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SUPLEMENTO

01 . 12 . 19

Los feminismos en el polvorín


Andrea D’Atri
Celeste Murillo
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La cadena de acontecimientos en América Latina pone fin a lo que parecía la excepción de un mundo
polarizado y en ebullición. El regreso de la lucha de clases en Ecuador, Chile, Bolivia y Colombia
desmiente, o al menos pone en duda, el asentamiento de las derechas neoliberales en el continente.
Se suman los cambios políticos en Argentina, Brasil y Uruguay (canalizados institucionalmente,
aunque no sin fuertes polarizaciones). Puerto Rico, Haití y Honduras adelantaron algo del clima
regional. Los estallidos en Irak, Líbano, Irán, la reanimación del conflicto en Cataluña, las
movilizaciones persistentes en Hong Kong, completan un panorama signado por crisis políticas en
varios países de Europa y en Estados Unidos.

Parte del escenario poscrisis económica de 2008 fue el resurgimiento de la movilización de las
mujeres y, con ella, del feminismo. Ese movimiento volvió a ser vocero del hartazgo, cada vez más
insostenible con el empeoramiento de las condiciones de vida de las mayorías. Las vivencias de la
opresión en las sociedades capitalistas contrastan con los discursos de tolerancia y diversidad y la
ampliación de derechos.

Los feminismos, que habían representado un desafío para gobiernos, organizaciones políticas y otros
movimientos sociales, son hoy interpelados y puestos a prueba por diferentes procesos políticos.

Golpes y golpes

A propósito de la situación latinoamericana, una de las discusiones más agudas se dio alrededor del
golpe de Estado, que terminó con el gobierno de Evo Morales. En la resistencia al golpe, encabezada
por movilizaciones en El Alto y Cochabamba, las mujeres de pollera volvieron a estar en primera fila
recordando las guerras del Gas y del Agua, y se transformaron en símbolo contra el golpe cívico
militar. Desde el primer día, se desarrolló un debate en el feminismo latinoamericano en general y
boliviano, en particular.

Algunas feministas equipararon el golpe y el gobierno de Morales, como María Galindo, referente de
Mujeres Creando, al referirse al escenario como un enfrentamiento de “dos fascismos”,

Como parte de una serie infinita de acciones tomadas por Mujeres Creando estos días hemos
decidido abrir un espacio deliberativo de mujeres llamándolo “Parlamento de las mujeres”,
donde podamos dar voz a nuestras esperanzas, donde se instale un clima de diálogo y
argumentación, que es lo que esta fascistización nos está arrebatando. Hacerlo en medio de un
clima que se ha convertido en la pugna entre dos golpes de Estado, entre dos fascismos… (“La
noche de los cristales rotos”)

Otras, como Silvia Rivera Cusicanqui, consideraron “peligroso” llamar golpe de Estado al golpe en
curso,

Yo no creo en las dos hipótesis que se han manejado. El triunfalismo de que con la caída de Evo
hemos recuperado la democracia me parece un exceso, un análisis que se está saliendo de foco
[…] La segunda hipótesis equivocada, que me parece a mí sumamente peligrosa, es la del golpe
de Estado, que simplemente quiere legitimar, enterito, con paquete y todo, envuelto en
celofanes, a todo el gobierno de Evo Morales en sus momentos de degradación mayor (“Bolivia:
El MAS y las causas del golpe. Un debate necesario”).

También existieron sectores que, frente al golpe, realizaron una defensa cerrada de Evo Morales. Así
lo hicieron en contra de Rita Segato que, aun oponiéndose al golpe de Estado, criticó al gobierno al
MAS,

Cuando dice “Deberíamos comenzar a generar una retórica de valor a otra forma de valor que se
distingue mucho a la gestión de los caciques”. Suena muy bonito. Preguntamos: ¿Le ha pasado
en el cuerpo esa gestión de los caciques? Nosotras hemos visto, hemos sentido el sabor
amargo de esa secuela de la conquista. Nuestros hombres han tomado lo peor del machismo
colonial [...] ubicar a Evo como el símbolo del patriarcado es demasiado chabacán. No
celebramos los dichos sobre la quinceañera de Evo, porque hemos sentido en nuestros cuerpos
todos lo que significa la cosificación de nuestros cuerpos [...] Aún así, afirmamos que lo que
pasó en Bolivia fue un golpe de Estado (“Mujeres indígenas le responden a Segato”)

De esta postura se hicieron eco agrupaciones kirchneristas en Argentina, que se sumaron a una suerte
de “linchamiento” en redes sociales de Segato. Las críticas a la antropóloga se debían menos a
planteos discutibles sobre el desarrollo de la situación en Bolivia, si no casi exclusivamente a no
adherir a la defensa cerrada del gobierno de Evo Morales. No está de más aclarar que esa “defensa”
no es requisito para repudiar el golpe de Estado cívico militar que llevaron adelante la derecha, los
empresarios y el Ejército, y que hoy cuenta con la legitimación del propio MAS, que ha negociado con
los golpistas el calendario electoral, mientras miles de personas se movilizan y resisten la represión y
la persecución.

