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Leyendas de Guatemala

9.1 El Cadejo

El Cadejo es un famoso protector de los ebrios, conocido por recorrer los barrios
de Guatemala en altas horas de la madrugada: aunque existen dos tipos de
cadejo y uno de ellos esconde intenciones malignas.

El cadejo es un animal parecido a un perro, con mucho pelo, casquitos de cabra y


ojos rojizos, es el encargado de cuidar y velar por los ebrios que deambulan por la
ciudad en la noche.

Se cuenta que este ayuda a los borrachos a encontrar el camino a casa y los
protege de cualquier mal.

Este ser nunca deja tocarse por las personas, y cuando acompaña a alguien, no
lo logran ver, solo sienten su presencia.

Pero hay dos tipos de cadejo, uno es el bueno, de color blanco, solo cuida y
protege a las personas y es un guía para encontrar el camino a casa, incluso hay
quienes dicen que lo han visto cuidar a niños. El segundo es el más peligroso, de
color negro y mirada feroz. Este cadejo, al encontrar a un ebrio, le lame la boca y
con esto lo maldice de tal forma que nunca más puede volver a ser sobrio,
además al ser lamido por él, se condena a ser acechado por nueve días seguidos
hasta que muere.
El cadejo
Foto: Archivo

Muchos dicen que en ocasiones han visto a los dos cadejos juntos y estos al
toparse con alguna persona, luchan, el blanco para cuidarla y el negro para
atacarla.

Cuenta la leyenda que si un cadejo blanco descubre que un hombre siempre se


emborracha con malas intenciones, él nunca contará con su protección.

Hubo un joven que era muy trasnochador. Se llamaba Carlos Roberto y era
guardián de un terreno. Siempre que regresaba ya muy entrada la noche,
encontraba un perro blanco enfrente de su puerta. Era grande y peludo, pero
nunca dejaba que Carlos se le acercara. El perro al ver que él entraba a su casa
se sacudía, daba vuelta y desaparecía. Y esto sucedía todas las noches que
Carlos llegaba muy tarde a su casa. Un día de tantos, Carlos quiso seguirlo para
verlo de cerca y de donde venía, pero nunca lo logro alcanzar.

Alguien le dijo que era El Cadejo, y que cuidaba de su mujer y sus hijos cuando el
no estaba.Este es el Cadejo bueno, el que anda y cuida a las mujeres, porque el
Cadejo negro es que siempre anda detrás de los hombres que están borrachos
2) Hace tiempo, cuando don Héctor estaba en la estudiantina de la iglesia, salía
con sus amigos a dar serenatas por todas las calles. Y una de estas veces le paso
algo inexplicable. Ya venían de regreso de una serenata, y durante el camino de
regreso, todos los muchachos se iban quedando en calles distintas, para ir a sus
casas. Ya solo quedan don Héctor y don Felipe, al pasar por el parque, se les
pegó un perro negro de gran tamaño y con los ojos rojos; empezaron a caminar
más rápido, pero el perro no de perdía. Ya los dos se empezaron a sentir
cansados de caminar, al llegar a la casa de don Felipe, se entraron los dos y
cerraron rápido la puerta, entonces aquel perro empezó a empujar la puerta con
los cascos de sus patas, la mama de aquel joven salió con un crucifijo y le hizo la
señal de la cruz, después de esto, el perro desapareció. Don Héctor decía que el
Cadejo se los quiso llevar.

3) José había estado chupando con sus amigos durante todo el día, y ya entrada
la noche estaba tan bolo que se quedó tirado en una calle. En horas de la
madrugada, ya medio bueno, se estaba tratando de parar, cuando vio un perro
negro muy lanudo que le paso la lengua por la boca. Con mucho trabajo se logro
parar, y se fue como pudo se fue caminando por todas la calles; detrás de él iba el
perro, que hacia ruido con sus casquitos de cabra. En el tanque de San Gaspar
uno hombres quisieron robarle a José, pero el gran perro lo defendió y lo siguió
hasta dejarlo en la puerta de su casa. Después de ese día el perro lo siguió
durante nueve noches seguidas. Porque cuando el Cadejo, le lame la boca a uno
le sigue por nueve días. Y también uno nunca más deja de tomar, por eso José se
murió por bolo.
9.2 La Llorona

La Llorona, la mujer fantasma que recorre las calles de las ciudades en busca de
sus hijos.

Cuenta la leyenda que era una mujer de sociedad, joven y bella, que se caso con
un hombre mayor, bueno, responsable y cariñoso, que la consentía como una
niña, su único defecto... que no tenia fortuna.

Pero el sabiendo que su joven mujer le gustaba alternar en la sociedad y " escalar
alturas ", trabajaba sin descanso para poder satisfacer las necesidades
económicas de su esposa, la que sintiéndose consentida despilfarraba todo lo que
le daba su marido y exigiéndole cada día mas, para poder estar a la altura de sus
amigas, las que dedicaba tiempo a fiestas y constantes paseos.

Marisa López de Figueroa, tuvo varios hijos estos eran educados por la
servidumbre mientras que la madre se dedicaba a cosas triviales. Así pasaron
varios años, el matrimonio.

