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Mundo,
hombre y lenguaje crítico
Estudios de filosofía hermenéutica
'CJ
.. 07 *-
188 J
Presentación
9
técnica se ha convertido en un instrumento inevitable de la
organización de la existencia, pero tampoco aquí hay que per
der de vista la particularidad ( Partikularitat) de un tal poder
técnico-social. La opinión pública de hoy está en peligro de
esperar demasiado de la ciencia. Es convicción fundamental
de la hermenéutica que el entendimiento ( Verstándigung) de
los hombres entre sí es algo más que un mero problema téc
nico.
10
crítico resulta criticado en el proceso vital del acontecimiento
o realización dialógica en el que descansa y se funda todo
discurso (R ed e).
11
Prólogo
13
presente libro acusa el paso de una problemática hermenéutica
centroeuropea (introducción) a otra hispana (epílogo). Pero
de la introducción al epílogo, el hilo conductor de ida y vuelta
está representado en todo caso por'el lenguaje: pues el lenguaje
constituye en cada caso —y ésta es la tesis general del libró
la articulación de hombre y mundo al encuentro o, dicho en
otra terminología, de teoría y praxis. De ahí también el título
concreto de nuestro libro.
Dada esta articulación interna de nuestro discurso herme
néutico, los estudios que lo componen pueden ser leídos con
relativa independencia del resto, aunque deban ser leídos,
para su plena comprensión, dentro de su conjunto natural.
El método clásico de escritura rectilínea ha sido aquí comple
tado por un método de escritura rotativa y concéntrica.
Qui^á sea la más típica actitud d el pensamiento actual su «talante
hermenéuticoy>. Enfrentarnos a las actuales teoiías de la inter
pretación y reinterpretación que pueblan nuestro mundo, sig
nifica llevar a cabo, para decirlo con el lenguaje de la actual
cultura y contracultura, un «incesto hermenéutico» con las
más diversas y dispersas hermenéuticas de nuestro tiempo,
hermanas, sin embargo, en un mismo compromiso intelec
tual: el compromiso de interpretar críticamente —e.d. confor
mar (gestalten) — el universe o f discourse que es el mundo del
hombre. «Conocer» —en el mejor sentido judeo-cristiano o bí
blico— la actual situación hermenéutica es indispensable para
la fundación de nuestra propia posición que hemos bautizado,
a lo largo de nuestra exposición, como hermenéutica diacrítica:
una posición, sin embargo, que para dar cuenta de sí misma ha
de contar con todas las demás.
Quiero recordar aquí al Dr. P. Rusch de Innsbruck, al Profe
sor A. Ott de Munich y al polaco J. Wójcik, así como a M.
Eguiraun y al círculo Marinish de Roma. En el triángulo
edípico sociocultural la presente filosofía hermenéutica «por
entregas», de indudable carácter interdisciplinar, se inscribe
a medio camino entre el sentido común «matriarcal» y el sen
tido lógico «patriarcal»: en ese ámbito intermediador que po
demos llamar kantianamente imaginación trascendental. La re
ferencia a mis allegados Emilia y Carlos y, entre ambos, a mi
hermano inmediato José M., cuya imaginación creadora le
hace presente, resulta de justicia familiar. A este mismo ámbito
de inspiración plurilógica pertenecen mis propios alumnos y
amigos, entre los que he querido destacar, dedicándole el pre
sente estudio plurimorfo, a un «viejo» correligionario de es
tudios en la universidad de Innsbruck y de ilusiones
14
en la tragicomedia de la vida. (*) La misma vida humana que ha
sido traída a diálogo crítico en el presente trabajo, en el que
el lenguaje, como espectro perspectivístico y pantalla proyec-
tiva de la existencia, se enhebra en nuestro esquema corporal
synergético (Merleau-Ponty) constituyendo una red de in
terpretaciones intersubjetivamente veriíicables y, en tanto, el
comportema fundamental de la experiencia simbólica del hombre
en su mundo histórico-social.
Tardienta - 1975.
* «Que la vida es una tragedia para los que sienten y una comedia
para los que piensan», M. Unamuno, D el sentim iento trágico de la vida, Ma
drid U1971, 231. Sobre la tragicomedia como modelo hermenéutico de la
vida humana, ver K. S. Guthke, D ie m oderne Tragikomodie, Góttingen 1968.
15
Introducción general
La hermeneutización del pensamiento actual
(E. Cassirer)
1. Universalidad de la hermenéutica
La hermenéutica intenta hoy erigirse en la teoría universal
del entender humano —una teoría generalizada de la inter
pretación. A tal exigencia de universalidad ( Universalitatsans-
pru ch: Gadamer) de la hermenéutica actual corresponde una
hermeneutización del pensamiento hodierno más típico: una
situación en la que el pensamiento, en primer lugar filosófico,
toma conciencia de su íntimo ser «interpretación». El entender
humano es en cuanto tal —e.d. en cuanto humano— simbólico,
metafórico, translativo; lo cúal quiere decir, traductivo, lin
güístico, interpretativo.
La teoría y praxis de la interpretación intenta una com
prensión de la realidad omnímoda en y por el lenguaje: en
concreto, en un lenguaje conscientemente interpretativo y él
mismo explícitamente hermenéutico. Se trata de explanar el
intrínseco carácter hermenéutico de todo entendimiento (y
lenguaje) humano y, a base de una reconstrucción o reinter
pretación metodológica, obviar un modelo general válido de
la interpretación humana en todos sus niveles. Dicho de otro
modo: intentamos no la acotación de una parcela de la reali
dad objetiva para acometer a su explicación —hermenéutica
regional— ni tampoco la autocomprensión absoluta y solip-
sista del otro polo de la realidad —el sujeto en su entenderse:
metafísica trascendental— sino el entendimiento de nuestro
mundo, del mundo del hombre en su significatividad. Para
17
2
1883
ello precisamos llevar a cabo una relativi%ación —o «relativa-
ción»: crisis general— de todas las realidades e idealidades
las cuales, desde ahora, harán referencia y serán por tanto
relativas al entendimiento dialógico del hombre en su mundo.
En efecto, dioses y hombres, historias y fantasías, cosas e in
terpretaciones, han de aparecer y suceder —revelarse—, para
su validez, en el mundo del hombre. La hermenéutica filosó
fica, en cuanto prima philosophia, intenta llevar una crisis ra
dical al corazón de la realidad omnímoda: una crisis en la que
ella misma deberá probarse en autocrítica final.
El intento positivo de lograr un lenguaje unificado —o, pa
ra no herir a Marcuse, un lenguaje unitario y coherente— signi
fica hoy y aquí una actividad esclarece dora de la realidad y de
claradora de los derechos de la idealidad. Dicho de otro modo,
la fundación hermenéutica de un lenguaje comunitario sólo. es
valida 'en "cuanto fundación de un lenguaje crítico. En efecto,
traer a forum público y privado la realidad en su idealidad,
hacer comparecer a crítica racional el mundo del hombre en
nombre de este mismo mundo, es juzgar al juez por el tes
tigo y aún por el reo: es juzgar al mundo por el mundo, a un
mundo mudo por un mundo «abierto» (a-palabrado), a un
sensus implícito por un sensus plenior. Reinterpretar la filo
sofía actual en hermenéutica es así llevar a cabo la crítica de
la ontología objetivista y de la metafísica absolutista en pro de
una posición perspectivista —pues no subjetivista— y rela
tiva o relacionista —pues no relativista—. Porque seguir ter
camente confundiendo sin embargo «verdad relativa» (e.d.
no-absoluta, pero objetiva) y «verdad subjetiva» —en el sen
tido de verdad relativista— es, como ha tenido ocasión de de
mostrar A. Schaff1, la más grave de las convenciones— quizá:
conveniencias— actuales. La verdad se auto constituye efec
tivamente como relación lingüística o, mejor dicho, como
relación de dos lenguajes en comunicación. Pues lo menos
que puede «decir» la verdad es, efectivamente, lenguaje, e.d.
apalabramiento de la realidad en su idealidad (sentido).
Con la hermeneutización del pensamiento actual se ins
taura una actitud según la cual «hay más quehacer en inter
pretar las interpretaciones que en interpretar las cosas» (Mon
taigne). Las cosas..., ¿qué son las cosas? Esta es la escéptica
pregunta de la hermenéutica desde una realidad siempre ya
mediada —interpretada— a una realidad ingenuamente de
nominada (!) «nuda» o desnuda (Zubiri), e.d. pura. Y sin
1. Cf. A. Schaff, E ssqys über die Philosophie der Sprache, Wien 1968, 146.
18
embargo, y como al final de nuestro recorrido se verá, son las
cosas de la vida (L ebensivelt: Husserl) lo que la hermenéutica
poshusserliana trata de traer a palabra (interpretar). En cual
quier caso, la hermenéutica aparecerá, si no como la instancia
exclusiva, última y única, sí como instancia crítica fundamental:
instauración crítica (metainterpretación) del humano entender
(e interpretar material).
Antes de hacer pasar a nuestro testigo de cargo —E. Cas-
sirer— y puesto que hemos indicado la superación que insti
tuye la hermenéutica respecto a la filosofía objetivista y rea
lista clásica, nos referiremos brevemente a la contraposición
entre el modo clásico de entender la actividad racional y con
secuentemente filosófica del hombre en su mundo como pura
intelección abstractiva de la realidad sustantiva, yel modo her
menéutico de lograr unentendimiento lingüístico de la realidaden re
lación ( = «mundo»). Frente a la razón clásica abstractamente ra-
ciocinadora y discursiva, la razón hermenéutica es efectivo dis
curso y razón «racionadora»; y frente a la interpretación cosista
de la realidad como sustancia, impone la reinterpretación de la
realidad como función (Cassirer 2). Poniendo bajo la norma-
tividad del pensamiento clásico sustancialista y del pensamiento
hermenéutico actual sus correspondientes categorías típicas,
resultaría el siguiente cuadro hermenéutico o modelo reducido:
19
sin más— a base de una razón comunitaria aunque no absoluta
mente común —y en ello se basa la universalidad del quehacer
hermenéutico—, la diferencia estriba posteriormente en darse
cuenta refleja (explícita) de la implícita presencia del lenguaje
a nivel tanto de la realidad (a) a la que articula, como del
pensamiento (b) al que configura y de nuestras propias de
nominaciones (discurso) (c) a las que correlaciona. La con-
dicionalidad —«con-diccionalidad»— universal del lenguaje hu
mano es así la primera tesis de una hermenéutica filosófica.
Veámoslo más de cerca guiados por E. Cassirer.
21
nidad (humanización) dei hombre y, como todo símbolo, son
considerados por Cassirer «fuerzas» y «autoexhibiciones del
espíritu». Las diversas fuerzas simbólicas —junto al mito
y lenguaje: arte y ciencia— son órganos de la realidad una que
nos la hacen visible desde puntos de vista. Se trata así de for
mas ideadoras constructivas de la realidad (espiritual).
Mito y lenguaje, en cuanto protoformas simbólicas, cons
tituyen el círculo mágico («magic circle») y medio plástico
(«plástic médium») de la experiencia primaria. Pero lo que en
principio aparece como un todo indiferenciado —mito-len-
guaje— acabará diferenciándose posteriormente por obra y
gracia de la misma capacidad simbólica humana. Y así el len
guaje, que nace entremezclado con el mito, se diferenciará de
éste por propio dinamismo en un proceso de superación o
progresión «lógica». Para decirlo con la discípula cassireriana
S. Langer:
24
vertirse en pura «lógica»— es esclarecedora: el logos puro que
alumbra la ciencia y conciencia de nuestro tiempo sólo tiene
sentido si se le comprende a su vez sobre la base de su propio
mythos, e.d. sobre la base del mito que subyace y sustenta al
actual pensamiento científico. Para éste sólo tiene sentido,
en efecto, un conocimiento puramente «lógico» consigo mis
mo o, de otro modo, un conocimiento efectivamente veri
ficado en auto verificación analí tico-ideal (2-j-2=4) o en ex-
traverificación empírico-experimental. El mito que supone la
ciencia actual —«sólo tiene sentido pleno el conocimiento
que sea lógica o empíricamente verificable»— puede (e incluso
debe) ella ignorarlo como tal (mito), pero ahí está metodoló
gicamente hipostasiado cumpliendo una misión básica para el
progreso de la misma ciencia. La «lógica» interna al mythos con
duce a éste mismo al logos —un logos que a su vez procede del
mito y en él amamanta su sentido y sinsentido. La conclusión es
obvia: de acuerdo a la interrelacionalidad de mito y logos, toda
comprensión lógica de lo mítico ha de respetarlo en su sentido
originador de toda posterior «lógica»; y la comprensión del sen
tido íntimo del logos (ideal) sólo puede lograrse socavando sus
cimientos hasta alcanzar su origen y basamento míticos (real).
Dicho en terminología: sólo una desmito-logización, y nunca
una desmitización, puede traducir —«decir»— el sentido (lo
gos); y, a su vez, sólo a base de una remitización reinterpre-
tativa del logos puro podemos lograr una comprensión de
su sentido (Sinn). Pero aún hay más: desde el momento que
declaramos la relación dialéctica entre logos y mythos aclara
mos sus derechos y obligaciones. Puesto que si «mito» —sensus
communis— y «logos» —ciencia— poseen por su cuenta y riesgo
su propio sentido y sinsentido autónomos, no es menos cierto
que esta autonomía no es absoluta sino relativa. El respeto
del pensamiento y lenguaje mítico por el lenguaje y pensa
miento lógico —y viceversa—, lleva consigo un respectus a su
vez mutuo. No es pues lícito a cada miembro de la interrela-
ción lingüística —logos o mitos— alzarse contra el otro y
juzgarlo desde su perspectiva como la única verdadera; pero es
preciso sin embargo llevar a cabo una crítica (crisis) del mito
desde la correlativa perspectiva del logos —y viceversa, una crí
tica del logos desde su correlativa perspectiva mitopoiética—.
El problema queda entonces: ¿quién media e intermedia
críticamente entre logos y mitos para lograr su auto e inter-
comprensión —y por tanto la comprensión del mundo humano
constitutivamente «mito-lógico»— ? Esta es la cuestión. Nuestra
respuesta no ofrece ya dudas: es la racionalidad filosófica en
25
cuanto hermenéutica general de la realidad (mundo) en su ser
(sentido) la que intenta representar el diá-logos entre el puro lo-
gos y el puro mythos en un lenguaje-intérprete mediador.
La filosofía en cuanto hermenéutica radical es así el ínter-
lenguaje que media el lenguaje mítico y el lenguaje lógico.
Una hermenéutica filosófica intenta por ello ser una instancia
crítica universal; con la hermenéutica llevamos a cabo la ins
tauración de un lenguaje crítico —ese lenguaje que critica al
mitos desde el logos y al logos desde el mitos. Y este lenguaje
crítico es últimamente «diacrítico» (dia-crisis) en cuanto asigna
al lenguaje mito-lógico humano los valores que le correspon
den según su posición y sentido dentro de la experiencia dia-
lógica e intersubjetiva humana. Es pues la racionalidad herme
néutica el lugar de la dilucidación ( interpretación analógica) de
la verdad tanto del mito (en cuanto lenguaje equívoco) como
del logos (en cuanto lenguaje unívoco). El siguiente cuadro
estructural propone los diversos valores en cuestión:
A p é n d ic e
26
f
4. Conclusión y transición
27
El lenguaje en conclusión —y en cuanto instrumentación
y no mero instrumento del pensamiento— evoluciona de ser
expresión visual-compacta de la realidad a ser expresión con-
ceptual-analítica, e.d. de puras relaciones lógicas 9. Con la
oposición, sin embargo, entre pensamiento mítico-artístico y
pensamiento lógico-científico no está expresado juicio alguno
de valor sobre quién sea más importante que quién; nos ate
nemos a una contraposición que así aparece al estudiar gené
tica y estructuralmente —fenomenológicamente— la consti
tución del sentido del «mundo» del hombre. La genialidad
de E. Cassirer es haber visto claramente la relatividad y corre
latividad de mito y logos. Dicho de otro modo: la evolución
del mito al logos no es una evolución unívoca y unilineal,
ni es tampoco el paso del caos al cosmos. Pues este paso, ya
lo hemos visto, está dado siempre por el pensamiento consti
tutivamente simbólico del hombre. Tan universo simbólico
es el mundo mítico como el mundo epistémico de las mate
máticas -^sólo la dirección de una y otra forma simbólica es
diversa—._;
¿Cuál es entonces la relación entre mito y logos y cuál el
sentido de su evolución? La respuesta que Cassirer nos da,
como de pasada, en Sprache und M ythos es, para una hermenéu
tica simbólica, fundamental. Según él, los «mundos» de la
teoría, praxis, estética, lenguaje y moral están liados origina
riamente con concepciones mítico-religiosas; y esas formas
emergentes del todo original-natural logran su divorcio de
éste sólo a base de una nueva conexión consciente o incons
ciente con él; e.d. que solamente se separan de las ubres mítico-
religiosas para reconectarse de nuevo a ellas. La explicación de
Cassirer es sencilla pero decisiva: en efecto, tan pronto como
se fabrica un instrumento —y cada forma simbólica es un
organon o instrumentum— se le considera históricamente con
propio poder mítico: como «gift from above», como nuevo
mito 10.
