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Manual de cerámica romana III. Carmen Fernández Ochoa, Ángel Morillo y Mar Zarzalejos
(Eds.). 1ª ed. Alcalá de Henares: Museo Arqueológico Regional; Madrid: Colegio Oficial de
Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias, Sección de Arqueología, 2017.
596 p. Cursos de Formación Permanente para Arqueólogos. ISBN 978-84-451-3643-0
3
Cerámica común romana altoimperial de
cocina y mesa, de fabricación local, en la
Meseta
2. El panorama peninsular
Aun siendo la común de cocina y mesa una cerámica omnipresente en todos
los yacimientos altoimperiales peninsulares, y que por regla general repre-
senta porcentajes elevados respecto al resto de las familias cerámicas con las
que comparte contexto, la información que de ella hay disponible no se pue-
de decir que esté equilibrada en términos geográficos y tampoco homogénea
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JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA
las producciones locales romanas de cocina y mesa aún no han sido objeto de
atención con carácter monográfico por parte de la investigación, a pesar de
que colecciones de cierta entidad recuperadas en excavación no faltan, como
las obtenidas en Pompaelo (Mezquíriz, 1958 y 1978), la villa de Liédena (Mez-
quíriz, 1954 y 1956) o el enclave de Cara (Mezquíriz, 1975 y 2006), por citar
sólo tres ejemplos representativos.
El Ebro medio es otro de los territorios cuya cerámica altoimperial mejor
y más intensamente ha sido estudiada, tanto la de lujo como la común, y tan-
to la de producción local como la de importación. En 1995, año en el que
Carmen Aguarod publica una síntesis sobre la común, en general, donde ha-
ce una valoración del estado de conocimientos al que se había llegado, ya es-
taba prácticamente definido el catálogo de enclaves que más información ha-
bían aportado (Aguarod, 1995), y los que después se han ido sumando no han
hecho más que reforzar y ampliar el panorama interpretativo por ella traza-
do, destacando lo aportado por las excavaciones de Celsa (Beltrán Lloris et
alii, 1998). El capítulo que la referida investigadora escribe en esa monogra-
fía constituye la última puesta al día sobre el tema, si obviamos el que en el
presente manual lleva su firma.
Cataluña presenta un panorama bastante irregular en lo que se refiere al
conocimiento de la cerámica común romana altoimperial, en general, y la de
cocina y mesa, en particular, ya que mientras unas zonas están estudiadas con
sumo detalle, de otras (sobre todo las comarcas del interior) aún se tiene po-
ca información. Los yacimientos mejor conocidos, como Tolegassos, Ampu-
rias, Palafrugell, Fenals-Lloret de Mar, Can Balenço, Iluro o Baetulo, se en-
cuentran situados, los primeros de ellos, en las comarcas centro-orientales de
la provincia de Gerona (Casas et alii, 1990; Tremoleda, 2000; Casas y Soler,
2003; Casas y Nolla, 2012), y los últimos, en la zona layetana costera (Puer-
ta, 2000). Fuera de estos dos espacios, son unos pocos lugares puntuales dis-
persos por el territorio los que han aportado datos: Tarraco, por supuesto
(García, Pociña y Remolà, 1997; Fernández y Remolà, 2008), Ilerda, los en-
claves productivos tarraconenses de Mas de Catxorro, L’Aumedina (Revilla
Calvo, 1993 y 1995) y algún que otro yacimiento de la costa sur barcelonesa
se encuentran entre los más sobresalientes. Aunque nunca constituyen colec-
ciones muy numerosas los materiales de todos estos yacimientos, salvo algu-
na excepción, las ventajas que presentan es que se trata de conjuntos variados
en cuanto a los morfotipos cerámicos producidos y, además, bien fechados
gracias a que suelen compartir contexto con importaciones itálicas, gálicas y
norteafricanas de cronología precisa.
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Fig. 1. Panorama de los estudios sobre cerámica común romana altoimperial de cocina y mesa, de producción
local, en la Península Ibérica (elaboración del autor). A, Estudios de carácter territorial: I, País Vasco (Martín
Salcedo, 2004); II, La Rioja (Luezas, 2002); III, Valle medio del Ebro (Aguarod, 1995; Aguarod, e. p.); IV, Gerona
central y oriental (Casas et alii, 1990; Tremoleda, 2000; Casas y Nolla, 2012); V, Zona laietana costera (Puerta,
2000); VI, Centro-sur de la Comunidad Valenciana (Huguet, 2012); VII, Depresión de Antequera (Serrano, 1997 y
2000); VIII, Alentejo (Nolen, 1985 y 1993; Pinto, 2003). B, Estudios de conjuntos locales significativos: 1, Forúa
(Vizcaya) (Martín Salcedo, 2004); 2, Aloria (Álava) (Martín Salcedo, 2004); 3, Iruña (Álava) (Martín Salcedo, 2004);
4, Mariturri (Álava) (Martínez et alii, 2015); 5, Oiasso (Irún, Guipuzkoa) (Urteaga y Amondarain, 2015); 6, Libia (He-
rramélluri, La Rioja) (Marcos Pous, 1979); 7, Vareia (La Rioja) (Luezas, 1989 y 1991); 8, Alfar de ‘La Maja’ (Cala-
horra) (Luezas, 1991): 9, Cara (Santacara, Navarra) (Mezquíriz, 2006); 10, Alfar de El Coscojal (Triabuena, Nava-
rra) (Sesma, 1987; Sesma y García, 1994); 11, Alfar de Turiaso (Tarazona, Zaragoza) (Aguarod, 1984 y 1985); 12,
Arcobriga (Monreal de Ariza, Zaragoza) (Sánchez Sánchez, 1992b); 13, Villanueva/Zaragoza (Ferreruela, 1987);
14, Caesaraugusta (Zaragoza) (Beltrán Lloris et alii, 1980); 15, Celsa (Velilla de Ebro, Zaragoza) (Aguarod, 1995;
Beltrán Lloris et alii, 1998); 16, El Palao (Alcañiz, Teruel) (Aguarod, 2003); 17, Alfar de Mas de Catxorro (Benifa-
llet, Tarragona) (Revilla Calvo, 1995); 18, Alfar de L’Aumedina (Tivissa, Tarragona) (Revilla Calvo, 1993 y 1995); 19,
Tarraco (García et alii, 1997; Fernández y Remolà, 2008); 20, Villa de Tolegassos (Viladamat, Gerona) (Casas et
alii, 1990; Tremoleda, 2000; Casas y Soler, 2003); 21, Ampurias (Gerona) (Casas et alii, 1990; Aquilué et alii, 2010);
22, Alfar de Ermedàs (Cornella del Terri, Gerona) (Tremoleda y Castanyer, 2013); 23, Palafrugell (Casas et alii,
