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Shikoku, la isla sagrada (y misteriosa) de Japón

Es la más pequeña de las cuatro principales que forman el archipiélago de Japón, pero
suficientemente grande como para dedicarle un solo viaje y, sin duda, la mejor para descubrir la cara
más tradicional del país. Nada que ver con el bullicio de las grandes ciudades japonesas.
No hace tanto que la isla de Shikoku era una desconocida, incluso para la mayoría de los nipones,
hasta que quedó unida a la gran isla de Honshu por Seto-Ohashi, una cadena de puentes colgantes de
13 kilómetros de largo que conectan siete islas del Mar Interior, que se puede cruzar en tren, en
coche y hasta en bicicleta por su carril ciclista.
Una cadena de puentes
colgantes de 13 kilómetros
de largo une 7 islas del Mar
Interior, conectando las de
Honshu y Shikoku. Por ella
discurre una vía férrea, varias
carreteras y un carril bici.

Shikoku es el escenario de un peregrinaje milenario, que tiene una de sus principales paradas en el
templo Ishite-ji de Matsuyama. Por eso, antes de llegar a la ciudad más grande de la isla es fácil
cruzarse en el camino con henros, los peregrinos que siguen los pasos del monje Kobo Daishi, quien
en el siglo VIII introdujo en el país el budismo de la escuela Shingon y también fundó (o al menos
visitó) los 88 templos que conforman este particular itinerario jacobeo. El de Ishite-ji es el número 51
de la ruta.
Muy cerca de la estación del tranvía está el segundo de los tesoros de Matsuyama: Dogo Onsen, uno
de los onsen (fuentes termales) más antiguos de Japón, con más de tres mil años y bajo un edificio de
madera de tres pisos de 1894. Y, en lo alto de una colina desde la que se domina toda la ciudad, el
tercero: su monumental y elegante castillo, al que se puede subir en telesilla, donde contemplar las
vistas, curiosear en sus estancias y hasta divertirse probándose las armaduras y trajes que vestían los
samuráis.
Castillo de Matsuyama, un
hermoso ejemplo de
arquitectura feudal en lo
alto de una colina, a la que
se accede en telesilla.

Algo más de dos horas de carretera hay que emplear para llegar al valle de Iya, un paraíso remoto del
interior de la isla, en la prefectura de Tokushima, con escarpados desfiladeros, espesos bosques y
pequeños pueblos aferrados a montañas de 1700 m de altura donde empaparse del Japón más rural.
Es la selva japonesa y se ofrece para múltiples aventuras, como la de desafiar al vértigo cruzando
kazura-bashi (puentes de lianas), construidos hace unos mil años para unir las quebradas del lugar,
recorrer en barca el río Yoshino entre paredes de roca o probar el rafting en las aguas verdes de las
gargantas de Oboke y Koboke.

Los escarpados desfiladeros,


espesos bosques y pequeños
pueblos aferrados a las
montañas del valle de iYa son
un paraíso remoto del
interior de Shikoku, donde
empaparse del japón más
rural.

Uno de los kazura-bashi o


puentes suspendidos
construidos hace unos mil
años para unir las
quebradas del valle de Iya;
hoy son un vestigio de
ingeniería ancestral en los
que desafiar al vértigo.

Wakimachi es un pueblo curioso, y concentra buena parte de su atención en una calle de 430 metros
y tres siglos de historia en la que se levantan medio centenar de casas tradicionales de estructura
udatsu del periodo Edo. Pertenecían a prósperos comerciantes y hoy invitan a un viaje en el tiempo
guiado por los artesanos que muestras sus pequeñas obras de arte mientras trabajan: miniaturas
hechas con bambú, sombrillas de papel, tejidos teñidos con el color índigo…
Calle de Wakimachi, que
invita a un viaje en el tiempo
guiado por los artesanos que
muestran sus obras de arte
mientras trabajan:
miniaturas de bambú,
sombrillas de papel, tejidos
teñidos con el color índigo...

A una hora de camino queda la pequeña ciudad de Kotohira, en la prefectura de Kagawa, conocida
por tener el mayor complejo de templos de toda Shikoku. Construidos en la ladera boscosa del monte
Zozu, alcanzar el más alto –dedicado a Omono-nushi, protector de marinos y pescadores- requiere un
esfuerzo, el de salvar 1368 empinadísimos escalones de piedra. Parecen interminables, pero se
disfruta con gusto, porque en el camino van saliendo al paso pequeñas tiendas de souvenirs, faroles y
linternas de piedra, toriis y capillas shintoistas inmersas en una vistosa vegetación... Una vez arriba,
no solo el templo, también el trasiego de los monjes y la panorámica al «Monte Fuji» de Kagawa dan
para entretenerse un largo rato.
Algo más lejos espera la ciudad portuaria de Takamatsu, donde buena parte de su atención la acapara
el jardín Ritsurin, un paraíso natural que cambia al ritmo de las estaciones, con estanques, senderos
sinuosos, islas, árboles podados meticulosamente, puentes, casas de té y el verde de los pinos del
monte Shiun como telón de fondo. La mejor despedida para concluir el viaje por Shikoku.
CÓMO LLEGAR
 Desde Osaka, en tren bala a Okayama, desde donde se accede, cambiando de tren, a la isla de
Shikoku atravesando el puente Seto-Ohashi, nexo de unión con la gran isla de Honshu.
 También se puede llegar por ferry desde Wakayama, Hiroshima y Beppu (Kyushu).
DÓNDE DORMIR
En Matsuyama, en el hotel Tsubakikan (tsubakikan.co.jp), a cinco minutos a pie del Dogo Onsen, que
cuenta con sus propios baños termales. También con onsen, en el Grand Hotel Sakuranosho
(sakuranosho.jp/en) de Kotohira, a los pies del santuario Kompira-san. Muy especial es Chiiori Trust
(chiiori.org), un conjunto de casas de campo con techo de paja -en lo alto de una montaña del remoto
valle de Iya; restauradas con respeto por una organización sin ánimo de lucro que lucha contra la
despoblación del mundo rural, es el mejor lugar para saborear la vida tradicional pero con todos los
lujos.
DÓNDE COMER
En Shikoku, lo que hay que probar, sobre todo, son las especialidades de la isla: los udon, unos
tallarines gruesos de trigo que se sirven en sopa; el bonito de Kochi, delicioso en sashimi, sawachi,
pero, sobre todo, en tataki y también la tai o dorada de la prefectura de Ehime. En el valle de Iya, los
lugareños enseñan a los alojados en Chiiori (chiiori.org) cómo hacer los fideos de soba, más finos que
los udon, para luego degustarlos con salsa o en caldo caliente como el ramen. En grandes hoteles,
como los mencionados arriba, se degusta cocina de estilo kaiseki, la mejor expresión culinaria de la
cocina japonesa, alta gastronomía servida en muchas y pequeñas dosis con una disposición exquisita.

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