Mitos y logos no se hallan entretanto en absoluta contra
dicción, sino en relación de condicionalidad. Y es precisa
mente el lenguaje el hilo conductor del mito al logos y del
logos al mito —el hilo conductor de ida y vuelta, la relación
de con-diccionalidad— pues si el mito oculta un logos implí
cito, el logos conserva un mythos ineluctable. La verificación
de la teoría de Cassirer en la ciencia actual —que intenta con
24
vertirse en pura «lógica»— es esclarecedora: el logos puro que
alumbra la ciencia y conciencia de nuestro tiempo sólo tiene
sentido si se le comprende a su vez sobre la base de su propio
mythos, e.d. sobre la base del mito que subyace y sustenta al
actual pensamiento científico. Para éste sólo tiene sentido,
en efecto, un conocimiento puramente «lógico» consigo mis
mo o, de otro modo, un conocimiento efectivamente veri
ficado en auto verificación analí tico-ideal (2 -J—
2=4) o en ex-
traverificación empírico-experimental. El mito que supone la
ciencia actual —«sólo tiene sentido pleno el conocimiento
que sea lógica o empíricamente verificable»— puede (e incluso
debe) ella ignorarlo como tal (mito), pero ahí está metodoló
gicamente hipostasiado cumpliendo una misión básica para el
progreso de la misma ciencia. La «lógica» interna al mythos con
duce a éste mismo al logos —un logos que a su vez procede del
mito y en él amamanta su sentido y sinsentido. La conclusión es
obvia: de acuerdo a la interrelacionalidad de mito y logos, toda
comprensión lógica de lo mítico ha de respetarlo en su sentido
originador de toda posterior «lógica»; y la comprensión del sen
tido íntimo del logos (ideal) sólo puede lograrse socavando sus
cimientos hasta alcanzar su origen y basamento míticos (real).
Dicho en terminología: sólo una desmito-logización, y nunca
una desmitización, puede traducir —«decir»— el sentido (lo
gos); y, a su vez, sólo a base de una remitización reinterpre-
tativa del logos puro podemos lograr una comprensión de
su sentido (Sinn). Pero aún hay más: desde el momento que
declaramos la relación dialéctica entre logos y mythos aclara
mos sus derechos y obligaciones. Puesto que si «mito» —sensus
communis— y «logos» —ciencia— poseen por su cuenta y riesgo
su propio sentido y sinsentido autónomos, no es menos cierto
que esta autonomía no es absoluta sino relativa. El respeto
del pensamiento y lenguaje mítico por el lenguaje y pensa
miento lógico —y viceversa—, lleva consigo un respectus a su
vez mutuo. No es pues lícito a cada miembro de la interrela-
ción lingüística —logos o mitos— alzarse contra el otro y
juzgarlo desde su perspectiva como la única verdadera; pero es
preciso sin embargo llevar a cabo una crítica (crisis) del mito
desde la correlativa perspectiva del logos —y viceversa, una crí
tica del logos desde su correlativa perspectiva mitopoiética—.
El problema queda entonces: ¿quién media e intermedia
críticamente entre logos y mitos para lograr su auto e inter-
comprensión —y por tanto la comprensión del mundo humano
constitutivamente «mito-lógico»— ? Esta es la cuestión. Nuestra
respuesta no ofrece ya dudas: es la racionalidad filosófica en
25
ciación misma del significante primordial que define al lenguaje
humano desde su aparición: la relativi%ación (o «relativación»: día-
crisis) de la realidad omnímoda. Frente a la «absolutez» con que
se nos presenta el pensamiento mítico (que todo lo da por su
puesto) y el pensamiento lógico (que todo lo da por «puesto»),
la filosofía hermenéutica inaugura la representación de un len
guaje dialéctico relativizador de toda posición, supuesto y pre
supuesto. En este ámbito de la representación lingüística toda
realidad e idealidad queda desleída en el juego crítico de la in
terpretación donde todos y ninguno —e.d. todos en parte: por
participación— tienen razón. «Razón» procedente de un len
guaje que da a cada uno lo suyo: lo que le co-responde. Pues
no en vano el hombre, como dijera Hobbes, es un animal «ra
cional» por ser un animal lingüístico: homo animal rationale, quia
orationale.
Con esto hemos denunciado la hermeneutización del pen
samiento que se lleva a cabo por el propio pensamiento actual.
En el próximo capítulo replantearemos el problema de un modo
específicamente filosófico. Con la presentación de la actual
neohermenéutica de la escuela de Heidegger —Hans-Georg
Gadamer— se demostrará in situ —e.d. concretamente— dos
tesis complementarias: que la filosofía es constitutivamente
hermenéutica, y que el modelo tanto de la interpretación radical
que inaugura la filosofía hermenéutica de la realidad omní
moda como de toda otra interpretación —como la artística—
está representado por el lenguaje. El lenguaje aparecerá así
estudiado expresamente como el médium de la experiencia
hermenéutica misma.
28
SECCIÓN I
Planteamiento analítico de la
hermenéutica
ENTREGA 1
La neohermenéutica
La nueva filosofía hermenéutica
de la Escuela de Heidegger: Gadamer
1. Tübingen 21965.
31
pretación de la realidad en su ser (sentido): pues si el hori
zonte del ser es el tiempo, nuestro tiempo humano se ancla
en el lenguaje como en su propia dicción y con-dicción.
Nuestro propósito es ahora presentar la inaccesible, por in-
traducida, obra gadameriana al hispanoparlante e hispano-
pensante, y ello supone traducirla, e.d. interpretarla. El empe-
catamiento del presentador —en filosofía: sus juicios y pre
juicios— empañan desde el comienzo una ingenua visión
virginal de la obra en cuestión. La fidelidad es un desiderátum
—por cierto, relativo—, y no un punto de partida acéticamen
te presupuesto. Pues entender una obra es «entendérselas» con
ella —y ello dice en castellano castizo: realizar una confronta
ción con la correspondiente obra y mentalidad hermanas—. No
será extraño el constatar así nuestro interés más que por la traída
y llevada mens auctoris, por su auctoritas mentis; pues no es
su mentalidad ni su pura obra sino la nuestra propia —o mejor
dicho, el fru to de su cohabitación mutua, el asunto en cuestión
(res, S ache)— lo que importa en última instancia. La fidelidad
a la fuente sólo tiene sentido por el hallazgo de nuevos manan
tiales —y la presentación del lenguaje gadameriano es el cami
no hacia nuestro propio lenguaje—.
Pero antes de proponer nuestra propia teoría hermenéutica
(sección II), tenemos que poner en su sitio, en esta sección I,
la teoría hermenéutica «oficial». Precisamente para hacer fruc
tuosa la obra —ergon., W erk— gadameriana, llevaremos a cabo
una lectura paradójicamente disolvente y perversa, insidiosa y
cuasi incestuosa: consiste en «casar» a Gadamer, a lo largo de
su exposición y sobre todo al final, con sus opositores correli
gionarios. Sólo de este modo, e.d. a base de una confrontación
del autor con su propia dicción en el interior de un discurso que
es también el nuestro, lograremos expresar tanto lo que se dice
como lo que se quiere decir —y de este modo traer-a-lenguaje
(expresar: Zur-Sprache-hringen) lo que toda humana palabra ya
de por sí, según Nicolás de Cusa, «dice»: expressio exprimentis et
expressi 2.
Dividimos la presentación de la obra gadameriana en los
tres apartados siguientes:
I. Historia de la hermenéutica.
II. Conceptos hermenéuticos fundamentales.
III. El lenguaje, médium de la experiencia hermenéutica.
32
Cerramos nuestra exposición con una crítica de la neo-
hermenéutica (IV) que prepare nuestra propia posición al res
pecto en la siguiente entrega.
I. H ist o r ia d e l a h e r m e n é u t ic a
I. 1. Clasicismo griego
El «Vorbild» o ejemplo de la hermenéutica gadameriana
es desde el comienzo Platón. Para Gadamer, como para el
socrático Platón, la «pregunta» ( F rage) , en efecto, posee una
clara primacía hermenéutica: nacida a los márgenes de la «ne-
gatividad de la aporía», la pregunta representa la auténtica
docta ignorancia socrática que abre una dirección de sentido
( Richtungssinn). Pues si el sentido válido ( richtig) de algo sólo
es captable en cuanto corresponde a una dirección de sentido
—o apertura en la que se abre el sentido—, toda hermenéu
tica de (un) sentido responde siempre a una pregunta original
que des-vela el horizonte de la interpretación.
Dicho sin tanto rodeo, el arte de preguntar es el arte de
pensar dia-lógicamente. La «pregunta», que yace en la base
de todo pensar en comunicación, y, por tanto, de toda inter
pretación pública, constituye, desde Platón hasta Gadamer,
la esencia de la dialéctica. La dialéctica es el arte de lograr un
entendimiento comunitario sobre la base del «diálogo» —diá
logo en el que el logos trasciende en su verdad des-velada
( a-letheia) toda opinión subjetiva en dirección de un acuerdo
( Übereinkommen) radical.
La_dialéctica de pregunta-y-respuesta está así en la base de
toda interpretación: entender verdaderamente es, en efecto,
«reconstruir la pregunta a la que respondí» —y nunca la mera
captación de la pura opinión personal que el autor pueda de
fender. Todo texto responde pues radicalmente a una pregunta
que trasciende en su misma omnirrelacionalidad el mero in
terrogante privado de un autor. Pero, por otra parte, todo
texto presenta, más allá de los meros problemas abstractos,
preguntas motivadas. La comprensión de esta nueva dialéc
tica de preguntas y su motivación se logra en el horizonte de ! :
la historia, compartida a la vez por texto e intérprete sobre la j
base del lenguaje, en cuyo elemento nos encontramos siempre ;
ya mediados (pp. 344-360).
Sobre esta experiencia hermenéutica socrático-platónica, la
relectura de la E tica de Aristóteles que Gadamer realiza no
33
3
¥
inplica ruptura, sino continuidad de tradición. Pues también
para Aristóteles, como para Sócrates y Platón, el «saber» forma
parte constitutiva de la eticidad o moralidad: e.d. del ethos y
• actitud existencial del hombre-en-su-mundo. Y aquí radica
precisamente el interés hermenéutico de la ética aristotélica:
en que también la hermenéutica gadameriana presenta al saber
en relación al ser y realidad humanada —o dicho de otro modo—
a la interpretación (comprensión) en relación a la tradición
humana (ser-en-devenir: historia) de que forma parte esencial.
El saber ético, en efecto, del que, con y sobre Aristóteles,
hablamos, no es un saber ni puramente teórico (científico:
matemático) ni meramente técnico ( tejné) , sino «actitudinal»
( praxis) : phrónesis. Los conceptos éticos fundamentales no son
para Aristóteles, en consecuencia, y frente a lo que se cree, ni
normas eternas «inmutables» —ni siquiera el derecho natural lo es
(p. 302)— ni sólo convenciones, sino «esquemas» ( Schemata)
que representan la naturaleza de lo real en cuanto se aplican, a su
vez, a una situación histórica concreta. El saber ético-moral
es un saber sui juris que coagula a la vez medio y fin: es un
saber experiencial —o, quizá, la forma fundamental de la expe
riencia humana—, y a ella se acoge la «experiencia» hermenéutica.
El intérprete, en efecto, no aplica algo general (texto) al caso
particular, sino que para lograr una interpretación auténtica
ha de poner el texto, como en el caso de la aplicación ética,
«en relación con su situación», si es que quiere lograr una com
prensión real de lo que lleva entre manos.
34
tanto lo aplica a la situación presente del intérprete —por ello
es la «interpretación la forma explícitada del comprender»..:
A-Uslegung ist daher die ex plicite F orm des Verstehens (p. 291).
Jntelligere, explicare y applicare conforman una unidad integral
de sentido: toda comprensión se explícita en explicación, y
toda explicación dice asimismo aplicación; y no hay por tanto,
frente a Betti, una interpretación cognitiva contrapuesta a una
interpretación normativa ni a una reproductiva meramente.
Toda interpretación auténtica es primariamente, a la vez,
cognitiva y normativa —dos funciones que sólo pueden sepa
rarse, respecto a una interpretación concreta, de un modo
secundario y abstracto: es la tesis de Gadamer (pp. 290-295).
I. 3. El humanismo
A fin de lograr la distinción e independencia metodológica
de las ciencias del espíritu, preconizada pero no lograda por
los historicistas del siglo xix, Gadamer se atiene al espíritu
del clasicismo alemán considerado por él como la recreación
del humanismo. Una serie de conceptos fundamentales huma
nísticos nos abrirán el horizonte en el que las ciencias del es
píritu —y con ellas una hermenéutica filosófica al estilo gada-
meriano— puedan sentirse como en su casa. Estos conceptos,
que definen de un modo aproximado el modo de comprensión
humana de las ciencias del espíritu frente al modo de intelección
fría de las ciencias de la naturaleza, son: «formación», «sentido
común», «juicio» y «gusto».
En formación —form atio, form ation, Bildung— rememora la
vieja tradición mística según la cual el hombre es «imagen»
(B ild : fo rm ) de Dios. En su sentido secular-humanístico,
formación dice «conocimiento de sí mismo en el otro» (Hegcl):
él logro de una síntesis vital a través de la experiencia con los
otros. Correlativamente, el sensus communis implica en el huma
nismo de un Vico el sentido común para lo verdadero y rec
to (justo) que garantiza el encuentro no con una verdad abs
tracta y pura, sino con su objeto adecuado: lo «verisimile»
(la verdad ex periencial). En este sentido, el sentido común está
del lado de la «phrónesis» aristotélica en cuanto es una «virtud
espiritual», y no mera capacidad (djnam is) o potencia combina
toria de los sentidos, como en Tomás de Aquino. Se trata, de
acuerdo con Shaftesbury, de una virtud social —una virtud del
corazón y no de la mente; en una palabra, «sympathy». Verda
dero «tact de la verité pratique», el «bon sens préside a nos rela-
^5
tions avec des personnes» (Bergson). O, como quiere Oetin-
ger, el sentido común representa la presencia del logos de
Dios que «simplificar diversa in unum». Frente a la mera ra-
tio, el «sentido» tiene que ver con Dios y la naturaleza.
Algo parecido ocurre a los conceptos humanísticos de
«juicio» y «gusto». Pues si el juditium representa una virtud
fundamental del espíritu, el gustus es algo a la vez personal
y social. El «gusto», como quiere nuestro Gracián, representa
el medio entre el instinto sensitivo y la libertad espiritual:
el «discreto» es en efecto «el hombre en su punto», como
puntualmente nos refiere Gadamer. Gusto y ju icio significan
el enjuiciamiento de algo singular, en relación al todo, res
pecto a su adecuación o conjugación. Se trata, pues, no de
juicio puramente lógico sino asimismo estético.
Con el advenimiento sin embargo de la ilustración alemana
el concepto humanista de juditium y gustus pierde su sentido
original pregnante para reducirse al de mero juditium sensi-
tivum (Baumgarten), así como respectivamente el de sensus
communis social al de una capacidad o facultad puramente
formal. Sensus communis, juditium y gustus pierden su in
tegridad primera para quedar enrolados en el abstracto dua
lismo kantiano: aquí su sentido yace hipotecado para largo
I. 4. La subjetivación kantiana
La odisea hermenéutica de Kant nos la sintetiza magistral
mente Gadamer en los siguientes trazos: la fundación de la
estética kantiana en el puro «Geschmacksurteil» (juditium gus
tus) conduce a un subjetivismo a l vaciar a l gusto de toda signi
ficación cognoscitiva objetiva. A todo objeto bello, en efecto, se
gún Kant, «corresponde» ahora un sentimiento apriórico —
universal: en todo hombre— de placer y agrado.
Para Kant, en consecuencia, la belleza —que como aca
bamos de decir agrada de por sí y no por concepto alguno ex
traño— es primariamente la belleza natural (o de la naturaleza).
Por ello la estética kantiana es una estética de la «genialidad»:
es el genio en verdad, y no el maestro, quien inventa en liber
tad plena la natural originalidad. La obra de arte reposa así
sobre el ingenitim: pues solamente el genio puede producir la
libre conjugación de naturaleza y libertad cuya «inteligibilidad»
encuentra el gusto como conveniente. El juicio estético queda
así fundado en «el apriori subjetivo del sentimiento vital»
/¿i Ha r'V'-t-'Vi c-e -c.i^
36
ir
(Gadamer), e.d., en lo que después en el historicismo se lla
mará «vivencia» (E rlebnis) (pp. 39-66).