Figueroa López, tuvo cuatro hijos y una vida difícil, por la señora de la casa, que
repulsaba el hogar y nunca se ocupo de los hijos. Pasaron los años y el marido
enfermó gravemente, al poco tiempo murió, llevándose " la llave de la despensa ",
la viuda se quedó sin un centavo, y al frente de sus hijos que le pedían que comer.
Por un tiempo la señora de Figueroa comenzó a vender sus muebles. Sus alhajas
con lo que la fue pasando.

Pocos eran los recursos que ya le quedaban, y al sentirse inútil para trabajar, y sin
un centavo para mantener a sus hijos, lo pensó mucho, pero un día los reunió
diciéndoles que los iba a llevar de paseo al río de los pirules. Los ishtos saltaban
de alegría, ya que era la primera vez que su madre los levaba de paseo al campo.
Los subió al carruaje y salió de su casa a las voladas, como si trajera gran prisa
por llegar. Llegó al río, que entonces era caudaloso, los bajo del carro, que ella
misma guiaba y fue aventando uno a uno a los pequeños, que con las manitas le
hacían señas de que se estaban ahogando.

Pero ella, tendenciosa y fría , veía como se los iba llevando la corriente, haciendo
gorgoritos el agua, hasta quedarse quieta. A sus hijos se los llevo la corriente, en
ese momento ya estarían muertos . Como autómata se retiro de el lugar, tomo el
carruaje, salió como "alma que lleva el diablo ", pero los remordimientos la hicieron
regresar al lugar del crimen. Era inútil las criaturas habían pasado a mejor vida.
Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, se tiro ella también al río y pronto se
pudieron ver cuatro cadáveres de niños y el de una mujer que flotaban en el río.

Dice la leyenda que a partir de esa fecha, a las doce de la noche, la señora Marisa
venia de ultratumba a llorar su desgracia: salía del cementerio (en donde les
dieron cristiana sepultura) y cruzaba la ciudad en un carruaje, dando alaridos y
gritando ¡ Aaaaay mis hijos ¡ ¡ Donde estarán mis hijos ¡ y así hasta llegar al río de
los pirules en donde desaparecía. Todas las personas que la veían pasar a
medianoche por las calles se santiguaban con reverencia al escuchar sus gemidos
y gritos. Juraban que con la luz de la luna veían su carruaje que conducía una
dama de negro que con alaridos buscaba a sus hijos.

Las mujeres cerraban las ventanas, y al trasnochador que venia con copas, hasta
la borrachera se le quitaba al ver aquel carro que conducía un espectro, donde iba
la llorona, del carruaje salían grandes llamaradas y se escuchaba una largo y triste
gemido de una mujer, un esqueleto vestido de negro, el que guiaba el carruaje,
jalado por caballos briosos. Un día, cuatro amigos, haciéndose los valientes,
quisieron seguir al carruaje que corría a gran velocidad por céntrica calle de
Aguascalientes que daba al río pirules.

Ellos la seguían, temblando de miedo, pero dándose valor con las copitas, dio un
ultimo grito de tristeza y dolor ¡ Aaaay mis hijos ¡ y desapareció con todo y
carruaje.
9.3 La Siguanaba

Según lo que cuenta la leyenda, todos los trasnochadores están propensos a


encontrarla. Sin embargo, persigue con más insistencia a los hombres
enamorados, a los Don Juanes que hacen alarde de sus conquistas amorosas. A
estos, la Siguanaba se les aparece en cualquier tanque de agua en altas horas de
la noche, o a orillas de ríos según otras versiones. La ven bañándose con una
palangana de oro y peinando su hermoso cabello negro con un peine del mismo
metal, su bello cuerpo se trasluce a través del camisón.

Dicen las tradiciones que el hombre que la mira se vuelve loco por ella. Entonces,
la Siguanaba lo llama, y se lo va llevando hasta un barranco. Enseña la cara
cuando ya se lo ha ganado, su rostro se vuelve como de muerta, sus ojos se salen
de sus cuencas y se tornan rojos como si sangraran. Su antes tersa y delicada piel
se torna arrugada y verduzca, sus uñas crecen y suelta una estridente risa que
paraliza de terror al que la escucha. Para no perder su alma, el hombre debe
morder una cruz o una medallita y encomendarse a dios.

Otra forma de librarse del influyo de la Siguanaba, consiste en hacer un esfuerzo


supremo y acercarse a ella lo más posible, tirarse al suelo cara al cielo, estirar la
mano hasta tocarle el pelo, y luego tirar el él. Así la Siguanaba se asuta y se tira al
barranco. Otras versiones dice que debe agarrarse de una mata de escobilla, y
así, cuando ella tira de uno, al agarrarse la víctima de la escobilla, ella siente que
le tiran del pelo. Esta última práctica es más efectiva, ya que es el antídoto propio
que contrarresta el poder maléfico de esta mujer mágica. Un método funcional al
observar a una mujer en el río sin saber si es la Siguanaba, consiste en gritar tres
veces seguidas: “No te vas a ir María pata de gallina”. Si es la Siguanaba se
asustará y se lanzará al barranco, si no era ella te dirán que estás loco, pero al
menos estarás seguro.

