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Simón Bolivar
Presidente de Colombia: 1819 - 1830 / 1827 - 1830
Fecha de nacimiento: 4 de julio de 1783 (Caracas- Capitanía General de
Venezuela)
Fecha de Fallecimiento: 17 de diciembre de 1830 (47 años - Santa Marta
– Colombia)
Libertador: Colombia, Venezuela, Perú, Panamá y Ecuador
Findador: Bolivia
Logros:
» 21.º Presidente Titular de la República de Colombia - 21 de febrero de
1827 - 13 de junio de 1830
» Libertador de Bolivia - 12 de agosto de 1825 - 29 de diciembre de 1825
» Dictador del Perú - 17 de febrero de 1824 - 28 de enero de 1827
» Dictador de Guayaquil - 17 de febrero de 1824 - 28 de enero de 1827
» Dictador de Guayaquil - 11 de julio de 1822 - 31 de julio de 1822
» 1.er Presidente de la Gran Colombia - 17 de diciembre de 1819 - 4 de
mayo de 1830
» 19.º Presidente Titular de la República de Colombia - 21 de noviembre de
1819 - 7 de diciembre de 1819
» 4.º Presidente de Venezuela - Octubre de 1817 - 17 de diciembre de 1819
» 7 de Agosto de 1813 - 5 de Diciembre de 1814
» Brigadier de la Unión
» General en Jefe de los Ejércitos del Norte
Es verdad que Bolívar regresó a Venezuela para administrar sus fincas, pero
también es cierto que en las reuniones que se llevaban a cabo en su quinta de
recreo, a orillas del río Guaire, más que tertulias literarias se tramaban
conspiraciones. Por eso al estallar la chispa insurreccional en Caracas, el 19 de
abril de 1810, cuando el pueblo desconoció al gobierno colonial de Vicente
Emparán, Bolívar, en compañía de Andrés Bello y Luis López Méndez, fue
nombrado por la junta revolucionaria comisionado ante el gobierno británico, con
la exacta instrucción de convencer al ministro de Asuntos Exteriores, Lord
Wellesley, de apoyar la insurrección caraqueña. En diciembre de 1810 regresó
Bolívar a Caracas con pocos triunfos diplomáticos, porque el gobierno inglés,
aunque simpatizaba con los actos independentistas de los americanos, como una
manera de socavar la hegemonía española en este continente, estaba unido a
España por un tratado de alianza. Mientras tanto, Bolívar había convencido a
Miranda para que lo acompañara en un nuevo esfuerzo por consolidar la
independencia de su patria. En 1811 Bolívar, con el grado de coronel que le
concedió la Sociedad Patriótica de Caracas y bajo las órdenes de Miranda,
contribuyó a someter a Valencia, que no obedecía a la Sociedad, y en 1812, a
pesar de sus esfuerzos por defender la plaza de Puerto Cabello, a él confiada, no
logró evitar que cayera en manos de los realistas debido a una traición.
Desilusionado ante la rendición del generalísimo Miranda ante el jefe español
Domingo de Monteverde, pero deseoso de continuar la lucha, Bolívar decidió, en
unión de otros jóvenes oficiales, apresar a Miranda. Aunque Bolívar no lo entregó
a los españoles, otros sí lo hicieron, y el infortunado precursor fue embarcado
preso hacia Cádiz, donde murió poco después. Todos perdieron aquella vez, y
Bolívar apenas logró un salvoconducto para emigrar, gracias a su amigo Francisco
Iturbide. Se trasladó a Curazao y luego a Cartagena de Indias, donde escribió uno
de sus más célebres documentos, la "Memoria dirigida a los ciudadanos de la
Nueva Granada por un caraqueño", conocido también como Manifiesto de
Cartagena (diciembre 15 de 1812). Allí se opuso a la copia acrítica de fórmulas
políticas buenas para «repúblicas aéreas», criticó el federalismo como inadecuado
para los nuevos Estados emergentes, sugirió la formación de un ejército
profesional en vez de milicias indisciplinadas, proclamó la necesidad de centralizar
los gobiernos americanos y propuso una acción militar inmediata para asegurar la
independencia de Nueva Granada, consistente en reconquistar a Caracas, que
era, a su sentir, la puerta de toda la América meridional. Propuso, en fin, pasar a la
ofensiva estratégica.
