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Ln Vlsrn
I
Etlttores
N4aría García Alonso, Ana MartínezPétez,
Pedro Pitarch Ramón, Penélope Ranera Sánchez
Juan Antonio Flores Martos
.'' . /.,1
AxrnopolocrA DE Los Spxrnos
Ln Vrsrn
Editores
María G arcía Alonso, Ana Mar(tnez P érez,
Pedro Pitarch Ramón, Penélope Ranera Sánchez,
Juan Antonio Flores Martos
CELESTE EDICIONES
Eer,tPo EDrroR
Maria Garcia Alonso Anrropóloga. Investigadora de la Iacultad de Sociología de la Univemidad Complutense. Directora de
pubhcaciorc. dc la fundacron \aücr de \¡las.
A¡a Mar¡ínez Pércz. Antropóloga. Miemb¡o Ámdador de1 T¡ller de Artropologia Visual de la misma. Es investigadora del
Departamento de Antropología Social, de la Facultad de Sociología, U. Complutense.
Ied¡o Pitarch R¿món. lrofesor de Hisroria de América en la Univenidad de Salaraanca. Investigadot Asociado de la Unive¡sidad del
Estado de Nueva York en Albany.
Ienélope Ranera Sánchez. A¡tropóloga. Miernbro fundado¡ del Talle¡ de Antropología Visual dc la Universidad Complutense.
Investigadora del Departamento dc Antropología Soci¿I, Facultad de Sociología, U Complutense
Juan Antonio Flores Martos. A.nrropó)ogo. lnvestigador del Dcpanamento de Etnografía del Museo de Amédca, y de la lacultad de
Sociologia de )a Univenidad Complutense.
ISB\:8-1-8211-060-8
):rósito legal: M-5896-1996
Intoducción
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8. Un arte salvaje
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<"All writing is garbage"', said An¡onin Artaud, another renegade surealist. s'ho ri'ou1d flee
France ro hís own d¡eam of Mexico -cou¡ting madness among the ¡a¡¿huma¡a Indj.m. Cc-
t
esta breve frase sentencia James C[fford el r.raje de A¡taud a llérico en Ti;e P,:-i::';-':.':: '
Cu/ture. ¿Por qué decir <<renegado> ¡' no <<expulsado>l El acijetilo es ¡r'¡r ci¿¡o ! :. -:::::: ::'
debido ala confusión, mucho más si pensamos que hubiera srdo irc¿:¿z j¡,::l::=:'--: .
Georges Bataille en las páginas que le dedica.
Cortejar la locura entre los Tarahuma¡a. Si¡ duci¿ -{¡-¿uj ¡c : -::-: j, -:-: - --.-
tiempo, clespreciaría- este comenta¡io. Enlas canas e:r:;i- J i..i-:--::- -
i=.i. 1'lj:-:-
en evidencia este sentido catáfiico de su liaje: u¡¿ c¿ia:s! :¡ : j:-:' .-- :- , -,..
c-:: -
de sus escritos, si era una delensa de Ia locu¡¿ c L:¡ i¿:::;. :¡ :.-.r :- ,--::- -.-- : :
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enrendidasporel pen.amicntoocciden,J'.
q p j.:.'.. ..-.--:..-:.:.,:- .. 'r:r.:. .:
desuviaje a IVIéxico, sobre el por qué de su hi:::s e:: :::,:::..:': -':t: : r' : : . ::. .:j:: :
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Jean Paulhan le dirá que es una masnílic¿ "o:;s:ó:- i¡ i:---o:r::.i: :---::; .¡::-
' - ::-i¡::ro
tiempo que le permiti¡á confirmar sus iriea. sci::; l¡ ¡,r:*:¿ l¿ n::-l:rci .
"
Elviaje, al igual que la misión Drk¿:-Dtioo::r 19li-19-r.rr.noer¿t¿mpocovntiaje tto,erte
A través de la expedición de 191I se habíar llen¿cio los fondos del \lusée de L'Homme. Miles
dc obletos, traídos por \lichel Leiris r'\ia¡cel G¡iaule ibar a legalizar, en un doble plano, la
verdad objetual del su¡¡ealismo v su i¡rsralación pública en el espacio del Museo. Es difícil no
pensar que, pcse al senrido heterodoro de la estancia surrealista de Leiris, el surealismo
encontrara su utilided social. su retoluciótt, a través de este viaje. El objetivo de Artaud es
igualmente hacer acopio. colecdonisno, aunque de otro orden: <<espero traer una abundante
cosecha de documentos esoréricos))6. Objetos de conremplación u objetos de lectura, objetos,
incluso, para ser esc¡itos: la historia dc las disensiones del surealismo se entrelaza con esta
distinción, por eso no deja de ser un t¿rnto curiosa la observación de CHford cuando, sacando
por los pelos su construcción de etrograt'ía surreal.ístd, y poniéndolo como ejemplo del clima
cultural francés, afirma que Apollinaire había decorac.lo su estudio con fetiches africanos y en
Zone estos objetos eran invocados como <<Cristos de ora forma y otra cteencia>'. Ni Lei¡is ni
'185
Mlcuú ANcFr Grüaru ]:ri$r]]¡ÑAND¡.Z
Artaud compartirían ya, en los años veinte v treinta, esta objetualización, ret6rica, del fetiche. De
hecho, todo el viaje de Artaud, todo ese cortejo de la locuta, estiba en demostrar, como hablan
continuámente las páginas de los Tarabumara, que esos cristos no eran sino Crzilq E/. Si en ura
obse¡vación superficial podríamos decir que Anaud exotiza a los otros, no cabe duda de que
debe¡íamos también decir que Clifford ha exotizado al surrealismo, aunque de esto hablaremos
después.
El historiador del arte Aby W'arburg también realizó, ente 1895 y 1896, un viaje a los
Lstados Unidos, r'rsitando en la frontera con México a los i¡dios Pueblo. Del mismo modo que
Artaud, su descripción del viaje está esoita en las difíciles circunstancias de un irternamiento
psiquiátrico ¡ asimismo, su relato sirvió para certificar la verdad de los feticbes encontados a
t¡avés de una i¡mersión en la metafísica de los ot¡os.
Sin embargo, el comentario dc Clifford, que anuda el problema de la relación entre la locura
,r' e'lviaje etnográfico, entre .la dest¡ucción de las ¡eservas del yo y el interés por los otros, no
puede dcjar de ronda¡ tensamente a los dos autores citados, Será sob¡e esta tensión sobre la que
edificarán, no ya en un cento psiquiárico sino a lo largo de toda su r-ida, una reflexión tácita
sobre la relación que se establece ent¡e el discurso antropológico y el discurso artístico. Y es en
este punto, como veremos, donde la inocencia de Clifford alcanza su punto más calculado. Una
inocencia que va a intentar ser analizada a tavés de la crítica a las páginas de On Ethnographl,
Surredlist ", y no precisamente en Michel Leiris o Georges Baraille, intérpretes esenciales de ese
capítulo, sino a tavés de otras dos figuras: aquel que ha sido fantasmatizado en el texto,
Antonin Attaud, ¡, del que podríamosllzmat on compañero de uíaje, Aby \X/arburg.
Tanto Aby \X/arburg como Artonin Artaud esgrimen el acercamiento al otro como forma de
asegurar su salud mental o como fo¡ma de ponerla a prueba, pero de una manera tan
autoconsciente que todo el mecanismo que se activa en est¿l p¡oximidad se revela como diría
el propio lWarburg como un ardid, como una ¡rampa, ante la que lo primero que se nos
prescnta es una p¡egunta: ¿qué trpo de representación del olro es asegurada por el deseo de
curación o inmersión en la locura? ¿Acáso se puede establece¡ un vínculo entre representación
occidental de lo ajeno, demencia y cultura? Si todo exotismo puede ser considerado como rrr
momento de demencia del discurso, un momento en el que el discu¡so, doblá¡dose sobre sí
mismo. se ¡epresenta a t¡avés del olrz ¿podríamos decir, a su vez, que toda mirada de la locura
cons¡iIuve un exotismo?