Entre las muchas versiones que existen es famosa aquella que cuenta que
Siguanaba era una joven muchacha, que al cumplir dieciocho años le obligaron a
casarse con un hombre cuarenta años mayor que ella. Pero ella rehusó casarse
con ese hombre, ya que estaba enamorada de otro. Cuando el hombre que quería
casarse con ella se enteró de esto decidió matar al enamorado de la muchacha
ahogándole en el río, y le encerró a ella en una habitación hasta que le hizo efecto
un hechizo que la hizo convertirse en una mujer fea y vieja. Desde entonces
Siguanaba recorre la orilla de los ríos buscando a su enamorado.

Un hombre después de trasnochar caminando cerca de un fuente, veía el cielo las


estrellas centellantes; ni siquiera había amanecido cuando vio bañándose en el
agua fría de la fuente una mujer con un hermoso vestido blanco, de hermosa
figura, cabello largo y negro.
El hombre le preguntó:
Que haces a esta hora bañándote, quieres que te ayude?
La hermosa mujer dejó de bañarse, y sin mostrarle el rostro le hizo una señal.
Me está llamando dijo el borrachín.
La mujer caminó hacia el cementerio y el hombre la siguió impaciente e
incansablemente, cada vez que se le acercaba, la mujer se desplazaba lejos de el.
Entonces el hombre por fin la alcanzó y pudo contemplar su rostro endemoniado,
parecía un caballo, ésta se abalanzó sobre el y trató de llevárselo gimiendo un
grito escalofriante, enterrándole las uñas para sepultarlo en los barrancos
cercanos.
Desesperadamente el hombre recogió una medallita que tenía colgada en el
cuello, y empezó a orar ya que no podía escapar de la mujer.
Cuando la mujer vio la medalla lo soltó y se lanzó al barranco.
El hombre sobrevivió al ataque y llegó a su casa con sus brazos y espalda
desgarrados. Su familia trató de curarlo pero el hombre contó la historia y murió a
los pocos días debido a sus heridas que nunca sanaron.
9.4 El Sombrerón

Según las leyendas de Guatemala, El Sombrerón es un hombre de muy poca


estatura que siempre viste de negro, utiliza un cincho grueso y brillante y un par
de botas que dejan un ruido estruendoso a su paso. En la cabeza lleva un
sombrero de grandes proporciones, el cual esconde su mirada y sus
intenciones y al hombro una guitarra.

Se afirma en la tradición oral que El Sombrerón recorre las calles y los barrios de
Guatemala acompañado de cuatro mulas. Su propósito es enamorar a jóvenes
mujeres, especialmente a las de ojos grandes y cabello largo. Las enamora y
atrae interpretando canciones con su dulce voz y los mejores acordes de su
guitarra.

Se dice que este ser concreta su hechizo al amarrar las cuatro mulas frente a la
casa de la joven de la cual se ha enamorado. Las jóvenes al notar la presencia de
El Sombrerón, quedan embrujadas e hipnotizadas por él, quien luego las persigue,
les trenza el cabello, no las deja comer ni dormir.

El final para quienes caen en el hechizo de El Sombrerón es la muerte.

El sombrerón es un personaje mitológico dentro de las leyendas de Guatemala.


Tambien se le conoce como Tzitzimite.

Está representado como un personaje de corta estatura que lleva un enorme


sombrero, y da serenatas a las mujeres para que se vayan con él formando parte
de la amplia gama de almas perdidas de este personaje.

Tiene una guitarra y viaja en una mula (según versiones viaja en caballo) que
lleva carbón. Está vestido de negro y lleva un cinturón grueso y brillante. La
tradición dice que es un ranchero del norte de México que canta rancheras y
enloquece a todos, especialmente a las mujeres, que se quedan encantadas con
su sombrero.

El sombrerón aparece al anochecer y recorre los barrios de la ciudad. Cuando ve


a una mujer amarra su mula, coge la guitarra y comienza a cantar y bailar.

Las leyendas de sombrerón son muchas y variadas, pero la base de ellas podría
ser la siguiente:

En uno de los barrios de la ciudad vivía una joven hermosa, con pelo largo y
grandes ojos de color negro. Tal era su belleza que todos los jóvenes del lugar
querían conquistarla, pero ninguno conseguía hacerlo. Un día al anochecer, se
asomó a la ventana y vio aparecer a un hombre pequeño que portaba una
guitarra. Este hombre, al verla tras la ventana, quedó maravillado por su belleza y
comenzó a tocar canciones con su guitarra. La joven quedó hipnotizada desde la
primera nota que escuchó. Este hecho no pasó desapercibido por los padres de la
muchacha, y llamaron al sacerdote para que bendijera la casa y así poder librar a
su hija de ese hechizo. Pero no lo consiguieron. La muchacha no comía ni dormía,
y no podía apartar su mente de la música. Finalmente, los padres muy
preocupados por su salud, llevaron a la joven a la iglesia, le cortaron el pelo y así
consiguieron que ese hombre dejara de molestarla.

Hay quienes afirman haberlo visto muchas veces confundido entre las sombras del
bosque. Y otros afirman que el sombrerón es un hombre pacífico que no se mete
con nadie, exceptuando a los borrachos y maleantes.
9.5 La Tatuana

Se dice que por haber sido acusada de brujería y encarcelada, la mujer se volvió
loca e hizo un pacto con el diablo. Este ser la liberó de la cárcel. Además, la
condenó a vagar eternamente sobre un barco en los días de lluvia.

