su satisfacción por la
buena salud de Melanie y agrega: “Pero me aflige, querida Melanie, que nunca
estés libre de una gota de amargura, ¡aun en los momentos de alegría! Es tu
destino o, desdichadamente, tu disposición, que siempre haya algo que te
torture”.
Libussa estaba decidida a hacerle saber a Melanie lo mucho que su salud
había sufrido a causa del sacrificio de no haber viajado con ellos. De regreso a
Viena, el 17 de mayo le informa de que ha sido examinada por el profesor
Schlesinger. No tiene trastornos cardíacos, así que no necesita tomar baños de
ácido carbónico, y su catarro bronquial ha desaparecido. Sin embargo,
“necesito cambiar de medio: aire fresco —rico en ozono—, baños diarios de
pinochas, y él me garantiza una perfecta curación”. Halla todo eso en las aguas
termales de Karetnitza, excursión pagada probablemente por Artur.
El año 1906 fue importante debido a la publicación, largamente esperada,
del libro de Emanuel. En su Autobiografía Klein describe cómo
después de su muerte, cuando yo Lema veinte años, reuní sus escritos ayudada por la
gran amiga de él y mía, Irma Schönfeld, y procuré publicarlos. Por entonces yo esta- a casada
y esperaba mi primer niño, e hice un largo viaje para hablar con Georg Brandes, el
historiador de la literatura, a quien mi hermano admiraba, para lograr que escribiera el
prefacio del libro, pues por carta se había negado a ello. De hecho ya había dejado la casa
desde donde me había escrito diciéndome que ya estaba demasiado viejo y demasiado
cansado para continuar escribiendo prefacios y leyendo libros; pero entre sus amigos más
próximos —y cuyos nombres no puedo recordar: una escritora y su hija, escultora— causé,
al parecer, tal impresión, que sus canas a Brandes lograron el prefacio. En realidad empleó
en su redacción casi todo lo que yo le había dicho acerca de mi hermano. Después de mucho
batallar, intenté conseguir un buen editor... En realidad el libro no da una idea de lo que mi
hermano podría haber llegado a hacer, pues utilizamos para su composición todos los
materiales que se hallaban en sus cuadernos de apuntes, algunos de ellos no suficientemente
elaborados, así que constituye una débil imagen de lo que podría haber sido, si bien hay
algunas cosas muy bellas en él.
Es enigmática la vaguedad acerca del lugar al que Klein se dirigió en
busca de Brandes, tanto más cuanto que en la correspondencia familiar no
hay ninguna referencia a ese viaje. Hay empero una alusión posterior en una
MATRIMONIO [61]
de las cartas de Libussa a un viaje que en una ocasión hizo Melanie a Berlín,
mando Arthur le ordenó que regresara a Rosenberg. Por entonces Irma estaje
viviendo en Berlín, al parecer en feliz matrimonio, y sus canas sugieren que en
realidad fue ella la responsable de la tediosa tarea de ocuparse de la publicación
del libro. Aus meinem Leben (“De mi vida”), editado por Wiener Verlag,
recibió el 22 de abril de 1906 una crítica poco favorable de Sevacse, un famoso
crítico vienés de la Neue Freie Presse, irónicamente uno de los blancos de las
andanadas de Karl Kraus. Fue característico que Libussa no pudiera
permanecer al margen del drama: cuando, hallándose Melanie de viaje en Italia,
la publicación del libro debió postergarse debido a dificultades económicas de
los editores, Libussa se hizo cargo de escribir a Sevacse para pedirle que
aplazara su reseña.
El autor de esta última describía a Emanuel como un escritor más bien
decadente; indudablemente decadente, en todo caso, en sus relaciones con las
mujeres. “Es especialmente deplorable que se ofenda tanto por algunas
palabras indiferentes de Thea, con las cuales ella no se propone herirlo, que
decida romper con ella y después complacerse con su sufrimiento.” Sevacse no
podía comprender el gran desapego del joven respecto de su madre, si bien al
final de su vida se vuelve más auténticamente humano cuando le suplica que no
lo llore: “Madre, debes perdonar mi muerte, puesto que yo te he perdonado mi
vida”. Si Emanuel realmente dejó a su madre una anotación así, ello casi
sugeriría que pensaba suicidarse.
El objeto físico —el libro— le parecía a Libussa más importante que su
hijo. Estaba sumamente orgullosa por la reseña, hasta el punto de creer que en
Rosenberg todos estaban tan impresionados que guardaban silencio. Sin
embargo, a su regreso a Viena, se mostró contrariada porque en algunos
comercios no se hallaba el libro. En noviembre apareció otro comentario
(anónimo): “Nuestra excitación es tan grande que después de haberla leído
muchas veces, no sabemos si es favorable o desfavorable”, contaba Libussa. Al
menos la mujer del tío Hermann estaba impresionada por el libro. Desgarrada
por su contenido, se deshacía en lágrimas, reacción que a Libussa le parecía
misteriosa. Emilie, a petición de Libussa, le pidió a Melanie que le enviase un
ejemplar del libro de Emanuel para dárselo, en lugar del pago, al médico que la
estaba tratando por su cistitis.*
Emilie escribió a su hermana para felicitarla por los frutos de sus
esfuerzos:
Ahora que el libro está publicado y que por fin hemos alcanzado el objetivo
deseado, anhelado durante tanto tiempo, debo expresarte lo mucho que te admiro.
Sabes que comúnmente no soy muy inclinada a la alabanza, pero ahora estoy senci-
* Posiblemente Otto tuvo que ver con la factura de la prótesis de Freud. Freud escribió en
1938 una recomendación para Otto que le permitió a éste mudarse a Londres.
[64] 1882-1920: D E VIENA A BUDAPEST
Melanie, se había convenido en su amiga íntima. Libussa parece haber tenis do
sentimientos encontrados por el cambio en los acontecimientos al llegarle las
noticias previas a la partida: "Respecto de Klara, te agradará, sin duda, tener
una compañera de viaje. Pero no consideraría oportuno para ti compartir la
habitación con ella en Abazzia. Creo que puedes decirle que no es con-
veniente para tus nervios, que necesitas completa tranquilidad, y que no debes
hallarte bajo el apremio de obrar de acuerdo con alguien”. En los baños
termales Melanie se sometió a un tratamiento de ácido carbónico y de otros
remedios habituales para los nervios.
Durante esas ausencias Libussa abrumó a Melanie con cartas que narra-
ban su irreprochable forma de administrar las tareas domésticas y consejos
sobre los más nimios detalles de su vida, como si estuviera intentando reforzar
la dependencia de su neurasténica hija, aun en la distancia. Se le indicaba a
Melanie qué ropa debía usar, a quién debía ver, cuánto tiempo debía
permanecer en un lugar. Por la mañana tenía que usar vestidos livianos para no
sentirse incómoda e indiscutiblemente no tenía que tocar el piano o frecuentar
compañías que la excitasen. Cada uno de los consejos de su madre le ofrecía a
Melanie una reforzada autoconcepción de semiinválida permanente.
Lamentablemente se ha perdido la correspondencia de Melanie durante
este período, pero de las respuestas de su madre se hace evidente que se sentía
preocupada y culpable por el bienestar de sus hijos. Su ansiedad debe de
haberse incrementado al saber que Hans a menudo se dirigía a la puerta y
gritaba: "¡Mamá, mamá!”. Ella estaba ausente cuando le brotaron los dientes y
también en su primer cumpleaños. Y cuál pudo haber sido la reacción maternal
de Melanie al leer que su hijita decía: “¿Qué dirá mamá cuando sepa que estoy
tan bien?”. “¿Por qué te torturas tanto por los niños?”, le preguntaba Libussa.
“¿Por qué haces de cada minuto de tu vida una aflicción, y te privas de toda
alegría a causa de ellos? ¡Puedes estar completamente tranquila! Los niños no
pueden estar más saludables ni tener mejor aspecto que ahora.” En otras
palabras: ellos estaban mucho mejor sin su madre.
Para consolidar su objetivo, Libussa regaña a su hija porque sus propios
males físicos se deben a la preocupación por el estado de Melanie. ¿Y por qué
tendría que estarle Melanie tan agradecida? Después de todo, ella está haciendo
lo que cualquier madre decente haría.
¿Qué es toda esa ridiculez con mi gran amor maternal y mi sacrificio? ¿Piensas
que podría haber actuado de otro modo que como lo hago?... Debes concentrarte en una
sola cosa: que quieres volver a casa como una persona perfectamente sana y fuerte.
¡Que la nostalgia y el anhelo de ver a los niños no te impidan ser dueña de ti! Sabes que
Arthur, tus hijos y tu casa están en buenas manos, de manera que, en lo que respecta a
eso, puedes estar tranquila. Y para cuando regreses —sana, recuperada y fuerte—, Arthur
se habrá restablecido completamente; así lo espero confiadamente. ¡Y piensa sólo en la
nueva vida que tienes por delante! ¿Qué más podría pedirse de la vida? ¿No tienes todo
MATRIMONIO [65]
aquello por lo que la mayoría de la gente nene que pelear y batallar, y por lo que te
envidian?
Libussa parece haber tenido dominado también a Arthur, aunque de vez en
cuando él ofrecía hosca resistencia. El 2 de febrero de 1908 Libussa le dio una buena
lección, de la que informa puntualmente a Melanie, que se encuentra en Budapest:
Le dije: ‘‘Espero que no se le haya ocurrido hacer que Melanie regrese de Budapest a
Viena. ¡Lo hiciste cuando ella estaba en Berlín, la hiciste regresar entonces! Debieras estar
satisfecho con que ella se sienta mejor ahora y no tenga que ir a un sanatorio. Es mejor para
ti que ella regrese completamente curada y con buen estado de ánimo. Entonces también tú
perderás tu nerviosismo. ¿Qué ventaja tendría para ti que ella regresase y llorase y estuviese
enferma otra vez?”... Lo ha reflexionado: permanecerás en Budapest el tiempo que desees.
Dice que además debe asistir a muchas conferencias en Viena y estará muy ocupado. Ves,
pues, que Arthur me ha pedido que te escriba para decirte que puedes permanecer en
Budapest el tiempo que quieras. Y yo agregaría: ¡tu deber es permanecer allí por ti y también
por los niños y por Arthur! Porque yo realmente necesito mucho que vosotros dos estéis
bien. Por tanto, ce lo repito una vez más: ¡quédate, quédate, quédale, y ponte bien!
Libussa quería retirar a Melanie del camino. Intentaba crear situaciones
en las que marido y mujer se vieran lo menos posible. Es muy claro que lo que,
según sus informes, han dicho Arthur o el médico, son palabras que ella pone
en sus bocas. El detalle de que de cualquier modo Arthur estaría demasiado
ocupado en Viena para disponer de tiempo para Melanie, es un toque diabólico.
Le irritaba pensar que Arthur hiciera planes privados con su mujer y sutilmente
lo disuade de escribir a Melanie. Esta constantemente se lamenta de no saber de
él más a menudo.
En su devoradora necesidad de actuar como madre (¿de asfixiar?)*
respecto de su hija, Libussa perdió de vista —o era demasiado poco
inteligente para comprenderlo— lo que realmente se proponía. Consideraba
que era imperativo para Melanie permanecer durante el máximo tiempo
posible en Abbazia. Si Melanie y Arthur se reunían antes de su partida, se
interferirían sus planes de mandar a su hija rápidamente a tomar aires marinos.
Arthur debía esperar a encontrarse con ella en Abbazia. Probablemente los
motivos de Libussa eran mixtos: inadvertidamente pudo temer que Melanie
contrajese la tuberculosis, pero por otra parte pudo no haber tolerado que su
hija tuviese placeres que a ella le estaban negados. Por lo que respecta a los
costes de una larga estancia en Abbazia, el dinero no suponía dificultad.
Después de haberse atormentado por su propio dinero y de haberlo escati-
cama y descansaras". “No te hagas la sabihonda", fue su respuesta, y me callé. Bien: ¿qué
hubiera sacado de seguir hablando? Pero debo decirte, querida hija, que no te atrevas a
interrumpir tu cura y a regresar a casa como habitualmente ha ocurrido hasta ahora cuando se
entreveía el fin y él perdía la paciencia. ¡Todo tu tratamiento, todo ese dinero se habrá
desperdiciado! Y por el resto de tu vida seguirás desdichada y enferma. Y debes sanar, por ti
y por él.
Al cabo de una semana había aceptado la situación hasta el punto de lograr
algún consuelo: ‘Ten la amabilidad de entregar a Arthur tu cuello de zorro para
que lo traiga de vuelta. Tú puedes pasar sin él una semana y yo en Rosenberg lo
necesito, pues mi abrigo de zorro está muy gastado”. Aparentemente los
jóvenes no se hallaban sin ella en una situación tan desesperadamente penosa
que le resultara imposible marcharse a Rosenberg durante unos días por su
cuenta. Esto parece haber sido un acto de represalia de parte de ella por su
desafío a los padres.
Le pregunté a Meta si quería ir conmigo a Rosenberg, pero no obtuve respuesta aparte
de un marcado rubor. Cuando insistió en su negativa a darme una respuesta, le dije: “Pero
seguramente querrás venir si papá viene, ¿no?’*; y entonces ella replicó: “¡Pero mamá y mi
hermanito también tienen que venir!". Ves, pues, que conmigo no iría en modo alguno.
Querida Mamá:
No te enfades conmigo porque no te escribo con más frecuencia, pero real -
mente tengo mucho que hacer. Si bien he simplificado mucho el hacer las com -
pras, hay aún varias cosas que me mantienen ocupada. Con Klara he comprado un
precioso vestido de espumilla y un traje blanco y rojo, ambos ya hechos, todo
muy bonito y barato. Ya he guardado todos los enseres de invierno, salvo las
alfombras. Esta semana tendré que empezar con las alfombras, y también es el
momento de que inicie los preparativos de mi viaje. Hemos decidido partir el 24
CRISIS [77]
y debemos ajustamos a esta fecha, pues hemos tenido que reservar anticipadamente
los billetes para el coche cama. Por tanto, querida mamá, tienes que disponer tus
cosas de acuerdo con eso y estar aquí por lo menos 2 ó 3 días antes de nuestra
partida.
Hemos tenido ya días muy calurosos aquí. He adquirido la costumbre de salir a
pasear con Arthur todas las noches, cosa que me resulta muy agradable. Arthur va a
Braila el 19 o el 20, así que no habrá regresado para cuando yo me vaya.
Iremos directamente a Berlín y desde allí al Mar Báltico. En mi viaje de
regreso, a fines de agosto, deseo detenerme varios días en Rosenberg.
Dentro de poco te enviaré las 300 coronas para Emilie y las 70 para ti que aún
estaban en Budapest.
Todos estamos bien. Melitta concluye la escuela el 15, de manera que aún
podemos hacer algunos paseos con. ellos. En doce días habré terminado mi trata-
miento. Me siento en realidad muy sana y ahora debo mantenerme así, cosa que,
espero, lograré.
Afectuosos besos a todos vosotros.
Tuya,
Melanie
En una carta fechada el 22 de agosto de 1911, escrita inmediatamente
antes de que los Klein se mudaran al amplio apartamento de Budapest,
Libussa expresa su satisfacción porque Melanie y Arthur estén de acuerdo
con ella al menos en que los problemas de salud de Melanie derivan de los
nervios. “Si finalmente has llegado a comprender que lo más importante es
que te cures, todo lo demás tiene una importancia secundaria y tu mal real-
mente puede detenerse... (En Budapest) le pediremos al especialista en
enfermedades nerviosas más competente y de más prestigio que nos visite a
casa, para que podamos discutir todo y pueda examinarte exhaustivamente
(no como ese médico que hacía diez llamadas telefónicas durante cada con-
sulta). Y habrá que ajustarse exactamente a lo que él diga que debe hacerse.'’
La carta de Melanie de 1912 sugiere que ha estado recibiendo tratamiento de
parte de alguien. La carta manifiesta confianza e incluso satisfacción.
Aparentemente el “tratamiento” le estaba haciendo bien; pero el que parezca
estar dirigiendo las actividades de la casa sin experimentar por eso terror
alguno sugiere que en presencia de Libussa volvía a convertirse en una niñita
que dependía enteramente de mamá, estado que la dejaba desmoralizada y
ahogada por la depresión.
Los paseos nocturnos con Arthur apuntan la posibilidad de una relación
amistosa; pero con el regreso de Libussa ambos vuelven a hundirse en neu-
rosis que los aislaban mutuamente, a manos de una mujer aparentemente
indestructible que continuaba yendo y viniendo de una a otra de las dos casas,
las cuales, en su opinión, no podían funcionar si su mano no las gobernaba.
Con el inicio de la guerra en 1914 Libussa permaneció constantemente en la
casa de Budapest de los Klein.
En realidad, la guerra se hizo sentir muy poco en la capital de Hungría,
[78] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
donde el acomodado aun podía obtener todos los artículos de primera nece-
sidad e incluso los de lujo. Cuando, a fines de 1914. Arthur debió incorpo-
rarse al ejército austro-húngaro, la vida continuó en gran medida como antes.
No obstante, en Viena la situación era completamente distinta; allí Emilie
sufrió grandes privaciones desde el reclutamiento de Leo. En su
Autobiografía, Klein parece irritarse al recordar la ansiedad de su madre por
la seguridad de Leo cuando éste estaba estacionado en el fuerte Premsyl.
Libussa tenía razón al preocuparse, pues cuando el fuerte cayó, Leo fue cap.
turado por los rusos y enviado como prisionero de guerra a Siberia, donde
permaneció cuatro años.
Según Hertha Pick, que se casó con el hijo menor de Emilie, Willy
Pick, su suegra solía decir que éste había sido el período más feliz de su vida.
Emilie demostró que era una mujer de grandes recursos siempre que se
hallara libre de Leo y de Libussa. Contrató a un asistente dental para que
atendiera a los pacientes y, en lugar de pagarle dinero por su trabajo, estable-
ció un sistema de trueque de ropa y comestibles, aunque debía conseguir
dinero en efectivo para pagar los servicios. Todas las mujeres de la familia
mostraron sumamente capaces de adaptarse a las circunstancias cuando éstas
lo reclamaban.
La recuperación de Melanie en 1912 fue efímera; 1913 y 1914 fueron
años de increíble tensión. En las navidades de 1914 se enteró de que estaba:
embarazada. Dado el terror que había experimentado en 1909 al sospechar
que lo estaba, difícilmente pudo haber reaccionado con alegría por tener otro
niño cuando ya había pasado los treinta. Y ahora Libussa ya no representaba
la fortaleza protectora con la que siempre podía contar. Erich nació el 1 de
julio de 1914. Naturalmente, Libussa disfrutaba del niño, pero estaba cada
vez más delgada e indiferente. Melanie contrató a un ama de leche “debido a
circunstancias que acaso mencione más adelante”, cosa que no hizo. La mujer
“se portaba mal y aterrorizaba toda la casa”. Su madre le aconsejó que
tolerara la situación sin decir nada ¡y que tuviera al bebé amamantado sólo
durante nueve o diez meses!
A finales de octubre Arthur y Melanie llevaron a Libussa a una clínica
para que la examinaran con rayos X. La sala en la que se la examinó era
sumamente fría. Uno de los asistentes les aseguró que no había signo alguno
de cáncer, pero les sugirió que regresaran algunos meses después para reali-
zar un nuevo examen. Según opinaba Klein posteriormente, la dramática
pérdida de peso de su madre era un signo inequívoco de que, en efecto, tenía
cáncer. Klein nunca olvidó el regreso de la clínica a casa: Libussa y Arthur
caminaban delante, ascendiendo trabajosamente la colina, y ella un poco más
atrás, reprimiendo las lágrimas. Libussa cayó enferma de bronquitis casi
inmediatamente, cosa que ella atribuyó a la baja temperatura de la sala en la
cual la habían reconocido. Pronto cayeron en la cuenta de que se estaba
muriendo y Klein recuerda el tormento de “cierto sentimiento de culpa por
CRISIS [79]
que podría haber hecho más por ella, y sabemos que tales sentimientos
existen. Me arrodillé junto a su cama y le pedí perdón. Me respondió que yo
que tendría que perdonarle a ella por lo menos tanto como ella a mí. Me dijo
entonces: No te aflijas, no te duelas, pero recuérdame con cariño’”. El 6 de
noviembre murió.
No imaginé que pudiera morir con tanta paz, sin ansiedad y lamentación
alguna, sin abusar a nadie, con una actitud amistosa hacia mi hija, aunque realmente
tenía motivos para quejarse. Pero jamás la escuché quejarse de mi hija en los años
anteriores, y cuanto le sobraba del dinero personal que mi marido le daba, se lo
daba a mi hija, que lo necesitaba. En mucho sentidos ella siguió siendo para mí un
ejemplo y recuerdo su tolerancia con la gente...
Esta descripción de los últimos días de su madre que se narra en la
Autobiografía es tan discordante con la autoritaria y prosaica
pequeño-burguesa de la correspondencia, que uno se siente inclinado a
suponer que la conmovedora escena del lecho de muerte era la reparación
imaginada por Klein.
Melanie asistió a su madre durante las dos primeras semanas de su
enfermedad, pero la última semana llamaron a una enfermera. La única queja
de Libussa fue que era demasiado estricta. Al ver cómo apenaba a Melanie su
progresiva debilidad, Libussa le dijo que le gustaría tomar unas gachas y,
escribe Melanie, “como era una excelente cocinera, me indicó cómo debía
preparar el caldo de pollo y se obligó a tomarlo. Estaba muy claro que
intentaba seguir viviendo por mí”.
Al final la consentida de la familia tenía que cuidar a su sobreprotectora
madre y no era capaz de llevar adelante la tarea. Libussa le había asignado el
papel de niña mimada y Melanie debió pagar un terrible precio por ello. Podía
tenerlo todo en la medida en que hiciera exactamente lo que la madre le decía.