Responder alirmativamente a esta segunda cuestión sería una fácil manera de destruir los
:::':os de estos autores v de desproblematizar las dudas que nos plantean, de llevarlas, como ha
r:bi¡ual. al te¡reno de la marginación de ciertas formas del discurso. Pero hay algo más que
':i¡
-: :::.ce impo¡tante: ¿acaso podemos establecer una distinción clara, una higiénica barera,
: : : .l ;scurso del antropólogo y el establecido por Artaud en los Taruhumara o el ofrecido
: '.,.:::::c t El itudl tle la serpiente? Y, si existe esa barrera, ¿en base a qué elementos se¡ía
'j,.' '.-:r,:. :r ri¡tud de qué lev o distinctón?. Posiblemente, y muchos han dado esta
'->:. :::: .- ::l¡iór de la demencia de Artaud y lü/arburg, aunque tampoco es descartable, ¡' es
-:,--..:-.:----...ehroropucsto,quchayasidoenfuncióndelademenciadelaantropología
-lbr'\\'ar5r:9. u:lc ie lc.s más famosos histo¡iado¡es del arte del siglo XX 1' fundador del
Insriiuto que ier'.: l ror5¡e. ha sido una de las personalidadcs más oscuras ¡t falsamente
inrerpretadls de i¿s ou¡ rir-re¡on en el cambio de siglo. El moti\¡o es tanto la hetetodoxia ¡r el
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UN ARfi. SAr\Atr,
inconforrnismo con el que se acercaba a la disciplina, como el habe¡ sido objeto de una especie
de culto sec¡eto entre sus discípulos. Sus escritos han sido fuente de disensión o de escuela, de
admiración o de desprecio, I' han servido, mediante un oscuro apropiacionismo, para
fundamentar l¿ voz paterna dela iconología.
\{'arburg ha tenido durante tod¿ su vida una ¡elación tensa ¡' latente con los estudios
antropológicos. Cuardo mu¡ió, el 26 de octubre de 1929, se enconraba preparando el XXV
Congreso de Antropología Americana. que iba a tener lugar en la ¡emodelada biblioteca del
Instituto Warburg en Londres. El único viaje ¡ealizado a Lstados Unidos, en el que aprovechó
para visirar Nuevo Méjico, tiene una trascendental importancia sobre su obra ¡' sobre
determinadas ci¡cunstarcias biográficas relacionadas con su enfoque üsciplinar
El viaje se produjo aprovechando la boda de su hermano Paul. Zarparon en e.l <<Fü¡st
Bismarck>> en sepdembre de 1895. Si¡ embargo, su panida no fue tan accidental como parecen
señala¡ las ci¡cunstancias biográlicas. Se podría decir que iba buscando algo que sabía que podía
enconrar ent¡e los rndios Pueblo. En uno dc los bor¡adores de la conferencia nos ha dejado una
pequeña descripción de las motivaciones de su viaje: <[en ia Institución Smi¡hsonian¿] encontré
realmente, en las personas de C)'¡us Adle¡, Mr. Hodge, Fra¡z }{amilton Cushrng,.v, sob¡e todo,
-fames Moone¡' (sin olvida¡ a Franz Boas, en Nueva Yo¡k) a los pioneros de la investigación
indígena que me hicieron ver la impo¡tancia universal de la Amé¡ic¿ .<salvaje>> ¡t prehistórica.
Pol ello decidí r'isita¡ el Oeste americrnc,, tanto por ser unr c¡e¿ción moderna como por su
anterior estrato hispano-rndio. A esto se debe añadi¡ un anhelo de 1o ¡omán¡ico (..) Po¡ otra
parte, había tomado vercladero asco a la histo¡ia de1 arte de orientación este¡izante. El enloquc
Iorrral de la imagen desprovisto de la comprensión de su necesid¿d biológica como producto
intermedio ent¡e la religión v el arte .. me parecía que no conducía más que a un estéril traficar
con palabrasnt'.
A través del Smithsonia¡ Institute consiguió imponantes cartas de presentación v un billete
para el terrocarril enrre Atchinson, Topeca y Santa Fe. Salió para Chicago v Denver a mediados
de nor-ienbre para permanecer en la zona de Santa Fe y Alburquerque durante los meses de
diciembre v enero. Tras una r.isita a la costa oeste marchó a Arizona, clonde pasó los meses de
marzo y abril recorriendo asentamientos indios, en especial en el distrito de Mesa Verde.
Durante el viaje de r.uelta consiguió ¿sistir a un fesdval de rcs días en Oraibi, donde presenció
las danzas que denominaba cono <<ritual de la serpiente>>. El diario redactado durante el r.iaje
indica que en los primeros meses lX/arburg pensaba investigar la o¡namentación v pretendía
prcgunra¡ a los artesa¡os nativos acerca del significado de cienos dibujos. Regresó a Hamburgo
en mavo de 1896.
En 1923, in¡ernado cn el asilo psiquiárico de Heilanstallt, en Kreuzlingen, pot tazones
nunca aclaradas clínicamcntc. propuso a su nédico una prueba con la que intentaba demostrar
su salud mental: dcbía pronunciar una confe¡encia ante los pacientes del hospital.
Paradójicamente, el tema elegido no pertenecía a la historia del arte sino que expuso 1as
vivencias y conocimienios del naje que había ¡eaLizado entre los indios Pueblo. La conferenci¡
titulada originaLm ente Bilder aus detn Gebiet der Pueblo-Indianet in NordAne,:'::
(pronunciada el 21 de abril de 1921), no fue publicada cn vida por razoncs no de::::.:-
alejadas cle su propia exposición. Pero ¿por qué volverse hacia la antropología? ;(t ' ''-
podía residir a1lí o que clase de salvación podía encontrat en esta conferencia r rc .:. - -
historia dcl ane? En la exposición de su conferencia, \Varburg siguió el sínl'c,: :. ' , -:
desde los Zuñi hasta el Laooconte pasando por la historia bíblica. en l: -,- - -,
símbolo del satiiicio de Cristo. Después de haber hablado dei ralo er .l : -
da¡rza Humiscachina most¡ó el famoso baile realizado por indios c:i: :- ,- - - v
MTGLEL ANc[r c',\¡c]n ]l¡!u\¡\Daz
las bocas durante el rito propiciatorio de las lluvias. No era, sin embargo, la descripción
etnográfica lo que le interesaba silo da¡ a conocer el resultado de ura pequeña experiencia qte
reakzó tras la contemplación de estas danzas. Un experimento mantenido en secreto durante
nuchos a¡os pero, también, du¡amente preparado a lo largo de sus estudios sobre Botticelli y
Filippino Lippi: pidió a un profesor de habla ir.rglesa, en el Cañón de Kea:1, que contará a sus
alumnos una historia en la cual ocume una tormenta, la histo¡ia de <<Johnny-head-in-the-aio>, y
que le ilust¡ará¡ esta histo¡ia en una serie de dibujos. Todos los niños americanizados dibujaron
el rayo bajo la fo¡ma convencional occidental de zig zag,. Dos niños ildios lo dibujaron con
cabeza de serpiente.
El 27 de enero de 1896, en rna nota escrita en el Palace Hotel de Santa Fe, Warburg ponía
de manifiesto, de fo¡ma críptica, el resultado final de sus investigaciones, aquello que venía
buscando y que el experimento, cualquier experimento, en de{rritiva, no haría sino confi¡m¿t:
<Los actos rituales de la religión de los Pueblo ponen de manifiesto el carácter esencial de la
concepción de causalidad ente los 'primitivos' (es decir, de u¡r pueblo incapaz aún de distrnguir
entre su propio ¡ro ¡' el mundo exterior). La 'corporalización' de la impresión sensori¿.I (..) C¡eo
haber encontrado por fin la fó¡mula de mi le¡' psicológrca, la que llevaba buscando desde
lggg>".
Ley psicológica lxscada desde 1888, ¿en qué se basaría y por qué enconrarla
ente los indios
y
Pueblo no en los artistas del Renacimiento? Mucho más si tenemos en cuenta que al
Renacimiento había dedicado toda su obra. Una le,r' de la que sólo podemos aventutar que
pretendía establecer u¡a base comú¡ ante ¡eacciones universales básicas, como el dolo¡ o el
miedo, y ver como podían desarrollarse en el tiempo de la memoria social.