Una de las versiones más antiguas, afirma que en la época colonial guatemalteca
existió una mujer joven y bella, de origen mulato. A esta la llamaban Tatuana,
quien disfrutaba de los placeres carnales y del lujo. Sus actitudes no eran bien
vistas en una sociedad como la de ese entonces.

Leyenda de La Tatuana en Guatemala

Se acusó a la mujer de brujería y de hacer hechizos para atraer a los hombres.


Además se dijo que era codiciosa y no seguía los preceptos de la Iglesia. Esto dio
paso a que La Tatuana fuera juzgada por el tribunal de la Santa Inquisición y fue
condenada a muerte.

La mujer se rehusó a confesar sus pecados antes de morir. Según cuentan, la


noche anterior a su ejecución pidió como última favor que le brindaran un trozo de
carbón, unas velas y unas rosas blancas.

Utilizó las cosas para realizar en su celda un altar y un hechizo. Con el trozo de
carbón pintó en la pared un gran barco, mientras recitaba conjuros. Entonces
apareció frente a ella el demonio, quien la sacó de allí en el barco que había
pintado en la pared.

La tatuana es una leyenda que habla sobre una mujer acusada de brujería. Por ello fue
encarcelada y sujeta bajo las leyes de la santa inquisición. Cuentan que la mujer se volvió
loca e hizo un pacto con el diablo. El diablo la libró de la cárcel y la condenó a vagar por el
mundo sobre un barco en los días de lluvia.

Hay relatos que cuentan que hace muchos años, en época colonial, hubo en Guatemala
una joven y bella mujer de origen mulato a la que llamaban Tatuana, que disfrutaba con
los placeres de la carne y con los placeres del lujo, los cuales no estaban bien vistos en una
sociedad recatada y religiosa. Así pues, se acusó a la joven de brujería y de hacer
maleficios para conseguir a los hombres. Se le acusó de codicia y de no seguir los
preceptos de la iglesia. Por todas estas razones fue juzgada por el tribunal de la Santa
Inquisición, y fue condenada a muerte. La Tatuana se negó a recibir la gracia de confesión
de sus pecados antes de morir. Cuentan, que la noche anterior a su muerte, pidió como
última gracia un trozo de carbón, unas velas y unas rosas blancas. Con estas tres cosas hizo
en la celda una especie de altar donde realizó una hechicería. Con el carbón pintó en la
pared una gran barca mientras recitaba conjuros, y se dice que se presentó ante ella el
mismo demonio. El demonio le sacó de la celda montada en la barca que había pintado en
la pared, y se dice que todavía se la puede ver en los días que llueve grandes aguaceros.
Se cree que los antecedentes de esta leyenda provienen de la mitología maya, y más
concretamente de la leyenda de Chimalmat (Diosa que se vuelve invisible por causa de un
encantamiento).

Cuenta la leyenda dice que hace muchos años, una mujer joven y hermosa de origen
mulato a la que llamaban Tatuana, se sentía muy libre y disfrutaba de los placeres de
la carne sin pudor, algo que para esa época era mal visto.

Todas las personas de ese entonces eran muy religiosas y escandalizadas por las
actitudes de la mujer, la tacharon de bruja.
La acusaban de utilizar hechizos para atraer a los hombres, también la juzgaban por
codiciosa y la rechazaban por no comportarse como una dama de iglesia.
La Tatuana
Foto: Archivo

Por todo esto fue llevada a la corte, y el tribunal de la Santa Inquisición la quiso
obligar a confesar sus crímenes a cambio del perdón, sin embargo, ella se negó y fue
condenada a muerte.

La tatuana estuvo reclusa por varios días, y un día antes de su muerte ella pidió como
último deseo, un trozo de carbón, rosas blancas y una vela.
Cuando recibió todos los objetos, hizo un altar de hechicería en su celda, decidió hacer
un pacto con un demonio y a cambio de su libertad, le dio su alma.
Usó el carbón para pintar en la pared un barco, mientras gritaba algunos conjuros.
En ese momento un demonio se apareció y juntos se subieron al barco y huyeron.
Según cuentan, algunas personas la han visto en días lluviosos, navegando en su barca
y vagando por las calles.
9.6 El Xocomil

Cada mañana, la hija del cacique de la región se bañaba en los ríos dirigidos
hacia los imponentes volcanes. Su nombre era Citlatzin, que significa Estrellita.

Citlatzin era hermosa y cantaba con una dulzura incomparable. Es por esto que
los ríos se enamoraron de ella. Cada día esperaban el baño de la doncella con
anhelo. Los tres ríos se consideraban a sí mismos como amantes de Citlatzin,
pero sabían bien que ella era la prometida del hijo de otro cacique.

Una mañana después de su baño cotidiano, Citlatzin se encontró con Tzilmiztli,


un plebeyo. En esa región no era permitido que la nobleza tuviera relación o
contacto alguno con los plebeyos. Sin embargo, eso no impidió que se
enamoraran.

