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Texto: De la interpretación armónica de los artículos 164, 168, 413, 414, 416,
418 y 422 del Código Civil para el Distrito Federal, se desprende que la patria
potestad se ejerce por los padres sobre la persona y los bienes de los hijos, y
en caso de la separación de los progenitores, ambos deberán continuar con el
cumplimiento de sus deberes, quedando el menor bajo los cuidados y
atenciones de uno de ellos (custodia), mientras que el otro tendrá la obligación
de contribuir con el que custodia al menor en todos sus deberes, conservando
sus derechos de convivencia y vigilancia, si no fue privado de la patria
potestad. Por consiguiente, el progenitor que detenta la guarda y custodia
sobre el menor, no puede cambiar unilateralmente el domicilio de éste, ya que
la titularidad de esos derechos no implica un poder omnímodo y exclusivo para
determinar el lugar en que debe vivir el infante, porque tratándose de esa
decisión tan importante debe intervenir también el otro progenitor, ya que al
estar en pleno ejercicio de la patria potestad, conserva el derecho de convivir
con su hijo e, incluso, la obligación de velar por la formación física, espiritual y
moral de él, así como atender a la preparación para una profesión o actividad
determinada, que le represente utilidad, lo que no podría llevar a cabo si éste
es trasladado a un lugar distante sin su consentimiento o sin que se fijen
previamente las bases de la convivencia y visitas entre ambos, por lo que es
inconcuso que los dos padres deben resolver de común acuerdo ese cambio y
en defecto de convenio, debe ser el Juez competente el que determine todo lo
conducente a la formación y educación del menor, entre lo que destaca lo
relativo al lugar y ambiente en que ha de desenvolverse, pues no es posible
que sin una debida justificación se distancie a los hijos de sus padres, en tanto
esto puede implicar una separación fundamental, ya que de cambiar el
domicilio a un lugar muy lejano, sea dentro o fuera del país, es patente que el
progenitor que no tiene la guarda y custodia no podrá disfrutar de la
convivencia con su menor hijo en la forma en que lo venía haciendo, toda vez
que no es lo mismo visitarlo en la propia ciudad a tener que salir incluso del
país para lograr esa convivencia, lo que evidentemente acarrea notorios
perjuicios no solamente para el progenitor sino inclusive para el menor, pues
ya no se fomentarían con la misma intensidad y frecuencia los lazos afectivos
entre ellos; de ahí que sea significativo valorar la conveniencia de que el menor
cambie su residencia o, en su caso, fijar las condiciones bajo las cuales debe
llevarse a cabo ese cambio, en virtud de que esta facultad y correlativa
obligación es una cuestión inherente al ejercicio de la patria potestad y
coetánea de la vigencia del derecho de visita y convivencia con el menor.
Texto: Conforme a los tres últimos párrafos del artículo 4o. de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos, los niños tienen derecho a la
satisfacción de sus necesidades de alimentación, salud, educación y sano
esparcimiento para su desarrollo integral, y queda a los ascendientes, tutores y
custodios el deber de preservar ese derecho. Asimismo, el Estado queda
obligado a cumplir con ese encargo constitucional, que se traduce en una
prestación de hacer, esto es, proveer lo necesario para propiciar el ejercicio
pleno de los derechos de la niñez, así como otorgar facilidades a los
particulares para que coadyuven al cumplimiento de tales derechos. Los
anteriores elementos, gobernado como sujeto activo, Estado como sujeto
pasivo, y prestación, son característicos de un derecho público subjetivo, sin
embargo, el Constituyente Permanente mexicano, autor de la reforma que
introdujo en el texto constitucional la disposición de que se trata, publicada en
el Diario Oficial de la Federación de siete de abril de dos mil, asignó también a
los ascendientes, tutores y "custodios", así como a los particulares, en general,
el deber de preservar los derechos y de coadyuvar a su cumplimiento,
respectivamente. Con ello, a la par del derecho público subjetivo, se creó un
sistema sui generis de corresponsabilidad del Estado y de los particulares,
empero, de ningún modo se relevó al primero de sus obligaciones por esa
alteración de la forma ortodoxa de regulación del plexo de derechos a nivel
constitucional, que suele basarse en relaciones verticales, es decir, entre
gobierno y gobernados, y no horizontales, entre gobernados y gobernados. Los
sujetos tutelados y el contenido de la prestación a cargo del Estado denotan la
naturaleza del derecho fundamental de que se trata, a saber, un derecho
perteneciente, en origen, a los clásicos derechos civiles o de primera
generación, entre los que se encuentran los relativos a la vida y la libertad
-bienes jurídicos tutelados a través de la referencia a los alimentos y la salud, a
la educación y al esparcimiento, respectivamente-, que ha evolucionado a ser
un derecho social o de segunda generación, dado que se concede a los seres
humanos en tanto que forman parte de un grupo social determinado, o sea, los
niños, y exige de la organización estadual una intervención activa para
realizarlo. No sólo el dispositivo constitucional permite afirmar lo anterior, sino
también los dictámenes de las Cámaras de Origen y Revisora, esto es, el
Senado y la Cámara de Diputados, respectivamente, correspondientes a la
modificación del precepto para lograr su actual redacción, así como otros
textos jurídicos de inferior jerarquía normativa que, por disposición de la propia
Ley Fundamental, son de observancia obligatoria, como la Convención sobre
los Derechos del Niño, acuerdo multilateral considerado en la reforma
constitucional de referencia, la Ley para la Protección de los Derechos de
Niñas, Niños y Adolescentes, en el ámbito federal, y la Ley de los Derechos de
las Niñas y Niños en el Distrito Federal, de ámbito local. Conforme a las normas
precedentes, el derecho de los niños establecido en el artículo 4o.