\X/arburg fue durante toda su vida un lector atento de las ideas de F. Th. Vischer, que escribió
en 1887 una monumental obra titulada Das S1,mbol lEl Símbolol. en la que recogía y ampliaba
las observaciones que había hecho su hijo, Roberr Vischc¡. en Úber das optische Formgefühl
(1871). Vischer define el símbolo como una conexión enre la imagen 1' el significado a ravés de
un punto de comparación. Establecía tres tipos de comparación dife¡entes: 1. <<oscutamente
confuso>>, propia de la experiencia religiosa y en la que la imagen y el significado se confunden
en un todo; 2. Lógico disociativa, que restáura la condición neutra de los objetos. El símbolo, en
el sentido de unión entre objeto y significado, se conviette en simple alegoría; 3. Ente los dos
grupos anteriores Vische¡ establecía un tercero, de medíación, que denominaba <<conexión con
reserva>. El espectador no cree realmente en la animación mágica de la imagen pero está ligado
emocionalmente a ella,
\X/arburg adsoibía el fenómeno del ritual de la serpiente en el aparrado I de Vischer, aI que
denomi¡aba, según su propia terminología, como <<vi¡culación mágica>. La serpiente, por su
forma y naturaleza peLigrosa, üene a si¡nbolizar el relámpago, pero durante la danza se la agarra
v se Ia introduce en la boca como forma de compenetrarse y domínar este elemento, La
conclusión de ]X/arburg no podía se¡ más arriesgada: la civilización no puede ahogar estas voces
que resurgen del pasado y que se manifiestan en unos niños capaces todavía de oí¡ el rumor de
un sentimiento simbólico colectivol', capaces, en definitiva, de volver a asocia¡ el símbolo con su
decoración, La histori¿ del arte no podía seguir negándose a ver estas deco¡aciones en forma de
rayos que decoran el traje de los indios Pueblo como un mero ornamento.
No es de gran impotancia, ni para la investigación antropológica ni para las ciencias sociales,
esta interpretación de ]ü/arbutg del símbolo. Sí es interesante, sin embargo, por la posición
relativa en que se sitúa. \{/arburg adscribía, sistemáticamente, Ia fonna abstracta, ide¿I, del arte
en el apartado III de Vischer Una especie de mediacíón ilustrada entre el símbolo y el mero
signo, un momento de acercamiento y distancia en el que el yo está suieto a un movimiento
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UN. ARTE SATVAJE
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A4IGUTL ANGEL G¡¡CIA II¡¡NANDEZ
signficado, sin orientación, aunque esto sea tánto como decir: sin determi¡ación de su origen,
sin metafísica del origen.
Al cimenta¡ féreamente toda práctica artGtica, todo otro, es dec4 todo ¿rte, en ]una
¡n plumazo la^tte
distancia ideal, lX/arburg venía a destruir de relación discursiva que se establece
entre el estudio del arte y el estudio de otros pueblos: no existe discurso sobre l¿s
contami¡aciones sí antes no hemos viajado a su origen. \X/arburg era un especiálista en centrarse
en las formas híbridas del discurso. Sabía que si queremos poner en comunic¿ción dos órdenes
del discurso, muchas veces antagónicos, deberíamos empezat a delimita¡ su finalidad, es deci¡
deberíamos comenzar por construide un cuerpo, un lugar donde se delimiten los encuentros y
operaciones. Pero este cuerpo, al ser concebido como nucleo de fuerzas opuestas, es origen,
germen de sí mismo. Los i¡dios Pueblo no son antepasalos sino mi ouo, mi sombra. ¿Acaso no
se encuentfa el discurso, sea el artístico o el anropológico, en un cruce, ante su origen, cuando
tiene que ponerse a sí mismo en situación de elección con otras prácticas artGdcas?
Existen varias formas de construir la respuesta pero lWarburg desistló de este empeño. Su
i¡tención era más bien presentarlo, forzar el. ideal como estrucfura de conocimiento, es decir,
como concepto que había tenido una existencia rea.l ----epistemológica y prácticamente real-, y
que había producido la fantasmagoría trágica en la que ha vivido el arte desde el Renacimiento.
La intención de lX/arburg era lleva¡ ese ideal a una posición lejana, remota, no científica, no
sujeta al apropiacionismo que el pensamiento occidental ejerce sobre sí mismo, sino
perteneciente al orden de las experiencias que pueda desarrollar entre los o/ros; rma experiencia
que \X/arburg iba a certficar entre los Pueblo y que, como veremos después, iba a manejar con
desconfianza.
Pero ¿en qué se funda esa fantasmagoría? Podría seq srn duda, la pregunta que recorió la
mente de Varburg en el asilo psiquiátrico, en los momentos en que dudaba impartir una
conferencia de arte o de etnografía aplicada. La rcspuesta se hallará en la misma conferencia: no
se encontfafán en estas páginas, dice, u¡a especie de <<rapicheo científico en esta búsqueda de
un piel roia eternamente idéntico a sí mismo en la desvalida alma humano. Lo que en la carta
desde México era un <<estéril tra-ficar con palabras>, se ha convertido ahora, entre los indios, en
rm <trapicheo científico>. \larburg viaja a México en busca del origen del arte como ornamento
y regresa a Kreuzüngen para demrnciar el origen de la etnografía como identidad del yo. Pero
da¡ cuenta de este esfuerzo no era la labor del ane ni de la ciencia, que para llarburg debían
situar al hombre en el mundo. Posiblemente, tan sólo, la labor de un etnógrafo, aunque de un
etnógrafo especiall un etriógrafo mudo, contaminado, incapaz de contar su expeienciahasta que
no estuvie¡a inte¡nado en la intimidad de un psiquiátrico, hasta que no sintiera, en su cuerpo, los
delirios incesantes que producen los viajes de la imagen: enre la religión y el ane, ente el
surrealismo y la etnografía podríamos decir <Atenas siempre ha de ser reconquistada desde
A1ejandría.'>, decía \X/arburg.
suffealht.t, quedaron peryletos arite el desarrollo de los acontecimientos. A medida que hablaba,
su tono de voz se h acia cada vez más violento hasta que al final, gritando, lanzó al público esta
f¡ase: <<Y al revelaros todo esto, acaso haya firmado mi sentencia de muerte>>to. Diez años
después, el 1J de enero de 1947, y con motivo de una conferencia que se ha hecho célebre en el
Vieux-Colombier, Anaud volvería a repetir la escena, Esta vez debía contar al público su vida,
un público ávido de volverlo a ver tras su estancia en el psiqüátrico de Rodez: Camus, Gide,
Breton, etc. La escena era la misma pero el escenario había cambiado: volvía repueslo del
infierno de Rodez, había escriro Nouaelles Rétélations d.e I'Etre, portaba, sobre todo, dos
amuletosrt. Sin embargo, la confusión empezó a reinar a sus anchas: se le cayeron los papeles, se
arrastraba por el suelo en su busca, ninguna palabra parecía poder salir de su boca. Un
espectáculo un tanto excesivo para destinarlo a una confe¡encia. Pero ¿que conferencia no es, a
la vez, un teatro de la tueldad? Hablar de 1o privado en lo púbüco, lo público por excelencia,
por exceso: el teatro de Artaud. Al día siguiente escribió a Breton: <Hubiese sido preciso decir
a la gente: ustedes están aquí de más y yo estoy de más ante ustedes en este lugaq como una
especie de orador híbrido; en una calle, ante una barricada, no estaría de más, y por otra pane,
poco o mucho, todos ustedes son culpables de la incrustación de las instituciones actuales, al
tener todos algo que guardar, que conservar o que salvaD>16.
Un orador híbrído, contamÁado: tal parece ser el triste destino final de la vida de Anaud,
tanto más triste ya que había luchado contra esta condición toda su vida. No le animaba ya el
deseo de lanzar a la cara del mundo <pequeñoburgués unas cuantas verdades>> sino que, como
reconocería al día siguiente, había tenido miedo ante el uacto de la sala. Pero esto ocuría en
1947, al fi¡al de su vida. Con ella llegó una verdad, reconocida mes y medio después de esribir
a Breton: <Me di cuenta de repente de que había pasado la hora de reunir a la gente en un
teatro>. Había pasado la hora de lo público.
