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Magic, The Gathering:

ARENA
William R. Forstchen
1994, Arena
Traducción: Albert Solé
Digitalización: Kamparina
Retoques: Nem0
_____ 1 _____

--¡Retroceded! ¡Haced sitio!


Garth el Tuerto curvó los labios en una leve sonrisa y obedeció las
órdenes del hombre harapiento que se había nombrado a sí mismo
árbitro del círculo de combate. Desperezándose lánguidamente se
movió hacia el fondo del creciente gentío. El dueño de un puesto de
fruta contemplaba el ajetreo con gran interés, y Garth aprovechó su
distracción para coger una naranja de Varnalca. Después se alejó del
puesto, abrió la fruta con un tajo su daga y alzó cabeza hacia el cielo
para beber su zumo y lavar su garganta del polvo del camino. Se puso
bien el parche que cubría el hueco donde había estado su ojo
izquierdo y empezó a dar una vuelta alrededor del gentío. Como no vio
más oportunidades, se acercó para contemplar el espectáculo.
Los dos luchadores estaban en el centro de la calle, moviéndose
con cautela y sin dejar de vigilarse el uno al otro mientras se iban
despojando de sus capas para quedar expuestos al frío aire del
anochecer. A su alrededor, entre gritos y risas, llegaba más y más
gente desde los callejones y tugurios cercanos. Después de todo, ver
un combate sin pagar no era algo que ocurriese cada día, y nadie
queria perderse la ocasión pese al riesgo de salir malparados cuando
los hechizos empezaran a volar por los aires. Muchas ventanas se
estaban abriendo encima del gentío, y los mirones se asomaban para
disfrutar de la diversión.
El hombre harapiento se había estado pavoneando de un lado a
otro, sacando pecho y moviendo sus sucias piernas con tanta
marcialidad como si fuese un auténtico Gran Maestre de la Arena.
Cuando terminó su recorrido en torno a los luchadores ya había
trazado un amplio círculo sobre el barro empleando su bastón.
--¿Nombres y Casas? --preguntó.
--Webin de Kestha --gruñó el más corpulento de los dos
luchadores, abombando el pecho y golpeándoselo con un puño.
--Okmark, de la Casa Fentesk.
--¿Tipo de combate?
--De un solo hechizo, y con el hechizo como premio --dijo Okmark.
Webin asintió con visible irritación.
Entre el gentío se gritaron los nombres a los que estaban
demasiado lejos para oir lo que ocurría. Ancianos, mujeres e incluso
muchachos empezaron a recitar las victorias y derrotas de los dos
combatientes, y enseguida surgieron discusiones sobre quién iba a ser
el vencedor.
El luchador de Fentesk, que superaba a su rival por más de una
cabeza de altura, le lanzó un bufido despectivo. La capa que acababa
de quitarse se la entregó a un chico de la calle que se había colocado
junto al círculo. El bribonzuelo examinó los delicados bordados de la
prenda y empezó a retroceder poco a poco. El luchador de Fentesk le
fulminó con la mirada, y el chico se quedó inmóvil al instante.
Okmark volvió los ojos hacia su oponente.
--No hay ninguna necesidad de luchar --dijo en voz baja y
tranquila.
Un atronador rugido de burla surgió de la multitud, pero Okmark
no le prestó atención. Siguió sin apartar la mirada del luchador del
jubón gris y después extendió lentamente los brazos con las palmas
levemente inclinadas hacia abajo en el gesto de la reconciliación, pero
de forma de que incluyera la sutil distinción del no sometimiento.
Webin escupió en el barro con una mueca de ira, y la multitud le
vitoreó. Okmark se encogió de hombros, resignado a lo que iba a
ocurrir.
El hombre de los harapos siguió pavoneándose alrededor del
círculo, esperando mientras los dos luchadores llevaban a cabo el
ritual e iban haciendo acopio de energías con las cabezas inclinadas y
los brazos extendidos.
--Cuatro a uno por el Gris... ¡Cubriré vuestras apuestas si creéis
que el Gris ganará! --gritó una voz en la última fila de la multitud, y al
instante hubo un frenético movimiento de cuerpos en esa dirección
cuando la turba se apresuró a hacer sus apuestas.
Garth permaneció en silencio y observó cómo los dos luchadores
se preparaban mientras pensaba en lo obvio que resultaba todo
aquello. Metió la mano en la faltriquera que colgaba debajo de su
brazo derecho y acarició las pocas monedas de cobre que quedaban
dentro de ella. Bastarían para pagar una cena y un alojamiento.
Garth fue hacia el apostador, sacó las monedas y esperó sin
impacientarse hasta que pudo alargar la mano. El apostador
contempló su apuesta con expresión despectiva.
--Por el Naranja --dijo Garth, refiriéndose al jubón de la Casa
Fentesk.
Los ojos del apostador recorrieron a Garth de arriba abajo y el
hombre abrió la boca para empezar a reírse, pero volvió a cerrarla al
sentir el peso de la gélida mirada de Garth.
--Te sugiero que la aceptes --dijo Garth.
Los demás apostantes dejaron escapar risitas burlonas y algunos
hicieron gestos de que Garth estaba loco, pero no les prestó atención.
--Sólo cubriré apuestas en favor del Gris --acabó diciendo el
hombre--. No me molestes, tuerto.
Garth ignoró el insulto.
--¿Trabajas para él? ¿Qué ocurre, es que habéis amañado el
combate? --replicó, sin inmutarse y sin apartar su mirada del rostro del
hombre.
El apostador lanzó un furtivo vistazo al gentío, que se había
quedado callado de golpe a pesar de que todos consideraban que
Garth era un patán recién llegado, ya que sólo un ignorante podía tirar
su dinero apostando contra Webin en un combate que estaba claro iba
a ganar sin ninguna dificultad.
--Uno a dos --replicó sarcásticamente.
--Uno a cuatro --dijo Garth en voz baja y suave, y su mano fue
hacia la empuñadura de su daga.
El apostador recorrió con la mirada los rostros que le rodeaban y
vio que no podía contar con ningún apoyo por parte del gentío.
--Uno a cuatro --gruñó, y trazó su marca sobre un trocito de
madera blanda que metió entre los dedos de Garth.
Garth se volvió para disfrutar del espectáculo, cruzó los brazos y
se envolvió en los pliegues de su capa para protegerse del frío.
La multitud se fue quedando callada en cuanto se hubieron hecho
las últimas apuestas, y todos aguardaron el final del ritual de
preparación.
El luchador Gris fue el primero en terminar. Alzó la cabeza,
extendió los brazos y dio un paso entrando en el gran círculo. El
luchador Naranja todavía no había terminado con su ritual, pero el
luchador Gris alzó las manos y el silencio se hizo absoluto. Garth
meneó la cabeza desdeñosamente. Eso era una infracción, pero éste
era un combate callejero, y quien creyera que aquí se seguirían las
reglas era demasiado estúpido para vivir.
Una neblina empezó a formarse dentro del círculo agitándose en
lentos giros, pero el luchador Naranja siguió sin moverse y ni siquiera
parecía percatarse de que el Gris había iniciado su ataque. La neblina
se volvió más brillante y su claridad se reflejó sobre los rostros de la
multitud que aguardaba expectante. Después se oscureció de repente,
y una oleada de frío emanó de ella extendiéndose rápidamente.
--Un no muerto... --jadeó alguien.
La silueta surgida en el centro del circulo avanzó, con sus carnes
putrefactas, hacia el luchador Naranja quien por fin se movió. Alzando
la cabeza entró en el círculo y metió la mano en la pequeña bolsa que
colgaba de su cadera. Al instante una cortina de fuego envolvió al no
muerto, cegando a la multitud y haciéndola retroceder ante el rugido
atronador que la acompañó. Un remolino de humo se expandió hacia
fuera, y Garth se tapó la cara con su capa para protegerse de la
pestilencia que salió de aquel ser reducido a cenizas.
Un murmullo de asombro recorrió la calle. Okmark, que seguía sin
apartar la mirada de su oponente, permitió ahora que sus labios
mostraran una sonrisa.
--Os he vencido, mi señor, por lo que reclamo vuestro hechizo.
Los ojos del luchador Gris recorrieron los rostros de la multitud, y
Garth meneaba la cabeza mientras ponía cara de diversión. Hacía tan
sólo un momento, el luchador Gris había sido su campeón, pero su
héroe acababa de hacerles perder dinero. Garth se volvió para
comprobar como el apostador había empezado a retroceder hacia la
entrada de un callejón. Todo había sido una estafa, un timo para
vaciar las bolsas del gentío y los visitantes que llegaban a la ciudad
para asistir al Festival y ardían en deseos de hacer apuestas.
Webin contempló a la multitud con cara de preocupación.
--¡A muerte, a muerte!
El grito surgió de las últimas filas y fue coreado al momento por
toda la turba, empujándose hacia el círculo, aullando y pidiendo ver
sangre. Webin, cada vez menos altivo y seguro de sí mismo, movió la
cabeza de un lado a otro y acabó volviendo la vista hacia Okmark.
--¿Lo deseas? --preguntó éste en voz baja, indicando que estaba
dispuesto a volver a luchar mientras regresaba hacia su lado del
círculo.
El luchador Gris vacilaba. Acabó dejando escapar un juramento
ahogado. Metió la mano en su bolsa de hechizos y sacó un amuleto
que arrojó al suelo, a los pies del luchador Naranja. Después giró
sobre sí mismo y salió corriendo del círculo, huyendo bajo la lluvia de
patadas, barro y despojos que la multitud lanzó sobre él maldiciéndolo.
Okmark, con expresión desdeñosa, se agachó y recogió el
amuleto que había controlado el hechizo del no muerto. Después se
volvió hacia el chico que le había estado sosteniendo la capa y la
recuperó. El chico se quedó esperando una recompensa, pero el
luchador Naranja le ignoró.
Garth miró a su alrededor. Se percató de la mirada de
reconocimiento entre el hombre de las apuestas y el luchador Naranja.
Avanzó hacia el círculo.
--Paga sus servicios al muchacho --dijo, y su voz se abrió paso a
través de los comentarios y discusiones sobre el combate que surgian
de la multitud.
El luchador Naranja se volvió hacia Garth, y todo el mundo se
quedó callado al instante.
--Págale tú, si tanto te preocupa --replicó el luchador Naranja.
--Si tú no quieres pagarle, quizá tu amigo pueda prescindir de
alguna de las monedas que habéis ganado entre los dos --dijo Garth, y
una sonrisa iluminó sus rasgos delgados y morenos mientras señalaba
al apostador.
Todos los ojos se volvieron hacia el apostador, que permaneció
inmóvil y en silencio durante un momento. Después acabó alargando
la mano hacia su bolsa, sacó de ella una moneda de plata y la arrojó al
interior del círculo.
--Tus ganancias, tuerto --anunció el apostador--. Tómalas y paga
al muchacho con ellas.
Garth entró en el círculo sin vacilar, y un jadeo recorrió la masa de
cuerpos apelotonados a su alrededor. El hombre de los harapos
empezó a bailotear con excitación.
--Ha entrado en el círculo... ¡Un desafío, un desafío!
La multitud empezó a corear su cántico y el apostador sonrió.
Garth se inclinó, cogió la moneda y se la metió en la bolsa
después de haberla limpiado de barro.
--Sigo creyendo que le debes una recompensa al muchacho.
Okmark le contempló con una mezcla de desdén y fría
superioridad.
--Dicho dentro del círculo, eso es un desafío --replicó--. Será
mejor para ti marcharte antes de que salgas malparado, tuerto.
Garth empezó a quitarse la capa mientras andaba lentamente
hasta el otro rincón neutral al borde del círculo. Acabó de quitársela
mientras el muchacho que había motivado su discusión se le acercó
para recogerla.
--Espero volver a verla cuando esto haya terminado --dijo Garth, y
el chico asintió con una sonrisa.
--Si te mata... Bueno, ¿podré quedármela?
Garth sonrió.
--Claro --dijo--. Si me mata, entonces la capa es tuya.
Okmark se encogió de hombros como si estuviera harto de todo
aquello. El apostador clavó la mirada en Garth durante un momento. El
hombre de los harapos fue hacia él.
--¿Nombre y Casa?
--Garth, y ninguna Casa. Trabajo por mi cuenta.
El hombre de los harapos se echó a reír.
--Garth el Tuerto de ninguna Casa, de ninguna Casa... --y bailoteó
alrededor del círculo, repitiendo las palabras en un sonsonete burlón--.
¿Tipo de combate? --preguntó mirando a Garth al ser él quien había
lanzado el desafío.
--Un solo hechizo y el hechizo como premio, al igual que en el
último combate.
El hombre de los harapos se volvió hacia el luchador Naranja, que
asintió.
El apostador rió y alzó la mano.
--Dos a uno a favor del luchador Naranja, y sólo se aceptan
apuestas a favor del Tuerto.
La multitud no reaccionó.
--De acuerdo... Cuatro a uno, entonces.
Nadie se decidió a apostar.
--¡Diez a uno! Diez a uno a favor del luchador Naranja... Sólo
aceptaré las apuestas de quienes crean que este hanin sin Casa
ganará.
Un grito surgió del gentío y los cuerpos se apelotonaron, haciendo
nuevas apuestas y entregando una moneda de cobre con la débil
esperanza de que Garth ganaría el combate. Garth esperó a que el
frenesí de las apuestas se fuera calmando. Después sacó la moneda
de plata.
--Apuesto por mí mismo --anunció.
Arrojó la moneda al apostador y la multitud se rió.
--Un auténtico luchador --canturreó el hombre de los harapos
mientras bailoteaba alrededor de Garth--. Es tan pobre que apuesta
por él mismo... ¡Sí, es un auténtico luchador!
La multitud volvió a reír y aumentó el frenesí de apuestas, pues no
era común que un luchador que se rebajase apostando por el
desenlace de su propio combate.
Garth bajó la cabeza, extendió los brazos y concentró su mente
expulsándo todo pensamiento, llenándola de calma. Despues inició un
sondeo hacia tierras y lugares tan vinculadas a él como su propio
corazón. Percibió nítidamente su poder. Allí estaba el maná, origen de
todos los hechizos, y comenzó a llamarlo para servirse de él.
Garth entró en el círculo y alzó la mirada.
El luchador Naranja también entró en el círculo. Garth esperó.
Pudo sentir la tensión, como el poder comenzó a surgir del
luchador Naranja, que alzando los brazos empezó a dar forma a una
bola de fuego. A medida que crecía adquirió una terrible intensidad
ígnea, bañando toda la calle con un resplandor infernal, acompañada
por el jadeo ahogado de la multitud.
Garth extendió su mano y de la nada surgió una nube
acompañada de una ráfaga de aire frío que envolvió la bola del
luchador Naranja justo cuando se la lanzaba. Toda la calle se
oscureció y una ventisca cargada de nieve se arremolinó velozmente
sobre si misma devorando la creación del luchador Naranja y, tras un
parpadeo luminoso, volvió a expandirse por toda la calleja aullando
como un vendaval. Un instante después todo había desaparecido y los
rayos del sol crepuscular volvieron para reflejarse en las capas de
hielo que habían aparecido en los muros de los edificios. Un manto frío
que ya empezaba a desprenderse y hacerse añicos.
Los trocitos de hielo cayeron sobre la multitud, obligándola a
protegerse las cabezas con los brazos. El tintineo del hielo se fue
disipando hasta dejar la calle sumida en el silencio. Luego una salva
vítores brotó del gentío. Aquellos que sólo habían apostado una
moneda de cobre y que ahora ganaban una de plata lo aclamaban con
todo su vigor, mientras los que habían pensado que era tirar el dinero
se maldecían a sí mismos. Incluso hubo alegría entre quienes se
habian arruinado en el primer duelo al ver al causante de sus pérdidas
salir derrotado. Todos aplaudian al nuevo héroe.
Garth fulminó al perplejo luchador Naranja con la mirada.
--Has perdido. Ahora debes entregarme tu hechizo de la bola de
fuego --dijo en voz baja y suave.
Okmark le miró, boquiabierto.
Garth aguardó en silencio.
Okmark se volvió hacia el apostador, cuyo rostro había empezado
a hervir de furia mientras la multitud se agolpaba en torno a él para
exigir sus ganancias. Después se volvió nuevamente hacia Garth.
Alargó la mano hacia la daga que colgaba de su cinturón, la cogió y la
arrojó hacia el centro del círculo clavándola en el suelo.
--A muerte --siseó.
Garth le miró y no dijo nada.
--¡A muerte, maldito seas!
El hombre de los harapos miró nerviosamente a su alrededor.
Todo su entusiasmo anterior se había esfumado.
--Eso va contra la ley, solo puede hacerse en la Arena de los
combates --siseó--. Si el Gran Maestre se entera, podríamos acabar
arrestados.
--¿Quién eres tú para citarme la ley, basura de las calles? ¡Exijo
un combate a muerte!
--¡El duelo aún no ha terminado! --gritó el apostador--. ¡Si se
retira, el luchador Naranja gana!
--¡No es verdad! --replicó con voz quejumbrosa el hombre de los
harapos--. El duelo había terminado. Ésas son las reglas del círculo.
El luchador Naranja giró sobre sí mismo y clavó la mirada en su
rostro. A un gesto suyo el hombre de los harapos se desplomó con los
ojos en blanco llevándose las manos a la garganta mientras un sonido
gorgoteante brotaba de su pecho.
La multitud contempló como el hombre se debatía y revolcaba
desesperadamente sobre el barro. Garth desenvainó su daga y la
arrojó, haciendo que se clavara en el suelo muy cerca de la de
Okmark.
--A muerte, pues.
El luchador Naranja se volvió hacia él. El hombre caído dejó
escapar una tos entrecortada y pudo salir del círculo arrastrándose.
El luchador Naranja, prescindiendo de todo el ritual, saltó al
interior del círculo lanzado su hechizo. Garth se tambaleó y retrocedió
ante el avance un chorro de llamas. Mientras alzaba un brazo para
protegerse la cara, con un gesto del otro trazó un círculo delante de él
y la andanada de fuego quedó desviada como por un muro invisible.
Garth pudo oír los gritos a su espalda, el gentío se apartaba pero
muchos estaban por el suelo retorciéndose con las ropas envueltas en
llamas y aullando de dolor. La lengua de fuego alcanzó incluso a un
edificio, que empezó a arder.
Garth alzó una mano y surgió una silueta esquelética que empezó
a avanzar entre las llamas. Okmark, cuyos ojos se desorbitaron al ver
cómo al esqueleto no le afectaba el fuego, dejó disiparse la llamarada
y empezó a retroceder gesticulando. Con un rugido atronador el suelo
del circulo comenzó a abrirse, la grieta creció hasta alcanzar al
esqueleto y éste se precipitó con repiqueteo de huesos. Pero Garth
inclinó la cabeza y el esqueleto quedó suspendido en el aire, luego
remontó y reanudó su implacable avance.
Okmark lanzó una maldición, alzó la mano señalando al esqueleto
con un dedo... y una potente detonación hizo temblar las calles, de la
criatura solo quedó un montón de polvo que se arremolinó en el aire.
Garth pareció encogerse ante aquel salvaje contraataque. Okmark,
que había empezado a sonreír, alzó la mano y señaló a Garth. Un haz
de luz cegadora salió disparado hacia él, pero al instante un espejo
iridiscente se materializó delante de Garth. El haz rebotó en él.
El luchador Naranja apenas tuvo tiempo de gritar.
Las llamas le rodearon. Okmark se retorció de un lado a otro
mientras hacía frenéticos esfuerzos para apagar aquel fuego que se
negaba a extinguirse. Garth le observaba impasible con los brazos
cruzados sobre el pecho. Los gritos se fueron debilitando a medida
que Okmark se enroscaba sobre sí mismo hasta convertirse en una
bola de carne ennegrecida, y se apagaron cuando murió. El fuego se
desvaneció, perdiendo su existencia mágica después de que su
conjurador hubiese muerto debido a su propio hechizo.
Un jadeo de asombro brotó de los espectadores, que
permanecían quietos a pesar de que detrás de Garth una cortina de
llamas subía por la pared del edificio mientras en la calle media
docena de muertos yacían esparcidos y una veintena de heridos
lanzaban quejidos lastimeros.
Con un salto Garth cruzó la grieta, se inclinó junto al cuerpo
retorcido y quemado de su oponente para coger la bolsa que colgaba
de su cinturón y que, sorprendentemente, no parecía haber sido
afectada por el fuego.
--No tienes derecho a quedarte con ella --dijo secamente el
apostador, entrando en el círculo--. Eres un hanin sin Casa, y acabas
de asesinar a un luchador de la Casa de Fentesk. Sus propiedades
pasarán a pertenecer a la Casa.
--Entonces, intenta detenerme --dijo Garth en voz baja y suave.
Clavó la mirada en el rostro del apostador y el hombre guardó
silencio, titubeó durante unos momentos y acabó retrocediendo.
--¡Les contaré lo ocurrido, tuerto! --gritó el apostador--. Irán a por
ti.
--Antes de que salgas corriendo, recuerda que debes dinero a
estas gentes, y a mí.
La multitud, que había contemplado el enfrentamiento en silencio,
cobró vida de repente y se apelotonó alrededor del apostador. Algunos
de los que cruzaron el círculo a la carrera cayeron dentro de la grieta,
aullando hasta chocar con el fondo.
Garth se inclinó y cogió la bolsa del luchador muerto. Después
miró a su alrededor y vio al chico que seguía sosteniendo su capa.
Volvió a cruzar la grieta de un salto, tomó la capa y metió la mano en
su faltriquera para coger una moneda..., y descubrió que no le
quedaban más.
El hombre de los harapos surgió de entre la multitud que rodeaba
al apostador y se puso al lado de Garth.
--Tengo tus ganancias --dijo, y extendió una mano mugrienta y la
abrió para revelar nueve monedas de plata.
--Menos tu comisión como árbitro, naturalmente --dijo Garth.
Cogió las monedas y arrojó una al chico, que se la agradeció con
una nerviosa reverencia y salió corriendo sin perder ni un instante
más.
--Por supuesto. Lo lamento, pero te ha tocado pagarla... El
luchador Gris ha desaparecido, y en cuanto al Naranja... --El hombre
de los harapos volvió la vista hacia el cadáver--. Bueno, la única
manera de cobrarle su comisión es descontarla de tus ganancias,
¿no?
Garth metió la mano en la bolsita de Okmark, hurgó en ella y se
sorprendió ante la forma de algunos amuletos y las sensaciones que
experimentó al tocarlos. Aquel hombre había sido bastante más
poderoso de lo que Garth imaginó. Pero también fue estúpido al no
prever que un oponente podía tener una inversión de hechizos para
algo tan peligroso como el fuego que no muere. Seguramente creyó
enfrentarse a un luchador de poco nivel que buscaba labrarse una
reputación, y no quiso revelar hechizos que utilizaría más tarde en el
Festival.
Garth acarició una moneda con las yemas de los dedos y la sacó.
Era de oro, y un destello de codicia iluminó los ojos del hombre de los
harapos.
--La comisión que te debía el luchador Naranja. Tómala y ocúpate
de que su cuerpo sea tratado como se merece, que se disponga de él
con todo mi respeto.
--El luchador Naranja ya no es asunto mío --canturreó el
vagabundo, y agarró a Garth por el brazo--. Sus amigos ya están
llegando y nos conviene buscar un lugar más seguro.
Garth alzó la mirada hacia el extremo de la calle que el hombre
señalaba. Una falange de hombres venía por ella y, a juzgar por sus
rostros, estaban de muy mal humor. Todos llevaban el atuendo de los
luchadores: camisas cubiertas de bordados, holgados pantalones de
seda que ondulaban por encima de sus relucientes botas de media
caña, y capas de cuero adornadas con ribetes anaranjados que
aleteaban de un lado a otro mientras avanzaban con paso decidido
que hacía rebotar sobre sus caderas las bolsitas doradas que
contenían los hechizos. Detrás de ellos venían los guerreros de la
Guardia que aunque no podían lanzar hechizos eran temidos
matarifes.
Garth siguió al hombre de los harapos cuidando de no pisar a los
heridos, y se metieron en un callejón. Detrás de él ya se podía oír el
comienzo de un disturbio callejero, y el hombre de los harapos echó
una mirada por encima de su hombro.
--Ah, adoro el Festival... --anunció.
La fachada del edificio en llamas empezó a derrumbarse sobre la
multitud de la calle. Un diluvio de chispas salió disparado hacia el cielo
del crepúsculo, y el vacilante movimiento de retroceso iniciado por el
gentío para alejarse del edificio en ruinas hizo que unos cuantos
cuerpos más cayesen por la grieta.
Se abrieron paso por una calleja llena de basura y barro, y Garth
tuvo que reprimir las náuseas por la pestilencia de los desperdicios
putrefactos, animales muertos y, en un caso, lo que parecía parte de
un ser humano asomando bajo un montón de desechos. El hombre de
los harapos se detuvo al ver el cadáver y lo contempló con expresión
pensativa durante unos momentos.
--Vaya, me había estado preguntando qué sería de ella...
--murmuró.
Después se encogió de hombros y continuó guiando a Garth
hasta que terminaron por llegar a la entrada trasera de un edificio
semiderruido, muy viejo, de color gris y de aspecto tan precario que
parecía a punto de derrumbarse.
Garth contempló con cautela lo que le rodeaba mientras el
hombre de los harapos abría la puerta y luego le miró sonriente. Una
sonrisa a la que le faltaban unos cuantos dientes.
--¿Cómo? ¿es que no confías en mí, después de haber
recuperado tu dinero y sacarte de ese lío? --preguntó.
--No confío en nadie --replicó Garth en voz baja, entrecerrando su
único ojo en un intento de ver algo entre la penumbra.
--Ah. Hermanos, tenemos compañía --anunció el hombre de los
harapos, y cruzó el umbral.
Garth pudo distinguir movimientos en la oscuridad y arrugó la
nariz al percibir el desagradable olor de varios cuerpos sin lavar. Oyó
ásperas carcajadas cuando un viejo empezó a reírse y no tardó en ser
imitado por otro.
--Sugiero que entres de una vez o que te vayas, Garth el Tuerto
que no tiene Casa --dijo el hombre de los harapos--. Los luchadores
de la Casa Naranja ya te están buscando, y estarán de un pésimo
humor. Además, pronto se les unirá la guardia del Gran Maestre.
Garth fue hacia la puerta y su ojo empezó a acostumbrarse a la
penumbra. Un pequeño fuego ardía en un hogar abierto a un lado, y
una silueta encorvada removía el contenido de una marmita encima de
las llamas. Garth inclinó la cabeza a un lado y escuchó atentamente.
La falta de visión en su lado izquierdo le había enseñado a confiar en
otros sentidos. Acabó cruzando el umbral, y después retrocedió con
rapidez mientras saltaba hacia un lado en el mismo movimiento.
El golpe falló el blanco, y el cayado de madera siseó en el vacío.
Garth, en una reacción de agilidad felina, agarró al hombre por la
muñeca y de un tirón lo hizo salir de detrás de la puerta mientras con
la otra mano empuñaba su daga y la alzaba hasta el cuello del
hombre, haciendo que la afilada punta rozara su garganta.
--Haces demasiado ruido al respirar --murmuró--, y además
hueles tan mal como para dar náuseas a un gusano.
El hombre de los harapos lo había estado contemplando todo con
franca diversión, e inclinó la cabeza en un gesto de aprobación.
--Oh, sí, servirás, no cabe duda --dijo, y se rió--. Y ahora te ruego
que sueltes a mi hermano, ¿de acuerdo?
Garth clavó la mirada en los ojos de su atacante, percibió su
miedo y pudo oler la fetidez de su aliento. Movió la daga haciendo un
pequeño corte debajo de su mentón y después le soltó. El anciano
aulló de dolor, y los otros ocupantes de la habitación lanzaron rugidos
de deleite.
--Eres hombre de valía, desde luego --dijo el guía de Garth, y
movió una mano indicándole que viniera a sentarse al lado del fuego--.
Se acabaron los trucos, ¿de acuerdo? Lo juro por el honor de mi
hermandad.
Los otros ancianos de la habitación se rieron y Garth les
contempló. Casi todos parecían espantapájaros que llevaran muchos
años en un campo olvidado. A varios les faltaban dedos y a algunos la
mano derecha, y al que estaba sentado junto al fuego le faltaban las
dos manos.
--¿Ladronzuelos y hurgadores de bolsillos? --preguntó Garth--.
¿Acaso debo aceptar la palabra de la hermandad de los ladrones de
bolsas?
El hombre de los harapos se rió.
--Créeme, Hombre Sin Casa, tiene tanto valor como la palabra de
cualquiera de las Casas que se enfrentan en los combates.
Hubo un coro general de murmullos de asentimiento, como si
Garth acabara de lanzarles el más terrible de los insultos al dudar de
su anfitrión.
El viejo movió una mano indicando a Garth que se sentara y un
instante después alguien colocó una hermosa copa tallada delante de
él. El hombre de los harapos cogió una pesada jarra que había debajo
de la mesa, llenó la copa de su invitado con vino y después se llenó la
suya. Garth cogió la copa y tomó un sorbo.
--¡Es vino borleiano! --exclamó sorprendido.
--Ah... Veo que entiendes de caldos.
--¿Cómo habéis conseguido echar mano a una cosecha tan
magnífica?
--¿Y cómo es que un hanin sin Casa sabe reconocerla?
--He viajado bastante.
El hombre de los harapos dejó su copa sobre la mesa y miró
fijamente a Garth.
--¿Cuántos años tienes? --Garth sonrió y no dijo nada--. Resulta
difícil saberlo con alguien que puede controlar el maná, claro... Podrías
tener los veinticinco que aparentas, o podrías tener más de cien años.
Estoy dispuesto a apostar por los veinticinco.
--¿Y se supone que he de responderte?
El hombre de los harapos meneó la cabeza.
--Eres un hanin, ya deberías saber que venir a la capital durante
el Festival es un suicidio --dijo--. No tienes Color que te respalde, y el
Gran Maestre ha prohibido la presencia de cualquiera que utilice maná
y no tenga gremio... bajo pena de muerte.
--El Gran Maestre... --dijo Garth en voz baja y suave, y el hombre
de los harapos pudo captar una repentina dureza en su tono--. Cierto,
pero antes ese bastardo tendrá que dar conmigo.
--Oh, el Gran Maestre tiene sus truquitos --replicó el hombre de
los harapos.
Después recorrió con la mirada los rostros de sus amigos, que
asintieron enfáticamente mientras el que no tenía manos alzaba sus
brazos y dejaba escapar una risita deformada por los ecos de la
locura.
Garth tomó otro sorbo de vino mientras el hombre obsequiaba a
sus camaradas con la narración del combate y la victoria de Garth.
Cuando hubo terminado su historia, deslizó la mano debajo de su
túnica, sacó media docena de bolsas y las arrojó sobre la mesa.
--Te las has arreglado bien para sacar beneficio de los
espectadores mientras hacías de maestre del círculo, ¿eh? --observó
Garth en voz baja y suave.
--Oh, es una forma como otra cualquiera de ganarse la vida
haciendo pequeños negocios.
--El Festival parece buen momento para esos pequeños negocios
de los que hablas.
Las carcajadas hicieron vibrar las paredes de la habitación.
--Los habitantes de esta ciudad nos tienen muy vistos --dijo el
hombre de los harapos--. Pero todos los idiotas que llegan durante el
Festival... Bueno, aliviarles del exceso de equipaje es algo que
hacemos con sumo placer. Si lo prefieres, llámalo impuesto para obras
de misericordia. Durante los siete próximos días conseguiremos dinero
suficiente para aguantar todo el invierno.
El hombre de los harapos volvió a llenar su copa y la de Garth.
--Así que has venido por el Festival, ¿eh? --preguntó después.
Garth no dijo nada. Posó su mirada en la copa, como si estuviera
estudiando su elaborada trama de adornos de oro.
El hombre de los harapos se inclinó sobre la mesa y clavó la
mirada en el rostro de Garth.
--¿Cómo perdiste el ojo?
--Una broma infantil que acabó teniendo consecuencias serias
--repuso Garth sin inmutarse.
El hombre asintió lentamente sin apartar la mirada de su rostro.
--A juzgar por esa cicatriz de tu mejilla, diría que te lo sacaron con
un cuchillo.
--Algo así.
El hombre de los harapos se reclinó en su asiento y contempló a
Garth sin decir nada. Garth se echó hacia atrás, apuró su copa y la
dejó sobre la mesa. El hombre se apresuró a volver a llenarla.
--Verás, podríamos ponerte un parche sobre el otro ojo... Una tela
lo bastante delgada como para que pudieras ver a través de ella,
¿entiendes? Después te quitaríamos el parche auténtico, y eso te
convertiría en un ladrón condenadamente bueno. --Celebró su chiste
con una risita, pero siguió observando a Garth con gran atención.
Garth dejó escapar un resoplido desdeñoso y tomó otro sorbo de su
copa.
»Pero tú eres un luchador, no un ladrón de bolsas. La forma en
que mataste a Okmark de Fentesk... Fue una inversión realmente
magistral, un hechizo muy raro dotado de ese inmenso poder que sólo
un verdadero adepto es capaz de controlar. Okamar había obtenido
catorce victorias en la arena y era un luchador del tercer nivel, eso
como mínimo... ¿Cómo es que un Hombre Sin Casa como tú llegó a
obtener semejante hechizo?
Mientras hablaba había estado contemplando la bolsa de
hechizos de Garth con franca curiosidad, casi como haciendo un
esfuerzo para reprimir la tentación de arrancársela y examinar lo que
contenía.
Garth alzó la vista de su copa y clavó su único ojo en el rostro del
hombre, este extendió las manos fingiendo estar horrorizado y se
apresuró a retroceder.
--Nunca preguntes a un luchador dónde ha obtenido sus victorias
y de dónde ha sacado sus poderes --dijo el hombre de los harapos--.
Lo sé, lo sé... Conozco las costumbres.
Un anciano fue hasta la mesa y colocó delante de Garth una
bandeja de plata mientras otro traía un pato asado del hogar. Garth
arrancó una pata y empezó a masticarla con expresión pensativa.
--Tienes hambre, eso está claro --continuó diciendo el hombre
mientras observaba como Garth cortaba rebanadas de carne del ave y
las engullía con la ayuda de otra copa de vino.
--¿Eres el jefe de esta hermandad? --preguntó Garth entre un
bocado y el siguiente.
El hombre rió y extendió los brazos en un amplio gesto como
invitando a Garth a contemplar sus dominios.
--Soy el maestre de todos estos hermanos que aquí ves y de otros
que se esconden en varias madrigueras. La leal orden de los ladrones
de bolsas, con un linaje tan augusto como el de cualquiera de las
Casas que luchan en la Arena, y tan antiguo como el de ellas... E
incluso más honesto, podría añadir.
--¿Cómo es eso?
--Las Casas... Pues verás, Fentesk, Kestha, Bolk e Ingkara
afirman ser las defensoras del honor, pero no son más que rameras
--Los otros presentes soltaron gruñidos de asentimiento--. Desde la
noche en que Zarel se convirtió en Gran Maestre las Casas ya sólo
piensan en los beneficios, en exprimir todo el maná que puedan de las
tierras para sustentar sus hechizos, y dejan que quienes carecen de
poderes mágicos paguen el precio de todo eso. Al menos nosotros
somos sinceros en lo que hacemos. Robamos y admitimos que
robamos, y eso nos convierte en hombres honrados por comparación.
No nos ocultamos detrás de misticismos y rituales que han perdido
todo sentido hace tiempo, y eso ya es algo.
Sus compañeros de latrocinios soltaron una ruidosa andanada de
maldiciones, y el loco sin manos entonó con su voz cascada una
canción obscena sobre el Gran Maestre mientras sostenía delante de
él una copa que había sido tallada de tal modo que podía cogerla con
los muñones.
Garth acabó el resto de su comida en silencio, escuchando cómo
los viejos daban rienda suelta a su odio y su ira. Cuando hubo
terminado se limpió los dientes con un trocito de hueso sin variar su
gesto pensativo, y después echó su escabel hacia atrás y se puso en
pie.
--Gracias por la comida, viejo. Es hora de que siga mi camino.
--Puedes pasar la noche aquí.
--¿Por qué?
--Porque te encuentro divertido, y un poquito misterioso.
--Ah, ¿sí?
--Me divierte que te costara tan poco acabar con Okmark, y
desplumar a su compinche de las apuestas. Al principio pensé que
eras otro patán recién llegado del campo... Ya sabes, el chico
hinchado de orgullo que viene para demostrar su valía, con apenas un
par de hechizos en su bolsa, y que suele acabar muerto antes de que
el Festival termine.
--Mucho tiempo ha pasado desde la última vez que me llamaron
«chico» --dijo Garth con voz gélida.
--Hijo, para mí sigues siendo un chico. Puede que matar a
Okmark te haya hecho ganar sus poderes, pero ahora tienes un
centenar de enemigos jurados buscándote para vengar la afrenta a su
Casa. Además, en estos momentos el Gran Maestre ya debe saber
que un hanin tuerto mató a Okmark. Todos los guerreros y luchadores
que le obedecen también te estarán buscando.
--Ya me las arreglaré.
--Ah, y no olvidemos el gran misterio, naturalmente... ¿Qué has
venido a hacer aquí? Si quieres un consejo, deberías salir hacia el sur
antes del amanecer y alejarte lo más posible de esta maldita ciudad y
su Festival. --El hombre sonrió y alzó la mano antes de que Garth
pudiera contestar.
»Ya lo sé, ya lo sé. No quieres consejos, planeas quedarte en la
ciudad, y prefieres morir antes que decirme lo que has venido a hacer
aquí.
--Más o menos.
--Pues entonces pasa la noche con nosotros. El alojamiento es
gratis, y además te he dado la promesa de la hermandad. Nadie te
molestará.
--¡La Guardia!
Garth giró sobre sí mismo y vio a un mendigo sin piernas cruzar el
umbral saltando ágilmente sobre sus muñones. La pésima imitación de
centinela a quien Garth había herido debajo del mentón corrió hacia la
puerta y la atrancó con un madero. La habitación quedó sumida en el
silencio. Todos pudieron oír pesados pasos acercándose por el
callejón. Los pasos se detuvieron un momento, y después siguieron
adelante, alejándose en la noche.
--Pagamos a esos bastardos para que nos dejen en paz --dijo el
hombre de los harapos con una risita--, pero nunca se sabe quién
puede darles una suma mayor.
Se volvió hacia Garth.
--Creo que eres tú quien les ha puesto tan nerviosos --siguió
diciendo--. Eres un criminal, Hombre Sin Casa. Incluso puede que los
luchadores de la Casa Naranja se gasten algunas monedas para que
te rajen el cuello discretamente y recuperar así los hechizos perdidos.
Si eres un tonto de pueblo que ha venido aquí pensando en el honor y
las reglas, ya puedes olvidarte de todo eso.
Garth meneó despectivamente la cabeza. Su mirada recorrió el
refugio.
--¿Cuál es el rincón con menos piojos y pulgas?

***

Varnel Buckara, Maestre de la Casa de Fentesk, dejó su copa de


oro sobre la mesa y clavó una gélida mirada en su anfitrión.
--No me gustan las implicaciones de lo que acabas de decir.
--Fue vuestro hombre el que inició el desorden librando un duelo
ilegal, primero con Webin de Kestha. Es lamentable ver cómo dos
luchadores se enfrentan entre la basura para diversión del populacho.
--Mis luchadores son impulsivos y arrogantes, pues de lo contrario
no serían luchadores. No es eso lo que te molesta ¿verdad? No, lo
que te irrita es que montaran una exhibición pública sin que tus
agentes pudieran controlar las apuestas del populacho.
El Gran Maestre Zarel Ewine rió, haciendo temblar los pliegues de
grasa de su abultado estómago. Después dejó su copa sobre la mesa
e indicó al sirviente que volviera a llenar ambas copas y que se
marchara.
--Como si necesitara perder el sueño por unas cuantas monedas
de plata --acabó replicando--. Esas cosas dejaron de preocuparme
hace tiempo --añadió, inclinándose hacia adelante y mirando fijamente
a Varnel.
Varnel no dijo nada, se limitó a contemplar ostentosamente la
habitación, llevando su mirada de los tapices importados de Kish hasta
las delicadas tallas en madera de la legendaria La y posándola luego
en las gemas que adornaban las manazas de Zarel.
--Sirvo al Caminante administrando las Tierras del Oeste, y
supervisar los juegos es algo que va unido a la administración de
todos esos lugares --siguió diciendo Zarel--. Como honor, eso es más
que suficiente.
La hipocresía de su réplica hizo que Varnel sintiera ganas de reír
a carcajadas, pero el miedo se lo impidió. No temía a Zarel, sino a lo
que podía estar acechando a su espalda en aquel mismo instante,
aguardando invisible entre las sombras.
Miró nerviosamente a su alrededor, y se dio cuenta de que Zarel
había notado su fugaz momento de miedo.
--No, no está aquí... No vendrá hasta el último día del Festival,
cuando acuda para la ofrenda anual y para llevarse al vencedor de los
combates.
--Y entonces este incidente... --insinuó Varnel, llegando por fin a lo
que importaba.
--Ah, viejo amigo... Has sido generoso en el pasado. Bien, esta
noche no te será necesario recurrir al desagradable ritual del soborno
para que el asunto sea olvidado. Considéralo un regalo. Algunos
combates se libran fuera de la arena, cierto, y si hubiese intentado
acabar con ello... Bueno, hace tiempo que ya habría enloquecido. Lo
que tú y los demás Maestres de las Casas hagáis en vuestros
territorios es asunto vuestro. Durante el resto del año podéis mataros
como os plazca, y contratar a quien deseéis. Es la tradición. Pero
ahora os habéis reunido en mi ciudad para poner a prueba las
habilidades de vuestros luchadores, y eso sí que me concierne. Puedo
aceptar alguna que otra pelea, incluso con apuestas, pero un duelo a
muerte librado ante los ojos de las turbas... No, eso queda descartado.
De lo contrario el caos se adueñaría de todo, y no voy a tolerarlo. Ese
tipo de combates son para la Arena, y si los campesinos y gentes de
más calidad quieren presenciarlos, siempre pueden pagar la entrada.
Eso también es tradicional.
Varnel sintió el deseo de replicar que el populacho no pagaría por
entrar en la arena si pudiera ver todos los combates gratis en las
calles.
--¿Nos hemos entendido el uno al otro? --acabó preguntando
Zarel.
--Sí, nos hemos entendido --replicó Varnel en voz baja y suave.
--Bien, y ahora pasemos al otro asunto. Ese luchador sin Casa,
ese hanin... ¿Tenéis alguna descripción de él?
--Nadie de los míos estaba allí.
--Venga, venga... ¿Qué fue del apostador de vuestro
combatiente?
Varnel se removió nerviosamente en su asiento.
Zarel rió y tomó otro sorbo de su copa.
--O vuestro hombre era un idiota que peleó únicamente para
obtener un hechizo más, o contaba con un apostador encargado de
desplumar a la multitud --dijo--. No me gustaría pensar que tus
combatientes son idiotas.
--El apostador fue arrojado a la grieta por la turba, cuando se le
acabó el dinero para pagarles sus apuestas después de que mi
hombre fuese derrotado --replicó Varnel.
--Una reacción comprensible, desde luego. Y ya que hablamos de
eso, ahora hay una enorme grieta en una de mis calles más
concurridas... ¿Sabes cuánto me costará taparla? Además, ardió un
bloque de casuchas y hubo casi medio centenar de muertos.
--Bueno, después de todo no son más que campesinos.
--Son mis campesinos, y son cincuenta campesinos menos a la
hora de pagar tributos. Eso sin mencionar que estos campesinos
hacían su pequeña aportación en maná con su mera existencia.
Vamos, vamos, Varnel... La cuenta de gastos crece. No estoy
hablando de sobornos, sino de compensar daños. No sé cuántas
carretas de tierra se necesitarán para rellenar ese enorme agujero que
creó tu hombre. Los gastos de los funerales, reconstruir el bloque de
casuchas...
--Como si ese dinero fuera a salir de tu bolsa --replicó Varnel sin
inmutarse.
--¡No, maldición! --rugió Zarel--. Saldrá de la tuya, y esto no es un
soborno. Según el compromiso que tu Casa y las demás han asumido,
teneis la obligación de cargar con los daños que se le hagan a mi
ciudad durante el Festival.
--¿Y qué hay de la Casa de Kestha? Fue el hombre de Kestha el
que empezó la pelea --replicó Varnel.
--Oh, te aseguro que Tulan y su Casa también pagarán --dijo
Zarel con dulzura.
«Apuesto a que lo harán», pensó Varnel con irritación mientras
cogía el jarro de vino y se volvía a llenar la copa, pensando que por lo
menos esos pequeños gastos corrían por cuenta de Zarel.
--Ese guerrero sin Casa también debería cargar con las
consecuencias de lo que ha hecho, ¿no? --preguntó después.
--Oh, lo hará --replicó Zarel--. Antes de ordenar su
descuartizamiento por haber luchado en mi ciudad sin contar con la
sanción de una Casa, él también contribuirá a reparar los daños del
combate. El problema es que nadie sabe quién es ni adonde fue.
Varnel se sonrió.
--Seguramente los leales súbditos del Gran Maestre arderán en
deseos de ayudar a la ley --dijo.
--Son escoria, eso es lo que son... Piensan que fue un
espectáculo muy divertido. Les ha hecho ganar dinero y eso le ha
convertido en su héroe... ¡Escoria repugnante! Se están riendo por las
calles, y tu Casa también tiene parte de la culpa. Oh, cuento con las
descripciones de costumbre, desde luego... Era alto, bajito, gordo,
flacucho, tenía la cara marcada por la viruela, era de piel muy blanca y
sin una sola señal en ella, con dos ojos, con un solo ojo... Lo único en
lo que todos están de acuerdo es en que no pertenecía a ninguna
Casa.
Varnel se reclinó en su asiento y desvió la mirada.
--¿Qué ocurre? --preguntó Zarel de repente.
Varnel se sobresaltó y se volvió hacia su anfitrión.
--Nada... No, nada.
Zarel miró fijamente a su invitado.
--Algo de lo que he dicho te ha puesto nervioso --dijo.
--No, es sólo que... Bueno, estaba haciéndome preguntas a mí
mismo, nada más.
--¿Como cuáles?
--¿Quién es ese hombre? Mató a un luchador de tercer nivel, y
eso es inusual para un hanin. Normalmente cuando llegan a ese nivel
de habilidad ya han conseguido entrar en alguna Casa..., o que les
maten. Debe ser bueno, tan bueno como un adepto del tercer nivel... Y
sin embargo no tiene Casa. Qué extraño...
Zarel desvió la mirada durante un momento.
Varnel tenía razón. Era algo muy extraño, y también estaba el
hecho de que el hombre se hubiera esfumado sin dejar rastro. Y había
algo más, tenía un presentimiento indefinible, una sensación de que
algo no andaba bien y de que aquello no era meramente otra pelea
estúpida. Zarel no sabía con claridad de qué se trataba, pero ese
desasosiego era una advertencia a la que prestar la debida atención.
--Daremos con él --acabó diciendo con voz gélida.
Varnel le contempló por encima del borde de su copa y respondió
a sus palabras con una sonrisa.
_____ 2 _____

--Bien, ¿qué planes tienes para hoy?


Garth, rascándose las mordeduras nocturnas de las pulgas,
recorrió con la mirada la habitación llena de viejos que empezaban a
removerse mientras la primera claridad del amanecer se infiltraba a
través de las rendijas de los postigos y las grietas del techo.
--Para empezar, salir de aquí.
El hombre de los harapos dejó escapar una risita.
--Para hacer aquello que te ha traído a la ciudad, sea lo que sea...
Ah, sí, tu gran empresa envuelta en el misterio, ¿verdad?
--Algo por el estilo --replicó secamente Garth.
--Iré contigo.
Garth bajó la mirada hacia el viejo desdentado.
--Presentía que lo harías --dijo en voz baja, y el hombre de los
harapos le contempló con sorpresa.
--¿Por qué?
--Porque te fascinan los misterios --replicó Garth--. Quieres
averiguar qué ocurrirá después.
El vagabundo se meció de un lado a otro sobre su escabel al lado
del fuego, y soltó una carcajada de puro deleite.
--Pues sí, quiero disfrutar de la diversión --dijo--. Creo que alguien
acabará perdiendo la vida, y estaré allí cuando ocurra. Esas
situaciones siempre ofrecen buenas oportunidades comerciales.
El viejo se inclinó sobre el fuego y cortó dos gruesas tajadas del
asado que se había estado dorando sobre el montón de ascuas. Arrojó
una a Garth, que la pilló al vuelo y se la pasó de una mano a otra
hasta enfriarla lo suficiente para empezar a comerla. El viejo acabó su
desayuno, abrió la puerta y echó un receloso vistazo por el hueco.
El mendigo sin piernas estaba sentado al otro lado de la calle. Al
verles, movió una mano como si estuviera espantando una mosca.
--No hay peligro --anunció el hombre de los harapos--. Bien,
vamos...
Cogió un báculo apoyado junto a la puerta, salió a la calle, giró
sobre sí mismo y orinó en la pared del edificio. Garth le contempló sin
ocultar su desdén, pero también comprendió que no tendría más
remedio que imitarle y se reunió con el viejo.
--Por cierto, éste es un momento tan bueno como cualquier otro
para presentarse --dijo el hombre de los harapos--. Me llamo Hammen
de Jor.
Acabó de orinar, se abotonó sus pantalones manchados de grasa
y mugre y le ofreció la mano.
Garth, que también había acabado de orinar, se abotonó y bajó la
mirada hacia Hammen, que le sonrió mostrando una dentadura
amarillenta que hacía pensar en postes de madera putrefacta clavados
en una caverna tenebrosa. Aceptó la mano de Hammen sin
entusiasmo, y después no intentó ocultar sus acciones mientras se la
limpiaba en una pernera.
Hammen se rió.
--Te lo aseguro, es un apretón de manos más limpio que el de
cualquier Maestre de una Casa --dijo.
Garth no pudo reprimir una sonrisa.
--¿Hacia dónde puedo encontrar la Casa Gris? --preguntó.
--¿Y por qué quieres ir allí?
--Por echarle un vistazo. Curiosidad, nada más.
Hammen alzó su báculo en un aparatoso arco y señaló al callejón
repleto de basura, y los dos emprendieron la marcha.
Garth siguió al viejo que se había nombrado a sí mismo guía suyo
sin dejar de lanzar cautelosos vistazos a los callejones laterales que
iban dejando atrás. Ya hacía un buen rato que había amanecido, y sin
embargo la ciudad apenas mostraba ninguna señal de actividad.
Parecía que el bullicio de las celebraciones del inminente Festival
habían consumido las energías de los ciudadanos. Hammen se detuvo
para empujar con el pie varias siluetas que yacían al lado de un barril
para recoger agua de lluvia. Una de ellas se removió levemente, las
otras dos permanecieron inmóviles.
Garth bajó la mirada hacia ellas. Enseguida se dio cuenta de que
los tres hombres estaban vivos, pero también supo que no tardarían
en lamentar su penosa situación económica cuando despertasen.
--Ya les han limpiado --anunció Hammen.
Dejaron atrás el sucio callejón, y siguieron avanzando, ahora
hacia una amplia avenida.
Garth se volvió y echó un vistazo al otro extremo de la calle, del
que todavía brotaban hilillos de humo como recordatorio de la
diversión del día anterior. Los vendedores callejeros empezaban a
abrir sus puestos y desplegaban su género. Unos cuantos clientes
madrugadores ya estaban comprando comida y Garth avanzó
lentamente por entre ellos, asombrado ante la variada multitud de
mercancías a la venta.
Hammen se volvió hacia él.
--Me parece que no has tenido muchas experiencias con las
ciudades.
Garth asintió.
--Sí, ya me había dado cuenta... --siguió diciendo Hammen--. Sólo
un idiota me habría seguido por un callejón, tal como hiciste tú
después de habernos conocido. Esa confianza sólo se encuentra en
los patanes del campo. Ningún habitante de ciudad sería tan estúpido.
--Puede que estés tratando con un estúpido, pero también puede
que sea alguien capaz de cuidarse --replicó Garth con voz gélida.
Hammen alzó la mirada hacia Garth y asintió.
--Sí, te creo capaz de cuidar de ti mismo --murmuró--. Pero
sobrevivir en la ciudad... Bueno, será interesante ver si lo consigues.
Hammen empezó a ir más despacio y señaló un puesto de fruta.
--Ah, granadas de Esturin... --dijo--. Mi fruta favorita.
Hammen fue hacia la vendedora, que colocaba montones de
granadas, naranjas, filagritos exóticos traídos del otro lado del gran
océano, exquisitos y delicados lollins y otras delicias vegetales que
tenían los tonos rojo, verde, anaranjado y azul más intensos que Garth
había visto.
La vendedora alzó la mirada hacia Hammen, meneó la cabeza
mientras curvaba los labios en una sonrisa de exasperación y le arrojó
una granada. Hammen señaló a Garth, pidiéndole en silencio que
extendiera la amabilidad a su acompañante.
Garth pilló la fruta al vuelo, la mordió y sonrió al sentir cómo el
zumo se deslizaba por su garganta.
--Es muy buena --dijo.
--Nunca la habías probado, ¿eh?
Garth no dijo nada mientras terminaba la fruta, y escuchó
distraídamente cómo Hammen y la vendedora, que estaba claro se
conocían desde hacía tiempo, comentaban las últimas noticias de la
ciudad.
--Los guardias del Gran Maestre pasaron por aquí anoche tan
deprisa que parecían un enjambre de moscas siguiendo el olor de la
carroña --anunció la vendedora sin apartar la mirada de Garth--.
Andaban buscando al luchador.
--¿Y consiguieron dar con él? --preguntó Hammen.
--Oh, arrestaron a los sospechosos habituales.
Hammen se rió y le dio la espalda disponiéndose a irse. La
vendedora sonrió, arrojó tres granadas más hacia las manos de Garth
y le guiñó el ojo. Garth se guardó las granadas debajo de su túnica.
--Ayer hiciste ganar dinero a esas personas, y además te cargaste
a un luchador de la Casa Naranja --dijo Hammen--. Podrás comer
gratis durante una temporada.
Hammen movió la cabeza señalando los sucios estandartes
marrones que aleteaban sobre muchos tenderetes a lo largo de la
calle.
--Como ves, la gente de este barrio es partidaria de los Marrones.
--¿Por qué? --preguntó Garth--. A las Casas les importa un
comino lo que el populacho piense o haga.
--Mucho desconoces sobre el alma humana, mi tuerto amigo
--replicó Hammen--. Para la mayoría de estas gentes, el Festival es el
único gran acontecimiento en sus vidas. Los combates lo son todo
para ellos.
»Puedes ir a cualquier puesto callejero o tugurio donde sirven
bebidas --siguió diciendo señalando una taberna--, y hasta los
mendigos te recitarán la lista de victorias y hechizos de su luchador
favorito, sobre todo si les ha hecho ganar algunas monedas en las
apuestas. Gana dinero para la turba, y pasas a ser un héroe.
--Menudos héroes... --resopló Garth--. Hoy en día un luchador es
capaz de quemar vivo a un campesino sólo para probar un nuevo
hechizo, y después sentirá menos remordimientos que si hubiese
aplastado una cucaracha con su bota.
--¿Qué quieres decir con eso de «hoy en día»? --preguntó
Hammen.
--Oh, he oído historias de los viejos tiempos, cuando las cosas
eran distintas y cuando los luchadores debían peregrinar para servir a
quienes necesitaban ayuda.
Hammen escupió en el suelo.
--Los viejos tiempos están muertos, hanin --dijo--. Si crees otra
cosa estarás muerto antes de acabar el día... Sólo un idiota pensaría
que a los luchadores les importamos.
--Bueno, ¿y entonces a qué se debe ese interés hacia los
luchadores?
--A eso iba --replicó Hammen--. No entiendes el alma humana.
Las turbas ya saben todo eso, pero siguen vitoreando a su héroe, y al
hacerlo tienen la sensación de participar un poco en su gloria. Durante
el Festival pueden olvidar las miserias de sus brutales vidas. Asistir a
la arena y escuchar el rugir de los cánticos es como si fueran ellos los
que libraran duelos de poder, por alcanzar el prestigio de ser el
ganador que acompañará al Caminante para servirle en otros
mundos... Cada año la turba puede vivir ese sueño maravilloso
durante tres días.
Garth lanzó una mirada interrogativa a Hammen, cuya voz se
había vuelto más suave y seria, con un tono en el que se notaba la
sombra de un acento de alta cuna.
--Hablas como si hubieras estado allí --dijo Garth mirándolo
fijamente.
Hammen le devolvió la mirada, y durante un instante Garth tuvo la
sensación de caminar junto a una persona muy distinta del ladrón
acostumbrado a vivir entre ruinas. Percibió algo lejano, como si aquel
hombre pudiera controlar el maná, fundamento del poder de todos los
luchadores. Hammen aflojó el paso y Garth percibió una tristeza
infinita, pero un momento después Hammen volvió a convertirse en el
viejo de los harapos con tanta rapidez como se derrite la escarcha
bajo la luz del amanecer, y empezó a toser, escupir en el suelo y soltar
risitas mientras iba señalando las maravillas de la ciudad a un
forastero.
Siguieron caminando por la calle, que estaba empezando a
llenarse. Garth sacó dos de las tres granadas que se había guardado
debajo de la túnica y arrojó una a Hammen. Después hundió los
dientes en la fruta y la fue comiendo mientras seguían avanzando.
Pasaron junto a la calle de los aceros, y Garth se detuvo un momento
para ver cómo los comerciantes colgaban sus hojas baratas delante
de las tiendas. Se paró delante de una para inspeccionar el interior
sumido en la penumbra, y vio las armas más hermosas colgadas
dentro y a los guardias del comerciante sentados entre las sombras.
Cimitarras, enormes espadas para ser manejadas con las dos manos
y estoques reflejaban el resplandor palpitante de las forjas que
mantenían su incesante actividad en las profundidades del local,
donde los herreros daban vida a sus creaciones a martillazos.
--Las mejores hojas siempre están en la parte de atrás. Son hojas
con largas historias y nombres sólo conocidos por entendidos en
armas refinadas, capaces incluso de abrirse paso a través de un
campo de hechizos para derramar la sangre de un luchador...
--susurró Hammen.
Después llegó la calle de los que trabajaban el estaño, y después
la de los plateros y los orfebres, donde cada puesto estaba vigilado
por hombres armados y hasta se podía ver algún que otro lanzador de
hechizos del «primer nivel»: el más bajo, pero suficiente para conjurar
a alguna criatura sobrenatural capaz de liquidar a los ladrones. Garth
contempló a aquellos hombres del primer nivel y meneó la cabeza.
Casi todos eran ancianos que nunca habían ido más allá porque
carecían de las habilidades y el poder innato que permitía manipular el
maná, sin el que sólo se podían controlar los poderes más sencillos. Si
libraran un duelo con un auténtico luchador perderían su único hechizo
y probablemente también la vida, por lo que se veían condenados a
los callejones y a proteger los tesoros de los avaros mercaderes.
Garth sabía que la mayoría ocultaban en su corazón el temor a verse
desafiados por algún enemigo más serio que un campesino armado
con estilete.
Dejaron atrás el barrio de los metales y avanzaron hacia el
corazón de la ciudad. Hammen miró cautelosamente a su alrededor y
fijó su atención en el paso de una patrulla de luchadores del Gran
Maestre, no muy lejos de ellos, con sus jubones y capas multicolores
despidiendo reflejos iridiscentes bajo el sol de la mañana. Ni uno solo
de ellos volvió la mirada hacia Garth, y su compañero dejó escapar
una risita.
--Esos petimetres presumidos sólo saben pensar en su atuendo...
--murmuró--. Seguramente tienen ordenes de buscarte, pero son
demasiado altaneros para rastrear pistas que les lleven hasta ti.
Garth se dio cuenta de que el color de los estandartes que
flotaban sobre la calle había empezado a cambiar. Durante varios
bloques hubo una mezcla de marrones y grises, con algún que otro
estandarte naranja o púrpura perdido entre ellos.
--Estamos casi en el centro de la ciudad, donde se juntan los
cinco distritos. El palacio del Gran Maestre está justo delante de
nosotros, en el centro de la Plaza, y los cuarteles de sus luchadores y
guerreros también están allí... Las Casas de los cuatro colores
flanquean la Gran Plaza.
Garth volvió la mirada hacia el final de la calle. La enorme Plaza
tenía forma de pentágono, con varios cientos de pasos de anchura.
Pero lo que más destacaba era la gran pirámide de cinco lados que se
levantaba en su centro, la residencia del Gran Maestre. El edificio, que
medía de largo al menos sesenta varas y casi otro tanto de altura,
estaba recubierto de piedra caliza tan pulida que despedía una intensa
claridad, como la de unas llamas, al reflejar los rayos del sol.
Flanqueando al palacio por sus cinco lados estaban los cuarteles de la
guardia del Gran Maestre, en edificios más oscuros y achaparrados.
Todo ello rodeado de fuentes en las que el agua bailaba bajo la luz
matinal.
Garth aflojó el paso al entrar en la Gran Plaza, en cuyos lados
eran visibles otros cuatro palacios. Cada uno era distinto, y ostentaba
el color de cada una de las grandes Casas. Fentesk, al otro lado de la
Plaza, era un edificio no muy alto y poco agraciado, pero imponente
por su fachada llena de gigantescas columnas y enormes estandartes
color naranja ondeando en sus cuatro esquinas. Junto a él se alzaba
la Casa de Ingkara, con poco que destacar salvo su gran arco de
entrada del que colgaba un estandarte púrpura. Al otro lado de
Fentesk estaba la Casa de Bolk, que parecía una fortaleza con torres
almenadas y baluartes; y finalmente, al lado de la Casa Marrón,
estaba la de Kestha, cuya fachada estaba adornada con colosales
estatuas representando a luchadores alzando las manos al cielo como
si lanzaran hechizos contra los otros edificios.
--Mejor habría sido ahogar en sus cunas a los artesanos que
levantaron estos palacios..., para evitarnos su mal gusto.
--Son Casas de luchadores, no palacios para potentados. Las
antiguas Casas eran distintas, pero las cosas han cambiado mucho, y
erigieron estas nuevas edificaciones.
Garth fue hacia la Casa de Kestha, y Hammen apretó el paso
para no quedarse atrás.
--¿No irás a hacer alguna estupidez, verdad? --bufó Hammen--.
Te están buscando por toda la ciudad.
--Tanto mejor.
Siguieron andando hacia la Casa de Kestha, pero Garth aflojó el
paso y se volvió hacia el quinto lado de la Plaza. Allí había tiendas,
casas de comidas y también unos cuantos palacios menores, de
comerciantes lo bastante acaudalados. Garth giró sobre sí mismo,
avanzó hacia esos edificios hasta llegar al borde de la Plaza y miró a
su alrededor.
--Aquí es donde estaba la quinta Casa --dijo Hammen en voz
baja.
Garth se volvió hacia él.
--¿La quinta Casa?
--Sí, la Casa Turquesa... Hace veinte años había cinco Casas.
--Ya lo sé.
--Pues entonces también sabrás que las otras Casas masacraron
a la Casa de Oor-tael la noche del último día del Festival, con el
antiguo Gran Maestre y su ayudante Zarel al mando de todas las
fuerzas combinadas. Cayeron sobre ellos al amparo de las tinieblas,
quemaron la Casa y asesinaron a casi todos los luchadores.
--Has dicho «casi todos».
--Se supone que algunos escaparon --replicó Hammen. Guardó
silencio durante unos momentos y miró fijamente a Garth--. Bueno, por
aquel entonces quizá eras demasiado joven para preocuparte de esas
cosas --dijo secamente Hammen, con una sombra de ira en la voz.
Garth no dijo nada y siguió contemplando ese rincón de la Plaza
que parecía tan fuera de lugar entre el esplendor de los otros cuatro
lados.
--Y el último Gran Maestre --dijo Garth, con un tono más de
afirmación que de pregunta.
--¿Kuhtuman? Ah, ese bastardo... --dijo Hammen, murmurando la
imprecación--. ¿Quién infiernos crees que es el Caminante? ¿Dónde
crees que robó el maná que le abrió las puertas a otros mundos?
--Hammen movió la cabeza señalando el lugar en el que se había
alzado la Casa Turquesa--. La Casa Turquesa era la más poderosa de
las cinco, y se negó a apoyarle. Así que mataron al Maestre de
Oor-tael, a su familia y a todos los sirvientes, y saquearon sus
reservas de maná.
--¿Y Zarel?
--¿Por qué te interesa tanto todo esto?
--Él se interesa por mí, ¿verdad?
Hammen meneó la cabeza.
--Algunos dicen que Zarel odiaba al Maestre de Oor-tael y que
eso fue la causa de todo --le explicó--. Que fue Zarel quien sugirió la
idea y que el Caminante acabó dejándose convencer a pesar de que
Cullinarn, el Maestre de Oor-tael, era un viejo amigo suyo y de que le
había salvado la vida en una ocasión.
--¿Y entonces por qué lo hizo?
--Antes te dije que no estaba seguro de si eres condenadamente
bueno o de si eres un estúpido --replicó Hammen--. Pienso que
debería inclinarme por lo segundo... Cuando se trata del poder, la
amistad suele ser la primera víctima. Kuthuman anhelaba tener el
poder de un Caminante de Planos, y Zarel sabía que ayudándole le
sustituiría después como nuevo Gran Maestre.
»Zarel organizó y dirigió el ataque. Con lo robado a Oor-tael y las
aportaciones de las otras Casas, Kuthuman reunió maná suficiente
para atravesar el Velo entre los mundos, y se fue. Zarel se hizo con el
poder, y todo ha cambiado con él. Los Maestres de las otras Casas le
ayudaron o miraron hacia otro lado mientras el Maestre de la Casa
Turquesa era asesinado, y desde aquel entonces sus sobornos han
llegado con tanta regularidad como salen los excrementos del trasero
de un ganso obligado a comer sin parar.
»El tesoro de la Casa Turquesa sirvió para edificar esa
monstruosidad de palacio --siguió diciendo, y movió la cabeza
señalando la pirámide--. Todo el mundo salió beneficiado.
Garth permaneció en silencio durante un momento. Después giró
sobre sí mismo y se abrió paso a través del gentío. Fue hacia la Casa
de Kestha, y no aflojó el paso hasta que las losas que pisaba
cambiaron de color y pasaron del rojo de la caliza que pavimentaba la
mayor parte de la Plaza al gris oscuro de la pizarra. Garth se detuvo y
alzó la mirada hacia las seis imponentes estatuas de luchadores que
dominaban la entrada principal de la Casa.
Después meneó despectivamente la cabeza y siguió avanzando.
La mano de Hammen le agarró...
--¿Qué infiernos quieres hacer ahí dentro?
--Si no tienes redaños para esto, viejo... Bueno, entonces mejor
vuelve a tu agujero --siseó Garth, y se retorció desasiéndose de
Hammen.
Por el resto de la plaza abundaba el gentío, pero ahora era
escaso. Como si una barrera invisible marcara la zona en la que el
populacho ya no debía acercarse más a las Casas de los luchadores.
Garth atravesó el semicírculo de piedra gris que delimitaba el
recinto de la Casa Gris, y fue hacia ella con tranquila
despreocupación. Oyó pasos que se apresuraban a seguirle y miró por
encima del hombro para ver a Hammen tratando de alcanzarle. El
viejo estaba resoplando y golpeaba el pavimento con su báculo.
Media docena de luchadores emergieron desde las sombras de
las grandes estatuas. Llevaban túnicas grises, y sus capas de fino
cuero estaban adornadas con runas y signos místicos. Lucían fajines,
desde el hombro a la cadera, adornados de complejos bordados y de
los que colgaban bolsas doradas para sus amuletos y hechizos.
Dentro también guardaban los diminutos paquetitos de tierra envuelta
en seda que ayudan a los luchadores a mantener su conexión
psíquica con lejanos territorios que controlan y de los que extraían
maná. Los luchadores avanzaron hacia Garth, altivos y sin prisa, se
detuvieron ante él para obstruirle el camino.
--Fuera, mendigo. Acabas de entrar en nuestra propiedad --siseó
uno de ellos, al tiempo que le daba a Garth un empujón en el hombro.
Garth retrocedió un paso, pero no se fue.
--¡He dicho que te vayas!
--Vengo a unirme a esta Casa --dijo Garth sin inmutarse.
Los seis luchadores se miraron los unos a los otros poniendo
exageradas expresiones de sorpresa en el rostro.
--¡Un espantapájaros tuerto seguido por un mendigo! --rugió el
luchador que había empujado a Garth--. Insultas a nuestra Casa
trayendo aquí tu suciedad, y lo pagarás limpiándola con tu lengua.
Pero antes veremos tus dientes esparcidos por el suelo...
El hombre dio un paso para golpear a Garth, pero éste se hizo a
un lado cuando el puño ya iba hacia él y agarrando al hombre por la
muñeca lo derribó al suelo. Garth se agazapó y giró sobre sí mismo
anticipándose a un ataque por detrás, extendió una pierna y golpeó a
su segundo agresor en un lado de la rodilla. Se oyó el chasquido seco
de un hueso que se rompe y el hombre se derrumbó entre aullidos de
dolor. Garth se incorporó y oyó un nuevo crujido, vio por el rabillo del
ojo una daga que resbalaba sobre el pavimento y a un tercer luchador
que retrocedía tambaleante mientras se agarraba una muñeca rota.
Hammen movió su báculo en un elegante arco, golpeó al hombre en la
espalda y le derribó. Los otros tres luchadores empezaron a
retroceder. El del centro hurgó en su bolsa de hechizos, sacó algo de
ella y extendió los brazos. Comenzaba ya a oirse un confuso clamor
de la multitud avisando a gritos de que había un combate.
Garth avanzó hacia el luchador que se preparaba para señalarle y
lanzar un hechizo.
--¡No! --exclamó--. No lo intentes... llegan otros enemigos que
combatir.
El hombre se sobresaltó, y su concentración quedó rota por las
palabras de Garth. Un instante después chillaba de dolor, pues había
cometido el error de recurrir al maná sin redirigirlo hacia un hechizo. El
luchador se llevó las manos a la frente y se tambaleó de un lado a otro
bajo los efectos de la quemadura de maná, mientras Garth
contemplaba con expresión compasiva semejante exhibición de
torpeza.
--¡Ese hombre es nuestro! --gritaba alguien entre la multitud.
Garth mantuvo la mirada en el luchador Gris.
--No lo repitas --dijo--. Ahora hay asuntos más importantes de los
que ocuparse.
Después le dio la espalda como si no le importara en lo más
mínimo que estuviera allí.
Un grupo de luchadores de la Casa Naranja cruzaba la Plaza con
largas zancadas llenas de decisión. El que parecía ser su líder llevaba
una capa adornada con bordados de oro y plata, símbolo de un nivel
muy alto.
Garth extendió lentamente los brazos preparándose para un
combate, y el hombre aflojó el paso.
--Un testigo te ha reconocido, ayer mataste a Okmark --dijo el
recién llegado--. Eres nuestro.
--Pues entonces... cogedme --replicó Garth.
El luchador avanzó, como si hubiera decidido que Garth ni
siquiera merecía la molestia de emplear un hechizo con él.
Garth sonrió y hizo un gesto con la mano. El hombre empezó a
moverse cada vez más despacio, como si tropezara con una barrera
invisible, y acabó retrocediendo mientras lanzaba una gruñido.
Después Garth alzó la mano hacia el cielo. Una nube negra surgió
de la nada, y un remolino zumbante bajó rápidamente hacia el suelo.
Avispas tan grandes como el pulgar de un hombre se lanzaron sobre
los luchadores Naranja, clavándoles sus aguijones con tal ferocidad
que pronto corrían hilillos de sangre por varios rostros.
El recinto pavimentado de la Casa de Kestha estaba ya rodeado
por un gentío que rugía y gritaba. Los alaridos de placer y las
carcajadas se hicieron más estruendosas cuando unas pocas avispas
se apartaron de los luchadores a los que estaban atormentando y
cayeron sobre algunos campesinos que empezaron a gritar y agitar los
brazos para alejar los aguijones.
El líder de los luchadores de Fentesk lanzó un grito de rabia, se
puso en pie y gesticuló con los brazos hacia el cielo. Las avispas
empezaron a caer al suelo con sus alas envueltas en humo y llamas,
pero aun así siguieron clavando sus aguijones en piernas y tobillos,
haciendo que varios compañeros del líder dieran ridículos saltitos de
un lado a otro.
Garth volvió a mover la mano y las avispas se incendiaron. Las
llamas prendieron en ropas y botas de los luchadores y hasta en parte
del gentío. Los campesinos huyeron gritando hacia las fuentes para
mojar su calzado en llamas, y fueron seguidos por los luchadores
Naranja. Su líder fue el único que no huyó. Se envolvió el cuerpo con
los brazos haciendo aletear su capa, y una neblina empezó a formarse
a su alrededor. Garth metió la mano en su bolsa y después volvió a
extender el brazo en el mismo instante en que una niebla letal
empezaba a avanzar hacia él. El líder de los luchadores de la Casa
Fentesk se tambaleó, y durante un momento pareció como si un
remolino palpitara a su alrededor, absorbiendo sus poderes y
arrastrándolos hacia un vacío en el que se disipaban. Garth movió las
manos hacia atrás y hacia adelante como si estuviera agitando el
remolino mientras el luchador se debatía dentro del sumidero de poder
que estaba robándole toda su fuerza.
El líder acabó derrumbándose sobre el pavimento.
Hammen corrió hacia el luchador inmóvil en el suelo y alargó la
mano hacia su bolsa de hechizos.
--Sólo uno --ordenó Garth--. Es lo que mandan las reglas, ya que
no era un combate a muerte.
Hammen metió codiciosamente la mano en la bolsa del luchador y
extrajo un anillo-amuleto de ella.
--Su hechizo repulsor de las criaturas voladoras... --dijo--. Lo
utilizó contra tus avispas.
Garth asintió y después volvió la mirada hacia los luchadores de
la Casa Gris, que permanecían inmóviles y boquiabiertos.
Un estruendoso trompeteo resonó por toda la Gran Plaza, y al
poco otro similar le replicó desde el interior de la Casa Kestha. Ya
había un grupo de túnicas grises alrededor del umbral, y unos
momentos después aparecieron varias docenas de luchadores más.
La multitud que seguía presenciando el espectáculo gratuito se
agitó y tembló como si una fuerza la golpeara por detrás. El gentío se
separó en dos masas de cuerpos apelotonados, y más luchadores
Naranja entraron en el semicírculo que rodeaba la Casa Gris. Casi al
momento media docena de ellos estaban enfrentándose a otros tantos
luchadores de la Casa Gris, y varios conjuraban hechizos mientras los
demás se limitaban a desenvainar sus dagas para lanzarse sobre sus
adversarios.
--Bien, «amo», ¿no creéis que convendría retirarnos?
Garth bajó la mirada hacia Hammen, que estaba muy ocupado
escondiendo varias bolsas debajo de su túnica.
La multitud rugía de placer y aulló con histérico abandono ante el
primer derramamiento de sangre, un luchador de la Casa Gris que se
derrumbó con las manos engarfiadas alrededor de su garganta, rajada
de oreja a oreja. Una bola de fuego chocó con su agresor cuando éste
se inclinaba para coger la bolsa de su víctima, y le hizo caer al suelo y
retorcerse envuelto en llamas hasta que uno de sus compañeros lanzó
un hechizo de protección que las extinguió. Dos luchadores de la Casa
Gris se apresuraron a ayudar a su hermano de logia, y utilizaron las
manos y encantamientos para detener la abundante hemorragia.
Una andanada de relámpagos surgió de la cima del palacio de
Kestha y cayó sobre la plaza derribando hileras de luchadores de la
Casa Fentesk. Garth se agachó para esquivarlos y se pegó al muro
del edificio, a la sombra de una de las gigantescas estatuas-columna.
Deslizó la mano debajo de su túnica, sacó la granada que le quedaba
y empezó a comerla sin inmutarse.
--¡Por favor, amo! --gimoteo Hammen, apareciendo al lado de
Garth y agazapándose junto a él--. Salgamos de aquí.
--Todavía no. ¡Eh!, creo que voy a apostar por los Grises... ¿Por
qué no apuestas algunas monedas en mi nombre?
Se oyeron más trompetas, y Hammen miró a su alrededor.
--El Gran Maestre de la Arena se acerca. Debemos irnos ahora
mismo.
--Dentro de un momento.
Una gran falange apareció en un extremo de la multitud, que reía
y bailaba mientras contemplaba el espectáculo. Había por lo menos
veinte hombres capaces de emplear la magia en el centro de la
columna, y esos luchadores iban flanqueados por más de un centenar
de ballesteros. El Gran Maestre de la Arena en persona cabalgaba al
frente de la columna, y su capa polícroma destellaba reflejando todos
los colores del arco iris.
Los ballesteros se desplegaron alrededor del semicírculo gris con
sus armas preparadas para disparar. Algunos se volvieron hacia la
multitud, que fue retrocediendo de mala gana, pero la gran mayoría se
volvió hacia el interior del recinto apuntando con su ballestas a los
combatientes.
Se oyeron más trompetas y hubo un redoblar de tambores. El
combate empezó a perder intensidad.
--¡Sal, Tulan de Kestha! --rugió un heraldo, inmóvil junto al estribo
del Gran Maestre.
Su voz debió amplificarla algún poder mágico pues se hizo oír
incluso por encima del estrépito de la multitud, entre la cual ya había
quienes gritaban de dolor y agonía después de ser asaetados por
dardos de ballesta a bocajarro.
--¡Estoy aquí!
Garth giró sobre sí mismo y alzó la mirada. Un hombre, que
supuso era el Maestre de la Casa de Kestha, acababa de aparecer en
un balcón labrado sobre la cabeza de uno de los gigantescos
luchadores de piedra. Garth acabó su granada y arrojó la piel a un
lado.
--¡Este combate debe cesar ahora mismo, o serás colocado bajo
interdicto! --gritó el heraldo.
--Pues dile a esos bastardos de la Casa Naranja que dejen de
ensuciar nuestro pavimento con su basura.
El Gran Maestre hizo volver grupas a su montura y contempló al
grupo de luchadores de la Casa de Fentesk, que habían formado un
círculo alrededor de sus heridos.
--Entrasteis en una propiedad ajena --dijo--. Habréis de pagar una
multa por violar la ley, además de marcharos inmediatamente.
El líder que había luchado con Garth, que parecía estar ya
bastante recuperado, fue ayudado a incorporarse.
--Hemos venido para arrestar al hombre que asesinó a uno de los
nuestros --dijo.
--¿Quién es ese hombre? --preguntó el Gran Maestre.
El líder recorrió la plaza con la mirada.
--¡Ahora, amo, por favor! --gimoteó Hammen.
Garth se puso en pie y avanzó despreocupadamente hacia el
Gran Maestre.
--Creo que soy el que anda buscando --anunció, alzando la voz
para hacerse oír.
--¡Es él! --gritó el líder de los luchadores Naranja--. Es el que mató
a uno de nuestros hombres ayer.
El Gran Maestre de nuevo hizo volver grupas a su montura. A una
señal del heraldo varios ballesteros alzaron sus armas y apuntaron a
Garth con ellas.
Garth no les prestó atención. Dio la espalda al Gran Maestre y
alzó la vista hacia la cabeza de la estatua sobre la que estaba Tulan.
--He venido a unirme a la Casa de Kestha --dijo--. Estoy pisando
tierra que no pertenece al Gran Maestre de esta ciudad, sino a la Casa
de Kestha. ¿Vais a permitir que alguien que luchó por vosotros sea
hecho prisionero y sacado a la fuerza del mismísimo umbral de
vuestra Casa?
Tulan se asomó por encima de la estatua, y después se volvió
para lanzar una nerviosa mirada al anillo de luchadores de alto nivel
que tenía detrás.
--¡Oh, vamos! Estoy seguro de que no consentiréis semejante
insulto a vuestra reputación y vuestro honor... --gritó Garth, con una
ligera sombra de sarcasmo en su voz.
--¡Ese hombre es mío y está en mi propiedad! --acabó gritando
Tulan, aunque el nerviosismo resultaba evidente en su tono.
El Gran Maestre detuvo su montura justo detrás de Garth.
--Ésta es mi ciudad --dijo--, y soy el Gran Maestre de la Arena.
--Si las cuatro Casas no estuvieran aquí para luchar en vuestra
arena, no tendríais ni una moneda --replicó Garth, clavando la mirada
en el rostro del Gran Maestre. Después giró sobre sí mismo y alzó la
vista hacia Tulan--. ¿No es así, mi señor Maestre de Kestha?
--¡Así es, así es! --gritó Tulan--. Ponedle un dedo encima y nos
retiraremos del Festival, y las otras Casas se nos unirán. No tenéis
ningún derecho a hacer arrestos en nuestras propiedades.
La mera mención de estropear el Festival anual hizo que la turba
que presenciaba aquel drama empezara a lanzar aullidos de protesta.
Garth giró sobre sus talones, contempló a la multitud y se inclinó
ante ella en una espectacular reverencia que fue recompensada con
estruendosas salvas de aplausos. Después alzó la mirada hacia los
luchadores de Fentesk y vio que incluso ellos parecían dispuestos a
renunciar a su pretensión de capturarle, incapaces de resistirse a la
invocación de una solidaridad más alta que les impulsaba a proteger
sus preciosos privilegios.
--¡Este hombre es ahora un luchador de la Casa de Kestha!
--rugió Tulan--. Está en terreno de Kestha, y se halla bajo mi
protección. No hay nada más que decir.
Garth se volvió y miró al Gran Maestre, que le contemplaba con
expresión gélida desde lo alto de su montura.
--Lamento haberos causado tantos problemas, mi señor --dijo.
El Gran Maestre siguió contemplándole, pero su expresión se
volvió pensativa, como si estuviera utilizando sus poderes mágicos en
un intento de averiguar algo sobre él. Garth sintió el poder que se
agitaba a su alrededor como el roce de una brisa helada. Pero el
poder se retiró un instante después.
--No sobrevivirás al Festival --siseó por fin el Gran Maestre, y sus
palabras apenas resultaron audibles.
Después tiró de las riendas de su montura, hizo que volviera
grupas y la espoleó, poniéndola al galope mientras la turba se
apartaba para dejarle paso.
Garth hizo una reverencia al Gran Maestre que se alejaba, y
después giró sobre sí mismo y fue hacia la entrada de la Casa de
Kestha. Cuando pasó bajo las sombras de las enormes estatuas
buscó a su alrededor hasta ver a Hammen, agazapado y asomando la
cabeza por detrás de los inmensos pies de la estatua más cercana a la
puerta.
--Levántate, y mantente erguido --dijo Garth en voz baja--. El
«sirviente» de un luchador de Kestha debería mostrar más dignidad.
--Un sirviente, ¿eh? --dijo Hammen--. Que los demonios se te
lleven... Eres peor que la peste. Quien se acerque a ti acabará muerto.
Garth dejó escapar una suave carcajada.
--Ahora necesito un sirviente --replicó--. El puesto es tuyo, con
una moneda de plata a la semana como paga.
--Puedo ganar más que eso en una sola mañana con mi actividad
habitual.
--Tengo la impresión de que el cambio te resultará tentador. Sólo
te necesitaré para el Festival.
--Son las fechas de más trabajo en mi profesión.
--Si no vienes, siempre te preguntarás qué te has perdido al
rechazar mi oferta.
Hammen bajó la cabeza y habló en susurros consigo mismo.
--Oh, maldito seas y vete al demonio... --dijo por fin--. De acuerdo,
tú ganas. Pero tengo la exclusiva de todas tus apuestas fuera de la
arena.
--Luchar fuera de la arena es ilegal.
Hammen echó la cabeza hacia atrás y se rió.
--Igual que lo era ayer y que lo es hoy --dijo.
--De acuerdo entonces.
Hammen salió contoneándose de su escondite y se puso detrás
de Garth sin dejar de sonreír. Los luchadores Grises ya estaban
volviendo a su Casa, ayudando a sus heridos. Todos miraron a Garth
con franca curiosidad, pero ninguno intentó acercarse a él. Las puertas
del palacio estaban abiertas de par en par, y Garth siguió a los
luchadores. Una corpulenta silueta surgió de entre las sombras. Aquel
hombre era solo un poco más alto que Garth pero debía pesar más del
doble que él. Ya nadie esperaba que un Gran Maestre luchara en la
arena, era evidente que aquel hombre no se preocupaba por esa
posibilidad y había permitido que su estómago fuera creciendo a la
sombra de esa seguridad. Sus gruesos carrillos y papadas temblaron
cuando fue hacia Garth, y pudo ver que sus gordas manos relucían
con el brillo de los anillos que adornaban sus dedos. Aquel hombre
tenía mucho poder, Garth pudo percibirlo; y aunque lo había empleado
para revolcarse en la disipación, seguía siendo capaz de vencer a casi
cualquiera que se alzara contra él.
--Bien hecho, muchacho, muy bien hecho... --rugió Tulan mientras
se plantaba ante Garth, que llevó a cabo el ceremonial de la gran
reverencia.
Tulan le puso las manos en los hombros e hizo que se
incorporase.
--Has sabido plantar cara a ese maldito Zarel, ese Maestre de la
Arena al que ojalá se lleve la plaga... --dijo--. Un gran espectáculo,
muchacho, un gran espectáculo.
--Todo ha sido hecho a vuestro servicio, mi señor --replicó Garth,
y pasó por alto el ligero ataque de tos que sufrió Hammen al oír sus
palabras--. Disculpad la apariencia de mi sirviente, mi señor... --siguió
diciendo--. Le robaron la ropa esta mañana y por eso lleva esos
harapos, y además ha estado enfermo.
Tulan volvió la mirada hacia Hammen, que le sonrió mostrando
sus dientes amarillentos en una sonrisa torcida y llena de huecos.
Tulan arrugó la nariz con expresión desdeñosa.
--Que alguien se encargue de que le bañen y le proporcionen
ropas limpias --ordenó.
--¡Un baño! Pero... Yo... --balbuceó Hammen.
--Ya has oído a nuestro Maestre, Hammen --dijo Garth--.
Obedece.
Hammen fue sacado de la estancia, y miró a Garth por encima del
hombro e hizo un signo contra él como para evitar el mal de ojo antes
de desaparecer.
Tulan, que seguía con la mano sobre el hombro de Garth, le guió
por el pasillo principal de la Casa. Las paredes eran de gruesas
planchas de roble que habían sido frotadas hasta conseguir que
brillaran como espejos, y había soportes para armas colocados en
ellas que contenían ballestas, lanzas, mazas erizadas de pinchos,
hachas de combate y espadas. Garth alzó la mirada y pudo ver que
había agujeros regularmente espaciados, indudablemente para dejar
pasar dardos y otros proyectiles capaces de abatir a cualquiera que
intentase tomar el palacio a través de la puerta principal. Una pesada
lanza cayendo desde semejante altura sería un poderoso argumento,
incluso contra un lanzador de hechizos del décimo nivel si lo pillaba
desprevenido. Garth bajó la mirada y pudo ver que el suelo de tablillas
de madera no era tan sólido como parecía a primera vista,
seguramente algunas secciones podían abrirse si había visitas no
deseadas encima de ellas. Garth pensó que debajo probablemente
habría pozos llenos de serpientes, o tal vez incluso una araña
gromashiana agazapada en su tela.
--He oído contar cómo mataste a Okmark. El hechizo de reflejo,
una herramienta muy poderosa... --dijo Tulan, contemplando la bolsa
de Garth mientras hablaba.
--Era un estúpido --replicó Garth.
--Webin, mi hombre, era un luchador de tercer nivel. Pero hasta
un luchador de segundo nivel tendría que ser lo bastante inteligente
para no dejarse engañar hasta el extremo de acabar metido en una
pelea callejera.
--¿Cómo está Webin?
--Ha sido degradado por semejante humillación --replicó
secamente Tulan--, y ha perdido el último hechizo que adquirió.
Garth no dijo nada, aunque le sorprendía que un luchador se
dejase despojar de un hechizo sin antes librar un combate.
--Oh, me costó un poquito hacerme con él, créeme... --dijo Tulan
con una risita--. Si tengo un poco de tiempo libre, tal vez decida
regenerarle la mano izquierda.
Los luchadores que caminaban detrás de Garth y Tulan dejaron
escapar risas heladas. Tulan llevó a Garth a una habitación, y nada
más entrar en ella Garth se vio envuelto por olores más agradables.
--Llegas a tiempo para disfrutar de un pequeño aperitivo antes de
que sea hora de comer --dijo Tulan.
El Maestre de la Casa movió una mano indicándole que se
sentara a la gran mesa de banquetes, que sólo contenía un servicio de
vajilla y cubertería. Tulan dio una palmada y señaló a Garth. Unos
sirvientes salieron a toda prisa de una pequeña habitación contigua y
se apresuraron a colocar un plato a la derecha del de Tulan. Después
Tulan indicó a sus consejeros que podían irse, dejó escapar un
ruidoso suspiro y tomó asiento en un sillón de respaldo alto colocado
en la cabecera de la mesa. Más sirvientes salieron de la habitación
contigua trayendo bandejas que contenían faisanes rellenos, grandes
anillos de morcillas, un cochinillo relleno de especias y ajos y
recubierto de miel, y pescado ahumado que había sido cocido con
limones y jengibre. Grandes copas de cristal fueron colocadas en la
mesa y llenadas con el oscuro vino tarmuliano, el pálido hidromiel y un
vino blanco en el que bailaban y centelleaban un sinfín de pequeñas
burbujas. Tulan cogió una barra de pan, arrancó cinco trozos y los
arrojó a los grandes poderes que sostenían los cinco confines del
mundo, y después lanzó al aire cinco pellizcos de sal mientras Garth le
imitaba. Cuando hubo terminado, Tulan extendió las manos sin decir
palabra y cogió un faisán. Suspiró, le dio un mordisco y no tardó en
comérselo entero. Después alargó las manos hacia el cochinillo, lo
alzó y se lo ofreció a Garth por si quería algún trozo. Garth meneó la
cabeza y consagró su atención a un faisán. Tulan sujetó el cochinillo
por los cuartos traseros y las patas delanteras, y procedió a devorar la
parte central, utilizando el cuchillo únicamente para recoger el relleno,
aún lo bastante caliente como para desprender nubecillas de humo.
Cuando hubo acabado con él, arrojó los restos sobre una bandeja y
después se lanzó sobre las gruesas morcillas, engullendo media
docena de ellas antes de acabar volviéndose hacia el pescado, que
masticó a toda velocidad mientras escupía los trozos de espina sobre
una bandejita de plata colocada junto a su codo izquierdo.
Después se reclinó en su asiento y dejó escapar un eructo tan
atronador que Garth temió por las vidrieras multicolores de las
ventanas abiertas en la parte de arriba de los muros. A continuación
Tulan apuró el contenido de las tres enormes copas sin detenerse
apenas entre una y otra, engullendo los líquidos y dejándolas vacías
tan deprisa como si estuviera acabando con una hilera de enemigos.
Tulan suspiró y volvió a eructar, y después cogió una espina de
pescado para limpiarse minuciosamente los dientes con ella.
Garth, que ya había terminado su faisán, cogió la copa de vino
tarmuliano y se contentó con tomar un sorbo.
--Si venciste a Okmark con tanta facilidad, debes de estar en el
cuarto nivel o tal vez incluso en el quinto --dijo Tulan.
Después guardó silencio durante unos instantes y miró a Garth
como si esperase una réplica por su parte. Garth no dijo nada y Tulan
se rió, pero era evidente que le molestaba un poco el que Garth
quisiera tener sus pequeños secretos.
--Según la tradición, el contenido de la bolsa de un luchador sólo
es conocido por su dueño --acabó diciendo Garth.
--Necesito hombres como tú --dijo Tulan, volviendo a comportarse
como si él y Garth fuesen viejos camaradas--. En cuanto este Festival
haya terminado habrá muchos contratos que cumplir, ciudades y
comerciantes que proteger y guerras que librar, y puedes creerme
cuando te digo que los de la Casa de Kestha siempre conseguimos la
mejor paga a cambio de nuestros servicios.
--Una excelente paga de la que hay que descontar vuestra
comisión y las tasas de la Casa, naturalmente --replicó Garth.
Tulan guardó silencio durante un momento en el que miró
fijamente a Garth.
--¿Por qué viniste a nosotros? --preguntó por fin con voz gélida--.
¿Por qué no elegiste otra Casa?
--¿Y por qué no ésta? --replicó Garth--. ¿Queréis que os diga que
la fama de la Casa de Kestha supera a la de todas las demás, y que
sólo los mejores luchadores acuden a vosotros? ¿Eso queréis que
diga, como si fuese un acólito del primer nivel?
Tulan no dijo nada, y Garth soltó una carcajada llena de cinismo.
--No necesito el adiestramiento que pueda impartir esta Casa ni el
de ninguna otra --siguió diciendo--. Aprendí todo eso por mi cuenta.
--¿Dónde? Nunca te había visto antes. Nunca he oído hablar de
un hanin tuerto, de un luchador sin colores... ¿De dónde eres?
Garth sonrió.
--Veréis, mi señor, eso es algo que sólo me concierne a mí. Ya
conocéis mis habilidades, pues visteis cómo las empleaba en la Plaza.
--¡Pues claro que me concierne! Debo saberlo todo sobre tu
ascendencia y tus líneas familiares, he de averiguar si provienes de un
linaje con la fortaleza necesaria para controlar el maná.
--No es asunto vuestro. Lo único que debéis hacer es sacar el
máximo provecho de mis capacidades y conseguir que ambos nos
beneficiemos.
--¡Cómo osas...! --rugió Tulan, poniéndose en pie y echando su
sillón hacia atrás de una patada.
Garth también se puso en pie y le hizo una gran reverencia.
--Dado que resulta obvio que no conseguiremos ponernos de
acuerdo, me iré a ofrecer mis servicios a otro sitio --dijo--. Me parece
que los luchadores de la Casa Púrpura tal vez querrán contar con
ellos.
--No saldrás vivo de aquí --gruñó Tulan, y empezó a extender las
manos hacia él.
Garth echó la cabeza hacia atrás y se rió.
--Podríais matarme, mi señor --dijo--, pero puedo prometeros que
antes de rematar la lucha toda esta sala estará ardiendo como una
tea..., y no me gustaría estropear vuestros tapices. Parecen tejidos por
los naki de Kish, y valen los salarios de cincuenta luchadores.
Tulan se quedó inmóvil con las manos a medio extender, y volvió
la mirada hacia los enormes tapices de hilos de oro y plata que
cubrían la pared enfrente de las vidrieras para poder capturar y reflejar
la luz que entraba por ellas. Una sonrisa se fue extendiendo
lentamente por sus labios mientras los contemplaba.
--Tienes buen ojo para el arte --dijo por fin--. Eso es bueno, sí, es
muy bueno... Sólo un ojo, y aun así puedes ver mejor con él que la
mayoría de animales con dos que tengo trabajando para mí.
Tulan se rió como si acabara de contar un chiste irresistible.
--Siéntate, Garth el Tuerto, siéntate... Creo que incluso acabarás
cayéndome bien --dijo pasados unos momentos, y volvió a llenarle la
copa.
Garth sonrió y se lo agradeció con una inclinación de cabeza.
--¿Cuál es vuestra comisión? --preguntó después.
--El veinte por ciento habitual por tus servicios a través de
contratos exteriores, más el diez por ciento de cualquier bolsa que
ganes en la arena durante el Festival. A cambio tendrás alojamiento y
manutención, y toda la protección legal de la Casa. Y créeme, todos
los contratos por tus servicios te favorecerán generosamente... Los
luchadores de la Casa Gris reciben honorarios más elevados que los
de las otras Casas --alardeó Tulan mientras se daba palmaditas en el
estómago--. Nuestra reputación lo asegura, trabajarás para nobles y
comerciantes que saben apreciar un buen servicio y que te tratarán
con respeto. Ya debes de saber que durante los últimos veinte
Festivales en nueve ocasiones la victoria final ha ido a parar a manos
de un luchador de Kestha, nueve campeones que lograron ser
iniciados al más alto poder, el del propio Caminante.
Tulan guardó silencio durante un momento, como si temiera que
el más poderoso de todos los seres capaces de utilizar la magia
pudiese aparecer de repente en aquella sala, invocada por la mera
mención de su nombre.
--Ese historial de victorias garantiza que somos tenidos en la más
alta estima por aquellos que contratan nuestros servicios, y nos da
derecho a esperar ciertas ventajas --siguió diciendo--. Cuando no
estés cumpliendo un contrato, dispondrás de la mejor comida y el
mejor alojamiento..., y además también podrás compartir tu lecho con
las mejores compañías sin ningún coste extra.
Garth sonrió y no dijo nada.
--Te buscaremos un empleo adecuado a tus habilidades y no
tendrás que responder ante más ley que la mía... --Tulan se calló y
tardó un momento en volver a hablar--. Ah, y además Zarel puede
echar humo por las orejas pero no podrá tocarte..., una posibilidad que
creo tal vez sea un pequeño motivo de preocupación para ti en estos
momentos.
--La verdad es que no --replicó Garth.
Tulan le miró fijamente, no muy seguro de si su comentario era
una fanfarronada o la verdad, y acabó dejando escapar una seca
carcajada.
--Me gustan los luchadores que no se ponen nerviosos por
cualquier cosa, pero no dudes del poder de Zarel --dijo--. Sal de esta
Casa sin colores, y una veintena de los mejores luchadores caerá
sobre ti al instante. Necesitas una Casa, Garth el Tuerto: sin ella, estás
muerto.
Garth acabó asintiendo lentamente con la cabeza.
--A cambio deberás obedecer todas las órdenes emanadas de la
Casa, lo cual significa que deberás obedecer mis órdenes --siguió
diciendo Tulan.
--De acuerdo.
Tulan sonrió como si ya tuviera en sus manos las comisiones que
ganaría obteniendo contratos para Garth.
--Sólo debes luchar según las reglas, y no debe haber peleas
motivadas por agravios personales o en beneficio tuyo --añadió--. No
quiero que andes por ahí desperdiciando tus habilidades y hechizos
sin que la Casa saque nada de ello.
--Esa orden podría resultarme un poco difícil de obedecer.
--¿Por qué?
--Bueno, me he unido a la Casa precisamente por eso. La mitad
de los luchadores de la Casa Naranja quieren verme muerto.
--Oh... ¿Debido a ese pequeño incidente con Okmark?
--No. Por otras cosas.
--¿Qué otras cosas?
--He jurado no revelarlas --dijo Garth en voz baja y suave--.
Bastará con decir que tiene algo que ver con esto --añadió, y señaló
su parche.
--Una cuestión personal, ¿eh?
Garth se inclinó hacia adelante.
--Sois el Maestre de mi Casa, así que creo que puedo compartir el
secreto con vos --dijo en un susurro de conspirador.
Tulan se apresuró a inclinarse sobre la mesa para escuchar lo
que Garth iba a decirle.
--Ocurrió hace varios años --murmuró Garth--. Perder el ojo casi
valió la pena, pero ahora saben que estoy aquí y vendrán a por mí. En
parte por esa razón decidí dejar de ser un hanin y unirme a esta Casa.
Sabía que la tirantez que hay entre Fentesk y Kestha me
proporcionaría una cierta protección.
--¿Qué ocurrió?
--Seduje a la primera consorte del Maestre de Fentesk..., y
también a sus hijas gemelas.
Tulan, que había empezado a apurar otra copa de hidromiel,
esparció la mayor parte de su contenido sobre la mesa y contempló a
Garth con los ojos muy abiertos. Sus facciones se pusieron muy rojas,
y después se echó a reír y empezó a golpear la mesa con los puños.
--¡No me extraña que el Maestre de Fentesk le rajase la garganta
a su consorte el año pasado! --exclamó--. Qué delicioso, qué absoluta
y totalmente delicioso... Y cuéntame, ¿qué tal eran en la cama?
Garth sonrió.
--El honor de las damas me prohíbe hacerlo, mi señor --dijo.
--¿Damas? Qué infiernos... Todas las mujeres de la Casa Naranja
son unas zorras, especialmente sus luchadoras. Así que te pillaron y
te sacaron un ojo antes de que pudieras huir, ¿eh?
--Algo por el estilo --dijo Garth en voz baja, y mientras hablaba
desvió la mirada del rostro de Tulan, como si un oscuro recuerdo
hubiera vuelto de repente a su memoria para acosarle.
--Estupendo, estupendo... Ah, ardo en deseos de ver la cara que
pondrá Varnel Buckara cuando se entere de esto. ¡Y te aseguro que
haré que se entere!
--Prefiero que no lo hagáis, mi señor. Por el bien de las hijas,
¿comprendéis? Después de todo, siguen con vida, y recordarle lo
ocurrido podría reavivar su rabia contra ellas.
--Está bien, está bien, pero aun así... --Y Tulan contempló a Garth
con el rostro iluminado por el orgullo--. Puedes hacer el juramento en
la ceremonia de la mañana del primer día del Festival. Hasta que
llegue ese momento, podrás llevar la capa de un iniciado de la Casa
Gris.
Garth asintió y le sonrió por encima del borde de su copa.
--Aguardaré con impaciencia recibir ese honor --murmuró.
_____ 3 _____

--Doy gracias al Eterno porque hayamos salido de allí.


