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LA IMPORTANCIA DEL PODER MENTAL – Paramahansa Yogananda

LA IMPORTANCIA DEL PODER MENTAL – Paramahansa Yogananda


«Dios nos ha dotado de un magnífico instrumento de protección, más poderoso que
la artillería, la electricidad, los gases venenosos o cualquier medicamento: la mente.»

Existen tantas reglas que se deberían seguir en esta jungla de la existencia


(acosada por los enemigos de la pobreza, la enfermedad, el sufrimiento,
los malos hábitos y los deseos errados) que, si procurásemos recordar
tales normas constantemente, nuestra vida se volvería intolerable. Nos
cansaríamos de ellas, puesto que las potencialidades de cada faceta de la
vida son ilimitadas en su variedad. Si te esfuerzas, por ejemplo, por aplicar
todas las reglas de la salud, comprobarás que no dispones de tiempo
para pensar en nada más. Y todos te ofrecen diferentes principios
sanitarios para seguir. Nos encontramos bajo el dominio de una hipnosis
generalizada. Personalmente, al poner a prueba diferentes métodos, he
comprobado la siguiente verdad: La mente controla la eficacia de todos
ellos.

Dios nos ha dotado de un magnífico instrumento de protección, más


poderoso que la artillería, la electricidad, los gases venenosos o cualquier
medicamento: la mente. Es esta última la que debemos fortalecer. En
cuanto al cuerpo, yo cumpliré solamente con la voluntad de Dios. Si Él me
indica que debo recurrir a un médico, lo acepto; y si me pide que sufra,
también lo acepto. Cualquiera que sea su voluntad, ésa es también la mía.
Una fase importante de la aventura de la vida es el dominar la mente y
mantener esa mente controlada en constante sintonía con el Señor. En
esto reside el secreto de una existencia feliz y exitosa.

La protección suprema yace en la comunión con Dios

Aun cuando adoptes medios físicos de curación, no deposites toda tu fe


en tales métodos, sino en el poder de Dios que yace más allá de ellos. Así
por ejemplo, si te hieres un dedo, desinfecta tu herida, pero ora al mismo
tiempo interiormente: «Señor, ayúdame a no depender de medicamentos,
sino solamente del poder de la mente». No has aprendido cómo alcanzar
semejante estado mental; éste puede obtenerse a través del ejercicio del
poder mental y de la práctica de sintonizar la mente con Dios en la
meditación. Antes de negar el poder de la materia y de los remedios
físicos, es necesario que alcances un dominio absoluto sobre la mente.
Mientras no hayas alcanzado semejante dominio, es preferible que
adoptes las medidas ordinarias para mejorar la condición de tu cuerpo.
Solamente cuando eres capaz de no experimentar efecto alguno tras
haber ingerido veneno, puedes verdaderamente negar la realidad de la
materia y afirmar que la mente lo es todo. Pero, antes de hacerlo, debes
haber alcanzado semejante estado de conciencia.

Dios te ofrece un arma invencible para liberarte de todo pesar y


sufrimiento: la sabiduría adquirida a través de la comunión con Él. La
forma más fácil para superar las enfermedades, las decepciones y los
desastres es mantenerse constantemente en sintonía con el Señor.

Somos cual niños pequeños que han sido abandonados en el bosque de


la vida, y se han visto forzados a aprender a través de sus propias
experiencias y dificultades, cayendo en las trampas de la enfermedad y de
los malos hábitos. Una y otra vez nos vemos obligados a clamar pidiendo
ayuda. No obstante, la Ayuda Suprema sólo viene a nosotros cuando nos
sintonizamos con el Espíritu. Cuando quiera que te encuentres en
dificultad, ora: “Señor, Tú estás dentro de mí y en torno mío. Me
encuentro en el castillo de tu presencia. He estado luchando a través de la
vida, rodeado por todo tipo de enemigos mortales. Pero ahora
comprendo que ellos no son realmente agentes destructivos para mí, sino
que Tú me has colocado en esta Tierra para poner a prueba mi fortaleza;
éste es el único objetivo de mis dificultades. Estoy dispuesto a luchar en
contra de los males que me rodean; los conquistaré a través de la
omnipotencia de tu presencia. Y cuando haya terminado con la aventura
de esta vida, diré: «Señor, no fue fácil ser valiente y luchar; pero cuanto
mayor fue mi terror, mayor fue también la fortaleza que Tú me diste. Ello
me permitió vencer, y tomar plena conciencia de la verdad de que estoy
hecho a tu imagen. Tú eres el Rey de este universo, y yo soy tu hijo, un
príncipe del universo. ¿Qué puedo yo temer?”.