Otras feministas bolivianas, como Adriana Guzmán –con algunas críticas al MAS– repudiaron el golpe
como un asalto al poder liderado por la derecha y los empresarios. Guzmán advierte además un
problema sobre la lectura de los acontecimientos como una “disputa de poder entre machos”,
…y definitivamente para nosotras no lo es. Si bien está de por medio que son hombres y que
prima su machismo, hay por detrás una pugna por un proyecto político de país que hemos ido
construyendo las organizaciones sociales, no solamente el gobierno. Esta idea de que todos
son lo mismo nos pone a las feministas por encima del bien y del mal, no podemos
posicionarnos del lado ni del proceso ni de ningún lado, creemos que esa es también una
herencia de un feminismo colonial… (

“Un golpe cívico-religioso de grupos fascistas y racistas”

).

María Galindo elige una analogía particular (aunque no es de su uso exclusivo) para ilustrar la
situación que atraviesa Bolivia: “...por muy increíble que parezca, somos las mujeres las que tenemos
la clave de cómo quitándote un macho de encima no tienes por qué caer en el macho siguiente”. Y no
se agota en ese aspecto. En medio de las negociaciones entre el MAS y el gobierno golpista, Galindo
destaca la figura de Eva Copa, nueva presidenta del Senado y cabeza de la Asamblea Legislativa
Plurinacional, y la distingue, emparentándola con las mujeres que resisten en El Alto,

Todo eso lo ha hecho Eva aceptando cargar el bulto de las circunstancias en sus espaldas,
pisando un piso agrietado que podría tragarla a cada paso. La ciudad de El Alto es una ciudad
donde cotidianamente las mujeres cargan en sus espaldas grandes bultos en aguayos, llevan su
mercadería, o sus wawas, sus angustias o sus esperanzas a cuestas. Eva carga un bulto también:
el bulto de esperanzas para frenar una guerra civil, el bulto de ungüentos con que conjurar la
violencia de los asesinos, carga el bulto de los sueños de los asesinados, carga el bulto de las
lágrimas de las dolientes que no paran de llorar, dejando claro una vez más que las mujeres no
queremos ocultar nuestra fragilidad y nuestro dolor. Eva es la antítesis de Yanine Añez, pero
también de Evo (“Eva, por María Galindo”).

De la neutralidad frente al golpe, expresada en “lo más subversivo es no tener bando”, como escribió
en “La noche de los cristales rotos” (citado más arriba), Galindo pasa a la justificación de la política de
negociación y legitimación del gobierno golpista por parte del MAS. Presentar la acción de Eva Copa
como “cargar el bulto de esperanzas para frenar una guerra civil” no es una decisión menor, cuando
existe en las calles una resistencia, poblada de mujeres de pollera, trabajadoras, trabajadores,
campesinas, campesinos y jóvenes que cantan “No negociamos con nuestros muertos”. Así como en
los primeros días, no existieron posturas feministas o antifeministas, en las lecturas de la negociación
con el régimen golpista de Janine Añez también se utiliza la “vara” feminista para pronunciarse, en
definitiva, sobre la dinámica política del golpe de Estado en Bolivia.

Las referencias a las formas “femeninas” de la política, que rozan con el esencialismo, tuvieron su
exponente en la idea de que más mujeres en el poder representarían mejoras para la mayoría de las
mujeres. Esa idea, presente en el feminismo liberal, fue desmentida por las experiencias de mujeres al
frente de Estados capitalistas, imperialistas o semicoloniales. Pero también fue y es discutida
actualmente por feministas, porque la sola presencia de mujeres no solo no garantiza mejoras para la
mayoría sino que, al contrario, son parte del personal político que aplica planes de ajuste y
austeridad que afectan particularmente a millones de sus congéneres. También es parte de las
conclusiones el reconocimiento del rol funcional del feminismo liberal con respecto al
neoliberalismo, al abandonar las críticas a la sociedad capitalista y aspirar una igualdad de género “a
secas” en los marcos de los regímenes existentes.

