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Introducción y estado de la cuestión

Objeto y motivación de la tesis

Objeto de la tesis

Analizar la relación del psicoanálisis con la enseñanza de la psicología clínica en la

Universidad Complutense de Madrid entre 1968 y 1989.

En concreto, la investigación se centra en el estudio de la percepción que defiende

que el psicoanálisis ha sido “apartado” de la enseñanza de la psicología en la universidad

española.

Motivación

Considerando que quien elige como profesión la psicología clínica, y más concretamente

la psicoterapia, debe conocer los fundamentos teóricos en los que se apoya su trabajo para

disponer de unos criterios sólidos que le permitan seleccionar, perfeccionar y actualizar

sus herramientas y considerando también que el periodo universitario tiene un importante

impacto en la forma de pensar del alumno e inevitablemente influirá en su inmediato

futuro y el camino que decida seguir, esta investigación pretende adentrarse en la cuestión

de si el psicoanálisis, calificado por algunos autores como la primera psicoterapia

moderna (Ayuso, Civera, Pérez-Garrido y Tortosa, 2006; Feixas y Miró, 1993; Moreno,

1
2009; Pérez Álvarez, 1998) e incluso el modelo que más aporta hasta la fecha en cuanto

a la comprensión y modificación de la persona (Mitjavila, 2014) ha sido apartado de la

enseñanza universitaria de la psicología clínica, cómo y por qué.

Psicoanálisis y universidad: estado de la cuestión

Trabajos previos

Respecto a la relación del psicoanálisis con la universidad en nuestro país destacamos

varios trabajos. En primer lugar, el de Blanca Moreno-Mitjana, Alejandro Ávila y

Antonio Sánchez-Barranco (1992) donde se compilan textos y ponencias preparadas para

las I Jornadas de Psicoanálisis en la Universidad celebradas en 1991; En segundo, el de

Gerardo Gutiérrez, Eduardo Chamorro y Jordi Bachs, que editaron en 1996 un texto que

contiene trabajos presentados en las terceras y cuartas Jornadas de Psicoanálisis en la

Universidad. Ambas ediciones tratan más específicamente de los problemas y alternativas

existentes para poder incluir el psicoanálisis en la enseñanza universitaria que de la

historia de la relación entre las teorías psicoanalíticas y la enseñanza de la psicología. Una

exposición a tener en cuenta es la que Vicente Bermejo (2001) preparó para un congreso

sobre psicoanálisis y universidad celebrado en la Universidad de Valencia el año 2000.

Esta ponencia realiza un recorrido histórico en el que el autor muestra la que ha sido a su

parecer la relación del psicoanálisis con la enseñanza de la psicología en España y quiénes

fueron para él los agentes principales. Señalamos también la aproximación que emplea

Mercedes Valcarce (2001) para explicar la relación entre el psicoanálisis y la universidad,

mediante una lista sobre los compañeros psicoanalistas con los que coincidió en la

facultad cuando ella misma era profesora, entre los que se cuentan Marina Bueno,

Eduardo Chamorro o Alejandro Ávila Espada.

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Destacable también es la tesis doctoral de María Noemí Fernández Molina (2003)

que, aunque no trata específicamente las relaciones entre psicoanálisis y universidad,

aborda con detalle la historia de la institucionalización de la Psicología Clínica. Fernández

Molina elabora en su investigación categorías de profesores según el enfoque con el que

trabajan, entre ellos, el dinámico.

Psicoanálisis y universidad

El propio Sigmund Freud (1918) se pregunta si debe enseñarse el psicoanálisis en la

universidad y describe las resistencias intelectuales y afectivas que su teoría va a

encontrar para integrarse en el entorno universitario. En el mismo artículo, el creador del

psicoanálisis sentencia que la verdadera beneficiada sería la universidad y que el

psicoanálisis seguirá difundiéndose en sus propias instituciones en cualquier caso.

Sobre que el psicoanálisis nunca fue la corriente dominante en la universidad

española, existe un cierto consenso (Ávila Espada y García de la Hoz, 2014; Bermejo,

2001; Carpintero, 2001; Gutiérrez Terrazas, 1996; Moreno, 2009; Sánchez-Barranco,

Sánchez-Barranco y Balbuena, 2012), pero existen diferentes posiciones respecto a cual fue

la relación del psicoanálisis con la enseñanza de la Psicología Clínica en la universidad

española en el periodo de estudio —el paso a grado no parece haber cambiado

sustancialmente estas posiciones, aunque se escapa del alcance de este estudio—.

Una primera posición es la de los que detectan una presencia más o menos escasa

pero continua del psicoanálisis en la formación de los psicólogos1, sin pronunciarse sobre

una exclusión específica (Carpintero, 2001).

1
Estas posiciones se refieren a la universidad española, ya que, como indican Enrique Lafuente, José Carlos
Loredo, Jorge Castro y Noemí Pizarroso (2017), en otros países, especialmente en Centroeuropa, Estados

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Existe también una perspectiva según la cual se puede decir que ha sido apartado

o, al menos, que su presencia se ha visto reducida con el tiempo por diferentes razones,

siendo las más citadas las epistemológicas (Lafuente, Loredo, Castro y Pizarroso, 2017).