Y, ciertamente, querer enfocar el problema de una etnografía surrealista, como intenta
Clifford, supone ver su escritura construcción de 1o colectivo- como un momento fug¿z,
tan ftgaz que parece inepresentable.
-su
Se ha hablado del üaje de Artaud a México como un viaje de profundización en el exotismo
sur¡ealista, pero quien argumente esto no puede olvidar que ya hace tiempo que Artaud había
desistido de vivir y encontrar una norma en cualquier ejemplo moral, en esta felicidad vencida.
Su desprecio por la literatura camina parejo de su desprecio o falta de interés en convertirse en
voz de los otros.
Para Artaud, la Cultura occidental es algo esencialmente príuado, i¡scrito en el domínio del
yo, aunque sea -o quizás por eso-, un 1'o improbable. Como perteneciente al ámbíto de lo
privado, la cultura pona la marca fatal de la muerte. Encontrar la verdadera cultura es encontrar
la ca¡encia del yo, o restituirle a éste otro valor Es la mecánic¿ de rn destino, de un rítual,
posiblemente uno de los más imposibles que se hayan cteado en el sflo XX: el Teauo de la
Crueldad. En sus escitos sobre el teato se establece que lo colectivo es la ú¡ica función posible,
pe¡o su puesta en escena no está hecha para indir,rduos vivos, sino para aquellos que mrnca
hayan nacido. Aquellos que nunca hayan dicho;yo, por lo menos hasta que no se hayan
construido un czerpo.
No será por tanto una reconstrucción retódca de yoes, como podría pensar Clifford, lo que
intentará encontrar Artaud en México. ¿Qué es entonces lo que busca?. Aunque se podría
diferir esta pregunta o sustituirla por otra, que nos va a llevar a.l mismo sitio: ¿cuándo, en qué
momento y por qué razones podemos suponer que un antropólogo dice fácilamente nosotros
(aún cuando se rcfierc aun nosotros diferido av ellos) y cuándo dice yo?. Este es el momento
en el que parece s ittsatse la antrc.,pología retóica. Sabemos claramente en que momento Artaud
191
lfr|l rfl rLfl rfiI r r
dice 1o pero también sabemos que no sólo desde la antropología sino desde la historia del arte,
se le ha hecho decir en numerosas ocasiones un /losotros que, pese a ser algo querido por
Anaud. ha sido r¡aido¡ con su pensamienro.
Artaud había dejado de decir nosotros, de una forma más o menos encubierta, en 1925,
cuando se le encarga la redacción del tercer número de L a Réuolution surteáliste,y reafrmatá si
yo en 1946, cuando vuelva a ¡eescribir algunos de los textos que aparecieron en esta revistatT.
Entte 1926, fecha de la expulsión del grupo surrealista'8, y 1.946 Anaud vive un aparente
interregno de sí mismo, r¡n olvido del yo que es al mismo tiempo un momento de fasci¡ación
por los otro¡, es decir, por nosotros. <<Iremos asociado la palabta sunealismo ala de rnolución
ú¡icamente para evidenciar el carácter desinteresado, independiente e incluso completamente
desesperado de esta revolución>>, dirá en la famosa D eclar¿ión dul 27 d" enero de 19i5, hrmada
por todo el grupo surrealista pero redactada íntegramente por él y que tuvo un carácter
especialmente violento. Pocos surrealistas firmarían años después ertu irur" qr" 1.925 podtia
pasar desapercibida. En 1927 gran parte de este grupo "n
tras la aáscripción áe sus
-y
componentes al Partido comunista Francés-, quedaría profundamente atónito si le pidieran
que la suscribiera de nuevo. Artaud sabía que ese conocimiento desesperado hacía íempo que
forrnaba parte de é1. En carta a Mme. Toulouse, en septiembre de 1924 había dichá: ni{e
entablado conocimiento con todos los dadás, que quisieran embarcarme en su última nave
surrealista, pero no hay nada que hacer Soy demasiado surrealista para eso. Además lo he sido
siempre, y sé muy bien qué es el su*ealismo. Es el sistema del mundo y del pensamiento que me
he forjado de antiguo. Se toma buen¿ notarrtt.
En A la gtande rcuit ou le bluff surréaliste (1929), sue contestaba a su expulsión en 1926'0,
Artaud hablaría de nuevo de manera üolenta del sentido que otorgaba d. no.rolros surrealista: la
acción sumealista <<no podía desarrollarse no¡malmente si¡o en el marco íntimo del cerebro>>,t.
Pero A¡taud lo diría más claramente en 19J6, durante su viaje a México, en el que no sólo
tiene oportunidad de visitar a los Tarahumaras sino de saldar cuentas con el surrealismo,
anudando, una vez más, dos problemas que para é1 no eran sino r¡¡o sólo. En surrealismo y
Reuolución, confe¡encia pronunciada en México, dirá que el surealismo habí¿ nacido de la
desesperación y del h-astío y terminaba diciendo que <<para nosotros sólo era realmente puro lo
q,re era desesperadorr". Ya no se trata, solamente, de que la revolución fuese desesperadá, como
había dicho en ).925, sno que todo exisla para los surrealistas en razón de su desesperación.
Será en México, por tanto, donde esta tensión entre el yo y nosotros alcance ,no de sus
puntos clrlminantes, con motivo ¿e tn uiaje etnográfico a la tier¡a Tarahumara, que es, al mismo
dempo, lraje su'ealista ¡ posiblemente, el más importante. La Sierra de los Tarahumara se
'n
a establecer como una verdadera tabuk rasa para la puesta en práctica de un descabellado
'a
experimento: verificar las condiciones de existencia del proyecto político y social del
surrealismo y verificarlo en 1o que pam Artaud era su verdadero territorio. En el segundo de los
m¿¡rifiesros escritos por Artaud contra el surrealismo, po iftt firxdl (7927), encolabo¡áción con G.
Ribemont-Dessaignes y A. Bamalou, encontrado y pubJicado en 1971, A¡taud venía a establecer,
bajo el aspemo de ,na prof.nda requisitoria contra sus componenresJ los límites geográficos de
este viaje: ,.si¡ desconocer las ventajas de la sugestión colectiva, creo que la Revolución
ve¡dadera es asunto del i¡dividuo/. voyage autour de ma chawbre, diría
Joseph de Maistre,
algo que desearía también el ext¡año pe$onare -ulises nada menos- que se pasea en barca por
los límires geográficos de su habitación en un delira¡rte cuadro de De Chiricá.
Sin embargo, el jurcio no puede ser más malicioso v nos lleva directamente al problema que
-
planteaba C1ifford en The Predicament of Culture, ¡ en concreto, a las páginas de nSoÉre
Etnografía Surrealisto>.
192
UN AffT SÁLVAJE
<<Al llegar al comzón mismo de la mont¿ña tarahumata, me vi presa de ¡eminiscencias físicas tan apremiantes que
parecieron traerme recuerdos personales directos; todo: la vida de la tierra y de la hietba abajo, los recortes de la
montaña, las formas particulares de las rocas, y sobre todo la polvareda de la luz en escalo¡es de¡t¡o de las
perspectivas nunca acabadas de las cumbres, unas pot encima de 1as otras, siempre más lejos, en un retroceso
inimaginable, todo me pareció rep¡esenlar una experiencia vivida, que ya había pasado a través de mí, y no el
l\4rctEl d\cEr_ G.{¡crA
IIE¡NAM)¡Z
descubrimjen¡o de u¡ mundo e
*****.1**,[#**n:4+*m*+iiüt.l;#;.."*img*r.;.,;
il,,,,:;:l.xt"i.üit1?;:H:f,:plüFj:ftTr*jr;:¿k*?'::,1'i,,;!:jt,',,.ffir;.:::11;;:
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urilizado ," llltlY.ió";
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diviena votviendo a ix;r,|.lJi:,Y::,i h,i'l'lo' hnbi,. si,rnismos ¡ con mavo"
.,*ou. .i á"::'":1'' T:]1" senLrdo
"'l"l'"lien Por
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vi'tu de lo pinroresio"p;;";:ü,:l:i,.0:;,:
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- "El Su¡¡ea.lismo es el n
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surrealismo habla? ,-qr..
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superposición .*,'unu".