1990); 24, Fenals-Lloret de Mar (Casas et alii, 1990); 25, Iluro (Puerta, 2000); 26, Can Balençó (Puerta, 2000); 27,
Baetulo (Puerta, 2000); 28, Saguntum (Huguet, 2012); 29, Llíria (Escrivà, 1995); 30, Valentia (Albiach et alii, 1998;
Huguet, 2006); 31, Lucentum (Alicante) (Sala et alii, 2007; Guilabert et alii, 2010); 32, Ilici/Portus Ilicitanus (Elche,
Alicante) (Sánchez Fernández, 1983; Ronda y Tendero, 2010); 33, Carthago Nova (Cartagena) (Ballester et alii,
1995); 34, Alfar de La Cartuja (Granada) (Serrano, 1997 y 2008; Fernández García, 2004a); 35, Torrox (Málaga)
(Beltrán y Mora, 1982; Rodríguez Oliva, 1997); 36, Cerro de Los Castillones (Campillos, Málaga) (Serrano, Aten-
cia y De Luque, 1985); 37, Lacipo (Casares, Málaga) (Puertas, 1982); 38, Carteia (San Roque, Cádiz) (Rodríguez,
2006); 39, Baelo Claudia (Caños de Meca, Cádiz) (Arévalo y Bernal, 2007); 40, Alfar de Puente Melchor (Puerto
Real, Cádiz) (Girón, 2010); 41, Castulo (Linares, Jaén) (Blázquez, Contreras y Urruela, 1984; Prado, 1994); 42, Los
Villares (Andújar, Jaén) (Nogueras, 2000; Fernández García, 2004b; Peinado, 2007); 43, Villa altoimperial de Cer-
cadilla (Córdoba) (Moreno Almenara, 1997); 44, Munigua (Córdoba) (Vegas, 1971 y 1973); 45, Alfar de Cortijo del
Río (Marchena, Sevilla) (Romero Moraga, 1987; García et alii, 2013); 46, Alfares de Hospital de las Cinco Llagas-
Parlamento de Andalucía (Sevilla) (Chic-García y García Vargas, 2004); 47, Italica (Santiponce, Sevilla) (Abad,
1982); 48, Pinguele (Bonares, Huelva) (Campos et alii, 2004; Serrano, 2008); 49, Augusta Emerita (Mérida, Bada-
joz) (Sánchez Sánchez, 1992a; Alvarado y Molano, 1995; Bustamante, 2011 y 2012); 50, Monte Molião (Arruda,
Viegas y Bargão, 2010); 51, Necrópolis de Aljustrel (Pinto, 2003); 52, Villae de São Cucufate (Beja) (Pinto, 2003);
53, Alfar de Abul (Alcácer do Sal) (Mayet y Silva, 2002; Fabião, 2004); 54, Necrópolis de Pedrãozinho (Nolen,
1985); 55, Necrópolis de Torre das Arcas (Nolen, 1985); 56, Necrópolis de Santo André (Montargil) (Nolen y Fe-
rrer, 1981); 57, Villa do Alto do Cidreira (Cascais) (Nolen, 1988); 58, Conimbriga (Coímbra) (Alarcão, 1975); 59, Bra-
cara Augusta (Braga) (Delgado y Morais, 2009); 60, Lucus Augusti (Alcorta, 1995 y 2001); 61, Chao Samartín
(Grandas de Salime, Asturias) (Hevia y Montes, 2009); 62, Gijón (Asturias) (Fernández Ochoa et alii, 2012); 63, Le-
gio (Fernández Freile, 2003; Morillo et alii, 2015); 64, Petavonium (Rosinos de Vidriales, Zamora) (Carretero, 2000).
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3. La Meseta
La poca atención de la que han sido objeto los territorios meseteños como
conjunto, en parte se debe a la enorme extensión que poseen (181.715 km2),
pero también a la dificultad de poder comparar físicamente, de manera direc-
ta, los diferentes tipos de producciones de cocina y mesa para tratar de cons-
truir tablas referidas a calidades de las masas arcillosas empleadas en cada zo-
na e incluso en cada yacimiento, a tipos de acabados de las superficies o a
materiales con los que comparten contexto, fundamental esto último para
ajustar las cronologías. En total, en este trabajo hemos considerado treinta y
tres yacimientos meseteños, aquéllos que con mejores datos cuentan (Fig. 2).
Somos conscientes de que en los informes de excavación depositados en las
correspondientes administraciones pueden existir tipos cerámicos que amplí-
an el catálogo aquí reunido, pero es materialmente imposible tratar de incor-
porar toda esta literatura gris al presente trabajo (Fig. 2).
Fig. 2. Yacimientos meseteños con conjuntos bien contextualizados de cerámica común al-
toimperial de cocina y mesa, de fabricación local (elaboración del autor). 1, Legio; 2, Astu-
rica Augusta; 3, Huerña; 4, La Corona de Quintanilla; 5, Castro de Corporales; 6, Petavonium;
7, Manganeses de la Polvorosa; 8, Villalazán; 9, Saldaña; 10, Herrera de Pisuerga; 11, Pare-
des de Nava; 12, Frechilla; 13, Pallantia/Palencia; 14, Tariego de Cerrato; 15, Montealegre de
Campos; 16, Septimanca; 17, Valladolid; 18, Pintia; 19, Segisamon; 20, Clunia; 21, Numantia;
22, El Burgo de Osma; 23, Termes; 24, Cauca; 25, Segovia; 26, Ávila; 27, Villamanta (Horno 1);
28, Ciudad Universitaria de Madrid; 29, Complutum y área periurbana; 30, Ercavica; 31, Se-
gobriga; 32, Villa de Sta. Leocadia; 33, Sisapo.
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los que por ahora más información ha suministrado, pero de nuevo más so-
bre las estructuras de combustión (Zarzalejos, 2002: 75-80) e instalaciones
complementarias, tales como una pileta de decantación y una estructura cu-
yo suelo estaba formado por ímbrices (Zarzalejos, 2002: 83-88), que sobre
cerámica común asociada, pues salvo alguna excepción –como la cazuela nº
168 o la jarra nº 213–, la mayor parte de la exhumada se obtuvo en el basu-
rero UE 947, perteneciente al siglo IV d. C. Respecto al horno de Torrejón
de Velasco (Madrid), cuyo periodo de actividad se sitúa, grosso modo, en el si-
glo I d. C., se indica cómo en su interior se recuperaron pequeñas ollas de
bordes vueltos y pastas anaranjadas, cuyas superficies externas recibieron
aguadas diluidas de color algo más oscuro que la pasta (De Almeida, López y
Morín, 2013: 227). De los tres hornos de la fase II de “La Magdalena” (Al-
calá de Henares), fechados en el segundo tercio del siglo I d. C., hasta ahora
se han dado a conocer sus estructuras pero no los materiales asociados (He-
ras et alii, 2013; Heras, Bastida y Galera 2014). Únicamente se hace mención
a la recuperación de fragmentos de ollas, orzas, olpes y jarras. Ya para termi-
nar, en Alcalá de Henares también, concretamente en la Parcela 19 del yaci-
miento de El Encín, se documentaron los restos de un horno altoimperial al
lado del cual hay una pileta, y de nuevo se mencionan cerámicas comunes pe-
ro sin que esté claro si se fabricaron en él o no (Azcárraga, 2015: 275, fig.
6.150) (Fig. 3).