La importancia que pudieran tener las razones de falta de fundamento científico se

habrían visto reforzadas dado el viraje que ha ido tomando la carrera hacia las ciencias de

la salud (Alejandro Ávila-Espada y Antonio García de la Hoz, 2014). Desde esta

perspectiva de «la exclusión», también se arguye que existieron razones políticas y de

poder (Marina Bueno, 2018, en comunicación personal). Entre los que sostienen esta

posición se encuentran autores que defienden que se ha hecho un esfuerzo por conseguir

la exclusión del psicoanálisis e incluso señalan responsables de la misma (Bermejo, 2001;

Sánchez-Barranco, 2012). Podría incluirse en esta posición un punto de vista de límites

más abiertos, que sugiere que, el psicoanálisis, al igual que otras corrientes psicológicas

y otras ciencias sociales y áreas de conocimiento, ha sufrido las consecuencias del

pragmatismo y el positivismo, opinión que parece más extendida en autores anglosajones

pero que creemos necesario explorar (Rorty, 1982; Singer, 2005).

Una tercera perspectiva defiende que el psicoanálisis en la universidad en España

ha sufrido una cierta exclusión de la carrera de Psicología, pero que debe examinarse con

más detalle en qué facultades. Enrique Echeburúa, Paz de Corral y Karmele Salaberría

(2010) sin tratar directamente la remoción o no del psicoanálisis, pero sí la presencia de

las corrientes terapéuticas en la enseñanza universitaria, sugieren que la heterogeneidad

de los planes de estudio en diferentes universidades ha provocado que se accediese a muy

diferentes contenidos dependiendo de la institución donde se estudiara. Emilce Dio

Bleichmar confirmaría esta cuestión (Moreno, 2009) al afirmar que en la Universidad

Unidos y Latinoamérica los contenidos de teoría psicoanalítica en la universidad son mucho más
abundantes. Catriel Fierro y Laureano Brisuela Blume (2016) reclaman, por ejemplo, que en Argentina el
psicoanálisis parece haberse apropiado de la clínica, desplazando al resto de teorías.

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Pontificia Comillas ha podido desarrollar su labor docente transmitiendo conocimientos

sobre el psicoanálisis sin encontrar tantos problemas como hubiera encontrado en otras

instituciones. Esta visión refuerza la idea de que, una historiografía completa sobre la

relación del psicoanálisis con la enseñanza de la Psicología (clínica o no), requeriría entrar

en detalle en cada una de las facultades.

Otra visión más comprehensiva es la de los que, como Pedro Chacón (1992),

opinan que ciertamente el psicoanálisis no ha sido bien recibido en la universidad, pero

que las causas son múltiples y no achacables a una sola “facción”. Según Chacón, existe

un componente de ignorancia entre unas corrientes y otras y debe tenerse en cuenta que

por parte de los psicoanalistas tampoco se ha realizado el esfuerzo requerido para tener

más presencia e integrarse en instituciones académicas. Alejandro Ávila Espada (1996b)

plantea también, que el artículo mencionado de Freud (1918) puede haber sido, en parte,

fruto del rechazo del que el fundador del psicoanálisis sentía haber sido objeto en círculos

académicos y da a entender que, además de vaticinar los problemas que hasta el momento

presente se encuentra la teoría psicoanalítica para encontrar su espacio en algunas

universidades, el texto podría haber sido germen de que los propios analistas no hayan

hecho ese esfuerzo necesario para cumplir con las condiciones necesarias que les

permitirían tener una mayor presencia en las instituciones de enseñanza de psicología en

nuestro país.

Sintetizando y reuniendo las diversas opiniones recogidas en fuentes secundarias

sobre la relación del psicoanálisis con la enseñanza de la psicología, las razones para que

su presencia durante el periodo de estudio fuera la que fue y para que existiese la

percepción de que el psicoanálisis fuera expulsado serían múltiples: la licenciatura nace

con unos contenidos sobre teoría psicoanalítica que podrían considerarse no muy

numerosos, de la mano de catedráticos cuya opinión sobre el psicoanálisis, como se

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describirá en capítulos posteriores, no es, quizás, de rechazo frontal, pero sí de

precaución, especialmente frente a unos problemas epistemológicos que chocaban con la

intención de dar forma a una carrera con un contenido científico (Carpintero, 1987) y a

una confusión entre lo que es psicoanálisis y lo que es psicología para el público en

general y para algunos estudiantes (Siguán, 2007). Además, los propios psicoanalistas

resultan no ser todo lo permeables que deberían ser a otras corrientes (Chacón, 1992) lo

que hace complicada la integración de ideas y la investigación sobre teoría psicoanalítica

en la universidad parece, al menos en inicio, escasa (Gutierrez Terrazas, 1996).

