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DE DESARROLLO
EL PSICOANÁLISIS
Instancias de la personalidad
Etapas de desarrollo psicosexual
Más allá de Freud
EL CONDUCTISMO Y LAS TEORÍAS DEL APRENDIZAJE
El aprendizaje social
Bijou y el análisis conductual del desarrollo
El enfoque sociocognitivo de Bandura
Conductismo y educación
LA ETOLOGÍA Y LA TEORÍA DEL APEGO
El método de la etología
La teoría del apego
Primeros modelos de desarrollo – 215 –
El psicoanálisis
El psicoanálisis es, sin duda una de las corrientes de pensamiento claves para
entender no sólo la psicología del siglo pasado. Su influencia, sin embargo, se
extiende más allá del propio campo de la psicología para extenderse a múltiples
maniestaciones artísticas. Sin el psicoanálisis, nuestra comprensión de gran parte
del pensamiento, la literatura, la pintura, el cine, etc. del pasado siglo resultaría
sin duda alguna incompleta, cuando no en algunos casos carente de significado.
Sin embargo, y aunque esta influencia cultural sigue vigente hoy en día, el
impacto del psicoanálisis en la psicología, y especialmente en la psicología
científica (no tanto de la psicología como práctica clínica, donde el psicoanálisis y
sus derivados gozan todavía de buena salud en numerosos contextos), hoy
parece haber remitido y estar circunscrita únicamente a la historia y origen de
ciertos conceptos.
Si tuviéramos que escoger las características del psicoanálisis más influyentes,
que mayor impacto han tenido en la configuración de la psicología (y, en
concreto, de la psicología del desarrollo) tal y como la conocemos, tendríamos
que nombrar al menos tres:
– 216 – Primeros modelos de desarrollo
Instancias de la personalidad
Freud entiende a la persona como compuesta por tres instancias que establecen
una relación dinámica (y muchas veces, como veremos, de conflicto y lucha)
entre ellas. Estas instancias son el ello, el superyo y el yo.
El ello
El superyo
El yo
Freud afirma (con gran escándalo para la sociedad de su época) no sólo que los
niños tienen instintos y deseos sexuales, sino que la comprensión de estos
instintos y deseos es fundamental para la comprensión de la vida sexual adulta y
se encuentra en el origen de numerosas patología de carácter psíquico. Freud
entendía que estos impulsos sexuales (que denomina libido) iban más allá del
propio acto sexual, e incluye en ellos los sentimientos de satisfacción y placer
que experimentamos realizado las más diversas actividades (y no sólo el acto
sexual). Por ejemplo, el acto infantil de chupar proporciona al niño, según Freud,
satisface impulsos de carácter sexual.
Para comprender el origen de la personalidad sana (y de la personalidad
patológica, escogida por Freud para comprender la salud), Freud describe el
desarrollo siguiendo una serie de etapas secuenciales. Estas etapas representan
fases en las que los impulsos sexuales aparecen en diferentes formas y
centrados en diferentes zonas del cuerpo.
A diferencia de las etapas piagetianas, esta secuencialidad se puede romper en
ocasiones de acuerdo a los fenómenos de fijación y regresión. Por fijación Freud
entiende la conservación de la localización de la libido y el interés sexual en
zonas y aspectos propios de etapas previas de desarrollo. Así, la persona fijada
en una determinada etapa permanece anclada en cierta medida en esa etapa, lo
que se expresa en determinados síntomas característicos. Cuando este anclaje es
muy fuerte, estaríamos en el origen de una enfermedad psíquica. La fijación en
determinada etapa de desarrollo psicosexual puede ser provocada por una
insatisfacción de este tipo de placer en el momento en que era prioritario o bien
por todo lo contrario, por una sobregratificación de las necesidades propias de
una determinada etapa, lo que ancla a la persona en esa etapa.
En algunas personas, estas preocupaciones acerca de placeres de etapas
anteriores aparecen de manera relativamente abrupta, tras una frustración. En
este caso, Freud habla de una regresión hacia una etapa anterior. Esta regresión
es tanto más probable cuanta mayor fijación en esa etapa hacia la que se
regresa presentara previamente la persona, además de verse facilitada también
por la intensidad de la frustración. Las fijaciones y regresiones a etapas de
desarrollo anteriores pueden no impedir un desarrollo normal cuando no son muy
intensas, aunque dan lugar a ciertos rasgos de carácter típicos. Cuando sí lo son,
caracterizan la aparición y síntomas de enfermedades psíquicas.
Por otra parte, ara Freud, los niños son, en potencia, perversos polimorfos. Es
decir, pueden ser inducidos a toda clase de extralimitaciones sexuales
(perversiones), ya que estas perversiones encuentran muy pocas resistencias en
sentimientos de pudor, de vergüenza, de repugnancia o morales que se
encuentran en los niños todavía muy poco desarrollados (Freud, 1972; p.
