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Universidad Nacional de Colombia

Daniela Rodríguez
Sociología temática: Dominación sexual y racial 2017-1
Docente: Ochy Curiel

Feminización y racialización del enemigo en San Onofre, Caribe colombiano

Es la necesidad de explorar y analizar las marcas escritas, simbólicas y materiales de los


cuerpos de las mujeres en contextos de conflictividad, la que guiará la intención de este
ensayo. Teniendo en cuenta con Rita Segato que para los poderosos “La guerra es su
último naipe frente a la pérdida progresiva de dominio.” (Segato, 2014, p. 343) se busca
comprender la imbricación siempre latente y manifiesta de la dominación y las
consecuencias crudas que esta genera. Por esto, el concepto de guerra informal de
Segato adquiere relevancia en el contexto colombiano de guerra civil con participación
de agentes paraestatales que han sabido dibujar y escribir con sangre y discriminación
los cuerpos de sujetos que en el presente ensayo llenan el contenido del concepto de la
feminización y racialización del enemigo. Entendiendo por enemigo ese sujeto
deshumanizado que en la lógica bélica se absolutiza para exterminarlo, arrebatándole
su carácter político (Toro, Donadío, 2015). Esto ha sido bastante discutido en los análisis
sobre la configuración del concepto del enemigo interno en Colombia y en América
Latina, dado que responde a la manera hegemónica de concebir la política como una
lógica de amigos-enemigos donde éste último lo encarna la insurgencia y el pensamiento
disidente del statu quo.

Sin embargo Rita Segato en Las nuevas guerras y el cuerpo de las mujeres, da luces para
una aproximación del concepto del enemigo, aterrizado en el papal del cuerpo de las
mujeres como campo de batalla en los contextos bélicos “Como he dicho, el cuerpo
femenino o feminizado se adapta más efectivamente a esta función enunciativa porque
es y siempre ha sido imbuido de significado territorial.” (Segato, 2014, p. 352). Habría
que decir también que la primera distinción que se realiza del enemigo según algunos
teóricos como Shmitt es que el carácter se lo otorga el ser o no un enemigo político;
reconocido así, el enemigo tendría un carácter público. Pero en contextos de guerra
¿Quién es el organismo soberano que señala y configura al enemigo? Se encuentra
siguiendo a Shmitt que es el Estado “Para Schmitt basta con que el Estado decida quién
es el enemigo para que a su vez imponga esta decisión como una necesidad política vital
e indiscutible, dicha decisión “soberana” tiene directa relación con el contexto
doméstico e internacional” (Estévez Pedraza & Estévez Pedraza, 2014, p. 20). El Estado,
como unidad política y soberano en la decisión de la selección de enemigo, también es
soberano en la elección de los mecanismos para poner a funcionar la lógica de amenaza
o por al contrario, de frenar esas acciones violentas contra él.
La feminización y racialización del enemigo por su parte, tiene varios aspectos similares
con ese concepto que se ha utilizado para referirse a la construcción del pensamiento
contrainsurgente que se debate a muerte contra el enemigo. Uno de esos elementos es
que es público, cae sobre sí señalamientos y estigmatizaciones y es construido por el
Estado. Si bien, la feminización y racialización del enemigo no es una política estatal es
una respuesta a una estructura patriarcal, racista y heterosexista del Estado, y aunque
se manifiesta frecuentemente en ámbitos privados (sin negar que también es público-
político), su carácter público surge en contextos de guerra, dado que son víctimas de
violencias particulares a causa de su sexo, sexualidad y raza; y por último, expresa
relaciones de antagonismo dado que “ese cuerpo en el que se ve encarnado el país
enemigo, su territorio, el cuerpo femenino o feminizado, generalmente de mujeres o de
niños y jóvenes varones (es) un tercero, una víctima sacrificial, un mensajero en el que
se significa, se inscribe el mensaje de soberanía dirigido al antagonista. Y esa
victimización de quien no es el contrincante tiene una eficacia mayor como espectáculo
de poder”. (Segato, 2014, p. 363)