I. 5. Romanticismo: Schleiermacher
La posición de Schleiermacher, el fundador de una «her
menéutica universal», puede declararse del siguiente modo:
entendimiento e interpretación integran una unidad íntima como
la unidad de la «palabra interior» y de la «palabra exterior».
La hermenéutica por tanto no realiza una investigación «ob
jetiva» (esto lo hace.la dialéctica), sino que tiene por objeto
la interpretación de lo velado. en un text.o cual sea. La esencia
de toda interpretación radica para él en la comprensión adivina
toria de la obra en cuestión cuyo «acto creador» se trata de re
producir —reconstruir— psicológicamente: e.d., por conge
nialidad y simpatía, y ello es posible en cuanto interpretado
e intérprete participan de una misma vida universal presu
puesta... románticamente.
Gadamer nota con razón cómo la «escuela histórica» (Ranke,
Droysen), preocupada de la comprensión de la historia uni
versal, hunde sus raíces interpretivas en la hermenéutica ro
mántica en el fondo típicamente individualista. La compren
sión de la historia aparece así como un caso de la comprensión
del «otro». Y el método intenta conjugar la libertad propia
de lo histórico con las limitaciones que le impone a la historia
su propia historia —e.d. lo ya realmente sucedido (Ranke).
0 , como quiere Droysen, la comprensión de la historia, como
la del lenguaje, es la interpretación de la doble naturaleza —es
piritual y corporal— de aquélla. Pero en cualquier caso —y
aquí yace la positividad de la escuela histórica— la comprensión
de la historia es «comprensión histórica» y, en tanto,p resen te:
presencia espiritual del pasado (pp. 162-205).
1. 6 . El historicismo: Dilthey
La obra de Dilthey, una crítica de la razón histórica, es la
obra típicamente hermenéutica de la modernidad. La com
prensión histórica, en efecto, alcanza en Dilthey su culmina
ción: la dicotomía de objeto (interpretado) y sujeto (intér
prete) queda reabsorvida por la continuidad histórica en que
ambos —el hombre que hace historia y el que la interpreta—
yacen.
37
Pero es el concepto de «vida» —entendida como vida his
tórica— el que juega el papel decisivo en la hermenéutica
diltheyana. Pues la vida, como recuenta Gadamer y sabemos
por Ortega, «se interpreta a sí misma» por cuanto «tiene una
estructura hermenéutica». Las ciencias del espíritu —y con
el?as la hermenéutica— pueden ahora fundamentar su propia
significatividad en este concepto capital: toda significación
y significado es expresión de la vida —y no un sobreañadido
lógico-abstracto—. Vida y saber forman en Dilthey una unidad
original —diríamos una unidad original histórica, una his
toria original—. Apresado en esta vida histórica, nuestro saber
de ella es un saber de nosotros porque nos encontramos in
mersos en ella —y viceversa: nuestro saber de nosotros es un
saber histórico—. La solución a este círculo de relatividad nos
la da el mismo Dilthey en su constante caminar desde la re
latividad hacia la totalidad (Troeltsch) con su divisa: «ser cons
cientemente un ser condicionado» —m it Bewusstsein ein Bedingtes
%u sein (pp. 205-228)—.
I. 7. La fenomenología: Husserl
Con Husserl, la anterior hermenéutica gnoseológica (teó
rica) relativista queda superada por la experiencia fenomeno-
lógica en la que el espíritu aparece como un absoluto, e.d.
como lo «irrelativo de la relatividad» (Gadamer). Con ello
entramos en los dominios neokantianos de una hermenéutica
trascendental. Dicho de otro modo: la «vida» diltheyana se llama
ahora «vida de la consciencia», la vida histórica «mundo vi
tal» histórico e intersubjetivo, y el «yo», como hemos dicho,
«subjetividad trascendental» (proto-yo).
Esta subjetividad, en cuanto «trascendental», no tiene que
ver con una subjetividad categorial enfrentada a la corres
pondiente objetividad. En la «Korrelationsforschung» husser-
liana, «la relación es lo primario». Es en esta correlación tras
cendental o transcategorial entre objetividad (du) y subjetivi
dad (ego) donde una reflexión hermenéutica puede fundarse
de un modo filosófico —y ello dice en Husserl, universal y
válido—. Pero es a su vez la fundación de la hermenéutica filo
sófica en el puro cogito, considerado como condición de posi
bilidad de toda comprensión de universalidad, la que justa
mente provocará la crítica de la «hermenéutica de la facticidad»
heideggeriana (pp. 229-240).
r
I. 8. Heidegger
Efectivamente: no el puro ego, sino la fa d icid a d de la «exis
tencia humana« (D asein) es en la hermenéutica heideggeriana
la condición radical de toda hermenéutica. Esta sigue teniendo
por objeto la comprensión histórica —pero esta comprensión
histórica lo es tal sólo porque el «ser», en el que toda comprensión
se funda in radice, es «tiem po»—. Comprender — Verstehen— no es
para Heidegger un ideal a alcanzar como para Dilthey y Hus-
serl, sirio la «forma original de actuación de la existencia hu
mana que es en-el-mundo». Por tanto, se trata en Heidegger
de lograr una «analítica trascendental de la existencia humana»
en la que el «comprender» — Verstehen— aparece como un
proyecto que trasciende las meras cosas que nos rodean y repre
senta, en cada caso y en el fondo, una autocomprensión del hombre
en la historicidad —historicidad que funda (e.d. da significado)
a la vez a lo comprendido y al que comprende —.
Entender —o, mejor, comprender— es pues un entender
histórico-proyectivo: sólo en la historia y desde la historia-
en-sociedad, cabe lograr una auténtica comprensión que en su
proyecto y futurición nos abra un horizonte de posibilidades.
Él entender —comprender— aparece, pues, como una aper
tura de y al futuro sobre la base empero del pasado: la media
ción de ambos éxtasis temporales en el presente y la presencia
de esa mediación parece constituir, según Heidegger —y,
como veremos, también según el heideggeriano Gadamer—,
el modo de ser espiritual del hombre y su autocomprensión
en la realidad que lo insiere (pp. 240-261).
II. Co n cepto s h e r m e n é u t ic o s f u n d a m e n t a l e s
39
II. 1. El juego y la obra de arte
El juego —modelo de toda interpretación— es en primer
lugar según Gadamer el «modo de ser de la obra de arte».
Lo propio del juego —y en esto coincide con la obra de arte—
consiste en ser D arstellung: ex-posición, autorrepresentación
(Sichselbstdarstellen). Tanto en el juego como en la obra de arte
—modelos de toda interpretación— rio existe el sujeto y el
objeto, sino el suceder o acontecer mismo de este suceso origi
nario que es juego, obra de arte e interpretación. Dicho de
otro modo «el sentido más original del jugar es el sentido
medial». Por eso «todo jugar es un ser-jugado», pues es el juego
el que juega y no nosotros. Dicho en hermenéutica: es el ju ego
de la «comprensión» lo que realmente conjugamos en toda in
terpretación o, mejor dicho, lo que al co-realizarlo nos aprehen
de y somete a sus propias reglas de juego.
En el juego el ser —la realidad— se revela a sí mismo. En el
juego ideal que la obra de arte instituye, se realiza la trans
formación de la realidad en su verdad. La obra de arte auto-
expone su propio mundo, e.d. la realidad en su «realidad», po
niendo en juego la pluralidad de sus aspectos reales —que
nada tiene que ver con un perspectivismo subjetivista—. La
obra de arte en efecto se define por su «formativitá» (Pareyson),
y no por la vivencia estética que un sujeto pueda meramente
percibir.
El juego, pues, que toda obra de arte instaura descubre
— como la fiesta o festejo— una presencia intem poral que se re
p ite retornando en el tiempo. Interpretar es, correspondientemente,
un tomar p a rte en la inter-pretación que toda «obra» instituye: con
jugar la originalidad de su juego, sufrir (pathos) su influjo,
comportarse a partir de la visión (theoria) de la obra en la que el
propio expectador se pierde olvidándose. Pues perderse es,
aquí también, encontrarse (pp. 97-127).
40
no sea «interpretación» en el mundo-del-hombre— lleva a
cabo una representación no mimética o imitativa sino recrea
dora —y recreativa: juego— de la realidad. Gadamer recurre
aquí de nuevo a la tradición neoplatónica para hacernos en
tender, con auxilio del viejo concepto de la «emanación», qué
sea la imagen (B ild ) plástico-literaria — 7 en tanto la «imagen»
ide toda interpretación 7 reintepretación— : representante de
una realidad que es «tal» solo en 7 por la representación. Es
asi como pudo llamarse el Breda de Velázquez «un sacramento
militar» (Justi). Toda real representación e interpretación son ahora
un sacramento de la realidad —la cu al a su ve^ se nos ofrece «sacra-
mentalmente», simbólicamente, hermenéuticamente, desde sí—.
Como la interpretación artística —o representación— lleva
a término la realización (presentación) de la realidad (presen
cia) misma, toda interpretadon, —como la misma realidad
siempre 7 a interpretada (expresada)— se ofrece a lo largo de la
(su) historia de modos diversos condicionadores de los diversos
modos de ver. Dicho en terminología orteguiana: el perspec-
tivismo subjetivo se funda 7 funde en el perspectivismo ob
jetivo (ontológico) por cuanto es la realidad 7 su presencia, 7
no sólo la idealidad o su vivencia, lo que posee —presenta—
perspectivas diversas. La representación —e interpretación— es
por ello el modo de ser presente la realidad en su perspectivi-
dad. Todo ello se nos hace patente en el análisis del «cuadro»
(pintura: plástica). La originalidad del modo de ser del «Bild»
está en que, colocado en el inter-medio entre el mero remitir
(signo) 7 el puro sustituir (símbolo), no precisa como uno 7
otro ser fundado (Stiftung) —se realice esta fundación de un
modo convencional o no—, sino que se funda a sí mismo autó
nomamente refundiendo la realidad en su riqueza de perspec
tivas. La obra de arte es un mundo en sí o, mejor dicho, el
modo de ser ;—expresivo—.d el ?nundo en sí. Este modo de ser.con
siste en la revelación de sus perspectivas en la representación.
Pero también la literatura —7 no sólo el «Bild» plástico—
presenta la realidad de un modo «plástico» 7 «representativo»
a captar a su vez por nosotros representativamente, e.d., in
terpretativamente a base de su reconstrucción (Schleiermacher)
7 su integración (Hegel) (pp. 128-161).
Pero el concepto de «Bild», al que la interpretación se acoge
como a su objeto 7 modelo a la vez, no puede descalificar de
su sentido de autonomía plástica a los conceptos de símbolo 7
alegoría rectamente entendidos 7 rehabilitados ad hoc por
Gadamer. Precisamente todo lenguaje es en el límite —lenguaje-
límite— a la vez alegórico —e.d. referido en su significado a
41
otra significación— y simbólico —e.d. referido y conformado
en su significado a su propia «dicción» y expresión. Quizá
pudiéramos traducir esto al lenguaje actual diciendo que la
alegoría es «trascendencia» de significado, mientras el símbolo
es trascendencia del significante e «inmanencia» del significado
en su expresión. Dicho de otro modo: por el símbolo idea (sig
nificado) e imagen (aparición) realizan su adecuación y con
formidad, por la alegoría, correlativamente, sentido y expresión
reaparecen en contraste de inadecuación o disconformidad
(Schelling). Pero en todo caso queda claro que alegoría y sím
bolo donan a la «imagen» (Bild) su intrínseca reflexividad: su
significado interno. Con ello parece Gadamer hacer del símbolo,
así entendido en pregnancia, lo que Kant ya denominara
«Symbol für die Reflexión» —un símbolo p a ra el pensar (cf.
Ricoeur).
De este modo estamos listos para entender la crítica gada-
meriana contra la teoría del arte puramente esteticista y en favor
de la «verdad del arte»: en éste no nos aparece la presencia
de lo meramente «estético», sino asimismo una relacionalidad
—y consiguiente racionalidad— que le es propia. El recono
cimiento (entendimiento: Verstehen) de una obra (de arte)
como tal es previo incluso a la percepción del cuadro artístico
como tal. No es extraño que el arte abstracto aparezca, desde
la perspectiva gadameriana, como teniendo una relación con
los objetos... bajo la forma de la privación. Como quiere B.
Berenson: «las artes plásticas son un compromiso entre lo que
vemos y lo que sabemos». Dicho sin rodeos: «arte es conoci
miento» (Gadamer) (pp. 66-96).
42
H
significación por sí mismo—, se consigna e interpreta a sí mis
mo» (Das sich selbst Bedeutende und damit auch sich selber
Deutende: lo que a l ser significante de p o r sí —e. d. de sí mismo —,
se sabe significar e interpretar a s í mismo) .
Y es esta temporalidad histórica de todo lo humano la que
posibilita la comprensión en cuanto participación activa y decla
rativa en ese acontecer. La comprensión, efectivamente, lleva a
realización la reunión o coagulación —intelección— de los éx
tasis extremos de la temporalidad en la relación mediadora del
presente: comprender algo es co-aprenderlo en una totalidad
(su «centración en un punto medio», Dilthey). El K riterium
de la yalidez ( R ichtigkeit) del entender yace 'precisamente,
siempre según Gadamer, en este «acuerdo de las particulari
dades en su totalidad» (p. 285) —una totalidad que no se cons
tituye por la mera comunidad de opiniones sino por la comuni
dad y comunicación del sentido—. Entender es, dicho de otro modo,
entenderse sobre una cosa sobre el horizonte móvil de la his
toria —horizonte m óvil de la historia a distinguir de los horizon
tes cambiantes (plurales) en los que la hermenéutica nietzschea-
na, en su dispersión, se cobija —. No se trata, en tanto, de tras
ladarse a los diversos horizontes sino más bien de fundirlos:
e.d. de fusionarlos (pp 261-290).
El modo, pues, de funcionar de la comprensión humana
esencialmente histórica se denomina: «experiencia». Com
prender hermenéuticamente algo —interpretarlo— es expe-
rienciarlo: llevar a cabo autocríticamente la experiencia del
tú que me habla en un texto y contexto (pp. 234-344). Es lo
que a continuación tendremos en cuenta suficientemente.
III. E l l e n g u a je ,
MEDIUM DE LA EXPERIENCIA HERMENÉUTICA
43
III. 1. Historia del lenguaje:
el lenguaje como historiación de la realidad
El lenguaje aparece en los albores del filosofar como «lo
gos». L ogos dice sin embargo dos cosas distintas: en cuanto
contrapuesto a «dianoia», logos es exterior ilación verbal, mero
sonido; en cuanto compuesto con «dianoia», logos expresa la
parte intelectual del lenguaje. De acuerdo con su logos, el len
guaje obtiene en el pensamiento griego dos significados fun
damentales: o es mero medio instrumental de expresión verbal
(sonido) del pensamiento, o dice concepción pura («lógica») de
la realidad. Reinterpretando ambos papeles del lenguaje en
la filosofía griega y haciendo las veces de mediador —tomando
en serio el irónico papel intermediario de Sócrates en el Cra-
tilo —, Gadamer acudirá a una interpretación medial del con
cepto logos (legein) en cuanto representación propia (reunión:
legein: cf. Heidegger) del pensar y de la cosa. Así queda resta
blecida, sobre caminos heideggerianos, la representación (m i
m esis: D arstellung) que el lenguaje lleva a cabo: en cuanto
imagen (A.bbild) de la cosa y cuadro (B ild ) del pensar, el
logos del lenguaje dice a su ve% imagen e ideay realidad e idealidad.
Pero el carácter propiamente incarnacionista del lenguaje
aparece por primera vez en \&filo so fía cristiana. El logos es aquí
suceso (acontecimiento) original y personal: verbum proprie
dicitur personaliter tantum (Tomás). Que la palabra apud
Deum existía ya aún antes de expresarse, significa para una
filosofía del lenguaje lo siguiente: la palabra es propiamente
la conformación ¿ el pensamiento mismo, y no su externa y derivada
expresión. La diferencia, sin embargo, entre la palabra de Dios
y la palabra del hombre es clara: aquélla es única, ésta es plu
ral (muchas palabras). Pero la unión de palabra y pensamiento
(de la realidad: species) es también evidente en el lenguaje
humano; como dice Tomás, la palabra es como la lu% misma que
deja «ver» los colores.
El lenguaje como médium (M itte) de la mediación del acon
tecimiento de la encarnación ejemplar divina —y por tanto
de toda posterior «encarnación»— es el resultado que, según
Gadamer, nos ofrece el entrecruzamiento de la lógica griega
con la teología cristiana. El lenguaje aparece así, en tanto,
no como el mero medio (M ittel) de entender algo, sino como
la situación misma radical del mutuo entenderse (das Überein-
gekommensein) sobre el que la comunidad humana basa su
comprensión y estatuto ético-social —pues no en vano queda
determinado en el lenguaje comunitario, como dice Aristó-
44
teles, lo que es bueno y justo para una comunidad de vida—.