56).`Es decir, en los niños la satisfacción de los impulsos sexuales del ello
obtiene todavía poca resistencia por parte de un superyo que apenas existe (se
asentará a partir de la etapa fálica, como veremos) y de un yo en formación.
Veamos ahora cuáles son estas etapas propuestas por Freud y como contribuyen
a la formación de la personalidad.
Primeros modelos de desarrollo – 221 –
Etapa oral
La etapa anal
Esta etapa se desarrollaría para Freud durante el segundo y tercer año de vida y
se caracterizaría por una centración de la libido en la zona anal, que pasa a ser el
centro de interés sexual del niño.
Esta centración de la libido en la zona anal se produce a medida que el niño va
teniendo cada vez mayor control sobre sus esfínteres, lo que le permite decidir
sobre el momento en el que llevará a cabo sus deposiciones. El niño de estas
edades se interesa también por las heces como productos de sus esfuerzos de
control. Sin embargo, este interés por las heces será reprimido y castigado de
manera muy severa por los padres, que a la vez presionan al niño para que
aprenda cuanto antes a tener control sobre sus deposiciones.
Ante estas demandas parentales, algunos niños se rebelan y comienzan a
desarrollar un comportamiento desordenado y sucio, rasgos que a veces se
mantienen hasta la adultez. Sin embargo, en otras ocasiones se produce una
reacción contraria. El niño acepta de manera acrítica la presión paternal y la
generaliza y sigue con excesiva rigidez. En este caso, el niño se vuelve
estrictamente autocontrolado, desarrollando una gran escrupulosidad y
orientación exagerada hacia el orden y la limpieza. Este tipo de carácter, que a
veces continúa hasta la adultez (un fenómeno otra vez de fijación, como los
descritos para la anterior etapa), expresa una resistencia reprimida hacia la
autoridad. Comportamientos como el deseo de acumular dinero o poder o
conductas autoritarias y rígidas podrían ser expresiones adultas de este carácter
anal.
La etapa fálica
Entre los tres y los seis años el niño entra en una tercera etapa: la etapa fálica.
El acontecimiento que domina esta etapa es uno de los más conocidos (e
importantes) dentro de la teoría freudiana del desarrollo, el complejo de Edipo.
El complejo de Edipo se puede caracterizar como una crisis que acontece a partir
del momento que el niño comienza a interesarse por su pene, cuando la libido se
traslada a esa zona de su cuerpo. En esas primeras fantasías sexuales en las que
participa el pene, la madre se supone que juega un papel fundamental. El niño
desarrolla deseos sexuales incestuosos, que toman la forma de comportamientos
reales o imaginados en los que se ve a si mismo besando a su madre, durmiendo
con ella, casándose con ella, etc. Sin embargo, el niño pronto se dará cuenta que
estos deseos son irrealizables, ya que topa con la figura del padre, que se
convierte en su rival para obtener los favores y el amor de la madre.
El poder del padre y la conciencia de su superioridad puede despertar en el niño
lo que Freud denomina un miedo a la castración. Al mismo tiempo, el niño ha de
manejar también sus sentimientos de amor y la necesidad que tiene del padre.
De hecho, esta presencia o ausencia de pene representa una idea recurrente en
los niños según Freud. El niño varón se imagina que todos, independientemente
de su sexo, tienen unos órganos genitales similares a los suyos. Esta convicción
se mantiene de manera firme y es mantenida incluso ante la presencia de
Primeros modelos de desarrollo – 223 –
contradicciones. En los varones esta lucha por mantener esa creencia refuerza el
miedo a la castración al que nos referíamos, al pensar que a las niñas les ha sido
efectivamente arrebatado su pene. En las niñas la creencia equivalente refuerza
lo que Freud denomina envidia del pene o el deseo de tener un órgano similar al
de los varones (Freud, 1972; p. 60).
Esta situación contradictoria y conflictiva característica del Edipo se resuelve
mediante dos tipos de movimiento: por una parte reprimiendo el amor
incestuoso hacia la madre, encerrándolo en el inconsciente y sublimándolo en
forma de amor puro y asexual. Por otra, el odio hacia el padre se soluciona
mediante su identificación con él: el niño desea fervientemente llegar a ser como
su padre. El resultado de esta identificación será muy importante desde un punto
de vista evolutivo, ya que da lugar a la interiorización de normas morales
(representadas en la figura del padre), a la formación del superego (Shaffer,
2000; p. 347 de la trad. cast). Así, Freud denomina al superyo como ‘el heredero
del complejo de Edipo’ (Freud, 1923; p. 2714 de la trad. cast), y la resolución
este complejo se convierte en un paso fundamental hacia la integración del niño
en la familia y en la sociedad.
A pesar de que los sentimientos edípicos se reprimen, permanecen sin embargo
en el inconsciente y pueden manifestarse en ciertos comportamientos adultos,
como un deseo excesivo de poder y competición o viceversa, la huída se
situaciones competitivas y de autosuperación (que evocan el miedo a la
castración edípico). En situaciones extremas, los sentimientos edípicos
reprimidos pueden ser la raíz, desde un punto de vista psicoanalítico, de
situaciones de impotencia sexual, al evocar las mujeres un amor prohibido hacia
la madre.
