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Los autores clásicos Ikujiro Nokana y Hirotaka Takeuchi fueron los primeros en
ilustrar con claridad el objetivo de la gestión del conocimiento. En su libro La
organización creadora de conocimiento, identifican dos clases de este recurso
en las empresas: el explícito, que se encuentra en manuales o publicaciones, y
el tácito, que se adquiere solo por la experiencia y el aprendizaje. Por ello,
encontrar herramientas para apropiarse del conocimiento tácito ha sido desde
siempre el objetivo de las compañías. Cuando un empleado se aleja de una
empresa y con él se lleva lo aprendido, hay que empezar de nuevo. Esto implica
repetir errores, desaprovechar recursos y afrontar problemas de productividad.
Para Fabio Novoa, profesor del Inalde, el conocimiento siempre ha sido esencial
en cualquier organización. "El interés por gestionar el conocimiento se dio
cuando algunas empresas vieron que obtenían mejores resultados al utilizar
adecuadamente este recurso", explica. Por ello, Novoa insiste en la importancia
de convertir el conocimiento en riqueza. La hipótesis es que el conocimiento se
utiliza principalmente en la resolución de problemas; las empresas son
evolutivas, el conocimiento es la solución, pero también la fuente de los
problemas. Las empresas cambian y por ello su capacidad de innovar y utilizar
el conocimiento es la oportunidad para crecer. ¿Cómo lograr este objetivo?
Además, la gestión del conocimiento debe tener un propósito claro y debe estar
respaldada por los altos mandos en las organizaciones. Sin liderazgo y sin metas
cuantificables, los proyectos de gestión de conocimiento no dan resultados. "En
el fondo, lo más importante es la interacción entre seres humanos", dice Luis
Andrade, director de McKinsey en Colombia. Para que una organización
aprenda, se debe constituir como un propósito compartido por todos sus
integrantes.