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-Ll sur¡ealismo de A¡¡aud
- dudas. por to me
deciaraba *" i:ori),)Iino ¿" *¿"'il'"í,;:;r,fl:'Ír:i;i:1#J'i;iljiili
mor'rmienro duranre ios
receras de ,"u..1¡.
,,^!.:*::
'r*"-"':tfo", un:t, y manejado por Anauc
A¡¡aud.en ros rarahumara
seo'j"i*.Ít '"0";,, "
,íl-,ill"i.',llfriiLi:l:#:,TiHXJ
de su significado p"r;:1;;:;"1t"la en sentido conrrarjo a lt deseos de CüIford:
raceranre. crista.rina.
absoluta en t* oscuridad
or. no o.1 "i*".lrr'iárus
::il:f j:1,#l:#il1'j,'1.",".i jl$"?¿:::::;T;::
"ol':'::'"*,.:,il;,*1i,ffi
esencial sobre el pianrearnienro
::iff:ti ¿. cln*¿,'"i ¿"iu[u InÍuliru.ion qu. urro;, *u
: #?-,: ;;,. ffi ;:J: il il'J:::"*' ;
snin'u a;.''
sur¡ealisra
i ;";ÍH
q ¿' :ff',:: n
[:i,1
mo'imienro o , ,"r;;ü;;i.:scüturau ¿" a ¿se debe
radicar del ..ororensirjn
rechercbcs surrearistcsArruuJ tu, ,
"*¡i, iüi"lot,
a. rodos ros.,,,0.. j:Í:::;:il;fliiii;fi:\':::"1:::#:::::i^!l:::':
cón,..r,., "','J
lphca?r:
general de los valo¡es
{..). a una.""r,i,u",ir"l,i'r'i:!j:i:ü:"rtr?,u , un, d.rurlo.t,r.i¿n
:.'::Ti,Tll::':.'," l;#?,;,,f :;._=:.:l j:i?i:X,ll,rul;::;
rambién sujeros, para
:"_ü;:T,T,'I
¡;11oa,r a",Á'á"ú")áE:,:;?:::,i:;::forque es,os p,o."d;,i.n,o,
técnicas p""n"iun
;Ti:il:l:T|';u:#;j: iarís o a, una
concur¡idos '¿.,
ái",,.,.i:'as como te¡¡ulia 'á'
de café
,truud_ oedjcana .r,i.u,
f"ro..,,!l tt ,pr..."n. o.r;;;;t';;;;rrsmo del grupo y a los que
como drria Anaud. de.r,. ,in .irirr*". r.i"lt""t
ro,",'lna:. <pero, que o di:ftutadore'
l"t d;;l;?;r';:qest'narartos
general rodos los desac¡edi¡ados
más que para
f:o]o,",i, "il";o'n':..13^,1:,.,;i;;fi.;;J';.,I::::iil"',',XS["'"J;:
üti'1t"T".i;::;:irxi*;,;i::j:i"::ü,:i:T ::T: r
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co m o r a de o. c ¡ _." ls.;d.' ;t:, ff l inf :,:fiffi,i:iJ.T,j* ntf mril
UN ARTE SALVAE
servidumbtenr'. Regresat a mí mismo. Con que atención se cuida ahora de no decir Yo. No es
que haya salido de la locura, es que este J,¿ ya no es Yo, es el cuerpo.
Un texto que parece resonar, profrnda y paralelamente, en otas pági¡as, escritas 20 años
atrás por Aby \larburg, a propósito de la imponancia que concedía a st escnto sobrc El ritual
de la serpiente, y en las que protestaba conffa la definición de su conferencia como <<un resumen
de los resultados de una expedición antropológico:
<<Estas notas no debe¡ conside¡a¡se como los "¡esultados' de una inteligencia superior y mucho me¡os como
resuJtados científicos, si¡o como confesiones desesperadas de un buscador de salvación que revelan el vínculo
inexorable por el que la lucha ¿scende¡te de la mente queda ligada a la urgencia de proyectar causas cotporales. El
problema más intemo sigue siendo la cararsis de esta urgencia abrumadora de busca¡ causas perceptibles. Ni siquiera
quiero que se eicuentre la meno¡ huella del bl¿sfemo rapicheo científico en esta búsqueda de un piel roja
eternamente idéndco a símismo en la desvalida alma huma¡a. Las imágenes y las palabras están concebidas como una
¡
aluda para los que me sigan en el intento de conseguir claridad de este modo, superar la tensión trágica entre la
magia instintiva y la iógica discursiva. Son las confesiones de tma esquizoide (incurable) depositadas en los archivos
de los médicos del almorT.
Este peligroso deslizarse por el filo de la demencia, este cuestionamiento surrealista del yo, es
lo que vuelve el vraje a México cristali¡o en el lenguaje y oscuro en sus iritenciones, lo que
determina su oscilación entre un viaje etnogr,lfico y un viaje teológico, enlre nosotros y yo. Y el)o
en virtud de una ecuación, la única que no se permite responder la antropología retórica: el
delirio de mi 1o establece el sentido de mi nosotros. ¿Desde qué posición pienso lo colecdvo?
Una construcción que se expande a través de todas las páginas de los Tarahumara y que arrastra
las reservas del surealismo, aquellas que Breton había querido administra! a lo que él mismo
había querido exorciza! no sín una cierta hipouesía:
<<Me pasaría la vida entera dedicado a provocar las confidencias de los locos. Son gente de escrupulosa honradez,
cuya inocencia tan sólo se puede comparar a la mía. Para poder descub¡ir Amé¡ica, Colón tuvo que iniciar el üaje en
compafua de locos. Y ahota podéis ver que aquella locu¡a dio frutos ¡eales y dumderos..rr".
Breton se equivoc aba. Su inocexcia y sustrlor son sólo comparables a los de Clifford.
La búsqueda de los Ta¡ahumara es pues, ante todo, un üaje al featro de la crueldad, perc
también a lo que las fuerzas destuctivas del teatro tienen de afirmación de la r,rda: el momento
privilegiado para constroit una glamática uníuersal de la tueldadtu, un lenguaje. Ataud quería
elabo¡ar una rigurosa escritura del grito, del gesto, un sistema universal v codificado de las
onomatopeyas y de las expresiones, a semejanza de la ley psimlógíca de Aby \X/arburg: <una
lengua que no era el francés, sino que todo el mundo pudiera leer, cualquiera que fuese su
nacionalidad>. Pero tanto Artaud como Warburg han comprendido que esa delirante
construcción universal, esa Cabul4 no era algo verdadero, no constituía un modvo científico
sino únicamente una manera, ente orás posibles, de ace¡carse a ui momento original del
discurso: <<Sucede que ese manierismo, ese hieratismo excesivo, con su alfabeto rodante, con sus
gritos de piedras que se parten, con sus ruidos de ramas, sus ruidos de talas y arrastre de leña,
compone en el aire, en el espacio, tanto visua.l como sono¡o, una especie de susurros materi¿.les
y animados. Y al cabo de un instarte se produce la identificación mágica: SABEMOS QUE
SOMOS NOSOTROS QUIENES HABLÁBAMOS>'0. Como ha dicho Derrida, un saber
presente del pasado propio de nuestra palab¡a. Un saber del que Artaud tenía una exacta
referencia, aunque carecía del desenlace: el establecido por Platín e¡ el.Citias ala búsqueda de
la Atlántida y que Artaud va a volver a explorat y evocar a ttavés del Tutugurí.
Es sobre el olvido de este pasado -en definitiva, el olüdo de esta febril construcción de la
modemidad-, sobre 1o que hablan las páginas de <Etnografía sumealisto>. Una omisión que ha
197
MrcLrE- ANGEL G¡Rcr IIE¡,\A¡IDEZ
sido propuesta, al mismo tiempo, como una manera de ejercer violencia sobre el discurso
artístico, como una forma de olvidame de 1o febril quehay en todo arte o, lo que es 1o mismo,
como uria forma de permánecer fiel al discurso antropológico. Sin duda Clifford ha sido un
excelente seguidor de su disciplina. Acaso su <<etnografía surrealista>, es decir, su visión dei arte,
no sea nada más que <el feliz encuentro, sobre r¡na mesa de operaciones, de ufi paraguas y de
una máquina de coserlt.