Esta descripción del Edipo se ajusta al desarrollo sexual de los hombres, pero,
¿qué sucede con las mujeres? Freud describió un proceso similar de deseo sexual
hacia el padre y competencia y hostilidad hacia la madre en las niñas, proceso
que denominó complejo de Electra. La resolución de este conflicto no puede
llevarse a cabo por la misma vía que en los hombres, en los que el miedo a la
castración juega un papel fundamental, aunque parece que Freud nunca llegó a
aclarar del todo como se producía. Esta centración en el desarrollo del varón
(que se entiende como el desarrollo normativo) y olvido o subordinación de la
mujer ha sido señalado, incluso desde las propias filas psicoanalistas y
especialmente desde ámbitos feministas, como uno de los puntos débiles más
importantes de la ortodoxia psicoanalítica freudiana.
Etapa genital
Tras la resolución del Edipo, el niño pasa por una periodo que Freud denomina de
latencia, en el que las fantasías sexuales permanecerían reprimidas y estables.
Esta fase sería entonces de relativa calma, calma que se rompería sobre los 11
años y con la aparición de la adolescencia.
En esas edades, los impulsos sexuales aparecen con fuerza. Los miedos y
fantasías edípicas vuelven a aparecer y entonces resulta importante para el
desarrollo poder librarse de nuevo de ellos. Esta liberación se lleva a cabo
mediante una separación de los padres y ruptura de dependencia familiar. El niño
– 224 – Primeros modelos de desarrollo
La ortodoxia freudiana que hemos descrito en hasta el momento es tan sólo una
versión del psicoanálisis. Como ya hemos comentado, no mucho después de su
institucionalización (en forma de sociedades, revistas, etc.) comenzaron los
cismas dentro del movimiento psicoanalítico.
El repaso de estos cismas y las líneas de investigación y terapéuticas que han
generado excede los objetivos del presente trabajo. Sin embargo, sí nos vamos a
permitir algún breve comentario sobre algunos de ellos, entre los que hemos
destacado:
• Jung, que fue el primer investigador psicoanalítico importante en separarse
de la ortodoxia de Freud, apuesta por un psicoanálisis menos individualista y
centrado en pulsiones exclusivamente de tipo sexual y de mayor contenido
cultural y antropológico. Para Jung, los significados culturales compartidos (lo
que denominó ‘el inconsciente colectivo’) son los que determinan la
individualidad humana, mientras que para Freud era más bien al contrario: la
cultura se explica a partir de la formación de la personalidad.
Jung también avanzó en la descripción de tipos caracteriológicos,
distinguiendo entre la introversión y la extroversión, en función de si la
energía psíquica o libido se dirige hacia el mundo interior del sujeto o hacia el
exterior, hacia el mundo de los objetos.
• Adler, que provocó la segunda gran división en el psicoanálisis, también
discute el carácter sexual de las pulsiones humanas. Pero, en lugar de
enfatizar su carácter cultural, como hizo Jung, Adler subraya la naturaleza
agresiva (no sexual) de muchas de ellas. Para Adler, el niño desarrolla cierto
complejo de inferioridad, y los intentos para superarlo será el motor que
mueva el comportamiento adulto y sus deseos de superación. Así, el
complejo de Edipo freudiano se ve desplazado en Adler por el complejo de
inferioridad como clave para entender el desarrollo de la persona.
Por otra parte, desde la perspectiva de Adler, la sociedad, más que la
biología, y el Yo (más que el Ello o el inconsciente) son la clave para
entender el comportamiento humano. Por ello, Adler se suele citar como el
origen de todo un movimiento psicoanalista, especialmente enraizado en
Estados Unidos, que apuesta precisamente por el Yo y su desarrollo libre de
conflictos como el centro de sus esfuerzos no sólo teóricos, sino también
Primeros modelos de desarrollo – 225 –
principio anterior, ya que los principios que sustentan el aprendizaje son los
mismos.
En los casos en los que experimenta con personas, se hace en referencia a
comportamientos muy simples, ya que los complejos dependen de gran
número de factores y con ellos es difícil obtener un control experimental
exhaustivo.
Como hemos comentado en la introducción a este apartado dedicado al
conductismo, aun compartiendo unos principios básicos, son muchos los matices
entre los diferentes autores y corrientes que encontramos dentro de esta
perspectiva.
Vamos a repasar tres de estas corrientes o modelos, aquellos que a nuestro
juicio, modifican o amplían el conductismo de una manera que resulta más
relevante para la Psicología Evolutiva. De acuerdo con un criterio cronológico,
comentaremos brevemente la corriente del aprendizaje social, el modelo de Bijou
y el modelo de Bandura.
