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“LA FÁBULA DEL GRILLO Y EL MAR”

Había una vez, hace mucho, mucho tiempo, en una pequeña aldea de Guatemala, un grillo amarillo que
vivía bajo la sombra de un árbol. El grillo era feliz cantando de noche y de día, pues sabía que su canto
alegraba las vidas de los aldeanos.

Su variado repertorio era un mensaje de la naturaleza. En tiempos de cosecha, el grillo cantaba acerca del
sol y el viento. Cuando se acercaba una tormenta su canto anunciaba la lluvia, los niños corrían a casa y las
mujeres entraban la ropa del tendedero. Si se avecinaba un temblor de tierra, el cantar del grillo prevenía a
todos.

Los aldeanos se maravillaban con las proezas del grillo y comenzaron a adularlo:

—¡Qué hermoso cantas! ¡Qué necesario eres! ¡Sin ti no seríamos felices! —le decían al unísono.

Fue entonces, que el grillo comenzó a sentirse más importante que los demás:

—Mi canto no solo es hermoso, sino también necesario —pensó—. ¿Qué hago en un lugar tan pequeño y
remoto como esta aldea en medio de la nada? ¡Debo encontrar una mejor audiencia! Ya lo sé, le cantaré al
mar, al enorme e infinito mar.

El grillo amarillo empacó todas sus cosas y se dirigió hacia el mar apenas despidiéndose de los aldeanos.

Considerando su tamaño, el viaje fue muy largo y le tomó muchos días. Al cabo del tiempo pudo oler la sal
en el aire y supo que se encontraba cerca al mar.

El grillo amarillo cantó tan pronto se acercó a la orilla, pero el mar cantaba su propio canto y este canto
nunca se detenía. El canto del mar era tan fuerte que no abría el paso para el cantar de un pequeño
insecto.

El grillo amarillo insistió en su canto por mucho tiempo hasta que llegó a la conclusión de que su cantar
nunca superaría el canto del mar:

—Regresaré a la aldea, no tendré una gran audiencia, pero mi canto es apreciado por todos —se dijo.

Sin embargo, al regresar no encontró lo que esperaba: sin su canto las mujeres olvidaron sus ocupaciones y
los hombres dejaron de cosechar. En tiempos de lluvia, los niños llegaban empapados a sus casas. La aldea
parecía sombría y triste.

En ese momento el grillo amarillo comenzó a cantar. Las mujeres, los hombres y los niños fueron felices de
nuevo. Sus espíritus se ensalzaron con el canto del pequeño insecto y él fue feliz al saber que su canto, era
en realidad importante.
LA GALLINITA ROJA

Érase una vez una gallinita roja que encontró un grano de trigo.
—¿Quién plantará este grano? —preguntó.
—Yo no —dijo el perro.
—Yo no —dijo el gato.
—Yo no —dijo el cerdo.
—Entonces lo haré yo —dijo la gallinita roja—. ¡Clo, clo!
Y plantó el grano de trigo y este creció muy alto.
—¿Quién cortará este trigo? —preguntó la gallinita roja.
—Yo no —dijo el perro.
—Yo no —dijo el gato.
—Yo no —dijo el cerdo.
—Entonces lo haré yo —dijo la gallinita roja—. ¡Clo, clo!
Y cortó el trigo.
—¿Quién llevará el trigo al molino para hacer la harina? —preguntó la gallinita roja.
—Yo no —dijo el perro.
—Yo no —dijo el gato.
—Yo no —dijo el cerdo.
—Entonces lo haré yo —dijo la gallinita roja—. ¡Clo, clo!
Llevó el trigo al molino y más tarde regresó con la harina.
—¿Quién amasará esta harina? —preguntó la gallinita roja.
—Yo no —dijo el perro.
—Yo no —dijo el gato.
—Yo no —dijo el cerdo.
—Entonces lo haré yo —dijo la gallinita roja—. ¡Clo, clo!
La gallinita amasó la harina y luego horneó el pan.
—¿Quién se comerá este pan? —preguntó la gallinita roja.
—Yo —dijo el perro.
—Yo —dijo el gato.
—Yo —dijo el cerdo.
—No, me lo comeré yo —dijo la gallinita roja—. ¡Clo, clo!
Y se comió todo el pan.
Moraleja: No esperes recompensa sin colaborar con el trabajo.

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