Garth bajó la mirada hacia Hammen y contuvo el impulso de
echarse a reír. El ladrón ya no parecía el mismo hombre. Sus harapos
habían sido sustituidos por una impoluta túnica blanca con un círculo
gris sobre la parte izquierda del pecho. La cabellera sucia y
despeinada también se había esfumado, y las tijeras la habían dejado
todo lo corta que convenía al sirviente de un luchador. Hammen volvió
la cabeza hacia la Casa y le lanzó una mirada llena de irritación.
--Puedes quedarte con todo esto, Garth el Tuerto. Ya no siento
ningún deseo de seguir con este juego... Encuentra otro sirviente,
porque yo me vuelvo a casa --anunció Hammen, y se abrió de un
manotazo el ceñido cuello que le estaba asfixiando.
--Si lo haces, te perderás la diversión.
--Diversión... ¿Llamas diversión a esto? Inclinarme como un
maldito sirviente; sí, amo; no, amo; permíteme que te limpie el trasero,
amo... --Su voz se había convertido en un canturreo sarcástico--.
Puedes meterte todo eso donde te apetezca. Yo no sirvo a nadie.
--Perfecto. Vete.
Hammen aflojó el paso y alzó la mirada hacia el rostro de Garth,
que apenas era visible en la oscuridad.
--De acuerdo, me voy.
Garth metió la mano en su bolsa, sacó una moneda y se la alargó
a Hammen.
--Tu paga de la semana.
Hammen cogió la moneda y se la guardó en una pequeña
faltriquera que colgaba de su cinturón.
--Bien, pues hasta la vista.
Garth giró sobre sus talones y empezó a alejarse sin ninguna
prisa.
--Tuerto...
Garth se volvió y le miró.
--¿Cómo perdiste ese ojo?
--Si te marchas no lo averiguarás nunca, Hammen.
Hammen guardó silencio durante un momento.
--Lo de mi ojo seguirá siendo un misterio para ti..., igual que todo
lo demás.
Hammen le miró fijamente e intentó percibir alguna respuesta a
los enigmas que le torturaban, tratando de sacar a la luz un
pensamiento que había sido enterrado hacía ya mucho tiempo. Tenía
la sensación de que algo en Garth iluminaba recuerdos en los que era
mejor no hurgar. Sintió una opresión, como si un dolor olvidado hacía
mucho tiempo hubiera vuelto para torturarle de nuevo. Las
sensaciones se esfumaron tan deprisa como habían venido, y ya sólo
pudo percibir los sonidos de la noche, el ir y venir de la multitud por la
Gran Plaza. Para Hammen todo aquello encerraba un profundo
misterio, un vago y lejano recuerdo de risas, de otro tiempo que se
negaba a desaparecer del todo, y que parecía emanar de aquel
desconocido envuelto en sombras que permanecía ante él.
--¿Quién eres? --murmuró.
--Quédate conmigo y averígualo, Hammen de Jor, si es que ése
es realmente tu nombre.
Hammen se envaró y un escalofrío de miedo recorrió su cuerpo,
pero un instante después fue sustituido por un calor lejano que sólo
duró un momento y también desapareció.
Hammen se movió por fin, despacio, y volvió al lado de Garth.
--Pues entonces invítame a una copa, maldición --acabó diciendo.
Hammen siguió andando en silencio, observando a Garth. Vio que
se movía como casi todos los luchadores, con una deliberada fluidez
felina, pero su cabeza siempre girando de un lado a otro para observar
todo lo que le rodeaba. Estaba envuelto en el aura del maná, lo que
otros podrían llamar carisma pero que, de hecho, sólo era poder en un
estado puro que resultaba visible para el ojo adiestrado, como los
relámpagos sobre el lejano horizonte y que solo son entrevistos o
tenuemente oídos. Podía ser ocultado cuando era necesario hacerlo,
pero estaba allí en abundancia y Hammen lo sabía.
Garth salió de la Gran Plaza hacia una calle lateral, atraído por las
ruidosas carcajadas y el gentío congregado delante de una taberna,
con varias personas sosteniendo antorchas. Cuando estuvieron más
cerca Hammen pudo ver a dos combatientes enfrentándose en el
centro de la calle. Uno era un luchador de la Casa Marrón, y el otro era
una mujer, ni siquiera debía de ser una luchadora sino meramente una
guerrera, que solo dominaba el manejo de las armas. El luchador
Marrón no estaba usando sus poderes, y se limitaba a emplear la
fuerza física. Habían trazado un círculo en el barro alrededor de ellos y
estaban librando un combate de oquorak, el duelo ritual en el que las
manos derechas de los adversarios quedaban unidas mediante un
trozo de cuerda mientras la mano izquierda de cada uno empuñaba
una daga.
El luchador Marrón sangraba por un largo tajo que le había
desgarrado la túnica a través del pecho, y tenía otra herida más
pequeña en la frente con hilillos de sangre deslizándose hacia sus
ojos; pero estaba claro que era el más poderoso de los dos
contrincantes. El luchador Marrón bajó su brazo derecho mientras
atraía a la mujer hacia él, pero ésta giró sobre sí misma, se agachó
por debajo del golpe que no llegó a darle y volvió a erguirse
velozmente con una gélida sonrisa en los labios.
--Es de Benalia --susurró Hammen, señalando una pequeña
estrella de siete puntas tatuada en la frente de la mujer--, lleva una
marca de clan, del sistema de castas de aquellas tierras.
Garth se metió entre el gentío para presenciar el combate.
La mujer esperaba un nuevo ataque mientras mantenía
grácilmente el equilibrio sobre los dedos de los pies. Su jubón de
cuero y sus pantalones ceñidos eran tan negros como su corta
cabellera. El luchador Marrón volvió a intentar la misma maniobra,
intentando hacerle perder el equilibrio. Esta vez la mujer saltó hacia
adelante, lanzándose al suelo y dando un salto mortal. Mientras lo
hacía tiró con su brazo derecho, empleando la inercia de su cuerpo
para añadir más potencia al tirón. El luchador Marrón giró sobre sí
mismo y acabó cayendo al suelo. La multitud aprobó la maniobra con
un rugido entusiástico.
El luchador Marrón lanzó una cuchillada a los pies de la mujer
cuando ésta retrocedía, pero su oponente esquivó saltando por
encima de su mano sin ninguna dificultad. El luchador Marrón se
incorporó y atacó con el cuerpo encogido, buscando la ocasión de dar
una puñalada a pesar de que ese movimiento iba en contra de las
reglas del oquorak, que sólo permitían usar la daga para lanzar tajos.
El gentío se quedó repentinamente callado. El espectáculo había
dejado de ser un entretenimiento para convertirse en un combate en el
que se iba a derramar sangre. Empezaron a vocearse apuestas, y
Hammen se metió por entre la confusa masa de cuerpos. Garth ignoró
el frenesí apostador y se acercó al borde del círculo. Estudió al
luchador Marrón con atención mientras los dos contrincantes iban
girando cautelosamente el uno alrededor del otro. El hombre todavía
empuñaba su daga en posición de asestar una cuchillada, y la mujer le
observaba desdeñosa y continuaba sosteniendo su arma para usar el
filo.
La mano izquierda de la mujer se movió de repente a la velocidad
del rayo, y el hombro del luchador Marrón quedó surcado por un largo
tajo.
--Sangre de nuevo --anunció la mujer--. Ya van tres veces... Se
acabó.
Su hoja volvió a moverse y cortó el trozo de cuerda de apenas
dos varas de largo que unía a los contrincantes durante el duelo
oquorak.
El luchador Marrón se quedó inmóvil ante ella, jadeando y con los
rasgos contraídos por la rabia. La mujer le contempló
despectivamente, con su esbelta figura silueteada por la luz de las
antorchas.
--Se apostaron tres monedas de oro --dijo en voz baja y suave--.
Paga.
--Has hecho trampas --replicó el luchador Marrón.
La mujer dejó escapar una carcajada fría como el hielo.
--¿Cómo infiernos puedo hacer trampas en un duelo oquorak?
--replicó a su vez--. Paga.
El luchador Marrón dejó escapar un rugido y se lanzó sobre ella
con su hoja brillando bajo la luz de las antorchas. La mujer se hizo a
un lado de un salto, y su daga volvió a moverse con la velocidad del
rayo. El luchador Marrón lanzó un aullido de dolor y retrocedió
tambaleándose. Su oreja izquierda acababa de caer al suelo.
El hombre giró sobre sí mismo sin dejar de gritar y con una mano
en el lado de la cabeza que acababa de perder la oreja, y entonces
Garth vio cómo desviaba la mirada un instante hacia un hombre
envuelto en una capa que se encontraba a la derecha de Garth.
El luchador Marrón retrocedió de tal manera que la espalda de la
mujer quedó vuelta hacia Garth y el hombre que permanecía inmóvil
junto a él. Después avanzó lentamente con su daga levantada, y la
mujer se pasó la suya a la mano izquierda mientras cambiaba la
manera de sujetarla para poder dar puñaladas.
--¿Ves? ¡Has hecho trampa! --rugió el luchador Marrón--. Has
tomado parte en un duelo oquorak, pero eres zurda.
--Nunca lo preguntaste. El ritual te permitía hacerlo, pero estabas
cegado por tu arrogancia --replicó la mujer en voz baja y suave--.
Ahora paga de una condenada vez antes de que quedes malherido.
--Te arrancaré el hígado y te lo meteré por la garganta --gruñó el
hombre, y dio un paso más hacia ella.
La mujer retrocedió un poco y cambió de postura, preparándose
para enfrentarse a su ataque.
El hombre de la capa se movió de repente. Entró en el círculo, y
Garth vio un destello de acero en su mano.
Garth le golpeó en el cuello con el canto de la mano, y el fuerte
impacto derrumbó sin sentido al hombre de la capa. La mujer lanzó
una rápida mirada hacia atrás, y el luchador Marrón aprovechó esa
aparente distracción para atacar.
Garth iba a gritar una advertencia, pero no fue necesario. La
mujer esquivó diestramente el ataque, y la patada que lanzó contra las
piernas del luchador Marrón hizo que éste se desplomara. Después la
mujer cayó sobre él veloz como una serpiente y le arrebató la daga de
la mano; y antes de que pudieran darse cuenta de lo ocurrido, la mujer
ya estaba encima del pecho del luchador Marrón y tenía la punta de la
daga en su garganta.
--Paga --dijo en voz baja.
El hombre la contempló con los ojos llenos de rabia asesina. La
mujer empujó un poco la daga, y la punta atravesó la piel del cuello
justo encima del rápido latir de su yugular.
--Puedo conseguir el dinero que se me debe tanto si estás vivo
como si estás muerto.
--Mátame y mi Casa me vengará.
--¿Lo dices para asustarme?
Garth fue hacia ella y abrió la bolsa del luchador Marrón sin
esperar la aprobación de la mujer. Ignoró los insignificantes amuletos
guardados dentro, y hurgó buscando dinero.
--Sólo tiene un par de monedas de plata --anunció, y las sacó de
la bolsa.
La multitud lanzó un burlón rugido de desaprobación ante un
luchador capaz de aceptar una apuesta cuando no estaba en
condiciones de pagar si perdía.
La mujer hizo avanzar un poquito más la hoja, y un hilillo de
sangre empezó a resbalar por el cuello del hombre.
--Iré a tu Casa mañana por la mañana cuando suene la segunda
campana, para cobrar lo que me debes --dijo--. Procura estar allí.
Después hizo girar ágilmente la daga entre sus dedos y golpeó la
sien del luchador Marrón con la empuñadura, dejándole sin sentido.
La mujer se puso en pie, y la multitud la vitoreó y lanzó gritos de
aprobación.
Garth sonrió y le entregó las monedas.
--Gracias, tuerto --dijo la mujer, y ladeó la cabeza en señal de
agradecimiento.
--¡Tuerto!
Hammen acababa de aparecer a su lado y Garth se volvió hacia
él. Hammen titubeó durante un segundo.
--Eh... Quería decir «amo» --murmuró.
--Maldita sea, Hammen, basta con que me llames Garth..., pero
olvídate de que soy tuerto --dijo Garth mientras volvía a mirar a la
mujer.
--Mis disculpas, Garth, y muchas gracias --dijo ella.
--No hemos ganado gran cosa. Las apuestas estaban a favor de
ella... una moneda de plata contra cuatro.
Hammen se volvió hacia los dos hombres que seguían en el
suelo.
--Ah, qué lejos quedan los tiempos en que aún había algo de
honor --dijo, y meneó la cabeza con expresión entristecida--. Ahora en
el mundo sólo queda corrupción.
Garth se volvió hacia Hammen poniendo cara de sorpresa, y el
viejo encogió sus hombros como si le avergonzara decir tales cosas.
La mujer giró sobre sus talones como si se dispusiera a irse.
--¿Y si celebráramos lo que hemos ganado gracias a ti tomando
un trago? --le propuso Garth.
La mujer se volvió hacia él, le miró y acabó sonriendo.
--Yo invito. Te agradezco que me ayudaras, aunque no lo
necesitaba. Sabía que se estaba moviendo a mi espalda.
--Por supuesto.
--Tal vez sería mejor irse a otro sitio... --intervino Hammen,
bajando la vista hacia el luchador y su compañero, que ya empezaban
a removerse.
Echaron a andar. Hammen tosió, y lanzó un certero escupitajo
contra el luchador Marrón. La turba cayó sobre los dos hombres, que
podrían considerarse afortunados si al final no le sucedía nada aparte
de desnudarlos y arrebatarles sus hechizos para venderlos en el
mercado negro.
Hammen precedió a Garth y la benalita por un angosto callejón.
Los puestos callejeros y pequeñas tiendas que lo flanqueaban ya
estaban cerrados, y al pasar bajo las ventanas abiertas se podían oír
risas, cómo se discutía o se hacía el amor y el resto de sonidos típicos
de la ciudad, mientras que del suelo brotaban los olores, la mayoría
nada agradables. Hammen siguió avanzando por aquel barrizal, y
soltó una risita cuando la mujer hizo un visible esfuerzo para reprimir
un acceso de náuseas.
--Menudo sitio para celebrar el Festival... --resopló la mujer.
--Todas las ciudades son alcantarillas que siempre atrapan a los
peores --dijo Hammen.
Garth bajó la mirada hacia él y no dijo nada. El viejo le miró como
si estuviera absorto en pensamientos inquietantes y se sintiera muy
deprimido.
--¿Qué ocurre? --preguntó Garth.
--Nada, tuerto... Nada en absoluto --replicó Hammen en voz baja.
Garth volvió la cabeza hacia la mujer y descubrió que le gustaba
bastante. Era una luchadora temible, eso estaba claro, pero también
parecía haber en ella una especie de inocencia en lo referente a las
realidades del mundo. Garth comprendió que había librado el duelo
oquorak por necesidad de dinero, y que había esperado que el
luchador Marrón se comportara de manera honorable. La mujer se
movía con una delicada gracia femenina que no encajaba con el resto
de su personalidad, y trataba de ocultarla bajo su armadura de cuero.
Hammen les guió a través del laberinto de callejas hasta
detenerse delante de una pequeña taberna. El dintel estaba tan bajo
que Hammen tuvo que agachar la cabeza para entrar. El tabernero les
contempló con suspicacia.
--Estoy cerrando --gruñó.
--Lo que quieres decir es que no sirves a desconocidos, ¿eh?
--replicó Hammen, y sus ojos recorrieron la estancia llena de gente
que se había quedado en silencio apenas entraron.
Buena parte de la clientela se apiñaba alrededor de una mesa
para ver cómo dos compatriotas jugaban con unas cartas que
representaba un duelo de magia. Los mirones estaban tan absortos en
el combate simulado que no prestaron atención a los recién llegados.
El tabernero miró a Hammen fijamente durante unos momentos y
después echó la cabeza hacia atrás y se rió.
--¿Es que te has vuelto loco, Hammen? --exclamó--. Antes
esperaría verte vestido de prostituta que convertido en sirviente de un
luchador, y pensándolo bien... Bueno, que me cuelguen si es que hay
alguna diferencia entre prostituirse y servir a un luchador.
--Entonces tu madre sería una magnifica sirviente de luchador, y
también tu esposa y tus hijas --replicó secamente Hammen, y el
tabernero rió todavía más estruendosamente y señaló una mesa vacía
en un rincón de la sala.
Hammen fue hacia la mesa precediendo a Garth y la benalita, y
los tres acabaron sentándose mientras el tabernero venía hacia ellos
sosteniendo un grueso jarro de barro y tres jarras en una mano y un
atizador al rojo vivo en la otra. El tabernero dejó las jarras sobre la
mesa y después metió el atizador dentro del jarro; el olor del ron
hirviente brotó rápidamente de él.
--El mejor ron caliente con manteca de toda la ciudad... --anunció
Hammen con un suspiro mientras la mujer metía la mano en su bolsa,
sacaba de ella tres monedas de cobre, y las colocaba sobre la mesa.
El tabernero las contempló con evidente decepción, y después
volvió la mirada hacia la mujer.
--En el sitio de donde vengo, un jarro de ron sólo cuesta tres
monedas de cobre --dijo la mujer en voz baja y sin inmutarse.
--Bueno, pues aquí no --replicó el tabernero.
--Oh, sí, aquí también --dijo Hammen, y despidió al tabernero con
un gesto de la mano.
--Odio las ciudades --murmuró la mujer, y se llenó la jarra y la
apuró de un trago.
--¿Y entonces por qué estás aquí? --preguntó Garth.
La mujer le miró fijamente.
--Ya veo que formas parte de una Casa --dijo.
--De momento --replicó Garth.
La mujer dejó escapar un resoplido desdeñoso.
--Los hanin no son bienvenidos en la ciudad del Gran Maestre --le
explicó Hammen--, especialmente durante el Festival. Las Casas se
aseguran de que así sea.
--Bueno, pues no verás a nadie de Benalia sirviendo a un Color
--dijo la mujer--. Somos nuestros propios dueños.
--Ya... En ese caso, ¿qué estás haciendo aquí...? --preguntó
Garth, y esperó en silencio sin apartar la mirada de ella.
--Me llamo Norreen. Con eso bastará mientras siga aquí.
--De acuerdo, Norreen... ¿Qué estás haciendo en la ciudad?
--Era portadora del escudo de mi señor, pero... --Norreen hizo una
pausa--. Ha muerto.
--No conseguiste proteger adecuadamente a tu señor y te has
quedado sin empleo --intervino Hammen.
--Algo por el estilo --replicó ella en voz baja.
--Pues vuelve a tu casa --dijo Garth.
--Seguramente no puede hacerlo --dijo Hammen--. Es una
cuestión de honor. El sistema de castas de Benalia es de lo más
extraño. Al comienzo de cada año lunar, la casta más alta del año
anterior se convierte en la más baja, y la que iba detrás asciende de
categoría, y así sucesivamente... Los únicos que puede salirse del
ciclo son los héroes, un rango concedido a los guerreros portadores
del escudo de un gran señor o que consiguen grandes honores y
renombre. Apostaría a que su casta va a pasar al último escalón, y
desea evitar esa situación. Ella ya no tiene el rango heroico, por lo que
pasaría a ser una sirvienta..., y eso no le hace ninguna gracia.
Hammen la miró, pero la mujer no dijo nada.
--Permíteme acabar mis conjeturas --continuó Hammen--. Hay un
hombre en algún lugar de todo esto... Siempre lo hay, un sapo gordo y
repugnante. Las mujeres de la casta más baja no pueden rechazar las
exigencias de alguien de clase más alta. Ese sapo te desea, y tu no
soportas las verrugas; o quizás eres virgen y quieres salvar tu
honor...¿eh?
La mujer le lanzó una mirada gélida, pero su rostro enrojeció
levemente y Hammen soltó una risita.
--Es una locura --dijo Hammen--. Nunca entenderé a los benalitas.
La mujer se envaró.
--No me parece peor que este condenado Festival --dijo.
--Ah, pero al menos, aquí las cosas tienen algún sentido --replicó
Hammen--. Las Casas se enfrentan para decidir cuál es la mejor, y
eso influirá en los contratos para el año siguiente. Príncipes y
comerciantes pueden evaluar a los luchadores que desean contratar,
la turba se entretiene con los duelos, el ganador se va con el
Caminante, aportando prestigio a su Casa. Todo resulta muy
divertido... --añadió meneando la cabeza.
--Y el Gran Maestre gana montones de dinero --replicó Norreen
con voz gélida.
--¿Y qué puede importarte eso? --preguntó Garth.
--Ni lo más mínimo, desde luego.
--Pero estás buscando un empleo en la ciudad porque todos los
grandes príncipes vendrán a ver el Festival --dijo Hammen.
--¿Tendrías la bondad de ordenar a tu sirviente que cierre el pico
de una vez? --dijo Norreen con irritación.
--Déjalo ya, Hammen --dijo Garth.
--Oh, amo, no me pegues, por favor... --gimoteó sarcásticamente
Hammen.
Después dejó escapar un prolongado eructo, miró a la mujer y le
sonrió lascivamente.
--Creo que mi amo se ha prendado de ti --siguió diciendo--. Si
estás de acuerdo, podríamos librarte de ese pequeño problema de la
virginidad. Tengo un primo que ofrece alojamiento para pasar la
noche. He oído decir que las benalitas son muy apasionadas, y solo
pido que se me permita mirar por un agujerito. Mi primo alquila
agujeritos a los que ya somos viejos.
Norreen desenvainó su daga y la clavó en la mesa, una
inconfundible señal de desafío.
Hammen alzó las manos y fingió estar aterrorizado.
--No soy luchador de la magia ni guerrero, por lo que no hace falta
que ensuciéis vuestra hoja conmigo, mi noble dama... --dijo, y volvió a
reír. Garth miró a Hammen, reprendiéndole con un gesto. Norreen
apuró su ron caliente, y dejó caer la jarra sobre la mesa con tal fuerza
que la rompió.
--No estoy dispuesta a acostarme con un tuerto..., especialmente
con uno cuyo sirviente tiene un aliento tan pestilente que da ganas de
vomitar --dijo secamente.
Después se puso en pie y salió de la taberna hecha una furia.
Garth lanzó una mirada gélida a Hammen.
--Muchas gracias --dijo.
--Oh, no hace falta que me la agradezcas, amo... --replicó
Hammen--. Te he ahorrado un montón de problemas. Las guerreras
de Benalia son famosas por su habilidad en romper corazones. Para
ellas es una especie de deporte, especialmente con los hombres de
casta distinta. Es una de sus maneras de obtener prestigio, ¿sabes?
Además, esa chica quizá sí sea virgen y sólo dará dolores de cabeza.
Siempre se enamoran del hombre que las libra de esa preocupación, y
luego le siguen a todas partes y le imploran amor con grititos
quejumbrosos. Pensé que debía protegerte de esas calamidades.
--No necesito tu maldita protección.
--La necesitabas, créeme --replicó Hammen en voz baja y
suave--. Los de Benalia sólo traen problemas... Siempre metiéndose
en peleas y siempre intentando escapar del ciclo de castas,
especialmente cuando son mujeres y se ven arrojadas al fondo del
pozo. Las que son como Norreen están medio locas.
»Si te interesa, mi primo el de la posada también tiene unas
cuantas mujeres exóticas y bastante hermosas, yo podría conseguirte
un poco de diversión. Con tu dinero, incluso podríamos conseguir un
par de chicas --siguió diciendo Hammen, observando a Garth con
esperanzada lujuria--. No te importará que alquile un agujerito para
mirar ¿verdad?
--Volvamos a la Casa --dijo secamente Garth, y Hammen le miró
en silencio, visiblemente alicaído.
Cuando salió a la calle Garth miró a su alrededor como esperando
ver a alguien, y después se volvió hacia Hammen.
--Muchísimas gracias --murmuró con irritación.
--Serviros es un gran placer, amo --replicó Hammen con una risita
ahogada, tirando de Garth y apartándolo así de la sombra inmóvil de
una mujer al otro lado de la calle.

***

--Quiero saberlo todo sobre él --gruñó Zarel Ewine, Gran Maestre


de la Arena.
Uriah Aswark, capitán de los luchadores del Gran Maestre, se
inclinó temerosamente ante él. El Gran Maestre era famoso por
descargar su rabia sobre quien tuviese más cerca, y este era uno de
esos momentos de furia, pues la augusta presencia del Gran Maestre
había sido humillada en público.
--Como deseéis, mi señor --murmuró Uriah.
--Recurre a nuestros contactos en la ciudad, y ve también a las
Casas. Paga las sumas de costumbre, pero después querré una
relación detallada de cada moneda... --El Gran Maestre hizo una
pausa--. Ya sabes como castigo la negligencia.
--Jamás trataría de robaros, mi señor.
Zarel bajó la vista hacia su capitán y le lanzó una mirada
despectiva.
--No, por supuesto que no... --dijo--. Porque si lo hicieras te
arrojaría a la arena junto con los demás para entretenimiento del
Caminante. Y ahora sal de aquí.
Uriah retrocedió hacia la puerta con la cabeza todavía inclinada
en la postura de obediencia y los ojos apartados del rostro del Gran
Maestre.
--Uriah...
El capitán de los luchadores se quedó inmóvil.
--¿Sí, mi señor?
--Te hago responsable de todo esto. Quiero a ese hombre. Quiero
saber quién es y qué anda tramando. Hay algo extraño en él... No sé
qué es. Intenté sondearle, pero fue capaz de bloquearme. No pude
llevármelo porque ahora es miembro de una Casa, y gozará de su
protección mientras siga llevando sus colores.
Uriah alzó cautelosamente la mirada hacia el Gran Maestre,
sorprendido al oírle admitir que un mero hanin tenía el poder suficiente
para bloquear el suyo. Los rasgos del Gran Maestre adoptaban ahora
una expresión absorta y distante, como perdido en un recuerdo
borroso.
--¿Quién es? --preguntó de repente Zarel.
Uriah se sobresaltó al ver que el Gran Maestre le estaba mirando
fijamente con el rostro lleno de duda.
--Lo averiguaré, Gran Maestre --se apresuró a asegurar.
--Hazlo. Prepara su expulsión para que pierda la protección de la
Casa y pueda ser mío. Me da igual como lo arregles, pero hazlo. Y
hazlo bien, Uriah, porque... Bueno, no te gustaría convertirte en un
entretenimiento más del Caminante cuando llegue, ¿verdad? He de
ofrecerle un buen espectáculo, y en esas fiestas siempre hay sitio para
un invitado más. El tuerto o tú, ¿has entendido?
Uriah salió de la habitación, y no le avergonzó que los guardias
apostados en la puerta vieran como le temblaban las rodillas. El
Caminante siempre anhelaba el poder que podía ser absorbido de las
almas, y el Gran Maestre solía proporcionarle esos banquetes...
surtiéndolo con enemigos y con los que fracasaban en las misiones
encomendadas.
Zarel contempló cómo el enano que había puesto al frente de sus
luchadores salía de la habitación.
«¿Por qué preocuparme tanto de ese luchador?», se preguntó.
Algo dentro de él había sido alertado por su presencia en la ciudad, y
Zarel sabía que esas intuiciones casi siempre tenían una verdad oculta
detrás de ellas.
¿Se había encontrado con él anteriormente?
Zarel rebuscó en su memoria. Aquel hombre era un luchador,
controlaba el maná, por lo que su aspecto físico no era una pista fiable
sobre su edad. Podía tener los veintitantos años que aparentaba, o
podía tener más de cien años.
Acordarse de todas las enemistades a lo largo de los años era
una tarea casi imposible. ¿Sería alguien de antes, de cuando
Kuthuman todavía era el Gran Maestre? En aquellos tiempos de
ascensión hacia el poder todavía como ayudante del Gran Maestre
había dejado muchos cadáveres flotando en el puerto. Intentó
concentrar sus pensamientos, y siguió buscando. Un tuerto. Sí, pero...
¿Cuánto tiempo llevaba siéndolo? Podía haber perdido ese ojo el año
pasado, o muchos años antes. Un tuerto... Zarel había sacado los ojos
de muchos hombres y mujeres, pues como ayudante del Gran Maestre
tuvo a su cargo la administración de justicia. Ojos, manos, pies,
cabezas...
¿O había ocurrido después? Con la caída de la Casa de Oor-tael,
Kuthuman obtuvo el poder para transformarse en un semidiós, un
Caminante de Planos, y había dejado a Zarel a cargo de aquel reino
como recompensa por su ayuda. Miles de personas habían muerto
durante aquellos días, en un arreglo de viejas cuentas pendientes.
Aquellas muertes habían asegurado su poder y también eliminaron las
deslealtades. ¿Sería posible que el tuerto perteneciera a aquella
época?
Zarel permaneció en silencio, cada vez más preocupado al ver
que no hallaba la respuesta. Pero comprendió que debía ser
encontrada, fuera como fuese, y antes de que empezara el Festival.

***

--Han estado haciendo averiguaciones sobre ti.


Garth asintió.
--Supongo que es el Gran Maestre de la Arena quien las ha
ordenado, ¿verdad? --preguntó.
Tulan, Maestre de la Casa de Kestha, le contempló con expresión
sorprendida.
--¿Acaso no es obvio, mi señor? --siguió diciendo Garth--. Le
humillé en público, y vos tuvisteis el valor de respaldarme. Sé que el
Gran Maestre y los Maestres de las Casas no se llevan nada bien, y
que ahora estará buscando un medio de borrar la herida infligida a su
honor. Debo suponer que se os ofreció un soborno para que me
expulsarais de vuestra Casa.
Tulan se envaró ligeramente.
--Los Maestres de las Casas no aceptan sobornos --dijo.
--Por supuesto que no, mi señor --respondió Garth sin inmutarse.
--El mero hecho de sugerir semejante motivación ya supone un
deshonor para mí y para mi Casa.
--No era ésa mi intención, desde luego --replicó Garth con
suavidad--. Sé que os negasteis, naturalmente, pues ningún Maestre
de Casa querrá que se lo considere un títere de Zarel.
Tulan apuró su copa de hidromiel y después se limpió los dedos
manchados de grasa en su túnica. La media docena de platos que
tenía delante contenía los restos de su desayuno.
--Aunque, de hecho, las preguntas del capitán fueron de lo más
curiosas --dijo por fin.
--¿Como la de quién soy, por ejemplo?
--Exactamente --gruñó Tulan, y tras un silencio emitió un
prolongado eructo--. Te presentaste ante mí siendo un desconocido,
un hanin... Te acepté porque mostraste notables habilidades, no sólo
en el umbral de esta Casa, sino también antes cuando recuperaste el
prestigio de la Casa derrotando a ese bravucón Naranja. Y después,
como guinda, te atreviste a mandar a los demonios al propio Gran
Maestre... Si no te hubiese acogido en ese momento habría perdido mi
honor y mi prestigio --Tulan volvió a quedarse callado y le miró
fijamente--. A primera vista, el que te enfrentaras a un hombre de
Fentesk por una pequeña cuestión de honor podría parecerme natural,
y tampoco habría nada sospechoso en que un hanin como tú venga a
mi Casa buscando empleo, y el que la confrontación posterior se
desarrollara de la forma en que lo hizo...
--Pero pensándolo bien, también podría haber algo oculto en todo
eso --replicó Garth con voz firme y tranquila.
--¡Sí, maldito seas! --dijo secamente Tulan--. Ayer todo me salió
bien. Me burlé del Gran Maestre y de la Casa de Fentesk, y obtuve
una ventaja en los juegos. Pero también me he ganado la enemistad
del Gran Maestre por darte cobijo. Así pues, ¿fue todo tan inocente
como parece?
--Por supuesto que sí, mi señor.
Tulan volvió a llenarse la copa, alzó la vista hacia Garth para
contemplarle con expresión gélida y apuró la copa de un trago.
--¿Quién eres?
--Era un hanin de las comarcas más remotas de Gish, mi señor,
cerca del Mar Interminable y de las Tierras Verdes.
--¿Quién fue tu yolin, tu maestro adiestrador? ¿Cuál era su Casa
y el origen de su maná, y qué servidumbres tenía?
--No he tenido ningún yolin, mi señor. Descubrí sin ayuda que
poseía el poder de utilizar el maná. Practiqué mis habilidades en la
soledad y fui adquiriendo mis amuletos desafiando a otros hanin.
Cuando por fin estuve preparado, busqué unirme a una Casa, con no
muy buena fortuna. Mi combate con el luchador Naranja fue tanto una
forma de exhibir mis habilidades, como una pequeña venganza por
esa humillación del pasado relacionada con la esposa y las hijas del
Maestre de la Casa Naranja.
--¿Y esperas que me crea eso? --rugió Tulan.
Garth se inclinó ante él.
--Mentir a un Maestre se castiga con la expulsión --replicó sin
apenas inmutarse--. Y dada la situación, si os mintiera sería un
estúpido, pues sospecho que los agentes del Gran Maestre me están
esperando y, si saliese de esta Casa sin colores, caerían sobre mí al
momento mientras vos obtendríais una considerable suma.
--¿Cómo te atreves a sugerir que aceptaría un pago semejante?
--gruñó Tulan.
--Vamos, mi señor... Podéis exhibir esta representación teatral
ante los iniciados del primer nivel, que se quedan boquiabiertos ante
idealismos tan triviales. Cualquier persona que sea idealista en este
mundo, o está loca o es idiota. Vos tenéis vuestras necesidades, y yo
las mías. Tenemos la fortuna de que unas y otras coinciden, y vos
salís ganando gracias a ello. Habéis humillado a alguien a quien
odiáis, ayer vuestra Casa ganó más prestigio, y creo que os
conseguiré una victoria en el Festival.
Tulan guardó silencio sin apartar la mirada de Garth, y hubo un
fugaz parpadeo de poder, un sondeo.
--¿Qué hay dentro de tu bolsa? --preguntó Tulan en voz baja--.
¿Qué artefactos, amuletos y hechizos controlas?
Garth dejó escapar una suave carcajada.
--Según la ley, ni siquiera el Maestre de una Casa puede hacerle
esa pregunta a un luchador --replicó--. De hecho, ni el mismísimo Gran
Maestre de la Arena puede hacerla.
Garth guardó silencio durante unos momentos antes de volver a
hablar.
--Sólo hay una forma de averiguarlo --siguió diciendo--, pero debo
recordar que va en contra de todas las tradiciones el que un miembro
una Casa ataque a otro del mismo color.
Tulan volvió a llenarse la copa y la contempló con expresión
ensombrecida.
--Y si lo hicierais y me matarais --prosiguió Garth--, los otros
Maestres pensarían que os habíais doblegado ante las exigencias del
Gran Maestre.
--Así que me has pillado, ¿eh? --gruñó Tulan.
--Más bien al revés --replicó Garth sin inmutarse--. Recordad que
ahora estoy con vuestra Casa. Soy un jugador desconocido para el
Festival. Deberíais obtener grandes sumas en las apuestas y de las
comisiones sobre los premios. Creo que las ganancias superarán a
cualquier soborno que ofrezca ese bastardo tacaño que ocupa el
cargo de Gran Maestre para conseguir que se me traicione, mi señor.
Tulan vació su copa y volvió a eructar, esta vez no de manera tan
estrepitosa como antes.
--Empiezas a darme dolor de cabeza, tuerto. O eres un maestro
de las intrigas, o un loco estúpido.
--Podéis escoger lo que más os guste, mi señor, pero siempre
saldréis beneficiado tal como os merecéis.
Tulan acabó asintiendo.
--Vete.
Garth le hizo una gran reverencia y fue hacia la puerta.
--Si decides salir, te sugiero que tengas los ojos bien abiertos
--murmuró Tulan.
--Siempre lo hago, mi señor.
_____ 4 _____

Garth miró expectante a su alrededor mientras sonaba la segunda


campanada de la mañana. La Gran Plaza aún no se había recuperado
de las celebraciones de la noche anterior, y por el suelo había
abundantes ánforas de vino rotas y cuerpos esparcidos, algunos de
ellos tendrían que ser llevados al campo de los pordioseros para ser
enterrados a expensas de la ciudad. Una creciente multitud matinal ya
empezaban a ir de un lado a otro, muchos mendigos buscaban
monedas registrando los cadáveres y otros destrozos. Hammen
bostezó cansinamente.
--Esto es una locura, Garth --murmuró--. Las benalitas sólo dan
problemas.
--Tengo curiosidad, nada más --replicó Garth, y guardó silencio
durante un momento antes de seguir hablando--. Además, puede que
sea útil para mis propósitos.
--¿Qué propósitos? --preguntó Hammen en voz baja.
--Ya lo verás. Ah, ahí viene...
Garth movió la cabeza señalando una figura solitaria que cruzaba
la Gran Plaza, bien envuelta en los pliegues de su capa para
protegerse del frío de la mañana. Norreen caminaba con paso
decidido, y el gentío se apartaba para dejarla pasar. Ya había un
grupito siguiéndola, apostadores que en la presencia de una benalita
intuían algún acontecimiento interesante.
Norreen fue hacia la Casa de Bolk, y sus seguidores se
detuvieron donde empezaban las losas oscuras que marcaban el
territorio de la Casa.
--Vamos --dijo Garth en voz baja, y salió de las sombras del
callejón para seguirla.
--Cuántas tonterías por ir detrás de una mujer... --resopló
Hammen--. Abandonas el calor de la cama antes del amanecer,
después me haces ir por una entrada secreta para despistar a los
centinelas del Gran Maestre, y ahora vas a mostrarte en público
cuando es seguro que habrá pelea.
Norreen fue hacia la Casa de Bolk, hasta que dos figuras, un
luchador y un guerrero que estaban de guardia en el umbral, le
indicaron que se detuviera. Norreen se paró y apoyó las manos en las
caderas en una postura desafiante.
--Quiero una audiencia con el Maestre de la Casa --anunció con
una voz potente y límpida que pudo oírse en toda la Plaza.
--No puedes utilizar la magia, no eres más que una guerrera
--replicó despectivamente un guardia--. Vete.
--Luché con uno de los vuestros en un duelo oquorak, y no hizo
honor a la apuesta. He venido a buscar una satisfacción, ya sea en
pago o en sangre.
--Debió de ser Gilrash --dijo el otro guardia. Miró a su compañero
y meneó la cabeza--. Anoche regresó bastante maltrecho.
--Pues entonces traed a Gilrash aquí.
El guardia que había hablado miró a Norreen y comprendió que
su reacción había sido poco inteligente.
--Vete y vuelve después del Festival --dijo--. Hemos de ocuparnos
de cosas más importantes que esa reclamación tuya.
--Yo presencié el duelo --anunció Garth, avanzando sobre las
losas marrones del pavimento de la Casa.
--Oh, amo, maldita sea... --suspiró Hammen, y siguió a Garth
mientras éste iba hacia el trío.
--Yo presencié el duelo y registré a vuestro hombre después de
que esta mujer le hubiera vencido --siguió diciendo Garth--. Todo
ocurrió tal como ella ha dicho. Vuestro hombre violó el código de honor
de un oquorak de tres maneras. En primer lugar, luchó sin dinero para
respaldar la apuesta. Después intentó apuñalarla cuando iba a ser
derrotado, y finalmente un cómplice suyo intentó apuñalar a esta mujer
por la espalda.
Mientras hablaba Garth había ido alzando la voz para ser oído por
el gentío. Enseguida hubo un coro de comentarios, pues el ritual del
oquorak era tenido en gran estima, y el violarlo era un acto tan
despreciable y vil como evacuar en las fuentes públicas.
Los dos guardias miraron nerviosamente a su alrededor, y
Norreen volvió la cabeza para lanzar una rápida mirada a Garth.
--No necesito tu ayuda --siseó con voz gélida.
--Ya la has oído, larguémonos de aquí --le apremió Hammen.
--Gilrash es un ser repugnante, incluso un cavador de letrinas
tiene más honor que él --insistió Garth--. Haced venir a vuestro
Maestre para haga la debida restitución y castigue a ese despreciable
luchador tal como se merece.
Un de los guardias, el luchador, escupió en el suelo.
--Has entrado en este recinto sin permiso, Tuerto Gris --dijo--.
Vete, antes de que recibas una lección.
La mención de su apodo hizo que un jadeo ahogado se
extendiera por la multitud cuando ésta reconoció al recién llegado, ya
que Garth se había mantenido de espaldas al gentío. Los gritos de los
apostadores no tardaron en oírse. Garth lanzó una mirada por encima
del hombro y vio que Hammen ya había entrado en acción metiendo la
mano en su bolsa, y Garth lo aprobó con una rápida inclinación de
cabeza. Después se volvió hacia el luchador de la Casa Marrón.
--Cuando estés listo --dijo, extendiendo las manos a los lados.
--No te metas en esto --gruñó Norreen.
Garth le indicó que retrocediese con un gesto de la mano, dejando
claro que no quería que le estorbase.
El guardia Marrón miraba a Garth con nerviosismo e hizo un
rápido gesto a su compañero, que giró sobre sus talones y entró
corriendo en la Casa. Garth esperó, concentrando su maná y
escogiendo su hechizo con cautela, pero el luchador empezó a
retroceder poco a poco. Un rugido burlón brotó de la multitud, y se
convirtió en un tumulto atronador cuando bajó las manos, admitiendo
la derrota sin desencadenar ningún cruce de hechizos. Garth le dio la
espalda con una mueca despectiva y se volvió hacia la multitud,
inclinándose ante ella como si el populacho fuese el Gran Maestre y
acabara de librar un duelo en la arena. Los ganadores de la apuesta
prorrumpieron en ruidosas aclamaciones..., y un instante después se
hizo el silencio más absoluto.
--Naru... --siseó alguien.
Garth giró sobre sí mismo, y la multitud se lanzó a otro frenesí de
apuestas. Garth movió levemente la mano en un gesto dirigido a
Hammen, y después se preparó para enfrentarse con lo que se estaba
aproximando. Detrás de él, las voces que gritaban el nombre de su
nuevo oponente se mezclaban con el ruido de pies que llegaban
corriendo desde todos los rincones de la Gran Plaza para unirse a la
multitud y presenciar un combate entre campeones.
Garth sintió la oleada de poder del maná de aquel hombre incluso
antes de que su silueta saliera del umbral. El luchador era casi un
gigante, con dos varas de altura y quizá otra de ancho. Tenía una
constitución muy robusta, y unos hombros tan anchos que daba la
impresión de que tendría que ponerse de lado para salir por la puerta.
Emergió del umbral llevando un taparrabos como única vestidura, con
su bolsa colgando de una tira recubierta por escamas de oro. Las
nubecillas de vapor del sudor de los ejercicios matinales brotaron de
su cuerpo cuando sus pies descalzos avanzaron sobre el pavimento
de la Plaza. Su cabeza rasurada en forma de bala giró lentamente de
un lado a otro y sus ojos recorrieron el gentío, y se oyeron algunos
vítores lanzados por aquellos que tenían a Naru por su luchador
favorito. Detrás de él apareció una veintena de luchadores de la Casa
de Bolk que se desplegaron formando un abanico a su espalda. Naru
fue hacia Garth moviéndose con una impasible y decidida lentitud,
como si Garth no fuese más que un insecto al que pisotear.
--Vete de aquí, tuerto --dijo. Su voz era como el retumbar de un
trueno distante.
--Esta mujer reclama la deuda de un oquorak que uno de vuestros
cobardes se negó a honrar --replicó Garth--. Págale y nos iremos.
Naru volvió la mirada hacia Norreen y soltó un bufido tan ruidoso
como el chorro de un fuelle de fragua.
Su mano salió disparada como un árbol que cae, girando
velozmente para asestar un golpe a Garth en su lado ciego. El
luchador ni siquiera se había molestado en conjurar un hechizo. Pero
Garth presintió el golpe y lo esquivó agachándose por debajo de él. Su
pie se movió en una patada que formaba parte del mismo movimiento
y que alcanzó a Naru en la ingle.
El gigante gruñó como un toro, y los ojos sobresalieron de sus
órbitas dándole el aspecto de un pescado que agoniza. Naru cayó de
rodillas.
Garth volvió a atacar con una patada bajo el mentón y Naru se
desplomó de espaldas mientras un chorro de sangre y dientes brotó
de su boca. Cuando el gigante se impactó contra el pavimento quedó
inmóvil.
Un murmullo enronquecido surgió de la multitud. Los pocos que
habían apostado por Garth lanzaron gritos de alegría, pues Naru yacía
sobre el pavimento y la victoria ya era oficial a pesar de que el
combate se hubiera librado sin usar la magia.
Un luchador Marrón dio un alarido airado y saltó hacia adelante,
alzando la mano para señalar a Garth.
Un aullido atronador pareció emanar de la mano del luchador
Marrón, un rugido estridente que creció rápidamente hasta una
intensidad tal que Garth retrocedió tambaleándose mientras conjuraba
una barrera protectora. El sonido quedó atenuado dentro del círculo de
protección, pero Garth pudo oír los gritos de los espectadores que
estaban a su espalda cuando el aullido demoníaco cayó sobre ellos.
Garth movió la mano y extendió la protección sobre la multitud, entre
la que ya había muchos cuerpos que se retorcían en una horrible
agonía mientras la sangre brotaba de sus oídos destrozados, tan
terriblemente devastador era el poder destructivo de aquel grito
invocado de los reinos demoníacos.
Garth contraatacó y el luchador Marrón empezó a mover las
manos en frenéticos retorcimientos cuando su maná fue absorbido. El
aullido demoníaco se fue disipando, aunque el luchador seguía
agitando la mano, que había empezado a brillar como si estuviera
ardiendo.
Otro luchador Marrón alzó las manos para atacar, y después los
demás imitaron su gesto. La multitud empezó a dispersarse detrás de
Garth.
--¡Venid a defender el color Gris!
Garth lanzó una rápida mirada para ver Hammen gritando a toda
potencia mientras cojeaba hacia la Casa de Kestha, de la que ya
salían a la carrera unos cuantos luchadores, atraídos por la excitación
de la multitud y por la petición de ayuda que acababa de gritar
Hammen.
Garth juntó las manos y las extendió, manteniéndolas en alto
como si fuesen garras. Su hechizo cobró forma justo cuando ya se le
echaban encima unas siluetas esqueléticas conjuradas por el luchador
Marrón. Remolinos luminosos giraron a su alrededor, y de cada uno
surgió un oso gigantesco que gruñía y resoplaba. Garth gritó una
orden y los cuatro osos derribaron a los esqueletos y luego cargaron
sobre la hilera de luchadores Marrones. Algunos de los luchadores
echaron a correr mientras otro desviaba el hechizo con el que había
estado apuntando a Garth y lo lanzaba sobre un oso, que estalló y
desapareció. Otro oso murió al caerle un rayo encima, pero los otros
dos osos ya habían atravesado la zona letal y se lanzaron sobre el
primer luchador Marrón que había atacado a Garth, y que seguía
incapacitado por a las quemaduras de su mano.
Los luchadores Marrones giraron para ayudar a su camarada y
empezaron a lanzar hechizos, pero ya era demasiado tarde. Un oso
agarró al luchador por las piernas mientras el otro cerraba sus fauces
sobre su cabeza, ahogando sus chillidos. Los dos osos tiraron del
cuerpo en direcciones opuestas y un instante después se alejaban con
las mitades temblorosas del luchador muerto en la boca, meneando
sus enormes cabezas de un lado a otro y esparciendo un diluvio de
sangre y entrañas por la Plaza.
Los luchadores Marrones enloquecieron de ira y concentraron su
ataque en Garth. Su círculo de protección fue azotado por andanada
tras andanada de hechizos, y Garth se vio obligado a retroceder con
paso tambaleante. A través de la calina de las explosiones pudo ver
que Norreen, moviéndose rápidamente como una mancha borrosa, se
unía a la contienda espada en mano y acababa con un luchador
Marrón mediante un tajo en la garganta. El luchador se tambaleó y se
llevó las manos al cuello mientras la sangre arterial brotaba a
borbotones por entre sus dedos. Norreen dejó atrás a su primera
víctima con un movimiento fluido y, todavía corriendo, se lanzó sobre
la siguiente. Su espada se movió a una velocidad increíble y le abrió el
estómago, haciendo que soltara un aullido de dolor y cayera sentado.
El luchador Marrón se debatió intentando levantar un artefacto mágico
pero la hoja de Norreen le cercenó la mano, y el artefacto rodó sobre
el pavimento. Los otros luchadores reaccionaron, y una nube negra
surgió de la nada y rodeó a Norreen. Una sensacion impuesta de
horror le desorbitó los ojos y la obligó a retroceder. Norreen agitaba su
espada intentando herir a la pesadilla ilusoria que la estaba atacando.
Garth dio un paso hacia adelante para bloquear el hechizo
lanzado contra ella, pero las andanadas de una docena de luchadores,
algunos de ellos de quinto nivel o incluso mejores, eran demasiado
potentes. Garth acabó bajando su protección un instante para eliminar
el hechizo de terror que estaba atacando a la benalita, y Norreen se
apresuró a alejarse reptando sobre las manos y las rodillas. Pero
Garth tuvo que pagar un precio terrible por su acción, pues recibió de
lleno el impacto de un nuevo hechizo de terror que casi le cegó, tan
insoportable era el miedo que se adueñó de todo su ser. Los
luchadores Marrones percibieron aquella ventaja momentánea y
avanzaron hacia él ardiendo en deseos de verle muerto. Algunos ya
habían empezado a conjurar demonios que despedazarían a Garth.
Otros optaron por lanzar varios rayos, que fueron respondidos por lo
que parecía una tempestad de hielo, de una cegadora claridad y que
extinguió el poder de los demonios que ya habían empezado a rodear
a Garth.
Garth terminó de recrear su círculo de protección, luego gastó un
hechizo curativo sobre sí mismo para disipar el maleficio del miedo, y
después miró hacia la izquierda. Un enjambre de luchadores Grises se
acercaba con las manos levantadas concentrándose sobre los
luchadores de la Casa de Bolk, que se volvieron para enfrentarse al
nuevo ataque. Pero también más luchadores estaban saliendo de la
Casa de Bolk. Además Garth pudo oír los familiares trompetazos de
los clarines del Gran Maestre resonando detrás de él, y un instante
después los luchadores del Gran Maestre corrían cruzando la Plaza
para unirse a la batalla.
La sangre empezó a correr cuando los luchadores intercambiaron
ataques a muy poca distancia. Algunos de ellos cayeron, y los
vencedores daban el golpe de gracia y cortaban las tiras de las bolsas
para reclamar sus trofeos. La confusión era tan grande que se dejaban
de lado todas las normas de los duelos.
Garth cerró los párpados, alzó las manos hacia el cielo y, durante
un momento, una potente invocación absorbió su poder. Volvió a abrir
los párpados y sonrió al ver cómo sobre la Casa de Bolk se
materializaba una gigantesca araña, cuyo enorme cuerpo medía al
menos ocho varas de un lado a otro. La araña bajó la cabeza hacia la
confusión de cuerpos que combatían en la Plaza y vio la oportunidad
de darse un banquete. Se inclinó sobre la fachada del edificio,
extendió sus peludas patas delanteras hacia el suelo y empezó a
descender por la fachada, moviendo la cabeza de un lado a otro y
lanzando chorros de veneno ácido. Muchos luchadores tanto Marrones
como Grises, pillados por sorpresa, cayeron retorciéndose y lanzando
chillidos de agonía. Garth miró a su alrededor, vio a Norreen que
seguía alejándose del combate, y fue hacia ella.
--¡Salgamos de aquí! --gritó.
Garth deslizó la mano por debajo del hombro de Norreen para
ayudarla a incorporarse. Después chasqueó los dedos liberando un
encantamiento, y los dos quedaron envueltos en una nube de humo
verdoso.
Garth echó a correr y Norreen se tambaleó intentando
mantenerse a su altura mientras se metían entre el gentío, que corría
hacia todos lados lanzando chillidos de terror ante las docenas de
hechizos fuera de control que barrían la Plaza. El combate se había
convertido en un enfrentamiento salvaje en el que muchos luchadores
hacían una invocación tras otra, soltando a las bestias al azar para
que atacaran cualquier objetivo cercano. Los no muertos se movían
con paso tambaleante, y las manos gris verdosas de algunos de ellos
aferraban los cuerpos de ciudadanos que no paraban de gritar.
Enormes serpientes de diez varas de largo y tan gruesas como la
cintura de un hombre se deslizaban de un lado a otro buscando a
quien morder, algunas de ellas luchaban con sus víctimas y otra ya
estaba engullendo una silueta que todavía agitaba las piernas. Los
esqueletos iban de un lado a otro, persiguiendo carne humana en la
que hundir sus blancos dedos. Los dos osos habían terminado de
devorar su presa a un lado de la Gran Plaza, y echaban a correr a
través de ella en busca de otro festín. Pero Garth movió la mano y les
ordeno tumbarse sobre los flancos.
Los luchadores del Gran Maestre se sumaron a la batalla
maldiciendo y dando empujones, y algunos empezaron a ocuparse de
las criaturas que perseguían a la multitud en frenética huida. Un
luchador se volvió hacia Garth. Este anuló su control sobre los osos y
se alejó. Casi al momento oyó los alaridos del luchador que había
intentado detenerle.
--¡Amo!
Garth miró por encima del hombro y se detuvo al ver que
Hammen venía hacia él.
El caos se había adueñado de la Plaza. Más de cuarenta
luchadores de cada Casa se enfrentaban delante de la Casa Marrón y
la araña, que ya había perdido varias patas, correteaba de un lado a
otro con un luchador de Kestha que se debatía frenéticamente entre
sus colmillos y otra forma envuelta en seda contorsionándose sobre su
espalda. Una explosión en la parte superior de la Casa de Bolk
arrancó una parte de la fachada e hizo caer un diluvio de piedras
sobre una calle lateral mientras las llamas empezaban a lamer los
muros de media docena de edificios cercanos. La Gran Plaza era un
mar de confusión con centenares de cuerpos intentando huir de la
muerte mientras se empujaban frenéticamente con otros muchos que
llegaban tratando de no perderse la diversión.
Hammen se reunió con Garth y sacó una bolsa de debajo de su
túnica.
--¿De quién es eso? --preguntó Garth.
--Oh, pertenecía a ese hombretón al que convertiste en eunuco
--respondió Hammen.
Garth inspeccionó rápidamente los amuletos. Era un botín
fabuloso, aunque no fuese del todo legal.
--Creo que deberíamos salir de aquí --anunció al ver una falange
de guerreros que avanzaba a paso de carga con sus ballestas en
ristre.
La primera fila de guerreros se desplegó y empezó a lanzar
dardos contra la araña gigante, lo que sólo pareció servir para
enfurecerla más todavía. La araña giró sobre sí misma, arrojó los
restos del luchador Gris a un lado y se lanzó sobre los guerreros del
Gran Maestre.
Entre estos, los que habían disparado apresuradamente se
movían ahora con frenesí para volver a tensar sus ballestas,
apoyándolas en el suelo y usado los pies sobre los estribos. El resto
de la falange disparó sus dardos, pero la araña siguió avanzando
tambaleante hacia ellos. Los que estaban intentando recargar
interrumpieron sus esfuerzos, giraron y huyeron a la carrera. La
falange se convirtió en un hormiguero de hombres que huían en todas
direcciones, y Garth, Hammen y Norreen se apresuraron a apartarse
del camino de la enfurecida araña.
La enorme criatura extendió sus patas delanteras derribando a
varios hombres y después siguió avanzando mientras continuaba
lanzando chorros de veneno que burbujeaban y siseaban al chocar
con el pavimento, el metal, el cuero y la carne.
Unos cuantos jinetes se abrieron paso al galope a través de la
multitud, derribando ciudadanos que huían y apartando ballesteros
aterrorizados. Iban seguidos por un carro, y el hombre sentado en el
pescante azotaba a los caballos con su látigo. Un instante después tiró
de las riendas e hizo que el carro se detuviera con un ruidoso rechinar
de ruedas. En la parte de atrás había una gigante ballesta de campaña
manejada por una dotación de enanos y ya preparada para hacer
fuego. El jefe de los artilleros echó un vistazo a lo largo del dardo para
calcular el disparo, y gritó a sus dos ayudantes que subieran un poco
más el arma. La araña ya había visto el carro, y avanzaba hacia él.
Los caballos piafaron de terror, y el conductor tuvo que ponerse de pie
sobre el pescante y tirar frenéticamente de las riendas para impedir
que salieran huyendo.
La ballesta gigante saltó hacia arriba cuando el artillero tiró de la
palanca, y el enorme dardo cruzó la Plaza con un estridente zumbido y
se hundió en el cuerpo de la araña.
La bestia se irguió sobre sus patas peludas y dejó escapar un
potente alarido de dolor que creó ecos por toda la Plaza. Un chorro de
sangre verdosa brotó de la herida, y la araña se desplomó sobre un
costado agitando espasmódicamente sus patas.
--Creo que ya se acaba la diversión --dijo Garth, y sonrió--. Bien,
salgamos de aquí.
Garth se abria paso por entre el gentío sin soltar a Norreen, que
intentó liberarse y no cejó en sus esfuerzos hasta que Garth acabó
soltándola.
--En nombre de todo lo sagrado, ¿qué estabas haciendo allí? --le
preguntó secamente.
--Ayudarte --respondió Garth en voz baja y suave mientras seguía
empujándola.
La multitud rugió detrás de ellos cuando una explosión hizo
temblar la Gran Plaza, y un instante después se oyó el tintineo
cristalino de vidrieras haciéndose añicos.
--No fuiste allí para ayudarme --gruñó Norreen--. Andabas detrás
de otra cosa, y la has conseguido.
Garth aflojó el paso y la miró.
--Fui allí para ayudarte --replicó sin inmutarse--, y la situación se
descontroló, no pude evitarlo.
--No juegues a eso conmigo. Tú querías que ocurriera justamente
lo que ocurrió, ¿verdad?
Garth no dijo nada y siguió andando.
--Todavía no he saldado lo que se me debe --dijo secamente
Norreen.
Garth miró a Hammen.
--¿Qué ganancias hemos obtenido? --preguntó.
--Ahora tenemos veinticinco monedas de oro --le explicó Hammen
con visible alegría--. Las apuestas estaban diez a uno en favor de
Naru.
--Déjame ver.
Hammen empezó a sacar de mala gana algunas monedas de su
bolsa, alargándoselas mientras apretaba el paso intentando no
quedarse atrás.
Garth giró sobre sí mismo y se las ofreció a Norreen.
Norreen le apartó los dedos de un manotazo, y las monedas se
desparramaron sobre el pavimento. Hammen lanzó un grito de
consternación y se apresuró a recogerlas, chillando y desenvainando
su daga cuando un chico agarró una de las monedas que rodaban
sobre las losas y desapareció entre la multitud que se agitaba a su
alrededor.
--El dinero no significa nada --dijo Norreen--. Fui allí por una
cuestión de honor.
--De todas formas tienes que comer, ¿no? --replicó Garth, y cogió
un par de monedas de la mano de Hammen y se las metió entre los
dedos a Norreen--. Con eso podrás aguantar hasta después del
Festival --siguió diciendo--. Todos vieron como tuviste el valor de
desafiar a la Casa de Bolk. La gente se acordará de que todo empezó
debido a una Heroína Benalita. Procura mantenerte alejada de los
esbirros del Gran Maestre, porque a partir de ahora andarán detrás de
ti.
Norreen le observó con expresión gélida y empezó a alzar la
mano como si quisiera arrojarle las monedas a la cara.
--Tienes que comer --dijo Garth en voz baja y suave, y le dio la
espalda y se alejó.
--Está loco --dijo Hammen, meneando la cabeza mientras alzaba
la mirada hacia Norreen.
--¡Es un bastardo! --replicó ella con los ojos llenos de confusión.
Después giró sobre sus talones y desapareció entre la multitud.
Hammen apretó el paso para mantenerse junto a Garth, y se agachó
cuando de repente se oyó otra gran explosión que levantó hacia el
cielo una nube de escombros que empezaban a caer por todos lados.
La Plaza vibraba con los ecos de las explosiones y los estridentes
sones de los clarines. Otra columna de guerreros salió por la puerta
del palacio del Gran Maestre y avanzó a la carrera con las espadas y
las ballestas preparadas. Detrás de ella venían una docena más de
luchadores, con el poder de su maná tan activo que sus cuerpos
parecían brillar mientras iban esparciendo hechizos de protección
sobre ellos mismos y los guerreros. El Gran Maestre cabalgaba en el
centro de la columna. Su rostro era una máscara de furia, y durante un
momento concentró su atención hacia donde estaba Garth, que se
quedó totalmente inmóvil.
Hammen le observó y durante un instante Garth pareció no estar
allí, dando la impresión de haberse vuelto tan etéreo como una
neblina. El Gran Maestre seguía buscándolo con la mirada, pero otra
explosión hizo temblar el extremo opuesto de la Plaza y el Gran
Maestre se removió como si acabara de despertar de un sueño.
Después giró sobre sí mismo, meneando la cabeza confuso, y siguió
cabalgando hacia la batalla, que seguía extendiéndose como si
quisiera abarcar todo el recinto. Garth volvió a hacerse presente, y
echó a caminar con paso rápido.
--Un hechizo muy astuto --jadeó Hammen, que seguía intentando
no quedarse atrás.
--A veces resulta útil, sobre todo si quien te busca no se está
concentrando --le explicó despreocupadamente Garth.
--¿Y ahora qué, amo?
Garth se volvió hacia Hammen.
--Amo, ¿eh?.
--Bueno, después de lo que hiciste en la Plaza... Fue soberbio, de
veras.
--¿Qué quieres decir?
--Provocar toda esa batalla...
--No hice nada de eso --replicó Garth.
Hammen se limitó a toser y escupir como toda contestación.
Garth atravesó la Gran Plaza y fue derecho hacia la Casa de
Ingkara. Delante de su fachada había docenas de luchadores
observando la confusión que se había adueñado del otro extremo de
la plaza y lanzaban rugidos de aprobación y placer.
Garth fue hacia ellos y durante un momento los luchadores
apenas se dieron cuenta de que había cruzado el límite entre los dos
pavimentos, y de que se adentraba en el semicírculo púrpura que
rodeaba la Casa.
--Eh, un Gris tuerto... ¿Estás huyendo?
Garth se volvió hacia el luchador que acababa de hablar y que le
observaba riendo.
--Quiero unirme a la Casa de Ingkara --dijo Garth con voz
impasible.
Unos cuantos luchadores se echaron a reír y empezaron a
burlarse de él.
--Hace demasiado calor por allí, ¿eh? Podrías acabar malparado,
claro... Y saliste huyendo, así que ahora no puedes volver.
El hombre que se burlaba de él ya había empezado a darse la
vuelta y estaba extendiendo las manos cuando un joven luchador
Púrpura cuya túnica estaba ennegrecida y chamuscada surgió de
entre el gentío y fue corriendo hacia ellos. El joven aflojó el paso, se
volvió y miró a Garth.
--Es él... ¡Es el que lo empezó todo! --gritó el recién llegado.
El luchador que se preparaba para desafiar a Garth volvió la
mirada hacia el maltrecho mensajero y le contempló con expresión
sorprendida.
--Sí, él lo empezó todo... Derribó a Naru, y después luchó con una
docena de ellos sin que consiguieran vencerle --jadeó el joven
luchador Púrpura.
El luchador que antes parecía tan dispuesto a enfrentarse con
Garth miró a su alrededor como no sabiendo qué hacer, y Garth bajó
las manos en un gesto tan desafiante como lleno de confianza en sí
mismo.
--¿Naru? --preguntó el luchador.
--Ahora necesitará dentadura nueva --anunció el mensajero,
hablando tan lleno de excitación como si fuese él quien realizara
aquella hazaña--, y tal cómo le pateó el tuerto tendrá que buscar los
restos de su virilidad en algún sitio debajo de sus costillas.
Los ojos de los luchadores Púrpuras fueron del mensajero a
Garth, y los labios de algunos de ellos empezaron a curvarse en
grandes sonrisas de placer. Los luchadores se separaron e inclinaron
la cabeza en señal de respeto cuando una silueta esbelta y angulosa
fue hacia Garth. Llevaba una túnica hecha del más fino terciopelo
cubierta con gruesos bordados color oro.
Garth también inclinó respetuosamente la cabeza.
--Jimak, Maestre de Ingkara... --dijo.
La mirada de Jimak recorrió Garth desde la cabeza a los pies,
como si examinara alguna obra de arte menor que tal vez decidiera
adquirir si el precio le parecía justo.
--¿Venciste a Naru tal como acaba de decir Balzark? --preguntó.
--Todo ocurrió como él ha contado --replicó Garth.
--Y te enfrentaste tú solo a una docena de Marrones hasta que
vinieron a ayudarte.
--Una benalita me echó una mano, pero... Sí, así fue.
Jimak asintió como si estuviera absorto en sus pensamientos.
--¿Y por qué has venido a nosotros? --preguntó por fin--. Debería
enviarte a Tulan para que te castigara por quebrantar la paz del
Festival.
--Vine aquí porque si he vencido a Naru puedo vencer a otros, y
vuestra Casa saldría beneficiada --replicó Garth--. Además, aún no he
pasado por la iniciación en la Casa Gris por lo que soy libre de irme
cuando me plazca. Como bien sabéis, es lo que dicen las reglas y,
francamente, preferiría evitar el castigo que se me impondrá por ese
pequeño incidente.
Garth movió la cabeza señalando el otro extremo de la Plaza, que
estaba envuelto en grandes nubes de humo iluminadas por los
destellos de las llamas.
--Me atrevería a afirmar que gracias a mis esfuerzos ahora
Ingkara tendrá un par de docenas menos de luchadores rivales en el
Festival, y deseo beneficiarme de ello --siguió diciendo--. Además, vos
también podéis beneficiaros, por lo que nuestra relación sería
provechosa para ambas partes.
Jimak contempló a Garth con altivez durante unos momentos, y
después una sonrisa casi imperceptible fue alterando sus rasgos de
calavera.
_____ 5 _____

--¡Callad de una vez!


Tulan y Kirlen, Maestre de Bolk, lanzaron miradas llenas de
irritación al Gran Maestre.
--Puede que seas el Gran Maestre, pero no eres quién de
tratarnos como a tus sirvientes --dijo Tulan con voz gélida.
--Os trataré como me dé la gana --replicó altivamente Zarel
Ewine--. Estáis en mi ciudad, y los dos... mejor dicho, los cuatro
deberíais recordar que sé cosas sobre cada uno de vosotros que más
os conviene dejar enterradas.
Tulan se removió nerviosamente, y Zarel sonrió para sus
adentros. Tulan era un cobarde al que siempre se podía intimidar sin
mucha dificultad.
--Si te refirieres al antiguo pacto para masacrar a la Casa
Turquesa, recuerda que tú fuiste el instigador --replicó Kirlen sin
inmutarse, mientras los anillos de sus dedos huesudos destellaban
reflejando la claridad de las lámparas.
Después alzó la mirada hacia él y le contempló con gélido desdén
apoyada en su báculo.
Zarel siempre había pensado que Kirlen tenía un rostro muy
inquietante, parecía el rostro de la muerte. Había prolongado su
existencia utilizando los hechizos implacablemente para exprimirles
todo su poder hasta que la carne y el hueso sólo seguían unidos por la
más fina de las hebras. Tenía la piel tan amarillenta como un
pergamino viejo, y le colgaba del cráneo en flácidos pliegues llenos de
arrugas que parecían a punto de desprenderse por la corrupción.
Siempre se hallaba envuelta por una leve pestilencia a oscuridad,
putrefacción y tumbas mohosas. Pese a ello, Zarel se encaró hacia la
Maestre de la Casa Marrón sin inmutarse.
--Actué a petición de Kuthuman, y ahora soy el Gran Maestre
--dijo por fin--. En cuanto a vosotros cuatro, nadie está al corriente de
vuestro papel en todo aquello.
--Adelante, ve y cuéntaselo a la turba... Nada me importa lo que
hagas --replicó Kirlen, y soltó una risita--. Además, eso es agua
pasada y los idiotas de la calle ya lo han olvidado. Sólo les importa
qué ocurrirá en el próximo Festival, no intentes asustarnos con tus
viejas amenazas de siempre.
--¿Es cierto que tu hombre infringió las reglas del oquorak?
--preguntó Zarel, decidiendo que sería mejor cambiar de tema.
--¿Qué importa eso? Ni siquiera estamos hablando de una
luchadora... No es más que una guerrera, y encima benalita.
--Los duelos de magia están prohibidos en la ciudad --replicó el
Gran Maestre con irritación--, pero el oquorak es legal y el populacho
espera que los combatientes respeten las reglas de su código de
honor.
--¿Y te dejas gobernar por las expectativas del populacho?
--resopló Tulan.
--¡No, maldición! --replicó Zarel--. Pero hay medio millón de seres
viviendo en esta ciudad, y casi otros tantos llegarán para el Festival. Si
hay disturbios, las propiedades que se destrozan son las mías, y los
que mueren son vasallos míos que han de pagar impuestos mientras
vivan. El oquorak les mantiene entretenidos hasta que llegue el
Festival, pero tiene que haber limites, de lo contrario pronto
empezarían a lanzarse hechizos por las calles.
--Bueno, si te hace feliz ordenaré una investigación --acabó
diciendo Kirlen con cara de aburrimiento--. Habrá que encontrar a los
testigos para interrogarlos. La benalita ha desaparecido, al igual que
ese tuerto tuyo...
La Maestre de la Casa Marrón se volvió hacia Tulan con una
sonrisita burlona en los labios.
--Tu gente le asesinó, y espero una compensación --replicó
secamente Tulan--. Era uno de mis mejores luchadores, de octavo
nivel como mínimo, y veinte luchadores tuyos cayeron sobre él... Ni
siquiera hemos podido encontrar un trozo de su cuerpo.
Tulan se volvió hacia Zarel y le fulminó con la mirada.
--Mucho te preocupas por las reglas del oquorak --siguió
diciendo--, y en cambio pasas por alto que uno de mis mejores
luchadores fuera cobardemente atacado y asesinado.
--Estaba en nuestra propiedad --replicó Kirlen--. Venció con
engaños a uno de mis luchadores del noveno nivel, y lo que es peor:
su bolsa ha sido robada.
--Suponiendo que a ese luchador tuyo se le pueda seguir
llamando hombre después de lo que le hizo el tuerto, claro --dijo Tulan,
y soltó una risilla.
--¡Quiero una compensación, maldito seas! --rugió Kirlen--. Mi
Casa ha sufrido graves daños. Cinco de mis hombres han muerto
destrozados o devorados, por lo que ningún hechizo puede revivirlos,
y tengo a una veintena de heridos. Además, una docena de bolsas
han sido robadas, incluida la de Naru, uno de mis mejores luchadores.
--¡Tú lo provocaste todo! --gritó Tulan con irritación, y golpeó la
mesa con su robusto puño--. Mis bajas ascienden a ocho muertos y
treinta heridos, por no hablar de las bolsas perdidas... ¡Quiero una
compensación, o juro por el Eterno que tu Casa arderá hasta los
cimientos!
--¡Los dos quedáis sometidos a interdicto! --gritó Zarel.
Los dos Maestres de Casa volvieron la cabeza hacia el Gran
Maestre y le contemplaron sin inmutarse.
--Nadie pondrá los pies en la calle hasta el comienzo del Festival
--siguió diciendo Zarel--. Cualquiera que salga de vuestras Casas será
arrestado y despojado de sus hechizos, y no podrá participar en el
Festival.
--Intenta quedarte con los hechizos de mi gente y tendrás una
guerra entre manos --replicó secamente Kirlen.
Tulan se apresuró a asentir como si la Maestre de la Casa Marrón
fuese ahora su más íntima amiga y estuviera siendo atacada.
--Nos retiraremos del Festival --anunció.
Kirlen volvió la mirada hacia su rival, y los dos asintieron.
--Sin nosotros no tendrás Festival, y no ganarás ni un cobre con
las apuestas --dijo.
Tulan contempló al Gran Maestre, chasqueó los dedos y se echó
a reír.
Zarel estaba tan perplejo y enfurecido que durante un momento
sólo fue capaz de balbucear. Vio con incredulidad cómo Tulan y Kirlen
se acercaban el uno al otro dejando de lado rivalidades pasadas.
--Salid de aquí ahora mismo --logró decir por fin--, y os juro que si
surge otro incidente... ¡Ordenaré a mis hombres tirar a matar! ¡Fuera!
Los dos Maestres salieron de la habitación juntos, aunque
empezaron a intercambiar feroces recriminaciones apenas cruzaron el
umbral.
Zarel, con el rostro púrpura a causa de la ira, les vio alejarse.
Luego fue hasta su escritorio, cogió una campanilla y la agitó. Poco
después una silueta encorvada llegó hasta la puerta todavía abierta.
--Entra, maldito seas --ordenó Zarel.
Uriah entró caminando muy despacio y con la cabeza gacha.
--Anoche fuiste a ver a Tulan, ¿no? --preguntó Zarel.
--Tal como me ordenasteis, mi señor.
--¿Y bien?
--Le ofrecí cien monedas de oro por la cabeza del Tuerto.
También le dije que ni siquiera tenía que entregarlo personalmente,
bastaría con hacerlo salir de la Casa después del anochecer y ya nos
encargaríamos del resto.
--¿Y cuál fue su respuesta?
--Se echó a reír y me dijo que me fuera.
--Sí, pero... ¿Parecía dispuesto a aceptar la oferta?
Uriah asintió.
--Creo que estaba pensando en aceptarla --dijo después.
--Bien, ¿y qué ocurrió esta mañana?
--Tuvo que escabullirse por alguna entrada secreta, mi señor. Ya
sabéis que apenas descubrimos una abren otra. Debajo de la Casa
hay un laberinto de túneles y es imposible vigilaros todos los
pasadizos que conocemos, por no hablar ya de los que ignoramos.
--¿Y qué más averiguaste?
--He hecho investigaciones. El Barón de Gish llegará la noche
anterior al Festival, y me aseguraré de preguntarle por ese luchador
que afirma venir de sus tierras. Lo único que sabemos sobre el tuerto
es que llegó hace dos noches, que retó y mató a un luchador de la
Casa Naranja, que se fué en compañía de un ladrón de bolsas, y que
a la mañana siguiente apareció ante la puerta de la Casa de Kestha.
Zarel guardó silencio durante un momento.
--Ese ladrón del que hablas... ¿Sabemos quién es?
--Su nombre de la calle es Hammen, y es uno de los jefes de las
hermandades de brivones de la ciudad. Está bien considerado y tiene
bastantes conexiones.
--Pero no lo bastante bien considerado como para que no puedas
encontrar un traidor dispuesto a delatarlo.
--El dinero siempre sabe convencer a esa clase de gentes.
--¿Y cómo llegaron a conocerse el luchador tuerto y ese tal
Hammen?
--El ladrón de bolsas ejercía de maestre del combate.
Zarel dejó escapar una maldición, irritado ante tal burla a su
figura, cometida por una rata callejera para ganar unos cuantos
cobres. Dirigir las peleas era prerrogativa del Gran Maestre, y el papel
de maestre del combate era una posición muy honrada incluso en los
tiempos de Kuthuman y anteriores a él... ¡y ahora incluso los ladrones
de bolsas se arrogaban aquel derecho!
--¿Dónde están? --preguntó.
--Fueron vistos por última vez durante la batalla de esta mañana y
después desaparecieron, lo mismo que la benalita --le explicó Uriah--.
Se cree que los tres perecieron durante la batalla, y que sus restos
fueron devorados o que acabaron desintegrados.
--Que los tres mueran y desaparezcan de esa manera es una
coincidencia excesiva --dijo Zarel en voz baja--. Quiero más
investigaciones. Empieza con ese ladrón de bolsas... Envía a unos
cuantos guerreros y luchadores a buscar su guarida. Debe de tener
cómplices, ¿no? Usa los métodos habituales.
--Sí, mi señor --murmuró Uriah.
--Y no lo olvides, Uriah: o el luchador tuerto o tú conoceréis al
Caminante para disfrutar de las especiales diversiones que puede
ofrecer, así que haz bien tu trabajo.
Uriah salió temblando de la habitación.
Zarel permaneció inmóvil y en silencio durante unos momentos, y
acabó bajando la mirada hacia sus manos regordetas manos cruzadas
sobre su amplio estómago.
¿Qué hacer?
Aquella mañana había vuelto a sentir un peculiar presentimiento.
Ya le había llenado de apremio cuando vio por primera vez al tuerto, y
la sensación regresó al entrar en la Plaza para poner fin a la batalla.
Había tenido la impresión de que algo se mantenía al acecho, y
durante un momento creyó descubrir qué era..., y la sensación se
había esfumado de repente.
El Festival estaba a punto de empezar y las cosas tomaban mal
rumbo. Zarel lo achacó a la tensión acumulada durante años. Con el
anterior Gran Maestre, Kuthuman, conspirando para atravesar el Velo
entre los mundos, todos habían vivido bajo la sombra del miedo a su
poder. Y después de convertido en un Caminante todos siguieron
temiéndole, con un miedo todavía más intenso, y eso a pesar de que
sólo regresaba durante un día cada año. El viejo equilibrio de poder
entre las Casas de luchadores y el Gran Maestre estaba
cuidadosamente calculado. El Gran Maestre disponía de mucho poder
pero era inferior al poderío combinado de las cuatro Casas, aunque
imponiendo a estas una incesante competición impedía que llegaran a
unirse contra él. A su vez, el Gran Maestre mantenía orden en las
tierras para que el maná pudiera seguir creciendo.
Pero las cosas estaban cambiando. Las Casas competían de una
forma cada vez más abierta y feroz entre ellas, y el Gran Maestre tenía
que enfrentarse a desafíos mayores. Por otro lado, el encarnizamiento
cada vez mayor del Festival saciaba a la turba y generaba más
apuestas. Y el creciente número de muertes en la arena minaba el
poderío de las Casas, ya que cada año perdían más luchadores en los
combates.
Todo ello servía su sueño secreto, el de ir acumulando poco a
poco su propia reserva de maná hasta que pudiera imitar a Kuthuman
y transformarse él mismo en otro Caminante. Zarel sabía que si
Kuthuman lo descubría sería exterminado y sustituido por un nuevo
Gran Maestre. Era un juego enloquecedor de planes dentro de planes
manteniendo un difícil equilibrio: que los Maestres de las Casas no
sospecharan nada, reunir el tributo de maná para Kuthuman, aumentar
sus propias reservas y, por encima de todo, seguir con vida.
Ahora aquel luchador tuerto se había convertido en la carta
impredecible de la baraja, su presencia podía alterar el curso de la
partida. Era un problema al que debería enfrentarse sin más tardanza.
Sólo el pensarlo ya le llenaba de terror, pero Zarel sabía que
debía invocar a Kuthuman y contarle lo ocurrido aunque sólo fuese
como precaución. Y, quizás, el Caminante tuviera más respuestas.
Dejó escapar un suspiro, se puso en pie, cruzó la habitación hasta
detenerse delante de un muro cubierto de paneles de madera. Alzó la
mano y el muro se deslizó a un lado, revelando una pequeña estancia.
Zarel avanzó hacia el centro y entró en un círculo dorado que relucía
en contraste con la roca negra a pesar de que no había antorchas ni
lámpara alguna. La puerta oculta se cerró detrás de Zarel. Bajó la
cabeza, deslizó la mano en su bolsa y aferró unos paquetitos de
maná. Haces de luz empezaron a arremolinarse a su alrededor, y
fueron girando hasta formar un cono que envolvió a Zarel y subió
hacia el techo.
Esperó en silencio con los ojos cerrados para protegerlos de
aquella claridad ultraterrena que bañaba su cuerpo. Por fin sintió la
aproximación de la presencia, como una avalancha que se precipitaba
por la ladera de una montaña. Zarel Ewine, Gran Maestre de la Arena
y Noble Barón de la Ciudad de Kush, cayó de rodillas.
El Caminante estaba inmóvil ante él.
--¿Por qué me has llamado? --susurró, y su voz estaba
impregnada de irritación--. Aún faltan tres días para el Festival, y tengo
otros asuntos de los que ocuparme.
--Era necesario, mi señor --murmuró Zarel.
--No sois más que uno entre mis cien dominios a lo largo de los
Planos de existencia. No puedo perder el tiempo presenciando cómo
te humillas ante mí... Espero por tu bien que no me hayas llamado por
cualquier estupidez.
--Creo que es algo serio.
--Entonces habla, y deprisa.
Zarel se apresuró a contarle la historia de Garth el Tuerto y de los
combates que parecían seguirle allí donde fuese.
--Los informes afirman que ha muerto, pero no lo creo. Pienso que
sigue vivo --concluyó.
--Pues entonces búscale --replicó el Caminante--. ¿Por qué me
has molestado? No esperarás que me dedique a seguir la pista de ese
insecto hasta dar con él, ¿verdad?
--No, gran señor. Pero hay algo que me preocupa.
--Habla pues, maldito seas.
--Hay algo oculto detrás de ese hombre. Durante un instante creí
verle en la confusión de los disturbios, pero después ya no estaba allí
y seguí mi camino. Si estoy en lo cierto y el tuerto realmente estaba
allí, eso quiere decir que posee grandes poderes. He pensado en todo
esto hasta que al fin vi la relación. Hace mucho tiempo había una
persona que tenía un hechizo similar... y vos ya sabéis de quién estoy
hablando.
Zarel percibió una vacilación en el Caminante.
--¡En ese caso, encuéntrale! --le ordenó por fin.
--Bueno, gran señor, yo había pensado que...
--Encuentra a ese hombre inmediatamente y mátale. No puedo
perder el tiempo con esto... Tengo otras preocupaciones, lejos de este
miserable mundo. Volveré para el Festival, y espero que todo haya
quedado resuelto.
--Mi gran señor...
Pero la presencia ya se había esfumado y Zarel percibió una
premura en su partida, como si mientras hablaban se hubiera estado
librando alguna inimaginable lucha y el Caminante no pudiera perder
ni un momento más en lo que para él sólo era un asunto trivial.
Zarel estaba agotado. Se dejó caer en el centro del círculo y abrió
los ojos. La única luz de la habitación era la del círculo dorado dentro
del que se hallaba. Sólo había tenido breves atisbos de los reinos de
su dueño y señor, el Caminante, y sabía que, como todo el universo,
eran un dominio de guerra y contiendas libradas contra otros seres
dotados de los poderes más inmensos. Las visiones habían resultado
pavorosas pero también eran seductoras, pues si sobrevivía el tiempo
suficiente podía llegar a ver el día en que el mismo se convertiría en
un Caminante, saltando más allá de la miríada de Planos de
existencia. Un inmortal que existiría durante eones, recorriendo los
reinos y acumulando maná en cantidades jamás soñadas, hasta que
acabara sucumbiendo ante otro Caminante. La cantidad de maná en
los planos era limitada, a pesar de que se rumoreaba que éstos eran
incontables, y en consecuencia un Caminante nunca deseaba ver
surgir nuevos rivales.
Zarel suspiró. El sueño de la inmortalidad era terriblemente
seductor. Desde luego, la magia le permitía alargar enormemente su
vida, hasta un milenio o más. Pero cada prolongación tenía un precio,
y se iba envejeciendo lentamente hasta que llegaba un momento en
que repetir el conjuro sería un acto de locura del que saldría una
criatura estupidizada y patética, incapaz de hacer nada en su total
senilidad.
Su enemiga más implacable, Kirlen de la Casa Marrón, ya se
estaba convirtiendo en un ser así. La muerte la aterrorizaba y se le
acababa el tiempo. Zarel sabía que Kirlen soñaba con destruirle, ser
Gran Maestre y reunir poder suficiente para obtener la inmortalidad.
Pronto habría que encontrar un medio de acabar discretamente con
Kirlen y sus conspiraciones.
¿Qué podía llegar a hacer Kirlen con Garth el Tuerto, y qué
planes tenía ese misterioso luchador? Pues era obvio que debía tener
un plan...
El tuerto seguía vivo y debía ser encontrado. Estaba claro que su
presencia suponía un peligro para el orden de cosas existente, y si
este se veía alterado, entonces el Caminante podría decidir buscar un
nuevo Gran Maestre. Zarel comprendió con aterradora claridad que
debía encontrar a Garth el Tuerto antes de que Kirlen diera con él.