El aprendizaje social
La corriente, conocida como la teoría del aprendizaje social, comenzó a dar sus
primeros frutos a finales de los años 30 del pasado siglo, y durante los años 40 el
grupo de Yale se puede considerar la corriente hegemónica dentro de la
psicología estadounidense. Su primera obra importante, Frustration and Agresión
(Dollard, Doob, Miller, Mowrer, Sears, Ford, Hovland y Sollenberg, 1939) aborda
una hipótesis, basada en las ideas de Freud, según la que una frustración de
impulsos pulsionales (en terminología conductista, la interrupción de una
secuencia de conducta de acercamiento a un objetivo) provoca que el individuo
agreda a la fuente de la frustración. Cuando esta agresión posterior a la
frustración no podía dirigirse la fuente causante, se producía un desplazamiento
de esos impulsos agresivos hacia un objeto diferente.
Otro aspecto tratado por los autores del grupo es la imitación, tema de
investigación que fue recuperado por ellos en Estados Unidos, tras las décadas
de olvido que sufrió tras la obra de Baldwin. Miller y Dollar, en su obra Social
learning and imitation (1941) abordan la cuestión enfatizando la recompensa
social que implica la imitación de ciertos modelos.
En posteriores publicaciones (quizá la más elaborada sea Personality and
Psychotherapy, obra de Dollard y Miller en 1950 y en la que se propone una
teoría de la personalidad), se siguen abordando temas psicoanalíticos (conflicto,
ansiedad, patología) reformulándolos en términos E-R y diseñando
comprobaciones experimentales de las hipótesis a las que dan lugar.
Dentro del grupo, Robert R. Sears fue el que más interés prestó a aspectos de
tipo evolutivo, preocupándose por cuestiones relacionadas con la socialización, es
decir, con la manera en la que el niño internaliza los valores, actitudes, el
comportamiento de la cultura en la que se desarrolla. Interés especial en el
control de la agresión, el desarrollo de la resistencia a la tentación y la culpa, y la
adquisición de comportamientos adecuados a un cierto rol sexual tal y como los
sanciona determinada cultura (Grousec, 1992, p. 778, Cairns, 1998; p. 85).
Para Sears (Sears, Maccoby y Levin, 1957), el papel de los padres es
fundamental como elementos que influyen en en esta internalización. A lo largo
de la crianza de sus hijos, los padres utilizan diversos procedimientos que
facilitan (y, a veces, cuando faltan o se utilizan procedimientos poco eficientes,
dificultan) la internalización: recompensas, frustraciones, castigos en diferentes
formas, manifestaciones de poder, etc. Sears identificó algunas técnicas de
disciplina, permisividad, y severidad en la crianza como variables importantes en
el proceso de socialización.
Metodológicamente, Sears también fue un innovador dentro de las filas
conductistas. Deja de lado deja el laboratorio para centrar sus estudios en
técnicas de entrevista, observación, escalas de actitud e, incluso, test
proyectivos adaptados a sus objetos de investigación. Esta visión metodológica
más amplia se ajustaba mejor a los complejos comportamientos que pretendía
estudiar, aunque el grado de rigor alcanzado, sin embargo, no siempre fue el
más deseable.
La teoría del aprendizaje social en la versión de Sears se mantiene dentro de la
ortodoxia conductista al no plantear etapas de desarrollo (etapas que si
Primeros modelos de desarrollo – 231 –
que dará cobijo a gran parte de los interesados en estas cuestiones (aunque ya
no, como también veremos, desde un punto de vista conductista). Por último,
también gran parte del interés por cuestiones como la agresividad, el conflicto, la
mediación cognitiva de la conducta y el comportamiento en situaciones
cotidianas fuera de laboratorio será recogido, una década más tarde, por la obra
de autores como Mischel y sobre todo Bandura. A Bandura, que trataremos más
en profundidad dentro de unas páginas, se le puede considerar el heredero
dentro del conductismo (un conductismo flexibilizado) de las preocupaciones del
grupo del aprendizaje social.
Por lo que respecta al trabajo de Sears, Cairns (1998; pp. 86-87) destaca dos
grandes contribuciones:
• Fue uno de los primeros autores que se interesa en la psicología infantil en
Estados Unidos desde un punto de vista teórico y no meramente empírico
(obteniendo datos descriptivos), un aspecto que había estado ensombrecido
por la ortodoxia conductista, imperante en ese país desde los años 20 del
siglo pasado, que dirigía los esfuerzos de investigación al estudio de animales
inferiores y conductas simples en laboratorio. En Europa este esfuerzo teórico
y conceptual en el estudio del niño nunca se descuidó durante esos años,
como avalan los trabajos de Piaget, Vigotski o Wallon, por ejemplo.
• Fue también de los primeros en estudiar la interacción familiar y su influencia
en el desarrollo psicológico del niño de una manera científica, introduciendo
dentro del centro de atención de la Psicología Evolutiva a los padres y a las
prácticas de crianza como elementos importantes en el desarrollo en la
infancia.
algunas variables como el atractivo del modelo, las condiciones bajo las que
el comportamiento se está observando, etc.