En la práctica, esa fue la campaña que de inmediato llevó Bolívar a cabo con éxito
notable, acrecentando su prestigio de supremo director de la guerra. Así pues, a la
cabeza de un pequeño ejército, limpió de enemigos los márgenes del Magdalena,
ocupó en febrero de 1813 a Cúcuta, y en sólo 90 días, entre mayo y agosto, liberó
a Venezuela en una rápida y fulgurante sucesión de batallas. Por eso esta
campaña recibió el nombre de Admirable y Bolívar fue aclamado por vez primera
como Libertador, título oficial que le concedió la ciudad de Caracas en octubre de
ese año y con el que será universalmente reconocido. Casi a la vez, ocurrió otro
suceso memorable: en junio, al pasar por Trujillo, Bolívar decretó la guerra a
muerte, con lo que consiguió solucionar el problema fundamental en toda guerra,
que es hacer el deslinde político-ideológico entre amigos y enemigos y sentar un
elemental principio de identidad nacional y de clase. Afirmó que eran americanos
los que luchaban por su independencia sin importar país de nacimiento ni color de
la piel; y que eran enemigos los que aunque nacidos en América, no hicieran nada
por la libertad del Nuevo Mundo. Con ese decreto, tan vituperado incluso por
bolivarianos de nota, Bolívar logró separar, tajantemente, los dos campos,
evitando el apoyo que mantuanos y hacendados criollos daban a los realistas;
creó condiciones para la guerra de todo el pueblo, en la que nadie podía
permanecer indiferente; y atrajo a llaneros, cimarrones, indios y esclavos al
ejército patriota. En el decreto de Guerra a Muerte está el secreto de la Campaña
Admirable, que es, a su vez, la clave de la libertad de Venezuela. Sin embargo, el
establecimiento, por segunda vez, de la república en Venezuela no duró mucho
tiempo. A pesar de triunfos en batallas como las de Araure, Bocachica o la primera
de Carabobo, y de resistencia, heroica como la defensa de San Mateo, Bolívar en
el occidente del país y Santiago Mariño en el oriente se vieron obligados a cederle
el terreno al sanguinario asturiano realista José Tomás, Boves (1782-1814), quien
al vencer a los patriotas en el combate de La Puerta (junio de 1814), los obligó a
evacuar la ciudad de Caracas. Se produjo, entonces, la patética emigración de
veinte mil habitantes hacia Barcelona y Cumaná huyendo de la persecución de
Boves. Con otros oficiales, Bolívar logró escaparse a Cartagena otra vez, donde
podía hallar refugio y renovados apoyos. Cuando todo parecía llegar a su fin,
derrotado y desconocido por sus antiguos partidarios, Bolívar lanzó en Carúpano
(septiembre de 1814) un manifiesto lleno de serenidad, con la mira puesta en el
futuro, superando las aciagas circunstancias momentáneas. Propuso algo más
que la independencia, que es la libertad, se declaró culpable de los errores
cometidos pero inocente de corazón, y se sometió al juicio del Congreso
soberano: «Libertador o muerto dijo- mereceré el honor que me habéis hecho,
puesto que ninguna potestad humana podrá detenerme hasta volver
segundamente a libertaros
Carta de Jamaica (1815)
Por eso han sido llamadas proféticas esas cartas, en especial la firmada el 6 de
septiembre de 1815, dirigida a Henry Cullen, "Contestación de un americano
meridional a un. caballero de esta isla" Nuevamente la estrategia integracionista
de Bolívar para hacer de América una respetable «nación de repúblicas» tuvo aquí
su presencia. Otra carta firmada por "El Americano", menos conocida, es una
vívida descripción y diagnóstico de la plural identidad latinoamericana, con
fundamento en su diversidad étnica. Tal vez en la vida de Bolívar no hubo otro año
más desastroso que 1815, pues no sólo se vio exiliado y sin recursos, sino que fue
víctima de un intento de asesinato a manos de su antiguo criado Pío, sobornado
por los agentes de Salvador de Moxó, gobernador realista de Caracas. Se trasladó
entonces a la República de Haití, donde su presidente, Alejandro Pétion, le
proporcionó magnánima ayuda con la condición única de que otorgara la libertad a
los esclavos negros. A1 poco tiempo salió de Los Cayos una magnífica expedición
al mando de Bolívar, que llegó en mayo de 1816 a la isla de Margarita y tomó
Carúpano por asalto. Bolívar decretó el 2 de junio la libertad de los esclavos. Ese
mismo año retornó a Haití, donde se pertrechó por segunda vez y volvió a la
carga. A comienzos de 1817 encontramos a Bolívar en Barcelona, trabajando para
hacer de la provincia de Guayana un bastión en la liberación de Venezuela: había
comprendido que debía hacerse fuerte donde el enemigo es débil y modificar la
estrategia de ocupar las principales ciudades costeras. De esta manera, en julio
tomó la capital principal, Angostura (hoy ciudad Bolívar); en octubre organizó el
Consejo de Estado, y en noviembre el Consejo de Gobierno, el Consejo Superior
de Guerra, la Alta Corte de Justicia, el Consulado, el Concejo Municipal, y dio
pasos para editar su propio órgano de prensa, El Correo del Orinoco, que apareció
en junio de 1818.