***

--Entra.
Garth el Tuerto entró en el despacho de Jimak Ravelth, Maestre
de la Casa de Ingkara. El Maestre alzó la mirada hacia él, su rostro
flaco y anguloso quedaba cincelado por el resplandor parpadeante de
la única lámpara que ardía sobre la mesa detrás de la que se sentaba.
El escritorio estaba repleto de objetos brillantes, y cuando estuvo más
cerca Garth vio montones de monedas de oro, esmeraldas, rubíes
rojos como la sangre, grandes diamantes multifacetados y artefactos
complejamente labrados en metales desconocidos en aquel plano de
existencia.
Jimak le miró y sonrió, sus labios exangües se tensaron haciendo
que su rostro pareciese una calavera.
--Mis juguetes... --dijo en voz baja y suave, y movió una mano
indicando a Garth que se acercase más para admirarlos.
El gesto parecía amistoso, pero Garth pudo sentir levantarse una
barrera invisible e impalpable, y observó a Jimak inclinarse levemente
hacia adelante, como dispuesto a lanzar su cuerpo sobre sus
posesiones para protegerlas de las miradas lascivas de otros ojos.
Garth recorrió el escritorio con la vista, deteniendo su mirada un
momento en los artefactos, y después se encogió de hombros como si
lo que había ante él no fueran más que baratijas patéticas que un
mendigo estuviese intentando venderle por unas cuantas monedas de
cobre.
--No me interesan --dijo sin inmutarse.
--Eso es lo que algunos podrían decir mientras hacían planes para
robármelos --replicó secamente Jimak.
--Estoy interesado en otras cosas.
--¿Como cuáles?
--Como el poder y la venganza.
--Ambas cosas pueden proporcionarte oro.
--No --dijo Garth con voz gélida--. El pago que busco debe
hacerse aquí --añadió, y se señaló el corazón con un puño.
--Tiene algo que ver con el ojo, ¿no? --preguntó Jimak, y se lamió
sus labios exangües con una lengua igualmente pálida.
Garth levantó el parche negro que cubría el agujero donde había
estado su ojo y Jimak, dominado por una perversa curiosidad, alzó la
lámpara para inspeccionarlo con su respiración entrecortada.
--Parece como si te lo hubieran sacado con un cuchillo, ¿eh?
--acabó murmurando--. No creo que lo perdieras en un combate...
Desagradable, muy desagradable.
Jimak volvió a lamerse los labios.
Garth se bajó el parche.
--Es útil con las mujeres --dijo secamente--. Siempre retroceden
en cuanto lo ven.
--Mujeres... ¿Quién las necesita cuando se tiene esto? --preguntó
Jimak, cogiendo un rubí y acariciándolo con sus manos como garras.
--La herida me ha dolido durante cinco años. Cinco años que he
pasado yéndome a dormir cada noche con el recuerdo del dolor en mi
mente. Llevo cinco años despertando cada amanecer con una agonía
de dolor ardiendo en la cuenca del ojo que perdí.
--¿Quién fue?
Garth titubeó durante un instante.
--Vamos... --insistió Jimak.
--El Gran Maestre y Leonovit, el primo de Kirlen, Maestre de Bolk
--acabó respondiendo Garth.
Jimak dejó escapar una risita ahogada.
--Vaya, vaya... --dijo sonriendo--. Así que nuestra venganza
apunta muy arriba, ¿eh?
--Ocurrió hace cinco años, varias lunas después del Festival --le
explicó Garth--. Leonovit y yo luchamos porque él había tomado a mi
hermana contra su voluntad, y varios esbirros suyos me atacaron por
la espalda cuando estaba empezando a vencerle. Fui llevado ante el
Gran Maestre y se me acusó de haber quebrantado la paz, y como
castigo me sacaron el ojo. Después me despojaron de mi bolsa y me
exilaron.
--Así que ahora has vuelto para vengarte...
--Algo así.
--¿Y por qué nadie se acuerda de ti? Naru lleva décadas sirviendo
a la Casa de Bolk.
--¿Te acuerdas del número de luchadores de bajo nivel a los que
destruiste o dejaste lisiados en tus tiempos de combates?
Jimak volvió a reír.
--Son como moscas molestas --admitió.
--He sido olvidado, pero no he olvidado lo que se me hizo --dijo
Garth.
--Bien, ¿y por qué yo?
--¿Y por qué no? Sé que te gustan mucho estas cosas --Garth
señaló los tesoros esparcidos sobre la mesa--. Puedo conseguirte
más. Puedo conseguirte más en la arena, y luego puedo conseguirte
más en forma de comisiones en cuanto haya terminado el Festival. Y
puedo dañar a una Casa rival. Hoy ya he hecho eso por ti.
--Traicionaste a Tulan y a la Casa de Kestha.
--¿Ese cerdo obeso?
Garth dejó escapar un resoplido despectivo.
Jimak alzó la mirada hacia Garth.
--Es un Maestre de Casa --dijo secamente--. Debería cortarte la
lengua por osar hablar así.
--Y si lo hicieses y se la ofrecieras a Tulan, entonces la devoraría
cruda --replicó Garth--. Es un cerdo, un hombre sin honor y sin
modales... Es una criatura vil y repugnante.
Jimak se reclinó en su asiento, y una risita estridente y quebradiza
escapó de sus labios.
Garth metió la mano en su túnica, sacó de ella una bolsita de
cuero y la arrojó sobre la mesa.
Jimak la contempló en silencio durante un momento y después la
abrió con nerviosa impaciencia. Extrajo el rubí que contenía, lo
sostuvo cerca de la lámpara y lo estudió con gran atención.
--Mientras cuente con la protección y el cobijo de esta Casa y
pueda llevar su librea, no necesitaré estas cosas --dijo Garth--.
Considéralo como una ofrenda respetuosa, una aportación al fondo de
asistencia para los luchadores seniles. Debería añadir que tengo más,
pero están escondidos en un sitio que sólo yo conozco. Si todo sale
bien, podrán ser añadidos al fondo a su debido tiempo.
Jimak ni siquiera se tomó la molestia de mirar a Garth, y se limitó
a asentir con la cabeza sin desviar la atención del rubí.
--Es realmente exquisito... No tiene ni un solo defecto --dijo por
fin.
--¿Trato hecho, pues? --preguntó Garth.
--Sí, sí --replicó Jimak, que seguía absorto en la gema--. Para el
fondo de pensiones, por supuesto... Puedes ser iniciado la mañana del
primer día del Festival. ¿Has dicho que tenías más? --preguntó de
repente, alzando la mirada hacia Garth.
Garth asintió, y Jimak sonrió y reanudó su examen de la gema.
Garth esperó un momento, pero Jimak no dijo nada más. Garth le hizo
una reverencia, salió de la habitación y cerró la puerta a su espalda.
Cuando miró por última vez al Maestre de la Casa vio que seguía
inclinado sobre la lámpara, estudiando el rubí como si fuese un libro
de conocimientos arcanos que contuviera hechizos de los que nadie
había oído hablar hasta entonces.
--Amo...
Garth se dio la vuelta y vio a Hammen oculto entre las sombras y
haciéndole señas de que se acercara. Garth fue hacia él, y Hammen
tiró de él y le metió en la pequeña alcoba donde había estado
esperando.
--Fuí a dar un paseo cuando estabas descansando --dijo.
--¿Para ir en busca de algún burdel, ahora que tenemos dinero?
--preguntó Garth.
--¡No, Garth, maldita sea! Fui al refugio... Después de todo, aún
tengo una hermandad que dirigir y me pareció que debía buscar
algunas informaciones si voy a andar metiéndome en líos a cada paso
que doy junto a ti... Además, tenía el presentimiento de que había
ocurrido algo.
--¿El qué?
Hammen desvió la mirada, abrió y cerró los puños, y después
volvió a alzar la vista hacia él. Garth vio que sus ojos legañosos
estaban llenos de lágrimas.
--Estaban muertos... Todos estaban muertos --dijo por fin.
--¿Qué ocurrió? --preguntó Garth, su tono era seco, gélido y
distante.
--El Gran Maestre... Tendría que habérmelo imaginado, claro. Me
di cuenta de que algo iba mal apenas llegué al callejón. Estaba
demasiado silencioso, como si hasta las ratas se hubieran escondido...
La puerta estaba entornada, y entré --Hammen guardó silencio un
momento, respirando con dificultad--. Todos estaban muertos. Rico,
Matu, Evanual, el viejo Nahatkim, el que no tenía piernas... Todos
muertos. El resto de los hermanos había desaparecido. Espero que
lograran escapar... aunque sospecho que fueron capturados. Los que
dejaron allí primero fueron torturados, y luego les cortaron la cabeza
y...
Hammen se calló.
--¿Te persiguieron? --preguntó Garth al ver que no seguía
hablando.
Hammen asintió.
--Alguien entró en el escondite siguiéndome --dijo--. Salí corriendo
por la parte de atrás, y bajé hasta nuestra cloaca.
--Sí, ya me había dado cuenta del olor.
--Volví hasta aquí, pero creo que me siguieron. Intenté
despistarles en las cloacas. Tuve que regresar, ¿entiendes? Salí por
donde sabía que había una ruta hacia esta Casa. Se estaban
acercando mucho.
Garth asintió lentamente.
--Maldita sea, ¿por qué has tenido que volver? --le preguntó
Hammen con repentina irritación.
--No sé de qué me estás hablando --murmuró Garth.
--Oh, lo sabes muy bien. Mis amigos... Todos han muerto por tu
culpa.
--Te equivocas. No tengo ni idea de a qué te refieres --replicó
Garth sin inmutarse--. Pero deja que te haga una pregunta... Ya
habías perdido amigos con anterioridad, ¿no?
Hammen alzó la mirada hacia Garth. Las lágrimas resbalaron por
sus sucias mejillas y dejaron una línea blanca en cada una.
--Sí, hace mucho tiempo... --dijo por fin--. En otra vida. Intenté
olvidarlo... Se fueron a la tierra de los muertos, donde creía que
permanecerían para siempre.
Volvió a alzar la mirada hacia Garth y le contempló con los ojos
llenos de ira.
--Ninguno de nosotros puede olvidar --murmuró.
--Y ahora están muertos --dijo Garth.
Garth se inclinó sobre Hammen, le puso la mano en el hombro y
se lo apretó suavemente.
--Hammen, tienes que creerme: si hubiera sabido que tus amigos
corrían peligro, habría hecho algo para salvarles. No creía que el
brazo del Gran Maestre pudiese llegar tan lejos... Algo le está
impulsando a actuar. Ya me lo esperaba, pero no me imaginaba que
fuera a volverse hacia vosotros.
--Pero ahora ha llegado hasta ti a través de mí, ¿no?
--Creo que hay que hacer algo --dijo Garth, y echó a andar por el
largo pasillo tirando de Hammen--. Tendremos que seguir removiendo
el guiso.

***

--¿Qué quieres decir con eso de que está vivo?


Tulan escupió el trozo de pulpo hervido a medio masticar que
había estado devorando y cogió una copa de vino.
--Pues que está vivo --replicó Uriah en voz baja.
--Imposible. Los luchadores de la Casa Marrón aseguran que le
mataron, y varios de mis hombres vieron cómo estallaba entre una
nube de humo verde.
--Sí, pero ese humo verde... ¿No podría haber sido un hechizo de
ocultamiento?
Tulan engulló el vino y dejó caer la copa sobre la mesa con tanta
fuerza que hizo añicos el fino tallo de cristal.
--Hemos visto a su sirviente, y también se afirmaba que había
muerto --siguió diciendo Uriah--. Si el sirviente está vivo, entonces...
Bueno, salvo que aparezca su cuerpo, debemos suponer que el Tuerto
está vivo.
Tulan arrojó la copa rota al suelo, y lanzó una maldición mientras
se chupaba el corte hecho en uno de sus dedos cubiertos de grasa.
--Bien, si sigue vivo... ¿Dónde está ahora? --preguntó pasados
unos momentos.
--Creemos que con Jimak.
--¡En la Casa Púrpura! Ah, esa escoria miserable...
Tulan dejó escapar una carcajada que más parecía un rugido y se
dio una palmada en el muslo.
--Antes me cortaría el cuello o, peor aún, me moriría de hambre
que ir con esos miserables hijos de un gusano --dijo, y se puso muy
serio--. ¿Por qué? --preguntó después en voz baja, como si estuviera
hablando consigo mismo.
--Exactamente. Eso es justo lo que hay que preguntarse. Creo
acertar al suponer que no le habrías castigado por lo ocurrido hoy,
¿verdad? Al contrario... Más bien le habrías recompensado, ¿no?
--Desde luego. Uno contra doce, y no olvidemos el magnífico
trabajo de remodelación de las partes nobles de Naru... Maldición,
Garth sería un auténtico prodigio en los combates de la arena.
--Pero te ha abandonado. Tú le diste cobijo e hiciste que dejara de
ser un hanin, y así te lo ha pagado.
Tulan asintió con expresión pensativa.
--¿Y qué está tramando? --preguntó Uriah.
Tulan alzó la mirada y clavó los ojos en la pequeña silueta del
sirviente del Gran Maestre.
--Averígualo --replicó secamente--. Y ahora, largo.
--Ya sabes que hay una recompensa de quinientas monedas de
oro por su cabeza para quien se la entregue al Gran Maestre,
¿verdad? Tráele vivo y despojado de sus poderes, y la recompensa
será doblada. Es más de lo que ganarías en la arena con las
apuestas.
--¿Me estás ofreciendo un soborno?
--No, solo es una proposición comercial. Ya no está en tu Casa,
ahora es una presa más. Si matas a Garth... Bien, entonces el dinero
es tuyo.
--Creía que el Gran Maestre había emitido un interdicto que
prohibía que los miembros de las Casas matarse entre sí en la ciudad
salvo en la arena del Festival.
Uriah asintió con expresión pensativa, como si se estuviera
enfrentando a un complejo dilema.
--Las reglas siempre tienen excepciones, y si se quiere dar con
ellas basta con buscarlas --dijo por fin.
--Sospecho que al Caminante no le haría ninguna gracia oírte
decir eso.
--El Caminante no está aquí --dijo Uriah con la voz
repentinamente teñida de nerviosismo--, y nosotros sí, y lo que no se
diga cuando llegue no debe preocuparnos.
Uriah guardó silencio durante unos momentos antes de seguir
hablando.
--Y recuerda que Garth el Tuerto te ha humillado --dijo por fin--.
Llevaba tus colores, y los ha despreciado para cambiarlos por los de
otra Casa. ¿Permitirás que todos digan que un luchador tuyo puede
hacer algo semejante sin pagarlo muy caro?
Las palabras de Uriah surtieron el efecto que esperaba y Tulan
dejó caer el puño sobre la mesa. El cuenco lleno de pulpo hervido se
volcó, y su contenido se esparció sobre la mesa y el suelo con un
chapoteo viscoso.
--Ten preparado el dinero, porque espero hacerme con él --dijo
cuando su ira se hubo calmado--. Lo que quiero que respondas es si
luego se me cuestionarán los métodos que emplee para apresarlo.
--No habrá preguntas.
_____ 6 _____

--¿Qué estamos haciendo, amo? --siseó Hammen, con la voz a


punto de quebrarse a causa del miedo.
--Cierra el pico y haz lo que te diga.
--¿Es que pretendes volver allí?
Hammen señaló nerviosamente el extremo del callejón.
--Exactamente --replicó Garth--. Y ahora, muévete.
--Es una locura.
--Deberían tener a alguien vigilando el lugar por si eres tan
estúpido como para volver --le explicó Garth.
--Sólo un idiota haría eso. No me insultes.
--Podrías tener algún tesoro escondido allí. Saben que te faltó
tiempo para recuperarlo la primera vez, así que tal vez volverás allí
dispuesto a correr el riesgo.
--Bueno... la verdad es que sí, hay algunos tesoros escondidos...
--replicó Hammen en voz baja.
--Estupendo. Entonces nos los llevaremos, y ahora muévete de
una vez.
Hammen ahogó un chillido cuando la daga de Garth le pinchó
levemente en el trasero empujándolo al centro del callejón. Hammen
giró sobre sí mismo dispuesto a esconderse de nuevo, pero la mirada
furiosa de Garth lo detuvo.
--De acuerdo... Me rindo --murmuró mientras se frotaba el
pinchazo.
--¿Puedo considerar eso como una declaración de intenciones?
--siseó Garth--. Porque ya te han visto. Ahora muévete o te dejaré
aquí.
Hammen masculló una maldición y avanzó por el callejón
moviéndose por las sombras y saltando ágilmente sobre los montones
de basura mientras intentaba convencerse de que los esbirros del
Gran Maestre ya no estarían allí. Pero pronto le invadió el mismo
presentimiento de antes. El callejón estaba demasiado silencioso, y
Hammen comprendió que no estaban solos.
Deseaba echar a correr y dejar atrás el viejo escondite, con la
esperanza de que no le reconocerían y le dejarían pasar. Pero eso no
iba a ocurrir, por supuesto. Sabían quién era. Ya le habían visto en
una ocasión, y le reconocerían al instante.
Llegó a la puerta y la abrió rápidamente, tal como Garth le había
ordenado que hiciese. Después lanzó un nuevo juramento y entró,
deslizándose hacia un lado de la puerta mientras cruzaba el umbral.
El golpe falló por muy poco, y el garrote pasó silbando por delante
de su rostro. Hammen gritó, retrocedió tambaleándose y buscó refugio
debajo de una mesa. Rodó por debajo de ella, se irguió tocando algo
frío y rígido. Hammen reconoció a su viejo amigo Nahatkim porque el
cuerpo no tenía piernas. Su mano se deslizó sobre el sitio en el que
tendría que haber estado la cabeza, y sintió la pegajosa frialdad de la
sangre coagulada.
Por lo menos la oscuridad total le daba alguna ventaja. Hammen
sintió que una mano se movía junto a él, y reaccionó mordiéndola con
tal salvajismo que casi dejó sin un dedo al hombre. La mano retrocedió
y un aullido de dolor resonó en la habitación. Hammen salió de debajo
de la mesa y fue hacia el agujero de la parte trasera de la habitación
que daba a las alcantarillas. «Que los demonios se lleven a Garth
--pensó--. Yo me largo de aquí.»
Llegó al agujero y se zambulló de cabeza..., para encontrarse con
un golpe de una fuerza terrible que a punto estuvo de dejarle sin
sentido.
Notó a través de una neblina de dolor y náuseas cómo unas
manos le agarraban por detrás y le sacaban del agujero, mientras el
hombre que había estado esperando dentro de la alcantarilla reía
cruelmente y volvía a golpearle en la cara sólo para divertirse.
Hammen fue arrojado al suelo y alguien encendió una lámpara.
No podía ver con claridad, pero alzó la mirada y logró entrever
dos rostros que le observaban sonriendo burlonamente. Llevaban
prendas de cuero llenas de suciedad, pero Hammen comprendió que
no estaba ante dos simples ladrones: eran guerreros del Gran
Maestre, y sus rostros enérgicos de hombres bien alimentados flotaron
delante de él mientras las risas llegaban a sus confusos oídos.
Uno de ellos se inclinó sobre Hammen, puso una mano
ensangrentada ante sus ojos y volvió a cruzarle la cara.
--No le mates todavía --siseó el otro--. Quiero ocuparme de él
cuando hayamos acabado.
--Cuando hayamos acabado, ¿eh? --dijo otra voz.
Sus párpados estaban empezando a hincharse, pero Hammen
pudo ver tres hombres más entrando en la habitación. Estos eran
luchadores capaces de utilizar la magia, y llevaban las túnicas
polícromas del séquito del Gran Maestre. Cruzaron la habitación
lanzando miradas desdeñosas a su alrededor, y uno de ellos se tapó
la nariz con un pañuelo perfumado.
--¿Es el mismo hombre? --preguntó después.
--Creo que sí --replicó el luchador del centro--. Venga, hacedle
hablar... Averiguad dónde está el tuerto.
El guerrero de la mano ensangrentada ya había desenvainado la
daga que colgaba de su cinturón, y la acercó al rostro de Hammen.
--¿Puedo empezar con los ojos? --murmuró con voz sibilante.
--Me da igual por donde empieces, mientras no le cortes la lengua
ni le mates.
Durante un momento Hammen no supo si el destello que lo
invadió todo se debía a la llegada de la ceguera o a otra causa. Un
instante después oyó un estridente alarido y sintió el calor. Hubo más
gritos y el calor empezó a hacerse cada vez más intenso.
Hammen recorrió la habitación con la mirada, lo vio todo borroso y
como velado por una extraña calina. Necesitó un momento para
comprender que estaba dentro de un círculo de protección mágico
mientras el resto de la habitación ardía, convertida en un infierno al
rojo vivo. Sus cinco torturadores aullaban y se tambaleaban de un lado
a otro con sus cuerpos envueltos en llamas.
La protección le escudaba del calor, pero el hedor de la carne
quemada se filtraba a través del hechizo y tuvo que reprimir las
náuseas. Cuando cesaron los frenéticos movimientos de los cinco
hombres el fuego se apagó tan de repente como se había iniciado, y
Hammen vio a Garth emergiendo de la humareda con el brillo de la
furia ardiendo en su ojo.
El círculo de protección se desvaneció.
--¿Estás bien? --preguntó Garth.
--La verdad es que no, maldita sea... --replicó Hammen--. Creo
que he perdido un diente.
--Tenía que asegurarme de que todos entraban en la habitación.
Sabía que no te harían mucho daño hasta entonces. Lo siento.
Garth puso las manos sobre las sienes de Hammen y el dolor se
esfumó. Hammen sintió como si estuviera flotando, pero la sensación
desapareció enseguida. Cerró los ojos y volvió a abrirlos. Podía ver
con claridad.
--¿Son los que te atacaron antes? --preguntó Garth.
--Creo que sí.
Garth asintió y recorrió la habitación con la mirada.
--Lamento que los cuerpos de tus amigos hayan tenido que
acabar así --dijo--. Me temo que los he quemado.
--Bueno, a ellos ya les daba igual --replicó Hammen sin
inmutarse--. Además, la pira también atrapó unos cuantos chacales
para que sean sus sirvientes en la tierra de los muertos, así que todo
se ha hecho tal como debía hacerse --Hammen guardó silencio un
momento antes de seguir hablando--. Gracias, Garth.
--Me he limitado a seguir con mi plan.
--Creo que había algo más que eso --dijo Hammen.
Garth masculló una maldición y se puso en pie.
--¿Quieres recoger tus tesoros? --preguntó--. Bien, pues hazlo y
luego será mejor salir de aquí deprisa... La bola de fuego les pilló por
sorpresa, pero es muy espectacular y no habrá pasado desapercibida.
Pronto llegarán otros esbirros, y quizá sean demasiados para mí.
Hammen pasó por encima de un cadáver calcinado y fue hasta la
chimenea. Metió la mano dentro, apartó un ladrillo, cogió una pesada
bolsa que estaba escondida dentro del hueco y se la puso debajo de la
túnica. Después volvió a cruzar la habitación y se detuvo. Sacó la
bolsa y extrajo de ella cuatro monedas de oro y las arrojó sobre los
cuerpos de sus cuatro amigos.
--Para el barquero --le dijo a Garth, y por su tono casi parecía
estar pidiendo disculpas.
--Salgamos de aquí. Alguien se acerca --replicó Garth.
Se apartó de la puerta y fue hacia la parte de atrás de la
habitación. Hammen le siguió, deteniéndose un momento para escupir
sobre el cadáver de un luchador, y después fue hacia el agujero con
Garth detrás de él.
--Guíame a la Casa Fentesk --dijo Garth.
--¿Por qué allí? --preguntó Hammen.
--¿Acaso supones que no habrán apostado vigilantes en los
caminos que llevan a Ingkara? --replicó Garth, y Hammen emitió un
gruñido de asentimiento.
Garth siguió a Hammen a través de la oscuridad estigia de las
alcantarillas, tosiendo a causa de los vapores pestilentes, y soltó un
chorro de maldiciones cuando el repugnante líquido subió por sus
botas y empezó a meterse dentro para chapotear entre los dedos de
sus pies.
--No puedo verte --murmuró.
--Pues haz algo para que tengamos un poco de luz --replicó
Hammen.
Garth desenvainó su daga y la alzó sobre su cabeza. Un instante
después la hoja empezó a brillar emitiendo una suave claridad. Garth
miró a su alrededor y sintió un escalofrío. Los muros de la alcantarilla
rezumaban un líquido viscoso y maloliente. Pasaron junto a un
angosto canal lateral, y los ecos de los movimientos de las ratas
brotaron de él cuando las alimañas se apresuraron a alejarse de la luz.
Garth volvió la mirada hacia aquel angosto conducto y vio el brillo de
muchos ojillos. Hammen avanzaba deprisa sin dar muestra de
vacilación o miedo desviándose primero en un sentido y luego en otro,
y Garth se tambaleó detrás de él intentando no quedar rezagado. Los
escalofríos que recorrían su cuerpo se fueron haciendo cada vez más
intensos e incontenibles. Los muros parecían inclinarse sobre él como
recuerdos pesadillescos en un sueño del que no podía despertar.
Hammen se volvió hacia él y le miró.
--¿Garth?
Garth se sobresaltó y alzó la mirada, pero no dijo nada.
--¿Qué ocurre, muchacho? --preguntó Hammen.
Garth le miró fijamente, cada vez más sorprendido, e intentó
controlar los repentinos temblores que se adueñaban de su cuerpo.
Mientras le miraba percibió algo extraño que parecía ocultarse en los
ojos legañosos del viejo.
La pesadilla se fue acercando cada vez más, como si se
dispusiera a consumir su alma. Garth retrocedió hasta apoyar la
espalda en la pared de la alcantarilla, y la luz de la daga que iluminaba
su camino se debilitó hasta convertirse en un chisporroteo vacilante.
--¿Qué pasa, Garth?
--No lo sé... No lo sé.
Hammen fue hacia él, extendió el brazo y le agarró por la manga
como si quisiera sostenerle.
--No, no me lleves allí... ¡Quiero volver! --gritó Garth.
Se debatió como si intentara soltarse de la mano de Hammen,
pero sus movimientos eran tan torpes y vacilantes como si todas sus
reservas de energía se hubieran disipado de repente.
--¡Garth!
Garth le miró fijamente. Su ojo parecía a punto de salir de la
órbita.
--¡Quiero volver! --gritó.
Garth se envaró. Un jadeo ahogado escapó de sus labios, y
durante un momento se dobló sobre sí mismo como a punto de
vomitar. Cuando volvió a alzar la mirada hacia Hammen, sus rasgos
estaban tan tensos y pálidos como si acabase de salir de un sueño
febril que se iba disipando poco a poco.
--¿Qué has dicho? --preguntó.
Hammen guardó silencio durante un momento.
Garth apartó a Hammen, y la daga volvió a arder con la brillante
claridad de antes.
--Sigamos --dijo Garth con voz enronquecida, mientras se frotaba
el ojo como si quisiera borrar lo que acababa de ver y sentía la
humedad de las lágrimas en su mano.
--¿Galin?
La voz de Hammen apenas había sido un murmullo.
Garth se volvió hacia él.
--¿Qué has dicho? --preguntó en voz baja.
Hammen guardó silencio, y acabó meneando la cabeza con
expresión entristecida.
--Nada, amo, nada... --susurró--. Bien, justo delante de nosotros
hay una salida de las alcantarillas que se encuentra detrás de la Casa
de Fentesk.
Hammen se deslizó por un conducto tan estrecho que Garth tuvo
que inclinarse y reptar sobre las manos y las rodillas. Su respiración se
había convertido en una entrecortada serie de jadeos y gruñidos, y el
sudor perlaba su rostro a pesar de que la alcantarilla estaba tan fría y
húmeda como una tumba.
Hammen acabó deteniéndose y señaló hacia arriba. Garth se
reunió con él, alzó la mirada y vio la reja sobre sus cabezas. Se puso
en pie, la apartó con cautela y echó un vistazo.
Después salió por el hueco, se inclinó y extendió los brazos,
izando a Hammen y sacándole de la oscuridad.
--Bien, ¿dónde vamos ahora? --preguntó Hammen en cuanto
estuvo fuera de la cloaca.
--Creo que volver a la Casa Púrpura no sería muy buena idea
--dijo Garth en voz baja.
Llevó a Hammen hacia las sombras que se acumulaban delante
de la Casa de Fentesk. Se detuvo al lado de una pequeña fuente y se
sacó las botas, las lavó y volvió a ponérselas. Después se echó agua
sobre la túnica y los pantalones para eliminar la mugre de las
alcantarillas. Hammen le contempló en silencio.
--Te siguieron la pista --dijo Garth por fin--. Alguien tuvo que
entregar un informe, ¿no? Y después de nuestra pequeña venganza,
nos buscarán con más encarnizamiento que nunca.
--Gracias, amo --murmuró Hammen.
--¿Por qué me das las gracias? --replicó Garth con tristeza--. De
no haber sido por mí, tus amigos seguirían con vida.
--No podías saber lo que iba a ocurrir.
--Tendría que haberlo sabido.
--Aun así, te doy las gracias en nombre de las sombras de mis
amigos.
--Cállate de una vez.
--¿Qué te ocurrió cuando estábamos allá abajo? --preguntó
Hammen, y movió la cabeza señalando la reja de alcantarilla por la
que acababan de salir.
--Supongo que era algún sortilegio --se apresuró a responder
Garth--. Bien, salgamos de aquí.
--¿Dónde iremos?
--A la Casa de Fentesk. ¿A qué otro sitio podríamos ir?
--Oh, amo, maldita sea... Otra vez no.
Garth salió de las sombras sin hacer ningún caso de las palabras
de Hammen y fue hacia la fachada del edificio.

***

--¡Exijo que abras la puerta y nos permitas registrar el edificio!


Jimak pegó un ojo al ventanuco de la gruesa puerta principal de la
Casa de Ingkara.
--Careces de autoridad para pedir algo semejante --replicó sin
inmutarse.
Uriah alzó la mirada hacia la puerta. El luchador enano se irguió
en una postura desafiante, y una débil claridad empezó a
arremolinarse a su alrededor.
--Aquí dentro tengo ochenta y nueve luchadores --dijo Jimak con
voz gélida--. Si intentas algo, ten por seguro que los trocitos de tu
cadáver sembrarán las calles.
Uriah vaciló un instante y acabó mirando por encima de su
hombro.
--Abre, Jimak.
El Maestre de Ingkara no pudo ocultar su sorpresa al enterarse de
que el Gran Maestre en persona se hallaba al otro lado de la puerta.
No había hecho caso de la convocatoria para acudir a su palacio a
medianoche, pero el hecho de que el Gran Maestre se rebajara hasta
el extremo de venir a la Casa de Ingkara era algo asombroso.
--No te abriré ni a ti ni a nadie --replicó por fin--. Estás
quebrantando todos los pactos con las Casas al presentarte aquí y
exigir registrar el edificio.
--Ya sabes que mis luchadores me proporcionan la fuerza
suficiente para tomar tu Casa, Jimak --dijo el Gran Maestre con voz
gélida--. Están esperando mis órdenes al otro lado de la esquina, y
derribarán esta puerta en cuanto las reciban.
Jimak ladeó la cabeza, escupió y volvió nuevamente la mirada
hacia la puerta.
--Y después los luchadores de tres Casas asaltarán tu palacio
antes de que amanezca --replicó--. Puede que nos odiemos los unos a
los otros, pero siempre nos uniremos contra ti si intentas imponernos
tu voluntad.
--¿Igual que ocurrió con la Casa Turquesa? --murmuró el Gran
Maestre.
Jimak miró por encima de su hombro y acabó volviendo la cabeza
hacia el Gran Maestre.
--Eso fue distinto --dijo por fin--, y además los otros Maestres
nunca se aliarían contigo para atacarme.
--Y esto también es distinto. Abre ahora mismo y entraré solo.
Esperar delante de tu puerta supone una humillación para mí, y tengo
intención de recuperar la dignidad perdida de una manera u otra. Abre
de una vez, Jimak.
Jimak titubeó, y acabó retrocediendo e inclinó la cabeza indicando
a dos luchadores que quitaran la gruesa viga que bloqueaba la puerta.
El Gran Maestre se deslizó por el hueco, y la puerta se cerró con un
golpe seco detrás de él.
--Si no estoy fuera de aquí cuando suene la primera campanada,
este edificio quedará convertido en una ruina humeante --dijo con
altivez nada más entrar.
--¿Tanto temes por tu integridad? --preguntó Jimak en un tono
levemente burlón.
--Sólo quería dejar claras las cosas. En cuanto a lo que temo, sé
que en estos momentos hay motivos para que todos sintamos miedo.
Jimak movió una mano indicando al Gran Maestre que le siguiera
por el pasillo hasta su despacho, y cerró la puerta detrás de ellos en
cuanto hubieron entrado.
--Bien, ¿de qué se trata? --preguntó.
--¿Por qué ignoraste mi llamada para comparecer ante mí?
--replicó secamente el Gran Maestre.
--¿A medianoche? Hubiese hecho lo mismo aunque fuera el
mismísimo Caminante quien lo hubiera ordenado. Soy un Maestre de
Casa, y no respondo a ese tipo de llamadas vengan de quien vengan.
--Ya veo. Mis disculpas por no haber enviado un palanquín y una
falange de mujeres medio desnudas arrojando flores a tu paso, pero el
asunto es urgente.
--Ese tipo de seducciones carecen de significado para mí --replicó
Jimak sin inmutarse--. Pruebalas con Varnel. Creo que en su caso
darían buen resultado.
El Gran Maestre se dejó caer en un sillón sin esperar a que Jimak
le ofreciera la hospitalidad de su despacho.
--Escucha con atención, Jimak: vivimos en un equilibrio mutuo
--murmuró--. Yo gobierno esta ciudad y esta tierra, mi poder está
contrapesado por los príncipes, pero sobre todo por el poder de las
cuatro Casas. Ninguno de nosotros está por encima de los demás. Yo
soy más fuerte que cualquier par de Casas juntas, y si os unierais
contra mí... Bueno, entonces los cuatro seríais más fuertes que yo.
Mas vosotros estáis divididos por rivalidades mutuas, y yo me encargo
de asegurar que todo siga igual. Todos conocemos el juego. Las
cosas son así porque así las creó el Eterno cuando el mundo y el
maná era joven. Pero debemos pasar aquí toda la vida, y el
Caminante sólo acude una vez al año para el Festival.
--¿Por qué me aburres con este discurso? --preguntó Jimak.
--Por que me temo que ahora algo amenaza ese equilibrio del que
te hablaba, al igual que ocurrió hace veinte anos.
--¿Oor-tael? --preguntó Jimak en voz baja.
El Gran Maestre asintió.
--A quienes destruimos porque habían desafiado los deseos del
Caminante --dijo.
--Por aquel entonces no era más que un Gran Maestre --replicó
secamente Jimak--, así que deja ese tono de reverencia. Quería
atravesar el Velo entre los mundos y, francamente, me importa un
comino el que lo haya conseguido o no. Le entregué mi tributo de
maná por la sencilla razón de que quería que saliera de mi vida para
siempre, y me alegra muchísimo que se haya ido. El único problema
es que te eligió a ti como el nuevo Gran Maestre.
--Y debería haberte escogido a ti, ¿verdad?
Los labios de Jimak se curvaron en una sonrisa helada.
--Ninguno de los cuatro Maestres de Casa habría tolerado
semejante aumento de poder para un rival --siguió diciendo el Gran
Maestre--. En cuanto al poder que me otorga mi puesto, Tulan es
demasiado cobarde, Varnel está demasiado absorto en los placeres
de la carne, y Kirlen... Bueno, ella sencillamente lo deseaba
demasiado.
--Y los demás me odian demasiado, ¿no? --preguntó Jimak con
irritación.
--Algo por el estilo --replicó Zarel sin inmutarse.
--Y el honor fue a parar a tus manos. El esbirro rastrero y cobarde
obtuvo su recompensa.
Zarel se enfureció visiblemente.
--Hice mi trabajo a su servicio, y él me recompensó --dijo.
--Y consideras que tu manera de ejercer el cargo es preferible a la
anterior, ¿eh? --replicó Jimak--. Por lo menos Kuthuman estaba tan
absorto en su gran empresa que su gobierno no nos resultaba tan
insoportable. Pero tú... Tú has corrompido el Festival para tener
contenta a la turba, que siempre quiere ver más y más sangre... El año
pasado perdí a cuatro buenos luchadores en la arena y otros quedaron
tan lisiados que ahora sólo sirven para montar guardia ante la puerta
de algún comerciante. ¿Cuántos combates a muerte ofrecerás este
año para aumentar las apuestas?
--Necesito dinero, Jimak, y el populacho siempre apuesta más
monedas cuando hay sangre en juego. Además, los luchadores
también lo desean así, en los combates a muerte pueden vengarse de
sus rivales y ganar toda una bolsa en vez de solo un hechizo.
Consiguen en un momento lo que de otra manera les hubiese exigido
años de trabajo.
--¿Y para qué necesitas todo ese dinero? ¿Para comprar maná en
el mercado negro? ¿Para sobornar príncipes a fin de obtener el maná
de esos luchadores de mi Casa que parecen morir por causas
misteriosas mientras cumplen algún contrato y cuyas bolsas luego
desaparecen? Deseas convertirte en un Caminante, ¿verdad?
Zarel sonrió.
--¿Y quién me sucedería si eso llegara a ocurrir, Jimak? ¿Uriah,
un enano jorobado? Nadie le seguiría. ¿Quién crees que me
sucedería?
--Estás dando a entender que podría ser yo.
--¿Por qué no?
--Y sin duda ya habrás hecho esa oferta a los demás.
--No soy tan estúpido como para meterles esas ideas en la
cabeza.
Jimak dejó escapar un bufido despectivo.
--Oh, pues claro que eres capaz de hacerles esa oferta... No
creas que soy idiota, Zarel. Intentarás enfrentarnos los unos a los
otros.
Zarel dejó escapar una risa helada.
--Podría hacerles esa oferta, pero... Bueno, ¿les estaría diciendo
la verdad? --replicó--. No merecen ser tomados en consideración, pero
tú sí lo eres.
Zarel guardó silencio un momento antes continuar.
--Si cooperas... --añadió por fin.
Jimak rió y meneó la cabeza, pero Zarel vio que sus palabras
habían dado en el blanco. Jimak despreciaba a los otros tres
Maestres, la mera idea de que pudieran estar por encima de él si
alguna vez Zarel lograba penetrar el Velo tenía que resultarle
inconcebible.
Jimak asintió como si acabara de recibir una información creíble.
«Pero supongamos que... --pensó--. Bien, supongamos que pudiera
traicionar a este hombre entregándole al Caminante justo antes de que
diera el paso decisivo en su plan, o que pudiera provocar su caída...
Entonces yo sería el nuevo Gran Maestre, pues Zarel tiene razón en
que Uriah no vale para el puesto. Entonces, a mi vez, yo podría
triunfar allí donde hubiera fallado Zarel.»
Zarel sonrió mientras contemplaba los rasgos de Jimak e intuía
todo lo que estaba pasando por su mente.
--Has venido aquí por otras razones aparte de eso --acabó
diciendo Jimak.
--He venido porque algo muy raro está ocurriendo con ese tuerto.
Jimak dejó escapar un resoplido y sonrió.
--Te ha creado muchos problemas, ¿verdad? --preguntó.
--Hay algo más que eso.
--He oído un rumor sobre que tres de tus luchadores han tenido
un mal encuentro --dijo Jimak, y soltó una risita ahogada--. ¿Es eso lo
que te ha traído aquí?
El Gran Maestre volvió a enfurecerse.
--Ya conoces la ley --dijo secamente--. El que os matéis los unos
a los otros en las calles fuera de la arena ya es un grave delito..., pero
quien mata a mis luchadores comete un crimen castigado con la pena
capital.
--Eso ocurre todos los años. Nuestros luchadores son impetuosos
y temerarios, muy difíciles de refrenar... Supongo que no esperarás
que podamos controlar a más de trescientos luchadores durante los
días anteriores al Festival, ¿verdad? Las muertes son algo inevitable.
Las viejas rivalidades, los viejos agravios... No se puede luchar contra
eso.
--Esto es algo distinto. Piensa en lo que está ocurriendo, Jimak...
El caos sigue a este hombre vaya donde vaya.
Jimak se rió.
--Y los Marrones y los Grises están pagando las consecuencias
de ese caos.
--Y después te tocará a ti.
Jimak no dijo nada.
--Su pista llevaba hasta aquí --siguió diciendo Zarel--. Al principio
sentí la tentación de asaltar esta Casa para dar con él, especialmente
cuando me mentiste diciéndome que no estaba aquí.
--No te mentí --replicó Jimak sin inmutarse--. Estuve buscándole
después de tu llamada, aunque admito que era para recompensarle;
pero se ha esfumado.
El Gran Maestre asintió.
--Eso es lo que comprendí por fin, y por ésa razón este edificio no
se halla envuelto en llamas --dijo--. ¿Es que no ves como intenta que
nos enfrentemos, como está explotando nuestros odios mutuos en su
beneficio? Fíjate como creó aquí el escenario ideal para que tú y yo
nos destrocemos mutuamente, yo por pensar que tú me mentías sobre
su paradero y tú por defender tu honor.
Jimak siguió en silencio.
--Bien, así que no está aquí --dijo el Gran Maestre, y su voz era
un murmullo enronquecido.
Jimak asintió como si apenas le prestara atención y sus
pensamientos estuvieran muy lejos de allí.
--Excelente --dijo Zarel.
El Gran Maestre se puso en pie.
Jimak alzó la mirada hacia él.
--¿Por qué? --preguntó.
--¿Que por qué? --replicó Zarel--. Bueno, no estoy seguro...
Tengo mis sospechas, pero no estoy seguro y no quiero revelarlas.
Según las leyes de las Casas, si lleva los colores de una de ellas no
puedo ponerle un dedo encima, ¿verdad? Sé que esta noche asesinó
a tres de mis luchadores, aunque no tengo testigos. Cualquier Maestre
puede resistirse a mis intentos de arrestarle. Pero quiero a ese
hombre, y puedo añadir que el Caminante también quiere a Garth el
Tuerto.
Jimak se removió nerviosamente en su asiento.
--¿Y cuál es la oferta? --preguntó por fin.
--Cinco mil monedas de oro, y nadie sabrá jamás que fuiste tú
quien nos lo entregó.
--¿Le temes? --preguntó Jimak, y había una sombra de sarcasmo
en su voz.
El Gran Maestre guardó silencio y acabó asintiendo con la
cabeza.
Jimak inclinó la cabeza y pensó en el rubí guardado en su caja
fuerte, y sopesó ambas cosas, tomándose su tiempo para compararlas
y juzgarlas.
--Diez mil monedas de oro --dijo por fin.
El Gran Maestre sonrió.

***

--Puedo suponer que su conversación giró alrededor de mi


persona --dijo Garth en voz baja.
Varnel Buckara, Maestre de Fentesk, se desperezó
lánguidamente y asintió mientras despedía al mensajero que había
observado la visita nocturna del Gran Maestre.
--Sospecho que no tardará mucho en llegar otro mensajero con
una oferta --acabó diciendo Varnel.
--¿Y?
--La respuesta que dé a esa pregunta dependerá de cuál sea la
oferta.
--Podría ser lo bastante convincente por el momento, desde
luego, pero... ¿Y el futuro? --replicó Garth.
--Explícate, tuerto.
--La oferta a Jimak es fácil de adivinar, por eso vine a vuestra
Casa. Lo domina la sed de oro, y esa clase de hombres resulta fácil de
sobornar. En cuanto a Tulan y Kestha, podrían tentarles con un
suministro interminable de algún vino o manjar exótico... En tu caso,
señor, he oído comentar que tu debilidad son las mujeres, ¿no?
Varnel dejó escapar una risita.
--Según algunas fuentes, tienes cincuenta mujeres dentro de esta
Casa --siguió diciendo Garth.
--Oh, tengo más..., muchas más.
Garth sonrió.
--Bien, ¿qué puede ofrecerte entonces? --preguntó--. Solamente
otra mujer.
--Siempre está el exotismo, ¿no? Cada mujer es distinta --replicó
Varnel.
--Y todas son iguales. Además, el oro y la comida no hablan. Pero
una mujer, y más si ha llegado a ti de las manos del Gran Maestre...
--Mejor emplea el plural, pues no bastaría con una.
--De acuerdo. ¿Cómo podrías confiar en ellas?
--La confianza no me interesa en lo más mínimo --replicó Varnel
con una risita helada--. Nunca he sido tan estúpido, y cualquier
hombre que llegue a tales extremos de idiotez debería ser ahogado
como acto de misericordia.
--Con confianza o sin ella, tendrías en tu Casa a una mujer que ya
habría pasado por las manos del Gran Maestre, y me atrevo a decir
que no te gustaría aprovechar sus sobras.
--Vírgenes, mi buen amigo, vírgenes...
--También hay formas de utilizar a las vírgenes --replicó Garth--.
Además, nunca sabrías bajo qué encantamiento podían hallarse. Un
alfiler para el pelo hundido en tu cuello mientras estás absorto en tu
éxtasis; una espía introducida en tu Casa para pasar información al
Gran Maestre, tal vez incluso para esparcir rumores entre tus otras
mujeres para que se vuelvan contra ti... Más de cincuenta mujeres ya
son difíciles de manejar incluso en las mejores circunstancias, ¿no?
Varnel soltó un gruñido ahogado, y una sombra de preocupación
nubló su rostro mientras Garth sonreía.
--¿Tienes una oferta mejor que hacerme? --acabó preguntando.
--No me dedico al comercio de mujeres --replicó Garth con
sequedad, y la indignación que sentía resultó evidente en su tono--.
Pero tengo un talento con el que ganar dinero en la arena.
--Lo cual me recuerda que mataste a uno de mis hombres --dijo
Varnel con voz enronquecida.
--Si era lo bastante estúpido para dejarse matar en una pelea
callejera no valía gran cosa. Tu honor quedaría más que restaurado
haciendo que yo llevase tus colores. Aunque el oro signifique poco
para ti, lo que ganaré para la Casa puede comprarte muchos
placeres..., y serían unos placeres que no estarían manchados por las
manos del Gran Maestre.
Varnel asintió lentamente y alzó la mirada hacia Garth.
--Pero traicionaste a Tulan y a Jimak --dijo--. ¿Voy a ser el
siguiente?
--Tulan es un cerdo, y Jimak está dominado por la codicia --replicó
Garth--. Considerando lo mal que nos llevamos el Gran Maestre y yo,
creo que aquí al menos estaría protegido por un color que no me
vendería.
--Puedes llevar el Naranja.
--Gracias, mi señor.
--Y si me traicionas, te prometo que cuando haya terminado
contigo la muerte será una liberación placentera.
--Por supuesto, mi señor.
Garth le hizo una gran reverencia y se retiró. Antes de que la
puerta se cerrara, tuvo un fugaz atisbo de varias siluetas desnudas
que entraban en la habitación por un acceso oculto, y pudo oír el
gruñido de nerviosa expectación de Varnel cuando la puerta se cerró
para ocultar sus placeres secretos.
--Creo que esto no ha sido nada prudente, amo.
Garth no dijo nada, y Hammen se puso a su lado.
--Te has cambiado de ropa, pero no te has lavado --dijo por fin.
--Un baño al año, tanto si hace falta como si no, es más que
suficiente para cualquier hombre.
Garth no dejó de lanzar miradas recelosas a su alrededor
mientras iban por el pasillo hacia los cuarteles de la Casa. Acababa de
sonar la segunda campanada, y los luchadores estaban empezando a
despertar.
Garth podía oír los susurros que iban siguiéndole mientras
avanzaba. Se detuvo para preguntar el camino a un guardia, después
bajaron por un largo tramo de escalones y luego dejaron que el olfato
les guiase hasta la sala de banquetes.
Los luchadores y las luchadoras ya empezaban a reunirse
alrededor de algunas mesas. Garth fue hasta una mesa de un rincón,
y movió una mano indicando a Hammen que le siguiese.
--No veo a ningún sirviente comiendo aquí, amo.
--Pues vas a comer aquí, Hammen. Y ahora, ve a traerme un
poco de carne.
Garth se sentó sobre un escabel y se echó hacia atrás hasta que
hubo apoyado la espalda en la fría piedra del muro. Hammen volvió
trayendo dos platos llenos de rodajas de cerdo asado y dos enormes
copas de vino.
Garth desenvainó su daga, cogió una rodaja de cerdo y empezó a
masticarla lentamente mientras recorría la sala con la mirada.
Los luchadores seguían entrando, y todos se volvían para mirarle.
Un zumbido de conversaciones susurradas no tardó en llenar la sala.
--Creo que va a haber problemas --dijo Hammen en voz baja.
--¿Estás preocupado?
--Después de los líos en que me has metido hasta ahora... Sí, la
verdad, estoy algo preocupado. Toda la Casa está aquí, Garth.
--Cómete la carne y no hables.
Garth cortó otro trozo de cerdo y siguió masticando. La comida no
era tan buena como en la Casa de Kestha. De la obsesión culinaria de
Tulan también se beneficiaban en parte sus luchadores, pero aun así
esta comida de la Casa Naranja era superior a la que había mantenido
con vida a Garth durante los últimos años.
Comió en silencio sin dejar de observar a los hombres y mujeres
que se suponía habían pasado a ser sus camaradas. Uno de ellos
acabó levantándose de su mesa, y su escabel cayó al suelo con un
estrépito. La sala quedó sumida en el silencio. El luchador se colocó
bien la bolsa y fue hacia Garth.
--Amo...
--Silencio.
El luchador se detuvo frente a la mesa de Garth y Hammen, y
unos cuantos luchadores más que habían estado sentados con él se
levantaron y le siguieron.
--Sólo los luchadores pueden comer aquí --gruñó--. Los sirvientes
y la escoria comen en el sótano.
Hammen se removió nerviosamente en su asiento como
dispuesto a levantarse.
--Siéntate, Hammen --ordenó Garth.
Hammen le miró.
--Oh, no... Otra vez no --murmuró.
--Me gusta disfrutar de su compañía --dijo Garth.
Cortó otro trozo de carne y se puso a masticarlo como si la
conversación hubiera terminado.
--¡Sal de aquí ahora mismo, basura! --rugió el hombre, y agarró a
Hammen por el cuello de la túnica y empezó a tirar de él para
levantarlo de su asiento.
Garth alzó la mirada y el hombre soltó a Hammen dejando
escapar un aullido de dolor.
--¡Nada de magia! --gritó alguien.
Una mujer alta de rostro anguloso y abundante melena pelirroja
fue hacia ellos, y los otros luchadores retrocedieron apartándose para
dejarla pasar. Garth la miró fijamente, calculó que se encontraba ante
una luchadora de noveno o décimo nivel y con autoridad sobre los
otros luchadores.
--En esta Casa nada de magia contra los que llevan tu color --dijo
la mujer con visible irritación.
Garth clavó la mirada en su rostro.
--Pues entonces diles que mantengan las manos alejadas de mi
sirviente --replicó.
La mujer apoyó las manos en las caderas.
--Te tienes por un gran luchador, ¿verdad, tuerto?.
--Bueno, de momento voy tirando.
--Si quieres formar parte de esta Casa tendrás que vivir según sus
reglas. Nadie usa la magia contra alguien de tu color salvo en los
entrenamientos.
--Y todos deben respetar mis derechos, mi bolsa y mis
propiedades. Este hombre es de mi propiedad.
A Hammen se le escapó un resoplido despectivo y fulminó a
Garth con una mirada llena de malevolencia.
--¡Es el que mató a Okmark en ese combate callejero! --gritó
alguien desde el fondo de la sala.
--Okmark cometió una estupidez desafiando a un hanin sobre el
que nada sabía, y el desafío a muerte lo lanzó él, no yo --replicó
secamente Garth--. Además, Okmark era una continua fuente de
vergüenza para la Casa de Fentesk.
Un murmullo de irritación recorrió la sala.
--Creo que necesito salir a dar un paseo --susurró Hammen, y
empezó a levantarse.
--No te muevas de donde estás --le ordenó Garth, y Hammen se
quedó inmóvil.
--He oído contar que venciste a Naru --dijo la mujer.
--Sí.
--¿Crees que puedes vencerme?
Garth alzó la mirada hacia ella y sonrió.
--¿Quieres que lo averigüemos? --preguntó con dulzura.
La mujer se inclinó ante él en una burlona reverencia, y extendió
las dos manos hacia adelante en el gesto ritual del luchador que
acepta un desafío.
La mujer salió de la sala con Garth detrás. Los otros luchadores
se apresuraron a seguirles entre un estrépito de taburetes que caían al
suelo y gritos de excitación. La mujer subió por el tramo de escalones
que llevaba a la sala, giró a la izquierda y fue por un largo pasillo con
las paredes recubiertas de una hermosa madera oscura e iluminado
desde el techo por vidrieras de colores. Al legar al final abrió de par en
par las dos hojas de la puerta que daban a un recinto circular de unos
treinta pasos de ancho, con filas de bancos pegados a las paredes
que no tardaron en ser ocupados por los otros luchadores de la casa.
En la arena había media docena de luchadores, unos en sus ejercicios
matinales con dagas, otros practicando sus hechizos, y uno de ellos se
esforzaba por controlar un equipo de trasgos contra los guerreros
enanos de su oponente.
--Despejad la arena --ordenó la mujer.
Los luchadores alzaron la mirada hacia ella, y un instante después
sus esbirros mágicos desaparecieron entre una humareda y los
luchadores se apresuraron a salir de la arena.
La mujer entró en el círculo.
--Debes guardar unas pocas reglas: nada de fuego, nada de
criaturas que transmitan enfermedades y ningún hechizo que pueda
quedar fuera de control o causar daños en la Casa --dijo.
--Antes de empezar, quisiera saber algo sobre este duelo... ¿Es
una mera competición de habilidad, una apuesta por un hechizo, o un
combate a muerte? --preguntó Garth, aunque su tono insinuaba que le
daba igual lo que fuese.
--Ya deberías saber la respuesta --replicó secamente la mujer--. A
menos que tengamos el permiso del Maestre, sólo puede tratarse de
una competición de habilidad.
--Bien, ¿y cuentas con el permiso del Maestre?
La mujer sonrió con dulzura.
--Todavía no --replicó.
--Bien, pues entonces que sea una competición de habilidad --dijo
Garth.
Garth entró en el cuadrado neutral del extremo más alejado de la
arena mientras su oponente entraba en el suyo.
Después esperó hasta que otro luchador dio un paso hacia
adelante para actuar como maestre del círculo y alzó las manos.
Ambos contrincantes se inclinaron el uno ante el otro, y volvieron
a inclinarse ante el maestre del círculo. Éste dio tres palmadas, y
retrocedió de un salto a la tercera. La mujer saltó a la zona de
combate moviéndose con la agilidad de una pantera, y apenas lo hizo
Garth se tambaleó bajo el impacto de una descarga psiónica que le
dejó sin fuerzas. Retrocedió con paso vacilante, sabiendo que el
hechizo era tan poderoso que también causaría daños a su oponente,
aunque los sufridos por él siempre serían mucho más graves.
Un grito aprobador surgió de las bocas de los espectadores ante
la audacia del ataque.
Garth por fin logró mover las manos y alzó una barrera de
protección para bloquear el ataque, con lo que concedía la ofensiva a
su adversaria. Unos instantes después la mujer ya había acumulado
más maná, y una pequeña hueste de trasgos se materializó en el
centro de la arena y varios lobos aparecieron a ambos lados de la
mujer. Tanto los lobos como los trasgos se lanzaron sobre Garth.
Pero la arena delante de este se ensombreció y hubo un helado
vendaval acompañado de un potente trompeteo. Un enorme mamut
surgió en el centro de la contienda y sus patas empezaron a pisotear a
los trasgos. Los lobos interrumpieron su carga sobre Garth, y
retrocedieron para pegarse a las paredes de la arena mientras el
mamut iniciaba un nuevo y atronador ataque agitando su gruesa
trompa de un lado a otro para atrapar al último trasgo que quedaba
con vida.
Otra neblina mágica osciló en el aire y de ella surgieron
centenares de ratas. Sus ojillos rojos como ascuas relucían con el
brillo del hambre, y se lanzaron sobre el mamut y saltaron sobre sus
patas, hundiendo sus afilados dientes en la carne. Más y más ratas
trepaban por los flancos del mamut aferrándose con sus garras al
grueso pelaje, y desapareciendo en él.
La gran bestia empezó a lanzar chillidos de dolor. Garth se
compadeció de ella, alzó una mano y la criatura desapareció. La masa
de ratas que se habían estado aferrando a ella cayeron al suelo algo
aturdidas, pero enseguida empezaron a buscar otra presa. Cargaron
sobre Garth como impulsadas por una gran mano invisible, pero un
instante después se detuvieron de una forma igual de brusca. Las
ratas giraron sobre sí mismas y corrieron hacia la mujer, pero también
se detuvieron y después volvieron a girar lentamente para regresar
hacia Garth.
Los dos luchadores fueron lanzando hechizo tras hechizo para
controlar la enorme manada de ratas, que tan pronto se volvían hacia
Garth como hacia la mujer, mientras los lobos seguían dominados por
el miedo y se mantenían alejados del combate. Unos cuantos
animales se derrumbaron y agitaban las patas, acusando el choque de
los poderes que se desataban a su alrededor.
La contienda continuó hasta que toda la arena brilló y palpitó con
el poder mágico que la iba impregnando mientras los dos
contrincantes trataban de dominar a la masa de ratas como
demostración de su primacía sobre el otro. Un resplandor caliginoso
empezó a acumularse alrededor de las dos siluetas y no tardó en
parpadear con potentes destellos hasta volverse tan deslumbrante que
quienes estaban sentados cerca tuvieron que volver la cabeza para no
quedar cegados.
De repente se oyó una especie de chasquido, como el crujido de
algo que cede súbitamente. Las ratas giraron sobre sí mismas y
atacaron a Garth.
Garth bajó la cabeza y entró en el cuadrado neutral, pero las ratas
seguían viniendo hacia él. Garth permaneció inmóvil con los brazos
pegados a los flancos. La primera rata ya había saltado sobre su
garganta cuando la mujer alzó una mano. Todas las ratas
desaparecieron, y los luchadores prorrumpieron en vítores y
aclamaciones.
Garth volvió a entrar en la arena y le hizo una gran reverencia a la
mujer. El maestre del círculo volvió a entrar en la arena de combate.
--La victoria corresponde a Varena de Fentesk --anunció.
Los vítores volvieron a hacer vibrar las paredes de la sala, y Garth
se irguió mientras la mujer iba hacia él.
--Buen combate --dijo Varena en voz baja.
--Buen combate --murmuró Garth.
Después marchó hacia la salida sin prestar atención al gentío de
luchadores de Fentesk que se agitaba y reía a su alrededor mientras
intentaban aproximarse a Varena. Hammen estaba inmóvil a un lado
de la salida.
--¿Cuánto dinero hemos perdido? --preguntó.
Hammen sonrió.
--¿Ni una moneda? --exclamó Garth con incredulidad.
--Si la hubieses vencido... Bueno, creo que no habrías salido vivo
de aquí, y yo tampoco. Está claro que le tienen un gran respeto, ¿no?.
Si ella no hubiese intervenido, habrías tenido que pelear con todos los
que quisieran vengar al hombre que mataste la otra noche.
Garth miró fijamente a Hammen pero no dijo nada, y los dos
salieron de la arena.
Una mano se posó sobre su hombro, y Garth se volvió.
--Buen combate, tuerto.
--Has sido una contrincante magnífica.
--No nos iría nada mal pasar un rato en remojo. Anda, ven
conmigo... --le invitó Varena.
Alzó una mano señalando un angosto tramo de peldaños. Garth la
siguió, y el aire se fue volviendo más caliente y húmedo. Entraron en
una habitación tenuemente iluminada y llena de vapor. Las paredes
daban a pequeñas alcobas, y cada una contenía una bañera llena de
agua muy caliente que se agitaba y burbujeaba. Varena se volvió
hacia Hammen y clavó la mirada en él de una manera muy
significativa.
--Bien, Hammen... O el baño, o te vas a dar un paseo --anunció
Garth.
--Me iré a dar un paseo --replicó Hammen con una mueca
levemente sarcástica, y desapareció por el tramo de peldaños.
--Realmente apesta, ¿sabes? --dijo Varena.
--Hammen es así --replicó Garth.
--Y tú tampoco hueles demasiado bien.
--Anoche tuve una pequeña aventura, y no me ha sido posible
asearme debidamente.
Varena desanudó el ceñidor que rodeaba su talle y se sacó la
túnica, desrizándola por encima de sus hombros con tranquila
despreocupación. A Garth le resultaba muy difícil ignorar lo que estaba
viendo. Había supuesto que su silueta sería bastante parecida a la de
un muchacho, pero enseguida se dio cuenta de que la túnica era
engañosa. Después Varena salió de sus pantalones y se quitó el
taparrabos como si Garth no estuviese allí, dobló sus ropas y las
colocó encima de un banco de piedra, aunque se llevó la bolsa
consigo al entrar en una de las pequeñas alcobas. Bajó a la bañera
circular, se estiró en el agua y dejó que su cuerpo flotara en ella
mientras lanzaba un suspiro de satisfacción y dejaba su bolsa en el
borde de la bañera.
Garth titubeó un momento, pero acabó desnudándose y cogió su
bolsa al igual que había hecho ella. Después atravesó las nubes de
vapor que se arremolinaban en el aire húmedo y caliente y entró en la
pequeña alcoba.
--¿Estoy invitado? --preguntó.
Varena se irguió y asintió.
--Corre la cortina --dijo.
Garth obedeció, y después se metió en la bañera y se estiró al
lado de Varena. Burbujas calientes que desprendían un leve olor a
azufre bailotearon alrededor de su cuerpo, y Garth dejó que su
agradable masaje fuera eliminando la tensión acumulada en sus
músculos.
--Ese combate fue una farsa --dijo Varena por fin.
Garth la miró por primera vez desde que había entrado en la
bañera. Varena estaba sentada en un banco sumergido, con lo que su
cuerpo quedaba totalmente expuesto de la cintura para arriba.
Garth se sentó delante de ella.
--¿Qué te hace pensar eso? --preguntó.
--Cada hechizo de réplica que arrojaste sobre las ratas apenas
era una fracción más potente que el que yo había lanzado antes. Pude
percibir tu maná en el primer momento, cuando te golpeé con la
descarga psiónica... Creo que eres tan fuerte como yo.
Garth no dijo nada.
--Tendríamos que seguir luchando allí arriba, y sospecho que a
estas alturas yo debería estar perdiendo --dijo Varena.
--Ganaste --replicó Garth.
--No me basta. ¿Por qué te dejaste vencer?
--No me dejé vencer.
Varena sonrió por primera vez desde que la conocía, y Garth se
encontró devolviéndole la sonrisa. Sus ojos azul claro parecían llenos
de diversión y curiosidad.
--Ganaste, y ahora todo el mundo lo sabe --dijo Garth en voz baja
y suave.
--¿Pensaste que te ponía a prueba siguiendo órdenes de Varnel?
--¡Por supuesto que sí! Es tu trabajo, ¿no? Tienes que hacerlo
con todos los nuevos luchadores que se unen a la Casa. También
supongo que debías matarme, pero sólo de una forma que no
resultara obvia..., digamos que después de un combate muy largo, y
cuando los dos estuviéramos agotados y pudieras afirmar que había
sido un accidente. Pero morir con la garganta desgarrada por ratas
cuando ya estaba en el cuadrado neutral resultaba demasiado obvio,
¿verdad?
Varena le contemplaba sin contestar ni inmutarse.
--Tu honor sigue intacto y los otros luchadores me aceptarán, así
que de momento no hay ningún problema --siguió diciendo Garth--. Ya
tendrás alguna oportunidad de volver a enfrentarte conmigo en el
futuro.
--Creo que podrías vencerme --murmuró ella.
Garth volvió a sonreír.
--Estamos dentro de un círculo y ambos tenemos nuestras bolsas
a mano --dijo--. ¿Quieres volver a probar, o prefieres dejarlo para otra
ocasión?
Varena le miró fijamente y no dijo nada.
Después se removió y cruzó la bañera hasta el banco en el que
estaba sentado Garth, le rodeó los hombros con los brazos y le atrajo
hacia ella.
_____ 7 _____

Garth se metió en un callejón lateral procurando no hacer ruido


mientras dejaba pasar a una patrulla de la Guardia cuyas antorchas
proyectaron sombras sobre el suelo y las paredes.
--Bien, ¿y qué ha ocurrido esta vez? --murmuró Hammen.
--Hacía demasiado calor y empezaba a asfixiarme ahí dentro,
nada más.
--¿Qué tal estuvo?
--¿A qué te refieres?
--Ya sabes a quién me refiero.
--Prefiero no hablar de ello.
--Prefiero no hablar de ello... --masculló Hammen--. Soy
demasiado viejo para esas cosas, no me deja mirar y encima me viene
con que prefiere no hablar de ello.
Garth regresó hacia la calle principal, se subió el capuchón de su
capa ocultando el rostro lo mejor posible y se unió al incesante fluir del
gentío que deambulaba por una de las cinco grandes avenidas de la
ciudad. Sólo faltaban dos noches para el Festival, y la atmósfera ya
estaba cargada de una excitación que iría aumentando a medida que
la ciudad se llenara a rebosar de visitantes llegados de pueblos tan
alejados como Yulin o Equitar, a más de quinientas leguas de
distancia.
Además de ser la prueba definitiva para todos los luchadores de
las Tierras del Oeste, el Festival también era una época de mercado.
Los comerciantes llegaban cargados con sus artículos y sus
cuadernos de encargos. No eran simplemente buhoneros que traían
las mercancías que podían cargar sobre una mula para venderlas en
la ciudad, sino que se trataba de los propietarios de los grandes
consorcios mercantiles que controlaban las caravanas, almacenes y
galeones. Acudían a la ciudad no sólo para vender sus mercancías y
obtener nuevos encargos, sino también para escoger a los luchadores
que necesitarían para proteger sus empresas o perjudicar a las rivales.
También acudían al Festival los que se ganaban la vida
entreteniendo a los demás, por lo que las calles se llenaban de
malabaristas, cantantes, músicos y actores. Docenas de hanin se
colaban en la ciudad a pesar de la prohibición del Gran Maestre, con
la esperanza de que alguien se fijara en ellos y obtener así el preciado
derecho a lucir un color antes de que les mataran. Los visitantes más
importantes de todos los que venían para el Festival eran los
príncipes, barones, duques y señores que presenciaban los combates
y pujaban por los contratos del año siguiente. La Paz de la Tierra
también empezaba con el primer día de la luna y duraría hasta el
último día del mes, lo que les permitía prepararse para la estación de
las guerras que seguiría a ella, pues solían librarse a partir del final del
Festival hasta el comienzo del invierno.
Garth vagabundeó por la calle y se detuvo a contemplar un grupo
de malabaristas, uno de los cuales debía de ser un hanin capaz de
controlar un hechizo, pues las bolas se convertían súbitamente en
serpientes al subir por los aires, donde siseaban y agitaban sus
cascabeles hasta que volvían a convertirse en bolas al descender. La
multitud contemplaba la exhibición con expresiones apreciativas y
desde una distancia prudencial. Algunos espectadores no paraban de
burlarse del malabarista con la esperanza de romper su concentración
y conseguir que acabara pillando al vuelo una serpiente venenosa, lo
que sería un espectáculo mucho más divertido.
Garth siguió andando, y enseguida se dio cuenta de que todas las
conversaciones a su alrededor se centraban en el Festival. Las hojas
de apuestas se imprimían por millares, y cualquiera podía comprar una
a cambio de unas monedas de cobre. Cada hoja contenía los efectivos
de todas las Casas, y utilizaba un código arcano para describir al
luchador, su historial y su adiestrador, los hechizos que se creía que
poseía y, lo más importante de todo, sus victorias y derrotas de
Festivales anteriores. Incluso había hojas para los analfabetos, mucho
más vendidas que las escritas, llenas de dibujos y marcas.
La calle vibraba con los ecos de las discusiones, algunas tan
apasionadas que solían terminarse con los puños y las dagas,
mientras el gentío defendía a sus luchadores favoritos.
--El entusiasmo de la turba por el Festival nunca dejará de
sorprenderme --dijo Hammen al esquivar a dos mujeres ya mayores
que rodaban por el suelo golpeándose--. Apenas tienen comida para
seguir con vida. Los impuestos del Gran Maestre y de los príncipes les
llevan a la ruina por pagar a los luchadores, y sin embargo... Bueno,
¿crees que se dan cuenta?
Garth bajó la mirada hacia Hammen.
--Cuando te vi por primera vez, tú también parecías pasarlo en
grande --dijo.
--Estaba sobreviviendo, y no me interrumpas --replicó Hammen--.
Bien, como te decia, sus mentes no van más allá de atender a donde
saldrá su próxima comida o qué mano usarán para limpiarse el
trasero. Y lo peor es que no quieren pensar en nada más. Sin
embargo, cuando se trata de la arena... Oh, entonces son capaces de
recitarte el linaje, el adiestrador, el nivel, las victorias y los hechizos de
casi cada condenado luchador de los cuatro colores; y recuerda que
los luchadores vivís más tiempo que nosotros, por lo que estamos
hablando de historiales que a veces abarcan cuatrocientos años. Esas
dos viejas arpías que se peleaban en la cuneta seguramente ya tenían
sus favoritos cuando todavía llevaban pañales, y han estado siguiendo
sus carreras durante toda su vida. Ah, pero... ¿Os importa eso a los
luchadores?
--¿Se supone que ha de importarnos?
--Como ya te dije antes, muchacho, mejor cierra la boca y
escúchame con atención, porque hoy me apetece soltar discursos. La
gran mayoría de luchadores serían capaces de aplastar a un
campesino como a un insecto... sobre todo aquellos que llevan maná
rojo o negro en sus bolsas. Usar esas masas de maná para concentrar
sus conexiones psíquicas les proporciona poderes tan oscuros como
cuasidivinos si se los compara con un campesino maloliente que sólo
puede luchar con sus manos.
--Yo tengo algunos de esos poderes a los que te refieres.
--Lo sé, y me pone bastante nervioso. Pero como te estaba
diciendo, la mayoría de luchadores son meras sanguijuelas. Viven
como si fueran reyes en sus Casas, y se contratan para servir a nobles
o comerciantes que pueden pagar sus servicios. Y mientras trabajan
para ellos también viven como si fueran reyes, claro... Luchan, y si se
enfrentan a quienes carecen del poder, entonces matan a sus
adversarios sin inmutarse. Si en frente hay otro luchador, normalmente
basta con perder un hechizo para salir del asunto, y luego al patrono le
dices que tu maná no ha estado muy bien ese día. Os pasáis la vida
librando combates de lo más aparatoso, pero apenas mueren media
docena de luchadores al año. La sangre sólo empieza a correr durante
el Festival, e incluso entonces buena parte es teatro. Nada más que os
importa vuestro bienestar, y sois tan condenadamente altivos sólo
porque un azar de nacimiento os dio la capacidad de controlar la
magia. En cuanto al resto de nosotros, pasamos la vida en la miseria
porque hemos de manteneros.
--¿Eso va por mí?
--Si quieres que te sea sincero, amo... --murmuró Hammen--.
Bueno, hay momentos en los que no sé si debo hacer una excepción
contigo o no. Y los luchadores del Gran Maestre son todavía peores
--siguió diciendo--. Son reclutados para servirle y pasan el resto de su
vida teniendo al Gran Maestre como patrono. Están allí para intimidar
la turba, a los príncipes rivales y a las otras Casas. Son peores que las
sanguijuelas de las Casas... Son parásitos que nos van royendo por
dentro. Los luchadores de las Casas por lo menos llevan poco tiempo
corrompidos, pues hubo una época en la que prestaban un servicio a
la gente. Pero los esbirros del Gran Maestre... Bueno, son más
despreciables que un montón de excrementos de serpiente.
Garth soltó una risita ante la ira de Hammen, se detuvo un
momento delante de un puesto de fruta y volvió con dos granadas.
Arrojó una a Hammen y siguió andando. Mientras comía la deliciosa
fruta con gran fruición se aseguró de que su capuchón seguía
ocultando su rostro, dándole un aspecto parecido al de un derviche de
la orden muroniana. Los muronianos se ganaban la vida repartiendo
panfletos en los que aseguraban que todo el universo estaba
condenado y, en general, irritando al resto del mundo hasta tal
extremo que algunas personas deseaban ver llegar el fin del universo
sólo para poder quedar libres de ellos.
Unos cuantos guerreros de la guardia aflojaron el paso al
acercarse a Garth, como si le hubieran reconocido. Garth metió la
mano en un bolsillo como si se dispusiera a sacar un panfleto
muroniano, y los guerreros se fueron a toda prisa.
--Me encanta este disfraz --dijo.
--Sigo pensando que es una locura pasearte por la ciudad de esta
manera --replicó Hammen--. Sería mucho mejor quedarse en la
Casa... Seguro que a Varena le encantaría compartir la cama contigo
esta noche, apostaría todo el dinero que llevamos ganado.
--Quiero ver algunas cosas --dijo distraídamente Garth mientras
arrojaba al suelo la piel de la granada.
Un clarín sonó de repente al final de la calle, y la multitud abrió
paso a una columna de jinetes que avanzó por el centro de la calzada
agitando sus fustas de un lado a otro para despejar un camino. Detrás
de ellos venía un apuesto principito que contemplaba al populacho con
altivo desdén desde la ventana de su carruaje. Cuando pasó junto a
ellos, Hammen lanzó los restos de su granada con tanta puntería que
golpearon al príncipe en la nariz.
Hubo un aullido de protesta y los jinetes retrocedieron a toda
prisa. Hammen se abrió paso hasta un lado de la calle riendo
estruendosamente. El principito sacó la cabeza por el hueco de la
ventana y empezó a rugir obscenidades con una voz estridente y
quebradiza. Unos segundos después el carruaje fue bombardeado con
un diluvio de basuras y todos los objetos que había a mano para
arrojar, y los guardias azotaron a los caballos haciendo que el carruaje
siguiera avanzando calle arriba.
El incidente dejó a la multitud de muy buen humor, y todo el
mundo se dedicó a maldecir entusiásticamente a la nobleza en
general.
--Y ahora me dirás que no hay que llamar la atención, ¿eh?
--siseó Garth.
--Bueno, ahí está el problema --replicó Hammen, y se rió--. Odian
a esos bastardos, pero ni siquiera se dan cuenta de que al adorar a los
luchadores lo único que hacen es reforzar el poder que esos bastardos
tienen sobre ellos.
--Tengo entendido que hubo un tiempo en el que las Casas no
eran tan malas --dijo Garth en voz baja y suave.
--Ah, la legendaria edad de oro, de plata o de lo que quieran
llamarla... Normalmente los recuerdos de los tiempos pasados son un
montón de mentiras e invenciones. Las cosas nunca fueron mejor
antes, y no irán mejor mañana.
--Eres todo un optimista, ¿eh?
--Eso es. Aunque... Sí, tal vez hubo un tiempo en el que las cosas
iban un poco mejor... Antes del último Gran Maestre, ¿sabes? Cuando
todavía existía la quinta Casa, Oor-tael, que utilizaba maná de las islas
y de los bosques. Los luchadores de esa Casa estaban obligados a
dedicar una parte de su tiempo a servir a quienes no pertenecían a las
clases de los nobles y los comerciantes. Tenían que emprender
peregrinaciones, y estaban obligados a vagar de un lado a otro como
parte de su aprendizaje y adiestramiento, y también debían ayudar a
los pobres con sus capacidades. Además, se esperaba que siguieran
haciéndolo durante un año de cada tres incluso después de haber
alcanzado el máximo nivel... Y las otras Casas acabaron odiándoles
por ello.
--¿Fue ésa la única razón de que les odiaran?
--No sé. Yo sólo era un... --Hammen se calló--. Ya sabes que la
antigua prohibición aún no ha sido derogada, ¿no?
--¿Y consiste en...?
--Sentencia de muerte para todo el que lleve el color Turquesa, ya
sea luchador, guerrero, amante y... --Hammen hizo una pausa--, y
hasta para el más bajo y vil de los sirvientes. También se castiga con
la muerte a quien hable de ella o sospeche que alguien pertenece a la
orden y no informe de ello.
--¿Y qué estabas a punto de decir?
Hammen alzó la mirada hacia Garth.
--Anoche te llamé Galin. ¿Lo recuerdas? --susurró.
--No, la verdad es que no --replicó Garth en voz baja.
--¿Sabes por qué lo hice?
--Debiste de confundirme con otra persona.
--Oh, amo... Cualquier persona que llevase el color Turquesa está
muerta. Puede que algunos escaparan a la masacre, pero están
muertos. Dejémoslo así, ¿de acuerdo? Los muertos no pueden volver
y la Casa Turquesa ha desaparecido para siempre.
Hammen se calló y contempló a Garth con visible recelo.
--Todas las manos de la ciudad y del reino se alzaron contra ellos,
el Gran Maestre pagó para que así fuese --siguió diciendo con un hilo
de voz--. Pagó... Sí, decenas de millares de monedas de oro para que
le trajeran a los pocos que escaparon de la masacre a su Casa en la
ciudad. Si eran luchadores, les quitaron las bolsas y fueron empalados
en la arena. ¿Y sabes qué hizo el populacho?
--No --dijo Garth, y su voz apenas era un susurro.
--Oh, puede que a algunos no les gustaba lo que estaban viendo
--siguió diciendo Hammen--; pero muchos, demasiados, reían y
lanzaban vítores y cruzaban apuestas sobre cuánto tardarían en morir
los empalados... El populacho es así. Ahora llevan tanto tiempo
alimentando la sed de sangre y arrastrándose ante el Caminante que
ya nada les importa. Hace tiempo el Festival era un ritual privado en el
que los luchadores median sus habilidades sin que nadie presenciara
los combates --Hammen hizo una pausa--. Pero el anterior Gran
Maestre construyó la arena y cambió eso, y al populacho le encantó.
Después el Gran Maestre actual lo ha convertido en un espectáculo,
en un deporte sangriento...
--¿Y por qué lo han permitido las Casas?
--Aún no sé si sencillamente eres estúpido o... Bueno, muchacho,
la respuesta es el dinero, el dinero y otros sobornos. El Gran Maestre
consiguió el apoyo de los Maestres de las Casas dándoles más dinero
del que los luchadores muertos habrían ganado durante una docena
de años de contratos. Los combates a muerte hicieron que el frenesí
de las apuestas alcanzara extremos nunca vistos, y las apuestas
pasaron de unas cuantas monedas de cobre por competición a los
ahorros de toda una vida apostados en un solo combate. Con ello el
Gran Maestre ha empobrecido al populacho, e incluso a algunos de
los príncipes. Echa un vistazo a esta ciudad... Se hunde en la miseria.
¿Por qué?
Garth intentó responder, pero Hammen se le adelantó.
--Porque el Gran Maestre necesita el dinero para obtener maná y
poder para sí mismo --dijo--, y para reunir el maná que le exige el
Caminante. Ésa es la excusa que emplea, naturalmente... Echa la
culpa de todo al Caminante pero, créeme, se guarda una buena parte
para sí mismo. El antiguo papel de los luchadores ha sido olvidado, y
ahora sólo sirven para entretener a la multitud.
--Tú no lo has olvidado. ¿Por qué?
--Soy viejo --dijo Hammen en voz baja, y desvió la mirada--. No
soy más que un viejo.
--Pero robas.
--¿Y por qué no iba a hacerlo? El Gran Maestre ha convertido el
robo en un pasatiempo honorable. Y de todas maneras, no hay nada
más que pueda hacer para sobrevivir.
--¿Nada?
Hammen alzó la mirada hacia Garth y meneó la cabeza.
--Bien, ¿y qué fue de los que sobrevivieron? --preguntó Garth.
--¿A quiénes te refieres? --murmuró Hammen.
--A los supervivientes de la Casa Turquesa.
--No debes hablar de eso --replicó secamente Hammen--. Nunca
hables de eso, ¿entendido? Si alguien te oye, eres hombre muerto.
--Si el Gran Maestre consigue ponerme las manos encima, no
duraré mucho.
--Morir como Garth el Tuerto es una cosa, y morir como
sospechoso de pertenecer a la Casa Turquesa o de ser partidario suyo
es otra..., y muy distinta. El populacho que tanto te quiere ahora te
vendería en un momento a cambio de la recompensa. En el campo,
donde la Casa Turquesa era más fuerte... Bueno, allí las cosas no
estaban tan mal y sospecho que tal vez estén un poco mejor que aquí.
He oído decir que unos cuantos hombres y mujeres de las casas
capitulares más alejadas lograron escapar.
Hammen suspiró.
--¿Qué pueden hacer los campesinos contra los guerreros y los
otros luchadores? --siguió diciendo--. E incluso allí había muchos
dispuestos a informar, los suficientes para seguir la pista a los
huidos... Cien monedas por un sirviente o una amante, quinientas por
un guerrero, mil por un luchador. Esas sumas seducen incluso a los
mejores hombres.
--No a todos --replicó Garth en voz baja.
Hammen dejó escapar un resoplido y escupió.
--¿Sabes qué hacían cuando alguien caía en sus manos?
--preguntó-- ¿Qué hacían en cuanto le habían sacado toda la
información posible? Le cortaban la lengua para que no pudiese contar
la verdad sobre lo que estaba ocurriendo. Le cortaban la lengua a
cualquier persona que diera cobijo a los fugitivos, o que había hablado
con ellos. Y ahora todos han desaparecido. Todos están muertos, o es
preferible dejar creer que están muertos... --susurró Hammen.
--Sigue habiendo rumores de que viven.
Hammen alzó la mirada hacia Garth con los ojos llenos de una
recelosa cautela.
--Podrían matarnos a los dos por lo que acabas de decir --siseó--.
El hecho de proclamar que aun viven significa ser sentenciado a
muerte. La mera sospecha de que sabes algo o que conoces a alguien
que... Bueno, eso también significa ser sentenciado a muerte.
Hammen permaneció en silencio durante unos momentos.
--¿Quién eres? --preguntó por fin.
--Soy Garth el Tuerto.
--¡Vuelve a tu casa, dondequiera que esté! --exclamó Hammen de
repente--. Haces demasiadas preguntas... Si te quedas en la ciudad,
no vivirás para ver el final del Festival.
--Tengo cosas que hacer.
--No merecen el que acabes así. Sean cuales sean, solo
conseguirás que te maten.
--No tienes por qué seguir a mi lado, Hammen. Puedes marcharte
cuando quieras.
Hammen dejó escapar un aparatoso chorro de juramentos.
--Muchas gracias, y ya sabes que no lo haré... --dijo por fin--. No
ahora. Sabes que me tienes bien pillado, ¿eh? Es como si lo hubieras
planeado así desde el principio, al igual que todo lo demás. Como si el
que te tropezaras conmigo en el círculo que dibujé sobre el barro
hubiera sido un encuentro meticulosamente planeado...
Garth rió y meneó la cabeza.
Siguieron caminando en silencio mientras la multitud que se
agitaba a su alrededor reía, armaba jaleo y discutía. Las hojas de
apuestas que ya parecían estar por todas partes eran agitadas en el
aire mientras dedos sucios las señalaban y sus propietarios
comentaban a gritos los favoritos.
--¿Hay alguna razón por la que hayamos terminado viniendo
aquí? --preguntó Hammen, y movió la cabeza señalando una taberna
y el gentío que se apelotonaba delante para contemplar un duelo de
oquorak entre dos guerreros, uno de la Casa Marrón y el otro de la
Casa Gris.
--Ninguna, salvo que da la casualidad de que hemos venido hasta
aquí --replicó Garth.
--Y la de que fue aquí donde conociste a esa benalita.
Garth asintió y aflojó el paso para presenciar el combate, que
terminó unos momentos después cuando el guerrero Gris lanzó tres
rápidos tajos, uno después de otro, que desgarraron el hombro del
guerrero Marrón.
El guerrero Marrón retrocedió tambaleándose y pagó de mala
gana la apuesta que había perdido mientras cortaban el trozo de
cuerda que les unía y las monedas de cobre y plata pasaban de una
mano a otra entre la multitud.
--¿Podrías hacerme un favor? --preguntó Garth de repente.
--¿Qué quieres ahora? --replicó Hammen.
--Encuéntrala. No me equivoco suponiendo que tienes contactos
por toda la ciudad, ¿no? No te costaría mucho dar con ella.
--Ya te he dicho que esa mujer sólo te creará problemas. Todas
las benalitas son muy raras.
Garth sonrió.
--Creo que sé cuidar de mí mismo, Hammen --dijo--. Si llega a ser
necesario... Bueno, coge un par de monedas de oro, y hazlas circular.
Hammen alzó la vista hacia él y le lanzó una mirada helada.
--No te preocupes --se apresuró a decir Garth--. Tu comisión
seguirá intacta. Ah, y también me gustaría que buscaras algún
alojamiento, mejor cerca de la Plaza... Ha de ser un lugar seguro,
¿entendido?
--¿Piensas en un escondite o en un nidito para citas amorosas?
--Estoy pensando en lo primero que has dicho y... bueno, ¿quién
sabe? Tal vez también lo otro.
Hammen soltó una risita.
--Ni lo sueñes, Garth --replicó--. Estás tratando con una benalita.
--No importa. Haz lo que te he dicho. Quizá necesitemos un sitio
en el que desaparecer, nos podría resultaría muy útil.
--¿Qué quieres decir con ese «nos»? Yo puedo esfumarme
cuando me dé la gana.
Garth bajó la mirada hacia Hammen y sonrió.
--Bueno, pues entonces sólo para mí --dijo.
Hammen maldijo y escupió en el suelo.
--De acuerdo, veré qué puedo encontrar --murmuró por fin.
Garth se volvió hacia el lugar en el que una parte del gentío
estaba muy ocupada burlándose del guerrero Marrón que acababa de
ser derrotado en el duelo oquorak. Una ráfaga de viento barrió la calle
haciendo que el capuchón de Garth se apartara de su cabeza durante
un momento, y Garth se apresuró a levantarlo para ocultar su rostro.
--Eh, ¿no te conozco?
Un mendigo fue hacia Garth con tambaleantes andares de
borracho y alzó un dedo corto y rechoncho, primero hacia él y hacia
Hammen después.
Garth empezó a girar sobre sí mismo para alejarse lo más deprisa
posible.
--¡Lo sabía! --gritó el mendigo con voz triunfal y corrió hacia
Garth--. Nunca olvido a un hombre que me ha hecho ganar cobre.
Eres el luchador tuerto.
Un instante después el nombre ya estaba abriéndose paso a
través del gentío, que empezó a ir en pos de Garth.
--¡Tuerto, tuerto!
La multitud se arremolinó alrededor de Garth, y las manos se
extendieron hacia él y le dieron palmaditas en la espalda. Voces
pastosas le ofrecían copas de vino, mujeres y otros placeres.
--¿Qué color llevas ahora? ¿Lucharás en el Festival? ¿Cuál es tu
hechizo favorito? Mi primo te vio luchar contra Naru... ¡Ganó cinco
monedas de cobre apostando por ti!
Las peleas empezaron a surgir en la estela de la multitud cuando
unos partidarios de otros luchadores expresaron opiniones
desfavorables sobre el misterioso luchador tuerto.
--¡No cabe duda de que eres muy popular, pero creo que será
mejor que salgamos de aquí! --gritó Hammen, intentando hacerse oír
por encima del tumulto--. Ese guerrero Marrón seguro que va a buscar
a sus amigos.
Garth aflojó el paso hasta detenerse y la multitud se apelotonó a
su alrededor, lanzando vítores y alargando las manos para agarrarle
por la túnica o sencillamente para poder tocarle.
--Amigos, ya sabéis que el Gran Maestre me anda buscando
--dijo--. Si seguís con esto no tardará en venir la Guardia.
--¡Una pelea! ¡Tengamos una pelea! --gritó alguien.
El grito fue rápidamente coreado por otras voces, y en pocos
momentos ya recorría la avenida. Su significado fue cambiando a
medida que lo repetían, y quienes estaban más lejos creyeron que ya
se estaba librando un combate. Se lanzaron hacia la conmoción, y
mientras corrían algunos gritaban apuestas por el luchador tuerto a
pesar de no saber contra quién peleaba.
Garth extendió la mano, y una nube de humo verdoso surgió de la
nada y se fue desplegando a su alrededor. Después agarró la mano
de Hammen y se abrió paso a través del amasijo de cuerpos, que ya
habían empezado a retroceder entre toses y gemidos.
Pero cuando se metió por un callejón lateral llevándose consigo la
neblina, la multitud se lanzó en pos de él.
--Allí va... ¡Seguid el humo, seguid el humo!
El populacho persiguió a Garth, gritando y riendo como si éste
pretendiera divertirles con su huida.
--Van a conseguir que nos maten... ¿Por qué no usas ese
numerito de desaparición tuyo?
--Porque hay que estar inmóvil y mejor dentro de un círculo de
protección --replicó Garth--. No funcionaría.
Llegaron al borde de la Gran Plaza y Garth aflojó el paso hasta
detenerse, y la multitud volvió a rodearle un instante después.
Garth deslizó una mano debajo de su túnica, tiró de un paquetito
que colgaba de su cuello hasta dejarlo suelto y lo metió entre los
dedos de Hammen.
--Aléjate de mí --siseó--. ¡Vamos, vete ahora mismo!
--Pero amo...
--Venga, largo de aquí... ¡Vete ya!
Hammen alzó la mirada hacia él, visiblemente confuso, mientras
la humareda empezaba a disiparse. Una fila de guerreros estaba
cruzando la Plaza enarbolando sus ballestas. Hammen volvió la
mirada hacia la multitud que continuaba apelotonándose y vio saliendo
a la carrera desde un callejon al otro extremo de la Gran Plaza otra
hilera de siluetas, ésta formada por luchadores con la librea del Gran
Maestre.
--Vete, maldito seas, corre... --murmuró Garth.
Después empujó a Hammen con tal fuerza que lo lanzó contra la
multitud, haciendo que acabara en el suelo. Garth se abrió paso por
entre el gentío, y unos instantes después Hammen ya no podía verle.
El viejo intentaba recuperar el equilibrio mientras los cuerpos
tropezaban con él, maldiciendo y lanzándole patadas. Acabó por
agarrarse a un tobillo y lo mordió con tal ferocidad que su víctima cayó
al suelo, y después se arrastró por encima de ella sin hacer caso de
sus aullidos y juramentos.
Garth había aprovechado la confusión para desaparecer.
Garth siguió corriendo. Se metió por una calleja, con sus
admiradores siguiéndole tozudamente entre risas y gritos que
revelaban a la Guardia la dirección por la que huía. Se metió por otro
callejón, saltó por encima de los montones de basuras y tomó atajos
por entre los edificios, pero la multitud continuaba siguiéndole. Garth
se escondió en una pequeña alcoba llena de sombras, y la multitud
pasó corriendo por delante hasta que un hombre que jadeaba y se
había quedado sin aliento se detuvo justo delante de Garth y empezó
a toser y escupir. Un instante después alzó la mirada y le vio.
--¡Eh, el tuerto está aquí!
La multitud giró sobre sí misma entre gritos y juramentos y Garth
reanudó su huida, deteniéndose el tiempo justo para obstruir el camino
con el hechizo de un muro invisible que detuvo a quienes venían
detrás de él. Pero al llegar a otra avenida hubo un nuevo estallido de
gritos y algarabía, y el enjambre de admiradores volvió a desplegarse
a su alrededor. Garth se abrió paso a través de la masa de cuerpos y
logró llegar hasta uno de los muros de la Casa de Fentesk. No había
esperanza de encontrar una entrada secreta sin Hammen guiándole, y
Garth echó a correr hacia la fachada principal. La Plaza ya estaba
empezando a llenarse de gente que reía y lanzaba vítores, y Garth
pudo oír cómo apostaban si conseguiría refugiarse en la Casa de
Fentesk o no. Cuando entró en la Plaza una nueva multitud se lanzó
sobre él, obligándolo a avanzar más despacio.
Un rayo cegador estalló en la Plaza directamente delante de
Garth derribando una docena de cuerpos, y la turba huyó
dispersándose en todas direcciones. Garth corrió hacia la puerta
principal, llegó a ella y agarró el pomo.
La puerta estaba cerrada.
Garth giró sobre sí mismo y retrocedió. Un grupo de luchadores le
estaba acorralando, y todos llevaban la librea del Gran Maestre.
Los rayos llegaron en rápida sucesión, obligando a Garth a
esquivarlos frenéticamente mientras creaba un círculo de protección
que le defendiese del fuego. Más allá del anillo de luchadores pudo ver
una formación de ballesteros que se aproximaba a la carrera, y detrás
de ellos había varias ballestas gigantes montadas sobre carros que
venían hacia él a toda velocidad mientras sus artilleros iban haciendo
girar las armas para apuntarle con los enormes dardos.
Garth lanzó un hechizo detrás de otro sin dejar de saltar y
esquivar ni un instante. Un mamut apareció delante de él, bloqueando
los haces de llamas con su masa. El gigantesco animal se irguió sobre
sus patas traseras, emitió un trompeteo ensordecedor y se lanzó a la
carga. Media docena de luchadores desviaron su atención hacia él
mientras los otros seguían concentrados en Garth. Unos instantes
después la franja de pavimento que había entre Garth y sus atacantes
se llenó de trasgos, sierpes y esqueletos que luchaban unos con otros
y que habían sido conjurados para atacar o defender.
En la Plaza la multitud gritaba y aullaba de placer, animando a
Garth en aquel combate que no tenía ninguna esperanza de ganar.
El mamut agarró e hizo pedazos a un luchador antes de que los
otros destruyeran a la enorme bestia abriendo una grieta justo debajo
de ella. El mamut se precipitó por el abismo, pero con su trompa logró
atrapar por el tobillo a otro luchador y se lo llevó consigo en la caída.
Una hilera de ballesteros corrió hacia Garth y alzó sus armas.
Garth invocó un muro de fuego ante ellos, y los dardos de las ballestas
que lo atravesaron desaparecieron reducidos a estelas de humo.
Tres berserkers que aullaban en lenguas desconocidas
aparecieron de la nada y se lanzaron a por Garth, y éste detuvo su
carga invocando una hilera de duendes de Llanowar que manejando
garrotes de roble hicieron añicos cascos, escudos y huesos.
Unos cuantos luchadores unieron sus fuerzas para invocar un
gigante de las colinas que medía casi la mitad de la altura de la Casa
de Fentesk y que empezó a avanzar con pasos lentos y pesados. La
visión de aquel raro prodigio hizo que la multitud lanzara un jadeo
ahogado de sorpresa, y un instante después todos empezaron a soltar
gritos de entusiasmo a pesar de que el gigante iba decidido a aplastar
a su héroe.
Los luchadores que se enfrentaban a Garth hicieron una pausa en
sus ataques para no perderse la diversión al ver que su enemigo no
estaba haciendo ningún movimiento ofensivo. Las criaturas de Garth
habían seguido luchando encarnizadamente con los berserkers hasta
que tanto unos como otros hubieron muerto.
El gigante soltó una risotada que parecía el retumbar de un trueno
lejano, levantó un pie y lo dejó caer intentando aplastar a Garth. Garth
esquivó el pie y buscó refugio detrás de una columna. El gigante
intentó patearle pero su pie golpeó la columna, y lanzó una maldición
dolorida. La multitud emitió un rugido de placer.
Garth salió de detrás de la columna, y el gigante volvió a levantar
el pie para aplastarlo. Garth rodó sobre sí mismo, cogió el largo
espadón de un berserker caído y apoyó la empuñadura en el suelo
con la hoja hacia arriba.
El gigante se empaló el pie en la espada.
Su aullido de angustia fue tan ensordecedor como un rugido
demoníaco, y el gigante dio dos saltitos atrás con la espada incrustada
en la planta de su pie. Garth extendió las manos usando un hechizo
que derrumbó al gigante hacia atrás, aplastando a varios luchadores
debajo de su inmenso cuerpo. Siguió removiéndose, soltando gemidos
y maldiciones, mientras los luchadores que lo controlaban se
apartaban de él y terminó resbalando por el borde de la grieta que
había acabado con el mamut. Sus alaridos apenas se oyeron desde el
fondo contra el que chocó. Los impactos de sus caídas hicieron que la
Plaza temblase como con un terremoto. Garth aprovechó la confusión
para volverse de nuevo hacia la puerta y tirar del pomo. La puerta
seguía cerrada.
Alzó la mano disponiéndose a derribarla con un rayo, pero
percibió la presencia de un encantamiento más poderoso que la
protegía.
Garth masculló un juramento y se volvió para enfrentarse a sus
oponentes, cuyo número casi se había doblado con la llegada de más
refuerzos y sobrepasaba la veintena de enemigos. Los ballesteros ya
habían recargado sus armas, y se movían hacia ambos lados de la
barrera de fuego que Garth había erigido para que consumiera sus
dardos.
Los instantes siguientes fueron un infierno de enloquecida
confusión en el que los hechizos iban y venían de un lado a otro. Garth
se tambaleó varias veces bajo el impacto de las descargas psiónicas
que cayeron sobre su cuerpo mientras los luchadores que las habían
lanzado se derrumbaban por el agotamiento. Pero como no libraban
un duelo singular no importaba si caían inconscientes mientras
consiguieran causar daño al luchador solitario al que se enfrentaban.
Otro rayo cayó sobre él seguido por otro más, y Garth acabó
hincando una rodilla en el suelo. La multitud seguía vitoreándole,
hipnotizada por la pura cualidad espectacular de semejante combate.
Garth intentó levantar un círculo de protección, pero un dardo de
ballesta se hundió en su hombro antes de completar el encantamiento.
La fuerza del impacto le hizo girase sobre sí mismo y acabó de bruces
en el suelo.
Garth logró ponerse de rodillas. Estaba jadeando y le costaba
respirar. Los luchadores se acercaban a él con las manos levantadas y
sonrisas burlonas en los labios. Garth lanzó otro hechizo que dejó
envuelto en llamas a un enemigo. El luchador huyó corriendo y
aullando mientras la multitud lanzaba un alarido de placer ante aquel
último desafío.
Garth volvió la mirada hacia la puerta de la Casa Fentesk, la vio
abierta y bajo su umbral a varios espectadores. Se arrancó la bolsa del
cinturón un instante antes de que otro rayo cayera sobre él y la arrojó
hacia la puerta.
--¡Varena! ¡Santuario! --gritó mientras su bolsa resbalaba por el
suelo hasta detenerse delante de los luchadores Naranja inmóviles en
la puerta.
Quedarse sin maná junto a él dejó a Garth totalmente
desprotegido, y el rayo que acababan de lanzarle le hundió en la
negrura de la nada y el olvido.
_____ 8 _____