En el departamento de Sololá, Guatemala se encuentra el Lago de Atitlán. Es


considerado uno de los lagos más bellos del mundo. Está rodeado de tres
volcanes: Atitlán, Tolimán y San Pedro. En las márgenes del lago se encuentran
varias poblaciones de origen maya. La naturaleza alrededor del lago así como la
gente con sus trajes indígenas de colores vibrantes hacen de este lugar una de las
atracciones turísticas más grandes del país. Una de las características del lago es
un viento fuerte llamado Xocomil que empieza a las cinco de la tarde y que no
permite la navegación por las aguas del lago a esa hora. Es muy temido por las
grandes olas que levanta y por la rabia con la que sopla. La etimología de
Xocomil, proviene de las voces kaqchikeles (un idioma hablado en Guatemala)
"Xocom", de jocom (recoger) e "il" (pecados), o sea el viento que recoge los
pecados de los habitantes de los pueblos situados a orilla del lago.

Cuenta la leyenda que antes de la formación del lago habían tres ríos que se
juntaban al centro de los tres volcanes. Cada mañana iba una doncella a bañarse
a los ríos. La doncella era de una cabellera larga y negra, delgada de piel suave y
fina y de una belleza incomparable. Era la hija del cacique de la región y su
nombre era Citlatzin que significa “estrellita”. Cantaba con una dulzura
excepcional y las aguas de los ríos se enamoraron de ella y cada día esperaban el
baño de Citlatzin con ansias. Los ríos se creían los amantes de Citlatzin aunque
sabían que ella era la prometida del hijo del cacique del norte.

Una mañana de tantas, después del baño usual, Citlatzin decidió dar un paseo
para recoger algunas flores para su madre. En el camino se topó con Tzilmiztli.
Tzilmiztli era hijo del carpintero de la región, por lo tanto un plebeyo. Su nombre
significa “Puma Negro”. No era permitido que la nobleza se mezclara con los
plebeyos pero el encuentro casual de Citlatzin y Tzilmiztli los impactó a los dos. Al
verse a los ojos sintieron como la electricidad les recorría el cuerpo y no querían
separarse jamás. Hablaron de todo un poco y acordaron volverse a ver a la
mañana siguiente en el mismo lugar. Desde ese día, Citlatzin y Tzilmiztli se
encontraban a escondidas y compartían momentos inolvidables. Una mañana sin
pensarlo Tzilmiztli le rozó la mejilla y la besó apasionadamente. Del beso pasaron
a más y así empezaron a tener una apasionada aventura amorosa que los hizo
enamorarse y aferrar el alma hacía un destino incierto y sin futuro.

Mientras tanto los ríos veían un cambio en Citlatzin que no sabían como
interpretar. Ya no jugaba con sus aguas cristalinas como antes sino que se
apresuraba a bañarse y hasta dejó de cantar para ellos. Ellos sabían que algo la
distraía pero no comprendían que era. Después de algunos meses se empezaron
a ver cambios en el cuerpo de Citlatzin. Los ríos que conocían todos sus rincones
sabían que estaba diferente. Sus formas de niña se había transformado a formas
de mujer. Sospechaban que Citlatzin se había enamorado pero no podían estar
seguros. Sabían que faltaba bastante tiempo para que ella se casara asi que no
comprendían quien podía estarla distrayendo. Se morían de la curiosidad así que
decidieron preguntarle al viento si podía contarles que sucedía. El viento les contó
de los encuentros de Citlatzin con Tzilmiztli. Los ríos se cegaron de los celos y
decidieron hacer algo para separarlos. Le pidieron al viento que les ayudaran a
traer a Tzilmiztli y Citlatzin a los ríos. Querían castigar a Tzilmiztli enfrente de
Citlatzin para que ella supiera que con ellos no se jugaba.

El viento empujó a Tzilmiztli y a Citlatzin hacia los ríos y cuando llegaron a la orilla
empujó con más fuera a Tzilmiztli para que entrara a las aguas de los ríos.
Tzilmiztli se enredó en las aguas enfurecidas mezcladas con el viento que lo
envolvían para hundirlo en ellas. Cuando Citlatzin notó lo que estaba sucediendo
decidió que no podía vivir sin Tzilmiztli y voluntariamente entró a las aguas y en
medio de la furia tomó la mano de Tzilmiztli para luego hundirse con él hasta las
profundidades. Los ríos al ver que Citlatzin había decidido acabar su vida junto a
Tzilmiztli se enfurecieron aún más hasta formar un choque de corrientes que
cubrió casi toda la región. Así fue como se formó el Lago de Atitlán. Las aguas
nunca olvidaron la traición de su amada y junto con el viento todavía protestan su
pecado.
9.7 El carruaje de la muerte

Cuenta la leyenda que el sonido de las ruedas de una carreta puso en alerta a
pobladores de Oaxaca, pues siempre se escuchaban a la misma hora. La persona
que se arriesgó a investigar de qué se trataba terminó encontrando la muerte y
todo indicaba en su cuerpo, que había sido de una forma muy trágica.

Mucho tiempo atrás, en aquella época en donde todavía la electricidad no llegaba


a Oaxaca, se presentó un inexplicable suceso del que todos hablaban.

Allá, en lo que era conocido como el callejón de La Soledad, ahora Av. Morelos,
cerca del Convento de las Capuchinas y cerca de la Iglesia de La Soledad y de
San José, en altas horas de la noche, cuando todo se encontraba en completa
obscuridad, las monjas que habitaban el recinto y que se encontraban cumpliendo
alguna penitencia decían escuchar una vieja carreta recorrer las calles a paso
rápido.