Respecto a los contextos de consumo de estas cerámicas en cada yacimien-
to, hasta ahora contamos con pocos espacios arquitectónicos identificados
como cocinas o comedores cuyos elencos de cerámicas recuperados en ellos
nos aporten información sustanciosa. Por lo que a las cocinas se refiere, tan
sólo la denominada habitación “h” del Edificio I del campamento de Petavo-
nium ha sido identificada como tal y ha rendido un conjunto significativo de
recipientes de cerámica común (Carretero, 2000: 40-47 y 202-209, figs. 8, 9
y 118-123) (v. Fig. 3). Junto a ella, la “d” cuenta también con un conjunto sig-
nificativo de vasos de cerámica común –además de otros muchos de sigillata
y “paredes finas”– asociados a un horno para cocinar alimentos (Carretero,
2000: 40-47, figs. 11 y 107-112). Fechada esta instalación en la segunda mi-
tad del siglo I d. C. y la primera mitad del II, de los recipientes recuperados
iremos dando cuenta al analizar la tipología vascular. También en la Casa de
los Estucos, de Complutum, la habitación B de la Fase II se ha querido iden-
tificar con una cocina y/o despensa, fechada entre finales del siglo I y el siglo
III d. C. –aunque hay algún material de inicios del IV–, pero en cualquier ca-
so, poca información hay sobre las cerámicas halladas (Rascón, 1995: 73-75,
fig. 18). Finalmente, en Sisapo, situada ya en el reborde suroeste meseteño,
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tro Copín c/v San Salvador del Nido, excavado en 1994-95, que inicialmen-
te fue fechado a mediados del siglo II d. C. (Fernández Freile, 2003: 167),
posteriormente entre los años 110-140 d. C. (Morillo y García Marcos, 2006:
256), pero que recientemente se ha circunscrito a los últimos años del siglo I
y el primer cuarto del II d. C. (Morillo, 2015: 304). Proporcionó un conjun-
to de cerámica común muy importante, ya que constituye el 67,4% de los
más de 8500 fragmentos cerámicos recuperados, y además variado. Cinco ti-
pos de ollas diferentes, cuatro de morteros, otros cuatro de jarras, copas,
cuencos, vasos, platos, fuentes, tapaderas, cántaros y barreños forman el ca-
tálogo de recipientes de cocina y mesa documentado (Fernández Freile,
2003: 119-142). El segundo vertedero se localiza en el polígono La Palome-
ra (sector de San Pedro), habiéndose publicado sólo la intervención de 1993,
permaneciendo inéditas las cerámicas comunes de la excavación de 1993, a
pesar de constituir el 75% del material cerámico (Morillo y Martín, 2013:
211-212, fig. 10). Por la sigillata asociada, está bien fechado a mediados del I
d. C. y entre los tipos cerámicos más abundantes destacan las botellas y jarras
monoansadas, los jarros de dos asas, las ollas, algunos platos, un mortero imi-
tación de Dramont D2 y tapaderas, todo ello de fabricación local.
Menos voluminoso que los leoneses referidos es el conjunto recuperado
bajo la denominada Casa del Pavimento de opus signinum de Asturica Augus-
ta (Burón, 1997). En la zona suroeste de la misma se pudo documentar un
vertido (UE 3046) cuya función era nivelar el suelo sobre el que se dispon-
dría el pavimento. Se recuperaron platos de fondo plano, diversos tipos de
ollas y de jarras, así como tapaderas, todo ello fechado entre finales de la épo-
ca de Claudio e inicios de la flavia. Y bajo él, la UE 3018 deparó comunes de
finales de Tiberio o inicios de Claudio (Burón, 1997: 31, 35 y 39).
Cambiando de submeseta, el basurero excavado en la Ciudad Universita-
ria de Madrid, datado entre finales del siglo I y mediados del II d. C., es otro
ejemplo también significativo, aunque en él se halló un conjunto aún menos
numeroso que en el caso anteriormente citado (Guiral, 1997). Como escasos
fueron también los recuperados en el vertedero de época flavia excavado jun-
to a la Casa de Hippolytus, de Complutum, del que sólo se ha dado a conocer
un gran cuenco de cerámica común con dos picos vertedores afrontados
(Rascón, 1998: nº cat. 131), o el vertedero existente junto a la muralla de Er-
cavica, aunque bien fechado en torno al 20 a. C. (Lorrio, 2001: 59-61, fig. 37),
y por publicar están aún las cerámicas comunes del vertedero de Casa de Ro-
das/Los Callejones (Aranjuez, Madrid), pues sólo se ha dado a conocer la
TSHB (Jaramillo y García, 2013).
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quemada (Carretero, 2000: 204 y 690, fig. 119, 870 y fig. 351, 174).
Puesto que ese nivel se fechó en un siglo I avanzado y la primera mi-
tad del II d. C., a momentos indeterminados de este periodo perte-
nece. Muy parecido a éste, y fechado en la segunda centuria, halla-
mos un platito similar en Chao Samartín (Hevia y Montes, 2009:
156, fig. 132, 1). Su pervivencia en fases más tardías es fácil de com-
probar y de explicar teniendo en cuenta la gran utilidad y universa-
lidad de la forma.
— Tipo 3. Plato trípode (tripes) de concavidad muy baja, de manera que
la parte superior de las patas constituye el inicio del borde. Recupe-
rado en la necrópolis de Eras del Bosque, el borde externo ha sido
decorado con un friso de aspas incisas y conserva restos de una es-
pecie de engobe rojizo oscuro (Carretero y Guerrero, 1990: 370,
fig. 3, grupo IV, 4). De lo que no hay indicios, a pesar de las patas,
es de que haya estado expuesto a las brasas. En este cementerio pa-
lentino los recipientes trípodes están muy enraizados en la tradición
indígena.
Fig. 5. Cuenco de cerámica de cocina con dos picos vertedores, de época flavia, procedente de un vertedero jun-
to a de la Casa de Hippolytus de Complutum (foto, Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid)
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— Tipo 3. Olla de cuerpo globular, con cuello corto y base plana o sua-
vemente cóncava. Su diámetro máximo se encuentra hacia la mitad
del cuerpo. Es de las formas más corrientes a lo largo del Imperio y
de nuevo se pueden distinguir variantes.
— Tipo 3A. Es una olla de cuello corto, con el borde corto vuelto al ex-
terior y base plana. De nuevo es en la fase 2ª del Castro de Corpo-
rales donde encontramos la pieza que marca el tipo y que posee
abundantes desgrasantes de cuarzo y mica (Sánchez-Palencia y Fer-
nández-Posse, 1985: 248-250, fig. 116, 614), igualmente fechada
entre el 70/75 y el 120 d. C. Su diámetro de boca es de 19 cm y su
altura de 21 cm. En algunas necrópolis altoimperiales este es uno de
los tipos de olla más utilizados como urna cineraria (p. ej., Sanz
Mínguez, 1997: 133-134, fig. 139, 64).
— Tipo 3B. Similar a la anterior, pero con la diferencia de que el bor-
de está acondicionado para recibir una tapadera. La olla nº 1348 de
la Casa del Acueducto de Tiermes, fechada sin mayores precisiones
en época altoimperial, constituye un buen referente (Argente y Dí-
az, 1994: fig. 28, 1348). Tiene 14,3 cm de diámetro de boca y 13,9
cm de altura. Si bien ésta se puede considerar como una olla de ta-
maño mediano, lo habitual es que tenga entre 18 y 20 cm de diáme-
tro de boca, y con independencia de las dimensiones se estuvo fa-
bricando a lo largo del Imperio.
— Tipo 3C. Olla de cuerpo globular pero tendente hacia la forma bi-
troncocónica, con el borde acampanado muy desarrollado, labio al-
go engrosado y base plana. Su diámetro máximo se encuentra hacia
la mitad del cuerpo, pero al no venir marcado, como en muchas bi-
troncocónicas, mediante una carena (p. ej., Sánchez Sánchez, 1992:
21-22, fig. 3, 1-3), sino que es redondeado, preferimos situarla en-
tre las globulares. Realmente, pocas son las ollas meseteñas con ca-
rena a mitad del cuerpo. Este modelo viene representado por un
ejemplar recuperado en la Casa del Acueducto de Tiermes, de 15,4
cm de diámetro de boca y 21,4 cm de altura (Argente y Díaz, 1994:
69, fig. 24, 2558) (Fig. 7).
— Tipo 4. Olla de cuerpo globular que representa las tres cuartas par-
tes de la esfera, sin cuello y presumiblemente con la base plana.