--Hammen...
La voz era un susurro en el viento. Hammen se volvió asustado
esperando ver a los luchadores del Gran Maestre.
El callejón estaba vacío.
Todavía podría oir a lo lejos el clamor de la multitud que llenaba la
Gran Plaza. Después de que Garth cayera al suelo había estallado un
reguero de disturbios. Algunos provocados por quienes habían perdido
su dinero apostando por él, pues eran muchos los que llegaron a creer
que Garth era invencible. Pero otros se habían enfurecido al ver caer a
su luchador favorito, y un vago sentido primigenio había hecho que la
turba percibiera en aquella derrota una terrible injusticia, perpetrada
tanto por el Gran Maestre como por la Casa Naranja, que había
cerrado las puertas a su héroe. La aventura del ya legendario
Luchador Tuerto, que había ido creciendo con las repeticiones,
acababa de terminar y todos estaban desilusionados.
Las ventanas que no habían sido hechas añicos en los alborotos
del día anterior estaban siendo concienzudamente destrozadas, y el
grito «¡Tuerto, tuerto!» se había convertido en un cántico que podía
oírse con claridad en las alas del viento.
Hammen lo escuchó torciendo el gesto, sabiendo que sólo era
una buena excusa para saquear, y que la injusticia cometida pasaría a
ser algo secundario. Después todos podrían decir como protestaron
ante aquel atropello mientras disfrutaban de la comida y el vino robado
y se pavoneaban envueltos en las delicadas sedas de algún
despojado comerciante. Y Hammen pensó que el populacho de las
ciudades siempre actuaba así, dispuesto a amotinarse con algún
pretexto sin que eso impidiera el que permaneciesen pasivos cuando
se producía la auténtica injusticia.
--Hammen...
Volvió a meterse entre las sombras y alargó la mano hacia su
daga cuando vio que una sombra atravesaba el callejón moviéndose
sigilosamente, el único sonido que acompañaba su paso eran los
chillidos de las ratas interrumpidas en su última colación del día.
La sombra se detuvo.
--Soy Norreen. Tranquilízate, estoy sola...
Era la benalita, y Hammen dejó escapar un suspiro de alivio.
Norreen fue hacia él.
--Te vi en la Plaza y te seguí --murmuró.
--Menuda heroína estás hecha --replicó secamente Hammen--.
Podrías haberte ganado una gran reputación allí.
--¿Acaso saliste de tu escondite para estar a su lado? --gruñó ella.
--No.
--¿Y por qué no lo hiciste?
--Las heroicidades son cosa tuya, no mía. Y además, no habría
servido de nada... Estaba acabado.
--Por eso no actué. Nunca te metas en un combate suicida.
Hammen asintió con expresión entristecida.
--Así que todo ha acabado --dijo--. Déjame en paz.
--No se ha acabado. Sigue con vida.
--¿Y qué? Está en su poder ¿no? O le torturarán hasta la muerte
esta noche, o seguirá prisionero para usarle como diversión ante el
Caminante. Mejor sería que Garth se hubiera matado con su último
hechizo.
--Arrojó su bolsa antes del final.
--¿Qué?
--¿Quién es Varena? --preguntó Norreen, y su voz sonó más
afable.
Hammen dejó escapar una risita y meneó la cabeza.
--Un último placer.
--Oh.
Norreen guardó silencio durante un momento.
--Me has dicho que arrojó su bolsa, ¿no? --preguntó Hammen con
visible curiosidad.
--Llamó a esa mujer y le pidió santuario para sus hechizos. Vi
cómo ella cogía la bolsa y desaparecía dentro de la Casa.
Hammen volvió a reír.
--Muy propio de él... --dijo--. ¿Y qué hicieron los hombres del Gran
Maestre entonces?
--Ataron a Garth y se lo llevaron. Algunos fueron hasta la puerta y
exigieron la bolsa como premio conquistado, y los luchadores de la
Casa Naranja cerraron la puerta. A la multitud le encantó, claro...
Después metieron a Garth en un carro, y entonces empezaron los
disturbios.
Hammen lanzó una mirada expectante hacia el extremo del
callejón y escuchó los sonidos de los alborotos que seguían creando
ecos por toda la ciudad, y después empezó a salir de las sombras.
--Bien, ahora no podemos hacer nada... --suspiró Norreen--. Ahí
fuera hay centenares de guerreros y casi todos los luchadores del
Gran Maestre, y además nos están buscando. Asoma la cabeza y
acabarás en una celda al lado de Garth.
--¿Qué quieres decir con eso de que nos están buscando,
benalita?
--Justo lo que he dicho.
Hammen fue ahora consciente del peso de la bolsita de cuero que
Garth le había arrojado. La abrió, examinó su interior y vio un destello
tan débil que apenas resultaba visible en la oscuridad.
Si Garth estaba vivo... Bien, entonces tal vez aún hubiera una
forma.
--Ven. Tenemos cosas que hacer --dijo, y mientras hablaba
extendió la mano hacia Norreen e intentó darle una palmadita en el
trasero... y la retiró lanzando un chillido de dolor.

***

--¡Exijo que me entregues la bolsa!


Varena contempló con expresión gélida a Varnel, Maestre de la
Casa de Fentesk, y meneó la cabeza en un gesto lleno de desafío.
--Me declaró su heredera al gritar mi nombre en la Plaza, y
también solicitó santuario para sus posesiones --replicó--. El combate
en el que se vio metido no era un desafío, y aunque lo hubiera sido,
esos perros no se merecen repartirse las pertenencias de Garth.
--¿Y qué derecho tienes tú sobre sus posesiones?
--El que de ser su amante, desde esta mañana.
Varnel le lanzó una mirada anhelante y se lamió los labios.
Varena le devolvió la mirada con ojos impasibles y los labios curvados
en una sonrisa despectiva que iluminó sus facciones.
--Si pudiéramos llegar a ese mismo tipo de acuerdo entre
nosotros, entonces tal vez este incidente podría ser olvidado --acabó
diciendo Varnel.
--Eres el Maestre de mi Casa, y según las reglas nada hay que
me obligue a ir más allá de esa relación. Lo dejé bien claro el día en
que me uní a la Casa de Fentesk.
--Maldita seas...
Varnel se levantó como si se dispusiera a desafiarla.
--Lucha conmigo y tal vez ganes --replicó ella sin perder la
calma--. Pero yo estaré muerta, este lugar quedará convertido en un
montón de ruinas, y además tendrás una rebelión que sofocar... Esta
noche has traicionado a un miembro de tu Casa. Vuelve a hacerlo, y
cuando empiece el Festival no te quedará nada.
--Ah, vamos... ¿Acaso crees que les importa lo ocurrido al tuerto?
La mayoría se alegra de que haya muerto. No les importa el honor,
sólo su paga.
--Muy cierto. Pero ahora se están preguntando si quizá serías
capaz de no protegerles con mucho entusiasmo de surgir alguna
buena oferta.
Varnel guardó silencio unos momentos, como sopesando sus
posibilidades de éxito si intentaba obtener la bolsa y algo más de
Varena.
--Confórmate con cuerpos y mentes más débiles --se burló ella, y
señaló hacia la parte de atrás de la habitación donde varias mujeres
desnudas contemplaban su enfrentamiento con aburrimiento
reclinadas en almohadones de seda--. Resulta mucho menos
peligroso.
Después dejó escapar una gélida carcajada y cerró la puerta con
un golpe seco detrás de ella. Luego compadeció un poco a las
concubinas de Varnel: aquella noche conocerían el lado más oscuro
de su pasión.
La medianoche había quedado muy atrás y el agotamiento
empezaba a adueñarse de su cuerpo, Varena fue hacia los baños
calientes para eliminar la tensión. Entró en la sala llena de vapores,
que estaba vacía, y sintió una fugaz punzada de tristeza nostálgica.
Después de todo, su relación con Garth sólo había sido un encuentro
pasajero que incluso podía considerarse como un mero juego de
poder, pero eso no había impedido que resultara bastante agradable.
Se desnudó y dejó su bolsa y la de Garth sobre una pequeña
repisa al lado de la bañera. Después se metió en el agua burbujeante
y se estiró.
En cuanto empezó a pensarlo vio claro que había llegado el
momento de irse de la Casa. Varnel no se atrevería a hacer nada en
vísperas del Festival, por supuesto, y además tendría que organizar
toda una exhibición de desafío dirigida al Gran Maestre negándose a
devolverle la bolsa. Después de haber actuado como un miserable al
ordenar que cerraran la puerta, cualquier otro comportamiento
indicaría una sumisión completa al Gran Maestre. Pero en cuanto el
Festival terminara y la mayor parte de los luchadores se fueran a sus
casas capitulares o a cumplir sus contratos anuales, Varnel buscaría
vengarse de la humillación que Varena le había infligido delante de su
harén y de los otros luchadores.
Al igual que los otros Maestres de Casa, Varnel era lo bastante
retorcido como para preparar un «accidente» que le librase de un
luchador molesto, quizá algún contrato con una cláusula secreta de
devolver lo pagado si el luchador moría. Mientras flotaba en el agua
caliente, Varena lamentó haber aceptado la petición de santuario y
cogido la bolsa. «¿Por qué lo hice? ¿Por los poderes que contiene esa
bolsa..., o por algún otro motivo?»
¡Maldición!
Alargó la mano hacia la pequeña repisa sobre la que había dejado
las bolsas y sintió la tentación de abrir la bolsa de Garth y averiguar
qué poderes había controlado. Pero sabía que Garth aún no había
muerto, y hacerlo era una violación de las reglas.
Reglas... ¿Acaso quedaba alguien a quien le importaran? Varena
tenía la experiencia suficiente para comprender las exigencias de la
supervivencia, pero eso era algo que aún no había digerido. Los
poderes lo habían pervertido todo, convirtiendo lo que había sido una
profesión honrosa en un mero venderse a quien más pagara y a las
ansias de espectáculo del populacho. Ya no quedaba ningún vestigio
del sessan, aquel código que en tiempos lejanos había regido las
vidas de todos los que manejaban maná. El luchar por el sessan,
combatiendo con el único objetivo de obtener honor y reputación, era
algo que pertenecía al pasado. Ahora ya sólo se luchaba para adquirir
más poderes y para satisfacer el deseo de matar.
Para Varnel era un medio de proporcionarse sus cada vez más
perversos placeres. En cuanto a los luchadores de la Casa, había muy
pocos que recordaran y apreciaran la alegría intrínseca de la disciplina
exigida para controlar el maná, y la mayoría sólo pensaba en lo que
podía proporcionarles dentro de aquel plano de existencia.
Pensar en todo aquello hizo que empezara a sentirse inquieta,
pues se preguntó qué podía pensar el Caminante de ello. Después de
todo, era el ser más poderoso de aquel plano, el único que había
obtenido tanto maná que se había vuelto capaz de pasar de un plano
de existencia a otro. Seguramente las contiendas de aquel reino le
resultarían tan triviales como los combates entre insectos ante un niño
que podía aplastarlos en cualquier momento con el talón.
Y sin embargo, ¿no debería saberlo e importarle? Si este mundo
había perdido su honor, ¿qué podía pensar sobre el sentido del
sessan del mismo Caminante? Faltaban menos de dos días para el
Festival, y al final el ganador se iría con el Caminante para servirle
como su nuevo acólito en los misterios más profundos.
«Si gano, ¿qué descubriré entonces?», se preguntó Varena.
No hubiese podido explicar por qué, pero aquellos pensamientos
hicieron que se sintiera llena de una vaga inquietud... por primera vez.
Un olor nada agradable surgió de repente y se agitó a su
alrededor. Varena abrió los ojos, sobresaltada, y se irguió dentro del
agua.
--Ah, justo lo que albergaba la esperanza de ver...
Hammen estaba acuclillado junto a su bañera como una rana
sentada sobre un nenúfar, y sus ojos sobresalían de sus órbitas y
estaban llenos de un placer que no hacía el menor esfuerzo por
ocultar.
--En nombre de todos los demonios, ¿qué estás haciendo aquí?
--siseó Varena.
Estaba irritada no sólo por la pestilente presencia de Hammen,
sino también por el hecho de que su desnudez la hiciera sentirse tan
incómoda. Extendió la mano hacia un estante y buscó a tientas una
toalla para taparse.
--No necesitas una toalla --gimoteó Hammen con voz
quejumbrosa.
--¡Hammen! --exclamó de repente una nueva voz.
Una mano surgió de las sombras y golpeó a Hammen en la nuca
haciendo que soltara un leve chillido de dolor.
Varena salió de la bañera y se apresuró a coger su bolsa en
cuanto vio a la desconocida que acababa de aparecer detrás del
sirviente de Garth.
--¿Una benalita? --preguntó.
La mujer asintió.
--Los dos apestáis como una cloaca --dijo Varena.
--Porque hemos llegado hasta aquí gracias a una cloaca --dijo
Hammen--, y confieso que me excita pensar que avanzábamos a
través de unas aguas en las que tal vez te hubieras bañado.
Norreen volvió a darle un bofetón en la nuca.
--Si os encuentran aquí, los dos moriréis --siseó Varena--. Salid
ahora mismo, o tendré que ocuparme de vosotros.
La mano de Norreen bajó hacia la empuñadura de su espada y
Varena dejó caer su toalla, quedando con una mano libre mientras se
colgaba la bolsa del hombro para poder pelear.
Hammen la contempló con los ojos muy abiertos, sonrió y le arrojó
la bolsita que Garth le había entregado.
Varena la pilló al vuelo sin apartar la mirada de Norreen.
--Pensamos que tal vez te gustaría participar en el juego que
vamos a proponerte --dijo Hammen, y volvió a sonreír.

***

El dolor era tan terrible que Garth tenía que hacer grandes
esfuerzos para no gritar. La agonía venía acompañada por una
extraña sensación de distanciamiento, como si se estuviera
contemplando desde un lugar muy lejano mientras flotaba por encima
de su cuerpo, que se debatía y se contorsionaba frenéticamente sobre
el potro de tortura.
Acabó gritando y dejó en libertad un salvaje aullido que contenía
más rabia que angustia, pues su adiestramiento le había enseñado
hacía ya mucho tiempo cómo desviar el dolor hacia aquellos lugares
en los que no oscurecería su cuerpo y su mente. Pero el hombre que
le estaba infligiendo aquella tortura también conocía la existencia y el
paradero de aquellos lugares, y sus dedos invisibles no paraban de
sondear el alma de Garth, desgarrando sus pensamientos y
azotándole implacablemente, abriéndose paso por su mente para
hacerla añicos y tratar de volver a juntar los fragmentos después.
Ya no había hechizos curativos, bloqueos ni forma alguna de
devolver el ataque, sólo la ofensiva continua e implacable que
pretendía sondear el mismísimo núcleo de la existencia de Garth. Al
final sólo le quedaron dos caminos: ceder y revelarlo todo, o
descender y hundirse en los senderos de la oscuridad para llegar
hasta la luz que se encontraba más allá de ellos. Garth se recogió en
sí mismo y fue hacia el segundo camino.
Sintió un gran remordimiento por todo lo que había soñado y por
todo aquello para lo que había hecho planes, pues lo que le había
impulsado y mantenido con vida a lo largo de los años se esfumaba.
Todos los años que había pasado escondiéndose y adiestrándose,
planeando en secreto y en soledad lo que podía y lo que debía hacer
sólo habían sido un terrible desperdicio de tiempo. La maravillosa
complejidad de todo aquello se perdería para siempre. Tendría que
comparecer con las manos vacías delante de las sombras a las que
había hecho tantos juramentos, y la única esperanza que le quedaba
era que lo comprendieran y le perdonasen.
--¡No, todavía no!
El castigo que destrozaba su alma cesó de repente y fue
sustituido por un calor reconfortante que tiró de Garth, alejándole del
umbral que ya había empezando a abrirse ante él. Garth anhelaba
desesperadamente cruzarlo, pero no podía hacerlo. El maná que
estaba dentro de todo y de todos, el poder de la vida, se negaba a
doblegarse mientras el cordón siguiera estando intacto.
Garth abrió los ojos.
Zarel Ewine, Gran Maestre de la Arena, estaba inmóvil ante él, y
en sus ojos había una expresión que casi parecía de piedad. La
sensación de que Zarel se estaba compadeciendo de él era tan
intensa que Garth luchó para no sucumbir ante lo que sabía no era
más que otra estratagema.
Zarel extendió la mano y le rozó la frente con las yemas de los
dedos, y los últimos vestigios del dolor se disiparon al momento.
--¿No sería preferible que me hablaras ahora?
Su voz era suave y cálida, como la de una madre llena de amor
que habla en susurros a un niño enfermo de alguna terrible fiebre.
Zarel inclinó la cabeza, y unas manos invisibles aflojaron las
cadenas que habían mantenido el cuerpo de Garth tenso e inmóvil
sobre el potro de tortura. Las manos le ayudaron a incorporarse y
llevaron un tónico hasta sus labios. Garth titubeó y se preguntó qué
hierbas y pociones seductoras podía contener, pero acabó bebiéndolo.
Si hubiesen querido probar suerte con ese truco, siempre podrían
habérselo obligado a beber mientras yacía semiinconsciente sobre la
mesa del dolor.
El tónico eliminó la terrible sequedad de su garganta en carne
viva, y Garth se inclinó hacia adelante y tosió mientras intentaba
contener el impulso de vomitar.
El tónico fue alzado nuevamente hasta sus labios y Garth lo
apuró. Una sensación de frescor y ligereza recorrió rápidamente todo
su cuerpo, y se sintió como si estuviera flotando en la paz más
completa y absoluta imaginable. Garth volvió sus pensamientos hacia
el interior de su ser, concentrando el escaso poder que le quedaba en
un desesperado esfuerzo para despejar su mente.
--Puedes irte --oyó que le ordenaba Zarel a su esbirro, y una
puerta se cerró detrás de él--. Esta situación es realmente lamentable,
¿sabes? --añadió Zarel un instante después con voz afable y tranquila.
Garth tosió y no dijo nada.
--Permíteme que sea franco contigo --siguió diciendo Zarel.
Garth oyó el sonido de una silla que era colocada junto al potro.
Abrió los párpados y vio el brillo helado que ardía en los ojos de
su torturador, y pudo percibir hasta qué punto estaba disfrutando Zarel
con lo que ocurría. Ya ni siquiera había auténtica rabia en él. Todo era
frialdad y distanciamiento, y aquella tortura e interrogatorio habían
pasado a ser un mero entretenimiento, un desafío del que gozar.
Garth le observó con recelosa cautela.
--Vas a morir --dijo Zarel--. Mentir a alguien con tus habilidades no
tendría ningún sentido, ¿verdad? No has parado hasta que me has
convertido en tu más implacable enemigo. Me has humillado, me has
puesto en ridículo y me has hecho perder valiosas propiedades. Es
algo que no puedo tolerar.
Zarel suspiró como si todo aquello fuese un peso terrible que le
agobiaba.
--Esa escoria, esa turba pestilente de ahí fuera puede tener sus
héroes, pero han de ser héroes que yo controle --Zarel alzó levemente
la voz--. Y tú, tuerto, quisiste ser un héroe fuera de mi control. Oh,
admito que fuiste muy listo al provocar esa pelea entre Kestha y Bolk,
y que supiste burlarte de mis leyes. Sí, fue realmente magistral...
Acabar contigo casi me entristece, porque supone un desperdicio de
grandes cualidades --Zarel meneó la cabeza como si se sintiera
realmente triste--. Si te hubieras presentado ante mi puerta y me
hubieras pedido empleo, me habría encantado otorgarte un nivel.
Garth no dijo nada, sabía que en realidad Zarel no le estaba
hablando a él; sus palabras iban más dirigidas a su propio orgullo.
--Un nivel de luchador que habría venido acompañado de poder,
oro, mujeres... Con lo que desearas, fuera lo que fuese. Creo que eres
lo bastante bueno como para haber podido llegar a ser mi segundo,
porque el hombre que ahora ocupa esa posición es poco más que una
mascota.
Zarel guardó silencio y le contempló con expresión gélida.
--Pero tú no deseabas eso, ¿verdad, tuerto? --preguntó.
Su voz había adquirido un tono de frío desprecio.
--Eres un luchador de la vieja escuela, y por eso me odias --siguió
diciendo--. Qué estúpido eres, qué increíblemente estúpido...
Y su voz se fue debilitando poco a poco hasta que Zarel se calló,
como si estuviera contemplando un lugar muy lejano.
--¿Quién eres?
Las palabras surgieron de la boca de Zarel como un latigazo y
sobresaltaron a Garth, que retrocedió ante el poder encerrado en ellas.
De nuevo hubo una fugaz contienda de voluntades, con la intención de
pillar a Garth por sorpresa, y poco faltó para que la barrera fuese
atravesada.
Zarel sonrió.
--Te estás debilitando... --dijo--. Y sabes que si no cedes puedo
hacer que tu muerte sea horrible, ¿verdad?
--Puedes intentarlo --murmuró Garth--. ¿Y después qué? Nunca
conocerás la verdad y yo estaré muerto. Lo que te atormenta es el
misterio, ¿no? El misterio y el miedo...
Zarel se puso en pie y le dio la espalda durante un momento, y su
capa polícroma despidió un sinfín de destellos bajo la claridad de las
antorchas.
Zarel acabó volviéndose de nuevo hacia él, dejó escapar un
suspiro y se sentó.
--El tormento que te he infligido es meramente momentáneo.
Dime lo que quiero saber y todo habrá terminado. Entonces podrás
alejarte hacia el gran sueño. Calla, y te entregaré al Caminante para
que sufras de una manera espantosa durante muchísimo tiempo... Y
créeme que no exagero cuando digo «muchísimo».
--Así que ése es el verdadero Caminante, ¿eh? --preguntó
Garth--. ¿Acabas de revelarme el rostro oculto detrás de la máscara
de su poder y del atractivo que ejerce sobre el populacho?
Zarel bajó la cabeza durante un momento, como si acabaran de
sorprenderle profiriendo una blasfemia.
--Tú puedes controlar el maná --murmuró por fin--. Ya conoces el
poder del maná rojo y del maná negro, y él lo posee en gran
abundancia. Sólo un estúpido pensaría otra cosa. Ah, el Caminante es
realmente terrible en su poderío, pues de lo contrario... Vamos, ¿cómo
crees que podría controlar un poder semejante salvo siendo como es?
Sólo responde ante el Eterno e incluso el Eterno deberá esperar hasta
que llegue el Ragalka, el día de la destrucción y las lamentaciones.
Zarel hablaba como si estuviera conversando con un igual sobre
una verdad que resultaba muy desagradable, pero a la que era preciso
enfrentarse de una manera calmada y racional.
--No te permitirá escapar al reino de los muertos --continuó--. El
Caminante te retendrá en sus manos como un entretenimiento con el
que jugar y divertirse. Podrían transcurrir eones antes de que se
hartara de ti y te concediera la liberación final. Y ése es el destino que
te ofrezco si no cooperas conmigo.
--Y también eso es lo que hace a quienes incurren en su ira --dijo
Garth con la voz endurecida por una rabia helada.
Zarel se removió y le contempló con obvia sorpresa. Tras un
momento, volvió a lanzar un sondeo.
Garth resistió y no dijo nada.
--Noto que eso te preocupa, ¿verdad? --siguió diciendo Zarel--.
¿Tienes algún plan no sólo contra mí, sino contra el mismísimo
Caminante?
Las palabras eran como latigazos implacables que caían sobre
Garth.
Zarel asintió lentamente.
--¿Por qué has venido aquí, tuerto? --preguntó--. ¿Quién te ha
enviado, y por qué lo ha hecho?
--Nunca lo sabrás.
--¡Maldito seas!
Zarel le abofeteó con tanta fuerza que Garth sintió que se le
nublaba la visión.
Garth le contempló sin inmutarse, y escupió la sangre que le
llenaba la boca sobre el rostro de Zarel.
--Me temes, ¿verdad? --murmuró Garth--. Incluso ahora, cuando
estoy encadenado y en tus manos... Sí, me temes, y también temes lo
que puedo ser.
--¡Debería matarte ahora mismo! --exclamó Zarel, y alzó la mano
como para asestar un golpe letal.
--Adelante. Hazlo, y nunca podrás estar seguro. No sabrás si hay
más como yo, esperando y urdiendo planes...
--Eres de la Casa de Oor-tael, eso está claro.
Garth se limitó a sonreír.
--Nunca lo sabrás --repitió.
--Os destruí a todos... Acabé con todos vosotros. Lo que queda no
son más que perros patéticos a los que cazo para divertirme.
--Si eso es verdad, ¿por qué me temes incluso ahora, cuando
estoy encadenado en tu mazmorra?
--No temo a ningún hombre o mujer.
--Dices eso para convencerte a ti mismo con meras palabras, pero
no significan nada para mí porque puedo ver la verdad que ocultas
dentro de ti.
Zarel bajó la mirada hacia Garth, y un fugaz destello de miedo
ardió en sus ojos.
--Intentas llegar a la meta oscura, igual que antes hizo tu Maestre,
y estás metido en una carrera desesperada --dijo Garth--. Cada año
debes pagar el tributo de maná al Caminante y al mismo tiempo
quedarte con una parte cada vez más grande hasta acumular el poder
suficiente para transformarte en algo como él.
--¿Cómo sabes eso?
--Todo el mundo lo sabe --murmuró Garth, y dejó escapar una
carcajada helada--. ¿Acaso crees que los demás son lo bastante
estúpidos como para no verlo?
Zarel se removió nerviosamente.
--¿Y no se te ha ocurrido pensar que te temen por ello? --siguió
diciendo Garth--. Recuerdan lo que hicisteis a la Casa de Oor-tael para
servir a tu Maestre. Y ahora se dan cuenta de lo estás haciéndoles a
ellos, de como vas desangrando lentamente a las Casas mediante el
Festival. Tú sobornas a los Maestres año tras año y ellos cierran los
ojos..., pero eso no durará siempre. Todo se está desmoronando. La
rabia de los Maestres, la rabia de la turba... Y el Caminante no tardará
en estar al corriente de todo.
--¿Es eso lo que buscas? --preguntó Zarel--. ¿Quieres llegar
hasta el Caminante y contárselo?
Garth se rió.
--Tal vez --replicó.
Zarel recorrió la habitación con la mirada y dejó escapar una risita.
--¿Sabes cuántos han intentado acabar con mi poder?
--preguntó--. Bien, pues todos ellos han terminado ahí arriba...
Alzó una mano y señaló las cadenas de la pared, varias de las
cuales sostenía cadáveres putrefactos y esqueletos.
Garth sonrió.
--Ya dije que te temen, pero no ves lo que acabará trayendo ese
miedo --replicó--. Piensas que mantendrá controlados a tus enemigos,
pero también puede empujarlos a actos desesperados. Pronto no
habrá cadenas suficientes para contenerles, y al final la turba o las
Casas te harán pedazos.
Garth rió, y su voz entrecortada y jadeante convirtió la carcajada
en un cloqueo aterrador.
--¿Quién eres? --preguntó Zarel.
Garth le escupió a la cara.
Zarel dio un grito de rabia, y le abofeteó una otra vez sin que
Garth dejara de reír ni un instante. En lo más profundo de su corazón,
éste estaba rezando para que pudiera provocarle hasta el extremo de
que Zarel acabara con él sin más tardanza, asestando el golpe mortal
que le permitiría ir hacia las sombras, y que al menos serviría para
dejar a Zarel atormentado por la incertidumbre y el miedo.
El diluvio de golpes cesó por fin y Garth volvió a alzar la mirada y
vio al Gran Maestre inmóvil sobre él, jadeando para recuperar el
aliento y con la capa manchada de sangre.
--No --murmuró Zarel--. No escaparás... No escaparás.
Zarel giró sobre sí mismo, fue hacia la puerta y la abrió. Después
se detuvo en el umbral y se volvió hacia Garth.
--¿Sabes qué son los mil cortes? --preguntó.
Garth sintió que un escalofrío helado recorría todo su cuerpo.
--Piensa en ellos, pues pronto serán practicados sobre tu cuerpo
--siguió diciendo Zarel--. Pero mi torturador es un hombre de grandes
habilidades, y para cuando seas llevado a rastras ante el Caminante
no serás más que un despojo humano, ciego, sin dedos en las manos
o en los pies..., y sin tu virilidad. Disfrutaré mucho viéndolo. ¡Drogadle!
Y Zarel salió escupiendo maldiciones.
Los dos torturadores volvieron a aparecer junto a Garth pasados
unos momentos, y sonrieron mientras uno le obligaba a abrir la boca y
el otro vertía por su garganta un bebedizo que sumió a Garth en un
sueño febril donde era incapaz de controlar sus pensamientos, por lo
que no podía ordenar a su corazón que dejara de latir.
Garth perdió el conocimiento y quedó plácidamente inmóvil sobre
el potro, y los dos torturadores rieron mientras tensaban las cadenas
para dejarle estirado sobre aquella mesa del dolor.
El Gran Maestre avanzó por el pasillo oscuro y húmedo. Estaba
absorto en sus temores, y no prestaba atención a los gemidos de los
otros residentes de sus mazmorras. Todo el sótano hedía con su
pestilencia y con las emanaciones malolientes que brotaban desde los
agujeros de las cloacas abiertos en mitad del pasillo para servir como
una forma rápida de librarse de cadáveres y trozos de cuerpos.
--¡Uriah! --gritó de repente.
El enano giró sobre sí mismo con las facciones empalidecidas por
el miedo.
--¿Qué estás haciendo aquí? --preguntó Zarel.
--Habéis mandado llamarme, mi señor.
Zarel contempló en silencio al luchador deforme, y se preguntó si
habría estado escuchando escondido.
Después permaneció inmóvil durante unos momentos, sintiéndose
incapaz de controlar el torbellino de emociones que se agitaba dentro
de él. El luchador tuerto tenía que ser de la Casa Turquesa. Sí, pero...
¿Cómo era posible? ¿Cómo podía haber sobrevivido? Sería
demasiado joven, apenas un muchacho. El Gran Maestre hurgó entre
sus pensamientos, pues oculto entre ellos se agazapaba un recuerdo
a medio formar que no era capaz de ver con claridad, y eso resultaba
todavía más inquietante.
Uriah tosió nerviosamente, y el sonido hizo que Zarel volviera a
ser consciente de lo que había a su alrededor.
--¿Han encontrado a su sirviente? --preguntó.
--Todavía no, mi señor.
--Y Varnel... ¿Ha entregado la bolsa?
--Dice que no puede hacerlo.
--¡Maldición!
Zarel abofeteó a Uriah con tal fuerza que el enano chocó contra la
pared y alzó la mirada hacia él, aturdido y aterrorizado.
--Dile a Varnel que quiero esa bolsa, y al infierno con el precio...
--gruñó Zarel--. Pidió tres mil monedas de oro sólo por cerrar la puerta,
¿no? Pues hazle saber que si no me la entrega es muy posible que su
traición llegue a hacerse pública. Si es necesario, ofrécele diez mil
monedas de oro. Ah, y también quiero al sirviente... Debe de saber
algo, y no tiene la mente de un luchador. No podrá resistirse como el
tuerto.
Uriah se había llevado una mano a la mejilla abofeteada, que
estaba roja y empezaba a hincharse.
Zarel bajó la mirada hacia él.
--¿Alguna cosa más? --preguntó, en un tono que se había vuelto
repentinamente gélido.
Uriah meneó la cabeza con los ojos llenos de lágrimas de dolor y
miedo.
--¡Sal de mi vista, maldito seas!
Uriah se fue corriendo y Zarel siguió avanzando entre maldiciones
ahogadas, evitando tragar el hedor pestilente que se agitaba a su
alrededor.
Tuvo la sensación de que algo no iba del todo bien y se quedó
inmóvil con los sentidos alerta. Pero solo detectó los sollozos
ahogados de Uriah y todos esos gemidos quejumbrosos de las
mazmorras. Zarel se marchó hecho una furia.
_____ 9 _____

--¡Maldición!
El sonido del golpe sobresaltó de tal manera a Hammen que se
pegó al muro de la cloaca, tan asustado que apenas se atrevió a
respirar. Volvió la mirada hacia Norreen, que seguía inmóvil y tranquila
con la espada desenvainada y los ojos clavados en el pequeño círculo
de luz que brillaba delante de ellos en la oscuridad.
Podía oír con toda claridad los gimoteos de Uriah.
--Dile a Varnel que quiero esa bolsa, y al infierno con el precio...
Hammen se volvió hacia Varena, que sonrió mientras escuchaba
la voz enfurecida de Zarel.
--Pidió tres mil monedas de oro sólo por cerrar la puerta, ¿no?
--siguió diciendo Zarel--. Pues hazle saber que si no me la entrega es
muy posible que su traición llegue a hacerse pública.
Varena se removió, y sus rasgos se pusieron tensos por la ira.
--Si es necesario, ofrécele diez mil monedas de oro. Ah, y también
quiero al sirviente... Debe de saber algo, y no tiene la mente de un
luchador. No podrá resistirse como el tuerto.
Hammen sintió ganas de soltar un juramento, y casi sonrió al
imaginar lo que ocurriría si una voz surgiera repentinamente de la
cloaca mandando a Zarel a irse a los infiernos.
--¿Alguna cosa más? --gritó Zarel.
Hubo un corto silencio.
--¡Sal de mi vista, maldito seas!
Hammen esperó un momento y reanudó su cauteloso avance. La
mano de Varena salió disparada hacia adelante agarrándole, y
Hammen vio que meneaba la cabeza en señal de advertencia.
Parecía contener el aliento, y Hammen percibió una ondulación de
poder, como si Varena estuviera haciendo un gran esfuerzo para
bloquear algo que se cernía sobre ellos. Transcurrido un tiempo
Varena acabó soltando un suspiro e inclinó la cabeza exhausta.
Después volvió la cabeza hacia Norreen y asintió. La benalita empezó
a avanzar moviéndose con una fluida agilidad felina, sin hacer ningún
ruido mientras se deslizaba por entre las aguas viscosas que le
llegaban hasta medio muslo. Hammen y Varena la siguieron, y los tres
acabaron deteniéndose justo allí donde empezaba la reja incrustada
en el techo de la cloaca.
Norreen alzó los brazos y tanteó un lado de la reja con las puntas
de los dedos, y después volvió la cabeza hacia Hammen y asintió.
Hammen avanzó y Norreen le alzó en vilo, siseando una advertencia
cuando Hammen intentó deslizar las manos a lo largo de sus
costados. Hammen sacó una ganzúa de su manga y empezó a
levantarla.
--El bebedizo mantendrá inconsciente a esa escoria --dijo una voz
encima de su cabeza, y oyeron una carcajada enronquecida.
Hammen se había quedado paralizado, y Norreen permaneció
totalmente inmóvil.
Un pie se posó sobre la reja, y Hammen cerró los ojos y esperó.
--¿Por dónde crees que empezará el hombre de los cortes?
--preguntó la primera voz.
--¿Por dónde te parece? --respondió otra voz, y hubo una nueva
risotada.
--No... Siempre reserva eso para el final. Te apuesto cinco
monedas de cobre a que empieza por las manos.
--¿Cuál de las dos?
Hubo un momento de silencio.
--La derecha.
--De acuerdo, cinco monedas de cobre.
La risa enronquecida volvió a romper el silencio.
Un instante después Hammen sintió que un líquido caliente caía
sobre su cara, y tuvo que aguantar la tentación de empuñar su daga y
acuchillar hacia arriba a través de la reja.
--Ah... Mejor, mucho mejor.
Los dos hombres siguieron su camino.
Hammen volvió a alzar la mano y metió la ganzúa en la cerradura
de la reja.
Estaba oxidada. Intentó forzarla, pero el metal se negó a ceder.
Hammen bajó la mirada hacia Varena.
--Está atascada y no puedo abrirla --murmuró--. Utiliza un
hechizo.
--Podría atraer la atención. Engrásala.
Hammen cogió un frasquito metálico que llevaba colgando del
cuello, le quitó el corcho con los dientes y volvió a alzar la mano. Echó
aceite sobre los goznes de la reja, y después derramó el resto sobre la
cerradura. Unas cuantas gotitas de aceite cayeron sobre su rostro, y
Hammen sintió el escozor de las que le entraron en los ojos.
Volvió a manipular la cerradura, y ésta siguió negándose a ceder.
El sudor empezó a perlar su cara a pesar de la fría humedad de la
cloaca.
--¿Qué está pasando? --murmuró Norreen.
--No tengo ningún punto de apoyo que me permita hacer
presión... No quiere ceder.
--¡Continúa esforzándote, maldita sea!
--Súbeme un poco más.
Norreen le levantó con un gruñido de esfuerzo hasta dejarle un
poco más cerca de la reja, y Hammen se agarró a ella con una mano
mientras metía la otra por entre los barrotes para seguir luchando con
la cerradura.
Los ecos de una carcajada enronquecida resonaron en la lejanía,
pero la única respuesta fue un grito quejumbroso cerca de ellos.
--¡Calla o te cortaremos la otra mano, maldito seas! --gritó una
voz.
Hammen oyó pisadas que se acercaban y volvió a quedarse
inmóvil después de sacar la mano de entre los barrotes. Alguien
estaba yendo de una celda a otra y abría las mirillas para echar un
vistazo a los prisioneros. Momentos despues y el guardia se pasó
sobre la reja. Luego abrió otra mirilla.
--¡Maldición! Eh, Grimash, este bastardo se ha ahorcado...
--Bueno, ¿y qué quieres que haga yo? --gritó una voz lejana.
--Abre la reja, para librarnos del cuerpo.
Hammen bajó la mirada hacia Norreen.
--Déjalo en la celda hasta mañana.
--Si hay que hacerlo, hay que hacerlo, ¿no? Ven de una vez.
--Oh, de acuerdo.
Hammen contempló a Norreen con los ojos desorbitados por el
terror. Norreen le bajó sin hacer ruido, y los tres se apresuraron a
retroceder alejándose de la reja.
Oyeron pasos sobre sus cabezas, y un instante después pudieron
escuchar el sonido del pestillo de una puerta al ser descorrido.
--Maldita sea, cómo apesta... ¿Cuándo le echaste un vistazo por
última vez?
--No sé. Creo que lo trajeron ayer, o quizá fuese antes de ayer...
--¡Maldito seas! Venga, cógelo por ahí... Menudo hedor.
Los dos guardias murmuraron unas cuantas maldiciones mientras
un cuerpo era arrastrado sobre el suelo. Una sombra apareció encima
de sus cabezas, y oyeron el ruido de una llave girando dentro de una
cerradura. La cerradura acabó cediendo con un chasquido metálico y
la reja fue levantada.
--Aquí pasa algo raro.
--¿Qué quieres decir?
--La llave... Mira. Está cubierta de aceite.
--Bueno, eso es que alguien echó aceite en la cerradura, ¿no?
--¿Quién? Te aseguro que yo no he sido.
--Oh, calla de una vez y tiremos este fiambre. Huele tan mal como
para hacer vomitar a un gusano.
El cuerpo cayó por el hueco de la reja y chocó con las aguas
fangosas, salpicando a las tres siluetas agazapadas en la cloaca. Pero
el cadáver estaba rígido como una tabla, y en vez de ceder a la
corriente de la cloaca y dejarse arrastrar por ella, quedó atascado en
posición vertical con la cabeza chocando contra el círculo de piedras
que había justo debajo de la reja. Hammen intentó no sucumbir a las
náuseas. Las sombras hacían que el rostro del cadáver resultara
invisible, salvo por un delgado rayo de luz que revelaba la lengua
ennegrecida que sobresalía de un rostro hinchado hasta el extremo de
parecer un globo. La cuerda hecha de trozos de harapos con la que se
había ahorcado estaba incrustada en la piel gris verdosa del cuello.
Los guardias se inclinaron sobre el hueco de la reja para echar un
vistazo, y uno de ellos empezó a reír.
--Parece que le gusta estar ahí abajo... No quiere irse, ¿eh?
--Bueno, pues baja y dale un empujón.
--No, dejémosle donde está. La verdad es que resulta bastante
gracioso, ¿no? Mírale, ahí de pie en la cloaca...
--Tenemos que sacarlo de ahí, maldita sea. Si le dejamos ahí,
todo acabará apestando.
--Como si la clientela fuera a quejarse.
--Oye, sácalo de ahí de una vez.
Una mano se metió por el hueco de la reja, agarró al cadáver por
la nuca y le dio un empujón. La corriente empezó a impulsar las
piernas del muerto hacia adelante..., y Hammen gritó.
Los ojos desorbitados de Hammen se encontraron contemplando
el rostro de Petros, uno de los miembros de su hermandad y un amigo
que sólo tres días antes había estado compartiendo las pulgas y piojos
de su refugio.
El grito de Hammen fue respondido por los dos guardias, que
saltaron hacia atrás dominados por el horror.
--¡Salgamos de aquí!
Varena pasó junto a Hammen propinándole un empujón que le
hizo caer de bruces en el agua fangosa, con el resultado de que
empezó a ser arrastrado por la corriente con su querido amigo flotando
junto a él.
Varena alzó la vista y levantó una mano, y un chorro de llamas
salió disparado hacia arriba y envolvió a un guardia haciendo que
cayera de espaldas. El otro guardia huyó, aterrorizado. Varena se
agarró a los lados del agujero de acceso y salió de la cloaca, y
Norreen se apresuró a seguirla.
--¡Me estoy ahogando!
Norreen volvió la mirada a Hammen, titubeó un momento y,
soltando una maldición, volvió a por él, agarrándole por el pelo y
tirando de su cabeza hacia la abertura. Después Norreen alzó en vilo a
un empapado y medio asfixiado Hammen a través del hueco de la
reja.
Hammen se derrumbó sobre el suelo de la mazmorra y rodó sobre
sí mismo para alejarse del guardia, que se retorcía de un lado a otro
mientras lanzaba alaridos histéricos e intentaba apagar las llamas que
envolvían su cuerpo.
Norreen salió del agujero, y su espada bajó con la velocidad del
rayo y puso fin a los aullidos del guardia.
--¿Cuál es su celda? --gritó.
Varena llegó corriendo desde el final del pasillo.
--Ha escapado... --dijo--. No disponemos de mucho tiempo.
--¿Cuál es su celda, maldición? --volvió a preguntar Norreen.
Varena miró a su alrededor, sintiéndose cada vez más confusa. El
plan de entrar e inspeccionar las celdas sin ser vistos se había
malogrado.
--¡Tiene que estar por este extremo! --exclamó.
Empezó a recorrer el pasillo, haciendo un rápido gesto delante de
cada puerta y destrozando una cerradura detrás de otra. Norreen la
seguía e iba abriendo las puertas de un manotazo.
Hammen yacía aún en el suelo y las observaba, todavía
visiblemente afectado por el recuerdo de los restos de su amigo.
--¡Vigila el corredor, Hammen!
Hammen se levantó mascullando y se tambaleó por el pasillo. Un
estrépito infernal se había desencadenado a su alrededor en cuanto
los prisioneros empezaron a aullar pidiendo ser liberados.
Dio la vuelta al cuerpo calcinado del guardia muerto y encontró
sus llaves. Hammen volvió sobre sus pasos y se puso a abrir las
puertas de las celdas. Algunas de las víctimas que contenían estaban
más allá de toda esperanza de salvación, otras estaban encadenadas
a las paredes, y algunas solo alzaron la mirada para implorar agua o,
sencillamente, que se pusiera fin a su tormento. Las lágrimas le
nublaron la vista, y Hammen siguió avanzando por el pasillo. Los
prisioneros iban saliendo de las celdas con paso tambaleante.
--¡Bajad a la cloaca y seguid la corriente! --gritó Hammen mientras
les empujaba hacia la reja.
Los hombres y las mujeres se alejaron lentamente.
Uno de ellos fue cojeando hasta Hammen.
--Hammen...
Su voz apenas era un graznido enronquecido.
Hammen se dijo que aquel hombre le resultaba familiar, y un
instante después reconoció al miembro de su hermandad que no tenía
manos.
--Sal de aquí y cuéntaselo a los demás... Cuéntaselo a todo el
mundo --murmuró Hammen--. Diles que fue el luchador tuerto quien os
liberó. Escóndete con los de la hermandad de Lothor, ya me reuniré
contigo allí más tarde.
La sonrisa del viejo mendigo iluminó su rostro ensangrentado, y
se apresuró a meterse por el agujero de la cloaca.
Un instante después Hammen oyó pasos a la carrera que
llegaban desde el otro extremo del pasillo.
--¡Ya vienen!
--¡Hemos dado con él!
Hammen miró por encima de su hombro. Norreen estaba saliendo
de una celda llevando a Garth en brazos, y Varena pasó junto a ella y
corrió hacia Hammen.
Un dardo de ballesta pasó siseando al lado de Hammen y rebotó
en una pared levantando chispas. Varias antorchas aparecieron al otro
extremo del bloque de celdas.
--¡Muévete!
Hammen no necesitó que le apremiaran, corrió hacia ella y se
detuvo delante del agujero de la cloaca.
Varena alzó la mano, y una gran horda de ratas surgió de la nada
y echó a correr por el pasillo chillando y gruñendo. Un muro de fuego
se alzó directamente detrás de ellas y empezó a seguirlas,
impulsándolas hacia el final del pasillo.
Norreen fue hacia el agujero, llevando a Garth en brazos.
--¡Hammen primero!
Hammen bajó la mirada hacia la oscuridad, titubeó, y un pie le
pateó por detrás. Cayó a la cloaca maldiciendo, se sumergió en las
aguas malolientes y volvió a la superficie, debatiéndose e intentando
evitar que sus pies resbalaran sobre el viscoso fondo.
--¡Cógele!
Norreen bajó a Garth con los pies por delante y le soltó. Garth
cayó a la corriente y Hammen tuvo que esforzarse para mantener su
cabeza fuera del agua. Luego Norreen saltó a la cloaca gritando:
--¡Venga, Varena, salgamos de aquí!
La luchadora Naranja saltó detrás de ella, y el potente resplandor
del fuego se extinguió sobre su cabeza con un último parpadeo; pero
pudieron seguir oyendo a las ratas, que lanzaban chillidos mientras
luchaban por su cena entre los aullidos y gritos de los guardias.
Las dos mujeres incorporaron a Garth y empezaron a avanzar,
medio nadando a favor de la corriente y medio caminando en ella.
Cuando pasaron por debajo de otra reja alguien metió una lanza entre
los barrotes, y poco faltó para que se hundiera en el hombro de
Hammen.
--La llave... ¿Dónde está la maldita llave? --gritó una voz iracunda
sobre sus cabezas, y un instante después ya la habían dejado atrás.
La cloaca descendía en una pendiente bastante pronunciada y la
corriente fue incrementando su velocidad, siguiendo la cuesta que
bajaba desde el palacio. Llegaron a la reja de barrotes de acero que
atravesaba la cloaca e indicaba el final del recinto palaciego. Se
metieron por la angosta abertura que Hammen y Norreen habían
tardado horas en agrandar, logrando deslizarse por ella con muchos
gruñidos y maldiciones, y después empezaron a serpentear por el
laberinto de trampas, ignorando los esqueletos de anteriores intentos
de rescate que habían fracasado y que colgaban empalados de la
pared.
Dejaron atrás una abertura a su derecha y después pasaron al
lado de otra, y siguieron avanzando en las tinieblas más absolutas.
Muy por delante de ellos podían oír los ecos de las voces de los
prisioneros que Hammen había dejado en libertad.
--¿Por qué los has soltado? --preguntó secamente Varena.
--Para que los guardias los persigan a ellos en vez de a nosotros
--mintió Hammen--. La tercera a la derecha... --anunció un instante
después--. Aquí es.
Estuvo a punto de ser arrastrado por la corriente y pasar de largo,
y tuvo que agarrarse desesperadamente a un lado de la abertura
hasta que Norreen extendió el brazo y tiró de él. Un débil destello
luminoso era visible a lo lejos en el pasillo, y de un desagüe para las
tormentas que se abría sobre sus cabezas llegaba el estruendoso
trompetear de los clarines. Un delgado haz de claridad diurna entró
por el orificio, y pudieron oír los gritos de la turba por encima de los
clarines.
--¡Tuerto! ¡Tuerto!
La noticia ya había empezado a difundirse.
Siguieron avanzando por la cloaca en un lento progreso que les
obligaba a luchar contra la corriente, y dejaron atrás dos aberturas
más mientras el nivel de las aguas fangosas iba descendiendo hasta
llegar a sus tobillos.
De repente Varena extendió la mano, y oyeron un rechinar de
metal sobre piedra y una linterna fue bajando ante ellos a unos veinte
metros de distancia.
Varena movió la mano indicándoles que debían tumbarse.
Hammen obedeció al instante. Pegó el rostro al barrizal y vio aparecer
una cabeza invertida que giró lentamente, volviéndose primero hacia
el otro extremo de la cloaca y luego hacia ellos. Había mucho ruido y
se oían gritos. El guardia clavó la mirada en ellos y después empezó a
levantar una mano como si les hubiese visto..., y dejó escapar un grito
y se precipitó de cabeza en la cloaca cayendo sobre la linterna, que se
extinguió al quedar sumergida en las sucias aguas.
--¡Vamos!
Varena se levantó y siguió avanzando hasta que llegaron junto al
guardia inconsciente. Arriba los disturbios parecían estar en su
apogeo, y el populacho gritaba y rugía mientras se enfrentaba a los
guerreros del Gran Maestre.
Hammen ya estaba a punto de dejar atrás la abertura del techo
cuando alzó la mirada y pudo ver muchas piernas y cuerpos que
corrían y luchaban. Otro guerrero cayó por el agujero y aterrizó con los
pies por delante. Lanzó una maldición y empezó a incorporarse, pero
su grito de alarma fue bruscamente abortado por la hoja de Norreen.
Continuaron avanzando por la cada vez más angosta cloaca,
siguiendo a Hammen mientras torcía hacia la izquierda primero y a la
derecha después, y luego nuevamente hacia la izquierda.
Hammen acabó deteniéndose.
--Aquí es --murmuró.
Habían llegado a un cruce en el que se unían cuatro conductos
iluminados gracias a una angosta abertura protegida por una reja que
se abría justo encima de sus cabezas. Un conducto estaba seco, y en
su interior había cuatro fardos envueltos en pieles embreadas junto a
los que había una docena de odres llenos de agua.
Norreen y Varena acostaron delicadamente a Garth en el suelo.
Garth se agitó de un lado a otro como si se hallara sumido en un
sueño febril, y sus labios se movieron dejando escapar murmullos
ahogados.
--Padre, no... Padre... Padre...
Varena fue hacia él, metió la mano en la bolsa de Garth y extrajo
de ella un amuleto que colocó sobre su frente. Una leve iridiscencia
luminosa envolvió el rostro de Garth como si fuese un halo, y las
profundas arrugas del dolor se fueron difuminando poco a poco.
Hammen contempló con asombro cómo iban desapareciendo del
maltrecho rostro de Garth las hinchazones provocadas por los golpes.
Los cortes que había abierto la mano cargada de anillos de Zarel se
cerraron, y finalmente la herida de su hombro también se cerró. Garth
suspiró y después pareció quedarse totalmente inmóvil, y por un
momento Hammen pensó que estaba muerto y que el espíritu de
Garth había abandonado su cuerpo.
--De momento deja que descanse --murmuró Varena--, y no le
pierdas de vista.
Volvió al cruce de los conductos de las cloacas y empezó a
desnudarse tranquilamente. Norreen la imitó.
Varena ya estaba a medio desnudar cuando volvió la cabeza y vio
dos ojos que brillaban en la semioscuridad.
--¡Maldición, Hammen! --exclamó secamente--. Esto es lo único
que nunca me ha gustado del plan...
Cogió la capa, y se las arregló para colgarla de tal forma que
tapara la abertura en la que Hammen estaba sentado al lado de Garth.
Hammen empezó a arrastrarse sigilosamente hacia ella para
poder mirar.
--Hammen, si veo tu sucia cara te convertirás en un mendigo
ciego --dijo Varena en voz baja y suave.
--¿Qué te parecería conformarte con un ojo?
--¡Ocúpate de Garth! Lávale, ¿de acuerdo?
Hammen lanzó un juramento ahogado y empezó a luchar con las
malolientes ropas mojadas de Garth. Logró quitarle los pantalones y
se concentró en la túnica ensangrentada, y acabó desenvainando una
daga para cortarla mientras podía oír cómo las dos mujeres se
echaban agua mutuamente al otro lado de la cortina improvisada para
quitarse la mugre de las cloacas.
--¡Maldición! Y yo que imaginaba que aún quedaba algo de
gratitud en este mundo... --siseó cuando por fin consiguió quitarle la
túnica a Garth.
Y un instante después se quedó totalmente inmóvil. Había una
cicatriz tan fina que casi resultaba invisible a lo largo del brazo
derecho de Garth, y el verla hizo que los ojos de Hammen se llenaran
de lágrimas que empezaron a deslizarse por sus sucias mejillas.
Una mano apartó la capa, y Hammen dio un respingo y alzó la
mirada para ver a Varena, que estaba contemplándole mientras se
secaba el cabello.
--Vamos, deja que te ayude --murmuró Varena.
Hammen se pasó la mano por la cara para ocultar sus lágrimas.
Varena descorchó otro odre y derramó su contenido sobre Garth,
y después utilizó la toalla para quitar la suciedad. Norreen se reunió
con ellos y no tardaron en acabar de asearle. Hammen permanecía
inmóvil y en silencio, absorto en sus pensamientos.
--Bueno, tú también apestas... Venga, lávate --ordenó Varena en
cuanto hubo terminado de ocuparse de Garth--. Nosotras nos
encargaremos de vestirle.
Hammen se señaló el pecho con un dedo mientras ponía cara de
sorpresa.
--¿Lavarme? ¿Yo?
--¿Crees que puedes volver arriba y pasearte oliendo tan mal
como ahora? ¡El hedor te delataría enseguida, así que lávate de una
vez!
--Vete con los demonios.
Varena alzó la mano sin inmutarse y Hammen sintió una punzada
de dolor.
--¡Maldita sea, eso duele!
--La próxima vez te dolerá el doble. ¡Y ahora lávate!
Hammen fue hasta el cruce de los conductos mascullando
maldiciones y empezó a quitar el corcho de un odre de agua.
--Antes tienes que desnudarte.
Hammen las contempló, boquiabierto.
--Estás bromeando, ¿no?
Hammen volvió a sentir la punzada de dolor y, tal como le había
prometido Varena, esta vez era el doble de intenso.
Hammen se quitó la túnica y los pantalones mascullando una
imprecación detrás de otra.
--Todo --dijo Norreen sin inmutarse.
Hammen abrió la boca para protestar y Varena alzó la mano.
--¡Bueno, pues entonces quiero tener un poco de intimidad!
--exigió mientras intentaba volver a colocar la capa en el hueco.
Hammen acabó de desnudarse y empezó a lavarse, torciendo el
gesto al sentir la frialdad del agua que se derramaba sobre su
cuerpo..., y un instante después la capa cayó al suelo.
Norreen y Varena le miraron y empezaron a soltar risitas.
Hammen giró sobre sí mismo con el rostro enrojecido por la rabia y la
humillación, y las risas de las dos mujeres se volvieron todavía más
estrepitosas.
--Menudas damas habéis resultado ser --dijo secamente Hammen
en cuanto hubo acabado, y Varena le alargó un paño para secarse.
Hammen se apresuró a coger su fardo de ropas y se las puso,
sintiéndose bastante incómodo al notar el roce de la tela limpia sobre
su piel lavada.
Las dos mujeres volvieron a concentrar su atención en Garth, y le
vistieron con ropas limpias después de haber acabado de secarle.
--Así que estás interesada en él, ¿eh? --preguntó Varena, y alzó
la mirada hacia Norreen.
--Es un buen luchador --replicó Norreen--. Entonces no quise
admitirlo, pero me salvó la vida al evitar que recibiese una puñalada en
la espalda. Estoy en deuda con él.
--No me refería a eso.
Norreen bajó la mirada hacia Garth.
--No es de mi clan --dijo.
--Eso tampoco tiene nada que ver con mi pregunta.
--Oh, pero no cabe duda de que tú sí estás muy interesada en él
--intervino Hammen, mirando fijamente a Varena.
--Garth no significa nada para mí --replicó Varena sin inmutarse, y
Hammen soltó una risita.
--Vaya vida... Dos mujeres vistiéndole, una ya se ha acostado con
él y la otra quiere hacerlo. Vaya vida...
Norreen volvió la cabeza hacia Hammen y le fulminó con la
mirada.
--Lo que hizo con ella no me importa en lo más mínimo --dijo.
--Oh, claro. Lo que tú digas, por supuesto --replicó Hammen
sarcásticamente.
Varena contempló en silencio a Norreen, y sus rasgos empezaron
a enrojecer.
--Mi obligación hacia Garth habrá terminado en cuanto le
hayamos sacado de aquí --dijo secamente Norreen--. Si tanto significa
para ti... Bueno, puedes quedarte con él.
--Ya te he dicho que no estoy interesada en él --replicó Varena.
--¿Por que no pujáis por Garth? --preguntó Hammen, y sorbió aire
por la nariz.
--Cierra el pico --gruñeron las dos mujeres al unísono.
Un grito lejano que parecía un rugido entró por la reja que había
encima de sus cabezas y fue coreado por otras voces. Pudieron oír
pasos seguidos por más gritos, y un instante después oyeron el
inconfundible chasquido de ballestas disparando sus dardos.
De repente hubo una especie de roce acompañado por una
respiración enronquecida que resonó a lo largo de todo el túnel. Un
gruñido gutural creó ecos en los conductos.
--Mastines --murmuró Norreen.
--¡Ahí abajo hay algo! --gritó una voz.
--¡Levantad la reja!
Norreen alargó la mano hacia su espada.
--Está incrustada en la piedra, y el hueco es demasiado pequeño
para pasar.
--Bueno, pues buscad alguna manera de bajar, maldita sea...
¡Están ahí abajo!
Varena se inclinó sobre Garth, le puso las manos en las sienes
con gran delicadeza y le murmuró algo al oído.
Garth se removió y dejó escapar un gemido ahogado. Varena
volvió a hablarle en susurros.
Garth gritó y trató de erguirse, y Varena le tapó la boca con la
mano.
--¡Están ahí abajo, están ahí abajo!
Garth miró frenéticamente a su alrededor y Varena mantuvo la
mano sobre su boca. De repente se inclinó sobre él, apartó la mano y
depositó un fugaz beso en sus labios.
Hammen estaba muy asustado, pero tuvo que reprimir una risita
ante la mueca de ira que ensombreció los rasgos de Norreen durante
un momento.
El terror fue desapareciendo de los ojos de Garth y Varena se
echó hacia atrás. Después alargó la mano hacia uno de los fardos
envueltos en piel embreada, lo abrió, extrajo de él la bolsa de Garth y
se la puso en el hombro.
--¿Dónde estoy?
Garth pegó la pared al muro al oír más gritos procedentes de
arriba.
--Te hemos sacado de la mazmorra --susurró Norreen, y se
arrodilló junto a él.
--¿Cómo?
--Gracias a Hammen.
Garth volvió la mirada hacia Hammen, que estaba arrodillado
detrás de Norreen. El viejo no dijo nada, y se limitó a contemplarle con
ojos llenos de preocupación.
Garth alargó la mano y le rozó el hombro con las yemas de los
dedos, y Hammen bajó la cabeza.
Después miró a Varena y Norreen y les dio las gracias con una
silenciosa inclinación de cabeza.
--Bien, ahora que la reunión ha terminado, sugiero que salgamos
de aquí lo más deprisa posible --murmuró Hammen, intentando que su
voz sonara lo más firme posible y reprimiendo un temblor lacrimoso.
Pasó junto a Garth y empezó a avanzar por el túnel. Norreen
ayudó a Garth a levantarse, preparada para agarrarle si se
desplomaba.
--Estoy bien --murmuró Garth cuando la mano de Norreen fue
velozmente hacia él para sostenerle, y empezó a seguir a Hammen
con los hombros encorvados para no tropezar con el techo.
Siguieron avanzando por el túnel y dejaron atrás un canal lateral
en el que se oían ecos de voces y el gruñido lejano de un perro.
Hammen se metió por otro conducto, volvió a doblar a la derecha y
acabó deteniéndose.
--Es este desvío --murmuró.
Varena se detuvo detrás de él y miró en la dirección que Hammen
estaba señalando con un dedo.
--La salida está detrás de la calle de los cambistas de monedas, y
da a un patio vacío --le explicó Hammen--. Cambiaron la dirección de
la calle después del último incendio que barrió la ciudad, y ahora ya no
se usa. Escala la pared, ve en dirección este y acabarás
encontrándote detrás de tu Casa. Hay tanta confusión que no deberías
tener muchos problemas para entrar sin ser vista.
Varena echó a caminar por el túnel sin decir ni una palabra, y
después se detuvo de repente y miró hacia atrás.
--Garth...
--¿Sí?
--Sal de la ciudad. Olvídalo, ¿entiendes? No sé qué has venido a
hacer aquí, y no quiero saberlo. Vete de la ciudad... Si te quedas y
tenemos que luchar... Bueno, ya sabes que haré cuanto esté en mis
manos para vencerte, ¿verdad? Mi sessan no me permitirá actuar de
otra manera.
Garth sonrió y no dijo nada.
--Es tuyo, benalita --murmuró Varena--. Sácale de la ciudad.
--No acepto regalos de una hanin Naranja --replicó altivamente
Norreen.
Varena rió y desapareció por el túnel.
Un instante después oyeron los ecos de los ladridos de los
mastines resonando en la dirección por la que habían venido.
--Vamos --dijo Hammen.
Giró sobre sí mismo y les llevó hasta un túnel muy angosto que se
alejaba en dirección opuesta a la que había tomado Varena. El túnel
tenía el lecho tan bajo que tuvieron que arrastrarse sobre las manos y
las rodillas hasta que Hammen acabó deteniéndose y señaló hacia
arriba. Alzaron la mirada y vieron una reja al final de un pozo.
Hammen se dio la vuelta y extendió los brazos. Se agarró a una
resbaladiza protuberancia rocosa, se izó por el conducto y apartó la
reja con los hombros.
Salió cautelosamente por el hueco, se agazapó y miró a su
alrededor. El patio abandonado era una confusión de piedras
ennegrecidas por el fuego medio ocultas por una espesa masa de
arbustos y hierbajos. Al otro lado de un muro semiderruido se podía oír
una tremenda algarabía y gritos exultantes.
--¡Tuerto! ¡Tuerto!
Hammen movió la mano indicando a Garth y Norreen que podían
seguirle. Garth salió por el agujero, y Norreen emergió detrás de él.
Acababa de salir por el hueco cuando oyeron feroces ladridos justo
debajo de ellos.
--¡Han salido, han salido!
Garth volvió a poner la reja en el hueco mientras Norreen cogía
un gran peñasco que colocó encima de ella.
--¡Abrid esa reja, maldición!
Hammen señaló una grieta en la pared que permitía llegar hasta
el callejón. Garth y Norreen fueron hacia ella, y se detuvieron al oír la
risa de Hammen.
Hammen estaba de pie encima de la reja orinando sobre ella, y un
instante después pudieron oír una explosión de juramentos
enfurecidos dentro de la cloaca.
--Se lo debía --anunció Hammen con salvaje alegría, y después
siguió a sus dos amigos al callejón sin dejar de reír.
Cuando llegaron a la calle Garth se tapó la cara y el ojo perdido
con su capa.
--La salida de la ciudad está por ahí --dijo Hammen, señalando el
final de la calle y alzando la voz para hacerse oír por encima del
estrépito de la multitud que se agitaba a su alrededor.
--Me quedo --anunció secamente Garth.
--¡Maldición! --gruñó Norreen.
Garth la miró, y Norreen no dijo nada más.
--De acuerdo, de acuerdo... Bueno, ya nos lo imaginábamos,
¿no? --dijo Hammen--. La Casa de Bolk está al otro lado de la
esquina.
--¿Cómo lo has sabido? --preguntó Garth.
--Nos limitamos a suponer que sería lo que harías.
Los tres se abrieron paso a través de la multitud, que se agitaba y
se empujaba incesantemente. Algunos iban hacia los disturbios de la
Plaza, y otros se esforzaban por alejarse de ellos.
Llegaron al muro de la Casa Marrón, y lo fueron siguiendo hasta
que acabaron llegando a la Gran Plaza.
El caos se estaba extendiendo. Varios millares de personas
gritaban y reían, y lanzaban burlas al grupo de guerreros que pasaba
por un lado del recinto. Allí donde había un desagüe para las
tormentas se veían centenares de cuerpos apelotonados que lanzaban
gritos de ánimo a las cloacas como si el luchador tuerto estuviera
directamente debajo de ellos. Los gritos sarcásticos iban y venían de
un confín a otro de la Plaza. «Está aquí, no, está allá, eh, está por
ahí...» Los guerreros y los luchadores intentaban abrirse paso sin
ningún miramiento a través de la turba, que respondía arrojándoles
todo lo que tuviera a mano.
En algunas zonas de la Plaza ya habían estallado combates, y un
sólido muro de guerreros avanzaba lentamente alrededor del Gran
Palacio del Maestre de la Arena para hacer retroceder al populacho.
Garth se abrió paso hasta el comienzo de las losas marrones que
recubrían el semicírculo de territorio Marrón delante de su Casa. Un
anillo de luchadores se había desplegado alrededor del gran
semicírculo para mantener alejada a la multitud de su terreno sagrado;
pero el estado de ánimo general era casi festivo. La multitud
intercambiaba pullas bienhumoradas con los luchadores, y estaba
claro que éstos disfrutaban con la humillación que estaba sufriendo el
Gran Maestre.
Garth fue hacia el anillo de luchadores y miró a su alrededor.
Acabó viendo lo que buscaba, y se abrió paso a través del gentío
hasta detenerse delante de una silueta gigantesca.
--Naru... --dijo en voz baja.
Hammen dejó escapar un gemido de desesperación y empezó a
retroceder.
--¿Es que te he salvado para esto? --gimió.
--¡Naru!
Esta vez la voz de Garth sonó mucho más firme e imperiosa.
El gigante bajó la mirada hacia Garth, y el brillo del
reconocimiento fue apareciendo poco a poco en sus ojos. La
expresión de su rostro pasó de la sorpresa a una perpleja incredulidad.
La mirada de Naru fue más allá de él durante un momento, como si
estuviera preguntando cómo se las había arreglado Garth para
aparecer ante él, y después volvió a posarse en su rostro. Una mueca
de rabia salvaje empezó a contorsionar sus facciones.
Garth ya se había llevado la mano a la bolsa, y sacó de ella un
paquetito que sostuvo delante de su rostro.
--Es tu bolsa, luchador --dijo--. Un mendigo te la robó. Yo la
recuperé y he estado intentando devolvértela desde entonces...
Incluso he tenido que luchar con el Gran Maestre para protegerla.
Naru bajó la mirada hacia él, visiblemente confuso. Después
alargó una mano vacilante hacia la bolsa, la cogió y la abrió. Hammen
estaba mirándole fijamente, sorprendido ante el brillo de alegría casi
infantil que acababa de aparecer en los ojos del gigante.
Naru se colgó su maná de la cintura y Hammen esperó,
preparado para ver empezar el combate de un momento a otro..., pero
de repente Naru empezó a bailotear de un lado a otro como si
estuviera poseído.
--¡Mis hechizos, mis hechizos!
Garth le observó en silencio. La multitud había estado
escuchándo con atención, y no tardó en comprender lo que acababa
de presenciar.
--Es el tuerto... ¡Está aquí, está aquí!
Cerca de allí un pelotón de guerreros se estaba abriendo paso a
través del gentío. Algunos empezaron a darse la vuelta al oír los gritos,
pero el comandante maldijo al populacho y señaló la dirección opuesta
con expresión enfurecida, y los soldados se alejaron.
Naru volvió la mirada hacia Garth, y había auténtica confusión en
sus ojos.
Garth sonrió y extendió las manos con las palmas hacia abajo en
un gesto de paz.
--¿Puedo unirme a esta Casa y luchar a tu lado, Naru?
Naru guardó silencio un momento, obviamente aturdido ante la
complejidad del problema al que debía enfrentarse. Después volvió a
alzar la mirada hacia el palacio y acabó mirando a Garth.
--Ha sido una buena broma... Sí.
Y alargó el brazo y tiró de Garth, atrayéndole hacia las losas
marrones.
Hammen, perplejo, vio cómo Naru daba una potente palmada a
Garth en los hombros y resplandecía de orgullo como si acabara de
arreglárselas para rescatarle. La multitud, que lo había presenciado
todo, conmovida por el sentimentalismo del momento, lanzó un aullido
de deleite. Hammen se volvió hacia Norreen.
--Supongo que será mejor que vaya con él... Condenado estúpido.
--Cuida de él, Hammen.
--Ven con nosotros. Maldita sea, mujer... Siempre están
contratando guerreros. La ciudad se ha convertido en un sitio
demasiado peligroso.
Norreen meneó la cabeza.
--Cuida de él.
Giró sobre sí misma y empezó a alejarse.
--Norreen... Él te desea, y tú lo sabes.
--Díselo a Varena. No le creará tantos problemas --replicó
Norreen con una sonrisa melancólica, y se dio la vuelta y desapareció
entre el gentío.
_____ 10 _____

Uriah yacía sobre el suelo de la sala de audiencias, temblando de


miedo y maldiciendo a los hados que le habían convertido en una
criatura tan insignificante y a la que resultaba tan fácil despreciar.
Había nacido con la capacidad de controlar el maná, pero también
había nacido con el cuerpo deforme y contrahecho. Al principio había
pensado que conseguiría ser respetado a medida que fuese
aprendiendo a dominar los secretos arcanos, pero ese respeto nunca
había llegado. Aunque hubo un tiempo, demasiado corto y fugaz, en el
que todo había sido distinto; pero la fascinación del poder que le había
ofrecido Zarel fue una tentación irresistible, y Uriah optó por seguirle y
ascender a capitán mediante la traición antes que seguir como un
simple luchador incomprendido por los demás.
Algunos le llamaban esbirro rastrero, y le acusaban de lamer las
botas de Zarel. Uriah consideraba que se limitaba a sobrevivir. Ahora
era capitán de luchadores, aunque algunos sus subordinados
contaban con más poderes que él. Zarel le había ascendido por una
sola razón: Uriah podía ser controlado --y el enano se maldecía a sí
mismo por conocer muy bien esa verdad, la más cruel de todas--, y
soportaría abusos o malos tratos contra los que otros ya se habrían
rebelado por la sencilla razón de que en su vida sólo había conocido
abusos y malos tratos desde el día en que nació.
La sala se hallaba sumida en el silencio más absoluto. Los
guerreros, secretarios y parásitos de la corte permanecieron inmóviles
y callados mientras Zarel volvía a golpear a Uriah.
--¡Tendrías que haber previsto esto, maldito seas! ¿Es que a
ninguno de vosotros se le ocurrió pensar que podrían tratar de
rescatarle a través de las cloacas?
--La puerta de la cloaca fue clausurada hace muchos años, mi
señor, y la zona estaba plagada de trampas. Se consideró que era
imposible que...
--¡Bien, pues no era imposible! Oh, maldición...
El enano no dijo nada, y se limitó a emitir un gruñido de dolor
cuando Zarel le pateó antes de volverse hacia la mensajera que había
enviado a la Casa de Bolk.
--¿Ha habido contestación de Kirlen?
La guerrera envuelta en su armadura bajó la cabeza y no dijo
nada.
--¡Maldición! ¿Qué ha ocurrido?
Zarel parecía estar lo bastante enfurecido como para llegar a
levantar la mano contra ella, pero la mensajera le contempló en
silencio y sin inmutarse. Zarel titubeó durante un momento y acabó
lanzándole otra salvaje patada a Uriah.
--¿Dijo algo?
--Dijo que debíais llevar a cabo una acción físicamente imposible
sobre vuestra propia anatomía, mi señor --acabó replicando la
guerrera.
Zarel la fulminó con la mirada, y se dio cuenta de que había una
leve sombra de desafío en el tono que había empleado al responderle.
--Sigue.
--Declaró que el tuerto se ha convertido oficialmente en un Bolk, y
que en calidad de tal disfruta del derecho de inmunidad de la
hermandad, que le pone a salvo de ser perseguido por crímenes
cometidos antes de que fuese aceptado por la Casa.
--Vete.
La guerrera se puso en pie, se inclinó ante Zarel y salió de la sala
de audiencias. Zarel la siguió con la mirada, y comprendió que
acababa de sufrir una tremenda humillación. En primer lugar, el
populacho ya estaba firmemente de parte del luchador tuerto, había
encontrado un héroe al que adorar con la convicción de que era uno
de los suyos. Además Zarel sospechaba ahora de sus propios
hombres, pues la cerradura había sido engrasada. Hizo ejecutar a los
guardias de la prisión como castigo a su fracaso, y ese estallido de ira
había inquietado a sus guerreros. En cuanto a sus luchadores,
estaban empezando a ponerse nerviosos y se sentían muy irritados
ante las humillaciones que la turba hacía llover sobre sus cabezas.
Varios centenares de personas habían perdido la vida durante la feroz
represión de los disturbios, pero Zarel ya se había dado cuenta de que
la agitación había empezado a extenderse entre sus propias fuerzas.
Los luchadores de los niveles más bajos incluso estaban asustados,
pues algunos de ellos habían perecido durante los motines tras la
huida de Garth.
Y el Festival empezaría mañana, y medio millón de seres se
concentrarían en un solo lugar. Si algo hacía que estallaran, los
resultados podían llegar a ser desastrosos. Tendría que hacer alguna
oferta para calmar al populacho y conseguir que volviera a estar de su
parte. Incluso el pensar en ello le resultaba desagradable, pero Zarel
sabía que tendría que recurrir a sus tesoros para comprarles.
--Cuando tú y yo hayamos acabado, haz venir al capitán de mis
catapultas --dijo--. Se me ha ocurrido una idea que podría animar
considerablemente el Festival.
--¿El capitán de vuestras catapultas, mi señor? --preguntó Uriah.
--Haz lo que te he ordenado.
Zarel giró sobre sus talones, y durante un momento Uriah pensó
que eso significaba que podía irse.
--¿Existe alguna posibilidad de que podamos capturar al luchador
tuerto antes de que empiece el Festival, Uriah? --preguntó Zarel de
repente.
El enano alzó la mirada y se puso de rodillas.
--No lo creo, gran señor.
--¿Por qué no?
--Jimak, Varnel y Tulan son sobornables, pero Kirlen no. Sólo hay
una cosa que desee, y es vuestro poder y el camino que lleva a
convertirse en Caminante. Nada de lo que podáis ofrecerle bastaría
salvo vuestro poder, y Kirlen considera que el luchador tuerto es un
medio de causaros problemas y humillaciones, y tal vez incluso de
alzar al populacho contra vos.
Zarel bajó la mirada hacia Uriah.
--A veces pienso que eres demasiado listo, Uriah.
--Mi inteligencia está únicamente a vuestro servicio, mi señor.
--¿Por qué?
Uriah vaciló unos momentos antes de responder.
--Sois mi señor.
--No me basta como respuesta.
Uriah bajó la cabeza.
--Porque los otros nunca me aceptarían.
Zarel dejó escapar una carcajada helada.
--El traidor de la Casa Turquesa, el que me proporcionó toda la
información que necesitaba mientras llevaba sus colores y que abrió la
puerta a la Noche de Fuego...
Zarel sonrió y volvió a bajar la mirada hacia Uriah, que se removió
nerviosamente a sus pies.
--¿Quién es ese luchador tuerto? --preguntó Zarel, y su tono
parecía indicar que se hacía la pregunta a sí mismo.
Uriah alzó la vista hacia él y no dijo nada.
--Llevaste sus colores durante años... ¿Te acuerdas de él?
--No, mi señor --respondió Uriah en voz baja.
--Sal de aquí.
Uriah se apresuró a marcharse, y consiguió esquivar por muy
poco la patada que le lanzó Zarel.
Llegó a la puerta y se volvió hacia Zarel antes de cerrarla.
El Gran Maestre había preguntado quién era el luchador tuerto.
Uriah sonrió, y se alejó con paso cojeante para ocuparse de las
heridas de su cuerpo y de su corazón.

***

--Fue buena broma.