¿Cómo hacer del viaie emográfico un verdadero üaje, ateno a la ilusración, a la decoración,
y que pfesuponga un sentido fuerte del arte, su necesidad? Es de esta forma como lo ha sentido
Atfaud: nosotros es el decorado de los olros. El viaje emográfico no es tanto una colonización
como nna traición. Establecemos con nosotros nna relación decorativa desde el momento en que
hablamos de texto etnográfico como una subdivisión del lenguaje, como una separata,
atendiendo a una condición de <disfrutadoo que planteamos con nuestro propio lenguaje. pero
allí el yo no está puesto a prueba, ha sido encontrado en el texto, no es nada más que retórica:
<¿a escena entonces ya no es cruel, ya no es la escena, sino algo como un adomo>>. Lugares en los
que el yo pone a prueba su dominio de sí mismo y su cap aciclad pan dtsfrazarse. Artaud vivía en
esta doble radicalidad: no puedo colonizar a los oros porque no puedo dejar de descolonizarme
a mí mismo.
Este descolonización del yo es el momento a par¡ir del cual Artaud ha constuido su viaje a la
Siema Tarahumara, el único momento en el que, como dice Clifford, el surrealismo se puede
convenir en el participante secreto de I a efnogtafr,a: <<He de e¡contrar una cosa preciosa; cuando
la tenga en mi mano podré realizar automáticamente Ia uerdad.era obra dramática que debo
hacer, esta vez conla cetreza de conseguida>a2. En la se¡ie de conferencias y publicaciones que
va a desarollar Artaud en México D.F., antes de su partida para al territorio tarahumara, esta
visión del viaje va a ser continuamente subrayada: <Esta misión tiene por objeto estudiar todas
las mani{estaciones del ane teatral mexicano, pero quiero hacerlo en la vida, no en las tablas#r,
Y esto en razón de una crisis, es decir, de la imposibilidad de su labor; <El verdadero teatro
como la cultura nunca ha sido escrito>>ar. <<Para que nazca el mito del teaüo moderno, es
necesario primero , prepararle rna lengua>rot .
Encontrar una lengua, la lengua de la crueldad. Pe¡o una lengua que se oponga a escritura, a
texto. Es para desembarazarse de la escritura por 1o que Artaud proyecta su utópico viaje a
México, para librarse del poder de toda esoitura autoidentficativa, autoinmoladora. Encontrar
esta lengua es encontrar el lugar de 1o público, de lo colectivo, y, por tanto, de la etnografía,
aunque también del cuerpo del yo. Pero Artaud no se lo ha planteado como estructura, síno
como horizonte, como pérdida, como breves <<momentos de claridad>.
Artaud viaja pues a la verdadera niz dela expeiencia del surrealismo y que éste se había
otorgado bajo la facilidad de su militancia comu¡ista: comprobar la <utilidad sociab, la
búsqueda del espacio de la verdadera revolucióna6 Un üaje al fin de la noche surrealista; la
incorporación a1 r abajo, ala vida, de gentes preparadas en el teatro de la crueldadar, es deci¡ el
esfuerzo más alejado de la mente de sus constructores y de Breton en especial: cotidianizar el
su¡¡ealismo, enfrentarlo a una existencia verdaderamente real. Esta existencia colectiua (que
Bataille también pensaría -a través de 1as fuerzas delira¡tes y destructivas del sacificio-, como
horizonte) es, sin embargo, lo que Occidente ha perdido y que Artaud c¡ee encontar en
México. Ha venido, como él mismo dice, en busca de <políticos, no de artistas>> ya que, en el
plano social, no existe el anista, éste es un esclavoa8.
Pero A¡taud se cuidaba muy bien de distingür en esto u¡a form¿ de colo¡uzación de los
¿l¡os. No había ido a México para ver Europa ni para contemplar a los otros, sino para otorgar
ser a los otros, ¡ de este modo, mosrar la radical o tredad dela mismidad de Europa: <No es la
198
UN Anr[ S¡rvAJr
cultura de Europa lo que he venido a buscar aquí, sino la cultura y la chi\zación mexicanas
originales. Me declaro discípulo de esa originalidad y quiero exraer enseñanzas de ello>o'.
Como \Y/arburg, Artaud viaja a los límites de Europa, no a aquello que Europa se representa a
través de lo maravilloso sino a 1o que margila como pasado de lo marauilloso, es deciq a la
representación mítica del origen de Occidente. Occidente, para Artaud, también se llama
México: <Nadie ha pensado hasta ¿hora en manifestar las fuerzas escondidas del alma de
México, en enumerarlas, en reu¡ri¡las metódicámente. Yo conozco el nombre de esas fuerzas
psicológicas y deseo esoibir un libro sobre ellas. Pero me faltan elementos por obtener en el
suelo mismo: los ritos, las oeencias, las fiestas, las costumbres de las tribus indígenas auténticas.
Escribiré un libro sobre estas i¡vestigaciones y este libro servirá a la propaganda de México>'o.
Los que conozcan el viaje saben ya que estas palabras deben ser leídas con atención: nada más
alejado del pensamiento de A¡taud qle enumera,t cataloga4 hacer trabajo de archivo. Suponen,
más bien, una catalogación de los otros del sí mismo; Momo,la enumeración de la destrucción.
Breton, bastantes años después, hablaría sobre el traidor pliegue que tuvo que instalar en el
surrealismo tras la estancia de Artaud: <<veía que la máquina lincionaba a todo vapor, pero no
veía como podía seguir alimentándose>, Se volvió claro posteriormente: catalogando la
disección de los recursos técnicos del surrealísmo. Esta enumeración positiva había sido, sin
duda, uno de las üaiciones del surrealismo. <<Propongo renunciar a ese empirismo de las
imágenes que el inconsciente aporta al azar y qre se lanzan también al azar llamándolas
imágenes poéticas>, había dicho Artaud. No quería asistir a una epifanía de cualquier forma de
cadaure exquís, sino a la presencia misma, en el discurso, de lo que los sueños tienen de ilegible
e irrepresentable, de engrama, diría Varburg.
El viaje ala revolución -el viaje a México-, va a estat marcado por sucesivas destrucciones:
destrucción de las reservas positiuas del sueño, destrucción real de \a antinomia política del
sumealismo, denunciada por Piere Naville; destrucción, sobre todo, del espacio del arte, que
Breton había querido santificar utilizando el discurso político como pantalla protectora. En E/
Teatro y la Peste, Attaud narraba la historia del r''rcerey de Cerdeña, Saint-Remy. Una historia
que se antoja como u¡ doble destino: el desti¡o del surrealismo y el destino de \a etxografía
surrealist¿. Saint Rémy tuvo un sueño en el que se sintió presa de la peste y vió la peste asolar su
minúsculo estado. Cua¡do un barco i¡tentó at¡acar en el puerto, Saint-Rem¡ delirando, se
enfrentó ai orden social, pasando por encima de la dignidad y la vida de las personas y obügó al
barco a que se alejara. Éste atracó en Ma¡sella donde descargó su mortal equrpaje. La conclusión
de Artaud no puede ser más demoledora: el barco no ha dejado la peste en Cerdeña pero Saint-
Rem¡ en su sueño, ha establecido una cierta comunicación con ella: <<pero estas relaciones entre
Saint-Rémy y la peste, tan fuertes como para Jiberarse en imágenes dentro de su sueño, no son
en absoluto demasiado fuertes para hacer aparecer en él la enfermedad>rtt, Es en este sueño
donde cobra toda su rágica fierza \a desconfianza de Artaud respecto a la revolución
perseguida por los surrealistas. Los surrealistas son i¡capaces de reuolucionarse, de apestarse. Y,
probablemente, porque tienen una inveterada aftciín a construir irnágenes. La criica más
ace¡ba que ha dirigido Artaud conra el surrealismo ha sido también la más brillante: piensan la
revolución para crear pinturas, para resucitat el arte. Este es su i¡sensato y traidor senrido del
nosotros. La revolución, para los sunealistas, se hace para los otros. (¿Para qué o para quién se
consftuye la <<etnográfía surrealista> de Clifford? Él mismo nos lo dirá más tarde). Artaud
conocía bien el lugar imposible desde el que debía realiza¡ su lab or <<Et je nous rlite a réagio
(<Y yo nos irvito a reaccionat r)t', habia dicho en Le Thé,itre et son Double, animando a
participar en la Íuerza revolucionaria del tearo. Construcción gramatical imposible para
Occidente, y en la que Artaud opera una i¡versión radicd,: yo y nosotros, <<nos inüto>>; yo soy lo
199
MrcLrEL ANGEL GA¡crA IfuRNAND¡iz
súbitamente su propia muerte y la de los suyos, con los oios fijos, doliente, casi gritaba que sería
preciso que la muerte se conürtiese en una muerte afectuosa y apasionada, lleno de odio por un
mundo que i¡cluso sobre la muerte hace sentir su zarpa de chupatintas, yo, por mi pane, no
podía ya dudar que la suene y el infinito tumulto de la vida humana no estén a favor de quienes
no pueden ya existir, con sus ojos abienos, sino como videntes arebatados por un sueño
turbador que ya no les perteneceott.