Reivindicaciones

Merce Mitjavila (2014) —refiriéndose a la enseñanza de la psicología y más

concretamente a la clínica— reivindica su presencia en la universidad por tres razones: el

peso histórico del psicoanálisis, la manera de hacer en la práctica de la clínica actual y

que lo que aporta el modelo psicoanalítico en la comprensión y modificación de la

persona sigue siendo necesario y no ha sido sustituido por otra alternativa, aunque esta

última razón es, quizás, la que puede generar más debate. A pesar de estas razones, si,

como parece, la formación actual en Psicología Clínica y de la Salud busca unos

fundamentos metodológicos científicamente fuertes —según el actual paradigma

científico—, las facultades no contarían ni con el psicoanálisis ni con una multitud de

sistemas terapéuticos con problemas análogos (Pelechano, 2007).

Por otra parte, es cierto que el psicoanálisis ha influido en otros sistemas

terapéuticos (Ávila-Espada y García de la Hoz, 2014; Pérez Álvarez, 1998), aunque esto

por sí solo no le otorga, si esa es la cuestión, validez científica ni eficacia terapéutica,

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podría ser una razón para, al menos, atender más a las teorías psicoanalíticas durante el

periodo de formación de los psicólogos.

Por otra parte está la cuestión de si al psicoanálisis, como sucede con otras áreas

de conocimiento puestas en entredicho en las que se emplean métodos de investigación

diferentes a los propuestos por el paradigma dominante, no se le debería permitir

precisamente emplear esa metodología propia que se le adecúa y permite avanzar (Ávila

Espada, 1996a; Sánchez-Barranco Ruiz, Sánchez-Barranco Vallejo y Sánchez-Barranco

Vallejo, 2005).

Para una detección del psicoanálisis

«Todos los vocablos importantes suelen adolecer de ambigüedad», comienza José Luis

Pinillos (1919-2013) su artículo “Sobre la estructura metodológica de la sabiduría y de

las ciencias” (Pinillos, 1954, p. 69). El psicoanálisis podría figurar en esa categoría de

vocablos importantes y ambiguos. Investigar sobre la relación de éste con la enseñanza

de la Psicología Clínica en la universidad española podría abordarse, con el objetivo de

mitigar dicha ambigüedad, desde una perspectiva completamente literal, es decir, que se

considerase que existe una presencia del psicoanálisis si se mencionase expresamente,

por ejemplo, si un docente o un autor dijesen: “esto es psicoanálisis”, incluyendo, como

sugiere José Emilio Palomero Pescador (2006), los casos en los que la mención o

explicación fuera para “atacar” al psicoanálisis.

Pero para profundizar en el análisis y ser más precisos, sería necesario extender la

búsqueda más allá de lo literal. Habría que comenzar por encontrar una definición de

psicoanálisis que resultara útil para su empleo en una investigación o, al menos, disponer

de un mapa que diera una idea de lo que debe buscarse. Alejandro Ávila-Espada y

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Antonio García de la Hoz (2014) recuerdan que el psicoanálisis, según Freud, es un

método psicológico de investigación clínico no experimental y un tratamiento para las

neurosis que, desde su inicio, ha aspirado a tener un estatuto científico.

El mismo Freud (1922) establece unos pilares para su teoría:

El supuesto de que existen procesos anímicos inconscientes; la admisión de la

doctrina de la resistencia y de la represión; la apreciación de la sexualidad y del

complejo de Edipo: he ahí los principales contenidos del psicoanálisis y las bases

de su teoría, y quién no pueda admitirlos todos no debería contarse entre los

psicoanalistas. (p.243)

Elisabeth Roudinesco y Michel Plon (2008) sostienen que es una definición en la

que “los freudianos de todas las tendencias siempre aceptaron reconocerse” (p. 864)

aunque recuerdan que existen divisiones en cuanto a la técnica y al psicoanálisis

didáctico.

Sin embargo, hay definiciones más amplias, que no necesariamente cumplen los

requisitos “obligatorios” que mantienen Roudinesco y Plon (2008) y no ha de olvidarse

que no todos los que se consideran psicoanalistas se consideran freudianos. Ávila-Espada

y García de la Hoz (2014) exponen la existencia de, al menos, tres direcciones tomadas

por autores contemporáneos y posteriores a Freud: los que se mantienen esencialmente

freudianos, los que sin mantener una oposición a las teorías freudianas aportan contenidos

y sortean las debilidades de estas y los rupturistas pero que siguen considerándose

psicoanalíticos. Parece pues, necesario, tener en cuenta a los principales representantes

de cada dirección mencionada para detectar la presencia del psicoanálisis en la enseñanza

de la psicología clínica en la universidad española.

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Karen Horney (1885-1952), conocida neofreudiana —influenciada por Freud pero

decidida a romper con algunos puntos de su pensamiento, como, por ejemplo, el

biologicismo de sus teorías— , indicaba en uno de sus trabajos más difundidos que en la

teoría en la que había apoyado su texto no era psicoanálisis desde un punto de vista

estrictamente freudiano, pero que, para ella, si lo esencial del psicoanálisis se encontraba

en determinadas orientaciones básicas del pensamiento, en el papel de los procesos

inconscientes y su expresión y en una terapia que llevase esos procesos a la conciencia,

el punto de vista desde el que había trabajado, sí se trataba de psicoanálisis. Horney abría

así la puerta a una definición más elástica de lo que podría considerarse psicoanálisis

(Horney, 1968).

