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Cultivos en horizontes de cielo abiertos

El manejo nutrimental, en los sistemas agrícolas de producción intensiva, está


enfocado a la obtención de altos rendimientos por unidad de superficie tanto a cielo
abierto como en los sistemas de agricultura protegida (invernadero), con el objetivo
de incrementar y proveer de alimentos a la población. Las nuevas variedades y
mejoramiento de híbridos (en cereales y hortalizas), incremento en la aplicación de
fertilizantes orgánicos e inorgánicos, inversiones masivas en infraestructura de
irrigación y fertirriego han justificado el aumento del potencial de rendimiento de
varios cultivos. Además, se ha reducido el tiempo entre la siembra y la madurez del
cultivo y se ha logrado obtener de dos a tres cosechas en un año agrícola. En el
futuro se plantea que el incremento en la producción de cultivos seguirán siendo las
tierras destinadas a la producción agrícola intensiva, pero estos sistemas a su vez
deberán cumplir con estrictas normas ambientales. Por lo tanto, una intensificación
agro-ecológica de los sistemas de producción de cereales sólo será justificable si
se toma en cuenta la seguridad alimentaria, la disponibilidad de tierras y los recursos
hídricos requeridos para este fin (Cassman, 1999).

La clave del problema estará en visualizar e involucrar a todos los elementos como
una gestión integral de la explotación, que conduzca al buen desarrollo de los
cultivos y al mismo tiempo mejore y mantenga la sustentabilidad y calidad ambiental
del sistema productivo.

Este cambio de paradigma plantea grandes retos, la agricultura intensiva se


correlaciona negativamente con la biodiversidad en paisajes agrícolas (Smith et al.,
2013) ya que el uso de fertilizantes inorgánicos han contribuido a generar problemas
ambientales en suelos y ecosistemas, agua superficial y subterránea, pobreza
nutrimental e inducir a la pérdida de materia orgánica (Manlay et al., 2007).

La FAO (1998) propuso efectuar un manejo nutrimental integrado en los sistemas


productivos a través, del mejoramiento de la productividad por medio de un uso
equilibrado de fertilizantes inorgánicos combinados con fuentes orgánicas, balance
y eficiencia de nutrientes en el suelo y los absorbidos por las plantas. En este
manejo integral deben de colaborar agrónomos, edafólogos, ecologistas y
autoridades ambientales (Snyder et al., 2009). Desde entonces, las publicaciones
sobre estrategias en el manejo agronómico intensivo, sustentable y sostenible de
los sistemas agrícolas en producción se han incrementado en años recientes
haciendo necesario una revisión a nivel internacional con la idea de proporcionar un
panorama general de las principales contribuciones.

Antecedentes de la producción agrícola mundial

La revolución verde, término usado a partir de la década de los 60’s al periodo de


producción agrícola, tuvo como objetivo incrementar la producción de alimentos
mediante el uso y aplicación de fertilizantes inorgánicos en cultivos de variedades
de alto rendimiento de arroz, trigo y maíz (Pinstrup-Anderson y Hazell, 1985). Esta
revolución fue estrechamente apoyada a través de subsidios por gobiernos tanto de
Europa como de Estados Unidos de América.

El enfoque todavía es vigente sobre todo en países en vías de desarrollo en donde


el uso de fertilizantes inorgánicos se incrementará de 134 a 182 millones de
toneladas para 2030, lo cual representa una tasa de crecimiento anual de 0.9%
(FAO, 2000). La justificación es que el suministro mundial de alimentos se
incrementará en 70% cuando la población alcance 9.2 mil millones en 2050 (Connor
y Mínguez, 2012), con el consecuente deterioro y contaminación del medio
ambiente. Asimismo, el crecimiento demográfico, la urbanización y la
industrialización, competirán por espacios físicos en tierras destinadas al uso
agrícola (Ericksona, 2013), por lo que será necesario disminuir los residuos
contaminantes con la expansión de áreas destinadas a pastos apropiados, junto con
la intensificación en áreas seleccionadas (Pfister et al., 2011).