— Tipo 4A. Con el borde sencillo, que no es más que la prolongación
de la propia pared del cuerpo, a veces aparece recorrido por una
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3.2.5. Jarras
En general, las jarras se fabricaron tanto en arcillas groseras y con las super-
ficies simplemente alisadas, como en arcillas tamizadas y las superficies trata-
das con esmero e incluso engobadas. Teniendo en cuenta que muchas de es-
tas últimas, habitualmente consideradas como de mesa, se usaron también en
las cocinas y que son las que presentan mayor diversidad de formas, será en
el apartado dedicado a la cerámica de mesa donde estudiaremos todas las va-
riantes de jarras conjuntamente. En algunas ocasiones, no muchas, son trata-
das en grupos aparte las jarras de cocina y las de mesa, según sean groseras o
finas las masas arcillosas con las que hayan sido fabricadas, pero al ser los mis-
mos morfotipos, se incurre en innecesarias repeticiones, y de esto es de lo
que queremos huir, máxime cuando es limitado el espacio del que dispone-
mos. Por ello, remitimos al apartado 3.3.5., en el que, en todo caso, iremos
indicando las características de la pasta de cada jarra representativa del tipo.
3.2.6. Morteros
Los mortaria (tipo 7 de Vegas) constituían un utensilio básico e imprescindi-
ble en cualquier cocina de una familia romana, o romanizada. Dependiendo
de su situación económica, podía tenerlos de mejor o peor calidad, de impor-
tación o de fabricación local, pero siempre varios y de diversos tamaños. A
pesar de lo numerosos que son en los campamentos legionarios meseteños
(Legio, Asturica Augusta, Petavonium, Herrera…), aún no disponemos de aná-
lisis de residuos que nos permitan ver qué tipo de materias habitualmente se
procesaban en ellos, y eso que no debe de ser extraño que entre las piedreci-
tas incrustadas en la superficie interna o en las estrías queden microrrestos
susceptibles de ser recuperados y analizados. En general, es un tipo de reci-
piente más ancho que alto, de paredes espesas, con amplios bordes para po-
derlo sujetar con firmeza durante el triturado o el rallado de las materias y
con pico vertedor. Son precisamente los rasgos morfológicos de los disposi-
tivos de vertido así como los tipos de borde los que permiten efectuar su or-
denación tipológica y su aproximación cronológica. Los morteros constitu-
yen, al igual que las ánforas, un grupo de carácter especial dentro de la
cerámica común.
Los primeros que se documentan en la Península Ibérica son de importa-
ción, vinculados por lo común al ejército, pero como consecuencia de una
demanda cada vez más importante al irse imponiendo las prácticas culinarias
itálicas, pronto empiezan a ser imitados localmente. Es a partir de mediados
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García, 1993: 125, fig. 64, 12 y 136, fig. 69, 1), Pintia (Centeno et
alii, 2003: 91-94, fig. 19, 2), de nuevo Petavonium (Carretero, 2000:
144, fig. 72, 466; 154, fig. 80, 549…) o Madrid (Guiral, 1997: 504,
fig. 11, 1), entre otros, fechados en su mayoría desde la primera mi-
tad del siglo I d. C. hasta finales de la centuria siguiente. (Fig. 9)
— Tipo 3. Mortero con el cuerpo en forma de casquete esférico, borde
vuelto muy curvado, de extremo redondeado o apuntado, habitual-
mente con acanaladura o carena en la base interna del borde, verte-
dera larga (salvo excepciones) de forma trapezoidal casi siempre y
base plana o ligeramente cóncava. En ocasiones, y razones no fal-
tan, este tipo de mortero en el que se pueden distinguir numerosos
subtipos pero en los que por motivos obvios no cabe entrar aquí, se
interpreta como derivado de Dramont D2. En el vertedero leonés
situado en la calle Maestro Copín, fechado a comienzos del siglo II
d. C., encontramos un ejemplar de perfil completo que puede ser-
vir de modelo y que corresponde a la forma 4 de Fernández Freile
(2003: 132, lám. 96, 110/59, Morillo, 2015: 304-305)), como tam-
bién podría servir de modelo una pieza muy similar de Segóbriga,
de 24,8 cm de diámetro de boca y más antigua, pues está fechada en
el siglo I d. C. (Almagro-Gorbea y Lorrio, 1989: 137, fig. 67, 5).
Numerosos y variados son los ejemplares recuperados en Petavo-
nium (Carretero, 2000: 193, fig. 110, 803; 230, fig. 139, 1018, etc.).
— Tipo 4. De morfología radicalmente distinta a la de los tipos ante-
riores, este modelo de mortero es más bien un gran cuenco hemis-
férico de borde sencillo con pie realzado, lo que hace de él que sea
más vulnerable a la presión en el proceso de triturado. Un ejemplar
casi completo se recuperó en el vertedero de la calle Brasilia de El
Burgo de Osma: tiene 25,3 cm de diámetro de boca, 13,4 cm de al-
tura, pequeñas piedrecitas incrustadas en su superficie interna y ha
sido interpretado como una versión simplificada de los Vegas 14-15
(Romero Carnicero et alii, 2012: 141, fig. 145, 1), aunque más bien
es un tipo que hunde sus raíces en ciertas formas de cuencos y co-
pas indígenas. La fecha de este vertedero se sitúa entre los años se-
senta del siglo I d. C. y los comienzos del II, la misma que se esti-
ma para un ejemplar idéntico morfológicamente hallado en la Cata
E de la campaña de 1976 realizada en Tiermes (Jimeno, 1980: 128,
fig. 24, 495, referido como rallador).
3.2.7. Tarros
Este tipo de recipientes, muy poco corrientes en cerámica común, en alguna
ocasión han sido interpretados también como botellas y podrían haber sido
usados tanto en la cocina, para guardar ingredientes culinarios (especias, fru-
tos secos, conservas o incluso aceite) como en la mesa. Dos modelos se tie-
nen documentados en la Meseta.
— Tipo 1. Del testar de la calle Brasilia de El Burgo de Osma procede
el ejemplar que nos sirve para marcar el tipo: su cuerpo es de pare-
des verticales, de 18 cm de diámetro, que en la parte superior se cie-
rran en ángulo recto para dar lugar a una plataforma horadada en
tres puntos equidistantes que termina en boca cerrada (de 10 cm de
diámetro) con el borde vertical engrosado; paredes que, además, se
prolongan en la vertical en una pestaña a modo de anillo de conten-
ción (Romero Carnicero et alii, 2012: 143, fig. 45, 4) cuya función
tal vez fuera la de que si se derramaba la materia guardada en su in-
terior al extraerla, y estamos pensando en conservas en aceite o só-
lo en aceite, se quedase en esta plataforma y volviera al interior a
través de los tres pequeños orificios que posee, aunque éstos tam-
bién podrían haber sido respiraderos de la materia guardada, por-
que seguramente la boca tendría tapadera. La fecha de este vertede-
ro ya la hemos indicado más arriba, y puede que el referente fuera
la forma Consp. 51.1, interpretada como “jarra y cenicero”, que
luego pasaría a la sudgálica, pero que no parece que se imitara en
hispánica. Y puede que a un tarro similar al uxamense corresponda
180
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA
3.2.8. Tapaderas
Las tapaderas (opercula) son corrientes en cualquier yacimiento romano. Las
de cocina están fabricadas con masas arcillosas de las mismas características
que las ollas o los cuencos, tipos de recipientes a los que más comúnmente
tapaban. Al ser un tipo de producto estandarizado, prácticamente los mismos
modelos que se fabricaron en época altoimperial se siguieron haciendo du-
rante el Bajo Imperio. Son los contextos los que, en cada caso, indican su cro-
nología. Sin llegar en la Meseta a la variedad morfológica que se tiene cons-
tatada en otras zonas peninsulares, e incluso en yacimientos concretos, como
es el caso de Augusta Emerita, por ejemplo, donde se tienen registradas casi
dos docenas de tipos para los siglos I y II d. C. (Bustamante, 2012: 416, fig.
