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A fin de cuentas, Archer, como Henry Hill, Travis Bickle o Jake

LaMotta, es un hombre condicionado por una obsesión casi


neurótica, la que le ata a un amor imposible. Ellen, un poco más
práctica, se encargará a veces de hacerle comprender que no
pueden estar juntos, pues son demasiado diferentes para ser
felices. Pero en esa imposibilidad radica la extrema pasión y la
fugaz efervescencia de una relación trágica y arrolladora, sin la
que no pueden vivir, pero por la que paralizan sus vidas. En
realidad, ella representa todo lo que el desearía, y viceversa.
Para él, Ellen es la libertad absoluta, por su valentía y su
desprecio a las normas. Pero para ella, él es lo que no puede
tener, por su integración en un mundo que ella venera con
infantil afecto. Estar juntos significaría, a la postre, vivir
separados. En su renuncia a dar ese paso hacia una felicidad
inalcanzable, ‘La edad de la inocencia’ posee varios puntos en
común con ‘Lo que queda del día’ (‘The Remains of the Day’,
James Ivory, 1993), otra obra maestra de ese mismo año de la
que hablábamos ayer.

Una vehemente puesta en escena


Después del ejercicio de memoria y simulación estética de la
irregular, aunque con momentos apasionantes, ‘El cabo del
miedo’ (‘Cape Fear’, 1991), la perfección estilística y narrativa de
esta película es abrumadora. No solamente desde un punto de
vista visual, sino por los múltiples niveles narrativos de los que
están compuestos sus secuencias más importantes, por la
sutilidad conque elementos como los cuadros o la
ornamentación afectan anímicamente al espectador mientras
cuentan algo de los personajes, y por las dinámicas invisibles
que se establecen entre unos personajes trazados con total
maestría. No hay un solo gesto, réplica o conducta que no
tenga una utilidad dramática de gran fuerza emocional, como
venas subterráneas que hacen avanzar el relato hacia su
desolador y angustioso final.

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