Debido a las rupturas con la teoría freudiana y a la existencia de esas definiciones

más amplias, además de la mención expresa al psicoanálisis, la presencia de este se

extendería a las referencias a teóricos y autores relevantes que han trabajado con modelos

psicoanalíticos o psicodinámicos y a discípulos de los mismos —valgan como ejemplo

algunos discípulos de Freud como Otto Rank (1884-1839), Alfred Adler (1870-1937) o

Carl Gustav Jung (1875-1961) o autores más tardíos, como la propia Horney—. Más sutil

sería la presencia del psicoanálisis en las referencias a conceptos del modelo

psicoanalítico, aunque estas tengan como objetivo aclarar que los conceptos mencionados

no significan lo mismo que en psicoanálisis y tomar así distancia —admitiendo al

hacerlo, en cierta manera, la importante difusión de esa “nomenclatura” psicoanalítica y

trayendo al psicoanálisis a un primer plano— (Hassin, Uleman y Bargh, 2005). Un caso

semejante puede encontrarse en Francisco Carles, Isabel Muñoz, Carmen Llor y Pedro Marset

(2000) cuando mencionan que ciertos artículos aparecidos antes de la Guerra Civil en España se

refieren al inconsciente piagetiano.

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Para Ávila-Espada y García de la Hoz (2014) es fundamental incluir como

corrientes psicoanalíticas —y por lo tanto habría que prestar atención a su presencia—, a

la Psicología del Yo, nacida en Norteamérica, a la escuela kleiniana y a los lacanianos y

contemplar teorías psicoanalíticas más recientes: La Psicología del Self —que insisten en

que no sea confundida con la Psicología del Yo—, la teoría de las relaciones objetales, la

de los independientes británicos, que a partir de Donald Woods Winnicott (1986-1971)

supondrían una continuación de la Escuela de Budapest y, además, los enfoques que se

centran en el papel de las relaciones en la constitución de la subjetividad: el psicoanálisis

relacional de Herbert Stack Sullivan (1892-1949) del que se considera un importante

teórico y continuador a Stephen Mitchell (1946-2000) y la teoría intersubjetiva de la que

Robert Stolorow (1946) es uno de los principales representantes.

Mario Marrone (2001), que fue discípulo de John Bowlby (1907-1990), señala

que, aunque en oposición a la ortodoxia psicoanalítica, Bowlby construyó sobre una base

psicoanalítica sus teorías sobre el apego, y lo cita incluso como «paradigma» dentro de

lo psicodinámico. Además, Marrone indica que no debe olvidarse a teóricos del

psicoanálisis como Daniel Stern (1934-2012), Allice Miller (1923-2010) o incluso al

creador del psicodrama, Jacob Levy Moreno (1889-1974).

El concepto dinámico

Además de las menciones expresas al psicoanálisis y a los autores destacados, a la hora

de “buscar” al psicoanálisis, hay que atender al concepto «dinámico» en psicología —el

concepto puede aparecer en «psicología dinámica», «teorías psicodinámicas», etc.— que,

como recuerda Henri Ellemberg (1976), es anterior a las teorías Freudianas y, aun no

siendo sinónimo de psicoanalítico, se emplea con frecuencia, o bien como equivalente de

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psicoanálisis o como teoría o terapia derivada del psicoanálisis en muchos casos —en

algunos manifestando concretamente que va a ser usado de manera intercambiable y en

otros dando por hecho que el lector conoce la asimilación de los términos— (Gabbard,

2002; Gutiérrez Terrazas, 1988; Davies et al., 2010). Un ejemplo de equivalencia fuera

de nuestras fronteras, pero de gran difusión, se encuentra en la revista de la American

Psychological Association (Novotney, 2017) donde se describe la terapia psicodinámica

como un conjunto de técnicas con origen en la teoría psicoanalítica. Por su parte, la página

del British Psychoanalitic Council explica que la terapia psicoanalítica o psicodinámica

se apoya en las teorías y prácticas de la psicología analítica y el psicoanálisis, asimilando

ambos conceptos, basándose en un folleto escrito por Jane Milton (2004) creando de

nuevo ese nexo de casi equivalencia.

El concepto «dinámico», refiriéndose a procesos psicológicos, podría haber

aparecido en Dynamic Psychology, publicado en 1918, por el psicólogo de la universidad

de Columbia, Robert Sessions Woodworth (1869-1962) (Gutiérrez Terrazas, 1988). En

libro de Woodworth se intentan hacer confluir las teorías y técnicas de la «moderna»

psicología, según indica su autor. Ellemberg (1976) refleja en su obra que uno de los

primeros en utilizar el término «dinámico» en el contexto de la salud mental fue el

neurólogo británico Hughlings Jackson y que éste tuvo, con toda probabilidad, una gran

influencia entre los psiquiatras de la época, incluido Freud.