9), sí que se documenta cierta variedad, aunque no les dedicaremos mucha
extensión porque su interés se podría calificar como de baja intensidad. Y
apelando a esa idea de lo corrientes que son, tampoco peregrinaremos por la
geografía meseteña o, en general, peninsular, buscando paralelos para cada ti-
po. Con el fin de sintetizar, recogemos sólo los tipos básicos.
— Tipo 1. Tapadera plana con asidero destacado o presumiblemente
destacado. No son frecuentes las tapaderas de este tipo en la Mese-
ta, pero sí cabe advertir dos variantes.
— Tipo 1A. Totalmente horizontal, como se pueden ver en un peque-
ño ejemplar de Petavonium, de 10 cm de diámetro (Carretero, 2000:
227 y 688, fig. 137, 989 y fig. 350, 167-169), fechada entre media-
dos del siglo I d. C. y mediados del II.
— Tipo 1B. Plana, pero suavemente convexa, de la que tampoco tene-
mos ninguna muestra completa, pero sí fragmentos de varias, pro-
cedentes de Petavonium de nuevo y con la misma cronología (Carre-
tero, 2000: 135, 310 y 688, fig. 63, 411, fig. 204, 1512 y fig. 350, 167
y 168), alguna de hasta 32,4 cm de diámetro.
— Tipo 2. Tapadera troncocónica con asidero más o menos destacado
e independientemente de cómo sea el borde (apuntado, engrosa-
do…). Dentro de este grupo cabe hacer una triple diferenciación
atendiendo a la trayectoria de la pared.
— Tipo 2A. De paredes rectas, como nos muestra cierto ejemplar del
vertedero de la calle Vacceos de Palencia capital (Romero Carnice-
ro et alii, 2014: 458, fig. 8, 3), de 17,7 cm de diámetro, fechado en
las dos últimas décadas del siglo I d. C. e inicios del II.
— Tipo 2B. De paredes suavemente cóncavas. Representativas de esta
182
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA
3.2.9. Embudos
Puede que algún fragmento de borde clasificado como perteneciente a un cuen-
co realmente lo fuera de un embudo, pero lo cierto es que de este tipo de uten-
silio cerámico imprescindible en la cocina tenemos pocas evidencias. Desde lue-
go, ningún fragmento tubular testimonial de su presencia, ya que los únicos que
se les parecen realmente son fustes de copas como las de nuestro tipo 1.
— Tipo 1. En el poblado zamorano de Manganeses de la Polvorosa hay
una pieza que ha sido interpretada como embudo (Misiego et alii,
2013: 367, fig. 91, 97/14/1759), y aunque tenemos nuestras dudas,
lo consideraremos como tal. Recuperado en niveles de la Fase IIIa,
184
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA
para la que se propone una cronología que va desde inicios del siglo
I d. C. a mediados del II, su morfología realmente es la de un cuen-
co de paredes muy tendidas, con perforación en el borde, 22 cm de
diámetro de boca, pero que no llega al inicio del tubo, por lo que
también podría ser un cuenco o una copa.
— Tipo 2. Más claro parece ser el recuperado en La Corona de Quin-
tanilla (León), el cual, a pesar de estar completo, y con buen crite-
rio, los excavadores no descartaron que pudiera tratarse de una ta-
padera similar a las que actualmente se usan en el norte de África
para cocinar alcuzcuz, lo que de ser así constituiría un caso único en
la Meseta. La pieza en cuestión, que nosotros creemos más embu-
do que tapadera, es de barro tosco, superficie interior roja y exterior
gris, de gran tamaño, pues tiene 29 cm de diámetro máximo, 6,1 de
diámetro en la boquilla y una altura de 14,4 cm (Domergue y Silliè-
res, 1977: 157-158, fig. 61). Su fecha se sitúa entre inicios de Tibe-
rio y el cambio de los julio-claudio a los flavios. Se correspondería
con el tipo 19 de Vegas (1973: 55, fig. 18), quien lo interpreta como
útil vinculado al llenado y vaciado de los líquidos de las ánforas.
185
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA
186
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA
187
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA
(Rojo, 1988: 55, fig. 10, arriba). La imitación del engobe rojo pom-
peyano constituye una de las características de muchos de estos pla-
tos y fuentes, pero las raíces de esta forma se hunden en momentos
antiguos, en época republicana, ya que se estuvieron fabricando tan-
to en barniz negro itálico (Morel 2161a1) como en cerámica común
itálica (vid., p. ej., Principal, 2013: fig. 2, COM-IT 6). Debido a su
gran funcionalidad, también se fabricó en sigillata itálica (Consp. 9),
gálica (Hermet 5) e hispánica (forma 72). En los conjuntos de
TSHB constituye la forma numéricamente más abundante (Zarza-
lejos y Fernández Ochoa, 2008: 336, fig. 1, Lamb. 9).
En la Meseta altoimperial estos platos y fuentes se tienen docu-
mentados ya desde la primera mitad del siglo I d. C. pero su época
de apogeo es a partir de mediados de dicha centuria. De la sepultu-
ra 68 de la necrópolis de Las Ruedas, en Pintia, procede un ejem-
plar bien fechado hacia el 50/60 d. C. que sabemos contuvo un gui-
so de ave de corral (Sanz Mínguez et alii, 2003: 210, fig. 9 A), y en
este mismo yacimiento, pero esta vez en el poblado, dentro de un
gran hoyo situado entre las casas 2 y 3, apareció un ejemplar de 21,5
cm de diámetro, fechado a finales del citado siglo o inicios del II
(Centeno et alii, 2003: fig. 19, 3). La misma cronología que presen-
ta cierta pieza del Castro de Corporales (Sánchez-Palencia y Fer-
nández-Posse, 1985: 250, fig. 116, 660), o los más de cien ejempla-
res de tamaño medio recuperados en el vertedero palentino de la
calle Vacceos (Romero Carnicero et alii, 2014: 458, fig. 8, 7-9), to-
dos con engobe rojo en su interior y series de círculos concéntricos
incisos. Del siglo II parecen ser los recuperados en otro vertedero,
el de la calle Maestro Copín, de León (Fernández Freile, 2003: 128-
129 y 133-134, láms. 91 y 98), en Huerña (Domergue y Martin,
1977: 119-121, fig. 31), y también el referido plato de Montealegre.
Muchos de estos platos y fuentes no muestran indicio alguno de
haber tenido engobe rojo en su superficie interna y, además, tienen
las superficies externas muy quemadas, lo que significa que estuvie-
ron expuestos al fuego, dentro de hornos más que sobre brasas. Es-
to quiere decir que en las viviendas parte de los platos de este tipo
se usarían en el ámbito de la cocina y parte –aquellos que no mues-
tran quemaduras–, en el de la mesa, pero unos y otros estarían en
los dos ambientes. En este sentido, es particularmente significativo
lo que nos muestra el Nivel V de la cocina del Edificio I de Petavo-
188
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA
nium, donde entre los platos que se recuperaron unos están afecta-
dos por el fuego y otros no (Carretero, 2000: 204, 205 y 208, figs.
119, 120 y123) (Fig. 12).
— Tipo 2. Plato con forma de casquete esférico y borde vuelto apenas
insinuado al estar suavemente tendido al exterior. Aunque le falta el
fondo, que a buen seguro sería plano, el ejemplar de referencia fue
recuperado en el nivel III de la cata 1 de La Dehesa, en Complutum,
está fechado a mediados del siglo I d. C. y su diámetro de boca es
de casi 30 cm (Fernández Galiano, 1984: 333, fig. 191, 630).