• Los acontecimientos han de ser retenidos, el comportamiento observado ha
de ser representado en la memoria del observador, ya sea verbalmente o en
forma de imágenes.
• La representación simbólica debe convertirse en acciones apropiadas
similares al modelo original de comportamiento. Es decir, el observador, el
observador para reproducir el comportamiento observado debe contar con
las capacidades y habilidades necesarias para llevarlo a cabo.
• Debe haber el suficiente incentivo, motivación, para ejecutar de hecho las
acciones modeladas.
Así, aprendizaje y ejecución pasan a ser dos aspectos independientes dentro de
la teoría de Bandura: un individuo puede aprender sin mostrar ese
comportamiento aprendido, y mostrarlo más tarde, cuando las circunstancias
sean las apropiadas (cuando exista la suficiente motivación para ejecutar lo
aprendido, por ejemplo), sin la necesidad de que esté físicamente presente el
modelo. Además, es también posible, gracias a las capacidades de simbolización,
aplicar lo aprendido a situaciones diferentes a las que se observaron en el
comportamiento del modelo o incluso combinar secuencias de comportamientos
observados para generar comportamientos nuevos, innovadores.
Entendida de esta manera, el aprendizaje por observación se convierte en una
poderosa herramienta para explicar el proceso de aparición de nuevos
comportamientos que se produce a lo largo del desarrollo.
Sin embargo, la teoría de Bandura no se limita únicamente a ser una teoría del
modelado o del aprendizaje por observación. Al menos hay dos aportaciones más
que creemos que merece la pena señalar, profundizando ambas en el carácter
cognitivo de su propuesta: una es el énfasis en la autorregulación y la
autoeficacia, la otra el determinismo recíproco.
Bandura (1986, p. 360 y siguientes de la trad. cast; 1989) propone la
autorregulación como el elemento que explica cómo, a lo largo de la
socialización, el control de la conducta pasa progresivamente de fuentes externas
al individuo (los padres y otras personas y/o grupos con los que establecemos
relación desde el momento del nacimiento) al individuo como fuente de su propio
control, hasta el punto de llegar a comportarnos de manera coherente en
diferentes situaciones o ante la presencia de factores potencialmente influyentes
variables.
Para entender el logro del autocontrol es importante entender que, desde el
punto de vista de Bandura, los comportamientos relevantes de las personas
despiertan en ellas mismas una reacción autoevaluativa. Es decir, llega un
momento en que los refuerzos ya no es necesario que sean aplicados por
personas ajenas (como en la versión tradicional del conductismo), ni que
provengan siquiera de la observación en un modelo de las consecuencias de su
comportamiento (es decir, de un refuerzo vicario, que impulsa la imitación o no
de ese modelo), sino de la autoadmistración: los comportamientos que se
ajustan a nuestros estándares internos se juzgan positivamente, las que no se
juzgan negativamente.
Primeros modelos de desarrollo – 237 –
Conductismo y Educación
aprenda. Como comenta Keller (1978; p. 672), el maestro es, desde esta
perspectiva, un ‘ingeniero educacional y un administrador de contingencias’.
Más allá del aprendizaje operante, y si tenemos en cuenta también las
propuestas de Bandura, el maestro es, al mismo tiempo, un modelo para la
conducta del alumno, un modelo capaz de, intencionalmente, presentar a sus
alumnos patrones de comportamiento correcto y de crear ciertas expectativas de
conducta que facilitarán posteriores experiencias de aprendizaje (Rivière, 1990;
p. 75).
Aunque actualmente el conductismo es un enfoque también claramente a la baja
en la Psicología de la Educación, no podemos pasar por alto algunas de sus
aportaciones a esta disciplina, que sin duda han sido importantes. Quizá la más
interesante de todas ellas es el concepto de programa, o la noción de que para
favorecer el aprendizaje es clave la planificación y secuenciación de las
experiencias educativas. Esta noción de programa se relaciona, desde el
conductismo, con la tendencia al reduccionismo del que ya hemos hablado. Así,
si queremos instaurar un comportamiento complejo en un alumno (como suelen
ser los comportamientos valorados académicamente), hemos primero que
analizar qué conductas más simples lo componen, fragmentarlo al máximo para
poder entonces comenzar a manipular los elementos simples. Esta orientación
acumulativa, de lo simple a lo complejo, marcará la mayoría de la aportaciones
del conductismo a la Psicología de la Educación.
Entre estas aportaciones vamos a entrar con algo más de detalle en tres: la
enseñanza programada, las técnicas de modificación de conducta y, por último,
la teoría del aprendizaje acumulativo de Gagné, teoría que, como veremos,
aunque arranca desde los principios conductistas, posteriormente se ha ido
modificando para incluir cada vez más aspectos de tipo cognitivo.