Métodos proyectivos

La presencia del psicoanálisis podría también detectarse en la de los llamados «métodos

proyectivos», aunque, de nuevo, habría de ser mostrada cierta prudencia. Los métodos

proyectivos son considerados habitualmente como aplicaciones de las teorías

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psicodinámicas, importante marco de referencia para el proceso de psicodiagnóstico a

principios del siglo XX y que aún siguen en vigor para muchos profesionales (Siquier de

Ocampo y García Arzeno, 1979).

El Test de Asociación de Palabras de Carl Gustav Jung, que aparece en 1905, es

tomado por algunos autores como primer método proyectivo, aunque es en décadas

posteriores cuando el número de nuevos test y pruebas comienzan un periodo de plenitud.

Surgen de la necesidad de evaluar, no los procesos que se estaban estudiando en la

psicología experimental —atención, velocidad de reacción— sino los psicopatológicos y

así disponer de elementos de diagnóstico (Juri, 1979). Es Lawrence K. Frank (1939) quien

introduce el término «métodos proyectivos» para referirse a varias pruebas desarrolladas

hasta ese momento, apoyadas en parte en las teorías psicoanalíticas: el mencionado Test

de Asociación de Palabras de Jung, el Test de Apercepción Temática de Henry Murray

(1893-1988), que ve la luz en 1935 y el Test de Rorschach —creado por Hermann

Rorschach (1884-1922)—, aparecido en 1921. Frank es quien podría también haber

acuñado el término “métodos psicodinámicos” (Gutiérrez Terrazas, 1988), aunque como

advierten José Gutiérrez Terrazas (1988) y Eugene Taylor (2009) no debería —aunque

muchos autores lo hagan, incluso en el ámbito académico— asimilarse por completo

«métodos psicodinámicos» con «métodos psicoanalíticos» y hacen referencia a Kurt

Lewin como autor influyente y pionero de la psicología que empleaba —entre otros— el

término «dinámico» con otro significado, en un intento de usar un lenguaje menos

especulativo (Lewin, 1935).

En opinión de algunos autores, como María Oliva Márquez, Carmen Vizcarro y

Rocío Fernández-Ballesteros (2005) los métodos proyectivos parecen no ubicarse en un

modelo teórico específico y claro y ha habido intentos de conceptualización y análisis

por otros modelos teóricos entre los que se cuentan la psicología de la Gestalt y el

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paradigma Estímulo-Respuesta. Gutiérrez Terrazas (1988) expresa una idea semejante,

argumentando que los primeros métodos no disponían de un anclaje conceptual propio y

utilizaron ideas del psicoanálisis freudiano. Isabel Calonge (1988) recuerda que Eugenia

Romano (1917-1987) intentó trabajar las técnicas proyectivas sin apoyarse en la teoría

psicoanalítica.

Al haberse establecido en muchos trabajos equivalencias entre lo que es

psicodinámico y el psicoanálisis y dar por hecha una base psicoanalítica en el uso de las

técnicas proyectivas por parte de muchos autores, teóricos e incluso personal académico,

sucede que, parafraseando a José Gutiérrez Terrazas (1988), se habla de psicoanálisis con

cierta ligereza (incluso, en ocasiones, cuando son otros los conceptos referidos), lo que

provoca que, a la hora de «detectar» el psicoanálisis en el discurso o en investigaciones

universitarias, se debiera atender a un cierto componente subjetivo sobre lo que es o no

es psicoanálisis. Muchos autores lo hacen al apresurarse a negar la relación del concepto

que emplean con el psicoanálisis o al usar las teorías psicodinámicas como elemento de

contraste cuando se trata de declararse «científicamente validos», como en el mencionado

caso de Hassin, Uleman y Bargh (2005).

Presencia del psicoanálisis en investigaciones biográficas

Aunque con, quizás, menos impacto en esta investigación, también aparece la teoría

psicoanalítica en trabajos que, si bien no investigan específicamente sobre modelos o

teorías de la psicoterapia, analizan, por ejemplo, el impacto de profesores, autores o

personajes en la historia de la salud mental como son las tesis de Saulo Pérez Gil (1999)

y Cristina Pérez Salmón (2009) que recogen la historia de dos relevantes psiquiatras

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españoles. Las suyas serían dos tesis en las que se investiga de manera patente, la

recepción y el uso del psicoanálisis en un intervalo de la historia de nuestro país.

El psicoanálisis en otras carreras

Ha de recordarse, como sugiere Carlos Santamaría (2017) en una comunicación personal,

que el psicoanálisis parece perdurar con mejor salud que en psicología en otras carreras,

idea que también mencionan Enrique Lafuente, José Carlos Loredo, Jorge Castro y Noemí

Pizarroso (2017). Esta presencia del psicoanálisis en la universidad, aunque no sea central

al foco de atención de esta investigación, ha de ser tenida en cuenta, por ejemplo, al

seleccionar tesis relativas al psicoanálisis o profesores afines y al determinar si ha habido

un desplazamiento del psicoanálisis de la licenciatura de Psicología a otras licenciaturas

y posgrados.