Ante esta problemática, se planteó un cambio de paradigma en la producción de


alimentos en campo; es decir, alcanzar la seguridad alimentaria y a su vez conservar
los agro-ecosistemas (Brady y Weil, 1999). La FAO (1998), propuso el manejo
nutrimental integral, que consiste en la sustentabilidad del suelo para aportar
nutrientes y uso racional en el manejo de las fuentes de los mismos. Este sistema
pretende optimizar todos los aspectos del ciclo de nutrientes con la sincronía entre
la demanda del cultivo y la liberación de estos por el suelo, reduciendo al mínimo
las perdidas por lixiviación, escorrentía, volatilización e inmovilización (Hossner y
Jou, 2009).

El manejo integrado de nutrientes fue puesto en marcha con cuatro estrategias


interrelacionadas como ejes principales, a saber: a) conservación y uso eficiente de
nutrientes en el suelo nativo, mediante prácticas de conservación y reducción de
pérdidas en los agro-ecosistemas; b) reciclaje del flujo de nutrientes orgánicos, a
través de la incorporación de residuos vegetales; c) acceso a fuentes alternas de
nitrógeno por actividad biológica; y d) adición de fertilizantes inorgánicos sólo en
aquellos suelos con baja fertilidad.

En conclusión, el manejo nutrimental debe de realizarse de forma eficiente y práctica


para activar la disponibilidad y accesibilidad de fuentes de nutrientes para la planta,
con el fin de optimizar la productividad de los cultivos disminuir de manera drástica
el uso de fertilizantes inorgánicos y por lo tanto, la contaminación de los suelos y el
deterioro agro-ecológico. No obstante, todavía falta mucha investigación por realizar
para poder alcanzar los objetivos propuestos por FAO (1998) hace ya más de 14
años. Cada uno de los factores involucrados en el manejo integrado de nutrientes
se abordará individualmente a continuación.

Residuos de cosecha

Es ampliamente conocido que el incremento de materia orgánica en el suelo, a


través de diferentes prácticas de manejo, aumentan los rendimientos del cultivo; sin
embargo, no siempre se cuenta con fuente orgánica por lo que se recomienda
incorporar residuos de cosecha. Esta práctica proporciona materia orgánica al suelo
que es utilizada como fuente de energía por los micro-organismos, principales
agentes de descomposición (Singh et al., 2011) y liberación de nutrientes minerales
al suelo. Los microorganismos al mejorar la estructura del suelo, aumentar la
capacidad de retención del agua (Murray-Núñez et al., 2011) y amplían la capacidad
amortiguadora del suelo en cuanto a retención de cationes, reducción en la fijación
de fosfato, reservorio de nutrientes secundarios y micronutrientes. En los suelos
donde no se realiza esta práctica decrece la materia orgánica, que se refleja en
bajos rendimientos, siendo necesario incorporar mayor cantidad de fertilizantes
inorgánicos por unidad de superficie para mantener su potencial en 90% (Loveland
y Webb, 2003).

Es importante indicar que la opción de incorporar los residuos vegetales al suelo


debe ser evaluado con criterios de productividad, rentabilidad y sostenibilidad de la
agricultura intensiva sin olvidar el impacto al agro-ecosistema (Manlay et al., 2007).
También debe coincidir con un enfoque de intensificación ecológica al cumplir con
los estándares de calidad ambiental.

Rotación de cultivos

El consenso actual entre investigadores sobre la rotación de cultivos es el aumento


en el rendimiento y el beneficio económico que genera a los agricultores, aunado a
una producción sostenida. La rotación de cultivos se caracteriza por un sistema
secuencial sobre tierra cultivada, prácticas administrativas (Robson et al., 2002), y
programación de rotación que constituyen alrededor de uno o dos cultivos
principales, seguido de una o más legumbres u otros cultivos secundarios como los
energéticos.

Con el fin de maximizar la productividad de los cultivos, en la década de los 50’s y


60’s la agricultura de monocultivo intensivo dependió en gran medida de insumos
externos principalmente en fertilizantes y pesticidas sintéticos. No obstante, ninguna
cantidad de estos productos aplicados al sistema pudo compensar completamente
los efectos beneficiosos que la rotación ofrecía, de ahí que se inició el interés de
comprender las interacciones de los factores involucrados y explicar las causas del
incremento en el rendimiento (Bullock, 1992).