Lo más peligroso de la analogía es que no sirve para describir los gestos de las democracias
capitalistas que, aun reconociendo derechos –incluso a regañadientes–, nunca dejan de alimentar la
maquinaria de justificación y reproducción de violencias económicas, sociales, políticas, que
redundan en legitimación de las físicas perpetradas por individuos. Y no lo hacen porque ningún
Estado de clase pudo despojarse de las herramientas de la opresión de género, de etnia y muchas
otras, para seguir reproduciendo su propia existencia. Es donde yace lo esencial de la alianza entre
patriarcado y capitalismo que, a pesar de concesiones, sigue funcionando de manera aceitada.
Cualquier desorden en esa alianza puede provocar temblores, pero no ha alcanzado para quebrarla.

Las mujeres en sí mismas no conformamos un bloque político. Nuestro género no posee una esencia
que nos distinga o nos otorgue características positivas o distintivas que se traduzcan en una forma
femenina de hacer política. Como en todo movimiento social, existen diferentes estrategias,
perspectivas de clase, programas y convicciones políticas. La muestra más trágica de esta
imposibilidad es la figura de la propia Añez al frente de un golpe racista y empresarial que, Biblia en
mano, entró en la casa de gobierno de Bolivia quemando banderas Wiphala y jurando revanchismo.

La conclusión más importante de estas diferencias es la heterogeneidad de un movimiento, que


puede cohesionarse alrededor de algunas demandas concretas (contra la violencia patriarcal, por el
derecho al aborto legal o contra la desigualdad), pero eso no anula que en su seno convivan
múltiples sectores que pugnan por diferentes estrategias y programas políticos, mostrando que la
“sororidad” no funciona cuando, ante cuestiones tan cruciales como un golpe de Estado, hay mujeres
(incluso, feministas) en veredas enfrentadas. Y confirma, a la vez, la inexistencia de una política
femenina o una forma de hacer política de las mujeres.
Feminismo y política

Los motores de la movilización contra la violencia patriarcal y la desigualdad siguen encendidos y


alimentan la participación de muchas mujeres en las actuales protestas. Esa vitalidad se confirmó el
25N, Día Internacional de Lucha contra la violencia hacia las mujeres.

En Chile, las denuncias de la violencia estatal, que afecta especialmente a las mujeres (torturas,
simulacros de violación y abusos sexuales de las fuerzas represivas), se sumaron a la demanda de
aborto legal y la identificación de la responsabilidad del Estado en la revictimización de quienes
sufren la violencia machista. Las movilizaciones del 25N apuntaron también a los debates sobre una
nueva Constitución. Con el llamado a un referéndum en 2020, el gobierno de Piñera busca desactivar
las protestas, sin embargo la Asamblea Constituyente es una salida para amplios sectores que
quieren acabar con el régimen heredado de la dictadura pinochetista. Es lo que alimenta las
sospechas de la política de Piñera y la simpatía con la propuesta de sectores de la izquierda, como el
Partido de Trabajadores Revolucionarios, que propone luchar por una Asamblea Constituyente
verdaderamente Libre y Soberana. En Colombia, la marcha contra la violencia machista se hizo eco de
los reclamos del paro nacional y, a su vez, las protestas contra el gobierno de Iván Duque cuentan en
sus filas a trabajadoras y estudiantes. La decisión de marchar el 25N unió en las calles una vez más
los reclamos.

En otros países, con menor movilización, los reclamos de las mujeres siguen en la agenda política,
como en México, donde Universidad Autónoma de México volvió a exigir medidas para responder a la
violencia machista y los femicidios. En Argentina, aunque el descontento con el gobierno de Mauricio
Macri fue canalizado en las elecciones (con la colaboración de la burocracia sindical y el peronismo
que apostaron a esa salida), el reclamo del aborto legal sigue vigente y no está descartado que vuelva
a complicar la agenda del próximo gobierno de Alberto Fernández y su alianza con sectores
conservadores y de la Iglesia católica.

La reemergencia de la movilización contra la opresión de las mujeres resultó en una crisis del
discurso hegemónico liberal. Las consecuencias de la crisis de 2008 dejaron al desnudo el contraste
una igualdad formal limitada y una desigualdad real de la mayoría de las mujeres, que engrosan las
filas de la pobreza y la precariedad. En las democracias capitalistas actuales, marcadas por la
desigualdad, el género, la etnia o el origen se vuelven multiplicadores de las miserias sociales. Es lo
que explica la ampliación de sectores que apuntan contra la alianza patriarcado-capitalismo, y no
solo las voces que desde el marxismo siempre criticaron esa asociación ilícita entre la explotación de
clase y la opresión de género.