Psicoanálisis y psicología clínica

Aparición del término Psicología Clínica

David Murphy and Susan Llewelyn (2014) identifican a Lightner Witmer (1867-1956)

como creador del término “Psicología Clínica” y fundador de la primera clínica en 1896

en la Universidad de Pensilvania. David H. Barlow (2014), por su parte, considera que

David Shakow (1901–1981) es el fundador de la Psicología Clínica como área profesional

diferenciada, y quien construye unas bases para la formación de los practicantes. Shakow

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quería que los psicólogos clínicos aunasen la práctica y aplicación de la psicología en la

psicoterapia con el interés por la investigación y la metodología científica.

La cuestión de una definición de psicología clínica

Si el concepto de «psicoanálisis» en la actualidad puede resultar ambiguo dadas las

cuestiones expuestas, el concepto de «psicología clínica» no se escapa a los problemas en

la definición. Marino Pérez Álvarez (1998) comentaba que, tal vez, dicha definición —y

la profesión en sí— estén destinadas a una continua metamorfosis.

Si se revisa brevemente la historia de la psicología se encuentran un número de

tradiciones que podrían haber contribuido al desarrollo de la psicología clínica, cada una

en su medida, y en ocasiones enfrentadas, como sugiere Pérez Álvarez (1998) quien

destaca, por encima del resto de las características de la disciplina, el aspecto

psicoterapéutico. Lo cierto es que los rasgos de la psicología clínica parecen dar lugar a

una difícil definición y entre los que se han aproximado no falta incluso quien ha

observado que el término puede contener “sentidos distintos” (Fernández Molina, 2003,

p.45).

En su tesis, María Noemí Fernández Molina (2003) agrupa las definiciones de

Psicología Clínica en tres categorías: las basadas en el concepto integral de salud y el

método científico; aquellas que atienden al aspecto ideográfico y, por último, las basadas

en el enfoque clínico. Hace especial hincapié en lo que podría llamarse «actitud clínica»

como distintivo de la psicología clínica frente a otras disciplinas que también se ocupan

del ser humano individual y sufriente.

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Sintetizando las características recogidas de las diferentes definiciones recogidas

en su tesis, Fernández Molina llega a su propia definición:

La Psicología Clínica es una disciplina de la psicología, que investiga y aplica los principios

de ésta a la situación única y exclusiva del paciente con problemas (sea de adaptación o de otro

tipo y tenga la edad que tenga), para intervenir en la prevención, evaluación y/o diagnóstico y

tratamiento, rehabilitación y asesoramiento respecto a sus alteraciones, trastornos o problemas

psicológicos, derivados por tanto de la interacción entre una situación y un individuo en

función de sus peculiares rasgos de constitución o temperamento, su personalidad, sus

experiencias o aprendizajes previos, o sus pretensiones, expectativas o motivos. Todo ello bajo

una actitud clínica, que la diferencia del resto de las profesiones de asistencia a quienes tienen

problemas psicológicos (p. 49).

La cuestión de si una definición donde la aplicación del método científico es

imprescindible —tomando como método científico el perteneciente al paradigma

actual—, resulta de gran importancia a la hora de incluir el psicoanálisis entre los modelos

que fundamentarían la Psicología Clínica, precisamente por los problemas metodológicos

y epistemológicos que lo psicoanalítico presenta, y podrían ser una de las razones, si no

la principal, que estarían alejando la disciplina de la Psicología Clínica del psicoanálisis,

al menos en Estados Unidos, una buena parte de Europa (Barlow, 2014) y, más

específicamente, en nuestro país. Atendiendo a lo que Bornstein (2005) sugiere, incluso

el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) de la Asociación

Estadounidense de Psicología (APA), que según recuerda el mismo autor es o debería ser

ateórico, parece alejarse en cada revisión de la base psicoanalítica —un alejamiento que

podría observarse también en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) de la

Organización Mundial de la Salud (OMS)—.

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Juan Pascual Llobell, María Dolores Frías Navarro y Héctor Monterde i Bort

(2004) sentencian: “Sólo hay una Psicología Clínica aceptable, aquélla que se sostiene

sobre los principios del método científico” (p. 6).

El debate abierto sobre la vigencia del psicoanálisis

Hay un cierto consenso en que el psicoanálisis no se ajusta al modelo científico actual

(Eysenck, 1952; Meyer, 2005; Onfray, 2011; Pinillos, 2000; Santamaría, 2009) e incluso

se le da el carácter de pseudociencia en trabajos de difusión científica (Bunge, 2012), de

los que habría que destacar el de Karl Popper (1963). Algunos de los autores que critican

la teoría psicoanalítica pertenecen al ámbito universitario, como los citados Carlos

Santamaría (2009) y José Luis Pinillos (2000). Aquilino Polaino (1981), que también

sostuvo un puesto destacado en la Universidad Complutense, criticó el psicoanálisis,

según reclamaba, desde la propia teoría psicoanalítica. Más recientemente, Fuentes

(2009) también criticaba a Freud desde un punto de vista análogo. El psicoanálisis, por

sus problemas epistemológicos, ha sido ha sido comparado incluso con la astrología en

textos destinados a público universitario (Pelechano, 1996).