Libussa fortaleció su temor infantil al abandono subrayando que sin su madre
no era capaz de vivir, y la muerte de su madre confirmaba ese temor. ¿Se la
castigaba ahora porque su madre se había excedido en sus esfuerzos por
ayudarla? En lugar de plantearse las implicaciones de su aflicción, en su
Autobiografía pasa a formular inmediatamente una malhumorada diatriba
acerca de la innoble muerte de su hermana en contraste con la de la madre de
ambas. Hasta el día de su muerte, Melanie no pudo perdonar a Emilie el haber
sido la preferida de sus padres.
Hasta 1914 la mayor parte de nuestra información sobre Melanie Klein
procede de las cartas de Libussa, escritas por ésta desde Viena o durante el
tiempo en el que se ocupaba de la casa de los Klein mientras su hija estaba de
viaje en sus frecuentes y estériles ausencias en búsqueda de sosiego. Una
colección de alrededor de treinta poemas, varios fragmentos, bocetos en
prosa y cuatro relatos completos documenta el estado afectivo de Klein
durante los seis años que siguieron a la muerte de su madre. Como sólo
[80] 1882-1920: D E VIENA A BUDAPEST
lección del día. No obstante, Ferenczi comenzó a ser considerado por los
demás colaboradores de Freud, especialmente por Ernest Jones, el poder
detrás del trono. En el Segundo Congreso Internacional de Psicoanálisis, que
tuvo lugar en Nürenberg en 1910, Ferenczi propuso que los psicoanalistas se
organizaran en una asociación internacional concentros en Londres, Viena,
Budapest y Berlín, proyecto que él y Freud habían elaborado juntos. El 19
mayo de 1913 fundó la Sociedad Psicoanalítica Húngara. Antes de Sándor
Radó (que entonces tenía sólo veinte años) recuerda haberse nido con
Ferenczi cada dos o tres semanas en tertulias donde se trataba la obra de
Freud. Freud enviaba a Ferenczi los originales de todos sus trabajos antes de
darlos a publicar, así que ser miembro de aquel grupo suponía gozar de un
enorme privilegio. “Ese grupo se reunía casi todos los primeros cristianos a
las catacumbas. En la ciudad nadie sabía que era el psicoanálisis”, recuerda
Radó años más tarde2. Las sesiones de control de Radó, según el mismo las
describe, no pudieron haber sido más casuales, pues se realizaban
habitualmente en un café.
En un principio el grupo estuvo compuesto sólo por los cinco miembros
fundadores: Ferenczi, el presidente; Radó, el secretario; el doctor Stefan
Hollós, Hugo Ignatus, escritor conocido, y Lajos Levy, director de la revista
médica húngara Terapia. Desde el comienzo las reuniones fueron sumamente
informales; las esposas y otros invitados asistían a ellas regularmente. No es
improbable que Melanie Klein asistiera a esas reuniones durante 1914.
(Acaso Ferenczi era “el mejor especialista en enfermedades nerviosas” de
Budapest a quien había comenzado a ver regularmente en 1912.)
Durante el verano de 1913 Jones, por consejo de Freud, permaneció en
Budapest realizando un primer análisis de formación con Ferenczi.* Volvió a
Inglaterra para fundar la Sociedad Psicoanalítica Británica en octubre;, más
tarde Ferenczi fue nombrado miembro honorario de la misma dada su
primacía en esta disciplina. Al regresar Jones a Inglaterra, Ferenczi marchó a
Viena para ser analizado por Freud cuando éste acababa con el análisis del
Hombre de los Lobos. El comienzo de la guerra interrumpió el análisis de
Ferenczi, a quien se llamó a filas como médico de los húsares húngaros,
permaneciendo dos años destacado en Pápá, una pequeña localidad militar
situada a unos ciento cincuenta kilómetros de la capital. El análisis continuó
por correo y Freud lo visitó una vez en Pápá. Ferenczi pudo enviar de vez en
cuando paquetes de cigarrillos y alimentos a la hambrienta familia Freud en
Viena. En Pápá, Ferenczi analizó al comandante de la compañía, que padecía
de neurosis de guerra: el primer análisis a caballo, según le informaba
humorísticamente a Freud. También dedicó su tiempo libre a traducir los
Tres ensayos sobre teoría sexual de Freud, al húngaro. Según Weston La
Barre, Ferenczi analizó a Géza Róheim en 1915 y 1916, lo cual sugiere que
* Es posible que Jones y Klein hayan sido analizados por Ferenczi en la misma época.
[86] 1882-1920: D E VIENA A BUDAPEST
ocasionalmente visitó Budapest y continuó los análisis esporádicamente
mientras permanecía estacionado en Pápá. En 1916 fue trasladado de regre-
so a Budapest, donde se hizo cargo de una clínica neurológica.
El 28 y el 29 de septiembre de 1918 tuvo lugar el Quinto Congreso
Psicoanalítico en la sede de la Academia Húngara de Ciencias. Todos los
hombres, salvo Freud (acompañado por su hija Anna), vestían uniforme. Este
congreso en tiempo de guerra suscitó gran interés; asistieron a él no sólo
cuarenta y dos psicoanalistas, sino también representantes de los gobiernos
austríaco, alemán y húngaro. Ferenczi, Karl Abraham y Ernst Simmel habían
realizado notables trabajos sobre la neurosis de guerra por lo que las
autoridades estaban interesadas en la creación de clínicas para veteranos. Era
un acontecimiento extrañamente festivo, si se considera la fase a la que la
guerra había llegado, lo cual muestra la posición aislada de Budapest, ciudad
que Freud definió en cierta ocasión como centro del movimiento
psicoanalítico. Los encuentros plenarios tuvieron lugar en un hotel nuevo, el
Gellert-furudo; los participantes quedaron abrumados ante las muestras de
hospitalidad y se puso a su disposición un vapor para navegar por el Danubio.
La primera vez. que Melanie Klein vio personalmente a Freud fue cuando
éste presentó “Lines of Advance in Psychoanalytic Therapy” (fue también
ésta la única ocasión, que se sepa, en que leyó una comunicación escrita en
lugar de exponerla improvisadamente). “Recuerdo nítidamente”, recuerda
ella, “cuán impresionada estaba yo y cómo esa impresión fortaleció mi deseo
de consagrarme al psicoanálisis.” ■
Ferenczi fue elegido presidente de la Sociedad Psicoanalítica
Internacional y, al mes siguiente, los estudiantes pidieron al rector de la
Universidad que lo invitara a dar un curso de psicoanálisis. Vilma Kóvacs,
madre de Alice Kóvacs, quien más tarde se casaría con Michael Balint, donó
la planta baja de una casa para que en ella se instalaran las oficinas centrales
de un instituto. La mayoría de los primeros analistas húngaros se reunieron en
una guarida psicoanalítica situada en una colina de Budapest llamada
“Naphagy” (“montaña del sol"), mientras sus colegas ingleses lo harían en
otra de Hampstead. Anton von Freund, cervecero y acaudalado benefactor,
apoyó a la nueva sociedad estableciendo una sólida editorial en la que se
publicaron las obras de Freud. La prematura muerte de von Freund en 1920
fue para Freud un penoso golpe.
Melanie Klein fue miembro de la Sociedad de Budapest durante el
breve período de esplendor. El hecho de que se permitiera a su hija Melitta, de
quince años, asistir a las reuniones muestra la permisiva atmósfera que
dominaba en aquella sociedad. Es dudoso que Arthur Klein estuviera
presente alguna vez en las reuniones; desde el comienzo mantuvo una actitud
crítica respecto del psicoanálisis. Al regresar a Budapest en 1916 como
inválido de guerra, herido en una pierna, se dispuso su ingreso en una
residencia. Klein había saboreado la libertad durante un año y medio y ya no
podía mantener la fachada del matrimonio.
CRISIS [87]
Uno de sus objetivos es el de hacer que para el paciente todo resulte lo más
grato posible, que pueda sentirse bien y esté dispuesto de buen grado a refugiarse
nuevamente de las desdichas de la vida. Al proceder así, estos analistas no intentan
darle al paciente más fuerzas para enfrentar la5 vida y elevar su capacidad para llevar
a cabo las tareas deben desempeñar en ella.
Freud se refería explícitamente a los jungianos, pero parece probable
que expresase ya su inquietud ame la técnica “activa” de Ferenczi. En sus
primeras épocas Freud se relacionaba con sus pacientes; pero con el paso de
los años, desarrolló una concepción más austera de la relación entre el
paciente y el analista (con algunas excepciones, como su relación con Marie
Bonaparte). Ferenczi (y más tarde Winnicott) acompañaba a sus pacientes en
sus paseos y, en una ocasión, cuando él salió de vacaciones, un paciente lo
siguió en coche. (“Fueron unas vacaciones terribles”, comenta el doctor T.F.
Main.)6
Los defensores de Ferenczi sostienen que se ha exagerado muchísimo
su “técnica activa”. En su famoso artículo de 1913, “Estadios del desarrollo
del sentido de realidad”, el cual indudablemente produjo una honda influen-
cia en el pensamiento de Klein, Ferenczi sostiene que el niño adquiere el
sentido de realidad mediante la frustración de sus deseos omnipotentes.
Llama a los estadios de omnipotencia y de realidad “estadio de introyección”
y “estadio de proyección”, respectivamente, terminología y conceptos que
posteriormente Klein adoptó, modificó y elaboró. En sus artículos teóricos
Klein cita a Abraham con más frecuencia que a Ferenczi, aunque en sus notas
autobiográficas es más lo que tiene que decir acerca de su primer mentor.
Es mucho lo que debo agradecer a Ferenczi. Una de las cosas que me transmitió y
consolidó en mí fue la convicción de que el inconsciente existía y de su importancia en la
vida psíquica. Gocé también del contacto con alguien que poseía extraordinario talento.
Tenía también una vena de genio.
Así mismo estaba en deuda con Ferenczi por la importancia que éste
concedía a la vida emocional anterior y por su descripción de la actividad
simbólica en la que el niño “sólo ve en el mundo imágenes de su corporeidad
y, por otra parte, aprende a representar mediante su cuerpo toda la diversidad
del mundo externo”.7 Freud especulaba aun acerca del momento en que
cesaba el principio de placer, momento en el cual el niño alcanza su
distanciamiento físico definitivo respecto de sus padres. Ferenczi sostenía
que tal detalle variaba en cada niño y no estaba dispuesto a arriesgar una
explicación sexual. Para Freud se produciría finalmente con la resolución del
complejo de Edipo y el establecimiento del superyó, alrededor de los cinco
años. Klein lo situaba ocasionalmente a la edad de cuatro meses, cuando el
niño atraviesa lo que ella denominaría la posición depresiva. Sea cual fuere
CRISIS [89]
* Ese año él le regaló una fotografía suya con la dedicatoria: "Para Mela, mi
querida alumna".
[90] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
privado y apareció Klein con el rostro cubierto de lágrimas, En una carta
fechada el 26 de junio de 1919, en la que Ferenczi informa a Freud de que
estaba ocupando a Antón von Freud tanto en su clínica como privadamente,
menciona por primera vez a Melanie:
La última tarea que le he asignado es la de organizar la enseñanza de psicoanálisis
en la “Sociedad de Investigación Infantil”, que se ha dirigido a mí solicitándome una
asistente psicoanalítica. Una mujer, Frau Klein (no es médica), que hace poco realizo
interesantes observaciones con niños, tras haber aprendido de mí durante muchos años
será la asistenta.9
Klein presentó el estudio de un caso de “análisis” de un niño ante la
Sociedad Húngara en julio de 1919,* a partir de lo cual se le otorgó la
condición de miembro, y sin inspección, según subrayó posteriormente. Este
artículo se publicó el año siguiente en la Internationale Zeitschrift für
Psychoanalyse con el título “Der Familienroman in statu nascendi”. El rasgo
anecdótico del artículo era que se trataba del análisis de su propio hijo Erich,
cuya identidad se suprimió en versiones posteriores del mismo.
Durante mucho tiempo Melitta y Hans se educaron bajo la vigilancia de
Libussa; pero una vez que Klein descubrió el psicoanálisis, sometió a Erich a
la más intensa observación por lo menos desde los tres años de edad. No hay
referencia a su primera infancia, omisión curiosa si se tienen en cuenta sus
teorías posteriores. Este primer artículo empieza explicando los milagrosos
resultados que se obtienen cuando una madre educa a su hijo de acuerdo con
las ilustradas opiniones del psicoanálisis. Manifiestamente el niño era más
bien retrasado, mostraba un bajo desarrollo, si bien tenía una memoria
extraordinaria. En el momento del análisis tenía cinco años. Siempre había
sido sano y fuerte, pero no había empezado a hablar hasta los dos años y no
pudo expresarse coherentemente hasta los tres y medio. No distinguió los
colores hasta los cuatro, y pasaron otros seis meses antes de que pudiera
diferenciar entre ayer, hoy y mañana. A los cuatro años y medio su curiosidad
manifestaba un notorio incremento y planteaba insistentes preguntas. Se
resistía a abandonar su creencia en el conejo de Pascuas y estaba convencido
de que había visto al diablo en un campo, aun cuando su madre le había
explicado que se trataba de un potrillo. (En una época posterior de su vida ella
comprendería la importancia de creer haber visto al diablo.)
También comenzó a querer quedarse en el jardín toda la noche con su
vecino, “el niño S.”. Su hermano y su hermana, mayores que él, parecen
mucho excluir a papá, y quedarse sólo con mamá y hacer con ella lo que sólo
a papá le está permitido hacer”12
Estaba empezando a darse cuenta poco a poco de que el problema que había
que aclarar era el de cierta ansiedad primaria, relacionada quizás ^-aunque no
necesariamente— con el sexo. En una de las anotaciones referidas a Erich se hace
una observación sobre la reacción del niño ante un pescado que es muy similar al
informe de Ferenczi respecto del temor de Arpád frente al gallo que se encuentra en
“Un gallito”:
Un niño que conocí manifestó ansiedad por primera vez a la edad de catorce meses.
Ocurrió cuando vio colgando de la mesa de la cocina un pescado al que se había cortado la
cabeza. Primero observó el pescado con vivo interés, pero repentinamente dio signos je
ansiedad, dejó escapar un alarido y salió corriendo de la habitación. Sin embargo, poco
después regresó, miró otra vez el pescado, comenzó a dar alaridos nuevamente y reiteró la
acción anterior. Desde entonces su primera respuesta al entrar en la tienda, cuando
acompaña a su madre a hacer la compra, ha sido la de correr hasta el barril de pescados,
donde demuestra el mismo grato interés que se transforma en ansiedad, como había
ocurrido antes. Cuando ya está en el negocio, sale afuera corriendo para regresar
inmediatamente después y contemplar de nuevo el pescado. Así pues, el pescado se ha
convertido en su primer objeto de ansiedad y desde entonces ha dado a todo lo que provoca
su ansiedad el nombre de “pescado”, que él pronuncia aún incorrectamente. Hace algunos
meses, cuando el ruido de las persianas al bajar despertar su temor, decía, por ejemplo, en
su todavía incompleta lengua, “pescado”. La palabra sirve también para disciplinar al
bullicioso y malcriado niño. Cuando su madre le dice: “Que viene el pescado”, él
enseguida empieza a portarse bien y se va a dormir. También en otras ocasiones la palabra
lo transforma inmediatamente en un buen chico. 13 *
Tanto Ferenczi como Klein estuvieron a punto de relacionar el sexo con
algunos de los temores primarios más comunes. En realidad Ferenczi le había
dicho que, en su opinión, las explicaciones sexuales que ella había dado a
Erich, por una parte habían satisfecho la curiosidad del niño pero, por la otra,
lo condujeron a algún tipo de conflicto interno.
En la segunda versión del artículo original, en la que Erich se transfor-
ma en Fritz, el disfraz es tan tenue que resulta increíble que alguna vez haya
engañado a alguien. Ya muchos comentadores han identificado los paralelos,
pero muchos kleinianos ingleses, cuando les mencioné la identidad entre
Erich y Fritz, se mostraron sorprendidos y consternados. Uno dice haber
tenido siempre la impresión de que, en el fondo, “la madre” deja que desear.
Otro, que no supo qué nombre aplicarle a ese tipo de análisis, pero que nada
tiene que ver con la maternidad. Un tercero confesó de forma más bien
apesadumbrada que la revelación lo llevaría a reexaminar la labor que
había estado desarrollando durante treinta años, pues ahora veía bajo una luz
* Este incidente queda relegado a una nota al pie de un caso “tomado de la observa-
ción directa” en El psicoanálisis de niños, págs. 149-150 de la edición inglesa.
[94] 1882-1920: DE VIENA A BUDAPEST
nueva por qué Melanie había subestimado el papel de la madre. Muchos
analistas conocían hace años el rumor de que ella había analizado a sus pro-
pios hijos, pero no lo habían relacionado con las historias de casos reales que
ella registró. Elliot Jaques parece adoptar un punto de vista razonable:
exploración de las raíces de la ansiedad pudo haber sido orientada por el
único camino que a ella le era accesible y es tarde ya para poner en cuestión
su valor. Pearl King (que no es kleiniana) tiene la impresión de que pudo
haberse establecido “una transferencia 14patológica”; pero añade: “para ser
honesto, todos lo hacían en ese tiempo”.
¿Era análisis o no? El relato de “El desarrollo de un niño” no sugiere
que haya habido un horario regular de análisis, sino una prolongada obser-
vación de la conducta del niño durante el día, de forma similar a como el
psicólogo Jean Piaget observaba a sus niños. No hay referencia a los juegos
de Erich con juguetes, conducta que más tarde ella consideró como equiva-
lente de la asociación libre. Eric Clyne recuerda que cuando él iba a
Rosenberg —ahora Ruzomberok, en la República de Checoslovaquia, cons-
tituida después de la guerra— en 1919, su madre reservaba una hora todas las
noches antes de que él se fuera a dormir para analizarlo, y que continuó
haciéndolo después de que se hubiesen mudado a Berlín, en 1920. Subraya
secamente que la experiencia no le resultaba agradable, pero que no le guarda
rencor por ello.
Se halla una interesante observación en una carta escrita desde Berlín
por Alix Strachey a su marido, James, el 1 de febrero de 1925, en un período
en el que la obra de Melanie Klein empezaba a fascinarla. La autora de la15
carta describe el libro de Hermine Hug-Hellmuth, recientemente aparecido,
* como
un revoltijo de sentimentalismo que encubre la vieja intención de dominar al menos
a un ser humano: el propio hijo. Realmente creo que un libro como el de ella podría hacer
más mal que bien. Proporciona a los padres y a los maestros un nuevo elemento de poder.
Ahora saben que todos los niños se mas turban y tienen fantasías, y serán así más perspi-
caces para identificarlos y entrometerse en general (con las mejores intenciones) en sus
vidas privadas. Gracias a Dios, Melanie es absolutamente firme en este terreno. Insiste
absolutamente en separar del análisis la influencia paterna y educativa, y en reducir la
primera a su mínima expresión, porque lo más que ello puede lograr, según ella cree, es
impedir que el niño llegue a envenenarse con hongos, mantenerlo razonablemente aseado
y enseñarle sus lecciones.16
* Neue Wege zum Verständnis der Jugend. Psychoanalytische Vorlesungen für Eltern,
Lehrer, Enzieher, Kindergarterinnen und Fürsorgerinnen (Nuevos caminos para la
comprensión de la Juventud. Lecciones de Psicoanálisis para padres, maestros, educadores,
maestras de jardín de infancia y trabajadoras sociales), Leipzig-Viena, Franz Deuticke,
1924.
CRISIS [95]
Podría argumentarse que con Erich, Klein fue más terapeuta que madre.
El no recuerda que ella haya jugado con él, pero sí que lo abrazaba. El único
juguete que recuerda es un muñeco vestido de arlequín que Melitta una vez
hizo para él. Cuando se le pregunta por los libros que su madre le leía,
responde: “No recuerdo que se me leyeran historias, pero sí recuerdo haber
conocido las de Grimm,* Andersen y viejos libros como Strawwelpeter.
Cuando empecé a leer, leía todo con voracidad. Pero debe usted tener
presente que soy anciano y aquello ha sucedido hace mucho tiempo” 17
Pero tiene tres recuerdos muy vividos. El primero es el de haber estado
enfermo de escarlatina en una habitación oscura, mientras todos a su alrede-
dor hablaban en voz baja y se desplazaban tan silenciosamente como les era
posible. El segundo es el de haber huido de su casa. Su hermano Hans lo
avistó desde un tranvía y con mucha amabilidad lo condujo a casa. El tercero,
cuando tenía más o menos tres años, es el de haber ensuciado los calzoncillos
mientras estaba sentado a la mesa, durante la comida, y haberse sentido
aterrorizado. Su madre y Melitta se rieron mucho de ello y, según recuerda,
“lo abundante de mi deposición hizo que el hecho fuera memorable”.
Con el tiempo Klein parece haber llegado a convencerse de que el niño
que ella analizó no era su hijo. En “La técnica psicoanalítica del juego: su
historia y su significado”, trabajo incluido en Nuevas direcciones en
Psicoanálisis (1955), describe el caso con distanciamiento clínico:
Mi primer paciente fue un niño de cinco años. En el primero de mis artículos me
referí a él con el nombre de “Fritz". En un principio, me pareció que bastaría con influir en
la actitud de la madre. Sugerí que ella debía estimular al niño a que discutiera abiertamente
con ella muchas cuestiones de las cuales no se hablaba, y que manifiestamente se hallaban
en el transfondo de su mente estorbando su desarrollo intelectual. Ello produjo buenos
resultados, pero sus dificultades neuróticas no se mitigaron suficientemente así que pronto
decidimos que yo debía psicoanalizarlo. Al hacerlo me aparté de algunas de las reglas
hasta entonces establecidas, pues interpretaba lo que me parecía más urgente en el material
que el niño me presentaba, y mi interés se centró en sus ansiedades y en las defensas
dirigidas contra ellas. Este nuevo enfoque pronto me colocó ante serios problemas. Las
ansiedades que descubrí al analizar este primer caso eran muy agudas, y si bien yo me
sentía alentada en la creencia de que estaba trabajando en la dirección conecta, al observar
la mitigación de la ansiedad producida una y otra vez por mis interpretaciones, por
momentos me inquietaba la intensidad de nuevas ansiedades que se ponían de manifisto.18
La protegida
* Puede parecer extravagante que una madre discuta esta situación sexual con su hijo.
