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Ser escuchado (A propósito de “Joker” de Todd Phillips)

Ciudad Gótica, llena de basura, es el decorado perfecto para la aparición del Joker.
Un territorio fractal, repleto de desconocidos que tropiezan con temor y rabia con el
otro. Lugar dividido, segregado e injusto, que se erige como una incertidumbre
estratificada, el miedo hecho ciudad. Un terreno fértil para el fascismo de Thomas
Wayne, que pretende borrar, con una lógica macabra, los problemas de la gran urbe
burlándose del extraño, acusándolo y atacándolo aun cuando no supone una
amenaza. La presencia del otro perturba porque altera el orden, mancha de
pluralidad el manto homogéneo de la comunidad.
Arthur se enfrenta a una ciudad que no acepta su risa, pues el modus vivendi de
sus habitantes es el temor, la negación del otro. De ahí la arenga de Wayne: limpiar
la ciudad, descontaminarla, como quien lucha contra un virus extraño, de los pobres.
Proteger el territorio emparentando seguridad con pureza. Eliminar a quienes nos
recuerdan el lado oscuro de nuestra condición humana. Es en esa ciudad Gótica,
sumida en una crisis sanitaria, donde la figura frágil, solitaria y llena de
incertidumbres de Arthur Fleck se abre camino.
Para Fleck —personaje huérfano, sin génesis, sin horizonte—, sólo existe un
camino: la caída. Sin embargo, el personaje sube unas escaleras que lo conducen
del subsuelo a una escasa superficie donde puede respirar, y construye una historia
y nos ilusiona, aunque de manera incómoda pues intuimos que su castillo de naipes
será destruido. Cada día, vuelve, después de una asfixiante jornada, al útero
materno, su bote salvavidas, y se prepara para su gran momento. Y vuelve a nacer,
sin esperanza, en una sucesión de comienzos. Y fracasa. El personaje transita por
la vía dolorosa —acompañado por una libreta, de una risa que, por involuntaria, es
inocente—, rumbo al olvido.
La capacidad de ver la vida con alegría se transforma en discapacidad, en
obstáculo, en síntoma de una sociedad sombría, arrastrada hacia la violencia por
un sistema que te condena a sobresalir, que te insta a que atropelles al otro. El film,
que navega en una sucesión de citas, explora un tópico presente en Taxi driver y El
rey de la comedia: el hombre que expresa su malestar por medio de la violencia. Y
ese es el destino de Fleck y de la masa que lo encumbra en la escena final: hacer
patente el miedo, encarnarlo, ser una amenaza real. Ser escuchado.

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