La duda entre los pobladores de querer conocer de quién se trataba iba creciendo,
pues el rechinar de las llantas y el galope de los caballos en ocasiones no los
dejaba dormir; inclusive en algunas ocasiones se podía escuchar a lo lejos el
lamento de algunas personas.

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Fue una conocida señora del pequeño pueblo, la que una noche al escuchar que
la carreta se acercaba decidió asomarse por la ventana para descubrir de quién se
trataba, pudo ver la sombra de los grandes caballos, pero de repente cuándo trató
de identificar quién era el cochero encapuchado su sorpresa fue tal que terminó
desmayada, pues se trataba de la mismísima muerte.

Al tercer día la mujer fue encontrada muerta, llena de moretones, raspaduras y


quemaduras, algo así como si hubiera sido arrastrada durante mucho tiempo.

Los pobladores pronto atribuyeron el fallecimiento a la carreta de la muerte, por lo


que decidieron rezar durante las noches encerrándose en sus casas y evitando a
toda costa asomarse por la ventana.

A la fecha algunos habitantes todavía aseguran escuchar por las noches la famosa
carreta, pero nadie se ha atrevido a salir nuevamente para descubrir de quién se
trata, pues temen encontrar antes de lo esperado su muerte.

Después de un largo y arduo día de trabajo en el campo, Mario se dirigía a su


casa en la ciudad. Ya casi anochecía y caminaba de prisa. Poco antes de llegar a
su casa escuchó el sonido de un carruaje muy cerca, lo que era muy normal en
aquella época. Pero este sonido era diferente, sintió mucho temor. Corrió y decidió
esconderse en el parque, detrás de los árboles.

Sin darse cuenta, Mario pasó la noche en el parque. De repente, despertó por el
frío que sintió y recordó lo ocurrido la noche anterior. En ese momento pensó que
temerle a un carruaje había sido algo absurdo. Se levantó y fue a su casa.

Los días pasaron y Mario no podía olvidar lo ocurrido, así que decidió contárselo a
un amigo. Al escucharlo el amigo también le compartió lo que contaba la gente al
respecto. Dicen que por las noches se escuchaba a un carruaje ir a toda
velocidad y que iba recogiendo a la gente que moría, era conocido como El
Carruaje de la Muerte.

Mario no se quedó tranquilo y junto con su amigo decidieron esperar esa noche y
así confirmar si los rumores eran ciertos. Se encontraban en parque bajo la noche
fría y solitaria cuando comenzaron a escuchar el sonido de un carruaje. Poco a
poco pudieron verlo, cada vez más cerca. En efecto, se trataba de un carruaje
negro, tirado por caballos negros y con un conductor vestido completamente de
negro también.

Cuando por fin el carruaje estaba frente a ellos, el conductor los observó fijamente
y ambos hombres se desmayaron. A la mañana siguiente, despertaron de frío.
Desde entonces, tanto Mario como su amigo se esconden donde pueden cada vez
que escuchan el sonido de un carruaje, sobre todo por las noches.
9.8 El hombre del más allá

Cuentan por allí que en tiempos remotos, una anciana atravesaba muy de
madrugada el Callejón del Colegio. Con paso apurado se le veía pasar para lavar
ajeno a una "de las casas grandes". Otras veces, iba cargando canastos llenos de
verduras para preparar comidas tradicionales que le solicitaban mucho en los días
de fiesta. Su fama de cocinera le había permitido sobrellevar la precaria vida que
compartía con su joven y hermosa hija.
Así también transcurría sus días mientas, en su humilde casa, la joven atendía
una pequeña venta de leña y carbón.
La hermosa carbonera se llamaba Lucía. Tenía unos ojos grandes y claros, nariz
fina y un abundante pelo castaño. Su belleza conmovía a quienes la veían pasar
cargando redes de carbón con sus manos negras y una profunda tristeza en la
mirada.
De todos os barrios llegaban jóvenes pretendientes, venían de El Sagrario, La
Merced, San Francisco y aun de los más humildes, como La Parroquia y
Candelaria. Ninguno llenaba sus expectativas.
Esperaba encontrar un hombre con tanta riqueza que la sacara de esta pequeña
ciudad. La Nueva Guatemala de la Asunción la asfixiaba y aburría.
La ambición se había apoderado de su ama y corroía su corazón cada día más.
De nada sirvieron los consejos de su anciana madre, ni los ensalmos y oraciones
de la curandera de La Parroquia Vieja.
La idea de una vida de opulencia le robaba el sueño, y he aquí que una noche
sucedió algo extraordinario.
Lucia soñaba con una vida llena de lujos, sentada en una esquina del patio.
Mientras, las campanadas de la Iglesia de la Recolección se mezclaban con la luz
de una hermosa luna de noviembre.
Su ensoñación se rompió cuando observó una pequeña llamita en la sombre del
gran aguacatal. SE elevaba y cambiaba de forma, por lo que Lucia comenzó a
asustarse.
"En donde aparece una luz es porque hay dinero enterrado", decía la vieja historia
que se contaba en el barrio. Sus ojos se iluminaban de alegría y, sin pensarlo más,
buscó un trozo de leña para hacer una estaca y marcar el lugar para sacar el
tesoro al día siguiente.
Estaba tan emocionada clavándola al pie del árbol, que no se percató que entre la
sombre surgió una figura masculina esbozada en una gran capa azul.
"Sé por qué pones la estaca en la luz del dinero", le dijo el espectro con vos
profunda. La joven brincó del susto, pero se quedo petrificada por la mirada del
extraño hombre del más allá.
"Lucía, tú ambicionas una vida de lujo, viajes y joyas - dijo acercándose más-. Yo
soy el dueño de este "entierro" y vengo a entregártelo, pero antes te impongo
varias condiciones".
"Aquí te dejo este viejo tarro de leche con toda mi fortuna. La vas a dividir en tres
partes: La primera es para que hagan misas en la Iglesia de San Sebastián, deben
rogar porque mi alma entre por fin al cielo. La segunda parte es para los pobres y
la otra es para ti. Pero eso sí, no puedes contarle a nadie, ni abrirlo hasta que
oscurezca el día de Nochebuena. ¡Disfrútalo!, el espectro se envolvió en la gran
capa y se fundió entre las sombras de aquel árbol.
Lucía arrastro el pesado tarro y lo escondió en lo más profundo de la carbonera.
Esa noche la pasó en vela, entre la emoción y el espanto.
Desde entonces sentía que el tiempo pasaba más lento. Contaba los días, las
horas y los minutos que faltaban para Nochebuena. Iba y venía sin sosiego, los
nervios comenzaron a traicionarla y ante la preocupación de su madre, no pudo
soportar más y, faltando únicamente un día, le contó su secreto.
"Ya mañana se cumple la fecha, y al muerto no le importará", le dijo a su madre y
corrió a abrir el oxidado tarro. Presa de euforia, no escuchó las advertencias de la
anciana. Con los ojos desorbitados hundió las manos dentro y para su sorpresa
sacó muchas monedas… pero de carbón.
"¡No, no puede ser" Me hubiera esperado otro día. ¿Por qué no me esperé un día
más?, lloraba Lucía.