— Tipo 3. Plato de cierta profundidad, con el borde vuelto en voladizo
y cuerpo curvado o con suave carena. La pieza prototípica es de la
Casa del Acueducto de Tiermes, tiene 18,1 cm de diámetro de bo-
ca y se fecha a finales del siglo I d. C. o ya dentro del II (Argente y
Díaz, 1994: fig. 30, 721). Con pocas variaciones morfológicas y en
189
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA
cuanto al tamaño, en esta misma casa termestina son varios los pla-
tos recuperados como este (Argente y Díaz, 1994: fig. 32, 249, fig.
34, 2230, etc.).
— Tipo 4. Plato de cuerpo carenado, borde vuelto al exterior redonde-
ado o apuntado y pie anular bajo. Dos excelentes referentes comple-
tos tenemos en la necrópolis vallisoletana de Las Ruedas, uno de
13,6 cm de diámetro de boca y 2,3 cm de altura, y otro de 10,4 cm
y 2,3 cm respectivamente (Sanz Mínguez, 1997: 178, 573 y 578, fig.
174, 573 y 578, resp.). Es un tipo de plato de morfología estandari-
zada porque constituye una imitación de la Hisp. 18, aunque sin
umbo, y forma parte de ese conjunto diverso de vajilla común de
mesa fabricada con arcillas muy depuradas que imita formas de la si-
gillata (Hisp. 10, 18, 27, 72, 90…, Ritt. 5, etc.). A pesar de que se
halló en posición secundaria, la cronología general de la zona don-
de apareció remite a época flavia (Sanz Mínguez, 1997: 355-357).
— Tipo 5. Plato de cuerpo con suave carena, borde vertical con labio
redondeado, acanaladura entre borde y cuerpo, y base plana. De
nuevo el referente lo hallamos en la necrópolis de Las Ruedas, tie-
ne 9,1 cm de diámetro de boca y 2,4 cm de altura (Sanz Mínguez,
1997: 178, 574, fig. 174, 574). Es un tipo de plato cuya morfología
no se ajusta exactamente a ninguna forma de sigillata pero sí mezcla
rasgos de varias de ellas y que, como el anterior, también se estuvo
fabricando en época flavia.
(Carretero, 2000: 210 y 669, fig. 124, 902 y fig. 335, 96). Es de pas-
ta fina, se coció en atmósfera oxidante, conserva restos de engobe
negruzco y tiene 11,4 cm de diámetro de boca. Los cuencos de es-
te tipo con el borde biselado hacia el interior, de manera que queda
una especie de carena, sobre todo es en la Submeseta sur donde más
se pueden ver (Sierra, 2004: 160, fig. de p. 173, 1 y 2).
— Tipo 1B. Cuenco profundo de cuerpo hemisférico, borde vuelto al
exterior, casi horizontal, y base plana. Es de morfología similar al ti-
po 4 que luego veremos, pero es la forma del cuerpo el elemento
distintivo. El ejemplo que mejor define el tipo se halló en la Capa
II del enclave leonés de Huerña, tiene 21 cm de diámetro de boca,
11 cm de altura y se fechó, sin mayor especificación, en la segunda
centuria (Domergue y Martin, 1977: fig. 30, 582). Entre estos cuen-
cos hemisféricos y los bitroncocónicos de ese tipo 4 no es difícil en-
contrar morfotipos intermedios.
— Tipo 2. Cuenco de cuerpo ovoide, generalmente profundo, con el
borde vuelto hacia el interior y base plana o ligeramente cóncava y
a veces con un pequeño pie. Con el borde significativamente dobla-
do hacia dentro probablemente lo que se pretenda sea impedir que
los líquidos que en ellos se depositen se viertan. Para lograr este ob-
jetivo se han empleado dos procedimientos, lo que da lugar dos sub-
tipos.
— Tipo 2A. Viene definido por el hecho de que el borde ha sido curva-
do hacia el interior en un ángulo de algo menos de 90o –aunque a
veces lo sobrepasa (López y Del Barrio, 1994: 40, fig. 20, I-13-46).
Uno de los mejores prototipos, aunque ha sido interpretado como
plato, lo hallamos en Segobriga: tiene 22 cm de diámetro de boca y
se le fecha en el siglo I d. C. (Almagro-Gorbea y Lorrio, 1989: 162,
fig. 80, 11). También a este siglo se llevan los ejemplares identifica-
dos en La Rioja (Luezas, 2002: 101-102, fig. 30, 1) y los de Lucus
Augusti (Alcorta, 1995: 215, fig. 12, 1), si bien aquí penetran en la
primera mitad del II. Este tipo de cuenco parece querer imitar, más
que a algunos cuencos de sigillata, a ciertas formas tardías de cerá-
mica itálica de barniz negro (Morel, 1981: 2788) que a su vez fue-
ron emuladas por las poblaciones indígenas de finales del siglo I a.
C. e inicios de la centuria siguiente.
— Tipo 2B. Este segundo modelo se caracteriza porque no sólo el bor-
de, sino toda la parte alta de la pared se curva hacia el interior, lo
191
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA
que significa que es más cerrado que el anterior. Por otra parte, el
borde en unas ocasiones aparece recorrido externamente por una
acanaladura más o menos profunda o un baquetón, lo que hace que
parezca engrosado, y en otras reforzado por una especie de doblez
de la pasta al exterior, moldurado. Veamos con un poco detenimien-
to cada una de estas dos variantes. Por lo que a la variante 2Ba se re-
fiere, de La Corona de Quintanilla (León) procede un ejemplar
completo, de 15 cm de diámetro de boca, una altura de 4,5 cm, ba-
se plana, con un baquetón exterior que recorre el inicio del borde y
otro interior (Domergue y Sillières, 1977: 148, fig. 56, 23 F 38). Se
fecha entre los años 15/20 y 60/70 d. C. Incompletos ya, en Petavo-
nium encontramos numerosos ejemplos de cuencos de mesa de este
tipo, pero generalmente más profundos y con carena o acanaladura
externa en lugar de baquetón, siempre fechados en la segunda mi-
tad del I d. C. y primera del II (Carretero, 2000: 246, 265… y 667,
fig. 152, 1108, fig. 171, 1208… y fig. 335, 92-95). Sin duda esta for-
ma se siguió fabricando a lo largo de la centuria siguiente porque
tanto en Lucus Augusti como en Chao Samartín se han documenta-
do (Alcorta, 2001: 329-331, fig. 138; Hevia y Montes, 2009: 127-
129, fig. 109, 4), lo mismo que los que presentan cuerpo más bul-
boide, dimensiones similares (22 cm de diámetro de boca),
superficies muy alisadas y fecha del tercer cuarto del siglo I d. C.
(Carretero, 2000: 91-92, fig. 33, 97). En Huerña esta forma la en-
contramos con la misma cronología (Domergue y Martin, 1977: 54,
183, fig. 13, 183).
Respecto a la variante 2Bb, el mejor prototipo, además comple-
to, se halló en el vertedero de la calle Brasilia de El Burgo de Osma
(Romero Carnicero et alii, 2012: 141, fig. 45, 3). Posee 20,3 cm de
diámetro de boca, 11,8 cm de altura y gracias a los materiales con
los que compartía contexto se pudo fechar entre los años sesenta del
siglo I d. C. y los comienzos del II. A principios del II se lleva tam-
bién un ejemplar de las mismas características que se recuperó en la
palentina calle Vacceos (Romero Carnicero et alii, 2014: 457, fig. 9,
1); en Lucus Augusti no parece sobrepasar los comedios del II d. C.,
aunque en este caso más que un cuenco es una fuente (Alcorta,
1995: 215, fig. 11, 3); y, por echar una ojeada a ámbitos más aleja-
dos, en Palafrugell es sobre todo en la segunda mitad de dicho siglo
cuando más se constatan estos cuencos (Casas et alii, 1990: 76, 154-
162) (Fig. 13)
192
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA
cadas con tecnología y masas arcillosas típicamente vacceas. Es más, alguna si-
gillata hispánica (90) trata de imitar las copas indígenas de fuste, lo que signi-
fica que el hilo conductor de las tradiciones alfareras indígenas meseteñas si-
guió operativo hasta, al menos bien entrado el siglo II d. C. (Fig. 14).