Tan pronto como te percates de que has nacido como un ser humano,
tienes ante ti todo tipo de temores; y no parece existir escapatoria alguna.
No importa cuantas precauciones adoptes, siempre habrá algún riesgo,
en alguna forma. Tu única seguridad yace en Dios. Ya sea que te
encuentres en la jungla africana, en la guerra, o atacado por las
enfermedades y la pobreza, simplemente dile al Señor, y cree en lo que
afirmas: “Estoy atravesando el campo de batalla de esta vida en el interior
del carro blindado de tu presencia. Estoy protegido”. No existe ninguna
otra forma de seguridad. Haz uso del sentido común, y confía plenamente
en Dios.

Lo que te sugiero no es algo excéntrico; sólo te urjo a afirmar y creer, no


importa lo que suceda, la siguiente verdad: “Señor, sólo Tú puedes
ayudarme”. Son muchos los que caen víctimas de la enfermedad y de los
malos hábitos, y no son capaces de erguirse nuevamente. Jamás digas
que no te es posible escapar; tus tribulaciones son sólo temporales.
Incluso el fracaso de una sola vida no basta para decidir si eres o no un
éxito. El vencedor adopta la actitud siguiente: “Soy un hijo de Dios. No
tengo nada que temer». Así pues, no abrigues temor alguno. La vida y la
muerte no son sino diferentes procesos que se desarrollan en tu
conciencia.

Todo cuanto ha creado el Señor no tiene otro propósito que el de


ponemos a prueba, sacando a la luz la inmortalidad del alma que se
oculta en nuestro interior. En esto consiste la aventura de la vida, y ése es
su único propósito. Y la aventura de cada individuo es diferente, única.
Deberías estar preparado para afrontar todo problema físico, mental o
espiritual, mediante el uso del sentido común y la fe en Dios, con la
certeza de que tanto en la vida como en la muerte tu alma permanecerá
invencible. Jamás puedes perecer. “Ningún arma puede herir al alma,
ningún fuego puede quemada, ni el agua humedecerla, ni el viento
secarla… El alma es inmutable, serena e inamovible, y todo lo penetra”.
Eres por siempre la imagen del Espíritu.

¿No aporta, acaso, una gran libertad mental el saber que la muerte no
puede acabar con nosotros? Cuando viene la enfermedad y el cuerpo
cesa de funcionar, el alma piensa: “¡He perecido!” Pero el Señor la sacude
y le dice: «¿Qué te sucede? No estás muerta. ¿Acaso no estás pensando
todavía?” Mientras camina, el cuerpo de un soldado es alcanzado y
destrozado por una bomba. Su alma clama: “¡He muerto, Señor!” Y Dios le
dice: “¡Por supuesto que no! ¿No me estás hablando? Nada puede
destruirte, hijo mío. Estás sólo soñando” Entonces el alma comprende lo
siguiente: «Esto no es tan terrible. No era sino esta mundana conciencia
temporal mía -según la cual soy sólo un cuerpo físico- la que me indujo a
creer que el perderlo sería mi fin. Había olvidado que soy el alma eterna”.

La meta de nuestra aventura de la vida

Los verdaderos yoguis son capaces de controlar la mente en toda


circunstancia. Cuando has alcanzado semejante percepción, eres libre.
Entonces sabes que la vida es una divina aventura. Jesús y otras grandes
almas han comprobado lo anterior. Nada podía alterados, ya que
disfrutaban ininterrumpidamente del dulce romance con Dios. Ésta es la
única parte significativa de la aventura.

El amor humano carece de todo sentido, salvo que se encuentre anclado


en el incondicional amor de Dios. Dos jóvenes se enamoran, pero al cabo
de cierto tiempo pueden también “desenamorarse”. El romance con los
seres humanos es imperfecto. El romance con Dios, en cambio, es
perfecto y eterno.

Solamente cuando hayas vencido sus peligros mediante el ejercicio de tu


voluntad y poder mental, de la misma manera que lo han hecho las
grandes almas, habrás terminado con esta aventura de la vida. Entonces
podrás mirar retrospectivamente y decir: “Señor, fue ésta una dura
experiencia. Estuve a punto de fracasar, pero ahora me encuentro contigo
para siempre”. La vida nos parece una maravillosa aventura cuando el
Señor nos dice finalmente: “Todas esas experiencias aterradoras han
concluido. Me encuentro contigo para siempre. Nada puede herirte”.

El hombre juega en la vida como una pequeña criatura, pero su mente se


fortalece a través de su lucha contra las enfermedades y las dificultades.
Todo aquello que debilita su mente constituye su peor enemigo, y todo
aquello que la fortalece es su mejor refugio. Ríe ante cualquier dificultad;
el Señor me ha demostrado que esta vida no es sino un sueño. Cuando
despiertes, la recordarás solamente como un sueño anterior, en el cual
hubo tristezas y alegrías. y conocerás entonces tu eternidad en el Señor.

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