La palabra es, de acuerdo a la especulación medieval sobre
el verbum, el proceso de unidad y unificación de lo que «se
quiere decir» —e.d. de toda significación y comunicación—. El
lenguaje lleva a cabo efectivamente —como quedará claro en
la posterior filosofía del lenguaje— la ordenación y raciona
miento de las cosas. Por ello, y de acuerdo con Nicolás de Cusa,
toda «expresión» es justa —e.d. conveniente— aunque no ne
cesariamente precisa —e.d. definitiva—.
Pero es en la moderna filosofía d el lenguaje cuando la compren
sión de la comunitariedad del lenguaje alcanza su expresión
suma: en Humboldt, efectivamente, el lenguaje aparece como
experiencia del mundo —más aún: como mundo concepción
( «W eltbilch) o, mejor, mundovisión ( « W eltansicht») —. El lenguaje
aparece así como la articulación del mismo ser-en-el-mundo d el
hom bre; dicho de otro modo: la «actitud» ante el mundo, que es
pecifica la esencia del hombre, equivale a p oseer lenguaje: éste dice
relación —relación humana e.d. de hombre y mundo en diálogo,
de hombre y hombre en libertad, de hombre y ser en com
prensión—. Por todo ello el lenguaje no es nunca monológica
(automática) revelación del ser, sino revelación intersubjetiva
de la realidad y su ser; y a la inversa: el lenguaje sólo es real
en cuanto lenguaje-en-acción (diá-logo) . El mundo que se ofre
ce en relación dia-lógica, y por tanto relativa —e.d. parcial y
sucesiva—, no es un mundo en sí alingüístico, sino mundo-
del-hombre: un mundo relatado y referido en la totalidad,
continuidad y comunicabilidad (traductibilidad: interpreta
ción) del lenguaje humano. La experiencia del «mundo» que
el lenguaje nos brinda, en cuanto coagula toda relatividad,
puede llamarse, en tanto, absoluta: pues lenguaje dice «mundo»
e.d., horizonte de entendimiento común en que ya de antemano
estamos instalados. El lenguaje o la relación mediadora de hom
bre y mundo al encuentro. La relación, como dice Gadamer
tras Husserl, es lo primario y tal relación es primariamente
una relación de «adaptación» ( ¿ingepasstheit) a la realidad
que nos traemos entre manos (tradere: tradición), pero una
relación entendida no en un sentido estático sino dialéctico.
Y aquí el pensamiento moderno (Hegel) retoma el pensamiento '
griego. La relación dialéctica del lenguaje expresa la reflexividad
de éste al ser de la realidad (mundo), e.d. su autosuperación
y autorrelativización cara al todo de la verdad que anuncia.
Dicho en hegeliano, toda interpretación —en cuanto trae la
experiencia de la verdad o de la cosa «en-sí» al lenguaje— es
«especulativa» o reveladora, e.d. reflectiva, veritativa y proce-
sual, pero frente al mismo Hegel, finita (pp. 383-449).
45
III. 2. El lenguaje como interpretación
y la interpretación como lenguaje
Si entender un lenguaje es vivir en él, entenderse en el
lenguaje es entenderse sobre un asunto —res, Sache— y ello
dice: dialogar. En ambos casos, sin embargo, entender es
entenderse con el lenguaje, habérselas con él, interpretarlo:
pues, como dice Gadamer, el modo como el entender se eje
cuta, e.d. se lleva a cabo, es la interpretación. La tesis de «Wahr-
heit und M ethode» aparece desde este momento clara: «todo
entender es un interpretar» —A.lles Verstehen ist A.uslegen (p. 366) —.
La condición y consecuencias de una tal tesis quedan
explicitadas por el mismo Gadamer: el objeto del quehacer
hermenéutico, lo «traditum» en general, posee un carácter
lingüístico y cuasi textual. Interpretar es precisam ente tomar
p a rte en ese proceso y totalidad lingüística en que autor y lector p re-
yacen y en el que asimismo ju icios y pre-juicios han de ser cointegrados
críticam ente. La interpretación no es por todo ello algo extraño
y externo a la comprensión misma, sino la estructura de esta
misma. Interpretar por ejemplo una partitura musical no es
un accidens añadido a la hipotética sustancia en-sí de la com
posición musical original, sino su expresión, aparición y ex
posición, su presentación y representación (artística), su pre
sencia. O dicho en nuestra propia terminología, la realización
de la realidad (pp. 361-382).
46
ser y haber. Porque, decisivamente, el ser es ienguaje y el
lenguaje con-jugación, e.d., autoexposición (sichdarstellen):
representación reinterpretadora de sus propias escenas en la
historia (pp. 449-465).
IV. C r it ic a de la h e r m e n é u t ic a g a d a m e r ia n a
47
ricismo (antihistorismo: estructuralismo) es hoy, a pesar de
su común interaccionismo, rotunda. La disputa entre Ricoeur,
tan cercano a Gadamer, y Lévi-Strauss, tan lejano a nuestra
historia, es típica. Bien podríamos enfrentar asimismo la her
menéutica arqueológica de un Foucault a la hermenéutica integra
da de Gadamer.
Por último, el enfrentamiento con la escuela de F rancfurt (Ha-
bermas). Como es sabido, el neomarxiano Habermas opone a
la mera teoría de la interpretación, una teoría crítica: no basta
con interpretar, hay que criticar en orden a lograr una eman
cipación social. La contestación de Gadamer es también in
cisiva: la hermenéutica filosófica preconizada es ella también
crítica de las ideologías. La oposición entre exégesis psico-
social ( D eutung: Habermas) y comprensión espiritual ( Vers-
tehen: Gadamer) parece dar pie a este enfrentamiento en parte
meramente académico y típicamente alemán.
Y con esto llegamos al fin. Lo que un español puede apor
tar a una crítica positiva de la obra de Gadamer se halla quizá
resumido en la fórmula orteguiana del «raciovitalismo». Una
hermenéutica auténtica debe ser interpretación de la realidad
radical de la vida —nuestra vida; pero .una interpretación ra-
cibrial^ e.d., una interpretación realizada por la ra^ón vital—.
Estas consideraciones nos conducen a nuestra propia crítica:
el «clasicismo» —en ocasiones culturalista o, para no enfadar
a Laín Entralgo, neoromántico— de la hermenéutica de Ga
damer ha de ser cointerpretado desde la positividad y raciona
lidad crítica que el presente histórico entiende. Válida en cuanto
crítica general de positivismos y racionalismos, el trasmundo de
la hermenéutica gadameriana ha de poner los pies en el mundo
concreto, metódico y técnico que habitamos. Dicho sin metá
foras: la hermenéutica de Gadamer, en cuanto philosophia pri
ma, está en el límite —e.d. al principio y al final— de nuestro co
nocimiento de la realidad. En el «centro» sin embargo, y fecun
dado por el horizonte de una hermenéutica filosófica, es pre
cisa una teoría científica de la interpretación, así como una teo
ría de la interpretación científica. Junto a los principios herme-
néuticos hay que construir —y dejar construir— los principios
concretos —criterios— de una hermenéutica positiva; porque,
en efecto, junto al lenguaje como «principio» (Hónigswald)
—protolenguaje o lenguaje natural— hay el lenguaje como
medio e instrumento a usar técnicamente —metalenguajes: len
guajes artificiales. Junto a la «idealidad de la palabra» (Gadamer)
en cuanto trascendendencia (cf. 368), precisamos la «realidad» de
la palabra en cuanto inmanencia; y junto a la «abstracta idealidad
48
!
del lenguaje» en cuanto pura escritura estructural (p. 370), pre
cisamos la realidad del lenguaje en cuanto estilo, entendido aquí
como representación de la naturaleza y esencia de las cosas
(Goethe, cf. p. 467; para la distinción entre «escritura ideal»
y «estilo real», cf. R. Barthes).
Nuestra crítica es, pues, una crítica hermenéutica, e.d.,
reconstructiva. E ideológicamente nuestra crítica a la herme
néutica de Gadamer es a la vez una corrección crítica «posi
tiva» a la filosofía y desde el horizonte de la filosofía heideg-
geriana. Creemos en efecto con C assirer que el lenguaje no es
sólo «m ítico» («circular», Gadamer) y regresivo ( Schritt ^’u rück,
Heidegger) sino al mismo tiempo fundacionalmente «lógico»
y crítico (progresivo: S chritt nach vorne). Como lo expresara an
teriormente S. Langer:
«Language, born in that same m agic circle (m ito), has th ep ow er
to break its bound; language takes us from the mythmaking
phase of human mentality to the piase of logical thought and
the conception of fa cts » 3.
Cómo debería funcionar el lenguaje —la temida quaestio
juris— queda pues ya incoadamente contestado en el modo
concreto de su funcionamiento —la quaestio facti— : el sentido
fundamental del lenguaje es en efecto crítico o, desde otra pers
pectiva, «liberador». Dicho por fin: ti logos del lenguaje no es
sólo mito-lógico y poético sino asimismo, en su intención secre
ta, lógico y factual. Es quehacer de una hermenéutica filosófica,
por tanto, no sólo rememorar y oír el logos del lenguaje, sino
además verlo y palparlo: e.d., representarlo. No sólo entender
lo, sino entendernos con él; no sólo comprenderlo sino «apren
derlo». No sólo interpretarlo sino, y en tanto, interpolarlo e in
terpelarlo: e.d. intercambiarlo críticamente entre nosotros y en
tre sí mismo. Sabiendo en cualquier caso que la interpretación
o razón filosófica —y con ella el lenguaje y logos hermenéutico-
filosófico— quedan ínsitos en el «entre» movedizo pero inalie
nable que va en círculos expansivos del mito a l puro logos (lógica)
y , viceversa, de la lógica ( ciencia) al m itos que da sentido al discurso.
Es lo que intentamos sistematizar en la siguiente entrega.
49
4
ENTREGA 2
50
Una vez instaurado y delimitado un tal lenguaje hermenéu
tico de la comunicación —o «interlenguaje»—, presentamos,
en un breve excursus, la aplicación de modelo hermenéutico
a la problemática de la actual antropología filosófica a fin de
obviar la comprensión unitaria de su objeto: el hombre.
I. El f il o s o f a r a c t u a l
I. 1. Introducción
En la presente investigación no vamos a proponer —espe
ramos— viejos dogmas metafísicos ni melifluas consideracio
nes antropológicas. La filosofía no es originariamente ni una
disciplina pía ad usum beatum ni un arreglamundos ex machina.
Es evidente, sin embargo, que la filosofía aparece histórica
mente con decidida vocación utópica —cosmovisión— y ade
más dogmática —gnosis—. Pero utopismo antropológico y dog
matismo metafísico, ambos conformadores de la filosofía,
se neutralizan mutuamente. El precipitado de la «fisión semán
tica» de una y otra categoría constituye una síntesis cultural
singular: la conciencia (filosofía) del precipitado cultural ut sic
(cultura), su crisis y la hermenéutica de su sentido y sinsen-
tido.
Nunca hasta hoy el ejercicio de la razón hermenéutica,
inherente a la filosofía desde que lo es, había logrado tal di
fusión y discusión. Este discurso hermenéutico, sin embargo,
discurre las más de las veces mecánicamente, inconsciente
mente, implícitamente. Hermenéuticas y teorías de la inter
pretación, filosofías del lenguaje y de los lenguajes, semióticas
y teorías de la comunicación e información, estructuralismos y
serialismos (dialécticas), trillan y muelen los materiales más
dispersos bajo el signo del signo —e.d., de la signología—.
Pues bien: el presente trabajo intenta someterse a los mecanis
mos semiótico-lingüísticos que pueblan nuestro campo cul
tural. Con ello lograremos dos resultados contrapuestos: un
cierto entorpecimiento de la inmensa digestión que tan gloto
namente se realiza en la «glotología» actual y el esclarecimiento
de estos procesos cuasi gastronómicos desde el intestino mismo
de la «episteme» actual. En pro y en contra —e.d., dialéctica
mente— nuestro intento se inscribe —y des-cribe— en la mar
cha que el pensamiento filosófico hodierno ha emprendido.
El nombre que, dentro del vigente lenguaje, nuestra propia
posición reclama, es un nombre antiguo y ambiguo, situado.
51
en las márgenes de la filosofía (resp. ciencia) y de la teología
(resp. arte): hermenéutica. Sombra de dos cabezas, la hermenéu
tica es la más vieja respuesta al más nuevo problema: la inter
pretación del lenguaje. Su entendimiento. Vayamos por partes 1.
52
'
53
desaparece— en el fenómeno, el logos trascendental: la condición
última del aparecer y desaparecer y la condición última de todo
logos predicativo o descriptivo. Frente a la dicción que todo
fenómeno dice, la condicción (nouménica) que el fenómeno no
dice, o bien desdice: des-figura. La metodología fenomenoló-
gica es inductiva; la trascendental, es deductiva. El médium del
entendimiento fenomenológico es la intuición (concepción); el
órganon del conocimiento trascendental es la ideación (concep-
tualización). M etafísicas y ontologías, realismos e idealismos con
secuentes, pueblan el horizonte incondicionado de la trascen-
dentalidad. La diferencia entre el antiguo (griego) y el nuevo
trascendentalismo (condicionado por la doctrina cristiana del
Dios creador: «sujeto absoluto») está en que mientras aquél
buscaba en una trascendencia a parte post las condiciones de
realidad y realización del mundo, éste —inaugurado propia
mente por Kant— arriba a partir de la pregunta por las con
diciones de posibilidad —y posibilitación: ideación— de la rea
lidad (objetividad) a un orden —nivel, perspectiva— trascen
dental (explicativo-subjetivo) a parte ante. Traducido al sensus
communis: mientras que la filosofía clásica deducía concep
tualmente de la realidad (mundo) y su idealidad (normatividad:
leyes) la realidad ut sic (ser-objeto: ente: ontología) y su idea
lidad ut sic (ser-sujeto: idea de ente: metafísica), la filosofía
crítica poskantiana deduce la realidad (ser: fenómeno) de la
previa idealidad nouménica constituyente (pensar trascen
dental). Dicho más sencillamente: mientras la filosofía tras
cendental clásica coloca la trascendencia del ente (objeto) y
pensamiento (sujeto) últimamente en Dios (ser-sujeto) —y
por ello la metafísica es ontología y teología—, la filosofía
trascendental moderna incluye ser y pensar en un movimiento
autónomo creador que, dirigido por la iniciativa del pensar
del sujeto —que se autoconstituye en pensar trascendental—,
acabará incluyendo asimismo a «Dios» (absoluto) en su (y
nuestra) autognosis (absoluta: Hegel). Incluido (Hegel) o
implicado (Heidegger) el Dios trascendental —el absoluto del
conocimiento —sigue siendo la sombra y reflejo del Dios tras
cendente —el absoluto de la realidad4—.
54
í
55
siendo una onto-logía: un método filosófico que, en tanto tal,
implica su correspondiente superación ontológica. Pues un
método es un camino y un modus operandi a superar por lo
operativamente encontrado —pero en filosofía no hay sino
una superación (A.ufhebung) : la superación del objeto —que es
la realidad: «mundo»— por su propio camino y por su propia
con-figuración, e.d., por su propio sentido y dirección, así
como la correspondiente superación del método por la super-
realidad de su objeto (el ser).
Como más adelante aclararemos, la diferencia entre el mé
todo científico (explicativo) y el filosófico (implicativo: com
prensivo) está determinada por la clase de conocimiento que
se logra en una y otra: mientras la ciencia verifica un saber
—es un saber— la filosofía verifica e l saber —es un «saber»
saber, un saber radical: la se-dicente «sabiduría»—. Y mientras
la ciencia construye un saber verdadero la filosofía comporta en
el mejor de los casos el verdadero saber —la verdad del saber
cuya dirección, sentido y condición últimas (Sinn und Grund:
Heidegger) «marca»—. De acuerdo con ello, el siguiente lugar
clásico de la fenomenología (Sein und Z eit) nos aclara que la
fenom enología filo só fica es, si se autocomprende suficientemente,
fenom enología trascendental —una fenomenología que se trascien
de a sí misma en dirección del sentido del ser cuya compren
sión (des-velamiento) «es»— :
¿Qué es lo que debe llamarse «fenómeno» en un señalado senti
do? (...). Con evidencia, aquello que inmediata y regularmente
justo no se muestra, aquello que, al contrario de lo que inmediata
y regularmente se muestra, está oculto, pero que al par es algo que
pertenece por esencia a lo que inmediata y regularmente se mues
tra, de tal suerte que constituye su sentido (Sinn) y fundamento
( Grtmd) 5.
56
_
1. Ibid., 47.46.49.
57
tein I y Wittgenstein II)— por una parte y los filó so fo s trascen-
dentalistas por otra —pro-existencialistas (Ricoeur, Merleau-
Ponty) o lingüistas (K.-O. Apel, Gadamer)— son buena prue
ba de esta dialéctica y comunicación. Toda ocupación fenome-
nológica, efectivamente, tiene que concluir para su validez
filosófica en un pensar totalizador, en una reflexión trascenden
tal; y toda reflexión trascendental debe re-flejar, para la validez
de su propia situación y circunstancia, la realidad («mundo»).