La enseñanza programada
Así, mientras en un primer momento, que podemos situar en los años 60, su
teoría es un intento elaborado de explicar los procesos instructivos desde un
punto de vista claramente conductista, posteriores revisiones de su teoría cada
vez la escoran más hacia un terreno cognitivo, un enfoque claramente pujante en
la Psicología Educativa ya en los años 70. Fruto de este movimiento, su
propuesta es un intento de integrar, sobre unos fundamentos procedentes del
conductismo a los que nunca acabará de renunciar (Basil y Coll, 1990; p. 60),
conceptos e ideas cognitivas que ofrezcan una mayor amplitud y profundidad a la
hora de describir y explicar los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Así, en un primer momento su propuesta gira alrededor del concepto de
jerarquías de aprendizajes (Gagné, 1965). Para Gagné, una jerarquía de
aprendizaje es una secuencia ordenada de habilidades o destrezas cognitivas,
desde las más sencillas a las más complejas, que son necesarias para solucionar
un problema.
La idea de las jerarquías de aprendizaje es una aplicación directa de los
principios reduccionistas y de análisis de tareas que ya hemos visto que
caracterizan al conductismo. Para Gagné toda tarea de aprendizaje puede ser
dividida en subtareas más simples que implican ciertas habilidades, que a su vez
implican otras subtareas aún más simples. Si logramos especificar con el
suficiente detalle esta jerarquía, podremos utilizarla como la secuencia a seguir
para que el aprendizaje se produzca de forma óptima: primero enseñaremos los
niveles más fundamentales de la jerarquía, para acceder luego a niveles cada vez
más complejos. Para Gagné, el aprendizaje de una tarea compleja, que implica
habilidades complejas, implica siempre el dominio previo de las tareas y
habilidades más simples que la componen. Si este dominio previo de lo simple no
se da, va a ser prácticamente imposible dominar lo complejo.
Así, el aprendizaje de resolución de problemas implica el aprendizaje previo de
reglas. Este, a su vez, implica el aprendizaje de conceptos, que implica el
aprendizaje previo de discriminaciones. El aprendizaje de discriminaciones
requiere el aprendizaje previo de asociaciones verbales, y este implica el
aprendizaje de conexiones estímulo-respuesta. En el nivel más bajo de la
jerarquía encontramos lo que Gagné denomina el aprendizaje de señales.
En suma, el procedimiento para establecer una secuencia de instrucción óptima
consta de tres pasos:
• Identificar la tarea a partir de la especificación clara y operacional de sus
objetivos.
• Identificar en esa tarea los elementos que la componen, para luego hacer lo
mismo con cada elemento individual.
• Ordenar los elementos simples y complejos en jerarquías de aprendizaje que
vayan de lo simple a lo complejo.
Este marco explicativo será ampliado por Gagné en obras posteriores
introduciendo nuevos elementos y factores explicativos de carácter cognitivo. La
ampliación se produce en dos sentidos.
En un primer sentido, Gagné considera las habilidades intelectuales en las que
fundamenta su idea de jerarquías de aprendizaje sólo como un tipo específico, no
Primeros modelos de desarrollo – 245 –
suelen ser comunes a muchas especies). De acuerdo con Crain (2000; pp. 38-
39), los criterios que los etólogos clásicamente utilizan para considerar un
comportamiento como un instinto son los siguientes:
• Los comportamientos instintivos suelen ser disparados por estímulos
externos específicos. Son los denominados estímulos-señal, elementos del
ambiente que provocan la aparición del patrón de comportamiento instintivo.
Son estímulos que no necesitan aprenderse, sino que se reconocen de forma
innata. Por ejemplo, las gallinas reaccionan ante situaciones peligrosas en las
que se puedan encontrar sus pollitos. Sin embargo, esta reacción parece ser
disparada únicamente por los sonidos que emite el pollo en esas situaciones.
Si ponemos al pollo en situación peligrosa, comenzará a emitir sonidos
pidiendo auxilio. Su madre sólo acudirá si oye estos sonidos, si no los oye
(por ejemplo, si tapamos al pollo en una caja de cristal, para que la madre
pueda verle, pero no oírle), la madre no acudirá (Tinbergen, 1951).
• Los instintos tienen cierto componente de impulso, el animal se ve urgido a
poner en marcha el patrón instintivo ante la presencia del estímulo
adecuado. Además, si un instinto pasa mucho tiempo sin ser liberado (por la
no presencia de estímulos adecuados, por ejemplo), necesitará estímulos
menos potentes para ponerse en marcha.
• Los instintos son específicos de cada especie, es decir, cierto patrón de
comportamiento instintivo se muestra un una determinada especie, pero no
en el resto.
• Los comportamientos instintivos son relativamente estereotipados, incluyen
una secuencia de conductas que se repiten de manera regular cada vez que
se dispara el comportamiento instintivo. La conducta de galanteo en los
machos de determinadas especies es un buen ejemplo de esta regularidad, lo
que no implica, sin embargo, rigidez. En determinados momentos, aun
siguiendo el patrón marcado, los comportamientos concretos pueden
ajustarse a las circunstancias en las que se han de poner en marcha.