— Tipo 1. Constituye el tipo de copa más habitual y extendido por las
tierras del interior peninsular, sobre todo en la Submeseta norte. En
latín suele ser referido como calix. Aunque ninguna se ha conserva-
do completa, resulta fácil de identificar porque, en primer lugar,
trata de imitar a las copas de pie alto celtibéricas y vacceas tardías
(Wattenberg García, 1978: 25, IV A y B), las cuales también fueron
imitadas en sigillata, dando lugar a la Hisp. 90; y en segundo lugar,
porque en algunos yacimientos aparecen bordes de este tipo de co-
pa, decorado su interior con pintura, asociados a fustes, como pue-
de comprobarse, por ejemplo, en El Burgo de Osma (Romero Car-
nicero et alii, 2012: 139, fig. 44, 1-4). Lo que no nos parece nada
probable es que la fuente de inspiración fuese la Lamb. 4 de campa-
niense B o las copas del grupo Morel 1410, como en alguna ocasión
se ha propuesto, ya que las distancias morfológicas son bastante más
cortas con las copas indígenas que con las itálicas (vid., por ejemplo,
Aguarod, 1985: 34-36, fig. 10, 29-31; Aguarod, 1995: 146, fig. 25,
6). Se caracteriza por tener el cuerpo hemisférico o casi hemisféri-
co, el borde vuelto al exterior y generalmente engrosado, y el pie
más o menos elevado con la base moldurada. Un último apunte:
puesto que en la Meseta sólo contamos con fragmentos de borde,
no con formas completas, no podemos descartar que algunos de los
bordes típicos de este tipo de copa no puedan haber pertenecido re-
almente a embudos de tipo Celsa 79.87. Atendiendo al tipo de bor-
de y a la morfología del cuerpo, tres modelos se pueden deslindar.
— Tipo 1A. Uno de los mejores referentes meseteños lo encontramos
en Tiermes, caracterizado por tener borde vuelto grueso, almendra-
do, y cuerpo no muy profundo en cuya parte alta aparece una care-
na (Argente y Díaz, 1994: fig. 33, 494). Son bastante corrientes en
la Submeseta norte (Cauca, Pallantia, Segisama, Clunia…), al igual
que en La Rioja –forma XXXIV de Vareia (Luezas, 1989: 179-181,
lám. XXV, 102 y 103, y lám. XXVI, 104), o bien bajo la denomina-
ción de Forma Nieto Gallo, 1958 fig. 9 (Luezas, 2002: 113-115, figs. 37
y 38)–, Álava (Marcos Pous, 1979: 248-259, fig. 67, 3119 y fig. 68,
4502) y Navarra. En todos los casos se insiste en que sus tipos de pas-
199
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA
pues se fechan en las dos últimas décadas del siglo I o inicios del II
(Romero Carnicero et alii, 2014: 456, fig. 7, 1-3).
— Tipo 3. Copa/cuenco imitación ¿de la sigillata itálica Consp. 23.1?
¿de la de barniz negro itálico Morel grupo 2737?. Una copa halla-
da en la necrópolis vallisoletana de Las Ruedas, concretamente en
la sepultura 259, que fue fechada en el último cuarto del siglo I d.
C. (Sanz Mínguez y Carrascal Arranz, 2013: 12), constituye, a nues-
tro modo de ver, más que la imitación de la Consp. 23.1, la de las
formas Morel 2737 de barniz negro itálico. Aunque estas formas se
fechan en el siglo II a. C., lo cual en absoluto encaja con el perfil
cronológico del resto de materiales de acompañamiento, no es raro
ver estas copas itálicas en contextos de época de Augusto, sobre to-
do en las costas mediterráneas –como por ejemplo en Ilici (Ronda y
Tendero, 2010: 327, lám. 4, fig. 4.1)–, con lo cual las distancias se
acortan. Este hecho, y el cuenco tardovacceo barrocamente decora-
do, es lo que, como en otra ocasión ya propusimos, quizá aconsejen
envejecer un poco la cronología estimada para la referida tumba en
varias décadas. La copa en cuestión ha sido cocida en atmósfera re-
ductora, tiene 8,3 cm de diámetro de boca, 4,9 cm de altura y está
algo deforme (Fig. 15).
204
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA
205
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA
(Fig. 20); y en algún que otro yacimiento no meseteño hay jarras co-
mo esta pero con la base totalmente plana, como se puede compro-
bar, por ejemplo, en Valentia (Albiach et alii, 1998: 159, fig. 16), fecha-
da en época de Augusto. La pieza en cuestión procede de un contexto
cerrado, de una sepultura excavada por M. del Amo en 1990 en la ne-
crópolis de Eras del Bosque, en Palencia capital, y que por los mate-
riales romanos de lujo con los que compartió espacio se puede fechar
hacia el 10/20 d. C. (Del Amo, 1992: 199, fig. 7, 6), habida cuenta el
periodo de vida útil de dichos materiales, que realmente se fechan
veinte o veinticinco años antes. Es de barro anaranjado bien depura-
do, tiene 19 cm de altura y 4 cm de diámetro de boca.
— Tipo 4. Jarra de un asa con cuello corto y estrecho, boca circular
igualmente estrecha, borde grueso de sección triangular, cuerpo
globular y base plana. La pieza prototípica se recuperó en la Estruc-
tura nº VI de las exhumadas en las excavaciones del año 2000 en el
yacimiento de Las Frailas (Frechilla, Palencia), pero no es única, si-
no que aparecieron dos, ambas fechadas a finales del siglo I d. C. o
209
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA
Fig. 21. Conjunto de bocas de jarras del tipo 5 procedentes de León (foto cortesía de A. Morillo)
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entre otros. En varios lugares, donde, por cierto, son referidas co-
mo botellas monoansadas y, efectivamente, más apropiado parece,
no se han podido vincular éstas con instalaciones alfareras conoci-
das, salvo en algún caso, como ocurre con Turiaso (Aguarod, 1984:
36-37, figs. 12, 13 y 14, 47-50; Aguarod y Amaré, 1987: 844, fig. 9),
fechadas en la segunda mitad del I d. C.
— Tipo 5B. A diferencia del tipo anterior, esta jarra tiene el cuello sen-
siblemente más corto y el cuerpo representa las tres cuartas partes
de la altura total. En Petavonium hallamos la pieza más representa-
tiva, de 35 cm de altura, marcada con grafito ATIM (Carretero,
2000: 179, fig. 98, 712).
— Tipo 6. Jarra de un asa con cuello corto y ancho, boca circular an-
cha, borde moldurado, cuerpo ovoide en unos casos y globular en
otros y base plana, anular o umbilicada, a juzgar por los paralelos de
formas completas extrameseteñas. Atendiendo a la configuración
del borde sobre todo, se pueden deslindar tres formas.