Parecería que entretanto la ra^ón dialéctica —entre fenomeno
logía y trascendentalismo— ha logrado alzarse con la solución.
Ni inducción ni deducción: «traducción» parece ser el auténtico
proceder de la razón en filosofía. Pero las cosas no son tan
simples.
II. D ia l é c t ic a y e st r u c t u r a l ism o
II. 1. La dialéctica
La dialéctica es, en cualquier caso, tan vieja y tan reciente
como la filosofía misma: puede decirse que se descubre con la
filosofía misma —presocrática— cuyo auténtico sentido «po
lémico» (Heráclito) queda así fundado 8. Instaurada con con
ciencia en conciencia de la filosofía clásica —Sócrates-Platón—,
la dialéctica es hoy redescubierta y reinterpretada por la razón
hermenéutica —por la hermenéutica actual: Gadamer, Apel, Ha-
bermas—. Entre el «pólemos» heraclíteo, el diálogo socrático-
platónico, la disputatio medieval, la dialéctica moderna y la con
temporánea hermenéutica la diferencia radica —se funda y fun
de— en la identidad. Como ya suponía y ejercitaba Heráclito, el
pensar (filosofía) es la guerra de todos contra todos —la polémi
ca filosófica: bellum omniun contra omnes—. Pero en esta gue
rra santa la discordia sucede en torno al fruto prohibido que
todos sin embargo, y según Aristóteles, apetecen saborear —el
«saber»— y el disenso ideológico, a su vez, a partir de un
consensus natural comimitario que hace posible toda discusión
(discurso). Para entrar en diálogo dialéctico hay que conocer
58
en todo caso el lenguaje comunitario en que se discurre y
disputa —o mejor dicho, hay que ser reconocido por el len
guaje como participante, e.d. como «logoteniente»—.
La dialéctica es pues testigo cualificado de la «contingencia»
del diálogo del hombre con el hombre sobre su propia realidad
comunitaria —lo que llamamos «mundo»—. A la base de la his
toria del hombre en el mundo —y a la que configura, al tiempo
que es configurada por ella— la razón dialéctica, como ley «lógi
ca» (antropo-lógica) omnipresente, no puede indicar mero mo
vimiento descentrado (pura natura: mundo) ni pura sucesión
consecuente (pura cultura: hombre). Inscrita naturalmente en
el «entre» —d iá: ^wischen— de la relación («polémica») hombre-
mundo —o naturaleza y cultura—, la razón dialéctica ha de
dar razón de ambos contendientes. Y porque la verdad sucede
y se anuncia en ese gozne y quicio —relación—, una dialéctica
meramente fenomenológica («mundanal») o una dialéctica
puramente trascendental («reflexiva») no tienen sentido. Aqué
lla por falta de sentido —o mejor dicho, por exceso de signi
ficaciones y falta de sentido; ésta por exceso de sentido —o
mejor dicho, por defecto de significación real y exceso de sen
tido ideal. Solamente en el consensus —coyuntura— entre fenó
menos y trascendencia —o, si se quiere, entre realidad y sím
bolo— cabe una dialectización —resolución: traducción— de
la verdad de hombre y mundo al encuentro. Por ello dijimos
que la dialéctica no es, bien entendido, ni meramente induc
tiva ni puramente deductiva sino «traductivay>: es en la versión
de la realidad en su figura natural (fenómeno) y en la rever
sión de éste a su estructura de sentido condicionante y, en
tanto, trascendental, como puede lograrse la traducción (her
menéutica) del sentido exacto de la realidad en su significati-
vidad. Si la posición del hombre en el mundo es dialéctica,
la interpretación (y realización) del mundo del hombre no
puede ser sino dialéctica.
Este es ni más ni menos el funcionamiento que la dialéc
tica dice en los albores de la filosofía: en Sócrates y Platón.
Cuando Sócrates en pleno dialogo filosófico intenta obtener
el sentido (idea) de la bondad, hace desfilar delante de los opo
nentes toda una fenomenología de lo bueno: ésto es bueno,
y aquéllo también: es bueno un hombre, y es buena la medi
cina. Pues bien: solamente en la contención dialéctica de lo bueno
y la bondad, de las cosas (entes) y su esencia (ser: idea), cabe
educir (mayéuticamente: alumbrar) la verdad. Porque la «ver
dad» de lo bueno refiere la bondad y la «verdad» de la bondad
relata lo bueno, la verdad es siempre verdad dialéctica —dia-
59
lógica, o en nuestra terminología, traductiva: interpretativa.
Es en esta transducción (traducción) donde, como en un in
termitente, el saber (de la verdad) aparece y desaparece y rea
parece : como desvelamiento y revelación (a-letheia) ; éste es
el nombre de la verdad (objeto) y al mismo tiempo —y como
dice Ortega— el nombre de su metodología (filosofía).
Pero, ¿se trata de una dialéctica meramente metodológica
o también ontológica? La respuesta se irá aclarando paso a paso.
De momento interesa aducir, además de lo dicho, y antes de
reexaminar la dialéctica desde el actual estructuralismo filosó
fico, un argumento: si se trata de una dialéctica en filosofía
— e.d. si se trata de una dialéctica filosófica que intenta dar
cuenta del sentido del fenómeno del hombre en su mundo o, si
se prefiere, del universo del discurso humano— el método que
da reintegrado por su propio movimiento omnirelacionai en un ho
rizonte que lo cobija y explica: el horizonte ontológico de la
verdad a que hicimos referencia. Si es cierto que este horizonte
no puede quedar tematizado por la filosofía irrelata y absoluta
mente, no es menos cierto que este horizonte una vez abierto me
todológicamente reinterpreta en su apertura onto-lógicamente el
propio methodos o camino. Estas son las intenciones de la filo
sofía desde Sócrates —o, más bien, las intenciones de Sócrates
desde la filosofía —. La dialéctica sin embargo —y así defende
mos su estatuto frente al dialecticismo— no es un proceso inde
finido sino definido como «indefinido»: tras su sinsentido y aper
tura pura aparece un anuncio del sentido —en profundidad o
como efecto de superficie: da lo mismo— que interesa primi
geniamente al pensar radical, contradicente y dialéctico que la
filosofía instituye. Dicho de otra forma, la actividad dialéctica
no es un puro discurrir de la naturaleza a la cultura y vicever
sa sino un discurso estructurado entre naturaleza y cultura, en
tre ser y saber —el discurso polémico de hombre y mundo al
encuentro: un encuentro que se realiza bajo el signo de la
autosuperación y el trascender en dirección de un metacódi-
go y protomensaje que explique e implique, desde su posi
ción postulada hipotéticamente como «absoluta», nuestra situa
ción hermeneútica en el mundo 9—.
60
II. 2. Excurso sobre el estructuralismo
Pero la razón dialéctica parece estar hoy en lucha —y en
tanto precisamente en marcha— por una razón oponente:
la ra^ón analítica del estructuralismo. ¿No se trata sin embargo
y de facto de otra dialectización entre razón dialéctica (Sartre)
y razón estructural (Lévi-Strauss) ? Pero por aquí no obtendre
mos salida y entraríamos en la noche oscura y hegeliana de las
dialectizaciones indefinidas cuyo movimiento puro queda, en
su terca absolutez, definitivamente marcado como movimiento
mismo de lo absoluto (idea).
Más interés operativo tiene la pregunta siguiente: la lucha
entre estructuralismos y dialécticas, ¿es la lucha entre la razón
dialéctica y la razón analítica o más bien se trata —como an
teriormente entre trascendentalismo y fenomenología— de
una oposición entre una razón dialéctica y una determinada razón
analítica? Con otras palabras: si bien es cierto que hay hoy
una irreductible oposición entre los estructuralismos y las dia
lécticas al uso y al abuso, ¿subsiste en verdad tal oposición entre
el estructuralismo y la dialéctica? Porque lo que hoy se opone
es más bien una dialéctica existencialista e historicista y un
estructuralismo puramente analítico y reduccionista recortado
y amputado de su intención y lógica interna. Y en tal caso ni
la dialéctica sería tal —sino reducida a una fenomenología
totalizadora del saber, reflejador (consciente) de la praxis his
tórica (Sartre) —ni el estructuralismo sería tal —sino reducido
a una pura arqueología de los saberes y sus estructuras (Fou-
cault)—.
La distancia entre los estructuralismos y el estructuralismo
nos permitirá de nuevo un acceso al lugar recóndito donde se
instalan las intenciones efectivas —efectivamente demostradas —
de aquél. Puesto que con la estructura la guerra dialéctica de
todos contra todos —pólemos— ha recomenzado: para unos
la estructura es infraestructura salvadora o explicadora—
y condición de todo— y para los otros, supraestructura
ideológica, e.d. implicadora de una praxis formalista y bur
guesa, inercia y muerte. ¿No será todo más sencillo y compli-
61
cado —coimplicado— a la vez? (No en vano define Ortega
la razón dialéctica frente a la puramente analítico-implicativa
como sintética o complicativa: complicadora). ¿No decimos
lo mismo —no lo idéntico— y por eso dia-logamos diferente
mente, mas no divergentemente? La cuestión reza: ¿es el
estructuralismo de los estructuralistas, como éstos quieren y
sus adversarios dicen, una pura puesta en marcha de la razón
analítica y sincrónica ? ¿O es más bien como ellos también di
cen, pero inconscientemente (!), la «puesta en marcha» dialéc
tica (y diacrónica) de la razón —de la razón estructural—?
Veamos más de cerca, para lo cual nos ceñiremos en primer
plano al padre de la criatura estructural: a Lévi-Strauss. El
estructuralismo de Lévi-Strauss intenta someter el juego de los
significados —en semiótica: de los mensajes— culturales más
diversos (mitos, sistemas de parentesco, sistemas sociales,
arte y ciencia) a la conjugación (metajuego) de los significantes
—en semiótica: código—. Estructura y contenido, sistema y fun
ción representan la dialéctica entre relación y elementos, forma
y materia, estática y dinámica, sincronía y diacronía.
Para quien crea, sin embargo, que la estructura misma
—abstraída de su contenido— es un esquema puramente for
mal (relacional), habrá que recordarle ciertas afirmaciones que
Lévi-Strauss, no siempre conscientemente, ha legado. Porque
la estructura de cada sistema analizado no es sino el «modelo
reducido» —y en tanto inteligible— de ese sistema, la reducción
modélica tiene que restaurar «en cuadro» —e.d. de un modo
espacial que prescinde (o, mejor, encuadra) el tiempo— las re
laciones formales pero dialécticas —en concreto dicotómi-
cas— que se encuentran de modo inconsciente, pero fundado,
en el original sistema vivido o ejercido. Pues la verdad sigue
siendo aquí la correlación de realidad (objeto) y pensamiento
(intelección) —y la correlación que el cuadro estructural nos
presenta, además de co-responder de la realidad en su propia
pero implícita interrelacionalidad, expresa de por sí un «uni
verso de discurso» dialécticamente cerrado o, si se prefiere,
dialógicamente correlacionado —. Pero es que además —y para
colmo de pruebas— sólo en la intersección («transformación»:
traducción) del significado y del significante, e.d. sólo en la con
frontación de mensaje y código, resulta el entendimiento her
menéutico de la realidad en cuestión.
Una última estructura, que en el estructuralismo lévi-
straussiano vale como la metaestructura y protocódigo (U r-
Sjystem), parecería entorpecer definitivamente la dialectización
del proceso estructural: la estructura inconsciente del espíritu hu
62
mano —la «mente» idéntica, en su funcionamiento simbólico
fundamental (¿o más bien misma?), en cada hombre y men
talidad—.
Pero esta mente humana, código último que reinterpreta fi
losóficamente —e.d. ontológicamente— el proceder estructura-
lista, no es, contra lo dado por supuesto, una estructura está
tica sino dinámica: la mente es el postulado que la labor estruc-
turalista, para entenderse a sí misma, exige, y representa el lu
gar de una lucha fundamental —la lucha (relación dialéctica) de
naturaleza y cultura, de mundo y hombre—. La mente es en
efecto el lugar de intersección y encuentro de los significados y
los significantes, de las funciones y los códigos, del devenir y
el ser. Como la idea de verdad dialógicamente ganada en Só
crates, la mente es punto de convergencia —en tanto condición
postulada y resto exigido— de estructura y función. Decir que
la mente humana representa, como Ur-Struktur, el funciona
miento fundamental de la realidad y su idealidad (o conocimien
to) o decir que tras las estructuras dicotómicas analizadas se
levanta la estructura ontológica que condicciona en su funcio
nario signológico —simbólico: comunicación (intercambio) por
pares de oposición— a éstas, equivale a decir que la mente
humana es el protosistema de oposiciones originarias y sus in
tercambios —o lo que es igual, la estructura-función y la fun
ción-estructura fundamental: el signo originario de lo real en su
realidad significativa—. Dicho ad rem: la estructura de la men
te humana no es, como se ha dicho, una estructura estática si
no una estructura dinámica —o si se prefiere, dialéctica: la es
tructura-función primigenia—. En ella se dan cita dialéctica
—e.d. explicativo-implicativa— todas las demás estructuras y
funciones. Es pues la traductora de las estructuras en su fun
ción —y de las funciones en su estructura—. Dicho en lengua
je estructuralista: la estructura de la mente humana es la regla
prim era y última de transformación —o, en nuestra terminología,
de traducción, de una realidad en otra y, en tanto, de su sim
bolización y entendimiento—. Y esto nos basta al presente 10.
63
III. H e r m e n é u t ic a
III. 1. Hermenéutica:
teoría generalizada de la comunicación interpretativa
Con lo dicho más arriba hemos ganado un resultado: la
obtención inconsciente de una hermenéutica entendida según
un modelo dialéctico implicado en nuestras observaciones
como teoría semiótica o semiológica de la comunicación.
En efecto, lo dicho sobre la filosofía y de la filosofía —en
diálogo con sus recientes versiones— puede traducirse a su
vez al lenguaje del pensar actual: a la semiótica. Lo cual quiere
decir que lo dicho sobre y de la filosofía puede reducirse a
una «signología» —e.d. a un sistema semiótico de comunica
ción— y, puesto que el «signo» en cuestión es lingüístico, a
un sistema semiótico de comunicación lingüística. Las conse
cuencias de tal retraducción deberían quedar claras: si lo que
hemos dicho sobre la filosofía puede reducirse —traducirse—
a un tal sistema signológico, ello quiere decir que la crítica
hasta aquí obviada constituye una hermenéutica; pero si,
además, lo dicho de la filosofía puede incluirse asimismo en
el sistema semiótico señalado, entonces es que la filosofía mis
ma —y no sólo la nuestra— es constitutivamente hermenéu
tica. Pero antes de apresurar consecuencias, pongamos de nue
vo en movimiento dialéctico —esta vez retrospectivamente—
las secuencias de nuestra interpretación
Comencemos por el principio, ahora teniendo en cuenta
los propios principios de la semiótica a fin de asegurar una
intercomunicación entre lo dicho. Según ello, la relación
entre fenomenología y trascendentalismo —en cuanto modos
representativos extremos del pensar actual— ha quedado de
64
terminada más arriba como relación dialéctica: fenomenología
y trascendentalismo se coimplican mutuamente. Pero hay más:
la propia relación inherente a la fenomenología y al trascenden
talismo es, asimismo de acuerdo con lo dicho, una relación
traductoria (correlativa) entre inducción y deducción —o en
tre deducción e inducción respectivamente— o, si se quiere,
análisis de lo real y síntesis de su idealidad: así pues, y de nuevo,
entre fenómeno y noúmeno. Pero éste es también el meta-
lenguaje —«lenguaje profundo»— de una semiótica (signolo-
gía) entendida como hermenéutica de la comunicación. Entre
lo dicho —como significado o implicación— y el «baremo» de
lo dicho —como significante de lo dicho o explicación de lo
dicho— existe para su mutua comprensión la misma relación
dialéctica que entre fenóm eno y noúm eno11. Entre la materia
(significado) y el concepto (formal), entre las palabras y su
lengua, entre mensaje y código, la relación dialógica —onto-
lógica— repite su consensus ritual. Sólo en el cruce de significado
y significante, sólo en la conjugación de presencia (figura)
y «ausencia» (figuración) es posible el juego de la comunica
ción —una comunicación, y esto es fundamental, que se con
forma a las reglas que la conjugación concreta respecta 12—.