constitucional, tiene una caracterización de derecho público subjetivo de
segunda generación, social y programático, dado que tiene delimitados a los
sujetos pasivo (Estado) y activo (niños), así como a la prestación que el
primero debe realizar, pero a diferencia de los clásicos derechos civiles
fundamentales que, por lo general, exigen un hacer o no hacer del obligado, en
el caso de que se trata éste debe efectuar una serie de tareas necesarias para
dar vigencia sociológica a las facultades ya que, en caso contrario, se
convierten en meros enunciados carentes de aplicación práctica. Ello es así,
porque el derecho de que se trata requiere prestaciones positivas, de dar o de
hacer, por parte del Estado como sujeto pasivo, en tanto busca satisfacer
necesidades de los niños cuyo logro no siempre está al alcance de los recursos
individuales de los responsables primarios de su manutención, es decir, los
progenitores y, por ende, precisa de políticas de bienestar, de solidaridad y
seguridad sociales, así como de un desarrollo integral (material, económico,
social, cultural y político), ya que la dignidad de los seres humanos tutelados,
elemento sine qua non de las tres generaciones de derechos conocidas,
requiere condiciones de vida sociopolítica y personal a las que el Estado debe
propender, ayudar y estimular con eficacia, a fin de suministrar las condiciones
de acceso al goce del derecho fundamental de los niños. Tal es la forma en que
el Estado mexicano tiene que acatar su obligación constitucionalmente
establecida de proveer "lo necesario para propiciar el respeto a la dignidad de
la niñez y el ejercicio pleno de sus derechos", y no sólo mediante la emisión de
leyes que detallen los derechos, como las antes invocadas, mismas que
también destacan diversas obligaciones estatales.
Texto: En términos de la fracción V del artículo 282 del Código Civil para el
Distrito Federal, existe la presunción legal de que los hijos menores de siete
años deben quedar al cuidado de la madre, salvo que se acredite que con ella
el desarrollo normal de dichos menores se encuentre en grave peligro. En esta
tesitura, para desentrañar el sentido de la frase "desarrollo normal", debe
acudirse a la Convención sobre los Derechos del Niño, de veinte de noviembre
de mil novecientos ochenta y nueve, instrumento internacional que es de
referencia obligatoria cuando se involucra a un menor, de conformidad con lo
previsto en el artículo 133 de la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos, precepto fundamental que, incluso, sitúa a esa convención por
encima de las legislaciones ordinarias federales y locales. En esta tesitura, del
preámbulo del referido instrumento internacional, así como de su artículo 9,
punto 1, se advierte que el desarrollo normal de un menor, es aquel que se
produce cuando el entorno de éste le permite u otorga la posibilidad, en
atención a sus capacidades físicas y mentales, para su preparación a una vida
independiente en sociedad, con una percepción de respeto en razón a los
derechos que les asisten a los demás; circunstancias que son posibles cuando
se garantizan sus derechos a la vida, integridad física y mental, salud,
identidad, familia, convivencia con sus padres -en tanto ello no le resulte más
perjudicial que benéfico-, socialidad, comprensión en razón a sus aptitudes
físicas y mentales, libre expresión de sus ideas dentro del marco de la moral y
buenas costumbres, educación, información, desarrollo psicosexual correlativo
a su edad, juego y esparcimiento, experiencias estética y artística y las
libertades de conciencia y religión; de tal manera que la presunción legal que
nos ocupa sólo puede desvirtuarse en el caso en que se acredite la existencia
de un peligro inminente de privar al referido menor de alguna de las
circunstancias antes descritas.
PARTE I.
Artículo 9o.