En lo que le atañe a este ensayo, los elementos expuestos anteriormente tendrán como
análisis el contexto de la contrainsurgencia encarnada por los paramilitares y sus formas
de violencia contra ese enemigo feminizado y racializado, su mayor relevancia.
Considerando esto, me remitiré al informe Mujeres y guerra del Centro de Memoria
Histórica que analiza el impacto del paramilitarismo en las mujeres del Caribe
colombiano en vista de que entraña varias categorías importantes para el análisis de los
tipos de dominación, poder y violencia que pueden suscitarse en un contexto bélico y
de alta conflictividad.

Específicamente en la región de San Onofre las dinámicas del conflicto armado han
atravesado la cotidianidad de la población, particularmente de las mujeres,
homosexuales y afrodescendientes, llevándolas a regímenes de disciplinamiento y
marcación de sus cuerpos, además auspiciados por la desidia, complicidad y olvido
estatal. No obstante hay una precisión que realizar y es que en el municipio de San
Onofre las dinámicas asiduas del conflicto armado colombiano, es decir esa lucha contra
todo lo que puede encarnarse en las Farc no estaba tan arraigada como en otras zonas
del país. Por al contrario, las dinámicas en San Onofre aunque también pertenecientes
a las estructuras del conflicto colombiano, reflejan con mayor fuerza su combinación
con otros conflictos y con otras expresividades que desplazaban un poco la lucha contra
ese enemigo, masculino guerrillero, y se asentaba más a uno invisivilizado por la fuerza
de la costumbre. “su guerra no sólo estaba en juego derrotar a las guerrillas y controlar
territorios aptos para el tráfico de drogas sino también la construcción y conservación
de jerarquías sociales fundadas en estrictos criterios de género, raza y generación”
(Medina et al., 2011, p. 309)
Rita Segato habla de una Pedagogía de la crueldad como la estrategia pública de sentar
o consolidar un poder sobre una territorialidad específica o un poder general como
grupo armado. A su vez esa Pedagogía y estrategia nos habla de un mensaje que en el
caso de los paramilitares, se centra en el anuncio de una disputa por el territorio y su
control que para ellos van ganando mediante el establecimiento y regulación de un
orden social jerárquico. El mensaje se declara en la marcación de ese orden inscrito en
los cuerpos de mujeres, afros, homosexuales por medio de distintas situaciones como
festividades, prácticas, usos, formas y contenidos del lenguaje. Lo que da cuenta de que
“Estamos frente a crímenes de guerra, de una nueva forma de la guerra. La violación y
la tortura sexual de mujeres y, en algunos casos, de niños y jóvenes, son crímenes de
guerra en el contexto de las nuevas formas de la conflictividad propios de un continente
de para-estatalidad en expansión, ya que son formas de violencia inherente e
indisociable de la dimensión represiva del Estado contra los disidentes y contra los
excluidos pobres y no-blancos”(Segato, 2014, p. 345). Así, por ejemplo en el 2003 en San
Onofre los paramilitares en mando de Marco Tulio alias “el oso” se organiza una pelea
de boxeo entre homosexuales y mujeres. Su objetivo no era más que ofrecer al escarnio
público a los “maricas” y a las “mujeres chismosas”, es decir, a toda quién no
correspondiera con su orden, era otra manera de violentar y eliminar simbólicamente a
lo diferente y no querido.
Otro de los casos está enmarcado en el Rincón del Mar en el 2004 donde varias mujeres
fueron rapadas, algunas, quedando gravemente heridas. Uno de los testimonios
menciona la complicidad del ejército y lo instrumentalizado que fue su cuerpo, y su
cabello; claro, esto como símbolo de anular “lo femenino” pero también como mensaje
para su esposo puesto que a quién iba a buscar “El flaco” era principalmente a él.