No obstante, en 1912 (Zbl. Psycho-anal., 2, pág. 680) Freud había formulado el siguiente
consejo: “Me agradaría que aquellos de mis colegas que ejercen el psicoanálisis reuniesen y
analizasen cuidadosamente los sueños de sus pacientes cuya interpretación justifique la
conclusión de que el que los ha soñado ha sido testigo de una relación sexual en sus
primeros años”.
LA PROTEGIDA [113]
* En 1922, en Budapest, Peter Lambda fue “analizado” por Stephen Hollos, quien
intentó hacerle asociar palabras. No se recurrió a juegos y la experiencia en su conjunto
desorientó eternamente a Lambda.
[120] 1920-1926: B ERLIN
* Según esta versión, la familia se habría mudado a la casa de Dahlem antes del final
de 1923 y Melanie Klein se habría marchado a finales de 1924. Yo calculo que vivió allí
más o menos un año.
[126] 1920-1926: BERLIN
gía; en 1907 sus maestros jesuitas le incautaron sus libros de hipnosis por ser
“obras del diablo” y los quemaron ante todo el colegio.
Por consiguiente cuando, durante la guerra, conoció a Max Eitingon, por
entonces psiquiatra del ejército en un pueblecito húngaro, fue inevitable su
acercamiento al psicoanálisis. Eitingon a su vez se lo presentó a Freud y lo
puso en contacto con Ferenczi. Eran días de privación en Viena, días en que
la familia Freud sufría de deficiencias alimentarias; Schmiedeberg actuó
como correo entre Ferenczi y Freud, transportando bienvenidas raciones de
comida. Después de la guerra se convirtió en visitante habitual de la casa que
los Freud y asistió a reuniones de la Sociedad Psicoanalítica de Viena.
En 1921 se trasladó a Berlín, donde se hospedó junto a los Eitingon en
el elegante apartamento de éstos. Actuando por un tiempo como secretario de
la Sociedad de Berlín, ayudó a Eitingon a montar el Policlínico Desempeñó
también un papel de importancia en la organización del Congreso
Psicoanalítico Internacional celebrado en Berlín en 1922. Fue en ese
congreso donde conoció a Melitta, una bella estudiante de medicina de ojos
negros que entonces tenía dieciocho años.
Los sentimientos de Melanie Klein respecto del romance de su hija
eran complejos. Ella era aún una bella mujer consciente de haber desperdi-
ciado su juventud. Era aún relativamente desconocida dentro del movimiento
psicoanalítico y se sentía manifiestamente agraviada por coetáneos que
habían alcanzado una posición mucho más firme que la suya. Y he aquí a
Melitta, una jovenzuela que se formaba para ser la médica que ella había
vehementemente deseado ser. Además, estaba realizando un análisis de for-
mación con Eitingon, y más tarde con Karen Horney, una competente médi-
ca. Por último, su hija mantenía un romance con un hombre atractivo y ele-
gante, vinculado por una íntima amistad tanto con los prósperos Eitingon
como con la familia Ur de Viena. En una época posterior de su vida Klein
escribiría mucho sobre la envidia de una hija por su madre. Dada la rica vida
imaginativa de la propia Klein, es probable que las semillas de la envidia de
una madre hacia su hija hubieran estado ya sembradas en su antiguo temor de
que Melitta pudiera usurpar el lugar de Melanie frente a su madre y su
esposo; y aunque ella pudo alentar el matrimonio por el prestigio que, en
consecuencia, le supondría, es probable que no reaccionase con sincero
placer.
La relación entre Melanie Klein y su hija es enigmática y perturbadora.
En su trabajo “El desarrollo de un niño” (la historia de Félix) Klein discute
también, tácitamente, el caso de otro niño ayudado mediante el análisis pre-
ventivo. Este niño tiene un hermano y una hermana, y pertenecen a “una
familia que conozco muy bien, así que dispongo de un conocimiento deta-
llado de su desarrollo”. Traza una descripción idealizada del ambiente de esos
niños:
LA PROTEGIDA [127]
Los niños de los que aquí se trata tienen muy buena disposición y Kan sido criados
con sensibilidad y amor. Por ejemplo, uno de los principios básicos en su educación fue
permitírseles formular todas las preguntas, respondiéndoles con agrado; también en otros
aspectos se les permitía un grado de espontaneidad y de libertad de opinión más elevado
de lo habitual; pero se los guiaba con firmeza, aunque no sin afecto. 28
Considera brevemente a la hija, entonces con catorce años (exactamen-
te edad de Melitta al redactarse este trabajo), la cual en su más temprana
infancia había manifestado dotes extraordinarias.
No obstante aproximadamente a partir del quinto año de vida, la tendencia
investigadora de la niña decreció muchísimo y devino gradualmente superficial, no
hallando placer en el aprendizaje ni manifestando intereses profundos, aun cuando
indudablemente su capacidad intelectual era buena y, al menos hasta ahora (tiene
actualmente catorce años) ha manifestado tan sólo una inteligencia media.29
Esta condescendiente afirmación es extraordinaria, considerando que en
1921 Melitta aprobó su examen de matriculación en eslovaco, lengua que no
había aprendido de niña, lo que nos permite suponer que debe haber sufrido
intensa presión; y su éxito en condiciones tan dificultosas era notable.
¿Intentaba conseguirlo para agradar a su madre? En el otoño de 1921 ingresó
en la universidad de Berlín para estudiar filosofía, cambiando después a
medicina. Durante la Semana Santa de 1922 reforzó sus estudios con un curso
sobre las dificultades de la lengua, y se graduó con distinciones en 1927.
Tras la llegada de Melitta a Berlín, su madre reanudó su costumbre de
llevarla consigo a las reuniones relacionadas con el psicoanálisis: de ahí su
encuentro con Schmiedeberg en el Congreso de Berlín. Hubo un vínculo
estrecho entre madre e hija, pero posiblemente desde muy pequeña, Melitta
no tuvo seguridad de la consistencia del amor de su madre, dadas las fre-
cuentes ausencias de Klein. La historia de la relación entre ambas indica que
Melanie Klein estaba repitiendo el esquema de su propia madre al intentar
reducir a la joven a un estado de servidumbre emocional.
En abril de 1924 Melitta se casó con Walter Schmiedeberg en Viena.
¿Sus motivos para casarse eran semejantes a los de Melanie cuando se casó
con Arthur? Hans tenía por aquel entonces quince años y se disponía a iniciar
un curso de ingeniería química. Pareciera que Melanie abandonó finalmente
la casa, llevándose a Erich consigo, más o menos coincidiendo con la fecha
de la boda, indicando con ello que se había quedado sólo mientras los niños la
necesitaban. Primero se alojó durante poco tiempo en la Pensión Stossinger,
en Augbwigerstrasse 17.* Más tarde, en 1924, volvió a mudarse, esta
vez al apartamento de una persona mayor, en la Jeanerstrasse donde dis -
relación personal con Melanie Klein fue muy intensa en el período en el que ambas éramos
analizadas por Karl Abraham en Berlín. Pienso que Abraham alcanzó éxito terapéutico en
el tratamiento de los problemas de neurosis de Klein, pero su análisis no tuvo influencia
duradera en su concepción extremadamente especulativa, del análisis de niños. Escuché a
menudo sus teorías» pues durante nuestro análisis vivimos en la misma pensión, cerca del
consultorio de Abraham”.
Dos
Limbo
E rnest Jones consideraba a Karl Abraham y a Sándor Ferenczi
los mejores analistas clínicos de entre sus contemporáneos.
Alix Strachey, cuyo primer analista había sido Freud, estimaba a
Abraham superior a Freud. Melanie Klein tuvo, pues, el privilegio de estar
en contacto con dos hombres sobresalientes.
Según la estimación de la propia Klein, su análisis con Abraham se
inició a comienzos de 1924 y finalizó en mayo de 1925, cuando éste enfermó.
Consiguientemente, el análisis de Klein habría durado por lo menos quince
meses. No deben desatenderse, por otra parte, las razones que hacían nece-
sario un análisis más prolongado; su propio testimonio no es del todo fiable.
Reanudó el análisis de Erich en 1922; y, desorientada por la creciente ansie-
dad del niño como resultado de sus interpretaciones, se dirigió a Abraham en
busca de una certeza, hecho que sugeriría que confiaba en él dentro aun de la
reserva de la situación analítica.
De acuerdo con el testimonio unánime, Abraham era, como clínico,
sereno y distante. El analista inglés Edward Glover apreciaba su '‘alto grado
de equilibrio y objetividad... Era un buen ejemplo del llamado analista nor-
mal que puede abordar cualquier perturbación”.1 Es probable que fuera
exactamente la persona indicada para Melanie Klein durante esa crisis de su
vida, en tanto que Ferenczi le había proporcionado el afecto que ella anhelaba
tras la muerte de su madre. Ella nunca hizo comentarios sobre las técnicas de
uno y otro, apane de observar que Ferenczi no analizaba su transfe -
rencia negativa lo cual parece implicar que Abraham lo hacía. Grant
Allan, hijo de Abraham, tema la impresión de que se trataba más bien de un análi-
[130] 1920-1926: BERUH
sis de formación que de un análisis terapéutico. Como prueba de ello aduce
que, en contraste con la reserva que rodeaba a los otros pacientes de
Abraham, Melanie Klein iba y venía de manera muy pública y manifiesta
Describe el nato que ella tenía hacia él como pomposo y condescendiente (En
ese sentido encontraba también a Anna Freud “retraída ”.)2 Está claro que
Abraham le proporcionaba un enfoque y un marco teórico enteramente
distintos de los que ella había recibido de Ferenczi; sus trabajos más tempra-
nos reflejan la tensión entre sus divididas lealtades.
Grant Alian recuerda un incidente muy elocuente en relación con su
padre. En 1921 Edward Glover, analizado por Abraham, los acompasó sus
vacaciones a los Alpes austríacos. Por la noche llevaron a su chalet a
montañés que se había fracturado una pierna a causa de un alud. Abraham y
Glover, que era cirujano, se dispusieron a amputarle la pierna. Abraham
permitió que su hijo —que entonces tenía catorce años de edad— presenciara
la operación, advirtiéndole que si se desmayaba tendría que recuperarse solo.
El doctor Herbert Rosenfeld narra una interesante anécdota que
ilumina un aspecto generalmente poco conocido de Abraham. En 1946,
cuando Rosenfeld se analizaba con Klein, ella le pidió que postergara la
publicación del artículo en el que él estaba trabajando —“Análisis de un
estado de esquizofrenia con despersonalización”— hasta que aparecieran sus
“Notas sobre algunos mecanismos esquizoides”. Al solicitarle tal cosa le dijo
que mientras era analizada por Abraham, éste no le había revelado
interpretaciones para que no las utilizara antes de que él publicase sus
descubrimientos.* (Suele decirse que Abraham consideraba la oralidad como
su propio coto privado.) Klein daba a entender que ella era más generosa que
Abraham, pues al menos ella no le regateaba a Rosenfeld sus
interpretaciones. Rosenfeld no se sintió molesto en absoluto; recuerda el
incidente como un hecho más bien divertido, al que añade un enorme respeto
por las elaboradas experiencias presentadas en “Notas sobre alguno.;
mecanismos esquizoides”.
Es indudable que Abraham ayudó a Melanie Klein a superar el período
más difícil de su vida. Sus actividades en 1924 atestiguan tanto la eficacia del
análisis de Abraham como su propia capacidad de recuperación. Frente a su
relativa poca producción durante los años anteriores, en los cuales su vida
emocional se hallaba en estado de agitación, 1924 fue una especie de annus
mirabilis.
El 22 de abril presentó en el Octavo Congreso Internacional de
Salzburgo una ponencia muy polémica sobre la técnica de análisis infantil, la
cual en su momento aparecería, fórmula más moderadamente, como segundo
capítulo de El psicoanálisis de niños. El trabajo suscitó polémicas
* En Würzburgo.
[134] 1 9 2 0 - 19 2 6 : BERLIN
caso de Erna era su odio, avivado por haber sido testigo de la escena primaria lo acarreó
la ansiedad y condujo a su enfermedad.6
El que Abraham aprobara este artículo no fue un incentivo para futuras
relaciones con Freud. Forma parte de la mitología que rodea a los primeros
miembros del movimiento la creencia de que Abraham era el discípulo más
leal de Freud. Ciertamente, el afecto personal que Freud sentía hacia
Abraham no tenía nada que ver con el que sentía por Ferenczi, especialmente
le molestaron las críticas de Abraham contra Jung y sus advertencias respecto
de Ranke. Es, una vez más, Edward Glover quien hace una penetrante
observación sobre la diferencia entre los dos hombres:
Freud era un hombre muy tímido, tanto como un graduado que está haciendo los
estudios superiores: sumamente inseguro de sí mismo. Sus seguidores no eran tan tímidos.
En la correspondencia entre Abraham y Freud, por ejemplo, Abraham se mucho más
categórico y convencido de los descubrimientos de Freud que el propia Freud.7
Freud objetaba vehementemente a Abraham su colaboración con un
realizador cinematográfico precursor, G.W. Pabst, en un filme que describía
la evolución de una neurosis, Geheimnisse einer Seele (“Los secretos de un
alma”).* Es significativo que en la correspondencia entre Abraham y Freud
no se halle referencia alguna a la aparición de Melanie Klein ante la Sociedad
de Viena en diciembre de 1924. Es muy probable que las diferencias entre
ambos se hubieran profundizado de vivir Abraham durante más tiempo.
Es posible hacerse una cierta idea de cómo era Melanie Klein durante
aquellos años, a partir de los recuerdos de sus colegas. Uno de ellos era Nelly
Wollfheim, terapeuta de niños que se analizaba con Abraham al mismo
tiempo que Klein. En 1939 Nelly marchó a Inglaterra y al poco tiempo de la
muerte de Melanie Klein escribió un artículo sobre Klein que presentó a
Donald Winnicott, quien se opuso a verlo publicado por considerarlo más
bien difamatorio.
Poco después de la llegada de Klein a Berlín, Abraham le sugirió que
visitase el jardín de infancia de Wollfheim. Rápidamente se puso de
manifiesto que Klein no era como los anteriores visitantes: no iba para
informarse del método de trabajo empleado por Wollfheim con los niños, sino
que evidentemente deseaba utilizar la guardería para sus propias investiga-
ciones. No obstante, Wollfheim se sintió profundamente impresionada por esta
* No fue ésa la película originariamente sugerida a Freud por Sam Goldwyn. Cuando
Abraham llegó a estar demasiado enfermo para influir de algún modo en su desarrollo, Hanns
Sachs se hizo cargo de ello. Se proyectó en Berlín en enero de 1926, inmediatamente después de
la muerte de Abraham.
LIMBO [ 1 35 ]
* Más tarde supo que Freud apoyaba la idea de los análisis preventivos en Nuevas
conferencias de introducción al psicoanálisis (1933): “Podría plantearse la cuestión de
si sería oportuno ayudar a un niño con un análisis aun cuando no manifieste signos de
perturbación, como una medida de proteger su salud, tal como hoy vacunamos a los
niños contra la difteria sin esperar a que sea atacado por ella" (pág. 148).
LIMBO [137]
Tres tardes por semana, al final de su jomada laboral, Klein solía dirigirse al
apartamento de Wollfheim para dictarle. Empezaban por tomar una taza de y
charlar de cuestiones cotidianas, mientras Klein degustaba los pasteles que le
ofrecía su “secretaria”. Después, mientras iba y venía haciendo sus dictados,
se detenía momentáneamente para recoger cuanto bocado aun subsistiese. A
la mañana siguiente, la huraña criada debía limpiar de la alfombra las migas
que Klein había dejado caer.
Klein dictaba sin anotaciones, dejando fluir sus pensamientos. Sólo se
detenía cuando se le ocurría una nueva idea, a la que ella inmediatamente
denominaba “descubrimiento”. (Más tarde Donald Winnicott la describiría
como “una gritadora de Eureka”.) Para Wollfheim, el método de trabajo de
Klein en modo alguno podía considerarse científico, sino más bien creación
artística. Aquellos dictados constituirían posteriormente la base del material
incorporado a El psicoanálisis de niños.
Durante aquellas sesiones Wollfheim conoció otro aspecto, más perso-
nal, de Klein. Además de sus trabajos, dictaba cartas personales, algunas de
ellas referentes a la ruptura definitiva de su matrimonio. Nunca discutía esos
temas, pero a Wollfheim le parecía claro que la consumían temores y preo-
cupaciones de todo tipo.
Según Wollfheim, después de la muerte de Abraham los detractores de
Klein la atacaron mucho más abiertamente. Recuerda en particular una reu-
nión en la que Sándor Radó criticó a Klein tan salvajemente y, a su modo de
ver, tan deslealmente, que Wollfheim no pudo menos que sentir conmisera-
ción por ella. “Le había llegado el momento (1926) de dejar Berlín y atender
la petición de Ernest Jones para dirigirse a Inglaterra.”
Algunos miembros del grupo de Berlín consideraron siempre a Klein
como a una intrusa. Todos sabían también que su padre era polaco y los
polacos ocupaban un lugar bajo en la rígida estratificación social judía. Se
aceptaba a Eitingon porque tenía dinero; pero él siempre manifestó amabili-
dad hacia Klein debido a que reconocía su mutua ascendencia polaca.
La creciente hostilidad hacia ella en el seno de la Sociedad de Berlín la
atestigua Michael Balint quien, jumo con su esposa Alice, se contaba entre
aquellos que en 1921 habían dejado Budapest por Berlín para escapar del
antisemitismo de Hungría. Balint, al que estaba analizando Hanns Sachs
(Ferenczi sería su segundo analista) vivía a sólo dos puertas de la casa de
Melanie Klein. La describe en Berlín como siendo
ya una analista famosa, a la que se escuchaba con atención, aunque a veces con
ironía. Debía aún enfrentar una difícil lucha, por ser la única sin formación académica y
también la única analista infantil en una sociedad alemana muy “ilustrada”. Una y otra vez
presentaba su material clínico y utilizaba, muy valientemente y con el objeto de ofrecer
mayor fidelidad, las ingenuas expresiones del jardín de infancia tal como sus pequeños
pacientes hacían, causando a menudo molestia, incredulidad y hasta risas sardónicas en su
ilustrada e incluso renuente audiencia.9
1 9 2 0 - 19 2 6 : BERLIN
[138]
* También en Budapest.
LIMBO [139]
mesa, Abraham anunció que a la exposición no seguiría discusión alguna.
Mientras Abraham presidió los encuentros, la hostilidad manifiesta hacia las
ideas de Melanie Klein era muy escasa. Michael Balint describía a Abraham
como “el mejor presidente que jamás haya conocido. Era sencillamente
magnífico. Ecuánime y absolutamente firme. Ningún desatino. Dominaba
muy bien la situación. Tenía, empero, sus limitaciones. No le gustaba mucho
la fantasía. El mismo no tenía mucha fantasía; era sumamente realis-
ta excelente clínico, perfecto presidente de reuniones y en verdad un buen
hombre”.11 Sabiendo que Abraham estaba en realidad muy interesado por la
fantasía, cabe preguntarse si acaso Balint afirmaba esto para socavar su aso-
lación con Klein.
No parece haber existido entre los berlineses una oposición al análisis
de niños como tal. Por ejemplo, el 14 de junio de 1924 Melanie Klein,
Josine Müller y Ada Schott presentaron ante la Sociedad una interpretación
conjunta de dibujos infantiles. Pero en septiembre Hermine Hug-Hellmuth,
directora del Centro de Orientación Infantil de Viena, fue asesinada por su
sobrino de dieciocho años, al que ella había criado. El juicio y la consecuen-
te publicidad perjudicaron mucho al incipiente movimiento y, cuando final-
mente se liberó de la prisión, el joven se dirigió a Paul Federn solicitándole
dinero por haber sido utilizado sistemáticamente como materia prima en la
obra de su tía. Entonces, ni siquiera la presencia de Abraham podía frenar a
los críticos de Klein en la expresión de su inquietud por los peligros de inda-
gar tan profundamente el inconsciente del niño. Alix Strachey llegó de
Inglaterra en ese crucial momento.* Ella y su marido, James, habían sido
analizados por Freud; pero creyendo que requería de ulterior análisis, en
septiembre de 1924 Alix se convirtió en paciente de Abraham. Las cartas
que dirigió a su marido ofrecen una incomparable relación de la atmósfera
de la sociedad de entonces. El 13 de diciembre Alix escuchó una conferen-
cia de Klein sobre los principios psicológicos del análisis de niños:
... finalmente la oposición mostró su canosa cabeza; y era en realidad demasiado
canosa. Las palabras que empleaban eran, por supuesto, psicoanalíticas: peligro de debi-
litar el Yo ideal, etcétera. Pero el sentido era, pienso, puramente antianalílico: no debemos
contar a los niños la terrible verdad de sus tendencias reprimidas, etcétera. Y ello pese a
que la Klein demostró con absoluta claridad que esos niños (de dos años y diez meses en
adelante) estaban ya destrozados por la represión de sus deseos y por la más espantosa
Schuldbewusstsein (opresión excesiva o injustificada por el Überich). La oposición la
formaban los doctores Alexander y Radó, y era puramente afectiva y “teórica”, pues
aparentemente nadie sabía nada del tema aparte de Melanie y Fräulein Schott, muy
recatada en el hablar, pero que está de acuerdo con ella. Abraham se dirigió tajantemente
LIMBO [141]
* El que Abraham le permitiera presentar su trabajo en Viena implica que aceptaba sus
ideas.