Las bajas españolas fueron entre 400 muertos y heridos, además de la pérdida
total de los pertrechos de guerra, gran parte de la caballería y 1600 prisioneros.
Por si fuera poco, el virrey Juan Sámano, al enterarse del desastre, huyó de
Santafé dejando intacto el tesoro real, calculado en un millón de pesos de oro.
Morillo escribió al rey de España: «Bolívar en un solo día acaba con el fruto de
cinco años de campaña y en una sola batalla reconquista lo que las tropas del Rey
ganaron en muchos combates». Dejó Bolívar el mando de la Nueva Granada al
general Santander, y sin pérdida de tiempo tornó a Venezuela. En Angostura, a
propuesta suya, el Congreso expidió la Ley Fundamental de la República de
Colombia (diciembre 17 de 1819). Aunque por corto tiempo, el ideal integrador de
una gran nación americana inició así su hermosa realidad.
En tan crítica situación, Bolívar fue llamado formalmente por el Congreso, con
facultades para reorganizar el ejército. Cuando se aprestaba a ocupar el Perú, la
guarnición de El Callao se pasó a los realistas y Lima pasó a manos españolas.
Entonces el Congreso se disolvió a sí mismo y designó a Bolívar dictador, como
en la antigua Roma, entregándole todos los poderes para salvar al país. Pero
contra los que pensaron que Bolívar se contentaría con asumir su autoridad de
manera apenas circunstancial, se sorprendieron cuando un poderoso ejército
multinacional de colombianos, argentinos, peruanos e incluso europeos,
emprendió la ofensiva estratégica. El 6 de agosto de 1824 Bolívar derrotó en Junín
al Ejército Real, en una brillante operación con armas blancas, la última gran
batalla que así se dio en la historia mundial. Y pocos meses después, siguiendo la
estrategia bolivariana, se dio el 9 de diciembre la batalla de Ayacucho, el más
grande enfrentamiento de tropas que ha habido en toda la historia de América
hasta hoy, pues pelearon 5780 aliados americanos contra 9320 realistas. Casi
todos, el virrey, todo el Estado Mayor, 16 coroneles, 68 tenientes coroneles, 468
oficiales y los generales José de Canterac y Zerónimo Valdés, así como la gran
mayoría de la tropa, quedaron prisioneros.
Los datos son útiles, porque con la batalla de Ayacucho terminó la etapa militar de
la independencia americana y las iniciativas estratégica y táctica pasaron
definitivamente a los ejércitos patriotas. Dos días antes del triunfo, el 7 de
diciembre, el dictador Bolívar y su secretario José Faustino Sánchez Carrión, a
nombre del Perú, cursaron una invitación a los gobiernos independientes de
Colombia, México, Centroamérica, Chile y La Plata, es decir, que así quedaba
reunida toda la América antes española. Aunque el Imperio del Brasil también fue
invitado y aceptó participar, no asistió. Chile tampoco porque el Congreso no se
había reunido para aprobar el viaje de sus delegados, y cuando lo pudo hacer, ya
había concluido la reunión en Panamá. Las Provincias Unidas del Río de la Plata,
bajo la presidencia de Bernardino Rivadavia, por distintas causas dejaron de
asistir. Bolivia nombró delegados, pero no pudieron viajar oportunamente. Los
Países Bajos fueron invitados como observadores, pero su delegado olvidó las
credenciales y el Congreso no pudo habilitarlo. Francia, todavía comprometida con
España, declinó la invitación. Paraguay no fue invitado porque la gobernaba el
doctor José Gaspar Rodríguez Francia y estaba aislado de todo contacto exterior.