11. Leo Gabriel describe así este proceso: «Das Verháltnis von
Synthese und Analyse im intergrativen Denken ist das Verháltnis der
Implikation von Sinn (im Phánomen) und Explikation (im Noumen),
wobei wesentlich ist, dass das zugrundeliegende Sinn-Ganze translativer
Synthese nicht ausexplizierbar (...) werden kann» ( D as V erháltnis der
Synthese %ur A nalyse im integrativen D enken, en A kten des X IV . K ongresses
f ü r Philosophie II, 372). Frente al indefinido dialecticismo y dinamismo
(diacronía) de esta «lógica integral» hay que definir una dialéctica estruc
tural (o sincrónica) —e.d. una dialéctica capaz de traducir (o, como diría
Gabriel, «transferir» y «trasladar») la totalidad de (su) sentido ( Sinn-
Gan^e) a una delimitada estructura ( Sinnsystem ) de comunicación autorregulada
en cada caso (S prachspiel) y , finalm ente, sobre la pau ta de un modelo general
iz a d o ) que interesa al filosofar —.
12. • En realidad nuestra hermenéutica se sirve con autonomía y li
bertad —e.d. analógicamente— del modelo general de la comunicación
tal como la actual semiótica nos lo presenta —cf. la semiótica de U. Eco —
reinterpretado críticamente de acuerdo a la metodología estructuralista (Cf.
Lévi-Strauss) pero en desacuerdo con su reducción naturalista. En este
sentido pretendemos realizar la comprensión (fenomenológica) del sig
nificado (mensaje) de un texto a partir de la precomprensión —ganada
deductivamente— del sistema (o código) de sus significantes. Hay que
hacer notar, sin embargo, que con esta deducción entendemos por noú
meno (concepto) lo que en la práctica preestructura lista se entendía por
fenómeno —e.d. el significante, la forma—. Más allá de esta mera termino
logía, pero de acuerdo con ella, se descubre el sentido que adquiere nues
tra hermenéutica que, al retrotraer la importancia ideológica del noúme
no tradicional (el sentido del significado o palabra) al noúmeno moderno (el
65
5
Porque más allá de esta conjugación situacional, la situación
se repite y sólo queda al pensar el ámbito inmenso de la con
jugación original de hombre y mundo en reglamentada comu
nicación simbólico real. Nuestro nivel de investigación pre
senta entretanto los siguientes resultados:
I. S i: fenomenología
dialéctica
trascendentalismo
66
pregunta: ¿es también el actual estructuralismo —como la
fenomenología y el trascendentalismo— traducible a una her
menéutica semiótica?
67
mente se trata de una lógica del significante —o, lo que es igual,
de un formalismo y formulismo: de un «supra-racionalismo»—
no es menos cierto que ontológicamente —e.d. a nivel de teo
ría irremediablemente filosófica... «con tal de llevar la inves
tigación lo suficientemente lejos» (Lévi-Strauss)— la intelección
de la lógica sensible (simbólica) de los significantes sólo se
logra en ese punto de conjunción con sus significados: en el
signo mismo como síntesis desplazada y diferida metodológica
mente, pero postulada y tenida en cuenta y reconstruida final
mente por la teoría 13. Más aún: sólo suponiendo una «mente»
humana que funciona como proto-signo o actividad simbólica
originaria y pre-supuesta en toda actividad humana puede ha
blarse de «sentido» 14. Este, en consecuencia, si bien puede ser
entrevisto de modos metodológicamente diferentes —sea por
una exégesis fenomenológica de profundidades (esencias) sea
por un análisis estructural de superficies (formas)—, siempre
habrá que encontrarlo, no obstante, en la contrastación de un
significado y un significante.
Frente a los fenomenólogos, el sentido no yace más abajo
del signo; ni, como quiere un estructuralismo absolutista, más
arriba: sino en y p o r el signo —en el «entre» o relación de inter
pretación de significante y significado—. Signo que encuentra su
basis última de comunicación e interpretación en la mente
humana en cuanto signo original —protosigno— de la reali
dad omnímoda, e.d. en cuanto lugar de conjunción de natu
raleza y cultura. Hermenéutica clásica y hermenéutica estruc
tural no yacen en lucha absoluta: sólo representan dos posi
ciones diversas en la lucha por el saber —en el campo de ba
talla de la «episteme»—.
13. Cf., por ejemplo, L a pensée sauvage, París 1962, 27-28. Otra cosa
es que metodológicamente se hipostatice y absolutice, para sus efectos
científicos, la pura lógica de los significantes y se haga de aquí la procla
mación ideológica generalizada de la «lógica del sinsentido». Es quehacer
de la «ciencia ideológica» (o filosofía: Ideologiekritik, Habermas) herme-
neutizar esta «ideología científica» interpretando su reducción metodológica,
y «científicamente» irremediable y valedera, en el horizonte exegético an
tropológico que se distiende entre el sensus communis —como protosituación
humana — y la comunidad de sentido postulada metalingüísticamente como
«ser» o sentido-lim ite con-sentido por el y para el hombre. La filosofía —in
terpretación de la interpretación— lleva a cabo la regulación y límites del
saber —pero en tanto, asimismo, la apertura de las posibilidades de éste. La
filosofía —docta ignorancia— define intermitentemente la estructura
ausente del saber; es por tanto una «consolación» y un «asilo de la igno
rancia» —pero un consuelo cien tífico y un asilo de la ignorancia de la
ciencia y saber humanos —.
14. Cf. L e cru et le cuit, Paris 1964, 347.
68
Lo que no admite duda, en cualquier caso, es que una her
menéutica filosófica deberá reconstruir el itinerario signo-
lógico de la comunicación humana. No solamente para enten
derse a sí misma y lograr una comunicación con las actuales
hermenéuticas en litigio, sino para obtener un modelo íntegro
de la comunicación signológica. Pero antes de ingresar en
cuenta propia, delimitemos el débito :
designación
(significado)
O mejor: L asignación (sentido: logos)
signación
(significante)
70
reducido» —una estructura simplificada de pares de oposición:
un código —que explique e implique el mensaje de la misma
filosofía. Ello equivale a explicar el funcionamiento mismo del
pensar filosófico: su sistema de inteligibilidad.
Propongamos la «reja estructural» para filtrar —y lograr
así una estructura inteligible— los pares de oposición que cons
tituyen el pensar filosófico. Estos pares pueden reducirse a los
siguientes: esencia-existencia, potencia-acto, idealidad-realidad,
forma-materia, sustancia-accidentes, etc.
¿Tienen algo en común estas diferencias? Todas estas dis
tinciones se refieren a la realidad presente y representable,
al ente. Es el ente —no el ser; ens, no esse 16 — quien se «compo
ne» de esencia y existencia, acto y potencia, idealidad y reali
dad, forma y materia, sustancia y accidentes. Todas estas dis
tinciones —que dicen más (sustancia) o menos (accidentes)
realidad— presuponen y se fundan en una distinción funda
mental: la de la realidad y la nada, la del ente y del no-ente.
La pregunta filosófica por excelencia es, efectivamente, en toda
la tradición: «¿por qué hay ente y no más bien (la) nada?».
La respuesta (mensaje) de la filosofía —la realidad es ente—
se basa en una pregunta previa por el ser de la realidad, por el
ser del ente como opuesto a (la) nada. Pero la dialéctica de la
realidad abocada a la nada es la dialéctica del ser de esa realidad.
Entre el número indefinido de mensajes de la filosofía que
anuncian el mensaje del ente —todo «es» ente— y el número de
finido de posibilidades de codificación (interpretación) filo
sófica que enuncia la dialéctica de la realidad —el ser es «todo»—
se revela el sentido de la filosofía como filosofía del sentido
trascendente del ser. Esta es la definición de la metafísica
en cuanto prima philosophia o filosofía llevada a sus últimas
consecuencias: encuentro de tin exceso de significación —de la rea
lidad como ser— con un número indefinido pero fin ito de significados
—de la realidad como ente—. Este «exceso» de significación que se
escapa a toda codificación finita —lo que la metafísica clásica de-
nomina« excessus ad esse»— es un excedente —un resto— que
habrá que atrapar, si no conceptualmente, al menos simbólica
mente. El ser de la realidad atrapado por la inmanencia de su
propio mensaje y ahuecado por el límite de la nada —por el no-
71
1
72
IV. 2. La teología, intermitente
de un saber intermitente (religión)
Con la religión hemos topado. Para no perdernos en los
arcanos de las religiones, elegiremos un fenómeno relevante
—él mismo suficientemente abierto y plural—: la religión cris
tiana, cuya teoría y praxis radica unitariamente, como en nin
guna obra humana, en la figura de Jesús de Nazaret. Somos
conscientes de que al realizar una operación hermenéutica con
la religión, correlativa a la realizada con la filosofía, hacemos
propiamente teología —así como antes hicimos filosofía con
y de la filosofía, e.d., metafilosofía —.
Seguiremos el mismo esquema interpretativo: a) qué dice
el cristianismo; b) cómo lo dice; c) sentido en que lo dice.
Es posible que nuestro modelo hermenéutico, a pesar de
su simplicidad —y quizá por ella misma—, tenga algo que de
cirnos y algo que contradecirnos sobre la realidad superbara-
jada del cristianismo. Veamos. Comencemos por conceder
que lo que el cristianismo dice —además de lo que no dice y
de lo que dicen que dice— es harto complejo: un laberinto de
palabras y cosas en el que cualquier fenomenología inmedia-
tista se perdería definitivamente. «El significado del evangelio»
es el título de diversos y divergentes relatos paraevangélicos. En
todo caso, ¿no es posible entre los diversos significados en que
se traduce el contenido ideológico cristiano —amor, liberación,
autocomprensión— privilegiar uno? Ello no parece imposible 18
—y el mensaje de la salvación, entendida inmediatamente como
salud del «almay>, condiciona, predetermina y trasciende todo
otro recado evangélico —. Pero qué sea a su vez la salvación en
rra movediza enclavada entre los dominios siempre cambiantes del saber
científico, por un lado, y de la creación artística, por otro, tampoco puede
vivir más que en libertad de lenguaje»: cf. F ilosofía, lenguaje, com unicación:
Convivium 34 (1971) 50; compárese, M etafísica y análisis d el lenguaje, en
Teoría y sociedad, Homenaje al profesor Aranguren, Barcelona 1979, 128.
18. Amor Ruibal distingue entre el Id ea l que el evangelio nos trae
y la teoría que formula este ideal, reconociendo que la interpretación cien
tífica cristiana fue influida, concretamente en la ascética y mística, por
teorías filosóficas: «Ya que ni el evangelio representaba un sistema de filo
sofía, ni aun como norma constituye un código de articulado sistemático
sino simplemente de principios y de bases, susceptible de las más varias
y ricas derivaciones» (L os problem as fundam entales de la filo so fía y del dogm a,
III, Santiago 1914-1936, cap. V). El problema yace sin embargo en la
«comunicación» de esas diversas derivaciones o interpretaciones, así como
en el hallazgo, para la validez de éstas, del código (criterio) que condiciona
la genial obra abierta que es el evangelio cristiano.
73
concreto sólo será reconocible al contraste del código evan
gélico, e.d. del cómo sea dicha esa salvación y en relación con
la gramática (lógica concreta) en que esa salvación está afir
mada.
El campo estructural en que esa noción soteriológica se
mueve —e.d. el sistema de oposiciones que la rinden inteligi
ble a partir de su comparación y contraste— incluye una gama
de significantes opositivos con los que dicho concepto de sal
vación tiene que ver. Las clásicas oposiciones evangélicas:
vida-muerte, gracia-pecado, luz-tinieblas, cielo-infierno, dere
cha-izquierda, arriba-abajo, amor-desamor, etc., pueden re
ducirse al «modelo reducido» fundamental que presuponen:
salvación - no-salvación (perdición: condenación y anihilación de
la salvación).
Todas las dicotomías anteriores se inscriben en la gran
dicotomía radical entre la salvación —único objeto y sujeto
de la encarnación del Logos— y la no-salvación. Comoquiera
empero que, según vio aquí con clarividencia Lutero, la no-
salvación es, evangélicamente, la nada misma —la aniquila
ción imposible del acto salvador de Dios en Jesús de Nazaret—,
sólo nos queda como recurso exegético para interpretar la vo
luntad (intención) de Dios en Cristo, la realidad —realización-
hecho— de la salvación. La perdición absoluta (definitiva) es
efectivamente vencida por una salvación definida dogmática
mente como definitiva («eterna»).
Realizada históricamente y de facto la salvación en Jesús
de Nazaret, esta salvación —y no la inexistente no-salvación
a que niega y vence— se realiza dialécticamente entre la vida y
la muerte, la graciay el pecado, el amory el desamor, etc., etc. Lo
cual dice ad hoc: el mensaje de salvación que el cristianismo trae
de una vez por todas de facto y universalmente, queda cons
treñido in re por un código que dialectiza paradójicamente la
salvación ya dada —en Cristo, pero no en los cristianos sin
más aditamentos (san Pablo: si no se completa lo que falta a la
pasión del resucitado) —. La salvación revelada es en cuanto
aceptada —resp. no-aceptada— una salvación circunstanciada y
reprimida —resp. oprimida—. Dicho en hermenéutica: el sen
tido de la salvación cristiana no es definido (dogmático) sino
a condición de ser simbólico. Es el anuncio de la re-velación de
la salvación lo que la religión —la religión cristiana—
enuncia.
Lo que esta salvación salva —el «alma»— depende en de
finitiva del modo —código— como lo salva —paradójico:
muerte—. Y viceversa: el modo paradójico de salvar que el
74
I
75
el diálogo humano, de acuerdo con el código cristiano, al
fracaso: acl absurdum. El cristianismo es Cristo, y el resucitado
sólo es visible para el sentido de la fe: precisamente para un
sentido ciego, para el sinsentido 19.
La fe es pues el ingrediente fundamental del saber cris
tiano, y sólo a partir de la iluminación de la fe cabe integrar
el sentido del saber cristiano. La teología —metalenguaje de la
religión— no puede ser sino un saber mediador y mediado,
un saber de la fe: fides quaerens intellectum; o en la hermosa
fórmula de Chenu: fides in statu scientiae. La teología —fe con
estatuto científico: saber de la fe— es un saber de un saber
intermitente —más que semáforo (demarcador) del no-saber (o
pensar mágico): Trías 20—. Pues si la filosofía no es sino cien
cia en estado de auto consciencia crítica —scientia in statu fidei:
o en nuestra formulación, interm itente del saber—, la teología
nos indica e ilumina en concreto el saber-límite del saber hu
mano —es pues auténtico saber de límites o puro saber fron
terizo entrevisto —. Es decir, interm itente de un saber intermiten
t e : intellectus quaerens fidem.
Conclusión. Como conclusión podemos constatar que la f e
—pero entendida como «querencia» recreadora de su objeto,
y no como mera «creencia»— es la que especifica al cristianismo
frente y en diálogo con los demás humanismos y antihumanis
mos. Por citar los más egregios en actualidad:
a) M arx propugna una «extraverificación» (social) de la
esencia del hombre cuya realización en el amor humano sea
últimamente una producción (asimismo social): el propio amor
sólo tiene sentido en cuanto productor de un amor recíproco
76
—«wenn dein Lieben ais Lieben nicht die Gegenliebe produ-
ziert, so ist deine Liebe ohnmáchtigt» 21.
b) F reud preconiza una ««interverificación» «felicitaría» o
lograda de la esencia del hombre cuya realización en el amor sea
últimamente interpersonal: el amor sólo tiene sentido en cuanto
inter-realizado —«lo malo es, originalmente, aquello por lo
cual uno es amenazado con la pérdida del amor» 22—.
c) N iet^sche instituye una intraverificación (individual-
voluntativa) de la esencia del hombre cuya realización sea
últimamente una auto-realización o, en terminología orte-
guiana, una autosuperación magnánima de la pusilanimidad
—«weil das Leben eben Liebe zur Macht ist»— 23.
Pues bien, en Jesú s de N a^aret —el Cristo— se lleva a cabo
una con-versión de ios valores en la «autoverificación» de la
esencia del hombre cuya realización en el amor sea últimamente
una creación —fe como querencia: agape—: el amor tiene siem pre
sentido p o r s í mismo —sin más adimentos—, en su propio «sin-
sentido» —pura querencia—, más allá de su reconocimiento
productivo (o reproductivo), de su realización humana o de
su potencia. Este amor cristiano (agape) —sinsentido para el
sinsentido, e.d., para el carente de sentido (fe)— resulta puro
sentido creador (querencia) para quien pueda autoverificarlo.
Porque este amor —como la belleza— solo parece tener senti
do para el que lo r e - c r e a para el que ama la belleza, para el
que quiere recrearse en ella.
Y. A p l ic a c ió n : a r t e y c ie n c ia
77
Strauss), el problema de la «relación estética» entre materia y
forma, significado y significante, sigue siendo el capital. Dicho
en nuestra terminología: ¿qué asignan la designación —men
saje— y la signación —código— artísticas? ¿cuál es el sentido
—asignación— de la obra de arte?