• Por último los instintos tienen cierto valor adaptativo, ayudan a la especie a
sobrevivir en el medio en el que viven.
En muchas ocasiones, la respuesta del animal a disparadores específicos es
innata, pero en otra el animal nace con ciertos huecos en el patrón de
comportamiento instintivo que rellena poco después de nacer. Por ejemplo, un
pato puede nacer con cierto patrón de comportamiento instintivo, como es el de
seguir a su madre, pero le puede faltar el tipo de estímulo específico ante el que
se ha de disparar el comportamiento instintivo. Cuando esta información se
rellena durante cierto periodo crítico (generalmente en el desarrollo temprano),
estamos ante el fenómeno de la impronta.
El investigador que estudió más a fondo el fenómeno de la impronta fue uno de
los padres, junto con Niko Tinbergen, de la etología: Konrad Lorenz.
En el caso de los patos, la información sobre cuál es el objeto al que seguir se
obtiene del primer objeto que se mueve durante cierto periodo crítico (justo
después de nacer). En la gran mayoría de casos, este primer objeto en
movimiento será la madre (lo que implica que los patitos seguirán a su madre, lo
que supone un comportamiento adaptativo, ya que evita que los patos se pierdan
– 248 – Primeros modelos de desarrollo
El método de la etología
adulto para moverse con el, como hacen, por ejemplo, la mayoría de primates.
Por ello se confía en señales que aseguran la proximidad al adulto, a un adulto
predispuesto a responder a ellas. La función de estas señales es mantener una
proximidad con los adultos que van a proteger al bebé y a satisfacer sus
necesidades.
Entre estas señales, el llanto es quizá la más frecuente y poderosa: ante el llanto
del niño, los adultos que le rodean se ven impulsados a actuar y consolar al
bebé. La sonrisa sería otra de estas señales, que despierta sentimientos de
afecto y ternura en los padres que conducen, como el llanto, a incrementar el
contacto con el bebé y satisfacer sus necesidades.
A partir de estos contactos, se desarrollará entre bebé y cuidador un vinculo
emocional al que Bowlby llamará apego, definido desde este punto de vista
como...
‘El resultado de un conjunto de pautas de conducta características, en
parte preprogramadas, que se desarrollan durante los primeros meses de
vida y que tienen el efecto de mantener al niño en una proximidad más o
menos estrecha con su figura materna’ (Bowlby, 1980a; p. 15 de la trad.
cast).
Como observamos, las raíces del apego son claramente biológicas y obtiene su
valor de la contribución a la supervivencia del individuo o su descendencia, lo
que explicaría desde el punto de vista de Bowlby (y desde el punto de vista
etológico) porqué son comportamientos en cierta medida preprogramados.
Bowlby sugirió que los apegos del bebé se desarrollan de una manera normativa,
en típicamente tres fases principales (Bowlby, 1969, 1973, 1980b):
• Fase 1: respuesta social indiscriminada
En esta fase (que llega hasta el segundo o tercer mes de vida) el bebé
responde a las personas que le rodean de manera poco discriminada:
cualquiera es capaz de clamarle, cuando se producen las primeras sonrisas
pueden ir dirigidas también a cualquiera.
• Fase 2: Respuesta social discriminada
Poco a poco, los niños irán desarrollando una preferencia por aquellos
adultos que son sus cuidadores habituales, dirigiendo a ellos de forma
sistemática y discriminada su comportamiento social. En esta fase, sin
embargo, el bebé no rechaza todavía el contacto con los extraños.
• Fase 3: Formación de apegos y miedo a los extraños
A partir de la segunda mitad del primer año los bebés no solamente prefieren
interactuar y estar cerca de sus cuidadores habituales, sino que muestran
comportamientos de rechazo (lloros, protestas, ansiedad, evitación, etc.)
cuando se aproxima un extraño o el niño es separado del cuidador. Esta
ansiedad se calma cuando se restablece el contacto físico entre cuidador y
bebé.
En esta fase, no sólo mostrará las reacciones emocionales descritas, sino que
intentará seguir y buscar activamente al cuidador cuando este no esté con él.
Una vez conseguida la formación de un vínculo seguro, los niños utilizan la
Primeros modelos de desarrollo – 253 –
figura de apego como un punto de referencia, como una base desde la que
explorar su entorno y a la que volver en caso de amenaza (Bowlby, 1980a,
p. 24 de la trad. cast.; aunque el propio Bowly atribuye este concepto de
base segura a Ainsworth).
Bowlby concibe este proceso de formación de apegos de manera similar a como
los etólogos consideraban el fenómeno de la impronta. Al igual que las crías de
pato de Lorenz se improntaban con un objeto móvil que aparecía cierto tiempo
después del nacimiento, los bebés también, desde el punto de vista de Bowlby,
experimentan una impronta con aquellas personas que les cuidan en los primeros
meses, llegando a formarse un vínculo estrecho entre ellos, tanto de proximidad
física como de proximidad emocional.