Haití fue discriminado por el vicepresidente de Colombia, Santander, quien, en
cambio, contra expresas instrucciones de Bolívar; invitó a Estados Unidos.
Años Finales
Los últimos dos años de la vida de Bolívar están llenos de amargura y frustración.
Hizo un balance de su obra, comprobando que lo más importante quedó sin hacer
mientras lo hecho se desmoronaba. La independencia integral de América, el plan
para llevar las tropas libertarias a Cuba, Puerto Rico y Argentina, que se aprestaba
a una guerra contra el imperio brasileño, o a la España monárquica, si fuera
necesario, quedaban como lejanas utopías imposibles de realizarse. La
confederación grancolombiana, o la andina, o la anfictionía americana, todo eso
que estuvo a punto de cumplirse, debía posponerse ante otro tipo de problemas
inmediatos: fuerzas del Perú invadieron el Ecuador, y su expulsión le llevó casi
todo 1829.
El general José María Córdova, uno de sus más cercanos amigos, dirigió una
revuelta y fue asesinado. EJ general Páez, desobediente y desleal, se le
insubordinó también y declaró la separación de Venezuela. Se vio obligado a
expulsar de Colombia a Santander, antes uno de sus mejores aliados. A
comienzos de 1830, Bolívar regresó a Bogotá para instalar otra vez un Congreso
Constituyente; ante esa soberanía, renunció irrevocablemente. Ahora sólo
deseaba irse lejos de Colombia, a Jamaica o a Europa, aunque vaciló y pensó que
bien valía la pena comenzar de nuevo, reuniendo a sus leales en la costa
colombiana. Varios sectores del ejército se levantaron, esta vez en su favor, pero
ya era tarde. Cada vez más enfermo, logró llegar a Cartagena a esperar el buque
que lo alejaría de tanta ingratitud.
Presidentes de Colombia
Francisco de Paula Santander
Por línea directa materna su primer antepasado en América lo constituyó el capitán español
Antonio de Omaña Rivadeneyra, también su cuarto abuelo, llegado a la ciudad de Ocaña en
el siglo XVII, donde ocupó los puestos de alcalde ordinario y de juez de residencia. La
educación de Francisco de Paula se inició en una pequeña escuela privada de la Villa del
Rosario de Cúcuta; luego, en la biblioteca paterna, tuvo la oportunidad de ampliar los
conocimientos adquiridos a través de las múltiples lecturas realizadas. A la edad de 13 años
fue enviado a Santafé de Bogotá, a cursar estudios en el Colegio Real Mayor y Seminario
de San Bartolomé, donde aprendió las bases de la teoría e ideas políticas, conociendo a
fondo las doctrinas jurídicas y la legislación romana y española. Si la adolescencia de
Santander discurrió por entre los claustros académicos y por las calles de la Santafé
colonial, su juventud tuvo como escenario campos más aviesos y rudos, consagrado a un
ideal político y a una lucha en circunstancias suigeneris que templaron su carácter de
colegial hasta transformarlo en joven adusto y circunspecto.
Los sucesos de 1810 lo sorprendieron en el preciso momento en que daba fin a sus estudios,
pues el 11 de julio de ese mismo año había presentado su examen público sobre práctica
forense. Sólo le restaba ejercer en calidad de pasante al lado de un jurisperito, para recibirse
como abogado de la Real Audiencia. La revolución de independencia de las colonias
españolas lo sorprendió de colegial, cambiándole en un instante su vida apacible y rutinaria.
Siguiendo el ejemplo de sus eminentes profesores, Santander abrazó entusiasmado la nueva
causa que se vislumbraba en el horizonte político y cambió su toga de colegial por la capa
de guerrero. El 20 de julio de 1810 dijo adiós a los claustros de su colegio, ingresando el 26
de octubre de dicho año como voluntario al servicio militar activo con el grado de
subteniente-abanderado del batallón de infantería de Guardias Nacionales, a la edad de 18
años. Desde aquel día lo encontramos inmerso en la maraña bélico-política de las
conmocionadas colonias, tomando partido en la confrontación civil entre federalistas y
centralistas de la Primera República, y combatiendo el dominio español a las órdenes de
Manuel Castillo y Rada y Antonio Baraya Ricaurte.