En la actualidad, la rotación de cultivos es una práctica cultural generalizada en gran


parte del mundo, que genera a largo plazo mejores condiciones agroecológicas y
cambios en las propiedades edáficas (Brady y Weil, 1999). Una revisión exhaustiva
sobre este tópico fue realizada por Zegada-Lizarazu y Monti (2011), quienes indican
que este sistema de producción trae consigo desventajas como mayor nivel de
organización y habilidad del agricultor; maquinaria y suministros agrícolas;
preparación técnica y administrativa del productor en el manejo de varios cultivos,
decremento en la disponibilidad y uso de tierras con cultivos de mayor rentabilidad
y estricta secuencia y programación de cultivos.
A partir de estas particularidades del sistema productivo y la necesidad mundial de
crear nuevas fuentes de energía fue propuesto un sistema a base de rotaciones
entre especies cuidadosamente seleccionadas para la producción de alimentos con
especies productoras de biocombustible, adaptadas potencialmente a diversas
condiciones climáticas. Las especies seleccionadas para la producción de alimentos
y biocombustibles deben considerar las siguientes características: duración (de
periodo corto o largo); área cultivada (regular o irregular); secuencia de cultivos
(cíclica o acíclica); uso de la tierra (continua o discontinua), y programación (abierto
o cerrado). Robson et al. (2002) plantearon diferentes diseños y administración en
la rotación de cultivos.

Finalmente, la práctica cultural es indispensable en un sistema de agricultura de


producción intensiva, con cultivos que deben ser de la región con un mercado
económicamente atractivo, donde se aproveche al máximo los fertilizantes
inorgánicos e incentive la reserva y contenido de materia orgánica para conservar y
promover la bio-estructura de producción. También, el beneficio que se puede
alcanzar dependerá de las especies utilizadas: por ejemplo las leguminosas
contribuyen a la fijación de nitrógeno, las gramíneas al contenido de materia
orgánica por medio del material vegetativo seco (rastrojo) y las pasturas perenes
actúan como restauradoras de las condiciones físicas y biológicas del suelo al
secuestrar el carbón orgánico (Franzluebbersa et al., 2013).

Algunas investigaciones referentes a la rotación que han resultado favorables en el


centro de México son la relación entre maíz-frijol-girasol o maíz-cártamo, además
de utilizar el cultivo de alfalfa como de cobertura y abono verde en rotaciones con
maíz, la cual beneficia a la fijación de nitrógeno y el control de malezas (McVay et
al., 1989).

Ciclo de nutrientes

La intensificación agrícola (incremento de producción en espacio y tiempo) está


asociada generalmente con la reducción en la capacidad productiva de las tierras
agrícolas para proporcionar otras importantes funciones ecológicas como la
retención de carbono (Oglea et al., 2012), y el ciclo de nutrientes específicamente
del nitrógeno (Widdison y Burt, 2013). Este tipo de prácticas agrícolas afectan
directamente al secuestro y mineralización del carbón orgánico y la estabilización o
alteración de la humedad, temperatura, aireación, pH y disponibilidad de nutrientes
en el suelo (Sanford et al., 2012). En consecuencia, tienen efectos negativos, sobre
todo en la retención del agua y suministro de nutrientes importantes para la actividad
biológica del suelo (Jahangir et al., 2012).

La agricultura intensiva utiliza todos los medios para maximizar los rendimientos,
por lo tanto también los beneficios. No obstante, las repercusiones son importantes
al medio ambiente debido a que se sobreexplota a los recursos naturales (Figueroa-
Viramontes et al., 2011) y provoca contaminación por su uso excesivo (Moreau et
al., 2012). Numerosos estudios han demostrado que la lixiviación de nitrógeno en
forma de NO3-N ha contaminado tanto las aguas superficiales como las aguas
subterráneas (Syswerdaa et al., 2012) y junto con el fósforo (P), están generado
eutrofización en los cuerpos lacustres.