[ 1 42 ] 1910-1926: BERLIN
tuve que luchar aún con la más severa resistencia y hasta, se produjeron ataques de
pánico cuando el acompañante dejó de venir, y sólo tras su análisis se creó una
situación analítica apropiada,
Espero haber hecho las aclaraciones que usted deseaba.
Llegaré a Berlín el 3 de enero por la noche Si lo desea, llámeme por teléfono el 4
entre las nueve y las nueve y media de la mañana. Estaré encantada a su disposi-
ción. (Teléfono: Pfalzburg 96-46.)
Con afectuosos saludos,
Melanie Klein
TRES
Ostracismo
A
fortunadamente, el correo funcionaba bien en aquellos días. Alix
Strachey recibió la carta el 1 de enero de 1925, envió inmediatamen-
te su informe a James Strachey y, al día siguiente, añadió algunas
correcciones tras haber leído cuidadosamente la carta de Melanie Klein.
James Strachey la recibió el 3 de enero: “Es exactamente lo deseado”.1 El 5
de enero se lamentaba: “Su escrito me ha conmovido. Qué tremenda mujer
debe de ser. Me dan lástima los pobres niñitos que caen en sus garras”. A
pesar del desordenado texto de Klein, el resumen de Alix le permitió a
Strachey presentar ante la Sociedad Británica un extracto del articuló, el 7
de enero. Salvo Ernest Jones, casi todos los restantes miembros (incluyendo
a los que la habían conocido en Berlín) desconocían el revolucionario avan-
ce que suponía su obra. La reunión tuvo una buena concurrencia: alrededor
de cuarenta personas, todo un logro en aquellos días. Strachey informaba a
Alix que la reacción había sido buena (en perfecto contraste con la
respuesta de los vieneses a las teorías de Klein):
Lo que se decía de Melanie entre bastidores era que no podían creer que ella
pudiera estar haciéndolo todo atendiendo a sugerencias. (Entiendo que Ferenczi lo dijo
inicialmente.) Pero, por supuesto, nadie tiene razones para pensar que es así y en la
discusión pública se la ha aclamado unánimemente. Jones, por supuesto, está en cuerpo
y alma inclinado en favor de Melanie a más no poder. ...Me parece que Riviere, Glover,
Rickman y Tansley* mantienen algunas reservas.
Según las actas del encuentro, pareció haber acuerdo general en que
solo era posible llegar a conclusiones fiables sobre la validez del análisis
infantil reuniendo más datos originales, más que basándose en deducciones
fricas. Sean cuales fueren las reservas internas que Strachey percibió en
piover, en las actas se recoge su crítica a la afirmación de que el hacer cons-
iente lo reprimido, en cualquier estadio del desarrollo, puede tener resulta-
dos perjudiciales, aunque considera una posible excepción todo niño desti-
nado a desarrollarse con una orientación psicótica. Este reparo inicial ten-
dría importantes consecuencias en su ulterior relación con Klein.
En Berlín, durante el encuentro de la semana siguiente, el 10 de enero
de 1925 Alix Strachey le contó las noticias a Klein, quien manifestó con-
tentísima que tenía “proyectos” en relación con Inglaterra. Le propuso que los
discutieran la tarde siguiente, cosa que Alix aguardaba con sentimientos
ambiguos.
Como persona, Melanie es más bien fastidiosa —una especie de ex beldad y
hechiza— y no cae simpática a determinado sector de la [Sociedad], que sostiene que es
muy hábil en la práctica, pero con dotes insuficientes para la teoría.
A Alix le parecía que entonces la oposición estaba encabezada por Hans
Lampi, un vienés.
La reacción de Alix Strachey aquí es característica de toda su relación
con Melanie: alternativamente afectuosa, divertida e irritada, pero cada vez
más fascinada por sus ideas. Melanie le aseguraba ser absolutamente la pri-
mera en su terreno y que Hug-Hellmuth sólo se había dedicado al análisis
pedagógico con el carácter de una aficionada, y que nunca había tenido éxito
en desenterrar el complejo de Edipo. En lo referente a su excursión a Viena.
Aparentemente logró allí mayor aliento del que esperaba, y Anna prácticamente se
ha convertido; el Profesor estuvo sumamente afable (parece encontrarse perfectamente
bien). Por cierto, M. es un poco exagerada, así que uno no sabe exactamente qué es lo que
piensan en realidad esos astutos vieneses.
¿Estaba Melanie dando a Alix Strachey un informe retocado de su visi-
ta Viena a fin de impresionarla? Klein le dijo que le gustaría dar un ciclo
de conferencias en Inglaterra en julio, y que también proyectaba dar otro en
Suiza en agosto.* Se proponía presentar una introducción general al tema, la
historia detallada de un caso, una lección sobre su técnica del juego, una
acerca del análisis de niños de tres a cinco años, una sobre el período de
latencia desde los seis a los ocho y una lección final acerca de los niños de
nueve a doce años.
* Al parecer, este otro proyecto nunca se concretó.
[148] 1920-1926: BERLIN
Al plantearle Alix la cuestión del inglés de Klein, ella le replicó confi-
dencialmente que pensaba repasarlo un poquito. “Formuló varias preguntas:
¿Había suficiente interés entre los analistas ingleses? ¿Estaría Ernest Jones
dispuesto a apoyar? Estaba ansiosa por saber cuánto se le pagaría.” (Alix
tenía la impresión de que estaba más bien en apuros.) Llevada por el entu-
siasmo, Alix le prometió que persuadiría a su marido para que hablase con
Jones en su favor:
¿Lo harás? Estoy segura de que será algo grande. Por alguna razón, ciertas
personas de aquí la desdeñan un poco y, supongo (pero no estoy muy segura) que no se la
ha alentado a dar un curso; de manera que sería un acierto conseguirle el primero...
Desde entonces hasta que abandonó definitivamente Berlín en octubre
de 1925, los pensamientos de Alix Strachey parecen haberse centrado en
Melanie Klein tanto como en su propio análisis. Pero mientras discutían
incesantemente sobre psicoanálisis, o visitaban juntas galerías de arte, con-
ciertos, representaciones y bailes de máscaras, Alix Strachey no manifestó
interés en la vida privada de Melanie ni aventuró ésta información alguna al
respecto. En sus canas a James Strachey, que se encontraba en Inglaterra, no
hay referencia al apartado marido de Klein o a sus hijos.* Klein parece haber
decidido dejar atrás el pasado.
A pesar del entusiasmo de Alix, James Strachey dudaba todavía de la
capacidad de Klein para exponer en inglés: “Lo que me parece terrible es la
jerga. ¿Realmente pude hacerlo suficientemente bien para resultar tolerable
durante seis conferencias enteras?”. Alix aceptó el desafío y el 25 de enero
anunció que enseñaría inglés a Melanie. Decidieron reunirse lodos los jue-
ves por la tarde para leer en voz alta “El pequeño Hans” en inglés y discutir
posteriormente el caso. A Alix le alegró descubrir que Melanie también no
encontraba la explicación de Freud “sehr lückenhafi” (muy incompleta).
Alix consideraba a Melanie un anuncio andante de los beneficios del psicoa-
nálisis: sin él habría sido insoportable. Creía que la conversación de Klein
era un poco divagatoria; pero advertía que ella ansiaba ser agradable y razo-
nable. Alix era consciente de que su apoyo a Melanie podría provocarle la
oposición de los miembros masculinos de la Sociedad de Berlín; lo que no
podía descubrir era si la hostilidad de aquéllos derivaba de una oposición al
análisis de niños en sí, o de un desagrado personal hacia la propia Klein.
Las lecciones de inglés se llevaron a cabo según lo planeado. Alix esta-
ba impresionada por la comprensión que Klein tenía de la lengua, pero su
acento era tan terrible que decidieron dirigirse a un verdadero profesor de
No sólo dispone de un gran cúmulo de datos, sino de muchísimas ideas, todas más
vagas y mezcladas, pero que claramente pueden concretarse en su mente. Tiene una
creativa y eso es lo principal.
[150] 1920-1926: BERLÍN
Las dos disimiles amigas —una alta, angulosa y de Bloomsbury; la otra
regordeta, judía y de clase baja— debieron formar una curiosa pareja. Alix se
dejaba atrapar por la alocada vida del Berlín de postguerra y, en lugar de
preocuparse por el inglés de Melanie, comenta que durante la semana
siguiente pensaban asistir a otros tres bailes.
El sábado voy otra vez a remolque de Cleopatra, que está presa de furor por ellos.
Es una Kunst Akademie de baile, muy amplia y oficial. El asunto de mañana se relaciona
con el Romantisches Cafe, muy barato comunista y acaso vulgar... Dios mío, cuando me
acuerdo de las conversaciones en Bloomsbury, Virginia, Charly [Sanger], Lytton... ¡A
dónde me han llevado!
Alix hizo una escapada sola a un baile, viéndose por una noche libre de la
compañía de Klein. Melanie era extremadamente aguda en cuestiones de
análisis, pero Alix la encontraba limitada como persona:
Me alegré de no estar con Melanie, pues adopta la actitud más convencional: una
especie de Semíramis ultraheterosexual con provocativo vestido de fantasía que espera a
que se la asalte, etcétera, etcétera, y sin interrumpir su conducta y su conversación de
aficionada...
Entre tanto, James Strachey informaba desde Londres sobre cuestiones
de la Sociedad, tales como el proyecto de abrir una clínica y la discusión
acerca de la posibilidad de analistas legos, cuestión que estaba causando
importantes desacuerdos en el seno de la Asociación Psicoanalítica. El 14 de
enero se dirigió al presidente de la Sociedad Británica, Ernest Jones, para
tantear la sugerencia de que Melanie diera una serie de conferencias ante el
grupo de Londres. Jones pareció favorable a la idea, formulando únicamente
el reparo de que a ella no se le podría pagar tamo como a Hanns Sachs, quien
el año anterior había recibido una guinea y media por conferencia; en su
opinión, una guinea sería suficiente. Strachey comprobó que otros miem-
bros recibían la idea de las conferencias con “unánime entusiasmo”. Sugirió
que Klein escribiese directamente a Jones.
Las cartas de Alix seguían llegando rebosantes de las notables cosas que
estaba aprendiendo de Klein. James Strachey estaba particularmente fas-
cinado por la idea de Klein de la madre como castradora originaria; en reali-
dad, él mismo había pensado en plantear la cuestión en alguna reunión.
El 1 de marzo Alix sostuvo una discusión con Melanie sobre un caso de
“tic” (¡ignorando completamente, al parecer, que Klein estaba discutiendo
acerca de su propio hijo!). Melanie estaba “absolutamente ansiosa por ganar a
Inglaterra para su causa”; pero a finales de abril, al no haber recibido res-
puesta de Jones, vociferaba sus quejas a Alix durante la sesión semanal.
“Creo que es demasiado descortés por su parte”, escribía Alix a James.
“Después de todo, la condenada Sociedad Inglesa debiera estar realmente
OSTRACISMO [151)
agradecida por algunos pequeños favores hechos desde aquí.” Klein se
negaba preparar las conferencias hasta recibir una oferta definitiva desde
Londres. A pesar de que Jones era un entusiasta de su obra, su primera
“invitación” supuso en realidad una respuesta a una “sugerencia” de ella
(trasmitida a través de los Strachey), y ella se sintió muy ansiosa hasta que la
respuesta finalmente llegó.
En la reunión británica del 6 de mayo, Jones anunció finalmente que
había recibido una carta de Frau Melanie Klein en la que ofrecía dar una
serie de conferencias sobre el análisis infantil a comienzos de julio. Muy
vacilante, leyó en voz alta la carta ante los miembros y después murmuró:
“Un programa muy interesante”. James informaba: “Pero en general mani-
festo muy poco entusiasmo y una actitud dubitativa. Tuve la impresión, que
después resultó cierta, de que deseaba intensamente que se llevara a cabo,
pero dudaba de lo que otros pensarían”. No obstante, cuando todos los asis-
tentes de aquella reunión —que en esta ocasión fue pequeña— levantaron sus
manos para indicar que concurrirían, Jones se deshacía en sonrisas. Ella
Sharpe ofreció su casa para que las conferencias se realizasen en ella.
Strachey lo entendió erróneamente, creyendo que ofrecía hospedar a
Melanie, lo cual provocaría una gran confusión. Ahora que el problema
estaba solucionado, se mostraba más preocupado que nunca por el inglés de
Klein, especialmente considerando que su visita había suscitado tanto interés.
Melanie no debe tener en realidad inquietud alguna. Tiene la posibilidad de con ver-
se en un succès fou. Mi único miedo es ahora que pueda perder la reputación, e inci-
dentalmente hacemos quedar mal si el público nos identifica, sin posibilidad de recupe-
ración.
En este sentido Alix no compartía la preocupación de James. La fideli-
dad de Alix hacia Melanie se había fortalecido tras haber leído a
Hug-Hellmuth —“una masa de sentimentalismo”— y, en especial, tras haber
conversado, en febrero, con Lou Andreas-Salomé (considerada la segunda
analista de Anna Freud), que estaba en casa de los Eitingon.
Por supuesto, la conversación derivó hacia el Frühanalyse; sus ideas son sumamen-
te anticuadas y se derivan del Freud de la época del “Pequeño Hans”. Cuando dijo que
los padres son las únicas personas apropiadas para analizar al niño, me corrió un escaló-
frío por la espina dorsal. Me parece que es el último bastión del deseo de los adultos de
dominar sobre los demás.
La última frase es fríamente irónica.
Por último, en la mañana del 9 de mayo, Alix salió al encuentro de
Melanie cuando ésta iba a su casa de regreso del análisis, para comunicarle
buenas noticias de Londres. Inicialmente, Alix había decidido traducir las
[152] 1920-1926: BERLÍN
conferencias pero a sólo tres días de iniciado el esfuerzo empezó a desespe-
rar de la tarea. En sus cartas empiezan a aparecer palabras como “espantoso”
y “horror" cuando se plantea la necesidad de tener las conferencias listas a
principios de julio, cuando se suponía que la Klein las expondría. “No podré
hacerlo", se lamentaba. Sugirió que James se encargara de la primera
—“porque se debe dar una buena impresión"— y preguntaba si Joan
Riviere, Marjorie Brierley o Ella Sharpe aceptarían hacerse cargo de otras
dos.
James accedió a traducir la primera, pero contaba que Joan Riviere
estaba demasiado ocupada en la traducción del cuarto tomo de las obras de
Freud para aceptar algún otro encargo. Entre tanto, Alix estaba sumida en la
traducción de la segunda conferencia, sobre la neurosis compulsiva de una
niña de seis años (Erna). Una de sus dificultades fundamentales se deriva
de la falta de equivalentes ingleses apropiados para los términos empleados
por Melanie Klein en el análisis de niños. No obstante, algunos días se sen-
tía más optimista: “No creo que esta traducción sea tan penosa como la de
Freud; puede ser un poco menos aterradora; y buena parte de ella es pura
anécdota". (En medio de todo esto, James descubrió que la señorita Sharpe
había ofrecido su casa sólo para las conferencias; no pretendía hospedar a
Frau Klein.)
Retrospectivamente, la tarea de traducir “El pequeño Hans" (realizada
por los Strachey a comienzos de aquel año) habría de parecerle muy sencilla
en comparación con la de aquellas conferencias. Nina Searl aceptó hacerse
cargo de una (la cuarta). El doctor Rickman avisó que el copiado de la
sinopsis de las conferencias debía ser deducido de los honorarios totales de
31/6. Entonces Klein mostró el sombrero que llevaría en las conferencias.
Alix predijo que sería un golpe mortal para el público:
Es una cosa enorme, voluminosa, de color amarillo brillante con un ala colosal y un
ramillete, un jardín entero, de flores diversas por atrás, por el lado y por delante. El efec-
to que produce en su conjunto es el de una rosa-té florecida en exceso con un centro lige-
ramente encarnado (su cara): y la ψ se estremecerá. Parece una prostituta rabiosa —o,
no— es realmente Cleopatra (cuarenta años más tarde) porque entre todo eso hay algo
bello y atractivo en su rostro. Es una chiflada. Pero es indudable que su cabeza está llena
de cosas de apasionante interés. Y tiene buen carácter.
Las dos mujeres estaban tan ocupadas pensando en la traducción de
las conferencias y en el inminente viaje a Inglaterra que no tuvieron conoci-
miento de la gravedad del estado de Abraham al caer enfermo a mediados de
mayor. Supusieron que sus análisis se interrumpían sólo momentáneamente.
Nadie hubiera podido creerlo en aquel momento, pero el 9 de mayo hizo su
última aparición en el marco de la Sociedad. Abraham y su mujer pertenecí-
an a una asociación para la salud que periódicamente hacía excursiones al
campo. En una de ellas, Abraham se clavó una espina de anguila en la gar-
OSTRACISMO [153]
ganta. Se produjeron complicaciones: fiebre constante, neumonía doble,
nececidad de una operación de vesícula y la molestia de un hipo persistente,
Frau Abraham o la muchacha daban informes diarios a la multitud de visi-
tantes. Klein advirtió que no había posibilidad de que su análisis se reinicia-
ra antes de su partida hacia Inglaterra; y los planes de Alix se alteraron por
tanto en el último momento, así que en lugar de permanecer en Berlín durante
julio, como inicialmente había planeado, se marchó a Inglaterra a finales de
junio, algunos días antes de la partida de Klein.
La última conferencia se entregó a Alix el 17 de junio. Dio a James ins-
trucciones para que abreviara las conferencias si le parecía oportuno (“es
una zorrita condenadamente holgazana”, estallaba Alix, cansada). Al final
James Strachey tradujo la primera, la tercera y la quinta conferencia; Nina
Searl la cuarta, y Alix la segunda y la sexta.
En Londres Klein no se alojó en casa de los Strachey, en Gordon
Square 40, donde ocupaban los dos pisos superiores de la casa, dejando
habitaciones para los otros miembros del grupo de Bloomsbury, sino en un
pequeño hotel cerca de Bloomsbury Square. Por aquel entonces la Sociedad
Británica tenía veintisiete miembros y veintisiete asociados, pero se
permitía visitantes concurrir a las reuniones; y fueron tantas las personas que
expresaron su deseo de asistir a las conferencias, que en lugar de la habita-
ción ofrecida por Ella Sharpe se tuvo que utilizar la sala de Karin y Adrián
Stephen (el hermano de Virginia Woolf), en Gordon Square 50. Karin
Stephen dijo que necesitaría una mujer para hacer la limpieza después de
cada conferencia, por lo que se dedujo un chelín de los honorarios de
Melanie Klein.
Esas tres semanas de julio estuvieron entre las más felices de la vida de
Klein. Finalmente era el centro de atención y se la escuchaba con respeto.
En su Autobiografía señala:
En 1925 tuve la maravillosa experiencia de hablar en Londres ante una audiencia,
interesada y apreciativa; todos los miembros estaban presentes en la casa de Stephen,
pues por entonces no había aún instituto en el que pudiera dar aquellas conferencias.
Ernest Jones me preguntó si respondería durante la discusión. Aunque yo había aprendi-
do mucho inglés por mi cuenta y en la escuela, mis conocimientos no eran todavía muy
buenos; recuerdo perfectamente que adivinaba la mitad de lo que se me preguntaba, pero
me pareció que ése era el mejor modo de satisfacer a mi audiencia. Las tres semanas que
pasé en Londres, dando dos conferencias por semana, fueron una de las épocas más feli-
ces de mi vida. Encontré mucha cordialidad, hospitalidad e interés; tuve también oportu-
nidad de ver algo en Inglaterra y me aficioné intensamente por el inglés. Es verdad que
después las cosas no siempre fueron fáciles, pero aquellas tres semanas fueron muy
importantes para mi decisión de vivir en Inglaterra.2
Entre quienes escuchaban sus conferencias había Figuras que desempe-
ñarían un papel importante en su vida: Ernest Glover, Sylvia Payne, John
[154] 1920-1926: BERLIN
Rickman, Joan Riviere, Ella Sharpe y, por supuesto, los Strachey. Durante
estas tres semanas también se puso en contacto con Susan Isaacs, una bri-
llante mujer que más tarde se convertiría en una de sus colegas más cerca-
nas. Tres años más joven que Melanie Klein, Isaacs había hecho ya una inte-
resante carrera en psicología infantil. Se había formado en Manchester y en
Cambridge y era en aquellos momentos tutora en psicología en la
Universidad de Londres, donde permaneció hasta 1933. En 1924 se convir-
tió en la primera directora de la Malting House School de Cambridge. Fue
esa una efímera escuela experimental dedicada a niños de dos y medio
siete años. El fundador de esa escuela, Geoffrey Pyke, creía en la importan-
cia de la fantasía como experiencia psíquica en el desarrollo de la mente del
niño, aunque esa fantasía debía controlarse haciendo que el niño se interesa-
se por la realidad objetiva. La escuela se esforzaba por ofrecer al niño un
ámbito de juego imaginativo, y la tarea del maestro consistía en registrar lo
que se observaba en el niño sin interferir. Durante su visita a Inglaterra, se
llevó a Melanie Klein a que conociera la Malting House School; y ella y
Susan Isaacs, que ya era miembro de la Sociedad Psicoanalítica Británica
advirtieron entonces que tenían mucho que aprender la una de la otra. La
única persona entre los miembros de la Sociedad que parecía mal predis-
puesta respecto de ella fue Barbara Low,* quien más tarde sería una de sus
más firmes oponentes durante las polémicas de 1942 a 1944. La razón no
era difícil de descubrir: en Más allá del principio del placer Freud había
adoptado, aprobándolo, el “principio del Nirvana” de Low; “el esfuerzo por
reducir, mantener constante o eliminar la tensión interna debida a los estí-
mulos” —esto es, el retomo a un estado de tranquilidad—, tomándolo de su
Psycho-Analysis: A Brief Account of the Freudian Theory (1920). En otras
palabras, Low se adhería totalmente a la teoría freudiana de los instintos.