Otros de los elementos más forzados en San Onofre lo expresa el informe de Centro
Memoria reflejando la imbricación de categorías de dominación y la búsqueda no sólo
de la feminización del enemigo, sino también de su racialización en su “proyecto
homogeneizador” de guerra en la guerra y en “Un orden social donde las mujeres fueron
relegadas al espacio privado, los homosexuales fueron castigados y el ‘ser blanco’, en
un territorio primordialmente afrodescendiente, fue sinónimo de distinción social.” Las
opresiones interseccionales tienen lugar bajo los ojos del Estado así como “las promesas
democráticas de libertad individual, igualdad ante la ley y justicia social hechas a todos
los ciudadanos. Pero, por otro lado, persiste la realidad del trato grupal diferencial
basado en la raza, la clase, el género, la sexualidad y el estatus de ciudadanía.” (Hill
Collins, 1998, p. 102) este trato diferencial está reforzado por los paramilitares,
exacerbado por un contexto de guerra y avalado estatalmente. Es así como igual que en
Estados Unidos, el racismo institucionalizado es tan palpable, como palpable es la
constatación de que “el racismo hacia las personas negras se ha desarrollado en historias
locales con proyectos nacionales particulares que han agregado, adaptado, reinventado
los significados comunes de esa experiencia mundial que es el continuo colonialismo-
trata esclavista-diáspora africana” (Gil, 2010, p. 29)

En el caso colombiano, la estructura bélica y contrainsurgente configura esas historias


de racismos locales, que han construido las bases del racismo estructural del estado-
nación débil e invisible colombiano; su configuración ha estado marcada por los tipos de
racismo que distingue Gil: el prejuicio racial o “racismo-actitud” como los estereotipos;
la discriminación racial como “racismo-conducta” y el racismo como ideología. En San
Onofre las personas afrodescendientes eran tipificadas como “animales”: “cerdos”
“ganado”. Otros eran más alusivos a la producción y trabajo como “negros flojos”
manifestando los estereotipos más comunes frente a las afrodescendientes y actuando
según estos. Del mismo modo había una racialización de lo diferente y era señalado con
la intención de alterarlo y violentarlo así fuera de manera simbólica. Ejemplo de esto
eran las formas de alusión sexual de referirse a hombres afros por sus rostros, que
además para los paramilitares eran “inmundos” reforzando así jerarquías sustentadas
en una superioridad racial que profundizaba el racismo. Y con esto en San Onofre se
mantenía “la marca ontológica que sin duda sustenta la médula de la discriminación es
que su humanidad se ve siempre en riesgo de ser perdida: son descendientes de ‘cosas’
y no de personas.” (Gil, 2010, p. 35)
Por lo que se refiere a esa construcción de Estado-nación racista y heteropatriarcal, cabe
resaltar que en este contexto es aún más visible que también, es una construcción
moderno/colonial. En el sentido de que en sus raíces se encuentran las jerarquías en
torno a esas categorías raciales coloniales que mantienen lo blanco sobre lo negro así
como lo masculino sobre lo “femenino”, siendo estas categorías más fácilmente
instrumentalizadas para convertirlas el blanco a apuntar dado su estatus de lo diferente-
amenaza-enemigo. Esto, que Maria Lugones denomina “el sistema moderno colonial de
género como aquel mediante el cual el colonizador produce e impone a los pueblos
colonizados, al mismo tiempo y sin disociación, un régimen epistémico de diferenciación
dicotómica jerárquica que distingue inicial y fundamentalmente entre lo humano y lo no
humano y del cual se desprenden las categorías de clasificación social de raza-género.”
(Espinosa, 2014, p. 11) es lo que ocurrió en San Onofre y en muchas de las regiones
específicamente cruzadas por la guerra; esa con elementos de las nuevas guerras de las
que habla Rita Segato, privada y de seguridad paramilitar que se basa en métodos
militares de violencia intensificada a lo femenino, racializado y no correspondiente a su
orden social de disciplinamiento jerárquico y discriminatorio.