Garth sonrió y se obligó a seguir despierto mientras Naru servía
otra ronda. El gigante volvió la mirada hacia el otro extremo de la
mesa y miró a Hammen, que yacía inconsciente sobre el suelo de la
sala de banquetes, y se rió.
--¡Viejo muy debilucho, y ahora huele mal! --exclamó entre
carcajada y carcajada.
Garth intentó hacer durar su copa todo lo posible mientras sentía
que le daba vueltas la cabeza, y deseó controlar alguno de los raros
hechizos que curaban la embriaguez.
--Oh, pero fue broma muy pesada la que gastaste a Naru...
El gigante clavó la mirada en su copa y meneó la cabeza.
--Lo lamento mucho, pero si te acuerdas... --replicó Garth--.
Bueno, en esos momentos estábamos luchando, ¿no?
Naru miró a Garth y entrecerró los ojos durante un momento como
si estuviera intentando decidir si el luchador tuerto era amigo suyo o
no. Sus rasgos acabaron relajándose.
--Venciste al Gran Maestre y me devolviste los hechizos --dijo por
fin--. Sigues siendo mi amigo.
Garth asintió. Había pasado por esa discusión más de veinte
veces durante las últimas horas. Naru volvió a llenarse la copa, y lanzó
una mirada llena de tristeza a su amigo al ver que éste se había
quedado rezagado.
--Lástima, porque te venceré en el Festival.
--Claro.
--Naru ha oído decir que Gran Maestre declarará que los
combates finales serán a muerte.
Garth se removió en su asiento y miró al gigante.
--¿Dónde has oído decir eso? --preguntó.
--Oh, Naru tiene amigos. Gran Maestre hace eso cada vez más a
menudo para tener contenta a la gente.
--¿Y por qué no os negáis a luchar a muerte?
--No se puede. Gran Maestre es Gran Maestre de la Arena.
Cuando estás en la arena, no puedes decir no.
--¿Y qué hay de los Maestres de las Casas?
--Oh, ellos ganan mucho dinero con eso y hacen buenos
contratos, y ellos están contentos así.
Naru dejó escapar una risita.
--Además, a Naru le gusta romper huesos --siguió diciendo--. Ha
conseguido muchos hechizos y maná de los vencidos, y eso aunque el
Gran Maestre se queda con su parte.
El gigante volvió a mirar a Garth y suspiró.
--Lástima que tenga que romperte los huesos. Creo que me
sigues cayendo bien.
Naru alzó su copa para apurarla, y el movimiento puso en marcha
una reacción de inercia que mantuvo al gigante desplazándose hacia
atrás hasta que acabó cayendo de su taburete. Naru se desplomó
sobre el suelo, dejó escapar un eructo y perdió el conocimiento.
--Tuerto...
Garth se sobresaltó y giró sobre sí mismo para ver a Kirlen, la
Maestre de la Casa de Bolk, inmóvil en el umbral. La mujer estaba
encorvada por la edad. Sus cabellos habían pasado ya hacía mucho
tiempo del blanco a un amarillo enfermizo, y su piel llena de arrugas
colgaba de su rostro tan fláccidamente como si ya no fuera capaz de
seguir agarrándose a los huesos de su cuerpo. La túnica negra que
llevaba se adhería a su flaca silueta como si Kirlen fuese un esqueleto
mantenido en pie únicamente por el báculo en el que se apoyaba y al
que se aferraba con sus manos nudosas.
Garth se levantó lentamente y Kirlen movió una mano indicándole
que la siguiese. Garth bajó la mirada hacia Hammen, que seguía
durmiendo al lado de Naru, y comprendió que no podría hacer
recobrar el conocimiento a su amigo. Avanzó con recelosa cautela
para no caerse, y siguió a Kirlen mientras iba caminando lentamente
por el pasillo arrastrando los pies hasta que llegó a sus aposentos. La
habitación estaba excesivamente caldeada por un fuego que rugía en
el hogar, y Kirlen fue hacia él y extendió las manos sobre las llamas y
se las frotó. Garth miró a su alrededor y contempló el escaso
mobiliario de la habitación, tan austera que casi parecía la celda de un
monje, y que sólo contenía un catre y un escritorio sobre el que había
montones de libros y rollos de pergamino. Pero las cuatro paredes
quedaban ocultas por estanterías llenas a rebosar. La habitación
desprendía un olor a moho, vejez y un peligro extraño e indefinible.
--Naru puede ser un poco pesado, especialmente cuando está
bebiendo --dijo Kirlen en voz baja.
--Pero es lo bastante interesante como para poder soportar su
compañía.
--Es un idiota. Uno de esos raros genios imbéciles que apenas
son capaces de sacar el pie de la bota, y que sin embargo son
capaces de controlar el maná con una sorprendente facilidad... No
tardará en morir.
Kirlen lanzó su predicción con despreocupada impasibilidad.
Después se volvió hacia Garth y sonrió, revelando una hilera de
objetos negros que apenas podían llamarse dientes.
--Te doy asco, ¿verdad?
--No, mi señora.
--Bien, ¿y que me responderías si te pidiese que compartieras mi
cama? --preguntó Kirlen, y señaló el angosto catre mientras dejaba
escapar una risita ahogada.
Garth permaneció en silencio.
--No, claro --siguió diciendo Kirlen--. La benalita, o Varena de
Fentesk con su cabellera color rojo oro... Entonces sería otra cosa,
¿verdad?
Le dio la espalda durante un momento, y el destello de dolor que
Garth vio brillar en sus ojos antes de que se diese la vuelta casi hizo
que sintiera compasión por ella.
--Si realmente tenéis el poder que creo que poseéis, ¿por qué no
os rejuvenecéis? --preguntó.
Kirlen rió, y la carcajada acabó convirtiéndose en un suspiro.
--Ah, y entonces podrías ser mío, ¿verdad?
--Eso no tiene nada que ver con lo que os acabo de preguntar.
--¿Sabes cuántos años tengo?
--He oído algunos rumores, mi señora.
--Hace varios siglos que perdí la cuenta de mis rejuvenecimientos.
Sí, llegó un momento en el que fui incapaz de seguir llevando la
cuenta de los hechizos, las pociones y los amuletos que quemé sobre
oscuros altares... Cada vez que lo hacía volvía a ser joven, pero por
dentro... No, por dentro sólo se puede ser joven una vez, no importa
qué hechizos utilice. Cada vez que le das la vuelta al reloj de arena
nunca consigues recuperar del todo lo que tenías antes de hacerlo.
Pierdes un día, una semana, un mes... Existen límites a los poderes
de este plano, y ya hace mucho tiempo que los he alcanzado. Oh,
todavía puedo vivir algunos siglos más, desde luego, pero tan sólo el
Caminante puede devolverme mi belleza y mis pasiones.
Kirlen clavó la mirada en el fuego y guardó silencio durante un
momento que se hizo muy largo.
--Claro que si me convirtiera en una Caminante...
--Y él nunca os concederá esa merced, y no cabe duda de que
impedirá por todos los medios que eso llegue a ocurrir.
Kirlen se volvió hacia él con los ojos llenos de una rabia helada.
--Verás, hubo un tiempo en el que Kuthuman, el Caminante, y yo
fuimos amantes. Hace tanto tiempo de eso que ya apenas lo recuerdo,
pero así fue. Ah, cómo elogiaba mi belleza por aquel entonces, cómo
me juró fidelidad eterna...
Soltó una risita ahogada y escupió en el fuego.
--Y después me dio la espalda cuando fui envejeciendo y no
conseguí recuperar mis encantos --siguió diciendo--. Lo olvidó todo y
empezó a perseguir otra clase de pasiones. Atravesar el Velo... Era lo
único que deseaba.
--Y prometió que os llevaría con él, ¿verdad?
--¿Cómo lo sabes?
--He oído rumores.
Kirlen se removió nerviosamente y le lanzó una mirada llena de
irritación.
--¿Quién dice esas cosas?
--El Gran Maestre hace que sus agentes difundan esos rumores
--replicó Garth sin inmutarse.
--Maldito sea por toda la eternidad...
Kirlen hurgó en el fuego con su báculo, y un remolino de llamas
deslumbrantes subió velozmente por la chimenea.
--Así cuando llegó su momento de triunfo se olvidó de vos, ¿eh?
La anciana se volvió hacia Garth y le miró como si éste hubiera
ido demasiado lejos al atreverse a expresar las humillaciones de su
corazón en forma de palabras.
--Yo le ayudé, ¿sabes? Sí, pasé muchos largos años
ayudándole... --Señaló las estanterías y los montones de rollos de
pergamino polvorientos--. Fui yo quien descubrió los caminos y los
hechizos, y los encantamientos que permiten pasar de un plano a otro.
--¿Y por qué no seguís su camino?
--El maná... El maná es lo que proporciona el poder de la magia
en este plano, y el maná encierra también el poder de abrir el umbral
que permite acceder a otros reinos... cuando conoces el sendero
oculto. Yo conocía el sendero, pero era él quien controlaba el maná.
Me engañó. La Noche de Fuego... Sí, entonces también me traicionó a
mí.
--¿La Noche de Fuego?
--Cuando Zarel asaltó la Casa Turquesa, asesinó a su Maestre y
robó todo su maná... Entonces yo también fui traicionada.
Garth no dijo nada, y sus rasgos permanecieron impasibles.
--Eso significa algo para ti, ¿verdad?
--He oído las historias que cuentan --replicó Garth.
Kirlen sonrió.
--Sí, yo le ayudé. Le prometí que no haría nada, y que no me
pondría al lado de la Casa Turquesa..., todo a cambio de que también
abriese la puerta para mí. Y a la mañana siguiente se había ido, y
Zarel era el nuevo Gran Maestre.
--¿Por qué os traicionó?
Kirlen dejó escapar una carcajada helada.
--¿Y por qué no iba a hacerlo? La puerta que daba acceso a un
número ilimitado de mundos se hallaba abierta, y con ella el poder
para tomar cualquier cosa que deseara... Ahora recorre los múltiples
universos, conquistando, robando y disfrutando de todos los placeres
que le apetecen. ¿Qué necesidad tenía de cargar con una vieja arpía
a la que había amado en tiempos muy lejanos, cuando los dos eran
jóvenes? Ahora puede tener a quien quiera, y el amor no es más que
un estorbo.
Volvió a clavar la mirada en el fuego.
--Aprendí esa lección hace mucho tiempo, tuerto. --Giró sobre sí
misma y después atravesó la habitación con paso lento y cojeante y se
acercó a Garth hasta que éste sintió su fétido aliento cayendo sobre su
rostro--. Éste es el último de todos los rostros que va teniendo el amor
--siseó--. Es el rostro final de la lealtad, del honor, de la gloria, de la
venganza, de todo lo que vive... Sí, es éste --añadió, y señaló los
fláccidos pliegues de carne, el cabello amarillento y la boca sin dientes
mientras dejaba escapar una estridente risotada.
--¿Y a qué viene entonces esa repentina lealtad hacia mí?
--murmuró Garth.
Kirlen dio un paso hacia atrás y volvió a reír.
--Le humillaste. Zarel todavía estará temblando, y quizá incluso
teme por su poder y por su vida..., y eso es lo que te agradezco.
Garth se inclinó ante ella mientras se esforzaba por conservar el
equilibrio y mantener despejada su mente, pues aún había más. Ya
había podido darse cuenta de que aquello sólo era el principio.
--Eres de la Casa de Oor-tael, ¿verdad? --preguntó Kirlen de
repente.
Garth le devolvió la mirada sin inmutarse y pudo sentir el poder de
Kirlen desplegándose hacia él, y percibió los dedos de energía que
intentaban sondearle. Garth llenó de calma todo su ser. Ella era tan
poderosa como el Gran Maestre, pero el avance del sondeo se fue
haciendo más lento y acabó deteniéndose, incapaz de llegar hasta el
núcleo, y Garth sintió el latigazo de rabia que brotó de Kirlen.
--Eres fuerte, tuerto.
Garth no dijo nada. No se atrevía a bajar la guardia.
--Creo que eres lo bastante fuerte como para llegar a hacerme
daño si te desafiara en combate --añadió Kirlen.
Garth siguió en silencio. Los pensamientos de Kirlen se retiraron,
y Garth tuvo que hacer un terrible esfuerzo de voluntad para no
sucumbir a los efectos del cansancio y la embriaguez, y un instante
después comprendió que Naru había estado obedeciendo órdenes de
Kirlen. Todo había sido un plan para objetivo vencer su resistencia
mediante la bebida y el agotamiento puro y simple.
La miró y sonrió.
--Puedo serte útil --dijo en voz baja.
--Debería matarte ahora mismo.
--Ya sabes que el populacho está detrás de mí. El Gran Maestre
ha acumulado mucho maná, pero ni siquiera él es capaz de dominar a
las multitudes que se sentarán en la arena mañana. También soy de la
Casa Marrón, y ese poder está relacionado contigo. Eso puede
resultarte útil.
Kirlen sonrió. Sus labios temblaban levemente.
--Y suponiendo que seas de la Casa Turquesa, ¿qué ocurrirá
entonces? Teniendo en cuenta lo que acabo de contarte, tendrías
razones más que suficientes para vengarte de mí.
--Si anhelara esa venganza, podría disfrutar de ella ahora mismo.
Garth extendió un dedo hacia los estantes llenos de libros.
Un grito ahogado escapó de los labios de Kirlen, y empezó a
levantar la mano.
--Vamos, vamos... Quemarlos sería una estupidez por mi parte, ya
que estaríamos luchando un instante después de que lo hubiese
hecho --dijo Garth, y bajó lentamente la mano y la miró.
Kirlen se volvió nerviosamente hacia sus libros, los contempló en
silencio durante un momento y acabó volviéndose de nuevo hacia
Garth.
--Cuentas con el conocimiento depositado en tus libros --dijo
Garth--. Pero el Gran Maestre se interpone en tu camino, porque es
quien ha acumulado todo ese maná..., y sospecho que muy pronto
tendrá suficiente para convertirse en un Caminante. Mátale y podrás
subir a su trono y adueñarte de todo lo que esconde en sus criptas.
Ése es el próximo paso que debes dar. Hazlo, y al Caminante no le
importará quien gobierne en este plano. Se conformará con que esa
persona le sea leal y sirva a sus necesidades.
--Sabría qué deseo.
--¿Acaso no crees que ya sabe que Zarel también lo desea y, en
realidad, que todos nosotros lo deseamos?
Kirlen no dijo nada.
--El poder, la inmortalidad, la eterna juventud, todo eso que sólo
un Caminante puede proporcionar... --siguió diciendo Garth--. Mata a
Zarel al final del Festival, y dispondrás de un año entero para hacer tus
preparativos antes de que el Caminante regrese. Me atrevería a decir
que durante ese año podrás acumular el maná suficiente para
convertir en realidad todos tus deseos.
--¿Cómo?
--Zarel lo hizo para su Maestre.
Kirlen dejó escapar una risita sarcástica.
--No sólo estás intentando convencerme de que debo matar a
Zarel, sino que también quieres que mate a los otros Maestres.
Garth sonrió y no dijo nada.
--¿Por qué deseas ayudarme?
--Tal vez también puedas conceder la inmortalidad a un tuerto
cuando llegue el momento.
--Y tal vez no necesite un rostro lleno de arrugas y cicatrices
cuando llegue ese momento.
--Estoy dispuesto a correr los riesgos. Por lo menos podré esperar
algunos ascensos, ¿no? Tal vez llegue a ser Maestre de Casa, o
incluso Gran Maestre...
Kirlen se rió.
--Venganza y poder... Creo que quizá acabes gustándome, tuerto
--Le dio la espalda y clavó la mirada en las llamas--. No me estás
revelando nada que sea nuevo para mí, ¿sabes? Ya he pensado todo
eso con anterioridad... Si es lo único que puedes ofrecerme, entonces
no me sirves de nada.
--Puedo ayudarte. Podría utilizar a la multitud para matar al Gran
Maestre.
Kirlen sonrió.
--Y supongamos que ganas el torneo --dijo--. Entonces te irías
para servir al Caminante en otros reinos, ¿no? Bien, ¿y luego qué?
--¿Realmente quiero ganar?
--Todos los luchadores desean ganar.
--¿Y entonces por qué no has ganado el torneo, obteniendo así el
camino de esa manera?
Kirlen dejó escapar una risita helada.
--Porque prefiero recorrerlo por derecho propio e indiscutible, en
vez de tener que ir por él sirviendo al Caminante --acabó diciendo en
voz baja.
--Si venzo... Bien, entonces venzo y me llevo la gloria. Pero puedo
manipular al populacho para predisponerlo en tu favor incluso mientras
esté intentando vencer, y tal vez pueda provocar lo que tanto deseas
ver. El poder del maná es grande, pero cuando medio millón de
personas se vuelven contra ti, incluso un Gran Maestre puede
sucumbir. Tener al populacho de tu lado vale tanto como el poder de
cien luchadores.
»Y si no consigo vencer, seguiré estando aquí para servirte.
--Pues claro que me servirás --dijo Kirlen, y sonrió.

***

--Amo...
Garth abrió los párpados con reluctancia, y tardó en comprender
que en realidad la habitación no estaba girando a su alrededor. Ver a
Hammen inclinado sobre él acabó de reanimarle, sobre todo cuando
aspiró el fétido aliento del viejo. Garth salió casi a rastras de la cama y
fue tambaleándose hasta la letrina, e ignoró la risa enronquecida que
soltó Hammen cuando le vio inclinarse sobre el agujero para ofrecer
su cena al dios de los excesos alcohólicos.
Después volvió a entrar en la habitación, tosiendo y maldiciendo.
--Os he traído ropa limpia, oh amo y soberano señor --anunció
Hammen--. Sugiero que quememos ahora mismo la que lleváis
puesta.
--Cierra el pico, Hammen.
--Ah, qué poca gratitud...
Garth clavó un ojo legañoso y enrojecido en el rostro de Hammen.
--¿Cómo te las has arreglado para no tener resaca?
--Más años de experiencia, y además fui lo bastante listo como
para perder el sentido antes que tú. Por cierto, debo comunicarte que
el ya considerable respeto que el viejo Naru sentía hacia ti ha
aumentado muchísimo.
--¿Qué tal se encuentra?
--Está en la sala de los baños de vapor sudando la resaca, y te
sugiero que vayas allí ahora mismo. Las ceremonias del Festival
empiezan al mediodía, y supongo que desearás estar en buena forma
para entonces.
Garth se desnudó y siguió a Hammen hasta el nivel de la sala de
los baños de vapor, se adentró en la neblina que giraba y se
arremolinaba lentamente, y fue hasta un banco de madera de un
rincón. Miró a su alrededor y entrevió a Naru, acostado sobre un
banco y roncando estrepitosamente entre las sombras.
Hammen entró poco después con una ramita de abedul en la
mano.
--Sal de aquí ahora mismo y llévate eso contigo --gruñó Garth.
--Deja de protestar y pórtate como un hombre --replicó Hammen,
y puso manos a la obra con lo que a Garth le pareció un entusiasmo
excesivo.
--En el fondo Naru no es mal tipo --dijo Hammen, y movió la
cabeza señalando al gigante, que se agitó, gimió y acabó dándose la
vuelta sobre el banco--. Esta mañana hemos mantenido una larga
conversación..., suponiendo que se pueda llamar conversación a un
intercambio consistente en palabras por mi parte y gruñidos por la
suya, claro.
--¿Y?
--Kirlen quiere verte muerto.
--¿Naru dijo eso?
--No, pero se podía leer entre líneas, como suelen decir. Kirlen le
ordenó que te hiciera beber hasta que no pudieras tenerte en pie.
--Ya me lo imaginaba.
--También le dijo que te desafiara en cuanto estuvieses lo
suficientemente borracho.
--¿Y por qué no lo hizo?
--Porque perdió el conocimiento antes que tú. Creo que para Naru
eres un auténtico dilema moral, Garth. Ya se ha olvidado de la patada,
¿sabes? Su mente es incapaz de contener más de un pensamiento a
la vez, y ahora sólo se acuerda de que le devolviste su bolsa.
--Bien, si él no va a hacerlo, entonces Kirlen tendrá que
encargarle el trabajo a otro.
--Naru es su mejor luchador y lleva años siéndolo. Creo que Kirlen
ya se ha dado cuenta de que puedes acabar con cualquier otro
luchador, y además quiere que la cosa se haga lo más discretamente
posible y que no haya nada turbio... Una pelea justa surgida de un
agravio justo, ¿entiendes? Pero no ocurrirá hasta el último día del
Festival.
La réplica de Garth consistió en un gruñido cuando Hammen le
golpeó demasiado fuerte en los riñones con su rama de abedul.
--Vuelve a hacerlo y empezaré a utilizar esa condenada rama
contigo, Hammen.
--Hay que golpear fuerte para que el organismo vaya expulsando
el veneno --replicó Hammen con voz jovial.
--Ya... ¿Y entonces qué se supone que consigue matándome?
--¿Al final del Festival, quieres decir? Provocar un gran disturbio
público. El Gran Maestre queda humillado delante del Caminante, y
ella elimina al Gran Maestre.
--¿Y te has enterado de todo eso por Naru?
Hammen sonrió.
--No hace falta ser ningún genio para verlo. De hecho, amo, creo
que ya va siendo hora de que salgamos de aquí lo más deprisa
posible... Te has divertido y has hecho quedar en ridículo al Gran
Maestre, y ahora debes recoger tus ganancias y cambiar de aires.
Garth giró sobre sí mismo, miró a Hammen y sonrió.
--Todavía no.
--Maldita sea, Garth, no tienes ni una sola posibilidad... Las cuatro
Casas y el Gran Maestre andan detrás de ti por un motivo u otro.
Olvídalo de una vez, ¿quieres?
Garth sonrió y no dijo nada.
--He averiguado dónde se esconde Norreen --murmuró Hammen.
Garth se removió y le miró.
--Ah, veo que eso sí te interesa, ¿no? --dijo Hammen con voz
sarcástica.
--¿Dónde está?
--Bueno, esta mañana salí sin que me vieran y hablé con un par
de hermanos de logia. Si quieres enterarte de todo lo que ocurre en
una ciudad, hazte amigo de los ladrones... Están muy enfadados con
el Gran Maestre por infringir el código y asesinar a mis amigos. Los
que escaparon con nosotros no tardarán en crearle serios problemas.
Bien, el caso es que descubrieron que la benalita se esconde cerca de
las murallas de la ciudad, y la vigilan discretamente. Yo podría llevarte
hasta ella, y después largarnos lejos de aquí.
Garth meneó la cabeza y se puso en pie, y agarró la mano de
Hammen antes de que el viejo pudiera empezar a azotarle el pecho
con la rama de abedul.
--Ya es suficiente --dijo--. Vamos a vestirnos.
--De todas formas, también te he encentado un escondite por si
eres lo suficientemente estúpido para querer quedarte. Está justo en la
Gran Plaza --Hammen hizo una pausa, y cuando volvió a hablar bajó
la voz hasta convertirla en un susurro--. Donde estaba la Casa
Turquesa... Es el edificio que está a la izquierda de la taberna de los
Enanos Borrachos. Una casa de mete-y-saca...
--¿Una qué?
--Un burdel. El propietario es uno de mis innumerables primos. Te
conoce, ¿sabes? Basta con que vayas allí y te llevará al último piso,
que es todo nuestro para que lo usemos.
--Espero que no habrá que compartirlo con nadie más, ¿verdad?
--Si lo prefieres así... --dijo Hammen, y suspiró.
--Gracias. Ah, y asegúrate de que tu amigo no pierde de vista a
Norreen.
--Te ha dado fuerte, ¿eh?
Garth sonrió.
--Más o menos.
Hammen soltó una risita y señaló la puerta trasera de la sala de
baños de vapor. Garth fue hacia ella y sonrió al pasar junto a Naru,
que seguía roncando.
--Este calor podría matarle --dijo, y se inclinó sobre el gigante para
sacudirle hasta que despertara, pero Hammen le empujó.
Hammen abrió la puerta y Garth se quedó inmóvil al ver que daba
a la sala de las bañeras.
--Eh, esto no es la salida... --dijo, y empezó a girar sobre sus
talones.
Hammen le empujó con todas sus fuerzas, y Garth perdió el
equilibrio y cayó al agua.
--Tienes que tomar tu baño de agua helada --anunció Hammen
sin inmutarse mientras Garth rugía un chorro de maldiciones que
hicieron temblar los muros de la sala.
***

Garth el Tuerto, lanzando aún imprecaciones ahogadas, se dirigió


hacia donde los luchadores estaban formando para tomar parte en el
Festival de los Reinos del Oeste. Todos y cada uno de los ochenta y
siete luchadores de la Casa de Bolk estaban presentes y ofrecían un
aspecto impresionante con sus túnicas marrones de piel de gamo y
sus capas de cuero, alineándose en impecables hileras ordenadas
según el nivel. Los honores de las batallas ganadas en Festivales
anteriores brillaban sobre la pechera de sus túnicas. Garth entró en el
recinto de audiencias y fue hacia el final de la columna de cuatro
hombres en fondo.
--Tuerto...
Garth giró sobre sí mismo y vio a Naru. El gigante estaba en
primer lugar de la fila, le miró y movió una mano indicándole que se
reuniera con él.
--Tú buen luchador. Desfila como escolta de Naru.
Garth contempló las filas de siluetas inmóviles, y vio que aquel
gesto por parte del mejor luchador de la Casa le había hecho ganarse
unos cuantos enemigos más. Naru se volvió hacia los otros luchadores
y soltó una risita.
--Es amigo de Naru, ¿verdad?
Varios luchadores dejaron escapar risitas heladas mientras Garth
pasaba junto a sus filas y llegaba al comienzo de la columna, donde se
colocó a la izquierda de Naru y directamente detrás del estandarte de
franjas marrones y doradas de la Casa. Los clarines resonaron en la
sala de audiencias, y Garth imitó a los otros luchadores y se inclinó
cuando las puertas de los aposentos privados de la Maestre de la
Casa se abrieron entre un estruendoso acompañamiento de tambores,
címbalos y flautas estridentes.
Garth alzó la mirada y no pudo ocultar su asombro.
Cincuenta guerreros con armadura y cascos de cuero marrón
sostenían un gigantesco estrado de casi cuatro metros de anchura. La
plataforma estaba rodeada por cráneos del más fino cristal en cuyas
cuencas había incrustados rubíes y que estaban adornados por
diademas de oro batido. Encima de la plataforma había seis guerreros
más cuyos hombros sostenían una segunda plataforma dorada más
pequeña y un trono de plata. Pero Kirlen no estaba sentada en el
trono, sino que flotaba por encima de él como si estuviese sentada
sobre un almohadón invisible, las piernas cruzadas y los flacos brazos
doblados sobre su jubón marrón y dorado, mientras una alfombra
kurdasiana que serviría para protegerla de los rayos del sol flotaba por
encima de ella. A los pies del trono había un arcón dorado del que
parecía irradiar poder, y que contenía el tributo anual de maná de la
Casa del Color Marrón, que sería entregado al Caminante.
Los porteadores se volvieron hacia la puerta principal, y los
gruesos paneles se abrieron mientras los trompeteros alineados a lo
largo del pasillo lanzaban una ruidosa fanfarria al aire. Un rugido
semejante al del océano desgarrado por el huracán atronó en el pasillo
cuando Kirlen fue llevada a la Gran Plaza. Detrás de ella avanzaba
una compañía de guerreros Marrones con pesadas armaduras que
empuñaban ballestas cargadas y preparadas para lanzar sus dardos.
Después venían los sirvientes de la Casa, que llevaban flores,
cuencos llenos de incienso humeante y urnas con monedas de cobre
que irían siendo arrojadas a la multitud. Garth vio cómo Hammen
avanzaba en el centro de la procesión, llevando un recipiente lleno de
dinero y con el rostro ensombrecido por el disgusto.
Naru gruñó una orden, y el portaestandarte salió de la sala de
audiencias y empezó a avanzar por el pasillo principal. Los luchadores
de la Casa de Bolk se pusieron en movimiento, llenos de orgullo y
arrogancia.
Garth avanzó detrás de Naru ocultando el desdén que le inspiraba
toda aquella aparatosa mascarada. Entraron en el pasillo principal,
que ya estaba saturado por el aroma dulzón del incienso, y acabaron
emergiendo a la luz llameante del sol de mediodía. Cuando salieron de
la Casa hubo un tumulto ensordecedor, y Garth sintió que el corazón
le empezaba a latir más deprisa.
Una marea de humanidad llenaba la Plaza de un extremo a otro.
Todos los habitantes de la ciudad y los centenares de miles de
visitantes, que habían viajado desde los confines más lejanos de los
Reinos del Oeste e incluso desde más allá de los Grandes Mares para
asistir a los combates, se apretujaban en el inmenso recinto. Durante
la noche, después de que los disturbios del día anterior hubieran sido
duramente reprimidos, miles de trabajadores habían erigido graderíos
que bordeaban los senderos procesionales que llevaban hasta el
centro de la Plaza y rodeaban el Palacio del Gran Maestre.
Casi todos los sitios habían sido alquilados por nobles y
comerciantes adinerados, que así podrían estar por encima del gentío
pestilente que se agitaba y se empujaba incesantemente. Mientras
Garth contemplaba con asombro aquel espectáculo increíble, un
graderío se derrumbó y la turba lanzó un estruendoso rugido de
aprobación ante la caída de aquellos que habían creído ser mejores
que el populacho.
La aullante multitud de partidarios de la Casa Marrón se agitó y
trató de acercarse un poco más al sendero cuando la procesión entró
en la Gran Plaza. Las turbas que rodeaban a Garth agitaban
estandartes marrones o tiras de sucia tela marrón, y cantaban,
maldecían y aullaban, totalmente absortas en un enloquecido frenesí
de alegría. Los sirvientes que precedían a los luchadores avanzaron
por el angosto camino que era mantenido despejado por las hileras de
guerreros del Gran Maestre, y las masas se empujaron y pelearon por
las monedas de cobre y las entradas gratuitas al Festival que estaban
siendo arrojadas por los sirvientes. Garth vio cómo toda una urna
saltaba por los aires, y rió ante los esfuerzos para librarse de su carga
que estaba haciendo Hammen, que muy probablemente habían sido
precedidos por un apresurado llenarse los bolsillos hasta dejarlos
rebosantes de monedas.
--¡Tuerto!
El grito había surgido de una sola garganta, pero fue coreado al
instante por muchas otras y no tardó en propagarse por la multitud. El
cántico se fue haciendo más potente y ensordecedor, y sus ecos se
alzaron por encima del rugir histérico de las masas de cuerpos que se
habían apelotonado alrededor de los senderos procesionales que
estaban siendo recorridos por las otras tres Casas.
--¡Tuerto! ¡Tuerto! ¡Tuerto!
Garth volvió la mirada hacia Naru. El gigante se la devolvió, y
Garth pudo percibir la confusión que se había adueñado
repentinamente del luchador. La turba tenía un nuevo héroe. Naru
miró a su alrededor con el ceño fruncido, irritado al ver lo veleidosa
que podía llegar a ser la multitud. Garth se puso detrás de él, extendió
las manos y agarró los extremos de la capa del gigante, levantándola
del suelo en una exhibición de obediencia al interpretar el papel de un
sirviente. Naru miró por encima de su hombro, sonrió y volvió a
avanzar con sus orgullosos andares contoneantes de luchador que se
pavonea. Los que estaban más cerca de la procesión, y que podían
ver las acciones de Garth, se callaron y le contemplaron con obvia
confusión, pero media docena de filas más atrás su gesto era apenas
visible, y la multitud siguió rugiendo su nombre.
La procesión continuó avanzando lentamente hacia el palacio, y la
multitud se apresuró a ocupar el sendero que iba dejando libre y la
siguió, agitando sus estandartes y lanzando vítores. Las masas de
seguidores que seguían al cortejo de la Casa de Fentesk a la izquierda
y al de la Casa de Kestha a la derecha, no tardaron en codearse con
los partidarios de Bolk. Las peleas empezaron a surgir entre los
grupos rivales, pero aquellos enfrentamientos reforzaban todavía más
el aura general de fiesta y nerviosa excitación. Las cuatro procesiones
entraron en la parte central de la Gran Plaza, y los Maestres de cada
Casa iniciaron sus espectáculos. Muy por encima de las procesiones
aparecieron chispas de luz, rápidamente se formaron negras nubes y
los rayos destellaron por toda la Plaza. Dragones de luz surcaron los
aires y un dragón de Ingkara luchó durante unos momentos con un
dragón de Fentesk, y la multitud lanzó alaridos de placer cuando vio
estallar al dragón de Fentesk. Aquello estuvo a punto de provocar otra
pelea entre los partidarios de las dos Casas, pero el disturbio pudo
evitarse gracias a que Ingkara obedeció las reglas del desfile, que
prohibían cualquier muestra de desafío, e hizo desaparecer su dragón
entre una humareda.
Las cuatro procesiones acabaron juntándose delante del
gigantesco palacio en forma de pirámide del Gran Maestre, y
avanzaron hacia la fachada del edificio. Tulan de Kestha flotaba sobre
una nube grisácea y los rayos bailoteaban a su alrededor, iluminando
su presencia con una claridad ultraterrena. Varnel de Fentesk parecía
estar cabalgando una columna de fuego que ardía y chisporroteaba a
su alrededor, y Jimak de Ingkara montaba un embudo de viento que
aullaba y silbaba. Los estandartes de sus seguidores chasqueaban
sobre sus cabezas, y el tornado en miniatura se adueñaba de los
sombreros y los lanzaba hacia el cielo para que volvieran a caer
lentamente hasta el suelo.
Garth entrevió a Varena, avanzando con una fluidez impasible al
frente de la columna de luchadores Naranja, que le lanzó una fugaz
mirada antes de desviar la vista. La agitación de los centenares de
miles de cuerpos que atestaban la Plaza había alcanzado una
intensidad casi febril, y durante un momento Garth tuvo la sensación
de que toda apariencia de control no tardaría en desaparecer para
dejar paso a una enloquecida bacanal de peleas y altercados.
Y entonces una estridente nota de clarín pareció caer del cielo y
se abrió paso a través de aquel rugir desenfrenado. La nota se
convirtió en un coro de trompetas que subieron y bajaron por toda la
escala tonal, contrapunteándose unas a otras en una estridente
armonía. Después le llegó el turno a los gigantescos tambores, que
retumbaron con un redoblar rítmico e insistente al que se unió el
acorde atronador de un órgano. Los sonidos fueron creciendo hasta
que sus ecos acabaron rebotando por toda la Plaza. Una entrada
secreta en el centro de la fachada de la pirámide se abrió de repente,
y un haz de claridad dorada brotó de ella. Las fuentes que rodeaban el
palacio cobraron vida como géisers lanzando sus chorros hacia las
alturas, capturando la luz que surgía de la pirámide y la disgregándola
en un arco iris de colores. En la cima de la pirámide alguna temible
alquimia provocó potentes explosiones que dispararon hacia el cielo
varios chorros de humo que culminaron en estallidos multicolores
seguidos por una nueva salva de detonaciones atronadoras que
arrancó a la multitud un aullido de miedo y asombro. Tras la
cataclísmica andanada de explosiones todos pudieron ver cómo una
enorme bandera surgía de la humareda en la cima de la pirámide y se
desplegaba para revelar el estandarte polícromo e iridiscente de Zarel
Ewine, Gran Maestre de la Arena, Altísimo y Exaltado Gobernante de
los Reinos del Oeste, y Legado Mortal de Kuthuman, El Que Camina
Por Lugares Desconocidos.
La multitud, que se había enfrentado a las fuerzas del Gran
Maestre hasta hacía apenas un día, empezó a vitorearle como si se lo
hubiera perdonado todo, visiblemente dominada por la atmósfera de
frenesí y abandono del momento. Una sombra oscureció el chorro de
luz que brotaba de la pirámide y un momento después el clarín, el
órgano y el tambor llegaron a un nuevo crescendo de delirio sonoro y
el Gran Maestre salió flotando por la abertura de la pirámide para
comparecer en la Plaza. Era como si estuviese cabalgando sobre el
haz de luz, y la claridad envolvía su silueta en un halo de fuego
celestial.
El último eco de la fanfarria y de las atronadoras explosiones
acabó disipándose, y los centenares de miles de espectadores que
atestaban la Gran Plaza se quedaron en un silencio absoluto. El Gran
Maestre permaneció inmóvil un instante y después extendió
lentamente los brazos hacia adelante, como preparándose para lanzar
un desafío ritual, y un murmullo de nerviosa inquietud se extendió por
la multitud a pesar de que se trataba de un gesto de afable bienvenida.
Zarel volvió a quedarse inmóvil. Un balcón de oro surgió de la
pirámide por debajo de donde estaba, y Zarel bajó flotando hasta él.
Los cuatro Maestres de Casa le imitaron, aunque Kirlen retrasó su
descenso hasta que Zarel estuvo sosteniéndose sobre sus pies como
el resto de mortales. Kirlen siguió suspendida en el aire unos
momentos y acabó bajando lentamente hacia el balcón. Su gesto de
desafío no pasó desapercibido y una ondulación de aplausos se
extendió entre los partidarios de Bolk, y fue respondida por un
contrapunto de burlas despectivas y protestas procedente del resto del
gentío mezcladas, sorprendentemente, con gritos de aprobación.
Zarel permaneció inmóvil durante un momento que pareció
hacerse interminable y en el que mantuvo la mirada clavada en Kirlen
como si se estuviera preparando para responder a su gesto de
desafío, pero acabó ladeándose de una manera casi imperceptible,
como si hubiese decidido ignorarla. Garth esperó, percibiendo las
sutiles relaciones que estaban desarrollándose ante sus ojos mientras
Kirlen mantenía su desafío con una sombra de apoyo casi impalpable
por parte de los otros Maestres de Casa, que habían olvidado sus
odios mutuos aunque sólo fuese durante un instante.
Garth alzó la mirada hacia Zarel y vio que el Gran Maestre tenía
los ojos clavados en su rostro, y también pudo percibir la rabia que con
esfuerzo disimulaba. Resultaba obvio que a Zarel le tentaba ordenar
una masacre para poder capturarle.
Garth permitió que una sonrisa casi imperceptible frunciera sus
labios, y se inclinó con sarcástico desdén ante el Gran Maestre. Los
que se encontraban detrás de las hileras de luchadores estaban
presenciando todo aquel enfrentamiento silencioso entre Garth y el
Gran Maestre, y hubo una nueva salva de aplausos.
Zarel no dijo nada, pero sus rasgos se volvieron de color carmesí.
Los que estaban más lejos no podían ver lo que ocurría, y el retraso
hacía que empezaran a impacientarse. Zarel desvió la mirada de
Garth y la volvió hacia la Plaza, y la multitud guardó silencio.
--¡Hoy es el primer día del Festival! --anunció Zarel.
Una ensordecedora explosión de vítores estalló en la Plaza, tan
potente y estrepitosa que Garth tuvo la sensación de que el sonido
había adquirido una forma física. Miró a su alrededor y vio que los
luchadores también se estaban dejando arrastrar por toda aquella
excitación. Tenían los ojos muy abiertos y respiraban con jadeos
rápidos y entrecortados, y algunos habían levantado los brazos en un
gesto involuntario, como si ya se encontraran dentro de los círculos de
combate.
Zarel se puso en pie y salió flotando de la plataforma mientras los
relámpagos se agitaban a su alrededor, y hubo un nuevo estallido de
clarinazos, redobles de tambor y estridentes gemidos de las notas más
agudas del órgano. El Gran Maestre acabó deteniéndose sobre una
gran plataforma recubierta por láminas de oro y sostenida por ruedas
gigantescas que tenían la altura de dos hombres y que era remolcada
por media docena de mamuts uncidos a un arnés. Cien trompeteros
hicieron sonar una fanfarria triunfal, y la cabeza del cortejo volvió a
ponerse en movimiento mientras el cielo quedaba nuevamente lleno
de explosiones. Una falange de guerreros desfiló alrededor del
impresionante estrado del Gran Maestre y la multitud se empujó y se
dio codazos para abrirle paso, en una considerable agitación durante
la que algunos infortunados cayeron bajo las patas de los mamuts o
las rechinantes ruedas de la plataforma.
Detrás de ella avanzaba la procesión de Ingkara, ocupando el sitio
de honor por ser la Casa que había salido vencedora del último
Festival, con lo que había obtenido el honor de proporcionar el
sirviente del Caminante. Detrás de sus luchadores venía la procesión
de Fentesk, que había quedado en segundo lugar, y después
desfilaban Kestha y, en último lugar, Bolk. El gentío se agitó a su
alrededor mientras el desfile iba atravesando la Plaza. Los
espectadores de las callejas laterales echaron a correr para colocarse
delante de la nueva procesión que se formaría en las puertas de la
arena, y hubo una estampida general de cuerpos.
El cortejo pasó por delante del sitio vacío en el que se había
alzado la Casa de Oor-tael, y Garth se dio cuenta de que estaba
siendo observado y alzó la mirada para ver cómo Kirlen se daba la
vuelta y clavaba los ojos en su rostro. Garth inclinó respetuosamente
la cabeza medio esperando sentir el latigazo de otro sondeo, pero éste
no se produjo.
Llegaron a la gran avenida que salía de la Plaza y bajaba en una
larga pendiente hasta llegar a las puertas de la ciudad. Cada tejado
estaba repleto de espectadores, y los colores de la multitud ya se
mezclaban unos con otros. Los partidarios de las cuatro Casas
gritaban histéricamente hasta quedarse sin voz cuando veían pasar a
sus favoritos. Y un cántico volvió a surgir de las gargantas de la
turba...
--¡Tuerto! ¡Tuerto! ¡Tuerto!
Garth bajó la cabeza, pero el grito siguió resonando a su
alrededor. Un destello de cabellos oscuros y una armadura de cuero
no muy limpia sobre un tejado le hizo alzar la mirada, pero Norreen
desapareció casi al instante.
La procesión llegó por fin a las puertas de la ciudad. El sol del
mediodía daba mucho calor a pesar de que era otoño, y el aire estaba
cargado de humo, incienso, polvo y el hedor de los cuerpos sin lavar.
Hubo desmayos por docenas, y toda persona que sucumbía a la
insolación era despojada inmediatamente de todas sus pertenencias
por quienes estaban a su alrededor.
Enormes barriles de vino y cerveza estaban siendo abiertos en
cada esquina, con las jarras llenas de bebida vendiéndose por una
moneda de cobre, y el alcohol barato y de mala calidad inflamaba a la
multitud hasta extremos de histeria todavía más salvajes.
Garth dejó escapar un suspiro de alivio cuando la procesión de
guerreros de Bolk acabó pasando por debajo de la puerta y el sol y el
ruido desaparecieron durante un fugaz instante. La procesión empezó
a salir por el otro lado, y Garth por fin vio la arena que se extendía
debajo de ellos, y sintió que se le aceleraba el pulso.
La arena había sido construida en un valle al que la naturaleza
había dado forma de cuenco y que se encontraba delante de las
puertas de la ciudad, al sur del puerto. Toda las laderas estaban
ocupadas por filas de gradas que se alzaban unas sobre otras hasta
superar el centenar de graderíos, proporcionando asiento a más de
trescientos mil espectadores. La gran pendiente que se iniciaba en la
arena e iba subiendo gradualmente hacia la ciudad serviría para
acoger a los centenares de miles de personas más que no habían
podido conseguir entradas, y solo podrían ver los enfrentamientos
desde muy lejos. La enorme explanada ya había sido ocupada por la
multitud, y los que podían permitirse el lujo de pagar un asiento iban
entrando en la arena para llenar los graderíos.
La procesión fue bajando por la ladera de la colina, y los vítores
surgieron de la arena y fueron a su encuentro. La cabeza de la
procesión trazó una curva, pasó por debajo de un gran arco y entró en
el centro de la arena. La multitud rugió dominada por un frenesí
insensato, con lo que Garth tuvo la sensación de estar enfrentándose
al ataque de un aullido demoníaco. La arena se hallaba claramente
dividida en cuatro áreas indicadas por los estandartes que agitaban los
espectadores. La procesión, todavía encabezada por Zarel, avanzó a
través del centro de la arena, y después se disgregó en cuatro
direcciones distintas. Cada grupo de luchadores ocupó su posición
delante de las secciones de la arena reservadas para sus partidarios.
La quinta sección se encontraba en el lado oeste de la arena,
directamente debajo del gran tablero que mostraría las apuestas para
cada combate. Allí se sentarían los nobles y los comerciantes
adinerados, así como los luchadores y guerreros del Gran Maestre,
ocupando una serie de asientos en los que podrían disfrutar de la brisa
refrescante que llegaba del mar. El trono reservado para el Gran
Maestre de la Arena, Zarel Ewine, se encontraba directamente delante
de aquella sección y se alzaba sobre el límite de la zona de combates.
El contingente de luchadores Marrones llegó a su sección, y Garth
dejó escapar un suspiro de alivio. La formación se detuvo y después
rompió filas para ocupar asientos con sombra en un graderío colocado
sobre el comienzo de la arena. La larga caminata no había ayudado a
calmar el doloroso palpitar de la resaca. Los aullidos de la multitud
resonaban de un lado a otro de la arena, y parecían ser intensificados
por el calor, los remolinos de polvo, el hedor pestilente de cuerpos sin
lavar y los pesados olores de comida grasienta que estaba siendo
preparada en los centenares de puestos que ocupaban el anillo
superior del estadio.
La fanfarria de trompetas volvió a sonar y la multitud reaccionó de
manera sorprendente calmándose casi al instante, sumiéndose en un
silencio que Garth agradeció enormemente.
Garth vio cómo la diminuta silueta del Gran Maestre avanzaba al
otro extremo del estadio mientras una procesión de monjes
encapuchados que transportaban un enorme brasero humeante surgía
de un túnel que terminaba en un lado de la arena. Los espectadores
sentados en la arena se levantaron, y Garth miró a su alrededor y vio
que todos los luchadores habían inclinado la cabeza.
El Gran Maestre se detuvo delante del brasero y alzó las manos, y
las llamas saltaron hacia el cielo acompañadas por un chorro de humo
negro que se fue desplegando en alas de la débil brisa que llegaba
desde el mar.
--El Gran Caminante de Reinos Desconocidos vendrá el tercer día
del Festival para recibir su tributo y al luchador escogido en el suelo de
la arena.
La voz de Zarel, amplificada mediante poderes mágicos, llegó
hasta los confines más distantes de la arena y cayó sobre Garth como
una irresistible oleada de sonido.
--¡Disponemos de tres días para encontrar al luchador que será
digno de ser conocido como sirviente de Aquel Que Lo Gobierna Todo!
--¡Que así sea!
La réplica fue rugida por medio millón de voces, pero Garth
permaneció en silencio salvo por una maldición que escapó de sus
labios y que se perdió en el salvaje paroxismo de alaridos y gritos.
_____ 11 _____

Zarel Ewine, Gran Maestre de la Arena, contempló a la multitud


aullante que llenaba el inmenso estadio.
--Hay momentos en los que deseo que tuvierais un solo cuello
--gruñó, dejando de emplear el poder de hablar a distancia para que
sus verdaderos pensamientos no pudieran ser oídos.
El círculo de monjes alzó el brasero y desapareció con él por el
túnel, mientras una docena de monjes con los rostros cubiertos por
capuchones se quedaba en la arena y permanecía respetuosamente
inmóvil a la izquierda de la colosal plataforma de Zarel. Los cuatro
Maestres de Casa se aproximaron desde los confines de la arena,
esta vez a pie, pues la única magia permitida dentro del recinto de los
combates era la de los luchadores en competición y la del propio Gran
Maestre. Detrás de cada Maestre avanzaban cuatro guerreros que
transportaban una pesada urna de oro que contenía discos de oro con
los nombres de los luchadores de las Casas grabados en ellos. Zarel
esperó, cada vez más irritado por los salvajes aullidos de la multitud y
lo que sospechaba era una lentitud deliberada por parte de Kirlen, que
avanzaba con paso cojeante y se apoyaba aparatosamente en su
báculo. Los cuatro Maestres acabaron deteniéndose delante de la
plataforma con ruedas, y Zarel por fin pudo bajar del trono
acompañado por una fanfarria de trompetas y un redoble de tambores.
Al pie del trono había un círculo ceremonial de elección, una
gruesa lámina de oro puro de cinco metros de anchura que había sido
colocada sobre el suelo apisonado del estadio. Los monjes
continuaban inmóviles y en silencio a un lado del círculo con las
capuchas ocultándoles los rostros, mientras se colocaba ante ellos
una mesa adornada con incrustaciones de plata. Zarel entró en el
círculo, y los cuatro Maestres de Casa le siguieron mientras los
sirvientes se acercaban con las urnas y las dejaban encima de la
mesa.
Zarel contempló a los cuatro Maestres, y su gélida mirada acabó
posándose en Kirlen.
--¿Está su nombre dentro de tu urna? --preguntó por fin.
--¿A quién te refieres? --replicó Kirlen.
Su voz estaba impregnada por un sarcasmo helado.
--¡Ya sabes de quién hablo, maldita seas!
--Forma parte de mi Casa por el derecho de mi elección, y no
puedes interferir en ello.
--Es un criminal que debe ser juzgado y sentenciado.
--Era un criminal que debía ser juzgado y sentenciado --replicó
secamente Kirlen--. ¿O es que has olvidado las reglas? Ningún
luchador puede ser arrestado durante el Festival o sacado de su Casa
en ningún momento.
La mirada de Kirlen recorrió los rostros de los Maestres en busca
de apoyo a sus palabras.
--Es peligroso --dijo Jimak, de la Casa Púrpura--. Tendrías que
haberle matado.
--Dices eso porque no lleva tus colores. Además, estuvo en tu
Casa y te habría encantado poder traicionarle, entregándole a Zarel a
cambio de una recompensa..., quizá otra de esas baratijas doradas
que tanto te gustan.
--No hice tal cosa.
--Nos ha traicionado a todos --intervino Tulan.
--Por supuesto que sí --replicó Kirlen, y dejó escapar una risita
helada--. Pero ahora está en mi Casa y luchará por mí, y ganará.
Estás furioso porque será el Caminante quien acabe disponiendo de él
y no tú, Zarel. Deja que sea él quien decida sobre el tuerto.
--Era mío, y tú te lo has llevado empleando la seducción y las
malas artes --dijo secamente Varnel de Fentesk, y contempló a Kirlen
con los ojos llenos de irritación--. Eso supone una violación de las
reglas.
--Oh, qué pena --replicó sarcásticamente Kirlen--. Anda, ve a verle
y pídele que sea buen chico y que vuelva contigo...
--¡Callad de una vez! --ordenó Zarel.
--¿Cómo osas...? --siseó Kirlen--. Puede que seas el Gran
Maestre de la Arena, pero juntos tenemos más poder que tú.
--Intentadlo --replicó Zarel con ferocidad--. Vamos, ¿por qué no lo
intentáis? Sin mí y sin la arena, no seríais nada.
--Creo que es más bien al revés --dijo Kirlen--. Ni siquiera eres
capaz de controlar a un hanin... Eres patético y ridículo, y no mereces
gobernar.
Zarel la fulminó con la mirada, y un instante después se dio
cuenta de que la multitud se había sumido en un silencio tan extraño
como repentino.
El aire se había cargado de tensión, como si los espectadores
hubieran percibido que algo andaba mal dentro del círculo dorado.
--Me acordaré de lo que habéis dicho cuando todo haya
terminado.
--Espero que no lo olvides --replicó Kirlen sin inmutarse.
Zarel dio la espalda a los cuatro Maestres mientras hacía un
terrible esfuerzo de voluntad para controlar su rabia y movió una mano
en una seña dirigida a los monjes, que habían permanecido inmóviles
durante todo aquel tiempo, indicando que ya podían ser llevados hasta
allí. Los ayudantes fueron hacia los monjes mientras otro grupo de
sirvientes desenrollaba un tubo muy largo de una extraña sustancia
negra en un extremo del cual había un embudo en forma de campana
mientras que el otro desaparecía dentro del túnel de acceso a la
arena.
Cuatro monjes fueron llevados hasta las urnas, y bajados sus
capuchones para revelar que los cuatro eran ciegos y con los
pabellones de las orejas cosidos con gruesas puntadas de hilo. Eran
los Seleccionadores del Combate, uno de los cargos más honrados de
la ciudad. A cambio de ese inmenso honor, les habían sacado los ojos
y les cerrado las orejas para que no pudiesen ver lo que hacían ni
escuchar murmullos de estímulo que pudiesen dirigir sus manos
dentro de las urnas que contenían los nombres de los luchadores.
Una fanfarria de clarines atronó el aire, y la arena volvió a quedar
sumida en un profundo silencio. Cada monje metió las manos en una
urna y extrajo un disco de oro con el nombre de un luchador de una de
las cuatro Casas. Después introdujeron los discos en una bolsa de
cuero negro colocada a un extremo de la mesa. Un quinto monje ciego
y sordo metió la mano en la bolsa, sacó dos discos y los puso a su
izquierda. Después sacó los dos discos restantes y los puso a su
derecha.
Un monje que no había renunciado a su sentido de la vista
avanzó y cogió el embudo unido al tubo que serpenteaba hasta
perderse dentro del túnel de acceso. Bajó la mirada hacia los dos
primeros discos, con otros dos monjes inmóviles junto a él actuando
como testigos.
--Haglin de Fentesk --anunció hablando por el embudo--, contra
Erwina de Bolk, círculo uno.
Sus palabras fueron transportadas por el largo tubo hasta a los
muchachos que manejaban un enorme tablero colocado en la cima de
la parte oeste de la arena. La multitud guardaba silencio, y todas las
cabezas se volvieron hacia el tablero. Poco después, una docena de
muchachos trepó velozmente por la estructura del tablero
transportando letras y símbolos que formaban los nombres de los dos
primeros aspirantes, sus códigos personales, los colores de su Casa y
el círculo asignado para celebrar el combate.
--Lorrin de Kestha contra Naru de Bolk, círculo dos.
Los discos dorados fueron apartados, y sus asistentes llevaron a
los monjes ciegos y sordos hasta las urnas para que extrajeran cuatro
discos más, que después fueron divididos por el monje que ejercía la
decisión final sobre los enfrentamientos.
--Alitar de Fentesk contra Olga de Bolk, círculo tres.
Sobre el gran tablero los muchachos terminaron de anunciar el
primer combate y un clamor histérico formado por vítores hizo vibrar la
arena mientras multitud de espectadores desplegaba sus hojas de
apuestas para echar un vistazo a los historiales de los luchadores y
calcular sus posibilidades. Después las miradas volvían expectantes
hacia el tablero mientras el encargado oficial decidía qué apuestas se
iban a ofrecer. Los números aparecieron por fin: tres a uno en favor de
Erwina de Bolk contra Haglin de Fentesk.
La multitud reaccionó de la manera habitual, y lanzó gritos
despectivos contra unas apuestas que, como siempre, estaban
calculadas a favor del Gran Maestre. Al inicio de cada una de las
escaleras que bajaban hacia la arena había cobertizos de apuestas, y
millares de espectadores se levantaron de sus asientos para acudir a
ellos mientras otros intentaban hacer sus apuestas privadas en los
graderíos. Esas apuestas eran ilegales, naturalmente, ya que sólo
estaban permitidas las apuestas reguladas por el Gran Maestre, y
había centenares de agentes escondidos entre la multitud para hacer
arrestos. La selección de los primeros veinticinco combates seguía
adelante. Los porcentajes aparecían en el tablero, la multitud rugía su
desaprobación ante algunas de las apuestas ofrecidas, y después
corría a apostar sus monedas de cobre, plata y oro por los luchadores
a los que creían ganadores seguros. También estallaron varias peleas
cuando los agentes del Gran Maestre se llevaron a algunos
apostadores ilegales, con los guerreros abriéndose paso a través de
los bancos con su garrotes.
La primera ronda quedó decidida por fin, y Zarel dio la espalda a
los cuatro Maestres sin decir una palabra, despidiéndolos como si
fuesen meros sirvientes. Kirlen giró sobre sí misma para salir del
círculo pero antes escupió aparatosamente en el suelo, lo que desató
una ola de alaridos de aprobación, sobre todo desde su sector de la
arena.
La anciana se detuvo, miró a su alrededor y dejó escapar una
risita de deleite ante los gritos de apoyo. Después chasqueó los dedos
ignorando la prohibición de utilizar la magia salvo para combatir, y un
círculo de fuego surgió de la nada y empezó a girar a su alrededor.
Kirlen subió por los aires y volvió flotando a su sección. Los otros
Maestres de Casa imitaron su acción, y el desafío colectivo hizo que
toda la arena prorrumpiese en gritos de alegría y placer.
Kirlen llegó a la zona en la que estaban sentados sus luchadores,
descendió lentamente hasta el suelo y atravesó sus filas con paso
decidido, miró hacia Garth mientras subía a su trono.
--Quiere tu cabeza --le dijo, y se rió.
Garth asintió sin decir nada, y después volvió la mirada hacia el
tablero de anuncios justo a tiempo de ver cómo se colocaban los
nombres de los luchadores que librarían el último de los veinticinco
combates.
--No estás en la primera ronda, amo --anunció Hammen.
--Mejor, todavía tengo un espantoso dolor de cabeza.
--Te dije que no salieras del baño helado hasta que se te hubiera
pasado.
--Vuelve a hacerme aquello y te mataré. Odio el frío.
Hammen deslizó la mano debajo de su túnica y extrajo una
botellita.
--Aún tardarás un rato en luchar. Quizá una pequeña dosis del
cruel flagelo de la bebida ayude a curar tus males --replicó, y le ofreció
la botellita.
Garth la aceptó haciendo caso omiso de la mirada de
desaprobación de Naru, sentado junto a él, y tomó un largo trago. El
líquido llameante bajó por su garganta y fue extendiendo un agradable
calor por todo su cuerpo. Poco después sintió cómo el dolor empezaba
a disiparse.
Hubo otro floreo de trompetazos para indicar el momento de hacer
las apuestas, y Hammen miró a su alrededor con visible nerviosismo.
--Ese bastardo se vuelve más avaricioso a cada año que pasa
--dijo--. Hacer una buena apuesta es casi imposible. Juega sobre
seguro apostando por los ganadores que ha elegido su gente. Añade
el porcentaje del diez por ciento que se lleva de cada apuesta, y el
resultado es que gana una fortuna con cada combate. Está llevando
demasiado lejos su codicia.
Garth sonrió y no dijo nada. Sóno la segunda trompeta,
acompañada de un último frenesí de apuestas. Los que estaban al
final de las colas empujaban y daban codazos en un salvaje intento de
llegar a los cobertizos donde los apostadores no daban abasto
entregando pequeñas fichas de madera, que servían como resguardo,
a cambio de los montones de monedas que eran depositadas en sus
cajones giratorios.
Las muescas de cada ficha indicaban el círculo de combate y si la
apuesta era a favor o en contra del favorito. El tamaño, forma y color
de las fichas era un secreto celosamente protegido para evitar
falsificaciones. Se las retiraba después de cada ronda, y podían
transcurrir años antes de volver a ser empleadas.
Las trompetas sonaron por tercera vez y los luchadores elegidos
para los combates de la primera ronda se pusieron en pie. Naru se
levantó y se estiró perezosamente.
--Ella ser fácil de vencer --anunció en un tono casi de
aburrimiento--. Vuelvo enseguida.
La multitud estalló en aclamaciones histéricas cuando Naru
avanzó majestuosamente por el pasillo y salió al suelo de la arena,
donde no tardaron en unírsele los otros luchadores de la Casa Marrón.
Hammen estaba tan excitado que no pudo contenerse por más tiempo,
y se subió a un asiento para poder ver mejor los combates.
--¡Maldición! Prefiero los graderíos... Se ve mejor desde allí --se
quejó, bajando la mirada hacia Garth como si éste debiera procurarles
asientos entre la multitud.
Naru fue hacia el círculo de combate asignado, que se encontraba
a unos cien pasos de ellos, y el rugido de la multitud se hizo todavía
más ensordecedor. Los luchadores de las otras tres Casas ya estaban
avanzando por la arena en dirección a sus círculos respectivos,
mientras el populacho cantaba y gritaba. Al llegar a los círculos, se
colocaban en las zonas neutrales y entregaban sus capas a los
sirvientes.
Algunos luchadores llevaron a cabo una rápida serie de ejercicios
de precalentamiento físico, estirándose y haciendo flexiones; otros
permanecieron inmóviles e impasibles; y otros se arrodillaron e
inclinaron la cabeza mientras concentraban sus pensamientos. Un
luchador del Gran Maestre fue hacia cada círculo para actuar como
árbitro.
Las trompetas hicieron sonar su estridente llamada, advirtiendo
una vez más a los luchadores y a la multitud de que los combates
estaban a punto de empezar, y el rugir de la multitud se fue acallando
rápidamente. Zarel se puso en pie y extendió los brazos delante de su
trono. Su voz volvió a resonar nítidamente por toda la arena.
--En honor del Caminante...
Los luchadores de los círculos se volvieron hacia el trono del Gran
Maestre y alzaron los brazos en señal de saludo.
--Los hechizos deben quedar limitados a los círculos --siguió
diciendo Zarel--. Todos los combates del primer día se libran por la
posesión de un hechizo, a menos que ambos luchadores declaren
combate a muerte, por agravios personales.
Hubo un momento de silencio mientras los árbitros de cada
círculo se volvían hacia los luchadores bajo su supervisión para
preguntarles qué clase de combate librarían.
--Farnin de Bolk y Petrakov de Fentesk lucharán a muerte en el
círculo siete --predijo Hammen--. El año pasado Petrakov mató a la
amante de Farnin, y el populacho lleva mucho tiempo esperando ver
este combate.
Tres banderas rojas subieron por otros tantos de los postes que
se alzaban junto a cada círculo, y una de ellas estaba en el séptimo
círculo. Un frenesí de gritos y aclamaciones hizo temblar toda la arena.
--Petrakov es hombre muerto --anunció Hammen con visible
deleite.
Zarel alzó los brazos hacia el cielo.
--¡Preparaos!
Los luchadores salieron de sus cuadrados neutrales y fueron
hacia la arena.
Se oyó sonar un silbato, y la multitud lanzó un rugido enfurecido.
Garth se volvió hacia Hammen.
--Es el círculo once --dijo Hammen--. El luchador Púrpura lanzó un
hechizo antes de empezar el combate. Queda descalificado.
Garth volvió la mirada hacia el aquel círculo, al otro extremo de la
arena, asombrado de cómo se las arreglaba Hammen para ver lo que
estaba ocurriendo a tal distancia y cómo sabía al instante qué había
ocurrido allí. El luchador de Ingkara salió del círculo y se dejó despojar
de un hechizo, que fue sacado de su bolsa y entregado al ganador del
combate. Cuando inició el regreso hacia el lado Púrpura de la arena, la
multitud lanzó aullidos iracundos mientras el lado Gris prorrumpía en
gritos de alegría, ya que el luchador Púrpura había sido el favorito.
Jimak se levantó de su trono mascullando una maldición y
extendió la mano.
Hubo un cegador destello luminoso, y un instante después ya sólo
quedaba un montón humeante de huesos calcinados allí donde se
había alzado el luchador descalificado. La multitud empezó a aplaudir
y Jimak se dio la vuelta y se inclinó ante los seguidores de Ingkara,
que se tranquilizaron rápidamente al haber recuperado el honor
perdido.
--¡Oh, qué infiernos! Sólo era un inútil de segundo nivel... --resopló
Hammen poniendo cara de aprobación--. Después de esa humillación,
nadie habría pagado una moneda de cobre por contratarle.
La multitud se fue calmando poco a poco, y los ojos de todos los
espectadores se volvieron hacia Zarel.
El Gran Maestre alzó los brazos y los mantuvo en esa posición
hasta que el silencio fue absoluto, y después los bajó de repente
mientras su voz retumbaba por toda la arena.
--¡Luchad!
Al instante la arena se convirtió en un confuso torbellino de luz,
explosiones, rugidos de animales y gritos de ogros, enanos, demonios
y demás criaturas invocadas mediante la magia y, por encima de todo
ello, de los salvajes alaridos de placer y excitación que brotaban de las
gargantas de los espectadores.
Hammen, que parecía haber enloquecido de alegría, daba saltitos
sobre su asiento y aullaba de puro deleite.
--¡El combate del círculo cinco ya ha terminado! --exclamó de
repente.
Garth volvió la mirada hacia donde estaba señalando Hammen. El
luchador de Fentesk ya estaba inconsciente en el suelo, y los
esqueletos que había invocado habían sido convertidos en polvo por
un grupo de berserkers y una tempestad de fuego. El árbitro se estaba
inclinando sobre el vencido para coger un hechizo de su bolsa y
entregárselo al ganador.
--Naru también ha terminado --anunció Garth, y señaló al gigante.
Naru acababa de aplastar a dos enanos invocados por su
oponente con sus manos desnudas, y después había lanzado un
potente aullido demoníaco que derribó a la luchadora rival, arrojándola
hacia atrás tan violentamente que acabó fuera del círculo.
Los graderíos detrás de Garth vibraron con los gritos de
aclamación a su favorito. Naru volvió contoneándose a su sección
después de haber reclamado su premio, y los luchadores de Bolk se
pusieron en pie para aplaudir y rodear a su campeón.
La multitud gimió de sorpresa y consternación cuando Petrakov
derribó a Farnin, el favorito sentimental del populacho y al que los
pronósticos daban como ganador. Petrakov siguió castigándole con
una flagelación psíquica que hizo que Farnin se retorciera
frenéticamente de un lado a otro. Hammen, que ya había perdido el
control de sus emociones, empezó a gritar juramentos e insultos y
Garth meneó la cabeza y frunció el ceño. Petrakov se dedicó a torturar
a su oponente, y siguió con la flagelación a pesar de causarse daños a
sí mismo durante el proceso. Después cruzó el círculo, desenvainó su
daga y empezó a acuchillar a Farnin en la cara mientras la multitud se
desgañitaba abucheándole. Petrakov acabó agarrando a su oponente
por los cabellos, le alzó en vilo y le rajó la garganta de oreja a oreja,
haciendo que un río escarlata se desparramara sobre la arena.
Los luchadores Marrones gritaron, y algunos de ellos se pusieron
en pie para correr hacia la arena y lanzar un hechizo curativo sobre su
camarada. Un muro de fuego, creado por los luchadores del Gran
Maestre que montaban guardia junto a los sectores de las Casas,
surgió de la nada y frenó a los camaradas de Farnin.
Petrakov arrojó el cuerpo de Farnin a un lado con una mueca
desdeñosa. En el suelo, el luchador vencido agitó las piernas y se
llevó las manos a la garganta desgarrada, pero la sangre brotó a
chorros entre sus dedos, y un instante después quedó totalmente
inmóvil. Petrakov se inclinó sobre él sin esperar al arbitro, cortó la tira
de su bolsa y la alzó triunfalmente por encima de su cabeza. Después
escupió sobre el cadáver, y salió del círculo.
--En los viejos tiempos eso nunca habría sido permitido, salvo en
las últimas rondas --gruñó Hammen--. El Gran Maestre fomenta este
comportamiento porque al populacho le gusta ver derramar sangre.
Cuando Petrakov vuelva a luchar, la gente apostará por él mucho más
de lo que han apostado ahora, sobre todo si combate a otro luchador
de la Casa de Bolk.
El último combate llegó a su fin y los vencedores regresaron con
sus trofeos, un solo hechizo para los combates normales; o toda la
bolsa en el caso de que ser un combate a muerte, menos la cuota de
maná que el Gran Maestre reclamaba cuando se derramaba sangre.
Pero uno de los tres combates a muerte terminó sin que ninguno de
los dos luchadores se alzara con la victoria, ya que ambos
contrincantes perecieron. Los que no habían apostado en ese
combate rieron con alegría, mientras quienes sí lo hicieron lanzaban
aullidos de rabia, pues en esos casos el Gran Maestre se quedaba con
todas las apuestas y además reclamaba las bolsas de los caídos.
Los luchadores de Bolk volvieron a sus, donde estaba Garth. Los
ganadores irradiaban orgullo, pero los perdedores estaban sombríos y
abatidos y lanzaban miradas llenas de nerviosismo a Kirlen, que las
ignoraba con altivo desdén. Tras ser derrotados, sus contratos para el
próximo año valían ahora bastante menos y Kirlen no permitiría que lo
olvidasen.
Los camilleros salieron corriendo a la arena en cuanto hubo
terminado el último combate para llevarse a los muertos y heridos, y
una multitud de artistas circenses salió de los túneles de acceso y se
esparció por la arena: había enanos, malabaristas y devoradores de
fuego. Varias docenas de carros remolcados por cebras, tigres, osos e
incluso un mamut salieron al galope detrás de ellos. Cada carro
transportaba una pequeña catapulta, y la multitud se puso en pie al
verlas mientras todos se preguntaban sobre los motivos del Gran
Maestre para introducir aquellas armas pesadas en la arena.
Los enanos que manejaban las catapultas tensaron las cuerdas,
cargaron las armas con ollas de barro y las enfilaron hacia la multitud.
Gritos de ira se levantaron sobre la arena, y el populacho inició
frenéticos esfuerzos para retroceder en todos los lugares donde se
veía apuntado por las catapultas. Los enanos dispararon sus armas
entre carcajadas de placer enloquecido. Un rugido ensordecedor subió
hacia el cielo y Hammen, siempre curioso, se levantó para ver qué
estaba ocurriendo. Las ollas chocaron con los graderíos y se hicieron
añicos. La multitud lanzó jadeos de sorpresa y placer, y al instante
hubo una frenética carrera hacia ellas, pues las ollas contenían toda
clase de premios: abalorios, exquisitas golosinas, billetes de lotería y,
lo más sorprendente de todo, monedas de cobre, oro y plata.
Los equipos de las catapultas se desplazaron por el perímetro de
la arena con el ruidoso acompañamiento de los vítores y gritos de
alegría de la multitud, recargaron sus armas con nuevas ollas y las
lanzaron sobre el populacho, que corría de un lado a otro, dominado
por un nuevo frenesí de codicia.
Hammen meneó la cabeza y volvió a sentarse.
--¿Te gustaría estar ahí arriba? --preguntó Garth.
--Por supuesto que sí, y sería mucho mejor que estar aquí abajo
sin hacer nada.
Una catapulta remolcada por mamuts pasó por delante de ellos y
lanzó a los graderíos una olla de barro casi tan grande como un
hombre.
La multitud dejó escapar un aullido de deleite, y una oleada de
vítores y aclamaciones a Zarel brotó de la arena.
--Una idea realmente genial --murmuró Garth, y meneó la cabeza.
--Reconquistar el favor del populacho nunca resulta muy difícil,
sobre todo pagando con monedas de oro.
--¿Conoces a alguien que esté en las dotaciones de esas
catapultas?
--No. ¿Por qué me lo preguntas?
--Oh, por nada.
Hammen miró a Garth, y sus labios se curvaron en una sonrisa
maliciosa.
--¿Quieres robarles el dinero? Es eso, ¿verdad?
--No. Pura curiosidad, nada más.
--Tengo un amigo que podría hacer averiguaciones. Se gana la
vida con un pequeño negocio ilegal.
--¿De qué clase?
--Pociones y similares, ya sabes... Te ayuda a librarse de una
esposa que se ha vuelto insoportable o a seducir a una chica reticente,
e incluso puede proporcionarte un poco de valor extra cuando más lo
necesitas... Ese tipo de cosas.
--¿Y qué clase de clientela tiene?
Hammen volvió a sonreír maliciosamente.
--De lo mejorcito --dijo--. Nobles, grandes comerciantes..., y el
mismísimo Uriah, capitán de los luchadores de Zarel --añadió bajando
la voz--. No me costaría mucho averiguarlo a través de él. Mi primo
dice que siempre está presumiendo de lo importante que es, y de
como todos en la corte le respetan y le temen.
La mención del nombre del enano hizo que Garth se volviera
hacia la arena.
--¿Ocurre algo, amo? --preguntó Hammen.
Garth sonrió melancólicamente y se volvió hacia Hammen.
--No, nada --replicó--. Quiero hablar con ese amigo tuyo cuando
hayan terminado los combates de hoy. ¿Podrías concertarme una
cita?
--¿Deseas una poción para cierta benalita, tal vez?
--No, maldito seas. Limítate a concertar esa cita, ¿entendido?
Hammen dejó escapar una risita ahogada y asintió.
Los nombres de la siguiente ronda estaban siendo colocados en
rápida sucesión. Un estallido de vítores brotó de la multitud cuando
dos favoritos, ambos luchadores de noveno nivel --Varena era una de
ellos--, fueron enfrentados el uno contra el otro. La multitud se
apresuró a hacer más apuestas, en un frenesí de excitación
incontrolable.
Hammen lanzó una mirada expectante a los graderíos en los que
se sentaba el populacho.
--Vuelvo en un momento --anunció de repente.
Se levantó del asiento y fue hacia la barrera, donde le esperaba
un hombre encorvado que a Garth le resultaba vagamente familiar.
Hubo un furtivo intercambio de palabras y un apretón de manos, y
Hammen volvió junto a Garth.
--He apostado todo lo que teníamos por Varena --le dijo a Garth
en voz baja.
Garth asintió y alzó la mirada hacia donde había estado el hombre
de la espalda encorvada.
--Me resulta familiar.
--Estaba en la mazmorra, y su celda quedaba delante de la tuya.
Le saqué de allí aprovechando la confusión.
--Y supongo que ahora no siente demasiado aprecio por el Gran
Maestre, ¿verdad?
Hammen dejó escapar una risita ahogada, como si Garth acabara
de decir algo increíblemente estúpido.
--¿Tiene tantas amistades y conocidos como tú? --preguntó Garth.
--Debería. Es el jefe de una de nuestras hermandades.
--Dile que se reúna con nosotros esta noche.
--Oh, amo, otra vez no...
--Haz lo que te digo, cuando vayas a recoger nuestras ganancias.
Los trompetas lanzaron su advertencia y los artistas circenses
salieron de la arena seguidos por los carros, que dispararon su última
salva de ollas antes de irse. Una de ellas pasó por encima de los
luchadores de la Casa de Bolk y se hizo añicos al chocar con la
primera fila de graderíos. Docenas de espectadores intentaron saltar el
muro para recoger las monedas que contenía, pero fueron recibidos
por los guardias del Gran Maestre, que los hicieron retroceder
golpeándoles con sus garrotes. Los infortunados que padecieron los
golpes empezaron a aullar y maldecir, y los espectadores sentados
más arriba lanzaron rugidos de placer ante aquel inesperado
espectáculo.
La trompeta sonó por última vez y los luchadores salieron a la
arena. Garth se puso en pie y consiguió ver a Varena cuando se
dirigía hacia un círculo del otro extremo del campo. Volvía a haber
varias banderas rojas que indicaban los combates a muerte, y una de
ellas hizo que la multitud soltara un jadeo de sorpresa... un luchador
de segundo nivel retaba a muerte a uno del sexto. Tal combate
suponía prácticamente un suicidio para el contrincante más débil.
--Algunos lo hacen porque están locos, y otros esperan tener un
golpe de suerte y ganar una bolsa llena de hechizos que hubiesen
tardado décadas en obtener al viejo estilo, entrenando y acumulando
maná --declaró Hammen con obvio desdén.
Zarel se puso en pie y volvió a hacer los anuncios rituales con los
brazos levantados hacia el cielo, y los dejó caer bruscamente en
cuanto hubo acabado.
--¡Luchad!
Y la arena volvió a quedar invadida por la salvaje explosión de
hechizos y destellos de luz. Las criaturas surgieron de la nada para
enfrentarse en feroz combate entre nubes de gases y ciclones de
fuego. Una araña gigante apareció en uno de los círculos, pero el
luchador que hizo la invocación fue descalificado cuando perdió el
control de la criatura, que huyó del círculo de combate en cuanto fue
atacada por una manada de lobos. La araña corrió hacia los graderíos
y la multitud próxima sucumbió al pánico, abandonando sus asientos
para escapar. Los luchadores del Gran Maestre se lanzaron a por la
araña, atacándola repetidamente con fuego y consiguiendo pararla
justo cuando había empezado a trepar a la grada. Pero unos cuantos
espectadores sucumbieron bajo el rociado de veneno ácido lanzado
por la horrible criatura y sus cuerpos se desintegraron en masas
burbujeantes antes de que la bestia fuera destruida. El luchador salió
de la arena consternado, tras ser despojado del hechizo de la araña
como penalización, aunque muchos espectadores le obsequiaron con
una salva de aplausos por un evento tan emocionante, del que se
hablaría una y otra vez durante los próximos días.
Por toda la arena los duelos fueron terminando. El combate del
luchador de segundo nivel contra el de sexto se prolongó mucho más
de lo que todo el mundo había esperado, hasta que el luchador de
segundo nivel giró repentinamente sobre sí mismo e intentó huir. Su
oponente le persiguió a través de la arena lanzándole pullas y gritos
despectivos hasta que Zarel, visiblemente disgustado, se puso en pie,
alzó las manos y acabó con él un instante antes de que pudiera cruzar
el círculo en el que Varena y su oponente estaban librando un ejemplo
clásico de combate entre hechizo y contrahechizo que ya había
conseguido poner en pie a toda la multitud.
Garth estaba observando el enfrentamiento con toda su atención,
tomando nota mental de los hechizos que Varena se veía obligada a
revelar.
--Espero que se esté guardando algunas cartas en la manga, o no
le quedará ningún secreto para cuando lleguen los combates finales
--observó Hammen sin inmutarse--. Lo siento por ella... Pero tendrás
que enfrentarte con esa mujer tarde o temprano, amo, y esto te dará
algo de ventaja.
Los otros combates ya habían terminado, pero Varena y su
adversario seguían luchando. La multitud se callaba cada vez que el
encarnizamiento del combate disminuía un poco, y lanzaba vítores o
gemidos según cual fuese el contrincante que parecía estar
imponiéndose. Varena fue derribada en dos ocasiones, una por la
carga de un berserker que atravesó su hilera de criaturas de fuego, y
la segunda por el arrollador ataque de una sombra espectral. Pero
logró dar la vuelta al curso del combate cuando su oponente lanzó un
hechizo negro de absorción de vida, para el que Varena poseía un
contrahechizo con el que, en vez de debilitarse, consiguió recuperar
energías a costa de su rival. Después lanzó un terrible ataque,
confiando en hechizos de fuego mezclados con una tormenta de hielo,
hasta que su rival cayó inconsciente tras haber agotado todo su poder.
Varena se quedó inmóvil en el centro del círculo, oscilando debido
al agotamiento, mientras el árbitro sacaba un hechizo de la bolsa de
su oponente y se lo entregaba. Después Varena sorprendió a muchos
espectadores con el gesto de poner las manos sobre su oponente
para revivirle, una acción que gustó mucho a la multitud y que le ganó
una aclamación cuando giró sobre sí misma y salió de la arena. Al
pasar junto al trono del Gran Maestre, Garth vio a Zarel se inclinado
hacia adelante observándola con gran atención, seguramente ya sabía
qué papel había jugado Varena en su rescate.
--Hemos doblado el dinero que teníamos --siseó Hammen con
placer mientras volvía a dejarse caer en el asiento al lado de Garth.
--¿Transmitiste el mensaje a tu amigo?
--No sé por qué, pero lo hice --replicó Hammen poniendo cara de
irritación.
Garth se recostó en su asiento e ignoró las piruetas de los artistas
circenses, que habían vuelto a salir a la arena. Parte de los graderíos
quedaron vacíos cuando las muchedumbres fueron hacia los puestos
de comidas y las letrinas, pero aun así quedaron muchos
espectadores que empezaron a moverse de un lado a otro intentando
ocupar los sitios en los que podían caer más ollas de barro.
--Tu combate --anunció Hammen, y lanzó una mirada llena de
excitación a Garth.
Garth no dijo nada y clavó la mirada en el tablero, que ya estaba
empezando a mostrar la nueva tanda de enfrentamientos.
--Apuesto a que ya nos toca a nosotros --dijo Hammen.
Estaba señalando el tablero mientras un chico correteaba por una
pasarela y colgaba un símbolo consistente en un parche para ojo muy
estilizado delante de la primera letra del nombre que acababa de ser
colocado. La multitud empezó a lanzar vítores en cuanto vio el
símbolo. Garth permaneció inmóvil con la mirada fija en el tablero y vio
cómo los muchachos colocaban su nombre, que quedó reducido a
«Tuerto». El de su oponente apareció en el poco después. Era de
Ingkara, pero la multitud reaccionó con visible confusión.
--¿Quién es ese bastardo? --preguntó un luchador Marrón,
volviéndose hacia Garth como si éste tuviera la respuesta.
Garth se volvió hacia Hammen, que seguía inmóvil y en silencio.
--Hace dos días no estaba en las listas --anunció por fin
Hammen--. Espera un momento...
Se levantó de su asiento y fue corriendo hacia los graderíos,
donde varios espectadores se separaron del gentío y bajaron para
reunirse con él. Hubo una apresurada conferencia en voz baja, y
Hammen volvió enseguida.
--Es una trampa --dijo con irritación--. Uno de los hombres de
Zarel, como mínimo de nivel ocho o incluso más alto... Fue visto en el
desfile de la arena. Jimak debe de haber aceptado un soborno para
permitir que fuese incluido a última hora en las filas de los Púrpura.
--Así que lucharé contra él, ¿eh?
--Es un desconocido, uno de los lugartenientes de Zarel... Eso
también significa que la selección ha sido amañada. Uno de los
monjes debió hacer algún cambio con los discos de nombres.
--Bueno, así que lo han amañado todo. ¿Qué infiernos
esperabas? --replicó Garth en voz baja y suave.
Garth se dio cuenta de que estaba siendo observado, y alzó la
mirada y vio que Kirlen le estaba contemplando.
Kirlen sonrió e inclinó la cabeza.
El tablero mostró las apuestas, tres a uno contra Garth. Los
murmullos de sorpresa y confusión que brotaban de la multitud se
hicieron más ruidosos.
Hammen se volvió hacia los graderíos y formó bocina con las
manos delante de la boca.
--¡Está amañado!
Su grito fue oído y coreado casi al instante, y la agitación no tardó
en irse extendiendo por la arena.
Hammen se reclinó en su asiento, permaneció inmóvil durante
unos momentos y después se levantó para volver al muro.
--¿Qué apuestas vas a hacer? --preguntó Garth.
Hammen volvió la mirada hacia él y le contempló poniendo cara
de sentirse dolido.
--¿Tres contra uno? --acabó replicando--. Vamos a dejarles
limpios... Y además, si pierdes estoy muerto, así que tanto da.
--Gracias por la confianza.
Hammen soltó una risita ahogada y fue hacia el muro. Volvió
pasados unos momentos, justo cuando sonaba el primer clarinazo de
advertencia.
--Naru apuesta por Garth.
Garth se volvió hacia el gigante sonriente.
--Gano de las dos maneras --anunció Naru, como si hubiera
logrado salir triunfante de un desafío lógico--. O gano dinero ahora, o
no tengo que luchar y matarte después.
Naru celebró su chiste con estrepitosas carcajadas que más
parecían rugidos.
La tercera trompeta sonó por fin y Garth se puso en pie, con
Hammen al lado, y salió de debajo del toldo para emerger al sol de
finales de la tarde. La arena prorrumpió en salvajes aclamaciones que
se fueron difundiendo desde el sector Marrón hasta las otras tres
cuartas partes del estadio.
Garth fue hacia el círculo asignado sin prestar atención a los
vítores y entró en la zona neutral, que había quedado manchada de
sangre durante el combate anterior. Hammen le quitó la capa y
observó con recelosa cautela al oponente de Garth cuando fue hacia
el círculo.
--Ya recuerdo a ese bastardo --susurró de repente--. Fue capitán
de la guardia en Tantium... Es un auténtico asesino. Esto no tiene
buen aspecto, Garth.
Zarel Ewine se recostó en su trono y dejó escapar una risita
ahogada. El capitán sabía lo que se esperaba de él, y haría bien su
trabajo. Y después... sería eliminado. Así se evitarían rumores sobre
como se amañó el combate sobornando al monje, que también sufriría
un accidente, o de como el propio Gran Maestre le entregó un
poderosísimo hechizo para ganar el combate.
Zarel cogió su copa de vino, la contempló con expresión
satisfecha y tomó un sorbo mientras esperaba a que los luchadores
acabaran de prepararse.
El capitán de Tantium fue hasta su cuadrado neutral sin ningún
sirviente que le acompañara. Abrió el broche que sujetaba su capa y
dejó que ésta cayera al suelo. Después se inclinó y se desperezó
lánguidamente sin prestar ninguna atención a Garth. Los músculos
ondularon en sus robustos brazos desnudos.
--Podría tratar de acabar contigo físicamente --susurró Hammen--.
Ten mucho cuidado con su daga. Fíjate en su bota izquierda: lleva otra
daga escondida allí para lanzarla cuando le haga falta. Ah, y
seguramente la hoja está envenenada...
El último trompetazo hizo vibrar el aire, y el árbitro del combate
fue hasta el centro del círculo y miró a Garth.
--¿Qué clase de combate vas a librar? --preguntó.
--Combate por un hechizo --dijo Garth en voz baja y suave.
El árbitro se volvió hacia el capitán.
--¿Qué clase de combate vas a librar? --volvió a preguntar.
--Combate a muerte --replicó el capitán.
El árbitro giró sobre sí mismo y fue hacia el poste que se alzaba al
lado del círculo.
--Eh, ¿qué infiernos estás haciendo? --gritó Hammen.
El árbitro ignoró el grito de Hammen e izó la bandera roja que
indicaba un combate a muerte.
--¡Han amañado el combate! --gritó Hammen volviéndose hacia
los graderíos de la arena, pero sus palabras quedaron ahogadas por el
estallido de gritos de entusiasmo.
Hammen se volvió hacia Garth.
--Si pierdo, sal de aquí lo más deprisa que puedas --murmuró
Garth, y después inclinó la cabeza y cerró los párpados.
--¡Luchad!
Garth abrió los párpados y entró en el círculo. Se concentró y
empezó a invocar el poder de su maná, con el cual iría construyendo
sus hechizos..., y sintió la presencia de un bloqueo. El capitán ya
había recurrido a su maná, y había lanzado un encantamiento que
absorbía el poder de Garth. Aquel hombre era extremadamente
poderoso, y además sabía utilizar sus técnicas con suma habilidad.
Garth sintió una punzada de temor.
El centro del círculo se llenó de humo, y media docena de
cadáveres putrefactos surgieron de la nube acompañados de la
pestilencia de su podredumbre. El primer cadáver avanzó con paso
tambaleante hacia Garth, que retrocedió mientras seguía haciendo
esfuerzos desesperados para acceder a su maná. La palidez del
hueso era visible a través de la fosforescencia de su rostro medio
podrido. Garth reprimió un acceso de náuseas, pero su concentración
quedó rota cuando tuvo que echarse a un lado para esquivar las
manos del no muerto que pretendían atraparle. Otro cadáver le agarró
por el hombro, y unos dedos helados se hundieron en su carne e
intentaron drenarle la vida. Garth se liberó con una sacudida y se
apartó de ellos mientras sentía cómo iba perdiendo las fuerzas. Más
formas aparecieron en el centro del círculo: ahora era una plaga de
ratas, y sus ojillos verdes ardían con un resplandor malévolo. Las ratas
atacaron, y Garth bailoteó de un lado a otro aplastando varias bajo sus
botas, pero dos agarrarse a sus piernas y hundieron sus dientes en
ellas. El veneno empezó a extenderse por su sangre. Garth se
tambaleó, pero también logró quitárselas de encima.
Garth, por fin, consiguió recuperar su control sobre un maná de
bosque. Alzó la mano, y una neblina color verde oscuro surgió de la
nada arremolinándose a su alrededor y cegando a los no muertos. El
ataque vaciló y fue desviado durante un momento, que Garth
aprovechó para levantar las manos e invocar un torrente de agua
fresca y curativa que cayó sobre su cuerpo y eliminó el veneno.
Ambos combatientes estaban utilizando cada vez más maná.
Garth extendió las manos hacia adelante y dibujó una imagen en el
aire. Un instante después hubo un estallido de luz que terminó de
dispersar la neblina y una silueta cobró forma. La multitud lanzó un
rugido de aprobación ante la aparición de un unicornio blanco que
piafaba y se encabritaba ante el olor de la carne muerta. Cargó contra
los cadáveres que volvían a rodear a Garth y empezó a pisotearlos.
Después volvió grupas para atacar al capitán, pero su ataque se fue
haciendo cada vez más lento y acabó deteniéndose del todo, como si
el luchador lo hubiese atrapado en una telaraña oscura. Intentó
erguirse sobre sus patas traseras mientras lanzaba relinchos de dolor,
pero acabó desplomándose de lado. Su oponente había tenido un
momento de distracción debido al ataque, y Garth pudo enfrentarse a
las ratas que seguían persiguiéndole, lanzando sobre ellas un
enjambre de avispas que las acosaron clavándoles sus aguijones con
tal ferocidad que las ratas fueron muriendo una tras otra.
Otro ataque azotó a Garth, y sintió cómo su maná se marchitaba,
mermando su poder. Garth comprendió que su oponente tenía a su
disposición poderes tan grandes como los de un Maestre de Casa o
incluso un Gran Maestre. Le miró fijamente mientras el pensamiento
se abría paso en su mente, y percibió la mirada burlona del capitán,
como si éste se estuviera jugando con él, totalmente seguro de cuál
iba a ser el desenlace del combate.
Garth movió las manos describiendo un círculo, y consiguió erigir
una protección mágica para mantenerse a salvo de las embestidas de
su oponente. Después redobló el poder del círculo. No causaba ningún
daño a su enemigo, pero al menos ahora estaba mejor preparado
contra sus ofensivas. Más no muertos surgieron de la nada, pero
fueron repelidos por la pantalla. Su oponente lanzó un nuevo ataque
contra el maná de Garth, pero éste también fue detenido por el círculo
de protección. El capitán concentró su atención en las avispas, que
estaban avanzando hacia él, y un instante después el enjambre cayó
al suelo victima de una atadura que agotó su poder para volar. Las
avispas se retorcieron frenéticamente y murieron enseguida.
Durante un momento no hubo ataques por ningún lado. Garth
lanzó una rápida mirada a su alrededor y vio que casi todos los
combates habían finalizado. Ahora la multitud estaba pendiente del
combate a muerte que se libraba en el centro de la arena. Una masa
de oscuridad apareció en la parte central del círculo y empezó a
avanzar hacia Garth, quien comprendió que se enfrentaba a una
sombra gélida y sintió cómo su círculo exterior de protección se
desmoronaba bajo su ataque. Alzó las manos y un instante después
empezó surgir del suelo un grupo de árboles que terminó rodeándole.
Garth salió del círculo de protección y fue extendió más y más la hilera
de árboles hasta que llenaron la mitad del círculo de combate. Pudo
sentir cómo su poder iba creciendo, realimentándose de sus propias
invocaciones, y extendió el brazo señalando más allá de la sombra
gélida. Un árbol cobró vida y envolvió a la criatura espectral con
brazos de ramas, apretándola hasta hacerla pedazos.
La multitud no podía ver lo que estaba ocurriendo, pero seguía
lanzando vítores en un salvaje frenesí de sonidos que ahogaban los
ruidos del enfrentamiento. Garth avanzó cautelosamente hasta el
comienzo del bosque que acababa de crear. Su oponente estaba
yendo hacia él con las manos levantadas. Un diluvio de rayos cayó del
cielo y empezó a destruir el bosque en una rápida sucesión de
impactos. Garth extendió la mano hacia el capitán, y el árbol que
caminaba emergió del bosque. Se inclinó sobre el capitán y lo alzó en
vilo por los aires. Un estallido de aclamaciones hizo temblar toda la
arena cuando la lucha volvió a resultar visible. El capitán se retorció de
dolor y extendió las manos hacia el rostro de la criatura arbórea, y ésta
retrocedió tambaleándose recubierta ahora de llamas que empezaron
a consumirla. Ante el sufrimiento de la criatura Garth alzó la mano y,
anulando su invocación, la hizo desparecer. Después se lanzó sobre el
capitán y extendió un pie en una patada que pretendía romperle la
rodilla. El capitán esquivó el golpe y le puso la zancadilla,
consiguiendo que Garth cayera al suelo. Dejó escapar una carcajada
sardónica y atacó a su vez, lanzando una patada al costado de Garth
con tal fuerza que se pudo oír el crujido de las costillas al romperse.
Este rodó sobre sí mismo, alejándose de su oponente y alzó las
manos mientras lo hacía. Unas siluetas diminutas aparecieron de
repente. Resultaban casi cómicas, pues no eran más que pequeñas
hadas de los bosques. Las hadas revolotearon de un lado a otro con
un veloz zumbido de alas y se agruparon de repente, lanzándose
sobre los ojos del capitán para clavar sus minúsculas lanzas. El
capitán aulló de dolor y retrocedió. El bosque creado por Garth ardía
detrás de él, y espesas nubes de humo giraban y se enroscaban sobre
sí mismas, alzándose hacia los cielos mientras las llamas siseaban y
crujían.
Garth, jadeando en un desesperado intento de tragar aire, no
deperdició tiempo en un hechizo de curación y, con una rápida
invocación, envió un oso contra su oponente. Este, a su vez, había
invocado un grupo de orcos Garra de Hierro que se enfrentaron al oso
blandiendo sus pesadas cimitarras. Mientras los cuerpos eran
desgarrados por zarpas y colmillos, un diluvio de piedras empezó a
caer del cielo aplastando lo que quedaba del pequeño bosque, y Garth
pudo sentir cómo su poder volvía a disiparse.
Erigió otro círculo de protección para ganar tiempo y poder
sustituir el maná que su oponente acababa de inutilizar.
El capitán estaba inmóvil al otro lado del círculo. Por su cara y
brazos corrían regueros sangre debidos a las heridas sufridas durante
el ataque de las hadas, cuyos cuerpos diminutos yacían esparcidos
sobre el suelo. El capitán se limpió la sangre de los ojos, y una mueca
de rabia contorsionó sus rasgos. Garth desplegó sus poderes
mentales intentando aturdir y sondear los pensamientos de su
oponente, a la vez que lanzaba contra él otro enjambre de hadas.
El segundo enjambre también pereció, pero de nuevo lograron
clavar sus lanzas en el capitán, que manoteaba frenéticamente contra
los minúsculos atacantes, mientras el populacho acogió el espectáculo
con risas cada vez más estruendosas.
El capitán señaló el suelo con una mueca de irritación, y un grupo
de guerreros enanos apareció ante él. Después continuó gesticulando
para invocar más seres. Garth, por su parte, empezó a acumular
poder, haciendo acopio de todas las reservas de maná de que
disponía. Mientras el capitán preparaba su ataque, llamando a una
criatura tras otra, hasta reunir un increíble despliegue mágico en el
que había enanos, orcos, trasgos, esqueletos e incluso algunos
demonios menores.
Garth se levantó y fue hasta el centro del círculo. Aquel acto de
desafío arrancó frenéticas aclamaciones a la multitud, como si se
dispusiera a luchar con las criaturas invocadas sin recurrir a la magia y
con sólo la daga que desenvainó de repente.
El capitán dejó escapar una carcajada de desprecio, alzó las dos
manos hacia el cielo y después las extendió delante de él. Una grieta
apareció en el suelo justo ante sus pies. Un silencio expectante cayó
sobre la arena, cuando una nube negra surgió de la grieta, subiendo
tan velozmente como un sibilante chorro de vapor que brotara de las
puertas del infierno. Una sombra giró y se arremolinó, y fue
adquiriendo forma poco a poco.
--¡Un Señor del Abismo!
Garth miró por encima del hombro, y vio como Hammen
retrocedía con el rostro lleno de terror.
--¡Un Señor del Abismo! ¡Un Señor del Abismo!
El grito era como un trueno que brotaba de las gargantas de la
multitud, y los que habían apostado por Garth lanzaron gemidos de
desesperación mientras se apresuraban a ponerse en pie para
presenciar el final de aquel gran espectáculo.
El demonio siguió alzándose como una montaña y extendió sus
gigantescas manos en forma de garra. Abrió su negra boca, y las
llamas se desparramaron sobre sus dientes mientras sus rojos ojos
ardían como ascuas dentro de un horno.
El demonio bajó la mirada hacia el capitán, y este le señaló a los
guerreros enanos. El demonio se rió, giró sobre sí mismo y los alzó
con sus garras, devorándolos después mientras los enanos chillaban y
aullaban. Las otras criaturas invocadas comprendieron que habían
sido traídas hasta allí para servir como ofrenda, para ser sacrificadas a
este poder oscuro. Intentaron escapar, pero el capitán extendió las
manos hacia ellas y las dejó paralizadas.
El demonio terminó su festín y avanzó hacia Garth con lentas y
colosales zancadas, extendiendo hacia él sus inmensas garras. Garth
alzó las manos y masas de hielo cayeron del cielo, esparciéndose
sobre los brazos del monstruo. El hielo se convirtió en vapor muy
caliente nada más entrar en contacto con el Señor del Abismo, y el
demonio lanzó un rugido de dolor y retrocedió tambaleándose.
El capitán extendió la mano hacia los berserkers, y la criatura los
devoró. El banquete había doblado sus fuerzas y el demonio volvió a
la carga profiriendo ensordecedores aullidos de furia. Garth movió las
manos en torno a sí mismo, y múltiples rayos de luz se entrelazaron
formando una armadura sagrada que envolvió todo su cuerpo. El
monstruo intentó atraparle, pero cada vez que sus manos rozaban la
armadura hacían surgir un chorro de vapor. Garth y el demonio
siguieron enfrentándose de aquella manera hasta que el poder del
demonio empezó a disiparse, aunque también la armadura se volvió
traslúcida hasta casi desaparecer.
El frenesí del populacho alcanzó nuevas cimas de salvaje
intensidad cuando el Señor del Abismo giró sobre sí mismo con los
rasgos contorsionados por la rabia y regresó hacia el capitán. Este
reaccionó al instante y extendió la mano hacia los orcos que
controlaba. El demonio saltó sobre ellos y los devoró mientras se
debatían y chillaban. Garth no hizo nada, y se limitó a observar las
acciones de la criatura. Su enemigo había conjurado un ser que casi
se encontraba más allá de su capacidad de control, y tenía que seguir
alimentándolo continuamente para que no dejara de obedecerle. El
capitán volvió a mover la mano en un intento de invocar nuevos
sustitutos para el banquete de la criatura, pero esta vez sólo consiguió
hacer aparecer una docena de ratas antes de que el agotamiento le
obligara a inclinar la cabeza.
El Señor del Abismo, momentáneamente saciado, giró sobre sí
mismo para atacar una vez más a Garth. Pero este había vuelto a
emplear su hechizo vegetal, erigiendo un muro de árboles vivos y
colocándose detrás de él. El Señor Oscuro fue hacia el bosque,
rebosando odio ante una creación tan llena de paz y sosiego. Se irguió
cuan alto era y empezó a hacer pedazos los árboles con sus terribles
garras mientras Garth reforzaba su barrera de protección. Los
atronadores rugidos del monstruo retumbaron por todo la arena,
ahogando las frenéticas aclamaciones de una multitud extasiada ante
tan asombrosa exhibición. El demonio lograba atravesar la masa de
árboles, pero ahora aullaba de dolor cuando sus garras se cerraban
sobre los troncos reforzados con gigantescas púas y espinos. El
demonio siguió arrancando árboles y arrojándolos en todas
direcciones, hasta llegar al otro lado.
Y después se detuvo, visiblemente exhausto. Luego giró sobre sí
mismo y empezó a regresar lentamente hacia el lado del círculo
ocupado por su amo, sin apartar los ojos de los otros banquetes que el
capitán había conjurado para mantenerle controlado.
Garth saltó hacia adelante, gesticulando hacia los diablillos,
esqueletos y ratas que el capitán mantenía como ofrenda a su
monstruosa criatura. Su hechizo se impuso con éxito y sus formas
oscilaron hasta esfumarse, al haberse deshecho la invocación que las
sometía.
El capitán titubeó, sorprendido por el tipo de ofensiva lanzada por
Garth. El gran demonio volvió a erguirse y lanzó aullidos de rabia al
ver que se le negaba la ofrenda debida. El capitán alzó las manos
intentando una última invocación, pero había agotado su maná con el
monstruo y las provisiones necesarias para controlarlo. Hubo un débil
destello luminoso, y lo único que apareció fue un hada minúscula que
emprendió el vuelo huyendo a toda velocidad nada más ver al Señor
del Abismo. El demonio, que se había quedado boquiabierto, siguió su
huida con la mirada y acabó volviendo la cabeza hacia el capitán. Y
después saltó sobre él lanzando un alarido de ira.
Hubo un fugaz destello, como si el capitán hubiera logrado erigir
algún círculo de protección. Garth se volvió hacia el trono del Gran
Maestre y vio que Zarel se había puesto en pie y tenía los brazos
extendidos. Hammen empezó a dar saltos sobre su asiento señalando
al Gran Maestre, y un ensordecedor aullido de protesta brotó de la
multitud ante aquella descarada interferencia. Zarel miró a su
alrededor, y bajó las manos. El círculo de protección desapareció al
instante.
El capitán fue alzado por los aires mientras lanzaba chillidos de
terror. El Señor del Abismo contempló con satisfacción a su presa y
después tiró de ella en direcciones opuestas, partiendo al luchador por
la mitad y devorándolo de dos rápidos bocados. El poder controlado
por el capitán se desvaneció al instante junto con su fuerza vital, y el
demonio se esfumó entre un fogonazo de fuego y humo.
Garth atravesó lentamente el círculo sin esperar a que el árbitro
llegase al premio. Se inclinó, cogió la bolsa manchada de sangre de su
oponente y la alzó delante de su rostro. La multitud reaccionó con una
oleada de aclamaciones. La sección de la Casa de Bolk se quedó
vacía, y los ocupantes de las gradas saltaron las barreras sin prestar
atención a los golpes de los guerreros que intentaban detenerles.
Decenas de millares de cuerpos entraron a la carrera en el suelo de la
arena.
--¡Tuerto! ¡Tuerto!
El árbitro del círculo se acercó y alargó la mano hacia la bolsa.
Garth le detuvo con la mirada.
--Fuiste tú quien impuso un combate a muerte, y ahora el premio
es mío --dijo.
--Pertenece al Gran Maestre --siseó el luchador.
--Pues entonces intenta llevárselo.
El hombre le contempló en silencio un momento y volvió la mirada
hacia el trono de Zarel. La multitud se fue arremolinando en torno a
Garth, sumergiéndole en una masa de cuerpos. Hammen logró abrirse
paso hasta él.
--Demos gracias al Eterno por esta multitud, porque creo que
Zarel estaba a punto de bajar de su trono y enfrentarse a ti --murmuró.
El árbitro retrocedió, y pronunció la fórmula ritual:
--Maná como pago por un combate a muerte --terminó diciendo de
mala gana.
Garth abrió la bolsa, pero solo para sacar de ella un raro amuleto
envuelto en seda negra y, con un gesto de desprecio, arrojó la bolsa
entera al árbitro, que se apresuró a alejarse.
Después deslizó un brazo sobre los hombros de Hammen para
apoyarse y se abrió paso a través de la multitud, percibiendo a su
espalda la rabia de Zarel ante la humillación sufrida y la pérdida de
uno de sus hechizos más poderosos.
--¿Qué tal estás, amo? --le preguntó Hammen con visible
preocupación.
--Conseguí curarme las costillas, pero sigo teniendo una resaca
terrible --replicó Garth--. Vamos a tomar una copa de vino, y después
necesitaré que hagas unas cuantas cosas para esta noche.
--¿Qué cosas?
Garth se limitó a sonreír.
_____ 12 _____