Ernest Jones sabía que Freud no veía-con buenos ojos la presencia de
Melanie Klein en Inglaterra. No obstante, tan pronto como el curso hubo
concluido, le envió un fidedigno informe a Viena, sin hacer intento alguno de
ocultar su entusiasmo por la obra de Klein. El 17 de julio escribía:
Melanie Klein acaba de ofrecer un ciclo de seis conferencias en inglés ante nuestra
sociedad acerca de la “Frühanalyse". Causó una muy profunda impresión en todos noso-
tros y se ganó el más alto aprecio tanto por su personalidad como por su obra.
Personalmente, he apoyado desde el principio sus opiniones sobre el análisis temprano y
si bien no tengo experiencia directa del análisis por medio del juego, me inclino a consi-
derar el desarrollo que ella ha hecho de él como sumamente valioso. 3
* Low había sido analizada primero por Sachs y después por Jones. Era amiga de D.
H. Lawrence, quien le había dado el manuscrito de Sea and Sardinia para pagar su aná-
lisis formativo con Jones. (Véase: Barbara Guest, Herself Defined the Poet H. D. and Her
World, Garden City, Nueva York. Doubleday, 1984, pág. 203).
OSTRACISMO [155]
el 31 de julio, respondiendo a las objeciones formuladas por Freud, replica
breve, Firme y diplomáticamente:
Se que la obra de Melanie Klein encuentra una considerable oposición en Viena y
también en Berlín, aunque más en aquella ciudad que en ésta. Considero ese hecho como
indicador de una resistencia a aceptar la realidad de las conclusiones de ella* usted sobre
la vida infantil. Me parece que el análisis preventivo de niños es el resultado lógico del
psicoanálisis.4
Nelly Wollfheim se sorprendió de la transformación que observó en
Klein al encontrarse con ella durante sus vacaciones de agosto. De camino
hacia Engadine (elegido debido al amor que Abraham tenía a ese lugar)
Wollfheim se detuvo en el Walensee ames de tomar un nuevo tren para visi-
tar a Klein, quien se hospedaba en un hotel junto con Erich. El tiempo era
frío y húmedo cuando dejó Berlín, y descendió del tren con brillante luz del
sol, calzando aún sus pesadas e inapropiadas botas de agua. Deslumbrada,
pasó junto a una elegante dama situada en la plataforma, no reconociendo
en ella a la cotidiana Frau Klein de Berlín. Probablemente ya había empeza-
do a cambiar su imagen. Wollfheim descubrió que su amiga había reservado
una habitación para ella en el hotel. La cena fue muy molesta. No sólo Frau
Klein estaba bellamente vestida, sino que también lo estaban los demás
huéspedes, la mayoría de los cuales eran ingleses. Erich, que entonces tenía
once años, conocía bien a Wollfheim. La había visitado a menudo en su jar-
dín de infancia durante las vacaciones, y en cierta ocasión había atravesado
Berlín para verla, sin contárselo a su madre. Ahora tenía muchas ganas de
hacer travesuras y la lisonjeaba para molestar a su madre. “Tía Nelly viste
mucho mejor que tu”, le dijo; y después: “Está mucho más bonita que tú.
¿Es mucho más joven?” El rostro de Klein era una máscara inexpresiva.
“Por decoro, no podía contradecirlo hallándome yo presente”, escribe
Wollfheim. “Era una perfecta madre analizada y Erich se hallaba en una
típica ‘oposición’ en sentido psicoanalítico. Por razones de discreción no
puedo ser más clara al respecto de las circunstancias.” Esto sugeriría, evi-
dentemente, que sabía del análisis de Erich. El incidente permite compren-
der también las dificultades que se presentan cuando una madre alterna los
papeles de madre y de analista de su propio hijo.
Melanie Klein no era tan compleja como parecía. Cuando regresó a
Berlín, a finales de julio, se encontró con que el estado de Abraham había
empeorado. Al hacerse más grave la situación, Félix Deutsch hizo varios
viajes desde Viena para examinarlo, aunque su médico era ordinariamente
Wilhelm Fliess. Hubo días en que Abraham se sentía suficientemente bien
para ver a sus pacientes, por lo que en septiembre de 1925, Alix Strachey
* El Club 1917, fundado por Leonard Woolf, adoptó este nombre por la Revolución
Rusa de febrero de ese año y tenía como finalidad proporcionar “un lugar de encuentro para
las personas interesadas en la paz y en la democracia: pronto atrajo como socios a políticos
radicales y a intelectuales impopulares” (The Diary of Virginia Woolf, vol. II, Londres,
Hogarth, 1977, pág. 57).
OSTRACISMO [157]
se convirtió en su analista al año siguiente. El día de Navidad Abraham
murió. Su muerte, según la evoca Melanie Klein en su Autobiografía fue
para mí un gran dolor y una situación muy difícil de superar. Cuando finalicé
abruptamente mi análisis con Abraham, había quedado mucho sin analizar y continua-
mente he avanzado en dirección de un mayor conocimiento de mis ansiedades y mis
defensas más profundas.
Klein siempre sostuvo que, de haber vivido Abraham, el análisis de
niños que ella practicaba habría llegado a establecerse firmemente en
Berlín. Es un punto discutible: el permanente apoyo de Abraham probable-
mente la hubiera conducido a un enfrentamiento con Viena aún más agudo
que el que Jones había emprendido desde Londres. Sea como fuere, la opo-
sición contra ella que Abraham había refrenado, se manifestó con toda su
fuerza después de su muerte. El 2 de marzo de 1926 presentó una doble
ponencia ante la Sociedad de Berlín acerca de dos errores similares en un
ejercicio escolar y de las ideas que un niño de cinco años asociaba con los
métodos con que había sido educado. El claro rechazo que salió al encuen-
tro de su trabajo le convenció de que ya no había lugar para ella en Berlín.
Simmel, el nuevo presidente, simpatizaba con ella, pero le faltaba autoridad
para frenar a Radó. Este se consideraba un hijo de Freud, ya que Ferenczi le
pasaba todos los trabajos de Freud para que los leyera. Tras la caída de
Rank, Freud había nombrado a Radó director de la Zeitschrift (Eitingon y
Ferenczi tenían simplemente una función “decorativa”, según Radó), y tam-
bién de Imago, publicación suplementaria dedicada a la aplicación del psi-
coanálisis a las humanidades. Radó rehusó aceptar artículos de Klein para su
publicación en la Zeitschrift, y se volvió cada vez más ofensivo con ella al
dirigirle la palabra en las reuniones. Se jactaba de su poder como nuevo
secretario de la Sociedad de Berlín y era ferozmente contrario al análisis
por profanos. La humillación que Klein experimentó bajo su poder fue tan
grande que provocó la compasión de otros miembros.
La vida de Melanie Klein nunca estuvo libre de complicaciones. A
comienzos de la primavera de 1925, momento en que se la suponía entera-
mente dedicada a las preparaciones de las conferencias que iba a dar en
Inglaterra, empezó a asistir a clases de baile. Los bailes de máscaras y las
clases de baile eran manifestaciones de su romántico anhelo de “aventuras”,
y no es sorprendente que pronto mantuviera una relación amorosa con su
compañero. C.Z. (Chezkel Zvi) Kloetzel era periodista del Berliner
Tageblatt especializado en artículos de viajes y que, como entretenimiento,
escribía libros infantiles. Nueve años más joven que Klein, estaba casado y
tenía una hija. Era también un conocido Don Juan. Tenía una sorprendente
semejanza física tanto con Emanuel como con el demoníaco amante imagi-
nario de Klein. Parece que iniciaron inmediatamente un amorío. En mayo él
[158] 1920-1926: BERLIN
le regaló un libro para enamorados en el que escribió: “¡En todas partes hay
un Rheinsberg para nosotros!” Su nombre secreto como amante fue Hans.
(Es curioso que eligiera el nombre de su hijo mayor.)
Kloetzel marchó entonces a Bohemia de vacaciones con su familia
Desde Trautenau (adonde le había dicho que escribiera a poste restante),
Kloetzel le preguntaba en su primera nota: “¿Cómo estáis ni y el psicoanáli-
sis a l'anglaise?”5 También le aseguraba su amor, le deseaba ánimo y “un
mínimo de pensamientos perturbadores”. De su segunda carta parece dedu-
cirse que ella le había reprochado la frialdad de la primera nota.
Melchen: así es, (le respondía) escribir cartas es algo estúpido cuando uno no puede expresar
las cosas verbalmente... Sabes que en cuestiones de importancia soy más reticente con las
palabras de lo que normalmente gusta a las mujeres; disculpa, por favor, si el escribir me
resulta aún más arduo. Por favor, lee entre líneas; ¿lo harás? Permíteme decirte, querida
Mel, que aquí cada palabra austríaca, cada “tengo el honor” y cada “beso su mano” me
recuerda a ti, lo cual, por supuesto, en ningún caso sería necesario; no hace falta una
técnica para la memoria. Estoy pensando en ti con frecuencia, querida, y a veces creo que
tus sentimientos son semejantes. Te tengo presente en especial cuando trabajo, ¡mi
ambiciosa musa!
Aparentemente, la única confidente de Klein era su colega Ada Schott;
Kloetzel sentía curiosidad por saber cuánto le había contado de “nuestro
secretito”. En lo que se refiere a la “ética” de la situación, él estaba deseoso
de postergar la discusión indefinidamente. Se quejaba del aburrimiento. Para
compartir con ella su interés por el inglés, estaba leyendo Back to
Methuselah, de Shaw. El 23 de mayo recibió finalmente noticias de ella:
Por dispensarme un beso de más, muchas gracias. Te retribuiré plenamente. Después de
codo, Mel, lo mejor de un viaje es el regreso a casa. Y ello ocurrirá, a más tardar, aproxi-
madamente en dos semanas, y hasta hoy ha transcurrido la mitad de ese tiempo, ¡Dieu soil
benit! Acaso halle alguna excusa para liberarme, lo cual me permitiría escapar antes.
Hoy, querida, piensa en todo lo que no he puesto por escrito. Los abogados sólo aceptan
lo que está escrito en un documento: es casi a la inversa de nosotros. Te deseo lo mejor y te
envío todos los besos que momentáneamente puedas recibir .
Hans
En el diario el bolsillo de Klein consta que Kloetzel se las arregló para
regresar a Berlín el 29 de mayo. No obstante, en una breve nota del 4 de junio
él le informa que se reúne con su mujer.
Querida Mel:
Acabo de llegar a casa. Encuentro cartas de mi esposa anunciándome que no se siente bien.
Padece de cansancio nervioso, etcétera.
Por razones que serán para ti tan claras como lo son para mí, estoy muy inquieto y depri-
mido. Comprenderás que te suplique que me dejes solo hasta que haya recuperado de
OSTRACISMO [159]
algún modo mi equilibrio y tenga noticias más gratas. Si es necesario, partiré pasado
mañana para Trautenau. No obstante, le mantendré informada.
Hasta entonces,
Afectuosamente,
H.
En las anotaciones de su diario correspondiente a junio —tituladas
“¡Depresión!”— se registra la ruptura de la relación, aunque Kloetzel regre-
só de las vacaciones antes que su mujer y los amantes se vieron casi todos
los días. El 13 hicieron una excursión a Dahlem, pero normalmente se
encontraban en el apartamento de Klein, donde tuvieron su última cita el 27
de junio, un día antes de que ella partiera hacia Inglaterra.
También Kloetzel se disponía a partir para realizar un encargo periodís-
tico en Africa del Sur. El 4 de julio le envió unas líneas, señalándole que sabía
que ya había dado sus primeras conferencias en Londres, y “estoy seguro de
que han sido un éxito. Con cada éxito adquirirás más confianza; iodo Londres
celebrará tu fama y el Lord Mayor te invitará a cenar”. Inmediatamente antes
de partir, él le envió una larga carta. Tres días después volvió a escribirle:
- Querida Mel:
He recibido, hace más o menos una hora, tus dos queridas canas del 2 y del 3 y, ante
todo, estoy orgulloso de ti. En ningún momento dudé que tuvieras éxito en Londres.
Pero, al parecer, ese éxito ha ido más allá de nuestras expectativas; y estoy muy feliz por
ello. Porque, tú, mi querida criatura, mucho mereces lo que ahora cosechas. Conozco
muy poca gente, y entre ella difícilmente una mujer, que esté tan profundamente compro-
metida con su trabajo. Y lo más hermoso de todo es que cuando, en un futuro no muy
lejano, todo tipo de personas hablen de ti y de tus logros, yo podré decir: “Sé todo al res-
pecto”. Y por eso, primero un beso para felicitarte y después un beso de admiración...
Me complace mucho que sean tan amables contigo allí y que pases horas tan gratas; la
naturaleza humana desempeña un gran papel en tales ocasiones. Espero que tengas
varios fines de semana dichosos (sin disculpas frívolas) y dejes que tu vitalidad fluya
plenamente. Con vestidos, sombrero y zapatos como marco de tu atractiva personalidad,
tendrás no poco éxito, lo mismo que con tus [ilegible; ¿“observaciones”?] acerca del
juego infantil.
Bien, querida Mel, sin muchas palabras pero con todo mi corazón, adiós. Te diré el adiós
definitivo cuando llegue a Lisboa. Los meses que fallan para Navidad pasarán pronto y
ambos sabemos cómo ocupar el tiempo hasta entonces.
Entre tanto, para Londres, muchísima suerte, éxito y alegría.
Y un beso con mucho amor para la amada mujer y el maravilloso ser humano de tu
Hans.
Mel.
cerca.* Querida Mel, sé que es una locura, pero es así como lo siento: el día en digas que
tienes un amante, estaré más cerca de ti que nunca.
Cuando todo está dicho y hecho, estoy seguro de que tendrás mejores cosas que hacer que
agobiar tus pensamientos con mi patología, especialmente cuando no son de interés
científico. Atengámonos a mi propuesta. Estoy seguro de que nos encontraremos otra vez.
Beso tus manos.
Hans
Un borrador de su respuesta revela su confusión.
Berlín, 18 de enero de 1926
Querido Hans:
Al comienzo de estas-mis líneas desearía asegurarte que no pretenden no están destinadas
a unimos de nuevo si tú no lo deseas, ni a contener algo desagradable para ti.
Mi carta tiene como fin responder a una pregunta que en realidad no me formulo, pero
que, quizá, te formules a ti mismo: la pregunta de cuál es mi situación / que ocurrió
conmigo / cómo me veo / cómo estoy qué me ha ocurrido. Yo no estaba muy bien la
última vez que nos vimos. Nadie, ni siquiera tú mismo, podría hacerme creer que eres
cruel y que no te importa cómo no veo qué me ocurrió. A partir de este sentimiento por
tanto pienso que lo que pueda decirte de mí misma te dará podrá proporcionarte alguna
alegría. Estoy bien, querido Hans, y he dominado enteramente el pesar que sufría. Me he
sobrepuesto a él. Estoy bien, querido Hans, lo he combatido enteramente, pero eso no
significa, sin embargo, que haya resignado me haya cobijado en la resignación. Esto no
No: me he sobrepuesto a ella; soy dichosa y estoy afrontando la vida plenamente como en
mis días dichosos y llena de confianza en que me traerán muchas alegrías de diversas
maneras. Estoy llena de confianza / llena de confianza también respecto de mí misma. Lo
que llamas mi “vitalidad” en los días buenos ha vuelto a mí y con ello también la segura y
dichosa confianza en mí misma y en mi vida, y la expectativa cierta de que ha de traerme
muchísima felicidad por diversos cauces.
Afortunadamente, las circunstancias personales me dan oportunidad para emplear una
renacida vitalidad. Iré a Londres en agosto después de la excursión de verano oon… hasta
el próximo invierno, primavera donde encontraré mucho trabajo con favorables
perspectivas materiales, científicas y personales. Enseñar Además de enseñar a los niños
del profesor Jones, se me ha pedido que analice muchos otros hijos de colegas. Me espera
un cargo decente especialmente atractivo con mis colegas-además de una gran cantidad de
trabajo científico.
También un Además puedo dar por segura una intensa actividad científica y de enseñanza
dentro del marco de nuestro acuerdo y también quizá, -fuera-de ese acuerdo He recibido
una invitación para dar una charla en la Sociedad Británica de Psicología; también una
demanda de una revista médica de Nueva York para la publicación de un libro mío. Mi
auténtico libro —que significa mucho para mí— empieza a tomar forma-definida plan
general y forma, y acaso pueda escribirlo en Londres.
* Posteriormente, Klein contó a Erich que Kloetzel se había criado en un orfanato judío.
OSTRACISMO [163]
Es un / Tengo ante mí un trabajo muy arduo pero muy prometedor /Si es éxito. Si es
exitoso —y espero que lo sea— sin duda avanzaré considerablemente seguiré avanzando
Mi espíritu, nuevamente estimulado, asegurará que he de gozar la vida y no ahogarme de
trabajo.
Te adjunto envío mi última obra, que es puramente analítica, pero puede resultarte
interesante.
Por último, querido Hans, permíteme decir Algo más, querido Hans: permíteme
decirte que la última frase de tu carta: “así pensaremos el uno en el otro sin amargura”, no
es demasiado pertinente, en mi opinión, ya que no es suficientemente ilustrativa. Sin
amargura, por supuesto pero más que ese con mucha amistad y sinceridad / Un Nuestra
relación, que ha sido tan hermosa que o hubiese querido pasarla por alto en mi vida, a pesar
del dolor que exige que produce especialmente cuando el dolor ya ha desaparecido sólo ha
dejado amista, hermosa amistad y sinceros sentimientos para ti… Espero y deseo con todo
mi corazón que tu camino conduzca también hacia lo alto.
Adiós,
Afectuosos saludos, Mel,
Deseo de corazón, querido Hans, que tu camino te conduzca cada vez a sendas más
elevadas y que sigas dichoso y bien.
Afectuosos saludos.
Mel
1926-1939
Londres
UNO
La Sociedad Psicoanalítica
Británica
* Jones se ofendió mucho cuando Freud caracterizó a David Eder como “el primero y,
por ahora, el único médico que practica la nueva terapia en Inglaterra” en el prefacio de
David Eder, Memories of a Modern Pioneer, editado por J.B. Hobman (Londres, Víctor
Gollanez, 1945). El 26 de agosto de 1945 Anna Freud tuvo que recordarle a Jones que Eder
fue el único representante del psicoanálisis en Inglaterra mientras Jones estaba en Toronto
(JA).
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [171]
declara tabú por ser un neurasténico sexual. Por eso combinaré mis artículos
sobre sexo con artículos de otros temas”.7 Freud estaba nervioso, preocupado
porque Jones estuviese aguando los elementos sexuales de la teoría psicoa-
nalítica a fin de hacerla más aceptable a la audiencia de los Estados Unidos.
(Dada la propia historia de Jones, Freud podría haber sospechado también
en él una general tendencia a evitar las controversias.) Jung estaba de acuer-
do: “Por naturaleza no es un profeta ni un heraldo de la verdad, sino alguien
comprendido8 con ocasionales flexiones de conciencia que pueden apartar a
sus amigos”.
En septiembre de 1909 Jones se reunió con Jung, Ferenczi y Freud en
Worcester, Massachusetts, donde la Clark University otorgaba a Freud un
grado honorario. En ese momento, Freud provocó un cortés enfrentamiento
entre ellos, como manifiesta Jones en su biografía de Freud:
En la época dé Worcester, Freud tenía una idea exagerada de mi independencia y
temía, muy injustificadamente, que yo podría no resultar un estrecho discípulo. Por eso
tuvo el gesto especial de ir a la estación para despedirse de mí cuando me marchaba a
Toronto, al final de nuestra estancia, y de expresar la cálida esperanza de que me manten-
dría con ellos. Sus últimas palabras fueron: “Verá que merece la pena”. Naturalmente fui
capaz de ofrecerle mi seguridad más plena y nunca volvió a dudar de mí.9
Atendiendo a la verdad, ulteriormente se originó tensión entre ellos,
especialmente a partir del patrocinio de Melanie Klein por Jones. No obstan-
te desacuerdo tendría lugar muchos años después, y en aquel momento Freud
tenía razón al creer que Jones se convertiría en un adherido a la causa.*
Los colegas canadienses de Jones recelaban en un principio del impe-
tuoso joven de Londres, pero él prosiguió con energía su inicial conquista de
Putnam y de otros médicos norteamericanos. En 1910 Freud le subrayaba la
importancia de establecer en los Estados Unidos una filial de la Asociación
Psicoanalítica Internacional, la cual se había fundado en el Congreso de
Nürenberg, en marzo. Jones desempeñó entonces un importante papel en la
formación de la Asociación Psicoanalítica Americana en 1911, cuando
Putnam se convirtió en su presidente y Jones en secretario tesorero, cargo
que conservó hasta su regreso a Inglaterra en 1913. Durante este período
continuó haciendo viajes regulares a Europa; y en 1912 fue él quien propuso
la formación de “un pequeño grupo de analistas dignos de confianza,
actuando como una especie de Vieja Guardia’ alrededor de Freud”.10
Para un hombre con el temperamento de Jones, Ontario constituía un
medio inhibidor. Sus maneras ásperas y que abiertamente hiciera vida
|común con su querida, hicieron de él una especie de enfant terrible ante la
* Agradezco a una de mis alumnas, Ruth Fry, por haber ampliado mis
conocimientos de Anna Freud. Fry también me ha señalado que “The Relation of
Beating-Phantasies to a Day-Dream” es mucho más libre que su obra posterior.
** En los Estados Unidos apareció en 1929 como número 48 de la "Nervous and
Mental Disease Monograph Series”.