La lixiviación de nitrato se produce cuando su cantidad en la solución del suelo es


mucho más alta que lo requerido por los cultivos o cuando no existe un cultivo de
invierno de cobertura que los absorba (Sieling y Kage, 2006), lo cual provoca que
en otoño-invierno y parte de la primavera se movilice hacia los horizonte inferiores
y alcance el manto freático. Cultivos de cobertura en invierno, especialmente si
demandan altas cantidades de N como los granos (maíz y otros cereales) absorben
el exceso de los nitratos y otros nutrientes y producen grandes cantidades de
biomasa (Syswerdaa et al., 2012) que posteriormente son depositados sobre al
suelo. Al iniciar la época de primavera, estos cultivos son incorporados al suelo y al
descomponerse por la acción de los microorganismos liberan el nitrógeno y otros
nutrientes. Varios investigadores concluyen que los cultivos con cereales y
tubérculos son adecuados para este fin.

Labranza de conservación

La magnitud de los distintos sistemas de labranza convencional abarca labores de


inversión, no inversión, profunda, mínima, primaria, reducida y secundaria y en
forma aislada o integrada. Estas se enfocan a la manipulación e intervención directa
del suelo por implementos agrícolas, que generan efectos sobre las propiedades
del suelo y la calidad del agua (Logan y Lal, 1991). No obstante, muchas de estas
prácticas degradaron al suelo por lo que a partir de 1960 se introdujo un sistema de
labranza denominado de conservación.

La labranza de conservación tiene varias modalidades en su aplicación, desde


labranza mínima hasta la ausencia total de la misma (Holland, 2004) y se
recomienda que se integren los residuos de cosecha (al menos en 30%) en la
superficie del suelo, y reducción del uso de maquinaria y prácticas agrícolas
culturales. Además, es necesaria la integración de las rotaciones y sistemas de
cultivo, método de drenaje superficial y subterráneo, uso de tecnología de
fertilizantes y alternativas de manejo integral de plagas.

Al reducir la alteración del suelo, esta práctica evita la degradación de las tierras
causadas por la erosión hídrica o eólica (Verhulst et al., 2010), mejora la
productividad sostenible, a través de la agregación del suelo, distribución del
tamaño de agregados y la estabilidad en diversos tipo de suelos y condiciones
agroecológicas (Lichter et al., 2008).

Respecto a las propiedades biológicas, la labranza de conservación incrementa


diferentes poblaciones microbianas que provocan la oxidación de la materia
orgánica y la mineralización del N. Toda esta actividad biótica se encuentra
relacionada con el pH del suelo (Xiao et al., 2013), propiedad química que involucra
el contenido de materia orgánica y en consecuencia, la modificación de otras
propiedades como retención de humedad, capacidad de intercambio catiónico y
formación de agregados de origen biológico (Brady y Weil, 1999).
Actualmente, las investigaciones están encaminadas a determinar factores y
mecanismos para el secuestro de carbono a través del sistema de labranza, calidad
de suelo o cuantificación de la tasa de captura y destino del carbono al ser
recuperados por pastizales (Ryals et al., 2014).

Sin embargo, se ha reportado que la labranza de conservación no siempre ha tenido


éxito (Holland, 2004). La no remoción de la materia orgánica dentro del perfil del
suelo provoca que los nutrientes como N y K no se incorporen de manera efectiva
y se concentren en los primeros 5 cm, lo que limita su disponibilidad (Gál et al.,
2007). También se ha encontrado que causa la liberación y degradación acelerada
de N, que trae un impacto negativo en la capacidad de intercambio catiónico,
estructura y cambio en la relación C/N (Subbarao et al., 2006). Estos resultados
contrastan con otras investigaciones que indican la necesidad de incorporar los
residuos debido a la alta tasa de mineralización (Tian et al., 2010) y proponen llevar
a cabo más investigaciones en ambientes tropicales ya que el aumento de
temperaturas incrementa los efectos de contaminación eutrófica de N en
ecosistemas semi-naturales (Rowe et al., 2012).

LOS HORIZONTES DEL SUELO

Los horizontes son unas capas paralelas a la superficie, que constituyen el suelo,
al mismo tiempo que por sus diferencias reflejan su anisotropía vertical. Designamos
a los horizontes mediante letras:

HORIZONTE A

Los horizontes A00, A0 y A1, A2, A3 se superponen en el orden indicado cuando


están presentes simultáneamente en el perfil.