La vida del joven Santander empezó una fulgurante carrera militar que lo llevó al
generalato de división a los 27 años. En nueve años escaló todas las posiciones castrenses:
en mayo 25 de 1812 era teniente; el 1 de junio, capitán, al lado de los federalistas; cuando
éstos trataron de tomarse la capital del antiguo virreinato, fortín de los centralistas, fue
prisionero por éstos después de recibir dos heridas en la acción. En enero de 1813, en un
canje de prisioneros, resultó favorecido y al llegar a Tunja, el 10 de febrero de aquel año,
asumió el grado de sargento mayor, con el cual empezó a luchar por la independencia de
Venezuela, destacándose por su bizarría y buen comportamiento. En tal calidad sirvió bajo
las órdenes de Manuel Castillo, Simón Bolívar, Gregor Mac Gregor y de Custodio García
Rovira. El 4 de junio de 1814 le llegó el despacho en que era ascendido a coronel, efectivo
desde el 13 de mayo del mismo año. A partir de 1816 su jefe inmediato fue Manuel de
Serviez, con quien pasó de la invadida Nueva Granada a Venezuela, retirándose a los
Llanos de Casanare, donde mantenían viva la chispa de la independencia el coronel Miguel
Valdés, comandante general del Ejército de Oriente, el coronel Nepomuceno Moreno,
gobernador de Casanare y el general Rafael Urdaneta. Estos jefes, en vista de las altas
calidades no sólo militares sino intelectuales del joven Santander, a la sazón de 24 años de
edad, el 16 de julio de 1816 lo eligieron comandante en jefe de tal ejército. Santander
asumió sus funciones, pero un hombre de sus condiciones, letrado y refinado, no satisfizo a
los burdos llaneros que pronto impusieron a uno de los suyos, al por entonces teniente
coronel José Antonio Páez. Santander aceptó aquel golpe y presentó su renuncia. Continuó
en Venezuela participando en todas las campañas militares. Fue nombrado subjefe de
Estado Mayor General en la reorganización del ejército.
En la historia colombiana ningún hombre ha dividido tanto las opiniones de los escritores
políticos y sociales, ninguno ha originado tantas controversias como Santander. Militar en
épocas de revueltas puede ser cualquiera, como se puede comprobar fehacientemente a lo
largo de la historia; pero sólo unos pocos privilegiados acceden a la categoría de
legisladores o de estadistas. Es por ello que la verdadera dimensión de Santander no la
debemos ver en el caudillo militar, sino en el estadista, en el administrador, en el legislador.
La labor del general Santander después de la batalla de Boyacá, como vicepresidente de
Cundinamarca primero, y luego de Colombia (incluidas Venezuela y Ecuador), fue
inconmensurable, mucho más tratándose de un joven general de 27 años, novel e inexperto
en el manejo de los asuntos públicos, pero que gracias a sus aprovechamientos jurídicos en
su época de colegial supo dirigir con acierto y con brío el naciente Estado. Ha sido lugar
común en los escritores políticos enemigos de Santander el reprocharle, a título de baldón,
la ejecución de los 38 prisioneros realistas capturados después de la jornada de Boyacá. Ese
acto al parecer de crueldad innecesaria, fue precisamente el que le posibilitó gobernar
efectivamente en un país donde las masas populares eran indiferentes a las nuevas ideas
revolucionarias independentistas, y en donde la alta clase social, en un elevado porcentaje,
simpatizaba abiertamente con la monarquía española, como ocurría en Santafé de Bogotá,
donde del reciente gobierno republicano se hizo un rey de burlas. Nadie quería obedecer a
las nuevas autoridades, mucho menos contribuir con ellas.
Ese hombre egoísta y leguleyo se las sabía arreglar para convertir el caos en disciplina y la
miseria en posibilidades; ese hombre gris creó una Nación de la nada, erigiendo las bases
de la democracia y del Estado de Derecho. El país que obtuvieron las tropas independientes
; las y el que recibió Santander al ocupar Santafé, era un remedo de país, afectado de
ignorancia generalizada, arruinado y presa del desgobierno, donde las viejas instituciones
jurídico-políticas del sistema monárquico aún calaban profundo en las mentes y en los
corazones de la mayoría de la población. Se imponía en aquel momento una ardua labor
ideológica, tendiente a permear los sentimientos realistas, arraigados en las masas por más
de tres siglos de dominio. Era necesario imponer nuevas concepciones institucionales y
políticas, otras ideas y formas de gobierno, y a esta titánica misión se consagró Santander.
