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EL ÁRBOL DE NOCHEBUENA
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SEVERlNO S ALAZAR
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Ahora que soy adulto me doy cuenta que sí nació ese niño dentro
de nosotros aquella noche. Y que ese niño creció y creció sin saber
qué era tener padres. Un niño que se hizo viejo. Y que por lo mis-
mo, la vida fue una larga pasión, un largo viacrucis donde se nos
azotó, caímos y levantamos, una Verónica también salió a nuestro
encuentro y tuvo nuestro rostro cansado y lleno de dolor entre sus
manos bienhechoras, el agua fresca y reconfortante también bajó
por nuestras gargantas, así como la hiel, a su tiempo. Y no faltó
la herida del centurión en el costado, que plantó en nuestra piel la
última flor de nochebuena, que sacó de nuestro cuerpo la última
gota de vida.
Nuestra existencia - la de Claudia y la InÍa- ha sido como la de
cualquier otro humano, tampoco quiero sentirme un ser especia1.
Nuestra vía dolorosa también la pavimentamos nosotros mismos
y, en gran parte, con la ayuda de los demás. Sin embargo, siento
que en realidad nosotros la comenzamos a recorrer muy temprano,
y que fuimos dejados, por seres irresponsables, a nuestra suerte en
ese camino. Al final de aquella temporada navideña en el patio de
nuestros abuelos, en el momento cuando pisé la tierra al bajarme
del árbol de nochebuena, como que una alfombra se empezó a des-
enrollar ante mis ojos. Y aunque ha sido un camino pavimentado
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