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [181]
entre sí”— desaprobaron unánimemente “el freno que la actitud de Anna
Freud imponía al desarrollo del análisis infantil”. En respuesta a las conside-
raciones de Freud, Jones manifestaba su pesar porque “Anna haya sido tan
apresurada y haya publicado sus primeras conferencias de forma tan inflexi-
ble y sobre una base empírica tan endeble. Advertí que podría lamentarlo más
tarde y que dar un paso tan precipitado le haría más difícil adoptar pos-
teriormente una posición más avanzada”.
Ofendida por el ataque que se le había dirigido, Melanie Klein le pidió a
Jones una oportunidad para responder los cargos de Anna. El le respondió
organizando un simposio sobre análisis infantil entre los miembros de la
Sociedad Británica. Cuando, más tarde, Freud mandó sus protestas por
escrito, Jones le explicó que anteriormente había escrito a Radó, el director de
la Zeitschrift, solicitándole que
el libro de Anna se reseñase a la vez por dos personas atendiendo a criterios dife-
rentes, tal como se había hecho en otras ocasiones, y su respuesta indicaba que únicamente
podría publicarse una reseña favorable. Sólo quedaba el Journal. Yo debiera haber
publicado en el Journal la traducción de la reseña de la Zetischrift, pero prometí a la
señora Klein que nuestras páginas estarían abiertas a cualquier contribución de su parte
en la que se determinasen sus puntos de discrepancia con Anna y se clarificara en general
la situación. Como usted supondrá, jamás se me ocurrió que Anna reclamase inmunidad
en cuanto a la crítica de sus escritos, y mucho menos que usted esperase que se le fuera
concedida tal inmunidad. Estaban en juego cuestiones científicas sumamente importantes
y, obviamente, me pareció que lo procedente era una discusión abierta en cualquier senti-
do. Evidentemente, no puedo simpatizar con la posibilidad de que se obstruya artificial-
mente una de las partes en cuestión, en especial cuando me pareció que era la más reno-
vadora y prometedora de las dos.
No se puede sino admirar el vigor con que Jones se enfrenta aquí con
Freud.
La Sociedad Psicoanalítica Británica celebró el 17 de enero de 1979,
muchos años después de su muerte, una sesión especial en memoria de Ernest
Jones en ocasión de su centenario. Entre quienes rendían homenaje a Jones
estaba Anna Freud, la cual atribuyó el juicio de las diferencias entre las
sociedades de Viena y de Londres a la llegada de Melanie Klein a Londres.
“Ernest Jones desaprobó mis primeras conferencias sobre el análisis infantil”,
decía, “y en una carta dirigida a mi padre lamentó su publicación”.21 Anna
Freud puede haber intentado saldar viejas deudas, pero la situación no fue
exactamente tal como ella la describe. Fue Freud el primero en escribir a
Jones objetándole la crítica del libro de Anna formulada en el simposio-de
mayo y aparecida en la edición del Journal de agosto de 1927.
En sus conferencias, Anna Freud no alude a Klein meramente en pas-
sant, sino que le dirige un ataque frontal, directo. Melanie Klein había afir-
mado que todos los niños debieran ser objeto de análisis como parte de su
[182] 1926-1939: LONDRES
educación general, mientras que el grupo vienés creía que el análisis era
necesario sólo en el caso de una neurosis infantil y que era “arriesgado” en
casos normales. |
Anna Freud reunió su experiencia de dos años y medio previos al reali-
zar diez “prolongados”* análisis de niños. A diferencia de Klein, creía que
las dificultades de los niños se debían a menudo a factores externos, y que
eran los padres, que sufrían ante la “perversidad” del niño, quienes busca-
ban un alivio tanto para sí mismos como para el niño. En otras palabras: ya
que desde el inicio se producía una diferencia esencial respecto del análisis del
adulto: en este último, el adulto toma deliberadamente la decisión de iniciar
un análisis.
En consecuencia, el analista infantil debe iniciar un período preparato-
rio, un “proceso lento y cauteloso para lograr una confianza que no podía
ganarse directamente”.22 Presenta a continuación una serie de ejemplos de los
distintos modos como logró que el niño le resultara accesible; en otras
palabras: sus distintos modos de establecer un estado de dependencia y una
transferencia positiva.
Al respecto del intento Melanie Klein por interpretar simbólicamen-
te todo lo que se registra en el juego del niño como expresión de la agresión
o de la unión sexual, ¿no puede tener una explicación simple? ¿No puede
tratarse de la representación de algo que el niño ha observado durante el día,
por ejemplo?
Pasa a considerar entonces las razones que, a su juicio, justifican la
necesidad de ganarse la confianza del niño. Cree que el análisis infantil
tiene una finalidad “educativa”, y que el analista sólo puede orientar al niño
del modo deseado si dispone de su confianza. Los impulsos negativos contra
el analista son “esencialmente inadecuados. 23 A diferencia de Melanie
Klein, quien opina que el comportamiento hostil del niño frente al analista
es reflejo de sus sentimientos hacia la madre, Anna Freud creía, lo contrario:
cuanto más afectuoso sea el vínculo del niño con la madre, tanto mayores
serán los recelos que manifestará a los extraños. Es imposible una transfe-
rencia interpretable ya que, para el niño, el analista no es una pantalla en
blanco en la que inscribir sus fantasías, sino alguien que posee un código de
conducta que comunica al niño.
Es, además, imposible llegar al inconsciente del niño pequeño, porque
el niño es incapaz de libre asociación, y sólo en el período de latencia tienen
lugar recuerdos de solapamiento. El niño todavía no ha experimentado la
elaboración de un superyó, y el posible yo ideal resulta ser sólo una identifi-
cación con los padres. “El analista debe 74lograr situarse en el lugar del yo
ideal del niño mientras dura el análisis.” El analista, en tanto que mentor
del niño, debe asumir aún más autoridad que los padres.
* Es imposible estimar qué entendía ella por análisis “prolongado”.
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [183]
Podemos suponer que el grupo inglés había leído cuidadosamente las
conferencias de Anna Freud y había llegado a la reunión del 4 y el 18 de
mayo con los argumentos en contra bien ordenados, aunque Jones asegura a
Freud que la reunión “no estuvo en modo alguno organizada ni influida”. La
discusión podría haberse centrado en el libro de Anna, pero “se discutió
ampliamente todo el ámbito del análisis infantil y los problemas relaciona-
dos con él, y se adujeron, desde distintas perspectivas, tantos puntos de vista
específicos y tantas consideraciones, que consideramos de interés publicar la
discusión en su totalidad”. Destaca que el propio grupo de Viena había sen-
tado ya un precedente en ese tipo de discusiones extensas.
El libro de Arma Freud era deliberadamente provocativo; y aunque
Jones admitía que Melanie Klein le había solicitado una oportunidad para
refutar los cargos que se le atribuían, él no se limitó a apoyar su oposición,
sino que le movió un espíritu inglés de juego limpio. Por esto sugirió que
quien deseara presentar en el simposio una contribución, sería bienvenido.
Cuando Freud reprochaba a Jones haberse apresurado a publicar las réplicas
en el Journal tres meses más tarde, Jones le contestaba que consideraba
agosto el momento idóneo para incluir les comentarios porque había escasez
de materiales para esa edición, mientras que, si hubiera esperado hasta el
congreso bianual de septiembre, se habría visto inundado con las comunica-
ciones del congreso. Era una explicación razonable; pero no hay duda de
que consideraba el Journal un foro para el debate científico: si Freud se que-
jaba de los puntos de vista contrarios a los suyos o a los de su hija, tant pis.
Joan Riviere, que se había analizado con Freud y que durante algunos
años se había encargado de traducir sus obras al inglés, tradujo la aportación
de Melanie Klein del alemán al inglés. Los argumentos están ordenados tan
clara y coherentemente, que cabe considerar su participación asimismo en la
organización del artículo.
Anna Freud había sugerido que el papel del analista debía limitarse a
ejercer una influencia educativa. En el simposio, Klein se propuso demostrar
que esa posición era exactamente contraria al precedente ya establecido en
el análisis infantil. En el más temprano de los casos registrados, el del
pequeño Hans en 1909, Freud se había adelantado a posibles objeciones en el
sentido de que se pudiera dañar al niño colocándolo ante aspectos de su
inconsciente:
Pero debo ahora indagar qué daño se ha hecho a Hans llevando a la luz complejos
tales que no sólo son reprimidos por el niño, sino temidos por sus padres. ¿Pasa el
¿muchachito a emprender alguna acción seria en relación con lo que deseaba de su madre?
¿O provocan estas intenciones contra su padre malas acciones? Sin duda, tales recelos
habrán acudido a la mente de muchos médicos que entienden mal la naturaleza del psico-
análisis y piensan que se fortalecen los malos instintos al hacerlos conscientes.25
Por otra parte, H. Hug-Hellmuth, que rechazaba la idea de analizar a
[184] 1926-1939: LONDRES
niños muy pequeños, rehuía enteramente penetrar en profundidad en
complejo de Edipo por temor a despertar tendencias reprimidas que el niño
era incapaz de asimilar, y consideraba el papel del analista atendiendo a una
influencia educativa, opiniones que Anna Freud evidentemente hizo suyas.
No obstante, Klein, en el primer artículo que publicó. “El desarrollo de
un niño” (1921) —el análisis de un niño de cinco años y tres meses
había observado que investigar el complejo de Edipo en profundidad era a la
vez posible y saludable.
Compruebo que, en un análisis llevado a cabo de este modo, no sólo era innecesario el
esfuerzo del analista por ejercer una influencia educativa, sino que ambas cosas eran
incompatibles.26
La conclusión implícita era la siguiente: ella había seguido la tradición
de Freud, mientras que Anna se había sometido al enfoque, más tímido, de
Hug-Hellmuth. A Klein no le sorprendía que en un intervalo de dieciocho
años en el análisis infantil el progreso hubiese sido lento, puesto que el
grupo de Viena parecía convencido de que “al analizar a niños no sólo no
podemos descubrir más, sino en realidad menos del primer periodo de vida
que cuando analizamos a adultos”.27 Estos prejuicios habían provocado,
según Klein, la resistencia interna a hallar una técnica adecuada. Klein enu-
mera entonces los cuatro puntos principales del libro de Anna Freud y pasa
a desarticularlos uno por uno: que no era posible el análisis del complejo de
Edipo del niño, puesto que podría interferir en las relaciones del niño con
sus padres; que el análisis de niños debe ejercer en éstos sólo una influencia
educativa; que no puede efectuarse una transferencia de neurosis debido a
que los padres ejercen aún un papel dominante en la vida del niño; y que el
analista debe hacer cuanto pueda para ganarse él la confianza del niño.
Ante todo Klein dirige su crítica a “los artificiosos y molestos medios”
a través de los cuales Anna Freud se convierte en aliada del niño: mecano-
grafiar letras, hacer vestidos para las muñecas, etcétera.* Por otra parte,
Klein se abstiene de mencionar cualquier medio de persuasión, como los
regalos o los halagos. Según ella, es necesario analizar constantemente por
qué el paciente caracteriza a uno como una figura investida de autoridad,
amada u odiada.
La diferencia más importante entre ambas estriba en el hecho de que
Anna Freud veía a los niños como seres totalmente distintos de los adultos,
mientras que Klein, convencida de que los niños se encuentran aún en gran
medida bajo el imperio del inconsciente, considera que el análisis del
inconsciente es su tarea principal. Debe aceptarse que el sufrimiento es parte
* El Profesor Peter Heller recuerda que durante su análisis con Anna Freud, cuando él era
niño, desde 1929 hasta 1932, ella estaba “siempre tejiendo”.
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITANICA [185]
* El índice de la edición inglesa registra tres referencias en notas al pie, pero hay en
realidad un importante comentario en “Sexualidad Femenina” (1931).
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [191]
peculiar? Tras muchos años de trabajo psicoanalítico nos hallamos en una ignorancia tan
grande en relación con este problema como lo estábamos al comienzo.37
Freud, con agudos dolores por su cáncer en la mandíbula, se hallaba en
un estado de pesimismo y desesperación. Advenía que no se había aproxi-
mado a la comprensión de los orígenes de la ansiedad; no así Melanie Klein,
quién llegaba al Décimo Congreso Internacional de Insbruck a comienzos de
septiembre de 1927 rodeada, por primera vez, de un círculo de discípulos
leales y optimistas.
El 3 de septiembre, Anna Freud trascendió los seguros parámetros
familiares en cuanto al modo de ejercer el análisis infantil. Destacó que
Melanie Klein había afirmado que ella —Anna— no penetraba en el com-
plejo de Edipo de sus pacientes. Se disponía ahora a mostrar que sí lo hacía:
dentro de la escala temporal y de los presupuestos del esquema tradicional
que Freud había señalado. Su paciente de siete años de edad temía perder el
amor. Anna concluía con dos cuestiones: la diferencia entre el superyó del
niño y el del adulto, y el papel educativo del analista. Si las exigencias del
superyó del niño disminuyeran (Melanie Klein consideraba ésa su meta fun-
damental), el niño podría llegar a radicalismos y a permitirse cosas más allá
de lo que aun el enlomo más libre podría tolerar. Y, puesto que el superyó del
niño depende tamo de factores externos, es esencial que el analista se
responsabilice de la educación del niño durante el período del análisis. En
otras palabras: su comunicación era sólo una confirmación más vehemente-
mente de lo expresado de sus trabajos iniciales.
Al mismo tiempo, Melanie Klein exponía “Estadios tempranos del con-
flicto edípico”, comunicación cuyas ideas eran más provocativos que las :
presentadas anteriormente. Por primera vez aclara aquí que en algunos pun-
tos se aparta radicalmente de Freud: en la determinación del momento de
aparición del complejo de Edipo; en su opinión de lo que éste constituía; en
la diferencia psíquica entre niños y niñas, y en el comienzo de sus respecti-
vas neurosis.
Empieza por remitir a su anterior trabajo de Salzburgo, “Principios psi-
cológicos del análisis infantil” (1926), con el cual había suscitado olas de
sobresalto al esquematizar la siguiente secuencia: (1) las tendencias edípicas
se liberan por la frustración del destete; (2) aparecen por primera vez a fina-
les del primer año o a comienzos del segundo; (3) se refuerzan mediante la
frustración anal producida durante el adiestramiento para hacer las necesida-
des solo.
Pasa entonces a ocuparse de la influencia determinante en la diferencia
anatómica entre los sexos y a los temores que consecuentemente experimenta
uno y otro; todo ello conforma una serie de reflexiones que se oponen clara-
mente a las opiniones, tenazmente sostenidas por Freud, acerca de la ansie-
dad masculina de la castración y del temor femenino a la pérdida de amor.
[192] 1 9 2 6 - 19 3 9 : LONDRES
* Freud era especialmente sensible a esa cuestión porque, al parecer, Anna se hallaba
en su segundo análisis con él precisamente en esa época. Véase: Uwe Henrik Peen, Anna
Freud: A Life Dedicated to Children, Londres, Weidenfeld y Nicolson, 1984 págs. viii y ix.
** En octubre de 1929 se nombró también a Klein miembro del Instituto.
LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA BRITÁNICA [197]
Jones señalaba a Freud que no se habían mantenido las reglas del juego
limpio. Radó sólo permitía que en la Zeitschrift apareciese una crítica
favorable del libro de Anna, así que no pudo sentirse sino con el derecho de
publicar otros puntos de vista en el Journal:
Si en el artículo de la señora Klein hay alguna crítica ilegítima en contra de Anna,
soy, ciertamente, técnicamente responsable, aunque no lo leí hasta después de que su caita
llegara esta semana. Me parece que lo mejor será que dejemos los posibles mal entendidos,
a las personas a quienes atañe más directamente. Anna debe saber que cualquier respuesta
o contribución suya será muy bienvenida al Journal y se la considerará un honor. Por mi
parte, no vislumbré crítica ilegítima alguna en lo que la señora Klein dijo en el encuentro,
ni observo que se haya incluido algo así en la versión escrita. Naturalmente, al decir esto
no pretendo defender todo lo que ella escriba: ésa es una cuestión personal de ella y yo,
como director de la publicación, cuanto tengo que ver es que el tono y el contenido de una
contribución así estén dentro de los límites habituales; del debate científico .
Respecto del folleto al que aludía Freud, Jones hizo notar que la
defensa que Klein hacía de sí misma debía ser leída también por los
analistas de habla alemana. Radó le dijo que no tenía espacio en la
Zeitschrift para trabajos sobre análisis infantil, pero le ofreció publicar un
resumen, de dos páginas de extensión, de la discusión, y le sugirió que se
publicara completa mediante el Internationaler Psychoanalytischer Verlag.
Por último, Jones le aseguraba a Freud que el simposio había albergado,
únicamente consideraciones científicas y que “aquí el estado de ánimo es el
de una entera devoción a su personalidad y a los principios del
psicoanálisis”.
Freud se ablandó ligeramente por el tono conciliatorio de Jones.
Expresó total ignorancia del hecho de que Melanie Klein fuera insuficiente-
mente apreciada en Berlín, y le aseguró a Jones que procuraría que tuviese
total libertad para publicar sus opiniones en alemán:
Por otra parte, cree que es injusto subrayar del libro (de Anna) su carácter de ataque
a Melanie Klein. Ella ha desarrollado su concepción sobre la base de su propia y muy
amplia experiencia, y sólo de mala gana alude a cuestiones polémicas. Dos cosas siguen
siendo imperdonables en el grupo inglés, a saber, la acusación, a la que habitualmente se
recurre, contraria a toda buena costumbre, de que no se ha analizado suficientemente,* y
la observación hecha por Melanie Klein de que Anna elude sistemáticamente el análisis
del complejo de Edipo. Esa errónea concepción podría haberse evitado con un poquito
de buena voluntad.
La discusión continuó en términos razonablemente amistosos, desvián-
dose la descarga de Melanie Klein y dirigiéndose contra la concepción de
* La cuestión del análisis de Arma nunca se planteó, salvo en una carta de Jones a
Freud.
[198] 1926-1939: LONDRES
Joan Riviere de las imagos paternas introyectadas en el niño, punto discutido
en el capítulo siguiente.
Freud continuó insistiendo en que las opiniones de Anna eran entera-
mente independientes de las suyas, pero en una carta dirigida a Jones el de
febrero de 1928 se reveló la verdad de las cosas:
Su demanda de que el análisis infantil debiera ser un análisis real, independiente de
toda pauta educativa, me parece tanto teóricamente infundado como impracticable en la
realidad. Cuanto más escucho al respecto, tanto más creo que Melanie Klein anda por el
camino erróneo y Anna por el correcto. Todo lo que sabemos del desarrollo femenino
temprano me parece insatisfactorio e incierto. Sólo veo dos puntos con claridad: que la
primera idea de la relación sexual es oral: la succión del pene y, previamente, del pecho
de la madre, y la detención de la masturbación del clítoris debido a la inferioridad, peno-
samente reconocida, del mismo. En lo referente a cualquier otra cosa, tendré que
reservarme el juicio.
En marzo, Jones le comunicaba la muerte de su hija Gweinith, de siete
años y medio de edad. En respuesta a ello Freud comentaba que él y Jones
sólo habían tenido “una ligera disputa familiar”, y le aseguraba que su pro-
pio pesar había sido mayor que el de Jones, porque su hija y su nieto habían
muerto cuando él era demasiado viejo y débil para asumir el pesar. “Usted y
su esposa son, por supuesto, suficientemente jóvenes para recobrar la sereni-
dad en sus vidas.” Para distraerlo, Freud le sugirió que pensara en su nueva
teoría favorita, esto es, la hipótesis de J.T. Looney de que Shakespeare era en
realidad el Conde de Oxford.
El 12 de diciembre de 1928 Jones anunciaba orgulloso que su hijo había
concluido su análisis, el cual le había llevado dieciocho meses (aparte de las
vacaciones). Estaba sumamente satisfecho con los resultados. Jones debía
suponer que esas noticias irritarían a Freud, pues probablemente sospechaba
que Mervyn era analizado por Klein.
Por el momento no hubo más discusión a propósito de Melanie Klein,
pero Freud seguía teniéndola en cuenta. En “Sexualidad Femenina” (1931)
aprobó la aptitud de Otto Fenichel de hacer caso omiso del desplazamiento
del complejo de Edipo, preconizado por Melanie Klein, a comienzos del
segundo año:
La determinación del momento en que se forma el complejo de Edipo, la cual
también implicaría necesariamente una modificación de nuestra concepción del resto del
desarrollo infantil, no se corresponde en realidad con lo que aprendemos del análisis de los
adultos, y es en especial incompatible con mis hallazgos respecto de la larga duración del
vínculo preedípico de las niñas con su madre. 47
Dos
* Scott realizó una experiencia similar con un niño de veintiséis meses bajo la
supervisión de Klein. “Aprendí mucho del análisis de este niño en los nueve meses
siguientes, sin que el niño dijera una sola palabra. Habían traído al niño porque no había
empezado a hablar, pero durante el análisis comenzó a hablarles mucho a sus padres...
Debería haber permanecido en el análisis por muchos años hasta que su capacidad de hablar
llegara a ser equivalente a su capacidad de jugar- Podía mostrarme mucho más de lo que
podía decirme.”