De hecho, y al igual que pasa con la impronta, Bowlby también toma de la
etología el concepto de periodo crítico, considerando que los apegos se tenían
que formar durante ciertos periodos de la vida. La no formación correcta de
apegos en estos periodos por una parte implicaba serias consecuencias para la
vida futura (dificultad para expresar emociones, poca confianza en uno mismo,
etc.)y por otra limita la oportunidad de poder establecerlos más adelante (y, en
consecuencia, de poder vincularse afectivamente a otra persona de manera
adulta).
Es este el mecanismo que, según Bowlby (1973), explica los síntomas de los
niños institucionalizados: son niños que no han tenido la oportunidad de formar
apegos con personas concretas y en los momentos adecuados (por ejemplo, han
recibido cuidados de muchas cuidadoras, se les ha podido dedicar muy poco
tiempo y atención, etc.)
Desde un punto de vista metodológico, Bowlby también se mostró muy influido
por los métodos etológicos. La mayoría de sus estudios los realizó a partir de
observaciones naturalistas, muchas de ellas en instituciones de acogida y
grabadas en vídeo. Estas grabaciones se realizaron con garantías metodológicas
relativamente innovadoras para la época: niños escogido al azar, control del
tiempo y momento en el que se realizan las grabaciones, etc.
La segunda figura importante en la construcción de la teoría del apego tal y como
la conocemos hoy en día es Mary Ainsworth, la que fue discípula y
colaboradora de Bowlby durante casi 40 años.
Quizá la mayor diferencia entre los estudios (y aportaciones) de Bowlby y los de
Ainsworth es la mayor atención de esta en familias y bebés típicos, sin rastro de
los desórdenes, deprivaciones sociales ni otras circunstancias desfavorables que
caracterizan a los bebés participantes en muchos de los estudios de Bowlby.
La mayor aportación de Ainsworth se centra en el establecimiento de diferentes
patrones de apego en bebés en función de diferencias en respuestas como el
grado de ansiedad de separación, la reacción ante el reencuentro con el cuidador
o el uso de esta figura como base segura de exploración. Los patrones son los
siguientes (Ainsworth, 1979):
• El apego inseguro evitativo (patrón A, también traducido como ansioso
evitativo) se caracteriza por una baja o ausente ansiedad de separación
cuando el cuidador se aleja del bebé y le deja en un lugar desconocido, junto
con un poco preferencia por el contacto e interacción con el cuidador
– 254 – Primeros modelos de desarrollo
Innovaciones metodológicas
Por último, una de las líneas más innovadores de trabajo y que está dando lugar
en los últimos años a resultados más interesantes es el resultado de un cambio
de enfoque respecto a qué estudiar en relación al apego. Así, en lugar de
estudiar los comportamientos observables, la interacción de facto entre bebés y
sus cuidadores, existe un creciente interés por los aspectos representacionales
del apego, en una línea más cognitiva.
Ya Bowlby (1980b) propuso que, a partir de las interacciones tempranas del bebé
con su cuidador, los niños construían unos ‘modelos internos de trabajo’ (internal
working models), una representación de la figura de apego que, a lo largo de los
años, guiaría su interacción con ella, y que serían un determinante importante de
la evolución de su relación con ella en momentos posteriores de la infancia e
incluso más allá, en la adolescencia y adultez. Por otra parte, estas
representaciones internas también se harían presentes al recordar la relación
temprana que se tuvo con los padres.
Desde esta línea de investigación se ha promovido el estudio del apego más allá
de la infancia, con las consiguientes innovaciones y adaptaciones metodológicas
que ello implica. Así, se han elaborado escalas y cuestionarios para trasladar la
tipología de apego de Ainsworth en patrones correspondientes en adultos. Quizá
el instrumento más utilizado es la Adult Attachment Interview, en la que adultos
responden a preguntas semiestructuradas sobre los patrones de apego que
recuerdan de su infancia y la influencia que han tenido en su desarrollo (Hesse,
1999; p. 398).
Main, Kaplan y Cassidy (1985) entrevistando a adultos sobre sus relaciones de
apego en la infancia, encontró que, de acuerdo con los modelos internos de
trabajo que reflejan sus entrevistas, los sujetos podían clasificarse en tres
categorías:
• Padres autónomos: hablaban abierta y libremente de sus relaciones de
apego y eran capaces de evaluarlas. Tenían una imagen objetiva y
equilibrada de las relaciones en su infancia.
• Padres evitativos (dimissing): tenían muchas dificultades en recordar su
infancia y las relaciones que sostuvieron con sus padres, tendiendo a atribuir
poca importancia a estas relaciones.
• Padres preocupados: explicaban de forma muy detallada las relaciones en
su infancia, pero las explicaciones eran a menudo confusas y muy
emocionales.
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