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El trío protagonista es insuperable.

Daniel Day-Lewis es el
protagonista pasivo, incapaz de dar el paso con el que liberarse
de la sociedad que secretamente desprecia, y de irse con Ellen.
Y hace un trabajo tan formidable, contenido y elegante como
era de esperar. Pfeiffer, a su vez, quizá haga la interpretación
de su vida. Y Winona Ryder, un año después de ‘Drácula de
Bram Stoker’ (‘Bram Stoker’s Dracula’, Coppola, 1992) vuelve a
demostrar lo buena actriz que es. Está perfecta como la tímida
manipuladora que parece incapaz de matar una mosca y que es
la más artera de todos. Pero cada actor, pequeño que sea su
papel, está perfecto en esta telaraña que vendría a ser una
suerte de lujosa mafia de la que nadie puede escapar.
Dos horas largas de cine que se hacen cortas por su inseparable
trenzado de agilidad e intensidad, de invisible dinámica y de
pasión fervorosa. Con ella, Scorsese toca el techo de los
maestros y encuentra la plenitud de su carrera. Plenitud que le
duraría varios años y que ya era una certeza con la genial ‘Uno
de los nuestros’ (‘Goodfellas’, 1990). Ningún amante del cine de
Scorsese debería pasar por alto esta joya.

Escena predilecta
La escena final, que tanto recuerda en cierto sentido a ‘Lo que
queda del día’. Un casi anciano Archer puede volver a
encontrarse con Ellen Olenska, pero en lugar de subir a su casa,
se queda un momento en la calle…y en el último momento
decide marcharse. La luz del sol se refleja por un instante en la
ventana de la casa, y ese reflejo le trae reminiscencias a Archer
de aquel bello momento en la playa, con el faro indicándole
hasta cuándo esperar. Parece bastarle ese reflejo, ese precioso
recuerdo, y decide quedarse con los recuerdos antes que volver
a sufrir.

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