Y a que también el arte lleva a cabo una codificación de men
sajes en nombre de una racionalidad —relacionalidad— que
le es propia. ¿Cuál es sin embargo esta relacionalidad y racio
nalidad propia del arte? Porque si, desde luego, lo que el arte
dice es —dicho de un modo inmediato— «belleza», esta «be
lleza», expresada de mil formas, ha de ser circunscrita y legible
por un código correspondiente que la haga inteligible. El
cómo, e.d. las leyes estructurales de la obra de arte, son por
tanto fundamentales para la comprensión del mensaje de ésta.
Dicho de otro modo: cómo se autoconstituye la belleza pro
pia de la obra de arte nos responde de qué sea, inmediatamente,
la belleza como modo de ser fundamental de la obra de arte.
Los significados de las obras de arte podrán ser muchos
pero el significado (contenido) de la obra artística dice siem
pre: belleza —sea el pulchrum asimilado posteriormente como
goce o genialidad, inmanencia o trascendencia, sublimación
o creación. Para el cómo de este resultado estético poseemos
también un vocablo que compagina las técnicas artísticas más
dispares: «,arte» (ars). El artista logra su objetivo —el pul
chrum— con (su) arte —sea «su» arte depurado, técnico y tác
tico o bien ingenioso y con tacto —. En todo caso una cosa es
cierta: la belleza —el pulchrum de la obra de arte— se realiza
por medio de un «artificio» —pues el ars latino (que es aquí
«poiesis» o re-creación, y no mera «tejne» o técnica) dice efec
tivamente en español arte y artificio: «maña» que revela el
«duende» que merodea la obra de arte. Pero, ¿no es el «arti
ficio» lo más alejado de lo artístico del arte: de la (re) creación
de lo bello?
Sea lo que fuere, la obra de arte es, retraducida al es
pañol, un «hecho-de-arte» (arti-ficio: méta téjnes o «bien he
cho») Sin la virtud y concreación artísticas, sin la factura y
fractura —simulacrum\ «artificio»— que el artífice introduce en
la realidad, sin el arte del artista, no hay lo que se llamará
creación (composición) artística (obra de arte). La dialéctica
de obra y arte, de materia y forma, de belleza (mensaje) y arti
ficio (código: arte) —en una palabra: de naturaleza y cultura—
es constitutiva de toda obra de arte. El sentido de éste —y así
su comprensión hermenéutica— sólo se logra en la dirección
de una definida confluencia —siempre definida y aplazada para
78
el mero pensar racional— de intuición (natural) y proyección
(cultural). La obra de arte instituye (culturalmente), siempre ya,
una recomposición —configuración: artificio— del pulchrum
natural o belleza originaria de la Naturaleza —y, en tanto, de
la naturaleza de la belleza en cada caso o arte, en cada obra,
inesperadamente—. El modelo es siempre el mismo: una forma
(orden) reforma y conforma una materia (caos) —o, in extre-
mis, lo reafirma como tal (desorden organizado: un bello des
orden 24—.
Lo que asigna e impone el mensaje de la obra de arte a su
propio código es: belleza', lo que correlativamente el código
artístico propone dice: arte (artificio). La síntesis de estos dos
momentos (belleza y «arte») en el horizonte hermenéutico de
la inspiración artística nos dan la clave (el sentido) de la obra de
arte: ésta es dialécticamente impresión y artificio (expresión).
Hay, subjetivamente, un instante y, objetivamente, un punto
(espacial: estructural) en que la impresión natural y su artifi
cio se co-fundan sin confundirse. El resultado —la verdad—
de esta iluminación mutua de procesos diversos y que clari
fica a su vez el sentido de la obra artística como su transig-
nificación e.d. como su pura presencia transitiva y medial en
relación al mundo del hombre que descubre y recubre se de
nomina: «inspiración». L a obra-de-arte —obra inspirada— nos
inspira. Frente al inspiracionismo debiera recordarse, sin em
bargo, que la inspiración no es solamente ensimismamiento
sino desvelamiento —no es solamente éxtasis sino alteración
y extrañamiento—. Dos figuras retóricas de la misma verdad ar
tística: la Inspiración —artificio de la belleza— como «lógos cata
fantasías»: como verdad (armonía: revelación de adecuación)
intermitente. La Inspiración como despertamiento de im orden nuevo
presente-ausente —e.d. presentido— en el que hombre y mundo trans-
lucen. A rte es encantamiento de la realidad: revelación del encanto
y desencanto del mundo del hombre.
79
V. 2. De la ciencia
Con una breve referencia a la ciencia cerraremos poco a
poco nuestra aplicación. Las preguntas son ya de ritual: ¿qué
dice la ciencia, cómo lo dice, por qué lo dice? Como se ve,
nuestro formulario incluye una semántica de la ciencia (su
significado), una sintáctica (sintaxis de sus significantes) y una
pragmática (sentido de su interpretación de la realidad). E.d.
una semiótica.
Qué busque la ciencia ha sido respondido por la filosofía
de la ciencia y también por los propios buscadores científicos:
la ciencia busca la «verdad», o, si se prefiere, un saber (scientia)
verdadero. La diferencia entre saber verdadero (scientia) y
verdadero saber (sapientia: filosofía) define la diferencia entre
los serios buscadores del saber seguro y los esforzados amantes
y saboreadores del «saber»-saber (filo-sofía).
La diferencia, sin embargo, entre filosofía y ciencia —so
bre la común base del saber —puede lograrse asimismo al con
trastar los mensajes de ambas actividades con sus propios
códigos. Mientras que en la filosofía el pretendido conoci
miento de la realidad en su sentido (ser) quedaba comprome
tido por el sinsentido que el ente plural opone y propone al
puro logos, en la ciencia la verdad que se busca es una verdad
controlada y el saber que aún se ignora ha ele ser programado
y conocido experimento tras experimento. El sinsentido no es
en la ciencia —al contrario que en la filosofía— con-sentido,
sino que es declarado insensato —como «no-sentido» (cf. neo-
positivismo y empirismo lógico)—. Consecuentemente la sim
bólica de la verdad queda reemplazada por la teoría de la ver
dad —resp. teoría verdadera— y el «sabor» del saber (contem
plado) queda reducido —templado— al saber empírico que la
observación de laboratorio —y su formalización por las téc
nicas deductivas correspondientes— permite. Dicho sin tanto
rodeo: la verdad y el saber que la ciencia nos trae es una ver
dad y un saber verificables o, al menos, técnicamente falsables
(Popper). La metodología —signación y signatura— que la cien
cia aplica no deja lugar a dudas: la verdad, sometida al control
de las hipótesis a verificar (o falsar) experimentalmente, es,
más que verdad antropológica, verificación técnico-instrumental
(Habermas).
El sentido de la ciencia —su por-qué pragmático— no es
a la vez cuestión de la ciencia —cuestión «científica»— sino
cuestión de quien se interese, más allá de las técnicas, por el
sabor oculto —sabiduría— de tal actividad cultural. Pues bien:
80
F
VI. Co m u n ic a c ió n e in t e r p r e t a c ió n
8Í
6
giendo en consciente lo que la filosofía hace inconscientemente:
hermenéutica— metafilosofía. La meta de esta metafilosofía
era lograr un lenguaje unificado que nos posibilitara un enten
dimiento de las actividades culturales fundamentales que el
hombre ejercita: metafísica, religión, arte y ciencia. Somos
conscientes de las limitaciones de nuestra informal comunica
ción. Lograr, sin embargo, un cierto entendimiento crítico de
nuestra propia actividad cultural era nuestra intención.
Con nuestro trabajo hemos elaborado paso a paso un mo
delo hermenéutico del lenguaje. Según él, el lenguaje, en cuanto
signo —sistema de signos—, posee funciones y objetivos si
guientes :
a) designar (significar significados) |
b) signar (consignar significantes) -> c) asignar (resignar significa
dos con significantes en un
determinado sentido: ho
rizonte).
82
mente la esencia del lenguaje —su sentido y consentido, su
«traducción» y «lectura» (légein—s-lógos)—. Pero también —de
acuerdo a su propia tradición «traduttore=traditore»— su
traición. Pues, en efecto, a lo que constituye la traducción misma
—la lectura o protointerpretación: el logos del lenguaje— no
se le puede a su vez asignar, en circularidad dialéctica in-de-
finida, una «traducción conveniente» por carecer de otro de
signio que su puro ser-signo-de —de lo que el lenguaje asigna
y consiente y revela—.
Así y todo, lo que el lenguaje nos consiente —el logos de
la comunicación y justa lectura: entendimiento y consensus 27—
nos asigna correspondientemente una tarea: con-vertido en
diá-logos, comunicarlo, hacerle justicia, interpretarlo. Ens et
verbum convertuntur —esse et logos co-vertuntur—.
84
Para no alargar recuentos trayendo aquí, en este lugar en-
carnatorio de teoría y praxis, al cristianismo —que sostiene
a un tiempo la luterana gratuidad salvadora de la gracia (fe) y
la tridentina eficacia de las obras—, vamos a intentar, por mo
tivos fundamentales, retraducir el problema de la dialéctica
teoría-praxis al juego lingüístico —hoy secularizado, o desde
otra perspectiva, resacralizado: encarnado (!)—, de la teolo
gía medieval sobre el servicio de la filosofía a la teología. En
aquellos tiempos la filosofía era considerada por la teología
(ortodoxia y ortopraxis) como mera gnosis y teoría (lumen
naturale) y, en tanto, como ancilla, mientras que en éstos, al
menos desde Marx, la teoría tiende a ser asimismo conside
rada como ancilla de la praxis: de una praxis lúcida. Pues bien,
permítaseme traer a nuestro Raimundo Lulio —con todo de
recho : mitad teólogo, mitad filósofo, mitad activista y, siempre,
«dialéctico»— a diálogo sobre el particular. Reconociendo
como cristiano la supereminencia de la teología pero recono
ciendo al mismo tiempo los fueros de la especulación meta
física, reinterpreta el status quaestionis medieval desde una
hermenéutica dialéctica y radical: la filosofía, lejos de ser burda
«criada», es vera et legalis ancilla theologiae; y la teología, lejos de
ser déspota y dogmática, es m ater atque speculum de la especu
lación filosófica. Dicho esto en nuestra terminología: la filosofía
anuncia y especula —crítica y dialécticamente, con auténtico ser
vicio— el lugar verdadero del saber —de un saber por lo de
más que en la metafísica clásica se nos da enigmáticamente
como en un espejo—. La teología es así, la materia (mater) ex
qua de la filosofía, su origen natural («seno») y su paradigmá
tico mirador (norma negativa), pero a su vez lugar de re
fracción —punto de mira—de la filosofía 29.
Esta solución luliana al problema de la relación entre fi
losofía y teología no nos interesa en sí sino que puede servirnos
para iluminar (interpretar) un tanto las relaciones generales de
teoría y praxis. Porque si es cierto que la teoría refleja la praxis
(«madre y señora») no se trata, sin embargo, de un mero reflejo
sino de una reflexión (crítica) en y por el lenguaje: vera et legalis
ancilla de la praxis: con-dicción verdadera y ju sta de una prax is ajusta
da a la verdad. Y si es cierto que la praxis verifica la teoría, esta ve
rificación no se confunde con la verdad sino que la co-funda y re
29. Para R. Lull, cf. Quaed. p rin cip ia p h il. contra A verroistas; ver
Amor Ruibal, o. c., IV, núm. 412, n. 1 y 414, n. 1: «Theologia domina est
philosophiae, mater atque speculum in quo intellectus humanus summam
virtutem (...) cognoscit».
85
fleja: la praxis —mater atque speculum theoriae— es el lugar en
que la teoría se confronta, pero no se agota. Dicho de una vez:
la praxis es el lugar donde la teoría se re-conoce, pero no el
lugar donde la teoría se conoce directa e inmediatamente a
sí misma. JLa p ra x is es a sí la materia ex qua de la teoría, su origen
natural («seno») y su paradigm ático mirador (norma negativa) ,
p ero a su ve^ lugar de refracción —punto de inflexión— de la teoría.
Sería la teoría en-confrontación-con la p ra x is («in quo»: Lull) la
que, en todo caso, hace viable al hombre («intellectus humanus»)
la interpretación de sus posibilidades, así como de las posibili
dades mismas de la realidad —y últimamente de la realidad
misma en su sentido radical («summam virtutem», id.) 30—.
30. Esto podría formularse así: la teoría es necesaria para ver las
«posibilidades» de las realidades, y la p ra x is es necesaria para «poder»
teorizar incluso. Si la praxis es nuestra realización con más posibilidades,
la teoría es la posibilidad más práctica (real) que poseemos.
Para una reformulación de la dialéctica teoría-praxis en una teoría
de la inter-comunicación de mensaje (teoría) y código (praxis), cf. L.
Althusser, P our M a rx y JLire le C apital (1965). Sobre teoría y praxis en He-
gel, ver P. Cerezo, E n torno a H egel, Dep. Pub. Univ. Granada.
86
hombre en el mundo que se expresa en la dialéctica que media
entre un primitivo consensus (assensus: asignación) previo a
toda cuestión —y que hemos denominado sensus communis: «len
guaje natural»— y un consensus postrero a toda opinión (doxa)
—y que hemos denominado consensus comunitario (intersubjetivo:
social) —. Es como decir que el sentido (sensus) —su pregunta y
respuesta— procede d el con-sensus, lo absoluto de lo relativo, el pensa
miento ( crítico) del ( y p o r el) lenguaje. Pues bien: es en el con
sensus crítico donde toda teoría y toda praxis encuentran su
sentido y comunicación (sic Habermas).
La filosofía que comienza por ser intermitente del saber —cu
ya verdad anuncia— acaba siendo, por ineludible consecuencia,
crisis del saber «físico» (meta-física) —Krisis der Wissens-
chaften: Husserl— al que reinterpreta dialectizándolo entre el
protom ensaje d el lenguaje natural —sensus communis naturae,
como los medievales decían— y el metacódigo o con-sensus radical
sobre el sentido último del ser en cuanto anticipación crítico-
pro yecti va de la totalidad31. La actividad (praxis) filosó
fica es aquella faena que revela, en la cámara oscura del pensar
radical, el negativo de la realidad y su reinterpretación en
un lenguaje-límite com-unitario. En este lenguaje-límite del saber
humano y de su crisis hermenéutica aparece un saber-límite
cuasi tautológico en el que la información (intensional) má
xima coincide con la máxima redundancia (extensional): lo
que en la filosofía tradicional lleva el título de metafísica. Más
allá de este límite, y en relación hermenéutica con él, la teolo
gía limita ya con el no -saber (o fe). Esta se preocupa
por las ultimidades (destino) del hombre; aquélla se ocupa
por las primordialidades (razón) del mundo del hombre 32.
En cualquier caso, cualquier respuesta de sentido surge, de
acuerdo con lo dicho, de un sensus comunitario a l que hay que re
87
ferirse —p a ra entendernos— y al que hay que emancipar ( criticar)
p a ra poder seguir entendiéndonos. Sensus communis en el que siem
pre ya nos encontramos intercomunicados y cuyas condiciones
de comunicación —de palabras y cosas— es preciso interpre
tar —y ello dice: traducir y transformar—.
En este sentido, afirmar que el sentido de la realidad toda
—en cuanto símbolo o «sentido»— es el sentido (ut sic), sig
nifica firmar una cuasi tautología —tautología afirmada in
extremis por la filosofía y la teología—. Esta tautología posee
en todo caso su sentido heurístico que cumple un cometido
hermenéutico relativizador y emancipador —crítico— a la vez.
Las hipóstasis lingüísticas de «ser» —o, teológicamente,
«Dios»— son interpretaciones en cuyo sentido el hombre, pro
yectándose, se autoafirma. Pero no debiera olvidarse que, a su
vez, son interpretaciones en cuyo «.sinsentido» el hombre, criti
cándose, se depura y supera.
R e in t e r p r e t a c i ó n f in a l
{ I 7\
Significado (código): cultura (Vermittlung).
Preeminencia del significado sobre el significante.
^ Significado (mensaje): cultura de la naturaleza
III. Co-relativista \ i
( Significante (código): la naturaleza de la cultura
Preeminencia de la sign if icación («sentido») sobre
significado y significante.
88
B) A ntropología
I. Estructuralista: Homo=animal significans; natura symbolizans.
II. Culturalista: Homo = animal speculativum; naturaleza simbolizada.
III. Co-relativista: Homo= animal hermeneuticum; protosymbolum na-
turale.
C) L enguaje
I. Estructuralista: lenguaje=naturaleza; constituido.
II. Culturalista: Lengua je= cultura; constituyente.
III. Co-relativista: Lenguaje=logos de naturaleza y cultura. Constitución.
D) F ilosofía
I. Estructuralista: decimos cosas diferentes (culturas) pero de un mismo
modo estructural (Mente idéntica). Lengua única.
II. Culturalista: decimos lo mismo (cultura) con diversas palabras:
FLabla única.