** Basado en las conferencias que había dado originariamente en Londres en 1925.
[208] 1926-1939: LONDRES
fijación oral al pezón puede transformarse en una fijación oral al pene del
padre. La base de la homosexualidad masculina está constituida por una fija-
ción de succión al pene demasiado poderosa. Si un niño padece hambre
durante el período de lactancia, es amamantado sólo con biberón, o si sus
sentimientos respecto del pecho de la madre son excesivamente sádicos, no
puede introyectar satisfactoriamente la imago de una madre buena, y el
temor a la madre mala dominará su desarrollo. Como en su fantasía la madre
incorpora el pene, el niño escapa de ese objeto misterioso y destructivo para
dirigirse al pene visible y real de otro hombre; y el acto homosexual supondrá
una protección ante el pene “malo” del padre que se encuentra dentro de la
madre así como ante el pene “malo” del padre que el niño ha introyectado en
su propio cuerpo, expresado en la “preferencia narcisística por el pene de otro
hombre”.16
Aquí adopta Klein explícitamente y por vez primera la noción freudiana
de los instintos de vida y muerte, una estructura dialéctica de opuestos, el
amor y el odio, sobre la cual apoyó más tarde las conductas esquizoparanoi-
de y depresiva. Aunque remite continuamente -r-con más frecuencia que en
sus artículos anteriores— a los estadios- psicosexuales de Freud y de
Abraham, en el momento de formular con más claridad su concepción de la
ansiedad, va internándose en su propio camino. Ahora considera que la
ansiedad se origina por la presencia y la amenaza del instinto de muerte
dentro del yo.
Jones siempre insistía en que nunca había aceptado la idea freudiana de
instinto de muerte, lo cual sugiere una diferencia fundamental entre él y
Klein. No obstante, en el capítulo “Metapsicología” de su obra relativa a la
vida de Freud, Jones aclara cómo éste y Klein interpretaban el instinto de
muerte. Jones destaca que en un principio Freud utilizaba indistintamente las
expresiones “instinto de muerte” e “instinto de destrucción”, pero en una
discusión con Einstein le hizo diferenciar ambas cosas, matizando que el
primero se dirige contra el yo, mientras que el segundo, derivado de éste, se
dirige hacia el exterior. En Los instintos y sus vicisitudes (1915) Freud
sugiere por primera vez que podría haber un masoquismo primario (hasta
entonces lo había considerado derivado del sadismo) y que la tendencia a
dañarse a sí mismo era expresión del instinto de muerte. Estaría nuevamente
dirigido hacia el exterior, hacia otras personas como medio de protección de
sí mismo.
El 22 de marzo de 1935, Jones expuso ante la Sociedad Psicológica
Británica un artículo titulado “Psycho-Analysis and the Instincts”. Durante el
mes siguiente estuvo en Viena para dar una conferencia con el título “Early
Female Sexuality”. En el curso de esta estancia dejó a Freud su trabajo acerca
de los instintos. El 2 de mayo, respondiendo a una carta de Freud, escribe:
GALLITO DEL LUGAR [209]
Me complace que & usted le haya gustado mi trabajo sobre los instintos, pero me
asombra que piense que he incurrido en el error de suponer que usted había partido de
una de las obras de Melanie Klein en la conformación de sus propias ideas. Sé muy
bien, por supuesto, que su exposición sobre el tema fue anterior al escrito de aquélla...
creo haber pensado que usted haya sido influido por nadie y, ciertamente, menos que por
nadie por Melanie Klein. He revisado, pues, mi trabajo con curiosidad y creo haber
gallado la frase que le resultó confusa. Viene a continuación de una exposición acerca del
superad y su severidad, y dice así:
“Estudios analíticos pormenorizados, en especial los llevados a cabo con niños
pequeños por Melanie Klein y otros, han arrojado mucha luz sobre los orígenes de esa
severidad, y han conducido a la concepción de un instinto de agresión primitivo, de
carácter no sexual.”
Para evitar cualquier posible ambigüedad volveré a redactar estas líneas antes de
publicarlo.* Aparece, es verdad, como una interpolación en el desarrollo, pero mi propó-
sito era abarcar todas las contribuciones hechas por el psicoanálisis, no sólo las suyas. Al
escribirlas no pensaba en usted, pues no le atribuiría a usted la creencia en un instinto
primario de agresión (ésa es más bien opinión mía); describiría la suya como una creencia
en un Todestrieb interno que secundariamente se exterioriza bajo la forma de un impulso
de agresión.
En todo caso, difícilmente podría existir riesgo de una interpretación errónea, pues
casi a continuación se dice:
“Pero —cosa extraña— no fueron esa concepción y los estudios que acabo de
resumir los que le condujeron a su actual idea de la dualidad de la estructura mental”.
Jones dice “casi a continuación’', pero en realidad hay en medio tres
frases decisivas:
Al menos aquí, pues, hay algo que puede contraponerse al aspecto sexual de los
conflictos mentales. Antes de avanzar en su consideración, empero, tendremos que vol-
ver atrás nuestros pasos; Freud publicó su iluminador concepto de superyó en un libro
aparecido en 1923 (El yo y el ello).17
Jones pasa entonces a mostrar que Freud elaboró sus ideas de instinto
de muerte a partir de la repetición-compulsión, la cual parecía preceder
temporalmente al principio de placer y dolor, (aunque Jones especifica que él
no resolvió totalmente este punto, como lo hizo Klein). Al volver a publi-
car. el artículo en la quinta edición de Papers on Psycho-Analysis en 1948,
Jones incluyó de nuevo el párrafo referente a Klein reforzándolo:
do un enfrentamiento, pues era contrario a todo lo que ella creía. Klein sabía también que
fue Ferenczi había invitado a Anna Freud a Budapest en 1930 para que diese conferen-
cias, y que en la Circular del 30 de noviembre de 1930 había comentado públicamente:
“Sin negar en principio la importancia de la valentía con que M. Klein ha abordado estos
problemas (los del análisis de niños), las observaciones de nuestro grupo apoyan en genera
la concepción vienesa”.
[218] 1926-1939: LONDRES
análisis hecho por legos”, trabajo escrito en defensa de Theodor Reik, a quien
en Viena se perseguía por curanderismo. El tema tenía para Freud cierta
importancia personal: estaba la cuestión de la situación profesional tanto de
Anna como de Mane Bonaparte, quien, según esperaba Freud, con sus
relaciones y riqueza lograría que el psicoanálisis se asentase firmemente en
Francia.
En 1927 se realizó una encuesta entre los miembros de la Sociedad
Británica, la cual acordó que debía “instarse” a los candidatos que no fueran
médicos “a obtener la licenciatura de médicos, pero que no se los debía
excluir por la sola razón de que no la obtuviesen”. No obstante, los psicoa-
nalistas que no fuesen médicos debían admitir que los colegas que lo fuesen
entrevistaran a los pacientes y asumieran la responsabilidad médica antes de
que se iniciara el tratamiento.
En 1926, debido a las quejas provocadas porque muchos curanderos se
hacían pasar por psicoanalistas, la Asociación Médica Británica nombró una
subcomisión para que llevase a cabo una investigación sobre el particular. Se
designó a Ernest Jones miembro de aquella comisión, y gracias a sus per-
suasivas argumentaciones, el cuerpo estableció que sólo quienes se formasen
de acuerdo con los métodos de Freud en el Instituto de Psicoanálisis tendrían
derecho a llamarse psicoanalistas. El reconocimiento de la respetable
posición del psicoanálisis fue un gran logro para Jones. La Sociedad Vienesa,
sin embargo, estaba sometida a las reglamentaciones más humillantes por
parte de las autoridades médicas: y se amenazaba con la clausura de la clínica,
que se ocupaba únicamente de necesitados, si en su trabajo colaboraban
legos. Ello significaba que, de hecho, a Anna Freud se le impedía llevar a
cabo sus actividades, aun cuando daba conferencias sobre análisis infantil en
el Instituto y era también vicepresidente de la Sociedad.
El trabajo en el ámbito del análisis de niños continuó expandiéndose en
Inglaterra bajo la dirección de Melanie Klein, Melitta Schmiedeberg, Nina
Searl y, más tarde, D.W. Winnicott. El 7 de julio de 1930 la Comisión de
Formación estableció ciertas condiciones:
1. El análisis personal y otros estadios de la formación deben ser los mismos para
los analistas de niños y para los demás analistas.
2. El primer estadio de análisis controlado debe consistir en el análisis de dos
adultos bajo control durante, por lo menos, un año.
3. Después de los controles de adultos, el candidato debe emprender el análisis de
control de niños de la siguiente forma; tres casos; uno de adolescencia, uno del período de
prevalencia y uno del período de latencia. El período mínimo de esta fase ha de ser de un
año.
Las actas del 4 de julio de 1930 registran que “La señora Klein trae a
colación la cuestión de las condiciones para los candidatos que aspiren a la
formación en análisis de niños: recomienda que en el próximo Congreso se
GALLITO DEL LUGAR [219]
acentúe la necesidad de que todos los candidatos se ajusten a las pautas del
análisis de adultos y pasen por la formación en análisis de adultos antes de
hacerse cargo del análisis de niños”. ¿Era ése el modo de averiguar si Anna
Freud realmente se había sometido a un análisis de formación? Melanie
Klein tenía el respaldo oficial de la Sociedad Británica, mientras que los
analistas continentales apoyaban firmemente a Anna Freud. En el
Duodécimo Congreso Internacional celebrado en Wiesbaden en septiembre
1932, una subcomisión de la Comisión Internacional de Formación
comunicaba que “no se han discutido las cuestiones de la formación de ana-
listas, infantiles, las consignas para los pedagogos y las conferencias para el
público general o para algún grupo en especial. Parecieran hallarse fuera del
ámbito de sus intereses y estar también parcialmente sujetas aún a opiniones
diversas para que resulte por ahora oportuno establecer normas internacio-
nales que las regulen”. Ello podría ser un intento de evitarle molestias a
Anna Freud.
Jones se pronunció otra vez con firmeza por Melanie Klein en la
comunicación que presentó en el congreso, que era en realidad un respaldo
a El psicoanálisis de niños. “The Phallic Phase” era una declaración de su
divergencia respecto de Freud aún más notoria que su anterior trabajo,
“Early Development of Female Sexuality”, expuesto en el Congreso de
Innsbruck de 1927, donde afirmaba audazmente que “existe la creciente y
sana sospecha de que los analistas varones han acostumbrado a adoptar una
indebida concepción falocéntrica de los problemas en cuestión, subes-36
timándose en consecuencia la importancia de los órganos femeninos”.
Los análisis de Klein confirmaban la observación de que había entre los
estadios oral y edípico más transiciones directas que las que anteriormente se
habían reconocido; en este trabajo introducía además el concepto de
“afánisis”, temor caracterizado por “la extinción total y, por supuesto, per-
manente,37 de la capacidad (incluyendo en ello la oportunidad) de placer
sexual”. Esto correspondía a aquella situación descrita por Klein en la que
la niña teme que su madre la despoje de sus capacidades sexuales y
maternales.
En su artículo de 1931, “Sexualidad femenina”, Freud rechazaba la
sugerencia de Jones de que “la fase fálica represente la solución secundaria
de un conflicto psíquico, de38 naturaleza defensiva, antes que un simple y
directo proceso evolutivo”. Jones declara entonces que tiene otras dudas
que se había abstenido de expresar. De acuerdo con la teoría psicoanalítica
generalmente admitida, el temor a la castración es común a los dos sexos
—y las experiencias clínicas lo atestiguan— pero “la interpretación de los
hechos es, por supuesto, una cuestión diferente y nada fácil”. 39 La con-
cepción ortodoxa dice que el complejo de castración despierta la relación
edípica del niño y fortalece la de la niña. Jones cree no poder acordar con
Freud que la fase fálica alcance su apogeo a la edad de cuatro años. ¿Y
[220] 1926-1939: LONDRES
cómo se entienden los casos en los que el varón continúa obsesionado por su
pene? Jones alude a El análisis de niños, donde se sostiene que “la exagera-
ción narcisística del falicismo... se debe a la40 necesidad de luchar contra un
cúmulo especialmente grande de ansiedad”. Jones está dispuesto a conce-
der a Klein que en el niño la sensibilidad al peligro surge en una etapa nota-
blemente temprana, con el conocimiento inconsciente que él posee de la
existencia de la vulva, su deseo de penetrar en ella y el terror que experi-
menta ante las consecuencias sobrevinientes. Jones cree que Melanie Klein
proporciona la explicación de ese hecho (“Estadios tempranos del conflicto
edípico”), a saber, que el temor del niño deriva de sus impulsos sádicos con-
tra el cuerpo, con independencia de toda consideración de su padre o su pene,
aunque, ciertamente, este último aviva su sadismo.
Jones admite que es arduo comprender cómo el niño (en el plano de la
apariencias) efectúa la transición del pezón al pene; pero no tiene dudas sobre
la actitud ambivalente del niño hacia el pezón ni sobre la fantasía o la
aniquilación oral en el niño durante el conflicto edípico. Coincide con Klein,
efectivamente, en cuanto a que el niño; en el proceso del desarrollo masculi-
no, pasa por un estadio femenino básicamente oral. “En la imaginación del
niño, la idea de los genitales de su madre se mantiene durante tanto tiempo
inseparablemente unida a la idea del pene de su padre en el interior de ellos;
que nos centraríamos en una perspectiva falsa si limitáramos nuestra aten-
ción a la relación con su padre ‘externo’ real; ésa es quizá la verdadera dife-
rencia entre el41estadio preedípico de Freud y el complejo de Edipo propia-
mente dicho.” En opinión de Jones, la fase fálica es “un obstáculo neuróti-
co para el 42desarrollo, no un estadio natural de la evolución de ese
desarrollo”.
Hay dos concepciones dominantes sobre la sexualidad de la niña: la de
que es impulsada a la femineidad por su incapacidad de ser varón, y la de
que es mujer desde el comienzo. Jones disiente cíe Freud y coincide con las
observaciones de los analistas ingleses de niños, según las cuales desde un
estadio muy temprano la niña tiene la idea definida de que el pene se deri-
va del padre, pero se incorpora a la madre, noción que fundamenta su fan-
tasía acerca del coito. Ajustándose a la posición de Klein en El psicoaná-
lisis de niños, Jones explica que, a partir de la frustración oral, la niña con-
cibe un objeto más placentero, a saber, el pene. Si el pene está en el inte-
rior de la madre, ello debe ocurrir en el supuesto acto de fellatio entre los
padres; y, como sugiere Klein, el deseo que la niña tiene de poseer un pene se
relaciona con su deseo de gozar de una posesión valiosa contenida dentro
de su madre, más que de poseer realmente uno. La madre está negándole
algo a la niña —y el destete intensifica su envidia—, pero en esta pugna la
niña es inevitablemente la perdedora. En Sexualidad femenina (1931) Freud
había sustentado que “sólo en el niño varón hallamos la fatal combina-
ción del amor hacia uno de los padres y el simultáneo odio hacia el otro
G ALLITO DEL L UGAR [221]
tanto que rival”.43 Klein y Jones se manifiestan como plus royale que le
roi.*
Ambos entienden que la envidia de la niña se dirige exclusivamente
contra la madre. Aparentemente, la madre amamanta al padre; y, en su fan-
tasía, la pareja se procura una increíble satisfacción mutua. Si la niña se
siente indefensa por no tener pene, ello es así porque lo considera también
un arma destructiva. Tales complejos sentimientos conducen al temor a la
venganza; y Jones subraya que “parece difícil sobreestimar la profundidad y
la intensidad del temor en los niños pequeños”.44 Jones comparte el escepti-
cismo de Klein respecto de la concepción del desarrollo sexual sostenida
por Freud, el cual ignora la culpa y el temor que el niño debe superar.
Tres mujeres analistas habían expresado otras tantas opiniones, total-
menté diferentes, acerca del papel de la niña en el complejo de Edipo.
Helene Deutsch se habían ajustado a una línea estrictamente freudiana: “Mi
opinión es que el complejo de Edipo se inicia en las niñas con el complejo de
castración.”45 Karen Horney habla de “esos motivos típicos para refugiar-
se en el46rol masculino: motivos cuyo origen se encuentra en el complejo de
Edipo”. Melanie Klein, en cambio, afirma que “en mi opinión, la defensa
de la niña contra su actitud femenina no47surge tanto de sus tendencias mas-
culinas cuanto del temor a su madre”. En este caso, la madre se siente
ofendida por haber obstaculizado las verdaderas necesidades femeninas de
la niña y porque amenaza con destruirla si persiste en ella. No es extraño
que se estremezca ante el pensamiento de una unión con su padre. Jones
reconoce que esta explicación de la fase deuterofálica, la envidia del pene,
que él vislumbró en el Congreso de Innsbruck, la había anunciado por vez
primera Karen Horney, y que Melanie Klein la había desarrollado más deta-
lladamente en El psicoanálisis de niños. Esa envidia del pene es la defensa
fundamental que una niña puede manifestar porque, al negar su femineidad,
cree protegerse tanto de un ataque de su madre como de un ataque del peli-
groso pene del varón. El proceso, si avanza suficientemente, puede desem-
peñar un papel fundamental en la formación del lesbianismo. Jones respalda
completamente la opinión de Melanie Klein al respecto de que el odio de la
niña no es resentimiento por estar privada de un pene, como Freud había
sostenido, sino esencialmente por la rivalidad con el pene del padre.
Finalmente, Jones observaba que en la etapa deuterofálica, la renuncia
experimentada tanto por el niño como por la niña consiste en una misma
ansiedad por proteger sus respectivos órganos sexuales. La ignorancia relati-
va a los órganos reproductores puede obrar en un nivel consciente, pero
*En su obra acerca de la vida de Freud dice Jones: “No estuve totalmente de acuer-
do con algunas de estas conclusiones, lo cual provocó una extensa discusión entre Freud y
yo, tanto en nuestra correspondencia como en nuestras publicaciones. Varias de las
cuestiones en disputa no han sido aún satisfactoriamente resueltas”. (III pág. 263)
[222] 1926-1939; Londres
¿como desestimar la importancia de lo que ocurre en el inconsciente? En
conclusión, Jones rinde tributo a Freud, si bien da a entender que Freud no
advierte las implicaciones que posee su gran descubrimiento en relación con
las niñas.
Creemos haber certificado las razones que existen para reconocer más que nunca
el valor de lo que acaso ha sido el más grande descubrimiento de Freud: el complejo
Edipo. No hay motivos para poner en duda que para las niñas, no menos que para los niños,
la situación edípica, en48 su realidad y en su fantasía, es el acontecimiento psíquico más
irrevocable de la vida.
Lo mismo que Huxley en relación con Darwin, Jones siguió actuando
como perro guardián de Melanie Klein; y es fácil comprender la consterna-
ción de Freud ante la “Escuela Inglesa” cuando, número tras número el
International Journal of Psycko-Analysis aparecía colmado de artículos
de Riviere, Isaacs, Searl y Sharpe, todos los cuales apoyaban las posiciones
teóricas de Ernest Jones y Melanie Klein sobre la etiología de la ansiedad
y la naturaleza de la sexualidad femenina. Incluso James Strachey, analizando
y traductor inglés de Freud, consideraba que el impulso epistemofílico del
lector omnívoro se correspondía con el acento que Klein otorgaba a los
impulsos sádicos incorporativos y con los comienzos del desarrollo intelec-
tual. En “Some Unconscious Factors in Reading” (1930) señala:
La base sadicooral que me he esforzado por rastrear en la lectura, sería sencillamen-
te una continuación y una derivación del proceso que ella ha descrito. Pero hay un parale-
lismo aún más completo, que es posible perseguir muy detalladamente entre los deseo"
inconscientes que he atribuido a las personas que leen libros y las fantasías que Melanie
Klein ha descubierto en los niños durante las fases sadicooral y sadicoanal: fantasías
infantiles de penetrar en la madre, ensuciarla, devastarla interiormente y devorar sus con-
tenidos, entre ellos el pene del padre y también bebés y heces. 49
A pesar de este apoyo, se empezaba a atacar a Melanie Klein no sólo
por sus teorías sino también por la aplicación que hacía de las mismas. A
Strachey no le agradaba la polémica, pero se vio obligado a responder a las
críticas que Glover y Schmiedeberg dirigían a la técnica de Klein* y a las
cuestiones subyacentes tras un cuestionario que Glover estaba haciendo cir-
cular entre los miembros de la Sociedad acerca del problema de la técnica.
Entre 1932 y 1933 Glover, ayudado por Marjorie Brierley, realizó una inves-
tigación sobre las diversas técnicas empleadas por los miembros de la
Duelo
*El premio lo instituyó el doctor L.S. Pentose y Glover, James Strachey y el profe- sor
A.G. Tansley formaban el jurado.
[230] 1926-1939: LONDRES
pocas semanas o meses, en caso de que ulteriores estudios analíticos de niños y la obser-
vación de la conducta de los niños pequeños indique conclusiones similares.2
Un problema en el labio hizo que la lactancia resultara dificultosa; y
Schmiedeberg considera la neurosis de Vivían resultado a la vez de elemen-
tos constitucionales y hechos externos. Lo más importante de todo.
Parte de la desconfianza de Vivían hacia su madre era una reacción directa a la
propia actitud ambivalente de ésta, pues parece ser, en efecto, un elemento importante del
carácter de la madre el mentir y dar excusas. Al mismo tiempo, atendía a la niña y la
malcriaba bastante.3
El caso concluye con una nota que sugiere que podrían tomarse en
consideración otros factores:
Las siguientes observaciones, hechas por la madre, son interesantes. Mientras que,
desde su nacimiento, Vivían fue una niña difícil y nerviosa, su hermanita era un bebé feliz
y satisfecho que no mostraba síntomas nerviosos. La madre explica la diferencia diciendo
que cuando estaba embarazada de Vivían sufrió muchos sustos y el parto fue difícil. 4
Esta conclusión con un final abierto es coherente con sus anteriores
observaciones en el sentido de que para que se pudieran formular teorías más
definidas sobre las neurosis de los bebés sería necesaria “la observación de la
conducta de los niños pequeños".
Años más tarde, Melitta recordaba que al principio ella era “bastante
popular”* entre los miembros de la Sociedad Británica; sus artículos se tení-
an en alta estima, se le solicitaba que diera conferencias y se convirtió en
analista formada a una edad relativamente temprana.