El horizonte A es un horizonte fundamental que ocupa la parte superior o el conjunto


del perfil del suelo, y que presenta uno u otro de los caracteres siguientes, o ambos
al mismo tiempo:

a) Presencia de materia orgánica.

b) Empobrecimiento de constituyentes tales como arcilla ,hierro, aluminio…

A00: Horizonte de superficie, formado por residuos vegetales fácilmente


identificables (hojarasca, ramillas y otros) y que a veces se designa con las
letras L u O.

A0: Horizonte constituido de restos vegetales parcialmente descompuestos y


prácticamente irreconocibles sobre el terreno. Este horizonte puede ser subdividido
en F y H. La capa H se distingue de la capa F por la completa ausencia de estructura
vegetal.
Generalmente estos dos horizontes contienen más del 30% de materia orgánica
total. Se miden de abajo a arriba a partir de la parte superior de A1. Puede darse el
caso de que uno u otro de estos horizontes esté ausente.

Estos horizontes A0 y A00 son los productos de acumulación encima de la parte


mineral del suelo, de restos vegetales cuya descomposición es lenta y que no están
incorporados al suelo propiamente dicho.

Normalmente el horizonte A1 contiene menos del 30% de materia orgánica bien


mezclada con la parte mineral, y es de color generalmente oscuro. Puede ser o no
un horizonte eluvial. A veces este horizonte está recubierto o impregnado por una
delgada capa de sustancias solubles.

El horizonte A2, que en ocasiones se anota E, es un horizonte de un color más claro


que el horizonte subyacente; se halla empobrecido en hierro, en arcilla y en
aluminio, con una correlativa concentración de minerales. Se trata de un horizonte
de eluviación por lixiviación o lavado de materiales en solución o en suspensión. En
estado disuelto o disperso los elementos se desplazan generalmente hacia el
horizonte B o bien fuera del perfil.

El horizonte A3 es de transición entre los horizontes A y B, pero se aproxima más a


A que a B. Si no podemos atribuir válidamente el horizonte de transición ni al uno ni
al otro, escribiremos AB.

HORIZONTE B

Es un horizonte en el cual han ido a acumularse sustancias procedentes de los


horizontes superficiales, o bien se trata de un horizonte claramente diferenciado de
los horizontes A por su estructura, su color y la naturaleza de sus componentes.
Pero asimismo es muy distinto de la roca madre, y en él los minerales primitivos han
sido profundamente alterados o transformados. La comisión francesa de Cartografía
de los Suelos da de él la siguiente definición: Horizonte fundamental situado debajo
de A y caracterizado por sus contenidos de arcilla, hierro o humus, más elevados
que en A o en C.

Este enriquecimiento puede ser debido ya sea a transformaciones in situ de los


minerales preexistentes o bien a aportes aluviales. Designamos este horizonte con
la letra B.

Si la variación de contenido de arcilla y hierro es muy escasa, y si la diferenciación


con A o con C estriba únicamente en la consistencia, la estructura o el color,
designaremos a este horizonte “B”.

Una letra minúscula colocada después de la B precisará la naturaleza del


enriquecimiento o de la diferenciación.
El horizonte B se subdivide en:

B1: Horizonte de transición con A, pero más parecido a B que a A.

B2: Horizonte que constituye la parte esencial de B, y que corresponde ya sea a la


acumulación principal o bien al desarrollo máximo de la diferenciación.

B3: Horizonte de transición con C, pero más parecido a B que a C. Podemos


acompañar los horizontes de una cifra secundaria B21,B22,etc.,sin otro significado
que el de haber introducido una subdivisión. Cuando dos suelos están imbricados
uno del otro, los horizontes del suelo más viejo se designan con las letras
acompañadas del signo prima: A´, B´, etc.

HORIZONTE Cµ

Corresponde a una roca en vías de alteración cuya organización lítica se ha


conservado. Se define como Horizonte mineral distinto de la roca inalterada, situado
debajo de B, o debajo de A si B no existe, análogo o diferente del material del que
se derivan tanto A como B y relativamente poco afectado por los procesos
edafogenéticos que llevaron a la individualización de los horizontes A y B
subyacentes, y no presenta las características de estos.

HORIZONTE R

Roca no alterada situada bajo el perfil y que puede perfectamente no ser la roca
madre del suelo o serlo sólo parcialmente.

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