III. Co-relativista: La Filosofía intenta relativizar todo mensaje y código
a base de su propio metamensaje y metacódigo (cf. Heidegger: el
«ser» como sentido de lo mismo y su diferenciación es a la vez «de
signio» ( m etam ensaje) y estructura «lógica» (Er-eignis»): m etacódigo.
L ogos ( intención) : lenguaje unitario.
EXCURSO
Aplicación
del modelo hermenéutico
a la antropología filosófica
90
r
92
nalis) que ahora se trasvasa a la realidad omnímoda que es, por tanto,
«lógica». Pero ya en la filosofía clásica griega el logos-razón objetiva domi
na y destaca sobre el logos-lenguaje, pues no en vano la mentalidad clásica
griega es una m entalidad sem ántica, e.d. dirigida a la aprehensión esencial
de la realidad. Y aquí yace precisamente, según creemos, su esencial di
ferencia con la originalidad cristiana.
La mentalidad original cristiana es efectivamente, frente a la griega,
una m entalidad pragm ática, para seguir usando analógicamente el entendi
miento de los diversos lenguajes que nos brinda la semiótica actual. El
hombre en el cristianismo es «persona» y persona dice «relación» —si
guiendo con nuestra analogía: verbum ( p a r o le )—. Pues como dice Tomás,
verbum p rop rie dicitur personaliter tantum. Pero de nuevo aquí mismo, en
la consideración interpersonal del hombre, es donde la modernidad,
continuando la tradición cristiana, la aboca a un cambio en nuestra auto-
comprensión.
Nacido en Descartes y llevado a sus límites en el idealismo alemán
(Kant, Fichte, Schelling y Hegel), el pensamiento m oderno hace del hom
bre un sueño dorado: un «sujeto». La subjetividad es la nueva esencia
del hombre —en esto está de acuerdo toda la modernidad, incluido el
empirismo inglés (psicologismo: Hume) —. El hombre es ahora no é l
mismo (cristianismo) sino el m ism o: lo que es él mismo, su jo (Fichte). El
sujeto trascendental desbancando a la persona trascendente hace su en
trada para cerrar la puerta tras de sí: un monólogo solipsista se instala en
todas partes y la comprensión se realiza sin intermediarios —sean éstos
palabras o cosas— de sujeto a sujeto en el vértice de un sujeto (trascen
dental) deducido (1). La modernidad puede considerarse entretanto como
la consecuencia —subjetivista— de la mentalidad cristiana personalista y,
al mismo tiempo, como su «superación» (Hegel). Pero esta superación
fantasmagórica no podía durar mucho tiempo: la contem poraneidad, en
efecto, ha derribado al ídolo de barro mostrando la tierra de que fue hecho.
M arx , N iet^sche y F reud son los nuevos profetas; el hombre que preconi
zan es el hombre de nuestra contemporaneidad. Este hombre «reducible»
a sus relaciones sociales (Marx), rebasado por una vida que lo trasciende
(Nietzsche) y sujeto a su inconsciente (Freud) es el hom bre des-centrado.
Este hombre des-centrado y superado es el hombre del último existencia-
lismo (Heidegger), es el hombre del estructuralismo (nietzscheano: Fou-
cault, Derrida, Deleuze) y es a su modo anárquico el hombre del neomar-
xismo freudiano (Marcuse). En una palabra, el hombre del vigente anti-
humanismo —un antihumanismo, a buen seguro, «humanista».
El «descentramiento» del hombre contemporáneo no tiene que ver,
en primer término, con un desquiciamiento psicológico, sentimental o
patético, sino estructural. El análisis del descentramiento se lleva hoy
no ya a un nivel existencial sino «sintáctico» —pues si la mentalidad griega
es «semántica» y la cristiana «pragmática», la contemporánea —nacida de
la modernidad— es una mentalidad «sintáctica» o estructural 3. El lenguaje
no presenta al respecto un tono enfático sino programático: es un len
guaje estructurado, e.d. explicativo y hermenéutico. Descentramiento
dice condicionamiento, y el hombre condicionado es un hom bre deshumani-
%ado. El hombre poshumanista —e incluso antihumanista, lo cual no
93
quiere decir inhumanista— es un hombre «ex-céntrico» (Plessner), descen
trado de sí por la sociedad que lo funda (Marx), la vida que lo lleva (Nietzs-
che) y el inconsciente que lo es (Freud), por la estructura mental que nos
define (estructuralismo) y, últimamente, por el lenguaje que nos expresa
(Heidegger).
El hombre —animal hermeneuticum— sólo a base de una hermeneu-
tización de la realidad —lo otro de él— puede autocomprenderse a sí
mismo; o dicho en hermenéutica: sólo a base del lenguaje que lo funda e
infunde identidad, continuidad y entendimiento comunitario (A. Lorenzer)
puede autoexpresarse y autohallarse a sí mismo. Desde esta perspectiva her
menéutica universal —que reinterpreta unitariamente las actuales y disper
sas filosofías—, el lenguaje, «condición» del hombre y su humanización, apa
rece como su con-dicción: como el centro siem pre en rotación de su identificación.
Pero antes de continuar por esta brecha entreabierta y repasar brevemente
las teorías antropológicas fundamentales hoy, resumamos en un conspectus
nuestra meditación reducible al siguiente cuadro estructural:
94
r
hombre 4. Con ello quedan anunciados sus aciertos y límites. Límites que
la teoría fenomenológica intenta trascender.
Trascender precisamente: pues aquí yace, según la teoría fenom enoló
gica —en el movimiento del transcendieren (Jaspers) —, la nueva y vieja
esencia del hombre. Fundada propiamente por Max Scheler, esta teoría,
corregida y aumentada, ha engrosado como pieza fundamental los bahiar-
tes antiguos y nuevos de las filosofías trascendentalistas —entre las que cabe
contar la filosofía de la existencia de Jaspers y la filosofía existencial hei-
deggeriana ( ser y tiem po) —. En esta teoría se intenta rescatar, a base de una
comprensión de la esencia del fenómeno humano en sus variaciones, una
definición («sintáctica») de los caracteres puros universales (trascendentales)
del hombre —caracteres trascendentales que acaban probando, por una
especie de círculo de reflexión, la relación trascendental del hombre al
ser o sentido último, siquiera proyectado o postulado, de la realidad om
nímoda 5.
Si la teoría psicológica define al hombre a un nivel pragmático y si la
teoría fenomenológica define al hombre a un nivel sintáctico 6, la teoría
sistem ática define al hombre a un nivel «semántico». En efecto, es la refe
rencia del hombre a su p rop ia realidad, e.d. a la cultura social lo que especifi
ca aquí al hombre. Este, definido por su relación con la realidad a la que
transforma en culturas, es el «homo hominatus». Pero en cuanto todos
los sistemas culturales forman el sistema cultural, el hombre es el «homo
hominans»: creador y (re)creado por su cultura (Landmann; junto a él:
Plessner, Rothacker, Gehlen y Portmann). El hombre queda así sistemá
ticamente definido por su específico quehacer cultural: solo es en cuanto
se realiza, y sólo es hombre en cuanto humaniza el mundo.
Con ello parecería cerrada nuestra enumeración. Pero si nuestra pro
pia enumeración concede un cierto «entendimiento» de la imagen del
hombre en la actualidad, entonces es que resta aún definir una teoría sub
terránea: la propia teoría que nos ha servido de hilo conductor —o fal
silla— en la comprehensión, estructuración y reconstrucción de las res
tantes —teoría que por su origen (explanativo) y sentido reinterpretador
pudiera llamarse teoría herm enéutica—. Explicitando la estructura esceno
gráfica —e.d. explicativa— de tal cuadrícula implícita, constatamos que
su sentido es netamente reconstructivo. La teoría hermenéutica que aquí
hemos presupuesto, y que en la sección siguiente aclararemos, es evi
dentemente un «juego de lenguajes»: una conjugación sim bólica de las di
95
versas antropologías a las que confiere sedimentación lingüística. La teo
ría hermenéutica así entendida se nos muestra, pues, como una meta-
teoría —metahermenéutica — que integra en un lenguaje coherente,
compuesto de los dispersos logoi humanos sobre el hombre, la autocom-
prensión del hombre. Este nos aparece, desde esta nuestra perspectiva
ganada en diá-logo, como un anim al apalabrado: apalabrado consigo
mismo, e.d. intérprete de lo que su propio comportamiento psicológico
comporta (hombre como «autointérprete»: nivel pragm ático) , apalabrado a
su realidad socio-cultural que lo realiza (hombre como «interpretado»: ni
vel sem ántico) y apalabrado finalmente al ordo que integra y dice en su pura
significación (en cuanto pura significatividad sin táctica: hombre como
«interpretación» ontológica). La teoría hermenéutica queda representada
no por un lenguaje espectacular y nuevo, sino por el lenguaje compuesto
de estas varias palabras (teorías), e.d. por la semiótica que interpreta el
nivel pragmático (hombre como autointérprete), el nivel semántico
(hombre como objetivado o interpretado en la cultura real) y el nivel sin
táctico (hombre como interpretación del propio esquema trascendental que
lo define).
No en vano el hombre que se busca a sí mismo se nos aparece como
el anim al herm eneuticum ; y no en vano la ciencia que se busca a sí misma
—pero en el «otro», e.d. como ciencia descentrada— es hoy la hermenéutica
filosófica. Es la herencia errante —o límite: meta-física—, y que hemos
visto emerger del anonimato de su implicitud como ancilla emancipada del
entendimiento filosófico, la que hay que presentar ahora a la luz y a la rea
lidad. La pregunta reza: ¿es la hermenéutica —sea como horizonte (I), como
estructura m odélica subyacente (II) o como teoría fundamental (III) antro
pológica— un mero auxiliar de la investigación antropológica, e incluso
de toda posible y humana explicación —en cuanto m etalenguaje ex p licati
v o —, o posee además un espesor propio, una intuición original explici-
table? Sólo en la confrontación de hermenéutica y realidad —realidad
humana— puede responderse, siquiera sintomáticamente, a la pregunta
en cuestión. Pero antes constatemos nuestros resultados en el siguiente
cuadro explicativo:
4. Antropología hermenéutica
Las implicaciones —o iluminaciones— a que hemos llegado podrían
resumirse así:
1.° El lenguaje, en cuanto estructura de toda dicción del hombre
sobre el hombre —antropo-/£>g¿2 —, se nos manifiesta como instancia úl-
96
r
97
7
— el hombre— en un lenguaje a su vez óntico de meras esencias, sustan
cias o cosas y, finalmente, de ser (e.d. de realidad). El lenguaje, nacido
del incesto del hombre con el mito (Cassirer), se rebela tan pronto como
aparece contra su sujeto —el hombre— y se convierte en logos: desde
este momento la realidad —y su idealidad: el ser— es el auténtico sujeto
del lenguaje, y el sujeto humano mero horizonte presupuesto o, en los
ocasos de su aparición explícita, sujeto gramatical (y en tanto, nuevo
objeto presupuesto) o bien pro-nombre personal de una predicación
objetiva (deshumanizada) en que se se lleva a cabo una atribución de algo
a base de la con-dicción de la cópula —auténtico sujeto «lógico» (logos-
legein: reunir, releer, inter-pretar) 7—.
El filósofo ruso S. Bulgákow incluye en su libro D ie Tragódie d er
P hilosophie (1927) una definición del hombre que barrunta la que aquí
hemos consignado. Con una intuición certera pero en un lenguaje hege-
liano, define la «autoactuación» humana como «una proposición viviente»
( D er M ensch, ein lebendiger Sat%). Según él, y variando la terminología
pero no el sentido respecto a lo dicho, se descubre en toda proposición
la siguiente estructura:
Sujeto gram atica l Predicado
( objeto de la frase) (determinación)
H ipóstasis: personalidad Cópula L ogos como sentido
Lo en-sí (ser sustancial) (eidos)
Existencia: physis Lo para-sí
Relación
Lo en-si-para-sí
98
En el límite del lenguaje, lo hemos dicho, aparece y reaparece el hombre
como des-centrado por el propio lenguaje que lo funda, e.d., que lo de
fine y confirma, e.d., que lo interpreta. La comprensión o centramiento de
este descentramiento estructural que el hombre, en el límite del lenguaje,
sufre, sólo cabe atisbarlo en un lenguaje-lím ite en que las palabras se nos
quiebran en las manos: pues si en el lenguaje del hombre sobre el hombre
—antropo-logia— aparece la conciencia humana y en el límite del lenguaje
humano como tal el inconsciente humano, sólo un lenguaje-límite —o
hermenéutico y reinterpretador del hombre en su mundo— puede hacer
nos consciente el inconsciente fundamental humano, ese deseo ra dical del
otro (Lacan): e.d., la comprensión y expresión —la interpretación— de
ese logos excedente que soñó ser suyo un día en el mythos y al que hoy
todavía persigue despierto y bajo la luz de la lógica y la racionalidad sin
poder lograr ni su reclusión ni su manipulación ni siquiera su exégesis
de-finitiva. En el logos del lenguaje se revela al hombre su propio logos:
un sentido que escapa a su propio sentido pero al que no tiene más remedio
que apalabrar sea como sin-sentido, como di-sentido o bien como con
sentido. No hay escape a nuestra propia autointerpretación de la realidad
omnímoda ni acallamiento del sentido (logos) 9.
La pregunta de sentido —S innfrage— anida pues la estructura misma
del lenguaje humano. En éste aparece un logos que supera todas nuestras
su-posiciones y que es «cifra» (Jaspers) de la trascendencia. Llamar a
esta cifra de la trascendencia «ser», «sentido último» o, últimamente,
«Dios», constituye ya una respuesta metafísica —hoy se dice mitológica
y retórica. La experiencia de la trascendencia y la retórica al caso ocupa
sin embargo un puesto importante en la existencia humana y, por tanto,
también en una hermenéutica de la existencia humana. Si no para acep
tarla, al menos y en el peor de los casos para interpretarla.
99
APÉNDICE
Articulación de la antropología
filosófica actual y lectura bibliográfica
Der Mensch lebt nicht in der «Unmittelbarkeit» wie das Tier, sondern
in der «Vermittlung» (H. Plessner).
Was sich hier ais Grundstruktur des menschlichen Verhaltens zeigt, ist
im Grunde schon dasjenige, was wir Freiheit nennen —E. Coreth. Was ist
philosophische A n tropologie: ZkathTh 91 (1969) 270-271 —.
El hombre vive no en la «inmediatez» como el animal, sino en la «me
diación» (H. Plessner). Lo que asi se muestra como estructura funda
mental del comportamiento humano es ya en el fondo lo que denomina
mos libertad.
100
y, al mismo tiempo, abrirlo a horizontes y perspectivas coimpli
cadas en el propio discurso antropológico tal como hoy dis
curre.
La antropología filosófica —disciplina filosófica central
dedicada a obtener una teoría coherente del hombre y sus
atributos— fue fundada propiamente por Max Scheler hace
50 años y realizada posteriormente por sus continuadores:
H. Plessner, A. Portmann, A. Gehlen, E. Rothacker y el pro
pio M. Landmann, entre otros —y es curioso anotar que la «pri
mera» antropología filosófica propiamente tal obtiene su síntesis
o imagen filosófica coherente del hombre a partir de la biolo
gía y, parcialmente, de la etología (K. Lorenz) 2. Pero junto a
esta importante y primigenia escuela de antropobiología apa
recen hoy asimismo las diversas antropologías filosóficas que
a su vez se distinguen de acuerdo a su planteamiento especí
fico sea culturalista (como Rothacker o, parcialmente, Ca-
ssirer), sea psicológico (como la escuela personalista: Ph.
Lersch, por ejemplo), sociológico (como Marcuse), etnoló
gico (Lévi-Strauss) o teológico (Pannenberg), sin contar las
diversas filiaciones como la existencialista, la estructuralista
o la marxista 3.
En este amplio panorama una antropología como la de
Coreth de corte «neoclásico» se confronta, por una parte,
con el problema de la pluralidad de planteamientos científicos
y, por otra parte, con el de la ineludible unidad de la perspectiva
típicamente filosófica. Más en concreto, la antropología filo
sófica corethiana intenta una reinterpretación desde la moder
nidad de la antropología metafísica clásica o, mejor dicho,
de la temática clásica de homine que surge en Platón y Aristó
teles y que se continúa a través de la filosofía cristiana occi
dental hasta nuestros días. Coreth, que forma parte integrante
del grupo de neoescolástica crítica formado entre otros por Max
Müller, J. B. Lotz, Siewert y su colega innsbruckés Karl
Rahner, nos ofrece una antropología doblemente filosófica,
e.d. una antropología específicamente filosófica tanto por su
proveniencia como por su nivel reflexivo. Teniendo en cuenta
su metodología e impostación general del problema podemos
calificar a una tal antropología filosófica como antropología
trascendental; pues no en vano el planteamiento trascendental
del grupo a que Coreth pertenece procede del kantismo, de
2. La antropología trascendental
La antropología de Coreth constituye, según lo dicho,
una antropología metafísica trascendental; es, si se prefiere,