Cuentan que envejeció sentada en la venta de carbón. Su rostro se fue


marchitando ante la mirada de los transeúntes que murmuraban en voz baja la
historia de aquella que antes había sido bella, y que sola se había condenado a
vivir añorando grandes lujos y riquezas por siempre.
9.9 El señor de los cerros

Cuentan los antepasados que antes de cazar en un cerro se él tiene que pedir
permiso a el señor del cerro.
Juan y José eran persones de 35 años ambos estaban casados, Juan tenía 5
hijos y José tenía 2 hijos, a los dos les gustaban las aventuras así que salían
diariamente a lugares poco poblados a encontrar cosas antiguas para luego
venderlas.
Un día llego la suegra de Juan y le dijo que tenía una nueva aventura para
ellos, la aventura era ir a un cerro (montaña) el cual estaba en la Nueva
Guatemala de la Asunción y tenían que ir en busca de un tesoro de instrumentos o
armas Aztecas y Mayas sin pensarlo dos veces se pusieron en camino.
Al llegar ellos encontraron bastantes artefactos de bastante valor y antigüedad
recogieron todo lo que pudieron, tenían hambre y entonces se dispusieron a matar
a un venado cuando lo mataron juntaron leña y lo asaron y se lo comieron , ambos
se durmieron cuando José oyó que un cerro le decía al otro:
José despertó a Juan y le platico de lo que había oído los dos rápidamente
corrían cuando culebras, lobos y más animales los seguían al llegar a su casa no
dijeron nada entonces al día siguiente estaban bien malos y entonces los llevaron
con una curandera a cual le tuvieron que decir lo que había pasado ella les dijo
que para que se curaran tenían que ir quemar mirra, incensio, velas de colores y
más cosas al hacer eso se les presento un señor grande de tamaño y ellos le
pidieron perdón y el les dijo que solo por esta vez los perdonaría.

Sebastián García fue a la montaña, entre Chimenjá, Alta Verapaz; Chichimuch,


Sololá y el Cerro Tzumuy, Alta Verapaz, este es un cerro muy respetado entre los
naturales, es parte de sus costumbres.

Se le llama en los rezos como Señor de la Lluvia o Tzultaká, conocido por toda la
gente de ese departamento, pues cuando hay tempestad en estas sierras es
segura el agua en toda la región norte y sur, porque los cerros son lo que dan el
agua.

El abuelo de Sebastián tenía que recoger zarzaparrilla para unas curaciones que
le encargaron, él era dueño de parcelas en Chichimuch y Chimenjá, sabía que allí
había esta planta y se fue a estos lugares, después de dos semanas de recorrido
dispuso acampar con las gentes que lo llevaban en Tzumuy, al lado de una peña
que tenía una cueva para hacer el campamento.

Al fondo de la cueva había una entrada, pero no le prestaron atención, colocaron


su hamaca cerca de la entrada y por el cansancio en la búsqueda de la
zarzaparrilla se quedaron dormidos.
Al entrar más la noche se despertó el abuelo. Al ver un bulto lo empujó para
quitarlo de la entrada y poder salir de ahí, él logró medio ver un animal grande que
no era más que el felino más grande que hubiera imaginado y visto.