1. Los Estados Partes velarán por que el niño no sea separado de sus padres
contra la voluntad de éstos, excepto cuando, a reserva de revisión judicial, las
autoridades competentes determinen, de conformidad con la ley y los
procedimientos aplicables, que tal separación es necesaria en el interés
superior del niño. Tal determinación puede ser necesaria en casos particulares,
por ejemplo, en los casos en que el niño sea objeto de maltrato o descuido por
parte de sus padres o cuando éstos viven separados y debe adoptarse una
decisión acerca del lugar de residencia del niño.
3. Los Estados Partes respetarán el derecho del niño que esté separado de uno
o de ambos padres a mantener relaciones personales y contacto directo con
ambos padres de modo regular, salvo si ello es contrario al interés superior del
niño.
Texto: De conformidad con el artículo 417, párrafo segundo del Código Civil
para el Distrito Federal, vigente hasta antes de la reforma de dos de febrero de
dos mil siete, la pérdida de la patria potestad del menor conlleva la
imposibilidad de la convivencia de éste con el progenitor, pero no existe
precepto que le prohíba, suspenda o limite al menor, su propio derecho de
convivir con su padre, pues en atención a que el artículo 9, numeral 3, de la
Convención sobre los Derechos del Niño, aprobada por la Cámara de
Senadores del Congreso de la Unión, el diecinueve de junio de mil novecientos
noventa, según decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación el treinta
y uno de julio del año citado, y ratificado por el Ejecutivo el diez de agosto de
mil novecientos noventa, establece: "Los Estados partes respetarán el derecho
del niño que esté separado de uno o de ambos padres a mantener relaciones
personales y contacto directo con ambos padres de modo regular, salvo si ello
es contrario al interés superior del niño.", atendiendo al interés superior del
niño, quien tiene derecho a un desarrollo integral, tal restricción no debe
aplicarse de manera genérica, pues si de constancias de autos no se advierte
que exista algún peligro para el menor por la convivencia con el padre o la
madre, la autoridad judicial, de oficio, puede decretarla, debiendo hacer un
análisis cuidadoso en cada caso concreto.
NOVENO TRIBUNAL COLEGIADO EN MATERIA CIVIL DEL PRIMER CIRCUITO.
Texto: De conformidad con la Convención sobre los Derechos del Niño que fue
adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el veinte de
noviembre de mil novecientos ochenta y nueve, aprobada por el Senado de la
República el diecinueve de junio de mil novecientos noventa, ratificada por
México el veintiuno de septiembre del precitado año, y publicada en el Diario
Oficial de la Federación el veinticinco de enero de mil novecientos noventa y
uno, en todas las medidas concernientes a los niños y niñas que tomen las
instituciones públicas y privadas de bienestar social, los tribunales, las
autoridades administrativas o los órganos legislativos, considerarán
primordialmente que se atienda al interés superior del niño, de acuerdo con el
artículo 3 de dicha convención. Consiguientemente, cuando se resuelva
decretar un régimen de visitas entre un menor y alguno de sus progenitores no
procede condicionarse la convivencia paterno-filial al previo consentimiento de
dicho menor, pues dada su incapacidad para decidir lo que más le convenga,
no puede quedar a su voluntad la verificación de la convivencia ya resuelta,
amén de que lejos de beneficiarle ello le perjudica, puesto que el mencionado
infante podría verse influenciado por factores externos a su real manera de
pensar y sentir, es decir, se propiciaría que mediante la influencia de alguno de
los progenitores se evitara la convivencia determinada, sin que derivase ello de
la decisión personal de dicho menor.
Texto: A fin de que el Juez pueda autorizar como medida interina la custodia de
menores en favor de uno de sus ascendientes, debe darse intervención al
padre o a la madre que se vean perjudicados con esa decisión y recabar la
opinión de los infantes a la luz de los artículos 9 y 12 de la Convención sobre
los Derechos del Niño, así como del diverso 573 del Código Civil del Estado,
que prescriben, en lo conducente, que los Estados partes velarán porque el
niño no sea separado de sus padres contra la voluntad de éstos, excepto
cuando se determine que es necesaria por el interés superior del menor,
dándose esta situación, entre otros casos, cuando sus padres vivan separados
y deba adoptarse una decisión acerca del lugar de residencia y que, en
cualquier procedimiento entablado de conformidad con lo anterior, se
garantizará al niño que esté en condiciones de formarse un juicio propio en
función de su edad y madurez, el derecho de expresar su opinión libremente
en todos los asuntos que le afecten, por lo que será escuchado en todo
procedimiento judicial o administrativo que le perjudique, ya sea directamente
o por medio de un representante o de un órgano apropiado.