— Tipo 6A. El tipo de borde de esta jarra está fuertemente doblado ha-
cia el exterior y modelado de forma cóncava para que en él encaje
una tapadera. La pieza que mejor representa esta forma procede del
Horno 1 del alfar de Viña del Pañuelo (Villamanta, Madrid) –fecha-
do, como se recordará, en el último tercio del siglo I d. C.–, tiene
nada menos que 40,8 cm de altura, 24 cm de diámetro de boca,
cuerpo ovoide y base umbilicada (Zarzalejos, 2002: 153, fig. 131).
— Tipo 6B. Aunque no se conserva ningún ejemplar meseteño comple-
to, la diferencia respecto del anterior es que tiene el borde sensible-
mente menos tendido hacia el exterior y en él también podría enca-
jar una tapadera. La jarra prototípica procede del testar localizado
en la calle Brasilia de El Burgo de Osma (Soria), quizá vinculado
con el horno de la Plaza de la Catedral excavado en 1998-1999 (vid.
supra), tiene 12 cm de diámetro de boca, asa de dos cordones, y es-
tá fechada entre los años sesenta del siglo I d. C. e inicios del II (Ro-
mero Carnicero et alii, 2012: 142, fig. 45, 5). Muy similar a esta ja-
rra, y de la segunda mitad del I d. C. también, tenemos un ejemplo
en el alfar de Turiaso (Aguarod, 1984: 37-38, fig. 14, 53) (Fig. 20)
En este tipo de jarras a veces el borde moldurado es completa-
mente vertical, a pesar de cual también podría encajar una tapade-
ra, que apoyaría en la superficie interna del cuello. Un buen ejem-
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— Tipo 7C. Tampoco en este caso está la jarra completa, ya que le fal-
ta la base, aunque muy posiblemente fuese plana. Procede de las ex-
cavaciones realizadas en 1971-1973 en La Corona de Quintanilla,
situada junto al río Duerna, en la provincia de León, tiene 19,4 cm
de diámetro de boca, cuerpo globular, cuello engrosado, borde
grueso también de sección ovalada y cronológicamente se sitúa en-
tre los años 15/20 y 60/70 d. C., al igual que el resto de materiales
con los que comparte contexto (Domergue y Sillières, 1977: 155,
fig. 58, 22 E 20).
— Tipo 8. Jarra de dos asas, de perfil en “S”, con cuello corto y ancho,
boca circular ancha también, borde suavemente exvasado y base pla-
na o suavemente umbilicada. El ejemplar prototípico, procedente
de la necrópolis de Eras del Bosque y es de pequeño tamaño, pues
sólo tiene 4,6 cm. de diámetro de boca y 5,6 cm. de altura (López y
Olea, 1986-1988: 248, fig. III, 7 y lám. IV, 7), por lo que es una ja-
rra miniaturizada para usos funerarios. Es de suponer que los mo-
delos en los que se inspiró fueran de tamaño mayor. Su cronología
se sitúa en la primera mitad del siglo I d. C. (Fig. 21)
— Tipo 9. Jarra de dos asas con cuello corto y ancho, boca circular
igualmente ancha, borde vuelto al exterior y base plana o suavemen-
te umbilicada. Por ser un tipo de jarra muy funcional, es de amplia
difusión geográfica y de gran proyección cronológica. El ejemplar
marcador del tipo es bastante burdo, procede del castro palentino
de Tariego de Cerrato, tiene 8 cm de diámetro de boca, 19 cm de
altura, su base es umbilicada y se fecha, grosso modo, en los siglos I-
II d. C. (Castro y Blanco, 1975: 75, lám. XII, 45).
— Tipo 10. Jarra de dos asas con cuello corto y ancho, boca circular
igualmente ancha, borde vuelto al exterior pero preparado para re-
cibir una tapadera y cuerpo ovoide. El prototipo procede de la Ca-
sa del Acueducto de Tiermes, tiene 8,3 cm de diámetro de boca,
17,7 de altura y base ligeramente cóncava. Jarras como esta las te-
nemos también, datadas en la segunda mitad del I d. y la primera del
II, en Petavonium (Carretero, 2000: 132 y 678, fig. 61, 390 y fig.
343, 127), en el alfar de Turiaso (Aguarod, 1984: 38-39, fig. 15, 59-
61), etc. El tipo se siguió fabricando a lo largo del Bajo Imperio.
— Tipo 11. Jarra de dos asas con cuello ancho de longitud media, boca
circular ancha, borde moldurado vertical, cuerpo bulboide y base
plana. Es un tipo de jarra de proporciones singulares y pequeño ta-
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Fig. 23. Tabla de botellas, quemaperfumes y portalucernas o pie de candelabro (elaboración del autor)
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3.3.7. Tapaderas
El repertorio de tipos de tapaderas fabricadas en cerámica común fina es si-
milar al de las fabricadas en pastas groseras que ya vimos, por lo que no in-
sistiremos.
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4. Conclusiones
Muy brevemente, varias son las cuestiones que queremos destacar. En primer
lugar, no parece que tenga mucho sentido tratar de identificar en las produc-
ciones meseteñas de cerámica común altoimperial elementos de singularidad
respecto de los que se constatan en las regiones de su periferia, pues uno de
los efectos del proceso de romanización de Hispania es la tendencia hacia co-
tas cada vez más elevadas de homogeneidad material. No obstante, sí se pue-
den apreciar algunas leves diferencias, de manera que mientras la cerámica
común de las zonas de León y Zamora está tecnológica y tipológicamente
cercana a la del norte de Portugal, Galicia y Asturias (Bracara Augusta, Lucus
Augusti, Chao Samartín…), cuanto más al sur estos rasgos se van perdiendo.
Por ejemplo, las jarras monoansadas de alto cuello que englobamos en nues-
tro tipo 5, tan numerosas en Legio, Asturica Augusta o Petavonium, al sur del
Duero se vuelven muy escasas. Por otra parte, y en sentido sur-norte, las in-
fluencias de la común norteafricana, tan presentes en la Bética y en zonas
costeras mediterráneas e incluso atlánticas, en la Meseta tienen muy poca en-
tidad.
En segundo lugar, tal y como ocurre en el resto de regiones de la Penín-
sula, aquí también se identifica un horizonte de transformación/extinción de
las cerámicas comunes indígenas a lo largo del siglo I d. C., pero en unos en-
claves más que en otros. En las antiguas ciudades vacceas en proceso de ro-
manización, así como en las celtibéricas –y en sus respectivas necrópolis–, se
observa cómo el peso de las tradiciones cerámicas autóctonas fue importan-
te, tanto en la común como en la pintada (Blanco García, 2015). Este hecho
se encuentra mucho más difuminado en los poblados del área carpetana, don-
de la romanización material está presente desde momentos más tempranos.
Lógicamente, en las ciudades campamentales de la Submeseta norte, y en
aquellas en las que se advierte presencia de contingentes militares, aunque
también hay reminiscencias de la época anterior –cerámica de tradición astur
en Legio, Asturica Augusta o en Castro de Corporales y de tradición vaccea en
Petavonium–, el peso de esas tradiciones fue menor.
En tercer lugar, en la Meseta son aún pocos los yacimientos con coleccio-
nes numéricamente significativas de cerámica común altoimperial, a diferen-
cia del panorama que presentan otras regiones peninsulares. Al menos, colec-
ciones que estén publicadas total o parcialmente. Destacan sobre todo las de
las ciudades campamentales de Petavonium, Legio y Asturica Augusta. En la
mayor parte de las ocasiones el material disponible se reduce a conjuntos pe-
queños, aunque diversos desde el punto de vista tipológico y por ello todos
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Fig. 24. Algunos tipos de pastas cerámicas. 1, plato de cocina; 2, olla; 3, cuenco de mesa; 4, borde de mortero
(elaboración del autor)
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