A su vez, el rol funcional del discurso liberal derivó en la identificación entre feminismo y
neoliberalismo. El reemplazo de la lucha contra la opresión por la igualdad de oportunidades en un
sistema desigual por definición, el abandono de la crítica a las jerarquías sociales o la adopción de
nociones como la meritocracia, abonaron esa identificación. El señalamiento de la feminista
estadounidense Nancy Fraser, expresado en la idea de “neoliberalismo progresista”, explica algo de
la instrumentalización de la lucha contra la llamada “ideología de género” (que engloba derechos
conquistados por las mujeres y las persona LGBT y libertades individuales elementales como la
identidad) que hacen las nuevas derechas.

También están en cuestión los “logros” durante el apogeo neoliberal, ¿el feminismo fue demasiado
lejos y la reacción es producto de ese avance por fuera de la “relación de fuerzas” o, en realidad, no
avanzó lo suficiente en su crítica a la sociedad en la que se reproduce la opresión? De las posibles
respuestas derivan perspectivas y programas políticos presentes hoy en el movimiento: profundizar la
crítica contra el capitalismo y soldar alianzas estratégicas en ese sentido, o apoyar variantes del “mal
menor” ante la derecha. La primera opción encuentra simpatía en la movilización de las mujeres, sin
embargo, la segunda hizo mella en sectores feministas, incluso los que se identifican como
anticapitalistas, como la propuesta de oponer a los populismos reaccionarios “populismos
progresistas” que hace Fraser. En términos concretos, esta idea se expresa en apoyo a candidatos
como Bernie Sanders en el partido Demócrata, que no mostró hasta ahora ser alternativa alguna
dentro del establishment estadounidense, o a formaciones como Podemos en el Estado español, que
se prepara para participar de un gobierno de coalición con el PSOE. En Argentina, la lógica de apoyar
un mal menor frente a variantes de derecha, se vio en el apoyo al peronismo frente a Macri. Con
características propias de los procesos políticos de cada país, estas opciones expresan los límites de
lo posible en los marcos de regímenes degradados.

La aparición en escena de la lucha de clases abre nuevos interrogantes a esos feminismos pero, sobre
todo, presenta nuevas oportunidades para soldar las alianzas estratégicas ensayadas de forma
intuitiva en las calles. La propia dinámica de procesos de lucha de clases en América Latina, como el
de Chile, plantean una pregunta que no es nueva para la movilización feminista, que quiere acabar
con la opresión: ¿es posible pasar de la resistencia a la transformación social profunda, como de la
revuelta a la revolución?

Los feminismos que abrazan la perspectiva anticapitalista tienen por delante ya no solo la crítica del
discurso y la resistencia a las políticas neoliberales sino también forjar alianzas estratégicas con la
clase trabajadora (donde, por primera vez, las mujeres constituyen casi la mitad del conjunto de los
asalariados) y otros sectores oprimidos. Para superar esas etapas valiosas pero “elementales”, es
imprescindible profundizar la batalla política e ideológica que abre este nuevo momento. Parte de esa
batalla es construir organizaciones revolucionarias, que reflexionen, pongan a prueba sus programas,
y disputen en el seno del movimiento feminista las conclusiones de cada experiencia. Es, en definitiva,
la preparación necesaria para pasar de la resistencia a la pelea por el poder, la única posibilidad
realista de transformar de raíz estas sociedades degradadas para pensar un futuro libre de opresión y
explotación para todas las personas.
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Andrea D’Atri
@andreadatri

Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la


docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores
Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003
fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile,
Brasil México Bolivia Uruguay Perú Costa Rica Venezuela EE UU Estado Español
Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español,
Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y
Europa. Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el
capitalismo (2004), publicado en Buenos Aires y reeditado en San Pablo, Caracas,
Barcelona, México, Roma, Berlín y París y compiladora de Luchadoras. Historias de
mujeres que hicieron historia (2006), reeditado en San Pablo, Caracas y Barcelona.

Celeste Murillo
@rompe_teclas

Nació en Buenos Aires en 1977. Es traductora y aficionada a la historia. Es militante del


Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) y de la agrupación Pan y Rosas. Es
columnista de cultura y género en el programa de radio El Círculo Rojo. Estuvo a cargo
de la edición en castellano de La mujer, el Estado y la Revolución de Wendy Z. Goldman y
escribió en Luchadoras. Historias de mujeres que hicieron historia (2006, reedición 2018).

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