Asustado, despertó a sus compañeros y trataron de perseguirlo, pero se les


escapó. Al otro día, al buscar encontraron la zarzaparrilla como para trabajar una
semana, pero el abuelo tenía fiebre y pasaron un día, dos, tres, cuatro y no daba
señales de que se le quitara.
9.10 La tejedora y el colibrí

Una tarde bajo la tenue luz del sol de noviembre se encontraba Pilarcita, la típica
muchachita. Sin duda alguna, era la tejedora más linda de Huehuetenango. Su
sonrisa conquistadora hacía temblar a todo caballero que tímidamente la
saludaba.

Su largo cabello negro, cubierto por los vivos colores de los hilos de algodón que
adornaban su peinado, emanaba un hermoso brillo. Como de costumbre se
encontraba tejiendo.

Esa tarde, apareció un apuesto joven de su barrio. Sin chistar palabra se le acercó
y la tomó de las manos. Sus miradas se entrelazaron, sus corazones se
aceleraron y sin que mucho pasara, ambos se enamoraron.

Pasaron toda la tarde enamorándose, sin decirse una sola palabra, se miraban.
Eran sus corazones los que hablaban. No era necesario que sus labios se
movieran para que pudieran entenderse a la perfección.

Una vez había un patojo que estaba paseando. De repente llegó a un rancho
donde había un naranjo enfrente. El naranjo tenía muchas flores muy blancas, y
había una patoja muy chula sentada debajo tejiendo. Al patojo le gustaba mucho y
cuando la vio desde lejos quiso estar con ella y platicar, pero no podía entrar
porque el papá de ella estaba en el rancho y el patojo tenía miedo. Pero le
gustaba mucho y quería estar ya ahí con ella, pero tenía mucho miedo.El patojo
vio que el naranjo tenía muchas flores y dijo:
—¿Qué hago ahora para poderme enamorar a esta patoja? No aguanto la gana
de no hablar con ella, no aguanto que ella no Ilegue a ser mi mujer. Lo que voy a
hacer es convertirme en un animal, pero no un animal malo, porque si me
convierto en un animal malo se asusta la patoja y a lo mejor me mata. Mejor que
me convierta en un colibrí para que le guste yo.
Entonces, se convirtió en un colibrí, salió volando y se fue a parar al naranjo.
Estaba volando muy rápido y empezó a comer en las flores. Estaba haciendo
mucho y era de color muy bonito. La patoja estaba tejiendo y cuando se dio
cuenta del colibrí, de una vez fijaba los ojos en él y le gustaba mucho, ya no hacía
su huipil, le gustaba mucho el colibrí y su color. El colibrí vio que la patoja se fijaba
en él y por eso hacía más todavía, a veces llegaba muy cerca. Entonces, la patoja
dijo:
—Es muy bonito ese animalito, pues ¿qué hago para poder tenerlo?, ¿se dejará él
o no? Si se deja voy a hacer uno en mi huipil, igual a ese, lo voy a hacer muy
chulo. Y que el colibrí nunca se iba.
Entonces, la patoja llamó a su papá y llegó el señor, el indio. Ella le dijo entonces:
—Tata, mira a ese animalito ahí. Me gusta mucho, ¿por qué no me lo matás?
Quiero hacer uno en mi huipil, me gusta mucho.
Entonces, con mucho cuidado se fue el papá de la patoja, pero el colibrí no hacía
nada, ni siquiera se movía para que no lo matara. Poco a poco llegó el señor con
él y en la primera prueba lo agarró. La patoja estaba muy contenta, luego dejó su
huipil y lo agarró de su papá. El colibrí no hacía nada, estaba en las manos de la
patoja y estaba muy alegre. Y la patoja le dijo a su papá:
—Tata, buscále un lugar y pongámoslo dentro, no aguanto soltarlo.
Y buscaron una jaula y lo pusieron adentro y cerraron la puerta. A la patoja le
gustaba tanto que no comía y también al colibrí le gustaba la patoja. Al anochecer
lo pusieron en el rancho, pero el rancho estaba dividido en cuartos y los papás
dormían en un cuarto y la muchacha dormía en otro, sólita ella. Cuando se fueron
a dormir los papás lo pusieron con ellos, pero el colibrí no se conformaba con
quedarse con ellos y se quedó apenado; comenzó a hacer ruido, que se tiraba con
los lados de la jaula y chillaba mucho y todo.
La patoja lo estaba oyendo y se puso muy triste, y dijo:
—Y si se muere este colibrí... está muy agitado, no lo aguanto. Y se levantó pues.
Abrió la puerta, entró donde estaban durmiendo sus tatas y dijo:
—Voy a llevarme este pajarito porque está muy agitado y tal vez se va a morir,
¿a'l'oyen?
—Ta'bueno pues, llevátelo pues, a ver si no te quita el sueño— le dijeron.

Pasaban las tardes y los muchachos se veían sin falta. Platicaban de sus vidas,
de sus familias y del lejano sueño de algún día fugarse para vivir juntos y felices
por siempre.

Una de esas tardes los muchachos se dedicaban a observar el atardecer y a


escuchar el canto de las aves. De repente, apareció el padre de Pilarcita y se la
llevó por la fuerza. También amenazó al joven para que jamás la volviera a buscar.

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