La ciudad se había convertido en un manicomio. Las bandas


rivales aprovechaban los juegos y el hecho de que casi todo el mundo
hubiese ido a la arena para lanzarse al saqueo. Los partidarios de
Ingkara habían asaltado las zonas donde vivían los partidarios de la
Casa de Fentesk, y una turba de kesthanos había intentado saquear el
sector Púrpura, mientras que Bolk se había limitado a robar a todos los
demás. Los incendios habían estallado en varios barrios de la ciudad,
y el resplandor de las llamas inundaba el cielo de la medianoche.
--Ah, cómo adoro los días de Festival --gruñó Hammen,
deteniéndose para asomar furtivamente la cabeza por una esquina, y
volviéndose después para ver cómo las llamas envolvían la casa de un
mercader muy odiado que vivía al otro extremo de la calle.
--El Festival no siempre fue así --dijo Garth, y su tono era más de
afirmación que de pregunta.
Hammen escupió en el suelo.
--Los viejos tiempos están tan muertos como todos los viejos
tiempos --Guardó silencio durante un momento y suspiró--. Bueno, la
edad de oro tal vez no fuese tan dorada como algunos quieren
recordarla --dijo por fin--, pero al menos los juegos de antes no servían
para entretener al populacho. Por aquel entonces eran pruebas de
habilidad y práctica, un tiempo de tregua antes de volver a las
peregrinaciones y al estudio, o a cumplir un contrato con un príncipe
que trataba a sus luchadores con honor. Ahora sólo se lucha por la
sangre, los contratos y el deleite de la turba.
Hammen meneó la cabeza y después dejó escapar una risita
impregnada de tristeza cuando unos saqueadores que cargaban con
un pesado barril pasaron corriendo junto a ellos.
--Muy bien, Garth, el juego ha terminado --dijo alzando la mirada
hacia él--. Hemos acabado el día con seis veces más dinero del que
teníamos cuando empezó. Incluso descontando mi comisión, tienes
suficiente para vivir como un príncipe durante un par de años. Además
conseguiste un poderoso hechizo, más propio de un Maestre de Casa
que de un simple luchador. ¿Por qué no te conformas con lo obtenido
y te largas de esta enorme casa de locos?
Garth sonrió y meneó la cabeza.
--Todavía tengo algunas cosas que hacer --dijo.
--¡Maldita sea, hijo! El combate de hoy fue una trampa, todo
estaba amañado. El capitán tenía ordenes de matarte, ese hechizo lo
debió aportar el Gran Maestre en persona, y te metieron en un
combate a muerte tanto si querías como si no. ¿Acaso crees que
mañana jugará más limpio?
--Pues la verdad es que sí --respondió Garth sin inmutarse--. El
populacho está al corriente de lo ocurrido porque tus amigos se han
encargado de que se supiera. Mañana jugará limpio..., por lo menos
hasta que el Caminante vuelva para respaldarle.
Garth se detuvo y se volvió justo cuando la casa del mercader se
derrumbaba lanzando un chorro de chispas y pavesas hacia el cielo.
Una turba borracha que reía a carcajadas se había congregado
alrededor de la casa, y estaba alzando jarras de cerveza y vino
saludando el fuego mientras el mercader maldecía y soltaba
juramentos, tan dominado por la angustia que se arrancaba la barba a
puñados.
Hammen aflojó el paso, todavía preocupado por la conversación
mantenida al salir de la arena al terminar los combates del día.
--Lo que le has pedido a mi amigo es una auténtica locura --dijo
por fin.
--Me dijiste que odiaba al Gran Maestre, que no le había
perdonado que su hijo muriera el año pasado, ¿no? Recuerda que
fuiste el primero que me hizo ver la conexión.
--Estaba pensando en voz alta, nada más... Hablaba de lo que el
Gran Maestre ha hecho.
--Es un camino para llegar a lo que yo quiero que se haga. Has
estado llevando mi rubí de un lado a otro, y ya es hora de que sirva de
algo.
--Supondrá un riesgo terrible para mi amigo. Podría ser
denunciado y acabar muerto.
--El personaje a sobornar forma parte de su clientela y compra
pociones ilegales, ¿no? --replicó Garth--. Resultaría muy divertido. No
te preocupes, tu amigo puede ejercer cierta presión sobre él.
--El hombre... Bueno, quizá debería decir «la criatura»... En fin, el
personaje al que quieres sobornar seguramente se guardará tu dinero
en el bolsillo y se olvidará de todo.
Garth sonrió y meneó la cabeza.
--No conoces bien la naturaleza de emociones como la
culpabilidad y la venganza --replicó--. Además, media docena de
carros cargados con ollas de premios también son una tentación de
peso. Nadie podrá seguirle la pista, y nuestro amigo acabará siendo
mucho más rico. Aceptará el plan.
Hammen miró nerviosamente a su alrededor.
--Estamos hablando del capitán de los luchadores de Zarel, Uriah
el Servil.
Garth sonrió melancólicamente.
--Sí... Uriah --dijo, y su voz parecía venir de muy lejos y estar llena
de tristeza.
--Ese rubí valía un centenar de monedas de oro como mínimo
--gimió.
Hammen.
Garth volvió la mirada hacia él como si sus palabras acabaran de
hacerle regresar de una tierra muy lejana.
--Cuando sobornas a alguien importante, has de estar dispuesto a
pagar un precio elevado --dijo.
--Y sin embargo tú apareciste ante mí sin tener ni una miserable
moneda de cobre, y yo llegué a confiar en ti.
--Tenía que ser discreto y no llamar la atención.
--¿Y aún te queda algo de discreción?
--Un poquito --dijo Garth, y sonrió--. Quiero que salgas por la
puerta de la ciudad donde nos vimos por primera vez en cuanto hayan
terminado los combates de mañana. Camina exactamente mil
quinientos pasos, y ni uno más ni uno menos. ¿Lo has entendido?
--¿Estás hablando de tus pasos o de los míos?
--¡De los míos, maldición! ¿Cómo infiernos puedo saber qué
distancia recorres tú con un paso?
--De acuerdo, lo intentaré.
--Bien... Como te iba diciendo, tienes que andar mil quinientos
pasos. A la derecha del camino hay una antigua tumba, a unos cien
pasos subiendo por la colina. Las piedras de la parte de atrás están
algo sueltas, y detrás de ellas hay un fardo envuelto en una piel
embreada. Tráemelo, y por el Eterno que será mejor que no lo abras.
--Así que ahora también soy tu chico de los recados, ¿eh?
--Iría yo mismo, maldita sea, pero mañana pueden ocurrir muchas
cosas.
--Como por ejemplo que te maten.
--En ese caso el fardo será tuyo. Digamos que... Bueno, así te
acordarás de mí, ¿eh? Creo que su contenido te parecerá muy
interesante.
Garth siguió abriéndose paso a codazos y empujones por entre el
gentío, agradeciendo la llovizna que caía del cielo porque evitaba que
su capucha levantada y su sombrero de ala ancha pareciesen fuera de
lugar.
Llegó a la Gran Plaza y siguió avanzando por entre la multitud,
caminando con paso rápido y decidido.
--¡Oh, maldición! --siseó Hammen.
Pero se mantuvo pegado a Garth mientras su compañero se
aproximaba al perímetro del palacio. Una hilera de guardias estaba
apostada justo detrás de las fuentes, y observaba con cauteloso recelo
al gentío que pasaba junto a ellas. Los altercados del día anterior
había aumentado la tensión entre los guerreros del Gran Maestre y los
habitantes de la ciudad, y cualquier insignificancia podía provocar una
nueva explosión de disturbios.
Garth se abrió paso a través de las últimas filas de la multitud sin
aflojar el paso, y de repente echó a correr hacia el guerrero más
próximo. Garth le golpeó en el plexo solar antes de que el hombre
tuviera tiempo de reaccionar, y el puñetazo hizo que el guerrero se
doblara sobre sí mismo a pesar de su armadura de cuero. El guerrero
que estaba a la derecha de la víctima se dio la vuelta, sobresaltado
por el repentino ataque, y Garth giró sobre sus talones e incrustó su
puño en el cuello del hombre justo detrás de la oreja. Después
desenvainó su daga y separó la bolsa del guerrero de su cinturón, la
abrió de un tajo y la lanzó sobre la perpleja multitud. La acción de
Garth provocó una frenética carrera hacia las monedas que habían
caído sobre el pavimento con un ruidoso tintineo. Tres guerreros más
llegaron corriendo con las espadas desenvainadas. Garth se echó a
un lado y derribó al primero con una zancadilla. El segundo se
aproximó con más cautela y lanzó un mandoble bajo. Garth saltó por
encima de su acero y pateó al guerrero en la cara aprovechando el
mismo movimiento. El tercer guerrero acabó deteniéndose, giró sobre
sí mismo y echó a correr mientras hacía sonar su silbato para dar la
alarma.
El populacho, que había quedado paralizado de estupor ante la
rapidez con que había finalizado el enfrentamiento, se lanzó sobre los
guerreros caídos para robarles. Garth giró sobre sus talones y fue
rápidamente hacia la oscuridad mientras la trompeta empezaba a
sonar detrás de él dando la alarma general. Instantes después toda
una compañía de guerreros salió del palacio a paso de carga y se
lanzó sobre la multitud.
Aquella diversión inesperada empezó a atraer nuevos
espectadores de toda la Plaza, y Garth tuvo que esquivar a la marea
humana que se lanzaba hacia adelante para ver lo que ocurría. El
gentío que gritaba y corría se fue acercando y acabó viéndose metido
en la pelea, que se generalizó rápidamente cuando los odios entre los
guardias del Gran Maestre y el populacho estallaron de manera
incontenible.
Garth siguió cruzando la Plaza, yendo hacia la Casa de Kestha.
Estaba a punto de llegar al círculo exterior de grandes losas que
marcaban el territorio de Kestha cuando se arrancó la capa de un
manotazo, revelando el uniforme Naranja que llevaba debajo, aunque
su rostro siguió oculto bajo el sombrero de ala ancha. Garth extendió
la mano y señaló a uno de los centinelas que montaban guardia en la
entrada de la Casa.
--¿Quién es? --preguntó.
Hammen entrecerró los ojos para ver mejor entre la neblina y la
penumbra.
--Es Josega... --replicó--. Bueno, al menos eso creo. Cuarto nivel,
o tal vez quinto.
--Suficiente. Ya sabes qué has de hacer.
Garth echó a correr, lanzándose a una rápida carga a través de
las losas grises.
--¡Josega, bastardo cobarde! --gritó.
Josega, que había estado apoyándose en la pared de la Casa
como si estuviera cansado y harto de montar guardia, se incorporó y
alzó la mirada justo a tiempo de ver cómo una túnica Naranja corría
hacia él. Empezó a levantar las manos, pero Garth le había pillado
desprevenido y un chorro de fuego caído del cielo derribó a Josega,
dejándole inconsciente sobre el pavimento. El otro guardia dio un paso
hacia adelante para enfrentarse a Garth, sin ver a Hammen que se
aproximaba por el otro lado. Hammen cayó sobre él por detrás y le
dejó inconsciente golpeándole en la nuca con su báculo. Después
desenvainaron sus dagas y huyeron a la carrera cuando ya se
empezaba a dar la alarma en el interior de la Casa, con las bolsas de
los dos centinelas caídos en las manos.
--¡Bueno, por lo menos ahora no les matarán en la arena! --jadeó
Hammen mientras desaparecían entre el gentío, que ni siquiera se
había enterado del robo porque tenía toda la atención concentrada en
el cada vez más ruidoso clamor de los disturbios.
--¿Siempre sabes encontrar un bálsamo moral para tus pecados?
--preguntó Garth.
--Ayuda a evitar los remordimientos de conciencia.
Garth se abrió paso a través de la plaza, que ya había empezado
a vibrar con los gritos de furia del populacho. Grupos de gente
enfurecida pasaron corriendo junto a él, y Garth vio que muchos de los
que los formaban iban armados con garrotes, picas, cuchillos de
trinchar carne e incluso alguna que otra ballesta. El combate en los
alrededores del palacio se había vuelto muy encarnizado, y los
guerreros iban saliendo del edificio protegidos por su formación de
escudos superpuestos mientras la turba respondía arrojándoles un
diluvio de despojos, adoquines, leña ardiendo y todo aquello a lo que
podía echar mano.
Garth dio un rodeo para esquivar el disturbio y fue hacia la Casa
de Ingkara. Se detuvo antes de llegar a ella y se arrancó la túnica
Naranja que llevaba puesta, revelando una túnica Marrón oculta
debajo de ella.
--¿Es que no has tenido suficiente? --preguntó Hammen.
--Todavía no. Bien, vamos a repetir lo que acabamos de hacer al
otro extremo de la Plaza...
Momentos después los dos huían a la carrera con dos bolsas más
de hechizos en las manos mientras sus perseguidores eran detenidos
por la turba.
Garth fue aflojando el paso hasta convertir su carrera en un
tranquilo paseo, y volvió al territorio de la Casa de Bolk. Media docena
de luchadores estaban inmóviles en la puerta y contemplaban los
disturbios que se iban extendiendo por la Plaza.
--¿Qué está ocurriendo ahí? --preguntó Garth, yendo hacia Naru.
El gigante bajó la mirada hacia él y le contempló con curiosidad.
--Esta noche hay muchas peleas --gruñó con visible diversión--.
¿No lo sabías?
--No. He ido en busca de un poco de placer detrás de la Casa.
--¿Qué clase de placer?
--De la clase femenina.
--Ah... Te has saltado el entrenamiento. A la señora no le gusta
eso.
Naru dejó escapar una estruendosa risotada y después alzó la
mirada, y entrecerró los ojos al ver a una docena de luchadores de la
Casa de Ingkara que acababan de entrar en el pavimento que
pertenecía a Bolk.
--¡Fuera de nuestro territorio! --gritó, y salió de la puerta principal
para encararse con los Púrpuras, que se detuvieron al ver al gigante.
--¡Uno de vuestros hombres le robó los hechizos a dos de los
nuestros! --gritó un luchador Púrpura.
Naru no dijo nada, y se limitó a inclinar la cabeza y lanzarle una
mirada despectiva. El luchador Púrpura pareció vacilar, y un instante
después sus ojos se posaron en Garth.
--Fue él... ¡Ha sido el Tuerto!
Naru echó la cabeza hacia atrás y se rió.
--Tuerto es buen amigo, y estaba fuera robando su honor a las
mujeres, no sus despojos a perros --replicó--. Los Púrpuras sois los
perritos falderos del Gran Maestre.
Un ingkarano alzó la mano mientras lanzaba un grito de ira. Se
formó un ciclón, y el viento que surgió de él era tan gélido como una
noche ártica. El remolino fue deteniéndose a medida que una silueta
cobraba forma dentro de él. Era un gigante de hielo, que avanzó hacia
Naru moviéndose tan lentamente como si sus articulaciones todavía
estuvieran envueltas en bloques de escarcha, pero su progresión era
tan incontenible como letal. El gigante alzó su martillo de guerra, y un
aullido atronador que hacía pensar en el viento de una noche invernal
surgió de su boca abierta.
Naru rió y esquivó el ataque. Después golpeó al gigante de
escarcha, incrustando su puño en él con tal fuerza que la cabeza del
gigante se convirtió en un montón de diminutos fragmentos que
cayeron al suelo con un tintineo musical..., y el combate terminó con
ese golpe. Gritos dirigidos a los Púrpuras y llamadas a los Marrones
resonaron en la Plaza. Los luchadores y los guerreros salieron
corriendo de la Casa y se apresuraron a acudir en ayuda de sus
camaradas. La multitud, que había estado corriendo hacia los
disturbios alrededor del palacio, giró sobre sí misma para presenciar el
espectáculo, y se hicieron apuestas a toda prisa. Los partidarios de
Ingkara y Bolk se abrieron paso a empujones para no perderse el
combate, y poco después ya estaban luchando entre ellos. Los gritos
que llamaban a los luchadores de Fentesk y Kestha llegaron de la
sección contigua un instante después. Una explosión desgarró la
oscuridad y la multitud lanzó exclamaciones de asombro al ver los
rayos que surgieron de la cima de la Casa de Fentesk.
Garth se mantuvo entre las sombras e ignoró los gritos de
excitación que lanzaba Hammen mientras el enfrentamiento se iba
extendiendo por toda la Plaza. El populacho se unió a la contienda, y
los partidarios de los distintos bandos se lanzaron unos contra otros
con alegre y frenético abandono. Ningún guerrero o luchador del Gran
Maestre intervino para poner fin a las peleas, ya que todos estaban
muy ocupados conteniendo a la multitud que rodeaba el palacio.
De repente hubo una gran explosión de luz alrededor del palacio
del Gran Maestre, chorros de fuego surgieron desde el último nivel y
empezaron a llover indiscriminadamente sobre el populacho,
derribando a centenares de personas.
--Creo que entraré a echar una siesta --dijo Garth sin inmutarse.
Después dio la espalda al espectáculo, y cruzó el umbral pasando por
encima del cuerpo inconsciente de un luchador Púrpura al que Naru
había lanzado por los aires, haciéndole volar más de una docena de
pasos antes de caer. El hombretón, que estaba lanzando alaridos de
deleite, continuaba internándose en la batalla y sus puños subían y
bajaban implacablemente.
Garth cruzó el umbral, y se detuvo. Bajando la mirada hacia
Hammen preguntó:
--¿Por qué no vas a hacerme la cama, Hammen?
Hammen, que estaba contemplando a Kirlen con los ojos muy
abiertos, asintió y pasó a toda velocidad junto a la Maestre de Bolk,
que seguía inmóvil delante de ellos.
--Ha sido magnífico, Garth el Tuerto. Una exhibición de astucia
realmente genial...
--¿A qué os referís, mi señora?
--A los disturbios de ahí fuera. ¿Acaso crees que no sé cómo
empezó todo? ¿Piensas que el Gran Maestre no lo sabe también?
--No tiene ninguna prueba. Quizá sencillamente está recogiendo
los vendavales que ha sembrado con su incapacidad para gobernar
como es debido.
--¿Y tú eres su juez moral? Ya sabrás que centenares de
personas van a morir en la Gran Plaza esta noche, ¿verdad?
Garth asintió.
--Habría acabado ocurriendo de todas maneras --replicó--. Nadie
les está obligando a enfrentarse a los guerreros del Gran Maestre,
¿no? No hacen más que imitar el comportamiento de quienes están
por encima de ellos.
Kirlen dejó escapar una carcajada helada mientras se apoyaba
pesadamente en su báculo.
--Bien, los dos estamos jugando al mismo juego y podemos
ayudarnos el uno al otro..., de momento --acabó diciendo Kirlen, giró
sobre sí misma y se alejó cojeando.

***
--¡Ah, ese bastardo...! ¡Sé que ha sido él!
Uriah alzó la mirada hacia Zarel.
--¿Cómo lo sabéis, mi señor?
Su voz estaba llena de una recelosa cautela.
--¿Cómo osas...? Debería castigar tu insolencia dejándote sin
cabeza.
Un instante después Zarel vio con incrédula perplejidad que por
una vez su amenaza no hacía palidecer a Uriah.
--Si me matáis ahora, mi señor, me temo que habrá una rebelión
en el palacio. Nuestros luchadores se encuentran fuera del edificio
conteniendo a la multitud. Si su capitán muriera por vuestras manos...
Bueno, ¿qué dirían entonces?
--¿Acerca de ti? ¡No gran cosa!
--No, estaba pensando en lo que dirían sobre la situación en
general --replicó Uriah, asombrado ante las palabras que salían de sus
labios--. Durante los disturbios de los últimos días han muerto once
luchadores, y más de doscientos guerreros. Están muy descontentos,
mi señor, tal vez mi muerte no signifique nada... O quizá sí acabe
teniendo importancia.
--¿Qué infiernos te ha ocurrido?
Uriah tragó saliva, e hizo un terrible esfuerzo de voluntad para
controlar su miedo.
--Hoy habéis violado casi todas las reglas de la arena.
Introdujisteis a Sumar en la Casa de Ingkara, amañasteis el sorteo, le
proporcionasteis un poderoso hechizo, hicisteis que el árbitro
declarase falsamente un combate a muerte, y después tratasteis de
intervenir.
--¿Cómo sabes todo eso?
--Él me lo dijo esta mañana. Aceptó vuestra misión, pero temía
que pudiera significar su muerte; así que me lo contó todo antes de
incorporarse a las filas de la Casa de Ingkara.
Zarel empezó a levantar la mano.
--Adelante, mi señor. Hasta ahora todo eso sigue siendo un
secreto. Pero matadme y toda la ciudad sabrá con certeza lo que por
el momento no es más que una sospecha... Eso acabará con todas las
apuestas, pues el populacho ya no tendrá la más mínima confianza en
vos. Adelante... Veréis, mi señor, también yo he dejado instrucciones a
cierta persona, y todo será revelado si muero.
Zarel vaciló, aturdido al ver como su segundo se volvía tan
inesperadamente contra él.
--Y yo también podría revelarlo todo sobre tu papel en la caída de
la Casa Turquesa --logró replicar por fin.
--Hace veinte años que mantenéis esa amenaza sobre mi cabeza,
mi señor, y me he arrastrado ante vos durante todo ese tiempo. Pero
en este momento quiero ser tratado como un hombre.
Zarel se rió.
--No eres más que un animal deforme.
--¿Y por qué me habéis nombrado capitán de vuestros
luchadores?
Los labios de Zarel se curvaron en una sonrisa helada.
--Porque podía controlarte.
--Todavía podéis hacerlo, pero el precio ha cambiado.
--¿Qué quieres?
--El control de la Casa de Bolk --replicó Uriah sin inmutarse.
--No ejerzo ningún poder sobre la selección de los Maestres de
las Casas.
--Pues encontrad alguna manera de ejercerlo. Tendréis que matar
a Kirlen antes de que todo esto haya terminado, o ella os matará.
¿Acaso no resulta obvio que se encuentra detrás de todas las
acciones del luchador tuerto?
--¿Y cómo podré confiar en ti después?
--No podréis confiar en mí. Y ya que hablamos de eso... Bueno,
¿cómo puedo confiar en vos? Tal vez esa sea el único tipo de relación
que puede perdurar en este mundo.
Zarel asintió con una cansina inclinación de cabeza y se sentó.
--¿Puedes controlar al populacho?
--Resultará difícil, pero... Sí, puedo hacerlo, aunque me preocupa
lo que pueda ocurrir mañana en la arena. Una sola chispa bastaría
para provocar un estallido de las turbas.
Uriah vaciló.
--Si esa chispa llegara a surgir, entonces tendrás que matar a
millares de ellos y hacer que muerdan el polvo --dijo Zarel--. Habrá
que ser implacable.
Uriah asintió.
--¿Acabaréis con él mañana, mi señor? --preguntó por fin.
--He planeado matarle durante la procesión hasta la arena. Mis
asesinos ya están ocupando sus posiciones en estos mismos
instantes. No saldrá vivo de la ciudad.
--Y suponiendo que consiga eludir esa trampa...
--¿Matarle en la arena? No, es demasiado arriesgado --dijo Zarel,
y se quedó callado.
--Dejad que el Caminante se lo lleve como sirviente y os habréis
librado de él. Tiene algún plan secreto, y no sólo contra vos, sino
también contra el mismísimo Caminante.
--¿Cómo lo sabes?
--Me habéis ordenado que averiguase cuanto pudiera sobre él
--replicó Uriah--. Ese hombre es incalculablemente peligroso.
Zarel inclinó la cabeza.
--Sal de aquí --ordenó pasados unos momentos.
--¿Estamos de acuerdo?
--Sí, maldito seas... Y ahora, vete de una vez.
Uriah giró sobre sí mismo con la cabeza inclinada y salió cojeando
de la habitación.
--¡Y controla de una vez a esas condenadas turbas!
La puerta se cerró detrás de él y el enano tuvo que apoyarse
contra la pared, repentinamente incapaz de seguir reprimiendo el
temblor de sus miembros. Uriah luchó contra el súbito deseo de
vomitar. Llevaba años soñando con plantar cara a Zarel, y siempre
había temido que la muerte sería toda la respuesta que recibiría.
Se sentía como si estuviera poseído por un demonio, y se
preguntó si no sería aquello lo que le estaba ocurriendo en realidad.
Su visita al vendedor de pociones había tenido como propósito obtener
unos polvos que le permitieran poseer a una de las mujeres de la
corte, ya que sólo podían ser suyas si las drogaba antes. Uriah aceptó
sin recelo la copa que se le ofrecía, y desde entonces aquella nueva
sensación de poder y orgullo desafiante se había adueñado de él.
Sintió una repentina tentación de salir del palacio, encontrar a
aquel hombre y matarle.
Pero... Bueno, ¿por qué tenía que matarle? Todo había salido a
las mil maravillas, aunque el bebedizo quizá no tuviera nada que ver
con lo que estaba ocurriendo. Metió la mano en el bolsillo y acarició la
bolsita de cuero, sintiendo el peso del rubí que contenía. La propuesta
que acompañó al rubí era bastante sencilla de llevar a cabo, por sí
solo este soborno ya bastaba para disfrutar de docenas de noches de
placer sin necesidad de recurrir a las pociones, y además el botín de
los carros era toda una fortuna.
«Y ahora se me ha prometido la Casa de Bolk en cuanto Kirlen
caiga --pensó con una hosca sonrisa--. Tendré mi Casa, y quedaré
libre de los tormentos de Zarel...» Aquel sueño maravilloso se adueñó
de él, y Uriah pudo verse a sí mismo siendo transportado sobre un
palanquín de oro, como Jimak, y rodeado por concubinas que harían
babear de envidia a Tulan. El pensamiento le hizo sonreír.
Pero de repente Uriah se preguntó de dónde había surgido aquel
soborno. Había una sospecha agazapada en su mente, y bastó para
que un escalofrío recorriese su cuerpo; pues aún guardaba algunos
recuerdos de un tiempo muy, muy lejano, y de cómo por aquel
entonces había sido una fuente de inocente diversión e, incluso, había
sido amado.
Uriah bajó la cabeza y se alejó por el corredor hasta desaparecer
entre la oscuridad.
Zarel permanecía sentado, inmóvil y en silencio. ¿Qué infiernos le
había ocurrido a Uriah? ¿Sería simplemente locura, o tal vez había
percibido que el poder y el trono del Gran Maestre ya no eran tan
firmes como antes? Pero además de todo eso había un miedo más
profundo, y la intuición de que aquel luchador tuerto era algo muy
distinto a todo lo que se le había enfrentado en el pasado. Tenía que
aceptar la innegable verdad de que el luchador tuerto pretendía acabar
con él, y tal vez Uriah tuviese razón. Sí, también cabía la posibilidad
de que quisiera algo del Caminante...
Zarel suspiró y se inclinó hacia adelante en su trono. Se preguntó
si el luchador tuerto habría descubierto que todo el Festival era un
complejo fraude. Que uno de sus propósitos era ir seleccionando a los
mejores luchadores para que el Caminante se los llevara de este plano
de existencia..., matándolos después para eliminar amenazas en
potencia, no sólo al orden de cosas existente sino también para el
mismísimo Caminante. El luchador tuerto ya había demostrado ser
muy astuto, y no dar por sentado que ya lo sabía todo sería una
estupidez por parte de Zarel.
Volvió a alzar la mirada, y estuvo a punto de llamar de nuevo a
Uriah.
No. Él no. Y no en aquel momento. Esa sería otra maniobra que
debería llevarse a cabo en el momento adecuado. Tenía que haber
otra manera de destruir al luchador tuerto...
De repente Zarel se echó hacia atrás y empezó a reír.
Ahora todo encajaba, y era tan maravillosa y sencillamente obvio,
que tenía que hacerse precisamente de aquella manera..., y además,
al hacerlo había muchas posibilidades de que abriese el camino para
la ascensión de un nuevo Caminante.
_____ 13 _____

Garth se desperezó lánguidamente y vio cómo iban apareciendo


la nueva lista de nombres en el gran tablero de anuncios. La primeros
combates del segundo día del Festival acababan de terminar, y Garth
aguardó a ver contra quién se enfrentaría en la siguiente tanda de
combates, después de no haber tomado parte en la primera. Su
símbolo apareció en el tablero, y la multitud lanzó un rugido de
aprobación que fue seguido por una tempestad de carcajadas
despectivas cuando el nombre de un luchador de segundo nivel de
Kestha fue colocado junto al suyo como rival de Garth.
Se volvió hacia Hammen, que se encogió de hombros.
--Quizá ha cambiado de parecer y hoy ha decidido jugar limpio
--dijo Hammen--. El populacho odia más que nunca a ese bastardo.
La insatisfacción resultaba evidente en toda la ciudad. Varios
centenares de viviendas y comercios habían ardido durante los
disturbios de la noche anterior, y hubo veintenas de muertos y
centenares de heridos. La tensión había estallado con una intensidad
todavía más incontenible en los combates entre Fentesk y Kestha, que
habían terminado con media docena de luchadores muertos, uno de
ellos el segundo mejor luchador de Kestha, y los combates entre Bolk
e Ingkara, que habían provocado la muerte de ocho luchadores más.
Garth había seguido los consejos de Hammen y había salido
cautelosamente de la Casa antes del amanecer para esconderse junto
a la arena, evitando así tomar parte en el gran desfile y la posibilidad
de caer en una trampa tendida por Zarel. Antes de irse había dejado
una nota dirigida a Kirlen pidiéndole que no se le excluyera de los
combates del día.
El consejo de Hammen demostró ser de lo más prudente y
acertado cuando estalló una pelea durante el desfile hacia la arena. La
mitad de los luchadores de Zarel surgieron rápidamente de un callejón
lateral y convergieron sobre las filas de los luchadores Marrones.
Después miraron a su alrededor con expresiones expectantes, y Kirlen
rió con una alegría implacable y llena de gélido sarcasmo cuando
quedó claro que esa supuesta pelea no había sido más que una
excusa para atacar a Garth, que no se hallaba en la columna que
avanzaba lentamente hacia el estadio.
La multitud de la arena esperaba impaciente, preguntándose
dónde estaba su favorito y temiendo que se hubiera marchado tan
misteriosamente como había llegado. La trompeta que llamaba a los
luchadores esparció sus ecos por el inmenso estadio, y todos se
pusieron en pie para contemplar cómo los luchadores que iban a
combatir en la segunda ronda de eliminación entraban en la arena.
--Será una trampa --dijo Hammen con voz lúgubre--. No te dejará
salir de ese campo de combates con vida.
--Siempre puedes quedarte en los graderíos.
--¡Y un infierno! Sólo el Eterno sabe por qué he aguantado hasta
ahora.
--Bien, pues entonces tendremos que seguir adelante --anunció
Garth.
Se puso en pie y arrojó a un lado la gruesa capa debajo de la que
se había estado manteniendo oculto. Se abrió paso a través de los
graderíos, llegó a la barrera que indicaba el comienzo del campo de
combates y saltó el muro, volviéndose después para ayudar a bajar a
Hammen. Media docena de guerreros echaron a correr hacia él,
suponiendo que era un seguidor dominado por el exceso de
entusiasmo, y Garth se volvió hacia ellos.
Un salvaje griterío de alegría y deleite surgió de la multitud,
extendiéndose velozmente desde el lugar en el que acababa de
aparecer Garth.
--¡Tuerto!
Los guardias fueron aflojando el paso hasta acabar deteniéndose,
y le contemplaron boquiabiertos por la sorpresa. Garth pasó junto a
ellos como si no estuviesen allí.
Los espectadores quedaron tan encantados al comprender que
Garth había estado sentado entre ellos que prorrumpieron en un
aplauso atronador mientras atravesaba el campo para ir al círculo que
se le había asignado.
El círculo se encontraba directamente debajo del trono de Zarel, y
Garth alzó la mirada hacia él, sonrió y no dijo nada.
Zarel se puso en pie y le contempló sin tratar de disimular su odio,
y Garth le dio la espalda en una clara muestra de desprecio. El rugido
de la turba se hizo todavía más estrepitoso.
--¡Podría matarte aprovechando que estás de espaldas a él!
--gritó Hammen, intentando hacerse oír por encima de los aullidos de
la multitud.
--No tiene las agallas necesarias para matarme ahora --dijo Garth
en voz baja mientras entraba en la zona neutral--. Si me toca ahora,
medio millón de personas destrozarán este lugar.
--No confíes en el populacho.
--No lo hago, pero confío en el odio que les inspira Zarel.
Su oponente, una joven luchadora de Kestha, avanzó hacia el
círculo, entró en la zona neutral que le correspondía y contempló a
Garth con visible nerviosismo.
--¿Qué clase de combate deseas librar? --preguntó el árbitro.
--Combatiré por un hechizo --respondió Garth.
El árbitro del círculo giró sobre sí mismo y volvió la mirada hacia
la mujer, que dio la misma contestación que Garth.
El combate fue breve. Un mamut invocado por Garth cargó contra
la luchadora antes de que ésta hubiera podido hacer acopio del maná
suficiente para montar su defensa. La mujer alzó la mirada hacia la
enorme criatura con los ojos desorbitados por el terror, y levantó la
mano en un gesto de sumisión. Garth apartó al mamut y lo hizo
desaparecer anulando el hechizo. El árbitro del círculo fue hacia la
mujer para despojarla del amuleto que había intentado usar, pero
Garth extendió la mano izquierda con la palma vuelta hacia el suelo
para indicar que no lo aceptaba. La multitud acogió aquel acto de
caballerosidad con un rugido de aprobación.
Garth se encaminó sin apresurarse hacia las gradas ocupadas por
los luchadores de Bolk. Muchos de ellos le contemplaron con
suspicacia, pero Naru le recibió con ruidosos gritos de deleite.
--¡Bien! Todavía podré luchar contigo... Creí que te habías
escapado.
Garth rió y fue hasta una mesa en la que había fruta, queso y
jarras de vino para los luchadores que desearan comer o beber algo.
Cogió un puñado de granadas y una jarra de vino, y fue hacia un
asiento vacío mientras movía la mano indicando a Hammen que le
siguiera.
Kirlen, sentada en su trono, bajó la mirada hacia él.
--No has asistido a la procesión de la mañana --dijo.
--Pensé que no me convenía hacerlo, por razones de salud
--replicó Garth.
Kirlen dejó escapar una risita helada.
--Habría sido muy divertido ver cómo te las arreglabas.
--Sólo los idiotas se meten en líos cuando no hay necesidad de
ello.
--¿Y qué fue entonces lo que hiciste anoche?
Garth sonrió pero no dijo nada, y se puso a contemplar el
espectáculo.
La tercera ronda de eliminación empezaba en unos instantes, y
Garth fue incluido en tanda de combatientes. Cuando volvió a su
asiento, poco tiempo después, traía un hechizo rojo de bola de fuego
obtenido del oponente al que acababa de dejar sin sentido. El frenesí
de la multitud alcanzaba a extremos de auténtica histeria, a pesar de
que el historial de Garth hacía que ya fuese necesario apostar una
moneda de plata para ganar una de cobre.
Se anunció el descanso del mediodía, y la multitud formó grupos
en los graderíos discutiendo a gritos las posibilidades de los cuarenta
luchadores que seguían en la competición. Varios favoritos habían
caído durante las primeras rondas, como Ornar de Kestha, o el
legendario Mina de Ingkara que había sido sacado inconsciente del
campo después de que unos trasgos le hubieran arrancado una pierna
a mordiscos. La competición se había vuelto más interesante por las
muertes de luchadores durante los disturbios de la noche anterior,
pues nueve de los muertos habían sobrevivido a la primera ronda de
eliminaciones. Lo que habían trastornado las variedades de apuestas
más sofisticadas, y millares de espectadores se llevaron una
desagradable sorpresa al ver aparecer símbolos negros junto a los
nombres de los fallecidos.
Las apuestas no se hacían sólo sobre peleas individuales, sino
también sobre una amplia gama de opciones que incluían
combinaciones de luchadores y promedios de victorias de las Casas.
Como resultado la multitud estaba bastante irritada. Muchas apuestas
hechas al final del primer día habían quedado anuladas y todas
aquellas monedas fueron a parar a los cofres de Zarel, lo que
fomentaba la creencia entre el populacho de que el Gran Maestre
había provocado los disturbios para llenarse los bolsillos y vengarse
de los ciudadanos.
Pronto estallaron discusiones entre los partidarios de un grupo u
otro, y algunas de ellas se convirtieron en peleas que se fueron
desplazando a través de los graderíos y, en un momento dado, incluso
se extendieron a la arena hasta que una fila de guerreros hizo
retroceder al populacho.
La hora del mediodía fue transcurriendo, y grupos de trabajadores
borraron los círculos utilizados para las primeras series de combates.
Sólo veinte parejas lucharían en la próxima eliminación en dos
conjuntos de diez combates, y se trazaron nuevos círculos. Cada uno
de ellos era el doble de grande que los anteriores y medía cien pasos
de diámetro. Eso significaba que ahora los luchadores podrían utilizar
los hechizos de más poder, difíciles de manejar dentro de los círculos
de cincuenta pasos de las rondas anteriores.
Una trompeta anunció el final del descanso y la multitud volvió a
ocupar sus asientos. Carros con las catapultas salieron por los túneles
de acceso y empezaron a desplazarse por el perímetro de la arena. Se
dispararon ollas de barro sobre la multitud, y ésta las acogió con
vítores y aclamaciones cuando se hicieron añicos.
Hammen se volvió hacia los graderíos, no queriendo perderse el
espectáculo, y ladeó la cabeza para poder escuchar los gritos de la
multitud.
--Las ollas están llenas de monedas de oro --anunció después con
la voz repentinamente impregnada de anhelo, como si deseara estar
en los graderíos del populacho.
Garth dejó escapar una risita ahogada y no dijo nada.
La noticia de que las ollas estaban llenas de monedas de oro se
fue difundiendo a gran velocidad, y el gentío estuvo a punto de
lanzarse a una estampida incontrolable para poder ocupar posiciones
ventajosas. No tardaron en producirse peleas cuando los
espectadores se lanzaron unos sobre otros para hacerse alguna
moneda de oro, que les proporcionaría mucha cerveza o vino. Los
enanos azotaron a sus tiros de caballos mientras iban disparando sus
armas por toda el estadio, y el frenesí se adueñaba de la multitud en
los lugares donde habían caído las ollas.
Decenas de jóvenes vestidas con velos transparentes surgieron
de los túneles de acceso. Empezaron a danzar por el borde de la
arena. Metiando la mano en las bolsas que rebotaban sobre sus
caderas desnudas y arrojaban puñados de objetos de oro e incluso
gemas a los graderíos. La nueva entrega de regalos provocó un
incontrolable estallido de aclamaciones, que se volvió todavía más
frenético cuando cuatro dragones de veinte varas de largo cada uno
entraron en la arena desde el norte. La multitud alzó la mirada,
temiendo que las gigantescas bestias estuvieran fuera de control y se
dispusieran a atacar a los espectadores. Pero los dragones se
transformaron en nubes doradas que sobrevolaron las gradas dejando
caer un diluvio de abalorios de plata y todavía más monedas.
Las nubes flotaron lentamente hasta el centro de la arena
después de haber descargado su lluvia y se enroscaron alrededor del
trono del Gran Maestre. Las masas gaseosas se fundieron en una
sola, que empezó a girar sobre sí misma. Hubo un destello
deslumbrante acompañado por un rugido atronador y Zarel Ewine, el
Gran Maestre, apareció sobre su trono.
La multitud prorrumpió en aclamaciones histéricas, y Zarel se fue
volviendo hacia los cuatro confines de la arena e hizo una gran
reverencia ante cada uno.
Hammen meneó la cabeza con expresión disgustada y escupió en
el suelo.
--Ah, el populacho... --dijo con voz gélida--. Ahora todo ha
quedado perdonado.
--Pero no por mucho tiempo --replicó Garth.
Las últimas danzarinas desaparecieron por los túneles de acceso
seguidas por las dotaciones de enanos de las catapultas, y un gemido
de desilusión brotó de la multitud.
--No os preocupéis, amigos míos --dijo Zarel, y su voz retumbó
por toda la arena gracias al poder mágico con que las respaldaba--.
Volverán al final de las festividades del día, y traerán consigo todavía
más oro.
Sus palabras fueron acogidas con vítores de nerviosa
expectación.
Garth se volvió hacia Hammen y sonrió.
--¿Está todo preparado? --preguntó.
--No puedo prometértelo --replicó Hammen--, pero creo que has
pagado lo suficiente para que así sea.
--Estupendo.
--Ya han empezado a sacar los nombres --dijo Hammen, y señaló
el otro extremo del campo de la arena, donde un monje estaba
metiendo la mano en una urna de oro--. A partir de ahora ya no se
hace por colores --explicó--, y eso quiere decir que puedes tener que
luchar con alguien de tu misma Casa.
Naru miró a Garth y sonrió.
--Puede que luchemos, y me llevaré todos tus hechizos --dijo.
--Puede ser --replicó Garth sin inmutarse.
--¡Tuerto! ¡Tuerto! --aulló la multitud.
Garth alzó la mirada y vio que tendría que enfrentarse con un
luchador ingkarano.
--¿Quién es? --preguntó.
--Se llama Ulin --replicó Hammen--. Es bueno, y puede que ya sea
del octavo nivel. Es increíblemente rápido acumulando su maná. Te
sugiero el ataque físico, o tendrás serias dificultades desde el
comienzo del combate.
Garth se puso en pie y miró a Naru.
--Bien, tendrá que ser en otra ronda --dijo.
--No pierdas, tuerto. Sigo queriendo luchar contigo.
El nombre del adversario de Naru apareció en el tablero y el
gigante se levantó, rió y se desperezó.
Salieron juntos a la arena y el populacho se puso en pie y
aplaudió a dos de sus campeones favoritos. Garth alzó la mirada hacia
los graderíos donde algunos espectadores llevaban puestos parches,
que eran ofrecidos a gritos por los vendedores de recuerdos del
Festival. El nuevo y peculiar adorno, fruto de la caprichosa fantasía de
la multitud, dejó tan sorprendido a Garth que sólo pudo menear la
cabeza.
Naru le dio una afable palmada en la espalda, con el resultado de
que Garth estuvo a punto de perder el equilibrio mientras el gigantón le
daba la espalda para ir a su círculo.
La trompeta volvió a sonar cuando Garth llegó al círculo y entró en
su propia zona neutral. Su oponente, inmóvil al otro lado del círculo de
cien pasos de ancho, estaba preparado y ya tenía los brazos
extendidos.
Zarel se puso en pie.
--He decidido que habrá una nueva regla para los combates. Y
empezará a aplicarse con la cuarta eliminación --dijo.
La multitud se sumió en un silencio expectante.
--Si cualquiera de los dos luchadores declara que el combate se
librará a muerte, así se hará --siguió diciendo Zarel--. El pago de todas
las apuestas en un combate a muerte quedará libre de mi tasa, por lo
que podréis quedaros con todas las ganancias. No se podrá usar
ningún hechizo curativo sobre los que caigan en combate.
Hubo un momento de silencio perplejo, y luego toda la arena vibró
con un estallido de vítores histéricos.
--Ah, el populacho... --dijo Hammen, y sorbió aire por la nariz con
visible irritación--. Ya se los ha vuelto a meter en el bolsillo.
--Con la excepción de los apostadores --replicó Garth--. Acaba de
estropearles el día a menos que puedan ofrecer unas condiciones
todavía mejores.
--Y una cosa más, amigos míos... --siguió diciendo Zarel--.
Cualquier luchador que haya declarado combate a muerte y acabe con
su oponente, recibirá un hechizo de mi tesoro personal que le
entregaré con mis propias manos, o quinientas monedas de oro.
Muchos luchadores alzaron los puños en la arena, saludando al
Gran Maestre con visible alegría.
--Se va a gastar una fortuna en volver a congraciarse con ellos
--dijo Hammen.
--Y los Maestres de las Casas perderán a sus mejores luchadores
--dijo Garth en voz baja--. Sí, un auténtico golpe de genio por su parte.
Garth volvió la cabeza hacia Kirlen, y pudo percibir la rabia que se
había adueñado de ella. Si los Maestres de las Casas se atrevían a
protestar ante lo que iba a ser una auténtica carnicería de luchadores,
la multitud se amotinaría..., pero esta vez contra ellos. Zarel había
conseguido ser más listo que los Maestres impidiéndoles reaccionar,
al menos de momento, y mientras aprovechaba para debilitarles aún
más.
La mujer que iba a arbitrar el combate de Garth fue hacia él y
extendió la mano. En su palma había una ficha blanca y una ficha
negra.
--Escoge: a muerte o por un hechizo --dijo con voz gélida.
--¿Qué ha sido de la declaración pública? --preguntó Hammen.
--Dile a tu sirviente que se calle, o haré que le arranquen la lengua
--gruñó la mujer.
Garth la contempló sin inmutarse y acabó cogiendo la ficha
blanca.
--Combate por un hechizo --dijo.
La mujer le contempló con abierto sarcasmo, y después giró sobre
sí misma y empezó a cruzar el círculo hacia donde la esperaba el
oponente de Garth.
--Realmente brillante... --murmuró Hammen--. Cada luchador
supondrá que su adversario va a escoger el combate a muerte, así
que también optarán por luchar a muerte y poder ganar el premio que
ofrece el Gran Maestre. La arena se va a convertir en un matadero.
La mujer se detuvo delante de Ulin, extendió las manos y Ulin
cogió una de las dos fichas. Su elección haría que el combate se
librase a muerte o solo por un hechizo. La mujer volvió a cruzar el
círculo, cogió una bandera roja y la izó en el poste. Banderas rojas
aparecieron por toda la arena, y la multitud enloqueció en un estallido
de sed de sangre.
--¡Luchad!
Garth saltó a la arena, y se lanzó sobre su oponente moviéndose
a toda velocidad. Ulin ya tenía los brazos extendidos y acumulaba su
maná para crear el primer hechizo. Garth siguió corriendo hacia él y
desenvainó su daga. Ulin alzó la mirada hacia Garth, y se dispuso a
señalarle con la mano en el mismo instante en que Garth chocaba con
él y le golpeaba en un lado de la cabeza con la empuñadura de la
daga. Ulin se desplomó sobre su espalda.
--¡Quédate en el suelo, como si te hubiera dejado sin sentido,
maldito seas! --rugió Garth.
Pero un instante después Ulin ya estaba en pie y desenvainaba
su daga con un aullido de rabia. Parecía impulsado por una furia
incontrolable y, tras girar para encararse hacia el lado ciego de Garth,
se lanzó sobre él con una finta hacia la garganta y luego agachándose
para asestar un tajo bajo. Garth lo esquivó saltando a un lado y Ulin se
dejó rodar sobre suelo y deslizó una mano para recoger un puñado de
tierra apisonada. Se lo lanzó al rostro de Garth que, cegado, retrocedió
tambaleándose. Los gritos de la multitud alcanzaron tal intensidad de
histeria que le impidieron oír desde qué dirección se aproximaba su
contrincante. Guiado por el instinto Garth se dejó caer hacia atrás, y
sintió cómo Ulin se abalanzaba por encima de él. Rodó sobre sus
hombros y se irguió de un salto, mientras se quitaba la tierra del ojo.
Ulin siguió atacando implacablemente, moviéndose a tal velocidad
que Garth no tuvo tiempo ni de erigir un simple círculo de protección.
Garth volvió a rodar sobre sí mismo y pero ahora la hoja de Ulin le rajó
el hombro. La visión de la sangre hizo que los alaridos en las gradas
se volvieran todavía más ensordecedores.
Garth apenas podía ver, pero presintió que estaba a punto de
recibir otro tajo y alzó el brazo izquierdo para detener el golpe. El filo
de la daga le abrió la muñeca, y el gélido dolor de la herida le dejó
aturdido y confuso.
Ulin retrocedió y volvió a atacar. Garth se agachó para esquivar el
golpe, y contraatacó extendiendo las piernas. Logró patear a Ulin justo
debajo de la rodilla izquierda, y el luchador se desplomó. Ulin se
recuperó enseguida y saltó sobre Garth, tratando de inmovilizarle en el
suelo. Los dos rodaron sobre la tierra apisonada del estadio. Ulin trató
de hundir su daga en el ojo de Garth, este ladeó la cabeza y la daga le
desgarró la mejilla.
Ulin lanzó un aullido de deleite, arrancó su daga del suelo y la
alzó para asestar un golpe letal. Garth logró liberar su mano derecha
justo cuando la daga ya descendía e impulsó su hoja hacia arriba. La
daga entró por debajo del mentón de Ulin, subiendo hasta quebrar la
base del cráneo. La empuñadura se le quedó hundida en la mandíbula
inferior y hubo de soltarla. Ulin, aunque falló el blanco, logró levantarse
en una prodigiosa exhibición de fuerza casi sobrenatural.
Un jadeo de asombro escapó de la multitud al ver cómo el Ulin se
tambaleaba de un lado a otro, intentando sacarse la daga de Garth.
Después las piernas se le fueron doblando con lentitud y acabó
derrumbándose. Garth logró ponerse de rodillas mientras recobraba el
aliento. Los alaridos de la multitud atronaron a su alrededor
envolviéndole en una oleada de sonidos tan ensordecedora que deseó
taparse los oídos para escapar de ella.
Sintió como unas manos le agarraban por los hombros.
--Cúrate... ¡Vamos, cúrate, o morirás desangrado!
Garth miró a Hammen, y acabó volviéndose hacia Ulin.
--No tienes tiempo para él, maldita sea... ¡Cúrate de una vez!
Garth asintió con un jadeo entrecortado y se concentró en su
maná. El poder llegó muy despacio a su organismo debilitado, pero
por fin estuvo allí y Garth extendió lentamente las manos. La sangre
que brotaba de su muñeca, brazo y cara dejó de manar, y la carne
desgarrada se unió mientras Garth sentía cómo iba recuperando las
fuerzas perdidas.
Pero el trueno de la multitud seguía retumbando sobre él. Garth
se puso en pie, jadeando y tosiendo, y entrecerró el ojo para
protegerlo del resplandor abrasador del sol de la tarde, que se
reflejaba en el suelo de la arena.
--¿Por que no le clavaste la daga con tu primer golpe? --preguntó
Hammen.
--Porque pensé que podría dejarle sin sentido --murmuró Garth.
--Olvídate de la caballerosidad, ¿de acuerdo? --replicó secamente
Hammen--. Esto es una lucha a muerte.
Garth recorrió la arena con la mirada y vio que media docena de
combates aún no habían terminado. Al sur de la arena una araña
gigante correteaba por un círculo alzando entre sus patas delanteras a
un luchador que se retorcía agónicamente. En el lado este, dos
pequeños ejércitos de esqueletos y no muertos se enfrentaban. Y al
norte de Garth un luchador estaba paseándose orgullosamente por su
círculo mostrando la cabeza del oponente al que acababa de matar.
Garth fue hacia el cuerpo de Ulin y le miró.
--Maldito seas... --suspiró.
Se inclinó, consiguió extraer su daga y la limpió en el suelo.
Después cortó la bolsa del luchador, y arrojó un paquetito de maná al
árbitro, mientras la multitud seguía con sus frenéticos aplausos.
Garth giró sobre sí mismo y se dispuso a volver a la sección de
los Marrones.
--Es una pena que no quisieras luchar a muerte, tuerto --dijo la
mujer que había arbitrado su combate, hablándole en un tono
claramente sarcástico--. Podrías haber obtenido el premio del Gran
Maestre.
--No necesito más hechizos, y al infierno con el dinero manchado
de sangre --replicó secamente Garth.
Mientras los últimos combates iban terminando, Garth, que
todavía jadeaba, atravesó lentamente la arena sin prestar atención a
los alaridos de la multitud que se ponía en pie para ovacionarle. Llegó
al toldo de la Casa Marrón, fue hasta la mesa llena de comida y vino y
se sirvió una copa.
--¿Qué tal le ha ido a Varena? --preguntó volviéndose hacia la
inmensa explanada.
Hammen señaló el tablero de anuncios.
--Ganó --dijo.
Garth asintió y no dijo nada.
Naru volvió a los graderíos de los Marrones. Estaba cubierto de
sangre, y llevaba la bolsa de un luchador de la Casa de Fentesk en la
mano.
--Hacía años que no veía tantas muertes --anunció con alegre
jovialidad--. Muchos buenos hechizos.
Fue hasta la mesa, se detuvo al lado de Garth y cogió una jarra
de vino, que apuró con una larga serie de tragos a los que siguió un
atronador eructo de satisfacción en cuanto hubo apagado la sed que le
devoraba.
--Ah... Mucho mejor. Quizá lucharemos, y entonces me quedaré
con tu bolsa.
Garth alzó la mirada hacia Naru.
--Resulta difícil de admitir, pero... Bueno, creo que estás
empezando a caerme bien, Naru.
El gigante dejó escapar una risita.
--Tú también empiezas a caerme bien --dijo con tristeza--.
Lástima.
--No hagas amistades entre los luchadores, luchador.
Garth se volvió y vio a Kirlen inmóvil detrás de él.
--Tú tienes la culpa de esta carnicería --dijo Kirlen--. Lo sabes,
¿verdad? Todas las Casas perderán a sus mejores luchadores entre
hoy y mañana.
--Pues entonces detenedle.
--No podemos --Kirlen movió una mano en un gesto que abarcó a
toda la multitud, que seguía en pie y jaleaba a los dos últimos
luchadores de la arena, que habían agotado todos sus hechizos se
tambaleaban dentro del círculo lanzándose tajos con sus dagas--. Está
matando a más luchadores de los que habríamos perdido en media
docena de Festivales sólo para acabar contigo y volver a congraciarse
con el populacho.
Garth tomó un sorbo de su vino.
--Y eso debilitará terriblemente a los cuatro Maestres, ¿eh? --dijo
después--. Ya os he dicho lo que creo que deberíais hacer: detenedle
de una vez.
Kirlen meneó la cabeza y no dijo nada.
--Espera, a ver si lo adivino... --siguió diciendo Garth--. Os ha
sobornado, ¿verdad? La pérdida de contratos os será compensada a
lo largo de los dos años próximos.
--Maldito bastardo... --murmuró Kirlen, y su voz apenas resultó
audible por encima de los alaridos.
--Y tú aceptaste su soborno, naturalmente.
--Los otros también aceptaron.
--Oh, por supuesto --replicó Garth, su voz llena de desprecio--.
Bien, ¿por qué no intentas matarme ahora mismo para conseguir el
resto del soborno?
--A su debido tiempo... A su debido tiempo.
Garth meneó la cabeza y volvió a su asiento.
Una explosión de sonido barrió la gradas cuando el último
combate terminó con la muerte de los dos contrincantes. Ambos
luchadores se habían apuñalado salvajemente, y a ninguno le
quedaba un solo hechizo curativo, por lo que se retorcieron de dolor
hasta perecer. Los espectadores lanzaron gritos histéricos ante el
espectacular final de la cuarta ronda. Incluso los que habían perdido
su dinero apostando en aquel combate acogieron con vítores un final
que sería comentado durante años en las tabernas.
--Bueno, hoy sí que le sacan provecho al dinero de la entrada
--dijo Hammen con voz gélida antes de apurar una jarra de vino.
La urna que contenía los nombres de los supervivientes fue
expuesta de nuevo, y el monje empezó a sacar los discos de oro para
formar las nuevas parejas de combatientes. Los primeros nombres
empezaron a llegar al gran tablero, y toda la arena se puso en pie.
--Vas a luchar con Naru --murmuró Hammen.
--Maldición...
Garth se irguió lentamente y miró al gigante, que estaba
contemplando el tablero con la boca abierta hasta que su sirviente le
explicó el significado de los símbolos. Naru giró sobre sí mismo y miró
a Garth. Salió de debajo del toldo y, en la claridad deslumbrante que
bañaba la arena, habló con Kirlen en voz baja. Después le dio la
espalda y regresó hasta donde estaba Garth.
--Será a muerte, tuerto --dijo el gigante.
--Lástima --replicó Garth--. Ya te he dicho que empezabas a
caerme bien. A pesar de que eres más cabezota que un buey.
Naru echó la cabeza hacia atrás y rió.
--Todos creen que eso tiene mucha gracia --dijo--. ¿Cómo es
posible que Naru sea tan tonto y controle tan bien el maná? No sé
cómo lo hago.
--Una broma de la naturaleza --resopló Hammen.
--Tú también me caes bien --dijo Naru, bajando la mirada hacia
Hammen--. Serás mi sirviente cuando el tuerto haya muerto.
--No lo creo --dijo Hammen.
--¿Qué te ha ofrecido Kirlen? --preguntó Garth.
--Podré escoger entre sus hechizos si te mato.
--¿Tienes alguna idea de por qué quiere verme muerto?
--Causas muchos problemas.
Naru volvió a bajar la mirada hacia Garth y meneó la cabeza.
--Hay algo que no me gusta... --dijo--. A Naru le gusta luchar, pero
hoy han muerto muchos amigos. Demasiados... Cuando esto acabe,
Naru no tendrá con quien divertirse.
Llegaron a su círculo, y Garth miró a su alrededor y vio que
Varena avanzaba lentamente hacia el círculo que se le había asignado
y que un luchador Púrpura iba hacia el otro lado de éste.
--¿Quién va a luchar con ella? --preguntó.
--Mal asunto, Garth... --murmuró Hammen--. Ese tipo es el
luchador favorito de Jimak. Tal como están las cosas, seguramente le
habrá prestado algunos de sus hechizos. Espero que ella haya
recibido la misma oferta del Maestre de su Casa.
--Y la muy estúpida la habrá rechazado, claro --dijo Garth--.
Demasiado sentido del honor.
--No te preocupes por ella ahora --replicó Hammen--. La última
vez pillaste por sorpresa a esa montaña de músculos, pero Naru no
dejará que vuelva a ocurrir. Que no se te acerque, si acabáis luchando
cuerpo a cuerpo, te hará trocitos y luego se limpiará los dientes con
tus costillas. ¿Qué tal te encuentras?
--Aún no me he recuperado del todo del último combate.
--Oh, estupendo --suspiró Hammen.
La última trompeta lanzó su llamada, y la mujer que arbitraría el
combate fue hacia Garth y le mostró las dos fichas. Garth volvió a
escoger la ficha blanca. La mujer fue hacia Naru, y un momento
después alzó una bandera roja que fue acogida con vítores
ensordecedores por la multitud.
--Buena suerte, amo --dijo Hammen.
--Es la primera vez que me deseas suerte.
--Es la primera vez que la necesitas.
--Gracias por la confianza.
--No es cuestión de confianza --replicó Hammen--. Es ser realista,
nada más.
--¡Luchad!
Garth entró en el círculo, concentró su voluntad y empezó a hacer
acopio de su maná. No lanzó ningún ataque, y decidió mantenerse en
guardia e ir acumulando el máximo de fuerzas posible. Naru hizo la
primera ofensiva, invocando un mamut para enviarlo contra él. Garth
respondió empezando a levantar un muro de árboles, entrelazados
con una aglomeración de espinos, impenetrable para el mamut y le
hizo lanzar trompeteos de rabia cuando su carga lo ensartó contra los
espinos. Un instante después Garth se sorprendió al ver que Naru
lanzaba una manada de lobos contra él, atacándole mediante un maná
que no había sospechado que el gigante fuera a utilizar. Los lobos se
deslizaron por entre los troncos, y Garth se apresuró a invocar otros
lobos para que se enfrentaran a ellos. Una explosión procedente de
otro círculo hizo vibrar el aire y estuvo a punto de hacer caer a Garth,
que se arriesgó a lanzar una rápida mirada hacia atrás para ver cómo
Varena y su oponente libraban una encarnizada contienda dentro de
un círculo envuelto en llamas.
Garth volvió a concentrar la atención en su combate y se
sobresaltó al descubrir que no podía ver a Naru. ¡El gigantón parecía
haber desaparecido!
Hubo un repentino estrépito entre los árboles y Naru apareció por
el borde del círculo a la izquierda de Garth. Los árboles se resecaban
y morían a su alrededor. Garth dio vida a un árbol, transformándolo en
un criatura arbórea. Naru se echó a reír y se encaró con el ser en un
feroz combate cuerpo a cuerpo, arrancándole los miembros rama y
arrojándolos a un lado hasta que la criatura arbórea acabó
derrumbándose y pereció.
Una oleada de ataques cayó sobre Garth. Sobre él avanzaban
orcos y trasgos enfurecidos que hacían girar sus hachas de guerra, e
incluso algunas criaturas sin nombre surgidas de la oscuridad.
Garth replicó dirigiendo su ofensiva primero contra el maná de
Naru, debilitando su conexión con las tierras que daban sostén a su
magia, y luego invocando contraataques de criaturas aladas y osos
que se lanzaron con salvaje entusiasmo sobre los esbirros de Naru y
no pararon de luchar hasta haberles aplastado.
El progresivo debilitamiento de su maná acabó obligando a Naru a
retirarse a su mitad del círculo, donde desplegó un muro de fuego. Los
dos contendientes se quedaron inmóviles respirando
entrecortadamente por el esfuerzo. Naru meneó la cabeza y rió con
una carcajada enronquecida, semejante al jadear de un toro.
--Eres un buen tipo --dijo--. Lástima que debas morir ahora...
Naru movió las manos e inició una nueva ofensiva. Criaturas
surgidas del aire, de la arena y de las profundidades se fueron
sucediendo en una serie de feroces ataques. La multitud, ya
enloquecida por la histeria, notaba que el combate estaba llegando a
un impresionante clímax y lanzó rugidos de deleite.
Garth fue retrocediendo poco a poco, erigió más árboles y
continuó rechazando los ataques que lograban abrirse paso a través
de su protección, pero daba la impresión de tener menos poder a cada
momento que pasaba. Naru llegó al comienzo del bosque y movió la
mano. Unos cuantos árboles quedaron envueltos en llamas, y Garth
los sustituyó al instante por otros. Las llamas volvieron a surgir de la
nada, y Garth volvió a restaurar los troncos consumidos por otros
intactos.
Naru meneaba la cabeza con visible frustración. Buscó a Garth al
otro lado del círculo..., y lo vio doblándose lentamente sobre las
rodillas, como si estuviera consumiendo su última reserva de poder
mágico. Dejó escapar un feroz grito y echó a correr por entre los
árboles que se alzaban sobre él. La multitud parecía haber
enloquecido y rugía de placer, esperando ver cómo Naru se abría
paso y eliminaba a Garth con las manos desnudas.
Garth se levantó y extendió las manos hacia el bosque. Un nuevo
sonido se impuso al rugir de la multitud y el bosque en miniatura
tembló y se estremeció. Un rugido ululante hizo vibrar el aire, y una
gran cabeza verde emergió del bosque con sus colmillos destellando
bajo los rayos de sol de la última hora de la tarde. Era la cabeza de
una Sierpe Dragón, que onduló de un lado a otro buscando su presa.
La criatura gigante se arqueó y su largo y sinuoso cuerpo se curvó por
encima del bosque y volvió a bajar, con un ruido atronador.
Un rugido atronó en el bosque. Los árboles se balancearon de un
lado a otro y acabaron cayendo. Un gigante de piedra empezó a
formarse en un extremo del bosque, pero la materialización sólo duró
unos instantes. Pues Garth movió las manos, y la cola de la Sierpe
Dragón salió disparada hacia el gigante y lo derribó, luego siguió
controlando a la gigantesca Sierpe y redirigió su ataque hacia Naru.
Más árboles se derrumbaron, y la Sierpe Dragón salió del bosque.
Naru estaba apresado entre sus anillos escamosos y se debatía
frenéticamente mientras lanzaba alaridos de dolor. La Sierpe Dragón
deslizó otro anillo alrededor de las piernas del gigante, y empezó a
aplastarle bajo su peso.
El populacho aullaba como si se hubiera vuelto loco de emoción
por todo lo que estaba viendo. Naru siguió luchando e intentó hacer
caer otro diluvio de fuego desde el cielo, pero Garth contraatacó
bloqueando las llamas y después aumentó la fortaleza de la Sierpe
Dragón. La Sierpe Dragón envolvió a Naru en otro anillo escamoso
que le inmovilizó los brazos, y empezó a apretar.
El rostro del gigante se volvió de un púrpura oscuro, y de su boca
surgió un prolongado grito de angustia como si lo hubieran exprimido
de su cuerpo. Naru perdió el conocimiento, y su cabeza cayó
fláccidamente hacia atrás.
Vítores y aclamaciones retumbaron por toda la arena a pesar de
que el derrotado había sido siempre uno de sus luchadores favoritos.
La Sierpe Dragón alzó la cabeza, preparándose para bajar las
fauces y devorar a su presa.
El griterío de la multitud se volvió atronador.
Garth el Tuerto alzó una mano.
La Sierpe Dragón pareció quedar paralizada, y un momento
después se desvaneció entre una nube de humo.
Naru, que seguía inconsciente, cayó al suelo y permaneció
inmóvil. Garth fue hacia el gigante y desenvainó su daga.
La multitud calló de repente al no entender aquella acción, parecía
que Garth pretendía asestar el golpe de gracia con su propia mano.
Hubo unos cuantos vítores, pero casi todos los espectadores
permanecieron en silencio. Aquello era muy distinto a matar en el
encarnizamiento del combate, y una ondulación de nerviosa
incertidumbre se fue extendiendo por todo el estadio.
Garth alzó su daga..., y la arrojó con fuerza fuera del círculo. Un
jadeo ahogado brotó de la arena.
--¡Ha sido un digno rival, y es mi amigo! --gritó Garth. El
populacho se sorprendió al ver que un simple luchador poseía el raro
hechizo de ser oído a distancia--. No asesinaré a Naru para complacer
a un Gran Maestre que ha pervertido todas las reglas de la arena.
--Mátale. Es un desafío de sangre.
Garth giró sobre sí mismo y miró a Zarel.
--He ganado el combate, y no lo puedes negar --replicó--. Pero no
cometeré un asesinato por ti.
Zarel dejó escapar un aullido de rabia, se puso en pie y empezó a
alzar la mano hacia él.
--¿También violarás esa regla? --se burló Garth.
--¡Deja que vivan!
Una voz de mujer rompió el silencio que había creado las
palabras de Garth, y éste dirigió la mirada a una silueta que llevaba la
armadura de cuero oscuro de una guerrera benalita. El grito de
Norreen fue coreado por la multitud.
--¡Deja que vivan! ¡deja que vivan!
Garth empezó a crear un escudo de protección a su alrededor sin
apartar la mirada de Zarel mientras aguardaba en silencio. Zarel se
volvió hacia la multitud, y se enfureció todavía más al ver que todo el
mundo estaba de pie. Algunos espectadores ya habían empezado a
saltar el muro y para irrumpir en el suelo de la arena. El Gran Maestre
volvió a sentarse con los rasgos blancos a causa de la furia.
Garth se inclinó sin apartar la mirada de Zarel y rozó la frente de
Naru con las yemas de los dedos. El gigante se removió y abrió los
ojos.
--Qué raro... ¿Esto es el otro mundo?
Garth sonrió y meneó la cabeza. Después extendió la mano hacia
Naru y estuvo a punto de perder el equilibrio cuando Naru se agarró a
ella y se incorporó con visible dificultad.
--Quieres decir que he perdido y que sigues vivo --murmuró el
gigante.
--Algo por el estilo.
--He sido humillado, tuerto.
--Elegí combate por un hechizo, así que dame un hechizo y
estaremos en paz, maldita sea.
Naru hurgó en su bolsa. Vaciló un momento y acabó extrayendo
un amuleto de ella.
--Te entrego el Juggernaut... Es el más poderoso de todos mis
hechizos --murmuró.
Garth cogió el amuleto y después estrechó la mano de Naru, con
lo que la multitud prorrumpió en un nuevo y todavía más frenético
estallido de vítores y aclamaciones.
Después volvieron juntos a su sección, con una mano de Naru
sobre el hombro de Garth para que el debilitado gigante no perdiera el
equilibrio.
Kirlen estaba apoyada en su báculo e ignoró a Naru cuando
entraron en la sombra del toldo. El gigante fue con paso tambaleante
hacia la mesa de las vituallas, cogió una pesada ánfora de vino y le dio
la vuelta encima de su boca abierta. El vino se derramó como un río
oscuro sobre su rostro pálido.
--Tu sentimentalismo no te ha ganado ningún amigo aquí --dijo
Kirlen.
--Te he devuelto a tu mejor luchador --replicó Garth.
--Y sigues vivo.
Garth sonrió y no dijo nada.
Hubo un nuevo estallido de vítores. Garth se volvió hacia la arena
y sintió una opresión en el pecho. Varena había caído al suelo, pero su
oponente también había caído, y un instante después Garth vio cómo
Varena se incorporaba lentamente y alzaba el puño en un gesto de
triunfo.
Garth se volvió hacia Kirlen.
Los labios de Kirlen se curvaron en una sonrisa helada, y no dijo
nada.
Garth fue hacia su asiento. La arena retumbaba con la estrepitosa
celebración del final de la quinta ronda de eliminatorias.
--Bien, ha llegado el momento de que los ganadores reciban sus
coronas --anunció Hammen, apareciendo al lado de Garth.
--Pues tendré que ir a por la mía.
--Me parece que el Gran Maestre te reserva algo especial.
Garth sonrió.
--Entonces esperemos que nuestro plan salga bien --dijo.
--Quizá deberías largarte y olvidarte de todo esto.
Garth se rió y entró en la arena. Fue acogido con una
ensordecedora ovación y avanzó lentamente hacia el trono de Zarel.
Las catapultas manejadas por enanos surgieron de los túneles de
acceso, y los rugidos de la multitud se hicieron todavía más
atronadores. Presenciar cómo los ganadores favoritos recibían
honores siempre había sido un buen espectáculo, pero la oportunidad
de obtener oro gratis era mucho más importante.
--Planea distraer al populacho con sobornos mientras te capturan
--dijo Hammen.
--Creo que la sorpresa que le hemos preparado resultará muy
interesante --replicó Garth--. Esperemos que empiece pronto.
Los otros luchadores supervivientes se fueron alineando detrás de
Garth cuando éste se acercó al trono. Garth volvió la mirada hacia
Varena, que estaba pálida y visiblemente exhausta, y la saludó con
una inclinación de cabeza. Una fugaz sonrisa iluminó los rasgos de
Varena durante un momento, y después desvió la mirada. Garth se
volvió hacia los otros luchadores, que le lanzaron miradas gélidas. Las
nuevas reglas lo habían cambiado todo, los vencedores de hoy serían
mañana víctimas o verdugos.
Zarel se puso en pie y flotó lentamente desde su trono hasta el
suelo de la arena. Cuatro de sus luchadores avanzaron transportando
una bandeja de oro sobre la que estaban los laureles que eran
entregados a quienes habían llegado al último día de eliminaciones.
Garth vio como una falange de guerreros estaba surgiendo de los
túneles de acceso, seguida por casi todos los luchadores del Gran
Maestre. Los contingentes de guerreros y luchadores entraron en el
suelo de la arena y empezaron a rodear el círculo dorado.
--Todos vosotros seréis mis invitados en el palacio esta noche
--anunció Zarel con voz firme y tranquila.
--Ya he estado allí en una ocasión, y ceo que prefiero rechazar la
invitación --replicó Garth sin inmutarse.
Zarel se volvió hacia él, y todos pudieron oír el chasquido de
docenas de ballestas alzándose a su espalda.
El populacho seguía lanzando aullidos de placer, pero no eran
motivados por una simple y aburrida ceremonia que pondría fin al día,
sino por los cuarenta carros con catapultas que habían salido a la
arena. Las dotaciones de enanos cargaron la primera andanada de
ollas y las catapultas fueron disparadas. La multitud aulló de alegría
cuando las ollas trazaron un arco hacia los graderíos.
--Si luchas... Bueno, me sorprendería que llegaran a enterarse
--dijo Zarel--. Voy a llenarles de oro hasta que queden saciados.
Además, a algunos de tus oponentes les encantaría verte
desaparecer. De hecho, si desaparecieses, mañana incluso podríamos
prescindir de la sangre y volver a la forma tradicional de los combates.
Garth lanzó una rápida mirada de soslayo a sus rivales
potenciales, y vio que sólo Varena inclinaba la cabeza en señal de que
contaba con su apoyo. Garth se estiró y se limitó a sonreír.
Las dotaciones de enanos recargaban y disparaban una y otra
vez. Pero los gritos del populacho estaban cambiando. La anterior
alegría, frenética y exuberante, fue sustituida por alaridos de pánico y
dolor.
Zarel titubeó y apartó la mirada de Garth. Las ollas continuaban
cayendo sobre los espectadores..., y se rompían para dejar en libertad
escorpiones, avispas enfurecidas por el agitado viaje al que acababan
de ser sometidas y víboras venenosas que lanzaban siseos de furia.
Durante un momento todo pareció quedar inmóvil, desde Zarel
que contemplaba a la multitud sin entender lo que estaba ocurriendo
hasta los guardias que rodeaban a Garth con las armas preparadas.
Los aullidos de ira de la multitud se fueron haciendo cada vez más
ensordecedores.
Más ollas cayeron del cielo y se rompieron. Los aterrorizados
espectadores se debatieron alrededor de los lugares donde habían
caído, y lanzaron alaridos de pánico y rabia mientras las víboras se
enroscaban sobre la presa más cercana y los enjambres de avispas
clavaban sus aguijones en toda la carne que encontraban.
Una benalita se levantó en la sección de los graderíos más
cercana al trono del Gran Maestre y saltó hacia el muro que
circundaba la arena.
--¡Zarel! --gritó--. ¡Zarel nos está matando! ¡Matadle!
Desenvainó su espada y saltó al suelo de la arena. Fue como si
una presa invisible acabara de derrumbarse. La multitud empezó a
descender por las hileras de graderíos, llegó al muro y lo dejó atrás
como si no existiera, y la incontenible marea humana empezó a
esparcirse por el suelo de la arena.
Las dotaciones de enanos, pensando que la multitud estaba tan
impaciente que no podía esperar a que fuesen lanzadas, continuaron
disparando sus ollas sobre los espectadores. Cuando el populacho
llegó a ellos arrojaron el resto de ollas al suelo. Sus acciones
enfurecieron todavía más al gentío, y los carros no tardaron en
desaparecer bajo las oleadas de cuerpos.
Los guerreros que rodeaban a Zarel se volvieron hacia la loca
embestida y se prepararon para detenerla. El pánico ya había
empezado a adueñarse de ellos, y muchos dispararon sin vacilar.
Zarel comprendió por fin lo que ocurría y, dando por supuesto que el
luchador tuerto estaba detrás de ello, se volvió hacia Garth.
Y se encontró contemplando una nube de humo verde.
Garth corría alrededor del trono seguido por Hammen, y
desapareció casi al momento entre la frenética agitación de los
guerreros que intentaban enfrentarse al enfurecido populacho, que
iban llenando la arena con miles y miles de cuerpos frenéticos.
--¡Detrás de ti!
Garth se dio la vuelta mientras Varena derribaba a un guerrero
que intentó descargar su espada sobre los hombros de Garth. Garth
saltó a un lado para esquivar el cuerpo calcinado por las llamas que se
derrumbaba sobre él. Los tres siguieron abriéndose paso por entre los
guerreros, que retrocedían tambaleándose bajo la implacable presión
de la masa humana que se lanzaba contra ellos.
Garth alzó las manos, y los guerreros se apartaron al sentir cómo
un terror incontrolable les oprimía el corazón. Garth siguió abriéndose
paso a través de las filas, utilizando el terror para despejar un sendero
ante él mientras Varena corría a su lado. Lograron llegar hasta el
populacho, y la multitud se apresuró a dejarles pasar nada más ver a
Garth, acogiéndole con vítores y aclamaciones. Siguieron corriendo,
mientras la multitud reanudó su avance entre nuevos gritos de rabia
lanzados contra los hombres del Gran Maestre.
Garth llegó al perímetro de la arena y escaló el muro. Los
graderíos aún estaban bastante llenos, salvo por los abundantes
círculos de asientos vacíos, controlados por las alimañas surgidas de
las ollas. Garth fue subiendo por los peldaños hasta que llegó al final
del estadio.
Los garitos de apuestas habían quedado destruidos, y el gentío
estaba muy ocupado saqueándolos. Debajo de cada garito había un
conducto por el que se dejaba caer el dinero apostado, que luego era
cargado en carros para llevar las ganancias al palacio por túneles
ocultos. Algunos espectadores estaban intentando abrirse paso por los
agujeros con las manos desnudas y lanzaban maldiciones hacia los
conductos. Otros descargaban su rabia sobre los garitos, haciéndolos
pedazos tablón a tablón.
El caos se había adueñado del suelo de la arena. Un grupo de
guerreros seguía resistiendo en el centro y los luchadores del Gran
Maestre se unieron a la contienda, creando muros de fuego para hacer
retroceder a la multitud.
--Vuelvo a mi Casa --dijo Varena.
Garth se volvió hacia ella, la miró y la cogió del brazo.
--Quizá deberías irte de la ciudad --dijo.
Varena se liberó de un tirón.
--Me he pasado la vida preparándome para tener la oportunidad
de servir al Caminante --replicó--. No voy a echarme atrás ahora.
Hammen soltó un bufido y no dijo nada.
--Eso significa que mañana tendremos que combatir --murmuró
Garth.
--Lo sé --replicó Varena.
--Y si hay que matar... ¿Qué harás entonces? Ya sabes ese
bastardo exigirá que se luche a muerte, ¿no?
Varena le miró fijamente y no dijo nada.
--Vete, Varena... En nombre del Eterno, vete de aquí.
--Te veré mañana --murmuró ella, y giró sobre sí misma y
desapareció entre la multitud.
--Es el mismo consejo que no paro de darte --dijo Hammen.
--Y yo soy tan cabezota como ella y tampoco voy a hacer caso
--replicó Garth--. Ven, tenemos trabajo que hacer.
_____ 14 _____

La puerta de la buhardilla giró sobre sus goznes y Garth se volvió


hacia ella.
--¿Has conseguido encontrarla? --preguntó.
Hammen meneó la cabeza.
--Maldición... --murmuró Garth.
--Algunos dicen que la mataron al comienzo de los disturbios, y
otros afirman que fue hecha prisionera por los guerreros del Gran
Maestre. Por ahora, lo único seguro es que nadie sabe nada de la
benalita.
Garth no dijo nada y se volvió hacia la angosta ventana. La Plaza
por fin volvía a estar tranquila. Los carros iban y venían por entre las
sombras, y monjes encapuchados iban recogiendo los centenares de
cadáveres que habían quedado esparcidos por los alrededores del
palacio. Las llamas de los incendios todavía parpadeaban por toda la
ciudad, y se podía oír el rugir de las turbas en la lejanía. Una columna
de guerreros desfilaba por la avenida que llevaba al puerto con sus
lanzas y escudos destellando bajo la luz. El ajetreo normal en el burdel
había cesado casi del todo, cosa que Garth agradecía.
--Zarel ha hecho venir tropas de Tantium, y las naves todavía
siguen llegando en estos mismos momentos --siguió explicando
Hammen--. Está dejando desprotegidos todos los alrededores de la
ciudad. Dicen que más de dos mil personas murieron en la arena, así
como varios centenares de guerreros... Cuando me fui el populacho
todavía ocupaba el estadio, pero supongo que las tropas por fin
habrán conseguido vaciarlo.
Garth asintió.
--¿Y el paquete que escondí a las afueras de la ciudad?
Hammen alzó el fardo envuelto en una piel embreada y lo dejó en
el suelo.
Garth le dio las gracias con un asentimiento de cabeza, y después
se inclinó para recoger el fardo como si se tratase de un tesoro muy
frágil.
--Amo...
Garth se volvió hacia Hammen.
--Creo que voy a dejar de servirte.
--¿Por qué?
Hammen meneó la cabeza.
--Venga, suéltalo.
--Al comienzo todo era distinto --dijo Hammen--. Pensaba que
sólo querías divertirte un poco... Ya sabes, dejar en ridículo a Zarel y
obtener algunos beneficios. Nunca has dicho nada, pero siempre he
sospechado quién eras.
--Pero las cosas han cambiado mucho, ¿verdad?
Hammen asintió melancólicamente.
--Esta noche he pasado por delante del puerto --replicó por fin--.
Estaban descargando los carros, y arrojaban los muertos al agua para
que la marea se llevase los cadáveres... Los tiburones y las lampreas
se están dando un banquete, hay tantos que las aguas parecen hervir.
Hammen guardó silencio durante unos momentos.
--¿Es que no sientes ningún remordimiento? --preguntó después.
Garth le dio la espalda para echar un vistazo por la ventana. Una
compañía de guerreros acababa de pasar corriendo por debajo de ella
y se esfumaba en la noche.
--Sí --acabó murmurando.
--Bien, entonces... ¿Por qué? Ha habido miles de muertos.
--Tus simpatías están del lado del populacho, ¿verdad?
--Formaba parte de él --replicó Hammen.
--¿Y qué eras por aquel entonces? Si no hubieras estado a mi
lado, habrías estado en los graderíos aullando y pidiendo sangre a
gritos, temblando de éxtasis mientras veías cómo un luchador le
sacaba las tripas a su oponente... Esa era tu vida, ¿verdad? ¿Cuáles
son las apuestas de mañana? ¿Conseguiré dar con la combinación
acertada y ganar un millar de monedas gracias a la muerte de un
luchador?
Hammen inclinó la cabeza.
--Tenía que sobrevivir --murmuró.
--¿Y a eso le llamas sobrevivir? Ese bastardo ha pervertido todo
aquello para lo que se usaba el maná en un principio. Lo ha convertido
en negocio corrupto y opresión, y el Caminante lo ha permitido. Ahora
el populacho sólo vive para eso.
--¿Y Garth el liberador ha venido a cambiarlo todo? Y, de todas
formas, ¿qué derecho tienes tú a cambiar las cosas? En los últimos
cuatro días hubo más muertes de las que provoca Zarel en todo un
año. ¿Eres mejor que él, o haces todo esto sólo para vengarte?
Garth meneó la cabeza y desvió la mirada.
--¡Mírame a la cara, maldito seas! --gritó Hammen.
Garth se sobresaltó y alzó la vista hacia el viejo.
--¿Es que no sientes nada? --preguntó Hammen.
--Estoy harto y siento deseos de vomitar, pero no hay otra forma
--replicó Garth en voz baja y suave--. Intenté pensar en otro camino,
pero no conseguí encontrarlo. Sí, quiero acabar con ese bastardo y
con toda la corrupción que ha provocado... Ha administrado un
opiáceo a los habitantes de este reino. Los circos, el Festival... Ha
corrompido a los gremios de luchadores y a todo cuanto existe a su
alrededor. Todos se han dejado seducir por lo que ofrecía. No conozco
ninguna otra manera de poner fin a esto que la de perforar el absceso
de corrupción y dejar que el pus salga a chorros hasta que haya
quedado curado. Era preferible a esconderse en la cloaca como
hacías tú.
Hammen se puso en pie y derribó su silla de una iracunda patada.
--No tienes ni idea de cómo me las he arreglado para sobrevivir...
--murmuró--. No sabes qué tuve que hacer para... ¿Quién eres tú para
presentarte en la ciudad y decidir que hay que destruirlo todo? He
perdido a cuatro amigos por ti, y he visto cómo mi ciudad quedaba
sumida en el caos. Por lo menos antes de que llegaras había orden, y
el populacho era feliz.
Garth metió la mano en su bolsa, extrajo de ella un paquetito
envuelto en seda y se lo arrojó a Hammen. El viejo lo pilló al vuelo y lo
sostuvo en la palma de su mano. Garth le miró fijamente y sonrió.
--Puedes controlar el maná, ¿verdad? --murmuró--. Sí, puedo
sentirlo...
Hammen inclinó la cabeza y dejó caer el paquetito.
--Hubo un tiempo en el que eras Hadin gar Kan, el mejor luchador
de la Casa de Oor-tael, ¿no? --siguió diciendo Garth.
Hammen empezó a temblar y bajó la cabeza.
--Maldito seas... --gruñó Garth--. Eras el mejor luchador de la
Casa de Oor-tael, ¿verdad?
Hammen suspiró, cogió la silla y se dejó caer pesadamente en
ella.
--Y te has convertido en esto... Un ladrón de bolsas que vive en la
calle, un payaso..., un ser insignificante y mezquino --añadió Garth.
--¿Y quién eres tú para juzgarme ahora? --susurró Hammen--.
Escapé a la Noche de Fuego. Pasé semanas ocultándome en las
alcantarillas, y cuando salí de ellas ya no quedaba nada. Nunca pude
volver a tocar el maná. Había traicionado a mi Maestre huyendo
cuando más me necesitaba. Si me capturaban sería torturado hasta
morir, y volver a coger mi bolsa era la forma más segura de que
descubriesen quién era en realidad..., así que la arrojé al mar.
Un sollozo desgarrador hizo temblar todo el cuerpo de Hammen.
--Déjame en paz --susurró de nuevo Hammen--. Ya casi lo había
olvidado después de todos estos años... ¿Por qué has tenido que
aparecer y desenterrar los cadáveres del pasado? La Casa estaba
muerta, el Maestre estaba muerto, y todos mis camaradas estaban
muertos... Ya no quedaba nada. ¿Qué tendría que haber hecho según
tú? ¿Tal vez atacar el palacio yo solo y matar a ese bastardo?
Hammen dejó escapar una carcajada llena de tristeza mientras
las lágrimas seguían fluyendo de sus ojos.
--¿Para qué seguir? --preguntó--. Todo había terminado, y él
había vencido.
Hammen alzó la mirada hacia Garth. El llanto se deslizaba por sus
mejillas grisáceas.
--¿Y quién eres tú, Garth el Tuerto? --murmuró--. Tengo mis
sospechas, pero... ¿Quién eres?
--Un recuerdo, nada más. Sólo un recuerdo --respondió Garth en
voz baja--. Un recuerdo que se ha negado a morir...
--Pues entonces vete. No necesito recuerdos, ni pesadillas que
me despierten de mi sopor. El Caminante vendrá mañana, y nada
puede resistirse a su poder. Zarel no es más que un títere, una
máscara de papel detrás de la que acecha el verdadero mal... El
Caminante te barrerá tan fácilmente como el vendaval dispersa un
montón de paja. La pantomima ha terminado. Anda, vete de una vez...
--Creo que me quedaré a ver qué ocurre --replicó Garth sin alzar
la voz.
Hammen se levantó, moviéndose despacio y con visible
cansancio.
--Me marcho --anunció--. No quiero tener nada más que ver con
esto. Mañana estarás muerto, Garth, y entonces todas las muertes de
los últimos días no habrán servido de nada. No quiero saber nada más
de ti. Se acabó.
Hammen fue hasta la puerta y la abrió.
--Hadin...
El viejo se volvió hacia Garth.
--Hadin murió hace veinte años --murmuró.
--Hammen...
Hammen giró sobre sí mismo con tal rapidez que pilló totalmente
desprevenido a Garth. Su báculo le golpeó en la sien, derribándole y
haciéndole perder el conocimiento.
Hammen bajó la mirada hacia Garth y le contempló con los ojos
llenos de tristeza. Metió la mano en su bolsillo, sacó un trozo de
cuerda y le ató las manos detrás de la espalda. Después metió la
mano en la bolsa de Garth y sintió el poder del maná. Le bastó con
tocarlo para que un escalofrío recorriese su cuerpo, conjurando
recuerdos de la misma manera que el olor de una flor puede reavivar
el sueño perdido de un primer amor. Cogió la bolsa de Garth y se
incorporó. Los recuerdos inundaron su mente, llenándole de una feroz
alegría mezclada con una tristeza infinita por todo lo que pertenecía al
pasado y todo aquello que había desaparecido para no volver jamás.
Volvía a ser joven y a estar lleno de fuerzas, y era el primer
luchador de la Casa de Oor-tael. Todo volvió a desplegarse ante él, y
el poder de los recuerdos hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas.
Bajó la mirada hacia el cuerpo que yacía en el suelo delante de él
y sintió cómo una aguda punzada de dolor y melancolía le desgarraba
el corazón. La visión penetrante y límpida del maná se lo mostró todo,
volviendo a revelarle todas aquellas cosas que había sabido desde el
principio, pero que había sido incapaz de creer.
Apartó los ojos de Garth, recurrió al maná y encontró el hechizo
que deseaba emplear. Después lo arrojó sobre Garth, y el poder hizo
que quedara atrapado en el suelo. Garth permanecería paralizado allí
durante varias horas incluso después de que despertara, y no podría
moverse hasta que el hechizo perdiera su poder y se esfumara.
Fue hacia la puerta, pero se detuvo antes de llegar a ella y volvió
sobre sus pasos y se arrodilló junto a Garth.
--Galin...
El nombre apenas había sido un susurro. El viejo extendió una
mano y apartó un mechón de cabellos de la frente de Garth con una
inmensa dulzura, como había hecho muchos años antes cuando Galin
no era más que un niño, el hijo del Maestre de la Casa de Oor-tael,
que aprovechaba cualquier momento libre para ir a ver al luchador
favorito de su padre y sentarse en sus rodillas a escuchar historias
llenas de aventuras y grandes hazañas.
--Que el Eterno te guarde, muchacho --murmuró.
Después se puso en pie, se echó la bolsa al hombro y salió de la
habitación. La puerta se cerró detrás de él sin hacer ningún ruido.