Por otra parte, cabe recordar elementos de análisis del feminismo comunitario; cómo
ese doble patriarcado ancestral y colonial que se nutren mutuamente, se constituye
como el entronque al que hace referencia Adriana Guzmán1 y que es muy importante

1
Tomado de :
para entender, haciendo un paralelismo, lo que sucedió en San Onofre con las viejas y
estructurales violencias machistas y la articulación de éstas con las “nuevas” prácticas
patriarcales, exacerbadas por la guerra. Lo demuestra, la jerarquía y el régimen de
dominación y regulación no sólo de los cuerpos de las mujeres, sino de su vida y
cotidianidad que era previo a la llegada de los paramilitares; porque ese régimen se
encontraba ya incrustado en la vida familiar:

“Uno de los paramilitares no podía esperar nada… era de esperarse


que vinieran a matar y a violar, pero uno no espera eso de los hombres
de aquí, de los de la comunidad. Uno puede entender que los paras sean
crueles, pero uno no puede entender por qué los hombres de aquí hacían
cosas más crueles. Mi cuñado desnudó a mi hermana, la colgó y la
golpeó hasta dejarla desmayada, después la sacó a la calle… ¿Por qué?…
porque sí… por un chisme o porque llegaba borracho.” (Medina et al., 2011, p. 354)

Desde este testimonio de una de las mujeres habitantes de San Onofre, se puede seguir
ese planteamiento del entronque del patriarcado; en cierta manera, los paramilitares
son unos invasores que destruyen un orden previamente construido, aunque
conteniendo sus proporciones de violencia y crueldad como lo anota la testiga. Si bien,
no se trata de dos sistemas de patriarcado distinto, sí encarnan en este sentido EL
sistema, como lo denomina Julieta Paredes, “de todas las opresiones que vive la
humanidad y la naturaleza históricamente construidas sobre el cuerpo de las mujeres”.
Una puede entrever que el régimen de los paramilitares está sustentado en un
patriarcado como sistema, pero nutrido o más envenenado por el contexto de la guerra
así, como articulado con una desidia patriarcal y racista estatal.

El cuerpo de las mujeres como construcción social, cultural y política, es también una
adscripción arbitraria y funcional a diferentes contextos. Es configurable según la
estructura capitalista, colonial moderna, patriarcal, racista, heteronormativa, xenófoba
y en general, a todas las que destilan violencia y que representan algún tipo de
apropiación sobre nuestros cuerpos. Es sabido que la compleja articulación de
categorías de dominación es ya una declaración violenta sobre sujetos subalternos, sin
embargo esto adquiere particularidades, como las que constituye el contexto de la
guerra. Porque un escenario bélico es una expresión de lo político de lo privado, de la
exacerbación de los conflictos estructurales manifestados directa e indirectamente y es
el campo dónde los señalados como enemigos adquieren la marca distintiva de la
violencia que pretende eliminarlos.

https://www.youtube.com/watch?v=C6l2BnFCsyk&index=102&list=PLevlIWH5jw6Lb2waatCjo3yvAVzf_3
3z-
Bibliografía

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caso: Operación Marquetalia (1964) y Plan Colombia (1999-­­2001) - See more at:
http://www.bdigital.unal.edu.co/49823/#sthash.1k9IRGne.dpuf.
Gil, F. (2010). Vivir en un mundo lleno de “blancos” Experiencias, reflexiones y
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Medina, C., Quintero, V., Bello, M. N., Herrera, N., Linares, P., Uprimny, R., & Wills, M.
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Segato, R. (2014). Las Nuevas Formas De La Guerra Y El Cuerpo De Las Mujeres.
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Feminismo comunitario: Video: https://www.youtube.com/watch?v=C6l2BnFCsyk.

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