Pretender textua)iz$ esta vida en retóricas antropológicas no deja de ser un triste final,
Masson tenía razón.
Tanto Aby \{/arburg como Antonin A¡taud han habitado la lejana presunción de que el ane
y el conocimiento de otros pueblos no discurren paralelos como discursos sino es a t¡avés de la
disolución de su propia contamiriación, es deci! de establecerse en su mutua descolonización.
No aseguran, por tanto, de la verdad de un ejemplo, de una relación, sino de su destrucción,
Artaud y \üarburg muestran en sus escritos, con un fe¡oz radicalismo, el momento en el cua.l
toda contaminación de poderes se ve disuelta pero, al mismo tiempo, el imposible lugar en el
cual esa descontaminación se produce: el lenguaje.
Para Artaud esta disolución consiste en denunciar los lugares en los que el lo de la cultura
occidental ejerce el poder de fragmentar su figuta para recomponerla, a modo de trágico juego
especular, en un nosotros. La aventuta antropológica de Artaud va a intentat disolver esta
diferencirio mediante una proyección del ellos en flosotras, es deci¡ mediante una recreación
de los otros, ni a través de una constante ¡ei¡vención de yoes, sino mediante u¡a radicalidad
esencial: todo viaje, todo r.'rvir y toda escritura es para Artaud una sacudida sísmica del yo, un
intento de expulsado del cuerpo. No hay nosotros ni ellos, porque estas categorías solamente se
pueden establecer sobre la base de un improbable yo, un yo imperialista pero que, para Anaud,
todavía no ha sido enconrado, A¡taud no podía en el texto de los tarahumara destruir esos
lugares; de hecho, su escritura es ula escritura, pero sí pudo re-presentar su destrucción. La
descripción etnográfica es siempre una escritura de la catástrofe desde el momento en que lo
colectivo se realiza o surge como Tearo de la Crueldad.
\larburg parece incidir en la disolución de las lejanias, en establecer una proximidad
simbólica de las Jonnas simbólicas, es decir, una especie de retórica simbolista, no aiena a \a
comprensión de las culturas como un gran todo englobadas denÍo de una psicología universal.
La idea de un centro asfixia a \Varburg, le retiene en un eje sobre el que todo debe
necesariamente girar Su viaje a México no será un viaje a lo exótico sino un viaje a los márgenes
de su eje. Y es aquí, paradójicamente, donde se diferencia del concepto de olros o de exotismo
como sinónimo de márgenes de la cultura. Del mismo modo que viaiaba todos los días, de
estantetía en estanteríá organizando el saber provisional de su biblioteca, moviendo
i¡cesantemente libros y disponiéndolos según la estructura temporal de conocimiento a la que
había llegado ese día -1o que llamaría la dey de la buena vecindad>-, de tal forma el eje establece
sus márgenes. El movimiento de \X/a¡burg por su biblioteca es la metáfora de su movimiento por
el saber humano, una especie de tornillo demoledor, que aparenta el saber del hombre universa.l
a través de una especie de provisionalidad del centro y sus márgenes. Sin embargo, si su o¡den
no parece estar mrnca fijado de antemano, no será por una actitud de relativismo cultural sino
por una conciencia profundamente trágica de 1a imposibilidad de su labor ¿Cuál es el eie de
\X/arburg, su principio motor? Posiblemente en la relación o contaminación entre afte y
artropología podamos enconrar la res p:uesta. El ritual de la serpiente nos avanzaba ya una tdea:
M¡6u¿L ANGEr GA¡cr II¡¡NAND¡Z
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NorAs
'James.clifford (1988) p. 127. NorA DE Los EDIToRES: Durante el proceso de edición de es¡e libro ha
aparccido la edición castellana de The Prelicament of Cuhure IAMES CLIFFORDT Dilemas tJe la cultara. EÁ.
Gedisa, Barcelona 1995).
' En una nola tedactada anres de su marcha, y con rrn ma¡cado c¿lácte¡ relegráfico, A¡tau<l expresa ese sentido de
<huido con e1 queJ. Clifford define su est¿ncia enrre los Tarahu,.nara, aunque"rambién sabe el .ip*io t".i. qr.
encontrar: <Llego a México huyendo civrlizacrón y cultura Europa, qu. , rojos nos conducen a Barbarie, y ei iadaver "" ^
de la civilizar ón y ).r_cuJru_a de luropa. ¿nre mr enL uenlro¡ en Durozoi. p.
'.ir. 182.. 5obre esra evasron, ¡.npi, J.
rr.ha. etn-ogr.rfiar- hablan rambrcn. yquuáqcon n¿. riru]en.i¿ a\ págll ¿, ¿e LAl,raLe Tazló,zc de f4ichel Lerri..
aungue Clifford se ha olvidado de señal¿¡lo.
o
Carta u 1. Paulhar', 19-7 19lJ (cit. en Du¡ ozoi, p. 34).
i <Sin metafísica no hav cultura>, decía Artaud. Este grito de guerra debía sona¡ chir¡ian¡e a los oidos de los
const¡ucrores de la mode¡nidad. Intenta¡ un acercamiento a Artáud olvidando o relegando este p¡onunciamiento
seria ce¡cen¿r su pensamiento y t¡aicjona¡ la verdad de su discurso. Por otro lado, el própio Artaud se ha encargado
de indicar el motivo de su invocación a Ia met¿Jísicar <invoca¡ hov Ia metafísica no es seoa¡ar 1¿ üda de u¡ mun,lo".,,e
la rebasa: e. ¡einrroducr- cn l¿ nocrón e. o-omrc¿ del mundo todo aq rel'o que se t, i*,r¿" ¿. ,l -.""11-,
qr,-
¡ei¡t¡oduci¡lo sin alucinacio¡es> (cit. en Durozoi, p. 179). Los t."io, q,ráh, dedicado De¡rida Artnud.r, i-á
E*ntura 1 k diftrenaa exploran esta cuestión. Por otro lado, esta noción económica de la metafísica" encuentra más
LJc un paralcLi.mo cor l¿ n^. :dn de .,d¿sro- q¡e ,b¿ ¿ Jer¡r ¡ oll¿r B¿r¿lllc e- e.Lo. mi"mos ¿noq.
' Cliffo¡d (1988), p. 120. El.pintor André Masson, amigo de Arraüd v de Batai11c, no tenía
-r,a ninguna duda sobre esto:
<<Para mí como para muchos de mis compañeros de mr jurentud, el arrc regro.o podí, áu.no,
narla más: su
encuenrro había sido decisivo para nuestros mcyores, ei choque decr.ruo, po, n.,-..tr" pnit. sólo había r¡¡a afectuosa
! u'rprension \ como un ho'rena¡e Jvbido. .r , n ahenieur-Ccndron. p. r8
L: corierencia se ¡radujo al inglés: <á Lecture o¡ se¡penr Ri¡ual), lounal rf the ryarburgInsttt te,rr,19i9;exisre
'-::.: :::ducción i¡aljana ¡eciente con el ritulo de <<Il rituale del serpenre>,
Aut-Aut,19E1, pp. 119-200.
Gc:::!:-¡: :i;2 . D. 2ll. Esta frase constituye la columna verrebral del pensamienro de \y/arburg ¡ al mismo
!re:i:o. !: :i,'i-_, -j. 'ir t:to¡¡o a una historia del arte académica.