Ese consenso sobre los problemas epistemológicos no solo alcanza a quienes se

muestran contrarios al psicoanálisis, sino a profesores universitarios que, de hecho, son

psicoanalistas, que difunden las teorías psicoanalíticas y que trabajan para que el

psicoanálisis pueda ser, como se mencionaba, acercado a la psicología que sí se estudia

desde dentro del canon científico actual (Ávila Espada y García de la Hoz, 2014). Estos

problemas epistemológicos pueden haber representado un problema o una excusa,

dependiendo del autor, a la hora de incluir el psicoanálisis en la facultad. Sin embargo,

desde los círculos psicoanalíticos, se ha contestado a las críticas con cierta celeridad y en

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ocasiones, con datos objetivos a las críticas. Muy célebre es el caso de la reacción de

Elisabeth Roudinesco (2011) al texto de Michel Onfray (2011) criticando tanto la forma

—el libro carece de bibliografía, entre otras cosas— como el contenido, al que tacha de

impreciso e incluso de racista. Hans Herman Strupp (1963) reaccionó también en su día

contra el artículo de Eysenck (1952) atacando, entre otras cosas, la metodología que este

había seguido para atacar al psicoanálisis y a sus resultados como terapia. En la misma

línea también puede citarse el libro de Miquel Bassols (2006) que argumenta contra el de

Catherine Meyer (2007) como ya puede suponerse por su título: El libro blanco del

psicoanálisis. E incluso Karl Popper (1963) suscitó reacciones que criticaban su método

y resultados respecto al psicoanálisis, como por ejemplo, el artículo de Adolf Grünbaum

(1979), en el que el psicoanálisis salía incluso peor parado que en el texto del propio

Popper. A pesar de sus conclusiones, resulta interesante la distinción que Grünbaum

realizó entre terapia y teoría a la hora de evaluarlos, teniendo en cuenta la importancia

que para el psicólogo clínico tiene el conocer sobre herramientas terapéuticas y para el

posible paciente sobre cuáles pueden resultarle de utilidad para elevar su bienestar.

Algunos de los autores mencionados argumentan que, además de los problemas

epistemológicos de la teoría, el psicoanálisis es una forma de psicoterapia superada,

cuando no inútil o incluso peligrosa (Eysenck, 1952; Meyer, 2007; Onfray, 2011;

Santamaría, 2009).

En nuestro país también se han desatado polémicas con una cierta difusión en su

momento. En 2009, Jesús Ambel (y otros 575 firmantes) escribieron al Colegio Oficial

de Psicólogos una carta replicando a una nota en la que la revista Infocop (2009), se hacía

eco de una noticia en prensa en la que se argumentaba que el psicoanálisis tenía problemas

metodológicos y poca presencia en la universidad. En la carta, Ambel criticaba,

precisamente, que se atacasen los métodos de las terapias psicodinámicas, ya que

18
consideraba las críticas una «tautología» —sugiriendo que como tiene problemas

epistemológicos, se excluye y no se investiga; como no se investiga, tiene problemas

epistemológicos—, que se argumentase que las terapias cognitivo-conductuales no tenían

problemas epistemológicos cuando tal cosa estaría por demostrar, y que se

«escamoteasen» al lector datos que demostrarían la verdadera situación del psicoanálisis.

Antonio Castilla Cabrera, Marisa García Rodríguez, y Antonio Sánchez Casado

(2011) publicaron un artículo cuyo punto de partida también era la nota del Colegio

Oficial de Psicólogos, en el que quisieron constatar con datos más firmes la buena salud

del psicoanálisis.

El psicoanálisis sigue practicándose en muchas consultas privadas. A mediados

de 2019 solo entre la Sociedad Española de Psicoanálisis y la Asociación Madrileña de

Psicoanálisis suman más de ciento cincuenta personas entre miembros y asociados —

comunicación personal vía telefónica—. El número de asociaciones surgidas en España

desde la fundación de las mencionadas se ha incrementado y existen profesionales que,

sin considerarse psicoanalistas, emplean técnicas cuyo soporte teórico es o fue

psicoanalítico, aunque es difícil mantener registro de los colegiados pertenecientes a este

último grupo. Se puede constatar también que existe una cierta demanda de formación de

orientación psicodinámica y que, además de instituciones específicamente

psicoanalíticas, y algunos programas de postgrado en diferentes universidades, entidades

tan importantes para el profesional de la psicología como es el Colegio de Psicólogos de

Madrid dan soporte a la organización de cursos con fundamento teórico psicodinámico o

psicoanalítico2.

