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No me quites el derecho a estudiar.

Podría comenzar esta columna explicando de qué manera Iván Duque, al decidir aumentar
el presupuesto militar, desfinanciar la universidad pública y ahogar a las clases populares y
medias con impuestos regresivos, nos ha devuelto a la lógica de la violencia y el saqueo
institucional. Pero esta historia ya la sabemos. Y también sabemos que es la historia de casi
todos nuestros países latinoamericanos, es la repetición de los cíclicos saqueos perpetuado
por nuestras élites.

Por eso, en esta ocasión, no voy preguntarme cómo podemos hacer para contar esta
historia otra vez, sino, más bien, entender cómo hacen nuestras élites para distorsionarla.
Es decir, cómo logran construir una narrativa donde, siendo los principales destructores del
pacto social, tratan de mostrarse como sus grandes víctimas.

Prestemos atención, por ejemplo, a las actuales protestas de los universitarios. Me gustaría
detenerme en una imagen muy sencilla. Hace unos días estuve en la Feria del libro de
Popayán, uno evento impulsado, principalmente, por la Universidad del Cauca. Una de las
pocas noches que no llovió decidimos dar un paseo por el centro histórico. Allí nos
encontramos con el campamento de los estudiantes y lo que más me llamó la atención fue
el cartel gigante de la entrada, donde decía “NO ME QUITES EL DERECHO A ESTUDIAR”.

Pensemos ahora en todas esas imágenes que pusieron a circular los principales medios de
comunicación colombianos. Lo primero que se nos viene a la mente es la imagen de un
joven encapuchado, ejerciendo violencia de manera ciega y descontrolada. Una especie de
terrorista en formación.

Si tratamos de unir estas dos imágenes nos da por resultado algo que Walter Benjamin
denominó, con mucha agudeza y sensibilidad, una “imagen dialéctica”. Es decir, tenemos
una imagen contradictoria de la protesta social. Aunque hay una asimetría entre una y otra.
Mientras la primera es resultado del azar, esto es, la oportunidad de haber estado allí para
ver desde dentro qué imagen buscan privilegiar los universitarios. La segunda, en cambio,
es construida desde el lugar de poder del capital y las élites. Ambas son construcciones
ficcionales y ambas buscan generar un efecto determinado.

La imagen construida por los jóvenes apela a algo muy sencillo: nos recuerda que estudiar
es un derecho. Por lo que trae a la memoria colectiva todo un registro republicano y
democrático, anclado en la idea de que la universidad puede ser un espacio de inclusión
social para las mayorías. Un derecho al que ningún ciudadano colombiano debería
renunciar, un derecho que todos debemos defender si es que deseamos una sociedad más
igualitaria.
Los medios de comunicación, en cambio, retiran de la escena estas consignas y las
reemplazan por una serie de imágenes que invitan a otro tipo de asociaciones: hacernos
sospechar de la educación universitaria, hacernos intuir que la universidad pública forma
sujetos peligrosos para la sociedad, potenciales terroristas capaces de poner en peligro el
pacto social. Así, los reclamos y consignas republicanas y democráticas se diluyen un en
magma de imágenes sensacionalistas, confusas y completamente orientadas a suscitar el
miedo de la ciudadanía.

Y este miedo ficcional, producido de manera calculada por nuestras élites y los medios de
comunicación, tiene por finalidad distorsionar otro miedo, un miedo más profundo que
muchos de nosotros estamos empezando a experimentar: el horror de saber que vienen
otra vez a poner en práctica, de manera cruda y descarnada, la famosa “acumulación por
desposesión”, que vienen otra vez a jugar con la lógica sacrificial de sus pueblos y nuestro
futuro.

Por eso, ante esta asimetría de nuestras imágenes dialécticas, yo me quedo con la imagen
propuesta por los estudiantes. Ellos son los verdaderos guardianes de nuestra República,
ellos son los verdaderos demócratas que quieren una paz verdadera. Ellos son los
verdaderos ciudadanos colombianos. Así que este 15 de noviembre vamos todos a la
marcha, a defender la paz, la república, la democracia y la posibilidad de imaginar un futuro
por fuera de los “emprendedores de la guerra”.

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