***

--Ya casi ha amanecido.


Zarel alzó la mirada y asintió.
--¿Y?
Uriah miró nerviosamente a su alrededor.
--Sigue --ordenó Zarel.
--Abandonó los graderíos de la Casa de Bolk durante los
disturbios, y no se ha presentado en ninguna de las otras Casas.
--¿Hasta qué punto confías en la veracidad de ese informe?
¿Estarías dispuesto a jugarte la vida?
Uriah guardó silencio.
--¡Maldito seas, Uriah! Responde a mi pregunta.
--Sí, mi señor. Lo haría.
--Quiero que los Maestres de las Casas queden totalmente
convencidos de que hablo en serio. Si el luchador tuerto aparece para
combatir llevando el uniforme de alguna Casa, lanzaré a mis
luchadores sobre ellos en la misma arena. Hoy he vencido al
populacho, y las turbas no se atreverán a intervenir. ¿Ha quedado
claro?
--Sí, mi señor.
--Uriah...
--¿Sí, mi señor?
--Las ollas, las ollas de barro... ¿Cómo ocurrió?
Uriah sintió que se le helaba la sangre en las venas.
--Alguien las añadió al cargamento --replicó--. Las criaturas fueron
conjuradas, y su poder fue mantenido gracias a un paquetito de maná
introducido en cada olla.
--¿Y cómo llegaron allí?
--No lo sé, mi señor.
Zarel clavó la mirada en Uriah, y el sondeo mental cayó sobre él.
Uriah permaneció totalmente inmóvil mientras hacía un terrible
esfuerzo para controlar sus pensamientos.
--Estás asustado, Uriah...
--Siempre lo estoy cuando me hallo ante vos, mi señor.
--Siento que me estás ocultando algo, algún conocimiento... Algo
que tú sabes y que yo ignoro.
--Jamás osaría hacerlo --murmuró Uriah.
Zarel acabó asintiendo y dejó escapar una carcajada que apenas
llegaba a ser un murmullo enronquecido.
--No. Eres demasiado cobarde para tratar de engañarme --dijo por
fin.
Zarel giró sobre sí mismo y apartó la mirada de Uriah, satisfecho
al ver que el enano seguía siéndole leal en su terror.
--Ya has comprendido lo que debe hacerse, ¿no? --siguió
diciendo--. En cuanto el Caminante se haya marchado con la puesta
de sol, atacaremos la Casa de Bolk y mataremos a Kirlen. Quiero que
la cabeza de Kirlen sea depositada encima de mi regazo antes de que
la noche haya terminado. La Casa de Bolk debe pagar su insolencia
con la destrucción.
--¿Y el Caminante?
--Se habrá ido, y pasará otro año antes de que regrese. ¿Qué
podrá hacer entonces?
Uriah no dijo nada.
«También tendré los libros de esa vieja arpía y su maná --pensó
Zarel--. Tal vez eso bastará para conseguir lo que me propongo... Si
no, las otras Casas caerán también, y su maná engrosará la
gigantesca reserva de poder que se precisa para atravesar el Velo.
Tiene que ser ahora... Mi posición se debilita por culpa de ese
condenado luchador tuerto. Sí, tiene que ser ahora...»
--¿Y el populacho? --preguntó Uriah de repente--. Una cuarta
parte de la ciudad y todos los partidarios de la Casa Marrón querrán
venganza.
--Que intenten cobrársela --replicó secamente Zarel--. Los
seguidores de Fentesk siempre han odiado a Bolk más que los demás.
Asegúrate de que los graderíos de Fentesk acaben inundados de
regalos. Quiero que queden saciados de sangre y vino. Me
respaldarán.
--¿Y yo?
--Todo se hará tal como te he prometido. Te convertirás en el
nuevo Maestre de Bolk --dijo Zarel.
Uriah sonrió.
--El Caminante no debe enterarse de lo que ha ocurrido aquí
durante esta semana --siguió diciendo Zarel--. Si Kirlen intenta
acercarse a él, quiero verla muerta al instante. Podemos echarle la
culpa de todos los problemas y disturbios.
--¿Y si aparece el tuerto?
Zarel titubeó antes de responder. Sus hipótesis podían
corresponder a la verdad, pues era muy posible que el tuerto
anduviera detrás de una presa más grande y que hubiera tramado
alguna clase de plan contra el Caminante. «Tal vez... Sí, tal vez podría
acabar beneficiándome de ello. Pero siempre queda la posibilidad de
que quiera acabar conmigo, naturalmente...»
--Creo que se ha ido --dijo Zarel en voz baja--. Tiene que haberse
ido. Ya no le queda ningún lugar en el que esconderse.
Y Uriah se dio cuenta de que las palabras de su amo y señor
pretendían tranquilizarle y, al mismo tiempo, que habían sido
concebidas para tratar de convencer a otro.
Uriah salió de la habitación, y por fin pudo relajar el férreo control
que había impuesto a sus pensamientos. El recuerdo de lo que había
visto en la arena aún continuaba obsesionándole. Durante los otros
combates el luchador tuerto sólo había sido una silueta lejana, pero
por fin había acabado presentándose delante del trono. Y Uriah lo
había comprendido todo en aquel momento. El luchador tuerto era
Galin, aquel chiquillo que había cabalgado sobre su espalda jorobada
hacía tanto tiempo mientras reía y lanzaba chillidos de deleite infantil,
para cubrirle de besos y abrazos después.
«Pero ahora es un hombre --pensó Uriah--, un hombre que debe
ser traicionado si es que he de sobrevivir.»

***

Garth el Tuerto gimió y se agitó débilmente. Intentó estirarse, pero


descubrió que no podía moverse. Tenía los brazos atrapados, e
intentó mover las muñecas. Podía sentir la presión de la cuerda que
las ataba, pero había algo más que le retenía.
--¡Oh, maldito sea! --exclamó.
Garth intentó darse la vuelta e hizo un esfuerzo desesperado para
salir del círculo del hechizo, pero siguió atrapado en el suelo. Se
hallaba tan indefenso como un bebé envuelto en pañales.
La segunda campana de la mañana sonó cuando el sol asomaba
por encima del horizonte, alzando su esfera rojo oscuro a través del
telón de humo que flotaba sobre la ciudad y haciendo que su luz
entrara en una trayectoria casi horizontal a través de los postigos de la
buhardilla.
--Ayúdame durante este día --susurró Garth--. Ayúdame a darte
por fin el descanso que mereces, tanto en mi alma como en las tierras
que recorres ahora... ¡Ayúdame!
Permaneció inmóvil y en silencio, concentrándose e intentando
romper el hechizo mediante pura fuerza de voluntad. Pero el hechizo
se resistió. Gotitas de sudor perlaron el rostro de Garth y se metieron
en sus ojos produciéndole un agudo escozor, y Garth siguió rezando y
envió sus pensamientos hacia el exterior..., hasta que acabó sintiendo
una presencia, muy cerca de él.
La puerta se abrió con un crujido y una silueta oscura se alzó ante
Garth.
Garth dejó escapar el aire que había estado conteniendo en un
jadeo entrecortado.
--Anoche percibí que estabas buscándome --dijo la silueta con voz
baja y suave--. Sabía dónde te estabas escondiendo. Te seguí al salir
de la arena anoche... Tenía que venir.
Garth oyó sus pasos, y un instante después la mujer se arrodilló
junto a él.
--¿Es obra de Hammen?
--Sí.
La voz surgió de los labios de Garth en forma de un murmullo
enronquecido. El poder del hechizo seguía reteniéndole.
La mujer desenvainó su daga, y Garth entrevió que la movía de
un lado a otro como si estuviera ejecutando un ritual. Después se
movió a su alrededor agitando la daga y hendiendo el aire con la hoja
por encima de él, y volvió a agitar la daga de un lado a otro. Garth
sintió que el hechizo se desmoronaba, y tuvo la sensación de que
acababan de quitarle un gran peso de encima. Se irguió, jadeando y
tosiendo, y dejó que la mujer cortara sus ligaduras.
--Me llamaste, ¿verdad? --murmuró ella.
Garth asintió. Sus terribles esfuerzos le habían dejado agotado, y
la cabeza aún le palpitaba a causa del golpe.
--Vi a Hammen saliendo de aquí con tu bolsa.
--¿Y por qué tardaste tanto en venir? Hace horas que se ha ido.
--Me pareció que había hecho lo más adecuado, pero... Después
sentí tu llamada y... --Guardó silencio durante un momento--. ¡Maldito
seas, Garth! No podía dejarte aquí.
Se inclinó sobre él y le besó suavemente en los labios.
--No tenemos tiempo para eso ahora --murmuró Garth--. ¿Dónde
infiernos ha ido ese bastardo?
--Hacia la arena.
--El fardo del rincón, el que está envuelto en la tela embreada...
¿Puedes traérmelo?
La mujer atravesó la habitación y le trajo el fardo.
Garth quitó la tierra que se le había pegado en el agujero donde lo
había escondido antes de entrar en la ciudad. Desató la cuerda de
cáñamo con que estaba envuelto el fardo, lo abrió lentamente y
desplegó su contenido. Después se inclinó ante él e intentó reprimir
las lágrimas que habían inundado su ojo.
Garth recuperó la compostura, se puso en pie y empezó a
desnudarse lentamente. Después vaciló y bajó la mirada hacia la
mujer.
--Puede que no lo recuerdes, pero ya te he ayudado a vestirte
antes --dijo ella, e hizo una breve pausa antes de seguir hablando--.
Varena también te ayudó.
--¿Podrías volver a ayudarme? --preguntó Garth en voz baja y
suave.

***

La procesión serpenteaba a lo largo de la gran avenida que nacía


en el centro de la ciudad, llegaba hasta la puerta y terminaba en el
estadio. La multitud que se agolpaba a ambos lados de la calle
contemplaba su lento avance en silencio y con expresión hosca, y
apenas lanzó alguna que otra aclamación apática al pasar los
campeones que aún seguían con vida.
Zarel estaba observando al populacho. No se atreverían a intentar
nada, no aquel día y con la inminente llegada del Caminante. La
multitud le devolvió la mirada en silencio, y apenas se agitó cuando las
jóvenes que flanqueaban el palanquín del Gran Maestre empezaron a
arrojar monedas.
La procesión llegó a la puerta, y Zarel contempló el puerto. El
agua estaba oscurecida por los cuerpos que subían y bajaban
lentamente, y las manchas rosadas indicaban los lugares en que los
tiburones y lampreas gigantes seguían alimentándose frenéticamente.
Había tanta comida que el puerto no estaría limpio para cuando llegara
el Caminante. Habría que darle alguna explicación, y Zarel pensó en
atribuirlo a un brote de plaga.
La procesión siguió avanzando hasta llegar a la arena, que ya
estaba llena a rebosar. Las colinas que se alzaban sobre el inmenso
estadio también estaban cubiertas por masas de espectadores que
habían acudido a presenciar el último día del Festival y la llegada del
Gran Señor.
El largo cortejo entró por el túnel de acceso, y poco después
emergió a la cegadora claridad solar que inundaba el suelo del
estadio. La arena blanca reflejaba la luz de media mañana con una
deslumbrante intensidad. Unos vítores casi inaudibles brotaron de la
multitud, más debido a la expectación por los inminentes
acontecimientos que por la presencia del Gran Maestre.
--Malditos bastardos... Ojalá tuvierais un solo cuello --gruñó Zarel,
mascullando el deseo que acudía a su mente cada vez que
contemplaba al populacho.
La procesión recorrió el perímetro de la arena, pero esta vez se
mantuvo alejada del muro para que ningún objeto lanzado desde los
graderíos pudiera alcanzar a Zarel. Hubo una andanada de gritos
burlones y un pequeño diluvio de botellas de vino y jarras de cerveza,
y los agentes del Gran Maestre esparcidos por los graderíos se
apresuraron a perseguir a los culpables mientras la multitud se agitaba
en un breve espasmo de irritación. El recorrido del círculo llegó a su fin
y los mamuts fueron desenganchados del trono de Zarel y sacados de
la arena a través del túnel de acceso. Un silencio expectante
descendió sobre la multitud.
Zarel esperó mientras las cuatro Casas ocupaban sus posiciones
alrededor del círculo dorado y los siete campeones restantes formaban
una hilera directamente detrás del trono del Gran Maestre. Después
fue hacia el círculo dorado trazado en el suelo de la arena, y los cuatro
Maestres se reunieron con él ocupando sus respectivas posiciones.
Zarel fue volviendo la cabeza lentamente, y su mirada recorrió los
cuatro rostros: Kirlen de Bolk, Jimak de Ingkara, Tulan de Kestha y
Varnel de Fentesk.
--Vuestro comportamiento ha sido incalificable --dijo Zarel con
visible irritación.
Kirlen dejó escapar una risita sarcástica.
--Dile eso al Caminante --replicó--. Explícale que eres incapaz de
controlar la situación por más tiempo. Cuéntale que eres un estúpido
incompetente cuyo reino puede ser convertido en un caos por la
intervención de un simple hanin solitario.
--¿Y dónde está ahora?
La mirada de Zarel fue recorriendo sus rostros, y no tardó en estar
seguro de que el luchador tuerto no se había refugiado en ninguna
Casa.
--¿Y vuestras ofrendas de maná? --preguntó.
Los cuatro Maestres se removieron de mala gana, y acabaron
girando sobre sí mismos para volver la mirada hacia las filas de sus
luchadores. Dos luchadores surgieron de cada contingente
transportando una gran arca entre ellos. Los cuatro arcones fueron
colocados en el suelo, y la concentración de maná era tan fuerte que
el aire empezó a brillar con destellos iridiscentes. Los arcones fueron
abiertos y su contenido quedó esparcido en el suelo, y una lluvia de
paquetitos de maná se desparramó sobre el círculo dorado.
Zarel bajó la mirada hacia ellos y asintió.
--¿Y las tuyas? --preguntó Kirlen sin tratar de ocultar su sarcasmo.
Zarel dejó escapar una gélida carcajada y movió una mano para
indicar a uno de sus luchadores que trajese una urna. El luchador le
dio la vuelta y esparció su contenido sobre el montón de ofrendas de
las Casas.
--Cien ofrendas de maná --afirmó Zarel.
--Meramente una fracción de lo que obtienes con la extorsión
--siseó Kirlen--. Creo que te estás guardando maná porque tratas de
convertirte en un Caminante.
--¡Cómo te atreves a...!
--Me atrevo porque estoy diciendo la verdad --replicó Kirlen.
--¿Y dónde has oído esa falsedad?
Kirlen sonrió.
--De la boca del luchador tuerto.
Y mientras pronunciaba aquellas palabras se volvió hacia los
otros tres Maestres de Casa, y todos ellos inclinaron la cabeza
indicando que la apoyaban.
--Por eso te haces más fuerte a cada día que pasa mientras que
nosotros nos vamos debilitando poco a poco --gruñó Jimak--.
Pagamos el tributo, pero tú robas muchísimo más y sólo devuelves
una pequeña parte.
--¿Y creéis en la palabra de un hanin? --preguntó Zarel con voz
gélida.
--Tal vez más que en la tuya --intervino Tulan--. ¿Qué clase de
trato hiciste con el Caminante cuando te convertiste en Gran Maestre y
la Casa de Oor-tael fue destruida? ¿Que robarías el maná de nuestras
tierras para entregárselo a cambio de tu poder, tal vez? ¿Cuántos
años llevas acumulando un maná que no te pertenece?
--¿Acaso no os dais cuenta de quién es ese hombre? --rugió
Zarel--. No se conformará conmigo. Quiere acabar con todos nosotros.
--Hay una cosa que está muy clara, la máscara ha caído por fin
--replicó Tulan sin inmutarse.
Zarel clavó su gélida mirada en los cuatro Maestres de Casa.
--Ya hablaremos de todo esto más tarde --dijo, y movió una mano
indicándoles que se alejaran del círculo.
Los cuatro retrocedieron con desafiante lentitud mientras Zarel iba
hacia el centro del círculo dorado. Movió las manos sobre el maná
ofrecido y atrajo el poder hacia él. Durante un fugaz instante casi se
sintió capaz de atravesar el Velo, tan grande era la concentración de
poder; pero seguía ignorando los hechizos y encantamientos precisos,
y el umbral permaneció cerrado. Zarel pudo distinguir la expresión de
avidez que había en el rostro de Kirlen mientras le contemplaba a
través de la claridad iridiscente.
«Vieja arpía... --pensó con una gélida sonrisa mental--. Pronto
tendré todas las respuestas que necesito.»
La multitud, que había estado aguardando en un silencio
expectante, se removió por fin y se fue poniendo en pie.
Zarel pareció hacerse cada vez más alto y quedó envuelto en un
resplandor iridiscente. El Gran Maestre alzó las manos hacia el cielo y
empezó a mover los labios, articulando en silencio las palabras que
flotarían a través de los Planos y que invocarían al Gran Señor, el
Caminante, pidiéndole que acudiera a la celebración y para la ofrenda
de poder.
Pasado un momento, hubo una agitación en el aire, como la
primera y todavía débil brisa matinal que baja desde las cimas de las
montañas. Los estandartes que se alzaban sobre el perímetro del
estadio temblaron con un lánguido chasquido, se retorcieron y
volvieron a tensarse. El silencio era absoluto y la atmósfera quedó
cargada por una repentina tensión, como si se estuviera incubando
una tormenta al otro lado del horizonte. El sol pareció palidecer en el
cielo matinal, su luz se volvió fría y débil, y el firmamento se oscureció
aunque no había ninguna nube en él.
La oscuridad se fue intensificando y acabó cobrando forma en el
cielo, concentrándose en un punto de negrura sobre el cenit que se
fue extendiendo como una mancha negra sobre aguas límpidas y
cristalinas. La oscuridad siguió difundiéndose a través de toda la
bóveda celeste. Un viento helado bajó de ella con un retumbar
ahogado, haciendo temblar el mundo con su rugido ultraterreno.
La oscuridad se retorció y se precipitó sobre sí misma,
convirtiéndose en un ciclón negro como la tinta, que siguió
espesándose y creciendo mientras los cielos eran desgarrados por
rayos que lo envolvieron en un fantasmagórico resplandor verde
azulado. La nube oscura descendió del cielo y ahogó los gritos de
miedo y excitación de medio millón de voces. La nube negra quedó
suspendida sobre la arena, una masa oscilante a la que los rayos
envolvían en cegadoras guirnaldas de fuego.
La nube siguió enroscándose hacia dentro y pareció ir cobrando
forma al hacerlo. Una cabeza oscura se inclinó sobre la arena, ojos de
fuego, barba de relámpagos y frente de llamas aterradoras. La multitud
había sucumbido a un éxtasis de locura y todos señalaban la
oscuridad y la contemplaban con la boca abierta. Las manos
temblorosas se alzaban hacia el cielo, y el frenesí se fue adueñando
de los espectadores haciendo que lanzaran rugidos de terror y
abandono.
La oscuridad bajó en un veloz remolino y tocó el círculo dorado.
Zarel retrocedió con la cabeza inclinada. La oscuridad se había
convertido en un gran pilar negro de doscientas varas de altura
rodeado por un círculo de llamas que bailaban y atronaban a su
alrededor. La cabeza se fue inclinando lentamente hacia atrás y la
boca se abrió. Una gélida carcajada llena de sarcasmo envolvió las
colinas en ecos atronadores. Ojos de fuego contemplaron con
hambrienta avidez a quienes los adoraban y a quienes los temían, y
también a quienes apartaban la mirada de ellos porque les parecían
aborrecibles.
La columna descendió en un veloz movimiento giratorio y pareció
ir derrumbándose sobre sí misma. Hubo un rugido atronador y un
destello cegador que deslumbró a todos los que la estaban
contemplando y les obligó a taparse los ojos, haciendo que desviaran
la vista entre gritos de dolor.
Y el centro del círculo dorado acogió al Caminante de los Planos
en su forma humana, una silueta alta y sinuosa que producía la vaga e
inexplicable impresión de no ser del todo real y que parecía temblar y
ondular envuelta en su túnica negra. Parecía estar presente y ser real
y al mismo tiempo no serlo, como si fuese una voluta de humo que
desaparecería de un momento a otro. La cabeza del Caminante giró
lentamente para contemplar lo que le rodeaba, y una sonrisa curvó sus
labios exangües. La sonrisa tan pronto parecía estar llena de
afabilidad y de una cálida diversión como ser una mueca de astucia y
poder letal, impregnada por un profundo desprecio hacia quienes
nunca podrían comprender qué era realmente el Caminante en todo su
oscuro poderío y majestad.
El Caminante bajó la mirada hacia el montón de maná que había
a sus pies e inclinó la cabeza en señal de aprobación. Los paquetitos
de maná le permitirían acceder al poder psíquico que controlaba la
tierra.
--La ofrenda es aceptada --dijo por fin.
Su voz parecía ser un suspiro, pero llegó hasta los confines más
alejados del estadio y todos pudieron oírla. Aquella voz grave e
impregnada de poder hizo que la multitud lanzara un rugido de histeria
salvaje, y pareció disipar el terror que se había adueñado de ella.
El Caminante echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar una
estruendosa carcajada llena de placer, pues volvía a tener forma
humana y se sentía invadido por el placer que ello le producía. La
naturaleza insustancial y sombría de su existencia se había esfumado,
y volvía a ser una criatura de carne y hueso. Aquella aparición que se
alzaba ante ellos como un joven dios dorado lleno de poder y terrible
vitalidad hizo que los espectadores enloquecieran de emoción.
El Caminante salió del círculo, y de las filas de guerreros
surgieron porteadores cargando todavía más urnas que inclinaron
sobre sus hombros para hacer caer una cascada de oro. El Caminante
dejó escapar una carcajada llena de placer, y se inclinó para coger
unas monedas y las acarició mientras sus ojos ardían con un fuego
cegador. Jimak le contempló en silencio con la respiración acelerada
ante todas aquellas riquezas. El Caminante alzó las manos hacia el
cielo, y las monedas giraron como impulsadas por un viento surgido de
la nada y se arremolinaron en una lluvia dorada, una precipitación de
oro que cayó sobre el estadio y fue acogida con vítores y
aclamaciones por la multitud. Más porteadores se acercaron, trayendo
los mejores vinos, y el Caminante bebió con ávida sed y apuró una
copa detrás de otra, y el olor del vino hizo que Tulan se lamiera los
labios. Las filas de guerreros volvieron a abrirse para dejar pasar a
mujeres vestidas con velos tan tenues que apenas existían y que eran
tan traslúcidos como una telaraña. Algunas eran altas y tenían el
cabello dorado y la tez muy pálida; otras eran morenas y llevaban la
negra cabellera recogida en gruesas trenzas; y también había
criaturas de exótica belleza procedentes de tierras tan lejanas que se
las consideraba simples reinos de fábula. Varnel permaneció en
silencio y se estremeció al verlas. El desfile de mujeres contenía todas
las estaturas y formas posibles, y las había de cuerpo tan esbelto
como el de un muchacho, o voluptuosas y opulentas, o altas y
oscuramente sensuales, y el Caminante extendió las manos hacia
ellas con anhelante pasión, y las acarició y las abrazó sin dejar de reír
ni un instante, y la multitud lanzó nuevos alaridos de lujuria
enronquecida.
Después el Caminante volvió la mirada hacia Kirlen, y la anciana
permaneció en silencio y le contempló con los ojos llenos de odio. El
Caminante rió y le dio la espalda.
--¡Ya es hora de que empiecen los juegos! --anunció con voz
atronadora en la que vibraba el temblor de la sed de sangre, y el
populacho lanzó aullidos de deleite.
El Caminante extendió los brazos en un gesto de saludo y sus
robustos músculos ondularon, y la sensación le resultó tan placentera
que se estiró lánguidamente y rodeó a la mujer que había escogido
para aquel momento con un brazo, acariciándola con abierto
abandono mientras cogía una copa de vino con la otra mano y la
obligaba a tomar un trago, después de lo cual alzó la copa en un
nuevo saludo dirigido a las masas que no paraban de aullar.
El Caminante subió al trono que Zarel acababa de dejar libre para
que lo ocupara. Se recostó en él, alzó la mirada hacia el cielo azul que
se desplegaba sobre su cabeza y guardó silencio durante un momento
en el que sus rasgos adquirieron una expresión extraña y distante.
Después se inclinó hacia adelante y su oscura risotada ahogó la voz
del populacho, y el estadio entero vibró con los ecos de sus
ensordecedoras carcajadas.
El Caminante besó a la mujer con una lujuria frenética e
incontenible y la manoseó como si fuese un animal en celo,
arrancándole los velos y arrojándolos en todas direcciones. Después
la soltó tan rápidamente como la había agarrado, y la apartó de un
empujón mientras movía la mano reclamando más vino y comida. El
Caminante se lanzó sobre las exquisitas viandas, y las devoró como si
acabase de despertar de un sueño febril y necesitara un sustento del
que llevaba mucho tiempo sin poder disfrutar.
Después arrojó la copa a un lado, volcó de una patada la bandeja
que había sido colocada delante de él y recorrió la arena con la
mirada.
--¡Que se elija a la primera pareja de contendientes!
Zarel, que se había quedado junto a la base del trono, movió una
mano indicando que el monje ciego y sordo ya podía hacer la primera
selección.
--Azema de Kestha contra Jolina de Ingkara.
La multitud gritó y aulló, cada vez más enloquecida por la sed de
sangre, y echó a correr hacia los garitos para apostar sus monedas.
Todo el suelo de la arena estaba disponible para la última ronda de
combates, y pasados unos minutos Jolina apareció en el otro extremo
mientras Azema de Kestha entraba en el cuadrado neutral del lado
norte para empezar a prepararse.
El Caminante se irguió en el trono. Sonrió, contempló la arena y
esperó a que la multitud acabara de hacer sus apuestas.
--¿Cómo va a ser la competición de hoy? --preguntó.
--Todos los combates del día de hoy se librarán a muerte en
vuestro honor, Gran Señor --respondió Zarel.
El Caminante miró fijamente a Zarel y sondeó sus pensamientos.
--¿Por qué? --preguntó, y su voz era un susurro que sólo Zarel
pudo oír.
--Puedo explicároslo más tarde, mi señor.
--Eso creará nuevos odios y rencores en las Casas.
--Los odios y los rencores están allí desde hace mucho tiempo, mi
señor. Ya va siendo hora de que se haga un poco de limpieza.
--¿Y aquel del que me hablaste?
--Será vuestro tanto si gana como si pierde, mi señor. Las Casas
estaban volviendo a hacerse demasiado fuertes, y es preciso
desangrarlas un poco. Así no podrán alzarse contra mi poder..., o
contra el vuestro.
--Espero que estés en lo cierto, Zarel, o éste será tu último día
como Gran Maestre.
--Estoy en lo cierto, mi señor, y todo lo hago para serviros.
El Caminante asintió y volvió a alzar la mirada.
--En ese caso... ¡A muerte!
Hammen, en otros tiempos conocido como Hadin gar Kan, bajaba
lentamente por los graderíos de la arena. La multitud se había puesto
de pie sobre los asientos y le obstruía la visión, dejándole ver solo
fugaces atisbos del combate. Las explosiones retumbaban en el
estadio mientras los dos contrincantes se enfrentaban en un violento
conflicto que había llenado toda la arena con fuego, ejércitos de
criaturas que luchaban encarnizadamente, demonios, bestias
voladoras y nubes de oscuridad ultraterrena. Los luchadores ya no se
veían limitados por el reducido espacio de los círculos utilizados
durante los combates de eliminación, ahora disponían de todo el suelo
de la arena para luchar lo que les permitía emplear mayores poderes
mágicos.
Hammen iba encontrando pequeños huecos entre la multitud y se
deslizó por ellos, acercándose lentamente a la arena. Avanzaba con
cautela evitando encontrarse con los grupos de guerreros dispersos
por el estadio, y se mantenía alerta para detectar a los agentes de
Zarel. El viejo se movía como una sombra, algo que seguía siendo
capaz de hacer aunque habían transcurrido veinte largos años desde
la última vez que manejó el poder del maná. El recuerdo de lo que
había sido no había dejado de obsesionarle durante todo aquel
tiempo.
Garth, Garth... ¿Por qué había tenido que volver a entrar en su
vida? ¿Por qué había evocado de nuevo el pasado, aquel tiempo en el
que la Casa de Oor-tael aún existía y representaba todo lo que había
sido el mundo de los luchadores? Hammen se sentía como si
estuviera viviendo un sueño mientras se movía por un mundo oscuro
de ruinas y abandono. Un sueño que moriría en cualquier momento.
No..., que ya había muerto. Hammen se lo había estado
repitiendo durante veinte años. Había muerto la noche en que el
Caminante obtuvo el poder suficiente para dejar de ser un simple
mortal, y convertirse en un semidiós, capaz de moverse entre los
mundos. El único obstáculo que se interpuso en su camino fue la Casa
de Oor-tael y la negativa del Maestre, el padre de Garth, a entregar el
maná que controlaba para que el Caminante pudiera completar el
círculo del poder.
Y la Casa de Oor-tael había sido atacada la última noche del
Festival, hacía ya veinte años. Y las otras Casas habían conspirado
para provocar la caída de su rival, dejando que el Caminante obtuviera
lo que deseaba. Y el Caminante había abandonado aquel mundo,
dejándolo en manos de su lugarteniente para que lo gobernara en su
nombre, y para que retorciese y pervirtiera cuanto existía en él.
La pesadilla de la Noche de Fuego volvió a adueñarse de la
mente de Hammen, cuando la Casa fue asaltada y él, en aquellos
tiempos primer luchador de Oor-tael, había huido. En aquel entonces
creyó que ya no quedaba nada por lo que luchar, y por eso había
huido.
«Tendría que haber muerto entonces --pensó--. Tendría que
haber permanecido al lado de mi Maestre y de su familia, y haber
muerto con ellos... Pero huí a las entrañas de la tierra para
esconderme en ellas y acabé saliendo de mi escondite convertido en
Hammen el ladrón, el jefe mezquino e insignificante de una
hermandad de la escoria. Tendría que haber muerto. Sí, tendría que
haber muerto...»
Llegó al muro cuando el combate que se libraba en la arena
alcanzaba su clímax. Varena de Fentesk acababa de derribar la última
barrera protectora de su oponente de la Casa de Kestha, y el luchador
cayó al suelo. Varena tuvo un momento de vacilación, y volvió la
mirada hacia el trono.
--¡Acaba con él!
La multitud coreó las atronadoras palabras del Caminante.
--¡Acaba con él! ¡Acaba con él!
Varena alzó la mano, y el luchador Gris desapareció en una nube
escarlata. Fue hacia donde había estado el cuerpo de su oponente y
recogió su bolsa. Después salió de la arena con la cabeza baja y sin
prestar atención a la ovación que saludó su victoria.
--Así acaba la sexta ronda --anunció Zarel--. Igun de Ingkara gana
el cuarto combate, por descalificación de su ausente rival. Y ahora
empieza la séptima ronda.
Hammen se abrió paso hasta el muro del estadio, se encaramó a
él y saltó a la arena. Varios luchadores fueron hacia él, y Hammen
alzó la mano y los derribó.
--¡Vengo aquí a testimoniar en nombre de Garth el Tuerto, que se
ha ganado el derecho a combatir! --gritó Hammen.
Había recurrido al maná de la bolsa que llevaba encima de la
cadera derecha, y su voz creó ecos por toda la arena. La multitud
guardó silencio, asombrada y confusa ante aquella repentina intrusión.
--¡Es un hanin y no tiene colores! --gritó Zarel--. No puede luchar.
El Caminante se puso en pie y bajó la mirada hacia Hammen.
--Soy Hadin gan Kar, primer luchador de la Casa de Oor-tael y
sirviente de Garth el Tuerto, y he venido a testimoniar en su nombre.
--Hadin...
La voz del Caminante fue un susurro amenazador, como si un
recuerdo a medio formar se estuviera agitando en su memoria.
Hammen fue hasta el centro de la arena.
--Ganó el derecho a combatir --dijo.
--¿Y dónde está entonces? --murmuró el Caminante, y su voz
creó ecos que resonaron por toda la arena.
--Se ha ido.
El Caminante dejó escapar una risita.
--¿Y qué quieres tú, mendigo?
--Como sirviente suyo, reclamo el derecho a combatir en su lugar.
Esas son las antiguas reglas, que ya existían antes de que
oscurecieses este mundo con tu presencia.
El Caminante se recostó en su trono y soltó una carcajada helada.
--Estupendo --dijo--. Será divertido verte morir.
Pero aún no había acabado de hablar cuando hubo un estallido
de vítores en el lado sur de la arena. Los gritos empezaron en la parte
de arriba de los graderíos, y fueron bajando rápidamente. Por un
momento el Caminante pensó que las aclamaciones iban dirigidas a
él, y miró por encima de su hombro con una sonrisa en los labios.
Los vítores se fueron difundiendo cada vez más deprisa y un
sendero apareció entre la masa de cuerpos de un lado del estadio. La
multitud se apresuraba a apartarse de él, y todos retrocedían
empujándose unos a otros.
Garth el Tuerto llegó al muro de la arena y saltó al suelo del
estadio, seguido por la mujer de Benalia.
--¡Tuerto!
El grito fue coreado al instante en todo el estadio, y se convirtió en
una incontenible marea de sonido. Garth cruzó el suelo de la arena y
acabó deteniéndose delante de Hammen.
--¿Qué infiernos estás haciendo? --murmuró.
--Intentaba salvarte la vida, maldito estúpido --replicó Hammen
con voz cansada.
--¿De esta forma?
--Si me mataban, tu bolsa habría desaparecido. Y sin poderes,
hubieses tenido que marcharte.
Hammen titubeó antes de seguir hablando.
--Te fallé hace mucho tiempo, Garth... No logré salvarte, y pensé
que ahora sí podría hacerlo --acabó diciendo por fin, y bajó la cabeza.
--Nunca he tenido nada que reprocharte --murmuró Garth--, y mi
padre nunca tuvo nada que reprocharte. Huiste cuando ya no quedaba
nada por lo que luchar..., cuando mi padre ya había muerto.
Hammen alzó la mirada hacia él y sus labios se curvaron en una
sonrisa llena de melancolía.
--Bien, al menos te lo he oído decir. Y, una vez más, no puedo
hacer nada...
--Puedes empezar devolviéndome mi bolsa.
Hammen descolgó la bolsa de su cinturón y se la alargó a Garth.
Garth retrocedió y se arrancó la capa, revelando el uniforme de la
Casa de Oor-tael. Un jadeo de asombro brotó de los graderíos cuando
los espectadores vieron los colores prohibidos. Garth se colgó la bolsa
del hombro.
--¡Reclamo el derecho a combatir! --gritó--. Se me conoce como
Garth el Tuerto, y soy el hijo de Cullinarn, Maestre de la Casa de
Oor-tael.
Zarel dio un paso adelante mientras agitaba un brazo para indicar
a sus luchadores que avanzaran, pero fue detenido de repente, como
por una mano invisible.
Los ecos de la carcajada sardónica del Caminante resonaron por
toda la arena.
--Muy divertido... --dijo--. Me encantan las buenas bromas.
Puedes luchar.
Garth giró sobre sí mismo como si el Caminante no estuviese allí
y empezó a avanzar hacia el otro extremo de la arena.
--Garth, maldita sea... --murmuró Hammen--. O saldrás de aquí
con los pies por delante, o te irás con ese bastardo.
--Lo sé --replicó Garth.
--¿Y entonces para qué infiernos estás haciendo todo esto?
Garth volvió la mirada hacia Hammen y sonrió.
--¿Aún no aprendiste que has de seguir a mi lado si quieres
averiguar porqué hago todo esto?
Hammen se volvió hacia Norreen y le lanzó una mirada llena de
irritación.
--Muchísimas gracias --refunfuñó.
--Tendrías que haberme dicho que no metiera las narices --replicó
Norreen.
--¿Habría servido de algo?
--No.
--Los dos estáis locos --dijo secamente Hammen mientras
apretaba el paso para mantenerse a la altura de Garth.
Garth rió y meneó la cabeza.
--¿Todavía tienes nuestro dinero? --preguntó.
--Sí --replicó Hammen.
--Pues entonces ve a apostarlo por una victoria. Necesitarás
muchas monedas cuando esto acabe.
--¡Y un infierno! Me voy a quedar aquí abajo, y no pienso
separarme de ti.
Garth se volvió hacia Norreen.
Norreen meneó la cabeza.
--Me quedo --afirmó.
--Muy bien, pero cuando todo haya terminado y me haya ido...
Bueno, me temo que os matarán --dijo Garth.
--Es un gran detalle por tu parte preocuparte por nosotros ahora,
después de todo lo que has hecho --gruñó Hammen.
Ya estaban cerca del cuadrado neutral del otro extremo de la
arena, cuando pasaron por delante de los graderíos de la Casa de
Bolk. Naru estaba en primera fila, y saludó a Garth alzando un puño.
El gigante le contemplaba con visible preocupación.
--Mal asunto --dijo--. O mueres, o se te lleva.
--Entonces el año próximo serás el campeón --replicó Garth, y el
gigante sonrió.
Garth entró en el cuadrado neutral y el populacho subió a toda
prisa por los graderíos para hacer sus apuestas, pero el Caminante no
les dio tiempo.
--¡Luchad!
El combate terminó rápido, y la multitud se sumió en un silencio
asombrado mientras veía cómo Garth se lanzaba al ataque y
bloqueaba los hechizos oscuros de su oponente con despreocupación,
haciendo añicos el poder de su maná primero y lanzando una ofensiva
incontenible después con otro ataque de una Sierpe Dragón. Garth se
detuvo un instante antes de asestar el golpe de gracia, pero su
oponente intentó aprovechar aquella vacilación para lanzar un ataque
demoníaco. Garth bajó la cabeza, y la Sierpe Dragón saltó sobre el
luchador y lo devoró.
Garth permaneció silencioso en el centro de la arena e ignoró la
ovación que celebraba su victoria. Después cogió la bolsa de su
oponente caído y fue hasta un lugar de la arena situado entre los
graderíos de Ingkara y Kestha..., un lugar que hacía mucho tiempo
había sido la sección del estadio reservada a los luchadores de la
Casa de Oor-tael.
Zarel alzó la mirada hacia el Caminante.
--Ese hombre es peligroso --dijo.
--Por supuesto que es peligroso --replicó el Caminante--, o no
habría logrado sobrevivir escondido durante veinte años. Me dijiste
que había muerto.
Zarel desvió la mirada, y la voz se abrió paso a través de su
mente.
--Me dijiste que había muerto.
--Sí.
--Pero no viste el cuerpo.
Zarel titubeó antes de responder.
--¿Y bien? --preguntó el Caminante.
--Sólo tenía cinco años... No podía sobrevivir a aquel incendio.
Zarel intentó proteger sus pensamientos y los recuerdos de
aquella noche que guardaba en su memoria. Se acordó del niño que
había sido llevado a rastras hasta su presencia, de cómo le había
sacado el ojo para atormentar a su padre y de cómo el niño le había
contemplado sin inmutarse después de haber perdido la mitad de su
visión. Su padre había luchado desesperadamente, y seguía dentro de
la Casa cuando ésta quedó envuelta en llamas.
Y también recordaba el gemido de agonía que oyó cuando el
padre vio al chico y suplicó que se le permitiera intercambiar una vida
por otra. El niño había logrado escapar de las manos del guardia que
le estaba sujetando, y había entrado corriendo en el edificio en llamas.
Estaba muerto. Se suponía que estaba muerto.
«¿Cómo es posible que no me diera cuenta de que era él?», se
preguntó. Pero tampoco había que olvidar que por aquel entonces el
chico no tenía ninguna importancia, no era más que un peón utilizado
durante un regateo.
--¡Estúpido! Sigue vivo, y está ahí.
--Y saldrá de la arena muerto, o convertido en vuestro sirviente
para acompañaros entre los planos --se apresuró a replicar Zarel.
--Ya lo sabe --replicó el Caminante, y Zarel percibió el nerviosismo
que se estaba adueñando de él.
Y comprendió que el Caminante tenía miedo.
--Sí, lo sabe... --siguió diciendo el Caminante--. Sabe que no
puede escapar, y eso quiere decir que debe de tener un plan oculto.
No vendría aquí después de todos esos años meramente para
suicidarse.
--¿Tenéis miedo, mi señor? --preguntó Zarel en silencio.
Alzó la mirada hacia el trono, y sintió el latigazo de rabia que
surgió de él un instante después.
--¡Le mataré como mato a todos los vencedores del torneo! Y tal
vez acabe decidiendo que tú mereces el mismo destino, por no haber
sabido controlar mejor este mundo...
Zarel intentó reprimir el miedo que se agitaba en su interior y
percibió la gélida risa de su amo y señor. Giró sobre sí mismo y miró a
Uriah, y lo entendió todo de repente. El enano lo había sabido desde el
comienzo. Ah, maldito estúpido... Uriah había ocultado lo que sabía,
impulsado por el sentimentalismo y alguna perversa variedad de
lealtad.
Uriah le miró, y Zarel le sonrió como si todo fuera bien y no
hubiese ningún motivo de preocupación. Ya habría tiempo después
para inventar algún tormento especial.
--Haz lo necesario para que el próximo combate me divierta --dijo
secamente el Caminante.
Garth se volvió hacia el tablero y lanzó un suspiro de alivio al ver
que todavía no tendría que enfrentarse con Varena. Esta vez lucharía
con alguien de su misma Casa. Garth dejó escapar ruidosamente el
aire que había estado conteniendo dentro de sus pulmones y dio la
espalda al tablero, y al hacerlo vio que Norreen le estaba mirando.
--Somos amigos, ¿sabes? He de hacerlo, pero eso no significa
que vaya a gustarme.
--Tendrías que haberlo pensado antes --dijo Hammen.
--Sea cual sea el resultado final, quien ponga hoy los pies en la
arena morirá. Es sólo que... Bueno, no quiero ser yo quien la mate,
¿entiendes?
Se volvió hacia Norreen, que seguía mirándole.
--¿Estás celosa? --se burló Hammen--. ¿Es eso?
--Una benalita no necesita a nadie de fuera de su clan.
Hammen dejó escapar una risotada sarcástica y escupió en el
suelo.
--De todas maneras los dos estaréis muertos dentro de poco, así
que da igual que estés celosa o no --dijo.
Garth sonrió y no dijo nada.
La arena ya estaba acogiendo la batalla siguiente, y Varena se
puso a la defensiva nada más empezar el combate. Su oponente, que
también era de la Casa de Fentesk, lanzó un salvaje ataque de fuego
líquido. Varena erigió un muro para bloquearlo, y su oponente
respondió con un terremoto que hizo temblar toda la arena y provocó
el derrumbamiento de la barrera. Varena replicó con ataques aéreos
de insectos gigantes, pero fueron abatidos por un grupo de artilleros
orcos cuyas andanadas de dardos se convertían en bolas de llamas.
El combate continuó y Varena fue derribada en dos ocasiones por
su oponente. La multitud se levantó y empezó a lanzar alaridos,
creyendo que era el final. Pero Varena se recuperó en ambos casos, y
la segunda vez logró acumular maná suficiente para un violento
contraataque, que su oponente fue bloqueando con creciente dificultad
y menos energías cada vez. Varena siguió aproximándose a su
enemigo, derribando sus defensas una detrás de otra. Después le
destruyó con una última ofensiva, combinando fuego llovido del cielo
con una ráfaga psíquica que agotó sus fuerzas, pero que su oponente
fue incapaz de soportar.
Varena salió de la arena caminando muy despacio, y fue su
ayudante quien tuvo que reclamar la bolsa del luchador muerto.
--Bueno, esto significa que tendré que enfrentarme a ella
--murmuró Garth.
--Si sobrevives a tu próximo combate...
--Gilganorin de Ingkara contra Garth de Oor-tael --dijo el
Caminante, y su voz estaba llena de sarcasmo y diversión.
Garth se levantó y fue hasta su rincón neutral mientras la multitud
enronquecía aclamándole y ramos de flores llovían a su alrededor.
Entró en el cuadrado neutral y empezó a concentrarse en la
preparación para el combate.
--¡Luchad!
Garth se sobresaltó y alzó la mirada. El Caminante reía a
carcajadas, celebrando el haber iniciado el combate sin advertencia
como si fuese una broma graciosísima.
Garth se agazapó y corrió hacia un lado de la arena mientras una
nube negra surgía de la nada y se detenía sobre el lugar en el que
había estado su cabeza para dejar caer una lluvia de ácido. Después
se abrió una grieta en el suelo y Garth tuvo que retroceder de un salto
cuando dos gigantes de piedra emergieron de ella, blandiendo sus
pesados garrotes de granito y descargando golpes terribles que
resquebrajaron el suelo a su alrededor. Garth intentó alzar un muro de
protección, pero los gigantes se abrieron paso a través de él y sus
voces hicieron vibrar el aire como ecos surgidos de una cueva
fantasmagórica.
Garth lanzó un conjuro contra el maná de su oponente que fueron
disipando la fuerza mágica de las tierras de Gilganorin. Los gigantes
de piedra cayeron al suelo y se convirtieron en montones de rocas.
Garth saltó sobre la grieta y desplegó una hilera de zarzales y árboles
vivientes para que formaran una barrera ante él. Volvió a recurrir a la
Sierpe Dragón, pero los ataques de ésta fueron contestados con
ofensivas de fuego que hicieron arder los bosques de Garth. La Sierpe
Dragón fue destruida por un elemental oscuro, al que Garth destruyó
invocando a su vez otro elemental que lo aniquiló.
Gilganorin avanzó lentamente y fue distrayendo a Garth con
ataques menores de insectos, lobos y no muertos. Garth bloqueó cada
ataque y empleó la misma táctica de ofensiva, recurriendo a criaturas
cuya invocación exigía poco maná mientras iba acumulando poder
para asestar un golpe de gracia. Se dio cuenta de que estaba
imponiéndose poco a poco, ya que Gilganorin se veía obligado a
gastar su mana en bloquear a las criaturas que le asaltaban, hasta que
no le quedó más remedio que recurrir a pantallas protectoras para
desviar ataques que podrían haberle causado graves daños.
Y de repente Gilganorin asombró a Garth dejando de luchar y
extendiendo las manos con las palmas hacia el suelo en el gesto de
rendición. Garth detuvo su ataque, haciendo que sus elementales
volvieran a la nada de la que habían sido conjurados. Después
extendió la mano izquierda con la palma hacia abajo como señal de
que aceptaba la rendición mientras alzaba la derecha como gesto de
victoria.
La multitud dejó escapar un jadeo de asombro. En tiempos
pasados ese acto significaba el final de un combate, pues indicaba
que uno de los dos contrincantes sabía que había sido vencido y que
no le serviría de nada seguir luchando; pero se suponía que Garth y
Gilganorin estaban librando un combate a muerte.
--¡No he pedido un combate a muerte! --gritó Garth--. Acepto tu
rendición. Puedes conservar tus hechizos.
Gilganorin se inclinó ante él y giró sobre sí mismo para volver a su
sitio... y dejó de existir. Un cilindro de negrura surgió de la nada y
envolvió su cuerpo. Una fina llovizna de sangre salió despedida en
todas direcciones y el cilindro de oscuridad se esfumó tan deprisa
como había aparecido. Lo único que quedaba de Gilganorin era una
mancha de sangre que ya empezaba a ser absorbida por la arena.
--Cuando digo «a muerte», hay que luchar a muerte --dijo
secamente el Caminante con visible irritación, y volvió a concentrar su
atención en la mujer con la que se había estado divirtiendo mientras
se libraba el combate.
Un grito ahogado brotó de la multitud, gran parte del populacho se
sintió afrentado pues Gilganorin era un viejo favorito del Festival, que
llevaba décadas alcanzando las últimas rondas, y que además era
famoso por gastar el dinero que ganaba invitando a beber a sus
partidarios durante varias semanas después de terminado el Festival.
El Caminante se enfadó ante las protestas, dio la espalda a su
diversión y movió una mano. Sobre la arena se formó una nube y la
multitud se calló, no muy segura de lo que iba a suceder. Después de
todo, no había que olvidar que se trataba del Caminante; y que podía
matar a millares de espectadores sin apenas esfuerzo. La nube se
oscureció y descargó un diluvio de abalorios de plata sobre el estadio.
El populacho se agitó y se debatió para hacerse con ellos, pero ni
siquiera había gratitud. La inesperada lluvia de regalos era meramente
dinero al que había que echar mano, y nada más que eso.
El Caminante se reclinó en su trono y contempló a la multitud.
--¿Qué les ocurre a esos bastardos? --preguntó mientras bajaba
la mirada hacia Zarel.
--Acabáis de matar a uno de sus favoritos.
--¿Y qué? Me desobedeció.
--Puede que ellos no lo vean de la misma manera.
--Supón que hago arder la ciudad como réplica.
--Eso os causaría un perjuicio, mi señor, pues sin campesinos ni
populacho el maná de estas tierras se resentiría, y el tributo del año
próximo no sería tan grande.
--Malditos sean... --siseó el Caminante.
Se volvió hacia la mujer, que seguía esperando sus atenciones, y
la señaló con la mano mientras lanzaba un juramento irritado. El
cuerpo joven se marchitó en un instante, convirtiéndose en un montón
de fláccidos pliegues de carne leprosa colgando sobre los huesos, y el
rostro se distorsionó en una máscara obscena repleta de llagas. La
mujer empezó a lanzar chillidos histéricos. El Caminante la apartó
mientras reía a carcajadas, y la mujer rodó por los escalones del trono
hasta llegar al suelo de la arena, donde siguió con sus gemidos
lastimeros hasta que el irritado Caminante volvió a señalarla con la
mano. La mujer se derritió y quedó convertida en una burbujeante
masa de carne. La multitud había estado contemplándolo todo en
silencio, y cuando el Caminante se volvió hacia los graderíos torció el
gesto al ver que los espectadores no percibían el sutil humor que
había en sus acciones.
Extendió el brazo hacia otra muchacha y la llamó con un lánguido
movimiento de la mano. La muchacha empezó a subir los escalones
sin poder reprimir los estremecimientos que recorrían su cuerpo.
--Bien, disfrutemos del último combate --dijo el Caminante--. Eso
debería de gustarles, ¿no?
--Es hora de comer, mi señor.
--Que luchen primero, y ya comeremos después.
Garth, que se había acostado bajo la sombra del muro de la
arena, se removió y alzó la mirada. Se irguió y entrecerró los párpados
para proteger su ojo del deslumbrante sol de mediodía. Un silencio
extraño reinaba en la arena mientras el tablero anunciaba que Garth
se enfrentaría a Varena. Se volvió hacia los graderíos al oír como los
espectadores discutían la veracidad de un rumor sobre que habían
sido amantes.
Se volvió hacia Norreen, que estaba sentada con la espalda
apoyada en el muro y afilaba impasiblemente su espada con una
piedra de amolar.
--Oye, ya te lo he dicho antes --suspiró Garth--. Varena no
significa nada para mí.
--En el sitio del que vengo, escogemos pareja y nos mantenemos
fieles a ella hasta que llega la rotación de castas y la persona elegida
queda por encima o por debajo de nosotros --replicó Norreen--.
Quebrantar esa regla supone exponerse a la venganza de tu pareja y
de su familia.
--Aún no hemos formado pareja permanente, por usar tus mismas
palabras, así que ninguna ley ha sido quebrantada.
--Deseabas hacer el amor conmigo, ¿verdad?
--El deseo y el llegar a convertirlo en realidad son cosas bien
distintas.
--Pero una cosa lleva a la otra.
--¿Y tú? ¿Me deseabas?
Norreen deslizó su hoja sobre la piedra de amolar con un ademán
salvaje y alzó la mirada hacia Garth.
--Ahora ya es demasiado tarde, tuerto.
--Tendrías que haberle dejado atado en aquella habitación
--intervino Hammen--, y haber aprovechado para hacer lo que te diera
la gana con él.
--Y ahora tú estarías muerto --replicó Garth.
--Tal vez no. Recuerda que era el primer luchador de Oor-tael.
--Ya hace veinte años de eso. Creo que estás un poquito oxidado,
Hammen...
--Muchas gracias por ese voto de confianza.
Una trompeta hizo vibrar el aire y la multitud, que había estado
contemplando al Caminante sumida en un hosco silencio, se removió
lentamente en sus asientos.
Hammen se volvió hacia el tablero.
--Están colocando el anuncio --dijo.
--¡El último combate! --proclamó la voz del Caminante,
retumbando por toda la arena--. Garth de Oor-tael y Varena de
Fentesk... Acercaos al trono.
Garth se levantó y se puso bien la bolsa, que estaba muy
abultada por todos los trofeos que había obtenido. Después bajó la
mirada hacia Norreen.
--Será mejor que te quedes aquí. Según el ritual, sólo el luchador
y su sirviente pueden aproximarse al trono. Si atraes la atención del
Caminante... Bueno, me temo que podrías pasarlo muy mal.
Norreen asintió con una lenta inclinación de cabeza.
--Me gustaría pensar que tienes algún plan para salir bien librado
de todo esto, y que tal vez volvamos a vernos algún día --murmuró.
Garth dejó escapar una risita ahogada.
--¡Vaya, por fin una admisión de afecto! --exclamó.
Norreen se puso en pie dejando que su espada cayera al suelo.
Después extendió las manos hacia Garth, le abrazó con todas sus
fuerzas y le besó con pasión enloquecida. La multitud, que se había
inclinando sobre el muro para tratar de escuchar y ver lo que ocurría,
prorrumpió en vítores y aclamaciones.
Norreen rompió su abrazo y retrocedió.
--Oh, maldito seas... ¡Mira lo que me has obligado a hacer! He
infringido las reglas de casta --murmuró, haciendo un esfuerzo para
que no se le quebrara la voz.
--Cuando todo haya acabado, no te separes de Hammen.
Asegúrate de que ese viejo carcamal sale vivo de la arena,
¿entendido? Te estoy pidiendo que lleves su escudo.
--¡Maldición! Eso es sólo para la realeza --bufó Hammen.
Garth sonrió, giró sobre sí mismo y entró en la arena. Mientras
cruzaba el suelo de tierra apisonada con Hammen caminando junto a
él, la multitud se puso en pie y empezó a aplaudir. Garth lo agradeció
agitando la mano de un lado a otro. Dio un rodeo para evitar la grieta
del combate anterior, que estaba siendo rellenada con carros de tierra
remolcados por media docena de mamuts.
Al ver a Varena aproximándose desde el otro extremo de la arena,
dio la espalda al trono y fue hacia ella.
Varena le miró y sonrió.
--Sabes que lucharé para ganar, ¿no? --preguntó--. Tengo que
hacerlo.
--¿Tienes alguna idea de por qué estás luchando en realidad?
--replicó Garth en voz baja y suave mientras empezaba a caminar
junto a ella.
--Lucho porque he sido adiestrada para ello y porque llevo toda mi
vida esperando este momento.
--¿Y después de eso?
--Para servir al Caminante en otros mundos, para que los
misterios me sean revelados y para saltar de un mundo a otro como
una diosa junto a él.
Garth meneó la cabeza, visiblemente entristecido.
--¿Y vas a matarme por eso? --preguntó.
Varena le miró y sonrió.
--¿Acaso no es lo que tú pretendes hacer conmigo? --replicó--. Ya
viste lo que le ocurrió a Gilganorin... No podemos echarnos atrás,
Garth. Sólo uno de nosotros puede ir con el Caminante, y lamento que
deba hacerte esto precisamente a ti.
--No escojas a tus amistades entre los luchadores, luchadora
--replicó Garth sin inmutarse.
Varena sonrió melancólicamente y no dijo nada.
Llegaron al trono, y los dos se detuvieron en silencio delante de él
mientras sus sirvientes se colocaban allí donde empezaba el círculo
dorado.
El Caminante, que estaba mordisqueando una pata de cochinillo
asado, bajó la mirada hacia ellos y les sonrió.
--Bien, ¿qué va a ser? --preguntó.
Ninguno de los dos respondió.
--Verás, Garth, la verdad es que todo esto resulta bastante
divertido... --siguió diciendo el Caminante--. Creo que sientes algo por
esta mujer, y que ella también siente algo por ti. ¡Y sin embargo los
dos estáis dispuestos a sacrificar vuestros sentimientos para servirme
y poder conocer los misterios finales!
--¿Estarías dispuesto a compartir esos misterios ahora, y
ahorrarnos así la molestia de un combate? --preguntó Garth.
El Caminante sonrió y dejó escapar una suave carcajada.
--A muerte --murmuró por fin--, y la respuesta a todos los enigmas
para quien venza.
Movió una mano indicándoles que ya podían irse, y mientras se
daba la vuelta Garth vio el brillo helado de satisfacción que iluminaba
los ojos de Zarel.
--Perderás ocurra lo que ocurra --le susurró Zarel.
--Tal vez seas tú quien pierda --replicó secamente Garth.
Garth se volvió hacia Varena y sonrió.
--Lo siento --dijo.
Después giró sobre sus talones y volvió a cruzar la arena en
dirección a su rincón neutral.
Los espectadores se habían puesto en pie y permanecían en
silencio, conteniendo el aliento al ver cómo se aproximaba el clímax
del Festival.
Garth llegó al cuadrado neutral y se volvió hacia Hammen.
--Después todo irá muy deprisa. Creo que se marchará enseguida
--le dijo--. He captado algo, como si estuviera bajo alguna clase de
presión...
Hammen asintió.
--Sí, hay algo que no encaja --murmuró--. Normalmente se
comporta como un bufón. Come, apuesta, se divierte con las
mujeres... Hoy no parece el Caminante de siempre.
--Sí, es posible... Bueno, creo que ya sabes lo que quiero que
hagas, ¿no?
Garth metió la mano en su bolsa, sacó un paquetito y se lo arrojó
a Hammen.
Hammen entró en el cuadrado neutral, extendió los brazos y puso
las manos sobre los hombros de Garth.
--Galin... Todos estos años creí que habías muerto --dijo, y se le
quebró la voz--. Recuerdo el día de tu nacimiento, con tu padre
llevándote en brazos con aquella expresión de orgullo en la cara.
Recuerdo el día en que nos llamó para que viéramos cómo dabas tus
primeros pasos, y aquel día en que nos reímos tanto cuando utilizaste
el maná por primera vez y te quemaste los deditos, te echaste a llorar
y volviste a intentarlo enseguida...
--Eh, no te pongas sentimental ahora --dijo Garth.
--Si hubiera sabido que estabas vivo entre las llamas, habría
vuelto a buscarte.
--No me habrías encontrado --murmuró Garth--. Antes de morir,
mi padre utilizó los restos de su poder para enviarnos a mi madre y a
mí lejos de allí. No me habrías encontrado a menos que yo lo hubiese
querido, y no quedé en libertad de hacer lo que mi madre me había
prohibido hasta que murió.
Garth permaneció en silencio unos momentos antes de seguir
hablando.
--Quería vengarme, y eso voy a hacer --dijo por fin.
Sus rasgos estaban rígidos e inexpresivos, como si su rostro se
hubiese convertido en una máscara de hielo. Garth apartó las manos
de Hammen de sus hombros.
--Cuídate, Hadin gar Kan --murmuró.
--Que el Eterno sea contigo, Galin.
La trompeta sonó un instante después y Garth giró sobre sí
mismo. Llenó de calma el centro de su ser hasta que tuvo la sensación
de estar flotando a la deriva por otro mundo.
--¡Luchad!
Las palabras llegaron como un susurro en el viento, y los gritos de
la multitud eran como un murmullo fantasmagórico que flotaba a la
deriva sobre un mar congelado.
Garth salió del rincón neutral. El maná fluyó hacia él,
envolviéndole en el poder de tierras lejanas con las que estaba
vinculado a través de los paquetitos de seda que llevaba en su bolsa,
el poder de las montañas y las islas que se encontraban al otro lado
de los Grandes Mares, las llanuras, los bosques, y los pantanos.
Esperó, mientras contenía parte del poder para evitar que le
llegara demasiado de golpe, y aguardó a que Varena hiciera su primer
movimiento. Podía percibir como ella también estaba acumulándolo en
grandes reservas..., y de repente Garth movió la mano y lanzó un
conjuro de destrucción, el Armagedón destruyó todo el maná que
habían acumulado los dos. Garth percibió el sobresalto de Varena por
la sorpresa, pero su confusión desapareció casi enseguida. Garth
volvió a formar sus poderes lo más rápidamente posible, permitió que
la fuerza recorriese todo su ser y ascendiera surgiendo de él, y lanzó
un ataque. Empleó el cetro disruptor, que mermó poder a Varena.
Después recurrió a otro raro artefacto que le permitiría de controlar
todavía más poder del que un luchador podía manipular en
circunstancias normales. Gastó parte de ese poder y, proyectando su
mente durante un momento, pudo leer los pensamientos de Varena y
supo lo que planeaba hacer. Eso permitió a Garth anular el hechizo de
Varena antes incluso de que terminara de lanzarlo, y un muro de
espadas envueltas en llamas que se derrumbó sobre la arena, donde
se derritieron.
Varena prosiguió su ofensiva con una lluvia de fuego, que Garth
extinguió invocando una gran ola oceánica que avanzó como una
muralla. Pero la masa de océano se precipitó por una grieta que
Varena abrió en el suelo de la arena. Garth respondió enviando
criaturas que volaron por encima de la grieta. Una forma de otro
mundo surgió de los abismos, una hidra, que con sus muchas cabezas
acabó con los atacantes enviados por Garth tan deprisa como iban
llegando. Garth se sirvió de un muro de espadas para intentar
decapitar de golpe a la hidra. Las hojas entraron en acción, pero solo
consiguió que bestia desarrollara el doble de cabezas que antes. La
hidra salió de la grieta y avanzó lentamente hacia Garth.
La multitud acogió aquel raro prodigio con una nueva oleada de
vítores y aclamaciones.
Garth contempló la aproximación de la hidra durante un momento,
luego hizo una invocación y bajó la cabeza desviando la mirada... ante
él apareció la silueta encorvada de una mujer cubierta de la cabeza a
los pies por una larga capa. Risas de perplejidad surgieron de los
graderíos ante una defensa tan sorprendente. Garth extendió las
manos y arrancó la capa que cubría a la anciana sin mirarla en ningún
momento.
La Medusa se irguió con un grito triunfal, y las víboras que eran su
cabellera sisearon y ondularon de un lado a otro. Las cabezas de la
hidra se alzaron ante la nueva amenaza sobrenatural, y un coro de
gritos brotó de ellas un instante antes de que tanto las cabezas como
el cuerpo de la hidra quedaran petrificados.
La Medusa dejó escapar una carcajada helada y se giró hacia
Garth, quien volvió a arrojar la capa sobre la cabeza de la criatura,
manteniendo la mirada desviada de ella. Después metió la mano en un
bolsillo, y extrajo un espejito circular que alzó ante su rostro mientras
la Medusa apartaba la capa de un manotazo y se disponía a atacarle;
pero el ver su imagen reflejada hizo que lanzara un grito angustiado, y
un instante después también ella se había convertido en piedra.
La multitud que había presenciado aquel contraataque tan
inusual, más allá del alcance de los horrendos poderes de la Medusa,
prorrumpió en aplausos de entusiástica apreciación ante el ingenio
empleado por Garth al controlar un hechizo que resultaba tan
peligroso para el rival como para su dueño.
Varena había consumido gran parte de su poder al invocar a la
hidra. Contempló ahora como Garth cogía impulso corriendo hacia la
grieta y saltaba por encima hasta aterrizar de este lado del campo de
combate.
Garth, a la vez que acumulaba más reservas de poder, recurrió a
unos simples hechizos defensivos para desviar los débiles ataques
que Varena lanzó contra él en un intento de frenarle. Un momento
después Garth se llevó la sorpresa de ver cómo Varena también
utilizaba un conjuro de destrucción que acabó con el maná de ambos
al mismo tiempo, y continuó atacando con una ráfaga psíquica que le
causó cierto daño, pero que dejó mucho más malparado a Garth que a
ella. El terrible impacto hizo que Garth retrocediera tambaleándose, y
poco le faltó para caerse al interior de la grieta. Garth erigió un círculo
de protección para bloquear los ataques de Varena, y después actuó
para disipar los daños que había sufrido.
Varena volvió a atacar, pero esta vez Garth estaba preparado e
invirtió el hechizo devolviéndolo hacia ella. Varena cayó de rodillas.
Garth reanudó su avance y empezó a envolverla con un muro de
zarzales y espinos. Varena los derribó con chorros de llamas, pero
Garth ya había invocado a varias criaturas arbóreas esperando detrás
de ellos. Los árboles vivientes avanzaron hacia Varena con su lento y
pesado caminar. Varena corrió de un lado a otro intentando esquivar
sus golpes, pero uno de ellos logró agarrarla por una pierna y la alzó
en vilo.
Apareció un gigante, invocado por Varena, y descargó su hacha
sobre el árbol que la había capturado. Después se volvió para
enfrentarse a los otros, y las criaturas arbóreas respondieron con una
profusión de brotes y raíces que se enroscaron alrededor de los
brazos y las piernas del gigante. El gigante dejó escapar un salvaje
alarido de furia y siguió lanzando golpes potentísimos. Garth se
apresuró a sustituir los árboles animados que caían abatidos.
La multitud estaba fascinada ante aquel espectáculo y vitoreaba
primero al gigante y luego a los árboles mientras uno y otros libraban
una encarnizada batalla entre una montaña cada vez más grande de
astillas y miembros vegetales destrozados.
Varena se fue recuperando y, apartándose de la terrible
contienda, conjuró rayos para que cayeran del cielo y prendieran fuego
a los árboles vivientes. Las criaturas arbóreas lanzaron aullidos de ira
cuando sus ramas empezaron a arder, y la repentina conflagración no
tardó en hacer que toda la arena se llenara de humo.
Después Garth creó una tempestad de hielo y lluvia para apagar
los fuegos y a continuación también él invocó a un gigante, y las dos
criaturas se enfrentaron en una implacable batalla entre las nubes de
humo y vapor.
De repente Garth sintió un doloroso aguijonazo en la nuca y giró
sobre sí mismo para encontrarse con un enjambre de avispas,
mágicamente agigantas, alguna de ellas casi tan grande como un
puño. Los insectos se lanzaron sobre su cara hundiendo en ella sus
aguijones. El dolor era tan grande que Garth perdió el control de sí
mismo y empezó a mascullar maldiciones mientras su rostro se
hinchaba rápidamente a causa del veneno. El ataque le había pillado
desprevenido, y Garth perdió la concentración. El veneno empezó a
extenderse por sus venas, haciendo que se sintiera débil y mareado.
Garth cayó de rodillas y se protegió el rostro con las manos. Los
aguijonazos que recibía eran tan profundos que sus manos y brazos
quedaron empapados de sangre. Garth logró concentrar algo de
energía e invocó a unas diminutas hadas, que se enfrentaron a las
avispas blandiendo sus lanzas en un feroz combate. Garth rodó sobre
sí mismo hasta salir de debajo de la nube de cuerpos voladores, se
puso de rodillas y apartó las manos de su cara.
Estaba ciego. Sus párpados se hallaban tan hinchados que no
podía ver nada, pero sus sentidos mágicos le indicaron que Varena
corría hacia él con la daga levantada para asestar el golpe final. Garth
hizo acopio del poco poder que conservaba y erigió un muro de piedra,
sabiendo que solo detendría a Varena un momento. Después se puso
en pie y recurrió al único hechizo que había estado manteniendo en
reserva.
Todo el poder que controlaba Varena quedó instantáneamente en
manos de Garth. Fue un revés tan inesperado que Varena se
tambaleó, y Garth pudo oír el grito de frustración que escapó de sus
labios, al verse despojada de toda la magia que podía controlar en
aquel momento.
Había llegado el momento de poner fin al combate, y Garth
empleó el hechizo que había tomado de la bolsa de Naru el día
anterior. Una nube negra surgió de la nada, arremolinándose delante
de él, y una silueta gigantesca emergió de ella. La aparición se
desplazaba sobre enormes ruedas, de dos veces la altura de un
hombre, protegidas por llantas de hierro negro tan gruesas como una
mano. El enorme Juggernaut avanzó lentamente y se abrió paso a
través del muro de protección que Varena había alzado para frenarlo.
Con los escasos restos de poder que le quedaban, Varena los
concentró sobre el propio Juggernaut, en un desesperado intento de
quebrarlo. La gigantesca estructura tembló y se detuvo tras estallar
una explosión en su interior, luego quedó envuelta en una nube de
humo rojizo y llamas.
Fue entonces cuando Garth lanzó todo su poder contra Varena,
haciéndola tambalearse bajo los repetidos impactos de varias ráfagas
psiónicas que, aun debilitándole, causaron daños mucho más
devastadores a Varena. El tercer impacto fue tan terrible que salió
despedida por los aires, y quedó inmóvil al golpear el suelo.
Garth fue lentamente hacia ella, haciéndose a un lado para
esquivar la mole del Juggernaut que se desplomó con un rugido
explosivo tan ensordecedor que casi consiguió ahogar los alaridos de
la multitud.
Bajó la mirada hacia Varena y contempló sus rasgos pálidos y
agotados en los que apenas quedaba una leve chispa de vida.
--¡Acaba con ella!
Garth levantó la mirada hacia el Caminante.
--¡Acaba con ella o muere!
Garth alzó la mano y señaló a Varena con un dedo. Una ráfaga
psiónica se estrelló contra su cuerpo y un estremecimiento convulsivo
recorrió a Varena desde la cabeza hasta los pies, expulsando el último
hálito de su alma de sus restos mortales.
Garth bajó la cabeza, giró sobre sí mismo y después volvió a alzar
la vista hacia el Caminante para lanzarle el desafío helado de su
mirada.
--Soy vuestro fiel sirviente, mi señor.
_____ 15 _____