Su fin primordial era el de culturizar al pueblo en las bases de civilidad y en el imperio de
la democracia, y para ello se valió de la instrucción pública, como medio acertado para
integrar una vieja sociedad a una nueva forma de Estado. A través del maestro de escuela,
Santander pudo transformar ideológicamente la concepción de un pueblo de sentimiento
monarquista, iniciándolo en el culto a las libertades individuales y sociales, y en el sistema
representativo.
Los frutos no se hicieron esperar mucho, pues a poco la joven Nación estuvo provista de
literatos y políticos, de abogados y oradores, de una intelectualidad con muy poco parangón
en la América de su tiempo. Santander estableció la vida civil en la República, en un país
convertido hasta su gestión en un inmenso cuartel desde los lejanos sucesos del 20 de julio
de 1810. Gracias a su labor, la conciencia política de la nación colombiana se cimentó en el
civilismo democrático que aún alienta a las nuevas generaciones; hoy Colombia continúa
como una de las naciones que menos regímenes militares ha presenciado a lo largo de su
historia. Sin la dirección de Santander, militar jurisconsulto, soldado con educación y
vocación civil, los gobiernos colombianos hubieran sido como los del resto de repúblicas
centro y suramericanas después de su rompimiento con España, prebendas de una
oligarquía militar y cesarista.
Sin embargo, esta actitud de sumisión y respeto a la ley, que tanto ha dado que escribir y
que causó tanta desavenencia política, fueron comprendidas y respetadas por muy pocos
militares de la guerra de independencia. Las facciones políticas, las camarillas que
sucedieron el implantamiento de la República, dividieron la opinión política en dos. Un
sector de la sociedad colombiana, embriagado por los laureles del triunfo revolucionario y
carentes de conciencia política civilista, desconocedores del incipiente Estado de Derecho,
que por entonces apuntalaban con dificultad un equipo de juristas granadinos, hizo blanco
de sus odios y críticas a la figura del general Santander, vicepresidente de la nueva
República. Casi toda la casta militar venezolana lo combatió políticamente, al lado de los
sectores latifundistas granadinos, haciéndolo responsable de todos los descalabros de la
naciente economía y de la milicia colombiana. Quienes no pudieron derrotarlo jamás en el
campo de las leyes y de la política, ni en sus relaciones con el Congreso, tuvieron que
acudir a la intriga, a la calumnia y a la maledicencia públicas.
Santander se distanció de Bolívar por los manejos poco ortodoxos que éste hacía del poder
y de la política. Las tendencias militaristas de Bolívar y de sus seguidores fueron
combatidas por los civilistas granadinos que hicieron de Santander su líder, procurando por
todos los medios el restablecimiento pleno del orden constitucional y legal de la República.
Los bolivarianos, por el contrario, simpatizantes de las facultades extraordinarias del
Ejecutivo y, sobre todo, de las conferidas a Bolívar, vieron un serio peligro en el hombre de
la Constitución y de las leyes, procediendo por todos los medios a derrocarlo políticamente.
Fue así como se le implicó en la conspiración septembrina de 1828. Le siguieron un juicio,
que constituyó el paradigma de la violación al debido proceso, modelo de alteración o de
desaparición de pruebas, y se le sentenció a muerte. Gracias a las gestiones de los
granadinos y de la jerarquía eclesiástica, esta pena le fue conmutada por prisión y destierro.
Santander se exilió en Europa y Norteamérica, donde gozó del reconocimiento y
admiración de sus estadistas y de sus prohombres.
Del destierro volvió mucho más engrandecido de lo que había partido; fue restablecido en
sus grados y honores militares, de los cuales lo despojaron Bolívar y sus seguidores en
1828. Fue tal la simpatía y reconocimiento que Santander inspiró en los granadinos, que en
1832 fue elegido presidente de la República de la Nueva Granada. Con el mismo espíritu
liberal progresista que siempre lo caracterizó, continuó la era de reformas que iniciara en
1819, hasta 1837 cuando entregó el mando a José Ignacio de Márquez, por ministerio de la
ley, gloria a mi patria y al sistema constitucional. Santander murió en Bogotá, el 6 de mayo
de 1840. [Sobre la obra de gobierno del general Santander, ver en la Gran Enciclopedia de
Colombia del Círculo de Lectores: tomo l, Historia, "Reconquista e independencia,
18161819" y "El experimento de la Gran Colombia (1819-1830)", pp. 269-308; tomo 2,
Historia, "El Estado de la Nueva Granada (1832-1840)", pp. 309-334; y tomo 5, Cultura,
pp. 146-147].