Pero pronto las cosas se tomaron difíciles. Se me criticaba por prestar más atención
al entorno real de los pacientes y a su verdadera situación, y por considerar que la con-
fianza y una cierta imparcialidad eran partes legítimas de la terapia analítica. Pero siem-
pre sentí que la principal objeción procedía de haberme alejado de la línea kleiniana (por
entonces se consideraba a Freud más bien obsoleto). La señora Klein había postulado
fases y mecanismos psicóticos para los primeros meses de vida, y había sostenido que el
análisis de esas fases suponía esencialmente la teoría y la terapia analítica. Sus afirmacio-
nes se volvieron cada vez más extravagantes, y ella exigió una lealtad incondicional sin
tolerar desacuerdos. 3
Si la popularidad de Melitta declinaba, se debía en gran medida a la
molestia y el bochorno que causaban en sus colegas la vendetta que libraba
* En 1942 Klein escribía a Susan Isaacs: “La gente recordará perfectamente que
en los años que transcurrieron hasta que la doctora S. se volvió contra mí, su crítica era
temida en la Sociedad”.
D UELO [231]
contra su propia madre. Melitta pudo haber pensado que ella era “más bien
popular”, pero los miembros de la sociedad la recuerdan como una persona
violenta y malhumorada. Aunque parecía extraordinariamente joven para su
edad, era tensa y dogmática. En el Congreso de Oxford de 1929 se le enco-
mendó a Diana, la hija de Joan Riviere, que le mostrara los colegios. Al
concluir la excursión, Melitta señaló ásperamente: “Ha sido interesante, pero
científico”.6
Los problemas que se suscitaban en el seno de la Sociedad Británica no
concordaban con la imagen que esa sociedad ofrecía al mundo. Ernest Jones
se enorgullecía de que Freud la hubiese reconocido como la primera socie-
dad. En su informe anual, dirigido a los presidentes de las sociedades miem-
bros, escribía Jones el 19 de diciembre de 1932: “En lo que se refiere a esta
localidad, es poco, y bueno, lo que tengo que informar. Nuestra sociedad
está trabajando bien y armoniosamente”. Cuando, en 1931, Clifford Scott
escribió desde Boston para solicitar un análisis de formación, recibió una
carta de Jones en la que éste descalificaba a los analistas estadounidenses.
Al regresar William Gillespie en 1932 de Viena, donde le había analizado
Edward Hitschmann. Jones le preguntó severamente por qué había preferido
ir a Viena antes que a Londres. Gillespie no advertía qué era lo que Jones le
quería decir, a saber, que él había preferido el análisis vienés al análisis
ingles. Y pronto descubrió que eran realmente muy diferentes. Jones tam-
bién le dijo que Freud tenía genio pero no talento. En Viena, Gillespie nunca
había oído hablar de Melanie Klein, pero en Londres advirtió que los miem-
bros de la Sociedad Británica consideraban su obra como “una Biblia”,
Ignorando cuáles eran los problemas, la agria atmósfera que sintió en las
reuniones lo dejó totalmente perplejo. En relación con los ataques de Melitta
dice, estremeciéndose: “A veces era horrible, realmente horrible”.7
En una reunión científica, Melitta sostenía que su madre había analiza-
do a niño de un año, mientras que Melanie negaba haber analizado a
niños menores de dos años y medio. Otra vez la acusó de intentar despojarla
de su clientela psicoanalítica; y gritaba: “¿Dónde está el padre en tu obra?”
En una grosera escena, pateó violentamente el suelo y abandonó rápidamen-
te la reunión. Normalmente Melanie Klein tendía a mantener un digno silen-
cio durante estas embestidas, dejando que peleasen sus partidarios: Riviere,
Isaac y,: después, Paula Heimann. Gillespie la recuerda rodeada de una
especie de falange, totalmente vestida de negro, sentada en un lugar destaca-
do frente a la oposición.
Como dos furias vengadoras, Melitta y Glover acechaban la vida de
Klein. Según la última versión de Melitta, Jones proponía que ella y Walter
emigrasen a los Estados Unidos. Fanny Wride recuerda haber visto a Glover
y a Melitta en un congreso internacional públicamente cogidos de las
manos.8 Wride creía que Glover veía en Melitta la hija que él debiera haber
tenido en lugar de su verdadera hija mogólica. La conducta de Melitta indi-
[232] 1926-1939: LONDRES
ca que tenía una no resuelta obsesión con su padre. Glover, profundamente
resentido con Klein, utilizaba a Melitta para herir a la madre de esta manera
más cruel posible. s
La reacción de Melitta ante la muerte de su hermano Hans, en abril de
1934, muestra lo profundo del rencor que le tenía a su madre. Hans trabaja-
ba en una fábrica de papel fundada por su abuelo, no lejos de Ruzomberok.
Le gustaba caminar por las montañas de Tatra, que habían formado parte del
escenario de su vida cuando era un muchachito. Pero durante una excursión,
súbitamente se hundió el sendero por el que paseaba y se cayó por un preci-
picio. El funeral se realizó en Budapest, donde Erich se encontraba visitando
a su tía Jolan. Arthur Klein llegó desde Berlín, pero Melanie estaba tan atur-
dida que no pudo dejar Londres. Eric Clyne sostiene que la muerte de Hans
fue para su madre motivo de pesar durante toda su vida.
La reacción inmediata de Melitta fue decir que había sido un suicidio y,
ciertamente, muchos miembros de la Sociedad Británica mantienen esa
impresión. Eric Clyne niega categóricamente la posibilidad de que haya sido
así, considerando las circunstancias de la muerte de Hans y que, poco des-
pués de su muerte, su madre recibió una carta de una mujer checa informán-
dole que ella y Hans habían pensado en casarse después de que ella obtuvie-
se el divorcio. Eric conoció después a aquella mujer. La relación también
parecía demostrar que Hans había superado sus antiguas tendencias homose-
xuales después de su análisis con Simmel, a finales de la década de los vein-
te. No obstante, dada la falta de pruebas documentales, todo lo que se refiere
a Hans permanece inquietantemente en las sombras. o®
Una carta de Hans a su madre, con fecha del 22 de marzo de 1933, indi-
ca que tenía dificultades para conseguir trabajo en Checoslovaquia debido a
su nacionalidad sueca. La carta es sencilla, ingenua y sincera. Describe con
mucho detalle un vestido de cosaco que había usado en un reciente baile de
disfraces en. Plesivec. Continúa: “Adjunto una muestra de mis versos. Por
supuesto, sólo se entienden si se conoce a las personas y los hechos mencion-
nados en ellos. ¡Pero tú eres muy imaginativa y podrás relacionarlos entre sí,
y ver por fin una muestra de mi poesía!”9
Klein, para quien era importantísimo no dejar de asistir a una reunió
científica, no estuvo en condiciones de aparecer en público hasta el 6 de
junio, cuando Edward Glover habló sobre algunos aspectos polémicos de la
técnica psicoanalítica.* Era una notable falta de sensibilidad elegir para
* Sin embargo, Glover sostiene que él no se opuso abiertamente a Klein hasta el 3
de octubre de 1934, cuando leyó un artículo titulado Some Aspects of Psycho-Analytical
Research, en el que afirmaba categóricamente que “la actividad investigadora que existía
en la Sociedad se estaba congelando debido a la propagación de concepciones dogmáti-
cas en temas a propósito de lo» cuales era esencial tener la mente completamente abier-
ta” (An Examination of the Klein System of Child Psichology, 13).
D UELO [233]
aquella ocasión un tema tan polémico. El 21 de noviembre Melitta expuso
comunicación sobre el suicidio en la que decía:
La ansiedad y la culpa no son las únicas emociones responsables del suicidio. Por
mencionar sólo un factor más, sentimientos de disgusto suscitados por un profundo
desengaño, por ejemplo, con personas amadas o la destrucción de idealizaciones resultan
ser un incentivo que conduce al suicidio.10 *
Estas observaciones respondían al análisis del impulso al suicidio
hecho por Klein en su decisivo artículo “La psicogénesis de los estados
maniacodepresivos”, que ella expuso en el Congreso de Lucerna en agosto
de 1934, y ante la Sociedad Británica el 16 de enero de 1935. Su “trabajo”,
como ella lo llamaba, pronunciando la palabra con fuerte acento alemán,
había sido en el pasado la salvación de Klein y volvería a serlo en este
extenso elaborado artículo. Durante el resto de su vida dirigiría su aten-
ción a las cuestiones de la pérdida, la aflicción y la soledad, experiencias
que constituyeron un elemento recurrente en su vida. La muerte de Hans
representaba la culminación de un año de pesares: primero la traición de
Melitta y ahora la muerte de Hans, cuyos problemas —debe haber sentido
ella— se habían exacerbado debido a la depresión crónica de su madre
cuando él era niño. Una aflicción tan devastadora hacía renacer dolores del
pasado: la preferencia de su padre por Emilie, la muerte de Sidonie, sus
angustias y su culpa por Emanuel, su derrumbe tras la muerte de su madre,
sus sentimientos ambivalentes respecto de Arthur, su desolación tras la
muerte de Abraham; y el difícil decurso de su relación con Kloetzel. En
“Situaciones infantiles de angustia reflejadas en una obra de arte y en el
impulso creador” (1929) presenta la necesidad creadora como algo que
deriva del impulso por restaurar y reparar el objeto dañado tras un ataque
destructivo. Este nuevo artículo, en el que se otorga a la conducta depresiva
un lugar central, le permitía sublimar su sufrimiento, de modo tal que no
sólo lograba convivir con su aflicción, sino que comprendía que esa aflic-
cción podía ser un escalón hacia la madurez y el desarrollo. Así como la más
grande obra de Freud, La interpretación de los sueños, era resultado del
análisis de sí mismo, “Contribución a la psicogénesis de los estados mania-
codepresivos” es una exploración de la psique de Klein. Ella advertía que
había realizado un descubrimiento fundamental; y sabía, también, que su
obra, sólo podría difundirse a través de los esfuerzos de discípulos fieles e
inteligentes. Lo mismo que Freud, ella exigía una lealtad plena; y lo mismo
que Freud, podía excluir sin piedad a aquellos que expresaran dudas o que
parecieran seguir líneas de pensamiento que se apartaban de la suya. Al
envejecer, muchos la consideraron una fanática absorbida totalmente por su
*Se convirtió para ella en una especie de idée fixe. El 18 de mayo de 1938 expuso
otro trabajo titulado Technical Problems in a Suicidal Case.
[234] 1926-1939: LONDRES
obra. “Era absolutamente imposible escapar de ella”, me dijo Margaret
Little. “Si alguien se iba, era porque ella lo había expulsado del grupo.” 1
Durante años, Klein había intentado mantener una concepción del desa-
rrollo en términos de estadios libidinales, y a causa de ello se expresaba con
grandilocuencia o se enredaba en contradicciones al esforzarse por ajustar a
una estructura rígida las cambiantes relaciones del yo con sus objetos ínter-
nalizados y externalizados. El núcleo de su nueva teoría era que a la edad de
cuatro o cinco meses se produce en la vida del bebé un importante cambio
evolutivo: un cambio en el cual se pasa de la relación con sólo una parte del
objeto, al reconocimiento del objeto en su totalidad: del prototipo del pecho
materno a la madre como persona. Este cambio acarrea toda una nueva serie
de sentimientos y de ansiedades ambivalentes. El niño teme perder el objeto
bueno; al mismo tiempo, al experimentar culpa por los sentimientos agresi-
vos que podrían haberlo dañado, procura restituirlo a su integridad. ¿Era el
anterior derrumbamiento de la propia Klein consecuencia de que se hubiera
logrado superar lo que llamaría “la posición depresiva”?
Distingue ahora entre la ansiedad y los estados paranoides (que más
tarde denominó habitualmente “persecutorios”) y depresivo. La salud mental
depende de la internalización del objeto bueno, cuya preservación equivale a
la subsistencia del yo. No crear una situación así, es el germen de las ansie-
dades psicóticas posteriores. En la enfermedad maníaco-depresiva se da el
temor de contener objetos nutrientes o muertos, y la defensa contra el reco-
nocimiento de esta situación consiste en negar valor al objeto internalizado,
esto es, el rechazo de la propia realidad psíquica. El niño pequeño busca
protegerse de esos perseguidores internos mediante la expulsión y la proyec-
ción. En “Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresi-
vos” (1935) Klein no sólo supone que el superyó se funda en los objetos
parciales incorporados más tempranamente. Como si esta teoría no fuese
suficientemente polémica, continuaba:
Mis propias observaciones y las de muchos de mis colegas ingleses nos han llevado
a la conclusión de que la influencia directa de los procesos tempranos de introyección
tanto sobre los desarrollos normales como sobre los patológicos tienen una importancia
mucho mayor a la aceptada hasta el momento en los círculos psicoanalíticos, y difiere en
muchos aspectos en relación con lo admitido en esos mismos círculos.12
Es muy claro que la conducta depresiva ha sustituido al complejo de Edipo como
problema central por superar en el desarrollo.
Por lo pronto, el mundo del niño pequeño está lleno, por una parte, de
objetos idealmente buenos y, por otra, de objetos detestablemente malos. El
niño procura mantenerlos separados en su mente. Con el tiempo, la situación
se complica al mezclarse los objetos buenos con los malos y al temer el bebé
que los malos destruyan a los buenos. Esto es lo que ocurre en la enferme-
D UELO [235]
dad depresiva cuando el niño, que se ha identificado con el objeto bueno,
teme que la destrucción de éste suponga asimismo su propia destrucción.
Por eso el paciente depresivo puede formarse una idea de perfección a fin de
excluir la posibilidad de un daño irreparable.
En el caso de algunos pacientes que se han apartado de su madre por disgusto o por
odio que han empleado otros mecanismos para apartarse de ella, he descubierto que en
gentes existe, no obstante, una bella imagen de la madre; pero una imagen que se
manifestaba como sólo eso, una imagen, no su yo real. Se percibió que el objeto real no
era atractivo: una persona en realidad lastimada, incurable y, por tanto, temida. La imagen
bella había sido disociada de su objeto real, pero nunca se había renunciado a ella y
empeñaba un papel de mucha importancia en los modos específicos como se produce la
sublimación en los sujetos.13
¿No estaba pidiéndole indirectamente a Melitta que intentara conside-
rarla una persona entera, y deduciendo que Melitta nunca había superado la
etapa depresiva? En las acusaciones que Melitta dirigía a su madre, lo
mismo que en su sospecha de que estaba intentando quitarle los pacientes, la
hija retrocedía a una fase infantil en la que “se reforzaban sus temores y sus
sospechas paranoides para defenderse de la posición depresiva”.14 La aflic-
ción se compone de pesar, culpa y desesperación. En un estado así se empie-
za a poner en duda la bondad del objeto amado. Klein cita la afirmación de
Freud según la cual una duda tal es una duda del amor de uno mismo, y “un
ser humano que duda de su propio amor puede o, más bien, debe dudar de
todas las cosas más insignificantes”.15
Puede considerarse el suicidio como un mecanismo de defensa.
Abraham, como ella recuerda, lo había interpretado como un ataque contra
el cuerpo introyectado, “pero, mientras que al cometer suicidio el yo se pro-
pone matar el objeto malo, apunta, en mi opinión, al mismo tiempo a salvar
sus objetos amados, sean internos o externos. Resumiendo: en algunos casos
las fantasías que subyacen al suicidio tienen como objetivo la preservación
de los objetos buenos internalizados y, también, la destrucción de la otra
parte del yo que se identifica con los objetos16malos y con el ello. Así se
posibilita que el yo se una a un objeto amado”.
Un párrafo como ése sugeriría que, inconscientemente, Klein podría
sospechar que Hans, consciente o inconscientemente, se había suicidado. En
una de sus notas, Hans describe su propio estado mental “entre regular y
hecho”. En su aflicción por las perturbaciones de su hijo (y el análisis de
Félix revela que Hans probablemente era depresivo), intentaba comprender.
Aparentemente, ni Hans ni Melitta habían superado la etapa depresiva; y en
su propia aflicción Klein había regresado a una anterior fase maníaca. Sabía
que la primera pérdida dolorosa que se padece tiene lugar con el destete. La
reacción ante la pérdida de un objeto parcial de la libido y la aceptación de
la madre como un todo, amado pero no idealizado, supone la condición
[236] 1926-1939: LONDRES
necesaria del desarrollo normal y de la capacidad de amar. Negaba aún toda
culpa o toda responsabilidad en lo que había ocurrido con su hijo; de hecho
utilizaba todavía la defensa de la “anulación”. El concepto de reparación
—que más tarde desempeñaría un papel fundamental en su obra— se intro-
duce como medida prácticamente ineficaz debido a su naturaleza imaginaria
Aún no había aclarado el modo como se logra la totalidad interior, pero el
hecho mismo de que a partir de su angustia creara un modelo de desarrollo.
una Weltanschauung, era una afirmación de su confianza en sí misma y en
el análisis.
¿Esperó alguna vez que Melitta se arrodillara ante ella y le pidiera per-
dón, tal como ella misma había hecho cuando Libussa agonizaba? Por
entonces Melitta omitía deliberadamente referirse a la obra de su madre,
pero Klein cita trabajos de Melitta y de Glover de 1931 y 1932 en apoyo de
su caso. Ello puede explicarse de diversas maneras: como una afirmación de
que la ciencia está por encima de mezquinas rencillas, y como insinuación
de que hasta muy poco tiempo antes —hasta el reciente análisis de Melitta
con Glover— los dos se adherían a sus opiniones.
“Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos”
parece haberse escrito en un estado de depresión maníaca durante el vera-
no de 1934. En los dos años siguientes no publicó nada. No obstante, con-
tinuó asistiendo regularmente a las reuniones y aportando siempre sus
opiniones a la discusión. Sus partidarios coinciden en que durante ese
período estaba muy deprimida, pero niegan que se tratase de una depre-
sión clínica; pero posteriormente, Sylvia Payne explicó a Pearl King que
Jones, preocupado por Klein, le había pedido a ella que la atendiera profe-
sionalmente.
En la agenda de Klein correspondiente a 1934 constan encuentros con
Payne de dos horas (a veces una hora y media) los lunes desde enero hasta
julio. (Como la de 1933 se ha perdido, es posible que viese a Payne antes de
1934.) Sin embargo, Hans no murió hasta abril de 1934. Ello sugeriría que
lo que provocó la profunda depresión de Klein fue la partida de Kloetzel a
Palestina, a finales de 1933. Esta partida suponía prácticamente una muerte,
puesto que sabía que no volvería a verlo nunca más, y esa muerte simbólica
reactivaba sus sentimientos experimentados tras la muerte de Emanuel, a
quien Kloetzel tanto se parecía. También Hans le recordaba a Emanuel, así
que por la época de la muerte de Hans, debió sentir que el duelo era una
carga permanente impuesta por los hados. Que consiguiera arreglárselas
para sobrevivir fue un triunfo de la capacidad de adaptación y de la com-
prensión de sí misma.
Las consecuencias de las polémicas ideas de Melanie Klein continuaron
influyendo en una esfera más amplia. Durante los últimos años de la década
de los veinte, Jones había intentado apaciguar a Freud desviando su atención
desde Klein a Joan Riviere en tanto exponente de sus teorías. Ahora, en la
D UELO [237]
década del treinta, se proponía coquetear con Anna Freud utilizando a
Melitta Schmiedeberg como chivo emisario.
Anna estaba enfadada porque la Sociedad Británica no había publicado
aún su primer libro. El 1 de abril de 1930 escribió a Jones diciéndole que
Allen y Unwin publicarían su Einführung in die Psychoanalyse für
Pädagogen (traducido por su aliada, Barbara Low, en 1931 como
Introduction to Psycho-Analysis for Teachers). Anna añadía
irónicamente que consideraba de su incumbencia todo cuanto ocurriese en
Inglaterra en relación con el psicoanálisis... aun cuando se tratase de la
publicación de cuatro breves conferencias de ella. Poco a poco fue
estableciéndose una relación epistolar —a veces de dos cartas al mes— entre
ambos. En marzo 1934 Jones envió a Anna un lote de artículos entre los que
figuraban algunos de Klein y de Melitta. En el International Journal
publicó varias reseñas de análisis infantiles de figuras como Heinrich Meng y
Richard Sterba, en quienes destacaba la pedagogía curativa en la cual se
insertaría el análisis de niños. Evidentemente, Jones intentaba reforzar sus
defensas.
En agosto, durante el Congreso de Lucerna, Melitta atacó violentamen-
te a Anna. Jones le comunicaba a ésta que Federn se había negado a publi-
car un artículo de Melitta en la Zeitschrift a menos que se omitiesen todas
las referencias a Anna y a su obra.* “Me indigné al principio con él al escu-
char eso”, decía Jones
pero al leer el artículo no pude sino reconocer que tenía razón. Sean o no correctas
deducciones que ella extrae a propósito de su obra, no creo, ciertamente, que ésa sea la
manera de exponerlas. Si ella desea hacerlo así, debiera escribir una monografía en la que
trate más sinceramente los escritos de usted. Por eso, con mucha dificultad la he
introducido a eliminar esta parte de su comunicación para el Congreso, y aparecerá así
tanto en el Journal como en la Zeitschrift. Posiblemente, los tiempos estén maduros para
algún simposio de análisis infantil en el próximo Congreso.17
Anna Freud se quejaba de que Melitta no le otorgase el beneficio de la
duda respecto de si ella podía distinguir entre el consciente y el inconscien-
te. Su labor tenía un fundamento teórico diferente, pero Melitta simplemente
daba por supuesto que ella era una tonta. Se evitaba escrupulosamente el
nombre de Melanie Klein. Cuando Jones le contó que el hijo de Klein había
muerto trágicamente, Anna respondió que lo sentía muchísimo por ella y
pasó a tratar de otra cosa. Al separarse en la primavera de 1934, Freud y Jones
habían llegado a un amistoso acuerdo respecto al intercambio de con-
ferenciantes entre Viena y Londres. En el intervalo, en el Informe Anual de
la Sociedad Británica correspondiente a los años 1933-1934 se declaraba