't Estos dos amule¡os e¡an Lma pequeña espada toledana, con la que le había obsequúdo rn hechice¡o du¡ante su
escala en La Habana camno de \féxico. 1 ur junco que le había rég¿lado René Thomas. A¡raud creerá qü¡3 el junco
había pertenecido a San P¿rúcio r a C¡is¡o.
'' Durozoi, p. 51. Baraille podía haber áicho 10 mismoi <üsredes no rienen nada que gasrao.
206
f
UN ARTE sATv^JE
'o Artaud (199J). D. 2lJ. L'Att,,l¿ ,edactada íntegramente por A¡taud, apareció
Reuolutton Surteahie, ya citado. sin li¡ma en el ¡" ) de La
" nMi conracto con el su¡¡ealismo sóro me deja la inmensa rabia de haberme dejado engaña¡
por crapuJosos i'roobtes, genres sin fe v .r1.v.u q"i.*i de tan sobe¡a¡a fo¡ma
lCan¿
gJ";.-t;;;;;;;""i;",. i;r;"¡"ri..iüT¡.i"glli
a Je¿n P¿ulhan. 27 de leb"ero dá t eu 7; buróro, p. 65,
'0 La *escriru¡¿ ernográfica> que- se opera en sabre
Etnografía surearista -tdcomo queda fijada, más o menos
programár:camente. en Retoura, /" 1¿ ¿2¡ropologr;,
no hu;. iu.!r.i" ..",,.cesarro conocer la Hisroria
para fograr elcese de lo. lugr."s .on' iCtili.¿._.
*..- "ir"purii o,
v ürr.r, l"ol.;;;i-'- "
" Arráud (198t), p. 128.
" La mayoda de los textos escritos en México insisten, casi obsesivamente, en la idea de ra autodesrucción
Europa Es con u¡ rono apocaríptico con er qu" ñ;;i * de
;.;; iü¿*i..*o!i.'", r"a", e irónicamente, pa¡a
".r"
207
MrcuEL ANGEL GAtcrA l{E¡NArlDEz
al<< quizás
el trato con el suüealismo etnográfico pueda a¡udarnos a ver la bolsa de plástico azul Aüdas
como una
pane de1 mismo roo de proceso cuJruraj ,-ñrenLiuó qu. lri,á..rrr, rt.icn rr"
fue en 1907 ¡parerie¡on de reoenLe
sobre tos sonrosádor cr¡erpos de l:: Señoriras de Avignon. ,Clllord. l9gg. p l4g r. Hr) qu..sp.r".,
*rrn rrr.J or*
o¡mos cuenla del verdadero senudo de l¿ P/?agru.lM thftedl!'!a de CM[ord: reviralizar las Mrrolograr '
de Ba¡hes.
{ El subrayado es de Anaud (Durozoi, p. 173).
:)
.Atta[d, carta-abierta a,hs ¿obenadotes de ros Estados de México (A¡taud, 1976, p. 6j). Esta carra se pubrica en E/
\aaonal eI19 de mayo de 19)6.
-,El teat'o t lo, dtoses {Anaud, 1970. p. 40). La primera pane de este rexro se pubricó en E/ Nacionar
el24 de mayo
oe 1916.
j E sub¡a.ado
es de A¡ E¡ teatlo ranc¿s batca ua mito (Attard, i976, p. gg). Texro apa rccido e¡ Er Nacional el
28 <ie irmio de I9i6 ^t.¿.
' E¡ o¡¡o co¡te¡o dúá que 1o que ha venido a buscar a México es <una fuente, una auténtica fue¡te ffsica de est¿
loer¿a rer-oluciooa¡io> (Pimer contacto cr¡n la reualucióx mexicana; Arfaud, úi6, p.7i). T";;p";;iJ"
\acioñ¿l el J de lnmo ¿e 1916.
.;;;
AÍáu9 s€ mpeoa desde slllegada a Méúco en torpedear la ¡evolución ma¡xista mexicana y llevarla hacia ias
;lüerzas dertrt.l¡uas del ¡ear¡o. Si¡ duda debia.aberya de la vi,ira que ib¿ ¿ real¡z¿r Breton a \4.*i.á
oo, ¡ni.-o,
a¡os' a la defe¡sa del espacio social ma-xista. Er pioposiro de Anaud no podra ser in¿" .ru"."i"J ..c." "s,os,rr'r-",
hdrgenas pnr¡lEvas en,las que abund¿¡ las mú.icas y las danzas de curacion. Méxi.o esri lisLo para
enrender un,
tevoluclon semeJante v lo Delor de est¿( -núsicas mdrgena. de curacion espera el momento de ocuoa¡
su lupa¡ enLre
la masa de lraba rado¡es" r La tur¡¿ ¡u¡qnrid¿d de lat ehle,, Afiaud. r q76. p. I07 r. fl re\ ro apureció
en Et Níno4ar el
25 de juJ.io de 1936).
208
U\ -¡-::: : :. r:
a3
Lo que uine a hacer a Már¡co (Anaud, 1916,p.91).
La cuhuru eterna dc México (Att^nd,1976, p. 98). Apa¡ecido en El Nac/oxal eI1) áe jdto áe 19)6.
ae
" No es casual que el primer espectáculo previsto del Teatro de la Crueldad. fuera La Conquista tle Méxíco (l9T), n
tampoco parece casual que hiciera una lectura revisada de este texto pocos dras antes de parti¡ hacia México en casa
de Lisa y Paul Deharme. No es sólo que este tema Ie llevara a plantear -como expresa Artaud el tema de la
<colonización>. Es ¡ambién la resolución imposible del su¡¡ealismo: <<Desde el punto de visra social, muestra fla obra
de rea¡rol la paz de u¡a socíedad que sabía dar de comer a todo el mr-ndo, ¡, donde la Revolución estaba, desde los
orígenes, cumpJidu (Artaud, 1991, p. 197).
tt En un he¡moso texto de las co¡fe¡encias dadas en México, Anaud planteaba las razones de esa búsqueda de una
cultura unive¡sal: <<Panículas de nuest¡o 1,o pasado o fu¡u¡o andan errantes en la naturaleza, en donde leyes
universales muy precisas üabajan po¡ componerlas. Y es justo que nos busquemos réplicas, réplicas activas, neriosas,
hasta fluidas, en todos esos elementos disgregaéos> (.Sectetos eterxos de la caltuta; Attaud,l976, p. 111). El subrayado
es de Ar¡aud.
tt
En 1915, pocn utrtes de la c¡eación del Coll? ge de Socinlogie, apatecía el manifiesto de1 primer y único número de la
revista Contre Attaque, en la que se i¡tentaba un¿ lucha ¡adical con¡¡a e1 avance del f¿scismo. En ella se podía leer, en
u¡ tono i¡confundiblem.nt. buulliano (Baraille lo había redactado), la siguiente concepciln lejana, culpable, áe la
experiencia: <.Nuest¡a ta¡ea esencial, urgente, es la constitución de una doct¡ina res*ltante de las expetlenclas
inmetJidt as. En las cttcu¡s¡ancias histó¡icas en que vivinos, ia incapacidad de extrae¡ lecciones de la experiencia debe
considera¡se como criminaL> (,Contraataque. Unión de lucha de los íntelectuales ¡evolucionarios); ci¡. en González,
A.,1979, p. 114).
'3 Artaud, 1985, pp. 109 104. Los subrayados son de Aftaud.
" Durozoi, p. 192. Esta afirmación de 1o sin nombre es rambién el catalizador para que Anaud pueda decir: <<Aho¡a
sé quien soy, qué es Io que voy a hacer, por qué vivo y por qué he nacido> (Durozoí, p. 38). El subrai'ado es de Artaud.
ut
Una escri$ra etnográfica que debería empezar por ser consciente de la consciencia de Artaud (y de la de Bataille o
Leiris): <<No son ya recuerdos de viaje; es una meditación sobre los aspectos irsospechados de la existencia y el espíritu>,
dirá Artaud a Pauha¡ cuando le presente el m anusctlfo D'un uoyage au Pays des Tarahumarus (Durozoi, p. 19)
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AúctEL ANGEL GA¡crA IIERN NDEZ
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