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69-75.

El pecado de Pedro es relatado con veracidad, porque las Escrituras tratan


con fidelidad. Las malas compañías llevan a pecar: quienes se meten
innecesariamente en eso pueden hacerse la expectativa de ser tentados y
atrapados, como Pedro. Apenas pueden desprenderse de esas compañías sin
culpa o dolor, o ambas. Gran falta es tener vergüenza de Cristo y negar que lo
conocemos cuando somos llamados a reconocerlo y, en efecto, eso es negarlo. El
pecado de Pedro fue con agravantes; pero él cayo en pecado por sorpresa, no en
forma intencional, como Judas. La conciencia debiera ser para nosotros como el
canto del gallo para hacernos recordar los pecados que habíamos olvidado. Pedro
fue así dejado caer para abatir su confianza en sí mismo y volverlo más modesto,
humilde, compasivo y útil para los demás. El hecho ha enseñado, desde entonces,
muchas cosas a los creyentes y si los infieles, los fariseos y los hipócritas tropiezan
en esto o abusan de ello, es a su propio riesgo. Apenas sabemos cómo actuar en
situaciones muy difíciles, si fuésemos dejados a nosotros mismos. Por tanto, que el
que se cree firme, tenga cuidado que no caiga; desconfiemos todos de nuestros
corazones y confiemos totalmente en el Señor. Pedro lloró amargamente. La pena
por el pecado no debe ser ligera sino grande y profunda. Pedro, que lloró tan
amargamente por negar a Cristo, nunca lo volvió a negar, sino que lo confesó a
menudo frente al peligro. El arrepentimiento verdadero de cualquier pecado se
demostrará por la gracia y el deber contrario; esa es señal de nuestro pesar no sólo
amargo, sino sincero.

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