El Caminante bajó la mirada hacia Garth, sonrió y volvió su


atención hacia Zarel.
--Me marcho --susurró su voz.
Zarel, visiblemente sorprendido, alzó la mirada hacia el
Caminante, que se había puesto en pie, y le contempló sin poder
disimular el alivio que sentía.
--¿No volveréis al trono para seguir disfrutando de las diversiones
y placeres, mi señor? --preguntó.
--Quizá regrese después de que me haya ocupado de él --dijo el
Caminante, y movió la cabeza señalando a Garth--. También volveré
para revisar tu gobierno sobre este Plano, y espero por tu bien que
todo esté en orden.
El Caminante se volvió hacia la mujer desnuda reclinada sobre el
diván de seda. Podía ver el terror en sus ojos. Alzó la mano, y los
rasgos de la mujer palidecieron a pesar de su intento de lanzarle una
mirada lo más seductora posible. El Caminante chasqueó los dedos.
Un diamante magníficamente tallado del tamaño de una pequeña nuez
apareció entre su pulgar e índice, y lo arrojó entre los pechos de la
mujer. Bajó los peldaños de la plataforma del trono mientras apuraba
su copa y luego la arrojó a un lado. Después fue hacia Garth.
--Bien, tuerto... Has vencido --dijo.
Garth no dijo nada, y clavó la mirada en el rostro del Caminante.
--Eso significa que te has convertido en mi sirviente de este año
--siguió diciendo el Caminante--. Ven conmigo y te mostraré todo
cuanto deseas y mereces conocer.
El Caminante giró sobre sí mismo y empezó a cruzar la arena.
--Proclamo a Garth, al que llamáis el Tuerto, vencedor de este
Festival.
Hubo una ondulación de vítores y aclamaciones, pero la mayoría
de espectadores permanecieron en silencio. El Caminante frunció el
ceño y se volvió hacia Garth.
--Creo que tu victoria no les ha complacido demasiado --dijo.
--Quizá sean otras cosas las que no les gustan, mi señor --replicó
Garth en voz baja y suave.
El Caminante miró hacia Varena, cuyo cuerpo estaba siendo
sacado a rastras de la arena por su sirviente y Hammen.
--Deberías reclamar su bolsa. Tienes el derecho a hacerlo.
--Sospecho que no voy a necesitarla allí donde iré.
El Caminante dejó escapar una risita ahogada y asintió.
Bajó la mirada hacia los dos monjes arrodillados junto al círculo
que sostenían una gran saca de seda que contenía el tributo de maná.
La bolsa parecía palpitar con una deslumbrante irradiación luminosa.
Kuthuman alargó codiciosamente las manos hacia ella, la cogió y se
volvió hacia Zarel.
--Sospecho que no hay tanto como esperaba --murmuró.
Zarel inclinó la cabeza y no dijo nada.
--Si es así, no tardaré mucho en volver --siguió diciendo el
Caminante.
--¿Por qué no averiguarlo ahora? --preguntó Garth.
Kuthuman se volvió hacia él, y una sombra de preocupación
ensombreció sus rasgos durante un momento.
--Más tarde --dijo, pronunciando aquellas dos palabras en un tono
helado mientras se volvía nuevamente hacia Zarel, quien mirando
fijamente a Garth con un odio nada disimulado--. Es hora de irse
--anunció después, y clavó su gélida mirada en Garth--. Esto va a
resultar muy divertido... --murmuró.
El Caminante alzó las manos.
Garth sintió como si acabaran de colocar una cortina a su
alrededor, y el mundo que había más allá de ella se convirtió en una
sombra borrosa medio oculta entre neblinas. Los sonidos quedaron
distorsionados, como si la multitud estuviera gritando desde el fondo
de una gigantesca caverna subterránea. El mundo se oscureció. Alzó
la mirada y vio que el sol, que había estado ardiendo con un
resplandor llameante sobre su cabeza, se había convertido en un
círculo rojo oscuro. El cielo se ennegreció rápidamente y la noche se
fue extendiendo por él.
Y un instante después sintió que caía. Notó un repentino vacío en
el estómago y tuvo que reprimir el impulso de lanzar un grito de pavor.
Durante un momento se preguntó si estaría muerto. El suelo ya no se
hallaba debajo de sus pies, pero no podía oír el siseo del viento y no
había ninguna sensación de estar volando. La sombra opaca pareció
espesarse a su alrededor, y todo se volvió más oscuro. Garth volvió a
alzar la mirada hacia el sol, y vio que había desaparecido. Un angosto
cono de cegadora claridad púrpura del que escapaban deslumbrantes
trazos de luz flotaba sobre su cabeza, y sin embargo Garth tuvo la
extraña sensación de que en realidad no podía ver la luz y de que se
limitaba a percibirla con otro sentido que no era la vista. Quería
extender las manos hacia aquellas luces y tocarlas, pero sabía que se
encontraban demasiado lejos. Bajó la vista hacia sus pies. Un disco
rojo oscuro se estaba empequeñeciendo a gran velocidad por debajo
de él, y Garth vio cómo se iba encogiendo hasta convertirse en un
puntito luminoso, y las luces que desfilaban velozmente junto a él
pasaron en un instante del púrpura al rojo y desaparecieron.
Garth se sintió invadido por una oleada de poder, y un nuevo
deleite de una intensidad que jamás había podido imaginar se adueñó
de él. Era como si el universo infinito hubiera quedado reducido a un
juguete que reposaba en la palma de su mano. Disfrutó de aquel
poder y se entregó a él, y permitió que fuese recorriendo toda su alma.
El tiempo perdió todo sentido o significado, y Garth ya no estuvo
seguro de si sólo había transcurrido un instante o varios eones.
--Ahora conoces el poder del infinito --le susurró una voz.
Garth tomó consciencia de que no estaba solo, de que había una
presencia junto a él. Era oscura e imponente, pero en aquel momento
casi pudo percibir una benigna diversión, como si el Caminante fuese
un afable anciano que mostraba nuevos prodigios a un niño.
--El poder que puedes controlar no es nada comparado con lo que
soy --dijo el Caminante.
La luz que brillaba delante de él volvió a cambiar pasando del
púrpura a la gama de los azules y los verdes, y desplegó una variedad
infinita de un millón de matices. Garth tenía la sensación de estar
avanzando a toda velocidad hacia el corazón de un sol que estuviera
estallando en un sinfín de arcos iris de fuego.
Era como si pudiera extender las manos y hacer que los soles
salieran despedidos de sus rumbos con un leve empujón de un dedo,
como si las palmas de sus manos pudieran dar forma a los mundos y
su aliento fuese capaz de hacer girar el firmamento. Se sentía como si
se hubiera convertido en un dios, y el poder que acompañaba a
aquella nueva sensación era capaz de consumirlo todo y se infiltraba
en su alma con una fuerza terriblemente seductora.
Rió, y su voz creó ecos que resonaron en la noche.
La sensación de estar cayendo desapareció, y Garth sintió una
repentina presión en las plantas de los pies. Al principio todo estaba
muy oscuro, pero una luz caliginosa fue apareciendo poco a poco y
Garth quedó envuelto en una difusa claridad, como si estuviera
contemplando el sol desde las profundidades del mar. La luz giró y
centelleó, y acabó cobrando forma.
Se encontraba en un bosquecillo lleno de frescor y sombras, y los
árboles que se alzaban a su alrededor extendían sus troncos hacia un
cielo de un azul cristalino salpicado de nubecillas blancas que flotaban
a la deriva por él. El aire estaba impregnado por los perfumes de las
flores de primavera.
Pájaros tropicales en cuyo plumaje brillaban el rojo, el verde, el
amarillo y un blanco tan impoluto que casi cegaba revoloteaban
velozmente de un lado a otro, y sus canciones lo envolvían todo en
ecos que parecían surgir de un coro celestial.
Garth giró sobre sí mismo y sonrió mientras los contemplaba.
--Es como el paraíso --murmuró, y se sorprendió ante el temblor
de su voz y la lágrima que le cegó de repente.
Y el recuerdo surgió con increíble claridad. Era cálido y suave, y
estaba impregnado por la delicada luz de la infancia. Estaba en el
jardín del palacio de invierno de su padre, allá en las lejanas tierras del
sur. Miró a su alrededor y vio uno de sus juguetes favoritos sobre la
hierba, un caballo balancín encima del que pasaba horas mientras
soñaba con cargas heroicas llenas de gloria. Junto a él había un
mamut de suave peluche que había perdido el colmillo derecho y
cuyos flancos estaban llenos de los pequeños nudos que sus deditos
habían ido creando al retorcer y entrelazar el pelaje.
«Es un sueño...»
Pero no lo era. Se arrodilló sobre la hierba y extendió la mano, y
sus dedos rozaron el caballito e hicieron que se balanceara
lentamente hacia atrás y hacia adelante.
Y entonces oyó una risa suave, un sonido maravillosamente
cálido y lleno de amor.
--Papá...
Se puso en pie y miró a su alrededor con nerviosa expectación.
Una sombra se movió detrás de unos matorrales repletos de enormes
flores amarillas y anaranjadas.
Y durante un momento sintió como si los años se hubieran
esfumado, como si nunca hubieran transcurrido.
«Puedo ver. ¡Puedo ver con los dos ojos!»
Avanzó como en un sueño, corriendo sobre piernas
repentinamente acortadas y rió, y su voz estridente hizo vibrar el aire
con sus chillidos de placer.
Volvió a oír aquella risa maravillosa.
--Ven, Galin... Mamá te está esperando.
La sombra surgió de entre los matorrales y los troncos. Era un
hombre alto y pelirrojo de barba y bigote recortados. Su frente estaba
ceñida por una diadema de turquesas, y llevaba una holgada túnica
con delicados bordados azules.
--¡Papá!
Corrió alrededor de una fuente cuyos bailaban y caían con un
alegre chapoteo. Una suave brisa hizo temblar los chorros y le roció
con una fina niebla de agua, y su frescor y los destellos de luz que
flotaban en ella hicieron que riese de puro placer.
Alzó las manos hacia su rostro para secarse los ojos.
Y su mano encontró el parche que tapaba el agujero en el que
había estado su ojo izquierdo.
Apartó la mano sintiéndose perplejo, y todo en torno a él se fue
desvaneciendo. El jardín dejó de existir con una última ondulación, y
durante un fugaz instante le pareció estar viendo a su padre inmóvil
delante de él, con las manos extendidas y sus ojos llenos de tristeza y
amor clavados en su rostro. La imagen se alejaba rápidamente como
si estuviera precipitándose por un túnel muy largo lleno de negrura, y
echó a correr hacia ella mientras extendía los brazos para que no se le
escapara.
--¿Papá?
La imagen se detuvo durante un momento. Los ojos llenos de
tristeza seguían clavados en su rostro y una mano se extendía hacia él
como si le llamara, y dio un paso hacia ella.
«¡No! Está muerto, fue asesinado...»
La imagen se desvaneció y Garth giró sobre sí mismo mientras
las lágrimas se deslizaban por su rostro. Volvió a alzar la mirada.
Estaba inmóvil en una llanura llena de sombras que se extendía
interminablemente hasta perderse en la eternidad. No había ningún sol
brillando en el cielo, y el mundo parecía estar iluminado por una
enfermiza claridad cuyo origen no podía ser detectado. Nubes color
verde oscuro que se movían con una rapidez imposible se agitaban y
temblaban sobre su cabeza. El viento era húmedo y frío, y estaba
saturado por un humo acre en el que se agazapaba la pestilencia de la
podredumbre. Una oscuridad ondulante y a medio formar se agitaba
ante él, una masa de penumbra y tinieblas tan impalpable como la
niebla. La masa se movió de repente y una túnica negra aleteó en la
brisa, y Garth entrevió un rostro tan delgado y anguloso que parecía
una calavera. La visión sólo duró un instante, pero bastó para que
sintiera cómo se le helaba la sangre en las venas.
La silueta oscura se fue acercando lentamente.
--Quería evitar que sufrieras y hacértelo lo más fácil posible
--susurró una voz--. Habrías muerto creyendo que abrazabas a tu
padre.
--Así que ésta es la recompensa por vencer --replicó Garth en voz
baja y suave.
--Lo sabías desde el principio, ¿verdad?
Garth asintió.
El Caminante dejó escapar una risita ahogada.
--Me interesas, Garth... ¿O debo llamarte Galin?
--Llámame Garth. Galin murió hace mucho tiempo.
--Lástima... No te he olvidado. Eras listo y ardías en deseos de
aprender, y fuiste capaz de usar el maná prácticamente desde el día
en que naciste. Ah, sí, llevas una sangre magnífica en las venas...
--Hubo un tiempo en el que mi padre y tú erais amigos. En una
ocasión te salvó la vida.
La sombra asintió.
--Cuando todo era joven, cierto... --murmuró Kuthuman--. Y por
eso quería que tuvieras una muerte lo más dulce posible, en memoria
de una amistad que existió en otra era.
Kuthuman suspiró, y había un cansancio infinito en su voz.
--Pero por desgracia eres demasiado fuerte, y fuiste capaz de
descubrir el espejismo.
Garth no dijo nada. El poder del espejismo había sido tan inmenso
que aún sentía deseos de llorar, y jamás admitiría que hubo un
momento en el que se había dejado engañar por completo.
--Matas a todos los vencedores del Festival, ¿verdad?
--¿Albergas la esperanza de que haga una excepción contigo, tal
vez?
--No. Te conozco lo suficiente como para no esperar algo así... Y
además, hay demasiadas cuentas pendientes entre nosotros.
La sombra suspiró, y Garth se sorprendió al ver que se sentaba
ante él.
--Sólo puede haber un final para ti, pero no tiene por qué llegar
ahora mismo. Siéntate. Debes de estar muy cansado.
Garth titubeó.
--Oh, no temas: nada de trucos, ¿de acuerdo? Ahora que lo
sabes... Bien, eres el hijo de un amigo y te debo una explicación.
Además, será un placer poder hablar como lo hacía en el pasado, sin
miedo abyecto y sin mentiras. Cuando te llegue el fin, permitiré que te
enfrentes a él como un hombre y con un arma en la mano. Tienes
derecho a ello.
Garth se sentó sobre aquel suelo helado.
La sombra suspiró.
--Siempre mato al vencedor del Festival.
--Quieres eliminar posibles competidores futuros.
--Por supuesto. Esos pobres estúpidos que compiten con tanto
entusiasmo ya tendría que haberlo adivinado a estas alturas, ¿verdad?
En tu mundo, que en tiempos fue mi único reino, el maná es escaso...
Va emanando lentamente de las tierras después de haber sido creado
por la fuerza vital de cada criatura existente, y después es
domesticado por los pocos que han nacido con el don de percibirlo y
utilizarlo. Necesité una gran cantidad de maná para derribar las
barreras entre los mundos y caminar por ellos como un semidiós.
Hace falta el tributo de muchos mundos para que mi poder se
mantenga y continúe creciendo. El poder de un Caminante se sostiene
sobre eso. Si permitiera que otros obtuvieran acceso, se convertirían
en una amenaza a medida que fueran volviéndose más poderosos.
--Y lo que haces es estrangularles en la cuna. Dejas que
seleccionemos al mas fuerte, aquel que podría llegar a convertirse en
la próxima amenaza. Después te lo llevas y acabas con él.
La sombra asintió.
--Verdaderamente lamentable, ¿verdad? --murmuró, como si las
oscuras necesidades de la realidad le resultasen muy
desagradables--. Si no lo hiciese, llegaría un día en el que otros
conseguirían acumular maná suficiente para atravesar el velo entre los
mundos. Y si lo hicieran, ¿qué ocurriría entonces? Pues que habría
una contienda más en un universo que ya está lleno de ellas...
--Sabes que Zarel está acumulando el maná..., tu maná..., para
intentarlo, ¿verdad?
--Vaya, vaya... ¿Te dedicas a difundir rumores?
Garth sonrió.
--Tengo un motivo para hacerlo.
--¿Volverme contra mi sirviente?
--Tal vez.
La sombra se rió.
--Zarel es ambicioso, desde luego, y lo he sabido desde el
principio. Es tan ambicioso que estuvo dispuesto a ayudarme a matar
a tu padre no por lealtad a mí, sino sencillamente para quitarme de en
medio, sabiendo que eso le permitiría prepararse para dar el último
paso. No me dices nada que no sospechase ya.
--¿Y...?
La sombra guardó un repentino silencio y pareció hacerse un
poco más pequeña. Garth mantuvo la mirada clavada en ella y fue
sintiendo cómo el poder iba abandonando a Kuthuman hasta que éste
casi hubo desaparecido. Después transcurrieron largos momentos en
los que ninguno de los dos se movió, y finalmente el poder regresó.
--¿Un enfrentamiento en algún otro lugar? --preguntó Garth.
La sombra asintió.
--Es igual en todas partes, ¿verdad? --preguntó Garth con voz
suave, y en un tono que casi parecía simpatía.
--Sí. Cuando atravesé la barrera... No sé por qué, pero pensé que
era libre.
Garth tuvo la impresión de ver una sonrisa melancólica en el
rostro de la sombra.
--Ah, aquellos primeros momentos... --siguió diciendo Kuthuman--.
Estuvieron llenos de un deleite más allá de cuanto puede concebir la
imaginación. Era como una alegría infantil por todo lo que se mostraba
nuevo, fresco e inocente ante mis ojos, como si estuviese viviendo el
primer día de la creación... Volé de un lado a otro igual que un águila,
abriéndome paso a través del velo del tiempo y de la eternidad. Creía
que la muerte ya nunca sería capaz de tocarme. Sería eternamente
joven, me dedicaría a recorrer el pasillo del tiempo y controlaría todo lo
que estaba contemplando.
Kuthuman guardó silencio durante un momento. Luego añadió:
--Y después me encontré con los otros...
--Que eran Caminantes, al igual que tú.
La sombra asintió.
--Tendrías que habértelo imaginado --dijo Garth--. Nuestras
leyendas hablan de los días más jóvenes en los que había semidioses
que se enfrentaban entre sí por el control de nuestro mundo, y de
cómo desaparecieron de repente y nos encontramos solos. Tendrías
que haber supuesto que te encontrarías con esas criaturas.
--Estaba bajo los deliciosos efectos de la embriaguez del poder.
Pensé que las leyendas no eran más que eso, meras leyendas... O, en
el peor de los casos, que en el pasado hubo otros como yo que se
habían matado entre ellos, y que después el universo había quedado
vacío salvo por el poder del Eterno.
--Descubriste que no era así.
--El universo está lleno de batallas y enfrentamientos. Estoy
sentado ante ti, hablo contigo, y, en este mismo instante, lucho
desesperadamente para conservar lo poco que tengo. Estoy
recorriendo los otros reinos, combatiendo y utilizando el maná,
obteniendo maná como recompensa a mis victorias y perdiéndolo por
mis derrotas. Existen poderes muy superiores a mí y tan terribles que
incluso yo aparto la mirada y palidezco ante ellos, y hay quienes me
despojarían de mi fuerza como si estuvieran extrayendo la sangre de
mis venas. Y si me vencen... Bien, entonces me convertiré en un
cascarón reseco que vagará a la deriva impulsado por los vientos de la
eternidad, condenado a no vivir jamás y, al mismo tiempo, condenado
a no morir nunca.
--El mismo destino que tú has impuesto a otros.
La sombra dejó escapar una risita tan helada como la noche
eterna.
--Ah, cómo he hecho huir a mis enemigos ante mí y cómo he
reído al escuchar sus lamentos... He irrumpido en sus mundos, y me
he adueñado de ellos. Aquello que no podía conservar fue destruido o
corrompido para que no les sirviera de nada, y el maná extraído de
sus tierras y pasó a mis manos. Ahora controlo muchos planos, y soy
señor de un número inimaginable de reinos...
--Pero tú nunca tendrás suficiente. Nunca llegarás a conocer la
paz, ¿verdad?
La sombra se removió.
--Quizá seas demasiado sabio, Garth. Pero no hay otra elección...
O crecer o ser expulsado al vacío, despojado de todos los poderes y
con la eternidad extendiéndose ante ti o hasta que el Eterno regrese y
trace el final del círculo cerrando la creación. No hay ninguna otra
opción que escoger. La contienda continúa sin descanso y sin tregua.
--Y en este mismo instante ya estás llegando al límite de tus
capacidades, y apenas si eres capaz de conservar lo que tienes.
--¿Cómo lo sabes?
--Porque de no ser así te habrías quedado más tiempo después
del Festival. Te habrías acostado con mujeres, habrías bebido ríos de
vino y habrías disfrutando de la adoración de la multitud; pero
apareciste para recoger tu tributo de poder, y sólo te quedaste un
momento antes de regresar a toda prisa a este lugar... --La mano de
Garth señaló hacia las oscuras llanuras en las que no existía el
tiempo--. A este mundo muerto y en tinieblas.
La sombra asintió.
--¿Y por qué aquí? --prosiguió Garth--. Este lugar parece un
infierno... Te imaginaba cruzando el infinito a grandes saltos o
habitando palacios de oro en mundos llenos de placeres y deleites
insuperables. ¿Por qué este mundo de pesadilla?
--Porque este lugar es el corazón de mi reino. Desde aquí puedo
llegar al resto de mundos sin importar lo lejos que estén, y desde aquí
puedo erigir los muros que mantienen a raya a los otros. Cuando
camino por un reino y asumo la forma mortal, quedo cegado y no
puedo percibir qué planes urden mis enemigos. Sólo he estado fuera
un breve instante para visitar el plano en el que nací a recoger mi
tributo, pero bastó para perder el dominio de todo un plano de
existencia, y ahora debo luchar para recuperarlo..., es lo que estoy
haciendo mientras hablamos.
La voz de la sombra estaba impregnada de un cansancio tan
enorme que Garth casi sintió una punzada de compasión. Como si le
fuera posible compadecer a la criatura que le había arrebatado todo
cuanto amó en el pasado.
Garth se echó a reír, y la carcajada pareció extrañamente fuera de
lugar en aquellas llanuras áridas y tenebrosas. Se puso en pie, giró
sobre sí mismo y miró a su alrededor.
--Te he odiado durante toda mi vida --dijo--. Hubo un tiempo en el
que eras Gran Maestre, y llevabas casi un milenio siéndolo. Hasta que
llegó un momento en el que empezaste a temer a la muerte, y
deseaste el poder del infinito... Pervertiste todo aquello que las Casas
habían sido. Robaste su poder para atravesar el telón que se
interpone entre los mundos, y llegar a ser inmortal como un semidiós.
¡Y ahora resulta que éste es el reino que has conquistado!
Garth se echó a reír y señaló la oscuridad caliginosa.
La sombra se puso en pie.
--Te he dejado seguir vivir un poco más porque me divertía
hacerlo --dijo--. Tu padre había sido mi amigo, y por eso te he
concedido esta merced. Pero tu presencia ha dejado de divertirme.
--Piensa en eso. Hubo un tiempo en el que mi padre, un simple
mortal, tenía un concepto tan elevado de ti y te amaba tanto que
estuvo a punto de morir para salvarte de un asesino. Las señales de
esa daga envenenada siguieron siendo visibles en su cuerpo hasta el
día en que murió. ¿Sabes una cosa? Hubo un tiempo en el que
alguien como mi padre te llamó amigo, cuando una mujer te amó con
una intensidad tan apasionada que su corazón se rompió en mil
pedazos cuando la abandonaste, y ahora sólo es capaz de sentir odio
y amargura porque todavía no te ha olvidado. Renunciaste a todo
eso..., a cambio de esto.
La emoción enronqueció la voz de Garth.
--Mi padre confiaba y creía en ti hasta que murió entre las llamas
después de que Zarel, tu rastrero sirviente, le hubiese arrebatado los
últimos vestigios de su poder para utilizarlos en tu oscura empresa
--siguió diciendo--. La perspectiva de perder lo que ahora dominas te
resulta tan aterradora que te has desterrado a ti mismo a este mundo
oscuro, y te has vuelto incapaz de disfrutar ni siquiera de los placeres
de un mendigo: la caricia del sol en el rostro, la risa de los niños, el
sabor del vino o el del pan...
--No sabes nada --siseó la sombra--. Tu padre podría haber sido
el Gran Maestre después de mi ascensión, y tú podrías haberle
sucedido como Maestre de Oor-tael. Fue su arrogancia la que provocó
su destrucción y la que hizo caer la maldición de la semiceguera sobre
tu cabeza.
--Mi padre escogió la muerte porque la prefería a la esclavitud.
--¡Ya basta! Tu valor como diversión se ha agotado. Por un
instante llegué a pensar en perdonarte la vida... Habría sido un gesto
sentimental dirigido a un universo implacable que no conoce la
compasión. No creo que vaya a hacerlo.
--Entonces adelante --dijo Garth sin inmutarse.
La sombra empezó a erguirse y extendió los brazos.
Garth sonrió y también empezó a alzar los brazos.
La sombra titubeó y se echó a reír.
--No has respondido a mi primera pregunta. Puesto que ya
suponías que mato a los vencedores del Festival ¿por qué has
seguido combatiendo hasta alcanzar la victoria final?
--Porque creo que también puedo vencerte --dijo Garth con voz
firme y tranquila.
La sombra se rió.
--Y entonces serás como yo, ¿eh? No te faltan cualidades... Para
llegar hasta aquí asesinaste a una mujer a la que amabas, y dejaste
abandonado a tu sirviente para que lo mataran.
--Tú la habrías matado --replicó Garth sin inmutarse--. Me gustaría
pensar que la salvé.
--Y además estás hecho un filósofo... Pero aun así la mataste
¿eh?
Garth lanzó un grito de ira, alzó la mano y atacó.
La sombra dejó escapar una risita despreocupada y esquivó la
bola de fuego sin ninguna dificultad.
--¿No tienes nada mejor para empezar? Me temo que esto va a
resultar aburrido... Llévale mis saludos a tu padre.
Garth sintió el repentino impacto de un vendaval surgido de la
nada, y el aire se esfumó a su alrededor. Intentó respirar, se dobló
sobre sí mismo y empezó a jadear y toser, asfixiado por la nube verde
de humo sulfuroso que había caído sobre él.

***

Hammen había rodeado los hombros de Varena con sus brazos y


estaba intentando llevarse el cuerpo mientras Zarel y todos los demás
se hallaban distraídos por la presencia del Caminante. La sirviente de
Varena apenas parecía capaz de moverse, y todo su cuerpo temblaba
a causa del llanto.
--Calla y ayúdame, muchacha --ordenó Hammen.
--Aparta tus sucias manos de ella --replicó la joven--. Deja que
descanse en paz.
--¡Maldita seas, muchacha! Estoy intentando salvarla antes de
que su cordón espiritual se rompa, así que ayúdame de una vez.
La joven le contempló con los ojos muy abiertos, incapaz de
moverse.
--Ah, que el Eterno se lleve a todas las mujeres... --masculló
Hammen. Sintió la tentación de dejar caer el cuerpo y huir antes de
que fuera demasiado tarde. Pero continuó esforzándose, apartándolo
poco a poco del trono.
No quería hacerlo, pero acabó alzando la mirada y vio que el
Caminante iba hacia Garth.
No, maldición...
Dejó a Varena en el suelo y empezó a erguirse. El Caminante ya
estaba alzando las manos.
Hammen se sintió desgarrado entre dos lealtades, y acabó
tomando una decisión. Cogió el amuleto y el maná que Garth le había
dado y puso el amuleto sobre la frente de Varena. Después utilizó el
poder del maná para llamar a su espíritu. Percibió que sólo seguía
unido al cuerpo por una hebra tan delgada que resultaba casi
imperceptible. Hammen se sorprendió al notar como el espíritu le
oponía resistencia y que intentaba liberarse rompiendo el cordón que
le unía su forma mortal. Hubo de emplear todas sus fuerzas para
imponerse y capturar del espíritu de Varena. Luego tiró, y siguió
forcejeando con él hasta que logró obligarlo a volver al cuerpo.
La sirviente de Varena jadeó de asombro cuando un gemido
ahogado surgió de los labios de su señora. Una nube oscura ocultó la
luz del sol y Hammen alzó la mirada hacia la tormenta que había
empezado a girar y agitarse en el cielo, y después se volvió
rápidamente hacia la joven.
--¡Mantén el amuleto sobre su frente!
Hammen desenvainó su daga y cortó la tira de cuero que unía la
bolsa de hechizos al cinturón de Varena, y después se irguió,
revisando los poderes de que disponía.
Lanzó una rápida mirada por encima de su hombro y vio un grupo
de luchadores de la Casa Naranja que se aproximaban. Hizo un gesto,
indicándoles que debían llevarse el cuerpo.
Después se puso en pie y extendió la mano.
--¡Zarel, maldito bastardo!
Su voz resonó por toda la arena y la multitud, que había estado
contemplando la ascensión del Caminante, se removió nerviosamente
en los graderíos al escuchar el grito de desafío de Hammen.
Zarel se volvió hacia Hammen y empezó a levantar las manos.
--Eres un bastardo, Zarel... ¡Los juegos son un fraude! Tú y los
Maestres de las Casas sabéis que el ganador no es llevado para servir
al Caminante, sino para ser asesinado por él. ¡Y tú eres su cómplice!
Zarel lanzó un grito de rabia y extendió las manos hacia Hammen,
pero éste empleó uno de los amuletos de Varena para desviar las
llamas mientas hacía una mueca burlona. Después alzó las manos y
un relámpago golpeó la plataforma derribando a Zarel.
El caos se adueñó de la arena. Norreen surgió de la sección en la
que había estado Garth antes de librar el último combate. La benalita
alzó la espada sobre su cabeza y se lanzó al ataque mientras
gesticulaba hacia la multitud, apremiándola a que la siguiese. Los
espectadores salieron de los graderíos en incontenibles oleadas.
Mientras los luchadores y guerreros de Zarel se apresuraban a
proteger a su señor, Hammen se envolvió en una nube de humo verde
y fue retrocediendo hacia Varena. Lanzó un grito de rabia al ver como
los hombres de Zarel frenaban el avance de los luchadores de Fentesk
que se disponían a ayudarla y que ahora se retiraban. Pero la multitud
seguía avanzando, y poco después Hammen se encontró en el centro
de una encarnizada pelea cuerpo a cuerpo. Intentó mantener a Varena
en pie apoyada contra él, para que no fuese pisoteada en aquella
confusión. Alguien le apartó a un lado sin ningún miramiento, y unas
enormes manazas recogieron a la mujer. Hammen alzó la vista y se
encontró contemplando a Naru, que sonreía de oreja a oreja.
--Yo llevo a la mujer donde tú quieras.
Norreen se abrió paso a través del gentío para reunirse con ellos,
y fueron retrocediendo hacia uno de los túneles de acceso; pero
cuando llegaron a él Hammen aflojó el paso y acabó volviendo la
cabeza para mirar hacia atrás.
--Esos pobres bastardos necesitan alguien que les guíe en el
combate --murmuró.
--Deberías limitarte a pensar como salvar tu pellejo, anciano --dijo
Norreen.
Hammen meneó la cabeza.
--Ya lo hice en una ocasión, y he tenido que llevar ese peso sobre
mi conciencia desde entonces --replicó--. Supongo que estoy cansado
de vivir... --Alzó la mirada hacia el cielo--. Sobre todo ahora.
--Estás loco, viejo --dijo Naru--. Pensé que serías un buen
sirviente para mí, ahora que el tuerto se ha ido, pero estás loco.
El gigante se echó a reír.
--Enséñale a este montón de músculos dónde ha de llevarla,
Norreen --dijo Hammen--. Creo que ya no estaría a salvo en la Casa.
--¡Y un infierno! He de luchar, y además la odio.
--Condenada benalita... Haz lo que te he dicho, ¿de acuerdo? Es
lo que Garth hubiese querido.
Norreen bajó la cabeza.
--Muchísimas gracias.
Hammen sonrió.
--Y ahora marcháos.
El viejo giró sobre sí mismo y se internó entre la multitud. Su voz
se alzó por encima del tumulto, llamando a gritos a los miembros de su
antigua hermandad para que se reunieran con él.
--Vamos --dijo Naru. Bajó la mirada hacia Norreen y sonrió--. Naru
es muy afortunado. Ahora tiene dos mujeres.
La espada de Norreen se movió con la velocidad del rayo y el filo
se deslizó sobre la pierna de Naru. El gigante chilló y dio un paso
hacia atrás.
--Adelante, buey estúpido --dijo Norreen--. Encontraremos un sitio
donde dejarla y luego volveremos a la batalla.
_____ 16 _____

Garth avanzó tambaleándose a través de la nube oscura. Apenas


podía ver, y el aire impregnado de venenos le estaba asfixiando. Erigió
un círculo de protección que filtró los venenos, lo que hizo un poco
más respirable aquel aire, que sus pulmones necesitaban tan
desesperadamente.
Un nuevo ataque cayó sobre él, y el círculo se desmoronó.
Garth masculló una maldición y levantó las manos por encima de
la cabeza trazando otro círculo, y la barrera volvió a quedar erigida a
su alrededor. Esperó con todo el cuerpo en tensión, pero no llegó
ningún ataque. Garth desplegó sus sentidos e inició un cauteloso
sondeo.
El Caminante estaba allí, y sin embargo no estaba. Garth se dio
cuenta de que estaba luchando, pero sus esfuerzos iban dirigidos
contra otro contrincante al que percibió como un ser oscuro y
poderosísimo. Por fin disponía de un poco de tiempo, y Garth lo
aprovechó mientras su enemigo se veía distraído por otra contienda
con un adversario mucho más insidioso y peligroso.
Hizo acopio de fuerzas, y después recurrió a hechizos que
hicieron que esas fuerzas se doblaran y volvieran a doblarse. Alzó la
mano, con el índice y el pulgar formó un círculo delante de su ojo, y
lanzó un conjuro que le permitiría ver los hechizos de su oponente.
Garth quedó asombrado por todo lo que vio. Había centenares de
hechizos, muchos de ellos nunca imaginados y obviamente tomados
de planos de existencia desconocidos para los mortales..., y sin
embargo también había una debilidad.
El maná, el precioso maná que alimentaba el poder de los
hechizos, se encontraba muy disperso, y estaba debilitado tras
emplearse una y otra vez para librar una miríada de batallas. Sus
sospechas no habían estado erradas.
Todo lo que había averiguado durante años de estudio y de urdir
planes era verdad. Aquellos viejos libros escondidos en el refugio,
adonde el niño y su madre habían llegado teleportados por su
agonizante padre, hablaban de aquello. La notas que su padre les
había añadido estaban en lo cierto. Y ahora acababa de comprobar
que el control de los Caminantes sobre sus poderes tenía un punto
débil después de todo.
Garth sonrió para sus adentros y siguió haciendo acopio de
fuerzas.
La contienda entre el Caminante y su otro enemigo llegó a su fin y
el poder del Caminante volvió a concentrarse en aquel plano, y la
sombra se volvió hacia Garth.
--Lamento esta interrupción --dijo el Caminante de los Planos, y
su voz apenas era un murmullo fantasmal--. Uno de mis enemigos
pensó que era el momento adecuado para tratar de recuperar lo que le
había arrebatado. Comprenderás que esa irrupción en mis dominios
era mucho más importante que nuestro insignificante jueguecito.
--Por supuesto.
--Ah... Veo que has sabido aprovechar el tiempo. Tu poder es más
grande. Excelente, excelente... Eso hará que el desafío resulte más
divertido. Normalmente cuando traigo a un ganador aquí, siempre se
arrastra ante mí y gimotea al enterarse del destino que le aguarda,
pero en tus venas llevas la sangre de tu padre. Eso me gusta.
¿Empezamos?
Garth extendió las manos.
El Caminante le imitó, y la llanura tenebrosa en la que se
encontraban quedó repentinamente iluminada por una claridad
iridiscente. Las nubes verdosas retrocedieron para revelar un sol rojo
oscuro que ocupaba la mitad del cielo. Un círculo dorado surgió de la
nada para delimitar una explanada que se extendía hasta perderse en
el horizonte, que parecía estar imposiblemente lejano.
--He aquí una arena donde podremos disfrutar de nuestra
diversión --anunció el Caminante.
Un parpadeante resplandor rojizo iluminó el campo, y fue dejando
paso a una horda demoníaca armada con tridentes y cimitarras sobre
la que se alzaban estandartes adornados con cráneos quedó
desplegada encima de él. Los demonios lanzaron un estridente alarido
y cargaron contra Garth.
Garth extendió las manos, y un muro viviente se alzó ante él,
deteniendo momentáneamente el ataque. Un Señor del Abismo
controlado por el Caminante surgió del suelo, y se volvió contra las
hordas demoníacas, soltando rugidos de placer mientras desgarraba a
las criaturas y las devoraba. Garth respondió invocando a una
gigantesca fuerza de la naturaleza que se enfrentó al demonio.
Mientras las dos monstruosas criaturas batallaban haciéndose
pedazos, sobre sus cabezas luchaban bandadas de dragones que
iban aparecieron en el cielo invocadas por ambos contrincantes. Cada
hechizo era replicado con otro de poder semejante. Los
doppelgangers se enfrentaron entre sí, las hidras entablaron batalla
sobre el muro, que se derrumbó con un estruendo ensordecedor, y los
djinns combatieron en el suelo entre los dos oponentes.
--Resultas mucho más entretenido que los demás --anunció el
Caminante--. Si no tuviera compromisos que atender en otros planos,
creo que permitiría que esta diversión durase más tiempo.
--Pues entonces ponle fin de una vez --se burló Garth--. ¿O quizá
no tienes la fuerza necesaria? Hazlo, y vete al infierno.
El Caminante alzó las manos mientras mascullaba una maldición
iracunda y dio un paso hacia adelante. Garth retrocedió
tambaleándose, empujado por un poder invisible que desgarró su
alma. Invocó guardaespaldas para que soportaran el castigo, pero
momentos después se habían derrumbado y morían entre
convulsiones agónicas.
Nuevos golpes llovieron sobre Garth erosionando más y más sus
fuerzas. Empezó a desfallecer, llegó un momento en el que fue
incapaz de seguir erguido y acabó quedando de rodillas en el suelo.
El Caminante avanzó y bajó la mirada hacia él. Garth estaba
doblado sobre sí mismo y jadeaba intentando tragar aire.
--Lástima, Garth el Tuerto... Tu visita me ha resultado muy
agradable. Ah, percibo que tu fuerza vital casi se ha agotado.
Garth alzó la mirada hacia él. Su rostro estaba muy pálido y tenso.
--Vete al infierno, bastardo.
El Caminante suspiró.
--Ya estoy en él.
Alzó la mano y empezó a bajarla para descargar el golpe final.
Garth extendió un brazo y recurrió al único hechizo que había
estado manteniendo oculto hasta aquel momento.
El golpe de su oponente cayó sobre él, y durante un momento
Garth pensó que su conjuro no había surtido efecto y que estaba
cayendo hacia las tierras de los muertos..., y entonces el hechizo
actuó. Todo el castigo que había sufrido se disipó y Garth se recuperó
por completo, y todos los daños que había padecido cayeron sobre su
oponente en ese mismo instante. El Caminante dejó escapar un
estridente alarido, y retrocedió tambaleándose mientras su cuerpo de
sombras siseaba y parecía empequeñecerse para acabar cayendo al
suelo, donde empezó a retorcerse y temblar. Lanzó tales aullidos de
agonía que Garth hubo de proteger su ojo y oídos para evitarles
daños.
Un instante después ya estaba en pie y corría hacia el Caminante.
La sombra estaba cambiando, y empezaba a adquirir una forma casi
humana. Garth volvió a utilizar su poder para ver dentro de ella y
percibir los recursos con que contaba su oponente.
Encontró lo que buscaba, y se proyectó para capturar una forma
de poder en concreto, aquel que controlaba el maná de su mundo.
Garth aferró con su mente el hechizo que abría la puerta de los
mundos y cambiaba la realidad, que era capaz de torcer el flujo del
tiempo y hacer posibles todas las cosas. Después enfrentó su poder al
del Caminante para arrebatarle el maná que ataba y controlaba el
hechizo.
El Caminante aulló de rabia, e intentó curarse mientras se debatía
frenéticamente tratando de recuperar lo que le estaba siendo
arrebatado, el acceso a su mundo de origen.
Garth persistió, ignorando el dolor que palpitaba en sus manos,
intentando no sentir el fuego que estaba ennegreciéndole los dedos.
La presa que había logrado establecer sobre el hechizo del Caminante
empezaba a debilitarse a medida que su enemigo iba recuperando las
fuerzas. Garth se retiró al núcleo de su ser y recurrió a las escasas
reservas que le quedaban. Y, por fín, Garth logró arrancar el control de
la puerta de los planos a su oponente y retrocedió tambaleándose. El
Caminante se irguió, lanzó un alarido de rabia demoníaca y alzó las
manos hacia Garth.
«Lo tengo, maldita sea, pero no sé cómo infiernos se utiliza...»,
pensó Garth en el mismo instante en que el ataque caía sobre él.
Sintió cómo un fuego abrasador envolvía su cuerpo. Garth el
Tuerto empleó las últimas fuerzas de su ser en intentar abrir el umbral
entre los mundos. El Caminante volvió a atacar, y Garth se encontró
precipitándose en el vacío.

***

--Matadles a todos --gruñó Zarel, y lanzó a Uriah una mirada llena


de irritación--. Quien no está conmigo está contra mí.
--¿Debemos acabar con todas las Casas?
--Sí. Si les damos tiempo para organizarse pueden aliarse con el
populacho. Quiero acabar de una vez con todo esto. Ya oíste al
Caminante, ¿no? Dijo que volvería.
--¿Y qué dirá de esta masacre?
Zarel clavó sus gélidas pupilas en el enano.
«No estaré aquí para oírlo, así que no importará lo que diga
--pensó mientras sonreía con satisfacción para sus adentros--. En
cuanto disponga del maná y haya conseguido hacerme con los libros
de Kirlen, el camino quedará abierto ante mí.»
--Que nuestros luchadores y guerreros se preparen para salir del
palacio en cuanto suene la campana de la medianoche.
--¿Contra las cuatro Casas, mi señor? A pesar de las deserciones
y las muertes en la arena, todavía cuentan con más de doscientos
cincuenta luchadores que oponer a los doscientos de que disponemos.
Zarel lanzó una maldición ahogada y clavó la mirada en las
filigranas de oro que adornaban el suelo. Kirlen no podía ser
sobornada salvo con ofertas de poder y, además, ella era el objetivo
más importante de todos. Tulan y Varnel... No, le odiaban demasiado y
nada podría hacer que dejaran de odiarle. Pero Jimak... Sí, a Jimak
siempre se le podía sobornar para que cambiara de bando, y ya
tendría tiempo de eliminarle más tarde.
--Vacía los cofres de oro como oferta de soborno. Envíaselo
inmediatamente a Jimak a cambio de su juramento de que se pondrá
de mi parte.
--¿Y qué le diréis al Caminante si destruís a las otras Casas?
--Le diré que amontonaré el maná de los muertos alrededor de
sus pies, y eso bastará para persuadirle de que no tome represalias
contra mí. Cuando todo haya acabado, podrás crear una nueva Casa y
convertirte en su Maestre.
Uriah asintió y salió lentamente de la habitación.
Zarel le siguió con la mirada.
--Y entonces tú también tendrás lo que te mereces --murmuró.
Zarel dio la espalda a la puerta. El corazón le estaba latiendo a
toda velocidad.
«¿De cuánto tiempo dispongo? --se preguntó--. Y además, ¿qué
pretende el tuerto? Tal vez Kuthuman haya sido su auténtico objetivo
desde el principio, y puede que ahora mismo esté intentando acabar
con él... En ese caso, tanto mejor para mí. Kuthuman tardará más en
poder volver, y yo ya me habré ido cuando lo haga. Por otro lado, si
Kuthuman es vencido, entonces el tuerto estará muy debilitado y
resultará mucho más fácil acabar con él. Pero mi primer paso está
muy claro: debo asegurarme de que Kirlen muera y, sobre todo, he de
conseguir que todos esos inapreciables libros y pergaminos suyos
caigan en mis manos.»

***
Kirlen de Bolk estaba encorvada sobre su trono.
--¿Habéis encontrado a Naru?
El mensajero meneó la cabeza.
--Ha desertado junto con once de nuestros luchadores.
Kirlen masculló una maldición y escupió en el suelo de la sala del
trono.
--Enviad mensajeros a las otras tres Casas --ordenó--. Zarel ha
conseguido calmar a la multitud, al menos por el momento, y resulta
obvio que ahora planea alguna acción contra nosotros. Podemos estar
unidos..., o morir por separado. Pretendo atacar cuando suene la
campana de la medianoche. Diles que hagan lo mismo y podremos
derrotarle. Que ataquen el palacio sin ninguna vacilación. Quiero que
te garanticen que así lo harán. ¡Vete!
El mensajero salió corriendo de la gran sala.
Kirlen permitió que sus labios se curvaran en una leve sonrisa.
El tuerto había interpretado su papel a la perfección. El populacho
había atacado a Zarel, y el Gran Maestre había replicado con una
masacre tan implacable que las turbas fueron obligadas a dispersarse
y huir. Pero después Zarel no había seguido atacándolas. Kirlen le
conocía bien y sabía el motivo: necesitaba conservar las fuerzas que
le quedaban para enfrentarse a las Casas. Zarel temía que las Casas
pudieran impedir su triunfo, ya fuera entrando en acción para
derrocarle y adueñarse de su maná, o bien aliándose con el populacho
para provocar su caída. El equilibrio se había roto y ya no podía ser
restaurado, pues había demasiados odios hirviendo en todos los
bandos.
Había llegado el momento de atacar a Zarel. Ponerse al frente del
ataque le permitiría sucederle en el cargo de Gran Maestre cuando
expusiera la nueva y ya irrevocable situación al Caminante una vez
hubiera regresado.
«O, todavía mejor --pensó--, podría desafiarle más allá del Velo y
cobrarme mi venganza.»
Pensó en Garth, que había creado aquella magnífica oportunidad
para ella. Sí, el tuerto le había resultado muy útil... Todos los odios de
todos los bandos, reprimidos durante tanto tiempo, habían acabado
emergiendo gracias a él. «Que toda la corrupción hierva y estalle de
una vez», pensó Kirlen con una salvaje alegría.
Y de repente se preguntó por qué Garth se había puesto en
manos del Caminante sin oponer resistencia y, en realidad, de tan
buena gana. La única explicación era que tuviese un plan, desde
luego, y Kirlen comprendió que ésa era la respuesta obvia. Garth
siempre había planeado desafiar al Caminante, derrotarle de alguna
manera y convertirse en Caminante por derecho propio. Si ese era el
caso, estaría muy débil después de tan terrible lucha, y su propia
ocasión de alzarse con el triunfo estaba más próxima de lo que Kirlen
había creído.
La oportunidad exigía actuar sin demora. Kirlen se puso en pie y
llamó a sus luchadores para que empezaran a prepararse.

***

Tulan de Kestha y Varnel de Fentesk permanecían inmóviles


entre las sombras mientras contemplaban la Plaza con el rostro lleno
de preocupación.
--Esa vieja arpía tiene razón --dijo Tulan con voz temblorosa--.
Zarel planea acabar con todos nosotros, desde luego... Este juego del
equilibrio de poder ya ha durado demasiado. O le matamos o él nos
matará.
--Tal vez haya otra opción más beneficiosa para nosotros --replicó
Varnel sin inmutarse--. Kirlen atacará. Esto no es un truco para
hacernos salir de nuestras Casas mientras ella se reserva. Su pasión
por el poder ha acabado consumiéndola, y además... Bueno, tiene
razón, y tú lo sabes. Nuestros mejores luchadores han muerto en la
arena durante estos tres últimos días. De haber un momento en el que
Zarel pueda vencernos, es ahora.
--Y sin embargo... --murmuró Tulan.
--Y sin embargo... Bueno, supongamos que ninguno de los dos
logra imponerse al otro. Nos bastaría con dejar que se vayan
debilitando entre sí. Atacamos y así demostramos nuestras
intenciones, Kirlen se lanzará a la ofensiva; pero lo que haremos
después será permanecer en la retaguardia y permitir que se vayan
desangrando mutuamente. Cuando llegue el momento adecuado,
podremos acabar con los dos.
--¿Y qué hay de Jimak?
--¿A qué viene esa pregunta? Sabemos que codicia el oro que
Zarel guarda en sus cofres. Atacará con entusiasmo, y se desangrará
al hacerlo. Dejemos que ataque.
Varnel sonrió.
--Y en cuanto a lo que nosotros podemos anhelar --Tulan
suspiró--, las mujeres de Zarel serán tuyas. Todas ellas, en su multitud
de colores, formas, olores y prácticas perversas...
Varnel se lamió los labios con nerviosa impaciencia.
--Y cuando hayamos terminado, será el turno de acabar con los
luchadores que nos han traicionado y se han unido al populacho --dijo
después con voz gélida.

***

Jimak de Ingkara estaba solo en su sala de recuentos y


contemplaba la montaña de oro esparcida delante de su trono. Los
cofres que acababan de llegar traídos en carros eran el pago a su
juramento de que lucharía al lado de Zarel. Pensar en ello le hizo
soltar una risita. Lucharía, desde luego, y cuando las otras Casas
hubieran sucumbido y hubieran sido saqueadas... Bueno, entonces le
tocaría el turno a Zarel.

***

Hammen echó un cauteloso vistazo a través de una grieta en los


restos del postigo. La campana de la medianoche estaba repicando
con su llamada grave y melancólica. La Plaza se hallaba sumida en el
silencio, y continuaba iluminada por los incendios tras las feroces
batallas con el populacho libradas durante toda la tarde.
Hammen se volvió hacia un desertor de Kestha que se había
unido al populacho y había traído consigo la información de que las
Casas planeaban atacar el palacio del Gran Maestre a medianoche.
--Aún nada.
Justo entonces un destello cegador surcó el cielo y detonó sobre
la Plaza con chorros de chispas, iluminándola con una deslumbrante
luz blanca. Las trompetas resonaron en el palacio en forma de
pirámide y una hueste armada surgió de los cinco portalones. Los
guerreros iban delante con sus ballestas preparadas para hacer fuego,
y detrás avanzaban catapultas móviles montadas sobre carros, con los
luchadores en último lugar. Cuando la hueste cargaba a través de la
Plaza, luchadores de los cuatro colores surgieron de las puertas de las
Casas para hacerles frente.
Hammen dejó escapar una risita de puro placer, abrió el postigo
de par en par y se asomó para contemplar el espectáculo. Naru,
Norreen y los lugartenientes de su hermandad, que habían estado
imponiendo orden al populacho, se reunieron con él un instante
después.
La Plaza se convirtió en un mar embravecido de combates
cuando prácticamente todos los hechizos conocidos en las Tierras del
Oeste fueron empleados por los más de cuatrocientos luchadores que
se enfrentaban en el enorme recinto. La concentración de maná era
tan intensa que la Plaza empezó a palpitar con una claridad
ultraterrena que centelleaba como los relámpagos de una tormenta de
verano.
Los luchadores de Bolk lanzaron una violenta serie de ataques
que les llevaron hasta las puertas del palacio mientras los de Fentesk
y Kestha defendían encarnizadamente sus posiciones en el centro de
la Plaza.
Naru lanzó un rugido de placer mientras contemplaba la carga de
sus antiguos camaradas, y golpeó la jamba de la ventana con tal
fuerza que agrietó los tablones.
--¡La Casa Púrpura está cambiando de bando! --jadeó Hammen.
Señaló el otro extremo de la Plaza, donde las filas de Ingkara se
habían vuelto repentinamente contra el flanco de Fentesk atacando a
sus luchadores.
Los luchadores Marrones se enfurecieron tanto ante aquella
traición que interrumpieron el ataque contra el palacio y cargaron
sobre el flanco de los Púrpuras. Hammen entrevió a Kirlen sobre su
palanquín, la cabellera blanca revoloteando al viento mientras
extendía una mano hacia la Casa de Ingkara. Un chorro de fuego
líquido se desparramó sobre los muros de la Casa, y telones de llamas
subieron por los flancos del edificio.
Hammen meneó la cabeza y dio la espalda a la Plaza.
--Locura... --suspiró--. Locura y nada más que locura...
Zarel lanzó un rugido de alegría al contemplar como los
luchadores de Bolk, impulsados por un odio todavía más profundo,
respondían salvajemente a la traición de Ingkara. Kirlen, visiblemente
enfurecida, empezó a gritar para que se volvieran hacia el palacio de
Zarel a pesar de que ella también había perdido el control de sí misma
concentrando su poder en otro lugar justo cuando su ataque estaba a
punto de triunfar.
Resultaba evidente que Kestha y Fentesk estaban conservando
sus fuerzas, y que aplastarían a quien lograse sobrevivir a aquel
nuevo enfrentamiento.
Zarel se volvió hacia sus reservas de luchadores y guerreros y les
ordenó que atacaran a Fentesk y Kestha mientras los luchadores de
Ingkara y Bolk combatían encarnizadamente. Los guerreros se
lanzaron a la carga con sus ballestas preparadas. Chorros de fuego
llovieron sobre ellos, y los luchadores que iban detrás erigieron
cortinas de protección. Una grieta se abrió en el suelo de la Plaza y lo
recorrió de un lado a otro con un rugido ensordecedor. Incluso los
edificios alrededor de la Plaza se tambalearon. Un grupo de guerreros,
que ya estaban preparados para enfrentarse a ese tipo de defensa,
echó a correr hacia la grieta cargando largos troncos de madera para
improvisar puentes de paso. Cuando los atacantes empezaron a
cruzar, criaturas de la noche surgieron de la grieta y se abatieron
sobre los guerreros. Algunas de criaturas disputaron por un mismo
cuerpo, pataleando y gritándose entre ellas hasta hacerlo pedazos.
Zarel concentró su furia en Varnel e hizo llover oleadas de
ataques del cielo: dragones y otras bestias aladas, rayos, cortinas de
fuego, diluvios de piedras... Los luchadores de Fentesk respondieron
conjurando hechizos de fuego.
Zarel atravesó la grieta de un salto, y fulminó a un demonio
surgido de ella que pretendió apresarle. La furia con que atacaba hizo
palidecer a varios luchadores enemigos, que emprendieron la huida.
Los guerreros que habían conseguido cruzar la grieta supieron
aprovechar aquella oportunidad y dispararon sus dardos contra las
espaldas de los luchadores, abatiéndolos. Muchos de los caídos
intentaban generar hechizos curativos, pero los guerreros de Zarel,
lanzando gritos salvajes, cercenaban todas las cabezas y las
arrojaban al fondo de la grieta. Luego cogían las bolsas de los caídos
de todos los bandos, convirtiendo sus hechizos y maná en trofeos para
Zarel. Los hombres de Kestha y Fentesk no tuvieron más remedio que
retroceder ante una ofensiva que se tornó incontenible.
Zarel y Varnel entablaron un duelo personal delante de las
puertas de la Casa de Fentesk. Zarel, reforzados sus poderes con la
cosecha de bolsas, no tardó en hacer caer de rodillas a Varnel. El
Maestre de Casa alzó la mirada hacia él con los ojos llenos de
aturdida incredulidad y dejó escapar un grito de angustia mientras su
oponente lanzaba el hechizo final, que en un momento hizo que Varnel
envejeciera cien años. Aquel que había vivido exclusivamente para los
placeres de los sentidos lanzaba ahora amargos gemidos mientras su
cuerpo se marchitaba, hasta parecer un cadáver reseco de piel
amarillenta y cabellos blanquecinos.
Las puertas de la Casa de Fentesk cayeron derribadas, y los
guerreros entraron a saquear el edificio. Zarel observó un grupo de
sirvientes que intentaba huir y señaló hacia a una silueta, una joven
que quedó paralizada y luego avanzó hacia Zarel con el paso vacilante
de una sonámbula. Zarel extendió las manos hacia ella, la agarró y la
sacudió hasta sacarla del sopor mágico. Después la obligó a bajar la
mirada hacia Varnel, mientras sus labios se curvaron en una sonrisa
cruel.
--Ahí tienes a tu Maestre --dijo, y se echó a reír--. ¿Te apetece
darle un rato de placer?
Varnel alzó sus manos temblorosas.
--Malina...
Su voz era un croar siseante, y su aliento apestaba a
podredumbre.
La joven retrocedió, después lanzó una carcajada despectiva y
deslizó el brazo alrededor de la cintura de Zarel.
--¡Maldice a tus hados y muere! --exclamó Zarel.
Extendió la mano hacia Varnel y volvió a lanzarle el mismo
hechizo.
Varnel dejó escapar un grito de angustia y siguió envejeciendo.
Finalmente la carne se desprendió de los huesos y se convirtió en
polvo, hasta que lo único que quedó de él fue un esqueleto envuelto
en prendas de seda y una calavera con la boca abierta.
Zarel apartó a la joven de un empujón y giró sobre sí mismo para
volver a la batalla. Un rugido atronador hizo retumbar toda la Plaza y
Zarel avanzó en esa dirección.
La Casa de Ingkara estaba envuelta en llamas, y los luchadores
se agitaban sobre sus baluartes, luchando encarnizadamente a pesar
de que sus capas estaban ardiendo. Unos cuantos se lanzaron desde
lo alto de la muralla y se precipitaron al suelo de la Plaza, dejando
regueros de humo y fuego detrás de ellos.
--¡Uriah!
El capitán de luchadores acudió a la llamada de Zarel abriéndose
paso por entre la confusión.
--Sigue acosando a Tulan --le ordenó--. Si tomas su Casa, su
bolsa personal será tuya. Voy a acabar con Kirlen.
El enano sonrió sardónicamente, giró sobre sí mismo y volvió a
lanzarse a la contienda con un salvaje grito dirigido a sus hombres.
Zarel le siguió con la mirada mientras sus labios se curvaban en
una sonrisa helada. Le había prometido la bolsa de Tulan, pero nada
había dicho sobre cuánto tiempo le permitiría conservarla. Llamó a su
guardia personal con un gesto de la mano y cruzó la Plaza a la
carrera. Se horrorizó al descubrir que el lado norte de su palacio
estaba envuelto en llamas debido al nuevo ataque que habían iniciado
los luchadores de Bolk.
Zarel vio a su enemiga y echó la cabeza hacia atrás mientras
lanzaba un aullido de rabia.
--¡Kirlen!

***

Hammen estaba fascinado por la locura que se había adueñado


de la Plaza, y no podía apartar la mirada de ella.
--Deberíamos atacarle ahora.
Miró por encima de su hombro. Varena estaba detrás de él, el
rostro pálido y tenso.
--Te di a beber una poción para que durmieras, mujer, así que
aprovéchala --replicó--. Todavía estás muy débil.
--¡Devuélveme mi bolsa! --exigió Varena mientras extendía la
mano hacia él.
--¿Para qué? ¿Para que puedas salir ahí fuera y suicidarte
después de todo lo que he tenido que hacer para salvarte? Estás tan
débil como un gatito recién nacido... Anda, ve a acostarte.
--Zarel se ha dejado dominar por la sed de sangre y ha
enloquecido --replicó Varena--. No se conformará con las cuatro
Casas, Hammen... En cuanto haya acabado con ellas le tocará el
turno al populacho, y tú lo sabes. Tienes a decenas de miles de
personas dispuestas a luchar. Lánzalas sobre Zarel antes de que se
alce con la victoria.
--Es justo lo que intentamos hacer mientras tú dormías
plácidamente, mi joven dama..., y ahora todas las calles que llevan de
la arena a la Plaza están llenas de cadáveres. Tuvimos que retroceder
porque no podíamos enfrentarnos a hechizos y ballestas con garrotes
y cuchillos como únicas armas. Quizá acaben debilitándose
mutuamente lo bastante para que podamos acabar con Zarel cuando
la batalla haya terminado.
Varena suspiró y extendió las manos hacia el alféizar de la
ventana para apoyarse en él. Miró hacia fuera, y vio cómo la fachada
de su Casa se derrumbaba entre chorros de llamas y quedaba
convertida en un montón de ruinas.
--Debiste dejar que mi espíritu se fuera en paz --dijo, volviéndose
de espaldas a la ventana con los ojos llenos de lágrimas--, en vez de
haberme hecho regresar para presenciar todo esto.
Después se alejó de la ventana con paso tambaleante y cayó al
suelo.
Hammen volvió a asomarse por la ventana. La Casa de Kestha
estaba siendo asediada y el edificio soportaba el ataque de una
veintena de gigantes de piedra y gigantes de las colinas que
golpeaban los muros con sus enormes garrotes, mientras un
Juggernaut avanzaba implacablemente abriéndose paso a través de
las puertas de la Casa. Guerreros y luchadores intercambiaban golpes
en un feroz combate cuerpo a cuerpo. Tulan apareció en lo alto de los
baluartes y sus manos lanzaron una lluvia de fuego y rayos que
destruyó la mayor parte de los gigantes; pero una fuerza oscura
surgida repentinamente de la nada sorprendió al Maestre de Kestha.
Tulan lanzó un grito de rabia y empezó a debatirse mientras la
oscuridad se espesaba a su alrededor e iba absorbiendo las fuerzas
de su cuerpo, con lo que su corpulenta silueta empezó a encogerse y
sus prendas de seda colgaron de sus miembros tan fláccidamente
como si estuvieran vistiendo a un esqueleto.
Tulan se tambaleó de un lado a otro del baluarte mientras su
agonía hacía surgir ásperas carcajadas entre los luchadores de Zarel
que la contemplaban desde la Plaza. Tulan lanzó una feroz maldición,
se arrancó la bolsa y la arrojó al aire. Después alzó las manos hacia
ella, y la bolsa desapareció en una nubecilla de humo.
Uriah lanzó un grito de rabia, y extendió las manos hacia Tulan
mientras éste iba hacia el borde del baluarte y se arrojaba al vacío con
una última maldición. El hechizo de Uriah hizo que su cuerpo quedara
envuelto en un estallido de llamas mientras caía, y Tulan acabó
chocando con el pavimento de la Plaza en pedazos ardientes.
Hammen apartó la mirada con una mueca de asco.
--Tal vez fuese el menos dañino de los cuatro --murmuró.
Una oleada de guerreros entró en la Casa de Kestha para
terminar la carnicería que habían iniciado fuera. Uriah iba y venía de
un lado a otro de la Plaza lanzando gritos de rabia, y acabó ordenando
a sus luchadores que volvieran sobre sus pasos para unirse al
combate que se estaba librando contra Bolk.
--Las Casas han muerto --dijo Norreen, apareciendo junto a
Hammen para contemplar la matanza--. Zarel vencerá, y ya no
quedará nada que haga de contrapeso a su poder. Si tenemos alguna
oportunidad, ha de ser ahora.
--¿Estás pensando en «nosotros»? Creía que pensabas largarte
de este manicomio.
--He acabado involucrada en todo esto, aunque sólo sea en
memoria de Garth.
Hammen giró sobre sí mismo y contempló a su abigarrado grupo
de lugartenientes.
--Juka, reúne al populacho en la calle de los fabricantes de
espadas --ordenó--. Valmar, haz lo mismo en la calle de los curtidores.
Pultark se encargará de la calle de los mercaderes de sedas, y
Seduna se ocupará de la calle de los carniceros. No hay forma de
coordinarles adecuadamente, así que dejad que se lancen al ataque
como quieran. Quizá podamos aplastarles con la fuerza del número
mientras siguen en la Plaza. Si ese bastardo acaba con los demás y
consigue volver a su palacio, entonces todo habrá acabado... ¡En
marcha!
Los cuatro hombres asintieron y salieron rápidamente de la
habitación con el rostro lleno de preocupación.
Hammen se volvió hacia Naru, que se había sentado en el suelo
al lado de Varena.
--No te preocupes, cretino descomunal: todavía queda una pelea
más de la que disfrutar.
Naru sonrió con visible placer.

***

--¡Kirlen!
Zarel avanzó hacia la más odiada de todos sus rivales mientras
sentía la embriaguez del triunfo y la masacre. La anciana le contempló
en silencio, silueteada por las conflagraciones que estaban
consumiendo a las otras Casas, y comprendió que su sueño de acabar
con el poderío de Zarel se había esfumado para siempre. Se levantó
del trono para enfrentarse al momento de su derrota, sabiendo que
todo estaba perdido. La agonía le desgarró el alma.
Se volvió hacia Zarel y apenas se dio cuenta de que la mayor
parte de sus luchadores habían echado a correr, arrancándose los
uniformes mientras huían. Cruzó el umbral con paso cojeante y oyó las
ásperas risotadas de sus enemigos. Las puertas se cerraron con un
golpe seco detrás de ella, y Kirlen volvió la mirada hacia los dos
guardias temblorosos.
--¡Resistid cuanto podáis! --gritó.
Siguió avanzando a lo largo del pasillo sumido en la penumbra, y
ni siquiera se percató de que los dos jóvenes luchadores que habían
estado montando guardia en la puerta se daban la vuelta y huían a la
carrera por otro pasillo en un desesperado intento de escapar a la
destrucción final.
Kirlen llegó a su habitación y se detuvo en el umbral.
Sus libros, sus inapreciables libros y manuscritos... Todo el
conocimiento arcano que había ido acumulando a lo largo de su
búsqueda estaba allí, amontonándose a su alrededor.
Oyó los golpes que hicieron temblar las puertas exteriores hasta
romperlas, y los gritos de desprecio de los enemigos que irrumpían en
el edificio.
Después extendió las manos y empezó a moverlas en círculos
alrededor de su cuerpo marchito, acercándolas lentamente a ella.
Zarel estaba inmóvil en la entrada de la Casa de Bolk
contemplando cómo el edificio empezaba a derrumbarse. Un luchador
corrió hasta Zarel y bajó la cabeza.
--¿Y bien?
--Se ha ido. Su habitación estaba llena de hielo.
--¿Qué?
Zarel echó a correr por el pasillo. Podía sentir cómo el edificio en
ruinas oscilaba lentamente, preparándose para desmoronarse. Llegó
hasta los aposentos privados de Kirlen. Creyó oír una carcajada, una
burla final surgida del parpadeo luminoso que se agitaba en el centro
de la habitación. Kirlen había conseguido huir. Seguía atrapada en
aquel Plano, pero había escapado. Algunos trozos de papel
revoloteaba de un lado a otro de la habitación, pero también acabaron
absorvidos hacia la luz para desaparecer en ella.
La habitación quedó vacía, sumida ahora en la negrura, y más fría
que una tumba.
Una parte del techo se derrumbó, y Zarel tuvo que saltar hacia
atrás mientras lanzaba un juramento enfurecido. Regresó corriendo
por el pasillo hasta salir a la Plaza. Los muros de la Casa de Bolk se
derrumbaron detrás de él, y el edificio sucumbió a la ruina y quedó
convertido en un montón de cascotes.
Zarel se sentía consumido por una rabia incontrolable. Kirlen
había escapado, pero tenía que estar en algún lugar de aquel Plano y,
por lo tanto, podía volver a ser localizada. En cuanto dispusiera del
maná suficiente, Zarel emplearía los conjuros que le permitirían dar
con ella.
Ya sólo le faltaba ocuparse de Jimak de Ingkara, y Zarel se volvió
hacia la Casa justo a tiempo para ver salir a Jimak.
La Plaza estaba iluminada por una claridad fantasmagórica que
procedía tanto de la tremenda concentración de maná como de las
inmensas piras que consumían a las otras tres Casas. Aún había
combates, y seguiría habiéndolos mientras los últimos supervivientes
eran perseguidos, acorralados y destruidos.
--¿Ya tienes lo que querías? --preguntó Jimak.
Zarel le miró fijamente, y una mueca de desprecio burlón
contorsionó sus facciones.
--Traicionaste a los tuyos por un puñado de oro --replicó.
--Pensé que vencerías.
Zarel no dijo nada, y se limitó a disfrutar de aquel momento.
--Tendríamos que habernos unido contra ti en cuanto declaraste
que los combates serían a muerte --siguió diciendo Jimak--. Pero
estábamos obsesionados con el luchador tuerto... Todos queríamos
contar con él, y al mismo tiempo le odiábamos porque no éramos
capaces de controlarle. Si nuestros mejores luchadores no hubiesen
perecido en la arena, podríamos habernos enfrentado a ti y haber
resistido. Ah, si hubiéramos sido capaces de comprenderlo...
El anciano empezó a tambalearse de un lado a otro. Zarel vio que
su bolsa estaba abierta, y no estaba llena de amuletos y maná, sino de
oro.
Jimak sonrió.
--He esparcido mi maná a los cuatro vientos --dijo--. No lo tendrás,
y tu victoria no significa nada. Me gustaría pensar que Kirlen también
ha logrado huir y sigue viva, y que el odio que le inspiras continúa
ardiendo dentro de ella...
El anciano se desplomó y dejó escapar un jadeo entrecortado.
Jimak alzó la mirada hacia Zarel.
--Creía que el veneno me mataría sin dolor, pero ahora veo que
me he equivocado... No importa, porque todo terminará pronto. Te
veré en el infierno.
Zarel bajó la vista hacia Jimak y vio cómo se contorsionaba sobre
el suelo. Su respiración convertida estertores agónicos.
Lanzó un alarido de rabia, le pateó ferozmente el costado y le dio
la espalda.
--¡Destruid la Casa de Ingkara! --gritó--. No dejéis piedra sobre
piedra, y haced lo mismo con las otras Casas. Traedme todo el maná
de las bolsas de los caídos. Si alguien intenta quedarse con un solo
amuleto, juro que le mataré con mis propias manos.
Uriah, que había permanecido en silencio contemplando a Zarel y
Jimak, dio un paso hacia adelante.
--Me prometiste una Casa y los poderes que contenía la bolsa de
Tulan --dijo con voz enfurecida--. Tulan destruyó todos sus hechizos
antes de morir, y ahora reclamo como mío el botín de los otros
luchadores de Kestha.
Zarel giró sobre sí mismo y derribó a Uriah de un puñetazo. El
enano cayó al suelo. Uriah intentó levantarse, y Zarel volvió a
derribarle con una ráfaga psiónica que lo dejó sumido en la
inconsciencia.
Después se volvió hacia los luchadores y les fulminó con la
mirada.
--¡Obedeced! --ordenó, pero los ecos de su grito todavía no se
habían extinguido cuando al otro lado de la Plaza los combates
volvieron a recrudecerse--. ¡Maldición! ¿Qué pasa ahora? --rugió.
Un guerrero se abrió paso a través del grupo de luchadores que
acababan de presenciar cómo Zarel dejaba sin sentido a su capitán.
--¡Es el populacho, mi señor! --gritó el guerrero--. Las turbas
vuelven a atacarnos...
Zarel giró sobre sí mismo y se volvió hacia sus luchadores.
--Esta vez no dejéis a nadie con vida --dijo--. Aplastad las
revueltas aunque haya que convertir a toda la ciudad en una pira
funeraria... ¡Adelante!
Los luchadores permanecieron inmóviles y en silencio.
--Podéis escoger entre servirme ahora o morir --siseó Zarel--.
Podéis intentar acabar conmigo entre todos, pero con el poder de que
ahora dispongo muy pocos sobreviviréis; y después el populacho os
hará pedazos... ¡Id a detenerles de una vez!
Varios luchadores fueron hacia los sonidos del combate, con paso
cansino. Los demás les siguieron con la mirada durante unos
momentos y acabaron imitándoles.
Zarel fue detrás de ellos, mientras seguía tomando el maná de las
docenas de bolsas de los caídos de todos los bandos, que le traían
sus todavía leales guerreros. A medida que acumulaba maná sentía
extenderse por su cuerpo el nuevo poder, dotándole de tanta energía
que ni siquiera notó el peso con que se iba cargando.
Utilizó sus fuerzas renovadas y envió un chorro de fuego al otro
extremo de la Plaza mientras lanzaba un alarido de placer. Las llamas
chocaron contra la multitud con una fuerza tal que más de un centenar
de cuerpos fueron derribados, y sus siluetas incandescentes
empezaron a retorcerse en las frenéticas convulsiones de la agonía.
La furia que había estado empujando a la multitud en su avance
por la calle de los mercaderes de seda se desvaneció y fue sustituida
por el pánico, y las turbas se apresuraron a huir. Pero por las otras
avenidas que llevaban a la Plaza iban llegando nuevos ríos de
cuerpos, y Zarel hizo llover más tormentos sobre ellos, matando a
centenares de personas mediante un poder que tenía poco que
envidiar al de un semidiós. Varias veces prorrumpió en salvajes
carcajadas para acompañar la carnicería en la que estaba
consumiendo sus energías.
Y todos huían ante su rostro sombrío y amenazador.
--¡Todo está perdido, maldición, todo está perdido!
Hammen se tambaleó ante el impresionante poder de Zarel, y
tuvo que apoyarse en la pared de un edificio medio en ruinas, atónito
ante la masacre que estaba teniendo lugar en la Plaza. Su plan, que
nunca tuvo muchas esperanzas de triunfar, era ya evidente que estaba
condenado al fracaso. El populacho, muy castigado el día anterior por
los disturbios en la arena, huía ahora en todas direcciones.
Pero el contraataque no cesó. Zarel estaba embriagado por una
salvaje alegría, y recorría Plaza quemando todo lo que veía. Sus
guerreros, y también muchos de sus luchadores, habían sucumbido al
frenesí de la destrucción y corrían de un lado a otro como si se
hubieran vuelto locos matando a los heridos y quemando todo lo que
aún estaba en pie, y luego marcharon hacia los callejones laterales
para seguir destruyéndolo todo en su camino.
--Locura, nada más que locura... --murmuró Hammen.
Sintió que unas manos se posaban sobre sus hombros y le daban
la vuelta. Alzó la mirada, y vio primero a Naru y luego a Norreen.
--Ahora el mundo es suyo --gimió--. Al menos antes... Antes de
que viniera Garth había cierto equilibrio, pero ha desaparecido. ¡Oh,
maldición! Todo se ha esfumado, y estamos en manos de un loco...
--El viejo debe irse --dijo Naru, con su voz impregnada de
melancolía--. Si os encuentra, Zarel te matará y matará a la mujer
Naranja, y a la otra mujer. Marchaos.
Hammen estaba temblando de fatiga, y permitió que le sacaran de
la Plaza.
Un chorro de llamas cayó sobre el edificio al lado del que estaban.
Naru dejó escapar un aullido de dolor y se tambaleó hacia el centro de
la calle con sus ropas ardiendo, y girando locamente sobre sí mismo
mientras intentaba apagar las llamas. Una carcajada enronquecida
surgió de las sombras y Hammen alzó la mirada para ver a Zarel
viniendo hacia ellos. El Gran Maestre se movió con una velocidad
increíble, y su segundo ataque hizo que Naru cayera al suelo.
Hammen se volvió hacia Norreen.
--¡Huye! Busca a Varena y sácala de la ciudad...
--Todos estamos perdidos --replicó secamente Norreen--. Deja
que escoja mi muerte.
Desenvainó su espada y fue hacia Naru, que seguía
retorciéndose en el suelo.
Hammen dejó escapar un suspiro y fue a reunirse con ella.
Zarel ya se había dado cuenta de a quién se enfrentaba, y aflojó
el paso mientras una sonrisa de gélido deleite iluminaba sus facciones.
Alzó las manos y fue lentamente hacia ellos, disponiéndose a
asestar el golpe final.

***

La interminable caída se prolongó tanto que ya no sabía si se


había extraviado en la eternidad o si el propio tiempo había dejado de
existir. También percibía la persecución de que estaba siendo objeto,
aunque el adversario se encontraba muy lejos. Había cerrado la puerta
de acceso al mundo del que había venido, pero una percepción
inexplicable le reveló que no la había protegido con el maná suficiente
para mantenerla cerrada hasta el fin de los tiempos.
Fue recuperando las fuerzas poco a poco y encontró una
repentina alegría al percatarse de que había atravesado la ultima
barrera, y supo que se había convertido en un Caminante de los
Planos. El universo le aguardaba con toda su multiplicidad de
realidades..., si se atrevía a recorrerlo. Pero también percibió la
presencia de barreras por todos lados, y detras de ellas a otros
Caminantes, muchos de ellos extrañamente distintos. Con sus nuevos
y aún incomprendidos sentidos podría percibir su existencia. Algunos
se habían encerrado dentro de sus reinos, como avaros enloquecidos
por la codicia que atrancaran las puertas de sus miserables dominios
temiendo que alguien pudiera arrebatarles lo poco que habían creado.
Otros luchaban con una alegría salvaje y enloquecida, combatiendo
por el mero placer de hacerlo. Había triunfos y derrotas, exaltación y
desespero y también, aunque era muy rara, tranquilidad detrás de
muros tan fuertes y levantados hasta tal altura que nadie era capaz de
entrar en los jardines que ocultaban. Pudo percibir su existencia, y
también comprendió cómo habían conseguido que llegasen a surgir.
Sintió cómo la tentación empezaba a adueñarse de él
ofreciéndole todos los poderes de un semidiós, pues ya no cabía duda
de que aquello era precisamente en lo que se había convertido. Era un
Caminante que podía recorrer todos los universos, capaz de entablar
combate con las fuerzas oscuras o con las de la luz, según quisiera.
Permaneció suspendido entre aquellos deseos opuestos, pero
dejando de lado el dilema al percatarse de otra cosa. Volvió la mirada
hacia el lugar del que había venido, y comprendió que la barrera podía
caer y que su enemigo podía volver a quedar en libertad. Eso no tenía
porque importarle cuando todo el universo era suyo para que lo
recorriese a su antojo..., y aun así sintió algo más. Descubrió que
sentía una vaga tristeza, como un niño al que se le ordena dejar de
jugar para que atienda algún deber pendiente, una tarea que preferiría
no tener que cumplir pero que ha de ser llevada a cabo para así poder
olvidarse de ella.
Sabía que aún le quedaba algo que hacer, y la convicción era tan
apremiante e imposible de rechazar que tiró de él haciéndolo regresar
en un rápido descenso.

***

Hammen ni siquiera se tomó la molestia de levantar las manos,


sabiendo que no podría hacer nada y no queriendo ni intentarlo.
Norreen moriría como una benalita, luchando con la espada en la
mano y honrando a su casta con ello. Y en cuanto a él... Hammen
comprendió que estaba muy cansado, que era muy viejo, y que estaba
harto de las injusticias de aquel mundo y ya sólo deseaba abandonarlo
para siempre.
--Hazlo y acaba de una vez, bastardo --gruñó.
Zarel alzó la mano para atacar mientras reía con una furia
demoníaca, pero una sombra cobró forma junto a él. Zarel titubeó y
alzó la mirada.
La sombra giró velozmente sobre sí misma en un rápido descenso
en espiral, y Zarel retrocedió.
La sombra se solidificó, y Hammen quedó tan perplejo que se
dejó caer de rodillas al suelo al lado de Naru.
Garth el Tuerto acababa de aparecer en el centro de la calle.
Zarel le contempló en silencio, boquiabierto de asombro.
--¿Te acuerdas de la noche en que murió mi padre? --preguntó
secamente Garth--. ¿Me recuerdas inmóvil ante ti, un niño al que tus
manos acababan de dejar medio ciego? Pretendías utilizarme como
peón en un intercambio, pero no pensabas hacer honor a tu palabra.
Nos habrías matado a los dos, primero a mi padre y luego a mí...
¿Recuerdas cómo logré soltarme de tus manos y corrí hacia las
llamas? Mis gritos infantiles te hicieron reír.
Garth guardó silencio durante un momento.
--¿Lo recuerdas? --gritó, y su voz fue como un latigazo.
Zarel alzó la mano y un elemental de fuego pareció surgir de su
cuerpo. Las llamas envolvieron a Garth y su cuerpo desapareció
envuelto en un torbellino de calor, y Zarel dejó escapar una gélida
risotada y dio un paso hacia adelante.
Una ráfaga de viento helado barrió la Plaza expulsando al
elemental. Garth seguía estando allí. Los feroces combates que se
libraban en las calles se fueron deteniendo poco a poco. Los
luchadores y guerreros de Zarel salieron de su frenesí destructivo y
volvieron la cabeza hacia Garth. El temor se adueñó de ellos al ver
quién era el adversario al que se estaba enfrentando su señor. El
populacho, que había estado huyendo en todas direcciones, también
se quedó inmóvil. Las turbas que aún no habían logrado escapar de la
Plaza fueron acercándose lentamente a los dos enemigos.
Zarel retrocedió hacia la Plaza y Garth le siguió. El ataque fue
sucedido por el contraataque, y los dos adversarios se enzarzaron en
una oscura contienda que estaba llena de odio y afán de venganza.
Todos los poderes que controlaban fueron lanzados al combate. Su
enfrentamiento pareció superar en intensidad y salvajismo incluso a la
encarnizada batalla que había tenido lugar antes entre las fuerzas de
las distintas Casas.
Las llamas subieron hacia el cielo lleno de humo, los dragones y
las bestias aladas giraron sobre sus cabezas, los gigantes
combatieron, y las criaturas de la oscuridad surgieron de los abismos.
Zarel iba cediendo terreno lentamente, y todos pudieron ver como
el terror que adueñaba de sus ojos. El miedo del Gran Maestre
erosionó la decisión de sus guerreros y reavivó el valor del populacho.
Los guerreros de Zarel empezaron a huir. Primero fue uno y
después varios más, y luego las deserciones se convirtieron en una
fuga masiva de guerreros y luchadores hacia la supuesta seguridad
del palacio. La multitud lanzó un rugido ensordecedor y se apresuró a
perseguirlos, cayendo sobre los que huían para apuñalar, golpear y
matar sin ningún remordimiento a quienes habían estado
atormentándoles desde hacía tanto tiempo. En algunos lugares los
lugartenientes de Hammen lograron reprimir la furia de las turbas,
despojaron a los hombres de Zarel de sus poderes --las bolsas de los
luchadores y las armas de los guerreros-- y les dejaron que huyeran
en la noche.
Zarel, tambaleándose bajo los ataques de su oponente, fue
retrocediendo hacia su palacio, del que empezaban a surgir columnas
de humo después de que el populacho lograra abrirse paso al interior
para entregarse al saqueo y el pillaje.
Zarel lanzó un último chorro de llamas contra Garth. El ataque
detuvo a Garth durante un momento, pero un círculo de protección se
encargó de desviar las llamas hasta quedar extinguidas.
Zarel se quedó inmóvil, jadeando para recuperar el aliento. Sus
reservas de maná habían quedado reducidas a un mero chisporroteo
de poder, como si no fuese más que un luchador del primer nivel.
Garth avanzó hacia él, se llevó la mano a la daga y la desenvainó.
Zarel también desenvainó su daga, y se abalanzó sobre él
lanzando un grito de furia. Garth detuvo el golpe, y las dos hojas
siguieron chocando una y otra vez hasta que Garth dio un paso atrás,
con la mejilla abierta hasta el hueso en una herida de la que brotaban
chorros de sangre.
--¡Ahora te arrancaré el ojo que te queda! --rugió Zarel.
Garth se dispuso a detener el golpe y Zarel alzó la mano. Un
destello de luz al rojo blanco ardió con una terrible intensidad ante el
rostro de Garth y le dejó cegado durante unos momentos. Garth
retrocedió tambaleándose.
Zarel rugió y avanzó para hundir su acero en la garganta de
Garth..., pero su mano se detuvo de repente, y Zarel retrocedió
tambaleándose mientras lanzaba un grito de dolor. Zarel manoteó
torpemente hasta que logró arrancar la pequeña daga que acababa de
hundirse en su espalda. La arrojó a un lado y desperdició unos
instantes preciosos en un hechizo curativo.
Garth recuperó la visión y vio a Uriah caído en el suelo al lado de
Zarel.
Uriah le miró y sonrió. Durante un breve instante Garth tuvo la
sensación de que el tiempo había dejado de existir, y Uriah volvía a
ser aquel enano que había sido su amigo hacía tantos años.
--Lo siento... --murmuró el enano justo cuando Zarel giró sobre sí
mismo y le hundió la daga en el corazón con un aullido de rabia.
Garth dejó escapar un grito en el que había años de dolor y
remordimiento y saltó sobre Zarel.
Zarel arrancó su daga del corazón del enano y trató de esquivar el
ataque, pero Garth hundió su daga con un alarido de furia
incontenible.
Zarel retrocedió tambaleándose con el rostro lleno de perplejidad
y bajó la vista hacia la empuñadura de la daga que Garth había
enterrado en su pecho. Movió la mano en un gesto vacilante
intentando otro hechizo curativo. Garth le contempló sin inmutarse,
titubeó un momento y después alzó la mano para bloquearlo.
--Tendría que haberte cortado la garganta aquella noche, en vez
de solo sacarte un ojo... --siseó Zarel.
--Ése fue tu gran error --murmuró Garth.
Zarel se derrumbó sobre las losas del pavimento.
--¿Qué tienes ahora? --susurró desde el suelo--. Has vivido tantos
años esperando este momento... ¿Qué te quedará ahora que todos
tus enemigos han desaparecido?
--No lo sé --replicó Garth con tristeza mientras Zarel cerraba los
ojos y se precipitaba en la oscuridad.
Hammen había permanecido en silencio contemplando cómo se
desarrollaba el último acto de aquel drama. Garth se giró lentamente y
le miró, y Hammen tuvo la impresión de que volvía a ser un niño
perdido y lleno de confusión.
Garth se volvió nuevamente hacia Zarel, meneó la cabeza y fue
hacia Hammen, que le observaba con una sonrisa melancólica en los
labios. Norreen logró abrirse paso a través del gentío y se lanzó a los
brazos de Garth.
Y entonces la oscuridad se arremolinó a su alrededor y los dos
desaparecieron como si no hubieran sido más que una ilusión. La
perplejidad ensombreció el rostro de Garth durante un momento para
enseguida ser sustituida por la luz de la comprensión. Su enemigo le
había alcanzado y le arrastraba a otros reinos.
Y Garth sonrió mientras él y Norreen eran arrebatados por aquel
poder, y las palabras que se formaron en sus labios llegaron hasta los
oídos de Hammen en forma de un susurro.
--Sois libres...
Y desapareció.
La Plaza había quedado sumida en el silencio salvo por el
chisporrotear de las llamas y los gritos quejumbrosos de los heridos y
los agonizantes.
Hammen se volvió hacia la multitud, que estaba inmóvil y perpleja.
--¿Y ahora qué? --preguntó alguien en voz baja.
--No lo sé --suspiró Hammen--. Creo que nunca llegó a pensar en
lo que habría que hacer después.
Hammen contempló la ciudad que ardía a su alrededor.
--No lo sé, y de momento..., no me importa en lo más mínimo
--concluyó.
Y el anciano se dejó caer sobre las cenizas y lloró en silencio.
_____ 17 _____

El camino que se extendía ante él era una cinta plateada


iluminada por la luz de la luna que se desplegaba sobre las colinas
envueltas en la oscuridad. Ya podía ver la taberna que se alzaba
sobre la cima que tenía delante. Era uno de sus lugares favoritos, y se
estiró perezosamente en la silla de montar mientras se alegraba de
que la jornada ya casi hubiera concluido.
Lanzó una mirada por encima del hombro a los jóvenes acólitos
que cabalgaban detrás de él. Estaban muy cansados, pero seguían
parloteando nerviosamente porque sabían que mañana llegarían a la
ciudad. Escuchó sin demasiada atención su charla y cómo alardeaban
de lo que harían en el Festival, de los hechizos que esperaban obtener
y los laureles de la victoria que ceñirían sus frentes cuando volvieran a
recorrer aquel camino una vez hubiese terminado el Festival.
El anciano escuchó y sonrió aprovechando que no podían verle.
Después de todo, era su Maestre y nunca le habían visto sonreír, y
nunca le verían hacerlo..., por lo menos hasta que hubieran obtenido
una victoria.
Entraron en el patio de la taberna y el anciano desmontó. Sus
articulaciones crujieron estrepitosamente y lanzó un juramento
ahogado dirigido a uno de los jóvenes, que no había reaccionado lo
bastante deprisa para poder ayudarle a bajar del caballo.
Entró en la taberna y miró cautelosamente a su alrededor. Ya era
muy tarde, pero algunos viajeros seguían levantados y estaban
charlando junto al fuego. Todos volvieron la cabeza para mirarle, y las
sonrisas enseguida iluminaron sus rostros.
Un hombre se levantó y fue hacia él con su jarra en la mano. El
anciano había conocido a muchos como él, y esperó en silencio.
--Bien, ¿qué tal van a ir las cosas este año? --preguntó el hombre.
Los ojos del anciano le recorrieron de la cabeza a los pies.
--Ganaremos --dijo secamente, y su tono dejó muy claro que no
estaba de humor para hablar de historiales de combate o de las
probabilidades de obtener alguna victoria, y mucho menos de quién
acabaría venciendo en el último enfrentamiento del Festival.
El hombre retrocedió, un poco alicaído, y volvió con sus amigos.
El anciano se volvió hacia el posadero.
--Ocúpate de que mis muchachos cenen y tengan un sitio donde
dormir.
Metió la mano en una pequeña faltriquera que colgaba de la tira
de su bolsa, sacó una moneda de oro y se la arrojó.
Después giró sobre sí mismo y fue hacia la puerta.
--Maestro...
El anciano miró a la joven que se le había acercado
cautelosamente y que acababa de detenerse junto a él.
--¿Qué ocurre?
--¿Adónde vais?
--A dar un paseo y respirar un poco de aire fresco.
--No deberíais ir solo.
El anciano se echó a reír.
--Creo que sabré cuidar de mí mismo. Y ahora come algo y vete a
la cama, mañana queda un buen trecho de camino para llegar a la
ciudad.
La joven vaciló.
--Nos ha parecido que hay algo ahí fuera esta noche --murmuró
por fin.
--Vamos, vamos... No temas, jovencita. Te aseguro que no me
ocurrirá nada.
La joven acabó dándose la vuelta con visible reluctancia y fue a
reunirse con sus amigos.
El anciano abrió la puerta y salió a la luz de la luna y el camino
solitario.
La chica tenía razón. Había algo siguiéndoles, eso estaba claro.
Había estado sintiendo su presencia durante toda la tarde, y había
notado cómo se iba acercando poco a poco. La sensación le había
resultado curiosamente familiar, pero no podo reconocerla. Si
presagiaba algo malo, quería que sus jóvenes acólitos estuvieran lo
bastante lejos como para no correr peligro. No eran más que un
grupito de novatos del primer y segundo nivel, y si había que luchar
morirían todos. Pero después de todo, no había que olvidar que los
luchadores por encima de aquel nivel eran muy pocos, pues casi todos
habían muerto durante el Tiempo de las Calamidades.
Fue subiendo lentamente la cuesta por la que había bajado con
su caballo, y acabó llegando a la cima de la colina.
Y entonces les vio. Eran dos jinetes que avanzaban sin ninguna
prisa, como si dispusieran de todo el tiempo del mundo, y supieran
que no hubiera absolutamente nada que temer en él.
El anciano se metió entre las sombras de los árboles y observó
cómo se aproximaban. Un jinete puso su montura al paso. El anciano
oyó una suave carcajada y el chasquido del acero surgiendo de una
vaina.
--¿Quieres luchar, abuelo? En ese caso, tal vez deberías salir de
las sombras y dejar de acecharnos...
El anciano salió al camino y alzó la mirada hacia los dos jinetes.
La luna que brillaba a su espalda quedó oculta por una nube, y todo lo
que les rodeaba fue quedando sumergido en la oscuridad.
--¿Quién eres? --preguntó uno de los dos jinetes que se
acercaban.
Era una mujer, y habló en un tono frío y altivo.
--¿No crees que es a mí a quien corresponde hacer esa
pregunta? --replicó el anciano--. Lleváis varias horas siguiéndonos.
--El camino es de todos. Bien, ¿quién eres?
--Soy Hadin gan Kar, Maestre de la Casa de Oor-tael.
La mujer dejó escapar una risita ahogada, y un instante después
se oyó el sonido de una hoja que volvía a ser introducida en su vaina.
--¿Vas al Festival? --preguntó.
--Ésa era mi intención.
--¿Venceréis?
En su tono sólo había interés, y Hammen se relajó un poco.
--Eso es lo que planeamos hacer --dijo--. La competición debería
resultar interesante... Casi todos los luchadores son nuevos y tienen
poca experiencia. Después del Tiempo de las Calamidades... Bueno,
hemos tenido que conformarnos con eso.
--Sí, he oído hablar de esa época --dijo la mujer--. ¿Qué ocurrió?
--¿No lo sabes?
--Hemos estado viajando, y llevamos mucho tiempo fuera.
--El antiguo Gran Maestre fue aniquilado, las cuatro Casas fueron
destruidas, y se han formado nuevas Casas. Los combates han
cambiado mucho, y ahora vuelven a librarse como en los viejos
tiempos. Pruebas de habilidad con la pérdida de un hechizo y nada
más... La gente puede apostar si quiere hacerlo, pero eso es asunto
suyo. Quien vence en el último combate se va a casa después de que
el Festival haya terminado. Soy el Maestre de Oor-tael, y otro viejo
luchador está al frente de la Casa de Bolk.
--Ah, ¿sí? ¿Cómo se llama?
--Es un buey sin sesos llamado Naru.
El otro jinete abrió la boca por primera vez desde su llegada para
dejar escapar una risita gutural, y Hammen sintió cómo un escalofrío le
recorría la espalda. Se acercó un poco más a los dos jinetes, y la
mujer volvió a hablar mientras lo hacía.
--¿Y quién ocupa el cargo de Gran Maestre?
--Varena, que había pertenecido a la Casa de Fentesk.
--¿Esa perra?
--¡Malditos seáis! --gritó Hammen--. Bastardos asquerosos,
¿dónde infiernos habéis estado?
Norreen bajó de un salto de la silla de montar, fue hacia Hammen
riendo a carcajadas y le abrazó. Pero Hammen apenas le prestó
atención y siguió con la mirada clavada en el otro jinete.
--¿Garth? --murmuró.
--Sí, viejo amigo... Soy yo.
Garth bajó de su caballo, y un instante después estrechó a
Hammen entre sus brazos.
--Creía que los dos habíais muerto --jadeó Hammen, sintiéndose
repentinamente débil y mareado.
--Nosotros también lo creímos --replicó Norreen.
--Bien, ¿y qué ocurrió?
--Luchamos --dijo Garth después de un momento de silencio, y su
voz sonó extrañamente lejana, como si surgiera de los reinos en los
que se habían librado todos aquellos combates inimaginables--. Pensé
que todo había terminado, pero un ataque llegado de otro lugar
bloqueó su poder durante unos instantes. Utilicé todo el maná que me
quedaba para sellar la puerta.
Garth titubeó unos momentos antes de seguir hablando.
--Fué extraño... --murmuró después--. Al final pareció como si se
rindiera porque en el fondo ya nada le importaba, y entonces casi sentí
compasión por él.
--Así que os convertisteis en Caminantes --dijo Hammen--.
Estabais al otro lado del Velo, y todos los Planos se hallaban abiertos
ante vosotros.
Garth se rió.
--Todos los sitios son más o menos iguales --replicó--, y puedes
creerme cuando te digo que éste es mejor que la gran mayoría. Y
además... Ahí fuera las luchas no acaban nunca --siguió diciendo, y su
voz volvió a sonar extrañamente lejana--. Después de todo lo ocurrido,
lo único que deseaba era disfrutar de un poco de paz, y este sitio me
ha parecido tan bueno como cualquier otro para encontrarla.
--Pero renunciasteis a la inmortalidad.
--Disfrutaremos de los años que nos toque vivir. ¿Y qué es la
inmortalidad cuando te enfrentas a la eternidad? No, le dejo todo eso
al Eterno... Creo que no hizo un mal trabajo, y que debemos
conformarnos con el mundo que nos dio. He visto lo que les ha
ocurrido a los otros, y sé que si nos hubiéramos quedado habríamos
acabado siendo como ellos. Percibí la presencia de unos cuantos que
comprendieron la verdad y decidieron volver a vivir como mortales en
el mundo de su elección, y acabé convenciéndome de que habían
hecho bien.
»Y de todas formas, el vínculo que sometía a este reino ha
quedado roto, y sellado el umbral --murmuró, como si fuese preferible
olvidar todo lo que había visto y hecho--. Creo que pasará mucho
tiempo antes de que tengamos que preocuparnos por si algún otro
intenta imitarlo.
Hammen meneó la cabeza.
--Maldito seas, Garth... Te he estado llorando durante tres años.
Al menos podrías haberme hecho saber de alguna manera que
estabas vivo, ¿no?
--Eso es lo que acabamos de hacer --replicó Norreen sin
inmutarse.
--Oh, os agradezco mucho que os hayáis dado tanta prisa
--resopló Hammen--. Bien, ¿vais al Festival?
Norreen se volvió hacia Garth, y éste se aclaró la garganta con un
carraspeo un poco nervioso.
--Creo que todavía es un poco pronto para que vuelva a poner los
pies ahí --dijo.
--¿Y adonde vais entonces?
--Hay un jardín y una vieja casa en las Tierras del Sur --dijo Garth,
y una repentina melancolía impregnó su voz--. Es un buen sitio para
formar una familia.
--¿Una familia? --murmuró Hammen, y se rió.
Norreen se ruborizó y desvió la mirada.
--¿Y de qué casta será el chico? --preguntó Hammen, mirando
fijamente a Norreen.
--Si nace bajo el signo que queremos para él, será un Tarmula de
Benalia.
Hammen les contempló en silencio. Tenía los ojos llenos de
lágrimas y no podía hablar.
--Nunca he aguantado las despedidas largas. Tienes que venir a
visitarnos algún día, aunque... Bueno, ya sé que siempre hay
imprevistos --dijo Garth, y su voz sonó repentinamente enronquecida y
estuvo a punto de quebrarse.
Abrazó a Hammen y volvió a montar. Norreen también le abrazó,
y se rió cuando Hammen le dio una suave palmadita en el estómago.
--Le llamaremos Hadin --dijo.
--Oh, no... Llamadle Hammen, por favor.
Norreen le besó en la mejilla, y después le sorprendió saltando
ágilmente a la grupa de su caballo.
--¿No queréis quedaros a pasar la noche aquí? --preguntó
Hammen.
--Nos desviamos para seguirte mientras guiabas a tus jovencitos,
y tenemos un largo camino que recorrer.
Hammen suspiró y fue hasta el caballo de Garth. Se detuvo junto
a su estribo, alzó el brazo y le cogió la mano.
La luna emergió de entre las nubes, y Hammen dejó escapar un
jadeo de asombro.
--Tu ojo, amo... Está intacto. Vuelves a tener dos ojos.
Garth se rió.
--Ah, ésa es una de las pequeñas ventajas de ser un
Caminante..., aunque en mi caso sólo lo fuese durante un día.
Hammen se apartó del caballo de mala gana, como si no quisiera
dejarle marchar. Garth bajó la mirada hacia su viejo amigo y dijo:
--Ya sabes que todo estuvo planeado desde el principio, ¿no? Ese
encuentro casual en la calle... Todo era parte de mi plan.
--Digamos que ya me lo había imaginado.
--Y si vuelvo a entrar en tu vida algún día, eso también será parte
de otro plan. Cuídate mucho, amigo mío, y apuesta bien mi dinero.
Garth espoleó a su montura y los dos se alejaron al galope. La
luna volvió a ocultarse entre las nubes, y las dos siluetas dejaron de
ser visibles.
Hammen meneó la cabeza y echó a andar lentamente por el
camino que llevaba a la taberna, y mientras lo hacía empezó a pensar
en el próximo Festival y en todas las apuestas que llegarían con él.

FIN

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