2
Ejemplos son el Curso de desarrollo psicodinámico de la personalidad. (s.f.). Recuperado 7 mayo, 2019,
de https://www.copmadrid.org/web/formacion/actividades/20160621124337504763/scc1662-curso-
desarrollo-psicodinamico-la-personalidad o el denominado Experto en psicoterapia con niños y
adolescentes(XIX edición). (s.f.). Recuperado 7 mayo, 2019, de

19
En parte de la literatura al respecto se insinúa que esta situación —que exista una

condena por una parte y una difusión y una práctica activa por otra— podría ser parte de

la separación más o menos bien avenida entre instituciones y profesionales que ejercen la

psicoterapia y no solo una cuestión epistemológica (Barlow, 2014; Comelles, 1998;

Moreno, 2009; Pascual Llobell, Frías Navarro y Monterde i Bort, 2004; Pelechano, 2007;

Pérez Álvarez, 1998).

Estudios mata-analíticos: la eficacia de las terapias

Si bien el psicoanálisis como teoría adolece de problemas epistemológicos conocidos si

se usa el paradigma actual, sí se han realizado estudios de la efectividad de las terapias

con un diseño de investigación más adecuado a dicho paradigma, y los resultados han

podido ser sometidos a meta-análisis, aunque no han resuelto la cuestión de fondo, tal vez

porque, como explica Andrés Roussos (2007), los estudios meta-analíticos no están

exentos de sufrir de imprecisiones debidas a los sesgos del investigador y a las fuentes

disponibles, podrían arrojar datos de difícil acceso para los profesionales clínicos y puede

que no sean válidos fuera del contexto experimental. Que la metodología y los requisitos

para los meta-análisis deben ser mejorados parece reflejarlo la disparidad de resultados.

Uno de los estudios meta-analíticos pioneros, el de Smith, Glass y Miller (1980)

(Roussos, 2007) concluía que todas las terapias tenían efectos positivos, incluyendo las

psicoanalíticas y psicodinámicas. Pérez Álvarez (1998) desdice esos resultados y aclara

https://www.copmadrid.org/web/formacion/actividades/20181105170041837245/x1906-experto-
psicoterapia-ninos-adolescentesxix-edicion.
Fue en uno de estos cursos (2014) cuando uno de los organizadores nos comunicó a los asistentes que el
psicoanálisis había sido apartado de la universidad por razones políticas.

20
que no solo no tienen la misma eficacia todas las psicoterapias, sino que hay diferentes

grados de eficacia para cada terapia para diferentes problemas.

Enrique Echeburúa, Paz de Corral y Karmele Salaberría (2010) sugieren que

muchos psicólogos en ejercicio podrían, además, estar ignorando los resultados de

estudios meta-analíticos (que serían los que mayor nivel de evidencia recogen respecto a

lo que parece estar funcionando y lo que no) que prácticamente excluyen los tratamientos

psicodinámicos de entre los eficaces y, en cualquier caso, lo hacen con el psicoanálisis.

Estas conclusiones las complementaría el artículo de Juan Pascual Llobell, María Dolores

Frías Navarro y Héctor Monterde i Bort (2004) donde se argumenta que, en caso de que

los resultados de un estudio choquen con las creencias del terapeuta, este se queda con

sus creencias.

Sin embargo, existen varios autores que se han preocupado de investigar sobre la

eficacia de las terapias, de entre los que muchos son psicoanalistas, que han obtenido

resultados avalando el éxito del psicoanálisis. De entre ellos destaca Robert F. Bornstein

(2001; 2005) por ser un autor que animó a colegas psicoanalistas a trabajar con los

resultados de las investigaciones que se generaban desde dentro y fuera de su disciplina

y a aproximarla de nuevo a «la corriente principal» de investigación en psicoterapia.

También hay que reseñar la tesis doctoral de Carles Vallve Leal (2013), que emplea

también datos meta-analíticos y encuentra que el psicoanálisis a largo plazo es efectivo

con determinados trastornos. Barbara Depreeuw, Sharon Eldar, Kristina Conroy y Stefan

G. Hofmann (2017) por su parte, indican que los meta-análisis realizados en los que el

psicoanálisis tiene eficacia terapéutica son de mala factura y sugieren que el debate podría

seguir abierto por razones más políticas que académicas.

Así pues, la disputa sobre la inclusión de la terapia psicoanalítica o psicodinámica

en la enseñanza de la Psicología Clínica, teniendo en cuenta el modelo científico, su


21
eficacia y eficiencia y, quizás, algunas razones políticas, continúa sin que los estudios

meta-analíticos, la formación de una corriente u otra o cualquier otra medida para integrar

o excluir unos modelos u otros del ámbito formativo y profesional haya determinado el

destino de unas y otras terapias en el ámbito educativo o en el de la clínica pública o

privada. La discusión no resuelta haría necesario que se presentasen al interesado —desde

el estudiante al paciente— los diferentes modelos terapéuticos existentes y sus

características para que pudiera disponer de criterios con los que elegir, situación que

complicaría —a nuestro juicio— qué contenidos habrían de ser transmitidos en la

universidad.

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